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Mundos de trabajo
en transformación:
entre lo local y lo global
international institute
of social history
Mundos de trabajo en transformación: entre lo local y lo global
colección 30 aniversario
© CIDES-UMSA, 2014
D.L.: 4 - 1 - 1530 - 14
Impresión: EDOBOL
Impreso en Bolivia
Índice
Presentación................................................................................................... 9
Introducción
Rossana Barragán y Pilar Uriona................................................................... 13
Resumen
Palabras clave
Summary
This paper explores the diverse forms of female labor experiences in the working
world of Tucuman, a small town in northern Argentina, from the analysis of two
strikes held by groups of seamstresses and where, in the dynamics of the struggle,
transformed the objectives and desires of women both as women and as workers.
Keywords
Introducción
muestran 55 mujeres empleadas y 429 obreras. Este censo no registra el trabajo a domicilio
donde se agrupaba el mayor número de trabajadoras (Departamento Nacional de Trabajo, 1933).
5 La definición del trabajo a domicilio tiene algunas dificultades para los fines prácticos y,
entendiendo que así es como la legislación laboral de la época lo consideraba, tomaremos
dentro del rubro al trabajo en el propio domicilio de la obrera y en los talleres de confección.
mujeres de “malos pasos”. una perspectiva aldeana de la lucha de clases 339
6 Para un análisis detallado de estas imágenes ver los trabajos de Armus, 2002; Diz, 2000;
Queirolo, 2004.
340 mundos de trabajo en transformación: entre lo local y lo global
Chartier (2006), para imponer una representación siempre se debe transigir con
los rechazos, distorsiones y artimañas de aquellas a quienes se pretende someter.
En efecto, a pesar del peso de esas representaciones, fueron muchas las obreras
que intentaron revertir los estereotipos que les asignaban roles pasivos, morales
inciertas y destinos aciagos. Un conjunto de ellas, habitantes de una pequeña
ciudad, se rebeló además contra las condiciones de explotación a las que eran
sometidas. Sobre ellas y sus experiencias trasunta este trabajo.
7 Existen, no obstante, algunos estudios que destacan la presencia femenina en los ámbitos
sindicales como los de Lobato (1992, 2007), Acha y D’Antonio (2000), Tuccio (2002), Crespi
(1997), entre otros.
mujeres de “malos pasos”. una perspectiva aldeana de la lucha de clases 341
9 Las obreras denunciaron que algunos patrones no exigían carnet, pagaban menos de lo
convenido, demandaban la confección de ojales, obligaban a firmar recibos con los precios
acordados mientras se recibía dinero por los precios vigentes con anterioridad a la huelga
o abonaban lo que correspondía, pero luego ellas debían devolver la diferencia (La Gaceta,
16/05/1940).
10 La ley obligaba a los patrones a llevar un registro –con nombre y apellido de obreras, domici-
lios, calidad y naturaleza de trabajo encomendado y salario– y de entregar junto a las cosas que
debían ser trabajadas, una libreta que incluyera la naturaleza y calidad del trabajo, la fecha de
entrega, salario y valor de las cosas entregadas. Sin embargo, no todas las patronales llevaban
los registros, ni estos incluían la totalidad de las obreras que trabajaban para ellos (Nari, 2002).
Asimismo, esta ley era complementaria a la ley protectora del trabajo de mujeres y niños, la
Ley 5.291 de 1907 (modificada en 1924 y ampliada en 1934), que establecía la jornada de
ocho horas, el descanso dominical, el resguardo de la moralidad y la salud de las mujeres, la
prohibición de trabajo en industrias peligrosas e insalubres, prohibición del trabajo nocturno,
tiempo de amamantamiento y licencia.
11 La Ley N° 12.713 de Trabajo a domicilio por cuenta ajena mejoró a la N° 10.505, vigente
desde 1918, en dos principios fundamentales. En primer lugar, dicha ley se pensó para combatir
la competencia desleal, extendiendo el concepto de trabajo a domicilio hacia los talleristas y
hacia las instituciones de beneficencia y de corrección que solían fabricar prendas con trabajo
voluntario, menores salarios o sin pagar impuestos. Asimismo, estuvo proyectada para tener
alcance nacional y evitar los enfrentamientos entre regiones. En segundo lugar, el propósito
fundamental de la ley era la protección y equiparación de las trabajadoras a domicilio con
aquellas que trabajaban en fábricas y talleres. Así, la ley modificaba la precariedad del vínculo
mujeres de “malos pasos”. una perspectiva aldeana de la lucha de clases 343
madres de dos o tres hijos y su único recurso es el trabajo que realizan” (La Unión,
29/06/1942). Este “elogio del ama de casa” presentado en tono de “necesidad”
(Perrot, 1990) tematizó una presencia de clase subsumida por un rol de género,
que tampoco ocultaba bien el temor por la competencia femenina en el mercado.
Así, desde todos los ámbitos sindicales, incluso desde la cgt, la problemática de
la mujer trabajadora no dejaba de vincularse con la cuestión de la maternidad.
Esta última institución deseaba en su Programa Mínimo que “la maternidad sea
reconocida como una natural función de la especie” (cgt, 22/03/1935).
La versión maternalista fue alimentada por la dirigencia católica para soste-
ner el rol social –reproductivo y moral– de estas mujeres que, asociado a valores
religiosos, les permitía diferenciarse de aquellas guiadas por la “viciosa costumbre
de los principios subversivos del comunismo ateo” (na, 7, 1942: 173). No era un
discurso que pudiera sorprender, ya que parte esencial de la inserción católica en
el mundo del trabajo estaba asociada a un profundo anticomunismo.17
En el cuadro de una campaña eclesiástica por “catolizar” a las obreras, las
organizaciones sindicales de base cristiana competían por la afiliación a través de
la provisión de beneficios educativos, sociales y médicos. A las mujeres trabajado-
ras se les ofrecía un espacio de contención y protección con un profundo sentido
“moralizante”.18 En ese universo, sostener la imagen de “indefensión moral” de
la obrera de la aguja era nodal frente a un escenario donde los sindicatos con
ideas “disolventes” también se estaban fortaleciendo en el rubro de asistencia a
sus afiliadas.
La necesidad de protección moral fue cuestionada por las obreras de la
Sociedad quienes acusaron a los “representantes” de las católicas de ser “falsos
apóstoles de la religión”. Pedir rebaja de salarios, dijeron, “no significa hacer obra
cristiana”. Para las obreras agrupadas en la Sociedad, presentarse como “madres
desesperadas” no era una estrategia de fortalecimiento en un conflicto gremial,
17 Además de las cuestiones morales, otra de las principales preocupaciones de la Iglesia era
alejar a las trabajadoras del “comunismo” y para ello fomentaba la política social en el mundo
del trabajo. Monseñor De Andrea, el principal referente de la Doctrina Social de la Iglesia y
asesor de los sindicatos católicos, argumentaba que “el vehículo popular del comunismo no
es la ideología, es el hambre”. De esta forma, la necesidad de terminar con la explotación de
los sectores obreros sería un vehículo eficaz para alejar la tentación de la “izquierda atea”.
Discurso de Monseñor De Andrea en la Asamblea de la Federación de Asociaciones Católicas
de Empleadas de Buenos Aires (La Gaceta 20/05/1937).
18 La curia católica sostenía otras instituciones destinadas a brindar contención y ayuda espiritual
a las mujeres como la Sociedad Protectora de la Mujer Obrera cuyo fin era la “regeneración
social” de la mujer trabajadora o el Secretariado Social de la Mujer Obrera destinado a inter-
mediar en la colocación de servicio doméstico brindando garantías de moralidad. Una de las
funciones más importantes del Sindicato de Costureras consistía en la vigilancia de la moral
de sus afiliadas. Tarea realizada por las delegadas del sindicato que “bregaban por ofrecerle
a todas diversiones sanas y honestas” (Norte Argentino 11, 1943).
348 mundos de trabajo en transformación: entre lo local y lo global
sino una herramienta para “distraer su posición de clase” (El Orden, 08/01/1943).
Ellas, en cambio, apelaron a un discurso donde sus valores, su cultura y su expe-
riencia estaban forjados sobre una profunda vivencia de explotación y de lucha
que no solo avaló su reclamo, sino que perfiló su identidad.
La demanda abrevaba en las condiciones de explotación y en su condición de
trabajadoras. La tensión estaba puesta entonces en ponderar exigencias de clase
frente a roles de género, porque en definitiva ellas no podían zanjar esa cuestión,
no podían dejar de ser mujeres, pero sí podían dejar de ser explotadas. Estaban en
huelga “para lograr que se nos pague como corresponde” (La Unión, 28/10/1942).
Y constantemente esgrimían que exigían “lo que por derecho nos corresponde y
mal que les pese a los patrones lo hemos conseguido y lo defenderemos cueste lo
que cueste, porque estamos unidas para hacernos respetar” (La Unión, 31/10/1942).
Las “comunistas” señalaron, entonces, que debido a que “un grupo de obreras que
llevadas por la miseria ha aceptado las tarifas patronales” era su “deber luchar por
sus intereses, así que para defenderlas, tendremos que luchar también en contra
de ellas” (La Unión, 19/12/1942).
Uno de los signos más acentuados y disruptivos del conflicto fue la presencia
pública y sostenida de las costureras en las calles. En un conflicto prolongado, esa
constante presencia en las calles, en las manifestaciones, en los despachos oficiales,
en los actos, así como la concurrencia de las obreras a las confiterías de la ciudad
con el fin de vender bonos para sostener el comedor de huelga –que funcionaba
en el Sindicato de la Construcción– o promocionando los bailes del gremio para
conseguir fondos, mostraba cotidianamente a los habitantes de la ciudad el pro-
blema de las costureras. Asimismo, durante más de ocho meses noticias sobre las
negociaciones, la huelga o el lock out ocuparon parte importante de las páginas de
la prensa local. En ese proceso, editoriales, reportajes, notas y crónicas informa-
ron a la sociedad tucumana sobre la miseria de los hogares humildes sostenidos
por estas trabajadoras, reprodujeron sus anhelos, sus deseos, sus expectativas y
visibilizaron las condiciones de vida, los rostros y los cuerpos de las obreras.
La esfera pública era un espacio principalmente masculino, pero en 1936,
al igual que en 1942, las crónicas describieron una ciudad invadida por grupos
de obreras que recorrían los barrios convocando a otras mujeres a sumarse a las
movilizaciones. Esos mismos relatos también destacaron que las obreras intenta-
ron impedir, haciendo uso de una multiplicidad de recursos, que sus compañeras
siguieran trabajando y algunas huelguistas fueron detenidas por “atentar contra
la libertad de trabajo” y “por haber pretendido hostilizar a dos costureras que
concurrían a su trabajo” (La Gaceta, 28/04/1936). Asimismo, en 1942 otra obrera
manifestó que “un grupo de huelguistas mediante la violencia le despojaron de
unas ropas que debía entregar” (La Gaceta, 07/10/1942). En ese sentido, se ilu-
minaron los “modos audaces” de las obreras en el espacio público y se subrayó
que “poco a poco conquistaron posiciones hasta llegar a provocar un conflicto
mujeres de “malos pasos”. una perspectiva aldeana de la lucha de clases 349
de proporciones que no se recuerda otro análogo desde hace una década por lo
menos” y que “a fuerza de valentía y perseverancia lograron tan expresiva con-
quista” (El Orden, 13/05/1936).
En la misma tónica, y como respuesta a la descalificación católica, las costu-
reras “comunistas” comenzaron a atacar al principal ideólogo y vocero del gremio
católico –el Dr. Carlos Aguilar, dirigente del Secretariado Social y Económico
de Acción Católica– cuyos intentos por dividir el frente de obreras y “legalizar
la miseria” eran constantes. Aguilar, dijeron, “prometiendo policlínico, partera
y médicos, trata de desorientar al gremio para romper con la verdadera sociedad
que se levanta sobre los principios de la solidaridad de clase y es la única que
conducirá a una victoria incuestionable” (La Gaceta, 09/01/1943).
Esa solidaridad que demandaban, no obstante, era más fácil de conseguir por
su condición de mujeres que por su condición de clase. De esta forma, cuando la
policía embestía contra ellas, las voces de protesta eran tanto más audibles que
las que acompañaban su reclamo salarial. En una editorial del diario conservador
El Orden podía leerse, refiriéndose a la acción policial contra las obreras, que “no
han respetado a nadie ni tenido consideraciones lógicas con el sexo débil. Esto es
lo que indigna” (El Orden, 11/05/1936). En 1942, las imágenes de violencia contra
el cuerpo femenino fueron similares y una crónica de La Unión (07/10/1942) ex-
plicaba cómo el Escuadrón de Seguridad “sin tener en cuenta que se encontraban
numerosas mujeres” cargó “contra todos a latigazos profiriendo palabras fuera de
lugar”. En esa misma línea, también protestaron por la violencia los dirigentes
varones y la “Unión Amas de Hogar”.
Pero fueron también las mismas obreras quienes protestaron por “las inter-
venciones desconsideradas y a veces violentas de los representantes de la policía”
y exigieron la libertad de sus compañeras y compañeros detenidos. Para ello
utilizaron los mismos canales que los dirigentes varones: concurrieron a las auto-
ridades y a la prensa. Pero también hicieron uso de otras prácticas como la visita
a la esposa del gobernador, la vigilia en la casa de gobierno o la “reprimenda”.
Las mujeres solían “retar” a la policía, incluso una obrera increpó a un agente
a quien le expresó que: “El jefe de policía seguramente es un hombre sin senti-
mientos porque de otra manera no se explica que en vez de ampararnos, ordene
que los vigilantes, soldados y empleados de Investigaciones nos persigan con tanta
crueldad” (El Orden, 12/05/1936).19
Este testimonio da cuenta de que, a partir de su condición de mujeres, las
huelguistas recurrieron a prácticas impensadas para trabajadores varones. El
hecho de que hayan increpado a agentes policiales en el marco de un conflicto
permite sospechar que las obreras usaron las representaciones de género –a las
19 Posteriormente la misma crónica destacó que el agente increpado era en realidad el propio
Jefe de Policía, lo que la obrera desconocía.
350 mundos de trabajo en transformación: entre lo local y lo global
Descosiendo roles
de moral. Así, las reapropiaciones creativas, distorsivas o pasivas de los roles gené-
ricamente asignados, los valores religiosos y sus implicancias morales perfilaron las
formas de la lucha de estas costureras. Sus aristas surcaron la lucha por defender
su “moral”, sus obligaciones como mujeres, planteada como no necesariamente
incompatible con una disputa por sus derechos como trabajadoras. Es en ese plano,
quizá más que en la pelea por un mejor salario, donde se percibía la más virulenta
resistencia de un grupo de costureras. Frente a ellas las obreras vinculadas a los
partidos de izquierda y al mundo sindical de la provincia entablaron una forma
más “pura” de antagonismo, al entender que su lucha se inscribía en su historia
de explotación, en sus afiliaciones políticas y sindicales y, fundamentalmente, en
sus derechos como trabajadoras.
En definitiva, las experiencias como mujeres trabajadoras son individuales
y sociales a la vez, parten de un conjunto de vivencias y sentires, de exclusiones,
normas y castigos que se alojan en el cuerpo de cada trabajadora, pero que hablan
de un conjunto. Los cruces de acusaciones, las formas de entablar la disputa, los
sentidos atribuidos a la lucha develan percepciones, subjetividades e identidades
disímiles a partir de experiencias análogas de explotación. Factores como la re-
ligión, los grupos de filiación y el sistema de relaciones constituyeron papeles
decisivos en la configuración de las experiencias de clase y de los roles de género
de estas obreras. O por lo menos de aquellos puestos en juego a la hora de plantear
un conflicto laboral, ya que ambos cobraron sentido en el marco de las relaciones
entabladas y en la dinámica de los espacios sociales por donde éstas circularon. De
esta forma, a través de un mismo conflicto enunciado y construido desde distintos
y contradictorios discursos, las experiencias dieron forma a diferentes, pero no
por ello opuestas, identidades.
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