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FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS  UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO

Tulio HALPERÍN DONGHI.


Argentina. De la Revolución de Independencia a la
Confederación Rosista.
Buenos Aires, Paidós, 1993. Vol. III, pp. 112-114.

El nuevo curso de la Revolución. La vida política


[...] A esas dificultades externas habría que agregar las interiores. Aquí el nuevo
régimen aplica dos políticas diferentes, con resultados también distintos. En el
Interior, mostrándose abierto a las reivindicaciones locales, en verdad más
modestas que en el Litoral, logra mantener un frente pasablemente unido, pese a
los altibajos que allí también se dan. En el Litoral, en cambio, las tentativas de
conciliación son demasiado breves, demasiado poco sinceras para alcanzar ningún
resultado. Aun así, los éxitos del nuevo régimen en el conjunto del país
comienzan por ser considerables: cuando el poder de Alvear se derrumba, la
disidencia federal ha llegado a Córdoba y La Rioja, un nuevo foco de disidencia,
comparable para algunos con el del federalismo litoral, se está formando en
Salta.

Mediante un avance lento y tenaz, desprovisto de éxitos ruidosos, el nuevo


gobierno nacional logra encerrar la disidencia federal en su Litoral originario.
Para ello cuenta con el auxilio del congreso, que por lo menos en sus primeras
etapas se muestra capaz de cumplir con eficacia sus tareas. Se ha indicado ya
cómo predomina en él un sordo sentimiento antiporteño; sin embargo, la elección
de Pueyrredón revela la existencia de un terreno de acuerdo entre sectores
políticos de la capital y el Interior, y estando así las cosas el mismo predominio
de estos últimos en la asamblea tucumana es un factor favorable, pese a que
disgusta vivamente a algunos celosos porteños, como el doctor Anchorena,
alarmado de verse tan solo entre “cuicos y provincianos”.

La unanimidad se hace en torno de la declaración de independencia, votada el 9


de julio y solicitada antes ansiosamente por San Martín, pero se rompe en torno
del problema de la forma de gobierno. El 6 de julio Belgrano ha defendido
elocuentemente la restauración de la monarquía incaica; a su juicio los directores
de la política europea no podrán poner objeciones de principio a esta inesperada
aplicación ultramarina de las doctrinas legitimistas. La monarquía incaica no sólo
debía reconciliar a la revolución porteña con Europa; también la reconciliaría con
su ámbito americano, en que se implanta mal; transformaría definitivamente la
revolución municipal en un movimiento de vocación continental.

Las discusiones que siguen no llegan a conclusiones precisas el diputado Oro, de


San Juan, pide que el Congreso no resuelva este asunto tan grave sin consultar
previamente a los pueblos; por su parte se retira de la discusión, alegando
carecer de instrucciones. El diputado Anchorena, revelando demasiado bien tras
sus consideraciones inspiradas en Montesquieu cuál es la razón de su alarma,
señala que en el vasto país las diferencias de la naturaleza las crean los
temperamentos: la montaña siente y piensa de un modo y la llanura de otro.
¿Quiere decir Anchorena que la llanura es republicana y la montaña monárquica,
o más bien que es la montaña la más apegada a la tradición prehispánica, o
finalmente expresa de modo eufemístico su horror ante la idea de ver a un indio
peruano gobernando a su Buenos Aires?

En todo caso la solución que propone es la que la sabiduría política volverá a


descubrir cada vez que pierde la hegemonía sobre el país: acaso éste está hecho
para ser federal... Llevado el debate a términos tan generales y elevados, no es
extraño que no desemboque en ninguna resolución, aunque los proyectos
monárquicos serán constantemente debatidos, y sucesivamente el oscuro
descendiente de los incas que vivía aún en algún lugar del Perú, el no más ilustre
Borbón de Luca, los indeterminados parientes pobres de la casa real inglesa serán
examinados como futuros cónyuges de una infanta portuguesa y soberanos del Río
de la Plata.

Mientras suspende la resolución del grave asunto, el Congreso se reserva una


función de auxilio y asesoramiento al poder ejecutivo; en enero de 1817, para
cumplirla mejor, se traslada a Buenos Aires. Pero lo cierto es que a partir de
ahora su importancia decrece; sean los aires mismos de la Capital, qué al decir de
adversarios apasionados de Buenos Aires han quebrado la independencia de juicio
de tantos que en su provincias han sido paladines apasionados de causas luego
olvidadas con la distancia, sea que la cercanía del director y la gravitación de la
Logia hacen sentir sus consecuencias, el Congreso, una vez instalado en Buenos
Aires, será sobre todo el auxiliar disciplinado de la política de Pueyrredón [...]

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