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Por eso se puede precisar que la educación es un hecho inherente a la persona humana;
no es discrecional, si no ineludible. Quiera o no el hombre, en el pleno sentido de la
palabra, tal como lo indica el diccionario de pedagogía de Lorenzo Luzuriaga: “La
educación es una actividad que tiene como finalidad formar, dirigir o desarrollar la vida
humana para que este llegue a su plenitud”.
Cada pueblo con conciencia de serlo y cada acontecimiento social con fuerza suficiente
para introducir modificaciones, va dando lugar a concepciones distintas de mundo, de la
vida y del hombre. Según como se conciba ese hombre, con determinado destino en la
vida y en el mundo, así será la educación encargada de realizarlo.
Toda persona puede ser enseñada a aprender lo que casi es un condicionamiento porque
la enseñanza acarrea carga subjetiva del otro (“ecuación personal”) en la que influyen
además tiempo, lugar y personalidad del estudiante.
En ese sentido la educación sistemática, para ser impartida requiere de que el formador
sea un profesional de la educación que posea la capacidad de dosificar y seleccionar el
conocimiento que será impartido para la formación del estudiante, así como hacer gala
de la innovación como el uso impresionante de las tecnologías con los diversos
enfoques de investigación en el ámbito de la pedagogía, la didáctica, la psicología, la
comunicación, entre otras disciplinas.
Del análisis del presente tema que nos ocupa, se colige que cuando un educador decide
reformar (o innovar), debe prepararse a enfrentar resistencias de diversas fuentes:
maestros, directores, alumnos e incluso miembros de la comunidad. La planificación es
un instrumento también que coadyuva en determinar “a donde ir” y establecer los
requisitos para llegar a ese punto de la manera más eficiente y eficaz posible.