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LECTURA 1.

LA SEGURIDAD Y SUS AMENAzAS EN LA


BAJA EDAD MEDIA
LECTURA 1. LA SEGURIDAD Y SUS AMENAzAS EN LA BAJA EDAD MEDIA

En Europa, durante la Edad Media, prevalecía el sistema feudal y existía una fuerte
asociación entre el Imperio y la Iglesia. La vida académica e in- telectual se encontraba en
los monasterios. En ese contexto, durante la Baja Edad Media (S.XIII), nace uno de los
sistemas más significativos en la historia del castigo y la pena: el proceso inquisitorio,
practicado por un tribunal inte- grado por sacerdotes juristas para investigar la mala
conducta de los clérigos (entendida como cualquier conducta apartada de la ortodoxia). Al
pasar del tiempo se fue expandiendo geográficamente y fortaleciendo sus institucio- nes
para investigar, perseguir y castigar cualquier tipo de herejía (por ejem- plo, oponerse a la
idea del pecado, cuestionar las estructuras de poder, pro- mover la igualdad de bienes,
practicar la libertad sexual, etc). El proceso tenía como objetivo principal de actuación la
persecución y re- presión de la brujería y estaba caracterizado por actuaciones secretas,
escritas, en las que se decretaba la prisión preventiva del imputado, es decir, de quien se
encontrara en situación de pecado, a quien muchas veces se le secuestraban sus bienes y
se torturaba para descubrir la verdad. La tortura aparece minuciosamente indicada para
obtener la confesión o para lograr la delación de su- puestos cómplices.

La investigación se iniciaba de oficio o por denuncias anónimas. Frecuentemente, se


buscaba engañar al acusado con falsas promesas y pruebas inexistentes. Si la acusada o
acusado no confesaba, se interpretaba que era efectivamente culpable pues sólo el diablo
podía ayudar a resistir la presión de la tortura. La pena final era morir en la hoguera. Las
ventajas políticas de este sistema eran muchas: permitía reprimir la disidencia política y
religiosa, mantener el orden, lograr la unidad de la Igle- sia, además de procurar beneficios
económicos al poder político-religioso. En este tipo de procedimientos fue emblemática la
“cacería de brujas”, en la que el inquisidor tenía amplios poderes para arrancar la verdad
en los peo- res delitos (pecados) mediante la tortura. La brujería se consideraba uno de los
peores y más gravísimos pecados, con- tagioso e imitable, pues según los discursos que
justificaban su castigo, la brujería se fundamentaba en un pacto con el diablo. La magia
era efectuada con el au- xilio del diablo para causar a los hombres muchos y horribles
daños.

En general, se consideraba la negación de la fe cristiana como una grave amenaza contra


la humanidad que había que extinguir y, para ello, todo método para combatirla era
permitido. Si no se atacaba, la humanidad correría el riesgo de desaparecer, y esta grave
situación generaba una emergencia basada en el miedo que justifica- ba cualquier
intervención por parte del poder, bajo la creencia de que el enemigo no merece trato de
persona. Justamente, una de las características del discurso de emergencia es la
magnificación de la gravedad de la amenaza. Se decía que quien dudara del poder de las
brujas, también era un hereje. Por eso, el mismo defensor evitaba hacer una defensa
demasiado caluro- sa para no provocar la sospecha de pertenecer él mismo al gremio
brujo. Sin duda, era una herramienta útil para evitar cualquier intento de deslegitimar esos
métodos y eliminar la disidencia. Lo imposible y lo irreal, como el pacto diabólico, los
amores con el diablo y los viajes de brujas sólo podían adquirir apariencia de verdad
gracias a la confesión de los supuestos culpables. Semejante confesión de culpa tan sólo
podía arrancarse a discreción mediante las torturas; sólo en rarísimos casos era el
inculpado suficientemente fuerte para resistirlas.

Cabalmente esto se interpretaba en su mayor perjuicio; como empecinamiento por la


ayuda del diablo, provocando esta conducta torturas repetidas y más crueles, para que-
brantar y vencer la resistencia del diablo que vivía en la bruja. Pues en los procesos de
brujas quedaban derogados los principios relativos a la intensi- dad y repetición de la
tortura, porque la brujería era mirada como un delito de excepción (delitum exceptum) en
el cual para la prueba de culpabilidad todo medio era lícito. Una fórmula de los procesos
de brujas decía: Serás torturada hasta que estés tan delgada que a través de ti se vea el
sol (Radbruch y Gwinner 1955). Entre las principales críticas realizadas a este tipo de
sistema, se decía que el poder perseguir y castigar a las brujas era utilizado para otros
fines que no se revelan, que se mostraba indiferencia frente al dolor ajeno, que era el
poder religioso el que decidía quiénes eran consideradas o considerados una amenaza y
que una vez capturada la amenaza, se abrían espacios policiales de arbitrariedad y
corrupción en los que participaban los príncipes (poder político) a través de la confiscación
de los bienes. También se critica el intui- cionismo policial, según el cual, los inquisidores
aseguraban la culpabilidad de las brujas mediante argumentos intuitivos o subjetivos
(equivalente a lo que llaman algunos “olfato policial”), que valía como prueba de cargo
LECTURA 2. LA DoCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIoNAL Y
EL CoNTRoL SoCIAL EN VENEzUELA
LECTURA 2. LA DOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL Y EL CONTROL SOCIAL
EN VENEZUELA

Durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (hasta 1958) hubo fuertes restricciones de
las libertades y garantías civiles y políticas, y en momentos de crisis políticas y sociales el
aparato policial asumió un rol protagónico en el mantenimiento del orden público,
funcionando abiertamente como el arma principal del poder político del Estado y soporte
en el cual descansa- ba el régimen dictatorial, cediendo al proceso de politización,
participando activamente en el funcionamiento del sistema político como una “fuente de
información objetiva del poder”. La violencia institucional se impuso ante la necesidad de
cumplir con el principal atributo del aparato policial, el cual era el mantenimiento del orden
público (político), fortaleciéndose un modelo policial autoritario en el que los intereses
sociales quedaban subordinados a los políticos. Hasta el final del período, se desplegó una
brutal represión, particu- larmente contra la clase obrera y los partidos disidentes. El fin de
la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, en 1958, no supuso el final de la represiva y
violenta historia política venezolana. Venezuela, a diferencia de otros países
latinoamericanos, escapa al autoritarismo burocrático carac- terístico de los regímenes
militares de la década de los sesenta y setenta, pero la ideología del control y la represión
se mantendría, sólo que vestida de civil.

A partir de los años sesenta penetra definitivamente en Venezuela así como en otros
países latinoamericanos- la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN), que definía los
problemas de subsistencia y mantenimiento de la soberanía que se presentan en todo
Estado nacional (García Méndez 1987). A través de esta Doctrina, los cuerpos militares y
policiales venezolanos adquirieron conceptos y herramientas ideológicas y operativas para
actuar contra los disidentes políticos, considerados enemigos internos. Esta nueva
concepción de seguridad surgida a partir de la Segunda Guerra Mundial “introduce
cambios sustanciales en las referencias teóricas de los planificadores de las políticas de
seguridad de los países del continente latinoamericano” (Manrique 1996:41). El impacto
que tuvo en Venezuela se siente con fuerza durante los primeros años de esta década,
como consecuencia de la “recepción de ideas de origen principalmente argentino y
brasileño, trans- mitidas a través del Colegio Interamericano de Defensa de Washington y
que van a influir decisivamente sobre la doctrina y metodología de planificación de la
Seguridad y Defensa que se van a difundir en el país” (Rey 1998:168). Desde entonces, el
aparato represivo del Estado adquirió conceptos y herra- mientas, tanto ideológicas como
operativas, para actuar contra los disiden- tes políticos. Para Bergalli 1983, en todo el
continente, la política criminal que emerge de la DSN es una política del miedo, del terror
de Estado.

El politólogo Miguel Manrique distingue, dentro del esquema de la seguridad nacional, lo


que será la distribución de funciones entre los Estados de- pendiendo del poder de cada
uno de ellos- para asumir la responsabilidad de resguardar la seguridad nacional. En este
sentido, señala que “El Estado eje del hemisferio tiene la responsabilidad de la seguridad
exterior del conjunto del sistema; en cambio, los Estados con menos poder se encargan,
básica- mente, de garantizar su seguridad interna; la cual podría verse amenazada por los
efectos de la “Estrategia Indirecta del contrario” (1996:23). En este sentido y para los
Estados menores en poderío, por decirlo de alguna manera, la inseguridad nacional se
traduciría en la amenaza interior a la estabilidad política de esos Estados.
Entonces, apoyados en la DSN y amparados en la suspensión de las garantías, actuaron
los cuerpos de seguridad del Estado en la procura del mantenimiento del orden interno y
como respuesta a las protestas populares (mu- chas de ellas a raíz de la misma
suspensión de garantías constitucionales). Las políticas gubernamentales se centraron en
la búsqueda de la estabilidad democrática y en el combate contra el comunismo. Mientras
una nueva Constitución es promulgada en 1961 caracterizada por el equilibrio de los
poderes del Estado, por consagrar los más avanzados derechos fundamentales y por
establecer la armonía entre los derechos de los ciudadanos y las necesidades sociales se
desempolva y renueva el viejo aparato de represión política (el mismo del que fueran
víctimas durante la dictadura los integrantes del partido de gobierno), sólo que con otro
nombre y bajo otra autoridad.

El gobierno de Betancourt se ve gravemente afectado por la lucha de los distintos


movimientos sociales y repetidas rebeliones militares que ocupan la atención del gobierno,
trayendo como consecuencia la periódica suspensión de las recién estrenadas garantías
constitucionales. Los nuevos cuerpos de seguridad del Estado actuaron apoyados en la
DSN y amparados en la suspensión de las garantías, en la procura del orden público y
como respuesta a las protestas populares (muchas de ellas a raíz de la misma
suspensión). Las políticas gubernamentales se centraron en la búsqueda de la estabilidad
del recién instaurado régimen democrático. La DSN le otorgaba a la seguridad interna un
valor supremo, en el que el objetivo de guerra era el “enemigo” (disidente), al cual había
que neutralizar y reducir. En los momentos de crisis política descritos, el nuevo gobierno
demo- crático fue capaz de violar los mecanismos jurídicos e incluso ideológicos que ellos
mismos habían creado para asegurarse la adhesión popular, utilizando contra la sociedad
los instrumentos de coerción y violencia propios de los re- gímenes autoritarios.

Según Maza Zavala y Malavé, durante el gobierno de Betancourt se negó la audiencia a


planteamientos de verdaderas reformas, se clausuró el espacio político de la izquierda
revolucionaria y se quebrantaron los términos de la “represión tolerable” (1980:20-21). En
este sentido, y ante las constantes manifes- taciones de malestar social y de protestas
colectivas, el gobierno democrático revive la represión sistemática sobre los partidos
disidentes y declara la censu- ra política, ilegalizando algunos partidos de izquierda. Al
rechazo político del gobierno siguió la declaración abierta de la lucha armada comunista.
Mientras los partidos de izquierda eran censurados, los grupos guberna- mentales de
presión política continuaron actuando y la acción política violenta contrarrevolucionaria se
fortaleció. Gobierno y oposición utilizaron la violencia como medio de comunicación,
estableciéndose, de esta manera, un círculo vicioso y destructivo que, al menos para el
Estado y algunos centros de poder, puede resultar funcional, por cuanto puede justificar la
reacción, la emergencia y la represión.En este contexto la violencia, como reacción al
conflicto, fue la opción elegida por el gobierno para “calmar los ánimos”, y mientras se
exaltaban los atributos del Ejército como “garante de la integri- dad territorial de la Nación,
protector de la Constitución, de las leyes y de los gobiernos del pueblo”, éstos -junto al
renovado aparato de violencia respondieron respaldando las políticas represivas del
gobierno. Consecuentemente, las medidas gubernamentales en materia de seguridad se
tradujeron en mayores dotaciones para las Fuerzas Armadas Nacionales, en el
llamamiento a las filas de nuevos contingentes para asegurar el orden público y en la
intensificación de la lucha antiguerrillas (Velásquez y otros 1980).

A pesar de los intentos de racionalizar la violencia estatal -justificada por algunos por la
amenaza permanente al sistema democrático y al sistema económico capitalista- el
fracaso de la legalidad y de las instituciones democráticas en general se puso en evidencia
a través del terrorismo de Estado, la utilización masiva de los recursos de fuerza y la
impunidad. Durante los gobiernos siguientes, la figura del Estado interventor se intensificó
y fortaleció, los innovadores programas económicos se caracterizaron por el olvido y ,en
cuanto al papel del Estado con respecto a la seguridad nacional, habiendo disminuido
considerablemente la existencia de focos guerrilleros y aumentado la participación de los
partidos políticos en el fortalecimiento de la democracia, las fuerzas represivas del Estado
se abocaron a la búsqueda de un nuevo enemigo interno, ya no político. En este estado de
cosas, la violencia institucional toma nuevos tintes, ahora menos políticos, pero mucho
más generalizada
LECTURA Nº 3 EL ORDEN Y LA SEGURIDAD EN UN
CONTEXTO GLOBALIzADO
LECTURA Nº 3 EL ORDEN Y LA SEGURIDAD EN UN CONTEXTO GLOBALIZADO

Los cambios económicos, tecnológicos, sociales y de otra índole que propician el


fenómeno de la globalización están creando nuevos espacios, nuevas formas de conflicto
que se suman a los ya existentes, y en consecuencia abren nuevas vías de resolución de
los mismos. Ello ha modificado el concepto y sentimiento de seguridad y, por ende, las
condiciones y el entorno en que se pueden desarrollar las políticas de seguridad. Los
fenómenos de globalización abren una nueva perspectiva sobre los espacios de la
seguridad pero, por otro lado y como la otra cara de la misma moneda, la toma de
consciencia cada vez mayor de los ciudadanos respecto de sus derechos y el incremento
de la conflictividad especialmente urbana- ha generado una demanda creciente de
seguridad en los espacios más reducidos.

Ante esta situación ya no son válidos los viejos esquemas políticos y organizativos
centralizados. Se requiere mayor agilidad y celeridad de res- puesta, más interacción entre
los diversos actores. Estamos ante cambios en la estructura social y política que pasan por
conceptos como comunidad y prevención, que generan nuevas formas de relación entre
las esferas pública y privada y cuestionan el monopolio estatal de la violencia.
Tradicionalmente, el orden público, entendido como actividad mera- mente puntual y
represiva de ciertas acciones, está comprendido por un con- junto de técnicas y
procedimientos, generalmente de corte policial-represivo, con el fin de evitar que personas
o grupos concretos provoquen alteraciones que impidan de manera forzada el libre
ejercicio de los derechos y libertades de los demás ciudadanos.

Se trata de un mantenimiento del orden que se diferencia de la actual tendencia a concebir


el orden público en el marco constitucional, entendido como un conjunto de principios
constitucionales que garantizan el ejercicio de derechos y libertades en el marco del
Estado Social y Democrático de Derecho. No tiene nada que ver con la idea de una
actividad, sino que se trata de principios informadores de un sistema político y sus
garantías. Es, por tanto, radicalmente distinto del orden público tradicional. La seguridad
ciudadana, por otro lado, se refiere a una garantía (prevención, protección o en su caso
reparación) de la integridad y el legítimo disfrute y posesión de sus bienes por parte de los
ciudadanos, como realización efectiva del ejercicio de los derechos y libertades. Su
desarrollo se logra a través de políticas aplicadas.
LECTURA 4
LECTURA 4

La ilustración fue un movimiento intelectual y reformista promovido por pensadores de los


siglos XVII y XVIII que planteaban serias críticas al sistema instaurado en la modernidad,
en el que un sistema estatal despótico crecía y se fortalecía cada vez más desvinculado
del pueblo, y en el que la idea de seguridad giraba alrededor de intereses dominantes del
poder político y económico y a espaldas de la población más vulnerable. En ese contexto,
el filósofo inglés John Locke promueve el reconocimiento de los derechos naturales (para
salvaguardar la vida, la libertad y las posesiones) como límite del accionar de los
gobiernos, asegurando que el Estado sólo existe para asegurar esos derechos.
En este mismo sentido, el autor italiano Cesare Beccaria (1738-1794) pro- movió un
concepto liberal de seguridad desde el cual se prevé un Estado limitado, un Estado de
derecho cuyos límites surgen de la ley. Desde este sentido garantista, el Estado debía
respetar los derechos de las personas, es decir, garantizar su seguridad, la seguridad de
sus derechos. En cuanto al castigo, una forma de garantizar esos derechos era a través de
leyes claras y escritas para reducir la arbitrariedad, con penas determinadas, modernas (lo
cual implicaba suprimir el tormento y la tortura), castigando hechos concretos y no
personalidades (formas de ser), entendiendo que el sujeto que infringía la ley era un ser
racional, con capacidad de decidir. Lamentablemente, durante los siglos XIX y XX esta
idea de seguridad de todos frente al Estado y la garantía de la seguridad de los derechos
en general había sido desplazada por la ideología de la defensa social, según la cual el
individuo es un ser enfermo, que atenta contra la sociedad, sin que fueran consideradas
las injusticias sociales producidas por la revolución industrial, que mostraba que a una
mayor acumulación de riqueza seguía una gran acumulación de miserias.

El sistema capitalista comienza a manifestar crisis, pero sin cuestionar el orden social ni
económico como generador de desigualdades, se le asigna el atributo de “peligrosos” a los
pobres (conside- rados biológica y antropológicamente predeterminados al delito),
justifican- do actuaciones de corte autoritario por parte de los Estados que proponían,
entre otras cosas, penas indeterminadas y pena de muerte contra los consi- derados
incorregibles. La aplicación de estas ideas securitarias se dio durante el nacionalsocialis-
mo alemán, cuando se consideraba que la mejor solución para los asociales (quienes se
apartaban de los valores y principios de la sociedad, tanto porque cometían delitos como
porque llevaban una vida disoluta, de vagabundaje, mendicidad o refractaria al trabajo) era
la aplicación de medidas esterilizadoras para evitar la procreación y reproducción de estas
personas, a las que se internaba en casas de trabajo y campos de concentración para
aprovechar su fuerza de trabajo y luego exterminarlas. También leyes autoritarias, que
promueven la arbitrariedad policial y la “aplicación injusta de la justicia”, que criminalizan la
vagancia y la pobreza, se produjeron en Europa y en América Latina, por considerarlas
una amenaza para la seguridad (por ejemplo, las leyes de vagos y maleantes).
LECTURA 5. POLÍTICA DE SEGURIDAD CIUDADANA
LECTURA 5. POLÍTICA DE SEGURIDAD CIUDADANA

Los cambios del Estado venezolano a partir de 1999, luego de la promulgación de la


constitución de la República Bolivariana de Venezuela, proponen redimensionar la
tradicional idea de ciudadanía, que más allá del reconocimiento expreso de unos
derechos, se consolida con su ejercicio. La perspectiva teórica en políticas de seguridad
ciudadana se estima de gran valor, en tanto que la evaluación de los contenidos y
resultados de los mecanismos de intervención del Estado a través del Derecho penal para
garantizar la protección de la seguridad ciudadana, genera valiosa información sobre la
organización y funcionamiento de las instancias del sistema de justicia penal, y resulta
fundamental para desarrollar herramientas que permitan la ejecución de prácticas,
orientadas al logro de los objetivos de una política de seguridad ciudadana en el marco del
Estado social y democrático de derecho, evitando el grave riesgo de acudir a políticas que
signifiquen retomar la herencia de una larga tradición política arraigada en el orden
público, o ser presa de nuevas políticas que emergen de tendencias punitivas
globalizadas, que suponen la homogeneización de las políticas públicas de seguridad,
pudiendo desembocar en modelos y prácticas no solamente ajenos a la realidad social
venezolana, sino contrarios a los imperativos éticos configurados en la constitución.
Ambas perspectivas apuntan a la severidad de la política penal en su conjunto y se
encuentran vinculadas al uso ineficaz del poder, y ante la creciente necesidad de
relegitimación del Estado a través de la política pública de seguridad.

Del orden público a la seguridad ciudadana En la constitución de la República Bolivariana


de Venezuela (cRBV) de 1999 se consagra por primera vez a nivel constitucional la
seguridad ciudadana (artículo 55), entendida en sentido amplio como la protección de los
derechos, libertades y garantías constitucionales. Ello implica -al menos conceptualmente-
la superación del tradicional modelo de segu- ridad basado en el orden público acuñado
durante largo tiempo en el país, que garantizaba sobre todo el normal funcionamiento de
las institu- ciones del Estado y bajo el cual se protegía (distorsionadamente) el orden
económico y político, tanto en gobiernos dictatoriales como democráti- cos, incluso por
encima de los derechos y garantías civiles (núñez 2001).

A partir de 1999, el constituyente parece redefinir las relaciones entre el individuo y el


Estado en materia de seguridad, en el seno de un modelo constitucional propio de un
Estado democrático y social de derecho y de justicia “que propugna como valores
superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la
igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la
preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político” (Artículo 2, cRBV).
La amplia gama de derechos reconocidos en la constitución no sólo tiende a fortalecer la
tradicional noción de ciudadanía, sino que también es una franca invitación a la seguridad,
suponiendo que, ante cualquier amenaza o coerción ilegítima contra la libertad y los
derechos, prevalecerá el orden constitucional (Borrego 2002).

La introducción de este nuevo concepto en materia de seguridad debía representar un


aliciente para la sociedad venezolana y una guía para las políticas públicas a desarrollar
por la nueva República entrado el nuevo milenio, quebrando la trágica historia de control
del Estado, atacando un fenómeno presente en las sociedades modernas -la inseguridad y
asumiendo el reto de garantizar la seguridad de los derechos de sus ciudadanos, reto para
el cual cualquier política de Estado basada en el modelo del orden público resultaría
ineficaz. Siendo así las cosas y siguiendo el esquema de conceptos contrarios expuesto
por Recasens 2000, frente a un modelo basado en el orden público, que tenga como
objetivo fundamental perpetuar la norma y mantener la autoridad, y como misión, forzar la
obediencia de los ciudadanos a la norma, se contrapone un modelo basado en la
seguridad ciudadana, que tendría como objetivo preservar derechos y libertades, a la vez
que se ofrece un servicio público a la ciudadanía, y cuya misión fundamental sería la
protección de la seguridad de los ciudadanos, todo ello en procura de una mejor calidad de
vida.

En este sentido, la seguridad ciudadana -siguiendo a Zuñiga- viene a ser un “concepto


instrumental para el desarrollo de los derechos funda- mentales” (1995:459) y el orden
público, un instrumento al servicio de la seguridad, pero nunca un fin en sí mismo.
Evidentemente, el sentido que asume la seguridad ciudadana en cuan- to a la
conservación, fomento y protección de los derechos y libertades de los ciudadanos, dista
mucho del tradicional concepto de orden público. Entendiéndola como una garantía más
del actual modelo de Estado, a través de la seguridad ciudadana, la democracia
venezolana intenta con- solidarse en función de la garantía de los derechos y asume
tácitamente como compromiso el mantenimiento de la vigencia de los mismos. Desde este
punto de vista, se abren nuevas puertas para el desarrollo de una democracia de la
ciudadanía, entendida como una manera de or- ganizar la sociedad con el objeto de
asegurar y expandir los derechos de los cuales son portadores los individuos (PnUD
2004:54).

En un sistema tal, la violencia y la inseguridad son consideradas como una seria amena-
za para la estabilidad democrática y para la gobernabilidad, no sólo por- que ponen en
evidencia las limitaciones del Estado para erigirse como garante de los derechos
reconocidos como democráticos, sino porque tal situación genera rechazo social hacia el
sistema político y hacia las decisiones de los gobernantes y representantes políticos. En tal
escenario, el efectivo desarrollo de la noción de ciudadanía basada en el ejercicio de los
derechos agoniza, frente a la falta de protección y garantía de esos mismos derechos (ver
Pulido 2000). Si se considera que “en un Estado Democrático, la seguridad es sólo
concebible en tanto que deber de protección del Estado en relación con los derechos”
(Rosales 2002a:300) y que la medida del desarrollo de una democracia está dada por su
“capacidad de dar vigencia a los derechos de los ciudadanos” (PnUD 2004:50), entonces
un contexto de inseguri- dad, que amenace la vigencia del Estado de Derecho,
repre¬sentaría un grave déficit democrático a superar. Democracia, ciudadanía y
seguridad ciudadana son conceptos que deben ser desarrollados, y su cristalización
depende de condiciones so- ciales, políticas, económicas, culturales e institucionales, que
serán de- terminantes para el fortalecimiento (o debilitamiento) del Estado social y
democrático de derecho. Ahora bien, el contenido de estos conceptos (democracia,
ciudadanía y seguridad ciudadana) no se agota con el reco- nocimiento expreso de unos
derechos y de unas libertades.

La seguridad ciudadana y las políticas públicas El marco constitucional y la consecuente


regulación de aspectos so- ciales, políticos y civiles, entre otros, implica la ampliación del
campo de acción del Estado, en el sentido en que se ve incrementada su actividad e
intervención en algunos asuntos. Esto implica importantes transforma- ciones en las
distintas áreas de acción del Poder Público nacional y en la estructura del Estado
venezolano en general. En el proceso de reforma del Estado y en la redefinición de un
sistema tendente a garantizar la seguridad personal de los ciudadanos, las polí- ticas
públicas juegan un papel fundamental y se propone considerarlas para este estudio como
unidad de análisis, no sólo del sector público y del Estado nacional en general, sino del
Gobierno nacional en particular, siendo éste considerado como la unidad estratégica del
sistema político (Bouza-Brey 1996) y como un instrumento para la realización de las
políticas públicas (Lahera 2002).

Si bien la seguridad ciudadana es una responsabilidad concurrente de los distintos ámbitos


político territoriales del poder público -y así lo prevé la CRBV la política nacional de
seguridad ciudadana representa un buen revelador de las prioridades y valores del Estado
en el tratamiento específico de la materia y, en general, de los objetivos del sistema
político como parte del sistema social global. Al fin y al cabo, “lo importante para
caracterizar a un gobierno no son los criterios tradicionales de quién y cómo se ejerce el
poder, sino el contenido de las políticas públicas” (Rey 1998:3). ciertamente, cuando se
habla de seguridad ciudadana, se ven involucrados distintos actores: distintas instancias
públicas y privadas, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales y ,sobre todo,
la sociedad civil como parte importante para la solución de los asuntos públicos; sin
embargo y muy especialmente- son las actividades desarrolladas por (y desde) el Estado
las que ponen a prueba la coherencia política e institucional de todo el sistema, por cuanto
el desarrollo de la política de se- guridad requiere de la intervención de una multiplicidad
de organismos y, en su debida articulación, el Estado tiene una gran responsabilidad.

Específicamente a los organismos del Poder Público nacional (Asamblea nacional,


Ministerio del Interior y Justicia, Ministerio Público y Tribunales de la República entre otros)
les corresponde desempeñar un papel fundamental en el desarrollo de la política nacional
de seguridad. A los fines de hacer una aproximación al tema de estudio, se entien- de que
una política nacional de seguridad ciudadana comprende -en sentido restringido todos
aquellos programas, proyectos y actividades destinadas a disminuir los índices de
criminalidad, llevados a cabo por el gobierno nacional, a través de cualquiera de las ramas
del Poder Público. Tanto en su planteamiento como en sus resultados, la política nacional
de seguridad debe ser valorada en cuanto a su eficiencia en la prevención de la
criminalidad y la violencia, en la legitimidad de los medios emplea- dos y, sobre todo, por el
respeto de los derechos humanos.

Deben ser criterios a considerar, de forma transversal, para la evaluación de la política


venezolana en la materia. Muchos han sido los planes de seguridad desde la entrada en
vigen- cia de la constitución del 99; sin embargo, los planes no garantizan el cumplimiento
de la política pública, pues formular una política es una cosa y poder asegurar la
intervención que ella requiere es otra (Lahera 2002), y es importante tener en cuenta que,
en este proceso, intervienen variables políticas, sociales, económicas y culturales que
determinan el desarrollo de esa política. La política de seguridad ciudadana se presenta
entonces como producto de un proceso que se desarrolla en un tiempo y marco específico
que van definiendo el tipo y el nivel de los recursos disponibles y empleados, y en el que a
través de complejos esquemas de interpretación y de juicios de valor, se va definiendo
tanto la naturaleza de los problemas planteados como las orientaciones de la acción en
materia de seguridad.

La complejidad social, las demandas de seguridad ciudadana y el mo- delo de Estado


venezolano imponen un gran reto: el desarrollo de un nuevo modelo de seguridad basado
en el paradigma de la protección de los derechos humanos (Baratta 2000; Aniyar 2005).
Esto es así, sobre todo cuando no pueden ocultarse más las profundas desigualdades
sociales existentes y donde el sistema penal ha servido de instrumento para profundizar
esas desigualdades; nada más lejano a la ideología del Estado social de derecho. Un
nuevo enfoque de seguridad ciudadana implica más que un reto, un desafío cultural, y las
mismas características que ha asumido la fun- ción gubernamental invitan a reflexionar
sobre qué concepto de seguri- dad se está manejando, qué uso se le está dando a la
capacidad de go- bernar, cómo y cuáles han sido los recursos empleados, para así
plantear los procesos de reformas necesarios a ser desarrollados en el marco de unos
objetivos y mecanismos éticos para cumplir las metas trazadas. Un nuevo enfoque en la
política legislativa de seguridad ciuda- dana requiere la conciencia de que ésta no puede
apoyarse más en el pensamiento conservador, cuyas líneas principales se desarrollan casi
exclusiva¬mente alrededor del control punitivo.
LECTURA 6. HISTORIA POLICIAL DE VENEZUELA
LECTURA 6. HISTORIA POLICIAL DE VENEZUELA

Fue el 10 de Marzo de 1810 cuando la Junta Suprema de Caracas recomienda crear un


cuerpo armado para la salva y custodia del Congreso, configurándose el mismo el 9 de
Marzo de 1811, al crearse una Compañía denominada Guardia Nacional. En Julio de ese
mismo año se le atribuye, además, un Servicio Rural para proteger a los propietarios de
tierras y evitar robos y crímenes. En Venezuela la Policía Rural es centenaria y fue
concebida como un cuerpo armado, con base en un esquema militar cuyas funciones
estaban orientadas para operar con represión. Luego de la independencia y bajo el
amparo de la Constitución de 1811, se buscaba establecer el orden y que los habitantes
adquirieran conciencia ciudadana y se reconocieran en la nueva República.

En su génesis, los primeros cuerpos policiales se desempeñaron a pie. Más tarde, se dotó
de caballos y se uniformó con mudrines alemanes, una es- pecie de traje con capa que se
complementó con sombrero y espada, “para que haga respetar su carácter”, indica el
decreto de ley. Sus atribuciones fueron aprehender a los infractores, recolectar impuestos,
se- ñalar a los sospechosos de rebeldía, cuidar mercados, alumbrar y empedrar calles.
Con motivo de la desaparición de la Primera República, la Guardia Nacional es olvidada
por carencia de recursos. En 1820 vuelve a resurgir en el panorama Independentista con
el triunfo de las Armas en Carabobo. En 1839, desaparece esta primera Guardia Nacional.

La institución resurge nuevamente bajo al mandato del General José Antonio Páez en el
año 1841, denominándose La Guardia Nacional de Policía cuya función era la seguridad y
el orden, especialmente del medio rural, además la misma tenía unas funciones
adicionales como evitar crímenes, la protección de la vida de las personas y de sus bienes
y la vigilancia y custodia de los presos. Debido a la carencia de recursos económicos para
su mantenimiento, ésta desaparece por medio de la derogación de la Ley que la creó en el
año 1847. En 1915 surge un aparato policial embrionario conocido como “La Sagrada” una
policía secreta, centralizada, politizada, consagrada al mantenimiento y la supervivencia
del gobierno gomecista y que escapaba al proceso de burocratización del Estado. A través
de la información recaudada por los agentes de “La Sagrada”, se lograba un control más
amplio a través del cual era posible detectar y reprimir a los enemigos políticos que
pudieran amena- zar con alterar el orden. Con la muerte de Gómez desaparece “La
Sagrada”, los cuerpos policiales de algunos estados y del Distrito Federal se abocaron al
resguardo del orden público.

El 10 de mayo de 1938 se inicia la creación de la Escuela Municipal de la Policía Montada.

El Servicio Nacional de Seguridad marcó la pauta en el desarrollo institucional de la policía


venezolana, significó el desarrollo de los cuerpos policiales frecuentemente centralizados,
rígidamente jerarquizados, con cobertura en todo el territorio nacional y con estilos
militarizados de gestión. Concebido legalmente como una institución autónoma de carácter
apo- lítico y técnico, el Servicio Nacional de Seguridad es perfeccionado como cuerpo
investigador en 1946 (aunque no sufre cambios significativos en su organización) con
asesoría de la Seguridad Nacional francesa. Es así como durante el mandato de la Junta
Revolucionaria presidida por Rómulo Betancourt, desde la cual se ordena la disolución de
las policías mu- nicipales que fueron reorganizadas durante el Gobierno de Medina
Angarita (1941-1945).

Surge la Seguridad Nacional, que como aparato policial se distinguirá aún más por su
estructura piramidal, altos niveles de burocratización y esca- sa flexibilidad y permeabilidad
ante las exigencias sociales. En este punto es importante destacar la doble dimensión de
la función policial, según la cual, por un lado, se protegerían importantes objetivos para el
conjunto social, así como los derechos de las personas reconocidos en la Constitución y
las leyes, y por el otro también cumpliría determinados objeti- vos políticos, a través de la
preservación del orden público y el mantenimien- to de un grupo en el ejercicio del poder
político. Marcos Evangelista Pérez Jiménez creó en 1952 la fuerza de la “Seguridad
nacional” (Policía civil subordinada al Gobierno); sin embargo, no fue pro- bada
judicialmente su responsabilidad personal en tales hechos ocurridos en la Historia.

Desde este punto de vista, el ejercicio de toda función policial se debate naturalmente
entre motivaciones políticas y sociales, pero será la ruptura de este equilibrio en beneficio
de la lógica política, orientada principalmente hacia la protección de las instituciones y
autoridades políticas establecidas, lo que, como se tratará más adelante, definirá y
consolidará el desarrollo del aparato policial en Venezuela.

En 1956, se creó la Escuela Municipal de Policía y fue trasladada al Km. 23 de El


Junquito. En 1958, cambia su denominación por Centro de Instrucción Policial, según
Gaceta Municipal Nº 11.740 de fecha 08 de noviembre del mismo año. Finalizada la
dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958, la policía municipal
de aquel entonces fue desintegrada, para abrir paso a otro sistema de vigilancia
democrática. Uno de los objetivos inmedia- tos fue la reestructuración de todas las policías
a nivel nacional.

La formación de los funcionarios policiales estaba a cargo de la antigua Escuela de Policía


de El junquito y para el 30 de Mayo de 1959, se graduó el primer curso mixto de agentes,
donde 50 hombres y 24 mujeres recibieron su cargo de funcionario en la promoción “5 de
Julio de 1811”. Este grupo de mujeres fue el pionero de la creación de la Brigada
Femenina, que ocurrió ocho años más tarde. Dicho programa se denominó “Alianza para
el Progreso” y ya para el año 1961 llego a nuestro país una misión de Carabineros de
Chile, con la misión de brindar asesoría a la policía de aquel entonces. Dicho programa y
la misión de Carabineros de Chile que se encontraban en nuestro país, generó un
detallado estudio de la situación del cuerpo de seguridad y solicitaron al gobierno que se
dictara una ley u ordenanzas, que hasta los momentos no existía, que fuera base legal de
la policía.

Para el año 1964 la policía cuenta con una ordenanza en la que se especifican las
jerarquías del personal, planes de vigilancia, estructuración del batallón, reglamento sobre
funcionamiento, entre otras materias relacionadas con la misión del cuerpo de seguridad.
Todo esto va dándole otra forma y estructu- ra a la policía de entonces. La policía en la
ciudad de Caracas fue evolucionando como una policía municipal, que transitó por los
pasajes de la dictadura, pero en definitiva, durante el periodo democrático, y más
específicamente a partir de 1969, durante el primer mandato gubernamental del doctor
Rafael Caldera, es cuando comienza a sentarse las bases de la Policía Metropolitana que
hoy tenemos.

En 1969, durante la primera gestión del doctor Rafael Caldera, se crea formalmente la
Policía Metropolitana, el acto se llevó a cabo el 21 de diciembre, en esta oportunidad se
firma un convenio Constitutivo entre los Gobernadores del Distrito Federal, del estado
Miranda y la Policía Municipal, para ejercer con mayor eficiencia las funciones y ampliar su
radio de acción. El 9 de Octubre de 1981 según Decreto Presidencial 1.232 eleva su
categoría a Instituto Universitario de la Policía Metropolitana, ofreciendo la carrera de
Técnico Superior Policial y el 17 de marzo de 1987, según resolución Nº 184 del Ministerio
de Educación es autorizado para impartir la Carrera de Licenciado en Tecnología Policial
en las menciones Administración Policial y Sistemas de Seguridad. En 1985 se inició el
proceso de nivelación de los oficiales de policía a Técni- co Superior Policial. En 1993, por
autorización del Ministerio de Educación mediante un oficio Nº 00001683, se inicia la
administración de Licenciatura en Tecnología a los oficiales de carrera activos y jubilados
de la Policía Metropolitana. En 1996 se aprueba el rediseño del Plan de Estudios de la
Licenciatura en Tecnología Policial y su cambio de denominación por Ciencias Policiales
mención: Seguridad y Orden Público.

El 18 de septiembre de 1996, mediante oficio Nº. 00003967 emanado de la Dirección


Sectorial de Educación Superior se autoriza al Instituto Univer- sitario de la Policía
Metropolitana para la “implantación del diseño curricu- lar modificado de la carrera, que de
acuerdo a lo planteado en el informe se cambia su denominación y orden público”, a partir
del año lectivo 1996-1997.
LECTURA 7. ANTECEDENTES DE LA INVESTIGACIÓN
CRIMINAL EN VENEZUELA A PARTIR DE LA CREACIÓN
DEL CUERPO TÉCNICO DE POLICÍA JUDICIAL, AÑO 1958
LECTURA 7. ANTECEDENTES DE LA INVESTIGACIÓN CRIMINAL EN VENEZUELA A
PARTIR DE LA CREACIÓN DEL CUERPO TÉCNICO DE POLICÍA JUDICIAL, AÑO 1958

La investigación de los delitos de acción penal en Venezuela, a mediados del siglo XX, se
institucionaliza el 20 de febrero de 1958 cuando el presiden- te provisional de la Junta de
Gobierno Contralmirante Wolfgang Larrazábal, dentro del esquema político del momento,
promulga el decreto Nº 48 con Fuerza de Ley, que estableció la base legal para la creación
de un Cuerpo de Policía especializado para la investigación de los delitos de Acción
Penal.

Organismo que dependería del Ministerio de Justicia asignándosele el nombre de Cuerpo


Técnico de Policía Judicial. Asumió la dirección de este nuevo cuerpo de investigación
criminal el Abogado Rodolfo Plaza Márquez; constituyéndose su estructuración y
organización para ese momento difícil, debido a que la policía político civil que le antecedió
denominada Seguridad Nacional al momento de ser desmantela- da, como consecuencia
del derrocamiento del gobierno del General Marcos Pérez Jiménez, no contó con una
edificación adecuada ni un instituto académico para la formación científica de los
investigadores.

El Cuerpo Técnico de Policía Judicial empezó a funcionar en un pequeño local del centro
de Caracas ubicado en el Pasaje Capitolio, con tan sólo doce funcionarios se crean las
primeras delegaciones: Chacao, La Guaira y Los Teques. Para la formación académica del
personal a ingresar para trabajar en el campo investigativo y dando cumplimiento a lo
establecido en el decreto, se pone en funcionamiento la primera escuela en fecha 6 de
agosto de 1958, ubicada entre las esquinas de Principal y Santa Capilla en la antigua Casa
Guipuzcoana.

Ya a partir de los años 70 hasta los 80, el Cuerpo Técnico de Policía Judicial va en
avanzada, constituyéndose como una de las mejores policías de invesigación criminal a
nivel mundial en lo técnico-científico, contando con una serie de recursos, pero a partir de
los años 80, a causa de la indiferencia del organismo gubernamental encargado, con
respecto a la seguridad ciudadana se va produciendo un deterioro.
LECTURA 8. HISTORIA DE LOS CUERPOS DE BOMBEROS
EN VENEzUELA
LECTURA 8. HISTORIA DE LOS CUERPOS DE BOMBEROS EN VENEZUELA

Transcurría la década de los años 20 y Caracas se desenvolvía pacífica- mente. Sus


habitantes se recogían a tempranas horas de la noche. Pero muchas veces la quietud de
los días y las noches se interrumpía con el sonar de las campanas de las iglesias,
avisando que un incendio se había producido en la vecindad y amenazaba con
propagarse, muchas de las veces sin poder hacer nada al respecto por la falta de una
acción organizada que arremetiera contra el fuego que consumía todo lo que consiguiera a
su paso, arrojando fuertes perdidas. Cuando se originaba un incendio, cosa frecuente, el
método usado era trasladar al sitio un viejo carro cisterna llamado La Benemérita, del cual
bajaban un recipiente o tonel grande, con un pitón y una rustica goma adaptada y
llenándolo pacientemente con baldes de agua, mientras dos personas subiendo y bajando
un balancín lanzaban agua a baja presión. Las llamadas de emergencia se hacían
directamente a la policía, donde se guardaban las cisternas y el personal que salía a
combatir el incendio eran civiles y agentes del orden publico.

Con el crecimiento de los pueblos y ciudades, se va presentando también el peligro de las


calamidades y tragedias publicas: incendios, derrumbes, inundaciones, temblores, etc. Es
por esto que surge la necesidad de crear el Cuerpo de Bomberos para enfrentar esas
emergencias, disminuyendo las secuelas negativas que dejan en el seno de la población.
En las principales ciudades del país se han organi- zado, a tal efecto, las instituciones
bomberiles, que día a día prestan invalo- rables servicios a la colectividad. Fue el 24 de
febrero de 1936, cuando se crea la Junta Organizadora, com- penetrándose con las
necesidades de la comunidad. El Gobierno del General López Contreras emitió una
Resolución por la cual se creaba una Comisión de Estudios que se encargara de organizar
una institución bomberil, siendo su Primer Comandante el Sr. Enrique Paris Ambard. Esta
Junta estuvo integrada por los Señores Carlos Anglade, R. Chirinos, Eliodoro Ocanto y el
mismo E. Paris Ambard. Realizados los primeros estudios, fue invitado por el Gobierno del
Distrito Federal, para visitar a caracas, el Comandante Primer Jefe del Cuerpo de
Bomberos de Panamá, Coronel Juan Antonio Guizado, la invitación fue aceptada y así se
tuvo la ventaja de una cooperación técnica.

La Comisión de Estudios preparó una organización definitiva del Cuerpo de Bomberos de


Caracas. Creyó conveniente el Gobierno del Distrito Federal enviar a Panamá a una
persona que se encargara de estudiar la organiza- ción del Cuerpo de Bomberos de esa
localidad y comisionó al Sr. Enrique Paris Ambard, quien a su regreso trajo un vasto
material para la organización de la institución bomberil local, también tramitó lo conducente
para la venida de un Oficial de Panamá a fin de que ejerciera el cargo de Instructor
General. El instructor que llego a Caracas fue el Sub-Teniente Roberto Martínez León,
quien estuvo ocho meses ofreciendo magníficos resultados sobre las técnicas de combate
de incendios, tácticas, recursos materiales, planificación y otros conocimientos sobre la
ciencia o arte de bomberos. Fue remplazado por el Capitan Rufino Loscher Blanco, quien
fue contra- tado hasta fines de 1948. El Cuerpo de Bomberos de Caracas tiene como
misión primordial, respon- der por la seguridad de las vidas y los bienes de la población de
la jurisdicción, en casos de las calamidades como las ya mencionadas. Fue creado el 5 de
julio de 1937, feliz coincidencia de que su fundación fuese un Aniversario de la Firma del
Acta que declaro nuestra Independencia. La primera guardia permanente fue inaugurada
el 1° de mayo de 1937, con una dotación de 37 hombres y 5 carros bombas, en esa
oportunidad fue nombrado Comandante el Sr. Enrique Paris Ambard.

Entre otros, han sido Comandantes del Cuerpo de Bomberos de Caracas: Carlos Anglade,
Carlos Basalo Rodríguez, Ernesto López, Capitán Evencio Pulgar, Coronel Victoriano
Jordan Petit, Teniente Coronel Humberto Ovalles, Teniente Coronel José Octavio
González, Coronel Publio Alvarado Ruiz y el Coronel Ángel Ramón Freytes. El carro
bomba Broakway (Modelo 1936) fue el pionero fundador del Cuerpo de Bomberos de
Caracas, estuvo prestando sus servicios en forma ininterrumpida hasta 1958. En la
actualidad se encuentra mecánicamente en buenas condiciones y en exhibición en el
Museo del Transporte. Por sus meritorias intervenciones, ha salvado numerosas vidas y
bienes materiales. Larga es la lista de los integrantes que a través de los años han
ofrendado sus vidas al servicio de esa causa tan noble y desinteresada. Cabe destacar la
sensibilidad social y la vocación profesional de esta insti- tución, ya que su desempeño
exige sacrificios innegables, que no los compen- sa remuneración económica ni beneficio
social alguno. Solamente la satis- facción del deber cumplido, el respeto, admiración,
cariño y agradecimiento que el pueblo concede pueden retribuir a esta digna y honrosa
organización, los desvelos, que por el bienestar de la comunidad realizan constantemente.
Es la compleja labor del bombero.
LECTURA 9. HISTORIA DE LA PROTECCIÓN CIVIL EN
VENEZUELA
LECTURA 9. HISTORIA DE LA PROTECCIÓN CIVIL EN VENEZUELA

En la época de nuestra Independencia, se formaron en Caracas las llamadas “Juntas de


Subsistencias”, como medida de protección a la población civil, en virtud del
desabastecimiento creado por el estado de guerra interna imperante. El 23 de marzo de
1936, bajo el gobierno del General Eleazar López Contreras, se conformó el “Puesto de
Socorro para prestar Servicio Médico a las víctimas de accidentes” (Gaceta Oficial 18.913).
En ese mismo año, dada la preocupación del Estado venezolano en lo referente a los
aspectos preventivos, se creó el Botiquín de Emergencias.

El 17 de julio 1938 se dicta la Ley de Servicio Nacional de Seguridad, en la cual se le


asignan misiones a la Guardia Nacional y se establece que el Servicio de Sanidad es el
órgano competente para cooperar con las autoridades civiles encargadas de las
calamidades públicas (Gaceta Oficial 19.637). El 7 de septiembre de 1943 se dictó el
Decreto 175, mediante el cual se crea la Junta Nacional de Socorro, adscrita al Ministerio
de Sanidad y Asistencia Social, para atender a las personas que resultaron afectadas a
consecuencia de las inundaciones producidas por el río Orinoco en esa época; siendo
ésta, la primera referencia histórica en nuestro país, sobre la creación de un ente del
estado destinado a la atención de situaciones de desastres.

Y el 16 de noviembre de 1943, se dicta una resolución donde se reglamenta su campo de


acción para que se encargue de centralizar los fondos voluntarios y del tesoro a fin de
atender damnificados por inundaciones (Gaceta Oficial 21.199). Aún, para esa fecha el
término “Defensa civil” no se había utilizado como símbolo de preparación y atención de
desastres en el país. Corresponde al Dr. Espíritu Santos Mendoza, quien actuando como
Ministro de Sanidad y Asistencia Social, por resolución, crea el 21 de mayo de 1958, la
“División de Socorro y Defensa civil”, adscrita a la Dirección de Asuntos Sociales. A raíz
del terremoto ocurrido el 29 de julio de 1967, es creado el “comando Unificado Médico
Asistencial” (CUMA), presidido por el otrora Ministerio de Sanidad e integrado por
Representantes de todos los Organismos del Estado y el 16 de junio de 1969, por decreto
Presidencial Nº 96, se crea el “Fondo de Solidaridad Social” (FUNDASOCIAL), con el
objeto de prevenir y reparar en lo posible, los daños ocasionados por calamidades y
catástrofes que pudieran afectar a grupos apreciables de la colectividad.

El 7 de septiembre de 1971, según Decreto Presidencial Nº 702, se crea la “comisión de


Defensa civil”, con la función de Planificar y Coordinar las acciones tendentes a prevenir,
reducir, atender y reparar los daños a personas y bienes causados por calamidades
públicas por cualquier origen, socorriendo simultáneamente a la población afectada. A
partir del 8 de junio de 1975, el Ministerio de la Defensa emite lineamientos que incluyen el
apoyo de las Fuerzas Armadas Nacionales a las operaciones de Defensa Civil durante
emergencias causadas por fenómenos natura- les catalogadas como calamidades
públicas. El 18 de agosto de 1976 se dicta la Ley Orgánica de Seguridad y Defensa, la
cual en su Artículo V, establece que la Defensa Civil estará regulada por el Presidente de
la República y sugiere que los ciudadanos que no estén alista- dos en las Fuerzas
Armadas deberán incorporarse a la Defensa Civil en caso de requerírseles.

Para el 10 de agosto de 1979, según Decreto Presidencial Nº 231, la Comisión Nacional


de Defensa Civil pasa a formar parte Integrante del “Consejo Nacional de Seguridad y
Defensa”, Organismo responsable de la Administración Pública a fin de coordinar la acción
de los Organismos competentes, ajustando su actuación a los Planes de Seguridad y
Defensa. En 1996 fue aprobado, en Consejo de Ministros, el Reglamento Parcial No.3 de
la Ley Orgánica de Seguridad y Defensa relacionado con la Defensa Civil Venezolana,
publicada en marzo de 1997, en la Gaceta Oficial No. 36.164, por vez primera se señala a
Defensa Civil como un “Sistema Nacional” En 1999, la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela establece en su Artículo 332, ordinal 4° el “nacimiento” de “Una
Organización de Protección Civil y Administración de Desastres”; como órgano de
seguridad ciudadana, cristalizando un deber del Estado y un derecho del ciudadano.

Según el Decreto Presidencial Nº 1.557 con fuerza de Ley del Sistema Nacional de
Protección Civil y Administración de Desastres, en fecha 13 de noviembre de 2001
publicada en Gaceta Oficial Extraordinaria de la República Bolivariana de Venezuela Nº
5.557, el Decreto con Fuerza de Ley de la “Organización nacional de Protección civil y
Administración de Desastres”; como un órgano de seguridad ciudadana, adscrito al
Ministerio del Interior y Justicia
LECTURA 10. LOS ÁMBITOS DE LA SEGURIDAD
LECTURA 10. LOS ÁMBITOS DE LA SEGURIDAD

Se pueden distinguir dos grandes tipos de protecciones. Las protecciones civiles


garantizan las libertades fundamentales y la seguridad de los bienes y de las personas en
el marco de un estado de Derecho. Las protecciones so- ciales “cubren” contra los
principales riesgos capaces de entrañar una degra- dación de la situación de los
individuos, como la enfermedad, el accidente, la vejez empobrecida, dado que las
contingencias de la vida pueden culminar en una decadencia social. Aunque las formas
más masivas de violencia y de decadencia social hayan sido neutralizadas, la
preocupación por la seguridad es de naturaleza popular.

Las sociedades modernas están construidas sobre el terreno fértil de la inseguridad,


porque son sociedades de individuos que no encuentran ni en ellos mismos ni en su medio
inmediato la capacidad de asegurar su protección. Si bien es cierto que estas sociedades
se han dedicado a la promoción del individuo, promueven también su vulnerabilidad, al
mismo tiempo que lo valorizan. De esto resulta que la búsqueda de las protecciones es
consustan- cial al desarrollo de este tipo de sociedades. La sensación de inseguridad no
es exactamente proporcional a los peligros reales que amenazan a una población.

Es más bien el efecto de un desfase entre una expectativa socialmente construida de


protecciones y las capacidades efectivas de una sociedad dada para ponerlas en
funcionamiento y, algunas veces, la sensación de inseguridad y la demanda de seguridad
puede traducirse en una demanda de autoridad que, liberada a sus impulsos, puede
amenazar la propia democracia. Existe una infinita aspiración a la seguridad en nuestras
sociedades, pero ello no debe conducir a cuestionar la legitimidad de la búsqueda de
protec- ciones. Todo lo contrario, es la etapa crítica necesaria que hay que atravesar para
definir las acciones que hoy se requieren para hacer frente del modo más realista a las
inseguridades: combatir los factores de disociación social que están en la raíz tanto de la
inseguridad civil como de la inseguridad social.

No conseguiremos la seguridad de estar liberados de todos los peligros, pero se podría


ganar la oportunidad de habitar en un mundo menos injusto y más humano. Estar
protegido no es un estado “natural”. Es una situación construida, porque la inseguridad no
es un imponderable que adviene de manera más o menos accidental, sino una dimensión
consustancial a la coexistencia de los individuos en una sociedad moderna y que,
necesariamente, hay que combatirla para que éstos puedan coexistir en el seno de un
mismo conjunto. Para ello, se debe instituir un Estado dotado de un poder efectivo para
desempeñar ese rol de proveedor de protecciones y garante de la seguridad. Pero un
Estado democrático no puede ser protector a cualquier precio, porque ese precio sería
equivalente al absolutismo del poder del Estado. La existencia de principios
constitucionales, la institucionalización de la sepa- ración de los poderes, la preocupación
por respetar el derecho en el uso de la fuerza ponen otros tantos límites al ejercicio de un
poder absoluto y crean las condiciones de cierta inseguridad.
LECTURA 11. Caracazo
LECTURA 11. Caracazo

El 2 de febrero de 1989 el presidente electo, Carlos Andrés Pérez, tomó posesión en el


teatro Teresa Carreño. Por primera vez un Presidente venezolano se posesionó fuera del
recinto del Congreso Nacional. Algunos encontraron que el acto fue similar a una
coronación imperial. El 16 de febrero apenas 14 días después de la toma de posesión, el
Presidente anunció el paquete de las penurias económicas: aumento de precios y
congelación de salarios, entre otras. Según algunos analistas, con ese paquete
“empezamos a transitar el camino hacia el 27 de febrero”.

Muchos de los que votaron por Pérez comenzaban a desilusionarse y no las tenían todas
consigo: habían creído que con Carlos Andrés regresaría la viajadera a Miami para seguir
comprando “tan’ barato, dame dos”, pero la dura realidad asomó la llegada de una época
de privaciones. En el ambiente del país se palpaba una sensación de malestar
generalizado, el disgusto colectivo era evidente. El lunes 27 de febrero de 1989 amaneció
como todos los lunes: con grandísima flojera. Todo comenzó cerca del Nuevo Circo de
Caracas cuando los usuarios de la ruta de autobuses Caracas-Guarenas-Guatire se
enteraron de las nuevas tarifas más altas que las reguladas por el Gobierno que estaban
cobrando los choferes porque los nuevos precios de la gasolina habían entra- do en
vigencia el domingo anterior. El Gobierno había aprobado 10 bolíva- res para la ruta
Caracas-Guarenas y 12 bolívares para la Caracas-Guatire, los conductores estaban
cobrando 16 y 18 bolívares respectivamente. Los pasajeros se sintieron burlados y, desde
las seis de la mañana, se concentraron en la avenida Lecuna (frente al coso de San
Agustín) para protestar pacíficamente, luego se les unieron los estudiantes del tecnológico
Luis Caballero Mejías. La protesta se fue de bruces, se volvió violenta y se generalizó en
Caracas y llegó a otras ciudades. Fueron días “casi una semana”de batallas campales que
comenzaron con manifestaciones “espontáneas” (aunque algunos aseguran haber visto a
agitadores que luego participaron en el golpe de estado del 4 febrero de 1992). La cuota
de dolor y muerte fue grande: la cifra oficial fue de trescientos muertos. Otros opinan que
las muertes pasaron de tres mil. La calma comenzó a regresar el 3 de marzo.

LECTURA 12. TRAGEDIA DE VARGAS


LECTURA 12. TRAGEDIA DE VARGAS (1999)

Deslaves en la costa del litoral, estado Vargas.


La Tragedia de Vargas, denominada también como el Desastre de Var- gas o los Deslaves
de Vargas, es como se le conoce al conjunto de des- laves, corrimientos de tierra e
inundaciones ocurridas en las costas cari- beñas de Venezuela en diciembre de 1999 y
especialmente trágica en el estado Vargas, de donde recibe la denominación, pero que
afecta a otras regiones del país. Éste es considerado el peor desastre natural ocurrido en
Venezuela durante el siglo XX. Las cifras de fallecidos aunque sin carácter oficial se
calculan en miles (van de 10.000 hasta 50.000 muertos dependiendo de la fuente),
mientras que los damnificados tampoco confirmadas oficial- mente se cuentan en decenas
de miles. Este hecho aparece en el Libro Guinness de los récords como el mayor número
de víctimas mortales por un alud de barro. Las zonas más afectadas por el desastre
natural del 15, 16 y 17 de di- ciembre son las costas de los estados Vargas, Miranda y
Falcón. Miles de personas fueron desplazadas y pueblos enteros quedaron devastados,
entre la infraestructura perdida por el desastre se cuentan universidades, grandes hoteles,
clubes, importantes comunidades, vialidad, entre otros.
LECTURA 13. POLÍTICAS DE SEGURIDAD
LECTURA 13. POLÍTICAS DE SEGURIDAD Tomado de: Recasens, A. (2007)

La seguridad y sus políticas. Barcelona: Atelier. (Adaptado para fines pedagógicos de este
material).
cuando hablamos de seguridad o de temas relacionados con ella, a me- nudo se constatan
confusiones semánticas y conceptuales entre modelos, métodos, políticas, técnicas, etc.
Un modelo es una construcción sobre una experiencia de la realidad y dicha realidad no
puede ser o no ser, sino que sencillamente es. En toda realidad hay siempre elementos
para construir un modelo. Toda institución como la policía o todo programa de acción como
una política, en tanto que construcciones, contienen un modelo subyacente, ya sea,
manifiesto o latente, pretendido o espontáneo. Lo verdaderamente importante consiste en
saber reconocer si nos hallamos ante un modelo preconcebido y ejecutado para
transformar la realidad y orientarla a partir de unos objetivos predeterminados, o por el
contrario se trata tan sólo de un intento de sistematizar o explicar lo ya existente, que se
ha ido perfilando con la mera actividad de los actores sociales.

Si no existe una política concreta de seguridad establecida y ejecutada por quien tiene tal
responsabilidad, las instancias operativas como la policía no dejan por ello de actuar, sino
que con su quehacer perfilan, de manera asilvestrada pero no por ello menos cierta,
formas, modelos y elementos constitutivos de lo que podríamos denominar una pseudo
política. Ésta contiene o incorpora algunos elementos incluso estratégicos, que a nivel muy
primario se constituyen en apariencias subsidiarias de una inexistente auténtica política.
Las políticas de seguridad forman parte de las políticas públicas, y és- tas a su vez de la
política en general. En un modelo democrático, puede sostenerse que quienes ejercen el
poder político tienen una capacidad -y la obligación- de tomar decisiones legítimas en el
marco de dicho modelo, que deben orientarse a la consecución de un bien común, pero
que no pueden ser separadas de las finalidades (objetivos, metas) espacio- temporales
propuestas por aquellos que han sido elegidos y encargados de gobernar.

Las políticas públicas de seguridad son políticas sectoriales, sin que ello signifique que
puedan desligarse de otras políticas públicas (como las de bienestar social, sanidad,
urbanismo, defensa, educación, etc.). Entonces, por políticas públicas de seguridad se
puede entender un con- junto de iniciativas y decisiones basadas en una lectura
interpretativa de la realidad, mediante las cuales quienes ejercen el poder político,
constituidos en poder público, intentan dirigir las actividades y los recursos de los órganos
y de las instituciones dedicados a garantizar la integridad de los ciudadanos y la
preservación legítima de sus bienes con la finalidad de transformar la realidad. La política
de seguridad no debe estar enfocada en posicionamientos a remolque de los sucesos de
la realidad. En tal caso lo que se produce no son políticas, sino falsas políticas, detrás de
las cuales no hay una voluntad real de llevarlas a cabo y esa falta de voluntad de
realización la convierte en una política simbólica para tratar de comprar tiempo.

Las verdaderas políticas de seguridad tienen por objeto transformar la realidad a partir de
cierta prospectiva, tratando de evitar que el problema detectado llegue a plantearse o, al
menos, que se expanda. Deben operar de manera que se alcancen y mantengan estados
de seguridad soporta- bles (sostenibles) para la sociedad en la que se desarrollan. En
general, el diseño y la ejecución de las políticas de seguridad transformadoras requieren
de un proceso de elaboración específico que pasa forzosamente por la investigación y la
evaluación. Un estado de seguridad no responde a situaciones espontáneas. Sólo puede
responder al diseño y ejecución de políticas de seguridad previstas al efecto y en
constante proceso de evaluación y revisión para adaptarlas a los cambios y necesidades
sociales. Por lo tanto, un estado de seguridad no puede en modo alguno ser neutro; es el
producto de una actividad pública en un entorno social concreto. (Recasens, 2007).
LECTURA 14. “RAIMUNDO, EL BOMBERO MÁS VALIENTE
DEL MUNDO”
LECTURA 14. “RAIMUNDO, EL BOMBERO MÁS VALIENTE DEL MUNDO”

un hermoso cuento para ti, apreciada y apreciado estudiante. ¡Lee con atención!

“Lo llamaban así simplemente porque mundo rima con Raimundo, pero no porque fuese
tan valiente. Más bien era tímido y pequeñito y de ninguna manera parecía uno de esos
héroes, intrépidos, valientes y audaces. Sin embargo, Raimundo sabía cumplir muy bien
con su deber y era el primero en vestirse y subir al camión de bomberos cuando sonaba la
alarma. Todos creen que los bomberos sólo apagan los incendios, pero no es así: también
los llaman para resolver otro tipo de problemas. Por ejemplo, los llamaron cuando el perro
del Sr. González corrió al gato de doña Etelvina y el animal se asustó tanto que se trepó al
árbol más alto del vecindario. Después no se pudo bajar y se pasó toda la noche
maullando allá arriba. Y fue Raimundo quien lo rescató. Cuando el hijo de doña Ágata
metió la cabeza entre los barrotes del balcón y se quedó allí atorado, también llamaron a
los bomberos y hubo que desarmar medio balcón para sacar al travieso. Y aquella vez que
se rompió un caño en la casa de doña Eduviges y se inundó el sótano, ¿a quienes
llamaron? Sí, a los bomberos y fueron ellos quie- nes lo desagotaron. Lo mismo sucedió
cuando el Sr. Galimbertti quedó atrapado en el ascensor, entre el noveno y el décimo
piso... Por supuesto, fueron los bomberos los que solucionaron el problema y lo
rescataron, ¡siempre los bomberos!

Raimundo, era un bombero cumplidor y servicial, siempre dispuesto a socorrer a quien lo


necesitara y no le gustaba que se rieran de él llamándolo “Raimundo, el bombero más
valiente del mundo”. Era una burla porque después de todo no es necesario ser un
gigantón lleno de músculos para ser valiente. Y Raimundo esperaba poder demostrarlo
algún día. Y ese día llegó sin que nadie lo esperase. En el cuartel de bomberos recibieron
una llamada urgente: ¡el circo se estaba incendiando! Era una situación realmente grave,
las llamas eran enormes y todos trabajaban para apagarlas y, para salvar a los animales,
alguien les había abierto las jaulas. Las fieras sueltas se habían escapado y andaban por
toda la ciudad. Alguien tenía que atraparlas, pero todos tenían miedo de hacerlo.
Finalmente, el capitán ordenó a Raimundo que se ocupara del asunto. El momento de
demostrar que era valiente de verdad, ¡había llegado! ¡Por fin una situación bien difícil que
necesitaba audacia y valentía!

Raimundo recordó haber oído que “la música amansa a las fieras” y corrió a su casa en
busca de su violín. Su única preocupación era que entre tantas fieras hubiese alguna
sorda, pero por suerte todas tenían buen oído. Raimundo recorrió las calles tocando el
violín y las fieras comenzaron a seguirlo para escuchar su música. Así llegó hasta el circo,
cuando ya estaba apagado el incendio y pudieron hacer entrar a cada animal en su jaula.
Al día siguiente la foto de “Raimundo, el bombero más valiente del mundo” estaba en la
televisión, los diarios y, ¡hasta en internet!”

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