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Otra de las peculiaridades del sistema jurisdiccional romano era la distinción origi-
naria entre jurisconsulto (que interviene en la fase in iure preparando los fundamentos jurí-
dicos de la causa) y abogado (que toma parte en la fase apud iudicem y desarrolla la defen-
sa oral). Los abogados romanos son, en principio, legos en derecho. La retórica, sin
embargo, era indispensable para desenvolverse en el foro, persuadiendo a través del discur-
so argumentativo, antes que por el razonamiento jurídico. Este hermetismo entre el aboga-
do y el jurisconsulto se mantuvo hasta la época postclásica, cuando finalmente se tiende
hacia la unificación de ambas figuras, propiciada por la fusión de las fases procesales.
Entonces, la cognición se desenvuelve frente a un magistrado, ante el que se exponen tanto
los hechos como el derecho. Por ello, los abogados deben pertrecharse de una sólida forma-
ción jurídica. Sin embargo, esta asimilación entre jurista y abogado no se alcanzó plena-
mente en la parte occidental del Imperio.
Un interesante logro del sistema procesal romano fue la exigencia de relativa pari-
dad en la profesionalidad de la defensa; se procuraba que los abogados fueran equiparables
en sabiduría y experiencia, para no enfrentar a un avezado e insigne orador con un inexper-
to. Además, se promulgaron normas para dispensar asistencia jurídica a las clases más des-
favorecidas.