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Colección Del Mirador

~
lngenlatura ed!torleil: Raül Qondlez
Colección Del Mirador
Dlrecdón de Colección: Prof. Silvina Marslmian de Agosti Literatura para una nueva e5cuela

Estimular la lec:tura l!terªrla, ei:i nuestros días, Implica


presentar una selecci6n adecuada de obnia y unas cuante\\s
Los c:cmt(;lnldos de las secc:lones que Integran esta obra estrategias lectoras que permitan abrir los cerrojos c;cm que
han sidó elaborad.os por: guardamos, muchas veces, nuestra capacidad de aprender.
Lic. Erdlla Aitala
Lic; Ruth Kaufman Ahora, si nos preguntáramos qué hay d® orlg!m1l en esta
propuesta, no dudariamos en asegurar que (;\)S, precisamente, la
arquitectura dldáctk:a que se ha levantado alrededor de textos
.l literarios de hoy y de siempre, vinculado~ a nuestroa alumnos y
sus vidas. Trab.ajamos tratando de lograr que ºfundone" !et
literatura en el aula. Seguramente JU'\ algún caso se habrlil
alcanzado mejor que en otro, pero en todos nos-esforzamos pór
Imagen de tapa: Renée French conseguirlo.
Diseno de cubierta: Luis Juárez
Diseño interior: Lidia Chico Cada volumen de la Colecc:l6n Del Mirador es producido en
función de facilitar el abordaje de una obra desde distintas
perspectivas.

La sección Puertas de Acceso busca ofrecer estudios


preliminares que sean atractivos para los alumnos, con el fin de
l.S.8.N. Nº 950-753·019·3 que estos sean conducidos significativamente al acopio de
© Corregidor información contextual necesaria para iniciar, con comodidad, la
© Para esta edlci6n Corregidor Cántaro editores 1997
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lectura.
Ram6n Carrillo 2.314 (1650), Tel. 754~8721 San Martin
Buenos Aires1 Argentina La Obra muestra una versl6n cuidada del texto y rictas a ple
Hecho en déposito qua m11rca la Ley 11.723 de pªgina que posibillten su comprensi6n.
lm¡miso (ll'\ ArgemtiM • Prlntéd In Argentina
Leer, saber leer y enseñar a saber leer son expresiones que
1
1
1
guiaron nuestras reflexiones y nos acercaron a los resultados
presentes en la sección Manos a la Obra, en la cual se trata de
cumplir con las expectativas temáticas, discursivas, lingüísticas,
estilísticas del proceso lector de cada uno, apuntando a la
archilectura y a los elementos de diferenciación de los
1,r •!•
receptores. Se agregan actividades de literatura comparada, de
literatura relacionada con otras artes y con otros discursos, Pu.ertas de a.cceso
junto con trabajos de taller de escritura, pensándose que las
propuestas deben consistir siempre en un "tirar del hilo" como
un estímulo para la tarea.

En el Cuarto de Herramient~s, se propone otro tipo de


información, -más. vivencia! o emotiva .sobre el autor y su
entorno. Incluye materiai gráfico, documental y diversos tipos
de texto, con una bibliografía comentada para 'el alumno.

La presente .Colección intenta tener una mirada distinta sobre


qué ofrecerle a los jóvenes de hoy. Su marco de referencia está
en las nuevas orientaciones que señala la reforma educativa en
práctica.. Su punto de partida y de llegada consiste en aumentar
las competencias lingüística y comunicativa de los chicos y, en
lo posible, inculcarles amor por la literatura y por sus creadores,
sin barreras de ningún_ tipo.

·:·
u

1
1

Caminos de lectura bio, es como un "horizonte de expectativas", es decir, como un


"
1fe, conjunto de reglas preexistentes que orienta la comprensión de
En una primera lectura solemos ser lectores ingenuos y la obra y le permite una recepción apreciativa.
crédulos: aceptamos todo lo que una historia nos propone; El escritor argentino Jorge Luis Borges pone el acento
mantenemos el aliento cuando el que cuenta lo determina, en el papel que tiene la lectura para la determinación de los
avanzamos rápidamente cuando el narrador parece señalarlo y 1'ª géneros.1 Un género, dice, es ante todo un modo de leer. Esto
nos demoramos en los lugares y momentos en los que este se quiere decir que preexiste al texto un corpus de convenciones
detiene. En la segunda lectura ya "mandamos" nosotros. que los lectores conocemos y que generan expectativas, nos
1
Nosotros decidimos cuándo frenar, cuándo acelerar la lectura; hacen buscar y esperar ciertas cosas a partir de nuestro saber
perdida la ingenuidad nos armamos de antenas .y lupas para respecto de determinado tipo de texto. En este sentido el lector
conducir nuestra búsqueda. Esta segunda lectura rio es, como posee un libertad suplementaria y podría entonces leer un texto,
creen los que nunca la han realizado, menos apasionante que la que según la clasificación histórica pertenece a un género, uti-
primera. Ya no nos sorprenden, es cierto, los pormenores de la lizando las convenciones de otro. Como ejemplo, Borges desa-
intriga, ya no nos quita el aliento el final de la historia, pero rrolla las operaciones de lectura que un lector de novelas poli-
entonces podemos disfrutar del modo en que ha sido construi- ciales realizaría frente al Quijote de Cervantes, buscando desde
da la trama -hasta el más simple relato esconde secretos de el principio indicios y sospechosos, trampas dispuestas para
construcción-, seguir los hilos con los que se ha entretejido la inducirlo al error, etc.
narración cuyas vueltas nos llevan siempre hacia otros textos. En Ceremonia secreta esta "desviación" la propone el
Hay algo de detectivesco en las segundas lecturas, mucho de propio relato, ya que comienza introduciéndonos en el mundo
admiración, un poco de envidia. ¡Cuántas veces rechazamos propio de la literatura gótica para terminar virando hacia las
una canción la primera vez que la oímos y en la quinta audición convenciones del relato policial.
somos ·sus más fanáticos oyentes! Recién después de la segun-
da o tercera vez nos apropiamos del tema y ¡qué superficial nos Lo gótico en Ceremonia secreta.
resulta entonces nuestra primera impresión!
Estas puertas se proponen ser una guía .de acceso a la La historia de Ceremonia secreta se basa en el episodio
novela Ceremonia secreta de Marco Denevi después de una de la confusión de una muchacha alienada que identifica a la
primera lectura. Trataremos la peculiar relación que tiene la solterona Leonides Arrufat con la imagen rediviva de su madre
obra con dos géneros convencionales como son el gótico y el j; muerta. Dicho de otro modo, el motor de la historia es un enre-
polidal, la parodia que se hace de ambos y los originales con-
trastes que se producen.
El problema de la clasificación de las obras literarias en
géneros es uno de los más antiguos. En un género se agrupan
textos a partir de ciertas propiedades y rasgos dominantes. Para
¡ do acerca de las identidades de los personajes y el relato mues-
tra el proceso de transformación mediante el cual la protago-
nista, Leonides Arrufat, llega a asumir la identidad que le ha
atribuido la muchacha, y pasa de la hostilidad inicial a la forma
incondicional del amor maternal. Estamos, entonces, frente al
el autor, en el momento de escribir, el género, junto con otras tema del dQble.
convenciones, funciona como referencia a cierto módelo de
escritura -aunque sea para trasgredirlo. Para el lector, en cam- 1 En: "El cuento policial". Jorge Luis Borges, Borges, oral. Buenos Aires,
Emecé Editores/Editorial de Belgrano, 1979. 9
8
El doble tiene una larga tradición en la literatura y es un Jackson, "el dualismo es temáticamente fundamental en el góti-
tópico de lo fantástico, especialmente en la novela gótica de la co del siglo XlX. Ahí se desarrolla una reconocible literatura del
cual encontramos muchas otras reminiscencias en esta novela J'¡1
, doble, siendo el dualismo uno de los mitos literarios producidos
de Denevi. por el deseo de "otredad" en este período" .2
La novela gótica aparece en la segunda mitad del siglo i
~q Las identidades dobles, con frecuencia múltiples, que
XVIII y continúa hasta fines del siglo pasado. Drácula de Bram
proliferan en tod~ la literatura fantástica, expresan una incer-
Stocker, Frankenstein de Mary Shelley, El extraño caso del
tidumbre respecto de la unidad del yo, idea incuestionable del
doctor Jekill y Mr Hyde de Louis Stevenson son algunos de los
pensamiento iluminista del siglo XIX. A partir del Ih.,1.minism.o
textos más conocidos del género. Los tópicos del gótico han prevalece la concepción del hombre como un ser racional y
sido posteriormente reelaborados por el cine, la televisión y el unívoco capaz de conocer y entender, por medio del intelecto,
comic hasta volverlos estereotipos fácilmente reconocibles. al hombre en sí mismo y al mundo que lo rodea. Esto implica la
El gótico se caracteriza por: fe en un progreso ilimitado! del conocimiento que llevará nece-
sariamente a la comprensión de todo lo que todavía resulta inin-
* Los.:ámbitos
··------·- é!menazantes:
· - - ---...
,.·, · · - -
Jugare.~ . QEL J~D..d~rrp_ o
teligible. El correlato de estas concepciones filosóficas en la li-
claustros, castillos o caserones aislados, construcciones laberín- teratura es la novela mimética o realista con su fe en la capaci-
ticas, ámbitos- signados por el abandono que guardan historias
trucule;tas-·a<;aecÍdas -e-n e(pa-sadq, Uen9s .cíe polvo, telarañas
1 dad de representación fiel del mundo. Paralelamente a esta
1 coexiste otra literatura que se ocupa de todo lo que el realismo
y alimañas, rodeados por paisajes espectrales; cementerios, deja afuera como algo presuntamente superado, todo lo que la
j
bóvedas, laboratorios donde se realizan investigaciones r claridad de la ciencia no alcanza a iluminar: lo sombrío, lo irra-
oscuras, altares, habitaciones dedicadas a prácticas rituales. cional, lo invisible, lo incomprensible, lo inaccesible, lo siniestro.
En. un conocido trabajo, Sigmund Freud estudia el sen-
* {-.qs personajes siniestros: seres nocturnos de aspec- timiento de lo siniestro con el fin de llegar a una definición y a
to lúgubre;- ar,raªtrªggs por la loctlfa .Y la enfermedad; perso-
la determinación de sus causas.3 Arriba precisamente a la con-.
najes de ultratumba, muertos vivos, fantasmas, vampiros; per-
clusión de que lo siniestro para una cultura se produce cuando
sonajes desdoblados o .,..,.
con personalidades múltiples.
_.,-. ..
-- ·~' ' . ' ' ' "convicciones primitivas superadas" son reactivadas. En su
estudio investiga los temas y los procedimientos de qué se ha
*I~_rp~t!~as .d~. lo demoníaco, la dualidad; l?t hJ..s;.hª
servido la literatura para promover dicho efecto, analizándolos
~DJreJ_ª§ .flJ_~r~ª§.A~Lbien_y las fuerzas. del. mal, .entre la razón y
· luego en un cuento llarriado "El hombre de la arena" de E. T. A.
!a lpcura,. entre la conciencia y el inconsciente; ceremonias y
Hoffmann, uno de los máximos representantes del cuento fan-
ritos de cultos extraños. ' tástico-gótico.
En el inventario de personajes, cosas y situaciones que
A lo largo de la historia, la novela gótica sufre una lenta
despiertan el sentimiento de los siniestro, Freud menciona la
transformación en el universo "irracional" de sus ficciones,
f:jgura del autómata y, más específicamente, la duda de que un
pasando de lo sobrenatural (fantasmas, magia, animismo) a lo
psicológico, es decir se construyen relatos donde se dramatiza 2 Rosemary Jackson, Fantasy, literatura y subversión. Buenos Aires,
la incertidumbre y los desórdenes del yo. Como dice Rosemary c;atálogos editora, 1986.
10 3 Sigmund Freud, Lo Siniestro. Buenos Aires, Editorial Horno Sapiens, 1982. 11
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ser aparentemente animado sea en efecto viviente. C:onsider.a desde un ámbito aislado sino que está Involucrada en los acon·
como uria variante de esta temática la locura, puesto que · .§.
tecimlentos al punto de terminar haciendo justicia por su propia
"evoca en nosotros vagas nociones de procesos automáticos, mano.
medm!cos que podr1an ocultarse be1jo el cuadro habitual de En este sentido, el personaje se acercaría más a la refor-
nuestra vida". Cec111a, uno de los personajes principales de la mulación de la figura del detective que ha realizado la novela
\1:
novela d~ Denev!, está caracterizada desde el principio como negra, surgida en Estados Unidos en los afies 20. En ésta, jus·
unél mufleca de movimientos y gestos maquinales, cuya ex:pll~ tamente, el detective ya no es ajeno al mundo del crimen sino
c~cl6n final residirá justamente en le locura. que, Inmerso en él, 11 manchándose con la sangre", realiza su tra~
Freud sefl.ala también, como otro de los t6pk:os en la bajo. Las novelas de Raymond Chandler son un claro ejemplo.
producci6n dc:l lo siniestro, el tema del doble y el del cumpll·
miento de todos los des<i!os, la súbita reallzac!6n de un paraiso Cln homenaje a Poe
et! el mundo, que acarr.eei la expectativa am(ilnazante de una 1

pérdida catastr6flca. Esta amenaza aparece explidtamente 1


Entre los representantes del gótico dec:irrion6nleo ame-
s~1'1aladª en la novela en el pánico de la protagonista ante las 1 rlcano está la figura paradigmática de Edgar Allan Poe; a la que
"maravillosas" experiencias en la casona de Sulpacha 78. · nuestra novela rinde un homenajé velado. Reiteradas veces se

Lo polk:ial en Cer~monla secreta rj


hace alusl6n a un "poe_~a en el que ~lg~l~_l'.l_E!VJ...~~~!-~_a
.rato a una tal Anal5érAna5elf'.~-y-e-ste nombre, incluso, será el
aopfaac;-i5or la protagonista para realizar un simulacro que le
Si bien Ceremonta secreta nos introduce en un unlver· f permitirá progresar en su lnvestlgadón. s~ !~~~st a.~ . una refe-
so gótico, el modo en el que la historia se resuelve apela a rencia encubierta, a "Annabel Lee", uno de los más famosos
algunos procedimientos del género pollcial. El relato policial poemas de Poe. Como 'éra de esperar, en es.te texto de benevi
muestra un crimen aparentemente irresoluble y un detective donde abundan los disfraces, el nombre de dicho poema está
que realiza la lnvestigac16n que descubrirá el enigma .. Los encubierto por una escritura que copia la fonética del inglés.
primeros relatos policiales de Edgar Allan Poe y Sir Arthur Animado por 11 la audacia y al mismo tiempo la impunidad;; que)
Connan Doyle trazan las convenciones de lo que luego se lla· según el texto, otorgan los disfraces, Denevi elabora en
mará pollc!al clásico o deductivo: un detective encerrado en un Ceremonia secreta una original combinad6n de los dos géneros
gabinete resuelve el caso con la sola ayuda de su sagacidad e desarrollados por Poe. Este reformul6 la tradición del g6tico en
Inteligencia. En el momento de la investlgad6n no hay sucesos un gran número de cuentos ("Berenice'\ 11 La máscara de la
ni crimenes que acompañen o enturbien el · avance de la muerte roja", "El pozo y el péndulo", 11 La caída de la casa
1
pesquise.. Por lo tanto, podemos distinguir dos lineas tempo· 1 Clsher") y además es considerado el creador del género policial
rales, una que corresponde al presente del curso de la lnvestls 1 (en sus tres relatos, "El crimen de la calle Morgue" 1 "El misterio
gf.ld6n y la otra, al pasado del crimen que se trata de reconstruir. l de Marie Roget" y "La carta robada" aparece por primera vez la
En Ceremonia secreta la protagonista, Leonides figura, tan productiva en la literatura posterior, del detective y
Arrufat, inte;!nta esdarecer \o auc~dido en un ti~mpo anterior a\ los lineamientos básicos de lo que seria después el relato policial
-pres~nt~ d~\ r~\nto; sin embargo, a d.fü~r1.mdª de\ d~t~et\v~ d~\ ·
poHda\ dás\co, esta no es a)~na a lo que investiga ni \o hac~
1 clásico o deductivo).

12. 13
Contrastes adornada del piso superior es el lugar de la realización de los
l"
deseos y es llamada "paraíso", ei movimiento hacia la planta
Esta combinación de géneros da como resultado pecu- baja, oscura, laberíntica, sucia y abandonada será para la pro-
liares contrastes en el tratamiento del espacio y el tiempo en la tagonista un "descenso a los infiernos", donde finalmente se ofi-
novela. Ciará el rito culminante de la "ceremonia secreta".

A) El espacio B) El tiempo

El relato maneja dos ámbitos, uno es el espacio urbano La presencia del carnaval hacia el final de la historia
· propio de la representación "realista" que utiliza el policial, y transforma la percepción del tiempo al introducir.una distinción
otro es el ámbito propio del gótico: la casona siniestra donde los « entre dos tipos de temporalidades: los días ordinarios en con-
lugares adquieren un peso simbólico. ·l traposición · a los días del carnaval.
1
Con respecto al primero de los ámbitos mencionados, Mijail Bajtín, en su libro La cultura popular en la Edad
i
se hace referencia -en- el .t~xto a la ciudad ·de Buenos Aires, de
la que se nombran calles y lugares conocidos;., incluso la pro-
.¡ Media y en el Renacimiento5 señala la importancia de la fes-
tividad del carnaval para la comprensión de las sociedades en
tagonista realiza recorridos que podrían trazarse en un mapa. .~ donde se desarrolló. El carnaval se concebía como una huida
Entrar en el espacio gótico significará simultáneamente provisional de los moldes de la vida ordinaria. Durante cierto
pasar de los desplazamientos en la dimensión horizontal a una tiempo el juego se transformaba en vida real, esta era su natu-
circulación vertical donde el arriba y el abajo tienen un sentido ~ raleza específica, su modo particular de existencia .
simbólico convencional. Señala Bachelard en La poética del
espacio4 que, en el interior de la casa, el movimiento de ascen-
r1
Los ritos y los espectáculos de comicidad en la plaza pública
no presentaban similitudes con las formas del culto y las cere-
so (a la buhardilla) representa el acceso al ámbito del ensueño, ¡ monias oficiales graves ·de la Iglesia o del Estado feudal.
y el descenso (al sótano), por el contrario, alude a la entrada en Ofrecían una visión del mundo, del hombre y de las relaciones
el terreno de lo oscuro, de lo temible: "La verticalidad es asegu- humanas deliberadamente no oficial, exterior a la Iglesia y al
rada por la polaridad del sótano y de la buhardilla. En efecto, Estado; parecían haber construido, al lado de estos, "una segun-
casi sin comentario, se puede oponer la irracionalidad del teja- da vida", que los hombres de la Edad Media vivían en fechas
do a la irracionalidad del sótano. El tejado dice en seguida su determinadas, creándose de este modo una especie de duali-
razón de ser; protege al hombre que teme la lluvia y el sol. Hacia 1
dad del mundo.
el tejado todos los pensamientos son claros. El sótano, por el
contrario, es ante todo el ser oscuro de la casa, el ser que par-
t La fiesta oficial .tendía a consagrar la estabilidad, la
. inmutabilidad y la perennidad de las reglas que regían el mundo:
ticipa de los poderes subterráneos. Soñando con él, nos acer- jerarquías, valores, normas y tabúes religiosos, políticos y
camos a la irracionalidad de lo profundo." morales corrientes. A diferencia de la fiesta oficial, el carnaval
Esta polaridad aparece explícitamente desarrollada en era el triunfo de una especie de liberación· transitoria, la aboli-
la novela: mientras la cámara luminosa, cálida y bellamente tión provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios, reglas
y tabúes. En el carnaval todos eran iguales, reinaba una forma
4 Gastón Bachelard, La poética del espacio. Buenos Aires, Fondo de Cultura
14 Económica, 1991. 5 Mijail Bajtín, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. 15
Barcelona, Barral Editores, 1974.

11 1
- - lll _

especial de contacto familiar entre individuos normalmente se- En este sentido el carnaval está presente en la novela de
parados en la vida cotidiana por las· barreras infranqueables de, ¡·
Denevi no solo a nivel temático sino también en el trabajo
su condición social, fortuna, empleo, edad y situación familiar. . paródico, en la imitación burlesca que realiza de los géneros.
El hombre volvía a sí mismo y se sentía un ser humano entre · Las caracterizaciones estereotipada$ has.ta lo grotesco ·
sus semejantes. El pueblo penetraba temporalmente en el reino de los per.sonajes (la solterona, la loca, las viejas miserables, ·la ~
·~
utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y de la rriujer 'fatal), fa ridiculizaéíón denengUaje poético y de la lite-
abundancia. ratura "culta" (cuyas fórmulas alternan .,.
.
con el léxico y las expre-
En Ceremonia secreta, esta oposición entre carnaval y siones más prosaicas) son algunos de los procedimientos de la
días normales se superpone a la oposición que señalamos ante- parodia.
riormente entre un mundo exterior, verosímil, y otro, el de la · - Entre los elementos característicos de la novela gotica
casona, en el que el espacio cobra peso simbólico. que aparecen en Ceremonia secreta, además de las dualidades \
Por otra parte, mientras en la ciudad transcurren los días . que hemos señalado, está el misterioso caserón de Suipacha 78
normales, los personajes viven recluidos en la casona donde que, como la casa Ush_er' del cuento de Poe, tiene una grieta que
reina la locura y un modo de vida propio del carnaval: juegos, áffaviesa toda su fachada. E..st~ª!Jlbi!Q" cumple con las cara c-
disfraces, embriaguez, abolición e inversión de las diferencias .terísticas arquetípicas del castillo oscuro y amenazante donde
sociales y de parentesco. Finalmente, los personajes continúan se desarrolla el universo gótico, solo que en vez de estar rodea-
recluidos en esa interioridad y es el' exterior el que se ha trans- do por la inmensidad de los páramos sombríos, ·e stá invadido
formado por la presencia ominosa de los corsos y las mascarí- por el trajín comercial de UQ b~rrio ..d.~ . ti.endas,_c0ri]o~:sl:la1J§9i.a .
tas del carnaval. Es entonces cuando los personajes sufren una ¡1 el · efecfo páródico del que hemos hablado. La prot~_onistª
completa transformación y sus relaciones se ·modifican: se re'C:oñoceas_Ü_doble no en un viejo retrato al óleo- ~Íno e~a
recuperan las normas y las diferencias sociales. Este cambio v'ieja f~t~gr-~ía_ , y, lejos del efecto...sini~stro que eso hubiera
termina cristalizándose en el rito opuesto al carnaval: la cere- provócado en un típico relato gótico, Leonide·s-se lamenta por la
monia, es decir, un acto celebrado con solemnidad y según rígi- imagen anticuada de su sosias, por su horrible peinado con Ja·
das normas establecidas en el que cada actor tiene un papel raya al medio.
predeterminado y fijo . Con respecto al género policial, vemos que si bien la
reconstrucción de lo sucedido remeda la investigación detec -
El disfraz de la parodia tivesca plagada de indicios válidos y tramposos, la figura del
detective ha sido ridiculizada con la imagen caricaturesca de la
El carnaval de la Edad Media había desarrollado formas ·~ solterona que, careciendo de toda suspicacia, cae en todas las
literarias propias, caracterizadas principalmente por la lógica '~" trampas tendidas por el "delincuente".
original de las "cosas al revés" y contradictorias, de las pe.r- Por otra parte la corrosión de la parodia logra trasmutar
mutaciones constantes de lo alto y lo bajo, del frente y el revés , en grotescos e irrisorios los temas que convencionalmente son
y por las diversas formas de parodias, inversiones, degrada- utilizados para la producción de lo siniestro.
ciones, profanaciones, etc. La segunda vida, el segundo mundo El tratamiento paródico de estos temas imprime una
de la cultura popular se construye en cierto modo como parodia ambivalenciá-enfre fo grotes'co"y fo sini~stro que define a toda
de la vida ordinaria. la~ ·ñ.avela.
,,,,,,,,. -
·'·
La mezcla carnavalesca
..
de géner:os, lenguajes,
16 17
concepciones de mundo constituyen así. la singularidad y el
interés de esta atra~tiva novela de Marco Denevi. -
Ceremonia secreta
•!•
•!•

18

·r" -------- --
or6: 11 Que el Dios de Israel sea el tabernáculo de tu virginidad,
oh doncella, y te salve de las tentaciones de la serpiente" ,2
Aún no habla comenzado a clarear cuando la señorita Siguió caminando.
Leonldes Arrufat salló de su casa. Arrojó tres hojas de cineraria en el jardín de un chalet frente
No se vela un alma en la calle. al cual, varios días antes, había visto detenido un cortejo fúne·
La señorita Leonides camin6 pegada a las paredes, los ojos bre, y en un Intrépido latín muslt6: "Requiem aeternam dona
bajos, el cuerpo tieso, el paso enérgico y casi marcial, como els, Domine, y lux perpetua luceat eis" ,3
.s conviene que camine a esas horas una mujer sola si además es Siguió caminando .
~ honesta y por añadidura soltera, aunque tenga cincuenta y ocho Ahora le llegaría el tumo a Natividad González. A esa
mujerzuela le dejaba diariamente, desde hada mesE;is, una
~ años. Porque nunca se sabe.
.~ (Pero ¿quién se hubiera atrevido a abordarla? Vestida toda de ostentosa rama de ortiga. La. señorita Leonides tenía decidido
§ negro, de ples a cabeza, en Ja cabeza un litúrgico sombrero en que la rama de ortiga fuese como una esquela donde, sin usar
~ forma de turbante, al brazo una cartera que semejaba un malas palabras pero con todos sus puntos y comas, se Invitara
!o.:::.
enorme higo podrido, la figura alta y enteca de la .seflorlta a la destinataria a mudarse de barrio. Pero Natividad González
~ parecía ser analfabeta al idioma de ·lfl ortiga y no se mudaba
Leonides cobraba, entre las sombras, un vago aire religioso. Se
la hubiera podido confundir con un pope'l que al abrigo de la nada. De modo ·que la seftorlta Leonides se veía en la penosa
noche huta de alguna roja matanza, si la sonrisa que le distendía obligación de insistir en sus urticantes Intimaciones de desalojo.
los labios no mostrase que, por lo contrario, aquel pope corria a Pero cuando aquella mañana se detuvo frente a la casa de
oficiar sus ritos. ) · Natividad, cuando abrió la cartera y, conteniendo la resplrad6n
Marchaba tan de prisa que' las rodillas, filosas y puntiagudas, (a fin de volverse inmune al veneno de Ja ortiga), extrajo su
golpeteabcm en la falda del vestido, en el ruedo del tapado, y mensaje; cuando Iba a colocarlo sobre ~I umbral, un r.?)yo cayó
vestido y tapado le bailaban alrededor de las piernas como un sobre ella y la fulminó. El rayo era Natlvld.ad:· -
agua revuelta en la que chapotease, y de cuyas salpicaduras La cual Natividad, con cara de no haber dormido, con cara
p1m.~da querer salvar el ramito de hojas y de flores que sostente. de haber estado toda la noche en acecho, pálida y despeinada,
reverentemente con ambas manos a \a altura del pecho. se plant6 frente a la señorita Leonldes y se puso a insultarla
A.\ llegar a la c:asa de aquel· niño paralitico que una vez le clamorosa y concienzudamente. La llamó con nombres erizados
habla sonreldo depositó sobre el umbral de la puerta de calle de erres y de pes como de vidrios rotos, le adjudicó Imprevistos
una flor de pasionaria, inclinó la frente, y en voz alta rezó: 11 0h, parentescos, le atribuyó profesiones a las que se suele callflcar
Señor, a cuya voluntad corren los momentos de nuestra vida, ya de tristes, ya de alegres; la apostrofó como los peores
acoge los ruegos y ofrendas de tus siervos, que te Imploran por pecadores seremos apostrados el Día del juicio, y, en fin, la
la salud de los enfermos y sánalos de todo mal". exhortó a perpetrar con la pobre ortiga los más heroicos y los
Siguió caminando. menos vulgares usos y abusos. Se hubiera dicho que Natividad
En el balc6n de la casa de Ruth,' Edlth y Judith Dobransky se habla multlpllcado por dento y que las cien Natividades chilla·
puso una rama de vincapervinca atada con una cinta rosa, y
2 Serpiente: @n I~ Biblia, símbolo de la tentación del demonio. La serpiente es
c¡ul@n Induce a Adán y Evª A com@ter al pecado original.
3 Frese religiosa que exprnH el pedido del eterno descanso del alma. 21
20 1 ?ope: sttcerdote de la lglesla Cismática Qrlegia.
ban todas juntas. ¿De dónde sacaría aquella mujer tantas pa- mosaicos en cruces, en estrellas, en grandes figuras poligonales.
labras? La señorita Leonides tuvo la aterradora sensación de A veces el dibujo era tan complicado que tenía que dejar de
una lava volcánica que avanzaba hacia ella y en la que, si no caminar para terminarlo. Y entonces había que verla, de pie en
escapaba a .tiempo, quedaría atrapada para siempre como un medio del río de peatones, paseando por el suelo un arabesco de
habitante de Pompeya. Para zafarse del río de fuego y no morir miradas que excitaba la curiosidad de todo el mundo.)
dio media vuelta, y todo lo decorosamente que pudo, se alejó. Pero aquella mañana la señorita Leonides no estaba para jue-
(Quiero decir que corrió como una loca, por cuadras y gos. Tan pronto como se ubicó en el asiento de madera del tran-
.8 cuadras, hasta que no pudo más. Cuando las piernas se le vía, los céfiros del pensamiento la raptaron y la llevaron lejos, la
~ doblaban como alambres se detuvo. Jadeaba. El tambor del transportaron hasta la casa de Natividad González.
~
V) pulso le ensordecía los oídos. Debajo de la ropa todo su cuerpo ¡Dios mío, qué lenguaje había empleado aquel basilisco! La
.~ destilaba un mucílago helado. Los pies le latían como cora- señorita Leonides no recordaba, concretamente, ninguna pa-
s:: labra; todo se fundía en un mismo galimatías inextricable. Pero
o zones. Bizqueaba y sentía deseos de vomitar. Tardó un siglo en
E serenarse.) que esa fritura estaba condimentada con los insultos más atro-
~
QJ-
u Para ir a tomar--el- tr:anyféldío un larguísimo rodeo, porque allí ces, no lo dudaba. Fíjese: una mujerzuela se permitía vejar, en
mismo se juró no volver a p-asar jamás delante de la casa de plena calle y a voz en cuello, a la señorita Leonides Arrufat. Y
Natividad. Jamás. Y como refirmando aquel solemne juramen- ella, ¿cómo se lo había consentido? Ah, no, era necesario volver
to, arrojó al suelo el resto de las flores que todavía conservaba a poner las cosas en su sitio. Y comenzó a injuriar mentalmente
en una mano y que parecían repentinamente marchitas, que- a Natividad. No disponía del vasto repertorio de la otra, pero
madas, sin duda, bajo el azufre de los insultos. ¿qué importaba? Se conformaba con una sola palabra. Una pa-
Entretanto, una especie de relámpago fijo se instalaba en el labra terrible. Arrastrada. Y la repetía como una fórmula mági-
cielo, y espoleado por esa tormenta apareció, como salido de ca, como un conjuro, como quien redobla golpes sobre un clavo
alguna casa, el primer tranvía. rebelde. La repetía hasta el éxtasis, hasta el vértigo y la
La señorita Leonides lo tomó, se sentó junto a una ventani~ embriaguez angélica. Se imaginaba que aquella palabreja, así
lla, y una infinita calle, compuesta coh los trozos de muchas salmodiada, volaba por encima de las calles y los edificios, lle-
calles, comenzó a rodar bajo sus ojos. Se lo conocía de memo- gaba hasta la propia Natividad, caía sobre la miserable como
ria ese itinerario. Pero no importa, ella siempre hallaba la forma una lluvia de ardientes alfileres, la derribaba y la arrojaba al
de entretenerse. Contaba, por ejemplo, los árboles de la acera suelo, allí le sorbía el orgullo, la juventud, la belleza, aquel
(salteándose uno que otro que le resultaba antipático), buscaba maligno vigor que había despegado con la señorita Leonides, y,
en los carteles murales las letras de su nombre, trataba de adi- por fin la abandonaba como una nube de langostas a un árbol
vinar cuántas personas de luto vería antes de llegar a la sexta seco.
bocacalle. Cuando se tiene imaginación, uno no se aburre. (Y mientras concebía estos seductores destinos para
(La verdad es que estos juegos habían terminado por con- Natividad, la señorita Leonides temblaba en su asiento y hacía
vertirse en obsesiones. La señorita Leonides no podía sentarse pequeños ademanes y gestos espasmódicos, de modo que la
en el cuarto de baño sin contar los azulejos de la pared. En la persona sentada a su lado podía pensar que la señora del tur-
cocina solfeaba furiosamente con los ocho vidrios de una ven- bante abacial no estaba en sus cabales. O tal vez pensase, como
tana. Mientras caminaba por la calle iba agrupando los alguien lo pensó, que la había reconocido y que toda esa mími-
22 23
--~ - _L_ - -

ca era atribuible a la emoción o equivalía a un secreto mensaje mente, como si para hacerlo, qué cosa tan extraña, hubiera
cifrado). tenido que desmontar un engranaje) y se dedicó a mirar a través
~nto la señorita Leonides recordó algo. Sí, un pequeño de la ventanilla. Esperó un rato y luego miró hacia adelante. No
..:--...-----épisodio .dentro de la gran escena con Natividad. En su momen- necesitó más para comprobar que la muchacha no había cam-
to lo había mirado sin verlo, y en seguida el terror lo sepultó bajo biado de posición.
sus ondas. Pero ahora que esa agua turbia se había evaporado, Volvió a mirar por la. ventanilla y volvió a mirar hacia ade-
el pequeño episodio reaparecía. Fíjense que Natividad, mientras lante. La muchacha no se había movido.
.8 acribillaba de palabrotas a la señorita Leonides, había acercado "Es una pobre loca", pensó.
~
\..) inadvertidamente un pie descalzo a la ortiga, y la ortiga la había Pero con pensar que es una pobre loca no se gana mucho si
cu
V¡ mordido. Como diciéndole: "Grazna todo lo que quieras, que yo la pobre loca está sentada a nuestro lado y nos escruta hipnóti-
.~ lo mismo te clavo las uñas , porque así lo ordena rrii ama. Yo camente. La señorita Leonides no sabía que hacer. Se sentía
s:::
o la obedezco a ella, no a ti". Y Natividad había dado un respin- vagamente amenazada. Le parecía que aquella muchacha había
E: go, había apartado el pie de la ortiga como de una brasa, y comenzado a envolverla, a comprometerla.~ partir del momen-
~
~ exacerbada más por la humillación que por el dolor se había to en que las dos se miraron, la joven había dejado de ser una
puesto a aullar como una loca . .Recordándolo, la señorita desconocida. Estaba . posesionándose de ella. La invadía~! Le
Leonides sufrió un ataque de hilaridad. Se sofocaba. Debió lle- trasvasaba una responsabilidad, una carga, un peligro. Hasfa la
varse 'el pañuelo a los labios. Pero no pudo evitar que los hom- coincidencia de estar vestidas de luto creaba entre ambas un
bros se le sacudiesen y que una ráfaga de risa se le escapara misterioso vínculo que las separaba de los demás y las coloca-
estrepitosamente por la nariz. ba juntas y aparte.
Espantados por ese ruido, los céfiros soltaron a la señorita Los ojos qe la señorita Leonides iban de la ventanilla a la
Leonides y la dejaron caer otra vez en el tranvía. La señorita puerta delantera del tranvía y yiceversa, y gracias a ese ir y
Leonides se movió sobre su asiento, tosió, compuso una cara de venir vigilaba a la muchacha. y la múdiacha-seguía mirándóla . .
dignidad ultrajada y se volvió hacia la persona ubicada a su La señorita Leonides abrió y cerró repetidas veces la inson-
lado. dable cartera, carraspeó enérgicamente, canturreó en voz baja,
Fue como virar en redondo y chocar con la punta de un se puso a leer las fascinantes inscripciones del boleto, demostró
cuchillo. Porque la persona ubicada a su lado era una mucha- en todas formas que no estaba intimidada.
chita (confusamente la distinguió rubia, un poco gorda, vestida Y la muchacha seguía mirándola. Seguía mirándola, seguía
de luto), y esta muchachita, hundida en su asiento, las manos mirándola.
en los bolsillos del abrigo, inmóvil y como con el alma en sus- "Como me siga mirando así (gemía mentalmente la señorita
penso, tenía el rostro resueltamente vuelto hacia la señorita Leonides) voy a preguntarle si tengo monos en la cara .¿Pero no
Leonides y la miraba. Pero la miraba no como una persona se da cuenta del papel que hace? ¿O seré yo la que llamo la
momentáneamente sorprendida porque oyó que alguien se reía atención? ¿Tendré algo en la oreja? ¿Se me habrá .puesto la cara
solo, sino como quien espera esa risa y sabe que después de violácea? ¿Estaré por morirme?"
esa risa ocurrirá una cosa tremenda, y ahora espera que esa Abandonándose ·a una suerte de vértigo se volvió hacia la
cosa tremenda suceda. joven. ¿Para qué lo hizo? Debió apartar rápidamente la vista.
La señorita Leonides apartó la vista (la apartó trabajosa- Pues aquella chiflada seguía mirándola, sí, pero las pupilas que
24 25
antes parecían esperar algo tremendo ahora, se habían hecho Después, todo sucedió como en el juego de la oca loca, en el
añicos. La muchacha lloraba. Lloraba silenciosamente, sin un que una ficha avanza lentamente, caprichosamente, deslizán-
gesto, sin un movimiento. Lloraba con las manos en los bolsi- dose aquí, deteniéndose allá, por un camino zigzagueante dibu-
llos. Encogida en su asiento, lloraba. Lloraba y miraba a la jado sobre un cartón multicolor, y otra ficha, más atrás, la sigue,
señorita Leonides. Miraba a la señorita Leonides y amargamente marchando ella también a intervalos, hasta que de súbito, y
le reprochaba no cumplir con el pacto. cuando el azar lo dispone, la segunda ficha alcanza a la primera
¿Con el pacto? ¿Con qué pacto? La señorita Leonides perdió y entonces las dos, la perseguida y la perseguidora, saltan fuera
.8 la cabeza. Bruscamente se puso de pie, pasó por delante y por dél camino y van a encerrarse juntas en un escaque como en
~ encima de la joven, literalmente la aplastó, sintió bajo sus pies una fortaleza.
~
~ los pies de la otra, le pareció que la muchacha intentaba dete- La señorita Leonides entró en el Santísimo Sacramento, oyó
I'
.!:!
t:::: nerla, que murmuraba algo, pero ella no debía escucharla, (ay, distraídamente) misa, volvió a salir, desde el atrio espió los
o porque si la escuchaba estaría perdida, perdida para siempre. alrededores, no vio a la muchacha de luto (la muchacha de luto
E Corrió por el pasillo, chocó con un pasajero, le gritó al conduc- estaba dentro del templo, de pie entre dos confesionarios, en un
~
~ . tor que detuviese el· tranvía,, cuando el tranvía llegó a la esquina rincón penumbroso), descendió a la calle y tomó por San Martín
se arrojó del pacífico vehículo' como de un edificio en llamas, hacia el Norte.
trastabilló, estuvo a punto de caer, se alejó por la calle a todo lo Atravesar la plaza le acarreó dos disgustos. El primero: aque-
que se lo permitían las piernas. Ni una sola vez se volvió a mirar lla pareja ¿Cómo es posible tener deseos de abrazarse y de
hacia atrás. a
besarse en una plaza, las ocho de la mañana? Pasó frente a
Estaba en San Martín. Desde San Martín y Córdoba oyó las ese triste espectáculo haciendo como que no lo veía. Pero oyó.
campanas del Santísimo Sacramento. La iglesia la acogió como Oyó la risa de la mujer. La señorita Leonides apretó los labios.
siempre la recibían todas las iglesias: como el asilo secreto que Arrastrada. Arrastrada. Arrastradarrastradarrastrada.
la ponía a salvo de los infinitos males de este mundo. El segundo disgusto: los muchachones. No hay, en todo el
universo de galaxias y nebulosas, nada tan temible como una
horda de muchachones. No se sabe cómo se forman, de dónde
provienen, pero allí están más unidos que los bulbos de una raíz,
enredados en un intrincamiento de palabrotas y ademanes
obscenos, adheridos unos a otros hasta formar una sola masa
coralígena. Mírenlos. Se saludan a zarpazos. Casi no hablan. Se
entienden con risitas, con guiños, con fórmulas en clgye.
Adoptan un aire sigiloso y taimado como si estuvieran traman-
do quién sabe qué complot. Y si una mujer pasa junto a ellos,
.todos la miran, ya torv~mente, ya con arrogancia, como si le
'conocieran algún secreto y la amenazaran con divulgarlo. Pero
:·nunca . son más feroces que cuando están instalados en sus
·esquinas como en un aduar. Hay que ser mujer y atravesar ese
campo minado para sabei'lo que es el ludibrio y el vejamen del
26 27
sexo. Créanle a la señorita Leonides. tranvia."
Y bien; su ojo de lince le descubrió desde lejos el peligro. Una Era todo y no era todo. Pues alguien nos ha mirado larga-
banda de muchachones venía a su encuentro. _La señorita mente y ha llorado. No se llora porque sí. Después nos ha segui-
Leonides dio media vuelta y se volvió por donde habia venido. do a través de media ciudad, hasta que volvemos a
Tuvo que pasar otrayez frente a la pareja (y la mujer, otra vez enfrentarnos. Entonces nuevamente nos mira. Ya no derrama
se rió provocativ~mente. "Me gustaría verte muerta", pensó la lágrimas absurdas. Ahora se queda inmóvil, en una actitud de
señorita Leonides), tuvo que bajar escalones, subir escalones, ofrecimiento y renuncia, de súplica y resignación. Y cedién-
.s caminar varias cuadras de más. Pero todo es preferible . donos la Iniciativa, aguarda dolorosamente qué es lo que hare-
~ A las nueve llegó al cementerio. Visitó los tres monumentos
u mos. Se necesita ser de hierro para rehusarse y pasar de largo.
~ iguales, de mármol gris. Leyó, como lo hacia siempre, en una Esa presencia alli es una pregunta que es necesario contestar,
.S? especie de saludo, las inscripciones que ya comenzaban a bo- 1· por sí o por no. Hay que decidirse. Y la señorita Leonides no era
§ rrarse. Aquiles Arrufat .i' 23 de marzo de 1926. Leonides Llegat de hierro. Era de cera y de manteca. De modo que la señorita
E de Arrufat. t 23 de marzo de 1926. Robertito Arrufat. 't 23 de
~ Leonides, sin pensarlo más, se decidió.
-~ marzo de 1926. Quiero decir que se sonrió. Y como si esta sonrisa hubiera
"Hoy no les he traido flores", les explicó en voz alta, "porque abierto de golpe una hendedura en su espiritu, la señorita
las que traia me las manchó esa mujerzuela , ustedes saben, esa Leonides se precipitó al vado e, incapaz de dominar sus
Natividad." movimientos, hizo varios ademanes, como un saludo. Fue sufi-
Deambuló un rato entre las bóvedas y los panteones. Al ciente. Un vertiginoso mecanismo entró en función. Como lan-
doblar un recodo, inopinadamente, la vio. zada por una mano brutal, la muchacha se abalanzó sobre
Estaba alli, a pocos metros de distancia, como cerrándole el Leonides y Ja abrazó, se aferró a su cuello, apoyó la cabeza en
paso. La señorita Leonides se detuvo y las dos se miraron. su magro busto de solterona, todo sucu~rpo le vibraba como si
Ahora podia observarla mejor. Era de baja estatura, un poco estuvieran flagelándola. Y entretanto, debajo de Ta mata rubia se
gorda, de gordas piernas cortas. La cabeza, demasiado grande ola un llantito, o una risa convulsa, un estertor de animalito
para aquel cuerpo, lo parecia aún más a causa de Ja profusa enloquecido, una cantilena inarticulada que paulatinamente se
cabellera rubia que la enmarcaba. El rostro, ancho y de fac- transformó en una palabra, una sola, repetida en el tono del más
ciones algo toscas, irradiaba inocencia y bondad, como el de delirante arrobamiento:
una campesina, y esta semejanza se veia acentuada gracias a -Múa, múa, múa, múa múa ...
una suerte de arrebol, a un curioso abotagamiento que conges- La señorita Leonides parpadeaba de estupor.
tionaba aquellos rasgos ya de por si esponjados, como si la Hasta que la cantilena fue extinguiéndose, la enorme mata de
joven sostuviera un enorme peso sobre la cabeza. Por lo demás, pelo rubio se agitó y se separó del pecho de la señorita
vestía ropa de calidad. En cambio, no se le veia ninguna alhaja. Leonides; debajo, timidamente, como una bestezuela recelosa,
Ni guantes, ni cartera, ni sombrero. Y eso era todo. apareció el rostro de la muchacha. Con una especie de pánico
ºVaya", pensó la señorita Leonides con alivio, "si es una la señorita Leonides la miró. La miró, y no vio los surcos de seda
pobre chica inofensiva. Me da Ja impresión de una extranjera de las lágrimas, ni la frente que brillaba de sudor, ni la sonrisa
que se ha perdido y quiere preguntarme c6mo volver a su casa. espectral, ya dolorosa, ya regocijada que aparecia y desaparecía
Francamente, no sé por qué he hecho tantas historias arriba del ·incesantemente entre los labios, ni la garganta hinchada como
28
un buche de paloma. La señorita Leonides vio únicamente los en la planta baja, tiene una puerta de doble hoja con qos fúne-
ojos. Así, con esos mismos ojos, la había mirado Robertito aquel bres llamadores de bronce; tiene en el piso alto un largb balcón
23 de marzo de 1926. Una piedad inmensa y una infinita dulzu- saledizo y nd tiene más, como no sea una enorme grieta que la
ra la poseyeron. Supo que ya no podría evadirse. Había caído en cruza como una fatídica cicatriz o como el dibujo de un rayo en
una red. Estaba capturada, enjaulada, vendida. Ahora la con- una cándida acuarela~ A su izquierda una tienda, a su derecha
ducirían a donde su cazador lo dispusiese. otra tienda, enfrente el muro de San Miguel Arcángel, la casona
La joven la tomó del brazo y ambas salieron del cementerio . hace todo lo posible para pasar inadvertida, como si la aver-
.8 Atravesaron otra vez la ciudad. Caminaban juntas y gonzasen su fea facha y su vetustez. No hace falta, nadie se fija
~ abrazadas, como dos íntir:nas amigas, o como madre e hija. No en ella. Se la saltean como a .un terreno baldío. Si la miran, en
~ cruzaron una palabra. La señorita Leonides daba sus enérgicas
vi seguida la olvidan. Acaso alguna pareja de novios, durante la
.~ zancadas de soldado y miraba el suelo. Se sentía perpleja, exci- noche, se acoge a su amparo, pero es para besarse no para ocu-
t::
o tada, turbiamente feliz. El sesgo que tomaba su aventura con la parse de arquitectura. De modo que la casona esta allí y es
~ joven de luto le producía una especie de embriaguez. ¿Qué iría como si no estuviera; está allí por omisión, como si por una
~­ a ocurrirle? Pero -ne queriª hacer conjeturas. Sucediera lo que
u fisura entre los dos edificios que la flanquean hubiese salido a la
sucediere, ella estaba pronta. Pues a menudo, enferma de superficie una excrecencia, un escombro de la ciudad colonial,
soledad, había soñado que en este poblado · mundo había la que ahora yace sepulta bajo los rascacielos y las torres. A la
alguien que conocía su existencia, que necesitaba de ella, que tienda de la derecha y a la tienda de la izquierda les bastaría
la esperaba y la buscaba, y que alguna vez la encontraría y se aproximarse un poco más la una a la otra, y como una tenaza
la llevaría consigo. Y ahora esa loca fantasía dejaba de serlo. extirparían ese grano.
f Pero no hay .q ue interferir en la delicadísima mecánica de Ja-¡ La señorita Leonides, que marchaba raudamente por
, 1\·magia con un pedido de explicaciones. Hay que someterse y~ Suipacha, se quedó boquiabierta cuando la joven se detuvo
Jaejarse gobernaiJ La señorita Leonides no se atrevía ni a echarle frente a aquella reliquia. La vio extraer del bolsillo de su abrigo
'a la joven una miradita de soslayo por temor de que el sortile- una llave, abrir trabajosamente la puerta (cuyos llamadores la
gio se quebrase. amedrentaron como dos perros que se hubieran puesto a ladrar)
Pero el sortilegio no se quebraba, el sueño proseguía, la y luego hacerse a un lado para que ella entre. Pero la señorita
muñequita rubia y regordeta continuaba trotando a su lado; sen- _ Leonides no se decidía.
tía, bajo el suyo, su brazo rollizo, incesantemente sacudido por -¿Quién hay, quién hay ahí dentro? -preguntó, mientras
ramalazos eléctricos. Y ella avanzaba, avanzaba. ¿Hacia dónde? · espiaba el interior de la casona, envuelto en vagas oscuridades.
No lo sabía; no quería saberlo. La joven sacudió repetidamente la cabezota.
Así llegaron a la calle Suipacha. Llegaron a ese tramo de -Nadie, nadie -dijo, y la cara se le puso repentinamente
Suipacha que va desde la Diagonal Norte hasta la Avenida de sombría, y miró a la señorita Leonides con angustia.
Mayo y donde no se ven sino tiendas, tiendas y tiendas, y Entonces, con el corazón palpitante, la señorita Leonides
mujeres que husmean los escaparates de las tiendas. Arrufat penetró en la casa de la calle Suipacha 78.
Hay allí, a la sombra de los grandes edificios· modernos, una
antigua casona en la que nadie repara. Lleva (o llevaba hasta
hace poco tiempo) el número 78. Tiene dos ventanas enr_ejadas
30 31
-., .. ~E
11

Un olor a humedad, a encierro, a medicamentos, a bigotes, con desvaídas señoras que ostentaban sombreros muy
podredumbre, y a muerte, un olor que era la suma y el produc- semejantes al suyo, otra vez con el hombre de los bigotes, con
to de todos los malos olores de este mundo, fue lo primero que ( recién nacidos vestidos y desnudos, nuevamente con el hombre
le salió al encuentro, arruinándole la emoción que experimenta- ¡ de los bigotes. De pronto tuvo un sobresalto. Una mujer que se
ba. Hubiera preferido retroceder. Hubiera querido, al menos, lle- le parecía extraordinariamente, que se le parecía vagamente,
varse el pañuelo a la nariz. Pero la joven ya la había tomado de ¡. que tenía con ella .un admirable o, no sabía bien, un borroso
¡
una mano y la arrastraba hacia el fondo de aquel abismo fétido. ¡
parecido, la contemplaba desde una de las fotografías. De pie a
. .8u~
{
Atravesaron varias habitaciones ·en penumbra y atiborradas su lado, una niña idéntica a Ja joven de luto apoyaba la cabeza
f
1
de muebles. Llegaron a un estrecho vestíbulo, iluminado por la: eri el hombro de Ja sosias de Leonides Arrufat, y ambas, a través
1 ~
f V) luz de tormenta que se filtraba a través de una remota del objetivo de la cámara fotográfica, Ja miraban fijamente, con
f
.~ claraboya. Escalaron una negra escalera de madera, que re- unos ojos cautelosos y pertinaces.
.,1 t::: !
! o chinó y crujió bajo sus pies. Llegaron a otro vestíbulo aún más l.' La señorita Leonides estaba tan estupefacta que no pudo evi-
E t
~
pequeño . Recorrieron un pasillo. Atravesaron una antecámara. t¡• tar volverse maquinalmente en dirección de la joven. Esta, evi-
Se detuvieron frente a una puerta. La muchacha abrió esa puer- ,.
~ ¡. dentemente, esperaba ese gesto. Y lo esperaba como una
ta y la señorita Leonides se encontró dentro de un lujoso dormitorio. fogosa invitación a dar rienda suelta, otra vez, a sus demostra -
En los primeros instantes no vio sino la formidable cama ¡, ciones de cariño. Porque, aproximár.ldose a Ja carrera, se le
¡.
matrimonial, cubierta con una colcha de raso blanco, el vasto colgó del brazo, acomodó la cabeza sobre su hombro, copió fiel-
ropero de tres cuerpos y espejo de luna; un abigarramiento de mente la actitud de la niña de la fotografía y nuevamente repitió
mesitas y poltronas, y allá, al fondo, la gran puerta ventana aqúella extraña palabreja:
velada por un store4 de macramé. Detrás del store distinguió la -Múa, múa, .múa ...
mañana, y en Ja mañana, la silueta ocre de San Miguel, y esa Durante unos minutos las cuatro mujeres se estudiaron.
imagen, entrevista desde una perspectiva para ella tan insólita, "Evidentemente", reflexionaba la señorita-Leofüdes mirando
sin saber por qué la alarmó. Bruscamente. t~do le pareció tan a su doble, "evidentemente posee algunos de mis rasgos.
absurdo que no supo cómo continuar. '·-- · · ~ Lástima ese peinado con la raya al medio. ¡La hace tan anti -
Dio unos pasos por Ja habitación. Sentía a sus espaldas los cuada!"
ojos de la joven. La oía respirar entrecortadamente. Hasta se le (¿Comprenden? Una mujer que parecía escapada de un
antojaba percibir otra vez aquel estertor, aquel gemidito. Estaba álbum de fotografías del año 1920 contemplaba la fotografía de
azorada. La habían arrastrado, se había dejado arrastrar, hasta ..14¡;;i.a, mujer que parecía escapada del año 1920 y la hallaba
un escenario, y ahora esperaban que representase un papel. a_r.itk;uada. Y está bien. Porque, de Jo contrario, no habría en este
¿Qué papel? Lo ignoraba. Y la joven, ahí, como un telón que se ~mundc;t ni jueces ni críticos.)
levanta, como un timbre que suena, como una mano tendida. "6n·cambio", seguía pensando la señorita Leonides, "la chica
Buscando cómo colmar ese vacío embarazoso, la señorita salió tal cual." · ·
Leonides hizo una cosa de lo más cómica. Se puso a examinar · (Tal cual, menos el abotagamiento de Ja cara.)
con denodado interés las fotografías que decoraban las paredes "De ·modo que aquí está la clave", dedujo la señorita
del dormitorio. Se miró con un hombre rubicundo y de grandes Leonides. "Me ha tomado por esa mujer, que seguramente es su
tl)radre y que seguramente acaba de morir. Vaya, así todo queda
32 4 Store: cortina delante de una ventana o puerta-ventana.
aclarado."
La vulgaridad de esa explicación la defraudó. Había espera- envainó en un exacto sillón de terciopelo índigo. Pero no, hay
do otra cosa, menos fácil, más enrevesada. Y ahora, ¿qué resta- que aprovechar mejor el instante en que nos dejan solos. Se
ba por hacer? Decirle: "Hija mía, yo no soy lo que usted imagi- puso de pie, se asomó fugazmente al balcón, volvió adentro,
na. Así que, por favor, déjeme ir", e irse. 1 hojeó varios libros apilados sobre una especie de pupitre (libros
Se libró del brazo de la joven, dio unos pasos oblicuos , unos ¡ de poesía, algunos eri un idioma extranjero, todos signados en
la primera página por una firma prolija: Jan Engelhard5 y una
pasos en varias direcciones al mismo tiempo, como quien busca
.s una salida, y como quien no la encuentra se detuvo y apoyó una rúbrica como la cola de un cometa y tres puntos como tres
~ 1
estrellas), abrió el ropero (mil vestidos de mujer), abrió una
~ mano sobre un rriueble. Inesperadamente se vio reflejada en el 1

espejo de luna. Una mezcla de miedo y de rabia la acometió. Y 1 puertecita oculta tras un biombo (la puertecita daba a un cuar-
.~ to de baño inmenso como una piscina romana) y la cerró
~ volviéndose hacia la joven prorrumpió en un torrente de pa-
o labras que no podía contener: inmediatamente, como si hubiera sorprendido allí a un hombre
E haciendo sus necesidades; admiró una chimenea de piedra (con
~ -¿Y bien? ¿Y bien? ¿Qué esperas? ¿Qué quieres de mí? ¿No
~
u haces nadá_? ¿_N9 dices nada? ¿Te has vuelto muda? sus morillos cargados de .leña, lista para ser encendida), un
Se mordió los iélbios: ·¿Por qué había hablado así? ¿Y de reloj de péndulo (las diez y quince, ya), innumerables estatuillas
dónde sacaba esa voz áspera y dura, como si estuviese enfada- de marfil, de jade, de raras sustancias tornasoladas, y estaba
da? Pero si no estaba enfadada. No, al contrario. Su estallido acariciandó el cobertor de raso cuando la joven reapareció.
era, todo lo más, un pedido de socorro. Cuando no se encuen- La señorita Leonides enderezó instantáneamente la espalda
tra la salida, se grita y se da un puñetazo. Por otra parte,· ¡se ¡ y, como si la hubiesen P,illado en falta, se ruborizó. (Tonta.
había visto tan ridícula en el espejo, tan desgarbada y grotesca Como que, para la joven, ella estaba en su propia casa y en su
entre los lujos del dormitorio! ¿Y ahora? Sin duda ahora la
1 propio dormitorio). Pero el espectáculo que presenció en segui-
muchacha rompería a llorar. da le hizo olvidar sus rubores, el cobertor de raso, las estatUillas,
Y no, no. Paradójicamente, la muchacha no sólo no rompió a
j el reloj que marcaba las diez y quince, el baño del emperador
llorar, sino que emitió úna risita aguda y barboteó: Caracalla, los mil vestidos de mujer, los libros, Suipacha, el
-Desayuno, desayuno. aposento, la casona, el mundo, todo. Porque la joven había
Hizo un ademán como pidiéndole a la .señorita Leonides que entrado sosteniendo con ambas manos una gigantesca bande-
esperase, y salió precipitadamente. ja. Y sobre esta bandeja se elevaba, en plata y porcelana, el más
excelso servicio de desayuno que alguien que esté en su sano
De pie en el centro de aquella amplia habitación, la señorita
Leonides pestañeaba. ¿Había oído bien? ¿La muchacha había
dicho: desayuno, desayuno? Vaya, se quedaría un rato más, a
¡ juicio pueda imaginar. ·La joven depositó aquel monumento
sobre una mesita, acercó una silla y luego se volvió hacia la
señorita Leonides, como invitándola a aproximarse.
ver qué significaban aquellas palabras y el ademán protector.
1 La señorita Leonides de repente vio todo turbio. Los ojos se
Sí, ¿por qué .no? Después de todo, no estaba cometiendo ningu-
na mala acción. Si alguien, digamos un pariente, un amigo,.
~ le nublaron. Un hambre caníbal se le despertaba rabiosamente
aparecía, ¿qué podía reprocharle? Nada. Desayuno, desayuno. en el fondo de las vísceras. El estómago, los pulmones, el
Vaya, esperemos. corazón, la cabeza, todas sus entrañas se sensibilizaban, el
Y penetrada de un súbito bienestar, la señorita Leonides se mismo escorpión las roía a todas. Sin quitarse el sombrero, tam-
34
5 Jan Engelhard: nombre propio de origen danés. 35
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....

Leonides se sentía súbitamente optimista y no sabía por qué.


baleante, se acercó a la mesita y se sentó. Olas de abnegación y de bondad le trepaban por el cuerpo.
Las manos le temblequeaban. Tuvo una última vacilación. Tenía ganas de conversar. De conversar con la muchacha, con
Miró a la joven. Pero la joven, de pie a su lado, tenía ·el aire alguien, con cualquiera. El mundo. es hermoso. La gente es sim-
respetuoso de una criada de confianza que asiste a su patrona. pática. Hay que vivir. Así son de profundos los efectos de un
Entonces la señorita Leonides no esperó más, el hambre era
tremendo desayuno.
más fuerte que la buena educación, que la vergüenza y el di- Cuando la chica volvió, la señorita Leonides, balanceando
simulo. Como a un dios hindú, diez brazos le brotaron a derecha una pierna y pasándose la lengua por los dientes, le preguntó:
B y a izquierda, y con esos tentáculos ondulando todos a un tiem- -Querida, ¿de veras estamos solas?
~ po cayó sobre la bandeja. Durante largo rato su conciencia
u La muñequita dijo que sí con toda su cabezota.
f:lJ
V) desapareció. Una Leonides Arrufat astral manipuló cucharitas -Y ese desayuno, ¿lo preparaste tú?
-~ que se sumergían en jaleas rosáceas, en traslúcidas. merme- Otra véz la cabezota se sacudió como la de una marioneta.
t::
o ladas, en perfumado té con leche, y que luego ascendían
E -¿Sin la ayuda de nadie?
radiosamente hasta su boca; maniobró con cuchillos cargados, Una sonrisita socarrona afloró entre los labios pulposos.
~
~ como diminutas grúas de dulce y de manteca; trituró tostadas -¿No se acuerda? ¿No se acuerda, mamá? -farfulló con
I' que le llenaban el cráneo de ruido, medialunas tiernas como una voz de algodón, como si hablase con la boca llena-. ¿No
tiernos pollos deshuesados, trozos de· una torta que se desleía
sobre la lengua y derramaba los más sorprendentes, los más .se acuerda?
-¿No me acuerdo de qué, querida?
imprevistos, los más exquisitos sabores. A ratos levantaba hacia . -Despedimos a Rosa y a Amparo. ¿No se acuerda, no se
la joven unos ojos sin pensamientos, unos ojos de mica, la joven i
le sonreía, ella le devolvía maquinalmente la sonrisa, y seguía
l
acuerda?
1
-Ah, sí. Pero abajo, ¿hay alguien_rn.ás?
devorando . ' -Nadie, nadie. -
Hasta que todo el monumento quedó reducido a· ruinas. t
•1 Pero la señorita Leonides procuraba asegurarse .
Entonces la señorita Leonides se juntó otra vez con su espíritu, ' -Y después, digamos esta tarde, o mañana, u otro día,
se recostó en la silla, dio un magistral suspiro que a mitad de
¿quién vendrá? ¿Tendrás visitas?
camino se le metamorfoseó en un eructo, miró tímidamente a
-Nadie, nadie.
la joven, murmuró, como excusándose: Está bien, nadie. Por lo visto, aquella desdichada no tenía
-Delicioso. Muchas gracias. familiares ni amigos, vivía sola en la vasta mansión, estaba sola
Y experimentó una repentina simpatía por aquella joven. en el mundo. La señorita Leonides se sintió íntimamente com-
La muchacha, cada vez más parecida a una honesta sirvien-
ta polaca o alemana tomó la bandeja con los modos tranquilos placida.
-Querida -dijo en un tono insinuante-, ¿te gustaría que
de quien repite un acto cotidiano y se la llevó. La señorita
me quedase aquí, a vivir contigo?
Leonides se puso de pie, se quitó el sombrero, se quitó el abri- En seguida se arrepintió. Había dado un paso en falso. Por
go, se aflojó el cinturón, y fue a instalarse en la poltrona de ter- toda respuesta, la muchacha se puso de hinojos frente a la
ciopelo. (Al pasar cruzó una miradita con la Leonides del espe- señorita Leonides, le cogió ambas manos, la miró de hito en
jo de luna, las dos se encogieron de hombros, lanzaron una

-
hito, una expresión de horrible congoja se le pintó en el rostro
breve risa y, puestas de acuerdo, se separaron.) La señorita 37
36
llameante, y como al mismo tiempo la odiosa sonrisita soca- La joven tomó esa mano venosa y descarnada, se la llevó a
rrona empezó a titilar/e otra vez entre los labios, esa fisonomía la mejilla, la mantuvo allí como si fuese una compresa (la cara
siniestramente dual aterrorizó al ídolo así exhortado a la bene- le ardía. "¿Tendrá fiebre, estará enferma?" , pensó la señorita
volencia. Leonides), en seguida los colores le volvieron, la cobarde agua
-Si tú quieres -tartp.mudeaba la señorita Leonides-, si tú temblorosa se le desvaneció en los ojos. Fue otra vez la aldeana
quieres me quedaré ... me quedaré todo el tiempo que ... que viene, con un pesado canasto sobre la cabeza, de vendi-
Y como la figura arrodillada seguía escrutándola catatónica- miar todo un día a pleno sol.
.8 mente, gritó: Después se sentó en el suelo, a los pies de la señorita
v~ -¡Para siempre, para siempre, me quedaré para siempre! Leonides. Así, inmóviles y silenciosas, ambas permanecieron un
~
vi Entonces la joven estalló en una especie de frenética contor- largo rato, mientras perseguían con.perezosa mirada el abejo-
.~ sión. La congoja se le borró de los ojos, la pérfida sonrisita rro de la cavilación y del ensueño .
!:::
o hirvió, se corrió hasta las comisuras de los labios, reventó como A ratos la señorita Leonides se volvía a mirar a hurtadillas Ja
E un burbujeo palúdico. La señorita Leonides se vio abrazada, gran cama matrimonial. Esa cama la hechizaba, Ja imantaba.
~
. estrujada, hes_ad_a. _Un repulsivo hipo repiqueteó junto a su boca. Qué delicioso debía de ser acostarse allí, no para dormir, sino
~
Dos manos húmedas -le acariciaron el pelo. La señorita Leonides para estarse horas y horas descansando, leyendo o tomando té.
no podía tolerar que nadie le tocase el pelo. Se debatió bajo Muchas veces, en su casa, había proyectado quedarse varios
aquellas repugnantes caricias. En un impulso irreprimible le días en cama. Porque sí, porque al levantarse se h_abía dicho:
asestó a la muchacha un bofetón y gritó: ¿para qué levantarme?, ¿para qué repetir esta rutina inútil?,
-¡Déjeme! ¡Déjeme! ¿para qué? Pero en su casa ese programa no tenía nada de
Instantáneamente la joven se echó hacia atrás, dejó caer las seductor. Mirar las manchas de humedad de las paredes, ima -
manos, se puso muy pálida, muy blanca (y así, blanco, su ros- ginar que son monstruosos órganos enfermos, solfear con Jos
tro semejó la réplica, en pálido mármol, del otro rostro, rojo y · rosetones del cielo raso, pensar: "Dentro de diez minutos me
dorado, de campesina), las pupilas le temblaron, pero el espec- moriré, dentro de cinco minutos, dentro de un minuto, .ahora",
tro de su extraviada sonrisa siguió dándole detrás de los labios. gritar y volver a empezar. En cambio, aquí era distinto.
La señorita Leonides no estaba menos pálida. ¿Qué había Hasta que Ja señorita Leonides ya no aguantó más. Se levan-
hecho? ¿Por qué había cedido a esa crisis de histerismo? ¿Así le tó, se acercó al lecho, se puso a mirarlo fijamente como si estu-
retribuía a aquella pobre criatura inocente su desayuno y su viera observando a una persona acostada en él. En seguida sin-
devoción? ¿Eran más importantes, por lo visto, sus pequeñas tió que dos manos de füego se posaban sobre sus hombros y
manías con el pelo? Pobre chiquita, pobre muñequita. Y cuando comenzaban a desvestirla. Un minuto después flotaba en el seno
vio que en la mejilla de la joven comenzaba a dibujarse la señal de aquel vasto lecho como en un agua limpia, braceaba entre
del golpe, se sintió al borde del llanto. Pobre muñequita, pobre sábanas de hilo bordado, hacía reposar la cabeza en una almo-
loquita. ' hada de plumas, tibios cobertores la abrigaban como un fino
-Discúlpeme -murmuró, y le tendió una mano contrita que ec;lredón de arena. Y todavía una muchacha se inclinaba y la
imploraba perdón. besaba en la frente y luego iba a encender un espléndido fuego .
(Sí, perdón, perdón. Pero, ¿no había forro.a de que se dejara , La señorita Leonides cerró los ojos. Lágrimas de felicidad se
de sonreír?) agolparon bajo sus párpados. Mil yemas heladas se le desentu-
39
38
1 ¡
111
r:- . :; ·- u ---- - ---

mecían en los hondores del espíritu y se abrían como corolas.


Viejos mecanismos paralizados se desoxidaban, volvían a po- No comprendía cómo, si la ventana estaba siempre a su
nerse en movimiento, giraban. Se sentía navegar en el vórtice de izquierda, ahora la veía a la derecha. ¿Y qué diablos era ese
mil corrientes encontradas pero todas igualmente deleitosas. reflejo rojizo que reverberaba como un carey en el sitio de la
cómoda? Se incorporó bañada en sudor. Debieron pasar varios
&ios mío, por fin estaba a cubierto de la soledad, de la pobreza,
de las mujeres que se abrazan en los paseos públicos, de las minutos antes que se diese cuenta de que no se encontraba en
su casa, sino en la casa de la calle Suipacha 78. La aventura
hordas de muchachones y de Natividad Gonzále€J Que nadie
.8
·CIJ viniera a arrancarla de aquel paraíso. Que le permitiesen per- que estaba viviendo se le antojó, de pronto, una disparatada
tJ
ClJ manecer en él cuanto menos un día, siquiera unas horas. Y pesadilla, un sueño que ahora, al despertarse, volvía a soñar.
V)
como reivindicándolo para sí, acariciaba con pies y manos el Sus manos tantearon en el aire. Dio con la lámpara y la
.S! inmenso lecho de una emperatriz. encendió. Estaba sola. Una última brasa ardía en la chimenea.
i:::
o El reloj marcaba las tres.
E Ese primer día transcurrió rápidamente, despachado y como
~ Como una sonámbula se levéJ,ntó y salió del dormitorio. Abajo
sableado por las sorpresas, las novedades, la constante tensión.
~ brillaba, lejanísima, una luz. Entrevió la escalera, la descendió
1
'i
De todos modos, la señorita Leonides no lo pasó mal. La chica
en medio de sordos rechinamientos, llegó al vestíbulo. Caminó
le preparó un almuerzo que multiplicaba por diez el desayuno; ·
luego le sirvió una copita de una bebida fortísima, que le deso- con los ojos fijos en aquella luz remota. No era ella la que se
lló la garganta y la hizo reir durante un buen rato (la joven, movía, sino la luz la que avanzaba a su encuentro. Bajo las plan-
tas de los pies sintió alfombras, pisos de madera, mosaicos. Un
aunque no probó el licor, la acompañó en las carcajadas); luego'
la señorita Leonides charló hasta por los codos, sin importárse- objeto puntiagudo la golpeó en la pantorrilla. Otro, tenue como
una telaraña, le rozó la frente. La luz se aproximaba, se dilata-
le un bledo si la chica la escuchaba o no, porque ella hablaba
para desengarabitarse la lengua, no para ser oída por una pobre ba, se convertía en el vano de una puerta iluminada. Detrás de
la puerta se oían ruido de vajilla y la.voz_de_una mujer que bar-
loca; luego vino la tarde y la señorita Leonides, por no despre-
boteaba palabras ininteligibles. La señorita Leonides se detüvo
ciar, engulló una copiosa merienda; luego la joven se sentó
y esperó. El corazón le latía con fuerza. Luego, sigilosamente,
frente al pupitre con libros (que resultó ser una especie de
arcaico piano) y le arrancó unos tintineos de cajita de música dio unos pasos y se colocó de modo que pudiera observar el
interior de la habitación donde resonaba aquella charla. Vio que
que emocionaron terriblemente a la señorita Leonides; luego
todos los sonidos se apagaron, llegó la noche, la muchacha ~ era una amplia cocina, y que por esa cocina iba y venía, cubier-
ta con un delantal y con el pelo cayéndole sobre los ojos, la
encendió una lámpara que pintó de rosa el dormitorio, luego la
señorita Leonides quiso asomarse un momentito al balcón y ver enigmática muchacha de luto. ¿Qué hacía allí a esas horas? ¿No
desde allí arriba cómo era Suipacha de noche; luego cenó; luego dormía? ¿Y con quién hablaba? ¿En qué idioma hablaba? Y esa
la joven leyó en voz alta (y haciendo ademanes) un poema en voz voluble, modulada, llena de matices, como la de una actriz,
¿era la suya? La señorita Leonides permaneció un rato
el que alguien invocaba a cada rato a un tal Anabel AnabeJí;6
observándola. Parecía atareadísima. Acomodaba pilas de
luego, arrullada por aquella letanía, la señorita Leonides se
durmió. platos, abría y cerraba las puertas de un armario, fregaba
cacerolas, se sentaba a una mesa de mármol y escribía, con un
6 Anabel Anabelí: escritura fonética de ANNABEL LEE, famoso poema del lápiz cuya punta mojaba en la lengua, en un cuaderno de tapas
40 escritor estadounidense Edgar Al\an Poe (1809-1849). Vean la transcripc:i.ón y de hule. Y todo esto sin cesar en su bárbara jerigonza. Como no
trn.duc.c:\án de\ \)aemo. en C:uo.tto ó.e \\enam\entas.
41
hacía pausas, como nadie le respondía, la señorita Leonides
1
!

comprendió que la joven hablaba sola. so, no \e hada preguntas, no averiguaba nada. Por \as dudas, se
La señorita Leonides se estremeció. Quiso volver por donde peinó con la raya al medio. No volvió a abandonar e\ dormito-
había venido, pero ahora no había ninguna luz que Ja orientase. rio. Era su propiedad, su fortaleza y su refugio. Q4e en la plan-
Caminó en cualquier dirección, tropezó con una pared, unos ta baja sucediera lo que sucediere, le daba lo mismo. ¿Dónde
muebles le bloquearon el paso, no sabía dónde se hallaba, se dormía la joven? No lo sabía. ¿De dónde sacaba el dinero?
había perdido, gritó. Tampoco lo sabía. No lo sabía ni le interesaba. No tenía por qué
.s Se oyó una corridita, dos manos se apoderaron de las suyas, arriesgarse por esos dédalos que podían hacer trizas su identifi-
~
u una voz le murmuró al oído: cación hipostáticaB con la difunta. No abandonaba, casi, el
..,,<lJ -Venga, mamá, venga. lecho, sino para reemplazarlo por la bañera, que llenaba de
.~
i:::: La joven la guiaba lentamente a través de aquel laberinto agua tibia y chorros de perfume, y donde permanecía horas y
o horas, con el agua al cuello y gimoteando de placer. Pensaba en
E tenebroso; la tranquilizaba con una suerte de zureo, como a un f
~ niño; le apretaba con fuerza la mano. r su casita como en un lejano mundo sórdido al que, más ade-

v La señorita _Le_on!des gemía y se dejaba conducir. lante, debería regresar. Pero entretanto estaba viviendo' un largo
Durante dos días nadle vino a expulsarla del paraíso. 1¡ día de fiesta. Y en cuanto al mal olor, ¿qué mal olor? Ella no
La señorita Leonides estaba encantada, verdaderamente percibía ningún mal olor. La señorita Leonides estaba encanta-
encantada. Pero su situación no era todavía segura. ·Reposaba da, verdaderamente encantada.
sobre la cuerda floja de una alucinación. Y la alucinada a ratos La chica había vuelto a servirle una copita de aquella dia-
se quedaba mirándola fijamente, como en el tranvía. La señori- bólica bebida. Luego trajo la botella, y las dos se sirvieron. Un
ta Leonides esperaba un estallido: "¿Quién es usted? ¿Y qué
hace aquí, en el dormitorio de mi madre? Vamos, lárguese, lár-
¡ repentino dinamismo acometió a la señorita Leonides.
-Queridita-dijo alzando los hombros y frunciendo la nariz,
guese rápido", y entonces ella tendría que emigrar del · edén. 7 como quien va a proponer una picardía-, ¿qué te parece si me
1
Otras veces la joven se sonreía como para sí, con aquella son- pruebo uno de esos vestidos?
risa solapada que despertaba en la señorita Leonides las más La joven lanzó una risa estridente (que a la señorita Leonides
negras sospechas. "¿Será una simuladora?", pensaba. "¿No me no le cayó nada bien), movió para todos lados la cabezota de
habrá traído aquí quién sabe con qué intenciones?" Pero no, 1 títere y se precipitó a abrir el ropero. La señorita Leonides saltó
¿qué intenciones? Si excepto en esos raros momentos en que fUera de la cama y, de pie frente al espejo de luna, fue colocán-
parecía extraviarse dentro de su propio extravío, ¡la muchachita dose uno tras otro los vestidos que, con toda evidencia, habían
era tan dócil, tan diligente y sumisa! No había más que decir: pertenecido a la falsa Leonides de la fotografía. No le quedaban
"querida, querida" y la muñequita correteaba sobre sus mal. Un poco cortos, tal vez, y algo holgados. ¡Pero eran tan
piernecitas como si le hubiesen dado toda la cuerda. Y había hermosos! La señorita Leonides se contemplaba en el espejo,
que ver cómo la atendía. Como a una reina. giraba sobre sí misma, quería · verse de espaldas y de perfil,
exclamaba a cada rato siempre lo mismo: "¡Pero si es un mo-
Pero por las dudas la señorita Leonides tenía el ojo atento. Por
las dudas, trataba con extrema cortesía a la guardiana del paraí- :delo, un modelo!" . .
La muchacha se había sentado en el suelo y desde allí pre-
0

7 Edén: Jardín del Edén, no mbre que se le da al paraíso terrenal en el Antiguo


42 Testamento. 8 Identificación hipostática: "hipóstasis"quiere decir "persona"; aquí se hace
alusión a Ja identificación de Leonides con la madre muerta de la muchacha. 43
1· !

...
~ ...
----

senciaba con cara ambigua los sucesivos avatares de la señori-


ta Leonides. De tanto en tanto (¿al azar? ¿O cuando el v,estido La chica se había puesto velozmente de pie y corría a espiar
le quedaba particularmente bien? ¿O particularmente : mal? desde el balcón.
¿Cómo saberlo?) se reía chillonamente. Se reía estúpidamente. -¿Quién es? Por favor, ¿quién es? -repitió la señorita
Como lo que era. Como una loca. "¿Estará burlándose de mí?", Leonides, sin osar moverse de su sitio.
pensaba la señorita Leonides con alguna inquietud y una pizca -Encarnación y Mercedes -cuchicheó la joven, separán-
de cólera. dose del balcón y atravesando a la carrera el dormitorio.
~ Se sirvferon otra copita.
~ -Por favor, por favor -rogaba la señorita Leonides-. No les
~

La señorita Leonides trataba ahora de embutirse dentro de un digas que estoy aquí.
.S1 traje de noche, de seda negra. Después quiso agregarle una Pero ya la joven había desaparecido .
e:
o estola de piel. Después la chica, extrañamente excitada, extrajo La señorita Leonides siguió clavada en el piso. Vestida de
fiesta, con la capa sobre los hombros y la cara hecha un desás-
,,
~
i..:.
de algún mueble una caja de afeites, y la señorita Leonides se
coloreó los labios y las mejillas. tre, ofrecía, a cambio de no ser descubierta, el holocausto de la
;:. ·: . ~ Se sirvieron otra copa. más absoluta inmovilidad.
' '
ji, • -¡Alhajas! -vociferó de pronto la señorita Leonides. -¿Dónde Pero al cabo de media hora ese cadáver se recobró, y la curiosi-
están mis alhajas? Necesito un collar, una pulsera, aros. dad sucedió al pánico. Se descalzó, se quitó la estola de piel, y
La joven buscó febrilmente por todas partes, la señorita procurando volverse ingrávida inició el descenso a los infiernos.
Leonides la secundó, revolvieron toda la habitación, encon- · Ahora no se orientaba por una luz, sino por varias voces de mujer
trarcin un cofre vacío, varios estuches también vacíos, pero ni que parloteaban en uno de los aposentos del frente. Llegó a una
una modesta sortija apareció. salita y luego a un antecomedor. Desde allí, y' a través de una
No importaba. Con paso ondulante la señorita Leonides puerta de vidrios .cubierta con un cortinaje de tul, distinguió a las
regresó junto al espejo y volvió a admirarse. ¿Era ella esa mujer visitantes, familiarmente repantigadas en sendos sillones. Eran
peinada con raya al medio, pintarrajeada, de ojos de tigre, el dos viejas de pelo blanco. La chiCa·se había.se.Dtado en el borde
cuerpo enfundado en un ajustadísimo traje de seda y con una de una silla y miraba obstinadamente el suelo, con el aire de un -·
capa de piel cubriéndole apenas los hombros desnudos? · reo que comparece delante de un tribunal.
Bebió otra copa. -Cecilia -decía en ese momento una de las viejas, cuya
Y de golpe se echó a llorar. No sabía pot qué lloraba. Pero voz, ronca y curiosamente metálica, se cortaba a cada sílaba y
lloraba. Las lágrimas le corrían por las mejillas, arrasaban los hacía recordar el balido de una cabra-, ayer estuvimos en el
cosméticos, le saltaban al escote, mojaban la seda del vestido. cementerio. Sobre la tumba de tu pobre madre no había ni una
(La marioneta ya no se reía. Estaba inmóvil y observaba a la flor. Se ve que hace mucho tiempo que no vas por allá. ¿Te
señorita Leonides con el ceño fruncido.) parece bonito?
En ese instante se oyeron l~jos, en la planta baja, varios Otra voz, tarda y pastosa, un chorro de aceite goteando sobre
golpes. la arena, agregó:
La niebla alcohólica se disipó como una burbuja dentro de la -Tu pobre madre ha muerto, Cecilia. Tenés que conven- Íi
cabeza de la señorita Leonides.
~
certe, y no andar buscándola por la calle. ¿Me oís? i

-
-¿Qué es? ¿Qué son esos golpes? -preguntó c:on voz. queda. -¡Mercedes! -la amonestó la primera vieja. ',•
44
-Pero es que ...
l
l

-Cállate. 45
l.
paseó de un extremo al otro del dormitorio. Y si desde abajo
oían sus pisadas, mejor. Se le importaba un rábano. "Ladronas,
ladronas", mascullaba. Ahora estarían atracándose con el té que
les había preparado la pobre chica. Y un rato antes, como dos
arcángeles, la cubrían de reproches. Miren quiénes.
Arrastradas. Arrastradas. Arrastradasarrastradasarradas.
Se sentó en el sillón de terciopelo y esperó. Debió esperar
casi una hora, porque las dos viejas canallas no se fueron sino
.8 con las primeras sombras de la noche. La señorita Leonides no
~ ¡ había encendido, por prudencia, la lámpara. Miraba, abstraída,
u
~
V)

t:l
¡ el fuego; cuyas reverberaciones, iluminándola desde abajo, le
convertían el rostro en una calavera púrpura que hacía guiños.
't::
o Cecilia entró en el dormitorio, se sentó en el suelo y, como
E t.
~
parecía ser su costumbre, apoyó la cabeza en las rodillas de la
.., ~ señorita Leonides. Aparentaba hallarse singularmente alegre.
\.)
1 Las palabras de las visitantes, por lo visto, habían resbalado
~
sobre ella sin herirla.
"Aún le dura la borrachera", pensó la señorita Leonides. Y
dijo:
-¿Ya se han ido, por fin, esas dos?
La mata de pelo rubio se agitó de arriba hacia abajo y empo-
lló una risita.
-Y tú que me asegurabas que no vendría nadie ... -prosi-
guió la señorita Leonides.
Nuevos gorjeos de hilaridad explotaron bajo el plumón rubio.
-¿Les has hablado de mí?
í' Nada.
-Cecilia, ¿les hablaste de mí?
\ El plumón se infló, tembló, se levantó, se echó hacia atrás,

.~:
j
descubrió el huevo del rostro.
Una ·sonrisa de desvarío crispaba aquellos labios. Los ojos
refulgían. Miraba a la señorita Leonides con horrible sorna,
\
1 como haciéndola cómplice de una befa atroz.
·· Y en un tono viscoso, molusco, .alabeado baboseó:
-Te creen muerta.
La señorita Leonides, sobrecogida desvió la vista. 47

111
11.

r
·-· Mercedes). Un infecto algodón crecía bajo los zócalos. No era
difícil imaginar que, de noche, por todas partes brotarían
cucarachas. Quizás hasta alguna rata arrastraría su ominoso
Cecilia había salido. trapo húmedo. Y en la cocina lo mismo. ¡Y ella se alimentaba
Había farfullado una palabra misteriosa, algo así como con las comidas preparadas en medio de aquel estiércol! Volvía
danerbán9, y se había ido. La señorita Leonides siguió con los a percibir el hedor a podredumbre, a medicamentos, a muerte.
ti
...... Llegó a la puerta de calle. La encontró cerrada. Una ilusión
ojos aquel puntito negro que se escurría entre las malas del
~ store, hasta que desapareció. Entonces se volvió, miró a la otra póstuma le hizo introducir la mano en el buzón para la corres-
a:J pondencia. Encontró dos sobres, ambos dirigidos a la señorita

Leonides, que desde su luna de azogue le devolvía una mirada
g de conspiradora, se pidieron consejo, se dieron mutuamente Cecilia Engelhard. Uno era pequeño y parecía contener una tar-
s::::
o ánimo , y al mismo tiempo y por distintas direcciones abando- jeta de visita. El otro, de mayor tamaño, ostentaba el membrete
E3 naron las dos el dormitorio. · del Banco Danés. Los matasellos probaban que habían sido
~
c:u La casa estaba allí, rendida, prosternada, toda a su disposi- enviados cinco meses atrás el primer sobre y hacía dos se-
..)
ción. Una febril impaciencia la enardecía. Se descolgó sobre la manas el segundo. Los miró un rato, los hizo bailar en una
planta baja como sobre una prenda de vestir en cuyas costuras mano, los guardó en el bolsillo de la bata y se volvió hacia el
se ocultase un diamante. Encendía y apagaba luces; abría y interior de la casa. "Después se los daré a Cecilia", pensó. Y sin
cerraba puertas, ventanas, cajones; revisaba uno por uno todos saber por qué tuvo la sensación de que estaba mintiendo,
los muebles, tan ardorosamente que casi no se fijaba en lo que mintiéndose a sí misma.
veía y tenía que volver a revisarlos; se cercioraba de haber Subió la escalera. En la antecámara advirtió una puerta en la
espulgado hasta el último rincón; espiaba detrás de cada col- que antes no había reparado. La abrió y se halló en otro dormi-
gadura, de cada cuadro, debajo de las alfombras; se sobresalta- torio. Vio una cama toda revuelta; vio unsecrétairelO; vio una
ba, creía oír un ruido, los pasos de Cecilia que regresaba. Las repisa y, sobre la repisa, una colección de muñe~as- vestidas de
manos le hormigueaban. Tenía los pómulos atezados. Estaba holandesas; vio la película de polvo que lo cubría todo; vio una
segura de que al doblar un corredor, al abrir una puerta, al ventana, cuyos postigos estaban abiertos; se aproximó, y vio el
encender una luz o mirar dentro de un mueble, realizaría un des- techo de los fondos de la casa, sembrados de detritus, y más
cubrimiento maravilloso o macabro, encontraría alguna cosa allá los grandes muros dorsales de los edificios vecinos; dio
fabulosa de la que todo el resto no era sino el engarce. Pero, varias vueltas por aquella tétrica habitación; sus dedos, casi
revuelta la ceniza, no halló ningún fuego. mecánicamente, recomenzaron el espulgo de los muebles; den-
Lo único que sacó en limpio es que aquella casa, amueblada tro del secrétaire encontró fotografías, tarjetas postales, una
y alhajada con suntuosidad, yacía (salvo el dormitorio de la r carta.
planta alta) en el más completo abandono. Una capa de polvo ~: Leyó:
enfundaba los muebles. Se advertían claros sospechosos (pro-
~
l
,.l'
"Querida Cecilia: Acabo de conseguir que el lunes me den
ductos, sin duda, de las depredaciones de Encarnación y franco, así que podré ir. Te ruego que rompas esta carta. La
arpía que ahora vive con vos podría leerla. No estarás enojada,

-
9 Danerbán: escritura fonética de lo que en español sería "Banco Danés", nom-
48 bre mencionado más adelante. 1O Secrétaire: en francés, "escritorio".
,,

me supongo. Ayer me quedé un rato en la esquina de


Suipacha y Bartolorné Mitre, por si salías. Pero no saliste. En ayer no fue domingo; todos los negocios de Suipacha estaban
cambio vi a la arpía que se asomaba al balcón. Bueno, el lunes abiertos. ¿Y cuándo habría llegado la carta de Fabián? ¿La
seguro que voy. Yo estaré en la vereda de la iglesia. Si todo habría traído el cartero? O tal vez. Cartas.
marcha bien, salís al balcón y desde arriba me hacés alguna Cartas. Metió la mano en el bolsillo de la bata y extrajo los
seña. Si no te veo es porque ha habido algún inconveniente. dos sobres. Ah, sí, los abriría. Ahora los abriría. Estaba libre,
Tuyo, Fabián." libre de compromisos, libre' de escrúpulos. Los abriría, sí señor.
.....o El sobre pequeño alojaba, tal como lo había adivinado, una
~ La señorita Leonides sintió una punzada en el coxis. Arrojó la
~
Q¡ carta dentro del secrétaire y huyó a su dormitorio. Durante largo tarjeta. En Ja tarjeta había un nombre impreso, Andrés

rato no pudo pensar. Todo su espíritu era una negra cavernosi- Jorgensen, y debajo, manuscritas, dos palabras: "sentido
.~ pésame" . En el otro sobre había una nota. "Señorita Cecilia
l•'¡ t::: dad donde ululaba un negro viento.
'f. o Engelhard. Titular de la cuenta 3518 . Se le comunica que el
i), t: Después comenzó a solfear con los libros, con las fotografías,
¡t,
~ con los faisanes de rnacrarné del store. ,saldo de su cuenta ... al 31 de julio ppdo .... de no recibirse
l

i:{\ u Por último, hilachas de pensamientos aparecieron entre ese observación dentro de los diez días .. . el saldo de su cuenta ...
;1
chisporroteo de notas corno peces fugaces entre la espuma. 4 ... 4315 ... 4315276 ... 4.315.276 pesos moneda nacional.. ."
Dorrernifasolasidó. Así que la arpía. Dosilasofarnirredó. La El estupor Je paralizaba todos los músculos, le obnubilaba el
arpía que ahora vive con vos. Dorré. Con vos. Tuyo, Fabián. cerebro. No podía entender, no podía comprender qué signifi-
Dorré, dorré. Entonces es una embaucadora, una simuladora. Y caba aquella cifra monstruosa. Volvió a leerla. Cuatro millones.
ella que había comenzado a dorré dorré. Y ella encerrada aquí, Se ahogaba. Tuvo que sentarse.
con esa impostora. Encerrada bajo llave. Prisionera. Dornisoldó. Al cabo de un rato la anestesia de la estupefacción se le
Así que se veía con hombres. Tuyo, Fabián. En ese mismo disipó y gradualmente le fue posible beberse aquel mar. Se sin-
momento estaría con Fabián. ¿Y dónde? ¿Y haciendo qué? Ya tió anonadada. Se sintió difusamente ~umillada, burlada, ofen-
se sabe haciendo qué. Hipócrita. ¿Y no tramarían algo esos dos? dida. Todos, pues, confabulaban a sus espaldas. Cecilia,
¿Algo contra ella? Para eso la había arrastrado hasta aquí y la Fabián, el Banco Danés, el mundo, todos. Y ella era una pobre
trataba a cuerpo de rey. Una estratagema. Para matarla. imbécil. Quería llorar. (Pero, al mismo tiempo, en los más pro-
Solfasol solsol. ¿Y para qué la querrían matar? Para qué, para fundo·s repliegues del alma, se le despertaban subrepticiamente
qué. Con una loca y un muchachón de las esquinas no se pre- vagos deseos de vengarse, un rencor ecuménico, la determi-
gunta para qué. La querrían matar y basta. Y después la ente- nación de ser, en lo sucesivo, implacable y taimada.)
rrarían en los fondos, de noche. ¿Y quién se enteraría, quién Hasta que oyó los inconfundibles pasos de la muñequita.
notaría la desaparición de Leonides Arrufat, quién sabía lo que 1-"'
Tomó un libro, cualquiera, el primero que encontró a mano, y
pasaba dentro de aquella condenada casona? Nadie. Eso, de un salto se introdujo en el lecho . Hizo como que no la veía,
1
nadie. Ah, no, saldría al balcón y pediría socorro. Pero no, 1 como que no se daba cuenta de que había vuelto. ¡Estaba tan
1

veamos. Hay que tranquilizarse. Veamos, veamos, Querida 1


1
entretenida leyendo aquel libro! Se sonreía, o suspiraba, o
i. fruncía el ceño y fijaba la vista, como si no comprendiese bien
Cecilia. Conseguí que el lunes. El lunes. ¿Cuándo es lunes? t
¿Hoy qué es?: jueves. ¿O viernes? Miércoles. Bueno, lunes no es, '16 que leía y debiera leerlo otra vez.
porque si fuese lunes, ayer tendría que haber sido domingo, y Cecilia dio unos pasos hacia aquí, dio unos pasos hacia allá ,
50 se acercó a la cama, se alejó de la cama, tomó una estatuilla, la
51
.L
\ ~,...:
... _

colocó nuevamente en su sitio, fue hasta el ventanal, jugueteó Cecilia se acercaba al lecho por el lado del rostro de la
con los flecos del store, y todo esto sin apartar sus ojos de ·los señorita Leonides, buscaba afanosamente en sus · bolsillos,
ojos de la señorita Leonides. Pero la señorita Leonides se encon- extraía un fajo de billetes de mil pesos, los mostraba en alto,
traba a mil leguas de distancia. La señorita Leonides galopaba como un trofeo, como un salvoconducto.
por lós senderos de la poesía. La señorita Leonides miraba y La señorita Leonides empezaba a comprender. Pero no se
remiraba unos signos que decían (si es que decían algo): daba por vencida. Seguía pataleando, por gusto, entre los hilos
de liga .
.8 "Du liebes Kind, komm, spiel mit mir, -Quisiera saber quién te ha dado ese dinero.
~
u Gar schone Spiele spiel ich mit dir. .. " Los ojos de Cecilia le comían toda la cara. Balbuceaba:
llJ
V)
-Pero mamá ... pero mamá ... fui al Banco ... al Banco ... al
.S! Cecilia se sentó junto al ventanal, como resignada a esperar Banco ...
t::
o todo el tiempo que fuese necesario el regreso de la señorita El espíritu de la señorita Leonides era un calidoscopio zaran-
E
~ Leonides . Pero así no se puede leer. No se puede leer con deado por brutales manotazos . Un golpe, un dibujo; otro golpe,
~ alguien que nos vigila. La ensimismada lectora de Goethel 1 se ¡. otro dibujo.
tumbó de costado, le volvió la espalda a aquella inoportuna -¿Me juras que no has ido a encontrarte con ningún hombre?
t'
criatura, con un regio ademán dio vuelta la página, se topó con ['
Cecilia palidecía, temblaba, parecía abrumada por aquella
nuevos jeroglíficos, tan fasdnantes como los anteriores: acusadora interrogación.
f· -Pero mamá, pero mamá-protestaba débilmente-, ¿qué
"Es war ein Koning in Thule, dice?, ¿con qué hombre?
Gar treu bisan das Grab,
Dem sterbend seine Vhule
~ En el calidoscopio se formaba el arabesco rojinegro de un
dolor que quería propagarse hasta todo.s Jos_confines, consumir
Einem goldnen Becher gab ... " el universo, devorarse a· sí mismo. ·-
-¿Quién es ese Fabián? Contesta. ¿Quién es? ¿Dónde se
Ella también estaba dispuesta a esperar. ven? No te quedes callada, no finjas que no comprendes.
Pero transcurrió casi un cuarto de hora, ya llegaba a la últi- -Mamá, mamá, cálmese -sollozaba Cecilia.
ma págir:ia del libro y esa idiota seguía muda. -No quiero calmarme, quiero que me contestes. Te he pre-
- ¿Te figuras que no sé de dónde vienes? -gritó de pronto la guntado quién es Fabián.
señorita Leonides sin dejar de leer. -No sé, no sé ...
Cecilia se puso de pie como izada con una cuerda, pero no (Dios mío, esa cara demudada, esos ojos, esas manos que se
contestó. retorcían, ¿podían ser obra de la simulación? Pero sigamos tor-
-¿Te figuras que no lo sé? -repitió fo señorita Leonides, al turando, sigamos torturándonos. Y después, del otro lado, la
tiempo que le echaba una rápida miradita desdeñosa. felicidad de perdonar, de reconciliarse, de llorar juntas.)
-Hipócrita. No te creo. Mientes. Para que sepas, he encon-
11 Goethe (1749-1832): poeta, dramaturgo, novelista, filósofo, ensayista e his- trado la carta de Fabián y la he leído.
toriador alemán considerado uno de los escritores más importantes de la lite- -Mamá, mamá -lloraba Cecilia-, ¿qué carta?
ratura ·universal. Algunas de sus obras son: Las cuitas del joven Werther y
Fausto. -Ah, ¿todavía lo niegas? - y ella ya no podía más, ella tam-
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1 :J'
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!\\.~·,
bién lloraba-. Ahora verás. tJñf~~~ 1\nal trágico, poblado de muertes, separaciones, sui- ".·
~l\t~ ~ de ahí provenía la locura de la infeliz muchacha. La
'1 ·,
Rompió violentamente el capullo de. sábanas donde ~\b"'Et~SJ1tSJ\1-S. \.
gusanos maduraban, y no una mariposa, sino un águila leva~ ·~~·ita Leonides se ¡:rrometió 1 con el tiempo, averiguarlo. /'\h, \''
vuelo. Y ya corría como una enajenada hacia el dormitorio veci~ .~ os\:. e\ \unes próx\mo estar'la a\ert.a. ?01:a.,ue 1d.e toó.os moüos1
no cuando, de golpe, se detuvo. Pues un recuerdo, un recuerdo no se pod\a c:on1iar demasiado en esa ea.,u\voca \oven.
delgadísimo, apenas una astilla, una viruta, se había encendido Resumiendo: ella se quedaba.
entre Ia hojarasca de sus desaforados pensamientos y les había
.8 prendido fuego. La hoguera de la revelación la envolvió como a
~ una mártir. ¡Ah, Leonides, Leonides Arrufat, tonta, mil veces
u
.
'
¡,
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V)

.S!
tonta! ¿Qué estaba por hacer? Pero si la carta de Fabián no era
reciente, una película de polvo la cubría como a todos los obje-
;í .. !.::::
il o tos de aquella habitación clausurada sin duda desde -hacía var-
1 E ios meses. De modo que el idilio con Fabián tampoco era
I'
'~ 8 reciente, los·eñcuentr-os .de Fabián no ·eran de ahora, el lunes
próximo era un lunes ya pasado. Y la arpía no era ella, era otra.
Pasó otra vez delante de Cecilia, se refugió nuevamente en su
1 capullo, se sintió avergonzada y locamente feliz. Le parecía
r haber sorteado un grave peligro. Cerró los ojos. Estiró los bra-
zos. Bajo las sábanas, sus dedos tropezaron con los dos sobres
cii:'igidos a Cecilia.
r -Querida -musitó con la voz gemebunda de un convale-
.
1
ciente-. Queridita. \
ilI·
¡!
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"
Y cuando Cecilia acudió a su lado, con un quejido de total
rendición le entregó los sobres. Pero la muchacha ni siquiera los
miró. Sus ojos lkuosos estaban fijos en la encogida crisálida. La
l
1
aborrecible sonrisa volvía a espejearle entre los labios. l
-Mamá -barboteó-, ¿quién es? ... ¿quién es Fabián?
La señorita Leonides se ruborizó y no supo qué responder.
-Hijita -dijo aturdidamente, sin saber lo que decía, tanto
como para salir del paso-, hijita, tengo hambre.
Cuando se quedó sola reflexionó.
Quién es Fabián, quién es Fablán. En la carta la llamaba
"querida Cecilia", la tuteaba, daba por sobrentendida una con-
fianza, una intimidad, citas, encuentros, aquella conspiración
del lunes. "Tuyo, Fabián." Pero, al parecer, el tal Fabián había
sido expulsado de la memoria de Cecilia. Quizás. el idilio habría
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~r-~
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1

Al lunes siguiente no pasó nada. Cecilia casi no se separó.de -¿Estás sola, Cecilia?
su lado, ni dio muestras de ansiedad. Apenas salía del dormito- Y en seguida la misma voz, u otra, igualmente túrgida de
rio, la señorita Leonides se ponía a atisbar desde el balcón. recelo, excretó estas palabras, que provocaron en la señorita
Nada. Ninguna señal, ningún muchacho apostado en la vereda Leonides como un espeluznamiento de horror.
de enfrente. Cuando llegó la noche, la señorita Leonides respiró. -¿Estás sola, o has vuelto a las andadas?
Pero dos días después reaparecieron Encarnación y Transcurrieron varios minutos sin que se oyese ningún ruido,
Mercedes, y el implacable helicoide que arrastraría a la señorita sin que las viejas o Cecilia hablasen ni, al parecer, se moviesen.
.8 Leonides hasta el crimen comenzó a girar. Pero de pronto la señorita Leonides advirtió, espantada, que el
~ La señorita Leonides estaba encerrada en el dormitorio, picaporte de la puerta del cuarto de baño giraba, una mano
u
(l.J
V) esperando que las dos viejas lumia.s se fueran. Se preguntaba trataba de abrir esa puerta, la dueña de la mano adivinaba que
.S2 qué robarían esta vez. y de pronto escuchó, muy cerca, las había alguien encerrado allí. (La señorita Leonides podría haber
e:
o hecho en ese momento una aparición espectacular. Pero eso lo
voces de las visitantes. Tuvo aperias el tiempo necesario para
E encerrarse bajo llave en el cuarto de baño. Desde allí lo oyó pensó mucho después. Ahora sufría una especie de vahído. Los
~
todo . azulejos resplandecieron. La bañera, soltándose, osciló en el
~
Oyó que entraban coceando en el dormitorio y hablaban a aire como una góndola en el agua. El bidet desapareció. En
gritos, como si estuviesen enfadadas. El balido de Encarnación medio de esas fantasmagorías oyó otra vez el ruido de cascos
dominaba el tumulto. que se alejaban. Luego nuevamente el silencio.)
-¿Y por qué vas a impedirnos que visitemos la alcoba de tu Debió aguardar más de media hora antes de decidirse a salir
pobre. madre? -decía- . ¿Puede saberse? Fuimos sus mejores de su escondite. Cuando abrió la puerta, dio de bruces con la
amigas, no te olvides. Sus hermanas, casi. O más. Ah, qué bien. mirada de Cecilia. Por lo visto estaba allí, de pie en el centro del
Has encendido fuego. ¿Y para qué, fuego, si no hace frío? Vaya dormitorio, esperando que saliese. Se -miraron. Los ojos de la
un capricho. ¿Qué estaba diciendo? Ah, sí, que no te olvides. En señorita Leonides habrían hecho bajar la vista-·a -un santo del
lugar de dejar que todos estos vestidos, permíteme, que todos cielo. Pero la muchacha permaneció tan pimpante. Todavía
estos vestidos, fíjate, Merceditas, se conviertan en harapos, bien más, se sonrió. Se sonrió con aquella sonrisa solapada, de cóm-
podrías regalarnos algunos. Este, por ejemplo. A mí me cae pin- plice, que ya una vez había hecho erizar de repulsión a la señori-
tado. O esta estola de lutre, que a corto plazo se apolillará. ¿Tu ta Leonides. Una vez, otra vez. Pero ahora el asco de la señori-
para qué la quieres? En cambio, ¡a Merceditas le hace tanta ta Leonides se había centuplicado, le embreaba todo el espíritu,
falta! No se hable más: tomo la estola para Merceditas y el vesti- la hacía sentirse casi enferma. No podía quitarse de los oídos
do para mí. Y casi casi este otro ... ¿Eh? ¿Qué hay? ¿Qué hay, aquella frasecita: "Has vuelto a las andadas". Se · adivinaba un
Mercedes? ¿Qué pasa con la cama de Guirlanda? ¿Que está abismo de abyección debajo de esas palabras. Y ella no quería,
tibia? ¿Quién está tibia? ¿La cama? ¿Pero cómo puede estar ella no podía asomarse al fondo de ese abismo.
tibia si hace más de una hora que ...? Pasó junto a Cecilia con el cuerpo tenso como si caminase
Súbitamente se hizo un profundo silencio. Y luego, en ese por un serpentario. Se dirigió hasta el otro extremo de la
silencio, una voz irreconocible (¿de Encarnación?, ¿de habitación, se sentó, tomó un libro, simuló hojearlo. Cavilaba.
Mercedes?), un murmullo empapado en las más tenebrosas Al cabo de un buen rato recogió el fruto serondo de sus me-
sospechas se dejó oír: ditaciones. Afectando indiferencia, y sin dejar de hojear el libro,
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\
\\
preguntó:
minuto, y \uego agregó·.
-¿Dónde viven Encarnación y Mercedes? -Voy a saHr sola, Cecilia.
Ninguna respuesta. La señorita Leonides, haciendo un gran Esperó otro minuto. ¿Nada? ¿Ninguna pregunta? ¿Ninguna
i
¡ esfuerzo, tuvo que volverse y mirarla. Sólo entonces la joven objeción? ¿No le impediría salir? Entonces, manos a la obra.
1 masculló entre dientes: · Fue en la puerta de calle, y a punto ya de despedirse, cuan-
-Calle Cochabamba.
V
¡· El rostro de campesina estaba raro. Tenía un rictus, una
do Cecilia, que la había seguido pisándole los talones y envuelta
en un aire taciturno , dijo de pronto, tan quedamente que ella
l. .8 crispación que la señorita Leonides no le conocía. Sintió miedo, casi no la oyó:
~
u
<:¡,¡
y P~-Ql ocultarlo fingió impacientarse. -Mamá, vuelva .. . vuelva ...

:_ya sé que en la calle Cochabamba. Pero pregunto el Y le enganchaba unos ojos ulcerados mientras la sonrisa
.~
s::: número. Ya no me acuerdo. Hace tanto tiempo que ... parecía desmentir el dolor de la mirada. La señorita Leonides
o Hizo un ademán en el aire, no supo cómo proseguir, se calló
t: sintió que se le encogía el corazón. Improvisó como pudo una
~ y miró por la ventana. cara apacible y se echó a reír.
· -<:¡,¡
u Cecilia salió y volvió . ~n seguida, se plantó al lado de la -Pero claro que volveré. Qué ocurrencia.
señorita Leonides, la señorita Leonides miró los zapatos de Había andado unos metros por Suipacha en dirección al Sur
aquella muñeca repentinamente temible, entrevió que con la cuando Cecilia lanzó un grito. Dios mío, ¿qué le pasaba ahora?
punta de los dedos le estaba ofreciendo un papel, lo tomó y lo La señorita Leonides se dio vuelta y con ella doscientos
leyó: "Domicilio de E. y M. Cochabamba 1522. Buenos Aires". transeúntes. Y todo , ¿para qué? Para que esa desdichada le
La letra era torpe y agigantada. La señorita Leonides gargarizó hiciera un exagerado saludo con · ambas manos. Está bien,
¡:
ji

un "muchas gracias" y siguió hojeando el libro.


'" adiós. La señorita Leonides prosiguió su marcha y a poco se
Un incómodo silencio, como una tercera presencia invisible, perdió entre la multitud. ·
se instaló entre las dos, y durante todo aquel día le impidió a la A medida que se alejaba, y libre del asedio de Cecilia, la
señoritaLeonides articular una palabra. Cecilia también se man- antigua Leonides Arrufat revivía en la falsa Guirlanda Santos, su
tuvo muda. (Pero qué suplicio, qué suplicio el de esos ojos que espírit~ cobraba fuerza. Se sentía crecientemente intrépida, lúci-
se rehuyen, se buscan, se separan, se acosan, se vigilan, da y segura de sí misma. ~e había vestido como la muerta, se
merodean, espían, languidecen, se aduermen, despiertan, había peinado como la muerta; estaba, pues, disfrazada. Y
resucitan, se estudian, se exasperan, se desafían, chocan, ¿orno a todos· los disfrazados, el disfraz le aseguraba la audacia
luchan, se agreden, sucumben, piden perdón, huyen y vuelven y al mismo tiempo la impunidad . .Por lo demás, lo tenía todo
a buscarse para empezar otra vez). muy bien pensado.
A la tarde siguiente, después de la siesta, la señorita Leonides Cochabamba 1522. Una casa de una sola planta, con un
se puso a examinar los faisanes del store como si fuesen un frente verde oliváceo asperjado por las lluvias y los perros. La
mapa o un horario, y de golpe y en un tono capitoso que no puerta de calle, abierta,, dejaba ver un corredor á cuyo extremo
admitía réplica anuncio: hflbía, otra puerta, cerrada. La señorita Leonides tocó el timbre.
-Cecilia, voy a salir. Nadie salió a atender. Entró y tocó otro timbre que había junto
Oyó a sus espaldas aquella respiración jadeante, anhelosa, a la segunda puerta. Oyó, dentro, lejos, un campanilleo, ladri-
ehtrecortada, como el primer día en el cementerio. Esperó un dos, una voz que la señorita Leonides reconoció en seguida y
58
59
...... ~ t
ll e

que canturreaba:
-Ya va, ya va ... las cosas en su sitio-. Y tenía otro color de ojos.
La puerta se abrió, y esa alma cándida de Mercedes, que Ahora las dos se dedicaban a puntualizar las diferencias, no
venía mascando beatamente un trozo de galleta, se encontró de creyese la desconocida que eran un par de tontas que se dejan
súbito y sin previa preparación frente al más allá. La mandíbula engañar así como así.
inferior se le desencajó; el trozo de galleta, a medio masticar, le -Guirlanda era más flaca-dijo Mercedes.
rodó por la lengua y cayó al suelo, su garganta exhaló un ester- -Sobre todo en los últimos tiempos .
.8 tor de estrangulamiento. Dio media vuelta y huyó, basculando -A causa de la enfermedad. Pero Guirlanda no era flaca-
~ afirmó Encarnación, calurosamente, como si ser flaca fuese un
l.J como un oso y gritando:
~
V)
-¡Encarnación! ¡Encarnación! vicio, y agregó, amablemente-: Además, usted tiene menos
.S2 cabello que Guirlanda.
t:: Ese primer triunfo envalentonó a la señorita Leonides, que sin
o -No, si ahora que la miro bien, usted es muy distinta.
E esperar a que la invitasen franqueó la puerta y se introdujo en la
~ casa. Se vio en una galería cubierta que bordeaba por dos lados -Natural. No sé cómo pudiste confundirte.
~ a un patio rectangular y a la que daban sucesivas puertas iguales -Es que en un primer momento ...
y ruinosas. Una de esas puertas se abrió y -Encarnación Hasta que cayeron en la cuenta de que tenían a la visita de
delante, Mercedes detrás- las dos culpables comparecieron pie y en la galería.
ante aquella figura de ultratumba que seguramente venía a ajus- -Pase.
tarles cuentas. -Pase.
Pero tan pronto como se acercó, la cara de Encarnación se Entraron en un cuarto a oscuras y con olor a gato, Mercedes
corrompió en una sonrisa que parecía un bostezo reprimido, se alzó un postigo, la luz de la tarde iluminó crudamente una sali-
volvió hacia Mercedes y le habló en voz baja. Luego se dirigió a ta amueblada con un gusto detestable. Y lo primero que vio la
la aparición. señorita Leonides fue una muñeca holand~sa que con la boca
-¿Qué se le ofrece, señora? abierta, con los ojos abiertos, con los brazos -~biertos, damabá
La señorita Leonides entrecerró los ojos y dijo: a gritos por que la librasen del horrible sofá donde la habían sen-
-Soy la prima de Guirlanda Santos. tado y la devolviesen junto a sus hermanas, a una repisa, a un
Encarnación se volvió nuevamente hacia Mercedes: muerto dormitorio clausurado donde había un secrétaire donde
-¿Viste? había una carta donde había un nombre, Fabián.
Y otra vez a la señorita Leonides, al tiempo que le tendía una La visita y las dos dueñas de casa se sentaron en sillones de
lánguida mano invertebrada: cretona, se miraron, se sonrieron, se estudiaron; la muñeca
-Tanto gusto. Como usted es tan parecida a la difunta, esta pareció callarse y ponerse a escuchar, y una suculenta conver-
zonza se asustó. sación se inició entre la sedicente prima y las dos mejores ami-
Mercedes se adelantaba, cohibida y sonriente, y tendía, ella gas de la difunta Guirlanda Santos.
también, el gordo batracio de la mano: -Encarnación: Así que usted es prima de la pobre Guirlanda.
-Tanto gusto. Sí, cuando la vi la tomé por la finada. -La Prima de La Pobre Guirlanda: Prima segunda.
-Sólo que Guirlanda era un poco más baja que usted - -Encarnación: ¿Por el lado de la madre?
observó Encarnación, con un aire de persona que quiere poner -La Prima: Del padre.
60 -Encarnación: Así que usted también se llama Santos. De
..,'l t

!' 1¡ apellido, dijo. modos Cecilia conocía mi dirección; pudo mandarme una tarje-
'i -La Prima: Naturalmente. ta, avisándome. Digan que tuve que venir a Buenos Aires.
'l 1 -Mercedes: Entonces usted tendrá un nombre de lo más Porque como quedé viuda ...
! estrafalario, como todas las Santos. Papá decía que los sacaban -Encarnación: Ay, caramba. La acompaño en el sentimiento.
1: de las novelas. -Mercedes: La acompaño en el sentimiento.
1¡i¡ • -La Prima: Ah, sí. ¿De las novelas? Bueno, el mío no. El mío -Anabelí: Muchas gracias. Muchas gracias. Como quedé
1/ ' lo sacaron de un libro de versos. Yo me llamo Anabelí. viuda hace cinco años, decidí mudarme a la Capital. Y natural-
.8 -Mercedes: ¿No digo? mente, después de tanto tiempo, yo no soy rencorosa, lo
v~
QJ -Encarnación: ¡Mercedes! Es un precioso nombre, Anabelí. primero que hice fue ir a lo de Guirlanda. Y me encuentro con
vi Y usted, de Belena, ¿qué viene a ser? que había muerto .
¡ .S! -Anabelí: ¿Yo? ¿De Belena? Pues ...
J' t::: -Encarnación: No se imagina lo que sufrió, pobre Guirlanda.
o

1 e
~
-Mercedes: Tía. Porque si usted es prima de Guirlanda, y
Guirlanda era tía de Belena, usted tiene que ser también tía de
No sé si Cecilia le habrá contado.
-Anabelí: Muy poco.
1 ¡,!.:·:: QJ
·u Belena. _ ... __ -Encarnación: Murió de cáncer. Los últimos tres años los
111

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.
-Anabelí: Naturalmente. Pero no tía camal, sino de tercer pasó encerrada en aquella casa. No quería recibir a nadie, ni a
'i , 1'
grado. nosotras, con eso le digo todo. Ni al médico. Despidió hasta a
l"
11
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1

- Encarnación: ¿Y cómo es que Guirlanda nunca nos habló las sirvientas. Decía que querían envenenarla.
"
111
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J
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r de usted? -Anabelí: ¿Y quién la atendía?
'i 1
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-Anabelí: Querida, no dudará ... · -Mercedes: Cecilia.
1 j, -Encarnación: No, si no dudo. No hay más que verle la cara. -Encarnación: Cecilia. Le hacía de enfermera, de cocinera,
I'
Pero que extraño, Guirlanda decía que, salvo Belena, no queda- de mucama, de todo. No podía dejarla sola ni un minuto, porque
'
1

'¡ ba nadie de la familia Santos. Y como Jan había venido solo a al volver la encontraba deshecha en lágrimas y gritando que se
/¡ América, decía que ella y Cecilia estaban solas en el mundo. moría. Se tiene ganado el cielo esa chica, créamelo.
" ¡ Porque a Belena no la contaba, usted sabe. -Anabelí: ¿Y Cecilia sabía que su madre ... ?
-Anabelí: A mí tampoco me contaba, querida. -Encarnación: Cómo no iba a saberlo. Y por eso se consagró
-Encarnación: Ah. a endulzar los últimos años de Guirlanda con una abnegación
-Mercedes: Ah. que a esta y a mí nos arrancaba lágrimas.
-Anabelí: Hubo ciertos disgustos, ciertas cuestiones de -Anabelí: Hasta que se murió.
familia, de las que prefiero no hablar. -Mercedes: Hasta que se murió, pobre Guirlanda.
-Encarnación: ¿A causa de Jan? Lo mismo pasó con -Anabelí: Casi fue una liberación para las dos.
Belena. -Encarnación: Sí, pero de todos modos representó un golpe
--Anabelí: Fíjense que ni siquiera me avisaron que Guirlanda terrible para Cecilia. Adoraba a la madre. Me acuerdo la noche
había muerto. del velorio. Estaba allí, junto al cajón, con una cara que daba
-Encarnación: Como a Belena. miedo. Para mí que desde entonces empezó a trastornarse. Le
-Mercedes: Belena se enteró por los diarios. diré que al velorio no asistimos más que ésta y yo. Porque ami-
.. ,
I' -Anabelí: Cierto que yo vivía en Córdoba. Pero de todos gos no tenían, usted sabrá que raro era Jan, con sus manías, las
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ciencias ocultas, los rosacruces. Y en cuanto a Guirlanda, no -Encarnación: Como usted. Pues Belena se quedó a vivir
digamos. Y los pocos que tenían, con el encierro y las rarezas con Cecilia.
de Guirlanda se alejaron. Únicamente nosotras dos les per- -Anabelí: ¿Ah sí? ¿Belena? ¿Belena se quedó a vivir con
manecimos fieles. Parientes, estaba usted ... Cecilia, allá, en la casa de Suipacha? Pero ya no vive más.
-Anabelí: En Córdoba, sin enterarme de nada. -Encarnación: No. Ya no.
-Encarnación: Y estaba Belena. Nunca imaginamos que -Anabelí: ¿Qué pasó? ¿Se pelearon?
Selena vendría al velorio de su mortal enemiga. -Encarnación: Usted pregunta qué pasó .
.8 -Anabelí: Pero vino. -Mercedes: ¡Dios mío!
~
~ -Encarnación: Vino. Yo, cuando la vi aparecer, me quedé -Anabelí: Vaya, ustedes me asustan.
V) muda. -Encarnación: Es que ciertas cosas no son fáciles de contar,
.~
t:: -Anabelí: ¿Y cómo está, Belena? señora.
o
E -Encarnación: Siempre tan hermosa, tan distinguida ... -Anabelí: Querida, yo soy de la familia. Y ustedes, como si
~ -Mercedes: Dirán lo que dirán de Belena, pero ... lo fueran. Ustedes son más que parientas.
~
u -Encarnación: ¡Mercedes! Lo que pasa es que Belena es una -Encarnación: Entonces, con su permiso. Nosotras, después
mujer demasiado atractiva, y eso siempre despierta envidias y de la muerte de Guirlanda, íbamos frecuentemente a visitarlas.
habladurías. Y disculpe, no lo digo por Guirlanda, que en paz Belena nos recibía amablemente.
descanse, pero de Belena se ha.hablado mucho, se han conta- -Mercedes: En cambio Cecilia ...
do horrores , pero a mí no me consta. Usted la hubiera visto -Encarnación: ¡Mercedes!
aquella noche. La besó a Cecilia, nos besó a nosotras dos, miró -Anabelí: Diga. ¿Cecilia, qué?
un largo rato a la finada, varias veces se llevó el pañuelo a los -Encarnación: Esta quiere decir que Cecilia no hablaba
ojos. Si fuese la mujer que dicen, no hubiera derramado una jamás, no abría la boca ni para preguntarnos cómo andábamos
lágrima por Guirlanda. de salud, o cómo estaba mamá. Porque ust.~c:i sabe que tenemos
- Anabelí: ¿Y desde entonces no la han vuelto a ver? a mamá paralítica. ·
-Encarnación: Pero, ¿cómo? ¿No sabe? -Anabelí: ¡Ah, qué pecado!
-Mercedes: ¿No sabe? -Encarnación: Nunca. Ni una palabra.
-Anabelí: No. ¿Qué? -Mercedes: Sale al padre. Usted lo habrá conocido a Jan.
-Encarnación: ¿Cecilia no le ha contado? Nosotras le teníamos una rabia.
- Anabelí: Nada. -Encarnación: ¡Mercedes!
-Encarnación: Pues verá. Como Cecilia se había quedado -Anabelí: Pero Belena ...
sola, y como Belena también estabé! sola, porque enviudó hace -Encarnación: A eso iba. Nosotras la notábamos preocupa-
unos años ... da a Belena. Una tarde nos acompañó hasta la esquina y nos
- Anabelí: Como yo. contó rápidamente algunas cosas. .Primero la tacañería de
-Encarnación: Como usted. Es la ley de la vida. Y como al Cecilia. Fíjese que le controlaba hasta el último centavo. En eso
fin y al cabo, y a pesar de las rencillas, Cecilia y Belena eran pri- tiene razón Mercedes. Sale a Jan. Pero lo más grave era lo otro.
mas carnales, y como Belena tampoco es rencorosa ... r Sí, las salidas de Cecilia. Salía por ejemplo una tarde y no volvía
-Anabelí: Como yo. hasta la noche. Belena le preguntaba: "¿De dónde vienes, queri-
64

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i;.

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nada para más de un aventurero. Y si era un novio como Dios


li ¡'
da?", pero la otra no se lo decía. Y Belena, lógicamente, manda, ¿por qué lo ocultaba? ¿Por qué no la visitaba en su
1 .
sospechaba que aquellas salidas no presagiaban nada bueno. casa, delante de Belena?
t Pero ¿qué podía hacer?
1i
I,
-Anabelí: Eso es cierto.
1 . -Anabelí: Pues yo, en el lugar de Belena... -Encarnación: Fíjese que Belena no había logrado que
-Encarnación: Usted sí, querida. Usted no vive a costa de Cecilia le confiase a dónde iba cuando salía sola por las tardes .

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1 ¡
Cecilia, como vivía Belena. Porque la pobre Belena no tiene Y todavía más: una vez Cecilia se había enojado y la había lla-
! .•
dónde caerse muerta. Además, usted es la tía, es una persona mado arpía.
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.8 madura ... -Anabelí: ¿Arpía? ¡Mire qué bien!
1:
~ -Anabelí: ¿Y Belena? ¿Acaso Belena es una chica?

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-Encarnación: ¿Cómo, qué bien?
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V) -Encarnación: No, pero ... -Anabelí: Digo, ¿y ustedes? ¿No hicieron la prueba de
r:::i -Anabelí: Tenía el deber de dirigir los pasos de su prima
·eo hablar con Cecilia?
menor de edad. -Encarnación: Pero si esa muchacha estaba siempre en otro
E: -Encarnación: ¿Cecilia? ·'' mundo. Usted trataba de sonsacarle algo y era como dirigirse a
i/,l.
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~ -Mer.ce_d~~: .¿Cecilia, menor de edad? ·· una pared. Además, no podíamos dejarla mal a Belena des -
~P
¡1· -Anabelí: ¿O no? No sé, no tengo memoria para las edades. cubriendo que nos hacía confidencias. La propia Belena nos
1
1 ,r; .. -Encarnación: Cecilia ya ha cuf11plido los veintitrés. había pedido discreción. Y si usted me permite decírselo todo, le
11 1.

1i\ iJ.!: -Anabelí: Dorremifá. ,.~ diré que Cecilia nos tenía cierta ojeriza, no sé por qué.
ll ¡:.I -Encarnación: ¿Decía? - Mercedes: Entre Jan y Guirlanda le habían metido en la
-Anabelí: No, nada. cabeza la idea de que nosotras ...
¡ ·ll' -Encarnación: Claro que no los aparenta. -Encarnación: ¡Mercedes! Lo que pasa es que Cecilia ya no
~1 . -Mercedes: Los locos nunca aparentan la edad. estaba en su entero buen juicio. A·veces las personas así, un
¡ ¡
.¡¡ -Encarnación: ¡Mercedes! poco trastornadas, le toman odio a alguien sin motivo, porque sí.
!•
!' -Anabelí: Siga contándome, querida. -Anabelí: Es verdad. ¿Y después?
1

,.,, -Encarnación: Un día que fuimos a visitarlas, Cecilia no -Encarnación: ¿Después?


~!
estaba en casa. Yo, esta y Belena conversábamos lo más tran- -Mercedes: ¡Ay, Dios mío!
.:
j ~ quilas en el comedor. Y de golpe Belena que se pone a llorar. -Encarnación: Después ocurrió lo que temíamos que ocu-
"' · Imagínese nosotras. Nos contó que revisando unas ropas de

1 ,, rriese. Fue una tarde. Habíamos quedado en que yo acom-
Cecilia había encontrado una foto. "Esta", dijo. Y nos mostró la pañaría a Belena hasta el consultorio del doctor Criscuolo, usted
'
fotografía de un muchacho rubio, joven, nada feo, pero con unos lo habrá oído nombrar, un sabio, especialista del corazón. Sí,
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!: 1 ,.
ojos ... Al dorso de la foto estaba escrito: "F. a C.". pobre Belena, creía estar enferma del corazón. Me pidió que la
-Anabelí: ¿Y por eso lloraba Belena? acompañase porque yo le había dicho que conocíamos a
-Encarnación: Natural. Criscuolo desde chicos. Convinimos en que yo la pasaría a bus-
-Anabelí: No era para tanto. Un novio lo tiene cualquier
muchacha.
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car. .Y así fue. Eran las cuatro de la tarde. Me acuerdo de que antes
de frnos Belena le dijo a Cecilia: "No sé qué me da dejarte sola".
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-Encarnación: Sí, pero Cecilia no es cualquier muchacha. !'. Fíjese, parecía que presentía algo, pobre Belena. En cambio yo
i. ; ~: Piense en su fortuna. Piense en su forma de ser. Mire qué car- · 67
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me reí y le dije: "Pero si en un momentito vamos y venim.os. gritó, como si temiese que Belena fuera a castigarla, o a matar-
Quién la va a comer". El doctor Criscuolo atendió a Belena a la. Algo muy extraño. Pero Belena, aparte de poner aquella
eso de las seis. Le dijo que lo del corazón no era nada. Después cara, no hizo nada. Se quedó inmóvil. Y de golpe salió de la
nos fuimos a tomar el té a Los Dos Chinos12. Estábamos sen- habitación como un huracán. Yo la seguí. Cruzó la antecámara
tadas, lo más bien, cuando Belena empezó a ponerse nerviosa, y entró en el dormitorio de Guirlanda. Y yo detrás. Se puso a
y a decirme que el día anterior Cecilia había recibido una carta, revolver todos los muebles. Y yo también.
y que ella estaba preocupadísima, porque sospechaba por va- -Anabelí: ¿Qué buscaban?
.8 rios indicios, que su prima andaba en amoríos, y que etcétera, -Encarnación: Las joyas de Guirlanda, las libras esterlinas,
~
~ etcétera, y que habíamos hecho muy mal en dejarla sola tanto los soles peruanos, los mejicanos de oro, todas las monedas que
V,
tiempo. En resumidas cuentas: con el té con leche en la gar- colecdonaba Jan, una fortuna .
.9 ganta tuve que levantarme y acompañar otra vez a Belena hasta
1::: -Anabelí: Habían desaparecido.
o su casa. Cuando llegamos ya era de noche. La puerta de calle
E -Encarnación: Todo. Belena dejó de buscar. Estaba hecha
~ estaba entreabierta. Entramos. Todo é\ oscuras. Belena un demonio. Se mordía los labios, las manos le temblaban, e-
~ enciende luz y vemos algunos muebles con los cajones abiertos, chaba lumbre por los ojos. ¿Cómo te dije que hacía, Mercedes?
un sillón volcado, colillas de cigarrillos por el suelo. Belena -Mercedes: Uuuuh, uuuh, así, como si soplase.
empezó a gritar: "¡Cecilia! ¡Cecilia!". Cecilia rro aparecía. Yo -Encarnación: Después, sin siquiera mirarme, huyó a la
estaba muerta de terror. "Llamemos a la policía", le dije a planta baja. Yo no sabía qué partido tomar. Estuve un rato
Belena. Pero Belena seguía gritando: "¡Cecilia! ¡Cecilia!". deambulando por el dormitorio de Guirlanda por la antecámara.
Recorrimos toda la planta baja, y ni rastros de Cecilia. Belena No me atrevía a entrar en el cuarto de Cecilia. Por fin me decidí
me arrastró escaleras arriba. Yo no quería subir, porque estaba y busqué a Belena. La encontré en la cocina, llorando como yo
segura de que la encontraríamos en medio de un charco de san- jamás he visto llorar a nadie. Al verme dejó instantáneamente
gre, degollada, apuñalada. Pero Belena me obligó. La puerta de de llorar, me volvió la espalda, y en un tono un pqs;o seco, es la
su dormitorio estaba cerrada con llave, aunque con la llave E' verdad, me dijo: "Encarnación, se lo ruego, que nadie sepa lo
puesta en la cerradura y del lado de afuera. Abrimos, y ahí esta- " que ha ocurrido en esta casa. Se lo pido por la memoria de
ba Cecilia. Guirlanda. Y ahora váyase. Váyase y déjeme sola". Me pareció
-Mercedes: Viva. que el dolor la volvía un poco grosera. Pero se lo perdoné. Y
-Encarnación: Qué novedad. Claro que viva. ¡Pero en un como no soy de las que se hacen repetir dos veces las cosas,
estado! Temblaba como un perro rabioso, tenía la vista extra- allí mismo me fui.
viada, el pelo en desorden, la ropa desgarrada. Y la cama, si -Anabelí: Querida, una pregunta. ¿No se acuerda si el día en
usted me entiende, también. Toda revuelta. que bueno, pasó lo que pasó, era lunes?
-Mercedes: Cuéntale lo de Belena. -Encarnación: Espere. Criscuolo atiend.e lunes y jueves.
-Encarnación: Al entrar en el dormitorio de Cecilia y ver -Mercedes: Jueves no era, porque si hubiese sido un jueves
aquel cuadro, Belena sufrió una transformación. Puso una cara yo habría ido a la Misión, y en cambio me quedé en casa.
que yo jamás olvidaré mientras viva. Hasta se volvió fea, no sé -Encarnación: Entonces sí fue un lunes. ¿Cómo lo sabía?
sí me explico. Una cara tan espantosa que Cecilia se encogió y -Anabelí: No, nada. Pero siga, querida.
-Encarnación: Ya queda poco. Cuando al día siguiente volví
68 12 Los Dos Chinos: conocida confitería de Buenos Aires.
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,,. con esta encontramos a una Belena de piedra, que tasi' FtQ'~f:I;:<¡>~ ~abe\\:. ~c:it e\ c:.an.\1:0.\:\a, \a sa.'ne m\1~ 'n\.en..
1¡ habló, que abrió la boca sólo para pedirnos otra vez reserva. ~-{\\~.:a.'t\\a<:.\ém.:. \...e a.ó.,Ael:\a (\\le s\. esa. c:.\:\\.\\a.ó.a \e \:\a. \ó.o c:.on
1 Nosotras estábamos impresionadas viéndola así. \:ústm\as ...
-Anabelí: ¿Así? ¿Cómo?
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' -Encarnación: Hecha un guiñapo. Ella, tan arrogante. Y
todavía más: cuando le preguntamos por Cecilia, nos gritó que
-¡Anabelí: Ninguna historia. Cecilia no me ·ha contado nada.
-Encarnación: Pero entonces, en concreto, ¿a qué se
refiere?
-Anabelí: Me refiero, en concreto, a varias chucherías del
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no se la nombrásemos, y se puso a solJozar. Le repito que
estábamos impresionadas. comedor. Me refiero, en concreto, a una estola de Iutre. Me
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\..J -Anabelí: ¿Y Cecilia? refiero en concreto, a varios vestidos de Guirlanda. La persona
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-Encarnación: Esa tarde no la vimos. Dos días después las que ayer estaba encerrada en el cuarto de baño era yo.
.~ -Encarnación: ¿Usted?
I¡' b t::: visitamos nuevamente, pero Belena ya no estaba más. En cuan-
1
1·.¡¡1 o to a Cecilia, nos recibió con una cara de loca que producía ho- -Mercedes: ¿Usted?
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. .~,

~ rror. Disparataba, decía que su pobre madre había salido y tar- -Anabelí: Finalmente: me refiero, en concreto , a esta muñeca.
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ti
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.! :
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·u~ daba en v9ly_er__y que tal vez se habría perdido y que ella debía -Encarnación: Ah, no permítame. Esta muñeca me la regaló
ir a buscarla ... Partíci'E:~I alma oírla. Belena.
1
11
l.. i -Anabelí: De modo que Belena abandonó a Cecilia cuando -Anabelí: ¿Y con qué derecho Belena regala objetos
'I la muchacha más la necesitaba. pertenecientes a su prima sin el consentimiento de esta? De
~ ·11 -Encarnación: Sí. También a nosotras nos llamó la atención. modo que, permiso. Y también este Buda.
1 ..
-Anabelí: ¿No volvieron a verla? -Encarnación: Eso sí que no se lo voy a permitir. El buda es
~ ~
-Encarnación: No, nunca. un regalo de casamiento de mi madre.
f'¡ . -Anabelí: ¿Y saben dónde vive? -Anabelí: Me lo llevo lo mismo. Va en lugar de la estola.
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1~
' -Encarnación: No. -Encarnación: Ah, no. Llamaré a la policía.
h" -Mercedes: No. -Mercedes: A la policía.
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-Encarnación: Intentamos sondear a Ceti!i?I a ese respecto, -Anabelí: Llámela. Yo la llamaré antes. Veremos qué le dice
i
íl I' pero fue inútil. usted y qué le digo yo.
~
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lt / ' -Anabelí: De modo que ni Belena ni ustedes hicieron ningu- -Encarnación: No levante la voz. Mi madre puede oírla.
1 na denuncia. -Anabelí: Entonces comience por bajarla usted. Y dígale a
~! ,,' .
·' I -Encarnación: Querida, ¿qué hubiéramos ganado? su hermana que termine con sus lloriqueos.
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-Anabelí: ¿Ustedes? Al contrario. Habrían perdido. -Encarnación: ¡Mercedes, callate!
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1,
-Encarnación: ¿Sí? -Anabelí: Y ahora, veamos: ¿qué más?
-Mercedes: ¿Perdido? -Encarnación: ¿Todavía hay más?
" -Encarnación: ¿Cómo, perdido? -Anabelí: Dinero, también dinero le habrán robado a aque-
ji
-Anabelí: Habrían perdido la oportunidad de seguir 'yendo a lla infeliz. O le habrán hecho firmar testamento a favor de us-
la casa de Cecilia a robarse cosas. tedes, legados falsos por los que pueden ir a la cárcel.
-Mercedes: ¿Eh? -Encarnación: ¿Pero qué está diciendo?
-Encarnación: No sé qué quiere decir, señora.
¡ -Mercedes: ¿Qué está diciendo?
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-Anabelí: Y bien, escúchenme. Les prohíbo volver por la
r Siempr~ disfrazada de Anabelí Santos, exhausta, desmem-
casa de Cecilia. Ahora estaré yo ahí, vigilando. Si vuelven, con brada, con todas sus fuerzas consumidas por la larga repre-
cualquier pretexto que sea, las haré detener. . sentación delante de las dos viejas bribonas (sobre todo por
-Encarnación: Basta, señora. Por piedad, basta. aquella escena final, cuando le pareció que con un bastón· de
-Anabelí: ¿Me han comprendido? hierro quebraba y quebraba infinitas formas de barro), la señori-
- Encarnación: Váyase, se lo ruego. ta Leonides se desplomó sobre su angosta camita y, sin ánimo
-Mercedes: Váyase, váyase. ni para pestañear, miraba con ojos de laca un rosetón del cielo
.8 -Anabelí: Ya me voy. Pero les repito. raso. En el suelo, descoyuntada en una postura inverosímil, la
~
~ -Encarnación: No es necesario. muñeca gemía. Más lejos, el buda sonreía y meditaba.
vi - Mercedes: No es necesario. Se fue la tarde, vino la noche, las sombras borraron el rosetón
.~ - Anabelí: Entonces, adiós.
i::: del techo, y la señorita Leonides seguía inmóvil como un tronco
o talado.
E
~ Hasta que -quizá fue un sueño, quizá no lo fue- se le figuró
~ que Anabelí Santos dejaba de ser una criatura fingida, cobraba
dimensiones reales, estaba ahí, viva, y le dirigía una suerte de
larga admonición.
Sí, Anabelí Santos le decía:
f -L~onides, está bien. Has descubierto que Cecilia tuvo un
embrollo de esos que tanto te disgustan. Las oíste, ¿eh?, a las
dos cotorras. Y ahora tú trazas una raya y escribes el resultado:
Cecilia es esto, Cecilia es aquello, no merece mi afecto, y en
consecuencia, lo mismo que Belena,.Ja é!bandono, no vuelvo
más por allá, el juego ha terminado. Leonides,-haces como los
demás. Como la madre, corno Fabián, como Belena, como
todos. Se acercan a Cecilia, abusan de ella (unos de una ma-
nera, otros de otra) y luego huyen (la madre huyó al otro
mundo, pero en el fondo es lo mismo). ¿Y tú, por qué? La his-
toria de Fabián te ha golpeado en los dientes. Lo comprendo.
Creías que la ruina de aquella casa, que el desvarío de Cecilia,
eran la obra del dolor del ángel, y ahora han venido las dos
momias a murmurarte al oído que no, que estabas equivocada,
que todo ha sido una tramoya de la bestia, una inmunda mixtu-
ra de sexo, lujuria, violación y robo. Y tú, asqueada, te alejas de
ese mico sarnoso. Está bien, pero reflexionemos. No compara-
rás a Cecilia, me supongo, con esas mujeres que se besan con
hombres en los paseos públicos y cuando te ven con tu soledad
72
r
1
y tu sombrero se ríen provocativamente. Esas mujeres son un hilo de saliva: "Si querés, puedo ir yo a visitarte". De pronto
1j'
i:
siempre bellas, altas, ·dueñas de sí mismas (todo lo contrario de se da un golpe en el muslo, se quita la máscara de compañero
Cecilia). Esas mujeres no se encierran en sus casas a cuidar · de juegos, se queda con el rostro de muchacho de las esquinas
!.
enfermos, no se atan al lecho de un moribundo que tarda tres al desnudo, masculla: "Pero qué broma, el lunes. El lunes estoy
años en morirse (ni tres años ni tres días). Sus muertos se de guardia". Durante uno o dos días trata de salvar el inconve-
mueren solos, maldiciéndolas, mientras ellas corren a abrazarse niente, lo consigue, escribe la carta: "Querida Cecilia. Tuyo,
con un joven apuesto que las espera en un parque, dentro de un Fabián". Cecilia imagina que tomarán el té juntos, se asomarán
B automóvil, en un lujoso departamento. En cambio, Cecilia es tu al balcón sobre Suipacha, quizá si él se lo pide, recite los versos
¡:: semejante, tu hermana de timidez y de martirio. Después de de Anabel Anabelí. Pero dentro de la casa profunda y acolcha-
!1' ~ aquellos tres años junto a la madre desahuciada, ¿qué supones da Fabián se metamorfosea en otro hombre, un hombre lívido
'l ~
,! -~ i •-. que le reservaría el mundo? Las mismas emboscadas que a ti. que ruge, que se echa sobre ella, que la arrastra a un pozo sin
I[ j¡ t::: A ti solfear con los mosaicos, hablar sola y poner una rama de fin, que la corta en pedazos, que la deslíe como un grano de tie-
. t!1
l r E
~
ortiga en la puerta de Natividad González. Y a ella caminar por rra en el agua y que después se va, se marcha, desaparece para

~
la calle con un aspecto de inmigrante polaca, y que un mucha- siempre. Y ella pierde la razón (las mujeres que son tus enemi-
·:1
11'1 cho de las esquinas Ja .v.~a y la siga. Y ya está. La trampa se gas no pierden la razón). Y loca y solitaria, levanta un recinto
' 1 abre, y Cecilia, sin darse cuenta, tiene un pie en el cepo. Habrá amurallado donde el sexo no tiene cabida, donde la be.stia de la
1)
111
'¡ j1 creído hallar, por fin, un camarada, un amigo joven, risueño, carne no puede introducirse. Es una ciudad consagrada al
1 'I con quien pasearse tomados de la mano, bajo los árboles, como ángel. Un santuario en el que no se oficia otro rito que el del más
111 I: habrá visto a tantos muchachos y muchachas de su edad; Y puro amor. Y es a ti, a ti sola, a quien le ha franqueado la entra-
¡I ¡; sobre todo, alguien sano, alguien fuerte, alguien que está libre da. ¿Qué más querías? Durante treinta años peregrinaste entre
!:¡ ·; de la mordedura del horrible cangrejo, y no huele a remedios, ni rechazos. Y ahora que habías sido admitida, te bastó saber
11 ji . a vejez, ni a muerte, sino a carne limpia y a juventud y a salud. sobre qué subsuelo de muertas escorias había sido edificada la
i ' Todo eso habrá sido Fabián para Cecilia. Y cuando Belena, esa ciudad para que, frunciendo la nariz, te alejes. Leonides, eres
:í' mujer madura y hermosa (de las que se besan en las plazas) una estúpida. Prefieres, por lo visto, este cuarto estrecho como
l quiere entrometerse, ella se defiende con su única arma: callan- una cárcel. Prefieres la compañía de la vincapervinca. Corre a
do. Callando y manteniendo apartado a Fabián. Porque si buscar a Natividad González. Y entretanto me parece estar vien-
Fabián conoce a Belena, se enamorará de Belena y a ella la do a Cecilia, de pie a la puerta de su casa, agitar una mano y
olvidará. Pero delante de él arroja todas las armas. Todas, hasta saludarte. Y en esa mano veo las uñas cortas y quebradas, veo
las uñas. Y le confía que su padre le ha dejado una colección de una ampolla, el estigma de una quemadura, apenas un enroje-
monedas de oro, y que la madre tenía alhajas que ya nadie usa, cimiento, nada.
que están guardadas en estuches, y que hasta hay dinero en Anabelí Santos, ya es suficiente. ¿No ves que las sábanas
todos los cajones. Y otro día le dice: "El lunes no podré salir. Mi han empezado a arder debajo de la señorita Leonides? ¿No ves
prima, que es una mujer de edad y muy mala" (mentiría, o no que ha creído escuchar un ruido, se ha incorporado, y sólo
mentiría) "tiene que ir a lo del médico y no puedo dejar la casa después de unos minutos ha comprendido que era su propio
!"
"f sola". Fabián tragaría el humo del cigarrillo, se miraría las uñas, sollozo lo que oyó? Ahora se levanta enciende la luz, mira el
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dejaría escurrir por la comisura de los labios un murmullo como l despertador (pero el despertador, privado de cuerda durante
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tantos días, ya no señala el tiempo, señala la eternidad), abre la Leonides Arrufat, Anabelí Santos, Guirlanda Santos, las tres
puerta, y olvidándose de ti y del meditabundo buda y de la: s,imultánea y alternativamente ríen y lloran y besan a Cecilia y
muñeca en la picota, sale como un ciclón. .; exclaman:
·La señorita Leonides cruza en tranvía una ciudad desconoci~ -¿A que no sabes a dónde he ido? A visitar a un médico
da. ¿Qué hora es? No lo sabe. Nadie lo sabe. Quizá sean las famoso. ¿Y a que no sabes qué me ha dicho? Que estoy cura-
once de la noche, quiza las cuatro de la madrugada. La impa- · da. ¿Comprendes, Cecilia? Ya no tendremos necesidad de vivir
ciencia la carcome. Mira por la ventanilla y no reconoce nada de siempre encerradas en este caserón. Ahora podremós salir,
B lo que ve. El tranvía llega a una esquina que copia, con varios pasear, ir al cine y al teatro. Tomaremos el té en una confitería,
~ cada día una diferente, donde haya música. Y nos compraremos
~
trastos viejos, la esquina de Sarmiento y Suipacha. La señorita

Leonides desciende. Ahora corre por un largo zaguán abando- cosas, muchas cosas, todas las cosas que nos gusten. Pero,
~ ¿qué tienes?, ¿qué hay? ¡Cecilia! ¡Cecilia!
·e:o nado. Desde lejos distingue la mole de la iglesia. Y enfrente, la
Cecilia vacila, su rostro se altera, parece dividirse en varios
casona. Y en la puerta, Cecilia. Cecilia está acurrucada en el
E umbral de la puerta como una mendiga. Tiene brazos y piernas rostros iguales que se superponen sin coincidir. Doblándose en
~
dos, vomita sobre la alfombra.
~ anudados como en un abrazo consigo misma. Mira hacia
Rivadavia. Mira el vasto Sur donde, hace horas, se internó -La señorita Leonides la carga en sus brazos (Guirlanda y
Guirlanda Santos. Es muy tarde, la ciudad se ha ido a dormir, Anabelí la ayudan) la lleva hasta el dormitorio, la deposita deli-
pero Cecilia sigue esperando. Guirlanda Santos lé prometió cadamente sobre el lecho, la desviste, la acuesta, va a decirle
volver. Y ella la espera. que en lo sucesivo, en lo sucesivo ... Pero Cecilia como fulmina-
La señorita Leonides no puede más. Se siente tremenda de da por una atroz fatiga, se ha dormido de un golpe.
amor. Grita:
-¡Cecilia!
Su grito se expande, rebota en las paredes del largo zag4án
vacío, despierta las palomas del eco.
¡ Guirlanda, Anabelí y Leonides contemplan pensativamente
ese rostro leudado, esa cara como un pan que ha caído en el
agua y se ha hinchado sin perder no obstante, su forma.
Repentinamente las tres han comprendiCJ.o~
El nudo de piernas y de brazos se suelta como cortado por
una cimitarra, la mendiga se pone de pie de un salto, gira en
redondo, ve a Guirlanda, a Guirlanda que vuelve, que corre
hacia ella, que tiene el peinado deshecho, las mejillas arrebo-
ladas, los ojos fosforescentes; a Guirlanda que parece una
muchacha, que parece mil años más joven, que parece sana y
ágil y hermosa. Una tienda (cerrada) a la derecha, otra tienda
(cerrada) a la izquierda, enfrente el muro (dormido) de San
Miguel Arcángel, nadie es testigo de cómo esos dos pobres
seres se precipitan el uno hacia el otro, cómo se abrazan y llo-
ran, y entran en la casa del número 78 y cierran tras de sí la r.
puerta, ni cómo los llamadores de bronce dulcifican sus fachas
de gárgolas y parecen sonreír.
76
Transcurrieron varios meses. Las ce~n,ster~~l.m~~jnaiJ.l.0111..ie
los impávidos cielos. A la primavera sueedf:®l~"b:eilari~
La señorita Leonides decía: "Cecilia, hljffi~~r, ~·~"1)1~~'
sensación de estar usando un lenguaje postizo~¡@~1l'itát-~~~
maba: "Mamá, mamá", y la señoritá Leonides ya riái ,aiJ.)..~lfu'jht
debajo de ese llamado, el hueco que antes lo dejaba bailancfo .erl. <\~tac\u.'ta.
el aire como una hoja seca. Porque el espíritu también funda, E\ rnstro cie C.ec:füa mostraba, as'l c:omo una mec\a\\a muestra
como la carne, más que la carne, sus propias filiaciones. su anverso y su reverso, a ratos una in\inita die.ha';] a ratos una
Salían juntas de paseo, tomadas del brazo. Se sentaban a t,1na sorda desesperación, y como esas expresiones iban unidas a la
mesita, en la vereda de alguna confitería de la Avenida de M~yo, sardónica sonrisita que no se le caía nunca de los labios, su
sorbían morosamente un refresco, miraban pasar a la gente. O fisonomía cobraba de pronto un tinte de astucia y de malicia,
entraban en los cines de Lavalle, asistían al desfile de aquellas como la de esos emperadores romanos cuyo porte severo se
imágenes siempre demasiado veloces, salían como borrachas, contradice con la boca socarrona que parece dejar traslucir no
durante todo el día comentaban lo que habían visto. (Claro que, se sabe que pérfido regocijo interior. Pero otras veces la meda-
conforme la señorit-a Leonides tenía ocasión de comprobarlo, a lla se vaciaba de ambos lados, y en su sitio aparecía fugazmente
ni
menudo Cecilia no captaba el carozo ni la corteza del espec- el perfil de una niña que, sola en la noche, oye un ruido de
táculo. Pero, ¿qué importaba? ¡Se la veía tan feliz en su luneta, pisadas que se acercan.
riéndose y chupando caramelos!) . Cada vez que esa petética niña tomaba el lugar de Cecilia, a
Juntas, siempre juntas. Ahora la señorita Leonides vestía de la señorita Leonides se le oprimía el corazón.
gris, de blanco, de azul. Las mejillas se le rec;iondeaban. Había "Dios mío, Dios mío", rogaba, presa de una profunda congoja.
engordado. Se parecía más que nunca a Guirlanda Santos de Al culminar el verano, la señorita Leonides casi no conoció
hacía diez años (Cuando Belena la vio por 0ltima vez en vida). otra compañía que la de esa chiquilina aterrada que escuchaba
Y a su lado, pulcra, obediente, una perla, la muñequita de cara un rumor de pasos. Era inútil que la tomara de las manos, que
de aldeana y gran peluca rubia t~aqueteaba denodadamente la estrechara contra su seno, que le dijera:
sobre sus piernecitas mecánicas. -Ya verás, ya verás, todo irá bien.
"Señor, Señor", rogaba la señorita Leonides, "no me prives ¿Qué es lo que iría bien? Cecilia estrujaba desesperadamente
de esta felicidad". · las manos que aprisionaban las suyas; el pánico de los ojos por
Tenían la casa como un espejo. El hedor a podredumbre y a un lado y la titilante sonrisita por el otro se acentuaban y como
medicamentos había sido aventado. Entre las dos preparaban se separaban; gemía, en una especie de vagido:
arduos platos inéditos que después devoraban alegremente en -Tengo miedo ... tengo miedo ...
la cocina. Tal vez, desde su sueño, ella sabía lo que la señorita Leonides
Festejaron Navidad con un banquete. La señorita Leonides, aún ignoraba desde el suyo.
dando rienda suelta a fantasías mucho tiempo postergadas, · Sabía que cuando las pisadas se detuviesen y el visitante lla-
decoró el comedor hasta volverlo irreconocible. Sobre la mesa mara, ella debería despertar, saltar fuera del sueño y abrir una
desplegó una imponente orografía de golosinas. Tomaron puerta y salir, y que entonces la puerta se cerraría a sus espal-
champan. Se rieron a carcajadas. La señorita Leonides se puso das y ella ya no podría volver a entrar.
78 79

u
111 -- '

Sabía que ·el médico, un desconocido al que la señorita Escuchó la voz de la desconocida:
Leonides localizó gracias a una chapa de bronce, diría en uri -Es -el corso13 de la Avenida de Mayo, Cecilia.
tono sentei;i.cioso y sumario: La llamaba Cecilia, Cecilia a secas. La miró.
-Habrá que elegir entre la madre y el hijo. ¿Por qué se ha peinado como ella? ¿Por qué tiene puesto su
Y que la señorita Leonides, espantada, balbucearía: vestido celeste, que tanto le gustaba? ¿Para que yo me hiciera
-Pero doctor, ¿quién ha de decidirlo? Mi hija -(¡Oh querida, la ilusión de que ... ? O quizá yo misma se lo he pedido, y ya no
oh amada Leonides Arrufat)-, mi hija no está en condiciones recuerdo .
.8 de tomar una decisión así, usted ve. La desconocida callaba, cruzaba los brazos sobre el pecho,
~ -Veo, señora, veo-contestaría el médico, contrariado parecía querer ocultarse, encorvaba la espalda, tornaba el aire
v
(l.J
V) porque lo obligasen a dar explicaciones-. Pero a los dos no de una sirvienta que se humilla frente a una patrona altanera.
.Q podremos salvarlos. -Ya sé. Usted es mi enfermera. He estado enferma todo este
s::::
o Tal vez ella ya sabía lo que el médico tampoco sabía. Sabía tiempo.
E que, contrariamente a lo que afirmaría es.e pedante, no habría Se llevó las manos al vientre.
~
~ nadie a quien salvar ni nadie a quien condenar. -¿Por qué tengo el cuerpo así hinchado? ¿Voy a tener un
Y querría advertírselo a la señorita Leonides, -pero no encon- hijo?
traría las palabras, no hallaría el medio de trasegar, de una a Súbitamente le pareció que penetraba en un paisaje familiar,
otra irrealidad, el agua subterránea de aquella premonición. Y lo reconocía. Todo seguía en su sitio. Y en ese paisaje, aquella
por eso, cada vez más frecuentemente, gemía, se agitaba en sombra dorada, aquella sombra temible, ¿dónde estaba?
espasmos convulsos, la repugnante sonrisita forcejeaba entre -¿Y Be lena? ·
·r~
sus labios como queriendo soltarse. Miró interrogativamente a la desconocida, y la desconocida
Y la pobre señorita Leonides no sabía sino repetir su estribillo: tartamude9:
-Ya verás, ya verás, todo irá bien. -No está ... Ya no vive más aquí ...
Hasta que, una noche de.carnaval, las pisadas se detuvieron, Belena. Había algo con respecto a Belena. Algo pendiente.
la inmensa puerta se abrió, y Cecilia, lanzando un grito, saltó Pero no podía recordar.
fuera del sueño. -¿A dónde ha ido?
Estaba acostada en el dormitorio de su madre, en la cama de -No lo sé, no lo sé, señorita.
su madre. A su lado una desconocida, vestida y peinada como -¿Y Encarnación y Mercedes?
su madre, la miraba con ojos desencajados. La desconocida se apelotonaba aún más, se ovillaba, hundía
-¿Quién es usted? -le preguntó, débilmente, tratando de la cabeza entre los hombros.
incorporarse. Pero las fuerzas la abandonaron y debió apoyar ,.
!
6 -Tampoco vienen más.
nuevamente la cabeza sobre la almohada. ! EI paisaje familiar. La sólida tierra bajo los pies. Y arriba el
Lejos, se oía un estrépito como el de un chorro de agua {' cielo como una promesa de eternidad. De golpe recordó.
cayendo en un tanque vacío. Y al mismo tiempo el chorro de L -¿Está usted enterada? -dijo, con una voz taq, repentina -
agua -proc\.uc.í.a una música estriciente. mente adulta que la desconocida se sobresaltó y miró despa-
-¿_Q.u.é es toó.a ese tu.\G.a"? -G.\\a, 'f '\T0\\1\6 \as a\as \:\'o.da \a v~üda en derredor, como si hubiese sospechado que era otra
~~\:\\0..\:\0.., o.. \.\.O..~~<¡, Q& \o..~~~<¡,~ ~~\O..~\:\. \.~'::.\)\O..\:\c:\.<;:}\. \)~\.\)\::,.,\.~<;:}. ~S§ll)._a .la que había hablado- ¿Sabe por qué enfermé? ¿Lo
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suelta. Esa cabeza que ya no era suya había oído. Ahora que la
sabe todo? tenía nuevamente sobre sus hombros, ahora sabía lo que
-Sí señorita. Y créame, ¡la compadezco tanto! entonces esa ca~roña guillotinada había escuchado. Los tres
Levantó una mano. ¡Compadecerla! Esa mujer ignoraba que hombres hablaban en la habitación de su madre. Uno decía:
ella era la hija de Jan Engelhard, el sabio, el mago, el santo. Hija "Miren, setenta libras esterlinas". Otro: "¿Qué hora es?" . Otro:
y discípula. Al lado de él había aprendido a sufrir y a callar, y a "Las seis· menos cinco. Be lena dijo que hasta pasadas las siete
l i·. . purificarse en el dolor como la plata en el fuego . Pero ahora no iba a volver con la vieja". La misma voz agregaba: "Cuando
}~\ había llegado el tiempo de manifestarse. vuelva y vea que me planté en la primera parte de la fiesta y que
j' .8 -¿Quién se lo ha contado? no le despaché a la prima, la bronca que se va a agarrar" . El
~ -Encarnación y Mercedes, la última vez que estuvieron aquí.
1 !: \,,,J
(l.) ,,,,
primero: "Che, ¿no.te denunciará?". El otro: "Si me denuncia se
V) -No, ellas lo ignoran todo. Escúcheme. No quiero morirme '·· denuncia. Porque yo me quedé con la foto . Y que le explique a
' '
J'.. .~ sin que antes ... la policía por qué les dijo a las dos viejas que la había encon-
11¡
1 e:
1 1
o -¡Señorita Cecilia! trado en un vestido de la piba, y que creía que era la foto de
' J,.. E: Morir, sí, morir. Trozos de mampostería que caen al suelo algún novio de la piba, y que estaba preocupada, y hasta lloró
~
1 11, , (l.)
como una costra seca. Y la almendra viva, encendiéndose en la y todo, y la foto es del marido de ella fallecido de muerte natu -
1 ¡/¡ ·U
i ;¡l .: luz como uñ dfomah.te·.-· · ral hace dos años. No, che, que me disculpe, pero yo con la san-
-Sé que voy a morirme. Dispongo de poco tiempo. Y usted gre no. Siento privarla de la herencia de la prima, que proyecta-
¡1 1'¡ ., es la única persona que está a mi lado. Escúcheme. · ba disfrutar en mi honrosa compañía, pero me conformo con -.
1 :
La desconocida oyó este relato: · estas sobras". El segundo: "Nosotros también". El tercero: "Se '\'·
LEstaba sola. Belena había ido acompañada por Encarnación entiende, che, se entiende. En esto vamos todos per capita14." .!
11: al consultorio de un médico. Imprevistamente tres hombres "Como les decía. Yo con la sangre no. En cambio ella, ¡qué tem-
¡ ·¡, aparecieron en el comedor donde ella se encontraba doblando
' 1
ple! Pero estoy harto de esa mina: Sin mencionar, por no ser
i ,;¡·,
!
unos manteles. Eran jóvenes. Dos de ellos aparentaban tener no guarango, que tiene cuarenta y dos años, y yo, salvo error u
1 ! más de veinte años. El tercero, alto, moreno frisaría en los vein- omisión, veinticinco." El primero: "Che. ¿Y la piba?". El otro :
.J.! li ticinco. Vestían camperas de cuero negro. Calzaban guantes. "¿Qué pasa con la piba?" . El primero: "¿No hablará?" . El otro:
l I· Uno la apuntaba con un revólver. Quiso gritar y la golpearon. La ''Que hable. ¿Y qué va a decir? ¿Qué pista va a dar? No se quién

ul ¡]
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arrastraban a través de la casa. Saqueaba.n la despensa.
Comían, bebían y fumaban. Luego la llevaron arriba. Parecían
conocer perfectamente la disposición de las habitaciones. En su
dormitorio los dos más jóvenes le dijeron al otro: "Che, te
va a sospechar de nosotros . Y en todo caso, ya Belena se va a
encargar de malograrle la estrategia. Porque sabe que si me
pescan a mí, la pescan a ella también. Así que le va a convenir

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' J!.
brindamos el espectáculo" . El otro se rió, y ellos se volvieron y
la miraron. Luchaba, se defendía, clavaba los dientes en una
cuidarme la retaguardia. Y que se consuele con algún otro
punto. Porque lo que es a mí no me ve más el pelo" J
Todo eso lo había oído entonces su cabeza. Pero ella no. Ella
¡: mano enguantada; Después todo se desplomó. El techo, las yada, mutilada, en un rincón de su dormitorio. Hasta que,
paredes, la cama, la repisa con las muñecas. Se habían ido. La después de no sabía cuanto tiempo, la puerta se abrió y
"
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habían encerrado bajo llave y se habían ido. Los oía hablar. No,
' li
1 j¡ ella no. Los oía su cabeza. Pero su cabeza se le había despren- \ 14 Per capita: expresión en latín que significa "por cabeza" . Se usa general -
ii dido del cuerpo, había rodado lejos, por el suelo, decapitada, _ mente para designar lo que corresponde a cada persona en un reparto. 83
i'
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·' .\ .-- .. ,-
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entraron Encarnación y Belena, Sobre su cuello se injertaba una
cabeza artificial, una vibrátil cabeza de fetiche que se movía y guió a la desconocida, que desde una remota orilla parecía
hablaba por sí sola. Con ese autómata incrustado entre los h<;>m- ·seguirla como un perro fiel. Le sonrió, le tendió una mano traslú-
bros ella ya no podía pensar, ni razonar. Sólo podía refugiarse cida que vencía las distancias y alcanzaba aquel rostro mater-
en sus tibias entrañas insensibles, enroscarse como su propio nal, y otra vez le preguntó, ahora con un acento de indecible
feto, adormecerse en un profundo sueño mórbido donde dulzura:
Guirlanda Santos vivía. Y era de ese sueño del que acababa de -¿Quién es usted, señora?
.8 despertar. Pero no escuchó, no escucharía jamás, la respuesta de la
b
().)
Pero, ¿por qué la desconocida la miraba con una cara terri- desconocida.
Todo quedaba, pues, en cl~ro.
Vl ble? ¿Por qué salía precipitadamente del dormitorio? ¿Por qué
.S? en seguida volvía con una carta y le decía ? · Si su rostro y el rostro de Guirnalda Santos habían sido fun-
t::: didos en el mismo molde; si Natividad González, aquella
o -Señorita Cecilia, lea esto.
E Y ella leía: "Querida Cecilia. Acabo de conseguir que el lunes
mañana, la había cubierto de insultos; si ella tomó aquel tranvía
~ y gesticuló y se rió sola, si Cecilia, sentada a su lado, la vio y le
~ me den franco, así que podré ir ... Tuyo, Fabián".
vio hacer esos ademanes; si luego tercamente la siguió a través
No comprendía, no comprendía nada.
-¿Dónde encontró esta carta? de las calles de la ciudad; si ningún capricho, si ningún azar se
-E;n su cuarto, señorita. ·~ interpuso en el encuentro en el cementerio, en la huida hasta la
casa de Suipacha 78, en los episodios que sobrevinieron, era
-Pero si yo jamás la recibí. Si no conozco ningún Fabián. ·1f-
porque todo formaba parte de una vasta ceremonia, todo inte-
Los ojos de la desconocida no se soltaban de los suyos. Y
graba uno de esos intrincados mecanismos de los que nunca
esos ojos le estaban gritando una atroz revelación. Esos ojos
tenían tatuado un nombre. sabremos quién es el relojero, si Dios o nosotros.
Pero nadie es llamado gratuitamente por el destino. Si ella
Respiraba dificultosamente, la cabeza le daba vueltas, una
había sido incluida en la ceremonia eta para- que~. eD un deter-
fragorosa tempestad se fraguaba dentro de su vientre.
-Belena -pudo murmurar. minado momento, pasase de acólito a celebrante y oficiase el
La desconocida se inclinó sobre su rostro. último acto ritual, aquel con el que la ceremonia culminaría.
-¿Dónde vive? Comprendió que ese momento había llegado. Cecilia le había
-No sé, no sé. Pero búsquela. Tráigamela. impuesto las manos, y ella ya estaba consagrada para el rito
La desconocida parecía de piedra. é)troz.
Miró el rostro de Cecilia, caído sobre la almohada.
-Belena -repitieron los labios exangües de Cecilia-,
Belena. Lo miraba con una especie de voracidad. Quería empaparse
de ese rostro. Dibujárselo en el alma como un tatuaje en la piel.
Un relámpago le estalló en los ojos. Ahora sería cuando la
desconocida llamaría a aquel médico. Ese rostro a cada minuto se volvía mas bello. La muerte, despo-
jándolo de su fatiga, gradualmente lo reavivaba. Hasta que, del
Pero ella ya se alejaba. Bogaba por un río rumoroso, lleno de
pájaros, de flores, de algas y de peces. Un río fresco y límpido todo despierto resplandecía como una joya. Al igual que en las
que \a \levaba cada vez más leios, hada una -p\anide glauca fábulas antiguas, la campesina se había metamorfoseado en
princesa. Y la señorita Leonides cayó de hinojos.
como \ln ma.1:. l\.n\.es O.e 'minü\1:se en ese mo.1: se 'J0\\1\6 'J O.\s\.\n-
'Cill. Después se puso de pie. Una calma glacial la invadía.
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Recordó.
espaldas, la llamaba:
-Belena.
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-Encarnación: Como a Belena.
-Mercedes: Belena se enteró por los diarios.
Se dio vuelta.
Sus esplendidos ojos, de bordes firmemente diseñados, se
1· ~ '
:¡ ~' Primero apelaría a ese subterfugio. Y luego a otros, a dilataron de estupor. Iba a gritar, cuando sintió como si entre los
¡ t· muchos, a todos, hasta encontrarla.
ij pechos se le hubiera reventado una llaga, y un líquido ardiente
Fue a una empresa funeraria. Fue a la redacción de los dia- y seroso le corriera por la piel, bajo el vestido. Un repentino
:¡ 111~ ' rios. Encargó que publicasen un aviso que dijera: "Cecilia
i/. 1.,,' sopor la poseyó. Quiso. mover la cabeza, agitar un brazo,
? ¡ .8 Engelhard, q.e.p.d. Su familia participa su fallecimiento ... Casa librarse de ese sueño absurdo que la vencía, pero no lo logró y
~.! :r ~ de duelo: Suipacha 78".
u cayó pesadamente, entre el alborozado parpadeo de los pabilos.
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V) Los empleados de la funeraria prepararon Ja capilla ardiente Entonces la señorita Leonides se irguió. Una gota de sudor le
.~ en uno de los aposentos de la planta baja, colocaron a Cecilia
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'1 / ¡ '.•:.• ;.
'1 !:::: corría por el pómulo, se la enjugó maquinalmente con la mano,
' .
o en un ataúd negro, al niño en una cajita blanca, ubicaron cerca que le temblaba convulsamente, miró por última vez a Cecilia,
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de la puerta de calle una urna de caoba, y huyeron de aquella
!¡ ·¡·,Ir,;, le sonrió y salió.
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(1,J
u. tétrica mansión donde no se veía a nadie, salvo los dos muertos En el dormitorio de Guirlanda Santos depositó el estilete
:,¡' •· y una mujer-que-·no lloraba pero delante de la cual, sin expti1r sobre la repisa de los libros, se quitó la ropa manchada de san-
f carse por qué, debieron bajar Jos ojos. gre, se puso su vestido negro, su tapado negro, el litúrgico som-
Entonces la señorita Leonides fue a aportarse junto a una brero negro en forma de turbante, al brazo se colgó la cartera
ventana y esperó. que semejaba un enorme higo podrido, descendió a la planta
Afuera, en la tarde de carnaval, Suipacha dormita.I?,a. baja, y sin apagar ninguna luz, sin cerrar ninguna puerta, salió a
Transcurrieron varias horas, lentas como días. Llegó la
la calle y se alejó.
noche. En la Avenida de Mayo se encendieron luces multico- Un grupo de enmascarados la saludó haciendo resta\Iar la
lores, estalló la música, el corso recomenzaba su algarabía.
seca risa lúgubre de las matracas.
Y Ja señorita Leonides, de pie junto a la ventana, seguía
esperando. Solo sus labios se movían como si rezase. El resto
de su cuerpo permanecía en un letargo de cocodrilo. Pero desde ·:·
el fondo de las órbitas sus ojos filtraban una mirada de sílice.
Esa mirada no veía los grupos de gentes que afluían hacia el
corso. Esa mirada apuntaba, a través de la ciudad, a un solo
' ¡¡ sitio, ignorado y adivinado. Y esa mirada d~scubrió en seguida
! ¡:

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a la mujer que se detenía frente a la puerta.
La mujer dudó un instante. Después entró. Vio la urna de
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caoba. Vio, más lejos una puerta abierta, y el resplandor de los
cirios. Se acercó a esa puerta y la franqueó. Vio los dos ataúdes.
! Se aproximó primero a uno, después a otro, se asomó a esos
abismos y los miró como desde un parapeto. Parecía perpleja y
' '. ! 87
ji . levemente asustada. En ese momento oyó que alguien, a sus
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A) PARA UNA LECTORA COMPRENS IVA Y CRÍ~I~~ *' 'i[fl~ tomó aquel tranvía !:l gesticuló !:J se rió sola. ~
Estas actividades, que continúan la analogía entre lec- * Hulda h.asta la casa de la calle Su\.pacha 78.
tura y pesquisa, pretenden aguzar y medir las capacidades de
observación y relación de datos, para desarrollar la compren- * Ningún azar se interpuso en ei encuentro en el cementerio.
sión lectora. Les recomendamos que las resuelvan sin releer la
novela y que solo recurran a esta para verificar las respuestas. Lectores atentos III

Lectores atentos I En Ceremonia secreta podemos leer dos historias entre-


lazadas: por un lado, la historia de la relación de Leonides con
Lean atentamente la lista de objetos que sigue a conti- Cecilia y, por otro, la historia reconstruida por aquella y que
nuación y señalen aquellos que no pertenecen al cuarto de descubre .sucesos anteriores al encuentro entre ambas. Es posi-
Guirlanda. Indiquen a qué otros espacios de la novela corresponden. ble, con los datos que aporta el narrador conocer:

un sillón de terciopelO índigo . ° el mes del crimen


un sillón de cretona 11 • el mes de la muerte de Cecilia y su hijo
fotografías
• el mes del encuentro de Leonides y Cecilia
un biombo • el mes de la violación
libros
• el mes de la muerte de la verdadera Guirlanda
' .

una chimenea de piedra


un reloj de péndulo
* ¿En qué estación del año comienza y en cuál termina la no-
estatuillas de jade vela?
una colección de muñecas holandesas
un cobertor de raso
* ¿A qué hora del día comienza y a qué hora del día termina?
' una especie de pupitre
¡: 1
1 .·
\1 1
Lectores atentos II
·. ;i
¡~

,'¡¡· La lista de acciones que sigue corresponde a la recons-


' ¡!
trucción del relato que realiza Leonides instantes después de la
1 I'¡.
.1
muerte de Cecilia. Ordénenlas según una secuencia cronológica .
''¡:t!
1


* Cecilia tercamente la siguió a través de las calles de la ciudad.
!1
'
"

:1· Su rostro y el rostro de Guirlanda Santos habían sido fundidos
91
1i en el mismo molde.
90

.., -- ----
l. '

frazada como la que hace del poema "Annabel Lee" de E. A.


Lectores atentos IV Poe. El poema de Girando ha sido fagocitado por el discurso
narrativo, está incrustado en él y solo funciona como una voz
En su libro Espantapájaros, publicado en Buenos Aires
para quien lo conoce.
en 1932, Oliverio Girando incluye el siguiente poema, que por
todo título lleva el número "12". * Encuentren dicho fragmento (Una ayuda: . aparece en la
segunda mitad de la historia).
Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan, * El texto de Girando puede leerse como un poema de amor en
se respiran, se acuestan, se olfatean, el que lo importante no son los sujetos sino los verbos. Ya no
se penetran, se chupan, se demudan, interesan los amantes sino las acciones.
se adormecen, despiertan, se iluminan, Al aparecer en el contexto de la novela, este poema adquiere
se codician, se palpan, se fascinan, nuevas significaciones. ¿Cuáles?
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan, ¿Quién cuenta?
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean, Así como el relato que parece fantástico o extraño se
se retuercen, se estiran, se caldean, convierte en una especie de policial, proponiendo una mezcla
se estrangulan, se aprietan, se estremecen, r híbrida de géneros y obligando, en consecuencia, al lector a rea-
se tantean, se juntan, desfallecen, comodar sus expectativas de lectura, otro tanto ocurre con la
se repelen, se enervan, se apetecen, figura del narrador. El narrador es una instancia de la enun-
se acometen, se enlazan, se entrechocan, ciación, es quien cuenta la historia. P-ued_e tratarse de un na-
se agazapan, se apresan, se dislocan, rrador protagonista o testigo que cuenta los sÜcesos que vivió ·o
se perforan, se incrustan, se acribillan, presenció en primera persona; o de uno que está "afuera" de la
se remachan, se injertan, se atornillan, historia y por lo tanto la narra en tercera persona. Por otra parte,
se desmayan, reviven, resplandecen, el punto de vista señala la perspectiva desde la cual se cuenta.
se contemplan, se inflaman, se enloquecen, Un narrador en tercera persona puede elegir un punto de vista y
se derriten, se sueldan, se calcinan, narrar los acontecimientos según los ve, o incluso piensa y
se desgarran, se muerden, se asesinan, siente, un determinado personaje. A esta noción se opone la del
resucitan, se buscan, se refriegan, ·~ narrador omnisciente, que está en todas partes y tiempos, y
se rehúyen, se evaden y se entregan. conoce la interioridad de todos los personajes.
En principio el narrador de Ceremonia Secreta parece
Denevi, en la novela, cita veladamente este poema. No un narrador en tercera persona que ha elegido el punto de vista
se trata de una cita que se pueda distinguir del resto del texto de Leonides. Sin embargo, a poco de leer, vemos que este
por una diferenciación gráfica o tipográfica, como sí ocurre con "pacto" no se cumple y que el narrador cambia tanto de persona
el poema de Goethe también mencionado, ni es una alusión dis- gramatical como de punto de vista.
93
92
1. Saltos en la persona gramatical nú.mern 1 CCí? , ¿_,qué e:\ase O.e e C.\\\do se enc.uentra a\\'\?
\Jesc.t\'oan \a c.uaó.rn 'J c.om\)aten \o o'oservac\.o '} sen'úc\o
~
~

Citen párrafos en los que "dice" ... por ustedes con \o que describe e\ narrac\or c\e Ceremonia se-
creta.
Yo .. .
Tú .. .
Mundos góticos
Nosotros .. .
Ustedes .. .
1. Edgar Allan Poe
Piensen entre todos qué efecto en la lectura producen estos "La caída de la casa Usher" de E. A. Poe es un clásico
saltos. texto gótico en el que se pueden observar los tópicos del
género. Lean el relato de E. A. Poe y señalen:
2. Cambios del punto de vista
* Los rasgos del gótico enumerados en Puertas de acceso que
·Hacia et final· del texto Leonides-Guirlanda se transforma
aparecen en el relato.
en "la desconocida". ¿Qué ha pasado con el punto de vista? ¿En
qué personaje se ha instalado? * Los puntos que tienen en común el relato de Poe y Ceremonia
Elijan una cita ilustrativa.
secreta.
Como señalamos en Puertas de acceso las jerarquías * Las transformaciones paródicas -inversi0nes, amplificaciones,
sociales en la relación Leonides-Cecilia sufren una inversión modificaciones burlescas- que se realizan en Ceremonia secre-
hacia el final del relato. ¿Cómo se relaciona este cambio del na- ta respecto de los tópicos comunes indicados en el punto anterior.
rrador con la inversión de los lugares de poder?
2. Batman
Itinerarios ciudadanos
Este conocido personaje de historieta fue llevado poste-
A partir de las calles que recorre y los lugares por donde riormente al cine. La historieta presenta varios de los elementos
pasa la protagonista huyendo de la persecución de la loca, tra- propios del gótico.
cen sobre un mapa de la ciudad de Buenos Aires un recorrido
posible. * En una revista de Batman y en la película homónima, señalen
Sugerimos partir de San Martín y Córdoba, pasar por un los elementos típicos del gótico. ¿Qué transformaciones han
cementerio céntrico y terminar el itinerario en la casona de la sufrido? ¿Podría hablarse de parodia? ¿Por qué?
:f' 1
calle Suipacha 78, respetando todas las indicaciones interme-
dias.
Aquellos que viven en Buenos Aires pueden ir hasta la
calle Suipacha entre Rivadavia y Bartolomé Mitre. ¿Existe el 95
94

u
u_

Dos por dos


l c. 1) El par del significado: Prestando atención al significado de
los tres nombres, señalen el par que se forma.
l. El doble en Ceremonia secreta. ¿En qué se parecen ambos personajes?
Según la oposición Bien/Mal planteada por las valo-
En Puertas de acceso hemos hablado del tema del doble raciones de Leonides, ¿a· cuál de estos dos polos remiten estos
en la literatura gótica y de su funcionamiento en Ceremonia se- dos personajes por sus.:Características?, ¿y por el significado de
creta en relación con Cecilia y Leonides. Esta actividad se pro- sus nombres?
pone reconocer y trabajar otras dualidades que aparecen en la -
- ~-

novela. c. 2) El par del significante: Prestando atención a las letras de


los tres nombres, señalen el par que se forma entre aquellos que
a. Personajes duplicados combinan casi exactamente las mismas letras. (A este proce-
dimiento que se hace trasponiendo las letras de una palabra
Busquen ejemplos de estos dos tipos de dualidades: para formar otra, se ló llama anagrama).
¿Pueden establecerse otras coincidencias entre los per-
a. 1) Personajes con dos caras, que engañan o simulan ser dis- sonajes que conforman ese par?
tintos de lo que en realidad son.
a. 2) Personajes que siendo dos, funcionan para el relato como d. Esencia / Apariencia
una unidad.
Una de las dualidades características es la que se
b. Recursos para la transformación establece entre lo que alguien parece ser y lo que efectivamente
es, es decir, la dualidad entre la apariencia y la esencia. Hemos
¿Cómo se utilizan en el texto estos tres elementos: dicho que la primera parte de la novela narrq. el proceso de iden-
¡ tificación de la solterona Leonides con la madre de Cecilia;
1 fotografía -espejo-disfraz, para contar la transformación de
Leonides en Guirlanda? Transcriban las citas que lo ilustren. pasando de la hostilidad inicial a la entrega total del amor
maternal. Lo .que desencadena y hace posible este proceso de
Ordenen estos tres elementos según una progresión de transformación es la apariencia idéntica de la solterona a la
menor a mayor identificación de la protagonista con su doble.· madre de la muchacha.
En el comienzo del texto leemos la siguiente caracteri-
c. Los nombres propios zación de Leonides: "Se la hubiera podido confundir con un
pope que al abrigo de la noche huía de alguna roja matanza".
Estos tres nombres : Belena - Natividad - Anabelí co- Una vez finalizada la lectura, ¿qué se puede decir de la dualidad
rresponden en principio a tres personajes diferentes de la histo- esencia-apariencia en relación con esa descripción inicial?
ria. Sin embargo, es posible asociarlos de a pares atendiendo a
\a "dua\\daC." que se ?Ueó.e seña\ai: en \as ?a\abras entre s\gn\- 2. El doble en otros textos
1\cante y significado .
Cientos de textos han trabajado con la idea del doble a
96 97
¿Qué es lo que le permite a Barry ocupar el lugar de un
lo largo de la historia de la literatura. Les presentamos a conti-
pariente de John Lennon o el de John Lennon mismo?
nuación fragmentos de textos de dos escritores de este siglo. El
primero,. 'de Martin Amis, escritor inglés contemporáneo, co- ¿El éxito del impostor depende solamente de él?
rresponde al libro llamado Visitando a Mrs. Nabokov y· otras
excursiones (composición de artículos periodísticos escritos ¿Cómo funcionan la identificación y la impostura en
entre 19f30 y 1992).
Ceremonia secreta?
El segundo corresponde al cuento de Jorge Luis Borges "El
impostor inverosímil Tom Castro", del libro Historia Universal ¿Cuál es la diferencia entre la identificación de Leonides
de la Infamia, publicado por primera vez en 1935, del que
y la de Barry?
recomendamos su lectura completa.
b. En el cuento de J. L. Borges, "El impostor inverosímil Tom
a. Castro", una mujer, Lady Tichborne, incrédula ante la noticia de
John Lennon la muerte de su hijo, publica avisos en los periódicos de más
"De adolescente·-tuve .un. ª¡nigo llamado Barry que tenía un parecido amplia circulación para ubicarlo. Tom Castro se presenta ante
desconcertarte con John Lennori: nariz afilada, boca picuda, párpados finos la millonaria Lady Tichborne haciéndose pasar por ese hijo
e insolentes. El método de Barry para acumular novias era laborioso pero muerto con el fin de gozar de los beneficios de su riqueza.
original. Se pasaba el día estudiando la sección de "Amigos epistolares" de
Beatles Monthly. Seleccionaba chicas que viviesen a unos centenares de
metros de su casa y les escribía, incluyendo una fotografía suya (con gorra Las virtudes de la disparidad
de visera a lo Lennon y todo; después, con gafas sin montura) y firmando
como "Barry Lennon" o "Buddy Lennon", según le diera. Tichborne era un esbelto caballero de aire envainado, con los rasgos agu-
l.·;• l' dos, la tez morena, el pelo negro y lacio, los ojos vivos y la palabra de una
· 1.
Con una chaqueta sin cuello al estilo de Los Beatles y botines con
l'l
1 :l
tacón cubano, yo servía para completar las dos parejas que luego organiza-
ba Barry. Unas veces se presentaba como el hermano pequeño de Lennon,
precisión ya molesta; Orton era un palurdo desbordante, de vasto abdomen,
rasgos de una infinita vaguedad, cutis que tiraba a pecoso, pelo ensortijado
otras como su primo, y otras como un pariente más exótico (incluso criado castaño, ojos dormilones y conversación ausente o borrosa. Bogle inventó
·'.' :1¡:..
11
con él, por ejemplo); aunque en ocasiones, me parece, se hacía pasar por que el deber de Orton era embarcarse en el primer vapor para Europa y sa-
' /·'1..· ~l:.. el propio Lennon. tisfacer la esperanza de Lady Tichborne, declarando ser su hijo. El proyecto
r 1 •• Todos estábamos muy puestos en Los Beatles. Sabíamos que John era de una insensata ingeniosidad. Busco un fácil ejemplo. Si un impostor en
~ ¡I :
1 medía uno ochenta (igual que Paul y George; la mascota Ringo, desde 1914 hubiera pretendido hacerse pasar por el Emperador de Alemania, lo
1 11 luego, medía uno setenta y tres), que su gusto en el vestir incluía cualquier primero que habría falsificado serían los bigotes ascendentes, el brazo muer-
;¡' :• cosa 'informal', la clase de mermeladas infantiles que le gustaban, las ca- to, el entrecejo autoritario, la capa gris, el ilustre pecho condecorado y el
''1i' '
:JJ: i racterísticas de su mujer y su hijo, que al fin y al cabo era el sobrinito de alto yelmo. Bogle era más sutil: hubiera presentado un kaiser lampiño, ajeno
·ji : Barry. Considera_ndo sus otros numerosos defectos, el éxito de Barry con sus de atributos militares y de águilas honrosas y con el brazo izquierdo en un
:¡¡ j
1,
amigas epistolares era muy sólido. Cuando me avenía a todo eso y actuaba estado de indudable salud. No precisamos la metáfora; nos consta que pre-
sentó un Tichborne fofo, con sonrisa amable de imbécil, pelo castaño y una
Ii ]l
1.,1
'I
'
de amigo y compinche de Barry Lennon, notaba que las chicas -aunque
insaciablemente crédulas-, calaban verdaderamente la impostura. Pero no inmejorable ignorancia del idioma francés. Bogle sabía que un facsímil per-
n'j' i
1
querían romper la ilusión de proximidad, ni yo tampoco ... " fecto del anhelado Roger Charles Tichborne era de imposible obtención.
11 1'
Sabía también que todas las similitudes logradas no harían otra cosa que 1 99
98 A Martín Amis, Visitando a Mrs. l'!abokov. Barcelona, Anagrama, 1995.
il¡i :, (Fragmento)
r ~ :

1~ l
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,
destacar ciertas diferencias inevitables. Renunció, pues, a todo parecido. obtiene más datos que los que tiene el lector de la novela. Sin
Intuyó que la enorme ineptitud de la pretensión sería una convincente prue-
embargo, se dedica a pensar en ellos y a hacer inferencias,
ba de que no se trataba de un fraude, que nunca hubiera descubierto de ¡;¡se como por ejemplo:
modo flagrante los rasgos más sencillos de convicción. No hay que olvidar
tampoco la colaboración todopoderosa del tiempo: catorce años de hemis-
ferio austral y de azar pueden cambiar a un hombre. * El objetivo de Belena al planear el crimen de Cecilia era recibir
1:
Otra razón fundamental: Los repetidos e insensatos avisos de Lady ~. la herencia familiar. f abián no solo no cumple con la parte que
Tichborne demostraban su plena seguridad de que Roger Charles no había le toca, sino que permite la violación que engendra un nuevo
muerto, su voluntad de reconocerlo. heredero. Con esto aleja a Belena aún más de la herencia.
A Jorge Luis Borges, Historia universal de la infamia, Buenos Aires.
Ed. Emecé, 1967. (Fragmento) También se formula algunas preguntas:

* ¿A quién vio Belena en el instante antes de morir?


¿Qué vuelta de tuerca introduce Borges respecto de las
condiciones de posibilidad para hacerse pasar por otro? * ¿Quién escribió la carta firmada por Fabián?, ¿con qué inten-
ción?, ¿cuál es su destinatario?
¿De quién depende en este caso la eficacia de la
impostura? * ¿Por qué Leonides no le dice a Cecilia que las hermanas
Encarnación y Mercedes le roban sus cosas?
B) PROPUESTAS PARA ESCRITORES
f * ¿Por qué Leonides no le muestra la carta de Fabián a Cecilia
Policiales ~: cuando pretende averiguar qué relación los une?

Como ya hemos señalado, este relato entreteje en su


¡ Reúnanse eri grupos y elaboren coriJefuras que respon-
dan estas preguntas.
trama características del género policial y del fantástico.
Ceremonia secreta podría contarse nuevamente rescatando
solo el enfoque de la historia policial. Así, algunos episodios se
!
r
Redacten luego la crónica policial de los hechos referi-
dos en Ceremonia secreta para ser publicada en la sección de
noticias policiales de un periódico. (Para redactar adecuada-
resumirían en unas pocas líneas, otros serían dejados de lado y
mente una crónica policial, es conveniente leer minuciosamente
otros se destacarían pasando a un primer plano. t
:t por lo menos cinco crónicas de este tipo, prestando atención a
1 la estructura del texto, la organización de la información , el tipo
1. Supongan que Leonides confiesa por escrito el crimen antes
de morir. Escriban esa confesión teniendo en cuenta sus rasgos ¡ de narrador, el léxico, etc.)
de personalidad, su ideología. Utilicen un estilo de escritura
acorde con esos rasgos. Falsificaciones

2. Un periodista lee esa confesión y decide investigar. No . Los tres textos que presentamos a continuación
pertenecen al libro Falsificaciones de Marco Denevi. En este,
100
101
desarrolla reescrituras de viejos y funqamentales motivos 2. Del horror de la multiplicación
mitológicos, bíblicos, literarios o históricos, dando de ellos
nuevas versiones o proponiendo interpretaciones y reflexiones ·~ Ya hemos hablado en Puertas de acceso de la utilización
que polemizan con las tradicionales. ~
de la dualidad -las personalidades dobles o múltiples, los des -
i doblamientos del yo, etc .- que hacen los relatos góticos como
1. Paraísos personales ~ uno de sus típicos recursos para la producción del horror. En
uno de los breves textos recopilados en Falsificaciones, Denevi
{ vuelve sobre esta idea:
In paradisum I~
,,.
"Dios debe disponer que periódicamente los santos y los bien- ' Del horror en el arte
aventurados abandonen por una temporada el Paraíso, pues de
lo contrario no saben u olvidan que viven en el Paraíso, "El Bolero de Ravel con las dimensiones de la Novena
empiezan a imaginar otro Paraíso por su cuenta, en compara- Sinfonía de Beethoven. Toda una ciudad construida por don
ción el Paraíso les parece muy inferior, una especie de ca- Antonio Gaudí. Un Brummel en cada familia. Doce tomos de
ricatura, eso-lós p·on.e melancólicos o coléricos y terminan por Hojas de Hierba, de Whitman. La Divina Comedia convertida
creerse los condenados del Infierno." en ópera por Richard Wagner. Réplicas, a cualquier escala, de
la Tour Eiffel. Un hermano mellizo de Osear Wilde. Un her-
A Marco Denevi, Falsificaciones, Buenos Aires, Ed. Corregidor 1984. mano mellizo de Jorge Luis Borges. Don Juan Tenorio enfer-
1 mo de sífilis. Esopo novelista."
* Discutan en grupos en qué sentido se asemejan el paraíso de
Leonides en Ceremonia secreta y la concepción del paraíso del Como se ve, el horror, según esta enumeración, puede
texto que acabamos de citar. producirse a partir de la expansión, la proliferación , la multipli-
cación de algo que siendo breve o único es excelso. Pensando
* Una de las características del paraíso de Leonides, en la en las cosas queridas, valiosas o gratas, elaboren una enu-
casona de Suipacha 78, es su concreción. Es un lugar posible, meración semejante, a la que llamaremos: "Del horror en la
mundano; aunque utópico, no pertenece a un universo maravi- vida".
lloso.
¿En qué consistiría el paraíso personal de ustedes?
Describan en menos de diez líneas sus características. Debe ser
un lugar concreto. No se trata de plantear ideas abstractas acer-
ca de la perfección ·o la felicidad, sino de diseñar un espacio,
ocuparlo con los seres y las cosas más anhelados.

Realicen una descripción análoga de lo que sería el


., ;' infierno personal.
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1¡; . 102 103


1', ]

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1
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3. Escenarios para el crimen Este es un ejercicio de escritura libre. Consiste en tomar
un papel en blanco y un espejo. Elijan cuidadosamente la ropa,
También en Falsificacio nes leemos: alhajas, pinturas. Pongan una música apropiada. Una vez adop-

l
tado el disfraz (de uno mismo o de otro) siéntense frente al
"Algo espantoso puede suceder en un museo de·paleontología espejo y, mirando la imagen, díganle por escrito las primeras
durante los carnavales, en un negocio de artículos ortopédicos ocurrencias, los más íntimos sentimientos, las quejas, dense
en Nochebuena, dentro de la Bolsa de Comercio a la me- " ánimo, aconséjense.
dianoche de un día de fiesta. Hay sitios que, en determinados
momentos, parecen no pertenecer a la realidad y allí un hom- Unjuego alemán
bre podría engañarse y cometer infamias y perversidades, con-
vencido de que disfruta de la misma impunidad que la vigilia Walter Benjamín, un escritor y pensador alemán,
promete a los sueños más atroces." describe un juego que gozó de gran prestigio en su época:
"Una serie de palabras sin conexión ni contexto son el punto
El ámbito propicio para el crimen, según este texto, se de partida del juego. Cada uno tiene que lograr ubicarlas en un
produce por un contraste entre el espacio interior y el exterior. contexto convincente sin alterar su orden. La solución es tanto
El escenario, en Ceremonia secreta, responde a esta idea ge- más apreciada cuanto más corto es el texto, cuantos menos
neradora. Agreguen, en el texto citado, la síntesis descriptiva del momentos intermedios contiene. (... ) Especialmente en los
escenario del crimen de la novela. niños este juego produce hallazgos hermosísimos. Porque para
ellos las palabras son todavía como cuevas entre las cuales
El espejo ellos conocen las vías de comunicación más extrañas"

En la consulta al espejo tenemos una experiencia coti- He aquí un ejemplo que muestra: -Ja ·eombina.<;:ióp que hace un
diana de contacto con la duplicación. En Ceremonia secreta niño (de doce años) de las palabras: ROSQUILLA / · PLUMA /
aparece el recurso del espejo para introducir el efecto del doble, PAUSA/ QUEJA/ FRUSLERÍA:
de la transformación del yo en otro:
"El tiempo se balancea como una rosquilla a través de la na-
"Al pasar cruzó una miradita con la Leonides del espEjo turaleza. La pluma dibl.{j{l el paisaje y, si surge una p ausa, se
de luna, las dos se encogieron de hombros, cruzaron una breve la rellena con lluvia. No se escuchan quejas porque no hay
risa y, puestas de acuerdo, se separaron." f ruslerías. "

"Entonces se miró, miró a la otra Leonides que desde su Al Walter Benjamin, Cuadros de un pensamiento. Buenos Aires,
luna de azogue le devolvía una mirada de conspirador, se Ed. !mago, 1992.
pidieron consejo, se dieron mutuamente ánimo, y al mismo
tiempo hJ por distintas direcciones abandonaron las dos el ¿Qué combinaciones pueden surgir de las palabras castellanas,
dormitorio." ~IP tan en desuso que parecen extranjeras, del relato de
l@~Y:í?
104 105

\': .
Serie 1: BEFÁ /EMBREAR/ SERONDO/ PICOTA/ TURGIDO
/

Serie 2: DÉDALO / ATEZADO / TRASEGAR / LUMIA /

SEDICENTE •:*
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Pueden inventar otras series abriendo el diccionario al azar.
Cuarto de l1erramientas
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Fechas en la vida de Marco Denevi
¡,l.
¡ Según Marco Denevi, su biografía, limitada a los hechos
exteriores, carece de todo interés. Para él no hay otra biografía
'~ que la del espíritu, y esta se resiste a hacerse pública. Por lo
tanto, no diremos que los siguientes datos constituyen una
1 biografía, sino meramente algunas noticias sobre su vida.
1922: El 12 de Mayo nace en Sáenz Peña en una casa que tiene
su misma edad. En el jardín su padre planta un laurel para que
ambos crezcan juntos.
1931: A los trece años, ya estudiante del Colegio Nacional de
Buenos Aires, Denevi debuta como escritor con una elegía en la
que lloraba la pérdida de su infancia.
Sigue la carrera de Derecho.
1948: Ingresa en la Asesoría Letrada de la Caja Nacional de

l
Ahorro Postal.
1955: Publica su primera novela, Rosaura a las diez, que gana
el ,concurso organizado por la Editorial Kraft de Buenos Aires.
Eritre los miembros del jurado estaba Mujica Lainez. Este pre-
.¡ mio le trajo el reconocimiento público, se transformó en un best
seller y fue traducido al inglés, al francés-, al italiano, al alemán
y al sueco. Se hicieron versiones· para el teatro, el cine y la tele-
visión.
1957: Gana el premio de la Comisión Nacional de Cultura con ' ·:v;
la comedia satírica Los expedientes que es estrenada en el .S·
e
Teatro Nacional Cervantes.
1959: Escribe la obra teatral El Emperador de la China.
1960: Recibe el premio de la revista Life de Estados Unidos para
narradores latinoamericanos por su novela corta Ceremonia
'~~ret?· Esta obra fue traducida al inglés, al italiano y al japonés
~& 01r~ª-lizaron adaptaciones para la televisión argentina y
e:~~~íWJ:a. En 1968 se filma la película, dirigida por Joseph
1

''11t.erpretada por Elizabeth Taylor, Mia Farrow y Robert


A Marco Denevi. Foto que acompaña una entrevista realizada por ;\a ~l:le recibió en Francia el premio ex-aequo de la

108
Revista del diario LA, NACIÓN, 10 de diciembre de 1995 ~1ft"enfüi'a~'éle Cine para las dos intérpretes femeninas.
109

\;
I'
11
\r'. ~
1961: El Emperador de la China se estrenado en..eli' J_fifüffím \
Botánico de Buenos Aires. 'Milfa ymento de una entrevista t·
1966: Se publican Un pequeño café y Falsificaciones. l:
í.
1968: Abandona la Asesoría para convertirse def{ni!i&.amemt"'etem !
,,•
escritor y periodista.·
Posteriormente aparecerán los siguientes títulps: 1'

\',\
1970: Asesinos de los días de fiesta (novela) \\
1972: Hierba del cielo (cuentos) "
Í\\
197 4: Salón de lectura (cuentos, poesía, reflexiones y recrea- ~~
\

ciones literarias)
1975: Los locos y los cuerdos (cuentos y otros géneros)
1978: Parque de diversiones (cuentos y otros géneros)
1979: Reunión de desaparecidos (cuentos) ·
1982: Araminta, o El Poder (novela)
1982: A partin:le-este- año _se desempeña como periodista políti-
co en el diario La Nación de Buenos Aires donde se m1:11=stra
como un observador crítico de la realidad argentina.
1983: Robotobor (cuento largo para niños)
1984: Es nombrado miembro de número de la Academia
l
¡;
1

Argentina de Letras. Heredó el sillón que fue de José Hernández. 1,..-


1985: Manuel de Historia (novela) 1
1986: Enciclopedia secreta de una familia argentina y
Furmila la hermosa (cuento para niños)
1987: Cartas peligrosas (cuentos)
1989: La república de Trapalanda (ensayo)
1991: Música de amor perdido (novela)
1992: Eljardín de las delicias (mitos eróticos)
1993: El amor es un pájaro rebelde (cuentos).

110
111

r TI
-- --- - 111

Letra y música
··i~
En Conversaciones con Marco Denevi, ese desconoci-
1
do, el autor nos dice que su verdadera vocación fue la de com-
\'.
poner música; n
.
·\

"Me he dado el lujo d~ ponerles música a ."Los doce gozos" de


Lugones y a algunos poemas de Verlaine. Por supuesto, sin
saber transportarlos al pentagrama. Morirán conmigo. En
cambio, para la primera versión de Ceremonia secreta en
televisión, un día, en los estudios de Radio Splendid, me senté
al piano y toqué una melodía que allí mismo el notable orga-
nista Mito García llevó al órgano electrónico, la armonizó, la
desarrolló, la enriqueció, y sirvió de música de fondo para la
i
miniserie admirablemente dirigida por Narciso lbañez Menta e li
interpretada no menos admirablemente por Milagros de la ¡,
:¡:
!~
Vega y Stella Molly. Veinte años después, para una segunda 4
versión televisada, hubo una experiencia parecida. Sobre un '
embrión melódico mío, Mike Rivas compuso una bellísima
canción que tenía, como letra, el poema ANNABEL LEE de
Poe, traducido al español. La miniserie fue borra<l,a, y la
segunda versión creo que se conserva en los archivos de
Canal 13. Por cierto que la canción de Mike Rivas merec~ría
ser rescatada del olvido."
~

b.. C.onuersaclones con Marco Deneul, ese d.esconocld.o, C:.om\)Ü.a.<~::\ón1


ó.e en\.te\/\s\.as 'j ar\.í.c:u\os a c:argo ó.e ,Juan C.ar\os '?e\\anó.a, \'lis . •[1>.i>'"'I
Ed. Corregidor, \995.

112
~\

traducción de ANNABEL LEE *


Edgar Allan Poe, ANNABEL LEE
Hace ya muchos, muchos años,
It was many and many a year ago, En un reino junto al mar,
In a kingdom by the sea, Vivía una muchacha, cuyo nombre
That a maiden there lived whom you may know i Os daré a conocer: Annabel Lee,
By the name of ANNABEL LEE;
And this maiden she lived with no other thought
Than to !ove and be loved by me.
l\ La cual no tenía otro pensamiento
que el de amar y ser amada por mí.

Yo era un chiquillo y ella una chiquilla


1 was a child and she was a child, En este reino junto al mar;
In this kingdom by the sea: Pero nos amamos con un amor que era más que amor
But we loved with a lóve that was more than !ove Yo y mi Annabel Lee,
I and my ANNABEL LEE; Con un amor que hasta los serafines
With a !ove that t)le winged seraphs of heaven nos envidiaban, a ella como a mí.
Coveted her and me.
Y esa fue la razón de que hace tiempo,
And this was the reason that, long ago, En este reino junto al mar,
In this kingdom by the sea, . Soplara el viento de una nube helando
A wind blew out 0f a-cloud_, C:hilling A mi bella Annabel Lee;
My beautiful ANNAEiEL LEE; Que sus padres de origen noble
So that her high-born kinsman carne Se la llevaran lejos de mí
And bore her away from me, y ·fueran a enterrarla en un sepulcro,
To shut her up in a sepulchre Allá en un reino junto al mar.
In this kingdom by the sea.
Ángeles infelices en el cielo
The angels, not half so happy in heaven, Nos envidiaban, a ella como a mí,
Went envying her and me- Y esa fue la razón -todos lo saben
Yes! -that was the reason (as ali men know, En ese reino junto al mar-
In this kingdom by the sea) Por la cual salió el viento de esa nube, de noche,
That the wind carne out of the cloud by night, helando y matando a mi Annabel Lee.
Chilling and killing my ANNABEL LEE.
Pero fue más fuerte nuestro amor,
But our !ove it was stronger by far than the !ove Que el de aquéllos, más grande,
Of those who were older than we- Y ni los serafines arriba en el cielo
Of many far wiser than we- Ni los demOnios abajo en e! mar,
And neither the angels in heaven above, Podrán mi alma separar del alma
Nor the demons down under the sea, De.mi bella Annabel Lee.
Can ever dissever my soul from the soul
Of the beautiful ANNABEL LEE. Ya que no brilla la luna sin traerme
Los sueños de la bella Annabel Lee,
For the moon never beams, without bringing me dreams Y las estrellas no aparecen nunca
Of the beautiful ANNABEL LEE; Sin la mirada fiel de la bella Annabel Lee,
And the stars never rise, but I feel the bright eyes y así durante el flujo y el reflujo,
Of the beautiful ANNABEL LEE; Duermo junto a mi esposa Annabel Lee,
An so, all the night-tide, 1 lie down by the side En el triste sepulcro abandonado ,
Of my darling -my darling- my life and my bride, En nuestra tumba, allá en el mar.
In the sepulchre there by the sea,
In her tomb by the sounding sea. * Traducción preparada especialmente para esta edición. 115
114

., '1
.f

Dodecálogo del perfecto machista 1


¡ 10. Habiendo testigos, no te mires en el espejo.
1
l

Para la protagonista de Ceremonia secreta, "no hay, en todo el


universo de galaxias y nebulosas nada tan temible como t;tna t 11. Declárate ignorante en quehaceres domésticos, en
horda de muchachones", representantes paradigmáticos del ¡ ropa femenina y en poesía con excepción del Martín
Fierro.
machismo. Denevi ironiza sobre el machismo en un sarcástico
texto. Lo reproducimos a continuación . 12. Tres hombres hay a quienes les negarás tu amis-
\
Doce Tablas o Dodecálogo del machismo tad: el casado que no le pone los cuernos a su mujer,
f el que no se viste como los demás hombres y el que
1. No llorarás. Sólo las mujeres y los .afeminados t nunca jugó al fútbol.
lloran.

2. Cultiva la seriedad. Reservarás tu risa para los


·:·
chistes verdes y para el relato de las perrerías que los
hombres les hacen a las mujeres. j
3. Atropellarás cualquier agujero que se te ponga
delante, sea de mujer o de hombre. Después te burlarás
de la mujer y le propinarás una paliza al hombre.

4. Medirás la virilidad por el tamaño del falo.

5. Hablarás pestes de las mujeres salvo de tu madre,


que no es una mujer sino una madre.

6. Te casarás con una mujer que se parezca a tu


madre.

7. Preferirás lo salado a lo dulce, el vino tinto al vino 1


blanco y el café al té. Mientras comas no hables, que
eso es cosa de mujeres.

8. Todos tus ídolos serán hombres.

9 . No te hagas ver en compañía de varias mujeres sin


116 1 que también te acompañe al menos otro hombre.
l"
! \'
!!
¡1
\'
BIBLIOGRAFÍA

~ 'Rosemary Jac:kson, Fantasy, Bs. /\s., Ed. C.atá\ogos Ed\.tm:a,


1986. Este texto caracteriza y ubica en \a historia de \a literatu-
ra e\ género fantástico dentro de\ cual se induye \a literatura
,t gótica.

* Mijaíl M. Bajtín, La cultura popular en la Edad Media y el


'I Renacimiento, Barcelona, Barral Editores, 1974. En este libro,
M. Bajtín estudia la cultura popular de ese período y el sentido
social del carnaval, la sátira y la parodia como fenómenos
enfrentados con la cultura oficial de la época.

* Tzvetan TodOrov, Introducción a la literatura fantástica,


Barcelona, Ediciones Buenos Aires, 1982. Todorov propone una
caracterización del género fantástico a partir de una distinción
con la literatura de lo maravílloso y con la de lo extraño .

* Sigmund Freud, Lo Siniestro, Bs. As., Ed. Horno Sapiens,


1982. El creador del psicoanálisis estudia aquí los factores que
participan en la generación del sentimiento de lo "siniestro" en
la experiencia vivida y los procedimientos a los que recurre la
literatura para la promoción de dicho efecto. En este último sen-
tido, analiza específicamente un conocido cuento de E. T.
Hoffmann llamado "El hombre de la arena", que es uno de los
textos paradigmáticos en los que Freud apela a la literatura
como objeto de análisis, soporte e ilustración de sus estudios
clínicos.

* Alfredo Veiravé, Literatura Hispanoamericana y Argentina,


Buenos Aires, Kapelusz, 1980. Es interesante recurrir a este
texto para situar a Marco Denevi dentro del panorama de la na-
rrativa contemporánea local.

119

r u
L

* !talo Calvino, Cuentos fantásticos del XIX, Madrid, Ed.


Siruela, 1987. En la introducción Calvino señala la trasc~n­
dencia y las características de la narrativa fantástica surgida . ~n
el siglo XIX. Los cuentos elegidos por el autor son una intere-
sante entrada al género.

* Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares


(compiladores), Antología de la Literatura fan tástica, Buenos
Aires, Ed. Sudamericana, 1994. Recopilación de textos fantás-
ticos de todos los tiempos, de la que se desprende una noción
amplia y nada ortodoxa del género . Según los propios autores
el criterio dominante para Ja reunión de estos textos fue el pla-
cer de la lectura.

* Edgar Allan Poe, Cuentos, Madrid, Ed. Alianza, 1990. Existen


muchas otras ediciones de cuentos de este autor~ En este libro
podemos encontrar tanto textos góticos como policiales. Entre
los primeros recomendamos: "La caída de la Casa Usher",
"Berenice", "Eleonora" , "Morellia", "Ligeia", "El pozo y el pén-
dulo", "La verdad sobre el caso del señor Waldemar", "El tonel
del amontillado". Del policial recomendamos los tres relatos
canónicos: "Los crímenes de la calle Morgue" , "Los misterios de
Marie Roget", "La carta robada".
1

* Bram Stocker, Drácula, Buenos Aires, Plaza/Yanes, 1994. Va - ¡


le la pena leer este clásico del género, considerado una de las t
últimas novelas góticas del siglo XIX. Es interesante comparar 1

la novela con sus versiones cinem atográficas. 1


1
* Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. r·
Hyde, Colombia, Ed. Nuevo Siglo, 1994. Este es un relato pa-
radigmático en la temática del desdoblamiento de la personalidad. 1

·:·
120
N D c E

Literatura para una nueva escuela ...... . ... ·........ .5


Foto de Milagros de la Vega . . .. .. . .... .. . ...... 113
Puertas de acceso ............................... 7
Edgar Allan Poe, Annabel Lee . ..... . ... ... ... . . . 114
Caminos de lectura ......................... ·... 8
Dodecálogo del perfecto machista ......... . . . .... 116
Lo gótico en Ceremonia secreta ........ ; .......... 9
Bibliografía ..... . . . ........... . ........ .. . .119
Lo policial en Ceremonia secreta .. ; .............. 12
Un homenaje a Poe ........................... 13
Contrastes .................................. 14 .
•:ó
El disfraz de la parodia ......................... 16

La obra ...... . ........... . ........... . .. . .... 19

Manos a la obra ......................... ; ...... 89


A) Para una lectura comprensiva y crítica ........... 90 j•
l
Lectores atentos I ............................. 90 ¡
Lectores atentos II ............ . ............... 90
Lectores atentos III .......... . ................. 91
Lectores atentos IV ............. ~ .............. 92
¿Quién cuenta? .............................. 93 ·
Itinerarios ciudadanos ...... . ................... 94
Mundos góticos .............................. 95
Dos por dos ...... . ......................... .96
B) Propuestas para escritores . ·................ . . 100
Policiales .................................. 100
Falsificaciones .............................. 1O1
El espejo . .................................. 104
Un juego alemán ...... . ... . ... . ............. 105 1
Cuarto de herramientas ............... . ......... 107 .
Fotografía de Marco Denevi .... . . . ............. 108
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!' l~' :
Fechas en la vida de Marco Den e vi ....... . ....... 109
11 ¡! ¡ 1 Fragmento de una entrevista ................. . . 111
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Letra y música ...... . ....................... 112 1
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Colección Del Mirador
Literatura para una Nueva Escuela

Títulos publicados:

Nelly Femández Tiscomia 0 Despacio, escuela - La vida empieza con A


Horacio Quiroga " Quiroga - Nivel Uno -Cuentos de la selva y otros .
Horaclo Quiroga 0 Quiroga - Nivel Dos -de Cuentos de amor de locura y de
muerte y otros
Horacio Quiroga ° Crónicas del bosque
Sófocles " Antígona - Edipo Rey
Anónimo • Lazarillo de Tormes
Federico García Larca • La casa de Bernarda Alba
Federico García Larca • Bodas de sangre

1 William Shakespeare • Romeo y Julieta


Edmon Rostand • Cyrano de Bergerac
1
Henry James 11 Otra vuelta de tuerca
Osear Wilde e El fantasma de Canterville
Miguel de Unamuno • Abel Sánchez
Marco Denevi • Ceremonia secreta
Marco Denevi • Rosaura a las diez
Marco Denevi • Cuentos escogidos
Lope de Vega s Fuenteovejuna
Varios • Cuentos clé1$lficados 1 (Antología de cuentos)
Varios " Cuentos clasificados 2 (Antología de cuentos)
Franz Kafka 0 La metamorfosis-Carta al padre

De próxima aparición:

Varios *La sociedad de los poetas vivos. (Antología de poesía lírica)


Alejandra Pizamik * AntolOgía poética

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...

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