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Los Barbaros

Período de las grandes


migraciones (en la historiografía
tradicional europea también se
han denominado invasiones
bárbaras o migraciones
germánicas) es un período
situado entre el siglo III y el siglo
VII d.C que afectó a extensas
regiones de la zona templada de
Eurasia, y que acabó provocando la caída o desestabilización de grandes imperios
consolidados el Imperio romano, el Imperio sasánida, el Imperio Gupta o el Imperio
Han.

En sentido más restringido, las denominaciones "invasiones bárbaras" o


"migraciones germánicas" son distintas denominaciones historiográficas para el
periodo histórico caracterizado por las migraciones masivas de pueblos
denominados bárbaros ("extranjeros", que no hablaban una lengua "civilizada"
como el latín o el griego) hacia el Imperio romano, que llegaron a invadir grandes
extensiones de este, ocupandolas violentamente o llegando a acuerdos políticos, y
que fueron la causa directa de la caída del Imperio romano de Occidente (la
deposición del último emperador de Occidente se produjo en el 476, aunque su
poder ya no era más que una ficción jurídica).

En la Antigüedad el etnocentrismo era muy común, y muchos pueblos recelaban de


los pueblos vecinos, con los cuales tenían relaciones limitadas que a veces llegaban
a ser hostiles. Los autores clásicos dieron el nombre de «bárbaros» a todos los
extranjeros de las regiones fronterizas con el Imperio romano. A partir del siglo III
d.C. algunos contingentes de pueblos germanos y otros pasaron la frontera oriental
del imperio, ocasionalmente el ejército romano combatió algunas incursiones como
la de godos tervingios en la batalla de Adrianópolis (378 d. C.). A partir del período
micro-glaciar iniciado c. 400 d.C. fueron más numerosas las incursiones militares y
los desplazamientos de población en las fronteras del imperio romano. Atendiendo
a su condición etnolingüística, estos pueblos eran muy diferentes entre sí, pudiendo
distinguirse cuatro grupos culturales:

Pueblos túrquicos: como los ávaros, los hunos y posteriormente los búlgaros del
Volga.
Pueblos eslavos: como los vendos, en lo que hoy es Polonia, y posteriormente los
eslavos meridionales en los Balcanes.
Pueblos iranios: como los escito-sármatas, entre el Danubio y el Tisza, y los alanos,
a orillas del mar Negro.
Pueblos germánicos: como los godos, suevos, vándalos, hérulos, anglos, sajones,
jutos, francos, burgundios, longobardos y otros.
A excepción de los pueblos túrquicos, el idioma de los otros tres grupos pertenece
a la rama indoeuropea.

Durante la decadencia del Imperio romano,


fueron muchos los pueblos bárbaros que,
aprovechando las disidencias internas, se
aproximaron a sus fronteras y se
establecieron en ellas, presionando en
forma permanente para entrar. Los bárbaros
lograron penetrar lentamente entre los siglos
I y IV y establecerse en el interior, hasta que,
finalmente, empujados por otros pueblos, lo
hicieron en forma violenta.

Entre los germanos las aficiones guerreras se muestran en grado sumo, a la vez
que el trabajo se considera como menos digno. Había hombres privilegiados, nobles
y plebeyos, existiendo también la esclavitud. La patria potestad tenía un concepto
bastante análogo, en lo absoluto, al de los romanos. Aunque lo general era la
monogamia, la poligamia aparece admitida entre los nobles.
Caída del Imperio Romano
Occidente asediado
La división del Imperio en dos mitades, a la muerte de Teodosio, no puso fin a los
problemas, sobre todo en la parte occidental. Burgundios, Alanos, Suevos y
Vándalos campaban a sus anchas por el Imperio y llegaron hasta Hispania y el Norte
de África.

Los dominios occidentales de Roma


quedaron reducidos a Italia y una
estrecha franja al sur de la Galia. Los
sucesores de Honorio fueron monarcas
títeres, niños manejados a su antojo por
los fuertes generales bárbaros, los
únicos capaces de controlar a las
tropas, formadas ya mayoritariamente
por extranjeros.

El año 402, los godos invadieron Italia,


y obligaron a los emperadores a
trasladarse a Rávena, rodeada de pantanos y más segura que Roma y Milán.
Mientras el emperador permanecía, impotente, recluido en esta ciudad portuaria del
norte, contemplando cómo su imperio se desmoronaba, los godos saqueaban y
quemaban las ciudades de Italia a su antojo.

El saqueo de Roma
En el 410 las tropas de Alarico asaltaron Roma. Durante tres días terribles los
bárbaros saquearon la ciudad, profanaron sus iglesias, asaltaron sus edificios y
robaron sus tesoros.

La noticia, que alcanzó pronto todos los rincones del Imperio, sumió a la población
en la tristeza y el pánico. Con el asalto a la antigua capital se perdía también
cualquier esperanza de resucitar el Imperio, que ahora se revelaba abocado
inevitablemente a su destrucción.

Los cristianos, que habían llegado a identificarse con el Imperio que tanto los había
perseguido en el pasado, vieron en su caída una señal cierta del fin del mundo, y
muchos comenzaron a vender sus posesiones y abandonar sus tareas.
San Agustín, obispo de Hipona, obligado a salir al paso de estos sombríos
presagios, escribió entonces La Ciudad de Dios para explicar a los cristianos que,
aunque la caída de Roma era sin duda un suceso desgraciado, sólo significaba la
pérdida de la Ciudad de los Hombres. La Ciudad de Dios, identificada con su Iglesia,
sobreviviría para mostrar, también a los bárbaros, las enseñanzas de Cristo.
Fin del Imperio Romano de Occidente
Finalmente, el año 475 llegó al
trono Rómulo Augústulo. Su
pomposo nombre hacía referencia a
Rómulo, el fundador de Roma, y a
Augusto, el fundador del Imperio. Y
sin embargo, nada había en el joven
emperador que recordara a estos
grandes hombres. Rómulo
Augústulo fue un personaje
insignificante, que aparece
mencionado en todos los libros de
Historia gracias al dudoso honor de
ser el último emperador del Imperio
Romano de Occidente. En efecto, sólo un año después de su acceso al trono fue
depuesto por el general bárbaro Odoacro, que declaró vacante el trono de los
antiguos césares.

Así, casi sin hacer ruido, cayó el Imperio Romano de Occidente, devorado por los
bárbaros. El de Oriente sobreviviría durante mil años más, hasta que los turcos, el
año 1453, derrocaron al último emperador bizantino. Con él terminaba el bimilenario
dominio de los descendientes de Rómulo.
Nacimiento y desarrollo del Cristianismo
Pues el Cristianismo surge del Judaismo. Hace 2010 años
que se marcó tal separación. Cuando Cristo nació y una
parte de los judios lo adoraron y adoptaron como el
salvador (los cristianos), hubo otros que se negaron a
aceptar que éste era el verdadero hijo de Dios. Desde ahí,
el grupo que aceptaron al nuevo guía hacia la salvación y
los judios que decidieron seguir esperando, tomaron
rumbos distintos en sus creencias.

Por un lado, los judios, siguieron como siempre, una


religión cerrada y exclusivista. Mientras el cristianismo se
hace una religión muy humanista, abierta y permitía a
quien quisiera unirse a la religión, a diferencia del
judaismo.

Cristo, igualmente era muy humanista y predicaba la paz entre todos los pueblos.
Era un revolucionario, pues estuvo siempre del lado de los desprotegidos y en
contra del poder. Fué un rebelde y por rebelde fue asesinado.

También en Roma, Londres y en comarcas hispanas y galas. En Grecia y en el


mundo helénico tuvo auge. Allí la base social del cristianismo primitivo donde se
hablaba griego más que el arameo y el latín: allí San Pablo fue el gran guía para
difundir la buena nueva entre judíos y gentiles. Pedro lo fue en Roma y provincias
aledañas. Los cristianos consideraban a Jerusalén el centro de la Tierra. Se
congregaban y hacían memoria de quien se sacrificó para salvar a los hombres, y
cuya enseñanza fue la tolerancia, el perdón, la filantropía. Es en Grecia donde el
cristianismo incorpora a Sócrates, Platón y Aristóteles en su credo: de ahí lógica, el
alma, el bien, el mal, con algunos pensamientos estoicos. Si el cristianismo, quizás
los filósofos indios habrían sido olvidados. En Atenas y Capadocia relumbran para
reconocer a ese Dios Desconocido
que se revela en el “nous”, en la
mente, que se transforma en el
Espíritu Santo para los cristianos. Al
paso de los primeros siglos se
estructura la red cristiana perseguida
y signada por los mártires, donde las
catacumbas son refugios, escuelas y
primeros templos. Así surgen los
presbíteros y episcopados para
ordenar a la feligresía perseguida. El emperador romano Constantino vio una cruz
antes de una batalla que ganó y, por ello, dio libertad de culto a los antes
perseguidos. Constantino trasladó de Roma a Constantinopla la capital del imperio
en el siglo IV porque Roma era devastada por los bárbaros. Con Teodosio, el
imperio romano adoptó al cristianismo como la religión oficial y uniformó el credo en
atención al poder temporal. La Iglesia y el Estado imperial se hicieron uno y se
perdió mucho del cristianismo primitivo por uno nuevo reducido por los dogmas.

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