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En el principio de los tiempos, hubo una reunión de los demonios, uno

de ellos decía: "Debemos quitarles algo a los seres humanos, pero, ¿qué
les quitamos?".
¡Ya sé!, quitémosle la Felicidad dijo uno de ellos, ¿Pero dónde lo
escondemos? Alguien dijo, escondámoslo en la cima del monte más alto,
NO dijeron, ellos tienen fuerza en algún momento van a subir y lo
encontrarán, entonces escondámoslo en lo más profundo del mar, NO
dijeron, algún día alguien va a bajar en las profundidades del mar y lo
encontrarán, entonces escondámoslo en algún planeta lejano, NO, son
inteligentes algún día construirán una nave y viajarán a los planetas y lo 1
van a descubrir. Después de un momento de silencio uno de ellos que
había hablado dijo: ¡Ya sé dónde! Y todos a una sola voz preguntaron
¿Dónde? "La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan
ocupados buscándola fuera, que nunca la encontrarán". Todos
estuvieron de acuerdo, y desde entonces ha sido así”
El ser humano siempre ha estado en una constante búsqueda de la
felicidad, y todo lo que hace gira en torno a ella, esta necesidad no ha
cambiado a través del tiempo, ya que desde siempre en el mundo, el
tener más riquezas y un mayor poder, ha supuesto tener mayor
bienestar. El Santo Evangelio nos enseña cómo encontrar la felicidad
auténtica.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 6,17.20-26

JESÚS NOS PROPONE EL CAMINO HACIA LA VERDADERA


FELICIDAD.
En el contexto del evangelio, Jesús ha pasado la noche en oración y ha
escogido a sus doce discípulos, ahora Él desciende de la montaña junto
con los doce y se detiene en una llano donde encuentra un gran número
de Discípulos y una multitud de personas que han llegado de Judea,
Jerusalén, Tiro, y de Sidón deseosa de escuchar la Palabra de Dios.
Jesús les empieza a dar una enseñanza, llamado el “Sermón de la
Llanura” en San Mateo se le llama el Sermón de la Montaña.
San Lucas nos presenta las bienaventuranzas posiblemente como Jesús
las proclamó. Jesús se dirige al pueblo sufrido, y les habla como lo
hacían los profetas, sin entrar en distinción de personas, ilustra
claramente a quienes van destinadas las bienaventuranzas, a los
pobres, a los que el mundo tiene por desdichados y a todos aquellos que
decidan ser sus discípulos, dice la Palabra de Dios "Levantando los ojos
hacia sus discípulos...". Nos da a entender que las Bienaventuranzas
nacen de la mirada dirigida a los discípulos; describen por así decirlo, la
situación real de ellos: Son pobres, tienen hambre, lloran, serán
odiados, insultados, perseguidos. Jesús les propone el verdadero camino
a la auténtica felicidad.
Si razonamos humanamente todo lo que Jesús dice: nos parecerá una
locura, porque el camino para encontrar la verdadera felicidad, nos
suena como algo imposible: cómo podemos ser felices en la pobreza, en
el dolor, el hambre... Y estas situaciones es una realidad para millones y
millones de personas en el mundo.
La pobreza designa aquí una situación anormal, contraria al querer de
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Dios, un estado de vida que es fruto de la injusticia; por tanto cuando
Jesús declara bienaventurados a estos pobres no significa que ellos
deben sentirse felices por su situación, sino porque esa pobreza
material, moral, vacío interior, Dios lo rechaza y tendría que
desaparecer con el reinado de Dios.
La pobreza, o el empobrecimiento, trae varias consecuencias: la primera
de todas el hambre; pues bien, también los hambrientos son dichosos
por que serán saciados. Si los empobrecidos pueden soñar con un
mundo mejor, más justo, por el reinado de Dios, también el hambre
tendrá que desaparecer, no de un modo mágico, sino como fruto del
compromiso de todos en la realización de la justicia de dar a cada uno lo
que le corresponde.
Otra consecuencia del empobrecimiento son las lágrimas, los que lloran
como símbolo del dolor, la marginación, pero también de la impotencia
ante una realidad cada vez más cruel y tormentosa para el
empobrecido, en este nuevo orden que tiene que instaurar la presencia
del reino, las lágrimas se deben tornar en alegría y gozo.
La lucha y el esfuerzo por logar esta nueva manera de vivir, querida por
el Padre y por Jesús, no se dará de manera pacífica; no que Jesús esté
pensando en acciones violentas, sino más bien quiere prevenir a sus
seguidores de las situaciones violentas, la persecución y el dolor que
tendrán que experimentar a manos de quienes se oponen radicalmente
a compartir sus bienes materiales y practicar la justicia.
Casi siempre, por no decir siempre, los acaparadores y los que
mantienen el orden injusto reaccionan con la fuerza, con la violencia,
con la difamación, el encarcelamiento, hasta con la eliminación física,
¡Cuántos casos en nuestras comunidades, en nuestra Iglesia! Que han
dado la vida por la verdad y la justicia, a ellos Jesús los llama dichosos,
porque esa persecución y ese rechazo no es gratuito; es el precio que se
paga por la lucha y la búsqueda de la justicia y la equidad; sólo quien
experimenta estas contradicciones podrá comprender el gozo de estar
en sintonía con la preocupación del Padre y de Jesús por la justicia.
Podríamos entender los ayes del evangelio como una lamentación de
Jesús, es decir como una advertencia o amonestación a los que
promueven y mantienen la Injusticia social, cuando los bienes de la
creación, los bienes de la cultura, la ciencia y de la tecnología son
absorbidos por unos cuantos, con las consecuencias que todos
conocemos; empobrecimiento de las grandes mayorías, hambre dolor y
lágrimas.
Con estos ayes Jesús denuncia esa actitud mezquina de quienes han
puesto el sentido de su vida en las posesiones, en los bienes; en los que
se hartan, consumen y consumen ignorando al indigente, de quienes 3
gozan y la pasan bien a costa de los demás; de quienes son objeto de la
fama halagadora, ¿cuál es el sentido de una vida que transcurre de ese
modo?
El mundo de hoy está enfermo de su orgullo, de su avidez insaciable de
riqueza y poder, y no puede curarse sino acogiendo el mensaje de las
Bienaventuranzas.
Si somos auténticos discípulos de Jesucristo, no debemos poner nuestro
corazón en las cosas materiales, en el tener y poseer, tenemos que ser
como dice en el evangelio de San Mateo, pobres de Espíritu o Pobres
de corazón.
Esto supone una muerte a sí mismo, un nacer de nuevo, es reconocer
nuestra pequeñez y debilidad ante Dios y que dependemos totalmente
de su misericordia, no ser nada por sí mismo, porque hay pobres con
espíritu de Ricos, y aunque en minoría ricos con espíritu de Pobre.
Los pobres, son los primeros beneficiarios de las promesas de Dios, si
somos pobres de corazón, verdaderos discípulos de Cristo, sintámonos
felices porque ahora Dios nos encarga su mensaje y somos nosotros los
encargados de que el reinado de Dios sea una realidad, somos nosotros
lo que debemos enseñar ese camino a los demás, es un proyecto por
realizar.
Las palabras de Jesús, se deben hacer presentes hoy más que nunca y
nos están reclamando que hemos olvidado los verdaderos valores del
Reino, porque muchas veces caemos poniendo nuestra esperanza,
buscamos nuestra felicidad en los bienes que nos ofrece el mundo, nos
dejamos encandilar por regalos y promesas de aquellos que ansían más
poder y riquezas a costa de los pobres y marginados.
No busquemos la felicidad en donde no está, si Jesús está en el centro
de nuestra vida, la felicidad está dentro de nosotros mismos, el que
tiene a Jesús lo tiene todo, Jesús nos enseña el camino de la vida, el
camino que el mismo recorre, es más Él es el camino, y lo propone
como verdadero camino a la felicidad.
Jesús, en toda su vida, desde su nacimiento en Belén hasta su muerte
en la cruz y su resurrección, Jesús encarnó las Bienaventuranzas. Todas
las promesas del Reino de Dios se han cumplido en Él.
Las bienaventuranzas no son mandatos, no es hacer, sino ser, es un
estilo de vida, no es lo mismo hacer caridad, que ser caritativo. Si
verdaderamente somos seguidores de Cristo, ahí está el camino, desear
la felicidad de los demás antes que la nuestra, ser justos, atender en lo
posible las necesidades de los demás tanto materiales como espirituales,
recordemos lo que nos dice el apóstol San Santiago:
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Si a un hermano o hermana les falta la ropa y el pan de cada día, y uno
de ustedes les dice: “Que les vaya bien; que no sientan frío ni hambre”,
sin darles lo que necesitan, ¿de qué les sirve?
Poner en práctica las bienaventuranzas es ver a los demás con el Rostro
de Cristo, no busquemos la felicidad en las cosas pasajeras de este
mundo, no hagamos tesoros en la tierra, más bien acumulemos tesoros
en el cielo, Dios nos da lo necesario para cada día, si Dios alimenta a los
pájaros ¿acaso para Dios no valemos más nosotros? Jesucristo es la
felicidad y nos enseña el camino que nos lleva hacia él.
Hoy Dios nos da a escoger, el camino hacia la felicidad eterna o el
camino hacia la infelicidad eterna, yo estoy seguro que deseamos la
felicidad eterna, busquémosla siendo pobres de corazón, aunque
tengamos que sufrir, pasar hambre, llorar, por el evangelio pero vale la
pena porque el reino de los cielos es nuestro.

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