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La responsabilidad civil derivada del delito

La comisión de un delito o una falta obliga al responsable a reparar los daños y perjuicios
sufridos. La responsabilidad civil es, después de la penal, uno de los efectos principales
causados por la conducta delictiva.

No todos los delitos conllevan este tipo de responsabilidad. Aquellos que tienen un carácter
inmaterial (que no consisten en la comisión de un hecho, sino más bien en el mantenimiento
de una conducta) no suelen causar perjuicios que haya que indemnizar. Por ejemplo, la
tenencia de armas. Esta, de por sí, no causa daño a nadie y, por lo tanto, no genera ninguna
obligación de resarcir a un tercero.

El Código Penal da al perjudicado la opción de reclamar los daños civiles en el mismo


proceso penal o en un juicio independiente. Si opta por la primera posibilidad el juez penal
decidirá tanto sobre la culpabilidad del delincuente como de la efectiva existencia de los
daños civiles, cuantificándolos. Si prefiere que ambas responsabilidades se diluciden en
juicios diferentes, primero se tramitará el procedimiento penal y después, una vez concluido
este, comenzará el proceso civil.

Una diferencia crucial entre la responsabilidad penal y la civil es que, mientras que la primera
se extingue por la muerte del culpable, la segunda integra su patrimonio y, por lo tanto,
formará parte de su herencia (del pasivo hereditario, compuesto de deudas y cargas).

Otra diferencia importante es que el perjudicado, en todo caso, puede renunciar a exigir las
indemnizaciones. Esto sólo se permite en el proceso penal en algunos casos particulares,
cuando se trata de delitos privados (que no tienen un interés público, sino que sólo afectan a
la víctima).

La responsabilidad civil comprende la restitución, la reparación del daño y la indemnización


de los perjuicios materiales y morales.

A la hora de indemnizar el responsable debe restituir, siempre que sea posible, el mismo
bien, abonando los deterioros que hubiese sufrido la cosa. La restitución tendrá lugar, sobre
todo, en los delitos contra la propiedad (hurtos, robos, etc…).

Cuando no puede restituirse el bien dañado, la ley obliga al autor del delito o falta a repararlo.

Si tampoco puede procederse a la reparación, la víctima o perjudicado percibirá la


indemnización correspondiente a los perjuicios sufridos, tanto por ellos como por sus
familiares, ya sean materiales o morales. Lo mismo ocurrirá cuando el bien, aun pudiendo
restituirse, haya sido adquirido legalmente por otra persona.

Veamos un ejemplo: si alguien ha sufrido lesiones, el autor del delito tendrá que satisfacerle
los gastos médicos y hospitalarios, los salarios que haya dejado de percibir, las secuelas
permanentes que padezca, etc…
Cuando una determinada actividad está cubierta por un seguro, la entidad aseguradora
deberá proceder a la indemnización que estamos analizando, sin perjuicio de su derecho a
reclamar posteriormente al culpable el importe satisfecho.

En algunas ocasiones el Código, en un intento de garantizar el pago de la indemnización a la


víctima, obliga a determinadas personas a pagarla inicialmente, aunque luego la reclamen al
responsable directo. Es el caso de los padres respecto de sus hijos menores, de los titulares
de una empresa de radio o televisión y de los dueños de establecimientos o empresas
respecto de sus empleados y, en último lugar, de los titulares de vehículos a motor respecto
de quienes los utilicen con su autorización.

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