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Retórica y política en la
Grecia Antigua
Gabriel Livov y
Pilar Spangenberg (eds.)
ISBN 978-987-1739-37-0
ISBN 978-987-1739-37-0
Hecho el depósito que indica la Ley 11.723
Prólogo
Gabriel Livov y Pilar Spangenberg 9
Abreviaturas 334
Bibliografía 336
Martín Forciniti
1
Ver la “Introducción” en el presente volumen.
2
Esta propuesta se enfrenta a otras lecturas, como las que sostienen que la oposición capital
de este diálogo se da entre filosofía y retórica, o las que subrayan la –a nuestro parecer, difusa–
distinción que presenta el diálogo entre retórica y sofística.
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Todas las citas de este capítulo toman como referencia la traducción de Calonge Ruiz (2000);
3
200
4
Ver el capítulo XI del presente libro.
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5
Al respecto, ver el capítulo III.
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Así, en palabras de Rosetti (1998), la estrategia socrática entrañaría una “retórica de la
anti-retórica”.
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Por su parte, la condición ii) también se verá rota de manera extrema por
ambas partes hacia el final del diálogo, pues Calicles (el tercer y último con-
trincante del filósofo) se negará a seguir respondiendo las incisivas preguntas
de Sócrates, y este, incapaz de convencerlo de continuar la discusión, decidirá
hablar él solo por los dos (505d-e). En suma, tanto el orador como el filósofo
abandonan la premisa de llevar a cabo sus indagaciones a partir del previo con-
senso. Incluso la condición iii) será violada por sus suscriptores: Calicles afir-
mará que solo acuerda con Sócrates para complacerlo, sin estar verdaderamente
convencido de lo dicho (499b) y será descubierto por el filósofo cambiando
de opinión con el propósito de engañarlo (499b-c); pero también Sócrates
será acusado por Calicles de cambiar de perspectiva maliciosamente, inten-
tando ridiculizar a los oradores, al hablar unas veces desde el punto de vista
de la ley (nómos) y otras desde el de la naturaleza (phúsis) (483a).7 La última
afrenta de los oradores al diálogo filosófico consistirá en su intento de apro-
piarse de él, poniendo en evidencia la voluntad de poder oculta detrás de la
retórica de Sócrates: para que la filosofía someta dialógicamente a la sofística,
7
Para esta clásica distinción sofística consultar el capítulo XI.
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En mi opinión, estás bien instruido para la retórica; pero dije que habías des-
cuidado el modo de mantener un diálogo (471d).
Seguimos aquí algunas de las tesis defendidas por Pilar Spangenberg en Díaz y Span-
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genberg (2004).
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Arendt 1998: 26 subraya el peso político del lógos en el pensamiento griego.
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Este hecho apoya nuestra propuesta interpretativa de que Platón compuso a estos personajes
como representantes de una “retórica sofística”; es decir que no tenía el propósito de distinguir tajan-
temente a la retórica de la sofística, sino de presentar aquella como una de las tantas ramas de esta.
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La traducción corresponde a Marcos y Davolio (2011).
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Luego de esta reseña de las principales concepciones del Gorgias histórico, re-
tomemos el diálogo platónico, para ver de qué manera estas se hallan presen-
tes en las posiciones de los oradores sofísticos. La pregunta sobre el poder del
arte retórico tal como el personaje de Gorgias dice practicarlo aparece en sus
primeros intercambios con Sócrates:
Soc. – (…) Gorgias, dinos tú mismo cómo debemos llamarte, en virtud del arte
(tékhnes) del que eres conocedor (epistémona).
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Gor. – (…) les procura libertad y a la vez permite a cada uno dominar a los demás
en su propia ciudad.
Soc. – ¿Qué quieres decir?
Gor. – Persuadir (peíthein), por medio de la palabra, a los jueces en el Tribunal,
a los consejeros en el Consejo, al pueblo en la Asamblea, y en toda reunión en
que se trate de asuntos políticos (452d-e).
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Cole 1995: 2 señala que esta es la primera vez que aparece el término rhetoriké en la his-
toria, lo cual se ofrece como sustento de su tesis de la invención de este arte por parte de Platón.
Sin embargo, este diálogo carecería de sentido si la retórica no estuviera ya constituida como una
actividad ejercida por un grupo de hombres que, de hecho, la concebían como una tékhne. De lo
contrario, deberíamos hablar, antes de Platón, de rétores sin retórica.
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En suma, a lo largo de estos pasajes, y en sintonía con los planteos del Gor-
gias histórico, el personaje homónimo del diálogo platónico a) delimita clara-
mente la soberanía política y las disputas acerca del poder de decisión como el
ámbito de acción propio del orador; b) reafirma la violencia que ejerce la per-
suasión retórica recurriendo al lenguaje del dominio despótico, según el cual el
orador se caracteriza, a la vez, por ser libre y esclavizar a los otros, ya sean sim-
ples ciudadanos o expertos en algún arte; y c) sostiene la neutralidad moral de
esta práctica persuasiva. Si sumamos a estos postulados las características del uso
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Detienne 1981: 122.
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ignora qué es lo justo. Sobre esta base, y dado que previamente Gorgias había
admitido la posibilidad de que el discípulo de un orador utilice injustamente
el poder de la palabra que su maestro le había enseñado, Sócrates les atribuye
a su interlocutor y a los suyos un absoluto desconocimiento de lo justo y de
lo injusto, pues si poseyeran ese conocimiento lo enseñarían, y jamás sus dis-
cípulos podrían comportarse de manera injusta (460b-e). Al imputarles esta
ignorancia, el filósofo les niega a lo oradores la posesión de una verdadera epis-
téme política, es decir, de un saber acerca de lo que es mejor para la ciudad,
relegándolos así al mundo de la dóxa, el mismo que habita la multitud frente
a la que despliegan su actividad.
¿Qué tipo de saber es entonces esta retórica sofística si, tal como afirma
Gorgias, se trata de una práctica discursiva y persuasiva acerca de lo justo y lo
injusto que, sin embargo, según Sócrates, no conoce verdaderamente lo jus-
to y lo injusto? Sócrates lo define como un mero “mecanismo” (mechané) de
persuasión, con lo cual le niega incluso el carácter de arte o técnica (tékhne)
que Gorgias le había asignado previamente (449a). En consecuencia, el poder
(dúnamis) de esta retórica para esclavizar mediante la persuasión y el engaño
no es absoluto, como pretendía Gorgias, sino que se ejerce sobre una parte de
la población ateniense; cuantitativamente importante, sí, pero cualitativamente
inferior, ya que se compone de los intelectualmente débiles, quienes se dejan
hechizar por discursos bellamente compuestos, y siguen los consejos políticos
de quien aparece (phaínesthai) ante sus ojos como sabio sin serlo realmente
(459b-c). Según esta concepción antidemocrática del conocimiento, los pocos
que pueden acceder a la verdad sobre lo justo y lo injusto (los filósofos) están
inmunizados contra las malas artes sofísticas; su antídoto consiste en no par-
ticipar de aquellos eventos (tribunales, asambleas) donde prima el uso de la
palabra propuesto por el orador, y dedicarse a la búsqueda de aquella verdad
siguiendo la regla de preguntas y respuestas breves, junto con las cláusulas de
consenso y transparencia.
210
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Al respecto pueden consultarse los capítulos I y VII.
211
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El uso del término eídolon revela que esta crítica a la retórica se enmarca en un combate
más general, librado por Platón contra la imitación (mímesis), práctica que considera subversiva
en tanto puede producir malas copias o imágenes engañosas de las cosas, que en lugar de aseme-
jarse a su modelo, usurpan su lugar, aboliendo la distancia entre lo ficticio y lo real.
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Arquelao era considerado un gran gobernante al margen de sus delitos. Tucídides dice que
él hizo por Macedonia más que los ocho reyes que lo precedieron (II 100). Por eso Sócrates acepta
que la consideración de Polo acerca de Arquelao es compartida por casi todos los atenienses y los
extranjeros (472a) y por eso se afana en probar que, a causa de la corrupción de su alma, es el más
infeliz de los hombres (471 d y ss, 479d y 525d).
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con la satisfacción de los propios deseos. Los objetos de estos deseos parecen
ser elementos socialmente estimados, tales como influencia política, riqueza,
fama, etc. La exaltación del poder de la palabra (que ya habíamos encontrado
en el discurso de Gorgias) se desliza así a la exaltación del poder a secas. Es
por eso que la dúnamis pasa, casi sin mediaciones, de la figura del orador a la
del tirano. Lo que asegura este pasaje es el poder de compulsión de ambos:
la violencia persuasiva que el orador ejerce con sus palabras en una ciudad de-
mocrática es prácticamente igual a la que el tirano despliega con sus órdenes
en una ciudad tiránica.
Por su parte, Sócrates, partiendo de la distinción entre dóxa y epistéme, afir-
ma que el parecer (dóxa) difiere del verdadero querer, pues lo que a uno le parece
inicialmente un bien, puede revelarse luego como un mal, que es lo que uno en
realidad nunca quiere para sí mismo. De modo que el único camino para alcan-
zar el verdadero bien solo lo brinda la epistéme, que, a diferencia de la dóxa, es in-
falible, ya que aquello que muestra como bueno lo es realmente. En ese sentido,
su discusión con Polo concluirá con la paradójica afirmación de que ayudar a los
seres queridos para que sean sobreseídos luego de haber cometido una injusticia
(como haría un sofista) no es verdaderamente bueno, aunque así lo parezca, sino
que para hacerles realmente un bien es necesario denunciarlos:
Por lo tanto, para defender nuestra propia injusticia o la de nuestros padres, ami-
gos e hijos, o la de la patria, cuando la cometa, no nos es de ninguna utilidad la
retórica, Polo, a no ser que se tome para lo contrario, a saber, que es necesario
acusarse en primer lugar a sí mismo, después a los parientes y amigos, cada vez
que alguno de ellos cometa una falta, y no ocultar nada, sino hacer patente la
falta para que sufra el castigo y recobre la salud (480b-c).
Según mi parecer, los que establecen las leyes (nómous) son los débiles y la
multitud. En efecto, mirando a sí mismos y a su propia utilidad establecen las
leyes, disponen de las alabanzas y determinan las censuras. Tratando de ate-
morizar a los hombres más fuertes y a los capaces (dunatoús) de poseer mucho,
para que no tengan más que ellos, dicen que adquirir mucho es feo e injusto,
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y que eso es cometer injusticia: tratar de poseer más que otros. En efecto, se
sienten satisfechos, según creo, con poseer lo mismo siendo inferiores. Por esta
razón, con arreglo a la ley (nómoi) se dice que es injusto y vergonzoso tratar de
poseer más que la mayoría y a esto llaman cometer injusticia. Pero, según yo
creo, la naturaleza (phúsis) misma demuestra que es justo que el mejor tenga
más que el peor, y el más poderoso (dunatóteros) más que el que no lo es. Y lo
demuestra que es así en todas partes, tanto en los animales como en todas las
ciudades y razas humanas, el hecho de que de este modo se juzga lo justo: que
el más fuerte domine al más débil y posea más (483b-d).
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Cf. el discurso de los atenienses justificando sus acciones frente a los melios en Tucídides
V 105: “Acerca de los dioses creemos, y acerca de los hombres sabemos claramente que, bajo la
más natural de las compulsiones, dominan a cuantos pueden dominar. No hemos establecido
esta ley ni fuimos los primeros en seguirla cuando se estableció; sino que la encontramos, la se-
guimos y la dejaremos después de nosotros, como algo que ya existía y que va a existir siempre.
Sabemos, también, que vosotros y muchos otros, si lograran este mismo poder, harían exacta-
mente lo mismo”. Este discurso exhibe a las claras la concepción del poder como fin en sí mismo
que guiaba las empresas atenienses.
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Cal.– Pues ¿cómo podría ser feliz un hombre si es esclavo de algo? Al contrario,
lo bello y lo justo por naturaleza (phúsin) es lo que yo te voy a decir con since-
ridad, a saber: el que quiera vivir rectamente debe dejar que sus deseos se hagan
tan grandes como sea posible, y no reprimirlos, sino que, siendo los mayores que
sea posible, debe ser capaz de satisfacerlos con decisión e inteligencia y saciar-
los con lo que en cada ocasión sea objeto de deseo. (…) Porque, para cuantos
desde el nacimiento son hijos de reyes o para los que, por su propia naturaleza
(phúsis), son capaces de adquirir una monarquía, tiranía o un poder (dunasteía),
¿qué habría, en verdad, más vergonzoso y perjudicial que la moderación y la jus-
ticia, si pudiendo disfrutar de sus bienes, sin que nadie se lo impida, llamaran
para que fueran sus dueños a la ley (nómos), los discursos (lógos) y las censuras
de la multitud? (491e-492c).
Calicles no solo defiende este modo de vida de los oradores, sino que tam-
bién se ocupa de atacar a aquellos que viven de acuerdo con la filosofía, sos-
teniendo que se trata de individuos débiles, asimilables a esclavos (485d), ya
que ninguno es capaz (dunatós) de hacer triunfar su posición en los tribunales
o en la Asamblea, quedando a merced de las decisiones de otros:
Pues si ahora alguien te toma a ti o a cualquier otro como tú, y te lleva a prisión
diciendo que has cometido un delito, sin haberlo cometido, sabes que no po-
drías valerte tú mismo, sino que (…) serías condenado a morir, si aquel quisiera
proponer contra ti la pena de muerte. Y bien, ¿qué sabiduría es esta, Sócrates, si
un arte toma a un hombre bien dotado y le hace inferior sin que sea capaz (du-
naménon) de defenderse a sí mismo (…)? (486a-b).
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su amo, ya que le dice todo aquello que quiere oír (510d). Sócrates reafirma
entonces su definición de que la retórica es una práctica adulatoria (521a-
b), comparándola con la servidumbre en el mismo sentido en que antes la había
comparado con la práctica culinaria. Pues el orador se preocupa por brindarle
placer al pueblo, sin tomar en cuenta si las palabras agradables que le dedica
le hacen un bien o un mal, al igual que un esclavo con su amo y un cocinero
con un comensal. Según Sócrates, para que el orador pueda llevar a cabo con
efectividad su práctica adulatoria, necesita saber qué es lo que el pueblo quie-
re, por lo cual no le queda otro camino que asemejarse a la muchedumbre lo
máximo posible, hasta terminar identificándose con ella (513b). De esta ma-
nera, el filósofo ratifica que tanto el orador como la multitud ateniense son
igualmente ignorantes, pues habitan ambos el mundo de la opinión y no el
del conocimiento. Para terminar de refutar a Calicles, Sócrates agrega que el
modo de vida del orador ni siquiera le traerá felicidad, como él piensa; pues el
que no reprime sus deseos, sino que los deja crecer sin control, jamás encon-
trará la saciedad, sino que vivirá constantemente insatisfecho e infeliz como un
tonel agujereado, que nunca podrá ser llenado por ningún líquido (493a-c). A
continuación, Sócrates desarrolla la alternativa filosófica a la propuesta ético-
política de los sofistas, comenzando por una nueva concepción de la retórica.
Pues si hay dos clases de retórica, una de ellas será adulación y vergonzosa ora-
toria popular (demogoría); y hermosa, en cambio, la otra, la que procura que
las almas de los ciudadanos se hagan mejores y se esfuerza en decir lo más con-
veniente, sea agradable o desagradable para los que lo oyen. Pero tú no has co-
nocido jamás esta clase de retórica; o bien, si puedes citar algún orador de esta
especie, ¿por qué no me has dicho ya quién es? (503a-b).
La retórica socrática no se ocupa de adular, sino que tiene como meta ha-
cer mejores a los ciudadanos; en consecuencia, compondrá sus discursos te-
niendo en cuenta el criterio de lo conveniente para el pueblo en lugar del de lo
agradable. Se presenta así como distinta de la retórica sofística, e incluso como
careciendo de cualquier precedente histórico. Ante la mención por parte de
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Creo que soy uno de los pocos atenienses, por no decir el único, que se dedica
al verdadero arte de la política (alethôs politikè tékhne) y el único que la practica
en estos tiempos (521d).
Recordemos que el orador sofístico había sido definido como un falso polí-
tico, dado que desarrollaba “un simulacro de una parte de la política”, una ac-
tividad adulatoria que no merecía ser llamada “arte” o “técnica” (tékhne), sino
mera “práctica” (empeiría) o “mecanismo” (mechané). Frente a él, Sócrates se
erige a sí mismo, en tanto filósofo, como el único que se dedica técnicamente
a la política. ¿Qué significa esta afirmación? Sócrates lo explica a partir de un
paralelismo con las otras técnicas. Todos los artesanos (demiourgoí), ya sean
pintores, arquitectos o constructores de naves, producen una buena obra solo
cuando esta posee orden (táxis) y proporción (kósmos); de lo contrario, es mala
(503e-504a). En ese sentido, si el orden del cuerpo, producido por el maes-
tro de gimnasia y el médico, es llamado “salud”, el orden del alma no es otra
cosa que la justicia (dikaiosúne) y la moderación (sophrosúne) (504c-d). Como
contrapartida, la injusticia es un desorden o enfermedad del alma, cuyos sín-
tomas son la insensatez, el desenfreno y la impiedad (505b). A partir de estas
definiciones, podemos afirmar que el filósofo, verdadero político, es un técni-
co o artesano en la producción de la justicia en el alma de los hombres, y lo es
en tanto posee un verdadero conocimiento (epistéme) en el que fundamentar
su práctica, a diferencia del orador, que solo operaba sobre la base de su opi-
nión (dóxa). Este conocimiento filosófico-político es el de que un alma solo es
feliz cuando es justa, y solo es justa cuando es moderada (507c); por lo tanto,
el moderado será incitado a continuar siéndolo, mientras que al inmoderado
se le prescribirá una pena o castigo, funcional a su curación y felicidad (507d).
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En otras obras (Menón, Laques y Protágoras) Platón les reprocha a los considerados grandes
políticos no haber sabido transmitir su areté ni a sus propios hijos.
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Soc.– Si alguien me acusara de corromper a los jóvenes porque les hago dudar,
o de censurar a los mayores con palabras ásperas en privado o en público, ni po-
dré decir la verdad: “Todo lo que digo es justo y obro en beneficio vuestro, oh
jueces”, ni ninguna otra justificación, de manera que probablemente sufriré lo
que me traiga la suerte (522b-c).
3. Conclusiones
Una vez analizadas las líneas directrices del combate entre retórica y filosofía,
resulta importante reparar en que tanto el orador como el filósofo han partido
de un común diagnóstico acerca del poder (dúnamis) y la peligrosidad de la
palabra (lógos) persuasiva.20 Es decir que en este diálogo no se han contrapuesto
dos concepciones divergentes acerca de la naturaleza de la palabra, sino acer-
ca de cómo debe ser utilizada.21 Por un lado, los oradores han propugnado un
uso de la palabra indisociable de las instituciones políticas vigentes en la Atenas
democrática: largos discursos convenientemente adornados, y oportunamente
modificados, para efectuar una persuasión violenta en la multitud de oyentes
y triunfar sobre el adversario político. Por el otro, el filósofo ha propiciado los
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Canto-Sperber 2001: 45.
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El empeño que manifiesta Platón a lo largo de toda la obra para fijar un límite al discurso
y a aquellos personajes que hacen una inescrupulosa utilización de él (tanto el sofista como
el orador y el poeta) solo puede entenderse a la luz de su reconocimiento del poder del discurso
pregonado por la sofística. Acerca del lugar atribuido por Platón a la persuasión, cf. Critias 109b-c,
donde la persuasión es contrapuesta y a la vez asimilada a la violencia. En 454d Sócrates afirma que
la epistéme, así como la dóxa, suponen persuasión, con lo cual la filosofía también deberá lograr
persuadir a quienes quiera instruir.
21
Las principales objeciones de Platón a la retórica no giran en torno a su concepción acerca
del lógos, sino a su indiferencia absoluta en el plano moral. Lo que cuenta para Platón es el uso
que se haga de los recursos retóricos. Al respecto, cf. Rossi 2003: 313.
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