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IV Jornadas Nacionales “Espacio, Memoria e Identidad”

Mesa Nº 7 – “Memoria y Derechos Humanos”

La relevancia de las instituciones en la construcción de la memoria social. Las


prácticas jurídica y legislativa en el período post-dictatorial de 1983-1989

Guillermo Andrés Vega

Profesor en Filosofía. Fac. de Humanidades. Universidad Nacional del Nordeste


Adjunto a cargo de la cátedra “Filosofía del Derecho”
Av. Wilde 691 - 1r. Piso. C. P. 3500. Resistencia. Chaco
Tel. 03722-15564141 – Mail: gui_vega@argentina.com

Las investigaciones relacionadas con la memoria y el olvido se han extendido, en


los últimos años, a lo largo de los diferentes campos de las ciencias sociales. La
psicología social, la sociología, la antropología cultural, la historia y la política han
practicado abordajes, desde matrices epistemológicas no siempre coincidentes, de temas
ligados a las formas en que las sociedades contemporáneas administran el pasado. De
aquí se desprende que al momento de iniciar una reflexión que conlleve el empleo de
categorías como las de “memoria” u “olvido” nos veamos obligados a precisar, como
primera medida, el alcance semántico de tales nociones así como también el poder
analítico que se les atribuye.
Es sabido que los estudios sobre memoria han visto acrecentadas su importancia y
significatividad a partir de la primera mitad del siglo XX. Antecedidos por perspectivas
individualistas provenientes de la psicología decimonónica (en especial del psicoanálisis
freudiano), los nuevos trabajos sobre memoria impulsaron una reformulación
epistemológica de la cuestión al abrir el campo de investigación a dimensiones sociales,
culturales y políticas, e introducir nuevos conceptos como los de “memoria colectiva” o
“memoria social”.
Los escritos del sociólogo francés Maurice Halbwachs fueron pioneros en el
análisis de la memoria en tanto fenómeno social ligado a las estrategias por las que un
grupo construye y reconstruye su visión sobre el pasado, forjando así caracteres

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identitarios. La perspectiva sociológica, inaugurada por Halbwachs, posibilitó, por un
lado, el rompimiento con los planteos individualistas de la psicología y, por el otro, la
pérdida de hegemonía, detentada por la historiografía, en lo referente a estudios sobre el
pasado. Frente a la importancia concedida a las memorias grupales, la ciencia histórica
dejó de ser el único relato legítimo sobre los acontecimientos pretéritos.
De forma simultánea, las dos guerras mundiales -especialmente la segunda- dieron
impulso al planteamiento de problemas vinculados con el valor de la conservación
histórica de los sucesos pasados, en relación con el presente y el futuro, no sólo de una
sociedad en particular, sino de toda la humanidad. Así, el exterminio de los judíos en los
campos de concentración nazis convirtió a Auschwitz en el símbolo del horror y de las
vejaciones cometidas contra el género humano. De esta manera, no olvidar las
atrocidades cometidas por el nacionalsocialismo se convirtió, en la Europa de post-
guerra, en un imperativo moral. Recordar para que el horror no se repita y recordar para
hacer justicia a las víctimas (deber de memoria) fueron los preceptos que impulsaron el
auge y la valorización de los relatos testimoniales, expresados de manera paradigmática
en las obras de Primo Levi, Jorge Semprún y Elie Wiesel, entre otros.
En la Argentina, los acontecimientos suscitados durante la última dictadura militar
promovieron el desarrollo de una importante cantidad de investigaciones relacionadas
con la problemática de la memoria. La carga significativa del pasado reciente, reflejada
en la persistencia de varios de sus actores principales en la actual escena política y
social del país, el destino de los “desaparecidos” y los reclamos de condena judicial a
los autores de delitos de lesa humanidad, instaló el tema de la dictadura en el espacio
público, generando un importante debate que tuvo -y continúa teniendo- por objeto
consolidar una lectura sobre los sucesos acaecidos entre 1976 y 1983, a efectos de
definir las posiciones de los distintos actores políticos y sociales.
En función de la necesidad de incorporarlos al orden de las prácticas discursivas de
los años posteriores a 1983, los acontecimientos del período dictatorial fueron
organizados en narraciones que se elaboraron una y otra vez sobre un escenario político
siempre cambiante, caracterizado por la tensión mantenida entre el gobierno de turno y
sectores militares, eclesiásticos, partidarios y civiles. Esta situación contribuyó a la
producción de discursos de memoria, confeccionados a partir de intereses sociales
enfrentados, que explicitaban las ubicaciones y pretensiones de los diversos actores
políticos y civiles en lucha por posicionarse de manera más favorable dentro del campo
político. Al respecto, y como sostiene Vezetti, “la memoria necesariamente se constituye

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en la arena de una lucha en la que entran en conflicto narraciones que compiten por los
sentidos del pasado, pero que siempre dicen mucho más sobre las posiciones y las
apuestas en el presente” (Vezetti, 2002: 193).
Ahora bien, buena parte de los estudios sobre los procesos de memoria acerca de la
última dictadura militar, llevados a cabo en nuestro país, no son ajenos a la situación de
“multivocidad epistémica”, señalada al comienzo de este trabajo. Este escenario hace
necesaria una revisión pormenorizada de la pertinencia de nociones tales como las de
“memoria colectiva”, “memoria social” y “olvido”, empleadas para dar cuenta de los
procesos sociales y políticos de construcción de representaciones sobre el pasado
reciente, a efectos de evitar un uso acrítico de lo que Joël Candau denomina “retóricas
holistas” (Candau, 2001: 25).
Por otro lado, y en consonancia con las observaciones anteriores, resulta sugerente
la formulación de la problemática de la memoria en los términos de una pluralidad de
discursos socialmente construidos y en constante puja por instituirse como válidos
marcos de referencia para la comprensión del pasado reciente. Esta perspectiva implica
tener presente que, como tal, la memoria es producida, puesta en circulación y
reproducida en la esfera social en función de intereses sectoriales y motivaciones
políticas. Los discursos de memoria desempeñan así un papel destacado como
elementos constitutivos del campo político, en tanto el mismo se encuentra definido,
entre otras cosas, por la puja entre narraciones diversas que compiten entre sí en vistas a
imponer una determinada clave de lectura de los acontecimientos pasados y presentes.
Hablar de “memoria”, o de “memoria social” implica asumir que el uso del singular
responde a una mera simplificación categorial. En sociedades complejas, como lo son
casi todas las sociedades contemporáneas, la memoria no puede ser una y la misma.
Pensar de esta manera significaría desconocer el entramado de intereses y diferencias
que constituyen las redes de relaciones sociales. Por lo tanto, existen “memorias
sociales”, memorias que convergen y divergen en puntos siempre móviles, memorias
que conviven unas junto a otras y memorias que se enfrentan con el deseo de suprimir al
adversario en la lucha. Todas ellas son narraciones o relatos sobre el pasado. Todas ellas
estructuran y dan forma a acontecimientos y sucesos. Todas ellas, por último, son parte
de lo que podríamos denominar “discursos de memoria”.
La consolidación hegemónica de un discurso -es decir, la supresión de cualquier
posibilidad de circulación e institucionalización por parte de otros- configura y da forma
a lo que de manera extendida se denomina en muchos casos “memoria social”. Como

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construcción narrativa, la memoria jerarquiza sucesos, sugiere límites, otorga
significaciones y desplaza sentidos, además fija los acontecimientos en “hechos” a
través del empleo de categorías y conceptos que operan construyendo “positividades”
(dimensión afirmativa del discurso que hace posible la constitución de objetos de saber.
Cfr., Foucault, 2005).
En consecuencia, los distintos discursos sobre la dictadura, elaborados y sostenidos
por los gobiernos constitucionales (en algunos casos en estrecha connivencia con
sectores eclesiásticos y militares) durante los primeros veinte años de democracia,
operaron generando áreas de “visibilidad” e “invisibilidad” en relación con los sucesos
acaecidos durante el golpe militar de 1976-1983. La “invisibilidad”, comúnmente
comprendida en las ciencias sociales bajo la noción de “olvido”, sólo pudo ser puesta en
evidencia -explicitada como tal y denunciada- por otras formaciones discursivas que,
originadas en sectores sociales o políticos posicionados en clara tensión con el gobierno
de turno, resultaron marginadas en las luchas por instituir una narración sobre el pasado
que sea aceptada por una amplia mayoría.
Dado que hemos optado por comprender la memoria social en el orden de los
discursos sobre el pasado que se interrelacionan de manera conflictiva en el marco de
una sociedad, se hace necesario, entonces, preguntarse por las condiciones que hacen
posibles tales discursos, los lugares donde emergen, el status de verdad que portan, los
elementos que operan reforzándolos y reproduciéndolos, quiénes los detentan, etc. Pero,
puesto que un trabajo de estas características, por lo exhaustivo, no podría ser
desarrollado en estas páginas, nos limitaremos a hacer hincapié en las instancias de
reforzamiento, debilitamiento y reproducción que han encontrado “en su camino” los
discursos sobre memoria, una vez echados a rodar por el medio social.
De hecho, sostendremos aquí que un papel relevante, en el orden de los tres
aspectos antes señalados en torno de los discursos sobre memoria (reforzamiento,
debilitamiento y reproducción) fue desempeñado por las instituciones del recientemente
recuperado Estado de Derecho, durante los primeros años del período post-dictatorial.
Como es sabido, la labor del Poder Judicial cobró, durante los primeros años de
democracia, una gran trascendencia social a través del desarrollo del “Juicio a las
Juntas”. Este funcionó fortaleciendo un discurso, que había comenzado a hacerse fuerte
hacia finales del régimen militar, que comprendía las acciones de las FF.AA. como
crímenes aberrantes y no como resultados típicos de una “guerra” (tal como se argüía
desde el ámbito castrense). Esta clave de lectura, adoptada por un sector mayoritario de

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la población durante el período de transición, pero promovida especialmente por
organizaciones de derechos humanos, permitió justificar el desempeño del aparato
judicial y, por extensión, generó, en la población, un alto grado de confianza con
respecto a las instituciones del Estado.
El Juicio a las Juntas mostraba que la recuperación de las instituciones de la
República era un hecho y no un programa de gobierno vacío. En este sentido, suplantó
el argumento militarista de la “seguridad nacional” por el valor social y político de la
“seguridad jurídica”. Al mismo tiempo, la difusión mediática del juicio posibilitó a gran
parte de la ciudadanía despejar cualquier duda acerca del horror de los crímenes
perpetrados, así como de la responsabilidad de los comandantes en los mismos. A través
de la radio y la televisión era posible palpar el aceitado funcionamiento de la maquinaria
judicial.
Si hacia finales de la dictadura sólo algunas voces se alzaban contra las acciones
militares, durante los primeros años de democracia, y después de la aparición del
informe de la Conadep y el desarrollo del Juicio a las Juntas, se multiplicaron en gran
medida. El Nunca más y el proceso judicial, de manera interrelacionada, volvieron una
cuestión pública, visible, lo que la dictadura había procurado ocultar en la
clandestinidad de los cuarteles y los centros de detención.
El informe de la Conadep y el Juicio a las Juntas constituyeron, ambos, un discurso
políticamente fuerte que, en el ámbito público, generó “efectos de memoria”
considerablemente duraderos. Dichos efectos tuvieron su expresión más clara en el
reforzamiento de una representación sobre el pasado dictatorial que se focalizaba en el
destino de las víctimas y en los responsables “más visibles” del régimen militar.
Quedaba fuera del contenido de esta “memoria social” lo concerniente a la
responsabilidad penal de sectores civiles, partidarios, eclesiásticos y sindicales.
De esta manera, el Juicio a las Juntas, a través de su impacto en el imaginario
social, había asegurado la circulación de un discurso de memoria que no ponía en riesgo
la concepción de una democracia que incluía a todos los ciudadanos (Cfr., Novaro y
Palermo, 2004). Este acontecimiento posibilitó, entre otras cosas, el fortalecimiento del
relato -sostenido por Alfonsín para definir su mandato- de una “ruptura” con las
prácticas y la idiosincrasia que definían a la dictadura militar. En otras palabras, la
república democrática podía estar tranquila. A través del ejemplar “imperio de la ley” la
dictadura no sólo había quedado atrás, sino que sus máximos responsables habían
recibido el castigo correspondiente.

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Esta especie de optimismo político, construido y fomentado desde el Estado, se
resquebrajó al poco tiempo de inaugurarse por causa de aquellos elementos que no se
habían tornado visibles en las discursividades que configuraban el espacio público de la
época.
El descontento generado en los sectores castrenses por el avance de las causas
judiciales tuvo su apogeo durante la semana santa de 1987. Tras las sublevaciones, los
militares mostraron que aún conservaban fuerza suficiente como para torcer el rumbo de
las políticas del gobierno. Los fantasmas de la dictadura militar volvieron a hacerse
presentes en el espacio público, golpeando con fuerza el centro vertebral del régimen
republicano fundado en 1983: la Justicia.
La sanción de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida generó un profundo
debilitamiento de la confianza popular depositada en las instituciones del Estado de
Derecho. Pero, así como el Juicio a las Juntas, a través de los contenidos de las
sentencias y por medio del despliegue del ritual judicial, había generado efectos de
memoria en el orden del reforzamiento de un discurso que encontraba sólo en los
militares a los ideólogos y autores materiales de los crímenes perpetrados entre 1976 y
1983, las leyes de Punto Final y Obediencia Debida también tuvieron un amplio grado
de impacto, no sólo en el optimismo que se profesaba por el gobierno, sino
especialmente en la memoria que se tenía de los años oscuros del golpe.
La pronta supresión del proceso judicial, motivada por el malestar que los Juicios
producían en las Fuerzas Armadas, dejó entrever el peso que el poder militar continuaba
teniendo dentro del Estado de Derecho, incluso pese al debilitamiento institucional de
las FF.AA. sufrido durante los últimos años de la dictadura. Esto implicó que la tan
mentada “ruptura” con el “Proceso” adquiriera, a los ojos de la sociedad, la apariencia
de una ilusión más que el de una realidad tangible, a la vez que propició el surgimiento
de discursos que señalaban, denunciando, una cierta “continuidad” entre el régimen
autoritario y el democrático.
En consecuencia, al discurso de memoria que se centraba en la figura de las
víctimas -discurso que impulsó el Juicio a las Juntas y que se vio reafirmado, a su vez,
por el mismo- se sumó una nueva narración que, en el acto de evocar lo sucedido entre
1976 y 1983 también denunciaba el funcionamiento de las instituciones del Estado de
Derecho, a partir de los “pactos” realizados entre civiles y militares. Este nuevo
discurso sobre el pasado se forjó en el orden de los efectos generados en el campo
socio-político por la sanción de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.

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El aparato legislativo, institución neurálgica dentro de la concepción republicana
que se defendía desde el gobierno, a través de su “normal” funcionamiento y tras la
sanción de las leyes, introdujo un quiebre dentro del discurso hegemónico de memoria
que se venía sosteniendo desde 1983. Dicho quiebre se manifestó en tanto y en cuanto el
andamiaje institucional del Estado de Derecho ya no podía operar más en la forma que
lo había hecho durante los primeros años de democracia, es decir, reforzando, a través
de sus prácticas, las narraciones que pedían justicia para las víctimas.
Otro de los aspectos a través del cual se manifestó la ruptura con la narración de la
época del Nunca más consistió en la pérdida de legitimidad del relato alfonsinista. A
partir del mismo se había establecido la separación taxativa entre dictadura y
democracia, presentándose a esta última como un espacio incontaminado por las
prácticas y los nombres propios que caracterizaban la primera.
A partir de la sanción de las dos leyes se puso en evidencia, por un lado, que dicha
separación era ficticia y, por otro, que existían más lazos y continuidades entre la
dictadura y la democracia que lo que muchos estaban dispuestos a tolerar. Este último
punto permitió, hacia fines de los ochenta, reelaborar los discursos de memoria
despojándolos de la cándida simplificación de una sociedad enteramente inocente en
relación con las atrocidades cometidas por los militares. Las responsabilidades estaban
repartidas entre civiles, militares, clérigos, empresarios y políticos.
Los efectos de memoria generados por la nueva legislación permitieron construir
otro relato sobre los años del terrorismo de estado. Relato que se forjó al entrar en
contradicción con aquel que había inaugurado el período democrático. De esta manera,
los actos institucionales (especialmente judiciales y legislativos) dejaron en evidencia el
alcance y el poder del Estado, en materia de prácticas normativas, de influir en las
construcciones discursivas sociales referentes al pasado reciente.

Bibliografía citada
Foucault, Michel. El orden del discurso, trad. Alberto Troyano, Bs. As., Tusquets, 2005.

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Novaro, Marcos y Palermo, Vicente (Comps.). La historia reciente. Argentina en
democracia, Bs. As., Edhasa, 2004.
Vezzetti, Hugo. Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, Bs.
As., Siglo XXI, 2002.
Candau, Joël. Memoria e Identidad, trad. Eduardo Rinesi, Bs. As., Del Sol, 2001.
Bibliografía consultada

Bibliografía consultada
Tcach, César (Comp.). La política en consignas. Memoria de los setenta, Rosario,
Homo Sapiens Ediciones, 2003.
Acuña, C. y otros. Juicio, castigos y memoria. Derechos humanos y justicia en la
política argentina, Bs. As., Ediciones Nueva Visión, 1995.
Sarlo, Beatriz. Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión,
Bs. As., Siglo XXI, 2005.
Berguero, Adriana y Reati, Fernando (Comps.). Memoria colectiva y políticas de
olvido. Argentina y Uruguay, 1970-1990, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 1997.
Catela, Ludmila da Silva y Jelin, Elizabeth (Comps.). Los archivos de la represión:
documentos, memoria y verdad, Madrid, Siglo XXI, 2002.

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