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El feminicidio es una categoría que debe abordarse como la forma más extrema e irreparable de
violencia directa hacia las mujeres. Es un problema social, económico, político, cultural y
también del Estado. El feminicidio se está posicionando como una categoría de análisis que
conduce a evidenciar la especificidad de los asesinatos a las mujeres por razones de género.
Dichos crímenes responden a un clima social de discriminación y violencia contra la mujer, que
se sostiene en una sociedad que aún tolera el lenguaje violento hacia todo lo femenino y una
cultura donde históricamente se desarrollan prácticas sociales que atentan contra la libertad, la
salud, la integridad y finalmente contra la vida de las mujeres.
El feminicidio es un crimen que debe ser atendido por el Estado. No tiene actores ni coyunturas
únicas, ni tampoco existe un perfil único de víctimas; en consecuencia, cualquier mujer puede
ser agredida hasta ocasionarle la muerte. Por otra parte, los autores de los crímenes no
responden a una particularidad; es decir, que pueden ser realizados por personas conocidas o
vinculados con las víctimas (familiar, sentimental o amicalmente), así como del entorno laboral
o de estudios; además de ex convivientes o ex cónyuges, o desconocidos.
Nuestro país no es ajeno a los casos de feminicidio. El feminicidio en el Perú se caracteriza por
presentar un antecedente de violencia familiar o violencia entre la pareja. Muchas de ellas
acudieron en busca de apoyo a diferentes instituciones del Estado, pero no recibieron respuesta
adecuada, rápida y eficaz a pesar de tener las potestades para actuar. Esto nos confirma que el
Estado aún no es capaz de proteger apropiadamente a las mujeres, ya que el sistema judicial no
responde con eficacia a sus demandas, exponiéndolas a las represalias de sus agresores quienes
luego provocan su muerte. Ello evidencia también que el hogar –identificado por muchas
mujeres como seguro– en realidad no lo es, dado que éste es uno de los principales espacios
donde las mujeres son victimadas por sus agresores.
Perspectiva General
Por tanto, la violencia contra la mujer es un problema mundial, histórico y estructural. A lo largo
de la historia se ha podido constatar que la mujer cumple un rol determinado socialmente; es
decir, que se ha ido construyendo una realidad donde lo femenino es inferior a lo masculino.
Además, la violencia contra la mujer se inscribe en el plano de los significantes colectivos, por lo
que se han desarrollado y sedimentado en los imaginarios sociales prácticas discriminatorias
que violentan la integridad física y psicológica de las mujeres. Aunque las culturas –por su
dinamismo– cambian, la violencia ejercida contra la mujer por razón de su género se mantiene
como un persistente y grave problema mundial que afecta diariamente a millones de mujeres
en el mundo.
En consecuencia, este problema no puede ser asumido de manera aislada como situaciones que
se desencadenan únicamente entre determinadas personas, culturas o comunidades.
Lamentablemente, constituye una grave violación a los derechos humanos, al punto que
sobrepasa las fronteras, los niveles económicos y sociales y las creencias religiosas; todo ello
conduce a que la mujer no sea asumida como sujeta de derechos, por lo que colectivamente se
va legitimando y tolerando la violencia ejercida hacia ella.
Las estadísticas de violencia contra las mujeres ponen al descubierto la existencia de una
tragedia de dimensiones mundiales desde el punto de vista de los derechos humanos. Los
siguientes datos dan cuenta de la magnitud del problema:
- Al menos una de cada tres mujeres ha sido golpeada, obligada a mantener relaciones sexuales
o sometida a algún otro tipo de abusos en su vida, según un estudio basado en 50 encuestas de
todo el mundo. Por lo general, el autor de los abusos es un familiar o un conocido.
- Según informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 70% de las mujeres que son
víctimas de asesinato mueren a manos de su compañero (pareja).
“…el orden social está tan profundamente arraigado que no requiere justificación; se impone a
sí mismo como auto evidente y es tomado como “natural”. Este orden está inscrito en las
estructuras de la organización social y en las estructuras cognitivas de la mente”.
La violencia contra la mujer por razones de género obedece a una lógica jerarquizada entre los
sexos, la cual es instaurada dentro de la cultura y la sociedad y es trasmitida mediante discursos
y representaciones; la constituyen todos aquellos comportamientos y acciones que violenten,
dañen o perjudiquen la integridad de las mujeres, obedeciendo estas acciones a una
racionalidad que discrimina a la mujer.
En ese sentido, la perspectiva de “género” se constituye como un eje transversal incluso dentro
de los instrumentos jurídicos a nivel nacional e internacional, como veremos a continuación.
“Todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener
como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las
amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen
en la vida pública como en la vida privada”.
“…la expresión "discriminación contra la mujer" denotará toda distinción, exclusión o restricción
basada en el sexo que tenga por objeto o resultado menoscabar o anular el reconocimiento,
goce o ejercicio por la mujer, independientemente de su estado civil, sobre la base de la igualdad
del hombre y la mujer, de los derechos humanos y las libertades fundamentales en las esferas
política, económica, social, cultural y civil o en cualquier otra esfera”.
Por su parte, el Sistema Interamericano de Protección de los Derechos Humanos a través del
artículo 1 de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia
contra la Mujer (Convención de Belem do Pará) señala:
“…debe entenderse por violencia contra la mujer cualquier acción o conducta, basada en su
género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el
ámbito público como en el privado”.
Adicionalmente, el Comité de la CEDAW en su Recomendación N° 19, afirma que:
“…la violencia contra la mujer, que menoscaba o anula el goce de sus derechos humanos y a sus
libertades fundamentales en virtud del derecho internacional o de los diversos convenios de
derechos humanos, constituye discriminación, como la define el artículo 1 de la Convención”.
Finalmente, la violencia contra las mujeres por razones de género puede ser de diversos tipos9
y, en principio, se pueden agrupar hasta en cuatro grandes rubros: violencia física, sexual,
psicológica (o emocional) y privaciones económicas o de otra índole.
En cuanto a la violencia sexual, ésta puede focalizarse inicialmente en las violaciones. Las
definiciones de esta conducta varían de una jurisdicción a otra. Sin embargo, durante el último
decenio se ha producido un importante desarrollo en el derecho internacional en lo relativo a la
definición y comprensión de la violación. Como señalaba la entonces relatora especial sobre la
violencia contra la mujer, Radhika Coomaraswamy:
“Existen (…) disposiciones que prohíben explícitamente [en el Estatuto de Roma de la Corte
Penal Internacional] todos los tipos de violencia sexual contra la mujer en tiempo de guerra”.
En el artículo 8 del Estatuto se hace la misma afirmación en relación con los crímenes de guerra
durante conflictos internacionales y durante conflictos internos. Además, la definición de
tortura recogida en el artículo 7 es lo bastante amplia para incluir los actos de violencia sexual
perpetrados por particulares. La relatora especial señala que otros casos, originados en los
Tribunales Penales Internacionales para Ruanda y la ex Yugoslavia, han brindado importantes
resoluciones.
“Sin el derecho ejecutable de poseer o heredar tierras y propiedades, las mujeres y niñas hacen
frente a la indigencia al morir sus esposos, compañeros o padres, al tiempo que la pobreza las
expone a mayor explotación sexual y a más violencia”.
La violencia contra la mujer, así como su magnitud nos revela que éste es un problema social
que responde a la permanencia de una cultura con estructuras jerárquicas patriarcales, donde
la mujer es vista como un objeto desechable y maltratable; prueba de ello es que las múltiples
situaciones y acciones que vulneran los derechos humanos de las mujeres se pueden dar tanto
en tiempos de paz como en tiempos de conflicto armado. Se trata de contextos diferentes que
responden a un imaginario cultural similar que limita y arremete contra el ejercicio pleno de las
libertades y derechos de la mujer; enfrentándose así no solo a la violencia y discriminación de
sus familias y su comunidad sino también del Estado.
El Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) reveló que, en el Perú, el 68,2% de las
mujeres han sufrido violencia física, sexual o psicológica en el 2016. Pese a lo elevado del
porcentaje, dicha cifra es menor en dos puntos respecto al 2015 y seis puntos menor en los
últimos 5 años, lo que revela una tendencia a la disminución. En el año 2016 el 68% de mujeres
fueron violentadas por su pareja o esposo y la violencia psicológica es la que más afecta.
El Ministerio de la Mujer informó que en el año 2016 fueron 60,589 víctimas y en el año 2017
hubo 81,009 víctimas de maltrato físico, psicológico y sexual.
En el 2018 en el país se registró más de 65 000 casos de víctimas que han acudido al Centro de
Emergencia Mujer a pedir ayuda judicial, psicológica o social. Esto es un indicativo de la violencia
de género y los problemas de salud mental en el país.
Feminicidio
La forma más extrema de violencia contra la mujer
“El feminicidio es el genocidio contra las mujeres y sucede cuando las condiciones históricas
generan prácticas sociales que permiten atentados contra la integridad, la salud, las libertades
y la vida de las mujeres. En el feminicidio concurren en tiempo y espacio, daños contra mujeres
realizados por conocidos y desconocidos, por violentos, violadores y asesinos individuales y
grupales, ocasionales o profesionales, que conducen a la muerte cruel de algunas de las
víctimas”.
De lo anterior se colige que: el feminicidio es el crimen contra las mujeres por razones de
género. Es un acto que no responde a una coyuntura ni actores específicos, pues se desarrolla
tanto en tiempos de paz como en tiempos de conflicto armado y las mujeres víctimas no poseen
un perfil único de rango de edad ni de condición socioeconómica. Sin embargo, existe mayor
incidencia de la violencia en mujeres en edad reproductiva. Los autores de los crímenes tampoco
responden a una especificidad ya que estos actos pueden ser realizados por personas con
quienes la víctima mantiene un vínculo afectivo, amical o social, como por ejemplo familiares,
parejas, enamorados, novios, convivientes, cónyuges, exconvivientes, excónyuges o amigos.
También es realizado por personas conocidas, como vecinos, compañeros de trabajo y de
estudio; de igual forma que por desconocidos para la víctima. Asimismo, puede ser perpetrado
de manera individual o colectiva, e incluso por mafias organizadas.
Sin embargo, estos crímenes sí responden a un clima social y cultural específico, donde aún
prevalece el machismo, entendido como el comportamiento colectivo sostenido en un sistema
social organizado de manera desigual y donde el poder es ejercido por el hombre. Esta es la
razón por la cual se normaliza y tolera la violencia contra la mujer. Ello nos sitúa en un panorama
social descompuesto y de severas perturbaciones sociales, pues las mujeres no están siendo
asumidas como semejantes ni como personas sujetas a derechos y libertades en igualdad de
condiciones. Los feminicidios responden a racionalidades colectivas en donde el rol de la mujer
en la sociedad continúa siendo adscrito al ámbito doméstico, lo femenino ha sido devaluado y
la sexualidad de la mujer es espacio de dominio y lugar del ejercicio del poder “masculino”. Por
lo tanto, los feminicidios son expresiones de una estructura simbólica colectiva profunda que se
manifiesta en la cotidianeidad de la vida de las mujeres, en el discurso de los medios de
comunicación, en el lenguaje utilizado por muchas autoridades que atienden casos de violencia,
en los argumentos que esgrime el agresor para justificar sus crímenes y en la poca voluntad
política para abordar el problema dentro de las prioridades del Estado.
Usar el término feminicidio para señalar los crímenes a mujeres por razones de género nos
permite evidenciar la magnitud de la violencia contra la mujer y presentarla como un grave y
creciente problema social que urge atender. Además, nos permite especificar las causas
estructurales e históricas a las que responden este tipo de delitos alejándonos de
generalizaciones que tienden a estereotipar y crear mitos alrededor del comportamiento
femenino, devaluándolo y justificando el crimen tácitamente; pues los autores no son personas
con perturbaciones mentales, sino personas socializadas cuya acción responde no a “emociones
violentas” sino a conductas desarrolladas en un contexto de discriminación y violencia contra la
mujer.
El feminicidio en el Perú
Si bien el femicidio existe desde hace muchos años atrás, antes que esta se haga un tema muy
relevante y de mucho debatir en nuestro país; desde el 2016, año en que se introdujo al Perú el
movimiento feminista, NI UNA MENOS (surgido en Argentina en 2015). El observatorio de la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que recoge información de 23
países, informó que el Perú ocupaba el octavo puesto entre las naciones con mayor número de
feminicidios, hubo 124 casos de feminicidios y 258 tentativas durante el año, según la
estadística del Ministerio Público.
En nuestra legislación penal existen una serie de tipos penales en los cuales se contempla y
caracteriza los atentados contra la vida de las personas; en este sentido, los casos de feminicidios
podrían inscribirse en los siguientes tipos:
HOMICIDIO SIMPLE (Art. 106 del Código Penal). - Se configura este delito cuando alguien mata
a otra persona, tiene por tanto que existir dolo o intención por parte del agresor de causar la
muerte de la víctima. Tiene una pena privativa de libertad no menor de seis ni mayor de 20 años.
PARRICIDIO (Art. 107º del CP).- Se configura cuando el agresor sabe que está matando a su
ascendiente, descendiente, natural o adoptivo, o su cónyuge o concubino. Se sanciona con pena
privativa de libertad no menor de quince años.
HOMICIO CALIFICADO-ASESINATO (Art. 108 del CP).- Es aquel homicidio que se da dentro de
cualquiera de las siguientes circunstancias:
3. Con gran crueldad o alevosía, lo que implica actuar sobre seguro para producir un daño.
4. Por fuego, explosión, veneno o por cualquier otro medio capaz de poner en peligro la vida o
salud de otras personas.
HOMICIDIO POR EMOCIÓN VIOLENTA (Art. 109 del CP).- En este caso, el que mata lo hace
porque se encuentra bajo el imperio de una emoción violenta que las circunstancias hacen
excusable. Tiene una pena privativa de libertad, no menor de tres ni mayor de cinco años. Existe
una agravante que se da cuando concurre el parricidio, teniendo entonces pena privativa de
libertad no menor de cinco ni mayor de 10 años.
HOMICIDIO CULPOSO (Art. 111 del CP).- Es aquel homicidio en el cual no existe intención de
matar; sin embargo, por culpa o negligencia se ocasiona la muerte de una persona. Tiene una
pena privativa de libertad no mayor de dos años o con prestación de servicio comunitario. Existe
una agravante cuando son varias las víctimas del mismo hecho o cuando el delito es resultado
de la inobservancia de reglas técnicas de profesión, de ocupación o industria; en este caso, la
pena privativa de libertad será no menor de dos años ni mayor de seis años e inhabilitación para
el ejercicio de la profesión.
Conclusión
Asimismo, la Convención de Belem do Pará divide la violencia contra la mujer en tres planos: la
violencia que se da dentro del ámbito familiar, la que tiene lugar en la comunidad y la que es
realizada o tolerada por el Estado.
Las afirmaciones vertidas por los agresores muestran claramente que existe una pretensión de
autoridad y dominio sobre las decisiones de las mujeres y sobre sus vidas; dicha autoridad, al
verse contravenida, genera una reacción violenta en su intención de autoafirmarse.
Por lo tanto, estamos ante un caso de violación permanente a los derechos humanos de un
grupo poblacional y social: las mujeres. Los alcances de los feminicidios se inscriben a nivel
colectivo y generan un ambiente de inseguridad social, lo cual es reforzado por la desprotección
estatal, limitando el desarrollo de las capacidades y ejercicio de las libertades y derechos de la
mujer. Este atentado muestra el real contexto de violencia y discriminación hacia la mujer;
convirtiéndose en uno de los principales problemas sociales que tenemos que enfrentar, pues
es evidente que las construcciones sociales de nuestra sociedad toleran la violencia basada en
la discriminación de género.
El Estado peruano ha ratificado la CEDAW, donde se exhorta (artículo 2) a que los Estados partes
tomen medidas apropiadas para eliminar la discriminación contra la mujer practicada por
cualesquiera personas, organizaciones o empresas. Y la Convención de Belem do Pará, donde
los Estados partes se comprometen a condenar toda forma de violencia contra la mujer y
acuerdan desarrollar políticas para evitar, castigar y erradicar esta violencia.
Por lo tanto, es fundamental señalar que las organizaciones del Estado y de la sociedad civil
deben promover estrategias para prevenir y resolver casos de feminicidio en el país, pues son
crímenes perpetrados cotidianamente contra las mujeres. El Estado debe actuar con la debida
diligencia, es decir que se debe exigir a las autoridades la investigación exhaustiva de los hechos
y la aplicación de justicia a los responsables; como parte de sus compromisos internacionales
con la defensa de los derechos humanos de todas las personas.