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frankenstein, héroe de acción

Pensaba derramar melcocha sanguinolenta las siguientes semanas, pero hago una pausa
apremiante. Ahora que lo pienso, nunca he escrito en este blog –a plenitud- sobre Frankenstein, la
novela indispensable que escribió en 1816 una jovencita inglesa de 17 años llamada Mary
Wollstonecraft Godwin, conocida tras sus nupcias como Mary Shelley. He analizado a detalle el
tema en otros espacios, como uno muy reciente en la Universidad Nacional. Dudo mucho que ella
imaginara las dimensiones que su creación alcanzaría, un relato imperecedero con lecturas
inagotables. “Es más una novela filosófica que fantacientífica”, piensa el comunicólogo español
Román Gubern. Isaac Asimov, el admirado autor de Yo, robot, está de acuerdo con él y añade que
“lo importante es que se trata del primer cuento en el que la vida se crea sin intervención divina,
únicamente por medios materiales”. Vicente Quirarte asegura que “en tiempos de estudios de
género, clonación e ingeniería genética, la novela de Mary Shelley dista de ser una ficción para el
consumo efímero”. Esto es muy cierto. Desde su publicación en los primeros días de 1818,
Frankenstein nunca ha estado fuera de circulación y se ha traducido a prácticamente todos los
idiomas. Más allá, ha sido adaptada a todos los medios creados por el hombre: teatro, cine,
historieta, series de televisión, Internet y videojuegos.

Precisamente la más reciente que nos ha entregado el séptimo arte es Yo, Frankenstein (2014),
segundo largometraje del australiano Stuart Beattie, quien además es responsable del guión
(también escribió los de Piratas del Caribe: la Maldición del Perla Negra, Colateral, 30 días de
noche y G. I. Joe: el origen de Cobra). Se basa en la novela gráfica homónima de Kevin Grevioux. El
caso de éste último es curioso. Es más recordado por interpretar a Raze, el enorme y fiero Lycan –
el incondicional de Lucian- en Inframundo (Len Wiseman, 2003) e Inframundo: La rebelión de los
Lycan (Patrick Tatopoulos, 2009) y es responsable de la idea original propició la saga. Desconocía
su vasto currículum académico, su gran labor en el mundo de los cómics y que realizó el primer
libreto del filme del que hoy hablo.

La película no pretende explorar –ni alcanzar- la profundidad ética, científica y moral de la obra
que la inspira. Es un entretenimiento simple y llano, un espectáculo visual lleno de piruetas y
combates que captura al espectador desde el inicio. Tras una versión muy libre del desenlace de la
historia que conocemos, la Criatura (Aaron Eckhart) entierra el cadáver de su irresponsable padre
(Aden Young), cuando un par de demonios pretenden capturarlo por órdenes de su superior.
Acuden a su rescate Ophir (Caitlin Stasey) y Keziah (Mahesh Jadu), dos guerreros de la bondadosa
y milenaria Orden de las Gárgolas, y lo llevan a una enorme Catedral –en una ciudad sin nombre-
ante su Reina Leonore (Miranda Otto), quien prefiere llamarlo Adam, como el primer hombre
según la creencia más difundida. Doscientos años después, los demonios reactivan sus planes. El
malvadísimo Príncipe Naberius (Bill Nighy) y su malencarado guarura Dekar (el propio Grevioux), a
través de su infame empresa y la inocente científica Terra (Yvonne Strahovski) pretenden duplicar
los descubrimientos de Víctor Frankenstein, plasmados en un diario que no deja de recordarme el
que Mel Brooks nos mostró en 1974 en El joven Frankenstein: “Cómo lo hice. Por Víctor
Frankenstein”.

La combinación de gárgolas, demonios y ciencia parece difícil de asimilar. Pero como dije, la cinta
no admite academicismos. Tampoco omite homenajes (“¡Está vivo! ¡Está vivo!”) e imágenes que
remiten inmediatamente a las cintas de Inframundo, en una urbe donde estruendosas batallas
pasan completamente desapercibidas. Y además, Beattie busca la excusa para mostrar el
musculoso torso desnudo del protagonista, que incluso le valió la portada de la revista
especializada Muscle and Fitness eso sí, lleno de cicatrices. Y finaliza con el obligado discurso
heroico en la azotea de un edificio, con la Criatura asumiendo su nueva cruzada y el nombre por el
que la conocemos y que, con justicia, le pertenece.

Dicho esto, considerando sus antecedentes, no me parece difícil que Frankenstein cruce su camino
con el de la vampira Selene (Kate Beckinsale) de Inframundo. Si esto ocurre, la idea vino de aquí y
merezco regalías por ello.

Publicado por Roberto Coria en 9:35 No hay comentarios:

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Etiquetas: actores indispensables, AUTORES INDISPENSABLES, el beneficio de la duda, historias


indispensables, mitos de frankenstein, relato gótico, sorpresas agradables

viernes, 31 de enero de 2014

La pareja ideal

Todavía extraño a la extinta teleserie Dexter. De ella he hablado en muchas ocasiones y creo que
mi admiración por su carismático protagonista ha quedado más que patente. Su penúltima
temporada nos presentó a su par emocional, la bella envenenadora Hannah McKay, interpretada
por la australiana Yvonne Strahovski (que por cierto acabo de ver en Yo, Frankenstein). A
diferencia de la manera en que Dexter (Michael C. Hall) se mostró a su eventual esposa Rita
Bennett (Julie Benz), quien fungió como su máscara de sanidad pese a que desarrolló auténticos
sentimientos por ella y sus críos, el asesino fue auténtico y libre ante McKay desde el principio. Y
esto se debía a que se complementaban, justo como Bonnie Parker y Clyde Barrow o Martha Beck
y Raymond Fernández, sólo dos de las parejas fraguadas en el infierno que ha registrado la Historia
de la criminalidad. Hannah y Dexter, asesinos por naturaleza, se comprendían mutuamente.
Conocían a plenitud sus obsesiones y angustias. Eran cómplices y amantes que nunca
comprometieron su naturaleza pues tenían perfectamente claro que se ubicaban en el mismo lado
de la Ley, cosa opuesta a Irene Adler y Sherlock Holmes o a Gatúbela y Batman.

Hannah Mc Kay era una chica provinciana que se involucró con el hombre equivocado, como
hiciera en la realidad Caril Ann Fugate con el multihomicida Charles Starkweather: se embarcó en
una serie de asesinatos cometidos por su entonces media naranja, Wayne Randall. Como no se
comprobó plenamente su participación en los hechos, fue condenada por complicidad y confinada
a un reformatorio, de donde salió al cumplir la mayoría de edad. A pesar de la notoriedad que le
valió su carrera criminal, se embarcó en numerosas relaciones sentimentales que invariablemente
concluyeron en homicidios no aclarados. Cuando Dexter decidió aplicarle su concepto de
“justicia”, sucumbió ante sus encantos. Y esto le hizo pasar por alto su oficio. Hannah asesinó a un
periodista que amenazaba con exponerla y casi lo hizo con su hermana Debra (Jennifer Carpenter),
siempre con el refinamiento de los venenos. Situaciones que parecían imposibles de superar
separaron al dúo, pero la atracción hizo lo suyo. Al final, a pesar de sus intentos, el suyo fue un
amor no consumado.

Como se avecina un alud de melcocha por la celebración de los enamorados, seguiré hablando de
pasiones que matan las siguientes ocasiones.

Publicado por Roberto Coria en 7:51 1 comentario:

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Etiquetas: actores indispensables, asesinos en serie, DETECTIVES, GRANDES ROMANCES,


personajes memorables, series de televisión indispensables

miércoles, 29 de enero de 2014

Amoríos prohibidos

Y así fue como terminó un escándalo que amenazaba afectar seriamente el reino de Bohemia. Y
así fue también como los mejores planes de Sherlock Holmes fueron arruinados por el ingenio de
una mujer. Antiguamente mi compañero acostumbraba burlarse mucho de la supuesta
inteligencia femenina, pero no he oído que lo haga a últimas fechas. Y cuando habla de Irene
Adler, o cuando se refiere a su fotografía, siempre lo hace bajo el honorable título de La Mujer. –
Escándalo en Bohemia (1891), Arthur Conan Doyle.
El primer episodio de la segunda temporada de la teleserie británica Sherlock nos presenta la
ambigua e inquietante relación entre el héroe que da título al programa (Benedict Cumberbatch) e
Irene Adler (Lara Pulver), una dominatriz de altos vuelos que revive a la figura central de la novela
Escándalo en Bohemia, escrita en 1891 por el escocés Arthur Conan Doyle. Ella es objeto del amor
idílico –nunca admitido- de Holmes y un auténtico desafío intelectual. Pero la fascinación que
siente por ella no compromete su posición.

Algo similar, con sus respectivas distancias, ocurre con la creación de Bob Kane y Bill Finger cuyo
cumpleaños 75 celebramos este 2014. Y antes de continuar, una precisión. Mucho se ha
bromeado sobre la orientación sexual de Batman. Ello es principalmente culpa del libro La
seducción del inocente, escrito en 1954 por el psiquiatra germano estadounidense Fredric
Wertham, conocido con justicia como “El Mayor Enemigo de los Superhéroes”. Su texto daba
lecturas homosexaules y pedófilas a la relación entre el Hombre Murciélago y su joven asistente
Dick Grayson. Y no ayudó mucho la colorida pero inolvidable serie de televisión de los años
sesenta, con Adam West y Burt Ward. No aclaro esto porque piense que un justiciero gay sea algo
malo, contrario a la Ley de Dios o cause huracanes (para eso están algunos miembros del clero y la
clase política), sino porque simplemente no fue la intención que le dieron sus creadores. El texto
de Wertham fortaleció la infame cacería de brujas que propició que el Congreso de Estados Unidos
impusiera a la industria de las historietas la famosa Autoridad del Código de Cómics, o CCA por sus
siglas en inglés. Pero regresemos a lo central.

Desde su primera aventura oficial, ocurrida en Batman # 1 en la primavera de 1940, la ladrona


conocida como La Gata fue incluida como un interés romántico del héroe y un desafío físico e
intelectual. Además, el enmascarado siempre enfrentaba el reto de redimirla. La inspiración de la
dupla creativa Kane-Finger vino, evidentemente, de las glamorosas estrellas de cine de su época,
como Jean Harlow –por ahí circula una historia que involucra a una prima de Kane-, y
eventualmente fue rebautizada como La Mujer Gato (Catwoman) o Gatúbela (en estos rumbos).
Desde entonces, el personaje ha tenido múltiples encarnaciones y ha estado en ambos lados de la
Ley. Y aunque Batman ha tenido otros intereses sentimentales –algunos más poderosos-, Gatúbela
–yo prefiero llamarla así- siempre será una presencia importantísima en sus aventuras, justo como
Adler y Holmes.

Publicado por Roberto Coria en 11:55 2 comentarios:

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Etiquetas: DETECTIVES, EL SUPERHÉROE MÁS GRANDE, GRANDES ROMANCES, historietas


indispensables, personajes memorables, series de televisión indispensables, SHERLOCK HOLMES

lunes, 27 de enero de 2014

El ejemplo de José Emilio Pacheco

Ayer dejó de existir físicamente el laureado poeta, narrador, ensayista y traductor José Emilio
Pacheco. Su aportación a las letras nacionales es invaluable y sólo aumenta el pesar por su partida.
Uno de sus alumnos más aventajados y uno de sus amigos más entrañables es Vicente Quirarte,
figura indispensable en este blog. Con su amable permiso reproduzco este retrato, como un
humilde tributo a su genio y grandeza. Hace un rato escuché decir en la radio a su amada Cristina
"me cuesta trabajo hablar en pasado de alguien tan presente en mi vida". Lo mismo podemos
decir todos, aunque su legad es imperecedero.

El ejemplo de José Emilio Pacheco

Vicente Quirarte

En la página 45 de Las batallas en el desierto, uno de nuestros escasos libros clásicos que gozan de
fama pero además de numerosos y cada vez más jóvenes lectores, José Emilio Pacheco hace el
retrato de Carlos, ese niño héroe que se atreve a entrar en el más solitario de los combates.
Cuando el psiquiatra lo interroga sobre aquello que más detesta, el personaje responde: “La
crueldad con la gente y con los animales, la violencia, los gritos, la presunción, los abusos de los
hermanos mayores, la aritmética, que haya quienes no tienen para comer mientras otros se
quedan con todo; encontrar dientes de ajo en el arroz o en los guisados; que poden los árboles o
los destruyan; ver que tiren el pan a la basura.”

Quien conoce la obra de José Emilio Pacheco o ha gozado el privilegio de su cercanía, puede hallar
en las características anteriores un retrato del autor. La personalidad de Carlos, el niño que en su
edad adulta tiene el valor de recordar, es un resumen de los valores defendidos por José Emilio
Pacheco, esos que lo han llevado a construir una escritura que admite varias fraternidades pero al
final nos deja con la sensación de estar ante un estilo que, por diversos motivos, hacemos
inmediatamente nuestro. Mis alumnos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, que para el curso
Historia y Literatura leyeron Las Batallas en el desierto, me agradecieron haber compartido con
ellos la odisea de Carlos y no haber necesitado acudir a diccionario para descifrarla. Para un
miembro del Colegio Nacional, que pertenece a tan alta institución por el modo cimero en que
utiliza el lenguaje, semejante opinión parecería una ofensa. En el caso de José Emilio se trata de un
elogio y un agradecimiento. Elogio, porque la limpieza de su sintaxis es fruto de una intensa lucha
con el lenguaje; agradecimiento, porque pocos ejemplos tenemos en nuestras letras de una
correspondencia tan fiel entre las palabras y las cosas.

El altruismo y las buenas intenciones no bastan para hacer literatura. En un amplio espectro que
va de John Donne a Mafalda, José Emilio Pacheco sufre auténticamente como si cada una de las
dolencias del mundo fueran la suya. Lo admirable es que, con base en las rebeliones inmediatas
que todo ser sensible experimenta ante los desequilibrios de la creación, él haya podido construir
una obra unánimemente admirada por su compleja sencillez, por su envidiable claridad, por su
honestidad avasallante, por su maestría para borrar la primera persona del singular y fundirla,
imperceptible y permanentemente, con la primera persona del plural. José Emilio Pacheco ha
logrado, con sus letras articuladas en los diversos géneros, el triunfo del nosotros considerado
como obra de arte. La familiaridad de los lectores con su escritura ha llegado a ser tan próxima
que ha logrado, en nuestro imaginario, perder su apellido para ganar el más próximo y cálido de
José Emilio.

Existen los escritores que construyen la gran obra y después guardan silencio. Y existen los que
piensan que no basta romper el cerco individual, sino que es necesario volver a decir de otro
modo lo mismo. En 1956, un muchacho de diecisiete años publica “Tríptico del gato” en la revista
Estaciones. El texto parece obra de un autor experimentado: la cuidadosa disección del animal
doméstico y siniestro está realizada con la maestría de Durero al reproducir cada uno de los
detalles en la armadura natural del rinoceronte; con el buril seguro y obsesivo de un maestro
mexicano de José Emilio, Juan José Arreola, que trazó cada una de las criaturas de su Bestiario.
Más que el hallazgo metafórico, la idea que modela el concepto; más que el retrato lírico, el
ensayo que es conceptualidad musculada, sabiduría esencial. Todo parecía anunciar, en “Tríptico
del gato”, que ese joven autor, lector tanto de Jules Renard como de tratados de zoología, era de
la estirpe de aquellos que labran libros perfectos. Más de medio siglo después, José Emilio
Pacheco es el hermano más fiel de ese joven: aún es el niño grande, rebelde ante los entuertos del
mundo. Ahora es también el maestro que enseña sin pontificar, que ilumina sin querer
deslumbrar, que rescata sin exigir una recompensa ni siquiera nominal. “En defensa del
anonimato”, título de uno de sus poemas, es una fe de vida y uno de los principales emblemas de
su quehacer.

Entre 1963 y 1967, el joven José Emilio Pacheco publicó tres libros perfectos, articulados en
diferentes géneros: los cuentos de El viento distante, los poemas de Los elementos de la noche y
la novela Morirás lejos. Tradición y vanguardia, clasicismo y experimentación se dan la mano en
los trabajos de un autor que parecía haber nacido hecho. Sus temas y obsesiones pasan en esas
obras lista de presente: la solidaridad con los condenados de la tierra, el huracán implacable de la
Historia, la materia en constante transformación, la infancia como territorio del descubrimiento y
anticipo del futuro desastre. Sin embargo, nunca los concibió como obras terminadas. Sus libros
son, como la obra maestra de Michael Ende, la historia interminable y, en su perfecto mecanismo,
cada una de sus piezas narrativas es un ejemplo del género. En sus homenajes a la pulp fiction,
José Emilio es nuestro Tarantino; en sus magistrales cuentos de fantasmas, no olvida el consejo de
Montague Rhode James en el sentido de dejar la puerta abierta con objeto de permitir,
mínimamente, la explicación racional. En Morirás lejos obliga a replantear las estructuras
narrativas tradicionales, en una novela que aún hoy mantiene su vigor formal y su peso moral.
Maestro en todos los géneros literarios que cultiva, José Emilio dejó de apostar todas sus cartas a
la idea de El Libro, para emprender, mediante textos breves e intensos, un combate contra la
ignorancia, la indiferencia y el olvido. Con sus ediciones, prólogos, notas e inventarios, José Emilio
es uno de los más importantes historiadores y críticos de la literatura mexicana, uno de nuestros
auténticos educadores. Su importancia proviene no solo de su fecundidad sino de su
preocupación por aventurar nuevos juicios o por corregir rumbos trillados. El gran escritor se
adelanta en la práctica a los teóricos literarios. La intertextualidad, la deconstrucción, la escritura
del desastre son constantes en los textos de José Emilio, siempre de manera activa, nunca como
ejercicios de retórica. A él no se le ocurriría llamarse historiador de las mentalidades, pero sus
inventarios constituyen, en conjunto, un Tratado de la Vida Privada como no lo ha hecho ninguno
de nuestros historiadores, sobre todo de un siglo contra cuyas calamidades no ha dejado de
advertirnos y cuyos esplendores ha celebrado.

En la feria de vanidades de nuestra República Literaria, José Emilio Pacheco escapa a toda
clasificación. La versatilidad de su trabajo lo hace indefinible; no concede entrevistas, casi nunca
presenta sus libros, se niega rotunda y valientemente a responder encuestas sobre temas de los
que se espera que el escritor sepa todo. La modestia es su principal enemiga pero también el
arma que se vuelve contra quienes, en busca de elementos para criticarlo, lo quisieran más
mundano, más débil, más expuesto a las mezquindades de nuestro a veces tan innoble oficio.

José Emilio es uno de nuestros grandes escritores porque es el más inseguro de todos. Su
exigencia es uno de las lecciones que nunca agradeceremos suficientemente. No se trata sólo de
que todo lo hace bien, sino que en cada una de sus actividades propone caminos nuevos. Sus
intentos, en su opinión modestos, y que son auténticos logros, siempre trascienden la primera
intensión. A fuerza de huir la originalidad, es uno de nuestros escritores más originales. De ahí que
cada vez sea más común la frase “yo quisiera hacer esto como lo hace José Emilio”.

En un fin de siglo donde la palabra libro pretende ser sustituida por el término soporte papel, José
Emilio ha sido fiel al texto impreso, en una que es literalmente, columna de la cultura mexicana,
de la cultura desde México. Pocos espacios nuestros gozan del horizonte de expectación de
Inventario, palabra que, de acuerdo con María Moliner, significa “Lista de lo encontrado. Lista de
cosas valorables”. En cualquiera que lo practica, el oficio es motivo de gratitud. Si quien lo firma es
el monograma JEP, es digno de nuestro homenaje. José Emilio descubre, pero nos hace creer que
está encontrando y, más aún, que nosotros con él somos responsables y partícipes de la
iluminación. Quiere ser el cronista en su más original sentido: la conciencia de la tribu, el
encargado de mantener viva la llama de la historia. Edmundo Valadés, en un volumen que reúne
colaboraciones de su columna Excerpta, escribió la siguiente dedicatoria: “A José Emilio Pacheco
que lo hace mejor.” ¿Por qué cada Inventario es leído, disfrutado y atesorado, más allá de la
intención pragmática y presente para la cual fue escrito? Difícilmente habrá un lector suyo que no
conserve alguno de esos Inventarios donde el autor reinventa el término donde todo cabe: la
agudeza de José Emilio, su amor a la verdad, su huida del lugar común lo obligan en cada una de
sus jornadas a dar fe de las cosas como si por primera vez ocurrieran. Para citar una de sus
obsesiones más caras, aquellos textos donde habla de temas familiares son como el naufragio del
Titanic: aunque todos conocemos las líneas generales de la historia, siempre queremos que nos la
vuelvan a contar. Si quien nos la dice se llama José Emilio Pacheco, entonces no dudamos. De
Nahui Ollin a la anatomía de la torta, de las diversas hipótesis sobre el asesinato de Álvaro
Obregón al silencio de Jean-Arthur Rimbaud, de la indagación sobre el murciélago a los
innumerables y siempre nuevos retratos del mar, José Emilio no propone ni dispone: expone. Sus
lectores no tenemos más remedio que aceptar las conclusiones del más dotado de nuestros
Sherlock Holmes, que siempre deja atrás a los numerosos Lestrade que firman y cobran en la
nómina de nuestra academia. Visionario y erudito, detective y juez, José Emilio tiene una especial
habilidad para encontrar misterios donde otros miran soluciones fáciles.

El trabajo de José Emilio Pacheco que convencionalmente llamamos periodístico, tiene en la


tradición mexicana una genealogía definida. De Luis de la Rosa a Francisco Zarco, de Ignacio
Manuel Altamirano a Manuel Gutiérrez Nájera, de Amado Nervo a Martín Luis Guzmán, José
Emilio pertenece a la estirpe de autores que pudieron haberse dado el lujo de labrar la obra
maestra, como lo hicieron, pero además cumplieron el deber de registrar en la página efímera el
momento que pasa. Escritores profesionales, trascendieron el qué para insertarse en la herencia
más vasta del cómo. José Emilio escribe sobre todo y sobre todos, pero siempre para hallar la nota
nueva o señalar el camino para el futuro investigador, para el poeta o el novelista en ciernes.

Hablar sobre José Emilio Pacheco conduce de manera casi inevitable a recordar a Alfonso Reyes.
Talento, poligrafía y preocupación universal son cualidades que evidentemente los hermanan,
pero es justo establecer también sus diferencias. Alfonso Reyes decía que publicar era una forma
de limpiar de papeles el escritorio. Con todo, Reyes creía en la transformación de lo periódico en
permanente: la odisea no siempre afortunada de la página diaria a la del libro que enfrentará los
vientos del futuro. En este sentido, José Emilio es el peor enemigo del interesado en su obra. Al
mismo tiempo, y por tal motivo, su mejor aliado. En alguna ocasión, Ediciones Era y la UNAM
proyectaron publicar íntegramente los Inventarios. El trabajo de recopilación lo había realizado,
paciente y apasionadamente, sin becas ni estipendios institucionales, Carlos Muciño, de ocupación
lector de José Emilio y uno de sus mejores geógrafos. Con ejemplar obstinación, cortés y
convincente, José Emilio se negó hasta que los editores desistimos del intento. Su principal
argumento: la palabra, fulgurante en el momento de la articulación, se pierde en esa forma de
cárcel que es el libro consagratorio y a veces amedrentador. Los libros que leímos, ávidos y
vírgenes, pobres y felices, en ediciones baratas durante nuestra adolescencia, pierden su frescura
en los volúmenes marmóreos.

Ser poeta y ser inteligente es una de las dualidades más difíciles de sobrellevar. José Emilio nació
con ambas alas, y si su obra tiene esa tensión esencial es porque su actividad primordial es la
poesía. José Emilio nunca emociona a su poesía: por eso nos emociona. Si sus dos primeros libros
lo muestran continuador de la gran tradición de la poesía como fiesta del intelecto, a partir de No
me preguntes cómo pasa el tiempo da un giro radical. Sin abandonar su preocupación por lo
mexicano, José Emilio mira la tierra, sus devastaciones, sus ruinas, pero también sus treguas y
epifanías. Su poesía se convierte en un inventario del paso de los días, donde no cuenta el
testimonio personal sino se privilegia la voz del poeta. En sus libros de expresión cada vez más
depurada, dentro de su difícil sencillez, José Emilio brinda una constante lección del maestro, un
permanente examen de la vista.

No hay lenguaje unívoco, y menos en la poesía, pero José Emilio ha logrado, a fuerza de
perfeccionar su estilo, una claridad semántica que no excluye la emoción, una emoción
desapasionada donde el yo se vuelve un nosotros, una conciencia crítica que, tras convencerse y
convencernos de la brutalidad del mundo, nos obliga a apreciar mejor sus fugaces bellezas. Las
correspondencias entre sus temas y las repeticiones deliberadas son frecuentes, y en el cuerpo de
la poesía reunida se complementan y amplifican, borran sus costuras para dejarnos frente a la
integridad y la congruencia de su discurso. Baste citar tres de sus temas mayores: el mar, la niñez,
la ciudad, que reaparecen con distinto ropaje en cada libro y son compañeros de la obra narrativa
de José Emilio, tan breve como intensa, tan necesaria como su poesía. La primera sección de La
arena errante -metáfora de la niñez y el futuro desastre- acompaña la aventura del niño que narra
su iniciación vital en “El principio de placer”.

José Emilio es un poeta de poemas, pero también de series que por su unidad integran momentos
inolvidables de nuestra tradición: si la “Elegía del retorno” es el mejor poema extenso escrito
sobre el terremoto de 1985, es porque en él historia y poesía se funden para construir un poema
épico. Sus poemas dedicados a los animales alcanzan la categoría de grabados verbales por el
vigor y la objetividad con que el poeta los burila. Una serie como “Circo de noche” es memorable
porque en cada poema José Emilio combina, sin que se noten, la rabia y la ternura, la compasión y
la objetividad.

Víctor Hugo, uno de los escritores más citados y admirados por José Emilio Pacheco, cubrió con su
genio la segunda mitad del siglo XIX. También lo hizo Guillermo Prieto, quien creyó en el dogma
romántico y liberal de que la educación es el arma para conquistar el presente y pensar en un
incierto futuro. Polígrafo como ambos, José Emilio Pacheco ha construido un monumento verbal
que es entre nosotros el más completo testimonio del siglo XX con sus héroes y canallas, sus
desiertos y oasis, y de un siglo XXI en que da a la luz sus poemas más luminosamente oscuros. Un
libro clásico se equipara a este trabajo ejemplar: De rerum natura de Lucrecio. Como él, José
Emilio Pacheco ha elegido la humilde y difícil labor de recordar a sus hermanos de planeta la
naturaleza de las cosas, la conciencia de navegar acompañados en “esta molécula de esplendor y
miseria que llamamos la Tierra.”

Publicado por Roberto Coria en 7:34 2 comentarios:

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Etiquetas: AUTORES INDISPENSABLES, en sus propias palabras, in memoriam

sábado, 25 de enero de 2014

Sabias palabras para decirse en una boda

Palabras dichas por Sherlock Holmes (Benedict Cumberbatch) en el banquete de bodas de Mary
Mostan (Amanda Abbington) y John Watson (Martin Freeman), tomadas del guión de Mark Gatiss
Steven Moffat y Stephen Thompson para El signo de los tres, segundo episodio de la tercera
temporada de la teleserie británica Sherlock:

Todas las emociones, y en particular el amor, se oponen a la razón pura y fría que defiendo por
sobre todas las cosas. Una boda es, en mi ponderada opinión, nada menos que una celebración de
todo lo que es falso, engañoso, ilógico y sentimental en este mundo enfermo y moralmente
comprometido. Hoy honramos la ruina de la sociedad y, eventualmente –estoy seguro- de toda
nuestra especie.

Pero igualmente hablemos de John. Si durante mis aventuras me he allegado de su ayuda, no me


alejo del sentimentalismo o del capricho cuando digo que tiene muy buenas cualidades propias
además de su obsesión por mí. En efecto, cualquier reputación sobre mi agudeza mental, en
verdad, proviene del extraordinario contraste que John ofrece de manera desinteresada. De
hecho, creo que las novias tienden a elegir damas de honor excepcionalmente planas en su gran
día. Hay cierta analogía aquí. Y el contraste es, después de todo, el plan de Dios para realzar la
belleza de su creación, o lo sería si Dios no fuera una fantasía ridícula diseñada para dar una
oportunidad de empleo al idiota de la familia.

Lo que trato de decir es que soy el individuo más desagradable, grosero, ignorante y cretino que
tendrán el infortunio de encontrarse en la calle. Desprecio lo virtuoso, soy incapaz de reconocer la
belleza y no puedo comprender la felicidad. Por eso no entendí por qué me pidieron ser Padrino,
más porque nunca esperé ser el mejor amigo de nadie. Y ciertamente no del más valiente,
bondadoso y sabio ser humano que jamás he tenido la fortuna de conocer. John, soy un hombre
ridículo, redimido solamente por la calidez y constancia de tu amistad. Y como aparentemente soy
tu mejor amigo, no puedo felicitarte por la compañera que elegiste. Pero de hecho sí puedo. Mary,
cuando digo que te mereces a este hombre es el cumplido más grande que soy capaz de hacer.
John, has sobrevivido la guerra, lesiones y trágicas pérdidas –de nuevo, lo siento por la más
reciente- así que debes saber, hoy que estás sentado en medio de la mujer que has hecho tu
esposa y del hombre que has salvado –en breve, las dos personas que más te aman en este
mundo,- y sé que hablo por Mary, cuando digo que nunca te decepcionaremos y tenemos una vida
para demostrártelo.

Publicado por Roberto Coria en 17:22 2 comentarios:

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Etiquetas: actores indispensables, en sus propias palabras, guionistas indispensables, series de
televisión indispensables, SHERLOCK HOLMES

miércoles, 22 de enero de 2014

Fantasmas bajo la luz eléctrica inicia el 17 de febrero

Coordinación de Humanidades

Casa Universitaria del Libro

FANTASMAS BAJO LA LUZ ELÉCTRICA

Curso interdisciplinario

(Literatura, historia, cine y otros medios)

Coordinadores:

Vicente Quirarte

Paulo Roberto Coria Monter

17 de febrero a 30 de junio de 2014

Lunes de 17 a 20 horas

El verdadero amor es como el fantasma: todo mundo habla de él pero pocos lo han visto

François, duc de La Rochefoucauld

Antecedentes. Al escribir de noche, Edgar Allan Poe lo hacía con luz de vela. No obstante ser
artículo de apremiante necesidad, sobre todo para un poeta, su costo era elevado. Lo mismo
sucedía con lámparas que utilizaban purísimo aceite de ballena, lo cual explica el apogeo que la
cacería del Leviatán tuvo durante parte considerable del siglo XIX. Derivada del petróleo, la
parafina contribuyó igualmente a la iluminación. Las velas adquirieron inusitada calidad mediante
los descubrimientos del químico francés Michel Eugène Chevreul (1786-188), cuya longevidad de
103 años le permitió ser testigo de la electricidad y su actuación protagónica.

Poe fue plenamente leído y asimilado en nuestro país con la llegada de la luz eléctrica. En 1880 se
instalaron 40 focos alimentados por la nueva energía en la Plaza Mayor de la Ciudad de México y
en la arteria que al desembocar en ella con distintos nombres era la más privilegiada de la urbe:
Plateros, San Francisco, Corpus Christi.

Ante la irrupción de la intrusa que amenazaba clausurar el imperio de las sombras, las presencias
cambiaron de armas y estrategias. El estudio científico de las complejidades del alma humana y la
amplitud del espectro sensorial permitió a nuestros grandes torturados comprender la afirmación
de Poe en el sentido de que sus cuentos no eran imitación de modelos alemanes sino nacían de las
profundidades de su propio corazón.

Objetivos. Con la participación de académicos de varias instituciones y artistas de diferentes


disciplinas, el presente curso aspira a hacer una anatomía del fantasma para tratar de responder al
planteamiento formulado por Guillermo del Toro como epígrafe a su película El espinazo del
diablo: “¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez. Un
instante de dolor quizá, algo muerto que parece por momentos vivo, un sentimiento suspendido
en el tiempo, como una fotografía dolorosa, como un insecto atrapado en ámbar”.

Temario

17 de febrero de 2014, Historia natural de los cuentos de fantasmas. Por Paulo Roberto Coria
Monter (ENAP, UNAM).

24 de febrero de 2014, Poe entre nosotros. Por Vicente Quirarte (IIB, UNAM).

3 de marzo de 2014, México heterodoxo. Por José Ricardo Chaves (IIFL, UNAM).

10 de marzo de 2014, William Mumler y Laureana Wright, fotógrafo y cazadora de fantasmas.


Novela con fantasma. Por Darío Jaramillo Argudelo.

17 de marzo de 2014. No hay sesión. Día festivo.

24 de marzo de 2014. Arthur Conan Doyle, cazador de fantasmas. Por José Luis Zárate.

31 de marzo de 2014. Fantasmas finiseculares. Espectros de Henrik Ibsen. Por Víctor Grovas Hajj
(Universidad del Claustro de Sor Juana).

7 de abril de 2014. Fantasmas en la capital mexicana. Ciudad fantasma. Taller teórico-práctico. Por
Bernardo Esquinca y Vicente Quirarte.

14 de abril de 2014. No hay sesión. Semana Santa.


21 de abril de 2014. Fantasmas, espectros y otros trapos sucios I. Por Jaime Alfonso Sandoval.

28 de abril de 2014. Fantasmas, espectros y otros trapos sucios II. Taller de escritura. Por Jaime
Alfonso Sandoval.

5 de mayo de 2014. No hay sesión. Día festivo.

12 de mayo de 2014. Fantasmas en el celuoide. Por Pablo Guisa (Festival Mórbido).

19 de mayo de 2014. Proyección de El espinazo del diablo (Guillermo del Toro, 2001). Comentarios
de Abraham Castillo (Instituto Ruso Mexicano Serguei Eisenstein y Festival Mórbido).

26 de mayo de 2014. Fantasmas en el cine mexicano. Proyección de El escapulario (Servando


González, 1968). Por Pablo Guisa (Festival Mórbido)

2 de junio de 2014. El fantasma visto por el oriente. Por Jorge Grajales.

9 de junio de 2014. Presencia de lo invisible. Los escritores y el ocultismo. Por Ignacio Solares.

16 de junio de 2014. Parapsicología, o los verdaderos cazafantasmas. Mario Méndez Acosta.

23 de junio de 2014. Fantasmas en el teatro I. El fantasma del Hotel Alsace de Vicente Quirarte y
sus hermanos: “El fantasma de Canterville” de Oscar Wilde, El fantasma de la ópera de Gastón
Leroux. (Proyección del video de la obra preparado por TV UNAM). Por Vicente Quirarte y Eduardo
Ruiz Saviñón.

30 de junio de 2014. Fantasmas en el teatro II. Otra vuelta de tuerca de Henry James y su traslado
al teatro en Los inocentes de William Archibald. Por Vicente Quirarte, Eduardo Ruiz Saviñón y
Roberto Coria.

Publicado por Roberto Coria en 11:31 No hay comentarios:

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Etiquetas: cursos, fantasmas, INVITACIONES, lugares extraordinarios

martes, 21 de enero de 2014

La mejor de mis bodas

Decir adiós es doloroso. Aunque popularmente se dice “de lo bueno, poco”, el esquema de la
televisión inglesa es muy breve si consideramos la costumbre que nos inculcaron nuestros vecinos
del norte. Con sólo 3 episodios de 80 minutos cada uno (aproximadamente) llegará este jueves (en
Latinoamérica) a su fin la tercera –brevísima- temporada (los británicos les dicen series) de
Sherlock, serie merecedora de toda mi admiración. Luego de 8 capítulos a los que no puedo
reprochar nada, elegir un favorito es un verdadero reto. El que precedió a su conclusión, El signo
de los tres, es simplemente uno de los mejores que conozco al detective. El guión de Mark Gatiss
Steven Moffat y Stephen Thompson toma como base la segunda de las cuatro novelas que Arthur
Conan Doyle dedicó al brillante inquilino de la Calle Baker, El sigo de los cuatro (1890). Todo
ocurre durante la boda de John Watson (Martin Freeman) y Mary Mostan (Amanda Abbington), en
la que por supuesto nuestro héroe (Benedict Cumerbatch) tiene la responsabilidad de ser el
Padrino del evento. De forma inesperada convierte la ocasión en un anecdotario de las aventuras
del par e involucra a los convidados en la resolución de uno de sus casos. Lo mejor del capítulo
fue, sin duda, el intento de Holmes por descender del Olimpo de la Deducción al mundo de los
hombres comunes y corrientes. El mejor momento fue un emotivo discurso cuya parte inicial
destruye la institución del matrimonio, las creencias religiosas de las personas (“si Dios no fuera
una fantasía”) y ataca las convenciones de la sociedad, ante la sorpresa y desaprobación de los
congregados. Remata su exposición de la siguiente manera:

Lo que trato de decir es que soy el individuo más desagradable, grosero, ignorante y cretino que
tendrán el infortunio de encontrarse en la calle. Desprecio lo virtuoso, soy incapaz de reconocer la
belleza y no puedo percibir la felicidad. Por eso no comprendí por qué me pidieron ser Padrino,
más porque nunca esperé ser el mejor amigo de nadie. Y ciertamente no del más valiente,
bondadoso y sabio ser humano que jamás he tenido la fortuna de conocer. John, soy un hombre
ridículo, redimido solamente por la calidez y constancia de tu amistad. Y como aparentemente soy
tu mejor amigo, no puedo felicitarte por la compañera que elegiste. Pero de hecho sí puedo. Mary,
cuando digo que te mereces a este hombre es el cumplido más grande que soy capaz de hacer.
John, has sobrevivido la guerra, lesiones y trágicas pérdidas –de nuevo, lo siento por la más
reciente- así que debes saber, hoy que estás sentado en medio de la mujer que has hecho tu
esposa y del hombre que has salvado –en breve, las dos personas que más te aman en este
mundo,- y sé que hablo por Mary, que nunca te decepcionaremos y tenemos una vida para
demostrártelo.

Desde sus mesas, los invitados no pueden sentirse menos que conmovidos. La Señora Hudson
(Una Stubbs) rompe en llanto. Al ver las reacciones, desconcertado, Holmes pregunta:

¿En qué me equivoqué? ¿Qué pasó? ¿Por qué hacen eso? ¿John? ¿Qué hice mal?

Y Watson se pone de pie y abraza a su asociado, emocionado.

Si no se conmovieron, tienen hielo en las venas. O es que, como digo, cuando envejeces te haces
más llorón.
La solución final, el descubrimiento del “signo de los tres”, modificará definitivamente las futuras
aventuras de nuestro paladín. Todo terminará en un par de días. Al menos por un largo año (como
mínimo). Moffat, co creador y productor ejecutivo del programa, ha revelado que una cuarta
temporada se encuentra en planeación. Eso es sin duda una fortuna. La espera, aunque cruel,
valdrá la pena.

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