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El Desarrollo y la Justicia Social

“Si es un deber, y al mismo tiempo una esperanza,


el que contribuyamos todos a realizar un Estado de Derecho Público Universal,
aunque sólo sea en aproximación progresiva, la idea de la “paz perputa”,
que se deduce de los que hasta hoy falsamente llamados tratados de paz
-en realidad, armisticios-, no es una fantasía vana, sino un
problema que hay que ir resolviendo poco a poco,
acercándonos con la mayor rapidez al fin apetecido,
ya que el movimiento del progreso, ha de ser, en el futuro,
1
más rápido y eficaz que en el pasado”

Immanuel Kant, La Paz Perpetua

La Justicia es un valor de complicada definición, pues su conceptualización

requiere de librarse de ideologías que puedan llevarnos a conclusiones rápidas

y facilistas, sobre lo que, a la luz de las mismas, es o no es el concepto en

mención. Además las dificultades que entraña dicha tarea se complican aún

más cuando está acompañado del apelativo de Social, como una categoría que

le imprime un valor moral, del que, en procura de la condición que pusimos al

principio, no debiera estar revestido, para evitar el ideologismo que vierte la

conceptualización en el campo de la disertación utópica, más que de la

filosófica.

Sin embargo, ambas palabras se han unido y lo han hecho, con el fin de

representar un valor, de carácter universal que garantice, lo que en los términos

de nuestra actualidad constitucional se denomina mínimo vital, significando el

conjunto de condiciones que permiten al hombre, y a todos los hombres, vivir su

vida con plenitud de dignidad.

1
KANT, Immanuel. La Paz Perpetua, Editorial Espasa-Calpe S.A. Cuarta Edición 1964, Apéndice II.
1
Es obvio que la Justicia en general, y la Justicia Social en particular buscan un

fin último. Este se puede deducir desde la concepción más sencilla que de

Justicia se posee, cual es la de dar a cada cual lo suyo. Es decir, suplir las

necesidades de cada uno, y a la par exigir de él su esfuerzo para alcanzar esta

situación a nivel erga omnes. Es en esta dinámica que se inmiscuye en esta ya

complicada ecuación gramatical, la expresión desarrollo, como consecuencia

natural del ejercicio justo de los derechos legítimos y sus correlativos deberes.

El desarrollo es, a su vez, otro concepto complejo, pero que pudiera sintetizarse

como lo hiciera S.S. Benedicto XVI en su Carta Encíclica Caritas in Veritate, en

la que, interpretando a su predecesor Pablo VI, decía lo siguiente: “Pablo VI

tenía una visión articulada de desarrollo. Con el término “desarrollo” quiso

indicar ante todo el objetivo de que los pueblos salieran del hambre, la miseria,

las enfermedades endémicas y el analfabetismo.”2

Se ponen de relieve así unos elementos que constituyen ese mínimo vital del

que ya se habló y que representan el complemento social de la justicia. Se unen

entonces en un criterio amplio los conceptos de justicia, justicia social, dignidad

y desarrollo, que como lo denuncia el Papa en el documento citado, se han

disociado a un punto tal que el desarrollo actual es causa eficiente de la

injusticia reinante.

2
BENEDICTO XVI. Carta Encíclica Caritas in Veritate, Librería Editrice Vaticana. Primera Edición 2009.
Numeral 21.
2
Sin embargo, esta definición y el planteamiento del problema hecho, formulado

en los términos de dos máximos jerarcas de la Iglesia Católica, puede resultar

desvirtuado prima facie, por el simple hecho de ser quienes son. De todos

modos, estos planteamientos se encuentran afincados, no sólo a la luz de la fe

que estos hombre (y yo) profesan y defienden, sino también en consideraciones

filosóficas que han pretendido ser fundantes de conceptos, que como

solicitábamos al inicio de este escrito, estuvieran desideologizadas, para evitar

salidas fáciles. Es así como, a la luz de los planteamientos de otros autores,

estos conceptos se ratifican y reflejan el mismo contenido.

Quien acuñó la expresión Justicia Social fue el sociólogo y sacerdote Luigi

Taparelli d’Azeglio, que posteriormente fuera utilizado por el economista John

Stuart Mill, quien en referencia a ella diría: "La sociedad debería de tratar

igualmente bien a los que se lo merecen, es decir, a los que se merecen

absolutamente ser tratados igualmente. Este es el más elevado estándar

abstracto de justicia social y distributiva; hacia el que todas las instituciones, y

los esfuerzos de todos los ciudadanos virtuosos, deberían ser llevadas a

convergir en el mayor grado posible."3

Se encuentra entonces que este planteamiento muestra claramente la

preocupación del utilitarismo por la fundamentación de las normas éticas. En

principio no habría nada que objetar, pero es obligado precisar que una cierta

manera de asumir el punto de vista de la fundamentación de las normas éticas

3
MILL, John Stuart. Del Utilitarismo, 1986. De l´utilitarisme, Hartier, Paris 1946. Traducción.
3
presupone una precisa imagen de Dios, o si se quiere, se puede recurrir a

manifestaciones éticas universales, que han pretendido renunciar al fideísmo, y

plantean normas absolutas, carentes, por el individualismo que aparejan, de

una remisión ulterior a una causa eficiente primitiva.

Así pues se pueden exponer los tres puntos del Imperativo Categórico de Kant

que plantean una moral secular, basados en la determinación individual de ser

cumplidos y con pretensión de universalidad. Estas formulaciones son:

1. "Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se

convierta en una ley universal."

2. "Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en

la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio”.

3. "Obra como si por medio de tus máximas, fueras siempre un miembro

legislador en un reino universal de los fines".4

Y es en estas formulaciones kantianas y en las palabras de Pablo VI donde

pueden unirse los conceptos ya delimitados de Desarrollo y Justicia Social.

Recordemos que el objetivo del desarrollo para el Papa Pablo VI, como lo

comenta Benedicto XVI, es que los pueblos evitaran cuatro males terribles5 que

constriñen la dignidad y minan las bases de la Justicia. Al unirse este

4
KANT, Immanuel. Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, Espasa-Calpe. Sexta Edición
1980.
5
I. El hambre, II. La miseria, III. Las enfermedades endémicas y IV El analfabetismo.
4
planteamiento con una aplicación fidedigna de la propuesta de Kant, podemos

poner en un mismo plano Desarrollo y Justicia Social como conceptos unívocos

y complementarios, unidos a una moral universal, autónoma y oriunda de la

convicción íntima de cada hombre (y por sinécdoque de cada mujer), que son

modos de comportarse que buscan, en últimas la felicidad, que puede significar

cuantas cosas para unos y otros.

Únanse estas afirmaciones a aquello que usamos como epígrafe de este

escrito, que es una de las muchas sentencias (la última) de La Paz Perpetua, y

que incluye una terminología que nos lleva a concluir, con certeza, que las

palabras de Kant respecto del progreso fueron premonitorias; especialmente

aquello de que su movimiento será, en lo futuro más rápido y eficaz, que en lo

pasado.

El panorama del mundo de hoy nos muestra las consecuencias de la iniquidad,

que impiden la realización de los ideales de justicia (lata y social) que hemos

venido enunciando (y defendiendo). Las consecuencias del capitalismo salvaje

(mejor, descarnado), del neoliberalismo financiero y de la concentración de

infinitamente grandes fortunas, contrastándolas con las cada vez peores

condiciones de trabajadores sobre todo el mundo, y con la premisa de que no

se buscaba el bienestar de muchos, por el contrario, se jugaba con los intereses

de las mayorías y especulaba sobre el valor real de los precios para inflar las

ganancias y los bolsillos de quienes, gracias a esas prácticas, podían

despilfarrar con el dinero de los demás, son una muestra del fracaso estrepitoso
5
de un modelo extremo del laisser faire, laisser passer, en el que el Estado

renuncia a su deber de dirigente y promotor de la economía como un medio

para la consecución de un ideal último de bienestar para los conciudadanos,

que no sea el de aquella formulación ominosa de la igualdad, en la que, somos

iguales porque todos podemos vivir bajo un puente.

Pero también estamos en una temporada de oportunidad, de progreso rápido y

eficaz, que no vacío, que nos permita reflejar los ideales enarbolados por las

ideologías de izquierdas y derechas, en cuanto al desarrollo humano integral,

en el que se puedan superar las barreras, creadas por nosotros mismos y que

puedan concluir efectivamente, en el logro de la justicia universal y de una paz

duradera.

¿Cómo hemos llegado a estas consideraciones en el campo de la Filosofía del

Derecho? ¿Por qué hemos disertado sobre actualidad, economía, fe?. Pues

porque como se enuncia con tanta tranquilidad en el mundo, el Derecho tiene

que ver con todo, por eso mismo es que la Invitación de Kant, hacia la

construcción de una paz perpetua, no es simplemente a ese ideal metafísico,

sino a su concreción en el mundo jurídico con lo que él llama Estado de

Derecho Público Universal, que es una síntesis de todas las propuestas de este

autor y además la enseñanza para el mundo, de que, ajenos (insistimos) a las

ideologías y a los prejuicios, podemos compartir dentro de una estructura, que

si bien es difícil de constituir en esos mismos términos, pueda reflejar la

verdadera vocación del hombre a la felicidad como una virtud destacada desde
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la antigüedad, es decir, cuando todos recibamos lo que nos corresponde y

hagamos lo que nos corresponda para que lo mismo ocurra con los demás.

El ideal de un Estado Universal es una quimera, pues no hay posibilidad para la

concurrencia de los elementos esenciales de Estado para que este se pueda

constituir. El territorio, no sería una talanquera en este análisis, pues

sencillamente se refiere a la tierra toda, pero otros elementos fundantes,

principalmente el de la Nación, son un asunto de difícil homogenización, que

aparte no es ideal, debido a la diversidad de la humanidad y al valor mismo de

esa diversidad, así mismo sería nuestra nacionalidad universal, y recordemos,

nuevamente con la conceptualización más sencilla, que el Estado es la Nación

jurídicamente organizada.

Sin embargo, el proceso de construcción de una modalidad administrativa de

ese talante ya tiene antecedentes que reflejan, a mediana escala, que el ideal

Kantiano no está tan lejos de configurarse. Hablamos de la Unión Europea, esa

organización supranacional de ámbito europeo dedicada a incrementar la

integración económica y política y a reforzar la cooperación entre sus estados

miembros, que se ha transformado mutatis mutandi en un gran Estado Europeo,

que da ejemplo de unidad, reconciliación y desarrollo al resto del mundo. A

pesar de sí misma, la Unión Europea, se ha transformado en una fuerza tal que

es un fuerte eje de discordias para el resto de los Estados del mundo en

muchos campos, debido a las prácticas comunitarias de liberalización tributaria,

aduanera y poblacional y con la creación de una legislación supranacional, que


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se convierte, lentamente, en esa organización jurídica que requiere la naciente

nación europea para configurar un Estado propiamente tal.

Pero nuevamente se contraponen los intereses de este Mega-Estado frente a

los de los demás Estados regulares, trasgrediendo, para afuera, los tres

planteamientos del Imperativos Categórico Kantiano y a la par su idea del

Estado de Derecho Público Universal.

Esto es muestra de que tenemos un componente del espíritu (del psique) que

nos separa de ese ideal de Justicia Universal, que aleja los ideales de la

Justicia Social y que nos los hace ajenos. No es otra cosa que nuestro

egoísmo, nuestra incapacidad, casi que natural, de sacrificar nuestro gusto y

nuestro bienestar, siquiera en parte, por el de los demás. Este elemento, que es

natural al hombre, pero frente al que pueden oponerse mecanismos

ideologizantes (tal vez perdiendo el terreno que teníamos ganado de privar de

ideología nuestra noción de justicia), que nos convenzan del deber que

tenemos de ofrecer los medios, a nuestro alcance, para que todos los demás

puedan recibir lo que les corresponde, como un requisito sine qua non para

poder nosotros ser merecedores de lo que nos toca.

Se dilucida acá una nueva etapa de nuestra disertación, en la que por fin

podemos enfrentar El Desarrollo y la Justicia Social. De bulto fluye que el

interés de este escrito, no es otro (además de pasar la materia) que concluir

lógicamente que ambos son complementarios y válidos y que pueden coexistir,


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con la consecuencia necesaria del mayor bienestar posible, para el mayor

número de personas. Tristemente, no vemos un mecanismo que nos permita

llegar a esta esperada conclusión, que por medio del recurso falaz de la

remisión a la autoridad.

Me explico. A causa del egoísmo que ya subrayamos, nos alejamos

abismalmente del cumplimiento de aquellos tres postulados que han sido eje de

este discurso. Es palmario que, si bien muchas personas obran de modo que

desean que la máxima de su acción se convierta en ley universal, esta

determinación de estas personas no está dirigida a que dicha ley universal sea

homóloga al bienestar general. Igualmente es obvio que en la actualidad, el

hombre no es un fin en sí mismo, por el contrario, se ha transformado en un

vehículo para materializar los fines fútiles y abyectos de otros. Y el ser

legislador universal de los fines antes mencionados, es garantía de negación de

un statu quo justo, mínimamente.

Por eso, para concluir, debo remitirme a la antes mencionada falacia de decir

que para construir una Paz Perpetua, efecto de la Justicia Social y a la par con

ella un nivel de Desarrollo que garantice el mínimo vital debo remitirme a algo

ya enunciado repetidamente en este documento:

1."Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se

convierta en una ley universal."

2. "Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de

cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio”.


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3. "Obra como si por medio de tus máximas, fueras siempre un miembro

legislador en un reino universal de los fines".

Eso sí con la garantía moral de que las personas tengan la certeza de que

somos seres trascendentes, y que nuestros actos, tienen consecuencias

ulteriores.

Juan Pablo Gutiérrez Alzate


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