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Sudamericana lanza “El Coti” de Darío Gallo y Gonzalo Álvarez


Guerrero.

Diecinueve años después, se publican detalles


de cómo Nosiglia compró Tiempo Argentino

En estos días sale a la venta el libro “El Coti” de Editorial


Sudamericana, una biografía no autorizada del dirigente radical
Enrique “Coti” Nosiglia. El DsD anticipa un capítulo que precisa
cómo hizo la línea interna de la UCR - denominada “Junta
Coordinadora” - para tomar el control del diario Tiempo
Argentino (1982 – 1986). Los problemas con la prensa durante
el gobierno de Raúl Alfonsín. El rol del “Coti”, la posición de
Raúl Burzaco; el Grupo Bridas de los Bulgheroni y algunos de
los periodistas que participaron.

Entre el 17 de noviembre de 1982 y el 27 de septiembre de 1986, se edito el


diario “Tiempo Argentino”, dirigido por Raúl Burzaco. Carlos Ulanovsky
en su libro “Paren las Rotativas” (Editorial Espasa, 1997) alcanzó a incluir
en su “historia de los grandes diarios, revistas y periodistas argentinos”
varias líneas sobre la era de “Tiempo”, incluyendo que luego de la apuesta
editorial al frustrado triunfo del peronismo en 1983, el matutino propiedad
del Grupo Bridas (Bulgheroni) y sus socios alemanes Carlos y Tomas
Leonhardt pasó a ser controlado por la “Coordinadora” de Enrique
Nosiglia. Dos años después, en 1999, Susana Carnevale con “La Patria
Periodística” (Editorial Colihue) logró avanzar sobre la temática de la
compra.

Ahora el libro de Gallo (actual editor de Política de Noticias) y Alvarez


Guerrero (actual corresponsal en Buenos Aires del diario Rió Negro y ex
revista TXT) viene a precisar detalles del control accionario hasta aquí
desconocidos, a partir – entre otras fuentes – de haber logrado en vida el
testimonio del propio Burzaco (fallecido el 9 de febrero de 2004). El DsD,
reproduce entonces el capítulo mencionado.

Tiempo Argentino, el sueño del diario propio

Hacía un año que el gobierno de Alfonsín había asumido cuando Burzaco empezó
a desconfiar. Raúl Horacio Burzaco dirigía el diario Tiempo Argentino desde su
fundación a fines de 1982, cuando agonizaba la dictadura. El diario funcionaba en
Lafayette al 1900, en las instalaciones de La Opinión, de Jacobo Timerman,
expropiadas por los militares. Tras el fracaso militar, el matutino había jugado para
el candidato peronista Ítalo Luder. Ante el nuevo panorama político abierto el 30 de
octubre de 1983 con la victoria radical, Tiempo Argentino destilaba cierto tufillo
opositor a las narices sensibles de la administración Alfonsín. No se sabe bien en
qué momento fue, pero Burzaco comenzó a notar casualidades reiteradas. Él
escribía los editoriales políticos de los domingos y, muchas veces, se iba los viernes
de la redacción palpitando alguna primicia. Para su sorpresa, el sábado mismo leía
en algún diario de la competencia lo que creía que era su hallazgo, aunque
almibarado o distorsionado para beneficio oficial. Cuando notó que circunstancias
similares se repetían semana a semana no lo dudó. Llamó a un comisario amigo de
la Policía Federal y le transmitió su inquietud: “Me parece que me están pinchando
los teléfonos. ¿Tendrá algún especialista para que me revise las líneas?”. Cuando
dos técnicos de la Federal llegaron con sus maletines hasta el despacho de Burzaco,
los periodistas de la redacción creyeron que eran operarios de ENTel para una
revisión de rutina. Nunca se enteraron de que esos dos hombres, sumados a otros
policías de civil que esperaban afuera, encontraron una perla a la vuelta del diario.
Sobre la avenida Vélez Sarsfield, los sabuesos hallaron una “citroneta” estacionada,
con un agente de los servicios que manipuleaba un equipo de audio ultramoderno.
Burzaco tenía razón: alguien había ordenado esas escuchas ilegales para saber qué
diálogos tenía el director del diario. No hubo denuncia judicial, ni arrestos, pero la
“citroneta” no volvió a aparecer por el barrio.

La obsesión del radicalismo por “manejar” a la prensa venía desde lejos. En cien
años jamás habían logrado tener un diario propio. Más aún, siempre los perturbó la
leyenda del “diario de Yrigoyen”, que le escribían al presidente para enajenarlo de la
realidad. También los atormentaba el final de Arturo Illia, cuyo derrocamiento se lo
endosaban a la pérdida de imagen urdida por las ironías de la prensa y los
humoristas. “Hicimos muchas cosas, pero no las sabemos difundir”, se consolaban
a sí mismos los alfonsinistas cuando estaban en problemas.

En un informe especial de la revista Somos en 1988 se consignaba cómo el


gobierno controlaba u orientaba canales de televisión, radios y medios gráficos. La
política oficial televisiva era “más bien confusa”, según la revista. “Porque no hay
una política, sino feudos, como en el tiempo de los militares en que cada fuerza
manejaba un canal. La Coordinadora, que responde a Nosiglia, maneja el 13; los
históricos de la provincia de Buenos Aires —Moreau—, el 11. Y ATC, después de
la gestión Casasbellas, que respondía a Caputo, quedó en manos de Jorge Neder
(responde a Carlos Becerra) y de Julio Fernández Cortés, que responde a Fredi
Storani.”

Si bien Nosiglia y sus compañeros digitaban los canales capitalinos, la situación se


les volvía ingobernable con la prensa gráfica. Joaquín Morales Solá, quien por
entonces era columnista político de Clarín, recuerda que él y muchos otros
periodistas trabajaban muy contenidos porque recibían del gobierno el mensaje de
la fragilidad del sistema democrático: “Es cierto que había un grupo de militares
carapintadas dispuestos a todo, pero muchos radicales chantajeaban con esa
información”.

Al referirse a Nosiglia, en su libro Asalto a la ilusión, Morales Solá fue contundente:


“Hay políticos peores, pero él es víctima de su propio defecto: no tolera cerca
ningún periodista que no esté a sueldo de su causa”.

De ese tema también daba fe Raúl Burzaco. Tiempo después del episodio de las
escuchas, el periodista recibió una invitación de Nosiglia para almorzar en el
restaurante del Yacht Club Buenos Aires. El propio Burzaco contó que el Coti fue
directo: “Queremos que trabaje para nosotros, por el sueldo no se haga problema”.
Según el entonces director de Tiempo Argentino, esos almuerzos se repitieron en
dos ocasiones más, con el mismo ofrecimiento que él desistía con una sonrisa: “El
Coti Nosiglia se movía para manejar y controlar los medios de comunicación. Y, en
ese juego, pretendió acercarse a Tiempo Argentino y dominarlo desde afuera. Usó
muchos subterfugios. El último fue que quería comprarlo. Yo, por supuesto, traté
de resistir”.

Es que el Coti tenía muy en claro “el poder” de la prensa. No sólo porque sus
familiares habían integrado la cooperativa que editó el diario Tribuna en Posadas,
sino también por la traumática experiencia de Illia con los medios de
comunicación, cuando su padre Plácido Nosiglia fue funcionario en Salud. Tal vez
por eso, el Coti trató de colocar su gente en la que creía una estratégica oficina para
bajar línea hacia los medios. En la Secretaría de Información Pública de Alfonsín,
tras la temprana renuncia de Emilio Gibaja, recaló Juan Radonjic, hombre leal a
Nosiglia aún hoy. El nuevo secretario confirmó en sus puestos a otros dos fieles del
Coti: Luis Stuhlman y Oscar Muiño. Aunque el fracaso comunicativo del gobierno
siguió siendo la constante. Por eso, decidieron disolver esa secretaría, que pasó a
revistar en el área de Cultura a cargo de Carlos Bastianes. ¿A quién respondía el
“Gordo” Bastianes? A Nosiglia, por supuesto.

Hasta 1985, la táctica había sido colocar “periodistas de sus filas en los diarios de
oposición”, antes que mantener un diario con los dineros del gobierno. Ante ese
fracaso y el incipiente negocio de los medios de comunicación que se abría en la
Argentina, Nosiglia decidió apostar fuerte. Siempre desde las sombras, ordenó
adquirir parte del paquete accionario del diario Tiempo Argentino.

La historia oficial de Tiempo había comenzado a fines de la dictadura. Luego de


dos licitaciones fallidas, el Estado decidió otorgar por decreto las instalaciones de
La Opinión, a la empresa Dos de Abril, perteneciente al grupo Bridas, de Carlos
Bulgheroni, un empresario muy ligado a la clase militar (también dueño de lo que
debería haber sido la fábrica rival de Papel Prensa, Papel de Tucumán) y a dos
empresarios de origen alemán, Carlos y Tomás Leonhardt, que tenían una
participación minoritaria. El 17 de noviembre de 1982 se puso en marcha Tiempo
Argentino. El diario importaba a la Argentina la tendencia en boga en el mundo: el
arrevistamiento. Es decir, un diseño con fotografías a gran tamaño y con
suplementos que usaban la técnica de las revistas semanales.

Pero la historia “no oficial” de Tiempo Argentino se remonta a 1952. Para más
datos, al 26 de julio, día en que falleció Eva Perón. Ese día había aterrizado en
Ezeiza el príncipe Georg von Waldburd-Zeil, que fue enviado de viaje de egresado
a recorrer el mundo, tras terminar el colegio secundario. Heredero de una de las
familias más ricas de Alemania, Georg amaneció en una Buenos Aires de luto. Con
su compañero de viajes intentó almorzar, pero todos los negocios estaban cerrados
por el duelo nacional. Regresó al hotel, pero tampoco tuvo suerte: el restaurante
también estaba sin personal. El conserje les pasó a los alemanes un dato salvador:
“Si asisten al funeral de Evita, tras pasar el ataúd están entregando comida”. El
príncipe no dudó. Y se mezcló con los que hacían cola para ver por última vez a
Evita. “La lluvia no paraba un solo instante. La fila de llorosos se alargaba,
zigzagueando bajo un techo de paraguas y de papel de diario. Se calculó que llegaba
a medir tres kilómetros. Esperaban diez horas haciendo cola, helados, empapados,
hambrientos, a menudo enfermos”, describió la biógrafa de Eva, Alicia Dujovne
Ortiz. Entre ese grupo estaba Georg von Waldburd-Zeil, quien al llegar al vestíbulo
donde se exponía a la muerta sintió que la Argentina era un país mágico al que
debía regresar. Observó a la mujer cubierta con un sudario blanco y una bandera
patria, y se detuvo en el rosario que le habían colocado entre los dedos flaquísimos.
Fue una mirada que duró pocos segundos, al instante estaba descendiendo las
escalinatas que rodeaban al féretro, empujado por el desfile incesante de
descamisados. Tras esa visión que lo impactó, el príncipe recibió lo que tanto
buscaba: la vianda, que incluía sándwiches y café, le devolvió el alma al cuerpo.

Treinta años después, Georg von Waldburd-Zeil regresaría a la Argentina para


invertir algunos dineros en el diario Tiempo Argentino con el socio local, su amigo
Carlos Bulgheroni. Por eso el periodista Ernesto Schoo estaba convencido de que
los Leonhardt eran apenas la máscara del verdadero propietario: “No intervenían
para nada, salvo en eventos de tipo social. No pusieron plata: eran los testaferros de
un grupo militar”. En realidad, Leonhardt representaba los intereses del príncipe y
de los Bulgheroni.

En las elecciones de 1983, el diario no disimuló su apuesta a favor del peronismo.


Después sufrió la venganza radical. En La patria periodística, Susana Carnevale
describe de qué modo ingresó la Coordinadora de Enrique Nosiglia a Tiempo
Argentino. “Tiempo no pasó nunca el tope impuesto; los 60.000 ejemplares que
lograra imprimir en medio de frondosas deudas, subsidiadas por el grupo Bridas,
habían descendido. Finalmente, triunfaron los impetuosos, ávidos jóvenes de la
Coordinadora de la Capital. Bridas retrocedió. Con un acto reflejo, simultáneo al de
sus pies, con las manos retiró los fondos. Por su parte, la juvenil formación
ideológica acudió presta a golpear las puertas gubernamentales.”

DsD 23 - 3 - 2005

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