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Elogio de la locura

La locura es sincera, transparente; no existe en ella daño alguno. No se puede ocultar, por más que
se intente siempre se muestra de alguna manera u otra. Proviene del amor propio, de la adulación,
del olvido, de la pereza, de la voluptuosidad, de la molicie (blandura), y la demencia. Adquiriendo
así un poder que lo eleva sobre los mismos emperadores.

Así mismo, la locura es la fuente y el principio de la vida. ¿Què serìa de la vida sin una mínima gota
de locura?, Serìa algo triste, aburrido, fastidioso, insípido y desagradable. Y; ¿Què es la vida sino
locura? (entendiendo vida en su máxima expresión, en su mayor realización). Al igual que locura es
vida. Los niños son los que más agradan a la locura. Pues, ¿de dònde proviene ese encanto
irresistible que tienen los infantes en sus primeros años de vida?. Ese encanto se debe únicamente
al atractivo de la estulticia. Y los viejos también, ya que mientras más mayores son se vuelven más
estultos y así se van pareciendo cada vez más a los niños.

La locura dice: “Sin mi, el mundo no puede existir ni por un momento, pues, ¿no está lleno de
locura todo lo que se hace entre los mortales?, ¿no lo hacen locos y para locos? Ninguna sociedad,
ninguna convivencia pueden ser agradables o duraderas sin locura, de modo que el pueblo no
podría soportar a su príncipe, el amo a su sirviente, la doncella a su señora, el preceptor a su
alumno, el amigo a su amigo, la mujer a su marido por un solo momento, si de vez en cuando no se
descarriaran, se adularan, toleraran sensatamente las cosas o se untaran con un poco de la miel de
la locura.” Este párrafo contiene el resumen de su pensamiento: la locura es sabiduría mundana,
resignación y tolerancia.

Para Erasmo la vida es una especie de juego, en el cual cada actor aparece en el escenario con su
máscara propia y representa su papel hasta que el director escénico (la muerte) lo llama. Se
equivoca quien no se adapta a las condiciones y pretende que el juego deje de ser un juego. Los
verdaderamente sensatos deben mezclarse con todos, compartir plenamente su locura o
equivocarse alegremente como ellos. Y el motor necesario de toda acción humana es Filaucia,
hermana de la Locura, el amor propio. El que no se complace a si mismo consigue poco. Si se
elimina ese condimento de la vida, la palabra del orador se enfría, el poeta cosecha burlas y el
artista se desvanece. La locura bajo el aspecto de orgullo, vanidad y vanagloria es la fuente oculta
de todo lo elevado y grande. El estado con sus puestos de honor, el patriotismo y el orgullo
nacional, la solemnidad de las ceremonias, las ficciones de la casta y la nobleza, ¿que son sino
locura?. La guerra, la más loca de todas las locuras, es el origen de todo heroísmo.

La sabiduría es a la locura como la razón es a la pasión. Y en el mundo hay mucha más pasión que
razón. Lo que mantiene al mundo en movimiento, la fuente de la vida, es la locura. La oradora
atribuye a la locura todo lo que en la vida es vitalidad y valor. Es una energía espontanea de la cual
nadie puede prescindir. Los que son perfectamente serios y sensatos no hallan lugar en esta vida.
Son torpes en los bailes, en los juegos, en el intercambio social. Si tienen que adquirir algo o firmar
un contrato, sin duda las cosas saldrán mal y en contra de sus propios intereses. La locura es la
alegría indispensable para la felicidad. Quien tiene solo razón, sin pasión, es una imagen de piedra,
burda, carente de sentimientos humanos; un monstruo, un espectro de quien todos huyen,
insensible ante toda emoción natural, no susceptible de amor, ni de compasión. Y nada se le escapa
y en nada se equivoca; ve a través de todo, todo lo sopesa adecuadamente, de nada se olvida, solo
se satisface consigo mismo. Solo él es el sano, sólo él es libre, solo él es el rey.

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Erasmo caricaturiza de esta manera la horrible imagen del teórico. ¿Qué estado puede interesarse
en tener como magistrado a un hombre tan tremendamente sabio?; ¿què mujer quiere por esposo
a una persona así?; ¿no es preferible un hombre cualquiera, que siendo estulto puede mandar u
obedecer a los estultos, que es agradable y afectuoso con su mujer y con sus amigos?, un hombre
cualquiera que teniendo defectos es humano; y con esto es feliz èl y los que lo rodean, en vez de un
sabio viejo y amargado que ha sido infeliz toda su vida. Una serie de virtudes sociales están atadas
a la locura, tal cual la benevolencia, la amabilidad, la inclinación a aprobar y a admirar, pero,
especialmente, de aprobarse así mismo. No es posible agradar a otros sin empezar por adularse a si
mismo. ¿Qué sería del mundo si no estuviese cada uno orgulloso de su posición y de su profesión?,
¿cómo sería la vida sin que nadie intercambiara con nadie su buen aspecto, su familia, su
propiedad?.

Más aún, Erasmo se atreve por medio de Estulticia a censurar la creencia ingenua en los milagros,
la adoración interesada de los santos y los celos entre los monjes. La importancia histórica de
Estulticia no fue, como se creía en su época, la sátira directa, sino en los pasajes en los cuales
concede a la locura el valor de la sabiduría y viceversa. Erasmo estaba persuadido por la poca
solidez de los fundamentos de todas las cosas: todo pensamiento racional acerca de los dogmas de
la fe conducen al absurdo. En su ùltima oración al dejar el oratorio, la locura dice: “aplaudid, vivid y
bebed, creyentes celebres de la estulticia”. La locura dice: “Prescindo ahora de los daños que el
hombre sufre por causa del hombre, cuales son, por ejemplo, la pobreza, la cárcel, la deshonra, la
vergüenza, la tortura, las asechanzas, la traición, las injurias, los litigios, los fraudes, etc., no es mi
objetivo hallar la razón de que los hombres hayan merecido tales castigos; pero el que medite
sobre esto, ¿acaso no disculpará el suicidio de las doncellas de Mileto, aunque sienta por ellas
profunda compasión? ¿quienes han sido principalmente, los que apelaron al suicidio buscando en
él un recurso contra el destino y contra el hastío de la vida? ¿no fueron, por ventura, los devotos de
la sabiduría?. Por eso yo, valiéndome, de la ignorancia, de la irreflexión, del olvido de los males, de
la esperanza de los bienes, de los deleites, voy remediando de tal modo las innúmeras calamidades
humanas, que ningún mortal tiene deseos de dejar la vida aunque se le acabe el hilo de las Parcas y
haga ya tiempo que comenzó a despedirse del mundo, estas circunstancias deberían ser el motivo
de que los hombres no deseen conservar la existencia, son, sin embargo, las que les encienden las
ganas de vivir; ¡tanto aborrecen experimentar cualquier tristeza!”

¿Quien hay que sea capaz de soportar las injurias de la vida, todo el sufrimiento e injusticias que en
ella se producen? Todos lo hacen, claro, pero no solos, si no que la locura nos ayuda en gran parte
a superar esto, tanto que no nos damos cuenta de todo el daño que nos producen y que nosotros
mismos producimos a nuestros semejantes. ¿Quien tan cuerdo y a la vez estulto como masoquista,
estaría dispuesto a sufrir el calvario de la vida?, ¿sin ni siquiera una pequeña gota de locura?. Los
que lo intentan pronto se rinden y muchos terminan en el suicidio, siendo ésta su única salvación,
(si es que sus almas no estaban muertas desde un principio). El mundo estaría lleno de almas
perdidas, errando por los parajes de la eternidad, el mundo estaría así y mucho peor; si no fuera
por la ayuda de la locura. La locura que aporta felicidad y alegría al corazón, despreocupación y
hermosura al alma, que oculta e ignora los problemas, penas y todo sufrimiento, que el alma no
seria capaz de soportar sin ella. Gracias la locura que endulza la existencia, es que el mundo no esta
totalmente acabado. Con todo esto, demás està decir que los locos le llevan una ventaja enorme a
los sabios; pues mientras los primeros llevan una vida cálida y alegre, sin preocupaciones ni
problemas mayores; los sabios se gastan toda su infancia y adolescencia, el mejor periodo de su
vida, en informarse y aprender diversas disciplinas, y en el tiempo que les queda viven de lo
aprendido antes, sin darse el tiempo y las ganas de disfrutar de deleite alguno. Terminan siendo

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hombres serios, tristes, sobrios y amargados. Y cuando les llega la hora de partir, no creo que les
importe gran cosa morir ya que en su vida no se dieron el tiempo de vivir.

Entonces; ¿Porqué amargarse la vida de esa manera?, ¿preocupándose de cosas que al final no son
tan importantes?, ¿Porqué no arriesgarse a vivir de verdad, sin temores ni preocupaciones?, ¿Cual
es la dimensión de la locura?, ¿si es más cuerdo el que razona o el que sigue sus impulsos?, ¿qué es
lo que vale al final?, ¿un corazón solo y seco, un alma triste y sin esperanzas? o ¿alguien lleno de
vida, afectuoso, cálido, alegre, risueño?; alguien que pueda decirse que realmente disfruto de la
vida. La locura le hace un elogio a la ignorancia, y harta razón tiene en esto, ya que la ignorancia
constituye una de las principales características de la estulticia. La ignorancia que todo lo simplifica,
todo lo facilita Los hombres de la edad de oro son un claro ejemplo de esto, ellos no se
complicaban la vida por no poder resolver un ejercicio de gramática, simplemente porque tenían la
suerte de que todavía no se inventaba. Vivían felices de acuerdo a su naturaleza, libres, guiándose
solo por su instinto.

Igual suerte tienen los animales, (siendo más felices los que viven más alejados del hombre), ellos
no necesitan de todas las ciencias y tecnología que ha inventado el hombre, son libres.
Desgraciados son los que ya conviven con el hombre, como el caballo, el perro, el toro entre
muchos otros. El humano ya los hizo participes de sus propias normas y leyes, no teniendo estos,
otro remedio que obedecer.

Hay dos clases de locura, una fomentada por la furia que se engendra en el infierno y otra muy
distinta que es pura, inocente e ingenua. La primera se manifiesta ya en la pasión de la guerra, ya
en la insaciable sed del oro, ya en un infame y abominable amor, ya en el parricidio, en el sacrilegio
o en cualquier otro designio de esta índole. Pero la otra locura es muy distinta, y no corresponde a
nada más que a un cierto alegre extravío de la razón.

Los maestros de gramática, los poetas, los retóricos, los autores, los filósofos, los teólogos, los
frailes, los reyes y príncipes, los cortesanos, los obispos, los cardenales y los papas. Estos son los
que la locura reconoce como los únicos sabios que reciben parte de sus beneficios.

La estulticia nombra algunas formas de locura (en aquellos tiempos), como la caza, la alquimia y el
juego. A estas se le puede agregar y comparar algunas de este tiempo como son el fanatismo que
produce el fútbol, o la euforia de las fans frente a sus artistas favoritos, o el fanatismo por los
partidos políticos, entre otros. Más aún, hay muchas otras formas de locura, algunas se parecen y
otras uno ni se lo imagina. Pero todas no se pueden nombrar, ya que para esto habría que empezar
a analizar cada minuto de nuestra vida.

Todo lo que aquí se dice se puede resumir en solo unas cuantas palabras: la locura es el elemento
esencial que necesitamos para vivir felizmente. La locura es verdad absoluta, es la realidad tal y
como es. La locura es el motor que pone al mundo en movimiento, es vitalidad, valor, energía de la
cual nadie puede prescindir. La locura conduce a la más elevada sabiduría, es la madre de todas las
pasiones humanas, es la originadora del amor y de la amistad; los sentimientos más hermosos que
hay.

En un mundo como el hoy, los humanos se destruyen unos a otros con el único objetivo de obtener
poder, en vez de utilizar estos esfuerzos para lograr objetivos de bien común para humanidad. Al
mundo de hoy no le vendría nada de mal una pequeña eséncia de esta locura pura.

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El elogio de la locura es una obra que supone un momento de descanso, de recreo, dentro de la
amplia y seria producción de Erasmo. Es una obra de inteligencia lúdica que se divierte jugando con
la broma, la sátira, la ironía, el chiste…

El libro se publica en París, en 1511, aunque es escrito dos años antes. Erasmo, en la madurez de
su vida, se da cuenta de que en el mundo la razón apenas tiene poder y de que reina una insensata
confusión. Quiere atacar todo esto, pero decide hacerlo de una forma mesurada, a través de esta
obra. Esta idea la concibe al dirigirse a Inglaterra procedente de Italia. Entonces piensa en todo lo
que ha visto allí y, considerando el momento poco propicio para meditaciones, opta por divertirse.
En la casa de Tomás Moro la trasladará su sátira al papel. El título será Encomium moriae. Más
tarde, en 1511, escribe en París la carta que habría de servir de prólogo.

Erasmo unifica en esta obra varias corrientes. Son fundamentalmente tres las que destacan: la
clásica, personificada en Luciano; la carnavalesca, estudiada por Batjin; y el tema de la locura y la
nave de los locos, comentada por Foucault y Urs von Balthasar. En cuanto a la primera, diremos
que el autor para justificar su burla apela a los clásicos. Quiere integrarse en una la tradición de los
discursos extravagantes como el de Virgilio, que le canta al mosquito; el de Glauco, que celebra la
injusticia; el de Favorino, que ensalza las fiebres cuartanas, el de Luciano, que compone el Elogio de
la mosca… La segunda línea, la carnavalesca, se relaciona con las llamadas “fiestas de bobos” de la
Edad Media, con los bufones. Por último, una tercera tradición que se asimila es la de la locura: a
finales de la Edad Media y principios de la Moderna abundan las obras que estigmatizan vicios y
defectos achacándolos a una especie de gran sinrazón invasiva e irremediable. Las imágenes de la
ebriedad y la locura tienen enorme éxito: en 1485 Guyot Marchand publica la Danse macabre, en
1492 Sebastián Brant escribe su Narrenschiff o nave de los locos, en estas fechas el Bosco pinta su
desolada “barca de los estultos”…

El Elogio es ante todo una obra irónica, en la que se dice lo contrario de lo que parece decirse.
Es, pues, un discurso que obliga a convertir todas las afirmaciones en negativo para entenderlas. De
esta manera, el autor pretende llegar a los lectores a través de la retórica, pero también se intenta
proteger: siempre puede negar lo dicho alegando que es un juego.

El libro aparece dividido en 68 capítulos. Desde el primero, aparece la locura como uno de esos
personajes teatrales que hacen su propia presentación y que debutan alabándose.

A lo largo de los seis primeros capítulos, va haciendo Erasmo ostentación de su propia erudición
—aunque aparentemente haya protestas en sentido contrario— a través de frases, proverbios,
situaciones, ejemplificación abundante extraída de los clásicos, aunque termine diciendo:

“Se ha visto, pues, que imito a los retóricos de nuestro tiempo…”

Los capítulos VII al X nos hacen la presentación de las fuerzas que mueven la sociedad de su
tiempo. Lo hace a través de la presentación de sus propios progenitores y cortejo.

Pero no contento con poner a la Locura como ingrediente de la vida, la presenta como fuente de
la misma: “Y en suma, a mí, solo a mí, repito, tendrá que acudir ese sabio si alguna vez quiere ser
padre…” Aquí se asoma la amargura de su propio origen.

En el capítulo siguiente, el XII, habla de la Locura no sólo como fuente de la vida sino de cuanto
existe de bueno en el mundo, afirmación que tomada en serio sería una auténtica aberración tanto
en su expresión como en su contenido, al hacer de los placeres sensibles la única y verdadera
felicidad.

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Fuera de la Locura, los primeros personajes que desfilan alrededor de Ella son la niñez y la vejez
(XIII-XIV). En ambos extremos encontramos a la Locura, como dueña y señora.

Seguidamente —capítulo XV— hace otro alarde de erudición sumiéndose en el “empíreo”,


haciendo alusión a dichos, hechos y proverbios de Safo, Ovidio, Luciano Homero, las Geórgicas…

Los cinco capítulos siguientes los emplea en hacer desfilar en boca de la Locura diversas
situaciones e instituciones:

XVI: disquisiciones sobre la razón y la concupiscencia. Da una visión negativa, de tendencia


protestante.

XVII: sobre la locura de las mujeres.

XVIII: sobre los festines.

XIX: sobre la dulzura y trato con los amigos.

XX: sobre el matrimonio.

Todo lo somete a su visión satírica, amarga, demoledora, sin esperanza, sin trascendencia.

XXI: Resume así su visión:

“En suma, de tal forma no hay ninguna sociedad ni relación humana que pueda ser placentera ni
estable sin mí, que ni el pueblo al príncipe, ni el siervo al señor, ni la criada a la señora, ni el
discípulo al maestro, ni el amigo al amigo, ni el marido a la esposa, ni el inquilino al casero, ni el
camarada al camarada, ni el huésped al anfitrión les soportarían un instante si el uno con respecto
al otro no fingieran, ni se adularan, ni se engañaran, prudentemente, ni se untaran con la miel de la
Locura.”

Este pensamiento resumido en el capítulo XXI, como hemos dicho es por una parte un resumen
de los anteriores y por otra parte la sustentación de los que siguen, XXII y XXIII:

-“la primera condición de la felicidad es que cada cual esté satisfecho de ser lo que es”.

-“Filautía (el Amor Propio) da para ello grandes facilidades.”

-“logra que nadie tenga queja de su propia belleza, ni de su ingenio, ni de su progenie, ni de su


estado, ni de su conducta, ni de su patria.”

-todas las empresas humanas son realizadas por la “hez de los mortales y no, por los filósofos
que velan bajo una lámpara.”

Como para reforzar las ideas expuestas hasta aquí, Erasmo ofrece en los siguientes capítulos
(XXIV a XXVII ambos inclusive) una ejemplificación abundante tomada de hechos de la antigüedad.
La tesis expuesta es la siguiente: la sabiduría no sirve para regir los pueblos; éstos la rechazan. Esta
argumentación termina en el capítulo XXVIII hablando de las artes.

A partir del capítulo XXIX no sólo reclama para la locura las excelencias del valor del ingenio, sino
también las de la prudencia. Pero no se trata de invitar a vivir la prudencia como virtud sino la
prudencia de la vida, la astucia para triunfar en ella.

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La vida es una comedia, hay que adaptarse a ella. De los capítulos XXX a XL insistirá en las
mismas ideas aún con mayor cinismo. Contrapone una visión dolorida, pesimista y amarga de la
vida a una visión venturosa que sólo se puede alcanzar con la Locura; la realidad de la primera lo
lleva a justificar el suicidio, la segunda a la felicidad inconsciente.

Así, el engaño es lo verdadero. Cuanto más incompetente sea una persona, más grata será su
vida y más se le admirará. Ser engañado, parece una desgracia pero, no serlo, constituye una
desgracia mucho mayor. Sigue insistiendo, la cordura es una desdicha, la presunción es la felicidad.
Bajo esta perspectiva y en corroboración de la tesis que sostiene, hace desfilar a numerosos oficios
y profesiones; ciencias, las más preciadas, las del común sentir. Sólo el médico es estimado por los
hombres; la Medicina, tal y como hoy la ejercen muchos, no es otra cosa que una forma de
adulación, no menos que la retórica, la profesión de leguleyos, propia de asnos; la de teólogos, sólo
les sirve para roer legumbres. Los más felices, los que consiguen abstenerse de todo trato con el
saber; la felicidad está reservada a los que sólo se dejan conducir por la naturaleza, los animales se
contienen dentro de los límites de su condición.

Los capítulos XL a XLVIII nos ofrecen un ataque frontal, una censura sin paliativos a “todos los
pecados de la Iglesia”. Expresa con una inconsciencia sin límites ideas que no por decirlas en tono
jocoso representan un menor peligro.

En los capítulos XLIX a LIII desfilan gramáticos, poetas, jurisconsultos, filósofos y teólogos. A
todos ataca, de todos se queja. Concretamente en el XLIX expone parte de su sentido crítico hacia
la educación que seguía aún vigente y en concreto hacia los “gramáticos”.

En el capítulo LIV habla de religiosos y monjes. Se siente con autoridad para vejarlo todo: la
confesión, la memoria de los Apóstoles. Si no se debe pensar en su mala fe, una vez más nos
admiramos de su ligereza y frivolidad, de su falta de sensibilidad y delicadeza.

En los capítulos LV y LVI desfilan Reyes, príncipes de la Corte y Cortesanos. La sátira, aunque
dura, es mucho más suave y respetuosa.

En el LVII, el LVIII y el LIX, partiendo de lo anteriormente dicho sobre los príncipes e incluso
valiéndose de las mismas imágenes —el significado de los vestidos— fustiga al Sumo Pontífice,
cardenales y obispos. Termina con un quiebro frívolo, sin sentido o si se prefiere, lleno de sentido:
el de desviar la atención hacia la Locura.

Llegando al final, en el capítulo LXI dirá: “la Fortuna ama a las gentes poco reflexivas (…) la
sabiduría hace a las gentes tímidas y así veréis por todas partes sabios a quienes acompaña la
pobreza, el hambre y la oscuridad, y viven olvidados, sin gloria y sin simpatía.”

En el LXII cita a Catón: “La mayor sabiduría es parecer loco”; a Horacio, con varios versos y
Epístolas; a Homero que llama a Telémaco, niño loco; a Cicerón que afirma que “el mundo está
lleno de locos.”

Y por si tales autoridades son de poco peso para los cristianos, —LXIII— trata de robustecer las
alabanzas a la Locura con textos de la Sagrada Escritura. En este capítulo como en el siguiente —
LXIV— tanto por el contexto como por el modo de interpretar algunos textos, capítulos citados y
los siguientes, no podemos por menos de rechazar toda gracia y todo posible ingenio, además de
merecernos una total repulsa desde el punto de vista doctrinal.

Por último, el capítulo LXVIII, sirve de epílogo.

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