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Nadie sabe el origen exacto de estas narraciones de terror que se multiplican en nuestro
país. Hay diversas versiones sobre un mismo tema, las cuales dependen de muchos
factores tales como la región, el lugar, el narrador y hasta el público al que se dirigen.
Las leyendas que presentamos corresponden al periodo conocido como la Colonia o
Virreinato, el cual se contabilizaba tras la llegada y conquista de los españoles a la
Antigua Tenochtitlan, es decir, va desde el siglo XVI hasta el siglo XIX. En ellas
encontrará una mezcla de tradiciones indígenas con creencias españolas.
La mano de la reja
Se cuenta que don Juan Núñez de Castro y su hija Leonor se establecieron en la antigua
Valladolid. Su casa esta sobre la Calzada de Guadalupe, con ellos venía Margarita de
Estrada, la segunda esposa de don Juan, que de acuerdo con la tradición era una mujer
ambiciosa y despilfarradora. La leyenda destaca la hermosura de Leonor, rubia, delgada y
de ojos azules, aunque hace énfasis en que, como una Cenicienta, no salía de la casa, y
se la pasaba haciendo las labores del hogar, ni quiera la dejaban asomarse por el balcón.
En Semana Santa, un apuesto caballero español, don Manrique de la Serna, con un alto
puesto en el virreinato y que vino de visita a la ciudad vio a Leonor y se enamoró a
primera vista. A través de una carta acordaron un cita en la reja del sótano donde la
madrastra encerraba a Leonor para que nadie la viera. ¿Cómo podría verse a solas con
su prometida? Él ideó un método para espantar a los curiosos, pintó en el rostro de su
criado una calavera e hizo que se paseara por la calzada como si se tratara de una
aparición. Esta argucia no funcionó con doña Margarita que los descubrió y, sin decir
nada, cerró la puerta del sótano. Los novios sin sospechar, acordaron los planes de la
boda, don Manrique regresaría a México y regresaría para pedir la mano de su
enamorada. Sólo que doña Leonor ya no podría salir de ese sótano.
Como el padre de la chica había salido unos días a visitar su hacienda, nadie notó la
situación de encierro de la muchacha, quien para no morir de hambre, sacaba la mano
por una ventana del sótano que daba a la calle pidiendo un pedazo de pan a los
caminantes, quienes se apiadaban pero sólo le dejaba alguna moneda.
Cuando don Manrique regresó con una carta del mismísimo virrey a pedir la mano de
Leonor, sólo encontró al padre quien al no encontrar a la esposa ni a la hija empezó a
llamar a los criados para que le informaran. Notificado fueron al lugar donde permanecía
cautiva doña Leonor pero ya era demasiado tarde, la encontraron muerta.
Por este hecho tan lamentable todos fueron encarcelados. El prometido vistió con un traje
de novia a doña Leonor que fue sepultada en el templo de San Diego.
Con el tiempo, dice la leyenda, por las tardes en la casa donde se ve la reja del sótano,
algunos paseantes vieron cómo asomaba una mano muy delgada y escucharon una voz
que pedía un trozo de pan.
La Mulata de Córdoba
Se sabía que era una mujer hermosa, no se le conocía padre ni madre, y tenía un rasgo
distintivo, era mulata. Su belleza fue la causa de su perdición, dice la leyenda, pues las
demás mujeres empezaron a fustigarla e hicieron correr la versión de que se ayudaba de
magia negra y encantamientos. Algunas aseguraron que de las ventanas de su choza,
donde vivía sola, se veían luces inmensas y música extraña. Fue así como los miembros
del Santo Oficio empezaron a vigilarla pero no encontraron nada. La mujer cumplía sus
deberes cristianos.
Sin embargo, el destino le jugó una mala pasada, un hombre maduro, Martín de Ocaña,
se prendó con singular pasión de la muchacha que empezó a enamorarla y a llevarle
regalos si ella accedía a ser suya. La muchacha no dio su brazo a torcer y procuraba no
darle alguna esperanza a este hombre.
Don Martín de Ocaña, Alcalde de Córdoba, hombre entrado en años que ardía de pasión
por la Mulata. Le confesó su amor, llegó a prometer regalos y premios si accedía a
entregarle su cuerpo. La Mulata no estuvo dispuesta ni siquiera a sonreírle, mucho menos
a brindarle un gesto de esperanza. Estos desprecios encendieron la insana pasión del
hombre, que además era alcalde y acusó a la mujer de haberle dado un brebaje para
enamorarlo.
Fue así como una noche, después de la denuncia, la mujer fue aprehendida en nombre
de la Inquisición. Se le trasladó a un calabozo donde permaneció mientras se libraba su
rápido juicio. Ya con los antecedentes se le encontró culpable de realizar pacto con el
diablo, por esta razón se le sentenció a ser quemada en leña verde en presencia de la
gente para hacer un escarmiento de estas nocivas prácticas.
Dentro del calabozo, la Mulata pidió al carcelero un carbón y se entretuvo dibujando una
embarcación en la pared. Sus trazos eran tan reales que en la madrugada cuando el
carcelero vio terminada la obra le dijo que era una obra verdadera obra de arte, al
escucharlo la mujer le preguntó si había algo que le faltara al barco, el guardia respondió:
“andar”. Tras lo cual la Mulata se subió al barco y le dijo adiós antes de desaparecer. El
guardia murió de la impresión.
La bruja de la leche
Se dice que era una mujer muy bella que llegó a la Nueva España para radicar aquí.
Destacaba por su gran sonrisa y su trato cautivante, no había nadie que no sucumbiera a
sus encantos. Los pobladores y los niños siempre hablaban bien de ella y de la forma en
que los trataba.
Lo curioso era que cuando se acercaba a algún niño, éste empezaba a gritar
desesperadamente y no dejaban de hacerlo sino hasta que la dama se alejaba. A los
pobladores les causaba extrañeza este hecho pues los niños mayores de tres años
jugaban divertidos con la mujer.
Lo que nadie sabía es que la mujer tenía un pacto con el diablo que le había dado
algunos poderes, entre ellos, el de transformarse en una bola de fuego, pero también
deshacerse de sus enemigos a través de prácticas de brujería, entre otros. El trato
consistía en que se alimentaba de la sangre de los recién nacidos, de donde obtenía parte
de su poder y lozanía.
Tiempo después de la llegada de la mujer empezaron a desaparecer los bebés durante la
noche, curiosamente nadie más. Los temerosos pobladores empezaron a investigar y
acudieron a una casa donde lloraba un niño, apenas a tiempo para ver como se alejaba
una bola de fuego. Otros aseguraban que la bola de fuego tenía el rostro de la mujer pero
que no tenía pies.
Los habitantes rodearon la casa de la mujer y no le permitieron salir en tanto se hacían las
investigaciones de la Inquisición, la mujer se debilitaba dentro de su casa, pero pidió
ayuda diabólica y después de ciertos hechizos de las paredes brotaba leche para
alimentarla mientras que las vacas de la región dejaban de producirla.
El temor crecía entre los vecinos que sospechaban que cuando la bruja retomara sus
fuerzas iba a escaparse. Finalmente los inquisidores determinaron su culpabilidad y se le
condenó a ser quemada en la hoguera. Desde entonces los habitantes suelen colgar
tijeras en las puertas de las casas o en las ventanas para aumentar a la bruja de la leche.
La calle del indio triste
¡Sí! La gente lo decía. ¡Siempre allí! ¡Siempre! ¡Siempre sentado sobre la
tierra y recargado en la pared de aquella casona! De noche o de día su
figura encorvada parecía incansable. ¡Qué triste! Muchos comentaban:
¡Cuánta pesadumbre! ¡Cuán grande soledad se adivinaba en la melancolía
de sus ojos! Y ninguno lo entendía quizás.
Desde que Tenochtitlan había caído en poder de los invasores y sobre sus
ruinas, con sus propias ruinas, se había levantado la nueva arquitectura
de México, Capital del Virreinato de la Nueva España, siempre se le había
visto allí, envejeciendo junto con el recuerdo que su mirada juvenil le
había tatuado en la mente:
Tlatelolco, agosto, 1521. Y que ahora, piel ya rugosa por los años, quizás
sesenta, ochenta tal vez, conservaba como un fresco mural recién
pintado.
Pero ahora todo era tristeza. A los que eran como él, les nombraban
"indios" y los hacían esclavos y la voluntad de vivir se iba. Su pueblo, los
suyos, que en dos siglos habían construido una esplendorosa ciudad para
que reviviera la grandeza astronómica de la legendaria Teotihuacan y
prosiguiera con la labor del Teotl de los antiguos nahuatlacos
desaparecidos hacía más de diez mil años en una catástrofe increíble, se
hallaba humillado, oprimido por quienes fingiéndose en un principio
amigos, teules, lo habían destrozado todo, ¡todo!, sin respetar la
creativad esencial del Teotl. Y las costumbres de los invasores se
extendieron...
Cuauhtzin, dicen que era su nombre, desde ese día se vistió de una
profunda tristeza, tanta que jamás nadie lo vio sonreír. Vagó durante
algún tiempo por diversos barrios de la naciente nueva ciudad, como
perdido, hasta que pareció encontrar lo que buscaba, un lugar...
Leyenda tradicional.
Versión de Antonio Domínguez
Hidalgo.
¿Te han contado alguna leyenda de tu tierra? Trata de recordar el modo
en que te la contaron.