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Artículo de opinión

El desafío de aprender en un mundo globalizado


La capacidad de aprendizaje del hombre ha sido siempre la frontera que lo ha
diferenciado del resto de las criaturas con las que comparte reino. El lenguaje, como
vehículo e instrumento privilegiado de las operaciones intelectuales, se puede considerar
la barrera que instaura la división naturaleza y cultura tan estudiada por el estructuralismo
del siglo pasado.
Sería natural pensar que, el proceso mundial de globalización, con las facilidades de
transporte y comunicación, debería haber contribuido a borrar las fronteras internas en el
seno de las distintas civilizaciones, producto de un desigual bagaje de aprendizajes y, en
consecuencia, una desigual distribución de los saberes.
Sin embargo, bastará leer las conclusiones anuales de los informes de evaluación PISA
(Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes), o escuchar las
conversaciones cotidianas de los adolescentes y jóvenes en los transportes públicos, en
los locales de comidas rápidas, en las colas de los cines, para darnos cuenta que la
realidad cotidiana parece ir por otros carriles diferentes a la supuesta lógica evolutiva del
siglo XXI.
Entonces aparece de manera casi automática la pregunta que todos alguna vez nos
hemos formulado, ¿qué papel juega la escuela en el desarrollo de los procesos de
aprendizaje? ¿Cuáles son los motivos de una involución en el dominio de aprendizajes
mientras las tasas de alfabetización a nivel nacional crecen con una progresión
satisfactoria?
El estudio del aprendizaje en los sujetos jamás ha sido un problema unidimensional, por el
contrario, constituye una dimensión de estudio multidimensional dentro del paradigma
actual del pensamiento complejo. Teóricos como Edgar Morin nos ilustran al respecto
cuando enuncian que la realidad que nos rodea es un complexus, lo que está tejido junto,
para referirse a una realidad en la que todo está entrelazado.
Ahora bien, frente a estos nuevos enfoques filosóficos y sociológicos las escuelas
continúan sosteniendo en su discurso políticas educativas cognitivas de compartimentos
estancos y en su currículum oculto prácticas conductistas vacías de significado. He aquí
una de las mayores contradicciones de nuestra época. Nuestro sistema educativo
continúa sosteniendo una estructura curricular dividida por materias, con unidades
conceptuales que actúan de manera prescriptiva, sin flexibilizar otras posibilidades
temporales de acceso como por ejemplo los seminarios semestrales, ni otras
posibilidades de participación del sujeto que se forma, como la elección de la propia
currícula de estudios.
Las prácticas que se desarrollan cotidianamente en las aulas utilizan para su defensa el
marco teórico de las zonas de desarrollo próximo –concepto que fue introducido al campo
teórico por el psicólogo ruso Lev Vigotsky- y los andamiajes educativos de los que tanto
David Ausubel como Jerome Bruner escribieron vastos tratados. Pero estos conceptos
aparecen únicamente en las defensas teóricas o en las fundamentaciones de medidas
educativas muchas veces absurdas.
En la práctica el docente real, poco capacitado, mal pago, desvalorizado socialmente en
su labor, echa mano de cuanto mecanismo de raigambre conductista recuerda de sus
propios procesos formativos, priorizando un aprendizaje memorístico, que no da cuenta
de los conflictos que iniciaron a lo largo de la historia las grandes aventuras de producción
de conocimientos.
Por eso, cuando escucho que desde las tribunas que los medios construyen para
oradores improvisados en búsqueda de su minuto de notoriedad, se habla de la
capacidad de aprender a aprender oponiéndola al dominio de los saberes que se
aprenden, se revela ante mis ojos un nuevo ángulo de análisis del problema: para que
exista genuino aprendizaje el individuo tiene que poder aplicar el conocimiento adquirido a
un nuevo contexto. En tanto y en cuanto sigamos creyendo que el dominio de los saberes
no es importante, dado que las redes de información electrónica nos lo pueden proveer en
pocos segundos, entonces estaremos renunciando –sin siquiera sospecharlo- a la
posibilidad de crear nuevo conocimiento superador en las explicaciones que la ciencia
actual brinda respecto del universo.
No es suficiente saber qué tecla oprimir o qué enciclopedia consultar, es necesario
disponer del poder de dominio sobre los saberes adquiridos en procesos de aprendizaje
reales y significativos.
Tal vez este es el motivo por el que, cuando oigo algún discurso que enlaza las palabras
aprendizaje y globalización, creo cada vez con mayor firmeza que solamente será posible
vincularlas después de una auténtica revolución escolar que nos brinde las instituciones
que el siglo necesita.

María José Piancatelli

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