Vous êtes sur la page 1sur 5

SAN PABLO Y LA CARNE*

Philippe Ariès
École des Hautes Études en Sciences Sociales

En dos intervenciones San Pablo (1 Cor. 6, 9-10; 1 Tim 1, 9-10) nos brinda una lista de
pecados en un orden que parece seguir una jerarquía. Se revela así una concepción del mal
donde se reúnen y se combinan el judaísmo y el helenismo de su época, apareciendo las
grandes tendencias de aquello que se convertirá en la moral cristiana, pero que ya previamente
era una moral pagana en formación. Deseamos destacar el lugar que en dichas intervenciones
ocupa la sexualidad.
En estos textos los pecados se reparten en cinco grandes categorías: los pecados contra
Dios, contra la vida del hombre, contra su cuerpo, contra los bienes y las cosas, por último los
pecados de la palabra. Pecan contra Dios, en principio los idolatras –ellos naturalmente–,
luego aquellos que se oponen a la Justicia, los insumisos, los que desobedecen los
mandamientos y no respetan la Pietas (nosotros diríamos lo sagrado), los sacrílegos, los
profanadores, los impíos. Pecan contra el hombre los asesinos: los parricidas, los matricidas,
luego todos los homicidas. Continúan aquellos que pecan contra su cuerpo, al cual San Pablo
define como el templo del Espíritu de Dios, un lugar sagrado en el que no se hace cualquier
cosa: antes se decía los pecados de la carne, hoy se llamarían deleites sexuales. El grupo de
los pecadores de la carne está a su vez repartido en cuatro subgrupos, es necesario aquí prestar
mucha atención al sentido de las palabras, incluso si algunas son tomadas en un sentido
general y vago (como fornicación). Es posible notar una jerarquización gradual de un grupo al
otro. El primer subgrupo está constituido por las prostitutas: fornicarii (en griego: pornoï). El
segundo es aquel de los adúlteros, es decir aquellos que seducen la mujer de otro –y las
mujeres que se dejan seducir. El origen etimológico (adulterio) sugiere la idea de “alteración”,
donde no hay referencia al acto sexual. El tercer grupo es aquel de los molles (malakoï): éste
es particularmente interesante para nosotros, dado que revela algo importante y nuevo
(opinión coincidente con la idea tan claramente expuesta por Michel Foucault en nuestro
seminario). ¿Qué es la mollities? Es notable que las expresiones utilizadas para designar
finalmente las actividades sexuales como la fornicación, el adulterio, no se refieran ni a los
órganos ni a los gestos. Por cierto esto no está relacionado con el pudor, ya que ni griegos ni
latinos le temen al uso de las palabras –recordemos que incluso, San Pablo se permite una
suerte de broma sobre el prepucio de los circuncisos. Es necesario recuperar la pervivencia de
un tiempo del lenguaje donde la sexualidad como que tal, no era objeto de análisis ni de
reglamentación, y donde en consecuencia las solas categorías retenidas por el uso eran
aquellas de la prostitución y del matrimonio en general, y de los actos que no se hacían
precisamente en el antro (fornix) de la prostituta o en el lecho conyugal –entendiéndose que
jamás tenía el derecho de acostarse con la mujer de otro. A la hora en que nuestra cultura
atribuye a las cosas sexuales un amplio espacio en el lenguaje, no podemos vernos afectados
por la aparente discreción de los latinos; la elección de los significantes se hicieron basándose
en criterios diferentes a aquellos de la biología o incluso del placer.
Con la aparición de la mollities se produjo un cambio. El término es peyorativo y se
aproxima a aquel de “pasividad” donde, según Dover y Paul Veyne, los romanos veían un
envilecimiento del hombre, una deshonra, una práctica indigna, condenable. Al hombre
romano le importaba –y también al japonés, agrega Paul Veyne– no jugar un papel pasivo en
el amor, más allá de que el amor fuera homo o heterosexual. La reprobación se extendió a
ciertos comportamientos sexuales porque ellos eran pasivos. Michel Foucault nos debe
aclarar sobre las variaciones de la mollities –que terminará por designar la masturbación en el
neolatín. Bajo la palabra mollities, equívoca y que no es más que una entre otras (¡hay otras
molicies además de la sexual!), se escondió el erotismo, es decir, un conjunto de prácticas que
retardan el coito, cuando ellas no lo evitan, en la meta de gozar mejor y más prolongado
tiempo: retrasando el placer. Aquello, bien entendido, San Pablo no lo admite y ve el pecado
contra el cuerpo (in corpus suum peccat). La mollities puede ser considerada una gran
invención de la época estoico-cristiana.
Luego de los fornicarii, los adulteri, los molles, San Pablo menciona todavía a los
masculorum concubitores, los hombres que cohabitan el lecho y son del mismo sexo. Es
notable que San Pablo no hable de las mujeres, aunque en el caso de los crímenes violentos, él
había citado los matricidios junto al parricidio –es verdad que ha sido la mujer entonces la
víctima y ¡no el autor del crimen!– O se tiene el sentimiento de que los verdaderos pecadores
son los hombres puesto que ellos tuvieron el poder y son responsables. Es cierto que ello
aparece en contradicción con la opinión común según la cual la Iglesia consideraba a la mujer
como el instrumento del diablo. Por otro lado, San Pablo dice que es la mujer y no el hombre
quien introdujo el pecado en el mundo. Sin embargo, cosa curiosa, el “machismo” del apóstol
no emerge en este texto, aquí es más moral que teológico. Habrá que esperar a la Edad Media
para ver el recelo que respecto a la mujer había aumentado en los hombres y particularmente
en los clérigos por una suerte de reacción de defensa, en la medida en que la mujer había ido
adquiriendo importancia. Existe una relación entre la castración de Abelardo y la notoriedad
de Heloisa. En todo caso es la homosexualidad viril la que aparece denunciada.
He ahí la sexualidad. Vienen seguidamente en la lista de los pecadores de San Pablo
aquellos que venden los hombres libres como esclavos, los ladrones, quienes codician con
mucha pasión las cosas de este mundo –los avari– o que las adquieren con mucha brutalidad –
los rapaces– o disfrutan en exceso –los borrachos. La lista se termina con los pecadores de la
palabra, quienes contaban mucho en las sociedades donde la cultura oral persistió a pesar de
los progresos de la escritura: los murmuradores o maldicientes, los mentirosos, los que
perjuran.
Si se admite que la enumeración de San Pablo conlleva una graduación valorativa, como
parece probable, puede apreciarse que los pecados sexuales tienen un lugar importante, justo
después de los homicidas y antes de los pecados contra la propiedad. Había en adelante una
moral sexual, de los pecados, debido al uso o al abuso de las inclinaciones sexuales, es decir,
de la concupiscencia. Hubo actos sexuales malos y prohibidos, casi tan malos como el
homicidio. En efecto, ellos siempre aparecen designados por nombres extraños a la psicología
del sexo, pero la mollities introduce una noción nueva. Por lo que la homosexualidad
difundida en el mundo helenístico y considerada como normal, devenía en un acto
abominable y prohibido. Es incluso el único de los delitos sexuales cuyo nombre evoca
claramente una actitud psíquica: masculorum concubitores.
Al mismo tiempo que el código de los actos prohibidos se vuelve más preciso, un nuevo
ideal está opuesto al uso de la sexualidad en el matrimonio (incluso admite y legitima); el de
la virginidad tanto masculina como femenina: bonum est homini mulierem non tangere [es
bueno para el hombre no tocar]. La idea epicúrea es rechazada, es necesario ceder a la
concupiscencia como el estómago debe ceder al hambre: si el hombre es admitido, la
concupiscencia, es dudosa y cuidadosamente controlada.
De ahora en adelante las ideologías están consiguientemente en su lugar. Ellas no tienen
más que codificar y desarrollar. Sin embargo, es necesario precisar que esta moral es anterior
al cristianismo. Todas las transformaciones de la sexualidad, nos dice Paul Veyne, en su
deslumbrante artículo sobre el amor en Roma1, son anteriores al cristianismo. Las dos
principales, agrega él, hicieron pasar de una bisexualidad de “dominación” (es decir, donde el
hombre reivindica un papel activo, lo contrario de la mollities) a una heterosexualidad de
reproducción, y de una sociedad donde el matrimonio no es en absoluto una institución a una
sociedad donde es natural que el matrimonio sea una institución fundamental de todas las
sociedades (crease) y de todos los sectores que la componen. Es probable que San Pablo no
anteponga aquí la procreación, dado que él estaba persuadido de la proximidad del fin de los
tiempos para preocuparse de ello. Así el matrimonio es a sus ojos un medio que legitima el
deseo carnal sin pecar: mejor vale casarse que arder. Esto no impide que la procreación se
convierta pronto en la sociedad cristiana lo que ya era en la moralidad de los estoicos: una de
las dos razones de ser de la sexualidad.
Así Paul Veyne y probablemente Michel Foucault sean llevados a definir los tres pilares
sobre los cuales las sociedades occidentales, desde del siglo II, van a organizar su nuevo
sistema sexual: las actitudes ante la homosexualidad, el matrimonio y la mollities. El cambio
ha comenzado desde los primeros siglos de nuestra era, una de las épocas capitales en la
conformación de los caracteres fundamentales de nuestro patrimonio cultural.
*
Philippe Ariès, “Saint Paul et la chair” en Communications, 35, 1985, pp. 34-36. Traducido del francés por Miguel
Ángel Ochoa.
1
Paul Veyne, “La homosexualidad en Roma” en Philippe Ariès, André Béjin, Michel Foucault et al., Sexualidades
occidentales, Buenos Aires, Paidós, 1987, pp. 51-64 [N. del T.]

Vous aimerez peut-être aussi