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Instituto de Expansión de la Consciencia Humana

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La Mentira y sus Variantes


(artículo publicado en revista Uno Mismo Nº168, Diciembre 2003)

Alejandro Celis H.

Seis años atrás, la pareja de Paul Lowe en ese entonces -una mujer bastante
excepcional– me preguntó si yo me consideraba veraz. Extrañado por la pregunta,
respondí que sí. Entonces me preguntó si yo expresaba todo lo que sentía o
pensaba: le dije que no. Para mi sorpresa, me dijo entonces que no era enteramente
veraz, porque no era totalmente transparente. Acostumbrado a considerar como
“mentira” sólo a la flagrante tergiversación de los hechos, me sorprendió su
perspectiva; sin embargo, con el tiempo comprendí que tenía toda la razón y que se
refería a un nivel mucho más sutil de mentira en nuestro interior.

“La verdad les hará libres”, dicen Jesús y al parecer otras fuentes bíblicas. Esa es una
verdad profunda que tiene muchos niveles; sin embargo, no conozco
prácticamente a ningún cristiano que se tome esto de veras en serio –y mientras
más rasgan vestiduras, menos son de confiar-. Vivimos en un mundo donde existe
un total doble estándar entre declarar un incondicional amor por la verdad y vivir
ese precepto en la vida real. En un plano actual, los grotescos ejemplos de Bush o
Menem son representativos: las palabras y la imagen reemplazan enteramente la
realidad. El primero habla de “libertad” y de "respeto al pueblo iraquí y sus
creencias" mientras los bombardea sin piedad o veta sanciones a los israelíes por su
invasión y continua masacre del pueblo palestino.

En nuestro país, la dictadura militar fue un caso contundente de tergiversación de


la realidad, sobre todo en el plano de los derechos humanos: entre muchos
ejemplos, al asumir la dirección de la CNI, el general Gordon afirmó muy suelto de
cuerpo que ese organismo nunca había practicado la tortura (la entrevista fue
publicada en primera página del cuerpo de reportajes de “El Mercurio” –¿se
acuerdan de los 60?: “Chileno: El Mercurio miente”-). Pinochet –también muy suelto
de cuerpo y mientras sus subordinados pagan el pato- afirma “no acordarse” de
aquellos detalles que podrían incriminarlo; curiosamente, la memoria no le falla
para todo aquello que cree que le glorifica. Frei, para dar otro ejemplo de grotesco
doble estándar, sudó la gota gorda para traerlo de vuelta a Chile por “factores
humanitarios” y para juzgarlo aquí. Era obvio que iba a ser muchísimo más difícil
juzgarle en Chile, por la presión de los poderes fácticos de siempre. Con lo cual, en
cierta forma Frei se hizo cómplice de Pinochet; y ahora desea volver a La Moneda...
(¡?)

Es tanta la desconfianza que se han ganado los líderes del mundo, que cuando
Allende denunciaba que la CIA y la ITT estaban saboteando su gobierno –algo que
se verificó con el tiempo-, muchos no le creímos. Es obvio que muchísimos
hombres y mujeres han tenido encuentros extramaritales, han fumado marihuana
o alterado en alguna ocasión su declaración de impuestos: sin embargo, en EEUU
cualquiera de esos hechos basta para descalificar a un candidato a la Casa Blanca; y
entonces, parece ser más importante privilegiar la imagen, no la verdad. En
nuestros días, cuando hay escándalos en el mundo político, eclesiástico o militar –y
los miembros de esos grupos llegan a atragantarse alegando por la inocencia y la
probidad de sus miembros- realmente no sabemos a quién creerle. Es claro que los
seres humanos comunes y corrientes pertenecemos a una categoría diferente que la
de estos seres que se sienten tan “luminosos”, porque estamos sujetos a todo tipo
de imperfecciones humanas; y si se nos acusa de algo debemos probar nuestra
inocencia o pagar por cualquier transgresión.

No están ajenos a las tergiversaciones, sin embargo, los miembros del mundo del
desarrollo personal y la terapia. Desconfío visceralmente de aquellos que creen que
el marketing –y no su idoneidad profesional- es su principal arma para atraer
nuevos interesados. Es realmente triste que alguien crea que necesita mentir para
destacar sus propios méritos, pero he visto ya en numerosas ocasiones anuncios de
algo que ocurre “por primera vez en Chile” –siendo que no es así- o el surgimiento
de una flamante “nueva” técnica que no es más que una herramienta antigua con
otro nombre o un pot pourri de varias de ellas. Por ejemplo, respeto mucho el
trabajo que el doctor Stanislav Grof ha realizado en una variedad de ámbitos, pero
no logro comprender por qué no se ha dicho con suficiente claridad –cabe la
posibilidad de que yo esté mal informado- que la Respiración Holotrópica –de la cual
se presenta como su creador- no difiere en forma sustancial de lo que en los años
60 se conocía como Rebirthing, hiperventilación o respiración consciente. De hecho,
dirigí una Tesis para psicólogos acerca de ese tema en una Universidad en 1985-.
No clarificar el punto genera confusión, y no creo que el doctor Grof necesite esto
para popularizar su técnica.

Los tipos de mentiras

Todos conocemos la mentira flagrante. Hay verdaderos profesionales en esa área,


y consiste básicamente en pasar gato por liebre, asegurar algo que sabemos que no es
verdad. Esta es la más obvia y descarada, lo que no impide que se la practique a
todo nivel. Los motivos que Bush o Blair esgrimieron para convencer a sus
respectivos Congresos de permitirles invadir y arrasar Irak entran en esta
categoría, pero eso aún no les ha traído grandes dificultades, lo que es un pésimo
síntoma: significa que la mentira tiene un sitial aceptado en nuestro
funcionamiento social. En base a las descaradas mentiras de Bush, los americanos
aún creen que Irak tuvo algo que ver con el ataque a las Torres Gemelas –y que por
tanto se justificaba invadirlo- pero esa posibilidad no ha tenido el más mínimo
respaldo probatorio.

En el plano de las relaciones humanas, no son poco comunes las calumnias puras y
simples: achacarle a alguien cosas que son falsas para perjudicarle, desde una
actitud envidiosa, mezquina o simplemente baja. Por eso, no es saludable creer
cualquier cosa que se diga, sino verificarla desde la propia sensación: “Esto que
estoy oyendo de esa persona, ¿me parece creíble?”. De otro modo, siempre puedo
preguntarle directamente a la persona afectada, y ver si creo su respuesta; si no
hacemos eso o si esparcimos el rumor sin verificarlo, nos hacemos cómplices de
una de las grandes bajezas humanas, que ha perjudicado gravemente a más de
alguien. Ejemplos extremos de esto existen en las delaciones –con acusaciones
ficticias- durante la Inquisición o la dictadura chilena.

La mentira “blanca” es muy popular en Chile: en este caso tergiversamos la


verdad, pero por supuestos “buenos motivos”. Entre los motivos citados, el más
popular es “para no producir daño”, con lo cual nuestros interlocutores
permanecen en estado infantil, en un mundo de Bilz y Pap, creyendo en el Viejo
Pascuero y en el matrimonio para toda la vida. Enarbolando estas buenas
intenciones, mentimos acerca de nuestros sentimientos –a veces por “lástima” por
el otro- o acerca de hechos puros y simples. Categorías especialmente
descomunales ocupan aquí las mentiras del rubro infidelidad en las relaciones de
pareja y, también, la deshonestidad en el mundo de las relaciones laborales.

La mentira por omisión es, supuestamente, inocente: implica “sólo” la poda


selectiva de algunos detalles de los hechos o bien simplemente omitir
comunicarlos. Aquí no se tergiversan los hechos, sino que simplemente no se les
menciona. No es tan grave como las anteriores, pero también genera equívocos y
señales confusas en las relaciones humanas.

La mentira inconsciente surge por el simple desconocimiento que la persona tiene


de sí misma: nos asegura algo de sí misma que resulta ser falso. Puede que crea a
pies juntillas en la realidad de lo que afirma –por ejemplo, algo respecto a sus
sentimientos o intenciones- pero no parece darse cuenta de que, bajo la superficie,
simplemente la realidad es otra. Mencioné antes el matrimonio “para toda la vida”:
una bonita idea, cargada de idealismo y romanticismo, pero la simple realidad es
que esas mismas personas que se lo juran mutuamente experimentarán cambios
inevitables a lo largo de sus vidas, y puede que esos cambios les separen
internamente. Y entonces, sus buenas intenciones se quedarán en sólo eso. E
insistir en lo contrario es simple obcecación, la que generalmente lleva a negar la
realidad: algo muy peligroso...
Las consecuencias de la mentira son a veces imperceptibles para el ojo no
entrenado. Las consecuencias más obvias son, claro, señales contradictorias y
difusas entre las personas, lo que mina la confianza entre ellas y, por tanto, las
relaciones más profundas de corazón a corazón. Nos duele profundamente
descubrir que nos han mentido, sin importar los motivos. Entonces, más allá de las
consecuencias más obvias, el efecto más serio es que las relaciones se vuelven
superficiales: no hay contacto profundo con el otro y ni siquiera consigo mismo. Al
no expresar mi verdad, me distancio de los otros e incluso de mí mismo, de mi
sinceridad y espontaneidad. En artículos anteriores (Asuntos Inconclusos: fugas de
energía, UM Nº52, Abril 1994, y La técnica de comunicar el diálogo interno, UM
Nº140, Agosto 2001) describí formas de llevar una vida más transparente y plena
en este ámbito. En esencia, la sugerencia consiste en despejar, con aquellos que nos
interesen, cualquier tema o sentimiento que no me permita relacionarme con ellos
de un modo enteramente limpio y directo. Y la idea es hacer esto de la forma más
simple: expresándoles nuestros sentimientos.

¿Por qué mentimos? Creo que, en general, la respuesta es sólo una: por temor a
perder el aprecio de los demás. Desde pequeños aprendimos a reemplazar nuestra
integridad y nuestra propia fuerza y solidez interiores por el frágil cebo del afecto
y apoyo de las otras personas. El negocio es muy malo, sin embargo, porque ese
apoyo es volátil y muy condicional: lo tendremos sólo si nos atenemos a las
condiciones de los demás, que cambian según la persona y la situación.

Las Mentiras más graves

Las mentiras más burdas no son, sin embargo, las más graves en términos más
trascendentes. A fuerza de mostrar una imagen que no corresponde a nuestra
realidad más íntima, terminamos por mentirnos a nosotros mismos. Comenzamos
realmente a creernos nuestras propias historias, a racionalizar y a convencernos a
nosotros mismos de las mentiras que hemos transmitido a los demás.

Imaginemos, por un instante, que el sentido de nuestra existencia en la Tierra es


realizar el potencial que traemos: ese potencial muchas veces se aleja o incluso se
contradice enteramente con lo que la sociedad nos sugiere. Por ejemplo, deseamos
dedicarnos al comercio o al arte y nuestros padres desean que estudiemos
ingeniería; deseamos no casarnos, o no tener hijos o tener sólo uno: la presión –
especialmente en Sudamérica- por hacer algo diferente puede ser bastante
considerable.

Si nuestra prioridad es el aprecio y la aprobación de los demás, dejaremos de lado


nuestras preferencias internas y haremos lo que supuestamente es “lo correcto”;
pero de ese modo no desarrollaremos nuestro potencial y nos estancaremos. Puede
que tengamos éxito social, pero eso muchas veces no guarda ninguna relación con
los designios de nuestro ser interno (“¿De qué sirve obtener el mundo entero si al
hacerlo pierdes tu alma?”).

Y a esto me refiero: no ser fieles a nosotros mismos es, a mi juicio, la mentira más
grave, porque daña nuestro ser. No respetar nuestra propia voz interna nos
convertirá en unos engendros inevitablemente frustrados, en comparación con la
belleza serena y profunda del potencial único que cada uno de nosotros posee.
¿Qué hubiese sido de Jesús si se hubiese salvado de la cruz a punta de mentiras?
Quizás ni siquiera habríamos oído de él. Sin embargo, le habría sido muy fácil;
ante el Sanhedrín, en lugar de expresar esa frase gloriosa, “Mi Padre y yo somos uno”
–una verdad en la que las religiones orientales coinciden- podría haberse hecho el
loco –como Pinochet- o pedir disculpas por el malentendido o cualquiera de las
muchas salidas que tuvo. No lo hizo, sin embargo, y en su irrestricto respeto a su
Verdad reside gran parte de su grandeza. Un Maestro Sufi, Al Hillaj Mansoor,
también fue muerto por los ignorantes cuando afirmó la misma verdad.

Y creo que aquellos seres que, como Jesús, llamamos "iluminados” o “despiertos”
se caracterizan más que nada por una característica: una continua apertura a la
Verdad que se nos presenta en cada instante del Eterno Presente.

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El autor es psicólogo y dirige el Instituto de Expansión de la Consciencia Humana, entidad
que imparte cursos extensivos de autoconocimiento y trabajo con otros. E-mail,
instituto@transformacion.cl; Página web: www.transformacion.cl

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