Samanes, C. F., & Tamayo-Acosta, J. J. (Eds.). (1993).
Conceptos fundamentales del cristianismo. Unción de los enfermos. Trotta. Juan Gabriel Arrieta Zambrano, O. Carm
Para comprender lo que significa el Sacramento de la unción de enfermos, debemos partir
del dato revelado, y sobre todo del acontecimiento Pascual de Cristo Jesús. En el mundo cultural-religioso bíblico, tanto del AT como del NT, la enfermedad, realidad muy viva, se relacionaba no sólo con la finitud y caducidad propias de la persona humana, sino también con el pecado, causa del desorden y falta de armonía en todos los órdenes, y también a veces con las fuerzas mágicas o demoníacas que actúan en nuestra existencia. En el NT, también la enfermedad, se ve desde el prisma de Cristo, el Mesías, vencedor del mal, del pecado, de la muerte. Cristo invita a no interpretar el hecho de la enfermedad como fruto inmediato del pecado, al menos el personal, aunque sí hay la convicción de que el mal y la muerte han entrado en nuestra historia por obra del pecado humano, porque el plan de Dios era la vida y la armonía total. Pero es el acontecimiento Cristo desde donde la enfermedad recibe nueva luz. Cabe decir que Juan Pablo II, en su encíclica Salvifici doloris (1984), sobre el sentido cristiano del dolor, ha descrito magníficamente cómo Cristo asumió en sí mismo el dolor humano hasta sus últimas consecuencias, para redimirlo desde dentro. Cristo Jesús no nos dio una «solución» al problema de la enfermedad, pero sí nos ayudó a vivirlo, asumiendo él mismo el mal y la muerte y dándoles nuevo sentido desde la experiencia de su pascua. Luchó contra la enfermedad y el mal. Efectivamente, todo dolor humano tiene sentido como participación en el dolor redentor de Cristo: “Completo en mi cuerpo lo que le falta a la pasión de Cristo para su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1, 24). Ciertamente, la comunidad primera siguió el ejemplo y el encargo explícito de Cristo. La comunidad apostólica ya había sido asociada al poder curativo de Cristo: “Ellos se fueron a predicar...ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban” (Mc 6,12s). En las diversas familias litúrgicas de Oriente y Occidente, y sobre todo al llegar la época de los sacramentarios y órdenes, encontramos ya la descripción completa de estos elementos sacramentales de la unción, desde la bendición de los óleos por parte del obispo hasta la estructura y los textos de la celebración sacramental de la unción. Ahora bien, en los primeros siglos, hasta más o menos el s. VIII, la idea central de los textos del sacramento es la curación, la salud integral también la corporal, en la línea del texto de Santiago. En el S. XVI, Trento (sesión XIV, D 907-910 y 926-929) tuvo que defender fundamentalmente el carácter de sacramento de la unción contra los protestantes, y no llegó mucho más lejos en la clarificación de sus efectos, aunque sí aludió varias veces a la curación corporal del enfermo, superando por tanto la perspectiva de sacramento para moribundos. Ha sido en torno al concilio vaticano II cuando la Iglesia ha llevado a cabo una seria reflexión sobre este sacramento. En la constitución sobre liturgia ya se orienta hacia la vuelta a la comprensión original con el cambio de nombre: se le llama extremaunción, que también, y mejor, puede llamarse unción de enfermos» (SC 73), porque no sólo es para los moribundos, sino para los enfermos graves. Siguiendo las consignas conciliares, en 1972, después de un serio trabajo de revisión, se publicó el nuevo Ritual de la unción de enfermos. La edición en castellano es de 1974. En el sentido teológico y espiritual de la unción se entiende, hoy más que nunca, dentro del conjunto de la acción eclesial en torno a los enfermos. La comunidad cristiana sigue creyendo que la primera ayuda al enfermo es la humana, la cercanía asistencial, tanto en casa como en las clínicas y hospitales. El sacramento de la reconciliación penitencial no es exclusivo de los enfermos, pero sí particularmente oportuno para ellos. La eucaristía, o al menos la comunión, sobre todo el día del domingo, también al enfermo cristiano ocasión de unirse al Señor a la ofrenda que Cristo sigue haciendo de sí mismo al Padre por la salvación de la humanidad, y de comulgar con el alimento que él ha querido da a los suyos para su camino: su cuerpo y su sangre, y que el enfermo necesitar más que nadie para superar el problema de su salud física y total. Ademas, el sujeto de la unción no son los moribundos, necesariamente, sino los enfermos graves: “La unción de enfermos no es sólo el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida” (SC 73), como había llegado a concebirse en los últimos siglos, sino cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez” (SC 73), o, como dice el Ritual (n. 47), “a los seriamente afectados por la enfermedad”. Finalmente, el Ritual ofrece un esquema ante todo para cuando la unción se celebra sin eucaristía (nn. 121-153). Después de los ritos introductorios, con el saludo, la posible aspersión con agua bendita, la monición y el acto penitencial, se tiene la liturgia de la palabra, con la lectura que parezca más oportuna y una breve homilía. Sigue una oración litánica, que también se puede trasladar después de la unción.