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Hubo tiempos durante los cuales la expansión del conocimiento se podía traducir en
un crecimiento proporcional del poder de la humanidad; hoy estamos entrando en una era
diferente, en que la dificultad de movilizar todo el acervo disponible y el temor a
consecuencias no intencionales produce rendimientos prácticos decrecientes.

5. Las diferencias entre ciencia e ingeniería

En todos los tiempos los más destacados ingenieros han tenido como axioma que es deseable
ejercer la ingeniería en un campo más bien amplio que estrecho. Procede preguntarse por qué,
pues esta noción contrasta con la ventaja de la especialización que la ciencia ha hecho
evidente durante más de tres siglos, y que es fuertemente propugnada por los profesionales de
la investigación científica.
El hecho de que una y otra propuesta se contrapongan, pero cada una haya mostrado ser
idónea en su propio campo, se explica por la naturaleza distinta de la ingeniería y la ciencia,
que podemos apreciar nítidamente si revisamos los procesos intelectuales de la ingeniería
descritos en los capítulos III a V y los contrastamos con lo dicho de la ciencia en el capítulo
presente.
En efecto, la ciencia se ocupa de descubrir cómo y por qué funcionan las cosas; lo hace
mediante experimentos y observaciones repetibles y con pleno control de las variables que
intervienen. En cambio, lo que compete a la ingeniería no es descubrir y describir el
funcionamiento del mundo, sino cambiarlo mediante diseños que operen eficazmente para los
fines deseados, y a veces puede lograrse que las cosas funcionen aunque la ciencia no pueda
explicar por qué.
Por otra parte, que el diseño propuesto para un puente, una presa, un edificio o una nave
espacial sea capaz de soportar exitosamente las inciertas acciones que sobre él pueden incidir
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durante su vida útil no es una cuestión que alguien pueda demostrar científicamente que
ocurrirá; se trata más bien de una convicción a la que los ingenieros responsables de dichos
diseños llegan basándose en ciertas deducciones teóricas y/o resultados experimentales
interpretados a la luz de los precedentes de la profesión. Esa subjetividad implícita en la
percepción, el discernimiento, las inferencias y la interpretación personal del sujeto —el
ingeniero— es una de las diferencias más importantes entre la ingeniería y la ciencia.
La ciencia busca explicación para todos los fenómenos, pero su gran poder proviene de su
reduccionismo; esto es, de no pretender explicarlo todo a la vez, sino tomar en cada ocasión
una porción pequeñísima de la realidad, bien delimitada y aislada de perturbaciones externas,
a fin de hacerla susceptible de experimentación, observación y medición confiables; tras
pocas repeticiones de tal experimento se puede obtener una conclusión de validez general
sobre la manera en que funciona esa minúscula porción del mundo. Para ampliar el
conocimiento del universo basta tomar otras pequeñas porciones de él y volver a aplicar el
mismo método. Esto es lo que hace del método científico un instrumento tan poderoso, “la
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estrategia de investigación más fructífera jamás inventada”.
Por el contrario, la función central de la ingeniería no es explicar fenómenos sino
controlarlos o usarlos para fines prácticos; esto es, lidiar con ellos, estén o no explicados
científicamente. La ingeniería no resuelve cuestiones generales, sino problemas específicos en
su particular circunstancia; poder hacerlo depende críticamente de no aislar de su entorno el
proyecto, no soslayar en el momento del diagnóstico la influencia de ningún factor probable,
ni olvidar en la etapa de diseño las condiciones inciertas que pudieran afectar a tal proyecto
en el futuro. En otras palabras, la ingeniería no puede ser reduccionista, sino totalizadora o
integradora; no puede dividir el problema en pedazos ni aislarlo de sus circunstancias
particulares, sino resolverlo integralmente y en su contexto.
Por todo eso, propugnar la especialización si se trata de hacer investigación científica, y
desaconsejarla en la práctica de la ingeniería, buscando ejercer esta profesión en un campo
más bien amplio, son actitudes opuestas entre sí, pero cada una con plena justificación en su
respectivo ámbito y solamente en él.
Desde que el método científico se volvió el modo dominante de generar nuevo
conocimiento, la tendencia a la especialización de la ciencia ha hecho surgir nuevas
disciplinas o especialidades científicas motivadas precisamente por las necesidades de los
ingenieros. Se trata de las llamadas ciencias de la ingeniería, que aportan conocimientos
útiles para que el ingeniero pueda contender mejor con sus propios problemas. Las ciencias
de la ingeniería son disciplinas ejercidas por especialistas, muchos de ellos con una
formación inicial como ingenieros. En general, estos especialistas no están interesados en la
práctica de la profesión, sino en hacer avanzar el conocimiento que es relevante para la
ingeniería. Lo hacen trabajando en el seno de grupos e instituciones académicas y, por
supuesto, sus actividades no difieren en nada de las que realizan otros científicos. Tal es la
investigación en las ciencias de la ingeniería que, en efecto, es idéntica al resto de la
actividad científica, tanto en sus procedimientos como en la naturaleza de sus resultados. La
investigación en las ciencias de la ingeniería sólo se distingue de la que se hace en el resto de
las ciencias en dos aspectos: el criterio con que se escogen los problemas a investigar y los
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atributos de sus soluciones. Se busca no solamente generar nuevo conocimiento, sino que éste
contribuya de inmediato a tornar viables o mejores las respuestas de los ingenieros a las
necesidades sociales; para ello se escogen los temas que en el momento pueden incidir más
sobre tales respuestas, y se prefiere en cada caso la solución que, por su sencillez, puede ser
adoptada con más facilidad por los ingenieros de la práctica profesional.[7]
Ciencia e ingeniería son, pues, actividades muy distintas. Empero, la segunda usa
conocimientos provenientes principalmente de la primera, y ambas coinciden en su exigencia
de racionalidad, que consiste, nada menos pero nada más, en evitar contradicciones internas
en el conjunto de los supuestos, procedimientos y conclusiones de los procesos intelectuales
que realizan. Y aun en esto surge una diferencia: la racionalidad es necesaria y suficiente para
hacer ciencia, mientras que para hacer ingeniería la razón no basta, según se discute en el
capítulo V.

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6. ¿Hay ideología en la ingeniería y la ciencia?

El concepto que la mayoría de la gente tiene de la ingeniería y la ciencia es que ambas son
actividades objetivas por excelencia, y lo que hasta aquí hemos dicho en este capítulo no
contradice explícitamente tal noción, aunque tampoco la avala. Por su parte, científicos e
ingenieros suelen complacerse de que su actividad sea vista por los demás como una
expresión objetiva de la realidad y sus leyes; es decir, como algo ideológicamente neutro. Por
supuesto que no hay tal neutralidad, como tampoco puede existir en ninguna otra cosa
producida por humanos, pero lo extendido de la noción de que ciencia e ingeniería están libres
de “contaminación” ideológica ha determinado que el tratamiento del tema en la literatura
científica sea muy raro.
Para que el análisis de esta cuestión no resulte arbitrario debemos comenzar por definir lo
que entendemos por ideología. Los diccionarios la definen como el conjunto de ideas o
creencias de un individuo o un grupo en especial que condicionan sus actitudes políticas y
sociales. La definición puede precisarse un poco más agregando los siguientes elementos
postulados por Emilio Rosenblueth:[8] a) la ideología es un conjunto de axiomas difícilmente
renunciables (o dogmas) capaz de mover a la acción y que cada persona o grupo social adopta
como guía de sus decisiones; b) sería excesivo pedir que el conjunto de axiomas que
constituyen una ideología fuese absolutamente coherente o libre de contradicciones, pues por
tratarse de creencias con el contenido emocional propio de cada persona y casi
irrenunciables, la evidencia de contradicción empírica o lógica no basta para modificarlos; c)
por otra parte, sin cierto grado de coherencia, tales axiomas tampoco podrían constituir una
ideología, pues no permitirían actuar.
Así pues, la ideología es una visión subjetiva más o menos distorsionada de la realidad,
que sirve a un individuo o un grupo como regla sencilla de decisión y que suelen eximirlo de
un análisis más riguroso ante cuestiones que le exigen actuar. El grado en que una ideología
distorsiona o simplifica la realidad depende del cuidado racional que el sujeto ha puesto en
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integrarla o adoptarla y, por lo mismo, suele ser mayor en las ideologías de grandes grupos
sociales que en las de los individuos, sobre todo si éstos son cultos, cuidadosos y autocríticos.
Es de suponerse que todos tenemos una ideología, incluso quienes nunca lo han pensado y por
tanto no son conscientes de ello; si no la tuviéramos, nada nos impulsaría a la acción y
seríamos absolutamente apáticos o indiferentes ante todas las cuestiones relacionadas con
nuestros semejantes. Lo que cada individuo sostiene como verdades evidentes constituye su
ideología.[9] Quienes durante mil años, entre los siglos V y XV de nuestra era, sostenían con
san Agustín que estudiar la naturaleza era distraer la mente en actividades estériles, en virtud
de que el único objeto digno de estudio era Dios, estaban expresando su ideología; lo mismo
ocurre hoy cuando algún científico dice que la ciencia es una actividad absolutamente
objetiva. Y el hecho de que casi todo el mundo occidental creyera en aquella época lo mismo
que san Agustín, y casi todos nuestros contemporáneos crean como muchos científicos e
ingenieros en la objetividad de la ciencia y la ingeniería, no quita a dichas creencias su sesgo.
En el capítulo XII puede verse que la ideología de una sociedad se manifiesta en los
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llamados valores sociales, creencias axiomáticas sobre lo bueno y lo malo, que a su vez son
influidas por la tecnología, y que finalmente condicionan las decisiones éticas, como se
explica en el capítulo XI. En conclusión, no hay posibilidad de que algo humano esté libre de
ideología, pues las múltiples interconexiones de la trama social hacen que cada subsistema
reciba diversos tipos y grados de realimentación proveniente de otros subsistemas.
Para percatarnos de que la ideología influye y está presente en la ciencia y la ingeniería
comencemos por no confundir dichas actividades con sus productos, que son, respectivamente,
el conocimiento científico y las creaciones materiales que la humanidad ha acumulado y sigue
produciendo. La ciencia y la ingeniería como tales son actividades; no son productos, sino
procesos. En particular, la ciencia no es el conjunto de respuestas que esta actividad ha
generado, sino una búsqueda, que comienza con una pregunta que inquieta o interesa al
científico, quien, por tanto, busca responderla mediante el método experimental o científico.
Análogamente, la ingeniería no es el acervo de creaciones materiales que el hombre ha ideado
y producido para satisfacer lo que considera sus necesidades, sino los procesos intelectuales e
instrumentales que se desarrollan para satisfacer esa necesidad.
La ideología está presente en la ciencia porque el impulso para emprender una
investigación es la pregunta que el científico y/o la comunidad de sus pares y/o la sociedad a
la que uno y otra pertenecen escogen para responder entre la infinidad de preguntas posibles
que la ciencia aún no ha respondido, elección que necesariamente tiene motivaciones o
condicionantes subjetivos o ideológicos. Igualmente, puesto que las necesidades humanas no
representan un estado de la naturaleza, sino un sentimiento de insatisfacción de alguien por tal
estado, podemos decir que la ideología está presente en la ingeniería desde el momento en que
el ingeniero asume que cierta necesidad material amerita satisfacerse. Tanto las preguntas que
se estima pertinente investigar mediante la ciencia como las necesidades que se busca
satisfacer mediante un proyecto de ingeniería son en cierta medida asuntos subjetivos influidos
(cuando no determinados) por lo que alguien considera deseable, legítimo o posible, es decir,
por una ideología.
Es cierto que una vez definida la pregunta a investigar científicamente, o la necesidad
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social a satisfacer mediante la ingeniería, los pasos y criterios con los que procede el
científico o el ingeniero tienen que ajustarse a los hechos y a lo que se sabe de ellos, lo que da
márgenes muy angostos para la subjetividad; empero tales márgenes nunca dejan de existir,
sobre todo en la ingeniería, según lo expuesto en los capítulos II a V. Pero más importante que
eso es el hecho de que las preguntas que se hace la ciencia y los problemas que busca resolver
la ingeniería están determinados o condicionados por la ideología de quienes hacen las
preguntan o plantean los problemas, pues esto último determina la dirección en que una y otra
avanzan.

[1] Galileo Galilei, Diálogo sobre las dos nuevas ciencias, originalmente publicado en
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