Vous êtes sur la page 1sur 219

Portada: Selva amazónica desde el cielo (foto S.

Rostain)
Contraportada: Detalle del primer mapa del Amazonas, de Quito al Océano Atlántico por el
Jesuita Cristóbal de Acuña para el Rey en 1642
AMAZONÍA

Memorias de las
Conferencias Magistrales del
3er Encuentro Internacional
de Arqueología Amazónica

Stéphen Rostain
editor
Amazonía.
Memorias de las Conferencias Magistrales del 3er Encuentro
Internacional de Arqueología Amazónica

Stéphen Rostain editor

Edición: - Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento


Humano e IKIAM
- Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia,
Tecnología e Innovación
- Tercer Encuentro Internacional de Arqueología
Amazónica

Diseño: Stéphen Rostain


Diagramación: Stéphen Rostain
ISBN: 978-9942-13-893-4
Impresión: Ekseption Publicidad
Impreso en Quito, Ecuador, agosto de 2014
Contenido
Stéphen Rostain
Prefacio: “Codo a codo, somos mucho más que dos” 7

Philippe Descola
¿Existen paisajes amazónicos? 19

Nigel Smith
A rainforest cornucopia: the cultural importance of native
fruits in Amazonia 31

Denise Schaan
Chronology of landscape transformation in Amazonia 51

Heiko Prümers
100 años de arqueología en los Llanos de Mojos 73

Doyle McKey, Mélisse Durécu, Axelle Solibiéda,


Christine Raimond, Kisay Lorena Adame Montoya,
José Iriarte, Delphine Renard, Luz Elena Suarez
Jimenez, Stéphen Rostain & Anne Zangerlé
New approaches to pre-Columbian raised-field agriculture:
ecology of seasonally flooded savannas, and living raised fields
in Africa, as windows on the past and the future 91

Eduardo G. Neves, Vera L. C. Guapindaia, Helena


Pinto Lima, Bernardo L. S. Costa & Jaqueline Gomes
A tradição Pocó-Açutuba e os primeros sinais visíveis de
modificações de paisagens na calha do Amazonas 137

Stéphen Rostain, Geoffroy de Saulieu & Emmanuel


Lézy
El alto Pastaza precolombino en el Ecuador: del mito a
la arqueología 159

Michael Heckenberger
Tropical garden cities of the southern Amazon 187

Dimitri Karadimas
Las alas del tigre: acercamiento iconográfico a una mitología común
entre Los Andes prehispánicos y la Amazonía contemporánea 203

5
Organización del 3er Encuentro
Internacional de Arqueología Amazónica
Presidente:
Dr. Stéphen Rostain (Instituto Francés de Estudios Andinos, Quito)

Comité organizador:
Dr. Stéphen Rostain (Instituto Francés de Estudios Andinos, Quito)
Dr. Carlos Espinosa (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales,
Quito)
Manuela Troya (Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento
Humano, Quito)
Stephany Leavy (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Quito)
Vincent Lepage (Embajada de Francia en el Ecuador, Quito)

Instituciones organizadoras:
Instituto Francés de Estudios Andinos
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano
Cooperación Regional Francesa para los Países Andinos

Auspiciadores (en orden alfabético):


Alianza Francesa
Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”
Centro Nacional de la Investigación Científica (CNRS)
Cooperación Regional Francesa para los Países Andinos
Embajada de los EEUU
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
Fundación Wenner-Gren
Fulbright Ecuador
Gobierno de la Provincia de Pichincha
Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD)
Instituto Francés de Estudios Andinos
Instituto Nacional de Patrimonio Cultural
Liceo La Condamine
Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano
Ministerio de Cultura y Patrimonio
Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado
Orquesta Sinfónica Nacional
Quito Turismo
Repsol
República del Cacao
Universidad Politécnica Salesiana del Ecuador

6
Prefacio
“Codo a codo,
somos muchos más que dos” 1

Stéphen Rostain
CNRS, Paris/IFEA, Quito
Presidente del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica

Quién habría podido predecir hace treinta años, los extraordinarios


progresos realizados por la arqueología amazónica desde ese momento. En
los años 80, son apenas un puñado de investigadores los que se dedicaban
al estudio del pasado humano del mayor bosque tropical del mundo.
Debido a la escasez de los trabajos, se utilizaba fácilmente y sin previa
evaluación crítica, datos de otras disciplinas. Así, el cuadro de la Amazonía
amerindia contemporánea (Figura 1) – o por decirlo de otra manera más
clara, los prejuicios más sobresalientes – se calcaba simplemente en lo
que debía ser el mundo precolombino: tribus limitadas y semi nómadas,
estructuras acéfalas, una tecnología agrícola primitiva, una artesanía basta,
una demografía limitada de 0,5 habitantes/km2, etc. Más que un cliché,
se trataba de una herejía científica. En efecto, era ignorar por completo el
impacto de la conquista y de sus consecuencías devastadores en un mundo
finamente elaborado aunque también frágil. Más aún, se imputaba al bosque
tropical la razón misma de este subdesarrollo precolombino. Por causa
de un medio considerado por los Occidentales como extremadamente
desfavorable, ninguna sociedad avanzada habría podido florecer en este
sub continente selvático. Hoy en día sabemos que esto no es así y que
por el contrario, civilizaciones sumamente refinadas vieron la luz del día
en épocas muy lejanas en Amazonía embelleciéndose en especial por el
privilegio de haber inventado la cerámica y domesticado diversas plantas.
La arqueología amazónica cambió radicalmente de cara y hoy se cuentan
por cientos los investigadores que se dedican a las primeras sociedades de
los cerca de 7 millones de km2 de bosque ecuatorial. Este auge se debe a
tres factores principales. En primer lugar, el medio ambiente amazónico,
antes considerado como una mina inextinguible de productos destinados
a la sociedad industrializada2, fue vuelto a evaluar transformándose
en un islote de biodiversidad único esencial para la sobrevivencia de la
humanidad. Lo que no le impide continuar siendo víctima de exacciones
ecológicas dramáticas, pero la sociedad mundial sabe ahora y ha tomado
incluso conciencia de las consecuencias definitivas de sus actos criminales
contra la naturaleza. La búsqueda se ha intensificado entonces para
comprender mejor y tal vez, convivir con esta entidad verde tan diversa.

7
Figura 1: El Antisuyo es la parte oriental del imperio
Inca Tawantinsuyo poblada por tribus denominadas
Antis. Este dibujo de Guamán Poma de Ayala en 1615
es probablemente una de las primeras representaciones que
viera Europa de la Amazonía. Hallamos en él, las
marcas clásicas del salvajismo: la desnudez de los hombres,
el aterrador jaguar y la densidad de la selva

El segundo factor deriva parcialmente del primero, puesto que esta


multiplicación de las disciplinas científicas volcándose en la Amazonía
se acompaña por un neto aumento de cooperaciones trans disciplinarias.
Debido a la carencia de estudios precursores de larga duración y de
modelos pre definidos adaptados a este medio tropical, el arqueólogo,
contando únicamente con su badilejo, se hallaba antes bastante despojado
como para revelar un pasado milenario de presencia humana en
Amazonía. El nacimiento y la banalización del enfoque pluridisciplinario,

8
luego interdisciplinario, lo sacó del impasse en el cual se encontraba.
Después de haber solicitado, en un primer tiempo, simplemente el apoyo y
conocimiento de las ciencias naturales y formales, en donde la colaboración
tenía que ver más con la prestación de servicio, ciertos arqueólogos
comenzaron a asociarse con otros científicos a fin de elaborar desde el
inicio, problemáticas comunes para las cuales cada uno de los partícipes
se proponía aportar un elemento de respuesta gracias a su metodología
específica y sus particulares instrumentos. Los resultados del cruce de
competencias científicas fueron espectaculares que produjeron sobre
todo enfoques originales, conceptos innovadores e interrogantes inéditas.
Desde ese instante, se vuelve difícil imaginar el concebir un proyecto de
investigación en Amazonía, que sea solamente arqueológico sin asociarlo
a especialistas de las ciencias de la tierra o a análisis microscópicos finos3.
Paralelamente a esta proliferación de nuevas colaboraciones, la arqueología
ha dado pasos, y hasta saltos de gigante, durante estos últimos decenios. Si
les pirámides Mayas o los templos Incas son más visibles mediáticamente,
no es forzosamente en esos lugares que se dan los avances científicos más
notables: “ La belleza del sitio no implica la perfección de la ciencia”. Todo
lo contrario, observamos que las innovaciones científicas se realizan a
menudo en medios considerados como extremos o difíciles. Así, notables
progresos fueron hechos en arqueología en Siberia, Sahara o Amazonía.
La supuesta pobreza de los sitios obliga generalmente a la arqueología a
afinar sus preguntas y a encontrar vías alternativas para su investigación.
Durante estos últimos diez años en Amazonía, las disciplinas conexas a
la arqueología, incluso han florecido: arqueobotánica, geoarqueología,
antracología, GIS, etc. Hoy en día, hay toda una panoplia de especialistas
que contribuyen al conocimiento del pasado de este bosque.
El tercer factor deriva lógicamente de los dos primeros puesto que no somos
testigos de un reciente incremento considerable de actores en este sector
de la investigación. Después de algunos intentos, a menudo brillantes, en
el transcurso de la primera mitad del siglo XX, la arqueología amazónica
adquiere sus primeros títulos de nobleza justo después de la Segunda
Guerra Mundial. Aunque haya que relativizar ya que es en esencial la pareja
norteamericana Betty Meggers y Clifford Evans, acompañados por algunas
disciplinas locales de los diferentes países amazónicos, que practicaban
entonces esta disciplina. El arqueólogo especializado en Amazonía es aún
bien raro (Figura 2). Recordaremos luego, en los años 70, el nacimiento
de un movimiento que contradice las teorías de determinismo ecológico
y de difusionismo hasta ese momento promulgadas. Sin embargo, a pesar
de la vitalidad de esta generación, compuesta por algunos investigadores
casi todos norteamericanos, que proponían nuevas alternativas, habrá que
llegar a los últimos años del segundo milenio para asistir a la explosión
de las investigaciones científicas, en todos los sectores, en Amazonía.
Debemos señalar aquí, la energía impulsada por el dinamismo brasileño

9
de entonces, país en el cual, los jóvenes investigadores que volvían del
hemisferio norte, armados con un PhD, desarrollaron nuevos programas y
capacitaron estudiantes locales en arqueología, respaldados por una política
científica nacional voluntarista. La arqueología de monitoreo emergió en
el país y conoció un desarrollo considerable, en especial en Amazonía.
Paralelamente, las otras naciones amazónicas como Bolivia, Venezuela,
Guayana francesa o Ecuador, veían de igual manera el surgimiento de
proyectos de largo plazo y excavaciones preventivas. Es imposible contar
hoy en día, el número de investigadores y estudiantes que escogen una
especialidad en arqueología amazónica. Pero ¿cuál es el resultado para la
ciencia, al cabo de veinte años, de esta vitalidad científica?

Figura 2: Descubrimiento de un petroglifo en medio de las sabanas


de Sipaliwini, al sur de Suriname, en 1969
(fotografía Frans C. Bubberman)

10
Realmente, podemos hablar de revolución en el caso de la arqueología
amazónica. Lo que, hace cuarenta años, había comenzado por un
simple cuestionamiento a los modelos teóricos impuestos se transformó
rápidamente en una revuelta intelectual que fue a desembocar en la
revolución de ideas de este nuevo milenio. Este levantamiento permitió
definir paradigmas que se oponían resueltamente a los modelos precedentes.
Fundamentalmente, el bosque tropical húmedo no es considerado más
como un elemento destructor de la civilización humana, ni siquiera como
un freno para la innovación, muy por el contrario4. Más aún, se lo considera
como el resultado de la acción combinada del hombre y la naturaleza,
cumpliendo ya sea uno u otro, un papel más o menos preponderante según
las regiones. No nos sorprenderemos entonces al encontrar en este texto
una gran mayoría de contribuciones que abordan este tema. En efecto, son
no menos de ocho de los nueve artículos presentados, los que se interesan
en el origen y el manejo del paisaje precolombino. En la actualidad se
habla corrientemente de paisaje “domesticado” en el caso de la Amazonía
sin chocar a muchas personas.
En todo caso, ya sean los arqueólogos, los antropólogos o los geógrafos que
intervienen en este libro, todos concuerdan en la responsabilidad esencial
del hombre en la constitución del paisaje amazónico actual. Este último es
el resultado de acciones voluntarias e involuntarias, durante milenios, de
los primeros habitantes. La composición florística así como el modelado
proceden en parte de la intervención humana. Si este hecho ha sido
subrayado por los botanistas desde hace buen tiempo, solo recientemente
hemos aprendido a identificar los montículos y los campos elevados, las
plataformas, los caminos elevados o cavados, las fosas, cunetas, canales,
huecos de poste y fogones, etc. Una vez más, las técnicas de punta como
el LIDAR o los drones ayudan desde hace poco al trabajo del investigador.
En poco menos de medio siglo, el arqueólogo ha aprendido a no temerle
a la Amazonía, sino más bien a observarla detalladamente con una mirada
ingenua para comprender mejor su verdadera naturaleza.
Podríamos decir lo mismo de la cerámica, material antrópico considerado
largo tiempo como el único objeto de interés y estudio para el investigador,
que implica entonces una “arqueología de clasificación tipológica” un
poco austera y a menudo estéril. Aquí también, la mirada ha cambiado
mucho y esta selección concluye con “un broche de oro” que revoluciona
el enfoque clásico de la tierra cocida amerindia. Basándonos en los mitos
milenarios amazónicos fundadores y en una observación minuciosa exenta
de presupuestos, la interpretación iconográfica del decorado cerámico
toma una dimensión totalmente diferente, bastante más convincente y útil
para la reflexión. Portadores de conceptos simbólicos esenciales, tinajas y
ollas precolombinos no serán ya de ahora en adelante, considerados por el
investigador de la misma manera.

11
Dos libros resultan de las 80 conferencias del 3er Encuentro Internacional
de Arqueología Amazónica. En primer lugar, unos cincuenta textos
presentados en los quince simposios fueron reunidos en un grueso
volumen de actas: “Antes de Orellana”, publicado concomitantemente con
el presente libro. En segundo lugar, los nueve artículos de las conferencias
magistrales son objeto de este texto, pero solamente después de haber
sido sometidos anónimamente a una crítica realizada por científicos de
alto nivel. Luego de estas evaluaciones, ocho de los nueve textos fueron
retenidos, siendo el último rechazado por no responder a los criterios
científicos requeridos. En su lugar, se propuso y se evaluó otro artículo.
Aprovecho aquí para agradecer calurosamente a los evaluadores de todos
los países que aceptaron la tarea cumpliéndola minuciosamente a pesar de
los cortos plazos.
Agradezco igualmente a Belém Muriel por la traducción de varios textos
de esta selección.
Finalmente, no puedo dejar de agradecer a mi laboratorio de origen
ARCHAM, UMR 8096 del CNRS, por su apoyo para la realización de este
volumen.

Con cerca de 400 participantes (Figura 3), el 3er Encuentro Internacional


de Arqueología Amazónica de Quito (del 8 al 14 de septiembre de 2013)
no desmintió el éxito alcanzado por las dos primeras manifestaciones de
Belém-do-Para (2008) y Manaos (2010) en Brasil. Además, el congreso
no se limitó a las únicas conferencias dado que se dieron muchos eventos
paralelos, los mismo que fueron organizados para la semana del encuentro.
Hubo numerosos carteles científicos expuestos por congresistas, así como
también cinco inauguraciones de exposiciones ligadas a la arqueología
amazónica. Los museos arqueológicos de Quito, Cochasquí y de la
ciudad de Coca en la Amazonía recibieron a los participantes. El evento
fue también la oportunidad de publicar varios artículos y libros sobre la
arqueología de la Amazonía ecuatoriana con el fin de llenar un importante
vacío en este campo. Algunos artículos fueron especialmente escritos para
cinco revistas nacionales y ocho libros fueron lanzados. Los dos volúmenes
de actas constituyen notables adjuntos a estas publicaciones. En el campo
de la difusión, se realizó igualmente un documental de 30 minutos:
“Arqueólogos”, incluyendo imágenes tomadas durante los tres últimos años
en las excavaciones arqueológicas del proyecto interdisciplinario “Zulay”
en el Pastaza así como también imágenes del congreso. Cabe señalar por
otro lado, la presencia en el lugar mismo del evento, de artesanos indígenas:
ceramistas Kichwa de Puyo, tejedores de cestería Waorani del río Curaray,
pintor tradicional sobre piel de cabra del valle andino de Tigua, tejedores
tradicionales de lana de la sierra.

12
Figura 3: Una parte de los congresistas del 3er Encuentro Internacional de Arqueología
Amazónica en septiembre de 2013, en una plataforma artificial de cangahua
(roca sedimentaria de origen volcánico) durante la visita del sitio arqueológico de
Cochasquí al norte de la ciudad de Quito

Se debe recordar que este 3er Encuentro Internacional de Arqueología


Amazónica fue dedicado a personalidades de alto nivel en la antropología
que nos dejaron en el curso de estos últimos años:
- Jim Petersen (1954-2005) desaparecido trágicamente hace cerca de diez
años al iniciar una temporada de excavación en el medio Amazonas. Dejaría
así un vacío indeleble en la comunidad. Fue nuestro colega, profesor, ami,
hermano y muchos de nosotros le debemos más de un simple recuerdo.
- Claude Lévi-Strauss (1908-2009) abrió el camino hacia una antropología
moderna de la Amazonía al domesticar un pensamiento hasta ese
momento salvaje. Todos, por uno u otro motivo, somos un poco sus
herederos espirituales.
- Neil Whitehead (1956-2012) desempolvó la etnohistoria de la Amazonía
al confrontar un inmenso saber libresco con detalladas encuestas de
campo. En el centro de las Guayanas, afrontó así, directamente a los
Kanaimá, temidos “dark shamanes” que nos recuerdan un pasado hecho
también de violencia.
- Betty Meggers (1921-2012) puede ser considerada como la fundadora de
la arqueología amazónica. Fue por todas partes de Amazonía, raspando
el suelo y formando jóvenes investigadores. Aunque a menudo denigrada
y frecuentemente contradicha, sus muy numerosos escritos y las escuelas

13
intelectuales que fundó desde hace más de medio siglo, alimentan aún los
apasionados y apasionantes debates.
- Alain Testart (1945-2013) dejó trabajos etnográficos que fueron de gran
inspiración para los arqueólogos y permanecerán durante largo tiempo
como inevitable fuente de reflexión. Si bien no fue América del Sur el
centro de su investigación, Alain Testart se disponía a publicar un libro
esencial sobre el doble continente llamado “De Cahokia a Chanchán”.
- Quisiera igualmente dedicar este libro a un sexto investigador
recientemente desaparecido. Se trata de Jean Guffroy (1949-2013) a quien
le gustaba definirse como “un espíritu libertario preconizando el amor del alegre
saber”. Dedicado más bien a la arqueología de los Andes septentrionales,
fue sin embargo igualmente el instigador del proyecto “Zamora Chinchipe”
en alta Amazonía ecuatoriana, el mismo que permitiría el descubrimiento
del excepcional sitio Formativo de Santa Ana/La Florida y la puesta en
evidencia de la gran antigüedad del cacao en la región.

Queda solo una última pregunta: ¿Por, qué se escogió a Quito como sede
del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica?
Desde un punto de vista histórico, Quito fue la ciudad al origen del
descubrimiento del mayor río del mundo. En efecto, el Amazonas es el
río más grande del mundo con 6437 Km. de largo, pero también es el
único río que fue descubierto desde su fuente hasta su desembocadura
dado que Gaspar de Carvajal lo exploró desde Quito (Figura 4). En 1541,
una expedición dirigida por Gonzalo Pizarro partió de Quito hacia la
Amazonía en busca de oro y del “País de la Canela”. La expedición descendió
hasta el Napo. Desde allí, un grupo de unos cincuenta hombres, entre los
cuales se encontraba Gaspar de Carvajal quién contó esta epopeya en un
famoso libro, bajo el mando de Francisco de Orellana, continuaría por el
Amazonas hasta su desembocadura. Es por esta razón que el texto del
Padre que cuenta este fantástico viaje desde Los Andes hacia el este hasta
el océano Atlántico menciona que “Es gloria de Quito el descubrimiento del río
Amazonas”.
Desde el momento en que se dio este descubrimiento geográfico
esencial, la Amazonía ha revelado numerosos secretos insospechados.
Hallazgos, algunos de ellos, que son resultado de recientes investigaciones
arqueológicas o interdisciplinarias y que han cambiado radicalmente la
visión que teníamos del pasado precolombino del bosque tropical más
grande del mundo. Muchas de las innovaciones técnicas primordiales, de
los fenómenos sociales esenciales y de las creaciones artísticas únicas no
provinieron, como se piensa aún con demasiada frecuencia, de Los Andes
ni tampoco de la costa del Pacifico, sino de las tierras tropicales bajas de
la Amazonía. La arqueología ha comprobado recientemente el rol esencial
que esta cumpliera en el pasado en el desarrollo humano de América del
Sur.

14
Figura 4: Primer mapa del
Amazonas, de Quito al Océano
Atlántico y que ha sido durante
largo tiempo atribuido al Jesuita
quiteño Alonso de Rojas. No
tiene fecha segura pero coincide
con la llegada de los portugueses
capitaneados por Pedro de Texei-
ra en 1638. Más recientemente,
varios investigadores concuerdan
en estimar que el mapa fue en
realidad trazado por el Jesuita
Cristóbal de Acuña para el Rey
en 1642, luego de la expedición
por el Amazonas (Mis agrade-
cimientos van para el historiador
Octavio Latorre por sus preci-
siones)

15
Este bosque tiene hoy un papel central en la investigación científica, en la
búsqueda de recursos vitales y en el estudio de futuro de la humanidad.
Conocedores de que el conocimiento del pasado es esencial para construir
el futuro, esperamos que el 3er Encuentro Internacional de Arqueología
Amazónica haya contribuido de manera efectiva a este esfuerzo.

1
Mario Benedetti “Te quiero” 1956.
2
Uno de los ejemplos más estrafalarios de esta sobre explotación es la leyenda que
sostiene que las escamas iridiscentes azul intenso de la mariposa Morpho servían
antes para la tinta de los billetes de Dólar para así evitar la falsificación. Esta
historia, probablemente falsa, habría nacido en Guayana francesa en la época en
que los prisioneros cazaban abundantemente estas mariposas para venderlas a los
coleccionistas. De cualquier manera, es verdad que el año pasado, una empresa
canadiense propuso reproducir la red microscópica de nano huecos de escamas
que provocan la difracción de la luz y refleja ese azul tan particular de la Morpho,
volviendo así infalsificable los billetes de banco.
3
Se debe apuntar que esta reorientación de la arqueología hacia una voluntad
resueltamente interdisciplinaria en los años 90 va acompañada por una cierta
forma de divorcio de la antropología. La culpa fue verdaderamente compartida.
Por una parte, la antropología se orientaba lentamente hacia interrogantes poco
compatibles con las problemáticas arqueológicas. Por otra parte, la arqueología
había tomado muy fácilmente datos etnológicos sin cuestionarlos a fin de utilizarlos
según un comparatismo bruto – en todos los sentidos del término. Felizmente,
llegó el fin de esta separación puesto que, a semejanza de la cooperación con
las ciencias de la naturaleza, perspectivas comunes renacen entre la arqueología
y la etnología. La presencia notable de antropólogos durante el 3er Encuentro
Internacional de Arqueología Amazónica y en este documento, es la prueba
flagrante del resurgimiento de interrogantes compartidas entre las dos disciplinas.
4
Un ejemplo edificante de esta vuelta a evaluar del rol de la Amazonía en el
doblamiento precolombino de América del Sur es el excelente libro de referencia
Handbook of South American Archaeology publicado en 2008 y en el cual olos editores
Helaine Silverman y William H. Isbell escogieron deliberadamente vestigios
de las culturas de las tierras bajas a fin de ilustrar la portada del la obra: una
vasija antropomorfa Zenú de Colombia, una urna funeraria Aristé de Guayana
francesa, un modelado zoomorfo Barrancoide de Venezuela, un adorno labial de
concha Arauquinoide de Suriname y, diluido en transparencia, un textil Inca. Se
puede imaginar fácilmente que apenas diez años antes, la misma portada habría
destacado a las culturas serranas de los Andes con una vista de Machu Picchu o
un pendiente de oro Calima.

16
“Hubo un tiempo en el que los historiadores se concentraban en especia-
lidad, al igual de los filósofos o los sociólogos; lo que hoy se da en llamar
ciencias diagonales, es invasión e interpenetración de disciplinas que buscan
iluminarse recíprocamente, no existían en nuestra realidad intelectual có-
moda y agradablemente compartimentada.”
(Julio Cortázar “Clases de literatura” 2013: 293)

Participante al 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica


(fotografía Heiko Prümers)

17
¿Existen acaso paisajes amazónicos?
Philippe Descola
Collège de France, Paris

A los arqueólogos les gusta mucho la palabra “paisaje”. Aún a aquellos


que se dedican al estudio de la Amazonía y que conjuntamente con los
especialistas de antropología ambiental y de ecología histórica, han puesto
en relieve que la selva amazónica, lejos de ser, como se pensaba antes, un
enorme pedazo de naturaleza virgen, a la cual las poblaciones nativas a duras
penas tuvieron que adaptarse, era en realidad un medio profundamente
transformado durante milenios a través de la manipulación de las plantas
y de la gestión de la fauna. Este cambio de perspectiva, desde una
naturaleza determinista hacia una naturaleza profundamente humanizada,
constituye sin dudas, un considerable progreso en la inteligibilidad de las
interacciones complejas entre humanos y no-humanos en esa parte del
mundo tropical. Sin embargo, cabe preguntarse si la noción de paisaje
describe adecuadamente el proceso de antropización sufrido por los
ecosistemas amazónicos y si no sería preferible restringir el término
‘paisaje’ a ocurrencias de transformación ambiental, que también existen
en la Amazonía indígena, y que tienen como meta hacer representar
globalmente a un sitio una realidad distinta de su función inicial.
A fin de responder a esta interrogante, es necesario volver a aquello que
el término “paisaje” conlleva, descartando así ciertas acepciones a nuestro
parecer poco productivas. Dos de estas en particular, conducen a un
impasse. La primera, a la cual podemos llamar “extensionista” se distingue
de la significación tradicional del paisaje para abordarlo en un sentido más
abarcador y que no tiene ninguna relación con su definición especializada,
la misma que se construyó en Europa a partir del Renacimiento, como
una representación pictórica o literaria de un pedazo de pais. Esta
universalización puede operarse de diversas maneras. La más común en las
ciencias sociales considera al paisaje como resultado del trabajo humano
sobre el entorno, un fenómeno objetivo que puede ser estudiado en todo
lugar, siguiendo la vía abierta por la geografía humana. Este uso, adoptado
por los arqueólogos y los antropólogos, no retiene nada interesante de las
denotaciones iniciales del término, imponiendo además, una concepción
dualista del medio ambiente – un substrato físico socializado por
acciones humanas – que violenta la manera en la cual la mayor parte de
las civilizaciones no modernas aprehenden los lugares que habitan. Otra
forma de universalización de la noción de paisaje es aquella que toma al
término en su acepción más floja, como es la del espacio aprehendido por
un sujeto; y, dado que todo humano tiene una aprehensión subjetiva del

19
espacio, resulta que existen tantos paisajes como individuos, de tal manera
que no podemos decir gran cosa del paisaje en general. Estas maneras de
romper con la acepción del paisaje no son nada productivas, ya sea porque
no respetan la originalidad de la noción, tal cual se desarrolló inicialmente
en Europa, o al contrario, porque no respetan las particularidades de las
sociedades no europeas a las cuales se aplica. La otra acepción del paisaje,
que podemos denominar “intencionista” es más fiel a la concepción
del paisaje inspirada por la historia del arte. Por ende, exige indicios
explícitos de presencia de un esquema paisajístico – palabras, enunciados,
figuraciones, creaciones o acondicionamientos de sitios – arguyendo,
justamente, que no se puede acceder de otra forma a la sensibilidad del
otro. Pero, esta actitud razonable tiene como inconveniente, al proponer
criterios a priori, el de impedir toda investigación sobre el paisaje.
Me parece más interesante privilegiar una tercera vía; la cual se apoya en
la idea de que si se busca explotar el rasgo más interesante de aquello
a lo cual la noción de paisaje hacía referencia en un inicio, es necesario
asociar esta noción, en menor grado a objetos constituidos – cuadros,
jardines, medios acondicionados – sino más bien al proceso mismo, por
medio del cual estos objetos están constituidos en paisajes, proceso que
podemos definir como “transfiguración”. La transfiguración es un cambio
de apariencia deliberado al final del cual un sitio se vuelve un signo de otra
cosa que lo que es, revelando así lo que potencialmente contenía. Este
proceso puede realizarse in situ, cuando se trata del acondicionamiento
de un lugar, o in visu, por medio de la elaboración de un esquema visual
que organiza la figuración concreta y que sirve de filtro a la mirada. En
todos los casos, para que haya paisaje, es necesario que este funcione en su
globalidad, y más allá de sus otros usos posibles – utilitarios, recreativos,
religiosos –, como una representación icónica de una realidad diferente de
aquella de la cual este es la realización material.
¿Cómo identificar huellas de este proceso, allí en donde no existen ni
pintura de paisaje ni jardines de recreo? Para ello, se debe proceder a una
doble ampliación: de la transfiguración in visu, para así incluir otras formas
de representación mimética del mundo además de aquellas reconocibles
en la pintura de paisaje convencional; de la transfiguración in situ, a fin de
incluir formas de creación de ecosistemas que se alejan de los cánones
del arte de los jardines. En este artículo, trataré únicamente sobre este
segundo aspecto. Una pista en particular parece prometedora en lo que
tiene que ver con la ampliación de la transfiguración in situ: el simbolismo
de las huertas. Podemos convenir sin dificultad que los jardines de
recreo constituyen una expresión legítima de transfiguración in situ que
desemboca en formas más o menos extensivas de acondicionamiento del
paisaje, mientras que se tendía a considerar a las huertas de subsistencia
como carentes de cualquier función que no fuera sino la utilitaria. Ahora
bien, dista de ser este el caso y es lo que buscaré mostrar con ejemplos de

20
huertas amazónicas.
Como todas las huertas de policultura tropicales, las huertas amazónicas
combinan dos rasgos característicos que brindan materia fértil a procesos
de transfiguración: por una parte se trata de rozas, es decir que vuelven
ostensible la relación entre la vegetación cultivada y la capa forestal que
ha reemplazado; relación que se presta a juegos de escala y modulaciones
complejas de la relación entre lo espontáneo y lo controlado; por otra
parte, hacen coexistir en una misma parcela un gran número de especies
y variedades, de manera que cada plantón exige un trato individualizado.
Examinemos primero este último. En el caso de la policultura de cultígenos
multiplicados por vía vegetativa, el trabajo de jardinería se muestra como
una empresa de emparejamiento y asociaciones entre individuos vegetales
singularizados cuya combinación debe conformar un colectivo armonioso.
Al contrario de la imagen heroica del cultivador de cereales, el horticultor
es aquí un compositor que junta vegetales buscando su convivencia.
Esta relación personalizada toma particular realce en el hecho de que la
mayoría de las plantas cultivadas en las rozas de policultura son tubérculos
de reproducción vegetativa, es decir clones que se perpetúan gracias a la
operación individual de reproducción de plantas con esquejes realizada por
el hombre. La descendencia de cada plantón en una línea de organismos
genéticamente idénticos se opera entonces por una relación continua con
un humano, quien viene de forma periódica para actualizarla. Examinemos
ahora el primer rasgo de las huertas tropicales, a sabiendas que a primera
vista se presentan como la substitución de una capa vegetal espontánea
por una capa vegetal controlada por los humanos. En realidad, la relación
entre la selva y la huerta es más compleja que lo que, para un observador
no informado, parece reducirse a la conquista de un espacio natural por
la civilización agrícola. Tal oposición entre lo salvaje y lo doméstico no
tiene ningún sentido en la horticultura de roza tropical, por dos razones
complementarias. La primera es que en el curso de los milenios, la selva
ombrófila ecuatorial fue afectada profundamente por la acción de los
humanos, de tal suerte que esta es en parte antropogénica: la horticultura
y la silvicultura se completan, tanto en las técnicas empleadas como en los
resultados obtenidos. La segunda razón tiene que ver con el hecho de que
la huerta reproduce a escala reducida la estructura escalonada de la selva,
una estratificación que disminuye los efectos destructores, en suelos por lo
general mediocres, de la insolación y del lavado. La distinción entre la roza
de policultura y la selva en la cual se ha desbrozado, es entonces “porosa”,
por un lado dado que la selva puede ser vista como una macro-huerta y
por otro, ya que la huerta puede ser vista como una micro-selva.
No deseo entrar aquí en la discusión técnica de estas dos propuestas que ya
han provocado en el transcurso de los últimos años múltiples controversias.
Me contentaré con las dos afirmaciones siguientes. Primero, a propósito
del hecho de que la selva puede ser vista como una macro-huerta: todos

21
los trabajos de etnoecología llevados a cabo en la Amazonía en el curso
de los treinta últimos años, incluidos los míos, pusieron en evidencia
diferentes tipos, a menudo combinados, de manejos intencionales hechos
por Amerindios, de especies silvestres de árboles frutales y palmeras, en las
huertas mismas, en un área periférica a una o dos horas de camino alrededor
de los sitios de hábitat – la cual forma una especie de vergel disperso
en la selva – y en los barbechos y los sitios de hábitat abandonados1.
Esta configuración común a toda la Amazonía indígena y bautizada por
William Denevan y Christine Padoch2 como swidden-fallow agroforestry, es
admitida por la comunidad científica y constituye una alternativa más
verosímil para definir la antropización de las formas vegetales, que la idea a
veces sostenida por ciertos investigadores de bosques antropogénicos, que
habrían sido plantados y gestionados intencionalmente. Por otra parte, en
lo concerniente al hecho de que la huerta es como una imitación de la selva
desde un triple punto de vista – sistémico, estructural y funcional –, una idea
en un inicio defendida por Clifford Geertz3 y que fue igualmente criticada,
podemos decir dos cosas. Primero que es poco probable que los pueblos
cuyas huertas reproducen ciertas características de la selva ombrófila
hayan buscado deliberadamente copiar un ecosistema generalizado del
cual comprendieran los mecanismos y las ventajas, para así trasladarlo a
su sistema hortícola. Al fin de cuentas, el mismo Geertz nunca pretendió
que los horticultores tropicales tuvieran la intención de reproducir en
sus huertas las características ecosistémicas de la selva sobre las cuales
atrajo la atención – la diversidad específica, la estructura estratificada y
el reciclado interno de los nutrimientos. Lo único que podemos decir
luego de él, es que existe una continuidad estructural entre la huerta y la
selva, puesto que tanto la una como la otra funcionan siguiendo principios
ecológicos similares. Continuidad que se explica por el hecho de que, en
el curso del periodo de varios milenios durante el cual los horticultores
domesticaron los principales cultígenos tropicales, paulatinamente
perfeccionaron técnicas de manejo del vegetal que no diferían en nada en
cuanto a su principio de aquellas que se empleaban en el manejo de los
recursos silvestres, especialmente el mantenimiento selectivo de ciertos
plantones cuyo crecimiento bajo capa forestal favorecían. Horticultura de
quema roza y agroforestería son dos aspectos de un mismo proceso de
manejo de las plantas; de ahí que en lugar de preguntarme si la huerta
imita a la selva o no, me parece más interesante examinar las relaciones de
analogía explícitamente formuladas por los Amerindios entre estos dos
ecosistemas. Por falta de tiempo, tomaré pocos ejemplos, empezando por
los Achuar de la Amazonía ecuatoriana.
En el caso de los Achuar, sin duda alguna se percibe y trata a la selva como
a una gran huerta y las huertas son plantadas de tal manera que parezcan,
en su disposición, composición y estructura, a selvas en miniatura.
Examinemos estos dos puntos.

22
La selva como macro-huerta
Si para los Achuar la selva toma la apariencia de una gran plantación, no
se debe al hecho de que ellos mismos la cultiven como huerta, sino porque
saben bien que sus actividades propiamente hortícolas – sobre todo el
trasplante en sus huertas de unas cuarenta especies silvestres – tienen un
efecto a largo plazo en la fitosociología de la selva en las zonas regularmente
rozadas. Los Achuar practican una horticultura pionera, es decir que no
abren nuevas rozas en barbechos recientes, pero más bien en los bosques
antiguos de rebrote que pudieron haber sido explotados hace tres o cuatro
generaciones y que reconocen precisamente por la abundancia de especies
silvestres útiles. En vista de la baja densidad humana y del hábitat muy
disperso, el dominio de esta antropización de la selva permanece limitado,
aunque bastante suficiente como para ser percibido por una población
atenta a los caracteres distintivos de la selva que explota, tanto para la
alimentación (unas cincuenta especies) como para otros usos (farmacopea,
herramientas y armas, leña, madera para ser trabajada, etc.) y en donde se
conserva durante algunas décadas la memoria de los lugares de hábitat
abandonados. En un radio de una decena de kilómetros desde la casa, la
selva es así comparable a un gran vergel que mujeres y niños visitan de
tiempo en tiempo para allí hacer paseos de recolección, recoger larvas
de palmera o pescar con (barbasco) en los riachuelos y pequeños lagos.
Se trata entonces de un una areaárea conocida íntimamente, en la cual
cada árbol y palmera que da frutos es periódicamente visitado en estación;
durante este período, no existe casa achuar en la que no se coma a diario
frutos silvestres. En la medida en que esta antropización, aunque visible,
no sea producto de una acción planificada, es en cierto modo reconocida
solo en segundo grado por los Achuar: la selva fue de hecho sembrada
de manera intencional, pero por un espíritu que responde al nombre de
Shakaim y cuya función principal es aquella de guiar a los hombres en sus
actividades de roza. Se representa a Shakaim como el esposo o hermano
de Nunkui, espíritu femenino que vela las huertas; mientras que Nunkui
rige las plantas cultivadas, Shakaim es el jardinero de las plantas silvestres.
En su calidad de tutor de los vegetales de la selva, Shakaim visita a los
hombres durante sus sueños y les indica los mejores lugares para abrir
nuevas huertas puesto que es él, quien conoce mejor cuáles son las tierras
fértiles, en dónde las plantas que cuida brotan con exuberancia.

La huerta como micro-selva


Al estar sembrada y cuidada por un espíritu, la selva al igual que sus huertas,
no es tampoco un espacio salvaje para los Achuar. Es por esto que no les
resulta nada difícil mirar esta continuidad ya sea desde uno u otro extremo
y considerar igualmente a sus huertas como bosques en miniatura, es decir,
como plantaciones análogas a aquellas de Shakaim, pero cuyo cuidado
y responsabilidad les corresponde. El parecido es patente: tanto desde

23
el punto de vista de la diversidad y de la mezcla de las especies (unos
sesenta cultígenos repartidos en aproximadamente 130 variedades) como
de la estructura escalonada de la vegetación, las analogías entre los dos
ecosistemas son claras, puesto que plantas de origen silvestre se hallan
en las huertas y que plantas, en otro tiempo aclimatadas en las huertas,
subsisten en la selva en antiguos barbechos. Sería entonces absurdo hacer
del contraste entre huerta y selva como una oposición entre doméstico y
salvaje; cuando los Achuar abren una roza, reemplazan plantaciones de
un espíritu que imita una huerta por plantaciones humanas que imitan a
la selva. Por lo demás, tanto el placer manifiesto que sienten los Achuar
al multiplicar en sus huertas el número de cultígenos y cultivares como el
deseo de tener en ellos la mayor cantidad posible de especies silvestres es
en menor grado el resultado de un imperativo práctico que aquel de un
gusto pronunciado por la diversidad vegetal, el mismo que es comparable
con una especie de satisfacción estética de la colección de plantas, una
disposición común a los jardineros de otras partes del mundo. Resumiendo,
la diversidad vegetal de las huertas achuar, sin duda una de las más altas
en la cuenca amazónica, no es estrictamente funcional y podemos creer
que tiene que ver con el simple deseo de emular a otra escala la diversidad
florística de la selva.

La huerta evanescente
Los Achuar ven a las plantas cultivadas como personas dotadas de una
interioridad a las cuales se pueden dirigir conminaciones y con las cuales
se pueden comunicar durante los sueños; personas que viven en familia,
cooperan y entran en conflicto, de tal manera que la huerta constituye una
microsociedad vegetal en el sentido literal, un colectivo de gente frondosa
con el cual los humanos deben convivir en buenos terminostérminos. Las
plantas de la huerta están bajo la jurisdicción de un espíritu femenino,
Nunkui, que las creó en el pasado, y es solo con su acuerdo, que los
humanos pueden ocuparse de ellas y siempre de manera temporal.
En efecto, un mito de origen cuenta que al término de una primera
creación de las plantas cultivadas, el espíritu Nunkui, descontenta por el
comportamiento de los humanos, las hizo desaparecer. Les modalidades
de esta desaparición de las plantas divergen según las variantes de este mito
en los distinctosdistintos grupos jivaro. En una variante shuar recogida
por Michael Harner, las plantas cultivadas son tragadas por la tierra, al
mismo tiempo que los senderos abiertos en la selva4. En otras variantes
shuar y aguaruna, las plantas cultivadas se transforman en plantas salvajes;
una variante aguaruna recogida por Brent Berlin es notable desde este
punto de vista, pues enumera precisamente las contrapartes silvestres de
los veintidós cultígenos mencionados5. En las variantes achuar del mito,
no hay desaparición sino disminución gradual del tamaño de las plantas
cultivadas. Sin embargo, ya sea su destino el de desaparecer completamente,

24
de metamorfosearse en plantas silvestres o volverse minúsculas, las plantas
cultivadas por los pueblos jivaros, están siempre bajo la amenaza de la
maldición de Nunkui. En efecto, el modo de reaparición de las plantas,
luego de la catástrofe inicial, es poco explícito. En las glosas achuar, se hace
referencia de forma alusiva a la compasión de Nunkui, quien se decide a
devolver a los humanos algunos granos y esquejes a fin de que puedan
volver a sembrar nuevas huertas. Pero este acto de bondad se combina
con un corolario: en adelante, habrá que trabajar duro para mantener esta
herencia vegetal transmitida de generación en generación. Confirmado por
la mitología, el desvanecimiento de las plantas cultivadas es un escenario
que puede volver a repetirse en el presente. La experiencia de la huerta
abandonada le da un fundamento empírico que refuerza las enseñanzas
del mito. En efecto, los principales cultígenos desaparecen rápidamente
en el barbecho, tomados por la vegetación que rebrota y por las especies
silvestres trasplantadas, fenómeno bien conocido por los Achuar, que
regresan regularmente en los barbechos recientes para recoger frutos. La
desaparición de las plantas cultivadas por los humanos y su reemplazo por
las plantas cultivadas por Shakaim, son para ellos, experiencias comunes
que vienen a confirmar la posibilidad de la catástrofe inaugural relatada en
el mito de Nunkui.
¿Cuáles son las consecuencias de esta génesis mítica desde el punto de vista
de la huerta como paisaje? Es lícito, en efecto, ver la huerta achuar bajo
este aspecto puesto que figura en miniatura una selva análoga de aquella
que la rodea, y en este sentido, es verdaderamente una transfiguración in
situ, no tanto de un pedazo de país sino de un tipo de ecosistema. Pero
es un paisaje de un género particular puesto que los componentes de esta
selva en miniatura – las plantas cuyo uso Nunkui concedió a los humanos
– se encuentran bajo la amenaza constante de volverse silvestres, como
en la variante aguaruna del mito, transformándose, a contracorriente del
proceso inicial de transfiguración, en un doble silvestre. El paisaje está
entonces aquí expuesto a desaparecer en todo momento, es decir a volverse
nuevamente el referente del cual él es el signo icónico; así, está siempre a
punto de perder, con su función de signo, su carácter de paisaje al fundirse
con aquello que debe figurar. Lejos de manifestarse como una oposición
entre naturaleza y cultura, la relación de la huerta con la selva se presenta
como una relación amenazada de confundirse entre una representación y
aquello que representa; ciertamente, una relación de transfiguración in situ,
pero siempre reversible. En este sentido, podemos hablar de un paisaje
metamórfico, lo que corresponde bien al estatuto de la representación en
una ontología anímica como es la de los Achuar. Lo característico de una
ontología anímica, es en efecto, que permite la metamorfosis, es decir el
vuelco entre el punto de vista de la subjetividad interna y el punto de
vista de la forma corporal. La huerta, espacio cultivado por los humanos
gracias a las plantas del espíritu Nunkui, es una imagen de la selva, espacio

25
cultivado por el espíritu Shakaim, el mismo que ve la huerta de los humanos
como una selva que invade sus plantaciones. La metamorfosis es entonces
aquí, un juego de perspectivas: la huerta que vuelve a ser selva para los
Achuar, es una selva que vuelve a ser huerta para los espíritus.
Pero hay más aún. En principio, la huerta es un espacio de consanguinidad,
y esto por tres razones. Primero, porque que se halla en el centro del espacio
doméstico de cada casa en donde, por el hecho de ciertas propiedades del
sistema de parentesco dravidiano propio de la Amazonía, las relaciones
de afinidad son borradas a favor de las relaciones de consanguinidad: la
casa y la huerta son lugares idealmente consanguíneos. Luego, porque la
huerta es un espacio femenino y que la manipulación de la terminología
de parentesco y del sistema de las actitudes desemboca en una asociación
entre las mujeres y la sociabilidad consanguínea. Finalmente, porque las
plantas cultivadas por las mujeres son vistas como sus hijos y que los
Achuar consideran la maternidad como la relación de consanguinidad por
excelencia. Y sin embargo, la planta-hijo más común en una huerta, la
yuca, es también la más peligrosa, pues tiene la fama de chupar la sangre
de los humanos. Ahora, la yuca manifiesta así una actitud predatoria
que es característica, no de la esfera de la consanguinidad propia de las
mujeres, sino más bien de las relaciones de afinidad ideal que los hombres
mantienen en la selva con otros hombres, por razones de guerra, y con
animales, por razones de caza. Por lo demás, al chupar la sangre de los
niños humanos, los plantones de yuca no hacen sino vengarse del trato
que sus madres les dan, puesto que son ellas las que alimentan a sus hijos
humanos con el cocido de mandioca. Este devorarse entre ellos de niños
humanos y vegetales hace que la consanguinidad de la huerta sea en realidad
una paradoja. Es esta paradoja la que expresa la huerta como paisaje, es
decir el hecho de que la imagen en miniatura de la selva que propone esté
bajo la permanente amenaza de desaparecer y entonces de confundirse
con aquello que supone figurar. Dado que, en su calidad de signo, la
huerta es en verdad un objeto material cuya creación y perpetuidad se
rigen por el cuidado de las mujeres, es decir que atañe a la consanguinidad
doméstica, pero está tambientambién, por medio de la mandioca caníbal
omnipresente, contaminada por los valores de afinidad predatoria que
rigen en el espacio forestal que representa: la huerta es entonces a la vez
una representación plenamente icónica de un lugar, la selva, y bajo ciertos
aspectos al menos, una actualización real de este lugar.
Examinemos ahora más brevemente, el simbolismo de las huertas en
las sociedades del noroeste amazónico, más precisamente el caso de los
Yukuna, los Makuna y los Miraña6. Como en el caso de los Achuar, las
plantas cultivadas fueron creadas por héroes míticos y desaparecieron una
primera vez antes de estar disponibles nuevamente y de existir en calidad
de personas, definidas como consanguíneas de las mujeres que de ellas
se ocupan. Para los Yukuna y los Makuna, la génesis mítica de las plantas

26
cultivadas provee el modelo de su disposición en la huerta, la misma que
reproduce además la disposición de lugares en la maloca. Esta se halla
organizada siguiendo una serie de contrastes entre masculino y femenino
(según el eje este-oeste), afines y consanguíneos y mayores y menores (según
diversos grados del eje norte-sur), ceremonial y doméstico (oposición
entre centro y periferia). La huerta está estructurada a partir de las mismas
categorías: una parte anterior masculina y una parte posterior femenina,
un centro ritualizado y una periferia profana. Además, hay mitos que
asocian la coca a un hueso, elemento masculino, de manera que se puede
ver a la huerta como un cuerpo humano o animal: al centro los plantones
de coca forman el esqueleto, rodeado por matorrales de mandioca que
simbolizan la carne y la sangre. De tal modo que, en su composición actual,
las huertas yukuna y makuna reflejan a la vez las operaciones míticas que
las constituyeron y la organización de las relaciones sociales en la maloca.
También en el caso de los Miraña, la coca está sembrada al centro de la
huerta en filas paralelas, equiparadas a la columna vertebral de la huerta,
lo que confirma el simbolismo del esqueleto asociado a la coca. Los
Miraña dicen, además, que cada planta cultivada está flanqueada por uno
o varios maestros que velan por ella, en su mayoría espíritus ‘castigadores’
– generalmente insectos que pican o dan urticaria – que castigan a los
humanos enviándoles enfermedades si se comportan mal en las huertas.
En la medida que la huerta miraña es una vasta metamorfosis del cuerpo del
demiurgo, comprendemos que este último busque vengarse si se maltrata
a las plantas que de él provienen, confiando esta misión a los espíritus
maestros de cada especie: el paralelismo es patente entre la huerta vista por
los humanos como el cuerpo del héroe creador y el cuerpo humano visto
por el héroe creador como una especie de huerta en la cual puede soltar
a sus insectos devastadores. Finalmente, para los Miraña como para los
Yukuna y los Makuna, es imperativo negociar con los espíritus de la selva
el permiso para abrir una roza, tarea que corresponde al shamán del grupo
local; dado que todos los elementos del mundo, todos los seres, todos los
sitios, tienen un maestro con el que se debe contar al emprender actividad
alguna. Abrir un claro para una huerta es invadir el dominio de los espíritus
que controlan la flora silvestre, empresa llena de riesgo y que, por ende,
no puede hacerse sino con su consentimiento. En cuanto a los Miraña, el
paralelo con los Achuar es todavía más patente; como lo escribe Dimitri
Karadimas “la selva no es en realidad sino una ‘plantación’ bajo la responsabilidad de
un maestro”7. De hecho, la selva alejada de la maloca es un espacio peligroso,
bajo la jurisdicción de espíritus predatorios que protegen a los animales y
a los árboles de los cuales se alimentan y que cazan los humanos; puede
ser tomada como la huerta de los animales y algunas especies cultivadas
son por otra parte consideradas como variantes humanizadas de plantas
silvestres provenientes de la huerta de los animales. Resumiendo, cuando
los Miraña abren una roza en la selva profunda, destruyen una parte de

27
la huerta de los animales y para apaciguar su furia se ofrece coca a sus
maestros.
En conclusión, vemos que en estas cuatros sociedades amazónicas,
la huerta es siempre una transfiguración: de la selva, del cuerpo de un
demiurgo o de una casa microcosmo concebida como un organismo. En
todos los casos, la relación entre la huerta y la selva, o entre las plantas
cultivadas y las silvestres, no se expresa bajo forma de una oposición entre
la naturaleza y la cultura, o entre lo doméstico y lo salvaje, pero bajo las
formas de una serie compleja de metamorfosis en las cuales se transforman
personas en plantas, cuerpos divinos se transforman en huertas, cuerpos
humanos son tratados como plantas, animales se revelan ser vegetales;
en fin, un movimiento de vaivén permanente entre macrocosmos y
microcosmos, entre tipos de ecosistema y entre categorías ontológicas,
movimiento que ofrece un vistazo de la riqueza del pensamiento que las
poblaciones amazónicas desarrollaron a propósito de los intercambios
entre comunidades bióticas.

Cuadro n° 1: Transfiguraciones de jardines amazónicos

¿Podemos hablar aquí de paisaje? Si entendemos por ello la transfiguración


de un sitio acondicionado de tal manera que constituya un signo icónico
de una realidad distinta de su función ostensible, entonces, no cabe
duda que las huertas de estas cuatro poblaciones son paisajes. La idea

28
de transfiguración está manifiesta en todos los casos. En el caso de los
Achuar como en el de los Miraña, constatamos además una atenuación de
la distancia entre el signo y el referente que hace de la huerta un paisaje
ambiguo. En lo correspondiente a los Achuar, la plantación de un espíritu
que imite una huerta es reemplazada por plantaciones humanas que imitan
a la selva, pero estas plantaciones se hallan bajo la amenaza constante
de una desaparición si las cultivadoras disgustan al espíritu de la huerta,
desaparición que llegará a producirse de todas formas cuando la huerta
será abandonada y la distinción entre la imagen y lo que esta representa
hayan desaparecido; la huerta habrá entonces perdido su función de paisaje
puesto que habrá vuelto a ser una verdadera selva. En el caso miraña,
las plantaciones de espíritus que imitan a una huerta están reemplazadas
por plantaciones humanas que provienen del cuerpo de otro espíritu,
pero aquellos que las siembran están bajo la amenaza constante de ver su
cuerpo tratado como una huerta por los delegados de este espíritu, es decir
desmembrado y cortado por las enfermedades a semejanza del cuerpo del
demiurgo. Aquí también, la ambigüedad domina: la transfiguración inicial
se paga con el riesgo de ver a los humanos transfigurarse ellos mismos en
contra de su voluntad, llegando así al hecho de que sean los productores
de signos los que se vuelvan signos de aquello que habían representado al
edificar sus huertas.
No cabe duda para mí de que esas formas sutiles de paisaje que las
poblaciones nativas de la Amazonía han sabido crear con sus huertas
resultan más interesantes que lo que nosotros, antropólogos y arqueólogos,
llamamos “paisajes” en el sentido general de un ecosistema antropizado.
Y como el tipo de transfiguración in situ que esas huertas realizan también
es común en otras partes del mundo tropical en donde no existe ninguna
tradición de representación pictórica de paisajes8, el campo de investigación
comparativa que esa perspectiva abre es inmenso.

Traducción de Belém Muriel

Bibliografía

Berlin, Brent, 1977. Bases empíricas de la cosmologia aguaruna jibaro, Amazonas,


Peru, Berkeley, University of California, Studies in Aguaruna Jivaro
Ethnobiology, Report n°3.
Geertz, Clifford, 1963. Agricultural Involution: The Process of Ecological Change
in Indonesia, Berkeley & Los Angeles, University of California Press.

1
Cf., entre los trabajos pioneros en la Amazonía: Balée, William. 1989. “The
Culture of Amazonian Forests”, Darrell A. Posey & Balée William (bajo la
dirección de), Resource Management in Amazonia: Indigenous and Folk Strategies. Bronx,

29
New-York, The New York Botanical Garden: 1-21; Descola, Philippe, 1986. La
nature domestique. Symbolisme et praxis dans l’écologie des Achuar, Paris, Editions de la
Maison des Sciences de l’Homme; Frickel, Protásio. 1978. “Areas de arboricultura
pré-agrícola na Amazônia: Notas preliminares”, Revista Antropológica 31(1): 45-52;
Harris, David. 1971. “The ecology of swidden cultivation in the Upper Orinoco
rainforest, Venezuela”, The Geographical Review vol. 61, n° 4: 475-495; Hödl, Walter,
& Jürg Gasché. 1981. “Die Secoya Indianer und deren Landbaumethoden (Rio
Yubineto, Peru)”, Sitzungsberichte der Gesellschaft Naturforschender Freunde zu Berlin
20-21: 73-96.
2
Denevan, William M., & Christine Padoch, eds. 1987. Swiden-Fallow Agroforestry in
the Peruvian Amazon. Bronx, New York, New York Botanical Garden.
3
Clifford Geertz. 1963. Agricultural Involution: The Process of Ecological Change in
Indonesia, Berkeley & Los Angeles, University of California Press.
4
Michael Harner., 1972. The Jivaro: People of the Sacred Waterfalls, University of
California Press, 1972: 72-75.
5
Brent Berlin. 1977. Bases empíricas de la cosmologia aguaruna jibaro, Amazonas, Peru,
Berkeley, University of California, Studies in Aguaruna Jivaro Ethnobiology,
Report n°3.
6
Para los Yukuna, ver van der Hammen, Maria Clara. 1992. El manejo del
mundo. Naturaleza y sociedad entre los Yukuna de la Amazonía colombiana. Bogotá,
TROPENBOS, Estudios en la Amazonía Colombiana; para los Makuna, ver
Cayón, Luis 2002. En las aguas de Yuruparí. Cosmología y chamanismo Makuna. Bogotá,
Ediciones Uniandes; para los Miraña, ver Karadimas, Dimitri. 2005. La raison du
corps. Idéologie du corps et représentations de l’environnement chez les Miraña d’Amazonoie
colombienne. Louvain-Paris, Editions Peeters, Langues et sociétés d’Amérique
traditionnelle.
7
Op. cit., p. 341.
8
Solo para la Melanesia, los estudios son numerosos; véase, por ejemplo,
Bonnemaison, Joël. Les fondements géographiques d’une identité. L’archipel du Vanuatu.
Essai de géographie culturelle. Livre I. Gens de pirogue et gens de la terre, 1996, y Livre
II. Les gens des lieux. Histoire et géosymboles d’une société enracinée: Tanna, 1997, Paris,
Editions de l’ORSTOM; Malinowski, Bronislaw. 1965 (1935). Coral Gardens and
their Magic. Bloomington, University of Indiana Press (1° édition: 1935); Panoff,
Françoise. 1969. “Some Facts of Maenge Horticulture”, Oceania XL (1): 20-
31; Panoff, Michel. 1977. “Energie et vertu: le travail et ses représentations en
Nouvelle-Bretagne”, L’Homme 17 (23): 7-21.

30
A rainforest cornucopia: the cultural
importance of native fruits in Amazonia
Nigel Smith
Department of Geography, University of Florida, Gainesville

When people first stepped into Amazonia at least 20,000 years ago they
found a cornucopia of fruits upon which to feast. The Amazon Basin
embraces perhaps the greatest diversity of plants with edible fruits in the
world, especially in the western part of the region. In the Pacaya-Samiria
wetlands of the Peruvian Amazon alone over 100 wild fruits species are
gathered by river dwellers (Smith et al. 2007). For the basin as a whole,
perhaps as many as a thousand fruits are gathered in the wild, including
forests, second growth, and savannas.
A long association between people and plants bearing tasty fruits and nuts
has led to a mosaic of anthropogenic forests. When hunters and gatherers
roamed the region for thousands of years before fields were cleared for
crops they deliberately or inadvertently enriched trails and campsites by
tossing seeds on the ground. When people started cutting and burning
forest to plant early food crops, such as manioc (Manihot esculenta), sweet
potato (Ipomoea batatas) and cocoyam (Xanthosoma sagittifolium), some useful
fruit trees were spared, especially palms (Smith et al., 2010). Furthermore,
farmers recognized spontaneous seedlings of fruit trees and these were
also spared and even encouraged by weeding around them. This process
continues today all over the basin, and after the main crops are harvested,
people still return to the second growth patches to harvest fruits.
The line between wild and domesticated or managed plants in Amazonia
is thus often blurred. After a century ago, the Swiss botanist Jacques
Huber, who spent much of his career based out of the Museu Goeldi in
Belém, Pará, Brazil, noted that it can be hard to designate a fruit tree as
truly wild since so many are at various points along a continuum from wild
to domesticated (Huber, 1904).
Plant explorers and botanists in other parts of the Neotropics have long
recognized the anthropogenic nature of forests. Over a century ago,
Orator Fuller Cook, a botanist at the U.S. Department of Agriculture
(USDA), suggested that the forests of Central America were not pristine
(Cook, 1909). Rather they exhibited signs of being in various stages of
regeneration following human disturbance. Wilson Popenoe (1920), a
plant explorer who also worked for the USDA in the 1920s noted that
some of the cultivated fruits had slipped in and out of domestication.
Interestingly, one of the most prominent social anthropologists of the
20th century, Claude Lévi-Strauss, picked up on the cultural dimensions

31
of so many Amazonian fruits because he liked to be in the field and was
attuned to natural history even as he delved into theoretical constructs of
human behavior: “It is not always easy to distinguish between wild and cultivated
plants in South America, for there are many intermediate stages between the utilization
of plants in their wild state and their true cultivation.” (Lévi-Strauss, 1952).
Some archaeologists have also suspected that the forests in many parts of
tropical South America have been shaped by human hands. In the Sierra
Nevada de Santa Marta in northern Colombia, for example, the woods
cloaking some of the slopes and ridges of that mountainous region have
been characterized as an “archaeological forest” (Oyuela-Caycedo, 2010).
Another archaeologist, Michael Heckenberger, who has helped elucidate
the prehistory of the Upper Xingu, captures the notion of anthropogenic
forests succinctly: “The Xinguano landscape is a fully “saturated”
anthropogenic landscape, with virtually no place that is not touched and
molded by human hands” (Heckenberger, 2005: 251). A growing number
of scholars familiar with the historical ecology of Amazonia consider
most if not all landscapes in Amazonia as domesticated (Clement and
Junqueira, 2010; Erickson, 2006).

Plant domestication

A number of different frameworks for analyzing plant domestication have


been proposed with varying degrees of complexity (Bye, 1993; Clement,
1999; Clement et al. 2010; Pickersgill, 1969; Rindos, 1984; Ucko and
Dimbleby, 1969). Some classifications only consider a crop domesticated
when deliberate breeding has occurred, that is altering the genotype as
well as the phenotype, whereas others consider a plant domesticated if
it is simply cultivated. Furthermore, plant domestication is often seen as
a linear progression from a wild plant to a fully domesticated crop with
various stages in between. For the purposes of the present discussion,
a relatively simple framework is adopted: wild, incipient domestication,
incidentally co-evolved, and planted.
Incipient domestication involves minor tending to plants that arise
spontaneously as a result of human activity, especially seedlings in
agricultural fields. Many cultivated fruits, such as several species of Inga,
undoubtedly started out as weeds in fields planted to manioc and other
crops. It is important to note, however, that when a plant is classified as
incipiently domesticated it does not mean that it will inevitably achieve
the status of a crop with selection of varieties over time. In many cases,
fruit and nut plants are “arrested” in the incipient domestication phase
and do not progress along a path to full domestication. Incidentally co-
evolved plants encompass species that exploit areas disturbed by humans,
especially slashing and burning forests to create room for crop production.
Carl Sauer (1952) was one of the first scholars to suggest that crop

32
domestication occurred in the tropics earlier than in temperate regions.
Fruit trees in the Amazon have been camp followers or deliberately
planted for tens of thousands of years.

Motives for plant domestication

For a long time, people have assumed that the main motive for plant
domestication was for food production. More recently, however, this
notion has been challenged, especially with respect to domestication of
cereals in the Levant, which were more likely cultivated in early times to
make beer rather than bread. And the same may apply to at least some of
the fruits in Amazonia. Several species with sweet, juicy mesocarps may
have been gathered to produce fermented beverages rather than to eat the
pulp. Fruit “wines” in Amazonia did not have to wait for the advent of
pottery making some 8,000 years or so ago; containers for fermenting pulp
mixed with water can be fashioned from wood, including bowls fashioned
from the calabash tree (Crescentia spp.) and the bottle gourd (Lagenaria
siceraria). Bowl-shaped depressions carved out of rock, usually thought to
have formed when indigenous people polished stone axes, might also have
been used to ferment beverages.
A desire to alleviate one’s mood is universal, and fermented fruit juices
were an early part of the diet in Amazonia as well. The fact that few
Amazonian fruits today are fermented to make alcoholic beverages does
not mean that such activity was uncommon in the past. With the advent of
abundant and cheap supplies of sugarcane alcohol (aguardiente, cachaça)
in the early colonial period, the convenience of potency of raw rum soon
took hold. Today, many rural and urban folk take the potent distilled drink
straight, or mix it with fruit juices; it is more convenient than brewing local
fruit “wines”.

Fruit trees that have slipped in and out of domestication

Some fruit trees are repeatedly recruited from the wild, planted in home
gardens or fields, and when the inhabitants move on, the forest returns
and engulfs the cultivated perennials. In some cases, larger forms have
been selected and maintained for a while, and when they are absorbed by
the regrowth forest, a cline from small to medium or even large fruited
forms are then found in the “wild”. Regrowth forests around former
human settlements are thus often orchards.
Over a century ago, the German ethnographer Theodor Koch-Grünberg
sensed this reshaping of the vegetation while conducting field work
among indigenous groups in the Upper Rio Negro region of the Brazilian
Amazon: “Los lugares cultivadas por el hombre presentan una vegetación muy
diferente a la del resto de la región y se distinguen claramente entre la tupida selva,

33
aun después de transcurrido mucho tiempo. La frecuencia con que se encuentran estos
rastros de poblaciones abandonadas le dan al explorador la sensación fugaz de que en
otra época la población haber sido mucho más numerosa” (Koch-Grünberg, 1952:
211).

Figure 1. Macambo (Theobroma bicolor) in a street market.


Puerto Nanay, Iquitos, Loreto, Peru, 4-13-06

One such tree that has ebbed and flowed between the wild and garden
sites is macambo (Theobroma bicolor, Malvaceae). A large-fruited relative of
cacao with corrugated pods, macambo is native to the western Amazon
in Peru and Ecuador (Ducke, 1946). It has long been cultivated in the
Colombian Amazon but is not considered native there (Baker et al. 1953).
Yellow when ripe, the pod is cracked open to access the sweet pulp which
is eaten as a snack.
In the Peruvian Amazon, however, the seeds are the primary reason that
some rural families plant the medium sized tree in their backyards (huertas)
and fields (chacras). The seeds are toasted and eaten, and are often found
for sale in street markets such as Iquitos and Nauta. “Wild” macambo
fruits tend to be relatively small like an orange, but selected forms can
reach the dimensions and shape of a rugby ball.
In the Reserva Nacional Pacaya-Samiria at the confluence of the Ucayali
and Marañón Rivers, river dwellers refer to the “wild” form as macambo
menudo, whereas medium-sized fruits are referred to as macambo mediano
and large ones as macambo grande. Macambo mediano forms are gathered in
the forest, and locals recognize that they are descended from cultivated
stock.

34
Figure 2. River dweller snacking on Figure 3. Young boy eating roasted seeds of
macambo pulp. Manco Capac, Rio Theobroma bicolor in his village. Mishana,
Puinahua (a branch of the Ucayali), Rio Nanay, Loreto, Peru, 1-8-06
Reserva Nacional Pacaya-Samiria,
Loreto, Peru, 4-14-06

Figure 4. Macambo menudo (Theobroma bicolor) fruit gathered in a home garden. The tree
grew from a seed from macambo gathered in the wild, hence its rather diminutive size.
Yarina, Yanayacu River, Reserva Nacional Pacaya-Samiria, Loreto, Peru, 7-24-10

35
In Napo Province in the Ecuadorian Amazon, where Theobroma bicolor
is known as patasi, the Runa consider the tree an indicator of former
human occupation when they encounter it in the forest (Irvine, 1989). It
is likely that T. bicolor has been brought into domestication multiple times
in various parts of western Amazonia. Along the middle Caquetá in the
Colombian Amazon, for example, pollen of the fruit tree has been found
in archaeological sites (Herrera et al. 1992).
In precontact times, cultivated forms of T. bicolor were introduced to
western portions of the Brazilian Amazon, where it is known variously
as cacao do Perú (Acre), cacaurana (Tefé River), and cacau banana, cacau melão,
cacau de índio, or cacau bafu (Lago Amanã, lower Japurá). Indigenous people
along the Purus plant T. bicolor as do the Ticuna along the Solimões (Huber,
1906). T. bicolor is cultivated today in backyards in the vicinity of Tefé and
by the Tuyuka along the Upper Tiquié, both in Amazonas, Brazil, but it
is not found in mature forest. It is also cultivated in Pará, such as in the
Bragantina zone near Belém, but it is not common in eastern Amazonia
(Huber, 1904). In the Brazilian Amazon, the seeds are apparently not used;
just the pulp is eaten. The pods are cut down the middle, however, and
used as bowls after drying in some areas.

Figure 5. Pod of Theobroma bicolor cut in Figure 6. Gathering fruits of


half for use as a bowl. Lago do Jacu, near sachamangua (Grias neuberthii) in a home
Bella Vista do Sapá, Tefé River, Amazonas, garden. Buenos Aires, Rio Pucate, Reserva
Brazil, 9-9-12 Nacional Pacaya-Samiria, Loreto, Peru,
1-14-06

36
Sachamangua (Grias neuberthii, Lecythidaceae) is another fruit tree of western
Amazonia that has slipped in and out of domestication on numerous
occasions. A member of the Brazil nut family, the fruits are radically
different from those of the better known Brazil nut (Bertholletia excelsa). In
the Peruvian Amazon, Grias neuberthii is known as the “wild mango” and
its range extends into lowland Ecuador and Colombia (Prance and Mori,
1979: 205). An understory tree in floodplain forest, the tree is cauliflorous;
its fruits hang from the trunk and can be easily picked. The skin is peeled
and the crunchy orange-yellow pulp that surrounds the large, single seed
is eaten raw. The Siona and Secoya of the Ecuadorian Amazon roast the
fruits (Vickers, 1994; Vickers and Plowman, 1984).
An apt name for this fruit in English would be the Amazon tree carrot
on account of the color and texture of the mesocarp. The pulp is rich
in vitamin A and has a nutty flavor, similar to almonds. The fruits are
gathered in the wild and as well as in home gardens (huertas) and fields
(chacras). Densities of sachamangua trees in forests in the Peruvian Amazon
reach as high as 2,000 individuals/ha (Peters, 1990). It is possible that some
of these anomalous concentrations are vestiges of previous plantings.
Fruits of the wild forms do not differ significantly from those obtained
from planted trees, suggesting there has been little selection for larger
forms or for varieties with a greater proportion of pulp. The Amazon
tree carrot, then, is an example of a fruit that can be classified as having
undergone “incipient domestication” without necessarily implying that it
will progress to a full-blown crop with selection of varieties.

Figure 7. Villager eating a Figure 8. Peeled sachamangua (Theobroma bicolor)


sachamangua (Grias neuberthii) fruit in a market. Requena, Rio Ucayali, Loreto, Peru,
fruit. San Carlos, Rio Puina- 4-13-06
hua, Reserva Nacional Pacaya-
Samiria, Loreto, Peru, 4-17-06

37
Sachamangua fruits are rich in Omega 3 oils, which help reduce levels
of ‘‘bad’’ cholesterol circulating in the blood (Alva et al., 2002). Fruits
appear in regional markets, such as those at Requena along the Ucayali
and Iquitos on the Amazon, and because the fruits are firm and travel well
they may eventually find markets in cities outside of the Amazon, such as
Lima, Quito, or Bogotá. A recipe for Crocantes de Sachamangua is featured
in a cookbook of one of Peru’s leading chefs (Gutsche, 2008), possibly
a harbinger of wider acceptance of this “exotic” fruit in extra-regional
markets.
Pepino da mata (Ambelania acida, Apocynaceae) is another understory tree
with fruits that are gathered in the wild as well as from trees planted in
home gardens. “Cucumber of the forest” grows in mature and secondary
forests throughout upland parts of the Amazon and Guianas (Cavalcante,
2010:207). The small tree also thrives in rocky savannas in the Guianas
(Roosmalen, 1985:22).

Figure 10. Pepino do mato (Ambelania acida) in fruit Figure 9. Pepino do mato
in a home garden. The house site has been abandoned (Ambelania acida) fruit cut in
for a year, and the trees that have been planted or have half showing the two parallel
arisen spontaneously form discarded seed, will soon be chambers containing the seeds.
engulfed by secondary forest. Near Seringalzinho, Rio Latex, a characteristic of the
Jaú, Amazonas, Brazil, 10-3-12 Apocynaceae, is exuding from
the skin. Sitio do Baiano,
Igarapé do Santarém, affluent
of Rio Limão, lower Maués,
Amazonas, Brazil, 7-9-02

As in the case of macambo (Theobroma bicolor), pepino da mata displays fruits


that vary in size. Fruits of yellow pepino do mato vary from relatively small
forms under 8 cm long found in forest, such as in the vicinity of Tefé, to
medium-sized fruits some 12 cm long encountered in a home garden along

38
the Jaú River, an affluent of the Rio Negro, to 15-20 cm long fruits in a
home garden near Maués, Amazonas. Evidently, then, some selection has
occurred for larger fruits, and these genotypes are periodically re-absorbed
into the forest. The trees are widely scattered and nowhere common, so
the cylindrical fruits are usually consumed locally. Occasionally, a few
fruits make their way to street markets, such as in Rio Preto da Eva along
the Manaus-Itacoatiara Highway in Amazonas, Brazil.
The skin is removed before eating the pulp to avoid the sticky latex
which is characteristic of plants in the Apocynaceae. The mesocarp is tart
and crunchy with dark brown seeds. In the mid-19th century, the British
botanist Richard Spruce tried the fruit along the Rio Negro and described
it as “very milky, smelling like a ripe apple when cut across, sweet-tasted”
(Spruce, 1853).

Importance of second growth for edible fruits

When considering fruits eaten by people in Amazonia, many people would


likely assume that most of them come from mature forest. And that
conserving forest without people would therefore be an important way of
preserving the genepool of Amazonian fruits for further domestication
and crop improvement programs. Of the 220 Amazonian fruits in 48
botanical families that I have witnessed being consumed by locals, over
half come from second growth at various stages of succession.

Figure 11. Tukano girl and her sister eating cucura (Pourouma cecropiifolia) in their home
garden. Serra de Mucura, Tiquié River, Amazonas, Brazil, 11-11-12

Amazon tree grape (Pourouma cecropiifolia, Urticaceae), also called cucura or


matapi in Brazil, uva caimarona in Colombia, and uvilla in Peru, is a case in
point. This Cecropia-like tree is thought to have been domesticated in the
Rio Negro watershed or along the Solimões for its juicy fruits that are

39
similar to purple varieties of the Muscadine grape (Vitis rotundifolia) in
the southeastern United States. It may have been domesticated in both
watersheds by indigenous groups keen to have a ready supply of the fruits
nearby. Wild forms, or feral trees, are only found in light gaps in the forest,
such as along the Yanayacu River in the Reserva Nacional Pacaya-Samiria
in Peru. The second growth nature of the Amazon tree grape is recognized
by Bolivians who call it ambaiba uva (Cecropia grape) or ambaibillo, derived
from ambaiba (Cecropia spp.), quintessential trees of early second growth.

Figure 12. Farmer with uvilla (Pourouma cecropiifolia) Figure 13. Uvilla (Pourouma
fruits in his outboard-powered canoe (peque-peque). He cecropiifolia) fruits in a street
will take the fruits to Iquitos where he will hand them market. The vendor’s child is
over to a middleman. Mishana, Rio Nanay, snacking on some of the fruits.
Loreto, Peru, 1-8-06 Mercado Masusa, Iquitos,
Loreto, Peru 6-17-04

The fruits are borne in bunches of up to forty and are gathered using
a pole with a hook or blade, or by youngsters who clamber among the
branches of the medium-sized tree. The skin is broken open using fingers
and after ingestion of the slippery pulp the single seed is ejected and may
later sprout. Amazon tree grape fruits are found occasionally in markets,
such as those at Iquitos in Peru and Tabatinga and Benjamin Constant in
Brazil (Falcão and Lleras, 1980).
Amazon tree grape is cultivated in home gardens (huertas) as well as fields
(chacras) from central Amazonia west into Bolivia, Peru, Ecuador, and
Colombia. The Ticuna are particularly fond of the fruit and over time
they have selected many varieties (Kerr and Clement, 1980). The fruit
is more important in the diet and commerce in the Peruvian part of the
Amazon Basin. In Peru, the fruits have long been used to make juice, as
noted by Francis de Castelnau (1851), a French naturalist, at Pebas along

40
the Amazon River in the 19th century. In the Upper Rio Negro region,
several indigenous groups, such as the Tukano and Tuyuka, ferment the
juice and host festivals in honor of the fruit when it comes into full season
(Cabalzar, 2008: 24).
Cocona (Solanum sessiliflorum, Solanaceae) was domesticated in central
or western Amazonia, or possibly the Upper Orinoco, where wild and
cultivated forms are found (Max et al. 1998; Volpato et al. 2004). Known
as cubiu or tupiro in the Brazilian Amazon, wild forms of S. sessiliflorum
bear thorns to discourage herbivores (Salick, 1992). Under cultivation,
however, thornless types have been selected.

Figure 14. Spontaneous cubiu (Solanum sessiliflorum) in a field planted to manioc and
banana. Santa Luzia, Lago Amanã, lower Japurá River, Amazonas, Brazil, 9-3-12

Figure 15. Farm boy snacking on cocona (Solanum sessiliflorum) fruits in a field planted to a
variety of crops. Yarina, Yanayacu River, Reserva Nacional Pacaya-Samiria,
Loreto, Peru, 7-24-10

41
The pubescent fruits range from red to orange or yellow when ripe and
also vary in size from the dimensions of a golf ball to a large orange.
Solanum sessiliflorum is the lowland equivalent of Solanum quitoense, which
is cultivated extensively in the Andes from Colombia to Peru to make
juice. Although S. sessiliflorum is cultivated in many parts of the Brazilian
Amazon, it is more popular in the Peruvian Amazon, where the fruits are
eaten fresh or used to make sauces or juice.
Cocona likely turned up as a weed in manioc gardens or around villages
thousands of years ago and was eventually recruited as a crop. Cocona
still arises spontaneously in fields, dispersed by such wild animals as the
common opossum (Didelphis marsupialis), according to one farmer who
lives in the Reserva Nacional Pacaya-Samiria.
Vitamin C-rich cocona fruits reach street markets year-round in the Peruvian
Amazon. The fruits allegedly have medicinal properties, especially among
indigenous groups in central and northwestern Amazonia (Davis and
Yost, 1983; Lima, 2006: 151; Schultes and Raffauf, 1991). Not surprising,
then, cubiu fruits are sometimes found in the medicinal section of markets,
such as in Portel, Pará. Cocona can also be found in several extra-regional
markets, such as in Lima and Chiclayo, and may eventually develop a
following abroad, especially for the tangy and refreshing juice.
A relative of cocona, called coconilla (Solanum stramonifolium) in the Peruvian
Amazon, has cultivated forms that do not have thorns whereas the wild
types have recurved spines reminiscent of cats’ claws. The fruits of
wild and domesticated forms of “little cocona” are the size of cherry
tomatoes. Coconilla (S. stramonifolium) was domesticated in the Peruvian
or Ecuadorian Amazon, where several indigenous groups cultivate the
annual for its sweet-tasting fruits (Vickers and Plowman, 1984). Today,
campesinos carry on that tradition.
The small shrub occurs as a weed in pastures and fields in the Brazilian
Amazon, where it is known as jurubeba, but it is not cultivated there.
However, children snack on jurubeba fruits that they encounter in manioc
gardens. As in the case of cocona, coconilla has various medicinal uses, such
as a salve to slow bleeding from gums among the Miraña. The Tukano of
the Apoporis River prepare a decoction of the leaves to purge intestinal
worms (Schultes and Raffauf, 1991). Solanum stramonifolium thrives in
poor soils, unlike tomatoes, which require fertilizer and a lot of care in
the Amazon, including regular watering and spraying with pesticides
and fungicides. One day coconilla may find its way to vegetable markets
in urban centers, especially those catering to organic products. Several
vines produce edible fruits or nuts in the forests of Amazonia, including
taquari da mata (Pacouria boliviensis, Apocynaceae), a denizen of mature and
secondary forest on both uplands and floodplains. Thick-stemmed P.
boliviensis occurs in western Amazonia, from Bolivia north through Peru to
Ecuador. It also occurs in the watersheds of the Tefé and Madeira rivers.

42
Figure 16. Jurubeba (Solanum Figure 17. A Tuyuka girl rubbing the
stramonifolium), a weed in a cattle pasture. fruits of Solanum stramonifolium in her
Spineless forms are cultivated in the palms to remove the hairs before eating
Peruvian and Ecuadorian Amazon for them. Near São Pedro, Rio Tiquié,
their fruits. Opposite Caretas, Rio Urubu, Amazonas, Brazil, 11-8-12
Amazonas, Brazil, 10-16-12

Figure 18. Taquari da mata (Pacouria boliviensis) fruits gathered from the floor of secondary
forest. Santo Antonio de Ipapucú, Lago de Tefé, Amazonas, Brazil, 8-27-12

43
Because the vine flowers in the canopy, passersby must wait until the fruits
mature and fall to the ground. The grapefruit-shaped fruits, 10-15 cm in
diameter, are broken open and the sticky yellow pulp surrounding the
seeds is then eaten. Each fruit contains around 8 seeds measuring 3.5 cm
by 2.5 cm, too large to swallow so they are spat out. Long after the sweet
pulp has been consumed, the mouth feels gummy on account of the sticky
latex which is characteristic of plants in this family. Given its growth habit,
it is unlikely that P. boliviensis will ever emerge as a crop. Nevertheless, it
is one of the many “minor” fruits of the Amazon that is appreciated by
rural people.
Many wild relatives of the cultivated passionfruit (Passiflora edulis) drape
second growth throughout the Amazon and beyond, and several of them
have edible fruits. Passionfruit was domesticated in southern Brazil and
is now widely cultivated in the tropics, including Africa and Asia. One of
passionfruit’s relatives, the wing-stemmed passionfruit (Passiflora alata) has
been domesticated and is grown in several regions, including southern
Brazil, where it is called maracujá doce. Many other wild relatives await in
the wings.
The “rat” passionfruit (Passiflora nitida), known as maracujá do rato in the
Brazilian Amazon, is so named because rats are allegedly fond of the fruits
and may be involved in dispersal of the seeds. Also called maracujá do mato
(the passionfruit of waste places) in Brazil and granadilla in Peru, the vine
grows in disturbed sites in widely scattered parts of central and western
Amazonia. According to inhabitants of the Urubu River in Amazonas,
monkeys eat and disperse the seeds of maracujá do mato, a natural history
observation confirmed by scientists. In eastern Amazonia, for example,

Figure 19. Villager snacking on granadilla (Passiflora nitida) fruit. The girl gathered the fruit
from a weedy vine in her home garden. San Joaquin de Omaguas, Rio Amazonas,
Loreto, Peru, 7-11-10

44
howler monkeys (Alouatta belzebul) have been recorded eating the fruits
(Pinto et al. 2003). Monkeys and other animals have been feeding on
fruits of P. nitida since long before humans arrived in Amazonia, but
humans have greatly expanded the habitat for the vine by clearing land for
agriculture and settlements.
Fruits of Passiflora nitida are sold in urban and roadside markets, such as
in Nauta on the lower Marañón and in Manaus and Rio Preto da Eva
in Amazonas and in Santarém in Pará. The fruits of P. nitida are easily
distinguished from those of the cultivated passionfruit because they are
orange instead of yellow when ripe.
Passiflora nitida has a relatively wide distribution from Colombia and Peru
through Venezuela and the Guianas south to Brazil and the southern
fringes of the Amazon forest (Killip, 1938). In the Amazon at least,
maracujá do mato is a ruderal plant and is not cultivated.
Although maracujá do mato lacks passionfruit’s enticing aroma, young and
old alike appreciate the sweet, jelly-like flesh. People use their thumbs
or teeth to rupture the opaque membrane that surrounds the flesh and
numerous gray seeds. The peppercorn-sized seeds are spat out before
the jelly-like flesh is swallowed. The flesh of the cultivated passionfruit,
in contrast, is tart and therefore mixed with sugar and water to prepare

Figure 20. Vendor with granadilla Figure 21. Maracujá da capoeira


(Passiflora nitida) fruits in a roadside (Passiflora foetida) at the edge of a village
market. Matichacra, km 35 Tarma-San square. Ubim, Lago Amanã, Amazonas,
Ramón highway, Junin, Peru, 11-4-04 Brazil, 9-18-12.

45
juice. Typical of a wild fruit, the edible portion of maracujá do mato is
relatively small in comparison to the thick, spongy skin, but the fruits are
appreciated because they ripen in the dry season when fewer other wild
fruits are available.
Maracujá da capoeira (Passiflora foetida) is another widespread weedy relative
of passionfruit with edible fruits. Children, in particular, scavenge for
the fruits. Known as the “second growth passionfruit” in the Brazilian
Amazon, P. foetida ranges outside of the Amazon Basin, including coastal
Peru, Central America, the Caribbean, and into the southwestern United
States. Children in Dominica also look for the yellow fruits, which lose their
curious web-like netting (technically leafy sepals that are dissected) after
they ripen. Passiflora foetida has been introduced into parts of Southeast Asia
and the Pacific, where it is considered an invasive weed. In Amazonia, the
plum-sized fruits are gathered along paths, the edges of soccer fields, and
in manioc gardens that are being invaded by weeds. Indigenous groups,
including the Nukak (Maku) of the Colombian Amazon, also consume
the fruits (Politis, 1996).
Puropuro (Passiflora serratodigitata) is a second growth vine on floodplains
of sediment-rich rivers in western Amazonia, from Bolivia northwards
to Peru, Ecuador, Colombia, and Panama. It also occurs sporadically in
disturbed sites in the Orinoco Basin and the Guianas, as well as into parts
of the Caribbean (Ulmer et al. 2004). It is possible that P. serratodigitata as
well as P. foetida were taken to the Caribbean in precontact times during the
diaspora of Aruak and Carib peoples.

Figure 22. Young boy eating a puropuro (Passiflora serratodigitata) fruit his brother picked
in second growth along a trail near his village. San Carlos, Rio Puinahua (a branch of the
Ucayali), Reserva Nacional Pacaya-Samiria, Loreto, Peru, 1-12-06

46
The shiny fruits are green when ripe and are borne in the rainy season
when locals, especially children, gather the fruits. The round fruits are 4-6
cm in diameter with a spongy skin, about 1.5 cm thick. Children break
open the skin with their teeth or fingers to access the sweet, gelatinous
pulp. The pale orange pulp is ingested along with the numerous small gray
seeds. Children, then, are likely involved in dispersing the seeds in second
growth. As with several other species in the genus, Passiflora serratodigitata
is planted as an ornamental outside of its native range, such as in Europe,
where it thrives in glasshouses.

Acknowledgments

I am grateful to Rodolfo Vasquez, associate curator with the Missouri


Botanical Garden, for his help in identifying some of the edible fruits
of the Peruvian Amazon in the field. Rodolfo and his assistant collected
voucher specimens of some of the species discussed here. I would
also like to thank the following individuals for their help in identifying
plants from photographs: Doug Daly, Krukoff Curator of Amazonian
Botany, New York Botanical Garden; Peter Jorgensen, Associate Curator,
Missouri Botanical Garden (Passifloraceae); and Susanne Renner,
Chair of Systematic Botany, Ludwig-Maximilians University, Munich
(Melastomataceae).

References

Alva, A., O. Vásquez, R. Cunibertti, A. Castillo, and W. Guerra. 2002.


Extracción y caracterización de ácidos grasos de la especie Grias
neuberthii Macht (Sachamango). Revista Amazónica de Investigación 2(1):
103-106.
Baker, R. E. D., F. W. Cope, P. C. Holliday, B. G. Bartley, and D. J. Taylor.
1953. The Anglo-Colombian cacao collecting expedition: A
Report on Cacao Researc9, Imperial College of Tropical Agriculture,
Trinidad: 8-29.
Bye, R. 1993. The role of humans in the diversification of plants in
Mexico: Biological Diversity of Mexico: Origins and Distribution, T.P.
Ramamoorthy, R. Bye, Jr., A. Lot, and J. Fa (Editors1. Oxford
University Press, New York: 707-731.
Boom, B. M. 1989. Use of plant resources by the Chácobo: Resource
Management In Amazonia: Indigenous and Folk Strategies, D. A. Posey
and W. Balée (Editors6, Advances in Economic Botany, vol. 7, New
York Botanical Garden, Bronx: 78-96.
Cabalzar, A. 2008. Filhos da Cobra de Pedra: Organização Social e Trajetórias
Tuyuka no Rio Tiquié (Noroeste Amazônico). Editora UNESP, São

47
Paulo.
Castelnau, Francis de. 1851. Éxpedition dans les Parties Centrales de l’Amérique
du Sud, de Rio de Janeiro à Lima, et de Lima au Pará, pendant les Années
1843-1847, Historie du Voyage. Tome Cinquième, P. Bertrand, Paris.
Cavalcante, P. B. 2010. Frutas Comestíveis na Amazônia. Museu Paraense
Emílio Goeldi, Belém.
Clement, C. R. 1999. 1492 and the loss of Amazonian crop genetic
resources. I. The relation between domestication and human
population decline. Economic Botany 53(2): 188-202.
Clement, C. R. and A. B. Junqueira. 2010. Between a pristine myth and an
impoverished future. Biotropica 43(5): 534-536.
Clement, C. R., M. Cristo-Araújo, G. C. d’Eechenbrugge, A. A. Pereira,
and D. Picanço-Rodrigues. 2010. Origin and domestication of
native Amazonian crops. Diversity 2: 72-106.
Cook, O. F. 1909. Vegetation Affected by Agriculture in Central America. U.S.
Department of Agriculture, Bureau of Plant Industry, Washingto
D.C., Bulletin 145.
Davis, W. and J. Yost. 1983. The ethnobotany of the Waorani of Eastern
Ecuador. Botanical Museum Leaflets (Harvard) 29(3): 159-217.
Ducke, A. 1946. Plantas de Cultura Precolombiana na Amazônia brasileira. Notas
Sôbre as Espécies ou Formas Espontâneas que Supostamente Lhes Teriam
dado Origem. Instituto Agronômico do Norte, Belém, Boletim
Técnico 8.
Erickson, C. L. 2006. The domesticated landscapes of the Bolivian
Amazon: Time and Complexity in Historical Ecology, W. Balée and C.
L. Erickson (Editors), Columbia University Press, New Yorp. 235-
278.
Falcão, M. and E. Lleras, 1980. Aspectos fenológicos da produtividade
do mapati (Pourouma cecropiifolia Mart.). Acta Amazonica 10(4): 711-
724.
Gutsche, A. 2008. Frutas Amazonicas: Postres Peruanas de Vanguardia. Wust
Ediciones, Lima.
Heckenberger, M.J. 2005. The Ecology of Power: Culture, Place, and Personhood
in the Southern Amazon, A.D. 1000-2000. Routledge, New York.
Herrera, L. F., I. Cavelier, C. Rodríguez, and S. Mora. 1992. The technical
transformation of an agricultural system in the Colombian Amazon.
World Archaeology 24(1): 98-113.
Huber, J. 1904. Notas sobre a patria e distribuição geographica das arvores
fructiferas do Pará. Boletim do Museu Goeldi (Museu Paraense) de Historia
Natural e Ethnographia 4(2-3): 375-406.
Huber, J. 1906. Sur l’indigénat du Theobroma cacao dans les alluvions du
Purus et sur quelques autres espèces du genre Theobroma. Bulletin de
L’Herbier Boissier 6: 272-274.
Irvine, D. 1989. Succession management and resource distribution in an

48
Amazonian rain forest: Resource Management in Amazonia: Indigenous
and Folk Strategies, D. A. Posey and W. Balée (Editors), Advances
in Economic Botany, vol. 7, New York Botanical Garden, Bronx:
223-237.
Kerr, W. E. and C. R. Clement. 1980. Prácticas agrícolas de consequências
genéticas que possibilitaram aos índios da Amazônia uma melhor
adaptaçao às condiçoes ecológicas da região. Acta Amazonica 10(2):
251-261.
Killip, E. P. 1938. The American Species of Passifloracea Field Museum of
Natural History, Chicago, Botanical Series, Volume 19, Part 1,
Publication 407.
Koch-Grünberg, T. 1952. Dos Años entre los Indios: Viajes por el Noroeste
Brasileño 1903/1905. Editorial Universidad Nacional, Bogotá.
Lévi-Strauss, C. 1952. The use of wild plants in tropical South America.
Economic Botany 6(3): 252-270.
Lima, D. 2006. Vamos Cuidar da Nossa Terra. UFMG, Belo Horizonte.
Max, F., E. H. Andrade, and J. G. Maia. 1998. Chemical composition of
the fruit of Solanum sessiliflorum. Zeitschrift für Lebensmitteluntersuchung
und -Forschung A 206: 364-366.
Oyuela-Caycedo, A. 2010. The forest as a fragmented archaeological
artifact: The Archaeology of Anthropogenic Environments, R. M. Dean
(Editor), Center for Archaeological Investigations, Southern Illinois
University, Carbondale, Occasional Paper 3: 75-94.
Peters, C. M. 1990. Population ecology and management of forest fruit
trees in Peruvian Amazonia: Alternatives To Deforestation. Steps Toward
Sustainable Use of the Amazon Rainforest, A. B. Anderson (Editor),
Columbia University Press, New York: 86-98.
Pickersgill, B. 1969. The archaeological record of chili peppers (Capsicum
spp.) and the sequence of plant domestication in Peru. American
Antiquity 34(1): 54-61.
Pinto, A. C. B., C. Azevedo-Ramos, and O. Carvalho. 2003. Activity
patterns and diet of the howler monkey Alouatta belzebul in areas of
logged and unlogged forest in eastern Amazonia. Animal Biodiversity
and Conservation 26(2): 39-49.
Politis, G. G. 1996. Nukak. Instituto Amazónico de Investigaciones
Científicas, Bogotá.
Popenoe, W. 1920. Manual of Tropical and Subtropical Fruits. Macmillan, New
York.
Prance, G. T. and S. A. Mori. 1979. Lecythidaceae-Part I: The Actinomorphic-
flowered New World Lecythidaceae (Asteranthos, Gustavia, Grias, Allantoma,
& Cariniana). New York Botanical Garden, Flora Neotropica
Monograph No. 21.
Rindos, D. 1984. The Origins of Agriculture: An Evolutionary Perspective.
Academic Press, Orlando.

49
Roosmalen, M. G. 1985. Fruits of the Guianan Flora. Institute of Systematic
Botany, Utrecht University/Silvicultural Department, Wageningen
Agricultural University, Utrecht.
Salick, J. 1992. Crop domestication and the evolutionary ecology of
cocona (Solanum sessiliflorum Dunal). Evolutionary Biology 26: 247-284.
Sauer, C.O. 1952. Agricultural Origins and Dispersals. American Geographical
Society, New York.
Schultes, R. E. and R. F. Raffauf, 1991. De plantis toxicariis e Mundo
Novo Tropicale Commentationes XXXVI: phytochemical and
Ethnopharmacological notes on the Solanaceae of the Northwest
Amazon: Solanaceae III: Taxonomy, Chemistry, Evolution, J. G. Hawkes,
R. N. Lester, M. Nee, and N. Estrada (Editor49, Royal Botanic
Gardens, Kew: 25-49.
Smith, N. J. H., R. Vásquez, and W. H. Wust. 2007. Amazon River Fruits:
Flavors for Conservation. Amazon Conservation Association (ACA)/
Missouri Botanical Garden, Lima.
Smith, N. J. H., R. Vásquez, and W. H. Wust. 2010. Cinderella fruits and
cultural forests in Pacaya-Samiria, Peruvian Amazon. Amazonica
2(2): 328-350.
Spruce, R. 1853. Edible fruits of the Rio Negro: Hooker’s Journal of Botany
and Kew Garden Miscellany, W. J. Hooker (Editor), Reeve, Benham,
and Reeve, London, vol. 5: 183-187.
Ucko, P.J. and D.J. Dimbleby (Editors). 1969. The Domestication and
Exploitation of Plants and Animals. Aldine/Atherton, Chicago.
Ulmer, T., J. M. MacDougal, and B. Ulmer. 2004. Passiflora: Passionflowers of
the World. Timber Press, Portland.
Vickers, W. T. 1994. The health significance of wild plants for the Siona
and Secoya. In: Eating on the Wild Side: The Pharmalogic, Ecologic, and
Social Implications of Using Noncultures, N. L. Etkin (Editor), University
of Arizona Press, Tucson: 143-165.
Vickers, W. T. and T. Plowman. 1984. Useful Plants of the Siona and Secoya
Indians. Field Museum of Natural History, Chicago, Fieldiana
Botany New Series 15.
Volpato, G., R. Marcucci, N. Tornadore, and M. Paoletti. 2004.
Domestication process of two Solanum section Lasiocarpa species
among Amerindians in the Upper Orinoco, Venezuela, with special
focus on Piaroa Indians. Economic Botany 58(2): 184-194.

50
Cronologia das transformações
das paisagens amazônicas
Denise P. Schaan
Programa de Pós-Graduação em Antropologia,
Universidade Federal do Pará, Belém/PA, Brasil

Durante aproximadamente quatro décadas, a partir de meados do século


XX, a arqueologia amazônica foi dominada por um paradigma ecológico
cultural que analisava a região a partir de suas supostas limitações ao
crescimento demográfico e desenvolvimento de instituições sociopolíticas
complexas (Meggers 1954). O modelo para compreensão dos modos
de vida no ambiente tropical baseava-se em avaliações ecológicas que
desprezavam o fator humano e a capacidade dos grupos sociais de
transformar os aspectos físicos do ambiente em que vivem. Para que o
modelo fosse operacional em sua aplicação a esta vasta região, necessitava
supor condições ecológicas mais ou menos homogêneas dentro de
um amplo conceito de “floresta tropical” (Lowie 1948). Assim sendo,
mesmo considerando diferenças entre rios de águas brancas e rios de
águas pretas, várzea e terra firme, as limitações foram consideradas como
preponderantes e todas as evidências arqueológicas de modificações
na paisagem - terras pretas, obras de terra, obras hidráulicas - foram
minimizadas ou consideradas como exógenas à região (Meggers 1971,
Meggers e Evans 1957).
As críticas que acompanharam o desenvolvimento do que foi ultimamente
chamado de modelo padrão (Viveiros de Castro 1996) surgiram de
diferentes disciplinas (Carneiro 1961, 1985, Smith 1980), mas algumas
vezes ficaram restritas ao debate teórico baseado em dados secundários
(Myers 1973, 1992), tendo em vista que, pelo menos na Amazônia
brasileira, o campo foi dominado pelos ecológico-deterministas que
impediam que arqueólogos com diferentes perspectivas fizessem
pesquisas na região (Roosevelt 1991)1. A grande exceção foi a Amazônia
Boliviana, onde William Denevan, Clark Erikson e outros conseguiram
desenvolver investigações de longo termo que se constituem hoje em
provas contundentes da falácia ecológica (Denevan 1963, 1966, Erickson
1980, 2000).
A partir da década de 1980, começaram a ser produzidos dados
arqueológicos e etnográficos que mostraram níveis até então insuspeitados
de alteração das paisagens amazônicas em seus diversos compartimentos
(Balée 1989a, b, Posey 1985, Posey e Balée 1989). Um novo paradigma, o
da ecologia histórica (Balée 2010, Crumley 1994), propõe que os povos
amazônicos transformaram as paisagens muito antes do advento da

51
sociedade industrial, em escala maior do que se supunha e ao longo de
extensos períodos de tempo. Enquanto um “programa de pesquisa”, como
o quer Balée (2006), a ecologia histórica não confere aos seres humanos
controle completo sobre a paisagem, uma vez que suas ações podem
por vezes produzir efeitos inesperados ou não completamente previstos
(Crumley 1994). Em outras palavras, ações intencionais sobre as paisagens
podem também produzir efeitos não intencionais. As transformações
das paisagens podem ser estudadas e lidas a partir da escavação de suas
múltiplas camadas, que vem sofrendo, assim como as camadas no solo,
processos de transformação por diversos agentes ao longo do tempo. A
arqueologia da paisagem oferece, portanto, o instrumental necessário para
a investigação da história de interações entre sociedades humanas e o meio
onde vivem (Erickson 1995, Erickson e Balée 2006).
As críticas ao modelo ecológico-cultural, assim que surgiram, pretenderam
oferecer um modelo contrário. No lugar das supostas limitações, os críticos
viram abundância (Roosevelt 1980); em vez de meros sobreviventes
em um ambiente inóspito, ofereceu-se a figura do amazônida pleno de
intencionalidade. Levada ao extremo oposto, entretanto, a crítica vem
obscurecer os complexos processos históricos que caracterizaram o
desenvolvimento de sociedades humanas em cada lugar específico da
Amazônia.
Mostrar que expressivo crescimento demográfico que acompanhou as
mais visíveis transformações da paisagem a partir do final do primeiro
milênio AD foi importante em determinado momento, por ser a prova
mais cabal da falência da proposta ecológico-cultural. No entanto, mesmo
esses processos não podem ser generalizados para toda a região, pois em
sua maior parte, antigos modos de vida de horticultores, pescadores e
caçadores-coletores conviveram com as grandes sociedades regionais
(Gomes 2007, Neves 2007, Schaan 2012a).
Além disso, se num primeiro momento, as sociedades da várzea, para
as quais há relatos dos séculos XVI e XVII que dão conta da grande
demografia e abundância de alimentos (Acuña 1640, Carneiro 2007,
Carvajal, Almesto e Rojas 2002), pareciam assinalar um protagonismo
das áreas inundáveis sobre as mais vastas regiões do interior, ficou claro,
com o avanço das pesquisas, que esse não foi o caso e que sociedades
demograficamente densas que construíram estruturas monumentais
ocorreram na terra firme, e nas savanas da periferia geográfica amazônica
(Erickson 2006, Heckenberger 2005, Rostain 1999, 2010, Salazar 1998,
Spencer e Redmond 1998).
Minha intenção, nesse trabalho, é a de desagregar algumas variáveis que
tem historicamente andado lado a lado em nossas argumentações. São elas:
densidade demográfica e monumentalidade, estratificação e regionalidade,
regionalidade cultural e organização social regional. As evidências
sugerem que essas variáveis não necessariamente se correlacionam.

52
Isso será demonstrado a partir de dados concretos e da cronologia das
transformações das paisagens amazônicas nas áreas onde tenho atuado
juntamente com colegas finlandeses, suecos e brasileiros.

Figura 1. Sítios com recintos geométricos (geoglifos)

53
Amazônia Ocidental: Monumentalidade, regionalidade e densidade
demográfica

Na Amazônia ocidental, especificamente no leste do estado do Acre,


temos encontrado sítios arqueológicos monumentais que ocorrem por
uma vasta região situada entre os formadores do alto rio Purus – rios Acre,
Iquiri e Abuña. (Saunaluoma 2010, Saunaluoma e Schaan 2012a, Schaan
2012a, Schaan, Denise P. et al. 2012). Tais sítios são recintos delimitados
por valetas que possuem em média 11 metros de largura, junto das quais
foi depositado o solo escavado, formando uma mureta externa. As valetas
circundam um imenso espaço aberto (entre 0,1 e 10 hectares em área) onde
ocasionalmente se encontram outras estruturas de terra, como montículos
e muretas (Fig. 1). Montículos e muretas são também encontrados fora do
recinto circundado pelas valetas. Em alguns sítios, conjunto de montículos
dispostos de forma circular parecem ser vestígios de antigas aldeias (ver
Saunaluoma, este volume). Pelo fato dos recintos se tratarem na maioria
dos casos de estruturas de formato geométrico, tem sido chamados de
geoglifos (Ranzi e Aguiar 2000). Até o momento foram identificados 416
geoglifos no estado do Acre, metade dos quais ocorrem como estruturas
isoladas, e metade em associação de duas ou mais estruturas. Ao todos são
205 sítios compostos de um, dois ou mais recintos. Além disso, 20% dos
sítios possuem estradas que os conectam ou se direcionam para os rios
(Schaan 2014).
Estruturas semelhantes já foram identificadas no sul do estado do Amazonas
(Parssinen, Schaan e Ranzi 2009) e oeste de Rondônia, assim como tem
sido estudadas há mais tempo na Bolívia (Fig. 2), onde outras obras de
terra como campos de cultivo elevados, caminhos elevados, montículos e
canais tem sido estudados desde a década de 1960 (Denevan 1963, 1966,
Erickson 1980, 2006, 2010, Saunaluoma 2010). Algumas características dos
sítios acreanos, entretanto, são singulares, como sua perfeita geometria, e o
fato de se localizarem no interflúvio, na borda de platôs, a distâncias de 2
a 32 Km de rios navegáveis, provavelmente protegidos pelas dificuldades
de acesso no passado. É importante destacar que os geoglifos tem sido
encontrados graças, infelizmente, ao desmatamento no estado. À medida
em que são disponibilizadas novas imagens de satélite na internet, novos
sítios são encontrados (Rampanelli et al. 2012, Schaan 2014, Schaan, Ranzi
e Barbosa 2010). Na parte sul do estado, onde há maior cobertura vegetal,
tem sido encontrados sítios em pequenas aberturas da mata, o que indica
que sob a densa cobertura vegetal ainda existem centenas de sítios a serem
descobertos.
Há muitos círculos e quadrados perfeitamente regulares; quando há duas
estruturas, elas se encontram perfeitamente alinhadas. Infere-se que algum
instrumento de medida e cálculo matemático era empregado para decidir
sobre as dimensões das valetas e das figuras resultantes (Schaan 2010).

54
Figura 2. Localização dos recintos geométricos no Brasil e Bolívia

Parece ter havido uma técnica arquitetônica a ser seguida e que foi adotada
em diversas localidades espalhadas por um grande território no alto rio
Purus, que cobre cerca de 50.000 Km².
Esses sítios foram construídos e ocupados ao longo do primeiro milênio
da Era comum. A cronologia e os vestígios encontrados não indicam
ocupação contínua, mas sugerem períodos de reocupação (Schaan et al.
2012). A grande extensão do território por onde as estruturas encontram-
se dispersas levou-nos a assumir, em dado momento, que os diversos sítios
compunham sistemas de assentamento regionais (Schaan et al. 2007). A
escavação de enormes valetas, provavelmente com objetivos defensivos,
instou-nos a comparar os construtores de recintos circundados por valetas
com outras sociedades amazônicas do período pré-colombiano tardio,
caracterizado pela existência de sociedades estratificadas na Amazônia
central, no alto Xingu e na foz do Amazonas (Heckenberger 2009,
Heckenberger e Neves 2009, Neves 2008, Schaan 2009). A existência de
assentamentos regionais monumentais no interflúvio dos rios acreanos,
além disso, poria definitivamente por terra o mito de que somente na
várzea amazônica teriam se desenvolvido sociedades complexas (Schaan
et al. 2007). Mais ainda, a existência de sítios semelhantes nos interflúvios
e também na várzea indicaria a inadequação da dicotomia várzea / terra
firme, que por muito tempo dominou a arqueologia amazônica (Parssinen,
Schaan e Ranzi 2009).

55
À medida que se multiplicavam os sítios conhecidos e mais sítios iam sendo
escavados, entretanto, percebeu-se que a enorme população que as áreas
dos recintos permitiam antever não estava representada na quantidade
de cerâmica encontrada na superfície dos sítios ou em profundidade
(Saunaluoma e Schaan 2012). Durante as prospecções, sempre foi difícil
coletar mais do que 10 fragmentos em superfície. Em muitos sítios, nada
foi encontrado em superfície. As escavações não produziram resultados
melhores: poucos artefatos e raras feições culturais (Schaan, D. P., Pärssinen
e Saunaluoma 2011). O solo antropogênico de terra preta, característico de
sítios amazônicos, que indica grandes densidades populacionais (Lehmann
et al. 2003, Woods et al. 2009) também não ocorre nos geoglifos2 (Pärssinen
et al. 2003, Schaan et al. 2012). Estudos geoquímicos em amostras de
vários sítios também indicam baixos níveis de fósforo e outros elementos
químicos indicadores de atividades humanas (ver Rebellato et al., volume
“Antes de Orellana. Actas del 3 EIAA”).
Há, portanto, um paradoxo sobre esses sítios: a existência de estruturas
de terra monumentais pressupõe uma população considerável, mas a
presença tímida de outros vestígios culturais sugere, ao contrário, uma
população pequena.
Até o momento não tem sido encontrados sítios junto aos rios, com
algumas raras exceções. São sítios de mesma configuração que os sítios dos
platôs, recintos circundados com valetas ou sítios cerâmicos com pouca
densidade de material arqueológico. A distribuição espacial dos recintos
geométricos não indica hierarquia ou nenhum padrão de nucleação.
No caso dos geoglifos, trata-se de um fenômeno regional - uma cultura
com distribuição regional, mas não necessariamente uma sociedade
regional no sentido de que tenha havido uma articulação sociopolítica
de caráter hierárquico. Portanto, nesse caso, os dados disponíveis até o
momento indicam que regionalidade não se correlaciona com hierarquia
ou estratificação, e monumentalidade não se correlaciona com densidade
demográfica. A hipótese com que temos trabalhado é de que tratava-
se de uma sociedade ainda altamente móvel, que utilizava de espaços
monumentais construídos como locais de encontro para cerimônias
religiosas (Saunaluoma e Schaan 2012).

Baixo Amazonas: os Tapajó

Os primeiros viajantes do rio Amazonas indicaram em suas crônicas que


ambas as margens do rio Amazonas no trecho delimitado entre os rios
Nhamundá e Tapajós eram ocupadas densamente por sociedades indígenas
que possuíam, em cada uma das margens, seu governo próprio, mas que
se assemelhavam culturalmente (Acuña 1640, Carvajal 1934). Desde o
final do século XIX, quando começaram a ser descobertas as primeiras
terras pretas e vestígios de cerâmica na região, os sítios arqueológicos tem

56
sido relacionados às populações do período do contato conhecidas como
Konduri, na margem esquerda do Amazonas, e Tapajó, na margem direita
(Barbosa-Rodrigues 1875, Hartt 1885) (Fig. 3).
Na década de 1920, as prospecções realizadas por Curt Nimuendajú (2004)
na região de Santarém e platô de Belterra ampliaram significativamente
o território ocupado pelos tapajó, uma vez que foi demonstrado que
cerâmica semelhante à encontrada na cidade de Santarém estava presente
também nos sítios localizados no interior, onde os europeus não haviam
penetrado nos séculos XVI e XVII.

Figura 3. Distribuição dos sítios arqueológicos relacionados


à ocupação dos tapajó no Baixo Amazonas

Desde o final da década de 1930, estudos realizados com coleções


de fragmentos coletados na cidade de Santarém tem sido capazes de
caracterizar a indústria cerâmica tapajônica no que tange à tecnologia de
fabricação, morfologia e estilos decorativos (Barata 1953, Palmatary 1939).
Meggers e Evans classificaram essa cerâmica como fase Santarém de uma
Tradição supra-regional chamada de Inciso Ponteada (Meggers e Evans
1961). A mesma tradição estaria presente ao norte do rio Amazonas,
na área banhada pelos rios Nhamundá/Trombetas, onde prospecções
realizadas por Paul e Peter Hilbert (Hilbert e Hilbert 1980) resultaram na
descoberta de dezenas de sítios, na caracterização da indústria cerâmica
e no estabelecimento de uma cronologia regional, mais recentemente
estudada também por Guapindaia e colegas (Guapindaia e Lopes 2011).

57
A partir dos relatos etnohistóricos, da distribuição dos sítios na paisagem
e do estilo cerâmico, pode-se concluir que povos vivendo em ambas as
margens do rio Amazonas e dispersos por uma grande área dezenas de
quilômetros para o interior compartilhavam um mesmo sistema cultural,
ainda que tivessem governos distintos (Schaan 2012a).
Ao longo dos rios Trombetas e Tapajós existe um sistema de lagos
conectados aos rios que podem ter sido usados para intensificação da
pesca, dada a possibilidade de construírem barragens para controlar o fluxo
de água e peixes entre lagos e rio. Os canais que ligam estes lagos ao rio
são realmente muito estreitos e rasos, o que possibilita que os lagos fiquem
isolados no período do verão, quando as águas baixam (Schaan 2012a). No
entanto, enquanto que ao longo do rio Trombetas os sítios situados junto
aos lagos ocupam altas barrancas e são bastante extensos (Guapindaia e
Lopes 2011), ao longo do Tapajós os sítios identificados são pequenos
em área e localizam-se em altitudes mais baixas e nas encostas (Stenborg,
Schaan e Amaral-Lima 2012). Deve-se lembrar, entretanto, que os sítios
pesquisados pelo projeto junto aos rios e lagos tem sido destruídos pela
erosão, construções, e estradas de terra que levam aos balneários, o que
tem prejudicado uma análise melhor de suas condições originais (Schaan
2013). Além disso, não foi feita prospecção dentro da Floresta Nacional,
onde há notícias de uma grande quantidade de sítios arqueológicos de
terra preta, ainda não estudados. Mesmo assim, há que se considerar que
a formação geológica da região de Belterra é diferenciada e que o platô
possibilitava tanto acesso fácil ao rio (no máximo 2 Km) quanto uma visão
privilegiada do rio em termos de defesa contra invasores. Os platôs na
região do rio Trombetas estão situados a maiores distâncias do rio e lagos,
o que se constitui em uma diferença importante ente essas duas regiões.
No caso que nos interessa particularmente, que é a região de Santarém/
Belterra3, fica claro que a distribuição da cerâmica Inciso Ponteada coincide
com uma paisagem diferenciada de platô (ou planalto), serras, encosta,
lagos e rio, por onde os sítios se distribuem. Essa característica já havia
sido apontada por Stenborg, Schaan e Lima (2011), que indicaram três
ambientes principais como platô, serras e rio, que agora ampliamos pra
incluir as encostas do platô e os lagos. A maioria dos 111 sítios identificados
localiza-se no platô (64%), seguidos por sítios junto ao rio Tapajós (19%),
encostas (6%), serras (6%) e lagos (5%) (Schaan 2013) (Fig. 4).
Esses ambientes proporcionaram no passado diferentes oportunidades
econômicas, que devem ter sido aproveitadas dentro de um mesmo
sistema regional de divisão de trabalho, trocas e relações sociopolíticas.
Sítios localizados junto ao rio Tapajós e lagos podem ter funcionado
como estações de pesca, sazonais ou não. Sítios localizados na platô
provavelmente existiam em função da agricultura. A escavação de poços
de diferentes tamanhos nesses sítios - foram identificados poços em 28
sítios do platô - teria como função proporcionar água para essa população

58
Figura 4 - Localização dos sítios ao longo do rio Tapajós
e no platô de Belterra, com destaque para os sítios mencionados no texto

afastada dos rios e pode ter servido como reserva para irrigação das
lavouras. Sítios localizados nas serras teriam função defensiva e podem
ter sido ocupados tardiamente, quando se inicia a invasão portuguesa
(Stenborg, Schaan e Amaral-Lima 2012). Uma vez que nenhum sítio
localizado nas serras foi escavado ou datado, ainda é cedo para elaborarmos
sobre sua função. No entanto há que se salientar que sítios nas serras eram
efetivamente sítios de moradia, já que lá se encontrou também espessa
camada de terra preta.
A integração dos sítios do platô se dava através de um sistema de estradas,
algumas das quais foram identificadas por Nimuendajú (2004). A pesquisa
identificou somente uma dessas estradas, que une as áreas de terras pretas
em Lavras, hoje modificada para a circulação de veículos automotores.
Não foi possível fazer um mapeamento completo de todos os sítios, tendo
em vista seu avançado estado de destruição. Alguns sítios foram mapeados
por Per Stenborg em 2008 e 2010 usando um GPS portátil de alta precisão,
orientando-se pela terra preta visível em superfície. Os maiores sítios são
Porto (42 ha) e Aldeia (70 ha), localizados na confluência do rio Tapajós
com o rio Amazonas, e Lavras (4,41 ha) e Vila Americana (7,8 ha), situados
no platô. A maioria dos sítios que possuem mais de um hectare em área
está situada no planalto, onde a principal atividade econômica pode ter
sido a agricultura (Stenborg, Schaan e Amaral-Lima 2012).
Escavações realizadas no sítio Porto, vizinho do sítio Aldeia, em Santarém,
resultaram na identificação de bolsões (buracos cheios de húmus e ricos

59
Quadro - Sítios com área maior do que um hectare

em vestígios culturais), interpretados como locais de descarte de restos


de festas ou rituais; áreas de enterramentos de vasilhas contendo ossos
triturados; áreas de oficinas líticas e impressionantes quantidades de
cerâmica quebradas em pedaços muito pequenos. A quantidade e qualidade
dos artefatos indica intensa atividade social (Schaan 2012b, Silva, Tallyta
Suenny Araujo da 2012).
Não há como fugir da conclusão de que a “capital” do sistema regional se
localizava na foz do rio, como ficou sugerido nas crônicas etnohistóricas
(Carvajal 1934). O que o atual estado do conhecimento não deixa muito
claro, até o momento, é a natureza da relação sociopolítica entre os diversos
assentamentos. Em princípio, a cultura material dos diversos sítios não
indica hierarquias, pois as características da cerâmica de todos os sítios são
bastante semelhantes.
Fragmentos diagnósticos dos vasos de cariátides, gargalo, dos pratos
decorados e estatuetas estão presentes em todos os sítios em que as
prospecções de superfície e escavações permitiram a coleta de um número
considerável de espécimes. O mesmo se pode dizer do material lítico, que
ocorre em quase todos os sítios onde se encontra cerâmica, na forma de
material lascado e polido, sugerindo a existência de indústrias locais. Aliás,
a presença significativa de material lítico nos sítios da fase Santarém da
Tradição Inciso Ponteada, em especial do lítico lascado, é uma novidade
que essa pesquisa vem apontar, uma vez que esse material vinha sendo
relegado a segundo plano por outros investigadores. É possível que dentro
das comunidades houvesse especialistas dedicados à produção do lítico
e outros à produção da cerâmica, tendo em vista que ambas as tarefas

60
exigiam um acúmulo de conhecimentos sobre os gestos técnicos, os
materiais, e os produtos a serem manufaturados (Schaan 2012b).
O fato de ter sido encontrado um bolsão e um enterramento no sítio
Cedro, localizado no planalto (Schaan e Martins 2012), com padrões
semelhantes aos encontrados no sítio Porto de Santarém é mais um dado
que indica proximidade cultural entre todos esses sítios. Os bolsões em
ambos os sítios possuem formato e material cultural semelhante, indicando
que práticas culturais de descarte são bastante semelhantes. Pesquisas
realizadas por Gomes no sítio Carapanari também apontam semelhanças
com o sítio Aldeia (Gomes 2010).
Enfim, os dados sugerem que um mesmo grupo étnico ocupava toda essa
região, com uma organização sociopolítica regional. As datações sugerem
que a economia regional começa a se expandir a partir do século XII e
que os tapajó ocupavam toda essa grande área indicada pela distribuição
espacial dos sítios na época da chegada dos portugueses. Uma data mais
antiga obtida no sítio Fé em Deus (Cal AD 690-750) indica a possibilidade
de que algumas áreas no planalto fossem ocupadas mesmo antes do
crescimento da capital, na foz do rio.
A distribuição regional mostra ocupação de diferentes compartimentos
paisagísticos, sugerindo diferenças funcionais entre os sítios. Os dados
permitem afirmar que há integração regional entre os assentamentos,
entretanto a reprodução de padrões de ocupação, feições culturais e
cultura material semelhante em vários sítios não indica estratificação; há
homogeneidade na cerâmica, mas não nos padrões de assentamento.

Sudeste Amazônico: Aldeias relativamente autônomas

O sudeste Amazônico, no estado do Pará, engloba paisagens diversas,


de terra firme e serras, onde a ação dos povos indígenas lá estabelecidos
desde o início do Holoceno não produziu transformações primárias da
paisagem, mas cuja ação contribuiu seguramente para a diversificação
biológica da região. As pesquisas ali realizadas tem se dado no âmbito
do licenciamento ambiental, portanto a amostragem é prejudicada pelo
interesse primário de investigar áreas lineares, principalmente ao longo das
rodovias Transamazônica e Cuiabá-Santarém (Schaan 2013)4.
Na área de estudo foram identificados 54 sítios arqueológicos (Fig. 5),
dos quais seis são sítios de arte rupestre, caracterizados por gravuras
sobre blocos rochosos, os quais não foi possível datar, mas que sugerem
ocupação por povos indígenas no início do Holoceno (Santos e Schaan
2012).
Os demais sítios encontrados em geral representam aldeias de pequeno
porte, algumas de terra preta, interligadas por redes de reciprocidade
importantes que explicam a semelhança nas indústrias líticas e cerâmicas e
o provável escambo de lâminas de machado (Silva, Tallyta Suenny Araújo

61
Figura 5. Localização dos sítios identificados ao longo da BR-230:
Transamazônica, no estado do Pará

da 2012). A diversidade na morfologia das vasilhas de cerâmica parece ser


maior naquelas amostras maiores, o que sugere que essa diversidade pode
ser uma marca das indústrias cerâmicas da região. As vasilhas, contudo,
são de porte médio a pequeno, o que sugere aldeias pouco populosas.
Não há indícios na cerâmica para a fabricação de bebidas fermentadas
e são raros os assadores, o que pode, entretanto, ser também um viés de
amostragem. Tortuais de fuso também são raros, como indicadores da
produção de tecidos.
Quanto à implantação desses sítios lito-cerâmicos na paisagem, ocorrem
frequentemente próximos de rios, onde também são encontrados polidores
fixos que indicam a produção de lítico polido e sua manutenção. Há ainda
preferência por áreas de platôs baixos e, em alguns casos, de serras, com
prováveis preocupações defensivas.
Afora três datações mais antigas, de Cal AC 5720 a 7600, a maioria das
datações obtidas mostram a ocupação durante um período que se estende
de 3.020 AP até AD 1.500, não havendo, no registro arqueológico,
alterações fundamentais nos padrões de assentamento ao longo desse

62
período (Schaan 2013). Nesse sentido, parece ser válido afirmar que na
região não houve crescimento demográfico e agregação populacional
como identificada, por exemplo, no baixo curso dos rios Tapajós e
Nhamundá-Trombetas.
Em 65% dos sítios investigados, além da cerâmica constatou-se a presença
de lítico lascado, o que indica que nessas aldeias sedentárias a produção
de ferramentas líticas permaneceu importante, ou seja, que tecnologias
importantes desenvolvidas por grupos caçadores-coletores continuaram a
ser usadas por povos ceramistas (Álvaro e Schaan 2013, Bueno e Isnardis
2007:18).
Nessa vasta região, apesar dos indícios da existência de um importante
sistema de trocas regional, tendo em vista principalmente a circulação dos
machados líticos (Silva 2012), não se desenvolveu uma economia política
regional e a demografia manteve-se em níveis baixos, com crescimento
mais significativo a partir do final do primeiro milênio, como se observa
no baixo Amazonas.

Conclusão

O Formativo na Amazônia tem sido definido como um período em que


surgem assentamentos mais ou menos permanentes, produção e uso da
cerâmica, e base agrícola, com menos peso nas atividades de coleta de
outras formas de produção silvestre de alimentos (Oliver 2008). Apesar da
domesticação de plantas ter ocorrido há vários milênios, a generalização
do modo devida agricultor ocorreu bem mais tarde, em torno de 3.000
anos AP, segundo Neves (2007) , o que explicaria a pouca densidade
de vestígios, deixados por sociedades altamente móveis. No Peru e na
Venezuela, segundo Roosevelt (1993), o aparecimento de cerâmicas mais
elaboradas (Tutishcainyo, zona hachurada, 4000-3800 AP; Gruta-Ronquín,
Saladoide, 4500-3000AP) estariam associadas ao crescimento demográfico
e agricultura.
No entanto, sítios permanentes de supostos agricultores antes do início
da era Cristã parecem ser minoria no registro arqueológico. No baixo
Amazonas, há um hiato durante o primeiro milênio, para o qual não se
tem quase nenhum registro de sítio arqueológico, que, no entanto, se
multiplicam de forma vertiginosa ao final desse período (Guapindaia e
Lopes 2011, Hilbert e Hilbert 1980). Na ilha de Marajó, o hiato ocorre no
primeiro milênio AC (Meggers e Danon 1988).
O crescimento demográfico, em diversas áreas da Amazônia, aparece
relacionado a importantes transformações da paisagem que incluem
sistemas hidráulicos para irrigação de campos agrícolas e criação de peixes,
assim como campos elevados para agricultura, estradas, mounds e outras
obras de terra (Erickson 2001, Rostain 2010, Salazar 1998, Schaan 2008).
Nos locais onde foi possível a intensificação das atividades de subsistência,

63
desenvolveram-se estilos cerâmicos com distribuição regional e importantes
redes de trocas. Nas demais regiões, pequenas aldeias de horticultores,
ainda que com importantes ações sobre a paisagem e também conectadas
em redes de troca, não alcançaram densidade demográfica que permitisse
o desenvolvimento de sistemas regionais.
No baixo Amazonas, as sociedades dos Tapajó e Konduri foram
encontrados em franca expansão no século XVI, tendo sido exterminadas
pelos portugueses no início do período colonial. No Acre, a construção
das estruturas de terra não ultrapassou o século XIV, mas continuou
importante na vizinha Bolívia até o início da colonização.
Nas savanas do Marajó, os sistemas hidráulicos e complexos de tesos
habitados por sociedades hierárquicas e regionais por cerca de 900 anos, são
abandonados 200 ou 300 anos antes da chegada dos europeus (Roosevelt
1991, Schaan 2008). Talvez um conjunto de fatores tenha contribuído para
isso. Meggers e Evans (1957) identificaram através da cerâmica e de relatos
etnohistóricos que povos Arawak vindos do Amapá estariam ocupando as
ilhas Caviana e Mexiana, assim como a costa Norte do Marajó por volta
do século XIV. Estudos palinológicos realizados em amostras coletadas
no Lago Arari, localizado no centro da área de ocorrência dos sítios da
fase Marajoara indicam um período árido entre 1.200 e 1.400 AD (Lara e
Cohen 2009, Meggers 1994).
Uma vez que economia política marajoara estava baseada na pesca intensiva,
que dependia do controle de um sistema hidráulico, uma seca prolongada
pode ter colocado em risco a habilidade de chefes e xamãs de controlar os
sustento daqueles que dependiam da oferta abundante de pescado. Como
afirmou Lathrap (1985:242), “cosmologies and the ceremonial centers
they generate have an absolutely essential role in dissipating the disruptive
tensions that human societies generates. A loss of faith in the ceremonial
life of the community is as fatal to the polity as a loss of sufficent calories
to feed its people”.
A arqueologia amazônica tem crescido consideravelmente nos últimos
anos e um conjunto maior de dados no futuro próximo irá preencher as
muitas lacunas que ainda existem para que se possa refletir melhor sobre
as questões aqui colocadas. A mim parece claro que um modelo único de
desenvolvimento sociocultural não se aplica à região amazônica, tendo
em vista sua grande diversidade paisagística e cultural, além dos processos
históricos particulares de cada área. No entanto, ainda considero ser
necessária e estimulante a reflexão sobre os fenômenos de natureza regional
que dizem respeito a essa vasta região, tendo em vista, principalmente as
grandes semelhanças entre cosmologias e modos de vida que percebemos
através do registro arqueológico e a etnologia, além da necessidade de
produzir uma história regional que faça justiça às valiosas lições que os
povos indígenas deixaram impressas na paisagem.

64
Agradecimentos

Gostaria primeiramente de agradecer a Stéphen Rostain pelo convite para


proferir a Conferência que deu origem a este artigo. Agradeço também
pelos apoios financeiros recebidos do CNPq - Conselho Nacional de
Desenvolvimento Científico e Tecnológico, Academia de Ciências da
Finlândia, The Bank of Sweden Tercentenary Foundation e DNIT-
Departamento Nacional de Infraestrutura de Transportes, que viabilizaram
a realização das pesquisas cujos resultados estão aqui relatados.

Referências

Acuña, C. d. 1640. Relacción del Nuevo Descubrimiento del rio de las


Amazonas.
Álvaro, H. V. C. e D. P. Schaan. 2013. Ocorrência de lítico lascado em
sítios cerâmicos amazônicos, XXIV Seminário de Iniciação Científica.
Edited by UFPA, Belém: UFPA.
Balée, W. 1989a. The culture of Amazonian forests, in Resource management
in Amazonia: indigenous and folk strategies. Advances in Economic Botany
vol. 7. Editado por D. A. Posey e W. Balée. New York: New York
Botanical Garden: 1-21.
Balée, W. 1989b. Managed forest succession in Amazonia: the Ka’apor
case. Advances in Economic Botany 7: 129-58.
Balée, W. 2006. The research program of historical ecology. Annual review
of anthropology 35: 75-98.
Balée, W. 2010. Historical ecology. Diversity 1(2): 230-203.
Barata, F. 1953. A arte oleira dos Tapajó III. Alguns elementos novos para a
tipologia de Santarém.edição.Vol. 6. Belém: Instituto de Antropologia
e Etnologia do Pará.
Barbosa-Rodrigues, J. 1875. Exploração e estudo do valle do Amazonas. O rio
Tapajós. Edição. Rio de Janeiro: Typographia Nacional.
Bueno, L. e A. Isnardis. 2007. Introdução, Das pedras aos homens: tecnologia
lítica na arqueologia brasileira. Editado por L. Bueno e A. Isnardis,
Belo Horizonte: Argumentum: 9-19.
Carneiro, R. L. 1961. Slash-and-burn cultivation among the Kuikuro and
its implications for cultural development in the Amazon basin,
The evolution of horticultural systems in native South America: causes and
consequences, a symposium. Editado por J. Wilbert, Caracas: Sociedade
de Ciencias Naturales La Salla: 47-67.
Carneiro, R. L. 1985. Slash-and-Burn Cultivation among te Kuikuro and
Its Implications for Cultural Development in the Amazon Basin,
Native South Americans: Ethnology of the Least Known Continent. Editado
por P. Lyon, Illinois: Waveland Press, Prospect Heights: 73-91.
Carneiro, R. L. 2007. A Base Ecológica dos Cacicados Amazônicos. Revista

65
de Arqueologia 20: 117-154.
Carvajal, F. G. d., P. d. Almesto e A. d. Rojas. 2002. Relacion de Fray
Gaspar de Carvajal, La aventura del Amazonas, Crónicas de América.
Editado por R. D. Maderuelo, Spain: Dastín Export S.L.: 31-88.
Crumley, C. L. 1994. Historical ecology. A multidimensional ecological
orientation, Historical ecology: cultural knowledge and changing landscapes.
Editado por C. L. Crumley, Santa Fe: School of American Research
Press: 1-41.
Denevan, W. M. 1963. Additional Comments on the Earthworks of Mojos
in Northeastern Bolivia. American Antiquity 28(4): 540-545.
Denevan, W. M. 1966. The aboriginal cultural geography of the Llanos de
Mojosedição. Berkeley: University of California Publications.
Erickson, C. L. 1980. Sistemas Agrícolas Prehispanicos en los Llanos de
Mojos. América Indígena 40(4): 731-755.
Erickson, C. L. 1995. Archaeological methods for the study of ancient
landscapes of the llanos de mojos in the Bolivian Amazon,
Archaeology in the lowland American tropics. Editado por P. Stahl,
CambriDGE: Cambridge University Press: 66-95.
Erickson, C. L. 2000. An artificial landscape-scale fishery in the Bolivian
Amazon. Nature 408: 190-193.
Erickson, C. L. 2001. Pre-Columbian Fish Farming in the Amazon.
Expediction 43(3): 7-8.
Erickson, C. L. 2006. The domesticated landscapes of the Bolivian
Amazon, Time and Complexity in Historical Ecology. Editado por W.
Balée e C. Erickson. New York: Columbia.
Erickson, C. L. 2010. The Transformation of Environment into Landscape:
The Historical Ecology of Monumental Earthwork Construction
in the Bolivian Amazon. Diversity 2(4): 618-652.
Erickson, C. L. e W. Balée. 2006. Time, complexity, and historical ecology,
Time and complexity in historical ecology. Studies in the neotropical lowlands.
Editado por W. Balée e C. L. Erickson, New York: Columbia
University Press: 1-17.
Gomes, D. M. C. 2007. The diversity of social forms in pre-Colonial
Amazonia. Revista de Arqueologia Americana 25: 189-225.
Gomes, D. M. C. 2010. Os contextos e os significados da arte cerâmica
dos Tapajó, Arqueologia Amazônica, Vol. 1. Editado por E. Pereira e
V. Guapindaia. Belém: MPEG.
Guapindaia, V. e D. Lopes. 2011. Estudos Arqueológicos na Região de
Porto Trombetas, PA. Revista de Arqueologia 24(2): 50-73.
Hartt, C. F. 1885. Contribuições para a Ethnologia do valle do Amazonas.
Archivos do Museu Nacional VI.
Heckenberger, M. J. 2005. The Ecology of Power: Culture, Place, and Personhood
in the Southern Amazon, A.D. 1000-2000edição. Nova York &
Londres: Routledge.

66
Heckenberger, M. J. 2009. Biocultural Diversity in the Southern Amazon.
Diversity 2(1): 1-16.
Heckenberger, M. J. e E. G. Neves. 2009. Amazonian Archaeology. Annu.
Rev. Anthropol. 38: 251-266.
Hilbert, K. e P. P. Hilbert. 1980. Resultados Preliminares da Pesquisa
Arqueológica nos Rios Nhamundá e Trombetas. Boletim do Museu
Paraense Emílio Goeldi. Série Antropologia 75.
Lara, R. J. e M. C. L. Cohen. 2009. Climatic Change. Palaeolimnological studies
and ancient maps confirm secular climate fluctuations in Amazonia 94: 399-
408.
Lathrap, D. W. 1985. Jaws: the control over power in the early nuclear
American ceremonial center, Early ceremonial architecture in the Andes.
Editado por C. B. Donnan, Washington DC: Dumarton Oaks: 241-
268.
Lehmann, J., D. Kern, B. Glaser e W. Woods. 2003. Amazonian dark earths:
origins, propoerties, managementedição. Netherlands: Kluwer Academic
Publishers.
Lowie, R. H. 1948. As florestas tropicais: uma introdução (The tropical
forests an introduction), The tropical forest tribes. Handbook of South
American Indians, vol. 3. Editado por J. Steward, Washington D.C.:
Smithsonian Institution. Bureau of American Ethnology. Bulletin
143: 1-2.
Meggers, B. J. 1954. Environmental Limitation on the Development of
Culture. American Anthropologist 56(5): 801-24.
Meggers, B. J. 1971. Amazonia: man and culture in a counterfeit paradiseedição.
Chicago: Aldine Atherton.
Meggers, B. J. 1985. Advances in Brazilian archaeology, 1935-1985.
American Antiquity 50(2): 364-373.
Meggers, B. J. 1994. Archaeological evidence for the impact of mega-niño
events on Amazonia during the past two millennia. Climatic change
28: 321-338.
Meggers, B. J. e J. Danon. 1988. Identification and implications of a hiatus
in the archeological sequence on Marajo Island, Brazil. Journal of
Washington Academy of Sciences 78(3): 245-53.
Meggers, B. J. e C. Evans. 1957. Archeological investigations at the mouth of the
Amazonedição. Vol. Bulletin 167. Washington, D.C., Smithsonian
Institution Bureau of American Ethnology U.S. Govt. Print. Off.
Meggers, B. J. e C. Evans. 1961. An experimental formulation of Horizon
Styles in the Tropical Forest Area of South America, Essays in
Pre-Columbian Art and Archaeology. Editado por S. K. Lothrop,
Cambridge: Harvard University Press: 372-288.
Myers, T. P. 1973. Toward a reconstruction of prehistoric community
patterns in the Amazon basin, Variation in Anthropology: Essays in
honor of John C. McGregor. Editado por D. Lathrap e J. Douglas,

67
Urbana: Illinois Archaeological Survey: 233-252.
Myers, T. P. 1992. Agricultural Limitations of the Amazon in Theory and
Practice. World Archaeology 24: 82-97.
Neves, E. G. 2007. El Formativo que nunca terminó: la larga história de
estabilidad en las ocupaciones humanas de la Amazonía Central.
Boletin de Arqueología PUCP 11: 117-142.
Neves, E. G. 2008. Ecology, ceramic chronology, and distribution, log-
term history, and political change in the Amazonian floodplain,
Handbook of South American Archaeology. Editado por H. SIlvermann
e W. Isbell, New York: Springer: 359-380.
Oliver, J. R. 2008. The archaeology of agriculture in ancient Amazonia,
Handbook of South American Archaeology. Editado por H. Silverman e
W. H. Isbell, New York: Springer: 185-216.
Palmatary, H. 1939. Tapajó Pottery. Etnologiska Studier 8: 1-136.
Pärssinen, M., A. Ranzi, S. Saunaluoma e A. Siiriäinen. 2003. Geometrically
patterned ancient earthworks in the Rio Branco region of Acre,
Brazil. Renvall Institute Publications. University of Helsinki 14: 97-133.
Parssinen, M., D. P. Schaan e A. Ranzi. 2009. Pre-Columbian geometric
earthworks in the upper Purus: a complex society in western
Amazonia. Antiquity 83(322): 1084-1095.
Posey, D. A. 1985. Indigenous management of tropical forest ecosystems:
the case of the Kayapó indians of the Brazilian Amazon. Agroforestry
Systems 3: 139-58.
Posey, D. A. e W. Balée. Eds. 1989. Resource management in Amazonia:
Indigenous and folk strategies. Advances in Economic Botany vol.7. New
York: New York Botanical Garden.
Rampanelli, I., A. Diez, V. Villaverde e D. P. Schaan. 2012. La aplicación
de estadísticas y de los SIG en el estudio de las construcciones
monumentales prehistóricas de la Amazonía brasileña, VI Jornadas
de SIG Libre. Girona, Espanha.
Ranzi, A. e R. Aguiar. 2000. Registro de Geoglifos na região Amazônica –
Brasil. Munda 42:87-90.
Roosevelt, A. C. 1980. Parmana: Prehistoric maize and manioc subsistence along
the Amazon and Orinocoedição. New York: Academic Press.
Roosevelt, A. C. 1991. Moundbuilders of the Amazon : geophysical archaeology on
Marajo Island, Braziledição. San Diego: Academic Press.
Roosevelt, A. C. 1993. The rise and fall of the Amazon chiefdoms.
L’Homme 33(126-128): 255-283.
Rostain, S. 1999. Secuencia arqueólogica en montículos del valle del
Upano en la Amazonia ecuatoriana. Bulletin de l’Institut Français de
Études Andines 28(1): 53-89.
Rostain, S. 2010. Pre-Columbian Earthworks in Coastal Amazonia.
Diversity 2(3): 331-352.
Salazar, E. 1998. De vuelta al Sangay. Investigaciones arqueológicas en el

68
alto Upano, Amazonia Ecuatoriana. Bull. Inst. fr. études andines 27(2):
213-240.
Santos, A. d. e D. P. Schaan. 2012. A arte rupestre da Transamazônica,
municípios de Anapu e Pacajá, Arqueologia, Patrimônio e
Multiculturalismo na Beira da Estrada: Pesquisando ao longo das rodovias
Transamazônica e Cuiabá-Santarém, Pará. Editado por D. P. Schaan,
Belém: GKNoronha: 219-232.
Saunaluoma, S. 2010. Pre-Columbian earthworks in the Riberalta region
of the Bolivian Amazon. Amazônica 2(1): 104-138.
Saunaluoma, S. e D. Schaan. 2012. Monumentality in western Amazonian
Formative societies: Geometric ditched enclosures in the Brazilian
State of Acre. Antiqua 2(1):<http://www.pagepress.org/journals/
index.php/antiqua/article/view/antiqua.2012.e1>.
Schaan, D. P. 2008. The nonagricultural chiefdoms of Marajó Island,
Handbook of South American Archaeology. Editado por H. Silverman e
W. Isbell, New York: Springer: 339-357.
Schaan, D. P. 2009. A Amazônia em 1491. Especiaria. Cadernos de Ciências
Humanas 11-12(20-21): 55-82.
Schaan, D. P. 2010. Paisagens da Amazônia Ocidental, Paisagens da Amazônia
Ocidental. Editado por D. P. Schaan, A. Ranzi e A. D. Barbosa, Rio
Branco: GKNoronha: 13-17.
Schaan, D. P. 2012a. Sacred geographies of ancient Amazonia: historical ecology of
social complexity, 1 edição.Vol. 1. New frontiers in historical ecology vol. 3.
Walnut Creek, CA: Left Coast Press, Inc.
Schaan, D. P. 2012b. Salvamento Arqueológico do Sítio PA-ST-42: Porto de
Santarém. Ano II Relatório Final. Vol. 1. Belém: UFPA/CDP, inédito.
213 p.
Schaan, D. P. 2013. Programa de Arqueologia e Educação Patrimonial. BR-163:
Santarém-Rurópolis; BR-230/PA: Divisa TO/PA à Rurópolis (excluindo
trecho Altamira-Medicilândia); BR-422: Trecho: Novo Repartimento –
Tucuruí. 10o. Relatório Parcial. Salvamento Arqueológico nos Sítios PA-
BA-08: Paraíso (Município de Novo Repartimento) e Pinheiro (Município de
Placas). Relatório Final. Belém: UFPA/ DNIT.
Schaan, D. P. 2014. Estudo dos sítios arqueológicos tipo Geoglifo localizados nos
estados do Acre, Amazonas e Rondônia com vistas a instruir processo de
Tombamento. Relatório Final. Belém: Universidade Federal do Pará.
Schaan, D. P. e C. M. P. Martins. 2012. Programa de Arqueologia e Educação
Patrimonial. BR-163: Santarém-Rurópolis; BR-230/PA: Divisa TO/PA à
Rurópolis (excluindo trecho Altamira-Medicilândia); BR-422: Trecho: Novo
Repartimento – Tucuruí. 12o. Relatório Parcial. Salvamento Arqueológico do
Sitio Cedro. Rodovia BR-163: Trecho Santarém-Rurópolis. Belém: UFPA/
DNIT, inédito. 91 p.
Schaan, D. P., M. Pärssinen, A. Ranzi e J. C. Piccoli. 2007. Geoglifos da
Amazônia ocidental: Evidência de complexidade social entre povos

69
da terra firme. Revista de Arqueologia 20: 67-82.
Schaan, D. P., M. Pärssinen e S. Saunaluoma. 2011. Natureza e Sociedade na
História da Amazônia Ocidental. Relatório Finaledição. Belém: NPEA/
UFPA.
Schaan, D. P., M. Pärssinen, S. Saunaluoma, A. Ranzi, M. Bueno e A.
Barbosa. 2012. New radiometric dates for pre-Columbian (2000-
700 B.P.) earthworks in western Amazonia, Brazil. Journal of Field
Archaeology 37(2): 132-142.
Schaan, D. P., A. Ranzi e A. D. Barbosa. 2010. Geoglifos. Paisagens da Amazôia
Ocidentaledição. Rio Branco: GKNoronha.
Silva, T. S. A. d. 2012. Construindo histórias: Cadeia operatória e história
de vida dos machados líticos amazônicos. Revista de Arqueologia
25(1): 58-87.
Silva, T. S. A. d. 2012. Entre mentes, gestos e pedras: cadeia operatória
lítica no sítio Porto de Santarém. Relatório Final - PIBIC/UFPA.
Smith, N. 1980. Anthrosols and human carrying capacity in Amazonia.
Annals of the American Association of Geographers 70(4): 553-566.
Simões, M. 1971. O Museu Goeldi e a Arqueologia da Bacia Amazônica.
Antologia da Cultura Amazônica VI:173-9.
Spencer, C. e E. Redmond. 1998. Prehispanic causeways and regional
politics in the Llanos de Barinas, Venezuela. Latin American Antiquity
9(2): 95-110.
Stenborg, P., D. Schaan e M. Amaral-Lima. 2012. Precolumbian land
use and settlement pattern in the Amazon region, lower Amazon.
Amazônica 4(1): 222-250.
Viveiros de Castro, E. 1996. Images of nature and society in Amazonian
ethnology. Annual Review of Anthropology 25: 179-200.
Woods, W., W. Teixeira, J. Lehmann, C. Steiner, A. WinklerPrins e L.
Rebellato. 2009. Amazonian Dark Earths: Wim Sombroek’s visionedição.
Berlin: Springer.

1
De 1970 a 1980 foram desenvolvidos dois extensos programas de pesquisa no
Brasil, o PRONAPA e o PRONAPABA, que mapearam sítios arqueológicos de
norte a sul, leste a oeste, sob a direção de Betty Meggers (Smithsonian Institution)
e Mário Simões (Museu Goeldi/CNPq). Os programas foram financiados pelas
instituições parceiras a que pertenciam os pesquisadores e formaram toda uma
geração de arqueólogos com uma metodologia de campo unificada Meggers, B. J.
1985. Advances in Brazilian archaeology, 1935-1985. American Antiquity 50(2):364-
373; Simões, M. 1971. O Museu Goeldi e a Arqueologia da Bacia Amazônica.
Antologia da Cultura Amazônica VI:173-9. Na Amazônia, a possibilidade de fazer
pesquisas arqueológicas dependia da concordância de Simões, Diretor do Setor
de Arqueologia do Museu Paraense Emílio Goeldi. Essa situação somente mudou
quando José Seixas Lourenço assumiu a Direção do Museu Goeldi no começo

70
da década de 1980 e promoveu a abertura nas diversas áreas a pesquisadores
estrangeiros, o que incluiu Anna Roosevelt.
2
A terra preta não ocorre em local algum do estado do Acre, fato que causa
surpresa entre os pesquisadores e está atualmente sendo investigado pela
Embrapa/AC. Uma vez que em outros locais da Amazônia sua ocorrência está
relacionada à grande densidade populacional e determinadas práticas culturais, é
possível que nenhuma dessas condições tenham sido satisfeitas no estado.
3
Ver também Stenborg, volume “Antes de Orellana. Actas del 3 EIAA”.
4
A maior parte dos dados arqueológicos apresentados nessa seção do trabalho são
inéditos, obtidos durante quatro anos de pesquisas ao longo da rodovia BR-230,
no âmbito de um projeto de salvamento arqueológico, e encontram-se descritos
no relatório final da pesquisa (Schaan 2013).

71
Sitios prehispánicos con zanjas
en Bella Vista, Provincia Iténez, Bolivia
Heiko Prümers
Instituto Alemán de Arqueología

Sitios prehispánicos con zanjas han aparecido en las últimas décadas en


muchas partes de la Amazonía. Los más conocidos probablemente son
los del Acre1, pero sitios similares son muy frecuentes también en el
norte de Bolivia2 y la región del Alto Xingú3. A escala más reducida se
hallan también en la Amazonía Central4 y es probable que con el avance
de la investigación se tenga nuevas evidencias en otras partes más de la
Amazonía.
Una particularidad de los sitios con zanjas geométricas tanto del Acre
como en el territorio Boliviano es la baja cantidad de restos arqueológicos
que por lo general se encuentran en ellos5.
En el caso de las zanjas geométricas del Acre, este hecho es “explicado”
atribuyéndoles una función ritual6. Un punto que debilita a ésta
interpretación es el hecho, que los fechados de radiocarbono para los sitios
del Acre indican una tradición muy larga de construcción de las zanjas, que
duró aproximadamente de 0 - 1300 d.C.7 La probabilidad, que la función
y el uso de los sitios asociados a las zanjas haya cambiado durante este
período de más de 1000 años, es muy alta. Tampoco es concluyente el
razonamiento que la baja cantidad de restos arqueológicos en los sitios
con zanjas geométricas del Acre sea un indicio de su uso ritual. Si fuera
así, habría que atribuir la misma función a los sitios con zanjas circulares
de la región de Baures ya que en estos también son escasos los restos
habitacionales.
Sin embargo, estos sitios, que datan de aproximadamente 1200 d.C. hasta
el tiempo misional, son descritos a comienzo del siglo XVIII como obras
defensivas. Dice por ejemplo Altamirano ([1710] 1979: 118): “lo que más se
notó fueron las estacadas como trincheras ó murallas con que defienden sus pueblos contra
el ímpetu de los enemigos”. Aunque este tipo de referencias etnohistóricas son
bastantes claras, se ha especulado sobre otros usos de las zanjas circulares
de la región de Baures (Erickson 2007: 77-90) y es previsible, que esta
discusión continúe por buen tiempo.

Zanjas en el “bosque virgen”

En la primavera del año 1914 el antropólogo sueco Erland von


Nordenskiöld zarpó la parte superior del Guaporé, para recoger datos
etnográficos. Durante su viaje en el río fronterizo entre Bolivia y Brasil

73
observó, que “cada altura a lo largo del Río Guaporé estaba rodeada por una
zanja”. Esto le llevó a las siguientes reflexiones: “Por mi parte, estoy convencido
de que cuando en el futuro se vuelva a cultivar la región de Mojos a escala grande y aquí
se pueda realizar trabajos arqueológicos metódicos y detallados, se llegará a la conclusión
de que esta tierra ha sido muy densamente poblada y que todo el terreno ha tenido
campos de cultivo, excepto donde se inunda de tiempo en tiempo” (Nordenskiöld
1915: 323).
Estas sentencias, que hoy en día parecen visionarias, las escribió Erland
von Nordenskiöld mucho antes de que la ciencia desarrollara la teoría, de
que era imposible la existencia en la Amazonía de grandes asentamientos
y por lo tanto de sociedades complejas.
En esencia, esta teoría, que fue formulada a mediados de los años 50 del
siglo pasado, se basaba en el supuesto de que los suelos en la Amazonía
por lo general eran tan infértiles que impedían cualquier forma de vida
sedentaria, fundada en la agricultura. La forma de subsistencia de los
grupos de cazadores y recolectores que habían logrado sobrevivir en la
Amazonía todavía hasta mediados del siglo XX al margen de las sociedades
nacionales fue interpretada como una adaptación a esta realidad y por lo
tanto como prueba de la teoría.
Las primeras dudas acerca de la validez de esta teoría aparecieron cuando,
durante las últimas décadas, se descubrieron en varias regiones de la
Amazonía grandes asentamientos prehispánicos (Neves 1999). Además,
la gran mayoría de estos asentamientos resultaron estar situados sobre
suelos extremadamente fértiles, llamados “terras pretas” o “tierras
negras amazónicas”. Estos descubrimientos coincidieron con resultados
novedosos de estudios ecológicos sobre el impacto del hombre a lo largo
de su presencia en la cuenca del Amazonas. En estos estudios se resalta
la presencia de concentraciones de plantas útiles en áreas que habían sido
considerados hasta este momento como “selva virgen”. Ya que estas
concentraciones solamente pueden ser el resultado de una selección
por el hombre, se ha postulado que no existen bosques “vírgenes” en
la Amazonía (Balée 1993, 2010; Balée & Erickson 2006; Erickson 2006,
2008).
En el caso de la región de Bella Vista (fig. 1), área de estudio del proyecto
arqueológico boliviano-alemán en Mojos desde el año 2008, existen
además indicios para suponer, que la presencia del bosque tropical, que
actualmente caracteriza la zona, es de data relativamente reciente. Según los
estudios de Carson et al. (in press) en la región habrían dominado sabanas
hasta aproximadamente 1500 d.C. El bosque tropical sería un fenómeno
tardío y su dispersión posterior al supuesto momento de abandono de los
sitios prehispánicos en la región.

74
Figura 1. Ubicación de la región de estudio.
La línea roja en c marca el área mapeado con LIDAR (véase fig. 5)

75
Excavaciones en la zanja circular BV-2 al norte del pueblo de Bella
Vista

El pueblo de Bella Vista se encuentra en la banda norte del río San Martín a la
altura de su confluencia con el río Blanco sobre una estribación del Escudo
Brasileño. El terreno es alto, ondulado y cubierto de un monte espeso. No
se inunda nunca, con excepción de las partes bajas en las desembocaduras
de los arroyos que corren del norte hacia el río San Martín. Hacia el sur y
oeste de Bella Vista se extienden las pampas estacionalmente inundadas
características para los Llanos de Mojos. En estas pampas la presencia de
asentamientos, tanto prehispánicos como actuales, está limitada a colinas
de pocos metros de altura, ya que las pampas están bajo agua durante la
estación de lluvias de varios meses de duración. Las colinas en su mayoría
son remanentes de bancos que se formaron en las riberas de ríos hoy en
día inactivos. De lo expuesto anteriormente resulta, que en esta parte de
su curso el río San Martín marca la frontera entre dos ecosistemas. Los
pobladores prehispánicos asentados en esta frontera podían aprovechar
los recursos que ofrecían ambos ecosistemas. No extraña entonces, que en
los alrededores de Bella Vista se han descubierto sitios prehispánicos muy
grandes, que recién se está comenzando a estudiar.
Antes de nuestros estudios solamente había habido dos intervenciones
arqueológicos en Bella Vista (Dougherty & Calandra 1984-85 y 1985;
Erickson et al. 1997: 10–11, figs. 17–26) y sus contribuciones ya han sido
evaluadas en otro lugar (Prümers et al. 2006: 255-256). La existencia de
zanjas en el pueblo mismo y en un terreno al norte denominado la “Granja
del Padre”, había sido reportado por Erickson et al. (1997: 10–11) y fue a
partir de este dato que se eligió a la zanja circular de la “Granja del Padre”
para efectuar excavaciones arqueológicas (fig. 2a).
En tres temporadas se excavaron en este sitio, que en nuestro registro
figura como BV-2, una superficie de aproximadamente 600 m2 hasta el
suelo estéril. En toda el área fue encontrada una capa de ocupación de
color marrón grisáceo con un grosor de aproximadamente 20 a 40 cm.
Esta capa no mostró ningún tipo de estratificación interna lo que indica
que su formación corresponde a una ocupación única. Encima de la capa
de ocupación había una capa delgada de humus en la cual aparecieron
algunos fragmentos de cerámica supuestamente trasladados por raíces y
animales. Por debajo de la capa de ocupación se encontró la tierra estéril
que consistía en un sedimento rojizo muy compacto con inclusiones de
cuarzo blanco. En algunos pozos de agua del pueblo de Bella Vista se
pudo comprobar, que este sedimento sigue hasta la capa freática en unos
0 a 12 m de profundidad. Con eso se puede descartar la existencia de una
ocupación anterior en el sitio.
Dentro de la capa de ocupación se encontraron varias concentraciones de
tierra quemada cuyo origen quedó poco claro. Por encontrarse siempre

76
Figura 2. Vistas de la excavación en el sitio BV-2 (“Granja del Padre”)

77
en áreas de tamaño reducido no pueden corresponder a antiguos pisos.
Tampoco los fragmentos recuperados muestran improntas de maderas
o de un aditivo orgánico como se podría esperar en caso de tratarse de
restos de un muro tipo bahareque con enlucido de barro. En dos de estos
conglomerados de tierra cocida se encontraron algunos fragmentos con
superficies alisadas algo curvadas y unos bordes sumamente gruesos del
mismo material. Esto hace pensar, que se trataba de restos de vasijas
grandes sumamente mal quemadas. Sin embargo, en otros conglomerados
de tierra cocida se registró un borde redondeado con una acanaladura
central cuidadosamente trabajada. En este caso el conglomerado muy
probablemente corresponde a algún tipo de estructura doméstica aunque
su uso específico no pudo ser determinado.
La diferencia de color entre la capa cultural y la tierra estéril era fuerte y la
frontera entre ambas capas bien visible. Por eso, al llegar a la tierra estéril,
los pozos que habían sido excavados desde la capa cultural en el subsuelo
estéril se delineaban perfectamente. Extrañamente no se hallaron ni huecos
de poste, ni fogones. Todos los pozos correspondían a pozos de basura y a
pozos de entierros en urna. No había ninguna separación especial de estos
dos tipos de pozos que al contrario más bien se encontraban cerca uno de
otro. Por eso no se puede descartar la posibilidad de una relación directa
entre las tumbas y los pozos de basura. Los últimos podrían contener, por
ejemplo, las pertinencias (quemadas) del difunto y la basura que resultó de
los ritos funerarios.
Las 16 tumbas en urna encontradas durante nuestras excavaciones,
se ubicaron bien cercanas una a la otra (fig. 2b) sin que hubieran sido
alteradas. Por eso parece probable que su ubicación estaba marcada de
alguna manera en la superficie. En todos los casos se habían utilizado
fragmentos de varias vasijas para los entierros (fig. 3 a-c). Los esqueletos
se encontraban en un muy mal estado de conservación y en algunos casos
solamente se logró rescatar algunos dientes. Sin embargo, la estructura
similar de las tumbas permite discernir el patrón funerario: En la mayoría
de los casos, el cuerpo del difunto fue depositado en un recipiente globular
grande puesto boca abajo en el pozo. Para poder depositar al cuerpo en la
vasija globular se removió su base, quebrándola a lo largo de una ranura
fresada en la circunferencia de la parte inferior de la vasija. En algunos
casos se encontraron en la boca de estas vasijas globulares las chispas de
cerámica que habían caído a su interior durante el proceso de retoque del
borde de la rotura (fig. 3e). Esto comprueba, que las vasijas globulares
fueron acomodadas en el lugar mismo y que se encontraron ya puestas
boca abajo en el pozo de entierro cuando se retocó al borde de la rotura.
Para cubrir al entierro se utilizaron tanto la base sacada de la vasija grande
globular como fragmentos grandes de otras vasijas.
En su mayoría los entierros en urna eran relativamente pequeños y
correspondían a niños, lo que explica en parte la mala conservación de los

78
huesos. En dos de estos entierros se encontraron ofrendas, que en ambos
casos se limitaban a un pendiente de piedra pulida (fig. 3d). Fue la tumba
mayor, con una vasija globular de casi 1 m de altura como recipiente
central, que dio la mayor cantidad de información acerca de la disposición
del difunto y que también destacó por sus ofrendas. Según la disposición
de los restos óseos conservados, contenía a un adulto enterrado en
cuclillas con la espalda apoyada en el oeste contra la pared de la vasija
globular. Su cara por lo tanto estaba mirando hacia el este, en dirección del
sol naciente. Sobre el cuerpo se había depositado fragmentos grandes de
cerámica y los vacíos en el interior de la vasija globular se habían rellenado
con fragmentos de adobes. Frente a los pies del difunto se encontraron
tres vasijas pequeñas y una piedra de cuarzo blanco (fig. 3b). Directamente
por debajo del individuo, de canto en la boca de la vasija grande, fue
encontrada una pequeña escudilla con cuatro pequeñas protuberancias
como patitas. El elemento más sorprendente de la tumba recién salió a la
luz cuando se recuperó los fragmentos de la vasija globular grande. Sobre
el hombro de esta vasija había la figura modelada de un ser antropomorfo
sentado con las piernas cruzadas y las manos sobre las rodillas. Su cara
muestra poco detalle y sobre la cabeza lleva un tocado cónico del cual
cae por su hombro una manta triangular. La manta se extiende en relieve
sobre la parte superior del cuerpo de la vasija. Lo más remarcable de esta
representación antropomorfa es el vestido, ya que las numerosas figurinas
encontradas en diferentes regiones de los Llanos de Mojos muestran, sin
excepción, hombres y mujeres desnudos.

Saliendo del círculo

Como ya se mencionó arriba, no había muchos estudios sobre los sitios


con zanjas circulares en la región de Baures. Siendo éstos muchas veces
el resultado de investigaciones muy limitadas ofrecían datos muy diversos
según lo hallado casualmente en el lugar. Sin embargo, todos parecían
coincidir, en que las zanjas circulares delimitaban a los sitios. Por eso, al
iniciar los trabajos en el sitio BV-2, nosotros partíamos de la idea, que la
zanja circular que se veía en el lugar era el límite del sitio prehispánico y
que este se encontraba más o menos aislado sobre el terreno de la “Granja
del Padre”.
Fue recién durante el mapeo del sitio y a base de los datos que proporcionó
la prospección en los alrededores, que nos fuimos dando cuenta, de que
la zanja circular del sitio BV-2 era parte de un sistema de zanjas mucho
más grande y complejo. Este sistema consistía de una zanja, que en forma
de media luna encerraba a una superficie de más de 200 ha, que a su
vez estaba conectada con tres zanjas circulares. La zanja circular BV-2,
que tiene un diámetro de aproximadamente 140 m, está situada en el sur
de este sistema. Al ampliar las prospecciones salieron otros sistemas de

79
Figura 3. a Detalle de una vasija con la representación aplicada de un ser antropomorfo (rasgo
307); b Ofrendas encontradas al fondo de un entierro en urna (rasgo 307); c Vista lateral de
un entierro en urna durante la excavación (rasgo 508); d pendientes de piedra; e “chispas” de
cerámica encontradas en la base de la vasija globular de un entierro en urna (rasgo 208)

80
zanjas similares, que están ubicados sobre las alturas vecinas. Con esto, el
área que había que mapear se volvió tan inmenso, que la inviabilidad de
un mapeo terrestre del área era evidente tomando en cuenta, que en gran
parte estaba cubierto por bosque.
Siendo el mapeo exacto de los sitios arqueológicos y la documentación
de su posición en la topografía local fundamentales para todo tipo de
estudio general (uso de espacio, densidad poblacional, comparaciones
en cuanto a distribución y tamaño de los sitios, etc.), se decidió hacer
el mapeo mediante LIDAR (“Light detection and ranging”). Esta tecnología
ha revolucionado en los últimos 15 años el mapeo de áreas con bosque
en muchas partes del mundo8. En la Amazonía el LIDAR no había sido
utilizado todavía para la investigación arqueológica y cabía la posibilidad,
que las mediciones iban a ser afectadas por la espesura de la vegetación y el
humo provocado por la quema de las pampas cercanas. Afortunadamente
el estreno de esta tecnología en Bella Vista resultó ser un éxito rotundo
(fig. 4).
Se mapeó un área de casi 200 km2. Los vuelos de mapeo se efectuaron en
octubre del año 2011, al final de la estación seca, o sea en un momento
cuando muchos de los árboles en la región pierden gran parte de sus hojas.
Esto prometía, que más puntos iban a caer sobre la superficie de la tierra
y por ende un mejor resultado final.
En el plano total (fig. 5) se puede apreciar la distribución de las zanjas
por toda el área mapeado, así como su ubicación en las alturas. En las
cuencas que los separan, corren arroyos que mayormente son efímeros.
Los complejos de zanjas más grandes se ubican cerca de los ríos grandes
y en algunos casos no se cierran en el lado que da a la ribera del río.
Sin embargo, este hecho no debilita la probable función defensiva de las
zanjas, ya que los taludes de los ríos son muy empinados y llegan a tener
hasta 10 m de altura.
La interpretación de las zanjas como obras defensivas que sugiere el
registro arqueológico es sustentada también por la descripción del padre
jesuita Francisco Eder. A comienzos del siglo XVIII él ha visto en la región
de Baures estas zanjas en función y dice con respecto a éstas:
“Habiendo aterrorizado los Guarayo toda la región, consiguieron que los Baure se
comprometieran a entregarles anualmente cierto número de muchachos y muchachas:
pero ni siquiera así estaban a salvo de sus frecuentes e inesperados asaltos. Así pues,
para solucionar sus problemas de otra forma, decidieron rodear sus islas con fosos (que
subsisten hasta hoy y que demuestran la gran población que por entonces debía haber).
Conocí islas [de monte] cuya circunferencia llegaba a tres millas y que estaban rodeadas
de dos o tres fosos. Estos son tan anchos y profundos, que se pueden comparar con los de
Europa. Iban amontonando la tierra excavando en las espaldas del foso, formando una
pared de declive muy abrupto y de difícil subida para el hombre. De esta forma hicieron
más difíciles al enemigo sus asaltos” (Eder 1985 [ca. 1772]: 106).

81
Figura 4. Dos sistemas de zanjas que aparecieron en el mapeo con LIDAR;
arriba: BolPra, abajo: California

82
Figura 5. Plano del área mapeado con LIDAR.
Se han resaltado los sitios prehispánicos delimitados por zanjas.
Nótese las zanjas truncas, no asociadas directamente a los asentamientos prehispánicos

En cuanto al período de uso de las zanjas, la descripción arriba citada


testimonia su uso todavía en el siglo XVIII. Los vestigios arqueológicos
encontrados en nuestras excavaciones en Bella Vista y Jasiaquiri fueron
datados a los siglos XIII – XVI (ver tabla 1). El período mínimo para la
construcción y el uso de las zanjas resultaría entonces ser de unos 500
años. Sin embargo, es sumamente probable que los inicios de este tipo de
sitios se remonte mucho más en el tiempo.
Dado que la mayoría de los sitios con zanjas en la región de Bella Vista
recién han podido ser reconocidos a partir del mapeo mediante LIDAR,
es poco lo que se puede decir acerca de los mismos. Sin embargo, es
pertinente resaltar, que la enorme extensión de algunos de estos sitios
ha cambiado por completo nuestra percepción respecto a ellos. Si hasta
ahora se consideraba a las zanjas circulares con diámetros de entre 100
a 200 m como “los sitios”, ahora queda claro, que estas zanjas circulares
solamente son partes diminutas de sitios inesperadamente grandes. Que
realmente todo el área delimitado por los sistemas de zanjas corresponden
a asentamientos, lo confirman nuestros datos de prospección en el terreno

83
Tabla 1. Fechados de radiocarbono para los sitios de Bella Vista (BV) y Jasiaquiri (JAS)*.
* Las tres primeras muestras (KIA 40612, KIA 38829, KIA 38830) provienen de
fragmentos grandes de madera carbonizada que fueron encontrados en la tierra estéril por
debajo de la capa cultural. Los fechados muy tempranos que se obtuvo de estas muestras
comprueban, que no había restos de ninguna ocupación anterior en el sitio.
La fecha que dio la muestra Erl 6559 solamente se explica por intrusión de material más
antiguo, ya que no lleva relación ninguna con los demás fechados
que se tiene para el tiempo de ocupación de los sitios.

de la estancia Turingia. En el año 2010 el dueño de la estancia decidió


desmontar el centro de este sistema de zanjas con un tractor. En toda el
área afectada, de más de un kilómetro de largo, se hallaron fragmentos
de cerámica en la tierra fuertemente removida. A lo mismo apuntan
también los hallazgos fortuitos que son encontrados al excavar norias,
fundamentos para casas, pozos ciegos, etc. en el pueblo de Bella Vista, que
ocupa aproximadamente un tercio del área delimitada por un sistema de
zanjas prehispánicas.

84
Resumiendo, se tiene que constatar que el mapeo con LIDAR nos ha
mostrado la existencia de sistemas de zanjas que encierran áreas enormes.
De estos sitios prehispánicos todavía no sabemos mucho más que su mera
existencia. Faltan datos para ordenarlos cronológicamente y para poder
responder muchas preguntas, que surgen a partir de las nuevas evidencias,
como p.ej.:
- ¿Son todos del mismo tiempo o existe cierta profundidad temporal?
- ¿Cuan densamente estaban poblados los áreas delimitados por los
sistemas de zanjas?
- ¿Contra quienes se estaban protegiendo los constructores de las zanjas -
contra sus vecinos o contra gente que venían de lejos?
- ¿Es la presencia de zanjas que “unen” a sistemas vecinos un indicio para
alianzas entre los pobladores de dichos sistemas?
- ¿A qué momento de la ocupación corresponde la construcción de la(s)
zanja(s)?
La lista de preguntas posibles es larga y se ira constantemente renovando
con el avance de la investigación.

Bibliografía

Altamirano, Diego Francisco de, 1979 [ca. 1710], Historia de la Mision de


los Mójos. Instituto Boliviano de Cultura, Biblioteca “José Agustín
Palacios”, Publicación No. 3, La Paz.
Arellano López, A. Jorge, 2002, Reconocimiento Arqueológico en la Cuenca del
Río Orthon, Amazonía Boliviana. Quito.
Arnold, Dean E. & Prettol, Kenneth A., 1988, Aboriginal Earthworks
near the Mouth of the Beni, Bolivia. Journal of Field Archaeology, Vol.
15, No. 4: 457-465.
Balée, William, 1993, Indigenous Transformation of Amazonian Forests.
An Example from Maranhão, Brazil. L’Homme, Vol. 126-128, No.
33 (2-4), Paris: 231-254.
Balée, William, 2010, Contingent Diversity on Anthropic Landscapes.
Diversity 2010, 2, 163-181 [doi:10.3390/d2020163].
Balée, William & Erickson, Clark L. (eds.), 2006, Time and Complexity
in Historical Ecology: Studies in the Neotropical Lowlands. Columbia
University Press, New York.
Becker-Donner, Etta, 1956a, Archäologische Funde am Mittleren Guaporé
(Brazilien). Archiv für Völkerkunde, 11, Wien: 202-249.
Becker-Donner, Etta, 1956b, Archäologische Funde vom mittleren
Guaporé, Brasilien. Proceedings of the 32nd International Congress of
Americanists, Copenhagen 1956: 306-314.
Carson, J. F., Whitney, B. S., Mayle, F. E., Iriarte, J., Prümers, H., Soto, J. D.,
Watling, J., in press, Pre-AD1492 earthworks in the Amazon – ancient
deforestation or a savanna culture?

85
Devereux, B. J., Amable, G. S., Crow, P., Cliff, A. D., 2005, The potential
of airborne lidar for detection of archaeological features under
woodland canopies. Antiquity 79: 648-660.
Dougherty, Bernard & Calandra, Horacio A., 1984-85, Ambiente y
Arqueología en el Oriete Boliviano: La Provincia Iténez del
Departamento Beni. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología,
Tomo XVI, N.S., Buenos Aires: 37-61.
Dougherty, Bernard & Calandra, Horacio A., 1985, Archaeological
Research in Northeastern Beni, Bolivia. National Geographic Society
Research Reports, Vol. 21 (1980-1983), Washington, D.C.: 129-136.
Doneus, M., Briese, C., Fera, M., Janner M., 2008, Archaeological
Prospection of Forested Areas Using Full-Waveform Airborne
Laser Scanning. Journal of Archaeological Science, 35 (4): 882 - 893.
Erickson, Clark L., 2006, The Domesticated Landscapes of the Bolivian
Amazon. Time and Complexity in Historical Ecology: Studies in the
Neotropical Lowlands, William Balée & Clark L. Erickson, (eds.),
Columbia University Press, New York: 235-278.
Erickson, Clark L., 2008, Amazonia: The Historical Ecology of a
Domesticated Landscape. Handbook of South American Archaeology,
edited by Helaine Silverman & William Isbell, New York: 157-183.
Erickson, Clark L. & Balée, William, 2006, The Historical Ecology of
a Complex Landscape in Bolivia. Time and Complexity in Historical
Ecology: Studies in the Neotropical Lowlands, William Balée & Clark L.
Erickson, (eds.), Columbia University Press, New York: 187-233.
Erickson, Clark L., Winkler Velarde, Wilma, Candler, Kay, 1997, Las
investigaciones arqueológicas en la región de Baures en 1996. Ms.
Heckenberger, Michael J., 1996, War and peace in the shadow of empire:
sociopolitical change in the Upper Xingu of south-eastern Amazonia, ca. AD
1400-2000. Ph.D dissertation, University of Pittsburgh. UMI, Ann
Arbor.
Heckenberger, Michael J., 1999, The enigma of the great cities: body
and state in Amazonia. A outra margem do ocidente (Brasil 500 anos:
experiência e destino), Adauto Noves, ed., Companhia das letras, São
Paulo.
Heckenberger, Michael J., 2005, The Ecology of Power: Culture, Place, and
Personhood in the Southern Amazon, A.D. 1000-2000. New York:
Routledge.
Heckenberger, Michael J., 2006, History, Ecology, and Alterity: Visualizing
Polity in Amazonia. Time and Complexity in the Neotropical Lowlands,
edited by W. Balée and C. Erickson,. Columbia University Press:
New York: 311-340.
Heckenberger, Michael J., 2009, Lost Garden Cities: Pre-Columbian Life
in the Amazon. Scientific American Oct.
Heckenberger, Michael J., Petersen, James B., Neves, Eduardo Goés, 1999,

86
Village Size and Permanence in Amazonia: Two Archaeological
Examples from Brazil. Latin American Antiquity, 10 (4): 353-376.
Heckenberger, M. J., Russell, J. Christian, Fausto, Carlos, Toney, Joshua R.,
Schmidt, Morgan J., Pereira, Edithe, Franchetto, Bruna, Kuikuro,
Afukaka, 2008, Pre-Columbian Urbanism, Anthropogenic
Landscapes, and the Future of the Amazon. Science. 321:1214-1217.
Moraes, Claide de Paula, 2010, Aldeias circulares na Amazônia Central: um
contraste entre fase Paredão e fase Guarita. Arqueologia Amazônica,
(E. Pereira & V. Guapindaia, eds.), vol. 2, Belém: MPEG / IPHAN
/ SECULT: 581-604.
Moraes, Claide de Paula & Neves, Eduardo G., 2012, O Ano 1000:
Adensamento Populacional, Interação e Conflito na Amazônia
Central. Amazônica: Revista de Antropologia, vol. 4 (1): 122-148.
Neves, Eduardo G., 1999, Changing perspectives in Amazonian
archaeology. Archaeology in Latin America (Gustavo G. Politis &
Benjamin Alberti, Eds.), London and New York: Routledge: 216-
243.
Neves, Eduardo G., 2008, Ecology, Ceramic Chronology and Distribution,
Long-term History, and Political Change in the Amazonian
Floodplain. Handbook of South American Archaeology, Silverman, H.,
Isbell, W. (eds.); New York: Springer: 359–379.
Neves, Eduardo G., 2009, Warfare in precolonial Amazonia: When
Carneiro meets Clastres. Warfare in cultural context: Practice, agenc,y
and the archaeology of violence; (Axel E. Nielsen & William H. Walker,
eds.). Amerinc Studies in Archaeology, Vol. 3. Tucson: University
of Arizona Press: 139-164.
Noble Wilford, John, 2010, Mapping Ancient Civilization, in a Matter
of Days. The New York Times, May 10, 2010. [http://www.nytimes.
com/2010/05/11/science/11maya.html?emc=eta1]
Nordenskiöld, Erland von, 1915, Forskningar och äventyr i Sydamerika.
Stockholm: Albert Bonniers Förlag.
Pärssinen, Martt, Ranzi, Alceu, Saunaluoma, Sanna, Siiriäinen, Ari, 2003,
Geometrically patterned ancient earthworks in the Rio Branco
Region of Acre, Brazil. M. Pärssinen & A. Korpisaari (ed.); Western
Amazonia – Amazônia ocidental (Renvall Institute Publications 14).
Helsinki: Renvall Institute for Area and Cultural Studies, University
of Helsinki: 97-133.
Pärssinen, Martti, Schaan, Denise, Ranzi, Alceu, 2009, Pre-Columbian
geometric earthworks in the upper Purús: a complex society in
western Amazonia. Antiquity 83: 1084-1095.
Prümers, Heiko, 2012, Gräben und Gräber im bolivianischen (Ur)Wald.
Archäologie in Deutschland, 5: 12-17.
Prümers, Heiko, 2013, Die Arbeiten des Bolivianisch-Deutschen Projektes
in Mojos in den Jahren 2011/2012. Zeitschrift für Archäologie

87
Außereuropäischer Kulturen 5, Wiesbaden: Reichert Verlag: : 315-326.
Prümers, Heiko, Jaimes Betancourt, Carla, Plaza Martínez, Ruden, 2006,
Algunas tumbas prehispánicas de Bella Vista, Prov. Iténez, Bolivia.
Zeitschrift für Archäologie Außereuropäischer Kulturen 1, Wiesbaden: 251-
284.
Saunaluoma, Sanna, 2010, Pre-Columbian Earthworks in the Riberalta
Region of the Bolivian Amazon. Amazônica 2(1), Universidade
Federal do Pará: 86-115.
Saunaluoma, Sanna, 2012, Geometric Earthworks in the State of Acre,
Brazil: Excavations at the Fazenda Atlântica and Quinauá Sites.
Latin American Antiquity 23 (4): 565-583.
Saunaluoma, Sanna, Faldín, Juan, Korpisaari, Antti, Siiriäinen, Ari, 2002,
Informe preliminar de las investigaciones arqueológicas en la región
de Riberalta, Bolivia. Reports of the Finnish-Bolivian Archaeological
Project in the Bolivian Amazon (Ari Siiriäinen & Antti Korpisaari, eds.),
Department of Archaeology, University of Helsinki, Helsinki: 31-
52.
Saunaluoma, Sanna & Korhonen, Jussi, 2003, Informe preliminar de las
investigaciones arqueológicas realizadas en la región de Riberalta,
Bolvia, en 2002. A. Siiriäinen & A. Korpisaari (eds.), Reports of
the Finnish-Bolivian Archaeological Project in the Bolivian Amazon II. -
Noticias del Proyecto Arqueológico Finlandés-Boliviano en la
Amazonía Boliviana II, Department of Archaeology, University of
Helsinki, Helsinki: 55-71.
Saunaluoma, Sanna & Schaan, Denise, 2012, Monumentality in Western
Amazonian formative societies: geometric ditched enclosures in
the Braziliam state of Acre. Antiqua 2012; 2: e1 [doi: 10.4081/
antiqua.2012.e1]
Schaan, D., Bueno, M., Ranzi, A., 2010, Geoglifos do Acre: Novos
Desafios para a Arqueologia Amazônica. Egle Barone-Visigalli &
Anna C. Roosevelt (eds.): Amaz´hommes. Sciences de l’Homme et sciences
de la Nature en Amazonie. Matoury: Ibis Rouge Éditions.
Schaan, D., Bueno, M., Ranzi, A., Barbosa, A., Silva, A., Casagrande,
E., Rodrígzes, A., Dantas, A., Rampanelli, I., 2010, Construindo
Paisagens como Espaços sociais: o caso dos Geoglifos do Acre.
Revista de Arqueología 23 (1), Belém: 30-41.
Schaan, Denise, Pärssinen, Martti, Ranzi, Alceu, Piccoli, Jacó César, 2007,
Geoglifos da Amazônia ocidenta: evidencia de complexidade social
entre povos da terre firme. Revista de Arqueología 20, Belém: 67-82.
Schaan, Denise, Pärssinen, Martti, Saunaluoma, Sanna, Ranzi, Alceu,
Bueno, Miriam, Barbosa, Antonia, 2012, New radiometric dates for
precolumbian (2000-700 B.P.) earthworks in western Amazonia,
Brazil. Journal of Field Archaeology 37 (2): 132-142.
Walker, John H., 2008, Pre-Columbian Ring Ditches along the Yacuma

88
and Rapulo Rivers, Beni, Bolivia: A Preliminary Review. Journal of
Field Archaeology 33 (4): 413-427.
Walker, John H., 2011, Amazonian Dark Earth and Ring Ditches in
the Central Llanos de Mojos, Bolivia. Culture, Agriculture, Food and
Environment 33 (1): 2-14. [doi/10.1111/j.2153-9561.2011.01043.x/
pdf]

1
Véase: Saunaluona 2012; Saunaluoma & Schaan 2012; Pärssinen et al. 2003,
2009; Schaan et al. 2007, 2010, 2012; Schaan, Bueno, Ranzi 2010.
2
Arellano López 2002; Arnold & Prettol 1988; Becker-Donner 1956a, b; Prümers
2012, 2013; Saunaluoma et al. 2002; Saunaluoma & Korhonen 2003; Saunaluoma
2010; Walker 2008; 2011.
3
Heckenberger 1996, 1999, 2005, 2006, 2009; Heckenberger et al. 1999, 2008.
4
Moraes 2010; Moraes & Neves 2012: 137-142; Neves 2009: 150-158; 2008: 372.
5
Dougherty & Calandra 1984-85: 47; 1985: 13; Saunaluoma 2012: 580; Schaan et
al. 2012: 139.
6
Saunaluoma 2012: 580; Saunaluoma & Schaan 2012: 2; Schaan et al. 2012.
7
Pärssinen et al. 2009: 1089; Schaan et al. 2012: Table 1; Saunaluoma 2012: Table
2; Saunaluoma & Schaan 2012: Table 2.
8
Acerca de la aplicación de LIDAR para el mapeo de sitios arqueológicos véase
p.ej. Devereux et al. 2005; Doneus et al. 2008; Noble Wilford 2010.

89
New approaches to pre-Columbian
raised-field agriculture:
ecology of seasonally flooded savannas,
and living raised fields in Africa,
as windows on the past and the future
Doyle McKey1,2, Delphine Renard1,3, Anne Zangerlé4,5,
José Iriarte6, Kisay Lorena Adame Montoya7,
Luz Elena Suarez Jimenez7, Axelle Solibiéda8,
Mélisse Durécu1, Marion Comptour1,
Stéphen Rostain9, Christine Raimond8
1
Université Montpellier 2, Centre d’Ecologie
Fonctionnelle et Evolutive, UMR 5175 CNRS, France
2
Institut Universitaire de France
3
current address: Dept. of Geography, McGill University,
Montreal QC, Canada
4
Department of Ecology and Ecosystem Management,
Technische Universität München, Freising, Germany
5
Current address: Centre d’EcologieFonctionnelle
et Evolutive, UMR 5175 CNRS, France
6
Department of Archaeology, University of Exeter, UK
7
Fundacion Universitaria Internacional del
Tropico Americano (Unitropico), Yopal, Colombia
8
Laboratoire de Géographie, Pôle de Recherche
pour l’Organisation et la Diffusion d’Information
Géographique (PRODIG), UMR 8586, Paris, France
9
Institut Français d’Etudes Andines, Quito, Ecuador/
Archéologie des Amériques, UMR 8096 CNRS, Nanterre, France

Introduction

Seasonally flooded savannas, found in several regions scattered around


the rim of Amazonia, today harbor very low human population densities.
Over the past few centuries, production systems of people living in
these environments have depended largely on the harvesting of wild
resources. Today much of their area is devoted to extensive cattle
ranching. Archaeological data show, however, that many of these areas
have not always been so thinly populated, and that production systems
in the past included forms of agriculture that may have been relatively

91
intensive, involving the construction of agricultural raised fields, paths,
canals and other structures, with impacts on the landscape that can still
be seen. Raised fields can be defined as “any prepared land involving the
transfer and elevation of earth in order to improve cultivating conditions”
(Denevan and Turner 1974). Drainage is of course not the only way in
which elevating earth improves conditions for farming, and wetlands are
not the only environments in which raised fields (or “raised beds”, for
little-elevated structures) are found. Nonetheless, the largest and most
extensive raised fields are found in wetlands. Wetland raised fields were
widespread in the Americas before the European conquest (Denevan
2001; Doolittle 2000). In the Neotropics, raised-field wetland agriculture
is today extinct, or present only in relictual form. Its disappearance poses
numerous questions: How did it function? Why did it disappear? Could
it have any relevance today? The objective of this chapter is to examine
the functioning of this ancient type of agriculture. Knowing how it
functioned—and in some parts of the world still functions today—is
required to assess its value as a potential source of inspiration for the
conception and establishment of ecologically intensive agriculture, a
goal proclaimed by researchers and decision-makers alike. The chapter
is organized in three parts. In the first, we briefly summarize what is
known about the functioning of pre-Columbian raised-field agriculture
and identify important open questions. As we will argue below, current
approaches to studying raised-field agriculture in pre-Columbian South
America seem to be reaching their limits. New approaches are required to
resolve open questions and to suggest new questions and productive lines
of investigation. In the second and third parts of the chapter, we describe
two new approaches we are pursuing. In the first, we explore the present-
day ecology of seasonally flooded tropical savannas. We show that insights
into raised-field agriculture can be gained by a better understanding of the
environments in which these agroecosystems are embedded, in particular
why these environments so often harbor highly regular mound-field
landscapes of natural origin that resemble some kinds of agricultural
raised fields. Archaeologists have commented on this resemblance, but
have simply regarded natural mound-fields as a nuisance, a confounding
feature that must be distinguished from their “real” objects of study.
We suggest that natural mound-fields testify to striking convergence in
the adaptations of humans and other organisms to these constraining
environments, and that human and natural engineers may often have worked
together, producing landscapes that are neither ‘natural’ nor ‘cultural’, but
biocultural in origin. Far from being just a confounding nuisance, natural
mound-fields may sometimes be an essential part of the story In the
second new approach, we show how exploring the ethnoecology of
modern raised-field agriculture in seasonally flooded African savannas can
lead not only to insights about pre-Columbian raised-field agriculture in

92
the Neotropics, but might also help us imagine more intensive forms of
agriculture in the context of the rapid growth of human populations that
is already affecting some seasonally flooded tropical wetlands, notably in
Africa. Our ecological approach and our studies in Africa thus provide a
window not only into the pre-Columbian past, but also into a hoped-for
future of intensive but sustainable agriculture.

1. Ecology of pre-Columbian raised-field agriculture in South


America: current state of knowledge and open questions

The history of environments and societies in lowland South America in


the centuries before the European conquest is hotly contested. Much of
this debate focuses on the extent and nature of human modification of
environments in Amazonian forests, where anthropogenic dark earths
(Glaser and Birk 2012; Glaser and Woods 2004; Lehmann et al. 2003; Woods
et al. 2009; Petersen et al. 2001), evidence for settlements of substantial
size (Carneiro 1960; Heckenberger et al. 1999, 2007, 2008) and evidence
that humans modified the composition of forest communities (Balée and
Erickson 2006; Junqueira et al. 2010; Levis et al. 2012; Shepard and Ramirez
2011) all suggest an intensification of agriculture during the late Holocene,
leading to surprisingly large pre-Columbian human populations (Denevan
1992). How much of forested Amazonia was affected by this agricultural
intensification is a still unsettled question (Barlow et al. 2012; Bush and
Silman 2007; Clement and Junqueira 2010; Erickson 2008; McMichael
et al. 2012). In peri-Amazonian savannas, another apparently intensive
form of agriculture is suggested by widespread vestiges of raised fields
(Denevan 2001). Different forms of raised-field agriculture were practiced
in permanent or seasonally flooded wetlands in several regions in Central
and South America, both in lowland environments and in the Altiplano,
from as early as ca. 3000 yr BP, around Lake Titicaca in Bolivia and Peru
(e.g., Erickson 1987; Kolata 1996), and up until the European conquest in
several sites. The chronicles of European missionaries left scant anecdotal
information on the methods farmers used to construct and manage raised
fields (De Las Casas 1986 [1560]; Gondard 2008; Gumilla, 1963 (1791]).

1.1. What was the real extent of raised-field agriculture?


A fundamental, but still debated, question about raised-field agriculture
is how extensive it really was. Various types of mounds of natural origin
frequently occur in seasonally flooded savannas, and they are often arranged
in mound-field landscapes that show striking spatial regularity (Renard
et al. 2012a). These mound-field landscapes resemble some kinds of
agricultural raised fields, and the potential for confusing the two has led to
controversy about how extensive pre-Columbian agriculture in neotropical
savannas really was. One kind of natural mound-field landscape, gilgai

93
topography, has been a source of confusion in interpreting raised-field
agriculture in the Mayan lowlands for almost 40 years (Puleston 1978).
Baker (2003) reviewed this question, provided new evidence that both
gilgai and human-constructed raised fields occur in the area, and clarified
the distinction between them. In lowland South America, the kaolinite-rich
oxisols of seasonally flooded savannas where we have worked in French
Guiana and Colombia lack the shrinking-swelling clays necessary for gilgai
formation (B. Glaser, University of Halle, pers. comm.). However, other
types of mound-field landscapes exist in these environments. Writing
of peri-Amazonian savannas, Meggers (2003) warned of the possibility
of confusion between raised fields and spatially regular mound-field
landscapes of natural origin, and presented photographs she considered
to represent likely examples of the latter in the Llanos de Mojos in Bolivia.
Langstroth (1996, 2011) and Mayle et al. (2007) also drew attention to the
possibility of confusing artificial earth mounds with structures of natural
origin, noting that some habitation mounds in the Llanos de Mojos appear
to be eroded relics of natural levees and terraces, and that many smaller
forest islands appear to have been created by termites, rather than humans.
At least some forest islands in the region, however, are of human origin, as
they are built on ancient (early Holocene) shell middens (Lombardo et al.
2013). However, aside from the counsel to exercise caution, authors have
offered no guidelines on how mound-field landscapes of natural origin and
vestiges of agricultural raised fields might be distinguished. Furthermore,
as noted above, no one appears to have asked why various types of earth
mounds of natural origin are so frequently found in the same kinds of
environments where humans often constructed large complexes of similar
mounds. Does the outward similarity of natural mound-fields and certain
vestiges of agricultural raised fields reflect some deeper connection?

1.2. How did raised-field agriculture function?


A second set of fundamental, still unresolved, questions about raised-field
agriculture revolves around how it worked and how productive it really
was. All authors agree that the primary function of constructing raised
fields was to provide well-drained soils for flooding-intolerant crops. Other
potential advantages of raised-field agriculture have been suggested, such
as the recycling and concentration of nutrients, the production of aquatic
resources such as fish, and (in altiplano environments) the protection of
crops from frost (see Renard et al. 2012b for a review), but the importance
of these potential advantages is contested (Baveye 2013; Lombardo et
al. 2011). How intensive and productive this kind of agriculture really
was, and whether it supported dense populations, are questions as hotly
debated as those concerning Amazonian forests (Bandy 2005; Iriarte et
al. 2010; Lombardo et al. 2011; Muse and Quintero 1987; Saavedra 2009).

94
An overarching problem in understanding raised-field agriculture, we
believe, is that the artifacts archaeologists can observe mostly document
only a single component of subsistence systems that likely included
numerous activities (cf. Bruno [2014], who independently reached the
same conclusion). A striking exception is the vestiges of earthen fish weirs
that document an ancient landscape-scale fishery in the Llanos de Mojos
(Erickson 2000). Even where such artifacts are present, it may be difficult
to estimate the place that was occupied by raised-field agriculture in these
multi-component systems. Like present-day inhabitants of seasonally
flooded African savannas (see section 3), perhaps pre-Columbian “raised-
field farmers” considered themselves primarily fishermen, and farmed not
only wetlands, but also other habitats over the annual cycle. “Raised-field
agriculture” should be understandable only when it is placed in a broader
context of a more complex subsistence system.
Given that we do not really understand why raised-field agriculture was
abandoned, there is also uncertainty about how sustainable it was. There
is also disagreement about the related question of whether raised-field
agriculture has any relevance as an intensive, ecologically sustainable, form
of agriculture today.
Based on the sheer extent of raised fields in some areas, archaeologists
have argued that they must have supported sizable human populations.
Denevan (1982) estimated the total surface of raised fields known at that
time in Latin America to be 1000 km2 (100,000 ha), representing more
than a billion cubic meters of earth moved. However, this is surely an
underestimate, as Erickson (1992a) estimated 80,000 ha of raised fields
in the Lake Titicaca basin alone. Furthermore, some archaeologists
consider that raised-field agriculture was quite productive, supporting high
population densities. Erickson and Candler (1989) estimated that raised
fields in the Lake Titicaca basin could have supported 37.5 persons per ha.
This corresponds to over 3700 persons per km2! Rostain (2008) proposed
a figure of 50-100 inhabitants per km2 (still a high density for agricultural
lands) during the period of raised-field farming in the coastal savannas
of the Guianas. As occupancy of many sites appears often to have been
continuous over centuries, or in some cases over a millennium or more (e.g.,
Erickson 1995; Walker 2004), this use of the land appears to have been
sustainable. These researchers hold that sustained productivity, in climates
and soils that today are widely regarded as quite unsuited to agriculture
(Erickson 1994b), must have been based on deft management not only of
drainage, but also of nutrients. In this view, aquatic resources such as fish,
and nutrient input from sediments and organic matter accumulated in the
flooded basin in which raised fields are embedded, are key components
of these systems, along with other sources of nutrients such as weeds
and kitchen scraps. The chinampas of the Valley of Mexico are particularly
emblematic, and management practices like those of chinamperos are

95
thought by some to have been widespread in other areas where raised-
field agriculture was practiced. Based on such assessments, geographers,
archaeologists and other scientists have advocated raised-field agriculture
as a promising way forward in the search for ecologically sustainable
intensification of agriculture (Denevan 1995, 2001; Erickson 1992a;
Morris 2004; Saavedra 2009; Siemens 2004) and as a kind of agriculture
that can work with wetlands and their biodiversity, rather than against
them (McKey et al. 2010; Renard et al. 2012b). Some of these scientists
have attempted to bolster their claims with experiments in reconstructing
or rehabilitating raised-field agriculture (Barba et al. 2003; Erickson 1992a,
1994a, b, 1995; Gomez-Pompa et al. 1982; Morris 2004; Saavedra 2009).
Others are highly skeptical of these interpretations (Bandy 2005; Baveye
2013; Lombardo et al. 2011; Swartley 2002). First, whereas the start of
raised-field cultivation in an area can be dated, it is usually impossible to
estimate when farmers stopped their activities on raised fields. Thus, the
duration, and hence the potential sustainability, of raised-field farming is
often uncertain. Second, the extent of vestiges of raised fields may say
little about the size of the human populations they could have supported.
If fallow periods were long, for example, then only a small fraction of the
total area may have been under cultivation at a particular point in time.
Similarly, varying hydrological conditions may have permitted cultivation
in only a small part of the landscape at a given time (the ‘shifting lakeshore’
hypothesis [Baveye 2013]). According to this view, if these systems were
sustainable, this may have been only because the pressure on resources
was held low, by low densities of humans shifting over the mosaic
landscape in time. Skeptics are particularly critical of experiments that have
attempted to reconstruct or rehabilitate raised-field agriculture, pointing
out methodological shortcomings (Lombardo et al. 2011; Swartley 2002).
Skeptics believe that in many systems, the advantage of constructing raised
fields is purely drainage (and to a lesser extent, irrigation), and that other
potential advantages, such as nutrient management or the use of aquatic
resources, have been overestimated (Lombardo et al. 2011). According to
this view, apart from the chinampas, to be discussed in section 1.3.1, raised-
field agriculture is an irredeemably failed system with little relevance to
agriculture today or in the future (Bandy 2005; Chapin 1988).

1.3. Current approaches to studying the functioning of raised-field


agriculture, and their limits
How can these debates be resolved? Inferences about the functioning of
raised fields in the past, and their agronomic potential in the present, have
been based on three kinds of data.

1.3.1. The chinampas as a model system


The only system still extant in the neotropics, the chinampas of the Valley of

96
Mexico (Armillas 1971), has influenced much of our thinking on how past
systems may have worked elsewhere in the Americas (see Lombardo et al.
2011 for review). However, the chinampas have been greatly altered over the
past 500 years (Merlin-Uribe et al. 2012; Torres-Lima et al. 1994). Even in
their ‘original’ state they probably functioned very differently from other
forms of neotropical wetland agriculture. These differences lie partly in
the biophysical environment. In contrast to most raised-field systems, the
chinampas are located at mid-elevation, and not in the hot lowlands; and
their soils, shaped by both volcanic and alluvial/lacustrine influences, are
richer than the acid, highly weathered Oxisols that characterize many other
sites (Renard et al. 2012b). The chinampa system is also characterized by
unique agricultural practices, such as the historic stabilization of platforms
by the planting of flooding-tolerant trees such as willows, and—at least
in pre-Conquest times—by the transport of floating beds of seedlings to
plant the platforms (Armillas 1971). Chapin (1988), Lombardo et al. (2011)
and Baveye (2013) regard the chinampas system as unique and claim that
archaeologists have abusively overgeneralized this model.

1.3.2. Data from geoarchaeology


Geoarchaeological methods can provide data to support inferences about
agricultural practices and how they could have affected the functioning
of raised-field agroecosystems. Coprostanols in archaeological sediments
and soils, for example, yield information on fertilization by animal manure
(Birk et al. 2011). Micromorphological data suggest animal manuring
of raised-field soils in the Guayas Basin, Ecuador (Wilson et al. 2002).
However, while geoarchaeological methods may provide highly suggestive
evidence, it is often inconclusive; alternative interpretations are often
possible. For example, finding carbonized seeds of wild plants in soils
of raised fields could indicate that fields may have been fertilized with
llama dung containing these seeds (Erickson 1994a), but it could also be
explained by burning of weeds gathered from agricultural fields (Gondard
2006). Furthermore, geoarchaeological methods appear to be silent on
many important questions about raised fields. They lack, for example, the
resolving power in space and time to enable us to assess whether raised
fields were continuously cultivated or subjected to more or less long fallow
periods.

1.3.3. Experiments in reconstructing or rehabilitating raised fields


Attempts to experimentally reconstruct or rehabilitate raised fields can
offer important insights into how raised-field systems might function.
For example, Erickson (1992b) found that during the El Niño drought
of 1982-1983 in the Lake Titicaca Basin, there was still enough water in
canals to splash irrigate experimental raised fields, whereas nearby non-
raised fields completely failed. Similarly, during severe floods in 1985-

97
1986, raised fields yielded well, whereas non-raised fields were flooded and
produced nothing. However, for many of the experiments conducted so
far, methodological limitations affect interpretation of their results. First,
their duration may simply be too short to allow conclusions. Changes in soil
properties associated with raised-field construction (e.g., salinity in soils of
the Lake Titicaca basin) may have led to initial, but short-lived, benefits
in experimental raised fields (Baveye 2013). Second, some experiments
had design flaws. In Tabasco (Gulf coastal lowlands of Mexico), raised
platforms were constructed using earth-moving machinery that brought
poorer subsoil to the surface, burying the richer topsoil and compacting
the soil (Chapin 1988). However, perhaps the most serious limitation
of many experiments is that they attempt to answer simultaneously two
questions that in fact require different kinds of experiments (Baveye 2013).
All these experiments have as one announced goal to learn how raised-
field agroecosystems functioned, in the past. But another goal, only
sometimes explicit, is to demonstrate that they could be agronomically,
and economically, interesting today. Because socio-cultural contexts today
are different from how we imagine they were in the past, experiments often
“fail” for reasons that have nothing to do with their ecological functioning,
for example, the absence of provisions for marketing the crop once it is
produced (Chapin 1988). In consequence, results of these experiments
sometimes tell us little about the agroecology of raised-field systems. In
experiments that attempt to rehabilitate this type of agriculture in regions
where knowledge about it has been lost, it is impossible to know how
well the experiments replicate the ecological conditions and the plants
of these environments, the technical practices employed in constructing
and maintaining raised fields (and their costs in terms of labor), and the
social organization that characterized pre-Columbian farmers. Overall,
experimental raised fields have failed, in the sense that these experiments
all appear to have been abandoned, but how much of this failure can be
ascribed to agroecological limitations of raised-field agriculture (Bandy
2005; Baveye 2013) or to social or cultural factors (Erickson 1994b) is
unclear. Like other approaches used to study the functioning of raised-
field agriculture up to now, experiments to reconstruct or rehabilitate
raised fields seem to have reached at least a temporary limit. It is time for
new approaches.

2. Placing raised-field agriculture in the context of the ecology of


seasonally flooded savannas

The first new approach we present explores what we can learn by


considering raised-field agriculture within the more general context of
the ecology of seasonally flooded savannas. Long before the arrival of
humans on the scene, plants, animals and microorganisms adapted to

98
these highly constraining environments, and the interplay between the
living and non-living parts of the ecosystem shaped the biophysical setting
in which raised-field agriculture became enmeshed. We are just beginning
to understand the interactions that resulted.

2.1. Ecology of raised-field landscapes in the coastal savannas


of French Guiana: feedback loops in the vestiges of raised-field
agriculture
Our work on this approach began in a multidisciplinary study of the
vestiges of raised-field agriculture in the coastal savannas of French
Guiana. Building on the pioneering work of Rostain (1994, 2008,
2010, 2012), our work yielded new information on the history of these
environments and the people who inhabited them, providing data on when
they were cultivated, what crops were grown on them and how raised-
field landscapes were constructed and managed (Iriarte et al. 2010, 2012;
McKey et al. 2010). The earthworks in these savannas were built by groups
of the Arauquinoid tradition, who spread progressively from their origin
in the Apure–Middle Orinoco region eastward along the Guianese coast
beginning around AD 600. Increases in the surface area of raised fields in
the lowlands of Venezuela, Guyana, Suriname, and French Guiana marked
the eastward advance of Arauquinoid populations. In French Guiana,
14
C dating of organic material extracted from the tops of the paleosols
buried under mounds in two complexes west of Kourou gave ages of 760
± 40 years BP (calibrated, 670–700 years BP) and 1,010 ± 40 years BP
(calibrated, 920–950 years BP) respectively (McKey et al. 2010). Other ages
are 1,060 ± 30 years BP (calibrated, AD 898–1022) in Bois Diable raised
fields and 620 ± 30 years BP (calibrated, AD 1289–1404) in the Matiti
savanna raised fields. These dates correspond to those obtained from the
sites of Arauquinoid tradition on the west coast of French Guiana and
from the eastern coast of Suriname, supporting the attribution of the
raised fields to the Arauquinoid groups that inhabited the sand ridges
bordering the mound complexes, where huge archaeological sites of this
tradition have been found (Rostain 2012). Form and organization of the
Arauquinoid raised-field complexes varied through time and space, in
relation to cultural, chronological, and technological differences, and to
variation in local hydrological and edaphic factors (Figure 1).
The construction of raised fields in the Guianas corresponded to a period
of extremely humid climatic conditions (Colinvaux 1989), which may have
favored the expansion of raised-field techniques. In French Guiana alone,
almost 3,000 hectares of human-modified savannas have been mapped.
These figures include only areas documented by the ecofacts that are still
visible; it is likely that entire complexes have been destroyed by modern
land use. Agricultural activities, highways and other construction projects
have buried mounds. In Suriname and Guyana, thousands of hectares of

99
colonial polders have completely erased many pre-Columbian structures.
Our concern here, however, lies less with the history of these structures
than with their ecology. We studied how the vestiges of these ancient
agricultural landscapes function as ecosystems today. Our results suggest
something about how the raised-field agroecosystem may have functioned
when these sites were under active cultivation.

2.1.1. The ecological legacy of raised-field agriculture in French Guianan coastal


savannas
In the best-studied of our sites in French Guiana, the Grand Macoua
Savanna, the old raised fields are small earth mounds only about a meter
in diameter and 20-30 cm in height. Evidence from phytoliths and from
carbon stable isotope composition in soil profiles indicates that before
these mounds were built, the area was covered with relatively homogeneous
marshland vegetation with relatively flat topography (McKey et al. 2010;
Renard et al. 2012a). After raised fields were abandoned by humans, 500
years or more ago, the landscape did not return to that initial condition.
Our investigation of the ecological legacy of pre-Columbian raised-field
agriculture began with a simple question: why are the physical vestiges
of raised fields still so clearly present today, despite their having been
subjected during all this time to the erosive effects of up to 3-4 m of
tropical rainfall each year?
Our results showed that raised fields, after being abandoned by humans,
were re-engineered by soil engineer organisms such as ants, termites,
earthworms and plants (McKey et al. 2010; Renard et al. 2013). Soil
engineers are a subset of organisms considered by ecologists to be
“ecosystem engineers”—organisms that create, maintain, modify or
destroy habitats, affecting the conditions of life for themselves and for
other organisms (Jones et al. 1994). We found that in the landscapes we
studied in French Guiana, activities of soil engineer organisms were
concentrated in the well-aerated soils of the abandoned raised fields. In
these ancient agricultural landscapes, nests of social insects are restricted
to mounds. These central-place foragers continually bring organic matter
to their nests. Furthermore, during nest excavation and cleaning, they
carry subsoil to the surfaces of mounds. Furthermore, during the rainy
season earthworms concentrate in mounds, where they can respire, and
thus their casts are also concentrated on mounds (Figure 2). The organic
and mineral material all these organisms bring to mounds compensates
for losses by erosion. In addition, the biogenic structures—nests, galleries
and water-stable aggregates—created by social insects, earthworms and
plant roots stabilize the soil of mounds against erosion. The macropores
created by these organisms favor the infiltration of rainwater rather than
runoff, further reducing the rate of erosion.

100
Figure 1. Pre-Columbian raised fields in a savanna near Sinnamary, coastal French Guiana.
Photo © 2005 Stéphen Rostain

These organisms thus appear to have preserved the physical legacy


of human mound-building activities, long after the human engineers
disappeared (McKey et al. 2010; Renard et al. 2013). Once constructed,
mounds attracted organisms whose activities maintained these elevated
structures. Because all these actions of soil engineers tend to maintain
mounds where they already exist, they can be characterized as positive
feedback loops. The construction of mounds by humans appears to have
pushed the initially topographically homogeneous ecosystem into an
alternative stable state, topographically heterogeneous, with mounds
maintained by the feedback loops driven by the soil engineers that inhabit
them.

2.1.2. Did active raised-field landscapes incorporate similar positive feedback loops?
Did positive feedback loops driven by soil engineer organisms also play a
role in the raised-field agroecosystem itself, when the landscape was still
under cultivation? We have argued that in the nutrient-poor soils of the
French Guianan coastal savannas, sustained agricultural production would

101
Figure 2. Vestiges of pre-Columbian raised fields in French Guiana and biogenic structures
of some of the ecosystem engineers that maintain them. A: Part of the vast complex of
abandoned raised fields in the Grand Macoua Savanna in the rainy season (April 2007).
Only the abandoned raised fields are above water level. B: Abandoned raised field in the
dry season, totally covered with earthworm casts, absent from the surrounding matrix. Note
higher plant density on the abandoned raised field. C, D: subsoil from nest excavation or
cleaning by ants, deposited near nest entrances (on abandoned raised fields). C: Acromyrmex
octospinosus; D: Ectatomma brunneum; E: Surface of a typical abandoned raised
field, completely constituted of stable earthworm-produced biogenic structures. F: Material
associated with an Acromyrmex octospinosus nest on an abandoned raised field. Light
brown material covering the top of the mound is excavated soil, yellow-brown material at
center bottom is plant debris deposited from the ants’ fungal farm.
Scale bars are approximate. Photos © 2007 Doyle McKey.
Photos A, B, E and F were previously published in McKey et al. (2010)

102
have been possible only through careful management of soil organic
matter (SOM). This required fallow periods that allowed the reconstitution
of SOM. Geoarchaeological evidence indicates that fallows may have
been managed by a slash-and-mulch system (rather than slash-and-burn)
that conserved SOM (Iriarte et al. 2012). We postulate that soil engineers
maintained topographic heterogeneity and favorable soil structure during
fallows, enhancing their efficiency in restoring SOM. In effect, farmers
“outsourced” the work of maintaining the land during fallows to soil
engineers, reducing the time and labor costs of maintaining raised fields
during fallows and of reconstructing them afterwards (McKey et al. 2010).
This is probably only a particularly conspicuous example of the multiple
roles—often poorly understood, unheralded, but nonetheless essential—
that interactions among soil organisms play in reconstituting fertility
during fallows in many kinds of agroecosystems.

2.2. Mound-fields of natural origin: when feedback loops lead to


spatial self-organization of ecosystems
The feedback loops that drive the maintenance of raised fields after their
abandonment by humans result from the responses of soil engineer
organisms to a strong environmental constraint: the seasonal scarcity of
a key resource, namely well-aerated soils. This constraint characterizes all
seasonally flooded savannas. It is thus not surprising that many organisms
other than humans have evolved the capacity to build elevated structures
in these environments, concentrating this key resource in patches within
an otherwise inundated landscape. Numerous kinds of earthworms and
social insects, in particular, build elevated structures in seasonal wetlands
and exploit the well-aerated soils thereby produced (Renard et al. 2012a).
Interestingly, the landscapes thus created show striking regularity—just
as in raised-field landscapes—in the spatial organization of mounds.
However, whereas in the vestiges of raised fields soil engineers simply
maintain a pattern created by humans, in natural mound-fields spatial
regularity is not planned, but instead emerges from natural processes
that incorporate feedback loops, most often the combined actions of
individual soil engineers. The mechanisms that produce such emergent
regularity can be termed self-organizing.
Ecologists have long been fascinated (e.g., Bates 1948) by the “patterned
landscapes” produced by self-organizing mechanisms, and recent
theoretical and empirical studies have helped us understand how they form.
Most of this work has focused on explaining regular spatial patterns in
vegetation of semi-arid regions (Meron 2012; Rietkerk et al. 2004). The key
principles behind spatial self-organization in these ecosystems, developed
by theory and supported by empirical studies, are that (i) the ecosystem is
characterized by some key resource in short supply, (ii) engineer organisms

103
modify the distribution of that resource, (iii) concentrating it in patches,
with resource-poor areas between these patches. In semi-arid shrublands,
the key resource is water, and plants modify its distribution. We will return
to this example in section 2.3.
Mound-field landscapes in seasonally flooded tropical savannas have never
been studied from this point of view. Why is it important for archaeologists
interested in raised fields to understand the ecology of natural mound-
field landscapes? They appear to have been built by various soil engineer
organisms. If the evolution by soil engineers of the capacity to build such
structures has been driven by the same environmental pressures that led
humans to construct raised fields, we might also expect to see similarities
in the way natural and man-made mound-field landscapes function.
Furthermore, where humans have constructed raised fields, these
engineers and their structures are also often present, and a great range
of interactions may occur. It thus becomes very important, in the study
of raised-field agriculture, to understand the biology of soil engineers,
their effects on ecosystems, and how they might interact with humans. We
decided to investigate these questions in the Orinoco Llanos of Colombia,
certain parts of which feature enormous expanses of natural mound-field
landscapes termed surales.

2.2.1. Ecological studies in the surales (Colombia)


Surales are one of the poorly studied types of mound-field landscapes
found in seasonally flooded South American savannas (Renard et al.
2012a). They occur mostly in the alluvial overflow plain of the Orinoco
Llanos from the Apure River in Venezuela to the Meta River in Colombia
(Sarmiento and Pinillos 2001). Regarding their origin, some ecologists
have affirmed, rather matter-of-factly, that the mounds are constructed
by earthworms (Chacón-Moreno et al. 2004; Sarmiento and Pinillos 2001),
whereas others, equally matter-of-factly, affirm that they are built by
termites (Beard 1953). No one has pursued the question of the origin of
these mounds in any detail, failing even to identify the kind of earthworm,
or termite, held to be the mound-builders. Most surprisingly, no serious
attempt has been made to explain the extreme spatial regularity of mounds
in surales landscapes.
Bates (1948, pages 566 and 568) provides a vivid description of surales:
“The surales present a reticulate pattern of deep ditches surrounding mounds a meter
or two in diameter; the top of the mound is a meter or more above the bottom of the
surrounding ditch. … The reticulate ditching is like the pattern formed by the drying
of a gigantic mud flat. … Well-developed sural country is difficult to traverse. If you
are on foot, you have to decide whether to follow the endless twistings of the boggy ditches
or to jump from mound to mound, both awkward expedients. If you are mounted, the
animal has to make the same decision and generally ends up in complete frustration: I
have heard stories of man and mule firmly stuck in a narrow, deep ditch between two

104
sural mounds.”
To identify potential field sites, we first found georeferenced descriptions
in the literature and then examined satellite imagery from the region
available on Google Earth. Because surales mounds are often only 1-2 m in
diameter, they are evident only where images are of very high resolution.
Within these rare high-resolution windows, we eventually found a few
areas that looked to be both promising and relatively easily accessible by
road. We studied surales landscapes in Casanare, Colombia, about 120 km
E of the city of Yopal (Figure 3, map). As shown by aerial photographs
(Figure 4) taken using the Pixy © drone (http://www.drone-pixy.com/),
surales landscapes are truly amazing, not only in their spatial regularity but
also in their extent. Although they are currently being flattened, limed and
fertilized at a rapid rate to yield large rice fields (pers. observ. of the authors),
surales landscapes can still cover several square kilometers at a single stretch.

Figure 3. Map showing the location of the Orinoco Llanos eco-region in Colombia and
Venezuela. Surales landscapes are found primarily, but not exclusively, in one of the four
sub-regions within the Llanos, the alluvial overflow plain. The locations of our field sites
are indicated. Limits of the Orinoco Llanos eco-region are based on a map published by
the Freshwater Ecosystems of the World program of WWF and the Nature Conservancy,
available at the following URL: http://www.feow.org/ecoregions/details/orinoco_llanos.

105
Limits of the alluvial overflow plain are based on a map published in Sarmiento (1983)

Figure 4. Aerial images of surales landscapes, taken using the Pixy© drone.
Scale bars are approximate. Photos © 2012 Delphine Renard

Our studies of these ecosystems are still in their early days, but a few
tentative conclusions can be summarized here. First, in line with most
earlier ecological studies of surales landscapes, our observations implicate
earthworms as the mound-builders. Fresh earthworm casts literally cover

106
the surface of surales mounds, and mounds seem in fact to consist largely
of the accumulated excreta of earthworms. A single large earthworm
species appears to be the builder of surales mounds in Colombia. This
earthworm, an undescribed species of Andiorrhinus (subgenus Turedrilus;
Glossoscolecidae), cannot yet be described scientifically because all
individuals collected so far are juveniles (A. Feijoo Martinez, Universidad
Tecnológica de Pereira, pers. comm.)! We have not yet measured the
density of these worms, nor the amount of earth that each worm can move
daily, but this amount is certainly much greater than for the unspecialized
worms we found in French Guianan abandoned raised fields. Secondly,
our work reveals geomorphological diversity among surales landscapes,
and suggests that this diversity represents an ecological succession, across
which there is change not only in the communities of organisms, but also
dramatic change in the development and functioning of the ecosystem. In
ditches lining an airstrip constructed 10 years before our work began, we
observed the probable very first step in this successional process: worm
towers and small mounds constructed in this recently created flood-prone
area. In other areas where mounds appeared to be relatively young, they
were small in diameter (< 1 m), flat-topped, barely protruding above the
rainy-season high-water level, and bearing only grass and other herbaceous
vegetation (Figure 5A, C). Clusters of these small mounds coalesce to
form larger mounds, still low in stature but with multiple tops. Other areas
bear what appears to be the next step in succession, with round-topped
mounds bearing perennial bunchgrasses and a few shrubs and small trees
(Figure 5B, D). The coalescence and growth in height of mounds appear
to continue, for in yet other areas we have observed mounds up to 4.5 m
in diameter, covered with trees, and with up to 2 m difference in elevation
from the top of mounds to the bottom of the intervening basin.
Our observations suggest why natural mound-field landscapes are
frequent in seasonally flooded savannas. Many kinds of organisms—in
South American examples, particularly earthworms and termites—have
hit upon a similar adaptive solution as humans to the principal constraint
of these ecosystems, the scarcity of well-aerated soils. These organisms
build towers, and eventually mounds, to enable them to live in habitats
lacking this crucial resource. In the case of the surales, in areas where rainy-
season water depth is sufficiently shallow, earthworms feed in flooded
soil and construct towers where they can gain air to breathe. Each worm
appears to forage over a limited radius in the flooded soil, continually
returning to the tower to deposit its excreta and to breathe. As more and
more soil from the surrounding flooded area is carried to the tower, it
grows to become a mound, and small mounds grow and coalesce into
larger ones (Figure 5B, D). Throughout the entire process, as the mounds
get taller, the basin appears to get deeper, for the larger the mounds, the
deeper the water is in the basin.

107
Figure 5. Surales landscapes appear to develop and change over time.
These photographs show part of the sequence. A, B: aerial images taken using the Pixy©
drone, photos © 2012 Delphine Renard. C, D: images at ground level. Photos © 2012
Doyle McKey. A, C: small, flat-topped, grass-covered surales, in the process of coalescing to
form larger mounds. B, D: larger, rounder surales, bearing a mix of herbaceous and shrubby
vegetation. Scale bars are approximate

Our observations thus also suggest an explanation for the great spatial
regularity of surales mounds, one that fits with the theory on spatial self-
organization in semi-arid shrublands (Meron 2012; Rietkerk et al. 2004).
Well-drained soil is a key critical resource, and earthworms modify its
distribution, concentrating it in the mounds, and thereby creating deeper
water levels in the space between mounds. When the depth of the water
surrounding the mound exceeds the maximum depth from which a worm
can initiate a mound, this creates a minimum distance between mounds.
As earthworms are abundant, this minimum distance produces regular
spacing of mounds. The feedback loops driven by these soil engineers
thus produce spatially self-organized landscapes. Although the specific
mechanisms are different, this hypothesis is quite analogous to those

108
that explain spatial self-organization in semi-arid shrublands (e.g., Meron
2012; Rietkerk et al. 2004) and “mima” mound-fields created by burrowing
mammals (Gabet et al. 2013).
Our observations in the surales also suggest a further question: Given the
great advantage conferred by mound-building in these environments, why
are mound-fields of natural origin not present in all seasonally flooded
savannas? For example, in the coastal savannas of French Guiana there
is no evidence for extensive mound-fields of natural origin. This is in
strong contrast to the Orinoco Llanos, where surales are frequent, and
to the Llanos de Mojos in Bolivia, where termites and earthworms have
constructed distinct kinds of mound-field landscapes as spectacular
as the surales (Haase and Beck 1989). Why is it that soil engineers in
French Guianan coastal savannas have not created natural mound-field
landscapes, but appear to have required an initial boost from humans,
whose abandoned mounds they now maintain?
We hypothesize that such differences between regions can be explained by
history. Seasonally flooded savannas have probably existed in the Llanos
de Mojos and the Orinoco Llanos since their origin as subsidence basins to
the east of the uplifting Andes about 20 million years ago (Iriondo 2004;
Sarmiento and Pinillos 2001). These large, geologically older savannas
harbor organisms with specialized adaptations to seasonal flooding. The
mound-building earthworm of the surales may be an example. Earthworms
usually avoid waterlogged soil (Edwards and Bohlen 1996), and “aquatic”
earthworms inhabiting marshes or swamps tend to be highly specialized
(e.g., Maina et al. 1998).
We postulate that in the coastal savannas of French Guiana—small, of
recent (Holocene) origin and distant from other similar environments—
there has simply not been enough time and space for organisms to evolve
specialized adaptations to seasonal flooding. The earthworms and termites
present there move soil at lower rates. Incapable of building large mounds
in flooded landscapes, they require an initial boost. They can only maintain
mounds that were constructed by humans, and can do this only where
conditions favor their activity.

2.2.2. Natural mound-field landscapes: a nuisance or an opportunity?


Up to now, students of raised-field agriculture have treated natural
mound-field landscapes in seasonally flooded savannas as simply a source
of confusion to be avoided. Our investigation of natural mound-field
landscapes suggests that they have in fact, as Meggers (2003) suspected,
sometimes been confused with vestiges of raised fields. However,
instances of such confusion go in both directions. Vestiges of raised fields
in French Guiana were long supposed by ecologists to be natural mound-
field landscapes, and this slowed their recognition and their study. On the
other hand, Reichel-Dolmatoff and Reichel-Dolmatoff (1974) appear to

109
have mistaken surales in the Colombian Llanos for vestiges of raised fields,
apparently basing their conclusion solely on the assumption that their
spatial regularity indicated their artificial character. As we have seen, this
assumption must be questioned.
However, such instances are exceptional and so far have not greatly (or
at least, not durably) affected estimates of how extensive pre-Columbian
raised-field agriculture was. Many vestiges of raised fields include structures
such as long, parallel rectilinear or curvilinear ridges, features for which
there still appear to be no plausible explanation (at least in the essentially
flat landscapes of seasonally flooded savannas) other than a man-made
origin. Confusion is only likely with the vestiges of one kind of raised
fields, those that were built as round mounds (Figure 1). Even in these
cases, and even in the absence of direct archaeological, geoarchaeological
or archaeobotanical evidence, there are often differences (discussed in
Renard et al. 2012a) indicative of human or natural origin of mounds.
Rather than a nuisance, natural mound-fields may be a great opportunity.
Their frequent presence in seasonally flooded ecosystems, sometimes in
close proximity to pre-Columbian raised fields, raises a host of interesting
new questions about the functional similarities between natural and man-
made mound-fields (whether cultivated, in fallow, or abandoned), and
about how natural engineers may interact with raised-field agriculture.

2.3. Interactions between natural engineers and raised-field farmers: new perspectives
Just as soil engineers appear to have maintained human-created mounds
during fallows (McKey et al. 2010), they may have had other effects on
raised-field agriculture, both in fallows and in active fields. Natural soil
engineers have had millions of years to produce adaptive solutions to
ecological constraints that are also faced by farmers in these environments.
Mound-building may be only the most conspicuous of such adaptations.
If micro-organisms of these habitats, for example, are particularly
adapted to waterlogged, anaerobic soils, or to soils that are frequently
moved between waterlogged and aerobic conditions, then their actions
may have contributed in unsuspected ways to the functioning of raised-
field agriculture.
We argue that soil engineers in geologically older savannas have evolved
particularly specialized adaptations to seasonal flooding. If this is so,
then the effects they have on raised-field agriculture may also be greater
than in younger savannas such as those of coastal French Guiana. In
environments such as the Llanos de Mojos, specialized soil engineers may
have driven even greater synergies between natural and cultural processes
than we postulate occurred in French Guiana. For example, soil engineers
such as termites in the Llanos de Mojos not only construct their own
mounds, they also—like soil engineers in French Guiana—profit from
human-made elevated structures, building their nests preferentially on

110
abandoned raised fields (see Plate 14b in Denevan [1966]). Because the
rates at which specialized engineers move earth is likely to be much
greater than in French Guiana, their effect on maintaining abandoned
fields against erosion will be greater. Synergies between soil organisms and
human engineers may not have been restricted to effects on topography,
but may also have touched less conspicuous domains such as the physical
or chemical traits of soil environments.
Once we recognize that raised-field farmers and mound-building natural
soil engineers sometimes coexisted in seasonally flooded savannas, other
kinds of relationships between them become imaginable. In constructing
raised fields, did humans attempt to imitate self-organized landscapes of
natural origin? Are humans aware of the ecological mechanisms acting
in these landscapes? Does the establishment of engineered landscapes
in wetlands, marked by raised fields and other engineered structures, as
well as the incorporation of natural structures, correspond to a deliberate
project of societies (cf. Kolata 1993)? Or, alternatively, is the organization
of the landscape an emergent property resulting from the actions—
not explicitly coordinated—of individuals or groups of individuals (cf.
Erickson 1992a)? What strategies, explicit or otherwise, are adopted by
the people inhabiting these environments to modify them to their ends?
Are raised-field agroecosystems an example of biomimicry, conscious or
otherwise, at the ecosystem level?
Semi-arid ecosystems in the Sahel of West Africa offer an example of
such biomimicry. This region features various types of spatially self-
organized shrubland vegetation. Here, water is the key resource, and
engineer organisms (here, plant roots) modify its distribution. Soil bare
of vegetation is often encrusted and impermeable to water, but where
plants are present, their roots create porous, permeable soil. Rain falling
on bare soil runs along the encrusted surface until it reaches a plant, where
it infiltrates into the soil. Plants thus concentrate rainfall in the sites where
they already occur, creating patches of vegetation (spots [“leopard bush”]
on flat ground, stripes [“tiger bush”] on slopes) separated by regular
distances (determined by competitive interactions) from other patches
(see Meron [2012] for a detailed explanation).
In this region, local farmers have developed a type of agroecosystem, the
zaï system, that integrates these same self-organizing mechanisms. Zaï was
devised to rehabilitate areas that had become devegetated and were thus
covered with crusted, impermeable soils. Whereas many rehabilitation
efforts focused on destroying soil crusts, the zaï system uses crusted soil
to concentrate rainfall (Roose et al. 1999), as does the region’s natural
shrubland vegetation. In the zaï system, regularly spaced holes (or, on
sloping soil, regularly spaced strips along the contour) are dug and filled
with organic matter-rich material, and then planted. Key to the functioning
of the system is that the soil between the holes is not plowed or hoed,

111
but left in its encrusted state. Thus, rainwater falling on it flows over the
surface until it reaches the porous soil of the holes bearing plants, exactly
as occurs in the “leopard bush” and “tiger bush” patterned landscapes of
the region.
Whether raised fields function in ways similar to natural mound-field
landscapes in flooded savannas cannot be known until we know much
more about how each of these kinds of ecosystems works. For both raised
fields and natural mound-fields, what we know about how they function
boils down to little more than how their topography is produced and
maintained, and even about this basic aspect little is known with certainty.
Our studies of patterned mound-field landscapes of natural origin are in
their infancy.
In drawing them to the attention of archaeologists, we emphasize the
necessity to examine the different features of each landscape before
concluding on their natural or human origin. However, we believe our
most important message lies elsewhere: natural mound-field landscapes
are not just a deceptive nuisance that archaeologists must avoid, they
are an important, and in some cases perhaps essential, part of the story.
Understanding how they function can help us understand agriculture in
these environments. The soil engineers that construct them may have
enhanced the functioning of raised-field agroecosystems. In ways that we
are just beginning to realize, these agroecosystems may have been truly
co-constructed by human and non-human soil engineers.

3. Present-day systems of raised-field agriculture as living analogues


of pre-Columbian systems

A second new approach we are following is to study systems that are


analogous to pre-Columbian raised-field agriculture but still extant
today. Archaeologists have frequently studied modern analogues to gain
insight into the past (Carneiro and Kramer 1979; Hurtado and Hill 1989;
Politis 2009). Societies living in environments that share similar strong
constraints often develop similar adaptive solutions. Caution must be
exercised, because environment influences, but does not determine,
cultural adaptations. However, even imperfect analogies can be instructive.
Studying modern analogues can help us understand how pre-Columbian
raised-field agriculture may have functioned, as well as how and why
most such systems disappeared and why others (e.g., the chinampas) were
maintained. Studying how real, living systems of raised-field agriculture
work today is particularly important for accomplishing our second
objective, i.e., assessing the potential role of raised-field agriculture in
today’s world.
Forty years ago, the pioneers in the study of pre-Columbian raised-field
agriculture recognized the insights that could be gained by investigating

112
modern raised-field systems in the Old World (Denevan and Turner 1974).
Since then, however, few have followed their lead. We have begun field
studies of contemporary raised fields in Africa. As in peri-Amazonian
savannas, there is considerable ecological diversity among sites where
raised-field agriculture is practiced, with broad overlap between the two
continents in environmental features such as rainfall and flooding regimes
and soil properties.
Like the Llanos de Mojos and the Orinoco Llanos, the subsidence basins
in which raised-field agriculture has developed in central Africa are
geologically old (Kadima et al. 2011), and expanses of seasonally flooded
savannas have probably long been available as habitats. Not surprisingly,
therefore, as in South America, natural mound-field landscapes are frequent
in the sites where raised fields occur. Interestingly, our observations
indicate that the features of natural mound-fields are often integrated into
raised-field agroecosystems.

3.1. The two study sites in Africa


3.1.1. Seasonally flooded grasslands and forests of the cuvette of the Congo Basin
The central part of the Congo Basin is occupied by the “cuvette”, an area
over 1 million km2 (Bwangoy et al. 2010), covered by swamp and floodplain
forest and floodable grassland; after the Pantanal, it is the world’s second
largest wetland (Mayaux et al. 2007). Our study sites are in the Cuvette
province of the Congo Republic (Figure 6). The region is characterized by
a subequatorial rainfall regime, with two rainfall peaks and two dry seasons
each year. The long dry season, the timing of which varies in different
parts of the region, is usually marked by two to three months with rainfall
less than 100 mm (Laraque et al. 1998a). Water level fluctuates according
to rainfall and river flow, and in different parts of the basin the seasonal
difference in water level can vary from one to four meters (Laraque et al.
1998b).
Working in the Cuvette province 50 years ago, Sautter (1962, 1966),
Vennetier (1965) and Auger (1967) wrote of landscapes featuring raised
mounds and ridges, and described the practices and techniques of the
people who farmed them, farming and fishing folk of the Likouba, Likouala
and Kouyou ethnic groups. Other groups in the region, the Mbochi and
the Makoua, were not reported by these authors to construct raised fields.
From the writings of these and other authors, from satellite imagery
available under Google Earth, and from published aerial photographs as
well as a set of aerial photographs graciously supplied by Yann Arthus-
Bertrand following a mission to the region, active or abandoned raised
fields are known from a number of sites (all in the Congo Republic)
spread from near Oyo in the west to Mossaka in the east, and north along
the Likouala-Mossaka and Kouyou rivers (Figure 6).

113
Figure 6. Raised-field agriculture in the Cuvette Province of the Congo Republic.
Field sites mentioned in the text appear in boldface type

Aerial photographs also show areas of raised fields on the river Likouala-
aux-Herbes further north and east (R. Oslisly, pers. comm.). These images
illustrate a remarkable example of a landscape conquered from water, with
large mounds, ridges and platforms, sometimes connected by networks
of paths, as well as borrow pits that appear to have been deepened to
make ponds (Figure 7). Field observations (see below) showed that the
large mounds are all occupied by large termite colonies, and appear to
be termitaria that were incorporated as nodes in a network connected by
ridges. The total extent of raised fields in the region is unknown, but they
are likely to account for only a small proportion of the total area, as they
appear to be mostly restricted to near waterways. The proportion of fields
that are still under cultivation or in fallow or, alternatively, abandoned
vestiges, is also unknown. The region’s isolation—in many areas only
boat transport is practicable—greatly limits any commercialization
of agriculture, which is thus practiced mostly as a subsistence activity.
Population density is generally low in the area (estimated at one person per
km2 for the entire Cuvette province [Laraque et al. 1998b]), but unevenly
distributed. At least in some areas, populations were likely denser in the
past (Sautter 1962; Vennetier 1963). Depopulation is continuing today, as
chances of employment in the nearby town of Oyo, and in Brazzaville and
other cities, continue to fuel an exodus of rural populations.

114
Figure 7. Aerial views of raised-field landscapes near Oyo, in the Cuvette region of the Congo
Republic. Many of the large mounds appear to be termite mounds, modified by humans.
The images also show linear ridges (paths?) between mounds, and ponds (darker areas) that
may be derived from borrow pits. A. Image available through Google Earth V7.1.2.2041;
1° 2’21.39”S, 15°54’6.49”E; January 22, 2006; © 2014 DigitalGlobe;
B, C: Aerial photographs taken during a mission by Yann Arthus-Bertrand.
© 2011 Yann Arthus-Bertrand / Altitude-Paris, used by permission.

In January-April 2013 we visited parts of this area, from Oyo and points
downstream along the Alima River to Mossaka on the Congo River.
Over a distance of 200 km along these rivers, we observed strongly
contrasting situations, from landscapes near Oyo abandoned for an
unknown number of years to landscapes near Mossaka where area under
cultivation is expanding, and where raised-field agriculture is associated
with flood recession agriculture on islands in the Congo River. Present-day
dynamics seem tied to population shifts (for example, a rural exodus most
pronounced near the growing town of Oyo) and changes in practices, but

115
also to variation in subsistence strategies. Raised-field agriculture (Figure
8) is part of a production system comprising several complementary
activities, conducted in different parts of the landscape, and its importance
differs among villages. A detailed study integrating historical, demographic
and ethnoecological data will be required to understand why raised-field
agriculture has been abandoned in some areas and persists in others.

3.1.2. The Bangweulu wetlands in Zambi


Surrounded by vast expanses of the miombo woodlands that cover much
of southeastern Africa, the Bangweulu basin occupies almost a million
hectares of lake, permanent Papyrus marsh and seasonal wetlands (see

Figure 8. Raised fields in the Cuvette Province of the Congo Republic. A. Small round
atshoro mounds, Obélé. B: Long ridge raised field, Tchikapika. C: Raised fields (maanga)
in flood-prone savanna near Mossaka, showing a fishnet found in the seasonally flooded basin.
D: A mindzenke raised platform, planted with manioc, on an island in the Congo River
near Mossaka. This mindzenke was in its second year of use.
Mounds in all photos are approximately 1 m high. Photos © 2013 Doyle McKey

116
map, Figure 9). Fed by the Chambeshi River and 16 other rivers from the
east, draining through the Luapula River to the southwest, the basin is
shallow and oligotrophic. The region is characterized by a tropical climate
with a single long rainy season from November to April (Brelsford 1946).
The consequent strong seasonal water fluctuations (mean difference in
water level of 1.2 m between the rainy-season peak and the dry-season
minimum), with relatively low inter-annual variations, create vast areas
(about 7100 km2) of seasonally flooded savannas (Kolding et al. 2003).
As in other shallow lakes and flat basins in savanna and Sahel regions
of Africa, production systems combine several complementary activities
(farming, fishing, hunting), each of them moving over the landscape in
response to seasonal variation. A great diversity of natural and human-
made features coexist in these seasonal wetlands. As in our site in the
Congo, and in other seasonally flooded African savannas (Mosepele
et al. 2009), termite mounds are frequent and these insects play diverse
important roles in floodplain ecosystems. Large, tree- and shrub-covered
termite mounds are frequent in the Bangweulu wetlands, accompanied

Figure 9. Distribution of raised-field agriculture in the Bangweulu basin of Zambia.


Sites where raised fields were observed (in satellite imagery or during field study)
are indicated by black squares. Names of sites are given for those sites
where raised fields were observed during the field study

117
by even more frequent smaller and lower termite mounds. These latter
structures appear similar to those observed by Soyer (1983) in seasonally
flooded savannas 200 km to the west in the Democratic Republic of the
Congo. The most striking human-made features in the flooded Bangweulu
wetlands are large numbers of raised fields. These vary in shape, from
round mounds (usually about 1.5-2 m in diameter) to ridges that vary in
length from 4 to 20 m (exceptionally 40 m) (Figure 10). Parcels of fields
also vary in organization, from groups of round mounds in a more or
less square grid, to ridges in parallel or in checkerboard patterns (Figure
10B). After extensive preliminary bibliographical research and work with
satellite imagery of the region available on Google Earth, we conducted a
four-day mission in the Bangweulu wetlands in September 2013, visiting
the fields cultivated by people of the Unga ethnic group, whose principal
activities are fishing and farming in these wetlands. We observed raised
fields (round mounds and short ridges, up to 1 m tall) in seasonally flooded
savannas (termed dambos) in two sites near the western and southwestern
rim of the basin, Mpanta and Yongolo. A third site, Kanta, is located on
Lunga Bank, in the central part of the basin’s vast papyrus marshes (see
map, Figure 9). In this lower-lying area, farmers construct raised fields
(round mounds) up to 1.6 m in height. In all sites we visited, we observed
both active raised fields and others that were in fallow or abandoned.

3.2. What can present-day African systems tell us about contentious


questions on raised-field agriculture?
3.2.1. How much of the raised-field landscape is cultivated at a given point in time?
This question is at the heart of contrasting contentions about how
productive pre-Columbian raised-field systems were and how many
people they could have supported (Erickson 1992b; Lombardo et al. 2011).
Chinampas platforms are cultivated continuously, a situation permitted, in
large part, by the recycling of nutrients accumulated in sediments in the
flooded basin. When canals between the platforms are periodically cleaned,
the sediments are added to the platforms (Armillas 1971). Archaeologists
have sometimes assumed that South American raised fields were also
continuously cultivated (Erickson and Candler 1989; Kolata 1991).
Geoarchaeological data are silent on this point, because they lack the
temporal resolution necessary to distinguish continuous cultivation from
alternative hypotheses, such as periodic fallows (Bandy 2005; Renard et al.
2012b), crop rotation (Bandy 2005) or the cultivation of only restricted
portions of landscape at a given period as hydrological conditions varied
over time (e.g., the “shifting-lakeshore model” [Baveye 2013]). In modern
African raised-field agroecosystems, are fields cultivated continuously, or
are there fallow periods?
Our first observations provide insight into this contentious question.
In both Congo and Zambia, raised fields are usually not cultivated

118
Figure 10. Raised fields in the Bangweulu basin, Zambia. A. Plot of small round mounds
(2-3 m diameter) on Ncheta island. Source: Google Earth V7.1.2.2041; 11°40’41.95’’S,
30°04’26.69’’E; April 9, 2012; © 2013 DigitalGlobe; B. Landscape comprising
small round mounds and long ridges, near Yongolo. Source: Google Earth V7.1.2.2041;
12°10’41.46’’S, 29°41’04.11’’E; March 13, 2010; © 2013 DigitalGlobe; C. A large
round mound (2.7 m diameter, 1.5 m high) planted with manioc, Kanta village, September
2013; D. A plot of rectangular raised fields, planted with manioc, near Yongolo, September
2013. C, D (scale bars are approximate): Photos © 2013 Mélisse Durécu

continuously, but intermittently, with intervening fallow periods. However,


the duration of fallow periods relative to the period of cultivation varies
with soil fertility, and in the most fertile soils cultivation can be virtually
continuous. In general, in the Cuvette province of Congo Republic, fields
may be cultivated for up to three successive years, depending on yield, and
are then left to fallow, usually for five years or less, but sometimes up to
10 years (Sautter 1968). At Boyoko, where recently abandoned large raised
mounds (ombaâ) were present in the sandy soils of seasonally flooded
savanna just behind the village, Mbochi villagers reported that after a single
year of cultivation, each mound was left fallow for a period of around
five years. At Mossaka, Likouba villagers construct large platforms termed

119
maanga, in seasonally flooded savanna near the village. The mounds are
over 1 meter tall and vary from round (4-5 meters in diameter) to oblong
(up to 20 meters long). The mounds we observed in Mossaka were on
loamy soils, richer than the sandy soils of Boyoko. Villagers in Mossaka
reported that each mound is cultivated for two to three years and then left
in fallow for only one-two years. However, poor sandy soils also occur in
Mossaka and fallow periods on these soils are longer than the periods of
cultivation (Sautter 1962). Farmers at Mossaka also farm the very fertile
soil of islands in the Congo River, growing manioc and a few other crops
over the six-month period that the island fields are above flood level. The
island fields are mostly small, hoed-up mounds (mitsaba), but scattered
among these are also large raised platforms (mindzenke), constructed in a
manner similar to the maanga. Those we saw were over one meter tall, about
two meters broad and 20 meters long. According to the villagers, crops
planted on the platforms benefit from about two weeks’ additional time
until flooding forces their harvest. In the rich soils of the islands, fields
(both mitsaba and mindzenke) are often cultivated many years successively.
However, even there, some farmers prefer to leave fields fallow for two to
three years after five years of cultivation.
Management of raised fields in the Bangweulu wetlands also usually
features intermittent fallow periods. In this region as well, the duration
of fallows relative to periods of cultivation varies with soil fertility. In two
sites we visited, Mpanta and Yongolo, villagers construct raised fields in
the dambos. The soils of these seasonally flooded savannas on the western
and southwestern rim of the basin are sandy and infertile. In these sites,
farmers reported that fields were usually cultivated for one to two years,
then left in fallow, usually for periods of one to three years. In contrast,
at Kanta on Lunga Bank in the center of the basin, where soils are loamy
and organic matter-rich, farmers reported that they cultivate fields every
year, with no intervening fallow other than the six-month period when the
fields are entirely flooded. To summarize, except in the most fertile soils,
fallow periods appear to be essential for sustainable production in both
Congo and Zambia.
Another criticism of archaeologists’ estimates of the size of human
populations that could have been supported by pre-Columbian raised fields
is embodied by what Baveye (2013) has termed the “shifting-lakeshore”
hypothesis: because hydrological conditions in a basin varied over time,
at any given time only a small portion of the modified landscape may
have been under cultivation. Because most authors have not taken such
fluctuation into account, they have produced, according to this hypothesis,
inflated estimates of area under cultivation and population density. Our
observations cast a different light on this hypothesis. At sites in the Congo,
we did in fact find that hydrological conditions varied greatly among
sites occupied by raised fields (active or inactive). However, in contrast

120
to an implicit assumption of the shifting-lakeshore model, cultivation
was not limited to a restricted set of hydrological conditions. Instead,
farmers exploited gradients of elevation and drainage to plant a diversity
of crops, ranging from manioc and sweet potatoes in the most humid
sites to dryland crops such as Bambara groundnut (Vigna subterranea) in
raised fields on the driest, sandiest savannas we observed (for example, at
Boyoko). Furthermore, at one site, Obélé, we observed a single farm that
covered a drainage gradient from raised mounds surrounded by thigh-
deep water up to smaller mounds that were never flooded, even during
the peak of the rains. The farmer used this gradient to extend the field’s
period of production, notably staggering the planting (and harvesting) of
maize over a period of several months from the bottom to the top of the
drainage gradient.
Observations in both African sites underline our contention (see section
1.2) that raised-field agriculture can only be understood in the context of
the complex subsistence systems of which it constitutes a part. As in other
tropical wetlands characterized by flat basins (e.g., Lake Chad [Raymond
et al. 2014]), hydrological conditions vary greatly from place to place and
over the annual cycle. As a function of this heterogeneity, subsistence
activities are diverse and often highly mobile. Even when we consider only
one kind of subsistence activity, agriculture, “raised-field farmers” also
conduct various types of flood-recession agriculture; and the same people
farm not only in wetlands but also conduct other kinds of agriculture in
the uplands. For example, at Yongolo in Zambia, some individual farmers
cultivated not only raised fields in the dambos but also slash-and-burn
fields in miombo woodlands 40 km distant. In addition to considering
raised-field farming as only one of many subsistence activities, analysis
of these systems must also take into account the challenges identified for
agriculture in sub-Saharan Africa in a context of demographic growth
(Losch et al. 2013; Morris et al. 2009).

3.2.2. How are fallows managed?


On the basis of geoarchaeological data—the much lower abundance of
charcoal in sediments during the period of raised-field cultivation than
after raised fields were abandoned—Iriarte et al. (2012) postulated that
raised-field farmers in the coastal savannas of French Guiana suppressed
fire, practicing a “slash-and-mulch” management of fallows that favored
the maintenance of vegetation and its incorporation into soil organic
matter that would sustain the next cycle of cultivation. How are fallows
managed in modern African raised-field systems? Is burning (of fallow
vegetation, of crop residues) frequently employed, or is organic matter
incorporated into soil organic matter?
In both Congo and Zambia, farmers we interviewed considered it
important to conserve the biomass from fallow vegetation and crop

121
residues and incorporate this organic matter into raised fields. In no site,
however, did this attitude lead to completely “fire-free” management of
raised fields. In Congo, fire seemed to be most discouraged in farmers’
discourse, and least frequent in farmers’ practice, at Mossaka. It was in
this site where we observed the largest and most elaborate raised fields,
the maanga in seasonally flooded savanna behind the village and the
morphologically similar mindzenke platforms on islands in the Congo River.
Both these types of raised fields are constructed using huge quantities of
unburned vegetation, primarily large grasses. These are dug up using a
hoe, along with superficial roots and the soil clinging to them. The hoed-
up vegetation is left to dry for a few days, then piled up into platforms
of the desired size and shape, usually a meter or more in height. Soil,
vegetation and crop residues are added to the platform. After the fallow
period, platforms are rehabilitated, and new biomass and soil are added
to them. In preparing the small mitsaba mounds on islands in the Congo
River, farmers are less dependent on the incorporation of large amounts
of organic matter, and fallow vegetation is sometimes burnt. Even in this
case, however, some farmers at Mossaka prefer not to burn. At Boyoko, in
contrast, where the soils of savannas behind the village are much sandier
and vegetation much less lush than the sites we observed at Mossaka,
the mounds farmers construct consist mostly of the sandy mineral soil.
According to farmers, the savanna usually burns in both dry seasons
each year (reasons for burning were not explored). Farmers reported that
when building mounds or reclaiming them after a fallow period, they
incorporate ash, unburned vegetation and sediment-containing mud to
enhance fertility.
Interestingly, the small atshoro mounds observed at Tchikapika and Obélé
appear to have been constructed not in seasonally flooded savanna,
but in swamp forest. In this vegetation type, with a high proportion of
woody biomass that decomposes much more slowly than the herbaceous
biomass of savannas, fire may be essential for mineralizing the nutrients
present in biomass and rendering them available to crops. We have not yet
investigated field-fallow cycles in atshoro landscapes. It would be interesting
to know what kind of vegetation appears in fallows and whether fallow
parcels are burned before the next cycle of cultivation.
In Zambia, as in the savanna sites in Congo, farmers incorporate unburned
vegetation into mounds and consider it essential to maintain fertility, but
dry-season fires do regularly occur, particularly in the dambos. We have not
explored attitudes to fire, nor the reasons for burning. According to local
residents, fire is frequently used to facilitate hunting; whether it is ascribed
a positive or negative role in agriculture is not yet clear.

3.2.3. How important is the aquatic component of the system?


In the chinampas of Mexico, the aquatic component of the landscape makes

122
several key contributions to agriculture and to other subsistence activities.
Water in canals permits bucket irrigation of the raised platforms during
dry periods. Sediments eroded from the platforms, or from elsewhere in
the watershed, are trapped in the muck of canals and recycled back onto
the platforms. Aquatic macrophytes further contribute to organic matter
production. Water lilies, water hyacinth, and other tender non-graminoid
aquatic herbs produce organic matter with higher quality for decomposers
(e.g., lower C/N ratios) than that of tough grasses and sedges. Finally,
fish are harvested from the canals. Some authors have postulated that
the aquatic component played similar roles in pre-Columbian raised-field
systems in South America (Erickson 1995, 1999; Kolata and Ortloff 1989).
For example, Erickson (2000) built a convincing case that zigzag lines in
seasonally flooded savannas of the Llanos de Mojos, often somewhat
distant from complexes of raised fields in the same landscapes, are the
vestiges of fish weirs that supported an extensive fishery, contributing to
the protein supply of the raised-field farmers. Biesboer et al. (1999) found
that in experimentally reconstructed raised fields and canals around Lake
Titicaca, aquatic vegetation included plants with symbiotic associations
with nitrogen-fixing microorganisms, contributing to the stocks of
this important nutrient in raised-field ecosystems. In experimentally
reconstructed raised fields in the Llanos de Mojos, tender aquatic
macrophytes such as Eichhornia (water hyacinth) are abundant (Barba et
al. 2003; Saavedra 2009), and use of organic matter derived from them
as mulch could have contributed to nutrient recycling within the system.
Other authors, however, believe that these demonstrated benefits of the
aquatic component of the chinampas have been over-estimated in other
raised-field systems (Baveye 2013; Chapin 1988; Lombardo et al. 2011).
In both Congo and Zambia, resources from the aquatic component are of
primordial importance in the functioning of subsistence systems. In both
sites, vegetation in the seasonally flooded basin supplies organic matter
that is used in mound construction. In most areas in these sites, however,
the basin is probably dry for too long a part of each year for tender aquatic
macrophytes to be abundant and play any substantial role in nutrient
supply to raised fields. The biomass and organic matter added to mounds
is primarily from graminoids. However, in some of the Congo sites (e.g.,
atshoro mounds in swamp forest at Tchikapika and Obélé), tender aquatic
plants are abundant, and their organic matter is regularly moved from
the flooded basin onto the raised fields. To summarize, organic mulch is
everywhere regarded as important, but the role of aquatic vegetation as a
source varies with flooding regime, and is probably rarely as important as
in the chinampas system.
In both Congo and Zambia, fish are an important food resource supplied
by the raised-field landscape, and “agricultural mounds” are often
intentionally constructed to serve also as fish-trapping devices (Sautter

123
1962; Vennetier 1965) or are integrated into fish weirs. In both regions,
many different fish species are harvested, using a diversity of techniques
and gear (Congo: Sautter, 1962; Vennetier 1965; Zambia: Brelsford,
1946; Huchzermeyer n.d.; Imai, 1985, 1998; Kolding et al. 2003). In
both regions, seasonally flooded areas are connected to permanent
watercourses. Seasonal water fluctuations create large areas of flooded
habitat and provide fish with dispersal pathways into this seasonal habitat.
In Mossaka, Congo, during the rainy season, farmers deploy gill nets
in the flooded basin between raised fields and fish during their rainy-
season visits to their fields. The fish we most commonly encountered in
Congo, both in villages and in the market at Oyo, was the African lungfish
(Protopterus dolloi). Capable of estivating in dried mud and an obligate air-
breather (Greenwood 1986), this fish is superbly adapted to the seasonally
flooded wetlands of the Cuvette. A number of other species are also
restricted to, or most abundant in, this habitat type (Shumway et al. 2003).
In Zambia, in addition to fishing conducted in the main watercourses and
channels, a vast network of fish weirs (Figure 11) is used to capture the
large number of mostly small fish species that migrate into the huge area
of dambos flooded during the rainy season. Extending over long distances,
these weirs run from one large tree-covered termite mound to another.

Figure 11. Fish weirs in the Bangweulu basin near Yongolo, Zambia, September 2013. A.
A fish weir showing one of the numerous V-shaped fishways at which nets or baskets are
placed. Weirs run between large tree- and shrub-covered termite mounds, one of which is seen
in the photo; B. Fish weir running between termite mounds. Photos © 2013 Mélisse Durécu

3.2.4. Productivity, demography and the social and economic conditions favoring raised-
field agriculture
One clear conclusion of our work in Africa so far is that raised-field
agriculture is just one part of subsistence systems that integrate multiple
activities, among which fishing appears to play a particularly important

124
role. Erickson (2000) has presented evidence that this was also true in pre-
Columbian systems in the Llanos de Mojos. Although many other authors
on pre-Columbian raised-field agriculture mention the likely importance
of fish, this resource has usually not been taken into account in estimates
of productivity, which focus on products of agriculture. Our observations
of contemporary African systems show that failure to account for this
crucial protein source in estimates of productivity and carrying capacity
would be a serious error. The vestiges of pre-Columbian fish weirs found
by Erickson (2000) in the Llanos de Mojos, Bolivia—comparable in their
morphology and likely functioning to those that are widespread in the
Bangweulu floodplains—support the contention that pre-Columbian
systems were similarly reliant on fish. In this respect the chinampas appear
not to be unique.
Detailed study of these contemporary African systems could provide
many other insights into raised-field agriculture, not only its past in South
America, but its potential contributions to sustainable use of seasonal
tropical wetlands today and in the future. How much labor is required
to build and maintain raised fields? How is this work organized socially,
and how do economic conditions (for example, complementarity of other
activities, markets for agricultural production, rural exodus to cities, etc.)
affect the maintenance or the decline of raised-field agriculture? Having
answers to these questions would help us assess whether raised-field
agriculture has developed out of necessity, as easier ways to subsist become
impossible owing to population pressure (Boserup 1965), or whether
multi-activity subsistence systems incorporating this kind of agriculture
are adopted because of advantages they confer, such as risk reduction.

4. Conclusion

As in the neotropics (Renard et al. 2012b), the biophysical and cultural


contexts in which raised-field agriculture is found in Africa show great
diversity. Hasty overgeneralizations must be avoided. However, several
conclusions appear to be justified.
First, in both African sites, landscapes and subsistence systems have
emerged from the coevolutionary interplay of ecological dynamics and
social practices. In both sites, self-organized structures of natural origin
are incorporated into biocultural landscapes. In Zambia, termite-mound
islands in the dambos and floodplains are the most favored sites for
constructing fields, as they are already elevated and well-drained, and are
islands of fertility. Termite-mound islands also constitute the nodes of the
extensive networks of fish weirs in the dambos. Similarly, in the abandoned
agricultural landscapes near Oyo, Congo, large termite mounds termed
ingondo, usually around 6 m in diameter, appear to have been integrated
into a network of human-made structures, including more or less

125
rectilinear paths between the mounds, linear or curvilinear raised ridges,
and borrow pits deepened into ponds. Thus, as in South America, natural
soil engineers appear to be an integral part of the origin and functioning
of raised-field landscapes. The biology of soil engineers in the African
landscapes, and whether they play important roles in maintaining fertility
of active fields or the ecological legacy of abandoned fields, are subjects
for future enquiry. Whether people are aware of their interactions with
soil engineers, and whether human-constructed parts of the landscape
correspond to a deliberate social project or emerge from a succession
of individual projects realized over a long period of time, are also open
questions. Like the biological components, the cultural parts of these
biocultural landscapes may also result from self-organized processes,
albeit by quite different mechanisms.
As part of the interplay of ecological dynamics and social practices,
human-made structures may, as in South America, feed back on ecological
processes, creating an ecological legacy of human actions. Feedbacks may
sometimes occur in unexpected ways. For example, by retaining water for
varying periods, fish weirs in floodplains of the Bangweulu Basin may affect
the hydrology of different parts of the basin, and thereby vegetation and
the animals that depend on it. However, their most conspicuous impact
may be their action as dry-season firebreaks, contributing to the mosaic
nature of fire in the basin (C. Huchzermeyer, South African Institute of
Aquatic Biodiversity, pers. comm.). The complex interplay of ecological
dynamics and social practices suggests that understanding the functioning
of contemporary systems in African wetlands will require input from the
same broad range of disciplines as was brought to bear to understand the
history and ecology of raised-field landscapes in South America (Iriarte et
al. 2012; McKey et al. 2010; Renard et al. 2013).
Second, as we have emphasized at several points in this chapter, raised-
field agriculture in both African sites is only one part of a multi-functional
subsistence system, and cannot be understood outside this more inclusive
context. Fish appear to play a particularly important role in the system. As
in rice-fish co-culture systems in tropical Asia (Xie et al. 2011), fish and
crops may interact in multiple and intriguing ways. Only when we take
into account the ecological, cultural and economic aspects of all parts of
the system can we address the role of raised-field agriculture in a hoped-
for sustainable future. The two present-day examples we have begun to
document suggest that this role may be far from negligible.

Acknowledgments

The first author of this paper would like to thank Stéphen Rostain and
the organizing committee for the invitation to present a plenary talk at the
EIAA symposium in Quito in September 2013 and for financial support

126
to attend the meeting.
The fieldwork behind this chapter was supported by two interdisciplinary
programs of the Institut d’Ecologie et Environnement (INEE, CNRS),
“Amazonie” and “Ingénierie Ecologique” (French Guiana); by the Institut
Universitaire de France (Colombia, Congo) and by the GDR Mosaïque
(INEE, CNRS), coordinated by Yildiz-Aumeeruddy-Thomas (Zambia).
Work in Colombia was supported by a grant from the program ECOS/
COLCIENCIAS to Anne Zangerlé.
We also thank Yann Arthus-Bertrand and his team for permission to use
their magnificient aerial photographs of raised-field landscapes in the
Cuvette Province of the Congo Republic.
Finally, Eric Garine (Université Paris 10-Nanterre) critically read the entire
manuscript and helped us tighten the text.

References

Armillas, P. 1971. Gardens on swamps. Archaeological research verifies


historical data on Aztec land reclamation in the valley of Mexico.
Science 174: 653-661.
Auger, A. 1967. Loboko : exemple de terrain conquis sur l’eau. Photo
Interprétation 67: 22-28.
Baker, J.L. 2003. Maya Wetlands. Ecology and Pre-Hispanic Utilization of
Wetlands in Northwestern Belize. PhD dissertation, University of
Arizona, Tucson, AZ. http://arizona.openrepository.com/
arizona/bitstream/10150/237812/3/azu_td_3089896_sip1_m.
pdf
Balée, W. L. and C. L. Erickson. 2006. Time and Complexity in Historical
Ecology: Studies in the Neotropical Lowlands. Columbia University Press,
New York.
Bandy, M. S. 2005. Energetic efficiency and political expediency in Titicaca
Basin raised field agriculture. Journal of Anthropological Archaeology 24:
271-296.
Barba, J., E. Canal, E. Garcia, E. Jorda, M. Miro, E. Pasto, R. Playa, I.
Romero, M. Via and E. Woynarovich. 2003. Moxos: Una Limnocultura.
Cultura y Medio Ambiente en la Amazonia Boliviana. CEAM, Barcelona.
Barlow, J., T. A. Gardner, A. C. Lees, L. Parry and C. A. Peres. 2012. How
pristine are tropical forests? An ecological perspective on the pre-
Columbian human footprint in Amazonia and implications for
contemporary conservation. Biological Conservation 151: 45-49.
Bates, M. 1948. Climate and vegetation in the Villavicencio region of
eastern Colombia. Geographical Review 38: 555-574.
Baveye, P. C. 2013. Comment on “Ecological engineers ahead of their
time: The functioning of pre-Columbian raised-field agriculture
and its potential contributions to sustainability today” by Dephine

127
Renard et al. Ecological Engineering 52. http://dx.doi.org/10.1016/j.
ecoleng.2012.11.011.
Beard J. S. 1953. The savanna vegetation of northern tropical America.
Ecological Monographs 23: 149-215.
Biesboer, D. D., M. Binford and A. Kolata. 1999. Nitrogen fixation in soils
and canals of rehabilitated raised-fields of the Bolivian Altiplano.
Biotropica 31: 255-267.
Birk, J. J., W. G. Teixeira, E. G. Neves and B. Glaser. 2011. Faeces deposition
on Amazonian Anthrosols as assessed from 5b-stanols. Journal of
Archaeological Science 38: 1209-1220.
Boserup, E. 1965. The Conditions of Agricultural Growth: The Economics of
Agrarian Change Under Population Pressure. Transaction Publishers,
New Brunswick, NJ.
Brelsford, W. V. 1946. Fishermen of the Bangweulu Swamps: a Study of the
Fishing Activities of the Unga Tribe. Rhodes-Livingstone Institute,
Lusaka, Zambia.
Bruno, M. C. 2014. Beyond raised fields: exploring farming practices and
processes of agricultural change in the ancient Lake Titicaca Basin
of the Andes. American Anthropologist 116: 1-16.
Bush, M. B. and M. R. Silman. 2007. Amazonian exploitation revisited:
ecological asymmetry and the policy pendulum. Frontiers in Ecology
and the Environment 5: 457-465.
Bwangoy, J. R. B., M. C. Hansen, D. P. Roy, G. D. Grandi and C. O. Justice.
2010. Wetland mapping in the Congo Basin using optical and radar
remotely sensed data and derived topographical indices. Remote
Sensing of Environment 114: 73-86.
Carneiro, R. 1960. Slash-and-burn agriculture: a closer look at its
implications for settlement patterns. Men and Cultures, A. Wallace
(Editor), University of Pennsylvania Press, Philadelphia, PA: 229-
234.
Carneiro, R. L. and C. Kramer. 1979. Tree felling with the stone axe: An
experiment carried out among the Yanomamo Indians of Southern
Venezuela. Ethnoarchaeology: Implications of Ethnography for Archaeology,
C. Kramer (Editor), Columbia University Press, New York: 21-58.
Chacón-Moreno E. J, M. E. Naranjo and D. Acevedo. 2004. Direct and
indirect vegetation-environment relationships in the flooding
savanna of Venezuela. Ecotropicos 17: 25-37.
Chapin, M. 1988. The seduction of models: Chinampa agriculture in
Mexico. Grassroots Development 12: 8-17.
Clement, C. R. and A. B. Junqueira. 2010. Between a pristine myth and an
impoverished future. Biotropica 42: 534-536.
Colinvaux, P. A. 1989. The past and future Amazon. Scientific American
260: 102-108.
De Las Casas, B. 1986 [1560]. Historia de las Indias. Biblioteca Ayacucho,

128
Caracas, Venezuela.
Denevan, W. M. 1966. The Aboriginal Cultural Geography of the Llanos de Mojos
of Bolivia. No. 24, National Academy of Sciences National Research
Council, Foreign Field Research Progamm. Washington, D.C.
Denevan, W. M. 1982. Hydraulic agriculture in the American tropics:
forms, measures, and recent research. Maya Subsistence, K. V.
Flannery (Editor), Academic Press, New York: 181-203.
Denevan, W. M. (Editor) 1992. The Native Population of the Americas in 1492.
Second Edition. University of Wisconsin Press, Madison, WI.
Denevan, W. M. 1995. Prehistorical agricultural methods as models for
sustainability. Advances in Plant Pathology 11: 21-43.
Denevan, W. M. 2001. Cultivated Landscapes of Native Amazonia and the
Andes, Oxford University Press, Oxford.
Denevan, W. M. and B. L. Turner. 1974. Forms, functions and associations
of raised fields in the Old World tropics. Journal of Tropical Geography
39: 24-33.
Doolittle, W. E. 2000. Cultivated Landscapes of Native North America. Oxford
University Press, Oxford.
Edwards C. A. and P. J. Bohlen. 1972. Biology and Ecology of Earthworms. 3rd
Edition. Chapman and Hall, London.
Erickson C. L. 1987. The dating of raised field agriculture in the Lake
Titicaca Basin of Peru. Pre-hispanic Agricultural Fields in the Andean
Region, W. M. Denevan, K. Mathewson and G. Knapp (Editors).
British Archaeological Reports, International Series 359, Oxford:
373-383.
Erickson, C. L. 1992a. Applied archaeology and rural development:
archaeology’s potential contribution to development. Journal of the
Steward Anthropological Society 20: 1-16.
Erickson, C. L. 1992b. Prehistoric landscape management in the Andean
highlands: raised field agriculture and its environmental impact.
Population and Environment (Special issue “Social Science Perspectives
on Environmental Management,” edited by Timothy Kohler),
13(4): 285-300.
Erickson, C. L. 1994a. Methodological considerations in the study of
ancient Andean field systems. The Archaeology of Garden and Field, N.
K. Miller and K. L. Gleason (Editors), University of Pennsylvania
Press, Philadelphia, PA: 111-152.
Erickson, C.L. 1994b. Raised fields as a sustainable agricultural system from
Amazonia. Paper presented in the Symposium Recovery of
Indigenous Technology and Resources in Bolivia at the 18th
International Congress of the Latin American Studies Association,
Atlanta, March 10-12. http://repository.upenn.edu/anthro_
papers/14
Erickson, C. L. 1995. Archaeological methods for the study of ancient

129
landscapes of the Llanos de Mojos in the Bolivian Amazon.
Archaeology in the Lowland American Tropics, P. Stahl (Editor),
Cambridge University Press, Cambridge: 111-152.
Erickson, C. L. 1999. Agricultura en camellones prehispánicos en las
tierras bajas de Bolivia: Posibilidades de desarrollo en el trópico
húmedo. Los Camellones y Chinampas Tropicales: Memorias del Simposio-
Taller Internacional sobre Camellones y Chinampas Tropicales, J. J. Jiménez-
Orsornio and V. M. Rorive (Editors), Ediciones de la Universidad
Autónomo de Yucatán, Mérida, Mexico: 39-52.
Erickson C. L. 2000. An artificial landscape-scale fishery in the Bolivian
Amazon. Nature 408: 190-193.
Erickson, C. L. 2008. Amazonia: the historical ecology of a domesticated
landscape. The Handbook of South American Archaeology, H. Silverman
and W. H. Isbell (Editors), Springer-Verlag, New York: 157-183.
Erickson C. L. and K. I. Candler. 1989. Raised fields and sustainable
agriculture in the Lake Titicaca basin of Peru. Fragile lands of Latin
America: Strategies for Sustainable Development., J. O. Browder (Editor),
Westview Press, Boulder, CO: 230-248.
Gabet, E. J., J. T. Perron and D. L. Johnson. 2013. Biotic origin for Mima
mounds supported by numerical modeling. Geomorphology, in press.
http://dx.doi.org/10.1016/j.geomorph.2013.09.018.
Glaser, B. and J. J. Birk. 2012. State of the scientific knowledge on
properties and genesis of Anthropogenic Dark Earths in Central
Amazonia (Terra Preta de Índio). Geochimica et Cosmochimica Acta
82: 39-51.
Glaser, B. and W. I. Woods (Editors) 2004. Amazonian Dark Earths:
Explorations in Space and Time. Springer, Berlin.
Gomez-Pompa, A., H. L. Morales, E. Jimenez Avila and J. Jimenez
Avila. 1982. Experiences in traditional hydraulic agriculture. Maya
Subsistence: Studies in Memory of Dennis E. Puleston, K. V. Flannery
(Editor), Academic Press, New York: 327-342.
Gondard, P., 2006. Campos elevados en llanuras húmedas. Del modelado
al paisaje. Camellones, waru warus o pijales. Agricultura Ancestral.
Camellones y Albarradas. Contexto Social, Usos y Retos del Pasado y del
Presente. F. Valdez (Editor), Ediciones Abya-Yala, Quito: 25-53.
Gondard, P. 2008. Les camellones sud-américains. Agricultures Singulières,
E. Mollard and A. Walter (Editors), IRD Editions, Paris: 75-80.
Greenwood, P. H. (1986). The natural history of African lungfishes. Journal
of Morphology 190(S1): 163-179.
Gumilla, J. 1963 [1791]. The Orinoco Illustrated and Defended. Biblioteca de la
Academia Nacional de Historia, Caracas (translated from Spanish).
Haase, R. and G. Beck. 1989. Structure and composition of savanna
vegetation in northern Bolivia: a preliminary report. Brittonia 41:
80-100.

130
Hansen, M. C., et alii. The Forests of the Congo Basin: State of the Forest
2006. carpe. umd. edu/resources/Documents/THE FORESTS OF THE
CONGO BASIN State of the Forest (2006).
Heckenberger, M. J., J. B. Petersen and E. G. Neves. 1999. Village size
and permanence in Amazonia: two archaeological examples from
Brazil. Latin American Antiquity 10: 353-376.
Heckenberger, M. J., J. C. Russell, C. Fausto, J. R. Toney, M. J. Schmidt,
E. Pereira, B. Franchetto and A. Kuikuro. 2008. Pre-Columbian
urbanism, anthropogenic landscapes, and the future of the Amazon.
Science 321: 1214-1217.
Heckenberger, M. J., J. C. Russell, J. R. Toney, and M. J. Schmidt. 2007. The
legacy of cultural landscapes in the Brazilian Amazon: implications
for biodiversity. Philosophical Transactions of the Royal Society B 362:
197-208.
Hurtado, A. M. and K. Hill. 1989. Experimental studies of tool efficiency
among Machiguenga women and implications for root-digging
foragers. Journal of Anthropological Research 45: 207-217.
Huchzermeyer C. F. n.d. Fishes and fisheries of the Bangweulu Wetlands and
Lavushi Manda National Park. South African Institute for Aquatic
Biodiversity, Grahamstown, South Africa. http://bangweulufish.
files.wordpress.com/2012/08/bangweulu-wetlands-fishes-and-
fisheries-with-additions-and-changes-aug-2012.pdf
Imai, I. 1985. Fishing life in the Bangweulu Swamps: a socio-ecological
study of the swamp fishermen in Zambia. African Study Monographs.
Supplementary Issue 4: 49-88.
Imai, I. 1998. Sustainability of fishing in the Bangweulu Swamps, Zambia.
African Study Monographs 19: 69-86.
Iriarte, J., B. Glaser, J. Watling, A. Wainwright, J. J. Birk, D. Renard, S.
Rostain and D. McKey. 2010. Late Holocene Neotropical
agricultural landscapes: phytolith and stable carbon isotope analysis
of raised fields from French Guianan coastal savannahs. Journal of
Archaeological Science 37: 2984-2994.
Iriarte, J., M. J. Power, S. Rostain, F. E. Mayle, H. Jones, J. Watling, B.
S. Whitney and D. B. McKey. 2012. Fire-free land use in pre-
1492 Amazonian savannas. Proceedings of the National Academy of
Sciences, 109: 6473-6478.
Iriondo, M. 2004. Large wetlands of South America: a model for
Quaternary humid environments. Quaternary International 114: 3-9.
Jones, C. G., J. H. Lawton and M. Shachak. 1994. Organisms as ecosystem
engineers. Oikos 69: 373-386.
Junqueira, A.B., G. H. Shepard Jr. and C. R. Clement. 2010. Secondary
forests on anthropogenic soils in Brazilian Amazonia conserve
agrobiodiversity. Biodiversity and Conservation 19: 1933-1961.
Kadima, E., D. Delvaux, S. N. Sebagenzi, L. Tack and S. M. Kabeya. 2011.

131
Structure and geological history of the Congo Basin: an integrated
interpretation of gravity, magnetic and reflection seismic data. Basin
Research 23: 499-527.
Kolata, A.. L. 1991. The technology and organization of agricultural
production in the Tiwanaku state. Latin American Antiquity 2: 99-
125.
Kolata, A. L. 1993. The Tiwanaku: Portrait of an Andean Civilization.
Blackwell, Cambridge.
Kolata, A. L. 1996. Tiwanaku and its Hinterland: Archaeology and Paleoecology of
an Andean Civilization. Smithsonian Institution Press, Washington,
DC.
Kolata, A. L. and C. Ortloff. 1989. Thermal analysis of Tiwanaku raised
field systems in the Lake Titicaca Basin of Bolivia. Journal of
Archaeological Science 16: 233-263.
Kolding J., H. Ticheler and B. Chanda. 2003. The Bangweulu Swamps,
a balanced small-scale multispecies fishery. In: Management,
Comanagement or No Management? Major Dilemmas in Southern African
Freshwater Fisheries, 2: Case Studies, FAO Fisheries Technical Paper
426/2, E. Jul-Larsen, J. Kolding, R. Overa, J. R. Nielsen and P. A.
M. Zwieten (Editors), Food and Agriculture Organization, Rome:
34-66.
Langstroth, R. P. 1996. Forest islands in an Amazo­nian savanna of Northeastern
Bolivia. Unpublished Ph.D. dissertation. University of Wisconsin,
Department of Geography, Madison, WI.
Langstroth, R. P. 2011. Biogeography of the Llanos de Moxos: Natural
and anthropogenic determinants. Geographica Helvetica 66: 183-192.
Laraque, A., M. Mietton, J. C. Olivry and A. Pandic. 1998a. Influence des
couvertures lithologiques et végétales sur les régimes et la qualité
des eaux des affluents congolais du fleuve Congo. Revue des Sciences
de l’Eau/Journal of Water Science 11: 209-224.
Laraque, A., et alii (13 authors). 1998b. Origin and function of a closed
depression in equatorial humid zones: the Lake Télé in North
Congo. Journal of Hydrology 207: 236-253.
Lehmann, J., D. C. Kern, B. Glaser and W. I. Woods (Editors), 2003.
Amazonian Dark Earths: Origin, Properties, Management. Kluwer
Academic Publishers, Dordrecht, Netherlands.
Levis, C., P. F. de Souza, J. Schietti, T. Emilio, J. L. P. da Veiga Pinto C.
R. Clement and F. R Costa. 2012. Historical human footprint on
modern tree species composition in the Purus-Madeira interfluve,
central Amazonia. PLOS ONE, 7(11), e48559.
Lombardo, U., E. Canal-Beeby, S. Fehr and H. Veit. 2011. Raised fields in
the Bolivian Amazonia: a prehistoric green revolution or a flood
risk mitigation strategy? Journal of Archaeological Science 38: 502-512.
Lombardo U, Szabo K, Capriles JM, May J-H, Amelung W, et alii. 2013.

132
Early and middle Holocene hunter-gatherer occupations in western
Amazonia: the hidden shell middens. PLoS ONE 8(8): e72746.
doi:10.1371/journal.pone.0072746
Losch B., G. Magrin and J. Imbernon (dir.), 2013. New Emerging Rural
World. An Overview of Rural Change in Africa. Atlas for NEPAD Rural
FuturespProgram, Montpellier, CIRAD, 46 p. http://www.nepad.
org/crosscuttingissues/knowledge/doc/3105/new-emerging-
rural-world
Maina, J. N., G. O. Maloiy and C. M. Wood. 1998. Respiratory stratagems,
mechanisms, and morphology of the ‘lung’ of a tropical swamp
worm, Alma emini Mich. (Oligochaeta: Glossoscolecidae): a
transmission and scanning electron microscope study, with field
and laboratory observations. Journal of Zoology 245: 483-495.
Mayaux, P., P. Defourny, D. Devers, M, Hansen and G. Duveiller. 2007.
The Forests of the Congo Basin: State of the Forests, 2006. Document
prepared for the Congo Basin Forest Partnership available online
at http://www. cbfp. org/congobasin. html.
Mayle, F. E., R. P. Langstroth, R. A. Fisher and P. Meir. 2007. Long-term
forest–savannah dynamics in the Bolivian Amazon: implications for
conservation. Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological
Sciences 362: 291-307.
McKey, D., S. Rostain, J. Iriarte, B. Glaser, J. J. Birk, I. Holst and D. Renard.
2010. Pre-Columbian agricultural landscapes, ecosystem engineers,
and self-organized patchiness in Amazonia. Proceedings of the National
Academy of Sciences 107: 7823-7828.
McMichael, C. H., D. R. Piperno, M. B. Bush, M. R. Silman, A. R.
Zimmerman, M. F. Raczka and L.C. Lobato. 2012. Sparse pre-
Columbian human habitation in Western Amazonia. Science 336:
1429-1431.
Meggers, B J. 2003. Natural versus anthropogenic sources of Amazonian
biodiversity: the continuing quest for El Dorado. How Landscapes
Change, G. A. Bradshaw and P..A. Marquet (Editors), Springer-
Verlag, Berlin and Heidelberg: 89-107.
Merlín-Uribe, Y., C. E. González-Esquivel, A. Contreras-Hernández,
L. Zambrano, P. Moreno-Casasola and M. Astier, M. 2012.
Environmental and socio-economic sustainability of chinampas
(raised beds) in Xochimilco, Mexico City. International Journal of
Agricultural Sustainability 11: 216-233.
Meron, E. 2012. Pattern-formation approach to modelling spatially
extended ecosystems. Ecological Modelling 234: 70-82.
Morris, A. S. 2004. Raised Field Technology: the Raised Fields Projects Around
Lake Titicaca. King’s SOAS Studies in Development Geography.
Ashgate Publishing Limited, Aldershot.
Morris, M., H. Binswanger, D. Byerlee, P. Savanti and J. Staatz. 2009.

133
Awakening Africa’s Sleeping Giant: Prospects for Commercial Agriculture in
the Guinea Savannah zone and Beyond. World Bank, Washington, DC.
Mosepele, K., P. B. Moyle, G. S. Merron, D. R. Purkey and B. Mosepele.
2009. Fish, floods, and ecosystem engineers: aquatic conservation
in the Okavango Delta, Botswana. BioScience 59: 53-64.
Muse, M. and F. Quintero. 1987. Experimentos de reactivación de campos
elevados, Peñón del Río, Guayas, Ecuador. Pre-Hispanic Agricultural
Fields in the Andean Region, W. M. Denevan, D. Mathewson and G.
Knapp (Editors), BAR International Series 359, Oxford: 249-266.
Petersen, J. B., E. G. Neves and M. J. Heckenberger. 2001. Gift from
the past: Terra Preta and prehistoric Amerindian occupation in
Amazonia. Unknown Amazon: Culture in Nature in Ancient Brazil,
C. McEwan, C. Barreto and E. G. Neves (Editors), The British
Museum Press, London: 86-105.
Politis, G. 2009. Nukak: Ethnoarchaeology of an Amazonian People. Left Coast
Press, Walnut Creek, CA.
Puleston, D. 1978. Terracing, raised fields and tree cropping in the Maya
lowlands: a new perspective on the geography of power. In:
Pre-Hispanic Maya Agriculture, P. D. Harrison and B. L. Turner II
(Editors), University of New Mexico Press, Albuquerque. NM,
USA: 225-245.
Raimond C., C. Rangé and H. Guérin. 2014. La multi-activité et la
multifonctionnalité, principes d’un développement pour le Lac?
Le développement du Lac Tchad : Situation Actuelle et Futurs Possibles,
Lemoalle J., Magrin G. (Directeurs). CBLT, N’Djaména, Marseille,
Expertise collégiale IRD, AFD-FFEM, Rapport de synthèse 66 p.
+ Contributions intégrales des expert (CD), 50 p. (in press).
Reichel-Dolmatoff, G. and A. Reichel-Dolmatoff. 1974. Un sistema de
agricultura prehistórica de los Llanos Orientales. Revista Colombiana
de Antropología 17: 189-200.
Renard, D., J. J. Birk, B. Glaser, J. Iriarte, G. Grisard, J. Karl and D. McKey.
2012a. Origin of mound-field landscapes: a multi-proxy approach
combining contemporary vegetation, carbon stable isotopes and
phytoliths. Plant and Soil 351: 337-353.
Renard, D., J. Iriarte, J. J. Birk, S. Rostain, B. Glaser and D. McKey. 2012b.
Ecological engineers ahead of their time: The functioning of pre-
Columbian raised-field agriculture and its potential contributions to
sustainability today. Ecological Engineering 45: 30-44.
Renard, D., J. J. Birk, A. Zangerlé, P. Lavelle, B. Glaser, R. Blatrix and D.
McKey. 2013. Ancient human agricultural practices can promote
activities of contemporary non-human soil ecosystem engineers:
A case study in coastal savannas of French Guiana. Soil Biology and
Biochemistry 62: 46-56.
Rietkerk, M., S. C. Dekker, P. C. de Ruiter and J. van de Koppel. 2004. Self-

134
organized patchiness and catastrophic shifts in ecosystems. Science
305: 1926-1929.
Roose, E., V. Kabore and C. Guenat. 1999. Zaï practice: a West African
traditional rehabilitation system for semiarid degraded lands, a case
study in Burkina Faso. Arid Soil Research and Rehabilitation 13: 343-
355.
Rostain, S. 1994. L’Occupation Amérindienne Ancienne du Littoral de Guyane.
TDM 128 & 129. Editions de l’ORSTOM, Paris. 2 volumes.
Rostain, S. 2008. Agricultural earthworks on the French Guiana coast.
Handbook of South American Archaeology, H. Silverman and W. H.
Isbell (Editors). Springer / Kluwer / Plenum, New York: 217-233.
Rostain, S. 2010. Pre-Columbian earthworks in coastal Amazonia. Diversity
2: 331-352.
Rostain S., 2012, Islands in the Rainforest: Landscape Management in Precolumbian
Amazonia. Left Coast Press, Walnut Creek, CA.
Saavedra, O. 2009. Culturas Hidraulicas de la Amazonia Boliviana. OXFAM,
La Paz.
Sarmiento, G. 1983. The savannas of tropical America. Tropical Savannas,
F. Bourlière (Editor), Elsevier, Amsterdam: 245-288.
Sarmiento, G. and M. Pinillos. 2001. Patterns and processes in a seasonally
flooded tropical plain: the Apure Llanos, Venezuela. Journal of
Biogeography 28: 985-996.
Sautter, G. (1962). La Cuvette Congolaise : Monographie Régionale des Bassins
de la Likouala-Mossaka, de l’Alima et de la Nkéni. Ministère de la
Coopération, Paris.
Sautter, G. (1966). De l’Atlantique au Fleuve Congo : une Géographie du Sous-
Peuplement : République du Congo: République Gabonaise. Mouton, Paris
and La Haye.
Sautter, G. 196). Les Structures Agraires en Afrique Tropicale. Centre de
documentation universitaire, Paris.
Shepard, G., Jr. and H. Ramirez. 2011. “Made in Brazil”: human dispersal
of the Brazil nut (Bertholletia excelsa, Lecythidaceae) in ancient
Amazonia. Economic Botany 65: 44-65.
Shumway, C. A., D. Musibono, S. Ifuta, J. Sullivan, R. Schelly, J. Punga,
J.-C. Palata and V. Puema. 2003. Congo River Environment and
Development Project (CREDP) Biodiversity Survey: Systematics, Ecology
and Conservation Along the Congo River, September–October 2002. New
England Aquarium Press, Boston, MA, USA.
Siemens, A. H. 2004. Modeling the tropical wetland landscape and
adaptations. Agriculture and Human Values 21: 243-254.
Soyer, J. 1983. Microrelief de buttes basses sur sols inondés saisonnièrement
au Sud-Shaba (Zaïre). Catena 10: 253-265.
Swartley, L. 2002. Inventing Indigenous Knowledge: Archaeology, Rural Development,
and the Raised Field Rehabilitation Project of Bolivia. Routledge, New

135
York.
Torres-Lima, P., B. Canabal-Cristiani and G. Burela-Rueda.1994. Urban
sustainable agriculture: the paradox of the chinampa system in
Mexico City. Agriculture and Human Values 11: 37-46.
Vennetier, P. 1963. L’urbanisation et ses conséquences au Congo
(Brazzaville). Cahiers d’Outre-Mer 16 : 263-280.
Vennetier, P. 1965. Les Hommes et Leurs Activités dans le Nord du Congo-
Brazzaville. ORSTOM, Paris.
Walker, J. H. 2004. Agricultural Change in the Bolivian Amazon. Memoirs in
Latin American Archaeology 13. University of Pittsburgh, Pittsburgh,
PA.
Wilson, C., I. A. Simpson and E.J. Currie. 2002. Soil management in pre-
Hispanic raised field systems: micromorphological evidence from
Hacienda Zuleta, Ecuador. Geoarchaeology 17: 261-283.
Woods, W. I., W. G. Teixeira, J. Lehmann, C. Steiner, A. WinklerPrins and
L. Rebellato (Editors) 2009. Amazonian Dark Earths: Wim Sombroek’s
Vision. Springer, New York.
Xie, J., L. Hu, J. Tang, X. Wu, N. Li, Y. Yuan, H. Yang, J. Zhang, S. Luo and
X. Chen. 2011. Ecological mechanisms underlying the sustainability
of the agricultural heritage rice–fish coculture system. Proceedings of
the National Academy of Sciences, 108: E1381-E1387.

136
A tradição Pocó-Açutuba e os primeiros
sinais visíveis de modificações
de paisagens na calha do Amazonas
Eduardo G. Neves1, Vera L. C. Guapindaia2, Helena Pinto Lima2,
Bernardo L. S. Costa1, Jaqueline Gomes1

Laboratório de Arqueologia dos Trópicos, Museu de


1

Arqueologia e Etnologia da Universidade de São Paulo


2
Museu Paraense Emilio Goeldi, Belém

1. Introdução

Grande parte dos arqueólogos que trabalham hoje na bacia amazônica


aceita a hipótese de que as populações indígenas antigas da região realizaram
modificações marcantes e duradouras nas condições naturais dos biomas
desta vasta área das terras baixas da América do Sul. Tal hipótese, alinhada
aos princípios teóricos da ecologia histórica (Balée 2006), vem sendo
amparada por dados produzidos em diferentes contextos da Amazônia,
seja em áreas adjacentes a planícies aluviais de rios de água branca, clara
ou negra, seja em áreas de interflúvio. No entanto, se a ecologia histórica
é hoje o paradigma dominante na arqueologia amazônica, resta ainda aos
arqueólogos estabelecer quais foram os contextos – culturais, demográficos
e sociais – nos quais ocorreram tais modificações da natureza, ou criações
de paisagens, já que a ocupação humana da Amazônia não foi cumulativa,
mas sim marcada pela alternância de longos períodos de estabilidade
entremeados por rápidos episódios de mudança (Moraes & Neves 2012,
Neves 2011).
Paisagens têm história: são tempo, espaço e forma plasmados. Na
Amazônia antiga, ninguém melhor que arqueólogos para definir tais
histórias. Igualmente, em uma região com tanta diversidade cultural como
a Amazônia, é de se esperar que tais modificações tenham ocorrido de
acordo com padrões culturais específicos, gerando por sua vez paisagens
com autorias culturais distintas. Neste trabalho, apresentaremos dados
provenientes de pesquisas que temos realizado em diferentes partes da
Amazônia, desde a bacia do rio Trombetas até o baixo rio Japurá, bem
como resultados de publicações recentes, que permitem identificar, no
primeiro milênio antes da era cristã, um processo de ocupação associado
à produção de cerâmicas com características peculiares e distintas das
cerâmicas produzidas anteriormente nessas áreas e também à formação
inicial de solos antrópicos do tipo terras pretas de índio ao longo das

137
margens do Amazonas e dos baixos cursos de seus tributários (Figura
2). A tais conjuntos cerâmicos padronizados propomos a denominação
tradição Pocó-Açutuba. Se correta tal hipótese, mais que a definição de um
novo componente cerâmico para a arqueologia amazônica, ocupações
Pocó-Açutuba seriam os marcadores visíveis mais antigos e disseminados
de formas de antropização da natureza e formação de paisagens ao longo
da Amazônia.
O argumento será desenvolvido da seguinte maneira. Inicialmente
apresentaremos um breve histórico das pesquisas que revelaram
a ocorrência de materiais associados à Tradição Pocó-Açutuba.
Posteriormente traremos alguns estudos de caso onde contextos com
tais materiais foram por nós identificados. Ao final, discutiremos esses
contextos no âmbito mais amplo da ocupação da Amazônia no primeiro
milênio antes da era Cristã.

Figura 1: Sítios Arqueológicos onde se identificaram cerâmicas com características


da Tradição Pocó-Açutuba (mapa desenhado por J. Gomes e B. Costa)

2. Histórico das Pesquisas com contextos Pocó e Açutuba

A primeira identificação de contextos e cerâmicas associados à tradição


Pocó-Açutuba vem da pesquisa realizada nos sítio Pocó, às margens do
rio homônimo, na bacia do rio Nhamudá, e Boa Vista, às margens do
rio Trombetas, por Peter e Klaus Hilbert em1975 (Hilbert & Hilbert
1980). Na escavação desses sítios, os autores identificaram cerâmicas
enterradas, com profusa decoração pintada e modelada sobre tigelas
e vasos carenados, temperadas com caraipé e cauixi, com semelhança a

138
cerâmicas Barrancóides do sítio El Palito, do litoral da Venezuela e da
fase Japurá, do rio homônimo, na Amazônia centro-ocidental (Hilbert &
Hilbert 1980: 8). As seis datas obtidas para os contextos escavados nos
sítios Pocó e Boa Vista situaram tais ocupações no início da era Cristã: 65
± 95 AC, 110 ± 90 DC. e 205 ± 115 DC. Duas outras datas - 1330 ± 45
AC. e 1000 ± 130 AC - foram rejeitadas pelos autores, com base no que
parecia à época ser uma antiguidade aberrante com as outras datas obtidas
(Hilbert & Hilbert 1980:9). As características diferenciadas das cerâmicas
e a cronologia obtidas levaram Peter e Klaus Hilbert a denominar tais
complexos como fase Pocó (Figura 2).

Figura 2: Fragmentos de cerâmica da Fase Pocó na definição inicial


de Peter Hilbert e Klaus Hilbert (1980)

Quase trinta anos depois, trabalhando na área de confluência dos rios


Negro e Solimões, Helena Lima, Eduardo Neves e James Petersen (Lima
et al. 2006) identificaramcerâmicas semelhantes às da fase Pocó, às quais
vieram classificar como “fase Açutuba”. Ocupações da fase Açutuba
foram identificadas e datadas nos sítios Açutuba, Hatahara, Lago Grande
e Jacuruxi, este o único caso de ocupação Açutuba unicomponencial
associada com uma camada de terra preta (Lima 2008, Neves 2010: 301-
312). Na sequência crono-tipológica da Amazônia central, ocupações
da fase Açutuba estão sempre localizadas na base das espessas camadas
características dos sítios multicomponenciais da área e podem, ao contrário
do que proposto inicialmente por estes autores, estar ou não associadas a
solos antrópicos de terras pretas (Lima 2008, Neves 2013).
Na mesma época, Vera Guapindaia (2008) trabalhando na bacia do rio
Trombetas em sítios localizados em áreas ribeirinhas, identificou outros
contextos Pocó enterrados. No sítio Boa Vista, mesmo sítio escavado
por Peter e Klaus Hilbert em 1975, camadas de ocupação Pocó-Açutuba
sob uma ocupação Konduri foram mais caracterizadas e datadas entre
360 AC e 410 DC. Neste momento foi sugerida uma associação entre
ocupações Pocó e habitação de áreas ao longo dos grandes rios ou lagos
da região. Posteriormente, o sítio Cipoal do Araticum localizado em área

139
de interflúvio, foi identificado apresentando características semelhantes
aos sítios ribeirinhos, isto é, ocupação multicomponencial (Pocó e
Konduri), profundas e extensas áreas de terra preta e presença de bolsões
com cerâmica decorada (Figura 3B). Este sítio apresentou forma elipsoidal
medindo 400 metros no sentido Norte-Sul e 500 metros no Leste-Oeste
com a profundidade da camada de ocupação alcançando em algumas áreas
até 200 cm. Foram realizadas trinta e sete escavações variando entre 1m² a
10m² alcançando profundidades entre 80 e 250 cm e 648 sondagens.

Figura 3: Contextos de depósitos de cerâmicas Pocó-Açutuba nos sítios: a) Açutuba (foto E.


Neves), b) Cipoal do Araticum (foto V. Guapindaia) e c) Boa Esperança (foto. B. Costa)

As escavações abrangeram 115m² de área total enquanto as tradagens


cobriram toda área total. O levantamento topográfico associado com
os resultados das sondagens demonstrou que há coincidência entre a
distribuição do solo de terra preta, a distribuição do material arqueológico
e as feições topográficas, e mais foi possível definir preliminarmente a
área provável de uma praça central, as vias de acesso/circulação/trânsito
e as áreas de lixeiras (Guapindaia & Aires da Fonseca 2012, Schmidt,
2013). Embora os sítios Cipoal do Araticum e Boa Vista possam ser
caracterizados como sítios multicomponenciais, já que apresentam

140
cerâmica Pocó e Konduri, no primeiro sítio a ocorrência de cerâmica
Pocó ocorre desde os níveis iniciais contrastando com o que ocorreu no
sítio Boa Vista onde a cerâmica Pocó estava restrita às camadas inferiores
da estratigrafia. Datações radiocarbônicas foram obtidas em uma feição
com concentrações de carvão e cerâmica com motivos decorativos como
incisões, apliques zoomorfos e pintados, características da cerâmica Pocó.
Também nos últimos anos, pesquisas conduzidas por Helena Lima na região
do lago de Silves, na foz dos rios Urubu e Uatumã, a meio caminho entre
o rio Nhamundá e o rio Negro identificaram contextos Pocó-Açutuba.
Nessa mesma região, trabalhando na década de 1970, Mário Simões havia
escavado cerâmicas datadas do século II DC, que, por causa da exuberante
decoração pintada, interpretou à época como materiais antigos da tradição
Polícroma (Simões & Machado 1987), uma informação reproduzida por
Meggers e Evans no que foi provavelmente seu último trabalho de síntese
sobre a arqueologia da Amazônia (Meggers & Evans 1983). De fato, como
discutiremos a seguir, há uma série de elementos decorativos em comum
entre a tradição Pocó-Açutuba e a tradição Polícroma, principalmente na
fase Marajoara, mas é provável que Simões tenha confundido a presença
de policromia em cerâmicas Pocó-Açutuba com materiais da tradição
Polícroma, um erro justificável , já que o uso da pintura não é exclusivo desta
última tradição. O próprio Simões já havia reconhecido certa antiguidade
das ocupações ceramistas locais, bem como a semelhança de alguns
desses contextos (por ele denominado fase Sucuriju) com as cerâmicas
Pocó identificadas por Hilbert & Hilbert (1980) nos rios Nhamundá e
Trombetas (Simões e Machado 1984: 134). Ao descrever as cerâmicas,
os autores ressaltam a presença de técnicas como pintura vermelha e/
ou preta sobre branco, exciso e acanalado, razão pela qual aglutinaram as
cerâmicas Pocó-Açutuba existentes na região à fase Guarita da tradição
Polícroma. Tal semelhança entre materiais Açutuba e Guarita foi notada
também na Amazônia central (Lima 2008), e ainda carece de explicações.
É sabido, no entanto, que as datas consistentes para a tradição Polícroma
na foz do rio Madeira e região do lago de Silves são muito mais recentes,
do final do primeiro milênio DC (Simões & Machado 1987, Moraes &
Neves 2012), portanto, a idade recuada das datas, sugere que os materiais
escavados por Simões são provavelmente Pocó-Açutuba. Isso é reforçado
pelos os contextos Pocó-Açutuba recentemente escavados por Lima nos
sítios Mucajatuba e Pontão com datas entre o início do século VII e o final
do século VIII DC, as mais recentes identificadas até o momento (Tabela
1). É possível que esse padrão seja explicado pela localização do lago de
Silves, que recebe dois afluentes da margem norte do rio Amazonas, os
rios Urubu e Uautumã, e está situado na margem oposta ao maior afluente
do Amazonas, o rio Madeira. Tal convergência de distintos cursos d’água,
além do próprio Amazonas, do qual o lago é também tributário, podem ter
criado condições para a cronologia particular ali verificada.

141
Tabela 1: Relação de todas as datas dos contextos Pocó-Açutuba

142
Trabalhos recentes conduzidos por Bernardo Costa e Jaqueline Gomes na
região do lago Amanã, situado próximo à foz do rio Japurá, na Amazônia
centro-ocidental, permitiram a identificação de outros contextos Pocó-
Açutuba, desta vez com uma localização mais a oeste do que as dos
contextos anteriormente descritos para os rios Nhamundá-Trombetas,
lago de Silves e área de confluência dos rios Negro e Solimões. O sítio
Boa Esperança, localizado na margem direita da parte superior do lago,
escavado por Costa (2012), tem formato elipsoide e é composto por mais
de uma ocupação, em uma área de aproximadamente 15 hectares. Na sua
porção central concentra-se o pacote arqueológico em uma grande mancha
de terra preta que atinge mais de um metro de profundidade. Os perfis
estratigráficos evidenciados no sítio elucidam dois contextos básicos. O
primeiro formado por um pacote de terra preta de 30 a 40 cm, onde se
concentra a maior quantidade de material cerâmico de três componentes
culturais, com ocupações Pocó-Açutuba e das fases Caiambé e Tefé. O
segundo contexto foi observado em dois depósitos que variaram entre
1,60 a 1,80 metros de profundidade, cuja camada mais antiga é formada
por feições/bolsões. Nelas foi identificado mais um conjunto distinto de
cerâmicas que denominamos fase Amanã e que não será aqui discutido,
Uma unidade-teste em particular (Figura 3C) apresentou duas feições com
características muito semelhantes relacionadas à densidade de material
cerâmico, coloração e textura do solo. Observações de campo sugeriam
a contemporaneidade dessas estruturas, o que foi corroborado após o
tratamento das cerâmicas em laboratório. Essas cerâmicas encontradas
exclusivamente no interior das feições possuem maior antiguidade e
apresentam como principal antiplástico o caraipé, mas diferente das
cerâmicas Pocó-Açutuba, de forma abundante e com um processamento
grosseiro. As principais técnicas decorativas consistem na realização de
finas incisões pré e pós-queima e o uso de pintura monocrômica com
destaque para aplicação de finas camadas de engobo nas cores laranja,
branca e vermelha e rara presença de bicromia.
Desse contexto foram obtidas datas a partir de dois fragmentos cerâmicos
da fase Amanã (3580±30 BP e 2950±45 BP), um fragmento tipicamente
Pocó-Açutuba (2790±30 BP), e ainda, duas amostras de carvão coletadas
na base e no topo das feições (Tabela 1). A partir dessas informações,
interpretamos que as feições foram realizadas na ocupação Pocó-Açutuba
para a deposição do material cerâmico anterior a ela.
Contextos Pocó-Açutuba foram também identificados na cidade de
Santarém, em escavações realizadas no sítio Aldeia por Denise Gomes
(2011: 289) e na área do Porto por Denise Schaan e Daiane Alves (Alves
2013). Nesses dois casos, as datas mais antigas obtidas – entre 1200 e 900
AC -foram compatíveis com algumas das datas inicialmente descartadas
por Peter e Klaus Hilbert (Tabela 1), o que nos leva a propor que tais datas
descartadas sejam reconsideradas.

143
Finalmente, em 2011, o Museu de Arqueologia e Etnologia recebeu
uma pequena coleção de cerâmicas coletadas por João Maria Franco de
Camargo, entomólogo, professor da USP, especialista em abelhas, que
fazia trabalho de campo na região do baixo rio Branco, em Roraima, na
área de transição entre os campos e a floresta, a jusante de Bela Vista, já
no sul do estado. Esses materiais não foram datados, nem tampouco há
sobre eles informações contextuais, mas as características das cerâmicas
são típicas do conjunto Pocó-Açutuba (Figura 4).

Figura 4: Fragmentos de cerâmicas Pocó-Açutuba identificadas no baixo rio Branco,


Roraima, por João Maria Franco de Camargo

3. Características formais e aspectos contextuais das cerâmicas da


Tradição Pocó-Açutuba

Quando Hilbert e Hilbert (1980) definiram a fase Pocó destacaram


a grande variabilidade estilística das cerâmicas, listando pelo menos 14
tipos decorativos, cujas técnicas ocorreriam sozinhas ou combinadas,
sendo a pintura em diferentes tons de vermelho, incisões e modelados
as técnicas mais comuns. Em termos tecnológicos de produção da
pasta cerâmica, essa variabilidade também foi observada, por exemplo,
pelo uso variado dos antiplásticos cauxi e caraipé. Nos aspectos
morfológicos os autores descrevem algumas formas que parecem ser
recorrentes em todos os sítios com ocupações Pocó-Açutuba: vasilhames
carenados, vasos com gargalos, bordas fortemente extrovertidas (flanges
labiais), expansões de carenas (flanges mesiais) e apliques modelados.
Os materiais por nós estudados reforçam e ampliam esse quadro de

144
variabilidade (Figura 5). Apesar das particularidades locais, de modo
geral, as cerâmicas da tradição Pocó-Açutuba são marcadas pelo uso
diversificado de antiplásticos incluindo caraipé e cauixi, frequentemente
com uso combinado no mesmo vaso. As formas dos vasos são complexas,
sendo às vezes difícil fazer a reconstituição a partir de fragmentos de
borda, porque alguns dos vasos não têm secção transversal circular.
No sítio Boa Vista a reconstituição de duas formas destacam as bordas
cambadas e pescoço constrito, com bojos esféricos e elípticos (Guapindaia
e Lopes 2011). No sítio Boa Esperança, destacam-se bordas irregulares
ou lobuladas (Costa, 2012). Flanges são elementos morfológicos
importantes. Os labiais são os mais comuns e recebem rebuscadas
decorações plásticas e apendices. Flanges mesiais, considerados
verdadeiros “fósseis-guia” da fase Guarita pelos arqueólogos que
trabalham na região, também ocorrem nas cerâmicas Pocó-Açutuba, mas
geralmente recebem outro tratamento decorativo com ênfase nas pinturas.
Entre as características decorativas mais marcantes está o uso abundante
da policromia, cujo repertório cromático é único em todo o contexto da
arqueologia amazônica, com o uso do preto, amarelo, laranja, vermelho,
cor-de-vinho e o branco, geralmente usado como engobo, embora o
engobo vermelho seja também freqüente. Os motivos geométricos como
retângulos, quadrados, círculos, faixas e linhas são recorrentes, e sugerem
a formação de padrões gráficos complexos (Guapindaia e Lopes 2012). A
decoração plástica enfatiza as incisões, modelados, excisões, ponteados e
escovados, além de outras técnicas menos frequentes como a raspagem,
tracejado e o corrugado. Alguns motivos das incisões são linhas retas e curvas,
com destaque para as volutas, muitas vezes associadas às bordas lobuladas.
O modelado zoomorfo consiste geralmente em apliques adicionados aos
flanges labiais, mas também pode ocorrer diretamente nas paredes dos vasos
(Figura 5). No sítio Cipoal do Araticum os modelados zoomorfos variaram
entre representações mais naturalistas como onças, morcegos, jabutis,
sapos, bem como figuras duais. Ainda neste sítio, observações preliminares
apontam que os fragmentos cerâmicos com pasta de cauixi abundante
parecem concentra-se nos níveis mais superficiais, enquanto o material
pintado é mais frequente nas camadas inferiores. Esta mesma situação
é verificada nos contextos Açutuba na Amazônia central (Lima 2008).
Do ponto de vista contextual, com exceção do sítio Boa Esperança, todas
as ocupações Pocó-Açutuba por nós estudadas representam a base das
sequências cronológicas e estratigráficas nos sítios aqui apresentados.
Trata-se de um fato interessante, uma vez que alguns desses sítios estão
localizados em áreas próximas de centros antigos de produção cerâmica,
como é o caso do sambaqui de Taperinha, a jusante de Santarém (Roosevelt
et al. 1991). Tais contextos deposicionais, somados ao fato de que cerâmicas
Pocó-Açutuba parecem não ter semelhanças formais ou estilísticas com
complexos mais antigos encontrados em outras partes da Amazônia,

145
Figura 5: Fragmentos cerâmicos da Tradição Pocó-Açutuba provenientes dos seguintes sítios ou
contextos: a-f sítio Boa Esperança, baixo Japurá; g-j sítio Açutuba, baixo rio Negro;
l-n Sítio Jauary, rio Urubu; o-p sítio Cipoal do Araticum, rio Trombetas;
q-s sítio Boa Vista, rio Trombetas

146
parecem indicar que ocupações Pocó-Açutuba representam o correlato
arqueológico de populações com origem externa que começaram a se
estabelecer em diferentes partes da bacia Amazônia na transição do segundo
para o primeiro milênio AC. O contexto paisagístico de tais ocupações é
ainda pouco claro, mas já é possível se associar a elas o início da formação
de solos de terras pretas ao longo do rio Amazonas e dos baixos cursos de
seus afluentes. Há mais de dez anos, James Petersen (Petersen et al. 2001,
Neves et al. 2003) já havia notado como os solos de terras pretas escavados
ao longo do rio Amazonas não tinham antiguidade superior a dois mil
anos. Para Petersen e outros autores, essa cronologia seria compatível com
um processo de mudança social associado ao estabelecimento de modos
de vida sedentários nessa época na região. É sabido, no entanto, desde os
trabalhos de Miller (Miller et al. 1992), que há terras pretas com cerca de
5.500 anos de idade na bacia do alto rio Madeira, neste caso associadas a
ocupações pré-cerâmicas da fase Massangana. Pesquisas mais recentes na
mesma região têm confirmado tal cronologia (Almeida 2013). Ao norte
da Amazônia, na atual República da Guiana, pesquisas também recentes,
de Heckenberger e Whitehead (2011), produziram do mesmo modo
datas equivalentes às de Miller para o alto Madeira. Há, aparentemente,
um quadro que começa a se esboçar e que indica datas mais antigas para
terras pretas nas periferias norte e sul da Amazônia e datas mais recentes,
associadas à tradição Pocó-Açutuba, ao longo do Amazonas e dos baixos
cursos de alguns de seus tributários.
No caso dos sítios discutidos neste artigo, a associação estratigráfica entre
terras pretas e ocupações Pocó-Açutuba varia de contexto a contexto. Na
área de confluência dos rios Negro e Solimões, as ocupações nos sítios
Açutuba, Hatahara e Lago Grande, datadas de 360 AC a 10 DC, são
associadas aos latossolos amarelados ou solos arenosos não antropizados
típicos da região (Figura 3A). Apenas no sítio Jacuruxi, que tem as datas
mais recentes para ocupações Pocó-Açutuba na área, há uma associação
com terras pretas, com data inicial para o século VI DC (Lima et al. 2006,
Lima 2008, Neves 2010).
Em Boa Esperança, no lago Amanã, há associação entre ocupações Pocó-
Açutuba e terras pretas em algumas das áreas do sítio, mas em outras,
onde se escavaram feições preenchidas com fragmentos cerâmicos datados
de 800 AC, tal associação não é tão clara. Na região do rio Trombetas,
nos sítios Boa Vista e Cipoal do Araticum, parece haver um contexto
semelhante ao de Boa Esperança, caracterizado pela presença de feições
- sempre escavadas no solo da base da sequência estratigráfica e abaixo
da terra preta, preenchidas por uma grande quantidade de fragmentos
Pocó-Açutuba ricamente decorados. A escavação de uma dessas feições
em Boa Esperança (Figura 3C), e a datação dos fragmentos de cerâmica e
lentes de carvão ali depositados, mostrou uma clara inversão cronológica,
com datas mais recentes na base e mais antigas na superfície da feição.

147
Essa inversão indica que os fragmentos foram colocados de maneira
ordenada: os mais recentes antes, os mais antigos depois. A escavação
de tais estruturas pelos antigos habitantes desses sítios parece indicar a
constituição de marcadores simbólicos para início das ocupações Pocó-
Açutuba em locais previamente inabitados ou ocupados por grupos que
produziram cerâmicas diferentes, como no caso de Boa Esperança.
Em 2006 quando foram descritas as cerâmicas e o contexto das ocupações
da fase Açutuba na área de confluência dos rios Negro e Solimões foi
também proposta a ausência de associação entre terras pretas e tais
ocupações (Lima et al. 2006). Os dados aqui apresentados permitem que se
falsifique esta hipótese, uma vez que há casos - nos quais tal associação foi
documentada. No mais, onde tais casos ocorreram, as evidências mostram
que a formação mais antiga de terras pretas estava associada às ocupações
Pocó-Açutuba.
Da discussão acima, alguns pontos merecem destaque. Primeiramente,
o fato de que cerâmicas Pocó-Açutuba não têm qualquer semelhança
formal ou estilística com complexos mais antigos da Amazônia, ou
seja, datados de antes de 1200 BC. Em segundo lugar, o fato de muitas
dessas ocupações representarem a base das sequências estratigráficas dos
sítios aqui apresentados. Finalmente, a associação que parece haver entre
ocupações Pocó-Açutuba e a formação inicial de terras pretas ao longo
de uma ampla área do rio Amazonas-Solimões, desde pelo menos a foz
do Japurá até Santarém, já no primeiro milênio DC. Esse conjunto de
variáveis nos dá condições de discutir o significado desses padrões no
quadro mais amplo da história indígena da Amazônia antiga.

4. Discussão

No livro “The UpperAmazon” de Donald Lathrap, há uma prancha


(Figura 6) com fragmentos cerâmicos encontrados em diferentes
locais na Amazônia, Guianas e baixo Orinoco (Lathrap 1970: 115). Os
componentes amazônicos da prancha foram inicialmente definidos como
parte da chamada “Tradição Borda Incisa” da Amazônia, definida por
Evans & Meggers (1961). Para Lathrap, a “Tradição Borda Incisa” teria
sido uma manifestação local, amazônica, da chamada série Barrancóide da
bacia do Orinoco e Guianas (Lathrap 1970: 113). Ainda para Lathrap, tal
fenômeno amplo de distribuição de sítios com cerâmicas Barrancóides ou
Borda-Incisa seria o correlato arqueológico do processo de expansão de
falantes de línguas Arawak pela Amazônia e norte da América do Sul. O
debate sobre as diferenças e semelhanças entre as tradições Borda Incisa
e Barrancóide já tem mais de quarenta anos e não foi ainda solucionado
(Lima et al. 2006). É interessante, no entanto, notar que os fragmentos
cerâmicos amazônicos que compõem a prancha do livro de Lathrap, e que,
de fato, têm mesmo grandes semelhanças com as cerâmicas Barrancóides

148
do baixo Orinoco, seriam, se a hipótese aqui apresentada estiver correta,
por nós classificados como componentes da tralha característica da
tradição Pocó-Açutuba. Materiais da tradição Borda Incisa têm uma
decoração plástica menos exuberante, um uso muito mais restrito da
pintura – sem, por exemplo, o amarelo, o laranja e o cor-de-vinho típicos
das cerâmicas Pocó-Açutuba - e um uso mais comedido dos apêndices
modelados, apesar de ter uma pasta normalmente mais compacta (Lima &
Neves 2011). Assim, se Lathrap estava correto em buscar correlações entre
complexos cerâmicos da Amazônia e do Orinoco, tais correlações devem
ser buscadas entre cerâmicas Pocó-Açutuba e cerâmicas Barrancóides e
Saladoides do baixo Orinoco e Caribe insular (Boomert 2001) e não entre
as cerâmicas da tradição Borda Incisa.

Figura 6: Exemplos de cerâmicas da série Barrancóide do Norte da América do Sul


e Amazônia (Lathrap 1970: 115).

149
Os dados aqui apresentados, ainda preliminares, mostram que os materiais
Pocó-Açutuba têm uma ampla distribuição pela Amazônia, se espalhando,
de oeste para leste, ao longo de uma linha reta de cerca de 1300 km, desde
a foz do Japurá até Santarém, e, de norte a sul, de mais de 700 km, desde
o baixo rio Branco até a região de Manaus. Tal padrão amplo permite
que essas ocupações sejam tratadas como uma tradição distinta, diferente
da tradição Borda Incisa. O objetivo, nunca é demais repetir, é menos o
de complicar o já confuso quadro crono-tipológico das terras baixas sul-
americanas e mais o de ressaltar para a singularidade das ocupações Pocó-
Açutuba, dentre as quais se destacam:
1) Sua amplitude geográfica, que sem dúvida aumentará à medida que
novas regiões sejam pesquisadas,
2) O fato de que os sítios com esses materiais representam em muitos
casos os primeiros sinais de ocupação humana após longos hiatos no
Holoceno médio,
3) A associação entre algumas dessas ocupações e o início da produção
de terras pretas, um indicador do estabelecimento de modos de vida
sedentários, ao longo da calha do Amazonas,
4) A associação, já notada por Guapindaia (2008) entre as ocupações
Pocó-Açutuba e a habitação de áreas ao longo dos grandes rios ou lagos
da região, como o Caquetá/Japurá, Solimões, Branco, Negro, Trombetas
e Tapajós (Costa 2012, Morcote-Rios 2011, Gomes 2011, Guapindaia
2008, 2011). No entanto, o sítio Cipoal do Araticum,localizado em uma
área de interflúvio junto à bacia do Trombetas, tem uma ampla ocupação
Pocó-Açutuba apresentando terra preta profunda, feições com cerâmica
decorada e datas que vão de 410 AC a 670 DC. Isso sugere que ocupações
em áreas de terra firme deverão ser identificadas à medida que novas
pesquisas se realizem,
5) A própria singularidade dessas cerâmicas, que sem dúvida têm o mais
amplo repertório decorativo entre todas as tradições ou complexos
amazônicos, comparado apenas à fase Marajoara, o que provavelmente
não é uma coincidência, conforme se discutirá a seguir,
6) Ainda sobre as características formais e decorativas, a absoluta
diferença entre as cerâmicas Pocó e as cerâmicas mais antigas conhecidas
na Amazônia (Taperinha, Mina, Parauá, cerâmicas do rio Uaupés, fase
Bacabal),
7) A presença constante de feições com concentrações de cerâmicas,
presentes em sítios como Boa Vista e Cipoal do Araticum (Guapindaia
2008, Guapindaia et al. 2010, Guapindaia, Aires da Fonseca 2012), Aldeia
(Gomes 2011), Hatahara (Neves 2003) e Boa Esperança (Costa 2012).
Tais características permitem que se tratem as ocupações Pocó-Açutuba
como uma “cultura arqueológica”, conforme a já velha definição de Childe
(1957) recentemente reciclada por Anthony (2007). Esses elementos
indicam também que as ocupações Pocó-Açutuba tiveram um caráter

150
histórico distinto, cuja principal marca foi iniciar o período de antropização
mais intensa da Amazônia. Se correta, esta é uma informação importante,
que contribui para o desenvolvimento dos estudos de Ecologia Histórica,
porque mostra que os processos de antropização e criação de paisagens na
Amazônia não foram constantes e tampouco regulares ao longo do tempo
(Neves & Petersen 2006, Neves 2011).
Baseado nessas considerações pode-se vislumbrar hipoteticamente o
contexto do início das ocupações Pocó-Açutuba. Em primeiro lugar, a
grande diferença entre essas cerâmicas e as cerâmicas amazônicas mais
antigas, ou mesmo da mesma idade - como o caso da fase Ananatuba,
na ilha de Marajó (Meggers & Evans 1957), - indica duas possibilidades:
introdução externa, a partir de um centro de origem no norte do
continente, ou então o desenvolvimento local. O padrão de distribuição
de datas, nesse caso, tampouco é elucidativo: embora as datas do primeiro
milênio AC na bacia do Caquetá-Japurá, sugiram uma origem no noroeste
da Amazônia, as datas publicadas por Gomes (2011), bem como as datas
rejeitadas por Hilbert & Hilbert (1980) indicam ocupações no final do
segundo milênio AC na região do Tapajós-Trombetas. Uma comparação
com os complexos cerâmicos do baixo Orinoco - que mostram a presença
de figuras incisas e modeladas e decoração pintada associadas às séries
Barrancóide e Saladóide - é uma possibilidade, mas tampouco estão claras
as relações entre esses complexos e sua cronologia.
Enquanto não se resolvem os problemas cronológicos e tipológicos relativos
à origem das cerâmicas Pocó-Açutuba, pode-se, por outro lado, destacar
as inovações notáveis no registro arqueológico da Amazônia resultantes
dessas ocupações. A primeira inovação diz respeito à introdução do
modelado como recurso decorativo nas cerâmicas Amazônicas. Embora
a decoração plástica, exercida através de incisões, já seja notável em
complexos mais antigos, como a fase Bacabal do rio Guaporé, datada em
1800 AC (Miller 2009) e a fase Ananatuba, na ilha de Marajó (Meggers &
Evans 1957), datada em 1400 AC, é a partir do aparecimento das cerâmicas
Pocó-Açutuba que o uso de apêndices zoomorfos e antropomorfos
modelados se tornará comum até se disseminar completamente por
diferentes tradições, fases ou estilos – incluindo, por exemplo, Marajoara,
Guarita, Santarém, Konduri e, é claro, Borda Incisa - da Amazônia no final
do primeiro milênio DC. Pode-se, portanto, afirmar que há uma influência
simbólica, religiosa ou ideológica associada ao estabelecimento de grupos
que produziam cerâmicas Pocó-Açutuba sobre as populações.
Em uma resposta às críticas elaboradas à hipótese que correlaciona a
expansão dos grupos falantes de línguas indo-europeias à expansão da
agricultura e pastoreio pela Europa no início do Holoceno, Colin Renfrew
(2000) elaborou um argumento que justifica o uso de correlações entre
padrões no registro arqueológico e outros padrões culturais, como por
exemplo, agrupamentos de línguas. Para Renfrew, tais correlações são mais

151
fortes nos casos de colonização inicial de áreas previamente desabitadas,
como a Polinésia anterior à ocupação de falantes de línguas austronesianas,
caracterizada pelo complexo arqueológico Lapita (Kirch 1997), ou então
nos casos onde um grupo com uma tecnologia diferente ocupa uma área
previamente ocupada por grupos com modos de vida totalmente distintos,
como é o caso dos falantes de línguas Arawak e os sítios com cerâmica
da série Saladóide no Caribe (Rouse 1992). Nesse sentido, é possível se
postular que os grupos que produziam cerâmicas Pocó-Açutuba eram
provavelmente falantes de línguas geneticamente próximas entre si, mais
ou menos como os grupos falantes de línguas da família Tupi-Guarani no
litoral Atlântico no início do segundo milênio DC. Se essa hipótese estiver
correta, é provável que esses grupos falassem línguas da família Arawak,
de acordo com a velha hipótese de Nordenskiold (1930).
A hipótese de correlação entre falantes de línguas Arawak e grupos
produtores de cerâmicas incisas e modeladas, como é o caso de Pocó-
Açutuba, vem desde o início do século XX. O fato de Pocó-Açutuba ser
o conjunto de cerâmicas incisas e modeladas mais antigas encontradas
até o momento na Amazônia confere apoio a esta hipótese, embora não
a prove. É certo, no entanto, que as línguas Arawak foram as que tiveram
a dispersão mais ampla pelas terras baixas da América do Sul, já que, à
época da conquista, eram faladas desde as Bahamas até o Paraguai e desde
o sopé dos Andes até o litoral do Atlântico (Urban 1992). Os mecanismos
subjacentes à expansão dos grupos falantes de língua Arawak é ainda
controverso, mas muitos autores (Arroyo-Kalin 2008, Ericksen 2011,
Lathrap 1970. Heckenberger 2002, Hornborg 2005) associam tal processo
à adoção da agricultura de mandioca. De fato, a hipótese de Lathrap
tem em muitos aspectos a mesma base dos argumentos propostos por
Renfrew (1987) para explicar a expansão indo-europeia: que a adoção da
agricultura provocou crescimento demográfico e consequente expansão
geográfica – ou “difusão dêmica” – de populações específicas, no caso da
Amazônia os falantes de língua da família Arawak. Para Lathrap (1970)
os correlatos materiais dessa expansão seriam vistos nos sítios com
cerâmicas com decoração incisa e modelada (ou da série Barrancóide e
da tradição Borda Incisa) distribuídos pela Amazônia e norte da América
do Sul. Heckenberger (2002) refinou ainda mais a hipótese de Lathrap
e acrescentou, aos correlatos arqueológicos anteriormente propostos,
também a ocupação de aldeias de formato circular, um padrão claramente
associado à ocupação das primeiras aldeias dos grupos falantes de línguas
Arawak no Caribe insular (Petersen et al. 1996).
Os dados atualmente disponíveis não permitem que se estabeleça qual era
a forma dos assentamentos com cerâmicas Pocó-Açutuba. Na região de
Trombetas, no sítio Cipoal do Araticum, foram encontradas evidências
de disposição circular associada a ocupação Pocó (Guapindaia e Aires da
Fonseca, 2012). Na área de confluência dos rios Negro e Solimões foi

152
detectado um claro padrão de ocupação de aldeias de formato circular ou
de ferradura associadas a ocupações das fases Manacapuru e Paredão, que
são mais tardias que Pocó, mas que também têm cerâmicas com decoração
incisa em modelada e são classificadas na tradição Borda Incisa (Lima
2008, Moraes & Neves 2012). É plausível assim, que o formato circular ou
semi-circular típico das ocupações da tradição Borda Incisa tenham seus
antecedentes históricos no primeiro milênio AC associados às ocupações
Pocó-Açutuba.
A classificação filogenética das línguas da família Arawak recentemente
publicada por Walker & Amarante (2010), traz também uma contribuição
para essa discussão ao mostrar que a distribuição das línguas Arawak,
em temos de semelhanças de cognatos, se parece muito mais com um
arbusto que com o modelo clássico de árvore. Tal configuração é por
sua vez compatível com uma hipótese que postule que a expansão antiga
dos grupos falantes de línguas Arawak foi rápida e levou à colonização
quase simultânea de áreas distantes entre si, o que por sua vez é também
compatível com o padrão de distribuição ampla e aparentemente
simultânea – em termos arqueológicos – de sítios com materiais Pocó-
Açutuba no primeiro milênio AC.

5. Conclusão: o desaparecimento das ocupações Pocó-Açutuba

A partir do século IX DC não há mais sítios, camadas ou contextos


associados a cerâmicas Pocó-Açutuba. Antes mesmo dessa época é notável,
em algumas áreas, com o lago Amanã e a confluência dos rios Negro
e Solimões, um processo de mudança lento, mas cumulativo, que tem a
ver com a inserção na área de ocupações associadas às fases Caiambé,
Manacapuru e Paredão. No momento, a data mais antiga disponível para
a fase Manacapuru é do início do século V DC (Hilbert 1968). A partir
do século VII ocupações Manacapuru vão ficando cada vez mais visíveis
e maiores, até atingir proporções realmente grandes no final do primeiro
milênio.
As semelhanças entre as cerâmicas Pocó-Açutuba e as cerâmicas da fase
Manacapuru da Tradição Borda Incisa são grandes o suficiente para que se
postule uma relação histórica entre elas (Lima & Neves 2011). Dentre os
elementos decorativos, formais e tecnológicos em comum há: a construção
de flanges labiais como suporte para a decoração plástica modelada e o
uso da incisão como elemento decorativo primordial. Notável, no entanto,
nas cerâmica Caiambé, Manacapuru e Paredão da Tradição Borda Incisa
é a diminuição drástica do uso da policromia – embora a pintura continue
presente -, com uma redução significativa da palheta cromática, uma
redução que parece ser verdadeira quando se compara as cerâmicas das
séries Saladóide e Barrancóide. Em geral, vasos Manacapuru são mais
sóbrios que os vasos Açutuba, em contrapartida a um esmero maior na

153
produção da pasta, que é menos friável, e na queima, que produziu vasos
com maior dureza.
Se, de fato, houve um processo de transição entre as ocupações Pocó-
Açutuba e as ocupações Caiambé, Manacapuru e Paredão na Amazônia
central, esta deve ter sido a manifestação local de uma história de longo
prazo, sem rupturas marcantes nas formas de ocupação e nas cerâmicas.
Com efeito, as poucas evidências até o momento disponíveis apontam
para algo do tipo, uma história de quase dois mil anos de duração, que se
iniciou ao redor de de1000 AC a quase 1000 DC, com, exceto a formação
de terras pretas, poucas mudanças visíveis nas formas de vida, típica de
sociedades frias, conforme a definição de Lévi-Strauss em “O Pensamento
Selvagem” (1962).
Nas regiões do rio Trombetas e Santarém uma outra história parece ter
se desenvolvido, já que não há ali evidências de ocupações relacionadas
à Tradição Borda Incisa e sim reocupações da tradição Incisa e Ponteada
(incluindo cerâmicas Konduri e Santarém) sobre ocupações Pocó-Açutuba
enterradas. Vale registrar que Hilbert e Hilbert (1980) descreveram
materiais com essas características (Borda Incisa?), por eles denominados
‘estilo Globular’. Este conjunto tem baixa representatividade nos contextos
onde aparece e ainda é pouco conhecido, mas pode-se sugerir que este
represente um aspecto periférico nessa substituição dos conjuntos Pocó-
Açutuba pela Tradição Borda Incisa nesta região.
Os indígenas que produziram cerâmicas Pocó-Açutuba eram grupos que
exploravam e manejavam a Amazônia com uma tecnologia aparentemente
nova para a época que deveria incluir uma ênfase maior no cultivo de
plantas domesticadas, embora não seja possível afirmar que tenham sido
agricultores. Essa tecnologia permitiu que se espalhassem por uma grande
área, ocupando locais anteriormente vazios ou previamente habitados por
populações culturalmente distintas. Não há até o momento evidências que
mostrem a associação entre conflitos e as ocupações Pocó-Açutuba, o que
pode sugerir o estabelecimento, nos casos de grupos que já habitavam
anteriormente essas áreas, algum tipo de relação horizontal que permitisse
a incorporação desses povos por relações de comércio ou casamento
como se vê atualmente em áreas que têm influência de grupos Arawak
em sua ocupação, como é o caso do alto rio Negro e o alto Xingu. Essa
história se modificou profundamente ao redor do ano 1000 DC (Moraes
& Neves 2012). Na Amazônia central e rio Solimões acima, é notável
a reocupação dos sítios com camadas Pocó-Açutuba enterradas por
grupos que faziam uma cerâmica totalmente distinta, associada à Tradição
Polícroma da Amazônia. Na região do rio Trombetas e Santarém, ocorreu
a já mencionada reocupação desses sítios por grupos que produziam
cerâmicas Tapajônicas e Konduri.
A transição do primeiro ao segundo milênio DC foi uma época de
profundas mudanças sociais por toda a Amazônia, dentre as quais destaca-

154
se a reocupação, por outros grupos, das áreas anteriormente associadas
à ocupação de produtores de cerâmicas da tradição Pocó-Açutuba e
seus descendentes (Moraes & Neves 2012, Neves 2013). Apesar dessas
mudanças, as inovações conceituais e tecnológicas trazidas por esses
antigos grupos colonizadores, com destaque para o uso da decoração
modelada nos vasos cerâmicos, permaneceram, embora certamente re-
significados em alguns dos complexos cerâmicos ainda produzidos à
época do início da colonização europeia e até hoje, de certo modo, nas
cerâmicas com apêndices modelados produzidas pelos grupos Arawak do
alto Xingu, em uma história de três milênios, mais longa que o próprio
tempo.

Agradecimentos

À Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo (FAPESP),


Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado do Amazonas (FAPEAM),
Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e tecnológico
(CNPq), Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de Nível Superior
(CAPES), Instituto de Desenvolvimento Sustentável Mamirauá (IDSM),
moradores da comunidade de Boa Esperança, família do Prof. João Maria
Franco de Camargo, Mineração Rio do Norte, Fundação de Amparo e
Desenvolvimento a Pesquisa, as associações de moradores COOPERBOA
e COOPERMOURA do rio Trombetas.

Bibliografia

Alves, D. 2012, Ocupação Indígena na Foz do rio Tapajós (3260-960 AP): estudo
do sítio Porto de Santarém, Baixo Amazonas. Dissertação de Mestrado.
Universidade Federal do Pará. Belém.
Anthony, D. 2007, The Horse, The Wheel, and Language: how bronze age riders
from Eurasian Steppes Shaped the Modern World. Princeton. Princeton
University Press.
Arroyo-Kalin, M. 2008, Steps Towards an Ecology of Landscapes: the
Pedo-Stratigraphy of Anthropogenic Dark Earths. Woods, W.I.;
Teixeira, W.G.; Lehmann, J.; Steiner, C.; Winklerprins, A.; Rebellato,
L. (Eds.). Amazonian Dark Earths: WimSombroek’s Vision. Springer:
33-83.
Balée, W. 2006, The research program of Historical Ecology. Annual
Review of Anthropology. 35: 75-98.
Boomert, A. 2000, Trinidad, Tobago and the Lower Orinoco Integrations Sphere:
an archaeological/ethnohistorical study. Alkmaar. Cairi Publications.
Costa, B. 2012, Levantamento Arqueológico na Reserva de Desenvolvimento
Sustentável (RDS) Amanã – Estado do Amazonas. Dissertação de
Mestrado. Universidade de São Paulo. São Paulo.

155
Childe, V.G. 1957, The Dawn of European Civilization. London. Routledge.
Eriksen, L. 2011, Nature and Culture in Prehistoric Amazonia: using G.I.S. to
reconstruct ancient ethnogenetic processes from archaeology, linguistics, geograph
and ethnohistory. Tese de Doutorado. Faculty of social Sciences.
Lund University.
Gomes, D.M.C. 2011, Cronologia e Conexões Culturais na Amazônia:
as sociedades Formativas da região de Santarém, PA. Revista de
Antropologia. Vpl54 nº1, FFLECH. Universidade de São Paulo: 269-
314.
Guapindaia, V. 2008, Além da Margem do Rio – a ocupação Konduri e Pocó
na região de Porto-Trombetas, PA. Tese de Doutorado. Museu de
Arqueologia e Etnologia. Universidade de São Paulo. 194f.
Guapindaia V., Aires da Fonseca, J., Chumbre, G. 2011, Relatório de
Atividade de Campo Sítio PA-OR-127: Cipoal do Araticum. MPEG/
MRN/FADESP. Manuscrito. Belém, 35f.
Guapindaia, V., Lopes, D. 2011, Estudos Arqueológicos na Região de
Porto Trombetas, PA. Revista de Arqueologia da Sociedade de Arqueologia
Brasileira. V.24: 50-73.
Guapindaia V., Aires da Fonseca, J., Chumbre, G., Barbosa, C.P. 2010.
Relatório de Atividade de Campo Sítio PA-OR-127: Cipoal do Araticum.
MPEG/MRN/FADESP. Manuscrito. Belém, 67f
Guapindaia V., Aires da Fonseca, J. 2012, Relatório de Atividade de Campo
Sítio PA-OR-127: Cipoal do Araticum. MPEG/MRN/FADESP.
Manuscrito. Belém, 53f.
Heckenberger, M. 2002, Rethinking the Arawakan Diaspora: Hierarchy,
Regionality, and Amazonian Formative. Hill, J., Santos-Granero,
F. (Eds.). Comparative Arawakan Histories: Rethinking Languag, Family
and Culture Area in Amazonia. Urbana/Chicago. Universidade de
Illinois: 99-122.
Hilbert, P.P. 1968, ArchaologischUntersuchungen am Mittleren Amazonas. Berlin,
Dietrich Reimer Verlag.
Hilbert P.P., Hilbert, K. 1980, Resultados Preliminares da Pesquisa
Arqueológica nos rios Nhamundá e Trombetas, baixo Amazonas.
Boletim do Museu Paraense Emilio Goeldi. Antropologia nº 75: 1-15.
Hornborg, A. 2005, Ethnogenesis, regional integration, and ecology in
prehistoric Amazonia. Current Anthropology 46: 589-620.
Kirch, P. 1997, The Lapita Peoples: Ancestors of the Oceanic World. Oxford.
Blackwell.
Lathrap, D. 1970, The Upper Amazon. London. Thames & Hudson.
Lévi-Strauss, C. 1962, La Pensée Sauvage. Paris. Plon.
Lima, H.P. 2013, Variabilidade arqueológica e o estudo de fronteiras
culturais na região do baixo rio Urubu. Fronteiras do Passado: aportes
interdisciplinares sobre a arqueologia do baixo rio Urubu, médio Amazonas,
Brasil. Manaus: Museu Amazônico, EDUA. (no prelo).

156
Lima, H.P. 2008, História das Caretas: A Tradição Borda Incisa na Amazônia
Central. Tese de Doutorado. Museu de Arqueologia e Etnologia.
Universidade de São Paulo.
Lima, H.P., Neves, E.G. 2011, Cerâmicas da Tradição Borda Incisa/
Barrancóide na Amazônia Central. In: Revista do Museu de Arqueologia
e Etnologia. São Paulo, n.21: 205-230.
Lima, H.P., Neves, E.G., Petersen, J. 2006, A Fase Açutuba: Um novo
Complexo Cerâmico na Amazônia Central. Arqueologia Suramericana
v. 2, n. 1: 26-52.
Meggers, B., Evans, C. 1983, Lowland South America and the Antilles. In:
JENNINGS J., Ed. Ancient South Americans. San Francisco. W.H.
Freeman: 287-335.
Meggers, B., Evans, C. 1961, An Experimental Formulation of Horizon
Styles in the Tropical Forest of South America. S. Lothrop (Ed.).
Essays in Pre-Columbian Art and Archaeology. Cambridge. Harvard
University Press: 372-388.
Meggers, B., Evans, C. 1957, Archaeological investigations at the Mouth of
the Amazon. Smithsonian Institute. Bureau of American Ethnology.
Bulletin 167. Washington. EUA.
Miller, E. 2009, Pesquisas Arqueológicas no Pantanal do Guaporé: A
Sequência Seriada da Cerâmica da Fase Bacabal. B. Meggers (Org.),
Arqueologia Interpretativa: o método quantitativo para estabelecimento de
sequências cerâmicas. Porto Nacional. UNITINS: 103-117.
Miller, et alii 1992, Arqueologia nos empreendimentos hidrelétricos da
Eletronorte; resultados preliminares. Brasília. Eletronorte.
Moraes, C.P., Neves, E.G. 2012, O Ano 1000: Adensamento Populacional,
Interação e Conflito na Amazônia Central. Amazônica Revista de
Antropologia 4(1): 122-148.
Neves, E.G. 2003, Levantamento Arqueológico na Área de Confluência dos Rios
Negro e Solimões, Estado do Amazonas: Continuidade das escavações,
análise da composição química e montagem de um sistema de informações
geográficas. Relatório de Atividades Apresentado à FAPESP. Museu
de Arqueologia e Etnologia São Paulo: Universidade de São Paulo.
Neves, E.G. 2010, A Arqueologia da Amazônia Central e as Classificações
na Arqueologia Amazônica. Pereira E., Guapindaia V. (Org.).
Arqueologia Amazônica. Vol.2. Editora MPEG. Belém: 561-579.
Neves, E.G. 2011, Archaeological Cultures and Past Identities in Precolonial
Central Amazon. A. Hornborg & J. Hill (Org.). Ethnicity in Ancient
Amazonia: Reconstructing Past Identitie from Archaeology, Linguistics and
Ethnohistory. Boulder. University of Colorado Press: 31-56.
Neves, E.G. 2013, Sob os Tempos do Equinócio: Oito Mil Anos de História na
Amazônia Central (6.500 BC - 1500 DC). Tese de Livre Docência.
Museu de Arqueologia e Etnologia. Universidade de São Paulo.
Neves, E.G., Petersen, J. 2006, The Political Economy of Pre-Columbian

157
Amerindians: Landscape Transformations in Central Amazon. W.
Balée & C. Erickson (Eds.) Time and Complexity in Historical Ecology:
Studies in Neotropical Lowlands. New York: Columbia University Press.
Neves, E., Petersen, J., Bartone, R., Silva, C.A. 2003, Historical and Socio-
cultural origins of Amazonian dark Earths. Lehman J., Kern, D.,
Glaser, B. Woods, W. (Eds.) Amazonian Dark Earths: Origin, Properties
and Management. Dordrecht. Klwer Academic Publishers: 1-45.
Nordenskiold, E. 1930, L’archéologie du bassin de l’Amazone. Ars America.
Vol 1. Paris.
Petersen, J., Neves, E.G., Heckenberger, M. 2001, Gift from the Past:
Terra Preta and Pre-Historic Amerindian Occupation in Amazonia.
McEwan, C., Barreto, C., Neves, E. (Eds.). Unknown Amazon: Culture
in Nature in Ancient Brazil. London British Museum.
Renfrew, C. 2000, At the Edge of Knowability: Towards a Prehistory of
Languages. Cambridge Archaeological Journal. 10 (1): 7-34.
Renfrew, C. 1987, Archaeology and Language: The Puzzle of Indo-European
Origins. London. Jonathon Cape.
Roosevelt, A., Housley, R.A., Silveira, M.I., Maranca, S., Johnson, R. 1991,
Eight Millenium Pottery from a Prehistoric Shell Midden in the
Brazilian Amazon. Science. 254: 1621-1624.
Rouse, I. 1992, The Tainos: rise and decline of the people: Who greeted Columbus.
New Haven. Yale University Press.
Schmidt, M. 2013, Formação de Sítios Arqueológicos na Amazônia: Estudos
Pedoarqueológicos e Topográficos. Ms. Inédito, 260 f. (Relatório de
Pesquisa). Programa de Capacitação Institucional (PCI), MPEG.
Simões, M. F., Machado, A. L. 1987, Pesquisas arqueológicas no lago de
Silves (AM). Revista de Arqueologia, Belém, 4 (1): 49-82.
Simões, M. F., Machado, A. L. 1984, A tradição regional Saracá: uma nova
tradição ceramista da Bacia Amazônica. Resumos da 36a reunião anual
da Sociedade Brasileira para o Progresso da Ciência 36, São Paulo). Anais:
comunicações. São Paulo: SBPC: 133-134.
Urban, G. 1992, A História da Cultura Brasileira Segundo as Linguas
Nativas. M. Carneiro da Cunha (Org.). História dos Índios no Brasil.
São Paulo. Companhia das Letras/FAPESP/SMC: 87-102.
Walker R., Ribeiro, L. 2011, Bayesian phylogeography of the Arawak
expansion in lowland South America, Proceedings of the Royal Society
B 278: 2562-2567.

158
El Alto Pastaza precolombino en
Ecuador: del mito a la arqueología
Stéphen Rostain1, Geoffroy de Saulieu2 y Emmanuel Lézy3

CNRS, IFEA, Quito


1
2
IRD, PALOC, Yaoundé
3
Universidad de Paris-X, Nanterre

“Ligeramente al oeste del Macuma, una gran falla tectónica norte sur, de más de
sesenta kilómetros de largo, introduce un desnivel abrupto de un centenar de metros;
tradicionalmente se considera a esta falla como la frontera natural entre los Jíbaros
shuar al oeste y los Jíbaros achuar al este” (Descola, 1986: 32).

Lugar de origen, los piedemontes representan también el caos y la noche


que amenazan constantemente con poner fin a la civilización de las altas
tierras. Para resumir el admirable estudio de Françoise-Marie Renard-
Casevitz, Thierry Saignes y Anne-Christine Taylor (1986), diremos que
esta región del Anti Suyu1 representa, vista desde el Cuzco, el caos de
los márgenes (pasados o futuros) frente al orden central. La noche del
pasado, pero igualmente el nacimiento del sol (el este). Ella es la causante
de la disgregación del mundo físico en el cual descansa el imperio inca: la
pendiente frena a la llama como, más adelante, bloqueará al caballo y luego
a la ruta o a la vía del tren; la altura provoca la embolia de los organismos
adaptados a las tierras altas; el clima trae consigo terribles enfermedades
tal como la malaria o la leishmaniasis. Pero, esta región es también el
origen de las lluvias y de las plantas amazónicas, de los ariscos guerreros,
del shamanismo y de las plantas sagradas. Es una temible antítesis aunque
necesaria para el imperio Inca, al igual que la noche del día y la luna del sol.
Desconocida arqueológicamente, hasta hace poco, la región del Pastaza
en el piedemonte oriental de los Andes ecuatorianos fue objeto de una
investigación arqueológica e interdisciplinaria entre 2011 y 20142. Esta
constituye un lugar particularmente interesante desde el punto de vista
arqueológico dada la presencia de numerosos sitios descubiertos durante
la investigación y por el cañón del río, acceso directo entre la montaña y
las tierras bajas (Figura 1). La ubicación de los sitios aledaños de Puyo
ilustra de forma particular el papel ambiguo de lugar de encuentro o de
separación entre dos mundos de esta área: se encuentran al pie de los
Andes centrales de Ecuador, a la salida del cañón del Pastaza (Figura 2),
siendo así una vía de acceso mayor hacia las altas tierras andinas, y más
allá, hacia la costa del Pacífico. Río abajo, estos sitios están ubicados en la
puerta de entrada a la Amazonía propiamente dicha, accesible por el río

159
Pastaza y su afluente, el Bobonanza. Hacia el norte, un valle secundario
conduce hacia el río Napo, otro afluente mayor del Amazonas, mientras
que hacia el sur, los caminos de piedemonte llevan al valle del Upano, ya
conocido por sus brillantes desarrollos de civilizaciones (Figura 3).

Figura 1. Cañón del alto Pastaza al nivel del pueblo de Baños (fotografía S. Rostain)

Además, el alto Pastaza está dominado por el caprichoso Tungurahua,


volcán de intensa actividad y poderosas erupciones desde hace quince
años (Figura 4). Se suma, por otro lado, el barranco del río que baja de los
Andes a la Amazonía y es bastante peligroso. A pesar de todo, los hombres
siempre se han sentido atraídos por este entorno particular. Hasta hoy en
día, los estudios se han conducido ya sea en las zonas aledañas al volcán o
en las tierras bajas.

160
Figura 2. Barranco del Pastaza hacia el este desde la entrada de la Amazonía al nivel
del sitio arqueológico de Colina Moravia y del pueblo de Mera (fotografías S. Rostain)

La originalidad del proyecto “Alto Pastaza” radica en el cruce de


competencias, gracias a un análisis transversal del medio y de la integración
del hombre a este paisaje. Desde esta óptica, la cooperación de geógrafos,
antropólogos y vulcanólogos es entonces un punto de importancia. La
concepción de problemáticas comunes debía así llevar a campos científicos
hasta ahora no explorados.

161
Figura 3. Mapa del Alto Pastaza con la ubicación de los sitios arqueológicos citados
(dibujo L. Billault)

Uno de los objetivos del programa “Alto Pastaza” era aquel de verificar
la supuesta naturaleza antrópica de pequeñas elevaciones irregulares en
cuya cima se hallaba a veces material arqueológico. A pesar de la casi
inexistencia de trabajo arqueológico, en el pasado muchos sostenían, que
se trataba de una ciudad de montículos artificiales organizados según un
patrón anular preciso, y que albergaba a una numerosa población (Porras,
1987; Vásquez Pazmiño, 2010).
Es importante señalar que la monumentalidad está presente en Amazonía
desde el inicio de las sociedades agro-cerámicas, en el Formativo
(equivalente local del Neolítico), en su fase antigua entre 3000 y 2000
a.C. En esta época, un fenómeno ya maduro se observa en el sitio de
Santa Ana-La Florida en la vertiente oriental de los Andes del sur del
Ecuador, el mismo que se caracteriza por una cerámica de élite y a veces
una arquitectura monumental de piedra extremadamente compleja tal
como lo muestran los descubrimientos en el sitio de la vertiente oriental

162
de los Andes del sur del Ecuador (Valdez et al., 2005; Valdez, 2007), datos
que demuestran el lugar de primer orden a nivel regional que ocupa la
Amazonía ecuatorianal desde entonces.
Algunos siglos más tarde, otra civilización amazónica brillante se
desarrolló ligeramente más al norte, en el valle del Upano, con sitios
monumentales constituidos por plataformas piramidales de tierra,
concentradas por decenas y que siguen modelos precisos cuyo plano base
consiste en montículos dispuestos en cuadrado alrededor de una plaza baja
ligeramente más al norte, en el valle del Upano (Rostain, 1999a, 1999b,
2006, 2008, 2010, 2012a).
Esta cultura Upano, con fecha entre 700 a.C. y 400 d.C., es uno de los
raros casos estudiados de fenómeno de arquitectura monumental de tierra
en la región amazónica, igual a aquellos de la isla de Marajó en Brasil
(Schaan, 2011), de los Llanos de Mojos en Bolivia (Walker, 2004), de la
costa occidental del Suriname (Rostain, 2012b) y de otras regiones de la
Amazonía, todos netamente posteriores.
En el caso del alto Pastaza, nuestros estudios mostraron una realidad
totalmente distinta (Rostain & Saulieu, 2013).

Figura 4. El Tungurahua (fotografía J.-L. Le Pennec)

163
1. La marcha del alto Pastaza: un espacio geo-cultural específico

Los incas denominaban “Antis”, a la región que ocupan los jíbaros en


los Andes3. Antes de designar los estratos quechua de las altas tierras
(entre 2500 y 3400 m de altura), el término calificó entonces a la vertiente
oriental de la cordillera. Los españoles la designaron a continuación como
la “montaña”4, considerando que la pendiente constituía un argumento
superior a la altura y al clima para describir la barrera que representa
entre la Amazonía y las tierras altas. A diferencia de las planicies altas
o de la llanura amazónica, la unidad de la región no se debe a una altura
común como tampoco a un clima homogéneo, sino a la pendiente, es
decir a un criterio dinámico. El piedemonte oriental de la cordillera de
los Andes se divide en dos estratos principales. Entre 3000 y 1800 m, la
ceja de montaña es un universo fresco y húmedo, cubierto de poblaciones
monolíticas de bambú, salpicada en ciertos sitios, por algunos árboles
gigantes. Esta pared casi vertical, impropia para el hábitat y el cultivo es casi
impenetrable y totalmente desprovista de hombres. Más abajo, entre 1000
y 300 m, la pendiente se suaviza ligeramente. Es aquí en donde los jíbaros
construyen sus casas y cultivan sus rozas. El punto común entre las colinas
y las mesetas del piedemonte se debe a la potencia de los movimientos
contradictorios que los modelan y transforman constantemente. Hacia el
este, la mirada se detiene en los grandes volcanes que marcan la línea de
horizonte: Tungurahua (5016 m), El Altar (5319 m), Sangay (5320 m). Las
cascadas, vertiginosas, rayan verticalmente la opaca cortina que sumerge
al piedemonte en la noche apenas el sol sobrepasa el cénit. Hacia el oeste,
los torrenciales cursos de agua5 acarrean con estrépito de trueno6 bloques
de granito y de basalto hacia el Tigre y el Marañón, contribuyendo a la vez,
en la construcción de uno de estos grandes conos de deyecciones que la
erosión de los Andes y los esparcimientos volcánicos han acumulado en
su vertiente oriental.
La actualidad y la violencia del movimiento tectónico se vuelven palpables
por las grietas muy abiertas cuyas fallas tectónicas laceran las rutas,
condenadas a seguir el trazado meridiano. Este medio cerrado (cerrado),
cortado, picado por la verticalidad de los troncos o por aquella de la
lluvia, oculto por la bruma de la mañana y privado tempranamente de
luz solar, es un espacio nocturno, sombrío y difícil, en el cual andar se
vuelve penoso y navegar peligroso. Las aberturas son raras en el paisaje,
pero aún más valiosas, ofreciendo de repente, a la vuelta de un meandro
o al abrir un claro, la contemplación atónita de la cuenca amazónica que
se extiende por cientos de kilómetros o la rítmica línea de los humeantes
volcanes andinos. En ningún otro lugar, pueden abarcarse en un único
giro de cabeza, puntos de vista tan contrastados del mundo sudamericano.
Ciertos geofísicos, tales como André Rousseau (2005), identifican hoy
en día una fuente común a esta energía que literalmente, alza montañas,

164
verticaliza terrenos y cursos de agua, bloquea nubes y riega campos. Es
la energía propia de la tierra, la tensión eléctrica entre el polo norte y el
polo sur, la que aquí encuentra su máxima intensidad y uno de sus cruces
mayores a escala del continente. Para André Rousseau, “las variaciones del
campo magnético son la consecuencia directa de las variaciones de la velocidad angular
del manto en relación con aquella del núcleo interno. En una palabra, las evoluciones
biológicas y tectónicas durante las eras geológicas se deben a este fenómeno” (Rousseau,
2005: 1). Para él, la atracción de las placas (notas de corteza según él y
no tectónicas) pacífica y sudamericanas, responsable del formidable
alzamiento de los Andes, es resultado del paso del eje de circulación de
energía y de materia más rápido del globo, desde la extrema profundidad
del núcleo interno hasta los límites de la magnetopausa: el meridiano
magnético (declinación cero).
Ya un siglo y medio antes, Élisée Reclus (1861) fue el primer geógrafo en
señalar cartográficamente el nexo entre las orientaciones magnéticas y las
construcciones amerindias, en particular en el valle de Ohio.
Al norte del Tawantinsuyu inca, el cotejo del meridiano magnético con el
ecuador geográfico no deja tampoco de tener consecuencias. Como lo
recuerda Francis Hallé (1993), el ecuador es en primer lugar, una realidad
energética. Es la zona de rotación más rápida de la tierra y entonces de
gravitación más débil, como lo saben todos aquellos que lanzan cohetes.
“En promedio el ser humano pierde 600 gr. al estar en el Ecuador”. Esta situación
que ocupa a la ciudad de Quito es única en combinar el empuje propio
del meridiano magnético con aquel del Ecuador, que ocupa a la ciudad
de Quito. Pero, como ya lo dijimos, las marcas del empuje tectónico son
más visibles en los márgenes andinos orientales: volcanismo, fallas activas,
brutal erosión, flujos torrenciales. Todo el paisaje es testimonio de una
formidable dinámica a una escala geológica tan rápida que el hombre es
capaz de captarla.
La época en que Élisée Reclus redactó su Geografía Universal (1982
[1905]) constituyó sin duda un summum en el conocimiento geográfico
de las sociedades amerindias. Antes de él, las informaciones eran dispersas
e incompletas. Después, el interés de los geógrafos por los pueblos
amerindios decreció al ritmo de una decadencia demográfica considerada
como ineluctable. Al reemplazar en un mismo mapa topográfico los
etnónimos recogidos por la Geografía Universal, se constata primero
la diversidad de los pueblos instalados entre 300 y 1500 m de altura, en
especial en los piedemontes andinos. Unos cincuenta nombres se hallan
concernidos. Estos grupos ocupan una posición de interfaz en varios
niveles. Topográficamente, se sitúan entre las zonas altas y las zonas
bajas. En el plano cultural, forman el nexo entre las grandes civilizaciones
urbanas de las altas mesetas y las zonas inundables, litorales o fluviales,
conocidas hoy en día por ser cuna antigua de una agricultura intensiva
(Rostain, 2012b). Políticamente, controlan las zonas fronterizas de los

165
grandes imperios precolombinos, luego coloniales. Hoy en día, la mayor
parte de estas zonas y de estos pueblos están en situación transfronteriza.
A pesar de esto, la dificultad de acceso, a menudo invocada por los
exploradores y luego por los investigadores, al margen de las grandes
rutas precolombinas como también de las vías fluviales de penetración,
hacen de estas regiones transfronterizas, espacios poco conocidos. Como
resultado, la leyenda y el misterio se han vuelto el material principal de los
pocos relatos que les conciernen.
El franqueamiento de la barrera montañosa andina sigue siendo un
limitante mayor para el establecimiento de relaciones tan fluidas como en
las altas mesetas (Renard-Casevitz et al., 1986), pero sería muy exagerado
hacer de estas áreas “fines de mundo inaccesibles”, tanto por vía de agua,
a partir del Amazonas, como por ruta, a partir de Cuzco, Loja, Quito
y Ambato. Es indudable que se trata de una zona de ruptura de carga,
cuya difícil penetración se traduce por el vacío demográfico, pero que
permite también, en los raros sitios franqueables, la fértil relación entre
poblaciones amazónicas y andinas.

2. Un pasado humano entre mitos y para-ciencia

La Amazonía ecuatoriana permanece aún fuera de las grandes corrientes


de la arqueología amazónica. En verdad, no todos los investigadores
definen una problemática precisa que estructure sus investigaciones,
poseen una visión clara de la metodología y proponen interpretaciones
arqueológicas sólidas. Pese a los millones de dólares destinados para la
arqueología de rescate en los campos petroleros amazónicos, y también
para algunos programas financiados por el estado ecuatoriano, muy poco
se ha publicado, y los escasos datos divulgados no siempre satisfacen todas
la garantías académicas que se podría esperar.
Desafortunadamente y a pesar de ser poco explotada por los mineros, la
provincia del Pastaza no escapa totalmente a esta situación. Los trabajos
arqueológicos fueron muy escasos en el lugar (Duche Hidalgo & Saulieu,
2009). Por el contrario, tal vez debido a esta escasez de investigaciones,
pseudo-arqueólogos multiplicaron sus intervenciones en esta parte de la
Amazonía. La más famosa concierne la Cueva de los Tayos7 descubierta
en 1969 cerca de la frontera con el Perú en el Morona-Santiago por el
húngaro-argentino Juan Moricz. Este descubrimiento fue ampliamente
difundido en esa época, volviéndose muy famoso especialmente con
el libro sensacionalista y delirante de Erich von Däniken (1974). Según
Juan Moricz, seres especiales habrían esculpido la roca. Se trataba de
una Ciudad subterránea y abandonada. En el mismo año, Juan Moricz
escribía: “He descubierto en la región Oriental, provincia de Morona Santiago,
dentro de los límites de la República del Ecuador, objetos de gran valor cultural e
histórico para la humanidad, que consisten en láminas metálicas elaboradas

166
Figura 5.
El Comercio del
1ero de Agosto de
1976 informa sobre
la llegada del astro-
nauta Neil Ams-
trong en busca de
extra-terrestres en la
Cueva de los Tayos
en la Amazonía

167
por el hombre que contienen la relación histórica de toda una civilización perdida de la
cual el género humano no tiene memoria ni indicio todavía. Tales objetos se encuentran
agrupados dentro de variadas y distintas cuevas, siendo de diversas clases en cada una
de ellas” (citado por Peña Matheus, 2011: 22). Estas piezas que nunca nadie
vio, recuerdan al parecer la colección del Padre Crespi en Cuenca8. Juan
Moricz concluye señalando que solamente los extra-terrestres podían
ser capaces de haberlos hecho, con el fin de registrar la historia de los
últimos 250,000 años de la humanidad. Ahora bien, si solo los seres de
otros mundos podían ser sus autores, ¿quién era entonces el especialista
capaz de explicar tamaño descubrimiento? La respuesta era obvia: Neil
Amstrong, el único astronauta que había caminado en la Luna, seguro
debía saber sobre este asunto. Lo increíble de esta historia radica en la
aceptación por parte de Neil Amstrong de venir a averiguar sobre esta
gigantesca estafa. Fue así que en 1976 se organizó una expedición inglesa
para visitar la cueva (Figura 5). Gran ruido mediático acompañó a esta
visita, concluyéndose que se trataba de una formación absolutamente
natural, de tipo comparable a los órganos de piedra, mas no construida
por un misterioso pueblo.
En 1995, nuevamente varias embajadas europeas en Ecuador solicitaron
al primer autor de este artículo, evaluar el pedido de un aventurero
que requería fondos para ir a una gruta llena de libros de roca, piedras
y metales preciosos en la misma Amazonía ecuatoriana. A la historia le
gusta repetirse… Veinte años después, en 2013, nuevos cazadores de
extra-terrestres volvieron a la provincia del Pastaza, interesados esta vez en
otra formación geológica geométrica ubicada en la selva del piedemonte
al norte de Mera. Se trata de una pendiente de roca que parece haber sido
regularmente esculpida por la arroyada, la misma que ha formado una pared
inclinada con pequeños canales horizontales y verticales. El resultado da la
impresión de enormes bloques tallados acumulados al igual que los muros
incas. Sin embargo, una observación atenta confirma el hecho de que la
roca fue pulida de manera natural. Descubierto en 2012 por cazadores
de la región, el sitio fue visitado el año siguiente por un “especialista”
de nombre Bruce Fenton, “investigador de lo oculto y lo paranormal”9 quien
concluiría que se trataba de una enorme pirámide parcialmente enterrada,
perteneciente a la “Ciudad de los Gigantes” y que guardaba el tesoro
perdido de Atahualpa en los Llanganates… Por supuesto, una historia
tan exótica fascinó a los periodistas que la publicaron en Ecuador como
también en Inglaterra y otros países lejanos. Parece que en Ecuador los
mitos arqueológicos vuelven regularmente al primer plano de la escena.
¿Acaso la historia se repite?
A pesar de la atención de varios arqueólogos, el caso del sitio de Zulay,
localizado entre la ciudad de Puyo y el pueblo de Shell, es también víctima
de prejuicios pseudo-científicos. El sitio fue mencionado por primera vez
por Pedro Porras (1987: 333) quien publicó sus “Investigaciones arqueológicas

168
en las faldas del Sangay. Tradición Upano” en 1987, dando a conocer de esta
manera al público en general, la existencia de una civilización amazónica
situada en el valle del Upano, caracterizada por una cerámica polícroma e
incisa de formas diversas y refinadas como también por una arquitectura
de tierra monumental. En esa publicación, Pedro Porras muestra algunas
fotos de la hacienda de té Zulay. En la leyenda de la lámina 5 podemos
leer lo siguiente: “Tolas en una plantación de té muy cerca de la pista Shell-Mera
(Base Pastaza)”. En la página 66, el autor precisa: “En Pastaza, a la altura
de Shell Mera o base Pastaza (tolas) que son claramente visibles desde el aire, en las
plantaciones de té, algunas extremadamente regulares, otras alargadas, con material
cultural en su superficie. No se ha determinado un patrón en lo que a su ubicación
se refiere”. Desde la publicación de Pedro Porras, muchos autores solían
repetir este hecho: “Hay tolas”, es decir montículos artificiales de tierra, en
la hacienda de té Zulay y también en las zonas adyacentes. Sin embargo,
la zona fue estudiada solo recientemente. Alrededor del 2005, la hacienda
fue cerrada por la AGD y desde ese momento, la vegetación volvió a
cubrir el área. En 2007 y antes de que se realizara un verdadero estudio de
la zona, el sitio fue declarado patrimonio nacional.
En 2010, un informe hecho para el INPC por una estudiante y después
de un proyecto de tan solo un mes de campo, concluyó que “el complejo
arqueológico del Té Zulay se puede resumir como un asentamiento de tipo aldeano
nucleado con 9775 habitantes, quizá rodeado por una zona agrícola anegadiza que no
ha dejado la presencia de estructuras arquitectónicas de tipo monticular” (Vásquez
Pazmiño, 2010: 112). A partir de observaciones muy superficiales, la
autora afirma que las colinas fueron edificadas por los hombres, a pesar
de que todas tienen tamaños y formas diferentes, que están distribuidas
sin patrón regular y, sobretodo no existe evidencia de construcción. La
conclusión de una densidad alta de habitantes precolombinos nos parece
extremadamente exótica dada la baja cantidad de material hallado (un
total de solamente 1548 tiestos en 86 cateos y 540 pruebas de pala) y la
inexistencia de basurales.
Como sucede frecuentemente, la realidad es ligeramente más compleja
y matizada que esto. Al contrario de lo sostenido, los datos regionales
concuerdan poco con la hipótesis de una población alta. Al sobrevolar la
zona en avión, no se observa ninguna disposición particular de montículos,
a diferencia de lo que se puede ver en el caso del Upano. Los supuestos
montículos son redondeados, ovalados y a veces de forma irregular. Un
paseo por los senderos de la hacienda de té, así como un vistazo a la
elevación truncada de Colina Balandino, localizada a pocos metros de la
carretera, al oeste de Zulay, donde había material arqueológico, muestra lo
que se debe matizar. El sitio está constituido por una formación geológica
natural donde emergen colinas absolutamente naturales. El corte del sitio
de la Colina Balandino determina muy claramente que el “montículo”
posee un sustrato rocoso natural (Figura 6).

169
Figura 6. Sección del hummock del sitio arqueológico de Colina Balandino donde se nota
perfectamente la base rocosa en gris y substrato rocoso en 2 m de profundidad de la excavación
del sitio arqueológico de Colina Moravia (fotografías M. Arroyo-Kalin y G. de Saulieu)

Sin embargo, es evidente que ciertas colinas fueron acondicionadas por


los hombres. La mayoría de las cimas fueron aplanadas o expandidas para
acoger asentamientos humanos de los cuales empezamos recientemente

170
a obtener información. Estas colinas constituyen curiosas elevaciones
que salpican la planicie de conglomerados, areniscas y shale tufáceo que
caracteriza a la formación Mera del piedemonte oriental (DGGM & NIGS,
1982). Las colinas no han sido descritas en la literatura geomorfológica
disponible para el área de estudio. Tomando como base la literatura
especializada sobre la geomorfología y el vulcanismo en la región, así como
también observaciones realizadas en dos colinas cuyos perfiles habían sido
expuestos por el trabajo de maquinaria pesada, se las puede considerar
como montículos de tipo hummock.

Figura 7. Formación de hummocks volcánicos


(extraído de Roldán-Quintana et al., 2011: 128)

Un hummock es un relieve natural que mide desde algunos centímetros


hasta varios metros de altura. En su mayoría están ligados al hielo y
formados por variaciones climáticas en el banco o por la congelación del
suelo. Otros, de origen volcánico, provienen de la avalancha de pedazos
durante fuertes erupciones; pueden ser diferentes elementos del volcán
y hasta una parte del desmoronamiento del cono (Figura 7). Estos
montículos están conformados por sedimentos clásticos heterogéneos
y mal clasificados (Siebert, 1984), y constituyen un paisaje irregular de
decenas o centenas de elevaciones variadas. Los hummocks del Pastaza
derivan probablemente de una antigua avalancha de derrubios asociada a
una erupción del volcán Tungurahua. Una avalancha de tales características
podría haberse originado a partir de un evento de colapso de flanco del

171
Antiguo Tungurahua (Hall et al., 1999), sin ser del todo descartable el
papel complementario de dinámicas de flujos de derrubios asociadas
al retroceso glacial (Clapperton, 1993). Aún cuando el actual cono del
Tungurahua se encuentra a 37 Km. lineales del local del área de nuestras
investigaciones, estudios de situaciones comparables en otras regiones del
Ecuador (Alcaraz et al., 2005) permiten defender que dicha avalancha de
derrubios habría sido canalizada a través el cañón del río Pastaza hasta
depositarse sobre áreas del piedemonte oriental (Figura 8).

Figura 8. Hummocks del sitio de Zulay donde las hileras de té acentúan la impresión de
regularidad y hummock del aeropuerto de Shell, este último acondicionado para construir la
torre de control (fotografías G. de Saulieu y S. Rostain)

172
Figura 9. Sitio arqueológico de Colina Moravia (topografía Ditacad; fotografía S. Rostain)

173
Las colinas que identificamos como hummocks son frecuentes en las
cuencas del Pastaza, del Palora y del Upano. Este tipo de formación
se describe además al pie del Cotopaxi (Jácome Mestanza, 2009). En
conclusión, las formaciones con substrato rocoso a poca profundidad
observadas en las terrazas que bordean el alto Pastaza son de origen natural
(Figura 6). Se trataría de hummocks surgidos de erupciones y avalanchas de
partes del Tungurahua. Sin embargo, el hombre también modificó algunos
de ellos, aplanando particularmente su cima para poder habitarlos (Figura
8). En el caso del sitio de Colina Moravia, elevación aislada situada en la
terraza izquierda del barranco de Pastaza y excavada recientemente por
los autores, los restos de una larga ocupación terminaron conformando
un cordón periférico (Figura 9). Las poblaciones precolombinas utilizaron
este lugar dos o tres veces durante el Formativo, el Desarrollo Regional ey
Integración.

3. Primeros datos sobre una ocupación precolombina particular

El sitio de Colina Moravia (Lat. 01 28 57.7 S, Long. 78 05 05.8 W, WGS84),


descubierto durante las prospecciones arqueológicas del proyecto “Alto
Pastaza”, fue primeramente seleccionado por nosotros por presentar los
mejores criterios deseados (Figura 9):
- es la elevación la más occidental del valle, justo antes de la entrada del
barranco en las montañas.
- está aislado y no asociado a decenas de otras colinas como en el caso de
Zulay. Se podía esperar entonces una unidad coherente.
- no estaba cultivado de manera dañina como en Zulay donde zanjas de
drenaje profundas fueron cavadas a distancia regular en toda la superficie
de la hacienda.
- el propietario estaba de acuerdo, mientras que en Zulay la presencia de
colonos ilegales volvía el trabajo más complejo.
- presenta grandes dimensiones, bien adaptado a un decapado en áreas.
- tenía la particularidad de un talud periférico en la cima, como una
rosquilla, por así decirlo.
- los primeros sondeos habían revelado cerámica corrugada conocida en
otros lugares pero igualmente de los tipos cerámicos totalmente nuevos.
El sitio se halla a la salida occidental del lugar denominado Moravia, entre
los pequeños ríos Verde y Machay, ambos afluentes izquierdos del Pastaza.
Colina Moravia está implantado a unos 300 m de la vía entre Mera y Shell,
a 500 m del borde del barranco que lleva al Pastaza. Los suelos de esta
terraza muy plana son por un lado arcillosos, oscuros y profundos, ligeros
y de bajo pH, y por otro lado, están conformados por sedimentos aluviales
cuaternarios (Vallejo & Maldonado, 1986). Colina Moravia es una colina
vagamente trapezoidal redondeada, de alrededor de 85 x 80 m en la base
y cerca de 7 m de altura.

174
Figura 10. Excavaciones arqueológicas en Colina Moravia (fotografías S. Rostain)

El decapado permitió poner en evidencia diferentes episodios. A 20/25


cm de profundidad promedio, bajo la capa de tierra húmica y bajo su
transición hacia formaciones más arcillosas, se halla un nivel de suelos
quemados, compactos, de color rojo anaranjado, con regueros cenicientos
(Figura 11). Este horizonte dispuesto en grandes superficies parece
asociado a un material cerámico bastante basto en el cual elementos

175
Figura 11. Suelo quemado a 20/25 cm de profundidad en la parte central de Colina
Moravia. Las partes café y rojizas son quemadas y el ovalado gris es una fosa
(dibujo L. Billault; fotografía S. Rostain)

característicos de la Sierra (por ejemplo formas de vasijas globulares con


cuellos rectos y estrechos que conducen a pensar en la cultura Cosanga)
parecen mezclarse con aquellos de la Amazonía (por ejemplo la modalidad
decorativa corrugada). Más abajo, hacia 35/40 cm de profundidad
aparecen numerosos huecos de poste de color marrón, que forman líneas
hundidas en una tierra amarillenta (Figura 12). El tamaño de los postes

176
parece estándar: alrededor de 25 cm de diámetro para series de postes que
forman arcos de círculos o rectas seguidas por ángulos. En cambio, ciertas
fosas situadas hacia el centro de la colina, al interior del espacio dibujado
por los postes, sugieren la existencia de postes de sostén de al menos 40 cm
de diámetro. Es probable que diversos episodios de ocupación se hayan
registrado en el mismo nivel estratigráfico. Al oeste del decapado principal,
se observa la presencia entre dos conjuntos separados de postes, de una
zona probablemente en fosa, que servía de drenaje de la zona de hábitat
que desde esa época estaba confrontada al problema de acumulación de
agua a causa de la configuración de la cima de la colina.

Figura 12. Huecos de poste a 30/35 cm de profundidad en la parte central de Colina


Moravia. Los diferentes colores indican los huecos de poste asociados,
probablemente de una misma estructura (fotografía S. Rostain; dibujo G. De Saulieu)

177
En efecto, recordemos que la cima presenta un talud periférico. Podemos
lanzar la hipótesis que durante las primeras fases de ocupación, este
comenzó a depositarse con el barrido de las casas situadas en el centro
de la colina. Y solo más adelante, cuando la evacuación del agua se hizo
realmente problemática, estas zonas se volvieron el lugar de implantación
de las casas. Se excavaron en diversos niveles, fosas ovoides de menos de
un metro de largo, generalmente orientadas norte-sur, y de unos 25 cm de
profundidad. Una de ellas dio una fecha formativa.
En el talud periférico, la capa antrópica negra es mucho más espesa que
en el centro, alcanzando hasta 120 cm de profundidad. Se ve claramente
en el perfil de la pared que este relleno descansa sobre el nivel estéril de
tierra ya que sigue exactamente la pendiente natural. Se trata entonces de
una acumulación de desecho de material cerámico mezclado con la matriz
de tierra, pero de composición diferente del suelo orgánico negro presente
a unos veinte centímetros de profundidad. La roca madre del hummock
aparece al fondo de las excavaciones, hacia los 2 m de profundidad en
periferia y 120 cm al centro (Figura 6).
En conclusión, tres ocupaciones fueron claramente individualizadas
(Figura 13):
- una ocupación Formativa, la cultura Pambay, que aparece en diversos
sectores alrededor de 3500 a.P.10, y especialmente con una caja de llipta11
depositada en una fosa en la parte oeste del anillo. Esto corresponde al
fin del Formativo ecuatoriano, un período marcado por las últimas fases
de Valdivia ante del aparecimiento de las culturas Machalilla en la costa
y Cotocollao en la región de Quito. Se debe igualmente observar que
esta fecha muestra la anterioridad de la presencia humana en esta región
amazónica, a la erupción catastrófica del Tungurahua de 1200 a.C. Esta
fecha indica igualmente una contemporaneidad relativa con el complejo
Mayo-Chinchipe descubierto en la provincia de Zamora-Chinchipe y la
tradición Catamayo A de la provincia de Loja.
- Una ocupación con fecha de 1500 a.P., la cultura Moravia, con hogueras y
un material diversificado que hace pensar en el material del valle del Upano
durante el Desarrollo Regional, pero con mucho menos decoraciones y
formas más sencillas y menos diversificadas. Los contextos más antiguos
se parecen más a la cultura Upano (Rostain, 1999), mientras que los más
recientes permiten pensar en las cerámicas de la cultura Kilamope (Rostain,
2010), aunque también en los tipos cerámicos del Pastaza Achurado
(Athens, 1986), y del Pastaza-Kamihun (Duche & Saulieu, 2009; Saulieu,
2006).
- Una ocupación tardía, la cultura Putuimi, con tiestos entre los cuales
se reconoce la modalidad corrugada, con fecha de 1000 a.P.12 Fecha que
corresponde al período ecuatoriano llamado Desarrollo Regional, marcado
por la expansión de la cerámica corrugada en gran parte de la Amazonía
ecuatoriana. Debemos señalar que esta edad cabe perfectamente en la

178
Figura 13. Marco cronológico de la Alta Amazonía (Rostain & Saulieu, 2013: 28)

179
cronología de la cultura Huapula de la cuenca del Upano, caracterizada
sobre todo por la cerámica corrugada. Esta fecha indica entonces la
existencia de una ocupación relativamente reciente.
En la época Formativa, parece ser que hubo uno o viarios episodios de
hábitat al centro de la plaza y, más recientemente, pudieron haber existido
cuatro edificios alrededor de esta plaza, ahora baja por la acumulación de
los desechos en periferia que acabaron por crear un talud anular (Figura
14). Sin embargo, el intenso fuego que rubificó el suelo intermedio en el
centro de la plaza no ha sido plenamente interpretado. ¿Se tratan acaso de
los restos de un incendio que habría destruido un hábitat?
Finalmente, el estudio de restos microbotánicos llevado a cabo por Jaime
R. Pagán Jiménez sobre muestras de cerámica y de herramientas de
piedra de Colina Moravia ha revelado almidones de varias plantas como
el maíz (Zea mays), la yuca (Manihot esculenta), el fréjol (Phaseolus sp.) y otras
leguminosas (Fabaceae), pero también el cacao (Theobroma sp.).
Además, la presencia del melloco (Ullucus tuberosus), planta de las tierras
altas, comprueba los intercambios entre la sierra y esta región del
piedemonte en la época precolombina reciente Puitumi (Pagán Jiménez
& Rostain, 2014).

Conclusión

Las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en los sitios de cima de


colina del alto Pastaza, en el piedemonte oriental andino, Colina Moravia,
pero igualmente Colina Balandino, aclararon la naturaleza real de estas
elevaciones y la cronología de los establecimientos precolombinos. En
los dos casos que nos conciernen, la ocupación humana, y radica en ello
probablemente la verdadera originalidad de la región, está localizada en la
cima de las colinas naturales, de los hummocks cuyo sustrato rocoso, de
apariencia compuesta, es en realidad de origen volcánico y en ningún caso,
construido por los Amerindios, como se suponía anteriormente. Durante
generaciones, los hombres acondicionaron sus cimas, modificándolas más
o menos de forma voluntaria. Nuestros estudios revelaron entonces la
medida de las excavaciones precolombinas del Pastaza y la importancia del
poblamiento antiguo, los estilos cerámicos desconocidos, llenando así el
vacío arqueológico existente hasta hace poco.
La Amazonía fue la cuna de grandes civilizaciones, con una fuerte densidad
demográfica y desarrollos a menudo precoces. Las teorías de la ecología
cultural defendidas por ciertos investigadores en los años 1950-1970, y
en especial por Betty J. Meggers, que hacían de la Amazonía una zona
de subdesarrollo crónico, han sido hoy en día fuertemente cuestionadas.
Numerosos descubrimientos sostienen el cambio conceptual que conoce
la antropología amazónica, tanto en el bajo y medio Amazonas, como en
las altas cuencas que alimentan a los principales afluentes del primer río

180
del mundo. Los desarrollos sociales fueron allí, tan antiguos y originales
como en otros lugares de América del sur, dando lugar a realizaciones a
veces monumentales e inventos tecnológicos esenciales. Sin embargo, lo
que es sorprendente en Amazonía es la gran disparidad entre regiones
de desarrollos brillantes, y otras en donde las producciones culturales
parecen más humildes. Es entonces necesario recordar estas desigualdades
regionales como uno de los caracteres significativos de la Amazonía
precolombina y no buscar llenar vacíos, inventando ciudades y pirámides,
allí en donde no las hay.

Figura 14. Reconstitución del hábitat precolombino de Colina Moravia (acuarela S. Rostain)

La impenetrabilidad del medio amazónico de piedemonte de Ecuador,


asociado con la potencia guerrera de sus habitantes, permitió creer durante
largo tiempo en un aislamiento absoluto de la región, sinónimo de atraso
cultural y técnico. Las dos hipótesis han sido ampliamente contradichas en
la actualidad por la importante conexión de la montaña con sus vecinos, de
abajo como de arriba, así como también por su papel de barquero, ver de
productor de materiales, de técnicas y plantas cultivadas empleadas luego
en el conjunto de la cuenca amazónica o en las altas tierras andinas. A

181
partir de este momento, la región se ubica en el centro de una circulación
continental entre el Orinoco, la costa pacífica y los Andes centrales. No
obstante, queda que para estos dos universos tan diferentes, la vertiente
oriental de los Andes constituía otro mundo obscuro y terrorífico, “hundido
en el seno de las montañas, (…) en una noche profunda y sin horizonte” (Rilke, 1992
[1903]).

Traducción de Belém Muriel

Bibliografía

Alcaraz, S., B. Bernard, J.-P. Eissen, H. Leyrit, C. Robin, P. Samaniego, J.-L.


Le Pennec & D. Barba, 2005, “The debris avalanche of Chimborazo,
Ecuador” 6th International Symposium on Andean Geodynamics (ISAG
2005), Extended Abstracts, Barcelona: 29-32.
Athens, S., 1986, “The site of Pumpuentsa and the Pastaza phase in
Southeastern lowland Ecuador” Ñawpa Pacha, 24: 111-124.
Däniken, E. von, 1974, El oro de los dioses, Ediciones Martínez Roca,
Barcelona.
Descola, P., 1986, La nature domestique. Symbolisme et praxis dans l´écologie
des Achuar, Fondation Singer-Polignac/Éditions de la Maison des
Sciences de l’Homme, Paris.
DGGM, Dirección General de Geología y Minas del Ecuador & NERC
Institute of Geological Sciences NIGS, 1982, 1:1,000,000 Geological
map of the Republic of Ecuador, Instituto Geográfico y Militar, Quito.
Duche Hidalgo, C. & G. de Saulieu, 2009, Pastaza precolombino. Datos
arqueológicos preliminares con el catálogo del Museo etno-arqueológico de Puyo
y del Pastaza, Ediciones Abya Yala, Quito.
Hall, M L, C. Robin, B. Beate, P. Mothes & M. Monzier, 1999, “Tungurahua
Volcano, Ecuador: structure, eruptive history and hazards” Journal
of Volcanology and Geothermal Research, 91(1): 1-21.
Hallé, F., 1993, Un monde sans hiver. Les tropiques, nature et sociétés, Paris,
Éditions du Seuil, Coll. Science ouverteX
Jácome Mestanza, F., 2009, Guía Interpretativa del Parque Nacional Cotopaxi,
Ministerio de Turismo del Ecuador, Quito.
Pagán Jiménez, J.R. & S. Rostain, 2014, “Uso de plantas económicas
y rituales (medicinales o energizantes) en dos comunidades
precolombinas de la Alta Amazonia ecuatoriana: Sangay (Huapula)
y Colina Moravia (c. 400 a.C. – 1200 d.C.)” Antes de Orellana. Actas del
3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica, S. Rostain (ed.),
3EIAA/IFEA/FLACSO/MCCTH/SENESCYT, Quito: 313-322.
Peña Matheus, G., 2011, Historia documentada del descubrimiento de las Cuevas
de los Tayos, Quito.
Porras, P., 1987, Investigaciones arqueológicas a las faldas del Sangay, Tradición

182
Upano, Centro de Investigaciones Arqueológicas, Universidad
Católica del Ecuador, Quito.
Reclus, É., 1861, Voyage à la Sierra Nevada de Sainte Marthe : paysages de la
nature tropicale, Hachette, Paris.
Reclus, É., 1982 [1905], L’Homme et la Terre, Éditions François Maspero,
Paris.
Renard-Casevitz, F.-M., T. Saignes & A.-C. Taylor-Descola, 1986, L’Inca,
l’Espagnol et les Sauvages : rapports entre les sociétés amazoniennes et andines
du XVe au XVIIe siècle, Éditions Recherche sur les Civilisations,
ADPF, Synthèse 21, Paris.
Rilke, R.M., 1992 [1903], Le livre de la pauvreté et de la mort, Actes Sud, Arles.
Roldán-Quintana J., G. de J. Aguirre-Díaz & J.L. Rodríguez-Castañeda, 2011,
“Depósito de avalancha de escombros del volcán Temascalcingo
en el graben de Acambay, Estado de México” Revista Mexicana de
Ciencias Geológicas, 8(1): 118-131.
Rostain, S., 1999a, “Occupations humaines et fonction domestique de
monticules préhistoriques d’Amazonie équatorienne” Bulletin de la
Société Suisse des Américanistes, 63, Genève; 71-95.
Rostain, S., 1999b, “Secuencia arqueológica en montículos del valle del
Upano en la Amazonía ecuatoriana” Bulletin de l’Institut Francais
d’Etudes Andines, 2 (1), Lima: 53-89.
Rostain, S., 2006, “Etnoarqueología de las casas Huapula y Jíbaro” Bulletin
de l’Institut Francais d’Études Andines, 35 (3), Lima: 1-10.
Rostain, S., 2008, “Les tertres artificiels du piémont amazonien des Andes,
Équateur” Les Nouvelles de l’archéologie, 111-112, dossier “Des mers
de glace à la terre de feu. L’archéologie française en Amérique”,
S. Rostain (ed.), Éditions de la Maison des Sciences de l’Homme/
éditions Errance, Paris: 83-88.
Rostain, S., 2010, “Cronología del valle del Upano, alta Amazonía
ecuatoriana” Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines, 39(3),
número temático “Culturas y pueblos del Ecuador prehispánico”,
M. Guinea & J.-F. Bouchard (eds.), Lima: 667-681.
Rostain, S., 2012a, “Between Sierra and Selva: pre-Columbian landscapes
in the upper Ecuadorian Amazonia” Quaternary International, 249,
special issue “Human Occupation of Tropical Rainforests” N.
Catto (ed.), Elsevier: 31-42.
Rostain S., 2012b, Islands in the rainforest. Landscape management in precolumbian
Amazonia, serie “New Frontiers in Historical Ecology” W. Balée &
C. Crumley (eds.), Left Coast Press, Walnut Creek.
Rostain, S. & G. de Saulieu, 2013, Antes. Arqueología de la Amazonía
ecuatoriana, IFEA/IRD/IPGH, Quito.
Rousseau, A. 2005, “New Global Theory of the Earth’s Dynamics: a
Single Cause Can Explain All the Geophysical and Geological
Phenomena” http://hal.archives-ouvertes.fr/ccsd-00004334/eX

183
Saulieu, G. de, 2006, “Revisión del material cerámico de la colección
Pastaza (Amazonía ecuatoriana)” Journal de la Société des Américanistes,
92, Paris: 279-301.
Schaan, D., 2011, Sacred geographies of ancient Amazonia. Historical ecology of
social complexity, Left Coast Press, Walnut Creek.
Siebert, L.E.E., 1984, “Large volcanic debris avalanches: characteristis
of source areas, deposits, and associated eruptions” Journal of
Volcanology and Geothermal Research, 22: 163-197.
Valdez, F., 2007, “Un Formativo Insospechado en la Ceja de Selva: El
Complejo Cultural Mayo Chinchipe” II congreso ecuatoriano de
antropología y arqueología, F. García (ed.), Tomo I, Quito: 549-576.
Valdez, F., J. Guffroy, G. de Saulieu, J. Hurtado & A. Yépez, 2005,
“Découverte d’un site cérémoniel formatif sur le versant oriental
des Andes” Palévol, 4(4), Paris: 369-374.
Vallejo, L.M., & E. C. Maldonado, 1986, Mapa General de Suelos del Ecuador,
Instituto Geográfico y Militar, Quito.
Vásquez Pazmiño, J., 2010, Informe de la prospección y delimitación arqueológica
del Complejo Té Zulay, Provincia de Pastaza, INPC, Quito.
Walker, J.H., 2004, Agricultural Change in the Bolivian Amazon/Cambio Agricola
en la Amazonía Boliviana, Memoirs in Latin American Archaeology,
13, University of Pittsburgh, Dept. of Anthropology, Pittsburgh.

1
“El Antisuyu, región nordestina del Cuzco y del Imperio, es en realidad la montaña”
(Renard-Casevitz et al., 1986: 39).
2
Este programa “Alto Pastaza”, dirigido por Stéphen Rostain y llevado a cabo por
un equipo de científicos franceses (Geoffroy de Saulieu, Emmanuel Lézy, Jean-
Yves Le Pennec), ecuatorianos (Carlos Duche Hidalgo, Franklin Fuentes), chileno
(Manuel Arroyo-Kalin), portoriqueño (Jaime R. Pagán Jiménez) y boliviana
(Carla Jaime Betancourt), fue financiado por el Ministerio francés de Relaciones
Exteriores, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo, el fondo ECOS-Sur
y el Museo Etnoarqueológico de Puyo.
3
Los Aymara hablan de Yungas “valles cerrados y calientes” (Renard-Casevitz et al.,
1986: 42).
4
Al sur de Cuzco, se halla más a menudo el término de “monte” (Renard-Casevitz
et al., 1986: 42).
5
De norte a sur, el Corrientes, el Bobonanza, el Colpayacu, el Huasaga, el
Makuma, el Upano, el Paute, el Zamora, el Morona y el Nieva.
6
“Los ríos que atraviesan la región de las mesetas tienen una diferencia de nivel de 300 metros
en un recorrido de apenas 100 kilómetros; esto es el equivalente de la desnivelación que volverán
a sufrir a lo largo de cerca de 5000 Km. antes de alcanzar el Atlántico” (Descola, 1986: 56).
7
Los tayos (o guácharos, Steatornis caripensis) son aves nocturnas que viven
generalmente en las grutas.
8
Este pretendía que sus objetos de oro habían sido descubiertos por los Indígenas

184
en la Amazonía, aunque su “famosa” biblioteca metálica presentara diseños de
todo tipo: desde el dibujo de niño hasta los dioses sumerios o egipcios.
9
http://actualidad.rt.com/cultura/view/110582-encontrar-ecuador-ciudad-
perdida-gigante
http://www.hoy.com.ec/noticias-ecuador/video-en-las-selvas-de-ecuador-
encuentran-la-ciudad-perdida-de-los-gigantes-594392.html
http://www.youtube.com/watch?v=u6O8JFXUdJA
h t t p : / / w w w. t e l e g r a p h . c o. u k / n e w s / w o r l d n e w s / s o u t h a m e r i c a /
ecuador/10517904/Explorers-hot-on-the-trail-of-Atahualpa-and-the-Treasure-
of-the-Llanganates.html
http://www.youtube.com/watch?v=-lMsojIaHBc
10
Edad convencional de 3460 ± 30 años AP, en fecha calibrada a 2 sigmas entre
1880 y 1690 a.C.
11
Pequeña cerámica globular destinada a contener la cal para la coca.
12
Edad convencional de 1100 ± 30 años AP, es decir una fecha calibrada a 2
sigmas entre 890 y 1020 d.C.

185
Tropical garden cities
of the southern Amazon
Michael Heckenberger
University of Florida, Gainesville

Amazonia holds a special place in the Western imagination. The lowland


tropical forests were long seen as a region inhabited by small, mobile
societies that had little impact on the natural environment. Long seen as
pristine tropical forest little impacted by human groups, recent studies
of the Amazon’s archaeology and history have revealed an equally rich
and varied cultural heritage, including diverse pre-Columbian complex
societies, domesticated and the historical legacies of colonialism and
capitalist expansion. As elsewhere across the globe, the record of human
civilizations in the Amazon region – a critical chapter in our global
heritage - is vanishing at an alarming rate. New perspectives on Amazonia
highlight the great cultural diversity, ranging from small-scale, low impact
systems to fairly large-scale systems, and dynamic histories of the region,
especially noting long-term and large-scale transformations of the natural
environment.
During the Late Holocene, particularly after ca. 2000-1500 BP, plural
regional societies emerged, including small- to medium-sized integrated
polities in several areas. These devised complex, semi-intensive systems of
forest and wetland management (Neves et al., this volume). Environments
became more socially heterogeneous and ecologically patchy, creating
unique “islands” of bio-historical diversity (Balée 2013; Balée and Erickson
2006; Heckenberger and Neves 2009; Neves 2006; Rostain 2012; Schaan
2011). These findings are part of a growing realization that pre-modern
peoples in many parts of the world had major impacts on plant and animal
communities, hydrology, and even climate (Dull et al. 2010; Mason 2004;
Ruddiman 2003, 2013; Willis et al. 2004).
The recognition of societies larger and more complex than small-scale
20th century groups, begs the questions: how do Amazonian semi-
intensive systems compare with those from other world areas and what
are the implications for the contemporary composition of the area?
Cultural landscapes in Amazonia built up over many millennia, but the
last millennium of the Holocene – the Anthropocene – in Amazonia is
characterized by increasing transformations of the natural environment.
They differ in important ways from classic settings of the origins and
development of settled, agricultural societies, such as the focus on root-
crop agriculture and arboriculture in palm and fruit trees, including an
immense inventory of plants in some stage of domestication, and the

187
focus on wetland resources and management and fish farming (Balée and
Erickson 2006; Clement 1999; Clement et al. 2010; Schaan 2011). Recent
research in the southern headwaters, the southern Amazonian periphery,
reveal important new details regarding the internal dynamics and variability
of these genuinely Amazonian complex societies, as well as how they
compare with other world regions.

The Southern Amazon

The forested peripheries of the southern Amazon basin extend from


the Tocantins River headwaters (Rio dos Mortes and Araguaia) in the
east to the upper Purus River and adjacent Madeira River headwaters.
Most of this region is dominated by semi-deciduous forests transitional
between the high forests of lowland Amazonia and the low and scrub
forests of the highland central Brazilian plateau. The overall topography
can be characterized by pockets of flat, low-lying and forested areas,
corresponding to the headwater basins of the major rivers that eroded out
along the northern and western flanks of the Brazilian highlands (300-500
meters above sea level), historically dominated by settled agriculturalists,
commonly speaking languages of the Arawak family. These basins, which
represent highly domesticated (anthropogenic) landscapes of densely,
settled complex societies constructed over the past two millennia, are
interspersed by rolling topography and more open forests in highland
interfluves between the headwater basins and more dispersed and mobile
social formations.
Increasing supra-regional interaction between large, settled regional polities
in late pre-Columbian times including far-flung prestige goods systems,
which provides not only the substance but the language of interaction
between hierarchical polities and other societies in regional systems,
as well as relations between entire regions. Ethnogenesis of regional
social systems involved complex phylogenetic and reticulate processes
culminating in a great diversity of plural societies in these ethnically and
linguistically complex regions (Heckenberger 2005; Hornborg and Hill
2012). The post-Columbian period witnessed the decline of these native
systems and the ethnogenesis of new indigenous identities in the milieu
of colonial expansion and the dynamics of the emerging World System,
notably the post-Industrial globalization, the time when anthropological
(ethnographic) and ecological understandings of Amazonia took on a
scientific outlook.
In the southern Amazon, early ethno-historic accounts (1600-1750)
describe the Bauré peoples of the middle Guaporé, the Pareci of the
Tapajós River headwaters, and the Terena/Guana peoples (upper Paraguay
River) all as large, densely settled populations, complicated settlement
and agricultural works, and regional socio-political organization. In the

188
Llanos de Mojos, archaeological complexes associated with these groups,
including sophisticated agricultural, settlement, and road earthworks, have
long been known from the eastern lowlands of Bolivia (Denevan 2001;
Erickson 2000, 2006, 2008; Walker 2008). Erickson notes that: “Rather
than domesticate the species that they exploited, the people of Baure domesticated
the landscape” (2000:193). Features of these domesticated landscapes in
the Llanos de Mojos and adjacent forested areas to the east and north
include a variety of constructions, including a complex of palisades, ring
villages, major causeways, and wetland fish-farming complexes (Baurés)
and mounds and major raised field complexes in the central Mojos. In the
western edge of the southern Amazon transitional forest, along the Bolivian
border of the Brazilian state of Rondônia, the Baurés archaeological and
ethnohistoric record shows one of the clearest example of the settlement
pattern and regional landscape constructions, focused on the palisaded
“ring villages, of Baurés and the half-circle, peripheral ditches mapped
along the Guaporé (Miller 1983).

Figure 1. (A) Location of major anthropogenic forest areas, including southern Amazonian
Upper Xingu (1), Upper Tapajós and (3) Guaporé and várzea area, such as Central
Amazon (4), Santarém (5) and Marajó Island (6); (B) satellite image of southern Amazon
showing Arawakan speaking enclaves and areas of major earthworks, including: Upper
Xingu (1), Upper Tapajós/Pareci (2), Upper Paraguay/Terêna-Guana (3), Chiriguano/
Chané (4), middle Guaporé/Baurés (5), central Mojos (6), Madre de Dios (7), Acre/
Apurina-Piro (8-9); note the correlation with forested low-lying areas

189
To the west, in southwestern Amazonia, recent discoveries and preliminary
investigation of a complex of related monumental sites, “geoglyphs,” in
the upper Purus River (Schaan 2011; Schaan et al. 2007) and adjacent
portions of Bolivia (Madre de Dios River) also documents highly
constructed nature of local forested landscapes, and area also historically
dominated by Arawak-speaking peoples. The over-determined nature of
some of these excavated features, up to 7 m deep, circles within squares,
U-shaped features, and long linear processionals, up to 50 m wide and
nearly 1 km in length, bespeak the ceremonial nature of these sites, and
their monumentality. Some are clearly overlapping (sequential) features,
but were no doubt obvious and possibly maintained elements of the built
environment of later groups. Regardless of function, several hundred
geoglyph sites from the Brazilian Amazon document a vast distribution of
integrated settlements, perhaps less than 20% of the total number (Mann
2008). It is clear that relational features, including basic orientation, are
similar and that sites were likely planned as elements of a broad regional
social network.
In addition to the polities of eastern Bolivia, areas farther east in central
Brazil also gave rise to complex social formations, particularly in the Upper
Paraguai, Tapajós, and Xingu rivers, all dominated by settled Arawak-
speaking societies. In the upper Tapajós River headwaters, Antonio Pires
de Campos, an early frontiersman, made reference to the settlement
pattern of the Arawak-speaking Pareci nation: “These people exist in such
vast quantity, that it is not possible to count their settlements or villages, [and] many
times in one day’s march one passes ten or twelve villages, and in each one there are
from ten to thirty houses … even their roads they make very straight and wide, and
they keep them so clean that one will find not even a fallen leaf” (Pires de Campos,
1862[1720]:443-444, authors’ translation).

The Upper Xingu

The Upper Xingu basin is the easternmost of the southern Arawak groups
and recent archaeological work shows a settlement pattern very similar
to but even more developed and elaborated than that described for the
historic Pareci nation.
In many areas, continuity with ethnographic societies is difficult to
document and the development of “mission” or other colonial “mixed
blood” peoples, often involving significant geographic compression of
indigenous territories related to colonialism, often obscures continuity
in the practices of pre-Columbian and recent societies. The Upper
Xingu region is somewhat unique in this regard, as a region whose pre-
Columbian heritage is well documented and clearly documents historical
continuity with relatively unacculturated ethnographic Xinguano peoples
(Heckenberger 2005, 2009; Heckenberger et al. 2003, 2008).

190
The headwater basin of the Xingu River, the Upper Xingu region, is the
best known example of settlement patterns, and the implications of built
environment for socio-political organization.
The pattern at local and regional levels is remarkable, not because of
the scale of the monuments themselves, in terms of labor or height,
but the massive area scope and organization of public structures, which
are planned at local and regional scales, with orientations documenting
sophisticated knowledge systems related to astronomical, mathematical,
and engineering, which can be seen as extensions of corporeal, social, and
ritual dispositions.
In the area, well defined wetlands take on four forms: major channeled
meandering rivers, with associated levees and oxbow lakes, major braided
rivers, with marshy wetlands, dominated by buriti palm (Mauritia flexuosa)
and with deep “holes” that are likely anthropogenic to some degree,
smaller seasonal streams and ponds, and large permanent lakes and
ponds and seasonal lakes and small reservoirs, and large, deep lakes. In
terms of wetland management, few fish or other wetland fauna escaped
exploitation in local resource management systems that incorporate all
these areas and include, specialized fishing baskets, nets, pole-and-thatch
weirs, and associated dams and bridges, bow and arrow, and leister fishing,
although hook-and-line appears to be a recent addition.
The ecology is characterized by a wide diversity of forested areas and
wetlands, but it lacks the fertile floodplain soils or agricultural ADE (terra
mulata) soils of the Amazon River societies. Like other areas described
above, many areas of wetlands and forests were modified over generations
of near continuous occupation, and overtime well defined land-use
“zones,” consisting of areas of continual management (roads, settlements,
bridges), and areas of active but occasional management (gardens, fish
weirs, orchards, and grass fields for thatch), and areas that are utilized
but not actively managed (forest “preserves”). Earthen causeways are
present were roads pass over maintained wetlands, and are an important
component of wetland management system.
Archaeological studies (1992-2005) were conducted in the traditional
territory of the Kuikuro Amerindian community, whose three villages
form part of the larger Xinguano society (composed of nine sub-groups,
living in 14 villages, and almost 2500 people, confined today to the PIX).
The Kuikuro territory expands over an area of some 1200-1500 km² (the
regional society was minimally spread over an area ten times this size or
more in late prehistory based on known archaeological distributions).
Over 30 residential sites have been identified in the Kuikuro territory.
Most or all of these were occupied and inter-connected in late prehistoric
times (1250-1650) and were organized into two or three integrated and
ranked clusters of between 8-12 villages.

191
Figure 2. (A) Area of acutely anthropogenic forest marked by forest alteration in the southern
cluster; (B) Location of dGPS-mapped settlements, including major ditch walls (black line)
and road-edge curbs (red lines); d-GPS walls (red) and road and plaza curbs (black)
in the northern cluster

The cultural sequence can be divided into four major periods: (1) early
occupations by Arawak and, perhaps, Carib-speaking peoples, ca. 500 CE
or before, until 1250 CE; (2) a galactic period, from ca. 1250 to 1650
CE, or soon thereafter, marked by the integrated clusters of towns
(20-50 ha) and villages (<20 ha); (3) a historical period, dominated by
adaptation to the indirect and direct effects of Western expansion, from
ca. 1650 to 1950 CE; and (4) the modern period, from 1950 to now. The
first known occupations were agriculturalists (proto-Xinguano tradition),
were historically related to other Arawak-speaking groups to the west.
After AD 1250 there was a major reconstitution of the overall regional
settlement system, whereby settlements are reconstructed and formally
linked into galactic patterns of nodes and roads across the area through
the construction and/or elaboration of linear village earthworks.

192
The colonization of the Xingu and early Xinguano tradition were
established by 500 to 800 CE, or before, but occupations related to this
period are poorly understood, due to reworking of residential sites in
occupations associated with middle Xinguano or “galactic” period, 1250
to 1650 CE, is characterized by the integration of regional social clusters
into tightly integrated small polities, organized and planned within small,
well defined territories, and within a regional peer-polity that encompasses
the majority of the forested upper Xingu basin (Figure 2). Early late
Xinguano or “historic” period (1550-1750) occupations are only vaguely
remembered in oral traditions, which describe walled communities, but do
not situate galactic clusters or the major walled towns in local histories,
except as very ancient settlements viewed as components of “dawn time”
villages, before or at about the same time as human groups, including
Xinguano peoples, were born.
The galactic clusters of the late pre-Columbian period are particularly
noteworthy in regional ethnology. Xinguano (1250-1650) settlements
were densely distributed across nuclear areas of the Upper Xingu basin
(Figure 3). These settlements were organized into small territorial polities
composed of a core residential areas, defined by five primary sites, included
a walled or un-walled central settlement and four walled residential nodes,
all of large size (25-50 ha), situated according to cardinal directions in
relation to the center. The core area, roughly 50 km² in size, was largely
agricultural countryside and areas dominated by settlement and other
artificial constructions, although this area was no doubt characterized
by patches of secondary forest. Major residential settlements were
structurally elaborated with plaza and road mounds, forming a radial
pattern emanating from the circular central plaza, as well as peripheral
ditches and bridges associated with them. In non-core areas, smaller plaza
(<10 ha) satellite communities were distributed in a peripheral zone, which
was a mosaic landscape of forest and agricultural areas. Areas between the
galactic clusters formed a “green belt” of dense forest located between
independent clusters (polities).
The domesticated landscapes of the Upper Xingu basin in late prehistoric
times reveal critical dimensions and perspectives on the built environment,
as a form of cultural memory that reflects unique principles of symbolic
and social self-organization in cultural systems through time. In
particular, the orientation of human bodies and their movements through
structured space in domestic and public settings and across the broader
landscapes, and how these practices become inscribed or “sedimented”
in built environments. One aspect of the landscape that is only partially
understood in many areas is the actual social-political partitioning of the
land, including internal settlement divisions, regional distributions and
integration, and the more fixed patterns of near settlement agriculture,
distant countryside, and more remote wilderness. In pre-Columbian times,

193
Figure 3. (A) Site locations and d-GPS-mapped settlements and roads in study area; inset:
dGPS mapped road/plaza curbs ar X13; (B) cluster distributions, including core walled
settlement (white); core hub sites (white star) and smaller plaza and non-plaza residential
sites (black); note: open circles denote predicted locations based on indigenous knowledge of
earthworks and ADE (egepe) and partially mapped hub site (X35)

landscapes were more densely packed and land-use was more intensive.
Settlements and countryside features (fields, orchards, and wetlands) were
laid out and administrated according to more rigidly defined divisions.
Where today there are three villages of about 500 people (one of 350 in
1993), there were over 20 settlements, in at least two clusters, with the
larger first-order settlements ranging well over ten times the residential
area of the Kuikuro. These settlement hierarchies were both centric and
multi-centric, but unquestionably integrated territories of about 250-400
km².
In the context of multiple contemporary villages, such as typical in
the past, a lattice-like pattern was created by roads and plaza villages
and adjacent communities would have overlapping orbits of cultivated
and managed lands. This raises the question of whether European
depopulation actually curbed deforestation, which may have degraded
local lands by the 16th century but more likely not given the remarkably
sophisticated system of land management that was sensitive and well-
adjusted to ecological variation. Certainly in the past there was a greater

194
proportion of non-forested to forested areas, but evidence suggests that
sustainable levels of land-use were being maintained. In fact, it seems
that economic productivity and landscape configuration had co-evolved
over many centuries, and intensification was carried out by fine-tuning the
diverse and patchy orchard, field, and garden agricultural areas, as well as
amplification of wetland fisheries.
It is often hard to say what the exact scale of communities or regional
populations was, but the configuration of villages is quite clear. Plaza
villages, like today, were critical social nodes and tied into elaborate socio-
political networks. Primary roads and bridges are oriented to plazas, or
more accurately, are ordered by the same spatial principles, which also
orders domestic and public space, creating a landscape that was highly
partitioned and rigidly organized according to the layouts of settlements
and roads. These plaza villages and, by extension, galactic clusters are
easily detectable across the region, but detailed regional survey has only
been conducted in one area, the Kuikuro territory.
The actual planning that went into these regional constructions is well
known from the Xingu. Large walled towns, 15-50 ha, small non-walled
villages (<15 ha), as well as short-term hamlets and ADE farming plots,
and large agricultural countryside of mosaic production areas. In galactic
clusters, both internal and external relations were hierarchical. Internally,
the plaza ritual complex is a nested hierarchy of plazas and, by extension,
the living descendents of elite ancestor). This is a variation of the complex
of political ritual characteristics that led to the definition of a theocratic
chiefdom, the definitional “temple-idol-priest” complex (Steward and
Faron 1959). In other word, the ancestors buried at small (non-walled)
communities were encompassed by medium and large communities, and
all were subordinate to the ritual political centers of each cluster, the
“theater capitals” of these small polities.
In prehistoric times, polity rather than society may be the appropriate
term, since it was not a confederation of peer-villages, but instead a
confederation of peer-clusters, with communities that extended over an
area some 200 x 100 km, or more (or about 20,000 km²). In this area,
there may have been up to 50 clusters, given 400 km² as a territory in the
past, but this, like precise population estimates, is premature. My educated
guess is that clusters ranged from under 1,000 to over 2,500, and perhaps
as much as 5,000; that there were at least 25 of them in the Xinguano peer
polity or nation in 1492; and, the overall populations is estimated to range
from 50,000-100,000.
Xinguano agricultural patterns can also be reconstructed over the long
run, as well through analysis of functionally specific utilitarian ceramics
through time, which show continuity in forms used to cook manioc
and fish. Xinguano diet is dominated by fish and manioc (>80%),
supplemented by turtle, turtle eggs, monkey and bird, several insects,

195
pequi fruit, several palm fruits and several other fruit trees (Carneiro 1983,
Basso 1973). Agricultural landscapes are composed of clusters of manioc
plots, some of which are turned into successional pequi (Caryocar sp.) fruit
tree orchards, and large areas of sapé grass (Imperata sp.), “hay-fields,” and
scrub forest (tehugu in Kuikuro Xinguano). These areas grade into high
forest itsuni, which in the ancient galactic clusters formed large wilderness
areas between polities.
Diverse palms and other useful trees and plants are concentrated in
abandoned settlement areas, and particularly dense in ancient sites.
Anthropogenic dark earths (ADE) form an integral part of the landscape.
Today, ADE comes in two primary forms, house trash middens (tsulo)
and the soil and vegetation characteristics of forested archaeological sites,
called egepe. Egepe sites are characterized by a mosaic soil patterns, including
soils, also called egepe, which is also the name of corn plots (Carneiro
1983), resulting from the distributed in overlapping and sometimes mixed
refuse disposal middens (composts), domestic contexts and work areas,
and public areas, such as the plaza and it’s ritual house, or the roads leading
away from it (Schmidt 2010). In contemporary villages a pattern of ringing
tsulo, enclosed by an area of non-egepe soils, modified by burning farther
from villages, which is likely similar to practice in agricultural countryside
associated with pre-Columbian settlements. In these sites, ADE soils that
are concentrated in settlement core areas and form macro-strata that
cover areas of about 6 to 8 hectares (within larger residential sites, 20-50
ha). In other areas, trash middens and domestic areas show restricted soil
darkening and alterations, like in contemporary villages. This distribution
of ADE deposits, like vegetation and wetland habitats, is the historical
outcome of Xinguano settled agricultural lifeways, including village
permanence, as well as sustained demographic decline during the past five
centuries. Many technologies, such as subterranean manioc storage, and
water-storage features in seasonal ponds (wells, or forming of existing
channel, in place since late Pleistocene), turtle pens have largely been
abandoned, although fish weirs are still widely in use.
Late pre-Columbian networked polities extended over an area larger than
Wales, which established a grid-like pattern of settlements across the region
(Figure 4). Core areas of integrated (galactic) polities, estimated at roughly
50 km² were largely deforested agricultural countryside, surrounded by
more mosaic forest and converted land-use areas across the roughly 250-
400 km² territorial area of each polity (Figure 4). The over a dozen known
polities extend over an area of minimally 20,000 km², and given that much
of the area is un-surveyed and likely had numerous additional polities may
have covered an area of 50,000 km² (Heckenberger 2005; Heckenberger
et al. 2008). The extent of anthropogenic landscapes in the Upper Xingu
headwater basin is likewise characteristic of other headwater basins in the
southern Amazon transitional forests. The implications for biodiversity are

196
clear: rather than pristine tropical forest, biodiversity across the area, both
in terms of broad regional distributions and the specific composition of
local settings, must be understood as the result of complex socio-cultural
and historical factors, as well as local and regional ecologies. A further
implication is that the semi-intensive resource management and land-use
strategies of the pre-Columbian past have important clues not only to
the composition of tropical nature in these areas, but also appropriate
strategies for conservation and sustainable development, including the
recognition of indigenous rights and the importance of indigenous
knowledge systems in contemporary environmental discourse and policy.

Figure 4. (A) Putative minimal (orange=20,000 km²) and maximal (red=50,000 km²)
core area of pre-Columbian peer polity based on known distribution of major walled towns
(white circle) and suspected clusters, based on indigenous knowledge of possible earthwork
sites (red circle); three major sacred sites noted with black dots; note: study area is black box;
ecological transition between forested headwater basin and upland open woodland and scrub
forest marked by yellow hatched line; (B) site locations and putative roads in Kuikuro area
extrapolated from d-GPS-mapped settlements (closed red dot) and road curbs (putative clusters
= white circle; study area = black box) (from Heckenberger et al. 2008)

197
Considering the scale of pre-Columbian social formations, including large
settlements, which just in terms of timber use for major palisade walls
(2 km long) and other structures in major villages and thatch for houses,
harvested from vast areas of anthropogenic sape (Imperata sp.) grass fields,
was a large scale industrial economy in pre-modern terms. This was
supported by large agricultural countryside, focused on manioc and tree
crop agriculture, within broad patchy mosaics of gardens, orchards, grass
fields and low- and medium-height secondary forest in complex long-
term rotational cycles. Likewise, wetlands were extensively managed and
anthropogenically altered, which like the forest areas included a complex
network of greater and lesser human paces. But, critically, these past
systems refined a management system that, unlike current development
strategies, worked with rather than against nature.
Regional ethnohistory shows diverse migrations and episodes of
ethnogenesis, in response to Western frontier expansion over five
centuries, which helped filled the gap of declining population, but by
1950 the regional population was a mere 500, perhaps less than 5% of
its pre-Columbian size (Heckenberger 2005). Proto-historic occupations
are poorly known, but can be considered transitional between the well-
established galactic clusters and the reconstituted Xinguano society
known from 1884 onward, which had lost the tightly integrated and highly
planned aspects of earlier regional clusters and entered a period of major
depopulation, geographic compression, and ethnogenesis. Population
compression continued through the mid-20th century, but more recent
subgroups, which moved into the area after 1800. Overall, population
collapse resulted in a process of landscape “fallowing,” as settlement after
settlement was merged and areas whole areas abandoned. The Upper
Xingu is an unparalleled example of what a large, settled pre-Columbian
polity looks like after five centuries of decline, including the resilience of
basic cultural, such as circular plaza village form, land-use and landscape
orientations and resource management.

Archaeology & Science Friction

There are few places on earth where “nature” looms as large in the Western
imagination as the Amazon. Early European explorers were awed by its
vast natural resources, today coveted by developers and environmentalists
alike. The Amazon is often viewed as a vast wilderness, only lightly occupied
and unused – “owned” – by native peoples, the setting, par excellence, of
pristine nature and primitive tribes – the alter-egos of Western civilization
and built environment. Portrayed as small-scale or “simple” societies,
indigenous peoples possess scant means to transform or “domesticate”
nature. And, as wilderness, terra nullius, “empty” or “undeveloped” land,
the region is open to development or conservation as outsiders see fit. The

198
discourse of backwardness further implies that indigenous peoples are
unlikely to provide forward thinking solutions to contemporary problems,
incapable of knowledgeably “developing” or “conserving” the land, and
even an impediment to social advancement more generally: “why so
much land for so few people.” As Alcida Ramos (1998:157) notes, under
successive government agencies: “Indians were turned into hopeless children, lost
in ignorance, living under the wing of the state, which … kept them in a sort of civil
suspended animation…”.
This willful ignorance of indigenous histories and voices pervades many
broader discussions on sustainable development and the environment
(Brondizio, Ostrom and Young 2009). Recent discussions about the
resilience of tropical forest ecosystems rarely attends to anthropogenic
landscapes, which differ from non-altered forest areas, such as their ability
to withstand or recover from shock, in this case from climate fluctuation
and land cover change. Many scientists still maintain views of pristine
nature (McMichael et al. 2012), based on small, decontextualized samples.
These studies not only woefully underrepresent existing archaeological,
ethnohistoric and ethnographic evidence but ignore the epistemological
and political implications of the conclusion that the region was terra
nullius, which disempowers indigenous groups and other small-scale rural
communities, precisely the groups most responsible for the stewardship
of the region.
Recognition of late prehistoric and historic period complex societies
in the Brazilian Amazon refutes traditional views that portrayed the
region’s environment as inimical to the development of such societies.
Early portrayals of the deep history of the region in the mid-20th century,
typically focused less on what lowland people were, but instead what they
were not or, more precisely what they lack – the harbingers of classical
civilization, such as stone architecture, cities, domesticated animals, writing,
surplus, among other things. New approaches to Amazonian deep history
attempt to rewrite the rules and trait-lists of human civilizations to include
the obviously large, densely settled, and socio-politically complex societies
in several areas, and thus avoid evolutionary caricatures from other areas
that truncate contemporary Amazonian peoples from their deep history.
Oddly enough, one enticing model of how to conceive of these Amazonia
systems was provided from industrial era England. In Garden Cities of
Tomorrow (1902), Ebenezer Howard, one of the forefathers of the urban
green movement, proposed an alternative model of sustainable urban
development, “garden cities,” as an alternative to industrial urbanism. The
model proposed tightly integrated networks of towns, each gravitating
around a central public park, orbiting around a core town. Towns were
linked by well-developed transportation and communication networks and
the multi-centric form produced a more subtle gradient between urban
and rural areas and coupled with well-developed transportation networks.

199
Recent archaeology and indigenous history conducted in the Upper Xingu
area has revealed small galactic clusters of settlements, composed of a
central plaza settlement and four satellite plaza settlements, cardinally
oriented in relation to the exemplary plaza hub, which were tightly integrated
by major roads and surrounded by mosaic countryside of fields, orchards,
gardens, and forest. Far from stereotypical models of small tropical forest
tribes, these patterns were carefully engineered to work with the forest and
wetland ecologies in complex urbanized networks.
Similar systems may have been quite common, if not typical, of
Amazonian pre-modern complex societies, as well as those in many parts
of the pre-Industrial world, particularly major forest regions at the onset
of the Anthropocene, ca. 1000-1500. If Howard had been aware of
them, such multi-centric, networked forms, with sophisticated systems of
planning and socio-ecological connectivity, may have merited a chapter
– garden cities of yesterday. Moreover, in the face of serious choices
indigenous peoples must make in the contemporary world, local “home
grown” solutions – restricting past land management strategies – offers
viable alternatives for sustainable development in their lands, as their
populations rebound in the 21st century. Suddenly, one of the best answers
provided to the vexing question of how to “Save the Amazon” in terms
of conservation and development, is provided by its indigenous peoples,
who constructed forest and wetland technologies that worked with the
natural environment not against it.

References

Balée, W. (Ed.), 2010, Long-term Anthropic Influences on the Diversity


of Amazonian Landscapes and Biota. Special Issue, Diversity, 2010.
Balée, W., Erickson, C., 2006, Time and Complexity in Historical Ecology: Studies
from the Neotropics. Columbia University Press, New York.
Basso, E., 1973, The Kalapalo Indians of Central Brazil. Holt, Rinehart, and
Winston, New York.
Brondizio, E., Ostrom, E., Young, O., 2009, Connectivity and the
Governance of Multilevel Social-Ecological Systems: The Role of
Social Capital. Annual Review of Environmental Resources, 34: 253-278.
Carneiro, R., 1983, The Cultivation of Manioc among the Kuikuro Indians
of the Upper Xingu. Adaptive Responses in Native Amazonians, Hames,
R., Vickers, W., Eds., Academic Press, New York: 65-111.
Clement, C., 1999, 1492 and the Loss of Amazonian Crop Genetic
Resources. I. The Relation between Domestication and Human
Population Decline. Economic Botany, 53: 188-202.
Clement, C., et alii, 2010, Origin and Domestication of Native Amazonian
Crops. Diversity, 2: 72-106.
Denevan, W., 2001, Cultivated Landscapes of Native Amazonia and the Andes.

200
Oxford University Press, Oxford.
Dull, R., et alii, 2010, The Columbian Encounter and the Little Ice Age:
Abrupt Land Use Change, Fire and Greenhouse Forcing. Annals of
Association of American Geographers, 100: 1-17.
Erickson, C., 2000, An Artificial Landscape-Scale Fishery in the Bolivian
Amazon. Nature, 408: 190-193.
Erickson, C., 2006, The Domesticated Landscapes of the Bolivian Amazon.
Time and Complexity in Historical Ecology: Studies from the Neotropical
Lowlands, Balée, W., Erickson C., Eds., Columbia University Press,
New York, USA: 235-278.
Erickson, C., 2008, Amazonia: The Historical Ecology of a Domesticated
Landscape. Handbook of South American Archaeology, Silverman, H.,
Isbell, W., Eds., Springer, New York: 157-83.
Heckenberger, M. J., 2005, The Ecology of Power: Culture, Place, and Personhood
in the Southern Amazon, AD 1000-2000. Routledge, New York.
Heckenberger, M., 2009, Mapping Indigenous Histories: Cultural
Heritage, Conservation and Collaboration in Indigenous Amazonia.
Collaborative Anthropologies, 2: 9-20.
Heckenberger, M., et alii, 2003, Amazonia 1492: Pristine Forest or Cultural
Parkland? Science, 301: 1710-1714.
Heckenberger, et alii, 2008, Pre-Columbian Urbanism, Anthropogenic
Landscapes, and the Future of the Amazon. Science, 321, 1214-1217.
Heckenberger, M., and Neves E., 2009, Amazonian Archaeologies. Annual
Review of Anthropology, 38: 251-266.
Hornborg, A., Hill, J., 2012, Ethnicity in Ancient Amazonia. University of
Colorado Press, Boulder.
Mann, C., 2008, Ancient Earthmovers of the Amazon. Science, 321: 1148-
1151.
Mason, B., 2004, The Hot Hand of History. Nature, 427: 582-583.
McMichael, C., et alii, 2012, Sparse Pre-Columbian Human Habitation in
Western Amazonia. Science, 336: 1429-1431.
Miller, E., 1983, História da cultura indígena do alto médio-Guaporé (Rondônia
e Mato Grosso). Dissertação de Mestrado, Pontifíca Universidade
Católica do Rio Grande do Sul, Porto Alegre.
Neves, E., 2006, A Arqueologia da Amazônia. Jorge Zahar: Rio de Janeiro.
Pires de Campos, A., 1862[1720], Breve Notícia que dá o Capitão Antônio
Pires de Campos do gentio que há na derrota da viagem das minas
de Cuyabá e seu recôncavo. Revista Trimestral do Instituto Histórico,
Geográfico e Etnográfico do Brasil, 5: 437-449.
Posey, D., Balée, W., 1989, Resource Management in Amazonia: Folk and
Indigenous Strategies. Advances in Economic Botany, No. 7, New
York Botanical Garden.
Ramos, A., 1998, Indigenism: Ethnic Politics in Brazil. University of Wisconsin
Press, Madison.

201
Rostain, S., 2012, Islands in the Rainforest: Landscape Management in Pre-
Columbian Amazonia. Left Coast Press, Walnut Creek, CA.
Ruddiman, W. F., 2013, The Anthropocene. Annual Review of Earth and
Planetary Sciences, 41: 45-68.
Ruddiman, W. F., 2003, The Anthropogenic Greenhouse Era began
Thousands of Years Ago. Climatic Change, 61: 261-293.
Schaan, D., 2011, Sacred Geographies of Ancient Amazonia: Historical Ecology
of Social Complexity. Left Coast Press, Walnut Creek, CA.
Schaan, D., Ranzi, A., Pärssinen, M., Eds., 2007, Arqueologia da Amazônia
Ocidental: Os Geoglifos do Acre. Editora da Universidade Federal do
Pará, Belém.
Schmidt, M., 2010, Reconstructing Tropical Nature: Prehistoric and Modern
Anthrosols (Terra Preta) in the Amazon Rainforest, Upper Xingu River,
Brazil. Unpublished PhD dissertation, University of Florida.
Steward, J, and Faron, L., 1959, Native Peoples of South America. McGraw-
Hill, New York.
Walker, J., 2008, The Llanos de Mojos. Handbook of South American
Archaeology, Silverman, H., Isbell, W., Eds., Springer, New York:
937-938.
Willis, K.J, Gillson L., Brncic, T.M., 2004, How virgin is virgin rainforest.
Science, 304: 402-403.

202
Las Alas del Tigre.
Acercamiento iconográfico a una
mitología común entre los Andes
prehispánicos y la Amazonia
contemporánea 1

Dimitri Karadimas
CNRS, Paris

Introducción

Muy comunes en las culturas prehispánicas del continente Sur-americano,


tanto en las Tierras Bajas como en los Andes, los seres híbridos aparecen
mayoritariamente como personajes antropomorfos en las iconografías o
como disfrazos en los rituales contemporáneos.
En este breve estudio, proponemos exponer como lo que aparece una
expresión aislada de representaciones de monos y rayas, de personajes
solares alados, pareciendo ser elementos propios de cosmovisiones
locales, pueden ser identificados a modelos difundidos en varias áreas
culturales de distintas épocas. Estos, aparentemente, se basan sobre una
trama mitológica común.
El acercamiento iconográfico que proponemos parte de una mirada
antropológica, mas exactamente etnológica, con un entendimiento del
mito de las sociedades actuales de la Amazonia. Esta mirada se dirige hacia
la iconografía prehispánica con el propósito de analizarla de la misma
manera que se analiza el mito y el ritual en las sociedades contemporáneas.
Hemos utilizados este tipo de atención iconográfica en varios trabajos
anteriores (Karadimas 1999; 2000-2001; 2003a…) para mostrar como
existe una cierta regularidad temática que se basa tanto en la estabilidad
de los referentes del entorno como en la modalidad antropomórfica y de
la proyección analogista propias a la percepción humana. Esta perspectiva
comparatista entre etnología, iconografía y arqueología permite establecer
puentes entre las sociedades actuales que habitan la Amazonía y las
sociedades prehispánicas de los Andes. Con esto no queremos establecer
una preexistencia de las unas sobre las otras, sino más bien señalar que
la continuidad cultural entre Tierras Bajas y Altas es mas probable que
una nítida discontinuidad. De este modo esperemos hacer una evaluación
mas clara de las formas cosmológicas adoptadas por algunas sociedades
amerindias en el transcurso de los siglos.
Presentaremos brevemente el problema de la variación de los modos
figurativos: Que tipos de modalidades figurativas están adoptando las

203
sociedades indígenas del Sub-continente cuando, por ejemplo, presentan a
un jaguar con alas, llevando entre sus garras lo que parece ser, en primera
vista, una serpiente? El ser hibrido tiene que ser analizado de forma
novedosa a las que han sido hechas hasta hoy.
Seguiremos por una breve presentación de los logros de este aproche
acerca de la iconografía de la región Pasto/Nariño en su relación probable
con la mitología encontrada hoy en el medio Caquetá colombiano, pero
también con Yurupari, un personaje central que cumula varios papeles entre
las poblaciones del Noroeste amazónico tanto entre Tukano-hablantes
que entre Arawako-hablantes donde se conoce como Kuwai.
Nuestro trabajo se presenta como una perspectiva comparativa entre
iconografía, etnología y arqueología en la cual se plantea la problemática de
las figuraciones de tipo naturalista vs. analogista. Se tomara como postulado
de análisis al punto de vista analogista (así definido por Descola 2005,
2010) en el cual la realidad se presenta no bajo un retrato de lo existente,
sino mas bien de lo que evoca para cada sistema cultural. Un pez-gato por
ejemplo, no tiene que ser figurado bajo un retrato naturalista, sino por lo
que esta evocando, es decir, por sus “bigotes” que recuerdan a los de un
gato; representarlo con una imagen en la cual se le agrego una cabeza de
gato a un cuerpo de pez —un hibrido, entonces, para nuestra ontología
naturalista. Esta manera de actuar no es representar un ser fantástico, sino
figurar a un ser existente bajo un aspecto de lo que constituye su nombre.
La imagen presenta entonces una evocación y no un retrato naturalista.

Acercamiento iconográfico

Cuando la arqueología se ve enfrentada con temáticas iconográficas, no


tiene otra opción que proponer unas interpretaciones generales que parten
del hecho que las escenas dibujadas o pintadas encima de varios soportes
son una transcripción mas o menos fiel de lo percibido en el entrono o
en rituales. Emite la hipótesis que las escenas son una figuración de lo
percibido, un poco al modo de lo que hoy nos presentan imágenes de tipo
naturalista como la fotografías o los retratos.
Existe, evidentemente, unas tantas imágenes que no encajan en este
modelo interpretativo: tanto los seres híbridos como las figuras abstractas
no pueden ser vistos como un retrato de algo existente. Es entonces a este
momento de la interpretación que intervienen unas hipótesis acerca de la
identidad de los seres representados y, si están interactuando en escenas
mas complejas, de la supuesta representación que se esta viendo.
A cambio de las escenas de la mitología griega, por ejemplo, no existe para
el continente suramericano un sistema de escritura que hubiera permitido,
como en el caso mediterráneo o mesopotámico, de mantener en el tiempo
a historias y mitos hasta el presente y dar así una guía interpretativa de las
escenas pintadas en las vasijas.

204
Resulta de estos hechos muy básicos que las interpretaciones de las
iconografías prehispánicas no deberían tener otra opción que la de
mirar hacia datos etnohistóricos u etnológicos si no existen entre ellos
elementos de comparación posible para dar un mejor entendimiento a lo
que se esta viendo en escenas como por ejemplo en la escenas llamadas de
“navegación” o de “entierro” de los Moche de la costa peruana.
Nuestros reflexiones y propósitos hacen mas bien el contrario. No
empezamos por las piezas arqueológicas producidas por los pueblos
amerindios pasados, sino que nos enfrentamos con una seria de mitos
contemporáneos recogidos o por nosotros mismos o por colegas
etnólogos acercas de sociedades contemporáneas. El primer trabajo
fue entonces de entender a los mitos e a los ritos —un trabajo de tipo
etnológico— y solamente en un secundo tiempo hemos tratado de tener
hacia las piezas arqueológicas una mirada interpretativa enriquecida de los
resultados de la interpretación mitológica y ritual. Miramos entonces a las
piezas arqueológicas teniendo en la mente a una mitología de la cual los
indígenas han podido informarnos sobre sus múltiples implicaciones y
significados.

La mitología de los Cuatros Monos entre el Noroeste Amazónico y


los Andes

Recolectada por nosotros en los años 90 entre los Miraña del Caquetá
por la boca un sabedor de este grupo, “Flor de Achiote”, la mitología
de los cuatro monos cuenta el origen del chontaduro (Bactris gasipaes) y el
antagonismo entre los seres celestes.
En tiempos primordiales, un hombre denominado Luna tenia relaciones
sexuales con una mujer llamada Kinkajú (o Perro de Monte: Potos flavus, un
pequeño mamífero nocturno), la cual esta representada hoy por el lucero
de la mañana (Venus: i.e. el encuentro nocturno de Luna con Venus). Antes
de encontrar a Luna, esta misma mujer tenia relaciones incestuosas con sus
propios hermanos, los tutamonos o monos nocturnos (Aotus sp.), quienes,
en numero de cuatro, están representado hoy por las estrellas periféricas
de la constelación de Orión que forman un trapecio (Betelgeuse, Rigel,
Bellatrix y Saiph). Luna pelea con sus cuñados a propósito de esta mujer
y los persigue toda la noche hasta la mañanita donde se esconden en un
tronco hueco como lo hacen estos monos en la selva. Luna pasa la cabeza
por el hueco donde huyeron sus cuñados-enemigos y estos, desde adentro
del tronco, lo decapitan jalándole la cabeza (desaparición equinoccial de
la Luna al Oeste precedido por Orión). Esta cae en el inframundo de los
peces donde se transforma en un racimo de chontaduro.
Sol, hijo de Luna, nace sin saber que tuvo padre; de la relación incestuosa
entre la mujer Kinkajú y sus hermanos los tutamonos se había desarrollado
un ser que se volvió la placenta de Sol y que, una vez botado al rio después

205
del parto, se transformo la raya de agua dulce (Orión como doble nocturno
de Sol al Este). Una vez que aprende que tenia padre, Sol retoma el nombre
de su genitor “Soplador-de-Cerbatana” (que es también el nombre que
se da a una avispa, cf. infra). Para vengarlo, mata a sus tíos maternos
flechándolos con la cerbatana de su padre, los come, pinta las calaveras
de bandas negras (el origen de la marcas negras que se encuentran sobre
las caras de estos monos : mas que todo en la variedad trivirgatus de Aotus
sp.) y las pone encima de cada uno de los cuatro estantillos centrales de
la maloca donde usaban vivir. Aprendiendo el hecho, la mujer Kinkajú se
transforma en verdadero kinkajú y se deja matar por su hijo quien, cuando
come al animal, se da cuenta que mato y comió a su propia madre.
El mito se termina cuando el héroe cultural decide irse en el mundo de los
peces para recuperar la carne de su padre —el chontaduro—, y enfrentarse
con su medio-hermano la Raya, hijo incestuoso de sus tíos maternos los
tutamonos. Antes de esto, Sol había robado la mujer-pescado a su medio-
hermano. Después de haber derrumbado al racimo de chontaduro, traga
a una semilla, la lleva hasta la tierra y termina matando a la Raya que le
había chuzando su agujón para tratar de vengarse por el robo de la mujer-
pescado.
He analizando este mito en varios artículos para mostrar la fuerte énfasis
que llevaba en términos de relaciones astronómicas en las cuales Orión
estaba, el la primera parte del mito, identificado a los monos y interactuando
con la Luna (Karadimas 1999), a cambio de la secunda parte, donde se
identifica a la Raya cuando esta relacionado al Sol (Karadimas 2003a).
Cada una de esta fase esta presentada en el mito de manera que padres e

Figura 1 a, b: Variación combinatoria entre cuatro monos y estrellas en la iconografía Carchi-


Nariño (a: Museo del Banco central, Quito, foto del autor;
b: Lavallée & Lumbreras 1985: 130, foto 121)

206
hijos se completa a cada horizonte: los Monos nocturnos como padre de
la Raya (Orión al Oeste y al Este), Luna como padre de Sol pero que tiene
que compartir una sola mujer (Venus) que se vuelve una sola madre para
los dos enemigos de la secunda generación, Sol y Raya quienes, a su torno,
les toca competir por una Mujer-pez. He también presentado el hecho
que Sol y Luna, entre los Miraña, se identifican a una avispa parasitoide
(Karadimas 2003b) y que esta misma avispa se encuentra entre los grupos
del Vaupés bajo el nombre del héroe cultural Yurupari (Tukano) o Kuwai
(Arawak) (Karadimas 2007, 2008, 2012).

El Carchi/Nariño

Una de la primera expresión grafica de este mito se encuentra en la región


del Carchi-Pasto, donde las culturas prehispánicas Capulí y Tuza usan de
figuras de monos asociados a estrellas (Figura 1).
Hemos mostrado que tanto la temática de los monos, como la de la
estrellas pueden ser ligadas a la constelación de Orión. Además, en
la orfebrería de la misma zona, los monos están ligados a imágenes de
racimo de chontaduro y no solamente a estrellas o representaciones de
cuerpos celestes como Sol, Luna o Venus (cf. Karadimas 2005). Aunque
ha sido analizado como mazorca de maíz, aparece mas como un racimo
de frutas de palmas —las pepas, separadas por huecos, están amaradas por
arriba por el peciolo—: es así una referencia a especias de tierras bajas y no
a plantas andinas (cf. Figura 2).

Figura 2: Asociación de monos con un racimo de palma


(Museo del Banco Central, Quito, foto del autor)

207
Mas que Andina entonces, la mitología que acompaña esta iconografía de
monos y estrellas, resultaría mas bien de un intercambio en Tierras Altas
y Bajas, o de une dispersión de un mitema en una zona mas amplia y que
involucra otras áreas culturales u otras épocas.
“Soplador-de-cerbatana”, el nombre dado en la mitología Miraña a Luna
y después a Sol, lo es también a una avispa parasitoide. Esta se reproduce
paralizando a unas arañas o unos gusanos para que sirven de receptáculo
y de comida para su cría. El nombre de los monos nocturnos, temü, es
también el de unas arañas de casa entre las cuales se encuentran las de
la familia de los Heteropodidae y, mas que todo, de los Licópside. Estas
ultimas son arañas cazadoras que tienen en la parte frontal unos ojos con
repartición en forma de trapecio, como la estrellas periféricas de Orión.
De noche, los ojos brillan como los de los monos nocturnos cuando
están en presencia de una fuente luminosa. La relación de enemistad entre
Sol y sus tíos maternos los cuatros monos nocturnos se la pueda aplicar
también a la avispa parasitoide y sus presas las arañas. Estas son como
unos enemigos paralizados que usa el himenóptero para servir de comida
para su cría. En el ritual donde estos seres entran bajo forma de mascaras,
la avispa es representada como un ser antropomorfo teniendo un largo
pene que representa al abdomen y al aguijón de la avispa.

Yurupari

En la mitología del Noroeste amazónico, principalmente entre los grupos


de hablo Tukano oriental, pero también de hablo Arawak (Tariano,
Baniwa, etc.), existe un ser creador visto simultáneamente como negativo
y positivo. Llamado Yurupari en la literatura etnográfica desde el siglo
XIX, aparece entre estos grupos como Wayaberoa, Kuwai o Uarli. En las
dos familias de lenguas, estos nombres aluden a “abejas”, siendo esta
ultima denominación una referencia a una clase, los himenópteros alados
(aunque no involucra a las hormigas). Representa a estas avispas, siendo
su modo de reproducción parasita a costo de otro ser que se mantiene
vivo aun devorado por la cría, interpretado como una conducta negativa
por la cual fue quemado en los tiempos originales (Karadimas 2007, 2008,
2012). La principal cualidad que los grupos de la región escogieron de este
himenóptero es su capacidad depredadora acerca de sus presas, no con el
fin de nutrirse de estas, sino de servir al mismo tiempo de receptáculo y de
comida para sus crías (comportamiento visto también como positivo). En
términos antropomorfos, los enemigos-presas sirven de “mujer-madre” a
las larvas que los comen desde el interior y, así, se transforman en avispas
adultas (Karadimas 2003b; 2012).
Este personaje mitológico de primera importancia para los grupos del
Vaupés participa en varios ritos de iniciación donde puede aparecer como
mascara, flauta o como trompa (Karadimas 2008).

208
Es el modo de reproducción que sirve de modelo conceptual a los ritos
de iniciación de los jóvenes adultos masculinos a quienes se les presentan
unas flautas que son prohibidas a la visión de los no-iniciados. Ellos tienen
que “salir” de las flautas, que representan unas crisálidas, o unas “casas
de piedra” como aparecen las estructuras de baro construidas por las
avispas adultas para encerar a sus presas. Las flautas reproducen tanto
el sonido del héroe cultural —un fuerte zumbido— que dan una imagen
de los nidos —tubulares, en forma de vasija, o en crisálida— donde las
“presas”, es decir los adolescentes, van a ser transformados en hombres
adultos que representan los ancestros primordiales (avispas; cf. Karadimas
2008). Mostramos en un articulo de 2007 que este personaje mitológico
fue representado en la iconografía de culturas prehispánicas de los Andes
centrales de Perú, en especial en unas telas funerarias de origen Chimu,
pero también Huari. En estas telas pintadas, la avispa antropomorfa es
acompañada por una figuración de cuatro monos, dispuestos de la misma
manera que las estrellas de la constelación de Orión, cuando se presenta
al Oeste, ligado a la luna. El propósito aparente de la presencia de este
mitema en material funerario se basa en la relación que tiene la desaparición
occidental de los astros y con su reaparición al Este después de haber
transcurrido un camino subterráneo equivalente al de los difuntos. Orión
juega aquí el papel de psicopompo o acompañante de los muertos y, al
mismo tiempo, su condición de constelación llevando el alma del difunto
en el cielo nocturno donde quedara como estrella.

Las escena de “navegación” entre los Moche

Figura 3: Escenas de “navegación” Moche sobre las cuales aparecen asociadas figuras
de rayas paradas, de seres con alas de insectos, el motivo del atado de armas
(según Donnan & McClelland 1999, fig. 6.163)

209
Las escenas de “navegación” Moche, para regresar a ellas, presentan
dos seres parecidos, puestos cada uno en un balsa de totoro con pies,
sobrevolando así corriendo un mar materializado por unas olas diseñadas
al nivel mas bajo de la vasija (cf. Figura 3).
Escoger a las iconografías de estas escenas no fue hecho con el propósito
de explicar su iconografía fuera de toda comparación y así quedarse en
el rumbo bien delimitado de los estudios de la iconografía Moche. Las
escogimos después de haber hecho un trabajo interpretativo acerca de la
mitología del noroeste amazónico, de haber estudiado sus implicaciones
tanto etnoastronómicas como rituales. Nuestra mirada hacia estas escenas
esta así cargada de unos tantos conocimientos que nos permite entonces

Figura 4: escena de navegación Moche en la cual el remero esta rodeado por una multitud de
atados de armas dirigidas contra él (Fowler Museum, UCLA: X86.3807)

210
tener una grilla de lectura mas o menos afinada acerca de lo que estas
escenas deberían representar. Así, representar a rayas paradas entre las
dos embarcaciones por ejemplo, fue muchas veces interpretado como una
evocación de los seres marinos y, de este modo, una evocación redundante
del mar (puesto que este ya fue representado una primera vez gracias a los
olas que aparecen en el dibujo). La razón de su presencia en la iconografía
debería por lo tanto tener otro propósito que una mera evocación de los
ser marinos.
En numero de cuatro, la formas de escudos y de armas dispuestas alrededor
del remero de la primera embarcación se encuentran también dibujadas en
las ansas de algunas vasijas de esta tradición. Si aparecen en un numero
mas grande alrededor del remero en otras representaciones de la misma
escena, guardan siempre una orientación de la punta de la masa de arma
hacia él (Figura 4).
Donnan (1978) las analiza como representaciones de un atado de armas
atrás de un escudo circular con una maza de arma o porra, la cual esta
habitualmente figurada parada, es decir vertical, las lanzas y las sogas
dispuestas de manera a formar una disposición radiante alrededor del
escudo central.
Cuando no aparece simétricamente de parte y otra de las ansas de las
vasijas, los artesanos Moches agregaron unos monos en vez de las dos
formas de atados de armas ausentas. Como las vasijas mas ancianas tienen
comúnmente cuatro monos figurados en relieve en las ansas (cf. Figura
5a), y que por lo menos una vasija tiene la forma intermediaria de los dos
monos con los atados de armas, podemos emitir la hipótesis que las figuras
de monos y las del atado de armas son variantes las unas de las otras.
La pregunta que se tiene que hacer es entones de entender cual es el sentido
de poner un mono como la variante combinatoria de un escudo con armas?
El solo análisis iconográfico seria aquí incompleto para dar entendimiento
de una tal variación. Una opción interpretativa seria de proponer que las
dos formas graficas —el mono, las armas— son figuraciones de una tercer
realidad a la cual ambas aluden, pero de manera distinta.
Los datos etnográficos de Noroeste amazónico nos dan una primera
pista interpretativa en el hecho que los monos nocturnos, en numero de
cuatro, representan a las estrellas periféricas de la constelación de Orión.
Los cuatro monos de las ansas de las vasijas Moches podrían entonces
representar a estrellas y, en este caso, parece mas evidente el hecho de
haber recurrido a la forma radiante del atado de armas como variación de
los monos. Se les dio a este conjunto de armas una forma voluntariamente
estelar de manera a representar analógicamente al brillo de una estrella.
Monos y atado de armas serian así representaciones de estrellas, los
primeros bajo la forma de su nombre (“Estrella-mono”, i.e. Orión), la
segunda bajo su forma de figuración analógica (un elemente grafico
radiante).

211
Figura 5: Variación del motivo de los cuatro monos con él de los atados de armas como
inscripción mutualmente equivalente de una referencia astral (a: Arteprimitivo.com, pieza
n°110590-265, venta #29 de diciembre 2004; b: Museo Chileno de Arte Prehispánico
n°278; c: X88.800 Fowler Museum, UCLA)

212
Sobre las escenas de navegación, estos atados de armas tienen una
repartición particular: además de tomar una disposición en trapecio, las
puntas afiladas de las porras o mazas de armas están dirigidas hacia el
remero. Esta disposición indica gráficamente que el remero de la primera
escena es victima de estas armas y, al nivel astronómico, tendría que ser
una indicación que este personaje representa a un cuerpo celeste que se
vio interpretado como victima de un grupo de estrellas.
Si seguimos otra vez la mitología existiendo hoy en día en la Amazonía
del Noroeste, resulta que este personaje podría ser Luna. Como lo hemos
presentado anteriormente, tal episodio entra en una narración mas compleja
donde aparecen también rayas y avispas, estando esta ultima el nombre o
el ser que representa a Sol como hijo de Luna (o, según otras mitologías,
como hermano menor o Gemelo). Antes de presentar la interpretación
de la secunda parte de estas escenas de navegación Moche, es necesario
de tomar en cuenta otras vasijas sobre las cuales existen escenas similares.
Cuando no aparece en las iconografías asociada a una línea de horizonte
(Este u Oeste), hemos mostrado que la constelación de Orión no se
representa necesariamente bajo la forma de un trapecio. Cada una de las
cuatro estrellas periféricas de Orión ocupa, en el Zenit, un cuarto del cielo
nocturno figurado como un circulo en relación a su división de acuerdo
con los puntos cardinales, formando así un circulo divididos en cuartos
(Karadimas 2003a).
En la siguiente vasija (Figura 6), el remero que habitualmente esta rodeado
por los cuatro atados de armas no aparece en el dibujo con estas formas
alrededor de el, sino que ellas aparecen puestas alrededor de un circulo
dividido en cuatro por una cruz y ligado al personaje.
La forma encontrada en esta ultima escena de navegación respeta esta
disposición en la cual los atados de armas juegan el papel de evocaciones

Figura 6: Escena de navegación con los atados de armas dispuestos alrededor de un circulo
dividido en cuatro atrás del remero (Moches de San José de Moro,
segun Donnan & McClelland 1999, fig. 6.157)

213
estelares alrededor de un circulo dividido en cuartos, representando así
el cielo nocturno total. Gracias a la iconografía de esta ultima pieza,
las escenas de navegación se podrían interpretar como la transcripción
mitológica de un evento astronómico que involucra a cuerpos celestes,
en particular a Orión, cuando se interpreta como unos seres que van en
contra del personaje que juega el papel de Luna.

Porque rayas entre las embarcaciones?

Así dibujadas entre las embarcaciones, las rayas se presentan paradas y se


antropomorfisan de tal modo que las caras visibles son sus caras ventrales
en las cuales los huecos de las narices se volvieron ojos (ver Karadimas
2000-2001). En las vasijas, ocupan las partes ubicadas de perfil si se toma
las escenas de navegación como las de frente.
Resulta que en la mitología Miraña la raya es la descendencia incestuosa de
los monos nocturnos y juega el papel de Orión pero esta vez ligada al Este,
donde se presenta como “placenta de Sol” (i.e. el “doble nocturno de Sol”
en el equinoccio: cf. Karadimas 2003a).
Otras vasijas Moche representan a rayas antropomorfas y presentan en
la parte ventral una cara humana, es decir que presentan lo que los dos
huecos de la nariz y la boca producen como imagen. Esta cara humana
tiene una pintura facial que reproduce una cuatriparticion de acuerdo a
ejes verticales y horizontales tomando la nariz como centro, recordando
así la cuatriparticion análoga del circulo de la figura anterior (Figura 7a,
b, c). Cuando se encuentra en algunas vasijas que representan cabezas
humanas, los Moche agregaron a esta partición unos círculos o puntos
ocupando cada uno un cuarto de la división de la cara (Figura 7d). De este
modo, el tratamiento de la cara humana se vuelve idéntico a el del cielo
nocturno total. Aplicar este diseño facial a la cara ventral de la raya es otro
modo de hacer referencia al vinculo mitológico que asocia la raya con la
constelación de Orión.
La identificación de la raya con Orión se debe también a su asociación
como “placenta del sol” es decir una clase de doble, como lo es la placenta
con el feto humano. El lugar donde aparece Orión en el horizonte queda
en el Este, es decir donde sale el sol en los equinoccios. En el episodio
Miraña, Sol mata a su medio-hermano la Raya, recordando así la enemistad
entre las estrellas y el astro diurno. El mito describe como Sol busca a la
Raya y la encuentra gracias a sus ojos que sobresalen del agua. Se acerca,
la chuza con su dardo para que se parre y la mata clavándole su lanza en
el corazón. Este episodio que analicé en mi contribución de 2003 hace
referencia al sol que se encuentra en el horizonte oriental en el solsticio de
verano y que percibe entonces a Orión-Raya estando en su lugar habitual,
reapareciendo al Este por las dos estrellas mas altas del trapecio (los “ojos”
de la raya).

214
Figura 7: ejemplo de raya de tradición Moche con cara ventral antropomorfa, esta ultima
dividida en cuartos por una pintura facial (a, b, c: ex Drexel University Museum -
Philadelphia, PA http://www.trocadero.com/stores/galleriadelvecchio/items/1151862/
item1151862.html; d: pieza n°1224-34 del sitio de venta arteprimitivo.com)

En la iconografía Moche, existen unas vasijas en las cuales el personaje


central de las escenas de navegación se encuentra en una creciente de
Luna (cf. Figura 8). Estas vasijas son en cierta medida variaciones de las
escenas de navegación ya que la creciente de Luna en los momentos de los
equinoccios, al nivel del ecuador, se ve en el horizonte occidental como

215
Figura 8: Personaje acurrucado sobre una creciente de luna que pone su mano sobre dos
ojos que sobresalen a la extremidad derecha de la creciente (cultura Moche, Sitio Internet
arteprimitivo.com n° 109107 – 214, venta n° 26 de mayo 2004)

una clase de “embarcación” vista de perfil, desapareciendo detrás de la


línea de horizonte constituida, en estas sociedades costeñas, por el mar.
La escena figurada sobre la vasija de la Figura 8, representa a un personaje
acurrucado en esta creciente de luna acercándose de otro ser, puesto en
frente de él, que aparece solamente por dos de sus ojos emergiendo de la
creciente sirviendo aparentemente aquí de línea de horizonte.

216
Si se mira a otro material iconográfico que representa a rayas, como esta
vasija Chimu (Figura 9), se ve que los ojos sobresalen del cuerpo del pez
por dos elementos idénticos a los del dibujo Moche. Los dos ojos del
personaje de la vasija Moche serian así los de una raya. La figuración del
gesto que esta efectuando el personaje central es de chuzar a la raya con
un objeto puntiagudo. El gesto y el personaje de ojos sobresaliendo de
una línea es tan especifico que parece ser una ilustración directa de este
acontecimiento mitológico encontrado hoy en la mitología Miraña.

Figura 9: Vasija Chimu representando una raya en la cual los ojos esta en relieve de manera
a aparecer saliendo de la cara dorsal del pez (Museo Rafael Larco n° ML 020348)

Una variante de la misma escena no presenta esta vez a una raya de


perfil sino a un mono (Figura 10). El dibujo del artesano Moche es lo
suficientemente preciso por reconocer a un mono-nocturno o tutamono
(Aotus trivirgatus). Estos primates tienen efectivamente en la frente una zona
pintada de negro que se vuelve una marca distintiva para su identificación
(de ahí el latín trivirgatus). La frente del simio fue perfectamente dibujada
por el artesano Moche. Ocupando así el mismo lugar que la raya de las
otras vasijas, el mono-nocturno parece ser una variante de la raya, de un
modo similar, aunque no podemos decir idéntico, a la mitología Miraña
donde la raya es la descendencia incestuosa de los monos-nocturnos. Si el
personaje esta tocando a este mono, es probablemente que hace lo mismo
que Sol en el mito Amazónico: matar a sus tíos maternos que mataron a
Luna (los atados de armas reemplazan a los cuatro monos de las escenas
de navegación).

217
Figura 10: Vasija Moche con personaje acurrucado que lleva su mano hacia un mono
nocturno : tres arañas aparecen en la banda central de la vasija que separa las dos escenas,
idénticas (Sitio Arteprimitivo.com, pieza n°1224-26, venta n°26 de mayo 2004)

En la vasija donde aparece la figura del mico-nocturno, la banda central


que divide las dos escenas por encima se compone de unas tres arañas.
Estas juegan el papel de variante combinatoria de los monos-nocturnos, a
la manera de los Miraña donde el nombre temü designa tanto el mico Aotus
sp., que a unas arañas cazadoras (Licópside), victimas de la avispa.
Tenemos ahora que voltearnos hacia el segundo personaje de la escenas
de navegación para ver si el material mitológica Miraña, en particular
la identificación con la avispa, no nos permite de completar el análisis
iconográfico de estas escenas.

Sol-avispa depredador de monos y de arañas?

La secunda figura de las escenas de navegación presenta un ser con alas


de insecto, teniendo una cara idéntica a la anterior figura (Figura 3 y 11).
Esta semejanza a permitido muchas veces de identificar este par a unos
mellizos quienes, en el nivel astronómico, podrían representar a Venus.
Este personaje alado esta tomando de un vaso estando en frente de una
forma difícil de identificar si se toma nada mas la figuración que propone
la vasija. Podría ser ésta una figuración de la cabeza de una araña, o mas
bien de una tarántula, que tiene dos fuertes colmillos que sobresalen de su
cefalotórax cuando se siente amenazada. De este modo, el personaje alado
puesto de frente al arácnido seria un insecto que se nutre o que toma la

218
“sangre” de este y indicaría mas bien a una avispa del genero Pompilidae
(parasitas de las tarántulas).
Cuando paralizan sus presas, estas especies les cortan las patas para que no
se escapan y se aprovechan de la hemolinfa, la “sangre” que se presenta
en la heridas. La relación entre depredador y presa presenta así a un ser-
avispa tomando “sangre” de la araña-presa de manera antropomorfa, es
decir gracias a una copa.
Esta interpretación tiene varias repercusiones sobre las demás escenas de
sacrificio de la iconografía Moche y también sobre la interpretación del
“Dios-Araña” que más bien seria una avispa.
Al nivel astronómico, esta segunda figura, alada, debería entonces
interpretarse gracias a la mitología de las Tierras Bajas Amazónicas, y
verla como una personificación del Sol. Para reaparecer, éste tiene que
salir de la figura de su victima o “enemigo-presa” que le permite “renacer”
tomando con el una victima que le sirve, entonces, de “placenta”. De ahí
su variación combinatoria con las figuras de rayas —“placentas”— en los
dibujos Moche, que representan, como hemos visto, a la constelación de
Orión al oriente es decir ligada al sol “renaciendo”.

Figura 11: Personaje antropomorfo con alas de insecto tomando de una copa frente a una
forma con colmillos sobresalientes. La escena se refiere probablemente a la acción de una
avispa que se nutre de la hemolinfa de una araña, después de haberle cortado las patas
(según Donnan & McClelland 1999, fig. 6.163, detalle)

219
Si la avispa esta aquí dibujada como adulta, existe también unas vasijas
que llevan la misma escena sino que no representan a un personaje alado
pero acurrucado y rodeado por rayos (Figura 12). Se tiene que analizar a
que se debe esta variación en las escenas de navegación ya que no parece
representar a esta misma avispa.

Figura 12: Escena de “navegación” Moche con el mismo personaje central rodeado de
atados de armas pero sin personaje alado; este fue reemplazado por el personaje acurrucado
(según Donnan & McClelland 1999, fig. 6.161)

Sol como larva

En la mitología de Yurupari encontrada hoy en la región Amazónica del


Vaupés colombiano y el rio Negro brasilero, el héroe cultural representando
a esta avispa aparece primero bajo su forma de larva y no como imago o
forma adulta (cf. Karadimas 2012). Las diferentes opciones iconográficas
encontradas entre los Moche para figurar a este personaje acurrucado —y
que fue interpretada como una “mujer-sacerdote” por Donnan 1979—,
las presentan siempre en esta posición la cual fue también descrita como
estando en forma de “C” o de “U” acostado.
Ahorra bien, existe por lo menos una vasija de esta misma tradición
(Figura 13a) en la cual este personaje acurrucado tiene, en la parte trasera,
a unas alas idénticas a las de la figuración adulta (Figura 13b), sino que
son todavía pequeñas, es decir como si este personaje fuera en un estado
larval o pre-adulto. Se podría entonces interpretar la forma de C que toma
su cuerpo como la de una larva, que adopta también a esta configuración.
Todas las figuras que tocan a la raya o que se presentan en los crecientes
lunares como en la fig. serian probablemente unas representaciones de
larvas de avispas antropomorfas como se las encuentran entre las células
de barro donde efectúan su metamorfosis devorando a orugas o arañas.

220
Figura 13 a & b: personaje en forma de U acostado con cuatro alas pequeñas, puntuadas de
la misma manera que las alas del personaje adulto (b). Esta combinación permite suponer que
se trata de una forma antropomorfa de la misma avispa parasitoide de la arañas, pero en su
estado de larva (sitio Apolonia Ancient Art en Trocadero.com, pieza n°1043832)

La especie de “manto” que lleva seria una figuración del aspecto arrugado
o “en acordeón” que tienen las larvas.
De tal modo, la variación de la figuración de este personaje entre las
diferentes vasijas se debe a que representa en el primer caso a la avispa
bajo su forma adulta o de imago (terminando de parasitar a la araña y
tomando su sangre) y en el otro a su forma inmadura o larval, comiendo
a esta misma araña (bajo su forma mitológica de monos-nocturnos o bajo
du forma de doble de Sol, es decir bajo su forma de raya-placenta). Así, la
forma de corona de pluma que lleva en la cabeza se encuentra otra vez en
la figuración del personaje adulto donde aparece como dos elementos que
forman el tocado con los otros elementos de decoración.
El personaje acurrucado que se considero ser una “sacertoda” es mas
bien una forma antropomorfa de la larva de la avispa parasitoide como se
encuentra en la mitología del Noroeste Amazónico contemporáneo.

Conclusión

De tal forma como aparecen en las vasijas, estas escenas de “navegación”


Moches tienen que ser interpretadas a partir de una mitología que se
encuentra hoy en día en el Noroeste Amazónico. Efectivamente, una
combinación tan especifica de monos, o formas estelares, de rayas y de
arañas asociadas a personajes de tipo avispas parasitoides no puede ser
el resultado de una mera contingencia iconológica o de unas invenciones
paralelas entre grupos tan alejados tanto en el espacio que en el tiempo.
Se le debe mas bien a un mismo mitema que a viajado entre territorios

221
remotos y que se ha mantenido en el tiempo, encontrándose en vasijas
precolombinas Moche, pero también en expresiones iconográficas pasadas
como entre textiles de otras tradiciones como los Chimu y Huari de la
Costa Norte.
Que esto sea el hecho de una mitología de origen Andina o Amazónica
parece aquí de poca importancia, ya que se le debe mirar al sub-continente
americano como una sola zona en la cual las diferencias de alturas no son
necesariamente diferencias de niveles de civilización.
Las formas iconográficas encontradas en las altas culturas del Perú, del
Ecuador o de Colombia pueden tener una comprobante mitológica
encontrada hoy entre indígenas de las Tierras Bajas. Pero tiene que mirarse
como el resultado de un modelo ideológico que permite la metamorfosis
gracias al parasitismo. Llamaremos a este modelo la “depredación
metamórfica” o, simplemente, la “metamorfosis depredadora”.
Este modelo se aplico a los cuerpos celestes y a los muertos, dando
así una modalidad ideológica de la continuidad cíclica. Al nivel de las
representaciones iconológicas de las vasijas Moches, los personajes que
aparecen ahí dibujados son el resultado de una representación mitológica
en la cual la repartición grafica de los protagonistas de las escenas tienen
una relación de tipo análoga con la realidad astronómica que tienen que
figurar.

Bibliografía citada

Descola, Philippe, 2005, Par-delà nature et culture. Paris: Gallimard.


Descola, Philippe, 2010, La fabrique des images: visions du monde et formes de la
représentation. Paris: Musée du quai Branly/Somogy.
Donnan, Christopher B., 1978, Moche Art of Peru: Pre-Columbian Symbolic
Communication. Museum of Cultural History, University of
California.
Donnan, Christopher B. & Donna McClelland, 1999, Moche fineline painting:
Its evolution and its artists. Los Angeles: UCLA Fowler Museum of
Cultural History.
Karadimas, Dimitri, 1999, “La constellation des Quatre Singes.
Interprétation ethno-archéoastronomique des motifs de El Carchi-
Capulí (équateur-Colombie)” Journal de la Société des Américanistes,
tome 85, Paris: 115-145.
Karadimas, Dimitri, 2000-2001, “Singes, raies et étoiles entre les Andes
et l’Amazonie. Perspectives comparatives dans l’iconographie
amérindienne équatoriale” Bulletin de la Société Suisse des Américanistes
64-65, Genf: 83-96.
Karadimas, Dimitri, 2003a, “Le masque de la raie. étude ethno-
astronomique de l’iconographie d’un masque rituel miraña “
L’Homme 165, numéro spécial “Image et Anthropologie”, Carlo

222
Severi (dir.): 173-204.
Karadimas, Dimitri, 2003b, “Dans le corps de mon ennemi. L’hôte parasité
chez les insectes comme un modèle de reproduction chez les Miraña
d’Amazonie colombienne”, E. Motte-Florac & J. Thomas (eds), Les
“insectes” dans la tradition orale, SELAF n°407, Peeters, Leuven – Paris
– Dudley: 487-506.
Karadimas, Dimitri, 2005, “Como llegar a ser un astro? Orfebrería
y escatología” Bouchard J.-F. & J.-P. Chaumeil, Chamanismo y
sacrificio, édition de l’IFEA (Institut Français d’Études Andines) &
Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales Banco de
la República, Bogotá: 177-200 & 361-364.
Karadimas, Dimitri, 2007, “Yurupari ou les figures du diable : le quiproquo
des regards croisés”, Gradhiva, N°6 nouvelle série: 45-58.
Karadimas, Dimitri, 2008 “La métamorphose de Yurupari : flûtes, trompes
et reproduction rituelle dans le Nord-Ouest amazonien”, Journal de
la Société des Américanistes, N°94(1), Paris: 127-169.
Karadimas, Dimitri, 2012, “Historia de diablos, Mitos de avispas.
Acercamiento iconográfico a una unificación regional “, El Aliento
de la memoria. Antropología e historia en la Amazonia andina (François
Correa Rubio, Jean-Pierre Chaumeil, Roberto Pineda Camacho,
eds.), Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá, Facultad
de Ciencias Humanas, Departamento de Antropología, Sede
Amazonia, CNRS, IFEA: 68-86.

1
Las figuraciones enigmáticas de seres híbridos se resuelven muchas veces
aplicando una lectura cultural en la cual cada parte del animal es una referencia
a un espacio o un dominio particular. La otra opción, alternativa, que tratamos
de establecer con estas figuraciones es de analizarlas como imágenes análogas de
seres existentes que son construcciones realizadas a partir de elementos poseídos
por este ser. Así, un ciervo-volante puede ser figurado de dos modos: o de
manera naturalista como un cucarrón al cual se refiere este nombre, o de manera
analogista construyendo un hibrido a partir de un ciervo con alas. Esta segunda
opción se refiere al cucarrón de manera indirecta mediatizando su evocación por
las imágenes de su nombre. Las Alas del Tigre son entonces una referencia a una
parte de seres imaginarios que se encuentran en la iconografía amerindia que
aluden posiblemente a las alas de himenópteros vistos como “tigres”, i.e. jaguares
por su cualidad de “depredadores”.

223

Vous aimerez peut-être aussi