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Emilé Durkheim.- Nació en Epinal (Lorena) (1858-1917).

Fue el primer sociólogo que tuvo una cátedra de


sociología en la universidad francesa. Primero en Burdeos (1887—1902) y después en la Sorbona (1902—
1917). Impresionado ya por la filosofía de la ciencia (positiva) durante sus estudios en la Ecole Normale,
gradas a las enseñanzas de su profesor E. Boutroux (a quien dedicó su tesis doctoral en francés, «La división
del trabajo», 1893), fije testigo de la precisión y objetividad en la investigación con que se trabajaba en el
laboratorio psicológico de W. Wundt en Leipzig. Este entusiasmo por el rigor científico le marcó en su trabajo
en el campo de las ciencias sociales. Llevó a cabo lo que en A. Cosme es sólo una proclama y un deseo:
aplicar el positivismo al análisis de los hechos sociales.
Durkheim es el gran representante de la filosofía de la ciencia positiva en el campo de las ciencias sociales.
Continúa a A. Comte y J. Stuart Mill. El mismo teorizó su trabajo científico en un estudio que es ya un
clásico de la metodología de las ciencias sociales. «Las reglas del método sociológico». Apareció dos años
después de «La división del trabajo» y dos años antes de «El suicidio». Por esta razón, y dado el ambiente
cultural reinante, se puede considerar como la reflexión de un investigador social sobre su método científico,
y como la justificación pública de las características que adopta la explicación científica en las ciencias
sociales. Su concepción del «hecho social» y cl tratamiento explicativo causal, como cosas, propuesto, sin
salirse del ámbito propio de los objetos sociales, y con una actitud de sospecha frente a cualquier pre-noción
que favorezca la sociología espontánea, constituyen algunas sugerencias claves que traducen el afán de
Durkheim por dotar a las ciencias sociales del rigor y objetividad de las ciencias naturales.
a) Descartar Sistemáticamente Las Pre-Nociones1: Los hombres no han esperado a los científicos
sociales para tener alguna idea sobre los fenómenos sociales que viven. Pero si el sociólogo se deja
llevar de estas nociones vulgares o prenociones corre el peligro de hacer sociología espontánea. La
ciencia comienza allí donde se establece la actitud de sospecha sobre los datos inmediatos de la
realidad. Sin reflexión crítica, metódica y permanente no hay ciencia.
Cuando un nuevo orden de fenómenos se convierte en objeto científico, aparece ya representado en el
espíritu, no sólo por imágenes sensibles, sino por tipos de conceptos formados groseramente. Antes de
conocer los primeros rudimentos de la física y de la química, los hombres tenían acerca de los fenómenos
físico-químicos ideas que sobrepasaban la percepción pura; tales son, por ejemplo, los que hallamos
mezclados con todas las religiones. Ocurre que, en efecto, la reflexión es anterior a la ciencia, que a lo sumo
se sirve de ella con más método. El hombre no puede vivir en medio de las cosas sin forjarse ideas acerca de
las mismas, regulando su conducta con arreglo a estas últimas. Sólo que; como estas ideas están más próximas
a nosotros y más a nuestro alcance que las realidades a las cuales corresponden, tendemos naturalmente a
ponerlas en lugar de estas últimas, y a convertirlas en la sustancia misma de nuestras especulaciones. En lugar
de observar las cosas, de describirías, de comparan nos contentamos con cobrar conciencia de nuestras ideas,
analizándolas combinándolas. En lugar de una ciencia de las realidades, no practica más que un análisis
ideológico. Sin duda, este análisis no excluye tipo de observación. Podemos apelar a los hechos para
confirmar es ideas o las conclusiones que extraemos de ellas. Pero en ese caso los hechos sólo intervienen
secundariamente, con el carácter de ejemplos o pruebas confirmatorias; no son el objeto de la ciencia. Ésta va
de las a las cosas, no de las cosas a las ideas.
Es evidente que este método no podría aportar resultados objetivos. En efecto, estas ideas o conceptos —sea
cual fuere el nombre que se quiera asignarles— no son los sustitutos legítimos de las cosas. En su carácter
productos de la experiencia vulgar, su objeto es ante todo armonizar nuestros actos con el mundo que nos
rodea; están elaborados mediante práctica y para ella. Ahora bien, una representación puede desempeñar
útilmente este papel al mismo tiempo que es teóricamente falsa. Desde hace vados siglos, Copérnico ha
disipado las ilusiones de nuestros sentidos acerca de los movimientos de los astros, y sin embargo aún
continuamos regulando la distribución de nuestro tiempo sobre la base de estas ilusiones. Para que una idea
provoque eficazmente los movimientos reclamados por la naturaleza de una cosa, no es necesario que exprese
fielmente esta última; por el contrario, basta que nos induzca a sentir lo que la cosa tiene de útil o de
desventajoso, en qué puede servirnos, o en que ha de contrariarnos. Aun las ideas elaboradas de este modo
1 Emile DURKHEIM, Las reglas del método sociológico, La Pléyade. Buenos Aires. 1976, pp. 40-44, 54-55 (sin
notas)
exhiben dicha validez práctica sólo de un modo aproximativo, y únicamente en la generalidad de los casos.
¡Cuántas veces son tan peligrosas como inadecuadas! Por consiguiente, no será elaborándolas, sea cual fuere
el método que se aplique, que se logrará jamás descubrir las leyes de la realidad. Por el contrario, son como
un velo que se interpone entre las cosas y nosotros, y que las enmascara con tanta mayor eficacia cuanto más
acentuada sea la transparencia que se les atribuye.
Ocurre no sólo que una ciencia de este carácter inevitablemente exhibe formas desfiguradas, sino que carece
de una sustancia de la cual pueda alimentarse. Apenas cobra existencia cuando desaparece, por así decirlo y
se transforma en arte. En efecto, afirmase que esas ideas contienen todo lo que hay de esencial en lo real,
pues se las confunde con lo propiamente real. Desde luego, aparentemente poseen todo lo que es necesario
para que podamos no sólo comprender lo que es, sino describir lo que debe ser y los medios de realizarlo.
Pues lo que es bueno, es lo que se ajusta a la naturaleza de las cosas; lo que la contradice es malo, y los
medios alcanzar una condición y evitar la otra derivan de esta misma naturaleza. Por consiguiente, si la
aprehendemos en un solo movimiento el estudio de la realidad presente carece de interés práctico, y como
este interés es precisamente la razón de ser de nuestro estudio, en adelante éste ya tiene objeto. Así, la
reflexión se ve movida a apartarse de lo que es el objeto mismo de la ciencia —a saber, el presente y el
pasado— para orienta de un salto hacia el futuro. En lugar de tratar de comprender los hechos adquiridos y
realizados, se propone inmediatamente realizar otros nuevos, más adecuados a los fines perseguidos por los
hombres. Cuando se cree saber en qué consiste la esencia de la materia, se está iniciando por eso mismo la
búsqueda de la piedra filosofal. Esta invasión del arte sobre ¡a ciencia, que impide el desarrollo de esta última,
se ve facilitada por otra parte por las circunstancias mismas que determinan el despenar de la reflexión
científica. Pues como esta última nace únicamente para satisfacer necesidades vitales, es absolutamente
natural que se oriente hacia la práctica. Las necesidades que ella está destinada a aliviar son siempre
apremiantes, y por consiguiente la mueven a obtener resultados; reclaman no explicaciones, sino remedios.
Este modo de proceder se ajusta tanto a la inclinación natural de nuestro espíritu que volvemos a hallarlo aun
en el origen de las ciencias físicas. Es lo que distingue a la alquimia de la química, como a la astrología de la
astronomía. Es lo que permite a Bacon caracterizar el método que seguían los sabios de su tiempo y que él
combatía. Las ideas que acabamos de enunciar, son esas notiones vulgares o praenotiones que el propio
Bacon señala en la base de todas las ciencias donde ocupan el lugar de los hechos. Estos idola son una suene
de fantasmas que desfiguran el verdadero aspecto de las cosas, y que sin embargo confundimos con las cosas
mismas. Y como este medio imaginario no ofrece al espíritu ninguna resistencia, este último, como no se
siente contenido por nada se abandona a ambiciones sin limites y cree posible construir, o más bien
reconstruir el mundo con sus solas fuerzas y a la medida de sus deseos.
Si tal ha sido el caso de las ciencias naturales, con mayor razón debe ocurrir lo mismo en la sociología. Los
hombres no han esperado el advenimiento de la ciencia social para forjarse ideas acerca del derecho, la moral,
la familia, el Estado y la sociedad misma; pues no podían prescindir de ellas para vivir. Ahora bien, sobre
todo en sociología estas prenociones, para repetir la expresión de Bacon, pueden dominar a los espíritus y
reemplazar a las cosas. En efecto, las cosas sociales cobran realidad sólo a través de los hombres; son un
producto de la actividad humana. Por lo tanto, no parecen ser otra cosa que la realización de ideas, innatas o
no, que llevamos en nosotros mismos, no parecen ser más que su aplicación a las diversas circunstancias que
acompañan las relaciones de los hombres entre sí. La organización de la familia, del contrato, de la represión,
de Estado y de la sociedad aparece así como un mero desarrollo de las ideas que tenemos acerca de la
sociedad, el Estado, la justicia, etc. Por consiguiente, estos hechos y sus análogos parecen tener realidad sólo
en y por las ideas que son el germen de aquellos, y que desde este momento se convienen en la materia propia
de la sociología.
Lo que acaba de acreditar este modo de ver, es que como el detalle de la vida social desborda por todos lados
a la conciencia, no tiene aquélla Una percepción suficientemente perfilada para sentir su realidad. Como no
hay en nosotros vínculos bastante sólidos ni suficientemente próximos, todo esto suscita con bastante
facilidad el efecto de que no estamos afirmados en nada y que flotamos en el vacío, sustancia a medias irreal e
indefinidamente plástica. De ahí que tantos pensadores no hayan visto en las disposiciones sociales otra cosa
que combinaciones artificiales y más o menos arbitrarias. Pero sise nos escapa el detalle y las formas
concretas y particulares, por lo menos nos representamos los aspectos más generales de la existencia colectiva
de manera aproximada, y precisamente estas representaciones esquemáticas y sumarias constituyen las
prenociones que empleamos para los usos corrientes de la vida. Por consiguiente, no podemos dudar de su
existencia, pues la percibimos al mismo tiempo que la nuestra. No sólo están en nosotros sino que, como son
un producto de experiencias repetidas, extraen de la repetición, y del hábito que resulta de esta última, una
suerte de ascendiente y de autoridad. Sentimos en nosotros mismos su resistencia cuando intentamos
liberarnos de ellas. Ahora bien, no podemos dejar de considerar como cosa real lo que se opone a nosotros.
Por lo tanto, sólo contribuye a que veamos en ella la auténtica realidad social. [...]
Es necesario desechar sistemáticamente todas las prenociones. No es necesaria una demostración especial
de esta regla; se deduce de todo lo que hemos dicho anteriormente. Por otra parte es la base de todo el método
científico. La duda metódica de Descartes en el fondo no es más que una aplicación de esta regla. Si en el
momento de fundar la ciencia Descartes afirma como ley la necesidad de dudar de todas las ideas recibidas
anteriormente, actúa así porque desea utilizar únicamente conceptos elaborados con criterio científico —es
decir construidos de acuerdo con el método que él formula—; por lo tanto, es necesario rechazar, por lo
menos provisoriamente, todos los que tienen otro origen. Ya hemos visto que la teoría de los ídolos, en
Bacon, no tiene otro sentido. Las dos grandes doctrinas, de las que tan a menudo se ha afirmado que se
oponen mutuamente, concuerdan en este punto esencial. Por lo tanto, es necesario que el sociólogo, sea en el
momento en que determina el objeto de sus investigaciones, sea en el curso de sus demostraciones, se
abstenga resueltamente de utilizar los conceptos elaborados fuera de la ciencia y en relación con necesidades
que nada tienen de científicas. Es necesario que se libere de estas falsas pruebas que dominan el espíritu del
vulgo; que deseche, de una vez para siempre, el yugo de estas categorías empíricas que a menudo ejercen un
poder tiránico por obra de un prolongado acostumbramiento. A lo sumo, si a veces la necesidad lo obliga a
recurrir a ellas, que lo haga teniendo conciencia de su escaso valor, para que no las llame a representar en la
doctrina un papel que no merecen.
Esta liberación es particularmente difícil en sociología a causa del papel que el sentimiento representa a
menudo. En efecto, nos apasionamos por nuestras creencias políticas y religiosas, o por nuestras prácticas
morales, y lo hacemos de modo muy distinto que cuando tratamos de las cosas del mundo físico; por
consiguiente, este carácter pasional se comunica al modo en que nos concebimos y nos explicamos. Las ideas
que nos forjamos de estos asuntos tienen para nosotros valor muy especial, lo mismo que sus objetos, y
cobran así una autoridad tal que no toleran ninguna contradicción. La opinión que se les oponga recibe el
tratamiento que se dispensa al enemigo.
Cuestionario
1. ¿Qué ocurre cuando se inicia un amino científico?
2. ¿Cuál es la diferencia entre la reflexión no-científica y la científica?
3. ¿Por qué hay un saber pre-científico?
4. ¿Cuál es para Durkheim el origen de las nociones vulgares?
5. ¿Qué ilusiones llevan consigo las ideas o nociones vulgares?
6. ¿Qué funciones realizan estas nociones vulgares o prenociones?
7. ¿Cómo funcionan las pre-nociones en la Sociología?
8. ¿Dónde se enraízan las pre-nociones para tener tanta fuerza?
9. ¿Qué deduce Durkheim de todo lo anterior?
10. ¿Qué importancia tiene para el método científico tal sugerencia? ¿Qué tradición prosigue Durkheim?
11. Esta regla metodológica es particularmente importante para el estudio de la sociedad. ¿por qué?

B) Leyes sociológicas y tipos ideales


Los fenómenos que estudian las ciencias humanas y sociales son producidos por el hombre, es decir, son
fruto de la libertad. ¿Se puede reducir a leyes el comportamiento humano sin destruir su libertad? Weber se
enfrento con este dilema. Su respuesta le lleva a corregir una concepción de ley excesivamente calcada de
las ciencias naturales. Y siguiendo el análisis de los hechos socio-históricos y culturales, propone la
construcción metodológica del tipo-ideal corno el instrumento adecuado para la investigación científica en
este campo. Se advertirá el esfuerzo de Weber por superar construcciones subjetivas, sin fundamento
empírico, como en salvaguardar la captación de los motivos reales de la acción. Esta «explicación causal
adecuada significativamente», donde se quiere vincular análisis empírico sentido, motivos y probabilidades
típicas, nos aproxima a lo que Weber entendía por Sociología comprensiva y a su esfuerzo por sintetizar o
encontrar la complementariedad real entre Erklären y Verstehen.
LEYES SOCIOLÓGICAS Y TIPOS IDEALES2
9. Las «leyes», como se acostumbra a llamar a muchas proposiciones de la sociología comprensiva —por
ejemplo, la «ley» de Gresham—, son determinadas probabilidades típicas, confirmadas por la
observación, de que, dadas determinadas situaciones de hecho, transcurran en la forma esperada ciertas
acciones sociales que son comprensibles por sus motivos típicos y por el sentido típico mentado por los
sujetos de la acción. Y son caras y comprensibles, en su más alto grado, cuando el motivo subyacente en
el desarrollo de la acción (o que ha sido puesto como fundamento del tipo ideal construido
metódicamente) es puramente racional con arreglo a fines y, por tanto, la relación de medio a fin,
según enseña la experiencia, es univoca (es decir. los medios son «ineludibles»). En este caso es
admisible la afirmación de que cuando se ha actuado de un modo rigurosamente racional, así y no de
otra manera ha debido de actuarse (porque por razones «técnicas», los participes, en servicio de sus
fines —claramente dados—, solo podían disponer de estos medios y no de otro alguno). Precisamente
este caso muestra lo equivocado que es suponer a una psicología cualquiera como fundamento último de
la sociología comprensiva. Cada quien entiende hoy por psicología cosa distinta. Razones de método
justifican cumplidamente, para una dirección científico naturalista, la separación entre la «psíquico» y lo
«físico», cosa completamente extraña, en este sentido, a las disciplinas que se ocupan de la acción. Los
resultados de una ciencia psicológica que únicamente investigue lo psíquico en el sentido de la metódica
de las ciencias naturales y con los medios propios de esas ciencias y no se preocupe de interpretar la
conducta humana por su sentido —con la cual tendríamos ya algo completamente distinto— interesan a
la sociología, cualquiera quo sea la metodología particular de esa psicología, como pueden interesarle los
de cualquiera otra ciencia, y en casos concretos pueden alcanzar a menudo una eminente significación.
Pero no existe en este caso una relación más estrecha que la que guarda con otras ciencias. El error está
en este concepto de lo «psíquico»: todo la que no es «físico» es psíquico. Sin embargo, el sentido de un
cálculo aritmético, que alguien mienta, no es cosa «psíquica». La reflexión racional de un hombre sobre
si para el logro de determinados intereses está exigida una cierta acción, en mérito de las consecuencias
que de ella se esperen, y la decisión que deriva del resultado de esa reflexión, son cosas cuya
comprensión en modo alguno nos facilitan las consideraciones «psicológicas». Ahora bien, sobre tales
supuestos racionales construyo cabalmente la sociología (incluida la economía) la mayoría de sus
«leyes». Por el contrario, la psicología comprensiva puede prestar sin duda alguna decisivos servicios a
la explicación sociológica de los aspectos irracionales de la acción. Pero esto para nada altera la situación
metodológica fundamental.
10. La sociología construye conceptos-tipo —como con frecuencia se da por supuesto como evidente por si
mismo— y se afana por encontrar reglas generales del acaecer. Esto en contraposición a la historia, que
se esfuerza por alcanzar el análisis e imputación causales de las personalidades, estructuras y acciones
individuales consideradas culturalmente importantes. La construcción conceptual de la sociología
encuentra su material paradigmático muy esencialmente, aunque no de modo exclusivo, en las realidades
de la acción consideradas también importantes desde el punto de vista de la historia. Construye también
sus conceptos y busca sus leyes con el propósito, ante todo, de si pueden prestar algún servicio para la
imputación causal histórica de los fenómenos culturalmente importantes. Como en toda ciencia
generalizadora, es condición de la peculiaridad de sus abstracciones el que sus conceptos tengan que ser
relativamente vacíos frente a la realidad concreta de lo histórico. Lo que puede ofrecer como
contrapartida es la univocidad acrecentada de sus conceptos. Esta acrecentada univocidad se alcanza en
virtud de la posibilidad de un óptimo en la adecuación de sentido, tal como es perseguido por la
conceptuación sociológica. A su vez, esta adecuación puede alcanzarse en su forma más plena —de la
que hemos tratado sobre todo hasta ahora— mediante conceptos y reglas racionales (racionales con
arreglo a valores o arreglo a fines). Sin embargo, la sociología busca también aprehender mediante
conceptos teóricos y adecuados por su sentido fenómenos irracionales (místicos, proféticos,
pneumáticos, afectivos). En todos los casos, racionales como irracionales, se distancia de la realidad,
sirviendo para el conocimiento de ésta en la medida en que, mediante la indicación del grado de
aproximación de un fenómeno histórico a uno a varios de esos conceptos, quedan tales fenómenos
ordenados conceptualmente. El mismo fenómeno histórico puede ser ordenado por uno de sus elementos,
por ejemplo, como «feudal», como «patrimonial» por otro, como «burocrático» por alguno más todavía,
2 M. WEBER, Economía y sociedad. F.C.E., México, 1969, 16-18.
por otra como «carismático». Para que con estas palabras se exprese algo unívoco la sociología debe
formar, por su parte, tipos puros (ideales) de esas estructuras, que muestren en sí la unidad más
consecuente de una adecuación de sentido la más plena posible; siendo por esa mismo tan poco frecuente
quizá en la realidad —en la forma pura absolutamente ideal del tipo— como una reacción física
calculada sobre el supuesto de un espacio absolutamente vacío. Ahora bien, la casuística sociológica solo
puede construirse a partir de estos tipos puros (ideales). Empero, es de suya evidente que la sociología
emplea también tipos-promedio, del genera de los tipos empírico-estadísticos; una construcción que no
requiere aquí mayores aclaraciones metodológicas. En caso de duda debe entenderse, sin embargo,
siempre que se hable de casos «típicos», que nos referimos al tipo ideal, el cual puede ser, por su parte,
tanto racional como irracional, aunque las más de las veces sea racional (en la teoría económica, siempre)
y en toda caso se construya con adecuación de sentido.
Debe quedar completamente clara que en el dominio do la sociología solo se pueden construir
«promedios» y «tipos-promedio» con alguna univocidad, cuando se trate de diferencias de grado entre
acciones cualitativamente semejantes por su sentido. Eso es indudable. En la mayor parte de los casos,
sin embargo, la acción de importancia histórica a sociológica está influida por motivos cualitativamente
heterogéneos, entre los cuales no puede obtenerse un «promedio» propiamente dicho. Aquellas
construcciones típico-ideales de ha acción social, como las preferidas por la teoría económica, son
«extrañas a la realidad» en el sentido en que —como en el caso aludido— se preguntan sin excepción:
a) como se procedería en el caso ideal de una pura racionalidad económica con arreglo a fines, con
el propósito de poder comprender la acción co-determinada por obstáculos tradicionales, errores,
afectos, propósitos y consideraciones de carácter no económico, en la medida en que también
estuvo determinada en el caso concreto por una consideración racional de fines a suele estarlo en
el promedio; y también
b) con el propósito do facilitar el conocimiento do sus motivas reales por media de la distancia
existente entre la construcción ideal y el desarrollo real. Dc un modo completamente análogo
tendría quo proceder la construcción típico-ideal do una consecuente actitud a-cósmica frente a
la vida (por ejemplo, frente a la politica y a la economía) místicamente condicionada. Cuanto
con más precisión y univocidad se construyan estos tipos ideales y sean más extraños, en este
sentido, al mundo, su utilidad será también mayor tanto terminológica, clasificatoria, como
heurísticamente. En realidad, no procede de otra forma la imputación causal concreta que hace
la historia de determinados acontecimientos: por ejemplo, quien quiera explicarse el desarrollo
de la batalla de 1866 tiene que averiguar (idealmente), lo mismo respecto de Moltke, que de
Benedek, cómo hubieran procedido cada uno de ellos, con absoluta racionalidad, en el caso de
un conocimiento cabal tanto de su propia situación como del enemigo, para compararlo con la
que fue su actuación real y explicar luego causalmente la distancia entre ambas conductas (sea
por causa de información falsa, errores de hecho, equivocaciones, temperamento personal a
consideraciones no estratégicas). También aquí se aplica una (latente) construcción racional
típico-ideal.
Los conceptos constructivos de la sociología son típico-ideales no solo externa, sino también internamente.
La acción real sucede en la mayor parte de los casos con oscura semi-conciencia o plena inconciencia de su
«sentido mentado». El agente más bien «siente» de un modo indeterminado que «sabe» o tiene clara idea;
actúa en la mayor parte de los casos por instinto o costumbre. Solo ocasionalmente —y en una masa de
acciones análogas únicamente en algunos individuos— se eleva a conciencia un sentido (sea racional o
irracional) de la acción. Una acción con sentido efectivamente tal, es decir, clara y con absoluta conciencia
es, en la realidad, un caso limite. Toda consideración histórica a sociológica tiene que tener en cuenta este
hecho en sus análisis de la realidad. Pero esto no: debe impedir que la sociología construya sus conceptos
mediante una clasificación de los posibles «sentidos mentados» y como si la acción real transcurriera
orientada conscientemente según sentido. Siempre tiene que tener en cuenta y esforzarse por precisar el modo
y medida de la distancia existente frente a la realidad, cuando se trate del conocimiento de ésta en su
concreción. Muchas veces se está metodológicamente ante la elección entre términos oscuros y términos
claros, pero éstos irreales y «típico-ideales». En este caso deben preferirse científicamente los últimos. (Cf.
sobre todo esto, Arch. f. Sozialwiss., XIX. loc. cit. [cf. supra, 1. 6].).

Cuestionario
1. ¿A qué se llama ley en la sociología comprensiva?
2. Indica los elementos de que consta.
3. ¿En la acción humana se puede separar claramente entre la «psíquico» y lo «físico»? ¿Por qué?
4. ¿Qué consecuencias tiene la anterior para las relaciones entre sociología y psicología?
5. ¿Qué es peculiar del estudio sociológica frente al histórico?
6. ¿Se pueden estudiar los fenómenos sociales irracionales? ¿Cómo?
7. ¿Qué es un tipo ideal para Weber?
8. ¿Por qué se denomina «tipo ideal» a tales constituciones teóricas?
9. ¿Cuándo son más precisas y unívocos tales tipos ideales?
10. ¿Qué relación guardan con la realidad los tipos ideales?
11. ¿Qué clase de utilidad aportan los tipos ideales?
12. ¿Hay algún método histórico que se asemeje al tipo ideal?
13. ¿Por qué los conceptos de la sociología son típico-ideales, no solo externa sino también internamente?
14. ¿Ante qué dilema se suele encontrar el investigador social? ¿Que criterio proporciona Weber?

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