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Un instante mágico

Mary Lynn Baxter


15º Serie Multiautor “36 horas”

Un instante mágico (2001)


Historia corta incluida en Cuentos de Navidad 2001
Título Original: Pregnant pause (2000)
Serie Multiautor: 15º “36 horas”
Editorial: Harlequín Ibérica
Sello / Colección: Internacional 253
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Shane McCoy y Julie Harrison

Argumento:

Pocos días antes de Navidad, una fuerte tormenta azotó aquella pequeña
ciudad de Colorado… A partir de ese momento, algunos sorprendentes
secretos salieron a la luz, las parejas y las familias volvieron a reunirse y el
futuro de algunas personas empezó a cambiar de color.

Un rico ranchero iba a ayudar a nacer al hijo de la mujer de la que había


estado enamorado toda su vida.
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Capítulo 1
La fiesta era una lata.
¿Pero qué esperaba? Shane McCoy se miró las puntas de las botas para
esconder su aburrimiento. No tenía previsto asistir a aquel acontecimiento
comunitario; los acontecimientos sociales de esa naturaleza no eran de su agrado,
sobre todo un lunes por la noche, en vísperas de Navidad. Pero, por alguna razón, se
había dejado convencer por su vecino del rancho de al lado.
Tal vez había sentido la necesidad de reconciliarse con Grand Springs y su
gente. Hacía un año que había vuelto a su ciudad natal y, durante la mayor parte de
ese tiempo, había permanecido solo.
O tal vez su amigo lo había convencido porque era Navidad, una época en la
que se suponía que uno no debía mostrarse huraño. No era momento para estar solo.
Pero Shane era un solitario, lo cual no lo incomodaba lo más mínimo. Había
aprendido mucho tiempo atrás a no dejarse influir por la opinión de la gente,
apoyándose en el viejo adagio según el cual lo que cada cual pensara de él, no era
asunto suyo.
Dejó escapar un suspiro antes de volver a fijarse en lo que ocurría a su
alrededor. Los invitados se paseaban con copas en las manos, hablando y riendo.
Algunos incluso bailaban al son de una orquesta que tocaba un éxito pop.
Shane debía admitir que la fiesta, auspiciada por la Cámara de Comercio de
Grand Springs en el restaurante Randolph's, un sitio muy popular, estaba bien
organizada. Un árbol enorme dominaba un rincón del salón de banquetes, situado en
la parte de atrás del restaurante. El abeto estaba decorado con lo que parecía ser un
millón de brillantes adornos e iluminado con el mismo número de bombillas blancas.
Diseminados por el salón había además numerosos ramos de flores de vivo color
rojo.
Un entorno festivo. Unas fechas festivas. Así que, ¿por qué se sentía tan ajeno,
tan fuera de lugar? Shane apoyó el peso del cuerpo en un pie y luego en el otro,
deseando estar de vuelta en su rancho, en su cómodo cuarto de estar, en calzoncillos,
tumbado en su sofá de cuero, escuchando el tamborileo de la lluvia sobre su tejado
nuevo.
Pero, en lugar de eso, allí estaba, en un sarao municipal, tan irritado como un
tábano con ganas de clavar su aguijón. Se bebió el último trago de su cerveza y tiró la
lata en la papelera más próxima. De nuevo recorrió el salón con la mirada, fijándose
en los invitados.
Fue entonces cuando se percató de que conocía a muy pocas personas de entre
los allí reunidos; razón de más para darle las gracias a Jake Williams por invitarlo y
marcharse en su Dodge a toda velocidad. Sin embargo, no se movió, pues sabía que
no le haría mal quedarse un rato y mezclarse con la gente, para variar.

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Pero tenía serias dudas sobre su capacidad para alternar. Eso no estaba en su
naturaleza. No obstante, tampoco era sensato marcharse, pues fuera el viento y la
lluvia azotaban con fuerza.
Suspirando otra vez, Shane observó a una pareja con la que había coincidido
una vez en el banco: Steve Wilson, un médico local, y su mujer, Rebecca. Pero
parecían hallarse en medio de una discusión.
También reconoció a otra pareja a la que le habían presentado poco antes. Lucas
Harding, vicepresidente de una gran empresa de relaciones públicas, y su secretaria,
Sarah Lewis, estaban junto a la barra, pidiendo unas copas. Muy cerca de ellos se
encontraba Jake Williams, su amigo ranchero, charlando alegremente en medio de un
círculo de hombres. Shane podía oír sus risas desde donde se encontraba.
Estaba pensando en unírseles cuando oyó tras de sí una voz que decía:
—Bueno, bueno, bueno, no puedo creer lo que ven mis ojos.
Shane se dio la vuelta, azorado. La última persona a la que quería ver era
Wanda Russell, una mujer con la que había salido un par de veces.
—¿Por qué lo dices? —le preguntó él en tono indiferente.
—No esperaba encontrarte aquí.
Wanda le dirigió una sonrisa cómplice que hizo que a Shane se le encogiera el
estómago. ¿Qué habría visto en aquella mujer? Oh, era bastante bonita, con su pelo
negro, sus ojos oscuros y su voluptuosa figura. Pero bajo su belleza superficial se
ocultaba alguien sin ambición ni propósito en la vida. Una auténtica cabeza hueca.
—La vida está llena de sorpresas —dijo Shane fríamente.
—Bueno, ¿cómo te va?
—No puedo quejarme —contestó, cauteloso.
—Yo tampoco —dijo Wanda, bajando la voz y acercándose un poco más a él—.
Salvo porque te echo de menos.
Shane se guardaría mucho de responder a aquella afirmación. Lo único que
quería era que aquella mujer se abalanzara sobre su siguiente víctima y lo dejara en
paz.
Ella sonrió, mostrando su perfecta y blanca dentadura.
—¿Estás con alguien?
Shane estuvo tentado de mentirle, pero se lo pensó mejor. Diablos, no tenía que
justificarse ante ella ni ante nadie.
—No.
—Yo también estoy sola.
De ningún modo iba a quedarse con ella.
—Mira, Wanda…

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Como si percibiera su estado de ánimo y supiera adonde los llevaba la


conversación, ella dijo:
—Eh, no seas tan antipático. ¿Qué te parece si bailamos?
—No, gracias.
Ella frunció sus labios insinuantes y puso una voz quejumbrosa.
—Anda, vamos. Lo pasaremos muy bien.
Él esbozó una sonrisa sarcástica.
—Lo dudo, pero gracias de todas formas.
Ella entrecerró los ojos, enfadada.
—Puedes ser un auténtico aguafiestas cuando se te antoja, Shane McCoy.
Diciendo esto, dio media vuelta y se alejó. Al instante, Shane dio un suspiro de
alivio. Después de haber dejado de llamarla, ella había empezado a llamarlo a él.
Antes de hacerle comprender que no estaba interesado en ningún tipo de relación,
las cosas se habían puesto bastante desagradables. De ahí que lo sorprendiera que
ella se le hubiera acercado.
Decidiendo que llevaba demasiado tiempo alejado del mundo, Shane se apartó
de la pared y ya se disponía a acercarse a Jake cuando se quedó paralizado, tanto
mental como físicamente.
Parpadeó una vez y luego otra. No, no era ella. Pero, aun así, no podía dejar de
mirarla. Fue entonces cuando comprendió que no se había equivocado. Era ella: Julie
Harrison, una vieja amiga. El estómago se le hizo un nudo cuando se dio cuenta de
otra cosa: estaba embarazada.
Hacía ya varios años que sus caminos se habían cruzado por última vez. Había
sido después de que Julie se casara. Shane se había tropezado con ella en un
restaurante.
Durante ese breve encuentro, Julie se había mostrado tan cordial y cariñosa
como siempre, pero Shane había percibido unas extrañas sombras en sus exquisitos
ojos azules.
En realidad, nunca se le había escapado nada en lo que a Julie concernía.
Llevaba toda la vida enamorado de ella, o eso parecía. Sin embargo, ese era un
secreto que nunca le había revelado a nadie, y mucho menos a ella.
Julie y él habían sido vecinos y crecido juntos en Grand Springs. Y dado que
Shane era solo dos años mayor que ella, también habían formado parte de la misma
pandilla en la escuela y se habían movido en los mismos ambientes fuera de ella.
Shane tenía la intención de convertir su amistad en algo más, justo cuando ella
empezó a salir con su mejor amigo. Para infortunio de Shane, esa relación había
durado hasta que Julie se marchó a la universidad, donde conoció a su marido.
Pensar en este forzó a Shane a volver al presente.

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Julie estaba hablando con una mujer que parecía una amiga íntima. Shane la
contempló ávidamente. Embarazada estaba más encantadora que nunca. Si las cosas
hubieran sido distintas, el niño que crecía dentro de ella podría haber sido suyo. Si le
hubiera dicho algo la noche en que la besó…
—Maldita sea —musitó Shane, negándose a pensar en el pasado y en lo que
podía haber ocurrido. De cualquier forma, era demasiado tarde para ellos. Él tenía
una vida completa, a pesar de la soledad que a veces lo mortificaba.
Y no porque estuviera solo en el mundo, que no lo estaba. Tenía a su madre y a
su hermana, que vivían en Denver. Cuando la soledad se le hacía insoportable, iba a
verlas o las invitaba a hacerle una visita, sobre todo a su hermana, a cuyo marido e
hijos gemelos les encantaba el rancho.
Era solo la Navidad, que lo sacaba de quicio.
En cuanto a Julie… Bueno, probablemente ella sería feliz. Después de todo, iba
a tener un bebé. Y su marido andaría por allí, acechando, se recordó Shane
amargamente.
Sin embargo, se sentía incapaz de apartar los ojos de ella. Murmurando otra
maldición, volvió a apoyarse contra la pared.
—¿Te lo estás pasando bien?
Julie lanzó a su amiga, Millicent Everette, una mirada ceñuda.
—Todavía no, pero la verdad es que acabo de llegar.
Millie sonrió, relajando sus rasgos de duendecillo.
—Lo sé. Casi no puedo creerme que hayas venido.
—¿Por qué? —preguntó Julie en tono inocente.
—Por este tiempo de perros, por ejemplo.
—Me sorprendí a mí misma en un momento de debilidad —Julie se estremeció
al mirar por la ventana—. ¿Puedes creer que llueva tanto? Y cada vez hace más frío.
Millie le dio un breve abrazo.
—Es un fastidio, pero me alegro de que por fin te decidieras a desafiar a los
elementos.
Julie se colocó tras la oreja un mechón de su pelo rubio y liso, que llevaba
cortado a la altura de los hombros, y suspiró.
—Bueno, debo admitir que he estado a punto de no venir, y no solo por el
tiempo.
—No empieces con eso —dijo Millie, lanzándole una mirada severa—. Las
fiestas son para pasarlo bien, ¿recuerdas? Los pensamientos tristes son tabú.
Julie sonrió, aunque su sonrisa no se contagió a sus ojos.
—Si tú lo dices.

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Millie, su mejor amiga, había estado a su lado en los buenos tiempos y también
en los malos. Los amigos no tenían precio para Julie, que era hija única y cuyos
padres habían muerto. Millie y ella habían ido juntas a la escuela durante años y
pasado mucho tiempo la una con la otra, sobre todo porque Millie no se había
casado.
—A ver esa sonrisa —le pidió Millie—. El bebé, tú y yo nos vamos a divertir.
De pronto, el estallido de un trueno sacudió la habitación y las luces vacilaron
un instante. Julie contuvo el aliento, pensando otra vez que había llegado a la fiesta
justo en el momento crítico. La tormenta había empezado a arreciar antes de que se
metiera en el coche. Pero, mientras conducía hacia la fiesta, la lluvia había amainado.
En ese momento, el cielo parecía estar en erupción otra vez.
—Ojalá pare la tormenta —dijo Millie con fastidio.
Julie frunció el ceño.
—Sí, ojalá. Si no para, me parece que saldremos de aquí nadando.
—Oh, Dios mío, no digas eso —Millie se estremeció—. Esta ciudad ya ha
pasado lo suyo gracias a la Madre Naturaleza —se quedaron ambas calladas un
momento y luego Millie añadió—. ¿Conoces a ese hombre de allí?
—¿A cuál?
Millie ladeó la cabeza.
—Al del rincón. Lleva un buen rato mirándote.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo he estado observando por el rabillo del ojo.
—¿Dónde está? —preguntó Julie, figurándose que serían imaginaciones de su
amiga.
—Detrás de ti, a tu derecha. Está solo.
Julie se giró lentamente, procurando que su curiosidad no fuera demasiado
evidente. Al principio, no vio a ningún hombre solo. Los que vio estaban con otros
hombres o mujeres. Pero luego, él salió de entre las sombras.
Por alguna razón, Julie contuvo el aliento. Su amiga tenía razón. Aquel hombre
la miraba fijamente.
Millie le dio un codazo.
—¿Quién es? —Julie no respondió. Estaba demasiado ocupada devolviéndole
su intensa mirada—. Se te nota en la cara que lo conoces.
—Claro que lo conozco —dijo Julie, sin apartar la mirada.
—Bueno, pues dímelo. No me tengas en ascuas, porque se está acercando.
—Es Shane McCoy, un viejo amigo.
—Un viejo novio, querrás decir.

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—No —dijo Julie—. Pero debería haberlo sido.

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Capítulo 2
—Vaya, tu viejo amigo es bastante guapo.
Julie, mirando a Shane mientras se dirigía hacia ellas, no pudo negarlo.
¿Siempre había sido tan guapo, tan viril? No lo creía. Pero alguien que tenía treinta y
un años, dos años más que ella, forzosamente tenía que haber cambiado con la edad.
Y, al parecer, Shane se contaba entre los pocos afortunados que tenían a la edad de su
parte.
Sin duda, estaría casado. Alguien con sus cualidades no podía haber escapado
al matrimonio. ¿Y por qué demonios le venía eso a la cabeza? Mortificada, Julie deseó
darse la vuelta, pero no pudo. Algo en la sonrisa de Shane la mantuvo inmóvil,
mientras la acometía otro absurdo pensamiento.
¿Por qué no había ido tras él, en vez de tras su mejor amigo? Esa inoportuna
idea la hizo sonrojarse.
—¿Debo perderme? —le preguntó Millie, con una sonrisa cómplice aflorando
repentinamente a los labios.
—Creo que sí —dijo Julie, sorprendiéndose a sí misma.
—Menuda amiga —dijo Millie, en tono juguetonamente ofendido.
Julie la ignoró.
—Nos vemos luego.
—Sí, de acuerdo —contestó Millie, remolona.
Julie se limitó a sonreír, y la sonrisa seguía en su cara cuando se encontró con
Shane en medio del salón y alzó la mirada hacia sus luminosos ojos azules. Dios
santo. De cerca, era todavía más guapo.
La piel curtida y bronceada por el sol acentuaba la ruda madurez de su rostro.
Su pelo no había cambiado mucho. Seguía siendo castaño claro, aunque algo más
rubio de lo que Julie recordaba, y se le rizaba ligeramente en la nuca, lo que hizo que
ella se estremeciera por alguna absurda razón.
Dios, ¿en qué estaba pensando? De pronto, Julie sintió que se le congelaba la
sonrisa en los labios.
—Cuánto tiempo sin verte —dijo él por fin, después de que sus ojos se
encontraran y se miraran un largo momento.
—Sí, mucho tiempo —Julie oyó el temblor de su voz y se sintió aún más
azorada.
—¿No vas a darme un abrazo por los viejos tiempos?
—Claro.
Antes de que ella pudiera hacer ningún movimiento, Shane le echó un brazo
alrededor de los hombros y la apretó contra su costado duro y musculoso. Luego, la
soltó.

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—Estás guapísima —dijo. Sus ojos sondearon los de Julie y luego parecieron
vagar por su cuerpo, deteniéndose fugazmente en sus pechos hinchados.
Julie se sonrojó y se puso una mano sobre el abultado vientre.
—No hace falta que me halagues, ¿sabes?
La sonrisa de Shane se debilitó un poco.
—Eh, lo digo en serio. Estás preciosa.
La boca de Julie se curvó hacia abajo.
—Bueno, gracias. Lo recordaré la próxima vez que me mire al espejo.
—Hazlo.
—En fin, ¿qué ha sido de ti? —preguntó ella, repentinamente ansiosa por
saberlo todo sobre su antiguo vecino. Ciertamente, esperaba que le hubiera ido mejor
que a ella.
La mirada de Julie se deslizó discretamente a su dedo anular y vio que estaba
vacío. No sabía si alegrarse o entristecerse por él.
—¿Tienes un minuto para charlar? —preguntó Shane, dirigiéndole una mirada
pensativa.
—Tengo muchos minutos, en realidad —Julie se figuró que probablemente
Shane se preguntaba dónde estaba su marido. Por fortuna, no se lo había
preguntado. Por el momento, al menos.
Shane miró a su alrededor, y los ojos de Julie siguieron su mirada. El salón
estaba absolutamente atestado de gente. El barullo se mezclaba con la música,
haciendo casi imposible mantener una conversación racional.
—Salgamos de este manicomio. No sé a ti, pero a mí este alboroto me está
volviendo loco.
—A mí también.
—Ven, vamos a aquel rincón del otro lado del salón.
Julie sintió que la mano de Shane tocaba suavemente su espalda, empujándola
en aquella dirección. Al cabo de unos momentos estaban sentados uno frente al otro.
—Esto está mucho mejor —Julie se removió, intentando acomodarse en la silla
de metal.
—¿Estás bien?
—Ahora sí. A estas alturas del partido, tengo que encontrar una postura que
nos convengan a Elizabeth y a mí.
La expresión de Shane se ensombreció un instante y luego, como si una
bombilla se hubiera encendido dentro de su cabeza, sonrió.
—Ah, así que es ella, y se llama Elizabeth. Me gusta.
—Gracias —Julie se puso de nuevo la mano sobre el vientre. Justo en ese
momento, el bebé decidió dar una patada. Su tripa se estremeció.

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Shane abrió mucho los ojos.


—¡Vaya!
—¿Lo has notado?
—Sí, lo he notado —dijo él, un tanto impresionado.
—No tienes hijos, ¿verdad?
Los rasgos de Shane se ensombrecieron otra vez.
—No.
Después de aquella sucinta respuesta, un embarazoso silencio cayó sobre ellos.
Luego, Shane se levantó.
—¿Qué te parece si traigo algo de beber?
—Para mí, un té caliente.
Él sonrió.
—Un té caliente en marcha.
Julie lo miró mientras se alejaba, preguntándose qué o quién había puesto esas
sombras en los ojos de Shane.
En lugar de una cerveza, necesitaba dos en cada mano. Diablos, se sentía
aturdido. Solo Julie podía hacerle sentir así. Sin embargo, no iba a perder la
oportunidad de estar con ella aunque solo fuera un rato.
Parecía haber pasado una eternidad desde los viejos tiempos, cuando eran
jóvenes y alegres y sus quebraderos de cabeza se limitaban a quién saldría con quién
y a qué equipo ganaría el partido de fútbol.
¿Daría marcha atrás? Demonios, sí, pero haría las cosas de otra manera. No
dejaría que su mejor amigo volviera a tomarle la delantera con Julie.
En fin, al diablo con eso, McCoy, se dijo. Ideas como aquella solo podían
aumentar su infelicidad. Además, el pasado era cosa hecha, y no podía cambiarse. Lo
único que podía hacer era disfrutar de la compañía de Julie, y luego regresar a su
rancho, a donde pertenecía.
¿Pero y ella? ¿Estaba sola? ¿Dónde estaba su marido?
Esta última pregunta lo importunaba mientras pedía las bebidas, y todavía
seguía importunándolo cuando volvió hacia donde Julie estaba sentada. Ella no
estaba mirando en su dirección, lo que le dio la oportunidad de estudiarla de nuevo.
Dios, era preciosa, aunque no en un sentido espectacular. La suya era una
belleza suave y delicada que parecía proceder del interior. Sin embargo, destacaría
entre una multitud de mujeres, de eso no había duda.
Solo sus ojos de un azul oscuro, rodeados por largas y espesas pestañas, eran
como un imán que lo atraía hacia ella. El pelo rubio, que antaño solía llevar corto, le
caía ahora liso sobre los hombros y recordaba a la más fina seda.
Esperaba que Elizabeth se pareciera a ella.

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Un profundo suspiro se le escapó al volver a deslizarse en la silla junto a ella.


Julie le sonrió, agradecida, e inmediatamente dio un trago a la taza de té.
—Mmm, qué bueno —dijo.
—Me alegro —él tomó un sorbo de su cerveza y luego la miró.
Pero antes de que pudiera hacerle todas las preguntas que querían escapar de
sus labios, ella dijo:
—Bueno, cuéntame qué ha sido de ti. ¿Vives aquí o solo estás de paso?
—Me compré un rancho a las afueras de la ciudad hace más o menos un año y
desde entonces vivo aquí —Shane se encogió de hombros—. Así que supongo que
puede decirse que soy un ganadero que trabaja mucho. Junto con mi imprescindible
capataz, claro.
Ella le sonrió alegremente.
—Claro. Pero apuesto a que podrías llevar el rancho igual de bien tú solo.
Él volvió a encogerse de hombros.
—Puede.
—¿Qué tal tu madre y tu hermana? Hace una eternidad que no las veo.
—Están muy bien, aunque no las veo tanto como me gustaría. Mamá se mudó a
Denver para estar cerca de sus nietos. Mi hermana tiene dos hijos gemelos.
—Oh, qué divertido —arqueó las cejas—. Aunque, pensándolo bien, dos a la
vez debe de ser para volverse loca.
—Sí. Esos dos sacan de quicio a Kathy. No sé qué habría hecho si mamá no
estuviera allí.
—La próxima vez que venga, avísame. Me encantaría verla.
—Y a ella también, seguro. Siempre te ha considerado una de las suyas.
Julie se quedó pensativa y las sombras de sus ojos se oscurecieron. Shane deseó
saber la razón de aquellas sombras. No, no quería saberla. Ello solo lo entristecería
aún más, porque no había nada que pudiera hacer por Julie.
—Fueron buenos tiempos —dijo ella finalmente.
—Sí.
—¿Te acuerdas de aquella vez que nos juntamos todos y nos fumamos un
paquete de cigarrillos?
Un guiño achicó los ojos de Shane.
—Claro que me acuerdo. Sobre todo, de ti. Te pusiste verde como un melón y
echaste hasta la primera papilla.
—Bueno, no hace falta que te ensañes.
—Apuesto a que no has vuelto a fumar.
Julie hizo girar los ojos.

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—Nunca. Solo de pensarlo se me revuelve el estómago. Pero, si no recuerdo


mal, a ti tampoco te sentó muy bien.
—Por lo menos, yo no eché el desayuno.
—Cambiemos de tema, ¿quieres? —su tono sonó remilgado hasta para sus
oídos.
Él sonrió.
—¿Y qué me dices de esa vez que te salvé de ahogarte en la alberca del viejo
Fortenberry?
Julie alzó la barbilla.
—Exageras.
—No creo. Tú estabas forcejeando en el agua y yo me tiré de cabeza y te salvé.
Julie hizo una mueca.
—No creo que fuera tan dramático.
—Claro que lo fue. Tuve que hacerte el boca a boca. Nunca lo olvidaré.
Y no lo olvidaría. Después, al llegar casa y meterse en la cama, había recordado
lo suaves que eran sus labios y cuánto le había gustado volver a insuflar vida en
ellos, en ella. Y había tenido que darse una ducha fría. Poco tiempo después fue
cuando su amigo se le adelantó. Tampoco olvidaría eso.
Aquellos recuerdos lo hicieron sonrojarse. Intentó ocultar su azoramiento
tomando un largo trago de cerveza.
—Lo que yo recuerdo más sobre ese incidente —dijo Julie —es la expresión del
señor Fortenberry cuando salió corriendo de la casa y nos pilló.
—Nunca lo olvidaré —añadió Shane—. El pobre hombre tenía el pelo de punta.
—Los pocos pelos que tenía, querrás decir.
Shane se echó a reír.
—Por suerte no nos encontró antes de que yo te salvara, o le habría dado un
infarto.
—Deja de decir eso —le pidió Julie, sin mucha convicción.
—¿El qué? ¿Que te salvé?
—Sí.
—De acuerdo —dijo él—, pero tú sabes que es verdad.
—Bueno, dime, ¿hay una señora McCoy en alguna parte?
Shane esperaba la pregunta, pero por alguna razón lo pilló desprevenido. Tal
vez porque no quería volver al presente, a su vida desperdiciada y no tan sencilla
como en los viejos tiempos.
—No —admitió.

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Julie abrió mucho los ojos y, durante un momento, Shane deseó sumergirse en
ellos y ver lo que pasaba dentro de esa encantadora cabecita.
—¿No te has casado?
—No.
Ella se echó a reír.
—Bueno, aún no es demasiado tarde, ¿sabes? Todavía eres joven.
—Demasiado joven para casarme, eso seguro —los dos se echaron a reír—.
Hablando de casarse, ¿dónde está tu media naranja?
La expresión de Julie perdió su vivacidad. Shane comprendió que había tocado
un nervio expuesto. Maldijo para sus adentros y esperó.
—Estoy divorciada —dijo ella sencillamente.
—Lo siento —su tono era brusco, a pesar de que intentó suavizarlo.
Embarazada y divorciada.
—No lo sientas. Ha sido lo mejor.
Shane tenía sus dudas, pero dejó que el comentario se difuminara, sabiendo que
si ella quería contarle algo más, lo haría. Por supuesto, no esperaba que lo hiciera.
El tiempo los había convertido en extraños. Lástima. Shane tenía la impresión
de que Julie necesitaba a alguien que la apoyara y le asegurara que todo iba a salir
bien. Pero él no era ese alguien. No, señor. Pretenderlo sería como jugar
intencionadamente con un cable de alta tensión.
—Estoy mucho mejor con Mike Harrison fuera de mi vida.
Ese último comentario encendió la ira de Shane. ¿Qué clase de hombre dejaría
marchar a Julie?
—Eso lo sabes tú mejor que nadie —como ella no respondió, Shane continuó—.
Así que, ¿estás trabajando?
El cambio de tema animó visiblemente a Julie.
—Soy maestra de primaria, pero acabo de pedir la baja porque estoy a punto de
salir de cuentas.
—Eso está muy bien.
Ella sonrió y luego dijo con voz alegre:
—Me alegro de que lo apruebes.
Por alguna absurda razón, él volvió a sonrojarse. «Cuidado, estás empezando a
jugar con ese cable de alta tensión otra vez».
De pronto, un revuelo al otro lado del salón llamó su atención. Shane se giró y
vio que una pareja subía al escenario y se detenía junto a la orquesta. El hombre era
alto, y la mujer que se colgaba de su brazo, pequeña y menuda.
—Oh, Dios mío —musitó Julie.

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Shane la miró y notó que estaba pálida como un fantasma. Frunció el ceño. Sin
embargo, antes de que pudiera preguntarle qué le pasaba, el hombre del escenario
empezó a hablar.
—Señoras y señores, préstenme atención, por favor.
El salón se quedó en silencio.
—Me gustaría que todos se unieran a nosotros para brindar por nuestro
compromiso.
Shane vio que Julie se cubría la boca con la mano para esconder un gemido.

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Capítulo 3
—¿Qué ocurre? —preguntó Shane, achicando los ojos. Julie abrió la boca, pero
ningún sonido salió de ella. Cruzó los brazos y empezó a temblar—. Maldita sea,
Julie —dijo él en voz baja—, háblame. ¿Es el bebé?
—Es… él —musitó ella con desagrado.
Shane miró otra vez hacia el escenario. El hombre y la mujer que acababan de
anunciar su compromiso estaban rodeados de gente que los felicitaba, y parecían
encantados por ser el centro de atención.
—¿Quién es?
—Mi ex marido, Mike Harrison.
—¿Dónde?
—Es el que acaba de hacer el anuncio.
—Hijo de perra —masculló Shane en voz baja.
Pero Julie lo oyó.
—Sí.
Su temblor había empeorado, y la preocupación de Shane crecía a cada
segundo. No sabía nada sobre embarazadas, pero no hacía falta ser un Einstein para
pensar que un disgusto como el que Julie estaba sufriendo no podía ser bueno ni
para el bebé ni para ella. Sentía la necesidad de hacer algo. ¿Pero qué?
—Cálmate —la urgió suavemente.
Ella parecía estar a punto de desmayarse, pero no dijo nada. Shane tomó su
taza. Aunque el té estaba frío, la animó a que tomara un sorbo. Al ver su boca y sus
manos temblorosas, se sintió completamente impotente.
—¿Quieres hablar de ello?
Ella le devolvió la taza y Shane notó que su agitación había disminuido un
poco. Pero sus ojos continuaban atormentándolo. Estaban apagados, como si no
tuvieran vida. ¡Maldición! Le dieron ganas de sacar a rastras a aquel tipo del
escenario y enseñarle una lección de modales. Pero sabía que no podía hacerlo.
Lástima.
—No sabía que Mike estaba aquí.
La voz quebradiza de Julie lo hizo volver a la realidad con un sobresalto.
—De haberlo sabido, supongo que no habrías venido.
—De ninguna manera.
—¿Todavía lo quieres? —Shane odiaba preguntarlo. Tampoco había pensado
hacerlo. La pregunta simplemente se le escapó de los labios.
Ella parpadeó, visiblemente sorprendida.

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—Dios, claro que no.


Shane sabía que el alivio que sintió era absurdo. Si Julie todavía quería o no a su
marido, no era asunto suyo. Después de esa noche, no volvería a verla a menos que
hiciera el esfuerzo de hacerlo. Y no lo haría.
Lo último que necesitaba era una mujer en su vida. Sobre todo, una mujer que
estaba a punto de tener un hijo. Y tenía suficiente sentido común como para saber
que la última cosa que ella necesitaba era otro hombre.
Era obvio que Julie todavía estaba terriblemente dolida por lo que aquel
bastardo acababa de hacerle. Y, mientras ella lo necesitara, Shane se quedaría a su
lado.
—Lo ha hecho a propósito.
De nuevo, sus palabras susurradas sacaron a Shane de sus pensamientos.
—Así que, ¿crees que sabe que estás aquí? —le preguntó.
—Oh, sí —dijo ella con amargura—. Nunca se le escapa nada.
La boca de Shane se convirtió en una delgada línea.
—¿Por qué querría hacerte daño deliberadamente, por el amor de Dios?
—Él es así.
—Pero vas a tener un hijo suyo. ¿Es que eso no cuenta?
—Para él, no —su amargura se multiplicó—. La mujer con la que acaba de
comprometerse era su amante cuando todavía estábamos casados.
Shane lanzó una maldición.
Durante un segundo, una sombra de sonrisa cruzó los labios de Julie. Sentada
con las manos unidas sobre el regazo, parecía tan frágil, tan dolida que Shane tuvo
que hacer un esfuerzo por no estrecharla entre sus brazos.
Si lo hacía, ¿qué pasaría luego? Ni siquiera se atrevió a pensar en contestar a esa
insidiosa pregunta. No quería hacer nada que hiciera que Julie se sintiera peor. Lo
único que podía hacer era quedarse con ella y escucharla, si acaso quería hablar.
—Lo siento, Julie. Ojalá pudiera decir algo más.
—No hay nada más que decir.
—¿Quieres que te lleve a casa?
Julie, con los ojos clavados en el escenario donde la pareja continuaba de pie, no
dijo nada durante un minuto. Luego, de repente, se levantó.
—¿Me disculpas un momento?
Shane le lanzó una mirada preocupada. Tenía un mal presentimiento.
—Claro, pero…
No tuvo tiempo de acabar la frase antes de que ella se diera la vuelta y se
alejara. Shane la miró avanzar entre la multitud y reprimió el deseo de seguirla.

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Con un poco de suerte, Julie se encontraría con la amiga con la que la había
visto charlando poco antes. Tal vez ella pudiera reconfortarla mejor que él.
De momento, Shane tenía las manos atadas, y esa sensación lo desagradaba.
¿Pero qué opción tenía? Julie no era de su incumbencia. Y por mucho que deseara
que eso cambiara, no podía hacerlo. Algunas cosas eran imposibles de cambiar. Y su
relación con Julie era una de esas cosas. Sin embargo…
—McCoy.
Por alguna razón, el sonido de la voz cascada de Jake Harrison lo irritó. Pero se
dio la vuelta y forzó una sonrisa.
—Eh, Jake.
—¿Dónde está tu cerveza, muchacho? —Jake se pasó el puro sin encender al
otro lado de la boca—. Las fiestas son para beber, sobre todo en una noche como esta.
—Ya he bebido bastante.
—Y un cuerno —se volvió y agarró del brazo a un camarero que pasaba por
allí—. Tráigale a este hombre otra cerveza, ¿quiere?
El camarero asintió y se alejó a toda prisa.
Shane ocultó su creciente irritación con otra sonrisa forzada. Pero Jake no
pareció notar la diferencia. El fornido ranchero estaba un poco bebido.
—¿Te lo estás pasando bien?
—Sí —dijo Shane.
—Eso está bien. Pero que muy bien —Jake hizo una pausa y se echó hacia atrás
el sombrero—. ¿Qué vas a hacer en Nochebuena?
—No estoy seguro. ¿Por qué?
—Angie quiere que cenes con nosotros. He pensado que después de la cena
podríamos hablar sobre ese ganado que quieres comprarme.
—No sabía que estuvieras interesado en venderlo —Shane procuró que su voz
sonara tranquila, aunque en realidad quería gritar de alegría. Llevaba mucho tiempo
intentando comprar las terneras lechales de Jake, sin conseguirlo.
—No lo estaba, pero las cosas cambian.
—Entonces tendremos que hablar, desde luego.
—¿En Nochebuena?
—Ya te lo diré. Puede que me vaya a Denver a ver a mi familia.
—Como quieras. Mientras tanto, búscate una chica guapa y sácala a bailar.
Shane dio un bufido y luego sonrió.
—Hasta luego, Jake.

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Cuando su amigo se alejó dando tumbos, los ojos de Shane recorrieron


inmediatamente la habitación, buscando a Julie. Al no verla por ninguna parte, su
inquietud aumentó.
Seguramente no habría hecho la estupidez de marcharse. Claro que no. No, con
aquella tormenta. Su mirada se dirigió a la ventana más próxima, en cuyos cristales
se estrellaba con furia la lluvia.
Estaba empezando a preocuparse. Si la tormenta no amainaba pronto, estaría en
su fase más peligrosa cuando la fiesta acabara y los invitados intentaran volver a sus
casas. Era posible que algunos puentes estuvieran ya intransitables.
Se sintió impotente otra vez. Estaba preocupado por Julie. De nuevo, pensó que
no tenía derecho a estarlo, pero no podía evitar sentirse así. Y, desde luego, no iba a
disculparse por ello.
Se dirigía hacia la salida cuando se encontró de frente con el ex marido de Julie.
La furia estuvo a punto de apoderarse de él. A lo largo de su vida se había cruzado
con unos cuantos canallas sin corazón en su vida, pero aquel encabezaba la lista.
Temeroso de lo que podría hacer o decir, se disponía a darse la vuelta cuando
Harrison le preguntó:
—¿Nos conocemos?
—No —dijo Shane.
—Te he visto con mi mujer.
—Querrás decir con tu ex mujer —dijo Shane secamente, conteniendo su ira.
Mike había bebido demasiado. Apestaba a whisky. ¿Qué querría de él aquel tipejo?
—Sí, claro —dijo Mike al cabo de un segundo, y una sonrisa suntuosa se
extendió por su cara—. ¿Te ha dicho algo?
—¿Sobre qué? —preguntó Shane con precaución.
—Sobre el anuncio de mi compromiso.
—No creo que quieras hablar de ese tema —dijo Shane, con voz tan fría como
sus ojos—. Por lo menos, conmigo.
Mike soltó una carcajada y puso una mano sobre el hombro de Shane. Grave
error.
—Quítame las manos de encima.
Mike volvió a reírse, pero hizo lo que le decía.
—¿Te acuestas con ella?
—Vete al infierno —dijo Shane con frío desprecio.
Mike arrugó el ceño.
—Eh, no puedes hablarme así —no había acabado de farfullar aquellas
palabras, cuando se echó hacia atrás y tomó impulso. Shane se apartó y esquivó el
puñetazo.

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Luego agarró a Mike por la corbata y lo atrajo hacia sí hasta que sus alientos se
mezclaron.
—Debería partirte la cara, pero no lo haré porque estás demasiado bebido para
apreciar mis esfuerzos —lo soltó tan bruscamente que el otro cayó al suelo—.
Considera este tu día de suerte.
Y se alejó sin mirar atrás.

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Capítulo 4
—Julie, cariño, ¿estás bien?
—Sí… Estoy bien —mintió Julie, que acababa de vomitar en el cuarto de baño.
Pero no quería que Millie se enterara. No quería preocuparla.
Nadie podía hacer nada para que se sintiera mejor, salvo hacer desaparecer a
Mike Harrison de la faz de la tierra. Y eso no ocurriría.
Dio la espalda al espejo y miró a su amiga, que la observaba con sincera
preocupación.
—Tienes muy mal aspecto —dijo Millie—. Sé que no es muy reconfortante
decírtelo, pero… —su voz se desvaneció.
—Estoy bien —dijo Julie—. De veras.
—Mike no se merece que te pongas así por él, ya lo sabes.
Julie se apartó un mechón de pelo de los ojos.
—Oh, lo sé, créeme. ¿Pero por qué ha tenido que elegir esta fiesta para anunciar
su compromiso?
—Porque es un bastardo y siempre lo ha sido.
—Parece que todo el mundo lo sabía, menos yo. ¿Por qué será?
—Porque estabas enamorada de él y no viste sus defectos hasta que fue
demasiado tarde.
Julie dejó escapar un profundo suspiro.
—Qué pesadilla. Me he sentido como si todo el mundo me estuviera mirando
con compasión.
Millie hizo un gesto con la mano.
—¿Y qué más da?
—Sí, qué más da. Supongo que el embarazo me hace estar más vulnerable,
porque la verdad es que Mike me importa un bledo. Por mí puede casarse con quien
le dé la gana.
—Estarás contenta de que esa vaya a quedárselo, ¿no?
—No lo sabes tú bien.
—Entonces, no les dediques ni a él y ni a la boba de su prometida ni un solo
pensamiento más. Mike es quien sale perdiendo, no tú. Recuérdalo.
—Lo sé.
—¿Y qué tal con tu amigo Shane?
—¿Qué pasa con él?
—Oh, vamos, ya sabes lo que quiero decir. ¿Vas a volver a verlo?

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—No, Millie. No estoy buscando pareja.


—Ojalá yo pudiera decir lo mismo —contestó Millie con un suspiro.
Julie no pudo evitar sonreír.
—Vamos, algún día encontrarás a alguien que te merezca.
—Espero que sea antes de que sea tan vieja que ya me dé lo mismo.
Julie la miró con afecto.
—Sé positiva. Ya verás como todo te sale bien.
—Ya veremos.
—Gracias por preocuparte —dijo Julie, cambiando de tema.
—¿Y cómo no iba a preocuparme, tonta? Cuando Mike subió al escenario y
abrió su bocaza, me dieron ganas de subir y patearlo.
—Creo que a Shane también.
—Pues claro. Volvamos a la fiesta, ¿quieres?
Julie sacudió la cabeza.
—Ve tú. Yo todavía tengo que restaurarme un poco. Parezco una vieja bruja.
—¿Es que estás buscando un cumplido?
—Sal de aquí.
Millie sonrió.
—Luego nos vemos. Y no te preocupes de lo que piense la gente. Solo
preocúpate de ti y de Elizabeth.
Julie asintió y sonrió.
Sin embargo, en cuando Millie desapareció, también desapareció su sonrisa. De
ningún modo iba a volver a la fiesta. De alguna forma tenía que volver a casa. Dijera
Millie lo que dijera, no podía enfrentarse a los invitados, muchos de los cuales eran
amigos. Solo Dios sabía lo que estarían pensando después de que Mike la hubiera
humillado de aquella forma.
Gracias a Dios, ya no lo quería. Y, gracias a Dios, él no quería tener nada que
ver con su hija.
Pero, pese a todo, no quería quedarse. De repente, se sentía exhausta. Lo que
necesitaba era darse un buen baño antes de acurrucarse entre las mantas.
Con ese pensamiento en la cabeza, salió del cuarto de baño y se dirigió hacia la
puerta, cruzándose con algunas personas conocidas. Después de recoger su abrigo,
salió fuera y al instante el viento gélido le cortó el aliento. Por lo menos, la lluvia
había amainado un poco. Sin embargo, Julie estaba ya mojada y helada hasta los
huesos cuando entró en su coche. Al cabo de un instante, el cielo retumbó otra vez.

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Tiritando, arrancó y salió del aparcamiento. La mezcla de lluvia y hielo había


empezado a caer a ráfagas. Julie puso el pie en el freno. ¿Estaba loca por querer
marcharse con aquel tiempo? ¿Debía reconsiderarlo y volver al restaurante?
No. No podría soportarlo. Aunque tuviera que parar en el arcén, lo preferiría a
volver a ver a su marido y a la muñequita con la que iba a casarse. Y tampoco quería
ver las miradas de compasión de sus amigos.
De repente pensó en Shane y se sintió culpable.
Debía haberle dicho que se marchaba. Ni siquiera le había dado las gracias por
quedarse con ella. Aunque daría lo mismo, se dijo. Probablemente Shane estaría ya
en la pista de baile, pasándoselo en grande.
Apartándolo de su mente, Julie quitó el pie del freno. Había avanzado muy
poco cuando tuvo que frenar otra vez. La lluvia golpeaba tan fuerte contra el
parabrisas que apenas podía ver.
Con lágrimas de frustración que dificultaban aún más su visión, Julie gruñó. La
niña eligió ese momento para darle una patada como si no aprobara lo que su madre
estaba haciendo.
¿Qué estaba intentando?
Algo totalmente estúpido, se dijo. Pero ya era demasiado tarde para volver,
sobre todo teniendo en cuenta que el motor de pronto se colapso y se paró.
Fantástico. ¿Y ahora qué? Julie intentó mirar por la ventana para saber si estaba
lejos del restaurante. Pero lo único que vio fue un vacío negro.
No podía hacer otra cosa que esperar. Las lágrimas saturaron sus mejillas y
horribles pensamientos cruzaron su mente como demonios. ¿Y si estaba poniendo en
peligro la vida de su hija?
—Oh, Elizabeth —musitó, mirándose el vientre—. Lo siento mucho.
El bebé no se movió. Sin embargo, Julie se acarició la tripa, sintiéndose
reconfortada por la vida que crecía en su interior.
Pensó que no podía quedarse sentada allí, sin hacer nada, y decidió abrir la
puerta para ver lo alta que estaba el agua. Por el estruendo, parecía que estaba
sentada en mitad de un río tumultuoso. Pero pensó que su imaginación le estaba
jugando una mala pasada.
Cuidadosamente, abrió la puerta. El agua oscura y revuelta invadió al instante
el suelo del coche.
—¡Oh, no! —exclamó, cerrando la puerta de golpe.
Se quedó helada de pánico. Tenía que salir de allí.
El agua empezaría a entrar por las rendijas en cualquier momento. Giró la llave.
Nada. El motor estaba muerto.
Estaba atrapada.

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La idea la golpeó como un puñetazo. ¿Y si nadie la echaba de menos? ¿Y si


nadie las encontraba antes de que…?
¡No! No quería pensarlo. Alguien la encontraría.
Abrazándose el vientre, apoyó la cabeza contra el asiento y empezó a rezar.
¿Dónde demonios estaba?
Shane la había buscado por todas partes. Su inquietud crecía por momentos. El
altercado con Harrison no había mejorado su humor, precisamente. Tenía la
sensación de poder partir una moneda de diez peniques con los dientes.
¿Qué le diría a Julie cuando la encontrara? ¿Y si ella le decía que se perdiera?
No le importaba. Lo único que quería era asegurarse de que estaba bien. El
tiempo había empeorado y quería llevarla a casa aunque ella no quisiera marcharse.
Por lo que a él respectaba, aquello no era negociable.
Embarazada o no, Julie no debía conducir con aquel tiempo.
Al acercarse a la entrada del restaurante, donde estaban situados los aseos, vio a
la amiga de Julie enfrascada en una conversación con un hombre al que Shane no
conocía. Pero no le importó interrumpirlos.
—Eh, perdonen —dijo, tocando a la joven en el hombro.
Ella se giró y sonrió.
—Hola, Shane.
Él se sorprendió visiblemente. ¿Cómo sabía su nombre? Luego se dio cuenta.
Julie. Debían haber hablado de él. Interesante. Se preguntó qué le habría dicho Julie.
Sin embargo, eso no importaba en ese momento.
—Perdona, yo no tengo el honor… —respondió con una sonrisa.
—No te preocupes. Soy Millie Everette, la mejor amiga de Julie. Trabajamos
juntas.
—Encantado de conocerte —Shane hizo una pausa y se puso serio—. ¿La has
visto? En los últimos minutos, quiero decir.
Millie pareció notar su ansiedad porque frunció el ceño y luego dijo:
—En realidad, sí.
Shane se sintió aliviado.
—Estupendo.
—La dejé en el aseo —Millie frunció aún más el ceño—. Pero la verdad es que
no tenía muy buen aspecto.
—Lo sé.
Millie se quedó callada un momento.
—Será mejor que vaya a ver si todavía está allí.
—Te lo agradecería.

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Al cabo de unos minutos, Millie regresó, sacudiendo la cabeza.


—No está.
—No se habrá ido, ¿verdad?
—Claro que no. No se atrevería a irse con este tiempo, sin decírmelo.
Shane arqueó las cejas.
—Espero que tengas razón.
—Si estáis hablando de Julie, se ha ido.
Shane y Millie miraron al hombre que estaba de pie a su lado como si de
repente le hubiera salido otra cabeza.
—Debes de estar equivocado —exclamó Millie.
—No —dijo el joven—. Acabo de verla salir. Me pregunté en qué estaría
pensando.
—No estaba pensando, ese es el problema —musitó Millie.
—Voy a buscarla —dijo Shan—. ¿Cuál es su coche?
—Un Canry verde del noventa y ocho —Millie empezó a retorcerse las manos,
preocupada—. Oh, Dios, no puedo creer que haya hecho esa tontería. Sé que estaba
disgustada, pero…
—No te preocupes —la interrumpió Shane con energía—. Yo la encontraré.
—Oh, gracias —dijo Millie—. Y, cuando lo hagas, dale una bofetada de mi
parte.
Shane casi sonrió.
—Lo haré.
En cuanto salió a la lluvia, se detuvo y miró a su alrededor. No se veía a nadie
por ninguna parte. Y buscar la huella de algún vehículo era casi imposible con
aquella lluvia.
Julie habría tenido suerte si había salido del aparcamiento. La visibilidad era
nula. Shane intentó no dejarse dominar por el miedo. «Cálmate», se dijo, «mantén la
cabeza fría».
Quizá no hubiera salido del aparcamiento todavía. Quizá estuviera atrapada en
el coche. Sin embargo, su instinto le decía lo contrario. Escuchándolo, Shane corrió
hacia su camioneta, se metió dentro y encendió el motor.
Por suerte, había solo un camino para llegar al restaurante. Si Julie se había
quedado atascada, estaría en alguna parte, en la carretera.
No llevaba conduciendo mucho rato, con los limpiaparabrisas funcionando a
toda velocidad, cuando vio el coche. Sin identificar la mezcla de emociones que lo
atravesó, se detuvo tras él, salió y echó a correr a través del agua crecida.
—¡Julie! —gritó, golpeando la ventana—. Déjame entrar.

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Al cabo de unos segundos, estaba sentado a su lado.


—Me alegro mucho de verte —dijo ella, nerviosa.
Shane no tuvo que mirarla para saber que había estado llorando, aunque la
farola cercana le permitía ver su cara.
—Estoy seguro de que sí.
—No estaba en mi sano juicio. Si no, no habría salido con esta lluvia.
Shane dejó escapar un largo suspiro.
—Me tenías muy preocupado. Y a Millie, también.
—Lo siento. Es que no podía quedarme ni un segundo más allí.
Shane no dijo nada. Pensó que era mejor tener la boca cerrada. Aparentemente,
ella no tenía idea de lo peligrosa que era la situación o de lo que podía haberle
ocurrido.
—¿Me llevarás a casa? —le preguntó Julie, posando su mirada en él.
—No.
Ella lo miró con incredulidad.
—¿No?
—Aunque quisiera, no creo que pudiéramos llegar.
—¿Qué sugieres, entonces? —se le quebró la voz.
Él no vaciló.
—Llevarte al rancho.

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Capítulo 5
—Creo que debería haberme ido a casa.
Estaban en casa de Shane. Este había colocado más leña en la chimenea, y el
fuego empezaba a crepitar.
Shane la miró con determinación.
—Eso era imposible, y lo sabes.
Pero, al decir aquello, Shane se sintió mal. Tal vez había exagerado un poco.
Quizá hubiera podido llevarla a casa. ¿Pero… y luego? No podría haberla dejado
sola, después del trauma emocional que había sufrido.
Así que había seguido adelante con su tozuda idea de llevarla al rancho, y no se
arrepentía. Por el momento.
Julie asintió.
—Sí, claro, tienes razón. Pero…
—Eh, todo va a salir bien. Te llevaré a casa dentro de un rato. Ya lo verás.
Aunque lo dijo con toda la confianza que fue capaz de mostrar, Shane tenía sus
dudas al respecto. Las condiciones para conducir eran, incluso con su camioneta,
muy difíciles, y eso que él vivía en terreno alto. Apenas habían conseguido llegar. La
lluvia torrencial, combinada con la crecida de las aguas, formaban un dúo letal.
Shane se había aferrado con tanta fuerza al volante todo el tiempo hasta llegar a
su casa que los huesos de las manos le dolían. Pero lo habían conseguido, y eso era lo
que contaba. Se preguntó por la otra gente que había en la fiesta. No le sorprendería
que tuvieran que pasar la noche en el restaurante.
Como si le hubiera leído los pensamientos, Julie dijo:
—Espero que Millie llegue bien a casa.
—Yo también.
—Debería intentar llamarla.
—Buena idea. Sé que estaba preocupada por ti.
—Oh, Señor, debe de estar histérica.
—En cuanto te hayas calentado —dijo Shane—, puedes usar el teléfono si
quieres.
—¿Crees que dejará de llover pronto?
Su pregunta sonó tan infantil y llena de ansiedad que a Shane se le encogió el
corazón.
—Seguro que sí —mintió.

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Los informes del tiempo daban poca esperanza de que el temporal pasara
pronto. Pero no hacía falta decírselo a Julie. Ello solo le haría preocuparse más, lo que
no sería bueno ni para ella ni para el bebé.
El bebé.
Shane no podía creer que estuviera en medio de su cuarto de estar con una
mujer embarazada que temblaba de pies a cabeza. De repente, se sintió fatal por no
haber notado antes que estaba temblando.
—Eh, estás helada hasta los huesos.
Ella le lanzó otra mirada ansiosa y se encogió de hombros, como si intentara
detener el temblor.
—Odio causarte tantos problemas.
—Eh, basta ya. ¿Para qué están los amigos? Y hace mucho tiempo que tú y yo
somos amigos, aunque perdiéramos el contacto.
Ella esbozó una sonrisa.
—Lo sé, pero…
—Nada de peros. Tú relájate e intenta entrar en calor.
Ella se mordió el labio.
—De acuerdo. Tú ganas, por ahora.
—Buena chica. ¿Qué tal si avivo un poco el fuego? Luego te traeré algo seco
para ponerte.
—Gracias —musitó Julie, con la cara pálida y los ojos casi tan grandes como la
cara.
Shane sabía que estaba terriblemente incómoda por la situación, y que cada vez
lo estaba más. Demonios, él también. No sabía nada acerca de cómo cuidar a una
mujer embarazada que podía dar a luz en cualquier momento.
De repente se le encogió el estómago, como si estuviera en un barco en medio
de un temporal en alta mar. ¿Y si…? No, eso no iba a ocurrir. Elizabeth y Julie
permanecerían unidas hasta que pudiera llevarlas a casa. Solo tenía que controlar su
imaginación, calmarse, y todo saldría bien.
—Tu casa es muy agradable —dijo ella.
Su suave voz lo sacó de sus pensamientos y lo puso en acción, sobre todo al
notar que a Julie le castañeteaban los dientes.
Nervios y miedo. Otra combinación letal.
—Acércate al fuego. Te sentará bien.
Cuando ella hubo hecho lo que le decía, Shane la miró.
—No vas a desmayarte ni nada de eso, ¿verdad? —forzó una nota burlona en la
voz, tratando desesperadamente de tranquilizarla.
—No, no va a darme un vahído como a una damisela en apuros.

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A pesar de lo violento de la situación también había un suave tono de burla en


su voz, aunque seguían castañeteándole los dientes.
—En seguida vuelvo.
Después de buscar en su armario y localizar un grueso albornoz, Shane volvió
al cuarto de estar y se detuvo bruscamente. Ella estaba contemplando el fuego como
hipnotizada mientras se pasaba lentamente la mano por el vientre.
Era una imagen conmovedora y, por un instante, Shane se quedó sin habla.
Tenía la mente y el cuerpo hechos un nudo. Dios, que hermosa era. Ojalá…
Ella eligió ese momento para levantar la vista. Sus ojos se encontraron durante
un instante precioso, y luego ella desvió la mirada. Pero Shane percibió el rubor que
se extendió por sus mejillas y comprendió que se debía a su forma de mirarla.
Maldición, un segundo más y se excitaría.
¿No era extraño? Había caído muy bajo para desear a una mujer indefensa y
embarazada.
—Esto servirá —dijo, después de aclararse la garganta—. El dormitorio y el
cuarto de baño están ahí —señaló hacia la derecha.
—Me niego a quitarte la cama.
—Dormirás en mi cuarto, y no hay más que hablar.
Julie se levantó, pero de pronto se tambaleó.
Shane saltó hacia delante justo a tiempo para agarrarla del brazo y sujetarla. La
preocupación enronqueció su voz.
—Tranquila.
Julie se apoyó en él. Le temblaba todo el cuerpo. Shane la rodeó con el brazo y
la sostuvo con fuerza. ¿Se había desmayado?
Se forzó a mantener la calma, a evaluar la situación con distancia.
—Julie, mírame.
Ella alzó los ojos. Aunque estaban apagados por el cansancio, Shane no vio
signos de conmoción. Pero no podía sostenerse sola en pie, lo que significaba que
tendría que tomarla en brazos.
No vaciló.
—Vamos, señorita, es hora de dormir.
Cuando la condujo a su dormitorio, ella no protestó. Solo fue tras dejarla
encima de la cama y empezar a desabrocharle la blusa cuando lo miró con ojos llenos
de pánico y dio un respingo.
—Está bien —dijo él con la mayor compostura de que fue capaz—. No voy a
hacerte daño ni a hacer nada que no quieras que haga.
—Shane… —su voz se quebró y las lágrimas afloraron a sus ojos.

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Él no podía soportar mirarla y podía hacer algo estúpido, como estrecharla


entre sus brazos y besar aquellos deliciosos y temblorosos labios.
—Déjame cuidar de ti —su voz sonó estrangulada, y volvió a aclararse la
garganta—. Puedes confiar en mí.
Ella asintió y luego se sentó en silencio mientras él le quitaba la ropa, incluso el
sujetador y las bragas, que estaban tan empapados como el resto de sus prendas.
Una vez la hubo puesto el grueso albornoz, retiró la colcha y la sábana. Ella se
tumbó y, después de arroparla, Shane se quedó de pie, mirándola.
—Voy a traerte una taza de chocolate caliente.
—¿Por qué eres tan bueno conmigo? —le preguntó Julie.
—¿Y por qué no?
—Yo… —su voz se desvaneció.
—Mira, has pasado una noche muy mala. Los dos lo sabemos. Siento mucho lo
que ha pasado, pero me alegro de haberte podido ayudar.
Ella no contestó en seguida. Pero cuando lo hizo, sus palabras lo pillaron
desprevenido.
—Ya no lo quiero.
—Eso está bien.
—Pero todavía tiene el poder de herirme. ¿Por qué será?
Shane dejó escapar un suspiro.
—Ojalá lo supiera.
Julie pareció perderse en sus pensamientos un momento y después dijo:
—Gracias otra vez por rescatarme. Estoy en deuda contigo.
—No, qué va. Ya te he dicho que para eso están los amigos.
Con eso, Shane se volvió y se fue a la cocina. Al cabo de un rato regresó con dos
tazas humeantes sobre una bandeja y se quedó parado. Julie estaba profundamente
dormida.
Se quedó mirándola y luego dejó la bandeja y acercó la mecedora de cuero a la
cama. Se imaginaba que a Julie no le gustaría que la velara como si fuera una niña,
pero no le importaba. Por alguna razón inexplicable, no quería dejarla sola. Julie
podía necesitarlo, y quería estar allí para ella.
Apoyó la cabeza contra el suave cuero y cerró los ojos. Estaba agotado, no tanto
física como mentalmente. Sin embargo, no podía dormir.
La imagen de Julie lo perseguía. No podía impedir que su mente volviera una y
otra vez, frenéticamente, a pensar en ella desnuda bajo la luz de la lámpara, en lo
suave y tersa que era su piel contra sus manos encallecidas.

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Un profundo suspiro se le escapó. Y sus pechos. Oh, cuánto había deseado tocar
su redondez florecida, primero con los dedos, luego con los labios. Gruñó en voz
baja, removiéndose en la silla.
Y su vientre. También había deseado acariciarlo, asir las manos sobre su carne
tirante. Nunca había sentido a un bebé en el vientre de una mujer. Ni siquiera había
pensado en ello hasta que Julie había vuelto a su vida. Pero, anhelaba tocarla,
deseando otra vez haber sido él quien hubiera derramado su semilla dentro de ella y
engendrado una nueva vida.
Shane abrió los ojos y masculló una palabrota. Tendría que refrenarse o no
aguantaría toda la noche. Tensó los hombros, luego los relajó, sabiendo que debía
mover el trasero y marcharse a otro dormitorio.
Pero no se movió, sino que se quedó mirándola, preguntándose qué iba a hacer
cuando Julie volviera a salir de su vida otra vez.
—Oh —Julie gruñó.
¿Qué era ese pinchazo en el bajo vientre? Se puso la mano sobre la tripa y se
forzó a abrir los ojos. Todo a su alrededor le pareció extraño. No reconocía nada.
Luego, de repente, todo volvió a su lugar y sintió un desfallecimiento en el corazón.
Estaba en el rancho de Shane, atrapada por la inundación.
Entonces lo vio sentado en la mecedora junto a la cama. Tenía la cabeza
apoyada sobre un cojín, y dormía.
¿Qué hora sería? Apartó la mirada de él y observó la habitación tenuemente
iluminada en busca de un reloj. Encontró uno en la pared, rodeado por varios
cuadros. Las cinco. ¿Qué debía hacer? ¿Despertarlo? ¿Para qué?
Difícilmente podía insistir en que se metiera en la cama con ella. Se puso
colorada al pensarlo. Era demasiado temprano para levantarse. Qué pesadilla. Allí
estaba, embarazada de nueve meses, durmiendo en la cama de Shane en una noche
oscura y tormentosa.
Podía haberse reído de la situación que parecía sacada de un libro si la cosa no
fuese tan seria. Pero era seria, sobre todo teniendo en cuenta que sintió otra punzada
en el bajo vientre.
Julie se forzó a respirar hondo varias veces, lo que la alivió. El dolor no se
repitió. Con suerte, podría volver a dormirse, y más tarde estaría mentalmente
dispuesta para afrontar aquellas extrañas circunstancias.
Bendito Shane.
No podía creerse lo bien que se había portado. Sin embargo, odiaba ser una
carga para él. En cuanto al hecho de que le hubiera quitado la ropa… Bueno, no se
atrevía a pensar en ello. Y tampoco quería pensar en cómo la había humillado su ex
marido en la fiesta.
Sin previo aviso, sintió otra dolorosa punzada en el vientre. Se puso rígida y se
mordió el labio inferior para no gritar. ¿Qué demonios pasaba? No debía dar a luz

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hasta después de unas semanas, pero no podía ignorar el dolor que atravesaba todo
su vientre.
Solo para asegurarse, tal vez debiera despertar a Shane. No, se dijo. El dolor
debía remitir; tenía que hacerlo. Nerviosismo. Esa era la razón. Su desgraciado
marido, el tiempo, la situación en sí misma, todo había influido para que se sintiera
así.
Sintió otra punzada y se mordió más fuerte, saboreando la sangre.
—Oh, Dios —musitó, pero Shane no la oyó. Parecía completamente ajeno al
mundo.
Las lágrimas afloraron a sus ojos y movió la mano hacia la parte inferior de su
vientre, donde sentía como si fuera a estallar. Entonces sintió otro dolor, seguido de
la sensación de haber mojado las sábanas.
El pánico la heló.
Había roto aguas. Iba a dar a luz. Forzándose a respirar hondo, trató de pensar
lógicamente. Pero el dolor era demasiado fuerte. Necesitaba ayuda.
—Shane —la voz le salió tan débil que él no la oyó—. ¡Shane! —gritó al tiempo
que otra contracción la atravesaba.
Él abrió los ojos bruscamente y saltó de la silla.
—¿Julie?
Ella notó la perplejidad en su voz, seguida de un acento de pánico que se unió
al suyo.
—¿Estás bien?
—No —gimió ella.
—¿No? ¿Qué quieres decir?
Ella dejó escapar el aire en rápidos jadeos y luego gritó:
—¡Que voy a dar a luz!

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Capítulo 6
—¡Pero no es posible!
A pesar del dolor, una fugaz sonrisa relajó la cara de Julie al ver la mirada
aterrorizada de Shane.
—Oh, sí que lo es.
—Pero todavía no te toca, ¿verdad?
—He roto aguas, Shane.
—Oh, cielos.
—Y las contracciones son cada vez más seguidas.
Shane se sentó al borde de la cama y la agarró de la mano. Ella se aferró a su
mano y se la apretó fuerte cuando otro dolor atravesó su vientre.
—Ahhh —gritó.
—¿No se supone que tienes que respirar de determinada manera? —preguntó
Shane, inclinándose sobre ella y apartándole un mechón de pelo empapado de la
frente.
—Sí.
—Pues haz lo que te han enseñado en esas clases.
—¡Eso es fácil decirlo! —gritó Julie—. A ti no te duele.
Él sonrió fugazmente y a Julie le dieron ganas de estrangularlo. Sin embargo,
siguió su consejo y empezó a aspirar y espirar para intentar reducir las contracciones.
Julie esperaba que le doliera. Pero todavía no estaba preparada.
Volvió a gritar.
—¡No puedo soportarlo!
—Sí, sí puedes. Respira, Julie, respira hondo.
Ella hizo lo que Shane le decía y durante un instante el dolor remitió lo bastante
como para que pudiera preguntar:
—¿Qué vamos a hacer?
—Vamos… vas a tener a tu hija —dijo Shane.
Parecía haber recobrado completamente el control sobre sí mismo y sobre la
situación.
—Oh, Shane, estoy muy asustada.
—No lo estés —dijo él otra vez, con voz baja y confiada—. Yo te ayudaré.
—¿Pero cómo?
—Yo sacaré a Elizabeth.

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Shane lo dijo con tal calma y seguridad tan asombrosa que Julie se quedó sin
respuesta. Pero otro dolor eligió ese momento para atravesarla de nuevo. Gimió,
pensando que iba a matarla.
—Tengo que dejarte un segundo para ir por agua caliente y toallas.
—Shane, tú no puedes sacar al bebé. Tenemos que pedir ayuda.
—Sabes que te llevaría al hospital en un abrir y cerrar de ojos si fuera posible.
Pero no lo es. Hay una inundación. Las carreteras están cortadas.
—¡No me digas eso!
—Mira, tienes que confiar en mí. Puedo hacerlo. Podemos hacerlo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —si no le hubiera dolido tanto, sabía que las
palabras le habrían salido en un grito.
Él no cambió de expresión.
—He ayudado a nacer a muchas terneras.
—Estupendo. ¿Y te parece que es lo mismo?
—No, pero se le parece mucho.
Julie volvió a apretarle la mano.
—Ojalá no estuviera tan asustada, pero lo estoy.
—Lo sé. Yo también estoy asustado. Pero quiero que sepas que no voy a
permitir que os ocurra nada ni a ti ni al bebé. Que confíes en mí es la única forma de
que pasemos por esto.
Julie asintió. Tenía la cara empapada de sudor y lágrimas.
Shane vaciló un momento antes de levantarse y salir de la habitación. Julie se
abrazó el vientre y se entregó al dolor que la sacudía con la misma fuerza con que la
lluvia golpeaba la tierra.
¿Y si algo salía mal? ¿Y si Shane no lo conseguía? ¡Basta!, se dijo. Las mujeres
daban a luz en los sitios más extraños y bajo las más adversas circunstancias. Las
mujeres de antaño a menudo parían solas, por el amor de Dios, se dijo, sintiendo que
sudaba por todos sus poros.
Pero esas mujeres eran más fuertes que un látigo y no tenían elección. Ella no
era fuerte; lo admitía. Le había hecho prometer al médico que, cuando Elizabeth
llegara, no sentina nada ni sabría nada hasta que su hija hubiera nacido.
En ese momento, su peor pesadilla estaba punto de convertirse en realidad. Iba
a sentir y saber todo lo que estaba pasando. No podría soportarlo.
«Oh, sí, sí puedes. No tienes elección».
Maldito Mike. Si la hubiera querido y hubiera sido el esposo amante y fiel que
debía haber sido, nada de aquello habría ocurrido. Ella no estaría dando a luz en un
rancho con un hombre al que hacía años que no veía, sino que estaría en casa, desde

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donde habría ido al hospital o donde al menos un profesional podría haberla


atendido.
¿Pero y si se hubiera encontrado en la misma situación en su casa y Mike
hubiera tenido que ayudarla a dar a luz a Elizabeth?
Julie se estremeció al pensarlo. Mike hubiera perdido la razón. No habría
podido soportar la presión. Mike era débil. Si aquello tenía que ocurrir, era mejor
tener al lado a un hombre como Shane. Julie no sabía por qué estaba tan segura, pero
lo estaba. Con esa certeza llegó una paz interior que antes se le había escapado.
—¿Qué tal vas? —le preguntó Shane, entrando en el dormitorio con las cosas en
la mano.
—Cuando te has ido parece que las contracciones han remitido.
—¿Quieres que me vaya otra vez?
Ella abrió mucho los ojos.
—¡No!
—Era una broma.
Julie lo miró mientras él, de pie junto a la cama, retiraba las mantas. Por un
instante, otra oleada de pánico la sacudió al darse cuenta de la intimidad que iban a
compartir, una intimidad que solo maridos, mujeres y amantes debían compartir. Y
ellos no eran ninguna de esas cosas.
Pero Shane era el hombre adecuado y, de nuevo, Julie pensó que no sabía qué
habría hecho sin él. Pero, aun así, cerró los ojos cuando sintió que él le abría la bata y
suavemente le hacía separar las piernas.
—Julie —dijo con un bufido, pero con voz suave—, veo la cabeza de la niña.
—Oh —dijo ella, y luego gritó al sentir otro dolor.
—Vas a tener que ayudarme. Vas a tener que concentrarte en la respiración al
tiempo que empujas.
—¡No puedo!
—Sí, sí puedes —dijo él con la paciencia del santo Job—. Tengo los hombros del
bebé.
—No sabes cuánto me duele —gimió ella, clavando los dedos en la sábana y
aferrándose a ella.
—No, no lo sé, pero tú sabes que el dolor valdrá la pena cuando la tengas en
brazos.
—Lo estoy deseando —Julie oyó su propia voz elevarse con cada palabra que
decía, pero no pudo evitarlo.
—Empuja fuerte.
—¡Shane!
—Ya casi está. Lo estás haciendo muy bien. Empuja un poco más fuerte.

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Julie empujó, gritando mientras lo hacía. Un momento después, oyó otro grito,
el de un recién nacido. Miró a Shane con temor e incredulidad.
—Ya está —Shane sonreía de oreja a oreja—. La señorita Elizabeth Harrison
acaba de entrar en el mundo.
—Oh, Shane —musitó ella—. No sé cómo darte las gracias.
—No tienes por qué hacerlo —dijo él con voz ronca.
Al cabo de un momento, le puso al bebé en los brazos.
—¿Qué tal te encuentras?
—Exhausta, pero bien.
Él se acarició la barbilla.
—Ojalá pudiera llevarte al hospital.
Ella sonrió débilmente.
—No te preocupes, estoy bien, gracias a ti.
—Pero estoy preocupado —él casi sonrió—. Ahora que todo ha terminado.
Ella lo tomó de la mano.
—Lo has hecho muy bien.
Entonces, se le cerraron los ojos y, acunando al bebé, se quedó dormida.
Shane estaba muerto de cansancio. Le dolían todos los músculos y huesos del
cuerpo. Se debía a la tensión, pensó. Se había concentrado tanto que su cuerpo estaba
acusando los desperfectos.
Pero había merecido la pena. No cambiaría por nada lo que acababa de
experimentar. Tenía suerte, a pesar de todo. Mucha suerte. Las cosas podían haber
salido peor, mucho peor. Para empezar, el parto podía haber sido de nalgas. ¿Qué
habría hecho entonces? No quería pensar en esa o en otras posibilidades.
Estaba empapado en sudor. Sus ropas estaban húmedas a pesar de que la
temperatura en el interior de la casa era suave. Miró por la ventana y vio que seguía
lloviendo. ¿Pararía alguna vez? No lo preocupaba que la casa se inundara, pues
estaba situada en un lugar elevado. Pero estaba el ganado. El ganado era cosa bien
distinta. Sin embargo, en ese momento, no podía hacer nada.
Todo el mundo en Grand Springs estaría sufriendo de un modo u otro.
Esperaba poder tener un rato para salir fuera, echar un vistazo y maldecir la
situación. Pero todo dependía de lo que ocurriera en su dormitorio.
Un bebé.
Había ayudado a nacer a una niña. Dios, qué milagro. Y el hecho de que fuera
de Julie hacía que ese milagro tuviera aún un sabor más dulce. Pero también era
como para volverse loco.
«¿Y ahora qué?», se preguntó, frotándose los ojos, que le escocían como si
alguien le hubiera arrojado arena en ellos. Sospechaba que traer a Elizabeth al mundo

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había sido la parte fácil. Julie estaba débil como una gatita recién nacida y necesitaría
ayuda para ocuparse del bebé.
¿Podría ayudarla él? Por supuesto que podría. Julie le diría qué debía hacer.
Pensar en ella otra vez lo hizo apartarse de la ventana de la cocina y entrar de nuevo
en la habitación.
Se paró junto a la cama y miró a Julie y al bebé, con una sonrisa en la cara. Pero
pronto la sonrisa se desvaneció y Shane frunció el ceño.
Julie abrió los ojos justo en ese momento y le sonrió.
—Eh —dijo con voz suave y soñolienta.
—Julie, déjame a la niña —intentó que no se le notara lo asustado que estaba,
pero Julie lo notó y, abriendo mucho los ojos, miró a Elizabeth.
—¡Oh, no, se está poniendo azul! —gritó—. ¡Shane, haz algo!

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Capítulo 7
Shane agarró a la niña y empezó a hacerle la respiración artificial.
Durante los segundos en que Shane estuvo inclinado sobre Elizabeth, Julie
pensó que su hija moriría. Y comprendió que no querría seguir viviendo si eso
ocurría.
—Le está volviendo el color —dijo Shane finalmente, echándose hacia atrás y
dejando escapar un suspiro tembloroso.
Julie no pudo decir nada. Se había quedado sin habla. Shane pareció
comprender y le acarició la mejilla. Ella no pudo descifrar la mezcla de emociones de
la expresión de Shane, pero comprendió que él también había pasado miedo.
—Ya ha pasado todo —dijo Shane con suavidad—. La niña está bien.
Julie apartó la vista de sus hipnóticos ojos y exhaló un profundo suspiro.
Poco después, Elizabeth había recuperado su color sonrosado y respiraba como
si nada hubiera pasado.
Cuando Julie volvió a tomarla en brazos, Shane se sentó al borde de la cama.
Los dos se quedaron en silencio, mirando el pequeño pecho de Elizabeth, que subía y
bajaba a un ritmo regular.
Por fin, Shane sacudió la cabeza y dijo:
—Parece que al principio no le saqué todos los restos de la garganta —sus ojos
reposaron en los de Julie—. Lo siento.
Entonces, Julie se dio cuenta de nuevo de lo cerca que estaba de ella. Casi podía
sentir su aliento sobre los labios. En realidad, lo sentía.
Julie tragó saliva con dificultad, pero no apartó la mirada.
—No tienes que disculparte por nada. Yo soy quien debería disculparse por
haberte hecho pasar por todo esto —Julie sintió que las lágrimas le aguijoneaban los
ojos—. Tú has ayudado a nacer a mi hija y luego le has salvado la vida.
Shane siguió mirándola con dulzura.
—¿No crees que eso la hace en parte mía?
—Sí —respondió casi sin aliento.
Elizabeth empezó a llorar repentinamente, rompiendo el hechizo.
—Apuesto a que tiene hambre —dijo Shane, divertido.
Sin que Julie se diera cuenta, el albornoz se le había abierto, dejando al
descubierto el pecho más cercano a Elizabeth. Sin ninguna ayuda, la niña se aferró al
pezón y empezó a mamar.
Julie sintió que se ponía colorada al levantar la mirada hacia Shane. Sin
embargo, él no la estaba mirando. Sus ojos estaban concentrados en Elizabeth.
—¿Te duele? —le preguntó, temeroso.

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Julie se sonrojó aún más, pero le contestó:


—No, pero es una sensación extraña.
Él levantó la vista para mirarla.
—Sí, claro —su voz era baja y ligeramente ronca, como si necesitara aclararse la
garganta.
Julie no dijo nada. Él se puso en pie.
—Iré a prepararte algo de comer —hizo una pausa—. ¿Necesitas algo antes de
que me vaya?
—No, gracias. Ahora mismo, no.
Él se giró y salió de la habitación. Julie se recostó sobre la almohada como una
muñeca de trapo a la que acabaran de sacar la lana del interior.
«¿Por qué yo?», deseaba gritar en voz alta. «¿Por qué ha tenido que pasarme a
mí? ¿Por qué tiene que pasarle esto a nadie?», se recordó inmediatamente. Aquella
era una situación en la que nadie en su sano juicio desearía estar. Y ella no tenía otra
opción que hacerlo lo mejor posible.
Pero era duro. Oh, Dios, era duro. Al pensar en lo que acababa de ocurrir,
abrazó más fuerte a Elizabeth. Podía haberla perdido si no hubiera sido por Shane.
¿Qué habría hecho sin él?
Si Mike hubiera tenido que afrontar la misma situación, no habría sabido qué
hacer. Todo pensamiento racional lo habría abandonado. Bajo circunstancias
adversas, esa era su forma de actuar.
Shane, en cambio, había salido airoso. Otra vez.
Julie cerró los ojos e intentó respirar hondo para tragarse el miedo que todavía
le cerraba la garganta. El sonido de la lluvia llenaba el silencio. ¿Qué iba a hacer si no
paraba pronto?
La idea de imponer su presencia a Shane por más tiempo la llenaba de
ansiedad. ¿Qué pensaría de tener que cargar por la fuerza con una mujer y una niña
recién nacida? Julie podía imaginárselo, y no le gustaba la idea.
¿Pero se había quejado él? Ni una sola vez, al menos verbalmente. Había sido
una roca, la persona perfecta a la que recurrir en un momento crítico. Sin embargo,
Shane era un extraño en muchos sentidos.
Julie no sabía qué la incomodaba más: si el hecho de que él hubiera ayudado a
nacer a Elizabeth, o que hubiera visto cómo le daba de mamar. Julie se retorció en la
cama, solo para darse cuenta de lo incómoda y dolorida que estaba.
Sin embargo, tenía mucho por lo que dar gracias. El alumbramiento, aunque
doloroso, había sido fácil. Salvo por el susto que les había dado Elizabeth no había
echado de menos estar en un hospital. Por eso debía estar más que agradecida.
De repente, sin embargo, la sorprendió lo completamente exhausta que se
encontraba y cuánto deseaba tomar un baño y dormir. Giró la cabeza hacia el reloj y

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vio que era casi mediodía del martes. Era imposible, naturalmente, medir el tiempo
mirando al exterior. El cielo era por entero un manto gris, feo y lechoso.
Apartó la mirada de la ventana y cambió de postura. Elizabeth había dejado de
mamar y estaba profundamente dormida. Con mucho cuidado, Julie la dejó en la
cama, a su lado.
Shane entró en ese momento. Ella alzó la mirada y sonrió brevemente.
—¿Que tal está? —preguntó él, colocando una bandeja llena de comida sobre
una silla cercana.
—Como ves, duerme.
—Como un recién nacido, al que yo he ayudado a traer al mundo —dijo él con
humor.
—Vaya, estás terriblemente orgulloso de ti mismo, ¿no?
—¿Hay alguna razón para que no lo esté?
Ella sonrió, algo avergonzada, pensando en el aspecto horrible que debía de
tener.
—Ahora que lo mencionas, creo que no.
—¿Te duele? —preguntó él, poniéndose serio.
—Solo un poco.
Shane arrugó el ceño.
—Espero que puedas comer algo.
—No tengo mucha hambre. Estoy demasiado cansada.
—Bueno, de todas formas debes comer —hizo una pausa, entrecerrando los
ojos—. Sobre todo, porque he trabajado como un esclavo delante del fogón.
—¿De veras?
—De veras —dijo él con seriedad fingida—. He calentado una lata grande de
sopa y he abierto un paquete de crackers.
—Ah, eres un auténtico gourmet.
—Mujer, ¿te estás burlando de mí?
—No, ¿por qué?
Los dos se echaron a reír, lo que solo en parte alivió la tensión del ambiente. La
risa de Julie se desvaneció primero, mientras Shane le acercaba un tazón de sopa.
—Esto te ayudará a recobrar fuerzas —dijo él, sin mirarla.
Durante los minutos siguientes, los dos comieron en silencio. Cuando acabaron,
ella le sonrió.
—Gracias. Estaba muy rica.
—Siento que fuera tan poca cosa, pero debo admitir que cocinar no es mi fuerte.

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—¿Quién se queja? —dijo ella con suavidad—. Tú ya has hecho mucho más de
lo que debías.
—Ah, no, no empieces. Solo he hecho lo que tenía que hacer.
—Los dos sabemos que no, pero te daré un respiro y dejaré de darte las gracias
un rato.
Shane hizo girar los ojos y luego dijo:
—¿Y si yo cuido de Elizabeth y tú te tomas un respiro?
—Me encantaría tomar un baño.
—¿Podrás hacerlo sola? —preguntó él con lo que a Julie le pareció un tono más
ronco de lo habitual.
Ella no se atrevió a mirarlo a los ojos.
—Creo que sí.
—Si no, ¿me pedirás ayuda?
Julie se obligó a mirarlo a los ojos otra vez, aunque sabía que se había
ruborizado. ¿Se acostumbraría alguna vez a aquella intimidad forzosa? Lo dudaba.
Sin embargo, no iba a detenerse a pensar en ello. Hacerlo solo aumentaría el
torbellino que ya se agitaba en su interior.
—Julie.
La voz ronca de Shane la obligó a volver a la realidad.
—Claro, te pediré ayuda —dijo con voz vacilante.
—Buena chica.
Ella se quedó callada un momento.
—Pero primero debería llamar a Millie. Ya lo he retrasado bastante.
—Claro, si es que los teléfonos funcionan.
—Oh, vaya, no había pensando en eso.
Shane se puso en pie, estirando su larga figura.
—Con este temporal, todo es posible.
Pero cuando tomó el teléfono inalámbrico y se lo entregó a Julie, el tono sonó
alto y claro.
—Funciona —dijo ella—, lo que significa que no estamos totalmente aislados.
Él se dirigió a la puerta.
—Llámame cuando acabes de hablar.
—¿Adónde vas? —dijo Julie, asustada, lo cual era una estupidez. ¿Adónde
podría ir? En aquellas circunstancias, no muy lejos.
Como si Shane le hubiera leído el pensamiento, le lanzó una sonrisa
reconfortante.

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—Ahí al lado.
Una vez hubo salido de la habitación, Julie marcó el número de Millie y esperó.
Cuando su amiga contestó, dijo sin preámbulos:
—¿Estás bien?
—Gracias a Dios. Estoy bien, pero me tenías muy preocupada.
—Lo sé, pero no vas a creerte lo que ha pasado.
—Oh, Dios.
—He tenido a Elizabeth.
—¡No!
—Sí.
—¿Cuándo y cómo? —preguntó Millie con una nota de incredulidad todavía en
la voz.
Julie le contó lo que había sucedido.
—¿Estás bien? Quiero decir… —su voz se desvaneció en un gemido histérico.
—Cálmate. Yo estoy bien y la niña también, gracias a Shane.
—Dios mío, Julie, no puedo creerlo.
—Cuando me recupere, creo que yo tampoco podré creerlo.
—¿Pasaste mucho miedo?
—Pasé más dolor que miedo.
—Y no tenías nada para el dolor —las palabras de Millie eran una llana
afirmación de un hecho.
—No.
—En fin, tú eres más fuerte que yo.
—Cuando no tienes opción, haces lo que debes hacer.
—¿Y ahora que vas a hacer?
—¿A qué te refieres?
—Bueno, no puedes quedarte ahí.
—No tengo elección, Millie, a no ser que tú sepas algo que yo no sé.
—¿Cómo qué?
—Que la inundación está remitiendo y ya no estamos a merced del agua.
—Eso no puedo decírtelo. Todos estamos en el mismo barco —Millie hizo una
pausa, introduciendo cierto humor—. Y no quería hacer un juego de palabras, por
supuesto.
—Por supuesto.
Las dos se rieron.

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—Vaya, esto es casi irreal —dijo Millie por fin.


—Si no me hubiera dejado llevar por las emociones, tal vez no me habría puesto
de parto tan pronto.
—Bueno, puedes darle las gracias al canalla de tu ex marido por eso.
—Espero que sea feliz.
—Yo espero que no lo sea.
Julie suspiró.
—Yo también.
—Ojalá pudiera hacer algo por ti.
—Pues no hay nada que puedas hacer.
—Por favor, mantenme informada de lo que ocurre.
—Te llamaré, si es que siguen funcionando los teléfonos.
—Hablaremos más tarde, entonces. Oh, y dale a Shane las gracias de mi parte
por cuidar de Elizabeth y de ti.
—Lo haré.
Julie colgó el teléfono y de repente se quedó helada. Abrió la boca para gritar,
pero no le salió ningún sonido. Solo pudo quedarse mirando la enorme serpiente
enroscada que había en el rincón más alejado de la habitación.

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Capítulo 8
—¿Estás lista para comer?
Aunque había perdido el apetito por culpa de la serpiente, a Julie le gustaba en
cierta forma que Shane se ocupara de ella y del bebé. Era un cambio en la rutina a la
que estaba acostumbrada. Después de que Mike la dejara, había tenido que
arreglárselas sola.
Sin embargo, no podía acostumbrarse a que la mimaran, se advirtió. Aunque no
tenía por qué preocuparse. Aquella situación era temporal.
—Saldré en seguida —dijo a través de la puerta cerrada del baño.
—Eso no es lo que te he preguntado.
—Estoy bien.
—¿No estás mareada? —insistió él. Julie sabía que Shane aludía al incidente con
la serpiente y, al recordarlo, se estremeció.
—No —respondió—. Me estoy vistiendo.
—Perfecto. La cena está casi lista —él hizo una pausa—. Así que espero que
tengas apetito.
Al no oír nada más, Julie supuso que Shane había vuelto a la cocina, dejándola
sola con el recuerdo de aquella criatura de aspecto diabólico que continuaba
asaltando su psique.
Intentó pensar en otra cosa. Sin embargo, su mente se negaba a cooperar. Los
vividos colores del reptil relucían ante sus ojos. Y tuvo la misma reacción que había
tenido antes: se quedó paralizada.
Recordó que había sido incapaz de proferir ningún sonido. Como si el
mecanismo de su voz se hubiera roto.
Finalmente, sin embargo, su garganta había vuelto a la vida y Julie había dejado
escapar un grito espeluznante mientras agarraba a Elizabeth y se acurrucaba contra
el cabecero de la cama. Lástima que no hubiera podido subirse a una silla.
Con una mirada salvaje, Shane había irrumpido en la habitación.
—¿Qué ocurre?
Julie abrió la boca pero de ella no salió ningún sonido. Tenía la cara rígida de
miedo.
—¿Es Elizabeth? —Shane miró a la niña que ella sujetaba en brazos.
—No —consiguió decir Julie con labios temblorosos. Tenía los miembros
paralizados, de modo que no podía mover más que los ojos y la boca.
—¡Maldita sea, Julie! ¿Qué pasa? —la voz de Shane no subió ni un decibelio,
pero en ella había un miedo mezclado con dureza que la movieron a la acción.
—Ahí —ladeó la cabeza—. Está… ahí.

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—¿Dónde? —preguntó Shane, mirando a su alrededor.


—Ahí abajo. Mira hacia abajo —los dientes de Julie habían empezado a
castañetear con tanta fuerza que apenas podía pronunciar las palabras. Además, el
corazón le martilleaba tan rápido que pensó que estallaría.
—No veo nada.
Shane parecía exasperado, lo que la puso furiosa.
—¡Una serpiente!
—No te muevas —le ordenó él con voz acerada.
—¿Crees que estoy loca?
Julie vio que los labios de Shane se curvaban, y le dieron ganas de abofetearlo.
Pero su expresión se ensombreció mientras se acercaba cautelosamente hacia la
serpiente que permanecía enroscada en un rincón de la habitación.
—Oh Dios mío, oh Dios mío —musitó Julie.
—Todo va a salir bien.
—¡No, no es verdad! —su voz había alcanzado el grado superior de la histeria.
—Julie, mírame —ella hizo lo que le decía—. Esa serpiente no os va a hacer
nada ni a ti ni a la niña. Ahora, mira hacia otro lado.
—Oh, Shane…
—Hazlo, ¿de acuerdo?
Julie asintió y después dejó a una Elizabeth todavía dormida a su lado. Cerró
los ojos y se estremeció.
Al cabo de unos instantes, Shane salió y volvió a entrar en la habitación.
—Ya puedes abrir los ojos. Se acabó la serpiente.
—¿Cómo… cómo sabes que no volverá a ocurrir?
—Confía en mí. Me he ocupado del problema.
Estaba de pie junto a ella, con la mano extendida. En silencio, ella le dio la mano
y le dejó que la ayudara a incorporarse. Luego, antes de que Julie entendiera lo que
estaba pasando, se encontró acurrucada contra su pecho y rodeada por sus brazos.
No sabía qué corazón golpeaba más fuerte, si el de Shane o el suyo.
Al cabo de unos minutos, ella se retiró, avergonzada.
—Lo siento, no quería dejarte mojada la camisa.
—La secaré —dijo él con una voz extraña.
Al mirarlo de cerca, Julie se dio cuenta de que tenía la cara rígida y los labios
tensos. Al aparecer, no había estado tan tranquilo y calmado como aparentaba. O
quizá no le había gustado que se comportara como una idiota y se abrazara a él como
una niña asustada.

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—Supongo que pensarás que soy una imbécil —dijo Julie, gimoteando. Él le
secó las lágrimas de la mejilla y sus labios empezaron a curvarse—. Odio las
serpientes.
—¿Ah, sí?
Julie lo miró.
—¿Qué has hecho con ella?
—¿De veras quieres saberlo? —su sonrisa y su voz eran indulgentes.
Ella sintió un escalofrío.
—No.
Él se rió y luego se puso serio.
—Tenías razón al asustarte.
—No sabía si era venenosa, pero tenía un aspecto mortífero.
—Lo es, o más bien lo era.
Julie dejó escapar un suspiro y miró a su hija. Los ojos de Shane siguieron a los
suyos.
—¿Te puedes creer que ni siquiera ha movido un músculo?
—No me sorprende. Ella sabe que está a salvo.
Sus ojos se encontraron y Julie vio un destello en los de él. Apartó la mirada,
azorada. Y por alguna razón inexplicable, ese azoramiento había permanecido con
ella.
—Julie.
El sonido de la voz de Shane la forzó a volver a la realidad. Recordar a la
serpiente le había revuelto el estómago. Pero no iba a marearse. Respiró hondo varias
veces y la náusea pasó. Se abrochó los vaqueros y luego deslizó los pies dentro de un
par de pantuflas de Kathy. Por fortuna, Shane tenía una hermana. Si no, se habría
encontrado en apuros.
¿De veras llevaba tres días encerrada en el rancho de Shane? Sí, aunque
pareciera imposible. Le habían pasado tantas cosas en aquellos días que tenía la
impresión de vivir allí desde hacía mucho tiempo.
Y lo más inquietante era que se sentía como en casa. Sabía que era una locura,
pero el sentimiento estaba allí, de todas formas. Hormonas. Ellas eran las culpables
de su locura. Sus hormonas estaban completamente descontroladas. ¿Pero qué podía
esperarse de una mujer que acababa de tener un hijo?
El hecho de que pasara de repente de la risa al llanto no parecía perturbar a
Shane. Este se lo tomaba todo con calma y nunca se alteraba. Y se comportaba de la
misma forma con el bebé.
Asombroso.

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Cuando no estaba dando de mamar a Elizabeth, Shane se ocupaba de ella. Por


suerte, su hermana había tenido gemelos y lo visitaba a menudo. El armario de la
habitación de invitados en la que dormía Shane estaba lleno de cosas de bebé, desde
ropa a pañales, y una cuna.
Pero si la situación no cambiaba en breve, Elizabeth pronto daría cuenta de
aquellas existencias. Pero Julie no se preocupaba. Conociendo a Shane, encontraría
algún modo de conseguir las cosas que necesitaba Elizabeth.
Qué hombre.
La mujer que lo conquistara sería afortunada. Durante un segundo, Julie frunció
el ceño, sintiendo una punzada en el corazón. ¿Estaba celosa? Claro que no, se dijo,
tensando la boca. Aquello era absurdo. Lo último que quería era otro hombre.
Todavía no había cambiado de idea respecto a eso.
Ya había recorrido ese camino y no estaba interesada en absoluto en volver a
hacerlo otra vez. A partir de ese momento, solo serían ella y Elizabeth. Intentaría ser
una madre y un padre para su hija.
¿Y Shane?, le preguntó su conciencia. De alguna manera, Julie sabía que querría
continuar viendo a Elizabeth. Después de todo, había hecho más por ella que su
padre biológico. Como ella estaba tan cansada y torpe, Shane había bañado a
Elizabeth y le había cambiado los pañales. Había sido digno de verse: sus manos
enormes manejando aquel cuerpo diminuto.
La mayoría de los hombres habrían rehuido aquel deber. De nuevo, pensó en su
marido. De ninguna manera él habría hecho lo que había hecho Shane. Mike era
demasiado egoísta, arrogante y soberbio.
Shane era más hombre de lo que Mike lo sería nunca. Shane era al mismo
tiempo sensible y duro: un hombre de una pieza que parecía saber lo que quería e iba
detrás de ello.
A veces Julie pensaba que la quería a ella. Le dio un vuelco el corazón al
pensarlo. Sin embargo, no podía negar esa mirada que veía en sus ojos. Pero, a veces,
él tenía una tendencia a tratarla más como una niña que como una mujer en la que
estuviera interesado.
—Julie —la llamó Shane.
—¡Voy! —respondió ella, apresurándose a salir del cuarto de baño.
Al entrar en la cocina, se quedó parada. Shane tenía en brazos a Elizabeth, que
estaba empezando a gemir.
—¿Qué pasa, cariño? —preguntó él, mirando a la niña con una mirada ansiosa.
Julie se quedó sin aliento mientras una emoción que no pudo identificar tocaba
una cuerda sensible en su interior. Pero había algo tan conmovedor, tan
increíblemente dulce en ese hombre grande y fuerte con un bebé débil y diminuto en
sus brazos, que le dieron ganas de llorar.
Shane alzó la vista y la miró. Por un instante, sus ojos se encontraron. Él fue el
primero en desviar la mirada, volviendo a mirar a la niña.

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—Pensaba que podía calmarla —su voz era insegura.


—Creo que tiene hambre.
—Oh, sí.
Julie sonrió.
—¿Quieres que la tome en brazos?
Elizabeth había empezado a llorar.
Él suspiró.
—Creo que será mejor que lo hagas.
Una vez Julie tuvo a Elizabeth contra su pecho, la niña empezó a mover
ansiosamente la boca.
Shane se rió.
—Vaya, parece que está muerta de hambre.
Julie vaciló.
—Me iré a la habitación a darle el pecho.
Los ojos de Shane se ensombrecieron.
—¿Porqué?
—¿Por qué, qué? —dijo ella, con voz estrangulada.
—¿Por qué quieres irte?
—¿No te importa que le dé de mamar mientras comemos?
—Claro que no —dijo él con voz densa.
Shane apartó una silla para que Julie se sentara. Una vez que pareció seguro de
que el bebé y Julie estaban cómodos, sirvió los platos con pasta y ensalada y se sentó.
De repente, incapaz de mirarlo, ella se quedó mirando a Elizabeth, que mamaba
de su pecho. Cuando finalmente levantó la vista, Shane la estaba mirando.
—Lo siento —dijo él con voz ronca.
—¿Porqué?
—Por mirar.
—No importa —dijo ella, sintiendo que la cara le ardía.
¿Dejaría de sonrojarse alguna vez? No mientras esos ojos azules de Shane
brillaran de aquella forma, se dijo. Un brillo que todavía no podía identificar y que
tal vez no quería identificar.
—Es solo que encuentro todo el proceso un milagro fascinante.
—Sí, claro.

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Un silencio cayó sobre ellos, durante el cual ninguno de los dos tocó la comida.
Lo único que se oía era el sonido de Elizabeth mamando. Incluso la lluvia parecía
haber cesado.
De repente, Shane tosió y luego alzó su tenedor. Sin embargo, no probó bocado.
Siguió mirando a Julie.
—Adelante, come —dijo ella, sintiendo que su estómago se movía en oleadas.
—Eh, te estoy esperando —dijo él con voz ronca.
De pronto, la idea de comer la puso enferma. Se levantó bruscamente.
—Tal vez coma más tarde. Voy a prepararme para meterme en la cama.
Él se levantó.
—Julie…
Ella se alejó, y las maldiciones murmuradas de Shane la siguieron de camino a
la habitación.

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Capítulo 9
No debería haberla mirado así. Lo sabía. ¿Qué le había ocurrido? Deseo. Lo
admitía, aunque no le resultara agradable hacerlo. Cuando había visto a Elizabeth
acercar su boca al pecho de Julie y empezar a mamar, había sentido como si lo
volvieran del revés.
Había deseado estar en el lugar de la niña.
Que Dios se apiadara de él, pensó, apartando las mantas y saliendo de la cama.
Tenía el cuerpo cubierto de un sudor frío, a pesar del calor que hacía en la casa. Se
acercó a la ventana, cerró los ojos y se rascó la frente.
Pero no consiguió quitarse de la cabeza la imagen del hermoso y blanco pecho
de Julie. La primera vez que había visto mamar a la niña también se había sentido
afectado, pero no tanto como la noche anterior. Se había excitado tanto que, si se
hubiera visto obligado a levantarse, se habría visto en un serio apuro.
Se estremeció al pensar lo que Julie hubiera pensado de él si eso hubiera
ocurrido. Con lluvia o sin ella, probablemente habría insistido en marcharse. Pero
afortunadamente Julie no parecía haberlo notado, tan ocupada estaba huyendo como
una gatita asustada, lo que lo había sorprendido.
Un hombre, y sobre todo un hombre con semejante mirada de lujuria, no
entraba en los planes de Julie en esos momentos. Y era más que probable que no
volviera a pensar en los hombres, después de todo lo que había tenido que pasar.
¿Cómo podía dejarla escapar un hombre en su sano juicio? No conseguía
entenderlo. Mike Harrison tenía que ser el mayor idiota del mundo para arrojar a la
basura su relación con una mujer como Julie por la muñequita que llevaba adosada al
costado durante la fiesta.
Shane habría dado cualquier cosa porque Julie fuera su mujer.
Se frotó los ojos cansados y respiró hondo varias veces. Debía controlar sus
emociones. No podía seguir permitiendo que cabalgaran a rienda suelta o Julie
adivinaría lo que sentía. Y eso no podía permitirlo.
A aquellas alturas, el orgullo era lo único que le quedaba.
Buscó el reloj con la mirada. Nunca dormía hasta tan tarde, pero no se había
quedado dormido hasta primera hora de la mañana. Había permanecido despierto,
pensando en Julie y en el bebé y en lo dramáticamente que había cambiado su vida
en solo treinta y seis horas.
Nada volvería a ser igual. Él nunca volvería a ser el mismo. Pero cuando llegara
el momento de decirles adiós, de llevarlas a casa, no tendría elección. Ellas no le
pertenecían y nunca lo harían.
Parpadeó, sintiéndose como si le hubieran clavado un cuchillo en el corazón.
Tal vez fuera hora de que saliera del rancho y empezara a salir con mujeres. Tal
vez pudiera encontrar a otra Julie.

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—Sí, claro —musitó en medio del silencio.


Pero algo tenía que hacer. Si ahora se encontraba en ese estado, se estremecía al
pensar en lo miserable que sería su vida cuando ellas se hubieran ido.
Abrió los ojos y miró afuera. Aunque la lluvia había cesado, el agua todavía
estaba demasiado alta para intentar salir. Pero si no seguía lloviendo, lo que según el
último parte meteorológico no estaba previsto, el agua empezaría finalmente a
retroceder. Y luego tendrían que vérselas con el hielo.
De repente sonó el teléfono. Shane lo descolgó rápidamente, confiando en que
no hubiera despertado a Julie y al bebé.
Era su capataz, Jeb Carson.
—¿Estáis todos bien? —le preguntó Shane en seguida, sintiéndose culpable por
no haberlo llamado antes. Pero había estado muy ocupado.
—Sí, estamos bien —respondió Jeb con su áspera voz—. ¿Y tú?
—Por aquí, bien.
—¿Cómo está el rancho?
—No lo sé. No he salido.
Hubo un largo momento de silencio durante el cual Shane se imaginó el rudo
rostro de Jeb ensombreciéndose de incredulidad. Pero antes de que pudiera darle
una explicación, Jeb preguntó:
—¿Estás enfermo?
Shane casi se echó a reír.
—No.
—Entonces, ¿qué demonios pasa?
Si no hubieran sido buenos amigos, Shane podría haberse sentido ofendido por
la brusquedad de Jeb. Pero eran amigos, y sabía que, si los papeles se hubieran
invertido, él le habría preguntado lo mismo.
El rancho era su vida y Jeb lo sabía. De modo que el capataz no podía entender
por qué no había salido a revisar los daños y a ver cómo estaba el ganado.
—Un bebé, eso es lo que pasa.
—¿Un bebé? ¿Has estado bebiendo?
Shane finalmente se echó a reír, y le sentó bien. Unos momentos antes, se había
sentido como si nunca fuera a volver a reír.
—No. Estoy completamente sobrio.
—Entonces, explícate.
Shane le contó lo que había pasado.
—Que me parta un rayo —exclamó el capataz.

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—Así que, ya sabes por qué no he salido a revisar los daños. Pero como ha
dejado de llover y todo parece estar en orden en la otra habitación, voy a ir a echar
un vistazo.
—Llámame cuando vuelvas.
Una vez el teléfono estuvo otra vez en su lugar, Shane se vistió
apresuradamente. Unos minutos después se acercó a la puerta de Julie y escuchó. Al
no oír nada, comprendió que todavía dormían. Con suerte, estaría de vuelta antes de
que se despertaran.
Pero, en lugar de marcharse, abrió la puerta cautelosamente y miró dentro de la
habitación. La luz del amanecer le permitió ver a Julie y Elizabeth.
Se le escapó un suspiro. El pelo de Julie se extendía, como una seda finísima,
sobre la almohada y sus labios parecían sonreír.
La niña yacía en el hueco de uno de sus brazos, con la diminuta cara presionada
contra el pecho desnudo de su madre.
Cuando cerró la puerta y se alejó, no sabía qué le dolía más, si el corazón o la
entrepierna.
Julie se desperezó y luego sus ojos se posaron en Elizabeth, que no había
movido ni un músculo. Contempló a su hija largo rato, maravillándose de su
perfección.
Después la tomó en brazos y la depositó en la cuna, que estaba junto a la cama.
Iba hacia el cuarto de baño para ducharse cuando se dio cuenta de que no se oía
ningún ruido en el tejado.
Se detuvo en seco. La lluvia había cesado. ¿Significaba eso que volvería a casa
ese mismo día? Probablemente no, se dijo, sabiendo que la crecida lo impediría, sobre
todo en la zona donde ella vivía.
¿Se habría inundado su casa?
Si así fuera, se enfrentaría a ese trauma cuando tuviera que hacerlo. Gracias a
Shane, Elizabeth y ella estaban sanas y salvas. Por el momento, eso era lo único que
importaba.
Pero pronto tendría que volver al mundo real. Julie sonrió para sí al pensar en
lo aislada y desvinculada que se sentía de todo y de todos. Era como si estuviera en
un lugar irreal.
Había vivido casi toda su existencia demasiado deprisa, hasta el momento en
que se había quedado embarazada. Había creído que lo tenía todo previsto, hasta el
último detalle.
¡Ja!
El destino le había jugado una mala pasada. Pero Shane era su héroe, y
Elizabeth crecería sabiendo quién era él, si él quería.
Cuando pudiera marcharse del rancho, tal vez Shane no querría volver a verlas
nunca más. Pero, al recordar el brillo que había visto en sus ojos, Julie comprendió

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que eso no sucedería. En realidad, Shane parecía disfrutar sinceramente de su


presencia. Tal vez fuera porque estaba solo y necesitaba compañía.
Cielos, ¿quién era ella para decir qué necesitaba Shane? Ella no podía tomar
posesión de su vida y pretender manejarla. En aquellas circunstancias, ya tenía
suficientes problemas intentando manejar la suya propia.
Criar sola a una niña, educarla, era una responsabilidad sobrecogedora. Julie
rezaba por ser capaz de llevar adelante la tarea.
Apartando esos pensamientos por el momento, se dio una ducha rápida y se
vistió. Mientras volvía a la habitación, la sorprendió otra vez lo silenciosa que estaba
la casa. No había ni rastro de Shane. Normalmente, él solía levantarse mucho antes
que ella.
En realidad, Julie no creía siquiera que durmiera. Tal vez aquella mañana fuera
distinta, y estuviera intentando recuperar el tiempo perdido. Como ya se sentía como
la Julie de siempre, lo sorprendería preparándole el desayuno.
Había empezado a freír el beicon y las tortitas cuando su intuición le dijo que
algo no iba bien. El olor del beicon debía haber despertado a Shane. Además, había
hecho mucho ruido, abriendo cajones y armarios para buscar los utensilios de cocina.
Seguramente Shane estaba bien, se dijo, sintiéndose cada vez más inquieta. Las
hormonas, otra vez. Todavía estaban revolucionadas, o no estaría tan nerviosa.
Después de hacer el zumo de naranja, Julie decidió llamar a la puerta de la
habitación de Shane. Aunque estuviera dormido, no le importaría que lo hiciera, o al
menos eso creía ella.
Eran casi desconocidos que vivían bajo el mismo techo.
Arrumbando ese inquietante pensamiento, recorrió el pasillo hacia la pequeña
habitación. De camino echó un vistazo a Elizabeth, que seguía plácidamente
dormida.
Una sonrisa afloró a los labios de Julie antes de acercarse a la puerta de Shane,
donde se quedó parada. La puerta estaba abierta, y la habitación vacía. El cuarto de
baño del otro lado del pasillo, el que usaba Shane, también estaba vacío.
Julie frunció el ceño y volvió a la cocina. Shane estaba fuera. Esa era la única
explicación posible. No se habría ido en la camioneta sin decírselo. ¿O sí? De nuevo
pensó que no conocía a Shane McCoy, al menos no al Shane McCoy adulto.
Sabía que era una estupidez preocuparse por él y por sus idas y venidas. Sin
embargo, eso no parecía impedir que su ansiedad siguiera creciendo.
No hacía falta que Shane le dijera que estaba preocupado por el rancho y el
ganado. Después de todo, de eso vivía. ¿Pero y si había resbalado y se había caído?
¿Y si estaba inconsciente en alguna parte?
¡Basta!
Su imaginación se estaba desbocando. Sus hormonas, mejor dicho. De repente,
sintió la necesidad de sentarse y llorar.

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Maldición, sería mejor que se calmara o se sentaría en mitad de la habitación y


empezaría a berrear como una idiota. La idea de que Shane la encontrara en ese
estado no consiguió detener las lágrimas que empezaron a rodar por sus mejillas
mientras batía la mantequilla para las tortitas con todas sus fuerzas.
Por fin, dejó el cuenco, se acercó a la ventana y miró hacia fuera. Aunque no
llovía, el cielo seguía siendo de un gris sucio. Y por todas partes había escarcha.
Deseó abrir la puerta, salir al porche y llamar a Shane a gritos. Pero hacía tanto
frío que temía quedarse helada. No podía permitirse caer enferma. Ya no podía
pensar solo en sí misma. Tenía que pensar en Elizabeth.
Sin embargo, no podía concentrarse en nada. Sabía que la niña se despertaría y
tendría hambre. ¿Dónde estaría Shane? Se secó las lágrimas de la cara y empezó a
pasear por el cuarto de estar.
Como siempre, el fuego que ardía en la chimenea daba un ambiente agradable
y acogedor a la rústica habitación. ¿Pero por qué se sentía tan sola, tan asustada?
Estaba sacando las cosas de quicio, se dijo, reprimiendo un nuevo acceso de
lágrimas. Cuando Shane volviera, pensaría que había perdido la razón.
Si es que volvía.
Julie se puso las manos sobre los oídos como si quisiera acallar los
pensamientos que la atormentaban. Dios, estaba perdiendo la razón. Nunca se había
sentido así con Mike.
Acababa de quitarse las manos de los oídos cuando oyó pasos. Se quedó quieta,
dio media vuelta y miró a la puerta justo cuando esta se abría.
Él echó un vistazo a su cara desencajada por el llanto y dijo:
—Julie, ¿qué pasa?
Ella sollozó y echó a correr hacia él.
—¿Estás bien? —lo observó ansiosamente y no vio nada anormal.
—Claro que estoy bien —él tenía la voz áspera por la preocupación—. ¿Y tú?
De repente, Julie empezó a temblar.
—Eh —dijo él, recorriendo en un instante la distancia que los separaba—. ¿Es
Elizabeth?
—No —sollozó ella—. Soy yo.
—Dios, Julie —musitó él, abrazándola—. Me estás asustando.
—Tú también me has asustado —ella se echó hacia atrás y lo miró.
—¿Cómo?
—Cuando me levanté y no te vi, pensé… —las lágrimas anegaron su garganta.
—¿Qué pensaste? —preguntó él con voz ronca.
—Que algo te había ocurrido.

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—Oh, cariño, solo he salido a echarle un vistazo al ganado.


Julie sonrió.
—Pensarás que estoy loca, ¿no? —le preguntó, avergonzada de pronto, dándose
cuenta de que todavía estaba entre sus brazos. Pero no hizo ningún esfuerzo por
apartarse.
—No —dijo él, mirándola intensamente a los ojos—. No pienso tal cosa. Es
agradable saber que estabas preocupada —empezó a acariciarle la espalda con una
mano.
Ella se puso rígida, sintiendo de pronto un extraño e inoportuno
estremecimiento.
—Lo… lo siento —musitó.
—No digas eso. No tienes que disculparte por nada.
Ella le dirigió una leve sonrisa.
—Prácticamente me he tirado encima de ti.
Él la miró un largo instante. Luego dijo en voz baja y densa:
—¿Quién se queja?

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Capítulo 10
—Bueno, ¿qué tal van las cosas por ahí?
—Llueve y llueve sin parar —dijo Millie con exasperación.
—Por aquí paró un rato, pero ahora está lloviendo otra vez.
Millie suspiró.
—Este tiempo me deprime muchísimo.
—¿Y crees que a mí no?
Millie se rió.
—Ah, a ti te deprime tu cuerpo, que todavía está dado de sí.
—Te la vas a ganar por decir eso —respondió Julie con indignación.
Millie parecía saber siempre cuándo necesitaba reírse. Y ese día no era una
excepción. Después de arrojarse en brazos de Shane el día anterior, había estado muy
nerviosa. Había intentado mantenerse todo lo ocupada que le era posible, lo cual no
era mucho.
Aunque la casa era grande, parecía pequeña para tres personas encerradas en
su interior.
—¿Cuándo crees que volverás a casa?
—Eso mismo me pregunto yo.
—¿Qué tal estáis Elizabeth y tú de verdad? —preguntó Millie.
Julie suspiró.
—Me preguntas por Shane, ¿verdad?
—Lees en mí como en un libro abierto.
—En realidad, es maravilloso.
—Mmm, eso parece interesante.
—¿Qué quieres decir? —dijo Julie.
Millie se rió.
—Nada, a menos que haya algo que no me has contado.
—No lo creo —a pesar de su tono sarcástico, Julie sintió que se ponía colorada.
El hecho de que hubiera tenido contacto físico con Shane no era asunto de Millie.
Además, no significaba nada. Como su amiga había dicho, su cuerpo no había
recuperado su estado normal, y ella estaba hipersensible.
—Pero apuesto a que debe de resultarte violento —dijo Millie.
—Shane es maravilloso, de veras.

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—Desde luego, tiene mi aprobación. Un hombre que hace lo que él ha hecho


tiene que ser especial —Millie hizo una pausa y luego añadió con un leve tono de
burla—: ¿Crees que está buscando esposa?
Julie respondió:
—¿Estás interesada?
—Podría ser —dijo Millie, riendo.
De pronto, a Julie se le quitaron las ganas de bromear. La idea de ver a Shane
con otra mujer le parecía extraña. En realidad, no le gustaba en absoluto, lo cual era
una estupidez. ¿Qué le importaba a ella si Shane tenía todo un harén a su
disposición?
—Estoy deseando ver a Elizabeth.
—Aunque sea hija mía, es absolutamente adorable.
—Claro que lo es, aunque también sea hija de Mike.
—Podrías haberte ahorrado ese nombre —dijo Julie, endureciendo la voz.
—Recuerda que es él quien sale perdiendo, no tú.
—No te preocupes, lo sé.
—Cambiando de tema, ¿sabes qué día es hoy?
Julie se quedó pensando un momento y luego dijo, asombrada:
—Nochebuena. No puedo creerlo. Estos días se me han pasado volando.
—A mí también, sobre todo con este tiempo que lo trastorna todo.
—Al menos tú estás en tu casa.
—Bueno, no seas muy dura contigo. Tal vez Shane podría haberte llevado a tu
casa, pero teniendo en cuenta tu estado después del numerito que montó tu ex, las
cosas han salido bien.
Julie dejó escapar un suspiro.
—Supongo que sí.
—Cuánto me alegro de que nada saliera mal y no necesitaras ir al hospital.
Julie se estremeció.
—No quiero ni pensarlo. Sobre todo, por Elizabeth.
—Estoy deseando ponerle las manos encima a esa pequeñina. Así que, en
cuanto vuelvas a la civilización, dame un telefonazo.
Julie se rió.
—Cuenta con ello. Mientras tanto, Feliz Navidad, querida amiga.
—Igualmente.
En cuanto Julie colgó el teléfono, Elizabeth empezó a gemir. Julie la sacó de la
cuna y le sonrió.

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—Eh, mamá no se ha olvidado de ti, cariño. Sé que tienes hambre, y voy a


ocuparme de ello.
Una vez Julie se sentó, la niña empezó a mamar ávidamente. Julie movió la
cabeza y sonrió.
—Muerta de hambre otra vez, por lo que veo.
Sorprendida, Julie alzó la vista y vio a Shane de pie en la puerta, vestido como
si estuviera a punto de emprender un viaje al Polo Norte.
—Eh, no quería asustarte —dijo él, sonriendo—. He llamado a la puerta.
—No lo he oído, pero no importa.
Se miraron uno al otro un momento y luego Shane cambió de postura, pero no
desvió la mirada. Julie no pudo evitar notar que tenía los ojos clavados en su pecho
otra vez. Pero, por alguna razón inexplicable, aquella obsesión ya no la hacía sentirse
incómoda.
—Voy a salir a ver si puedo mover al ganado.
Julie frunció el ceño.
—¿Tú solo?
Él se encogió de hombros.
—Mi capataz no puede venir a ayudarme, así que tendré que hacerlo solo.
—No entiendo cómo puedes hacer nada con este tiempo.
—Tengo que intentarlo —dijo él con paciencia.
—Tendrás cuidado, ¿verdad?
La expresión de Shane se suavizó.
—No te preocupes. Estaré bien. Pero no quería marcharme sin decírtelo.
La boca de Julie se curvó hacia abajo.
—Ya me lo imagino, después de la escena que te hice.
—Acabas de dar a luz, así que estás un poco débil.
—Esa no es excusa.
—Eh, ya te he dicho que por mi parte no tengo ninguna queja.
Julie se sonrojó, avergonzada. Él se rió y luego dijo:
—Portaos bien las dos.
Ella lo siguió con la mirada a través de la puerta.
—Feliz Navidad.
Shane se giró con expresión desconcertada.
—Feliz Navidad para ti también.

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La tarde pasó volando. Tal vez porque se mantuvo ocupada. Primero, ordenó la
casa. Le habría gustado hacer más cosas, pero no era físicamente capaz. Al fin y al
cabo, no hacía ni una semana que había tenido a Elizabeth.
Sin embargo, cada día se sentía más fuerte, menos cansada y dolorida. Pronto
estaría otra vez en plena forma. Una vez hubo acabado con la tarea, hizo un gran
puchero de chile. Por suerte, Shane tenía muchas cosas almacenadas en la despensa y
el congelador, aunque no cocinara.
El olor del chile inundó la casa, dándole un ambiente aún más cálido y
acogedor. Durante un instante, fue casi como si estuviera casada otra vez, solo que
felizmente.
«Olvídalo».
Pero Shane era diferente. Debería estar casado y tener una familia. Si había
algún buen partido, ese era él.
Apartando aquellos perturbadores pensamientos sobre el matrimonio, Julie
miró el reloj. Según ella, Shane debería haber vuelto ya. Pero le había prometido que
no se preocuparía, y mantendría la promesa. Sin embargo, se sentiría mucho mejor
cuando lo viera aparecer por la puerta.
Entretanto, llegó la hora de bañar a Elizabeth. Eso ocuparía sus manos y su
mente.
—Vamos, cielito —le dijo a su hija—, vamos al baño.
Julie acababa de poner a la niña en la pila llena de agua tibia cuando oyó que la
puerta de la calle se abría y luego se cerraba. Exhaló un suspiro de alivio y de pronto
le pareció que todo estaba bien en su mundo otra vez.
Asombrada por ese pensamiento, Julie lo apartó y se concentró en la tarea que
tenía entre manos.
—¿Julie?
—Estoy en la cocina.
Siguieron unos minutos de silencio y luego Shane comentó:
—Huele muy bien.
Ella se giró y lo vio en la puerta. Se había quitado la trenca y llevaba puesta una
gruesa camisa, pantalones vaqueros y botas. Solo parecía tener el pelo mojado.
—Es chile. Se supone que es una de mis especialidades.
—Me encanta el chile.
—¿Qué tal te ha ido? —le preguntó ella, volviendo a mirar a Elizabeth.
Él se puso a su lado.
—Hay varias vacas muertas.
—Oh, Shane, lo siento.
—Yo también.

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—¿Todavía llueve?
—No, y el agua se está retirando.
Lo que no dijo, comprendió Julie, era que las carreteras pronto estarían abiertas,
si no lo estaban ya.
—Bueno, ¿cómo está el terroncito de azúcar? —dijo él con su voz ronca y suave.
—Ya lo ves. La encanta bañarse.
Julie deseó que Shane no estuviera tan cerca de ella. Era consciente de cada
centímetro de su enorme cuerpo y de que su olor la envolvía como un capullo
protector.
—¿Necesitas ayuda?
Ella buscó sus ojos.
—Puedes secarla, si quieres.
—Claro que sí.
Julie los miró con una repentina neblina en los ojos mientras él levantaba a
Elizabeth, la colocaba en una enorme y mullida toalla y la envolvía cuidadosamente
en ella. Luego la tomó en brazos y la acunó. Elizabeth lo miró con ojos alegres.
—Deberías casarte y tener hijos, sabes —dijo Julie sin pensarlo.
Él la miró un momento y luego le preguntó:
—¿Es una proposición?
Ella contuvo el aliento y retrocedió.
—Solo bromeaba —dijo él.
Tal vez bromeara, pero aquel inquietante destello volvió a aparecer en su
mirada, ese destello que Julie no podía identificar. Ella apartó la mirada, intentando
controlar el veloz latido de su corazón. ¿Qué le estaba ocurriendo?
—Se ha quedado dormida —dijo Julie a falta de algo mejor que decir mientras
la tensión crecía por momentos. El hecho de que Shane siguiera estando tan cerca no
ayudaba. El recuerdo de cómo era ser abrazada contra su duro pecho afloró a su
mente.
—Vamos a poner la cuna en el cuarto de estar.
Julie arqueó las cejas.
—¿Por alguna razón en especial?
—Sí, pero es una sorpresa.
Ella sonrió.
—Como quieras.
Unos minutos después, Shane llevó la cuna al cuarto de estar, con Julie
siguiéndolo de cerca. Ella vio la sorpresa inmediatamente y sus ojos se ensancharon
de asombro.

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—Oh, Shane —gritó, conteniendo las lágrimas.


—Me ha costado muchísimo cortarlo, pero lo he conseguido.
—Es precioso.
Y lo era. Julie contempló el árbol de forma perfecta que estaba colocado en un
macetero en el rincón más alejado de la habitación, no lejos de la chimenea.
—Navidad no es Navidad sin un árbol —dijo Shane—. Sobre todo, si tienes un
bebé.
—Oh, Shane —musitó ella otra vez—. No puedo creer que hayas hecho esto.
—Yo tampoco —rió él—. ¿Pero qué demonios? Es la primera Navidad de
Elizabeth y no podía soportar la idea de que no tuviera un árbol.
—Y algún día te lo agradecerá —dijo Julie suavemente.
Él se encogió de hombros.
—Eso no importa. Lo que importa es que sean unas navidades de verdad.
—Tenemos otras cosas en qué pensar.
Shane se acarició la barbilla.
—Lo sé, pero apuesto a que has pensado en lo alegre que es tu casa y en que no
estás allí.
—No creas. Elizabeth es mi verdadera fiesta.
Él la miró a los ojos.
—La mía también —su voz sonó tirante.
—¿Tienes adornos? —preguntó Julie, desesperada por aliviar el sentimiento
sofocante que se extendía en su interior.
Él hizo girar los ojos.
—Toneladas.
—¿Bromeas?
—No. Mi madre y mi hermana se encargaron de traerlos.
—¿Y a qué esperas?
—A la comida.
Ella se echó a reír y le sentó tan bien que volvió a reír.
—Lo primero es lo primero, supongo.
Se comieron dos platos de chile en tiempo récord. Una vez la cocina estuvo
recogida, lo que hicieron juntos, volvieron al cuarto de estar. Elizabeth todavía
dormía.
—Es un angelito —dijo Julie, inclinándose para besar su mejilla sonrosada.
—No, es un terroncito de azúcar.

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Julie se limitó a sacudir la cabeza y miró el árbol.


—¿Empezamos con este monstruo?
—Demonios, mujer, acabaremos de adornarlo enseguida.
Ella le lanzó una mirada.
—No si lo hacemos a mi manera.
—Oh, cielos, creo que estoy en un apuro.
Una hora después, Julie retrocedió para tener una vista general.
Desde lo alto de la escalera, Shane preguntó:
—¿Cuál es el veredicto?
—Perfecto.
—¿Ya puedo bajarme?
—No hasta que pongas derecha la estrella. Todavía está un poco torcida.
—¡Mujeres! —musitó él.
—Te he oído.
—Eso espero.
Ella le sonrió mientras bajaba. Ambos retrocedieron y miraron el árbol,
iluminado por lo que parecían ser un millón de luces.
—Es precioso —musitó ella, alzando la vista hacia Shane.
—No tanto como tú.
Julie se quedó sin aliento al encontrar su mirada ávida.
—Yo…
—Sss —él la atrajo hacia sí, inclinó la cabeza y la besó. Al principio, Julie no
respondió, sintiéndose como si le hubieran extraído todo el aire del cuerpo. Se sentía
falta de energía, demasiado débil para moverse.
Pero cuando la boca de Shane se volvió insistente, frotándose contra la de ella,
los labios de Julie se abrieron por propia voluntad. Ella respondió a la fuerza del beso
de Shane con la misma energía. Él se echó hacia atrás solo para gemir y después la
besó otra vez, esta vez chupándole los labios como Elizabeth le chupaba los pechos.
Julie sintió que le daba vueltas la cabeza y se aferró a Shane. Debió de ser el
gemido que profirió Shane lo que le devolvió el sentido. De pronto se retiró,
tomando aire.
—Shane —musitó ella con labios temblorosos.
Él sacudió la cabeza.
—Si vas a pedirme que me disculpe, será mejor que lo olvides.

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Capítulo 11
—No iba a pedirte una disculpa.
Shane parpadeó, asombrado.
—¿Ah, no?
Julie respiró hondo. Shane pudo sentir el martilleo de su corazón como un tren
a toda velocidad antes de que ella retrocediera.
Sabio movimiento. Según se sentía en ese momento, Julie no estaba segura.
—No —dijo ella con sinceridad—, pero no quiero que… me beses otra vez.
Shane suspiró y luego se pasó la mano por su abundante pelo. Sin embargo, no
apartó los ojos de ella.
—No ha sido un impulso. Hace mucho tiempo que quería besarte.
Ella dirigió su mirada hacia la niña dormida, pero Shane vio que se había
ruborizado. Luego ella se giró, con mirada preocupada.
—Mira…
Shane levantó una mano, cortándola.
—No hace falta que digas nada más. ¿Quieres un chocolate caliente?
Una expresión de asombro cruzó la cara de Julie. Luego, sonrió.
—Eso suena muy bien.
Al menos, había aliviado la tensión, tan lóbrega como la lluvia de fuera, se dijo
Shane a sí mismo. La situación no había mejorado, pero era un tonto si había
pensado que Julie lo invitaría a su cama. Eso no habría sido posible aunque ella
hubiera estado dispuesta. Diablos, acababa de tener un niño. ¿Dónde tenía la cabeza,
por el amor de Dios?
Cuando volvió con las tazas de chocolate al cabo de unos minutos, Julie estaba
sentada junto al fuego, contemplando las llamas. Shane se preguntó en qué estaría
pensando. Probablemente en él y aquellos besos robados.
¿Era esa la clase de escena que su ex marido habría forzado? Shane se
estremeció al pensarlo y estuvo a punto de tirar la bandeja.
Julie se giró y, al verlo, sonrió. Shane dejó escapar el aliento que había retenido.
En ese instante, la sonrisa de Julie valía para él más que un millón de dólares.
—Huele bien.
—Es de bote —dijo él con una sonrisa torcida.
—¿Es que lo hay de otra clase?
La sonrisa de Shane se ensanchó. Se sentía aliviado porque las cosas parecieran
haber vuelto a su cauce. Sin embargo, no tenía intención de disculparse. La más leve

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insinuación le haría besarla otra vez. El único problema era que quería más, tanto
que le dolía.
Sin embargo, el recuerdo de los labios húmedos de Julie y de sus pechos
hinchados entibiaría muchas de sus noches solitarias.
—Mmm, está rico —dijo Julie en medio del silencio—. Justo lo que el doctor
ordenó.
Él acercó una silla al fuego y se sentó. Sin beber, puso la taza sobre la repisa.
—Hablando del doctor, ¿has hablado con él? —preguntó.
—No, aunque no lo creas. De todas formas, seguramente la consulta lleva
varios días cerrada.
—Es cierto. No sé por qué, se me olvida que es Navidad.
—Eso y este tiempo.
—Se quedará conmocionado.
—Conmocionada —lo corrigió Julie.
—Ah, así que tu médico es una mujer.
—Y también es maravillosa.
Shane tomó su taza.
—Pues yo me alegro mucho de que no la hayas necesitado.
—Gracias a ti —dijo ella con suavidad, inclinando la cabeza hacia un lado y
mirándolo fijamente.
Él frunció el ceño.
—Pensaba que ya habíamos terminado con el asunto de los agradecimientos.
—Sí, ya hemos terminado.
—Bien.
Ella se quedó callada un momento y luego dijo:
—Siento como si te conociera —hizo una pausa y se sonrojó—. Pero, en
realidad, no te conozco. Quiero decir que ni siquiera sé dónde vivías o a qué te
dedicabas antes de volver aquí.
—Estuve en el negocio del petróleo y también en el de la ganadería, en Houston
—él se encogió de hombros—. Ahora solo me dedico al ganado.
—Hablando de eso, siento mucho lo de tus vacas. ¿Las recuperarás?
—Sí, pero me costará algún tiempo.
—Alguna gente no se recuperará nunca —respondió ella en voz baja.
—Cuando fui por el árbol, revisé el puente. Ya no está inundado.
Ella lo miró asombrada.
—¿Pero es seguro?

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—Más que seguro.


—¿Y se puede pasar?
Mentir. Decirle que todavía era peligroso cruzar. Ella no se enteraría.
—Sí.
—Así que, ¿ya no estamos atrapados?
Shane no podía ignorar la pregunta, aunque lo deseara. La idea de que se
marchara le resultaba insoportable.
—Yo no diría eso.
—No te entiendo.
—Es Nochebuena —dijo él lentamente—. ¿Debo decir más?
—Claro que no —dijo ella, con un temblor en la voz.
Él alzó su taza.
—Salud.
Julie hizo chocar su taza contra la de Shane y luego tomó un sorbo, mirándolo
por encima del borde de la taza.
—¿Por qué no te has casado?
La expresión de Shane cambió.
—No creo que quieras saberlo.
Ella alzó la barbilla.
—Sí que quiero.
—Créeme, es mejor que no lo sepas.
Julie le lanzó una mirada compasiva.
—Te ha ido mal, ¿verdad?
—No, realmente —admitió él, aunque con extrema precaución—. Oh, he tenido
mujeres. No lo negaré, pero… —su voz se desvaneció.
—¿Pero qué? —insistió ella.
—Nada.
Diablos, no podía decirle que la quería, que siempre la había querido. Pensaría
que había perdido su famosa sensatez.
—Bueno, sé que he sido un imbécil por no casarme —añadió él—, pero es algo
de lo que prefiero no hablar.
—Yo diría que has sido bastante listo.
Shane percibió la amargura de su voz, y comprendía exactamente de qué estaba
hablando. Le dieron ganas de machacar a aquel hijo de perra, de arrancarle el
corazón y pisotearlo.

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—No todos los hombres son como Mike.


—Dios, eso espero.
—La otra noche tuvimos unas palabras.
Julie se quedó boquiabierta.
—¿Mike y tú?
—Sí.
—¿Qué pasó?
Shane se lo contó. Cuando acabó, ella dijo:
—Maldita sea, ojalá lo hubieras tumbado de un puñetazo.
Shane echó hacia atrás la cabeza y se rió.
—Yo pensé lo mismo, más o menos.
—¿No soy terrible? —dijo ella, aunque sus labios se curvaron en una sonrisa.
—¿Qué ocurrió? —Shane hizo la pregunta sin pensarlo. Él no había querido
abrirle su corazón. ¿Qué le hacía pensar que ella sí querría hacerlo?
—¿Te refieres a Mike y a mí? —él asintió—. En su momento no me di cuenta,
pero nuestro matrimonio estaba condenado desde el principio. Él no quería que
trabajara, pero tampoco quería tener hijos.
—Entonces, ¿qué quería?
—Que cuidara de él. Que estuviera a su disposición las veinticuatro horas del
día.
—Y tú seguiste trabajando.
—Sí, y eso fue lo único que me mantuvo cuerda.
—¿Y cuándo te enteraste de lo de la otra mujer?
—Mujeres —lo corrigió ella con voz amarga—. Por lo que me han dicho, Nelda,
su prometida, no fue la primera.
—¿Pero tú no lo sabías?
—No, lo que no dice mucho en mi favor. Pero confiaba en él.
—Así es como se supone que debe ser —Shane hizo una pausa—. ¿Cuándo te
enteraste?
—Cuando ya estaba embarazada.
—¿Tú querías tener un hijo? —otra pregunta difícil, pero tenía que hacerla.
—Sí, quería. Deseaba tanto tener un hijo que escondí la cabeza en la arena —se
giró hacia la cuna, con la cara iluminada por una sonrisa tan dulce que Shane se
quedó sin aliento—. Y si viviera otra vez, no cambiaría eso. Ahora Elizabeth es mi
vida, mi razón para vivir.

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Shane deseó que dijera aquello de él. Y deseó también estrecharla entre sus
brazos y besarla hasta que sus deliciosos labios estuvieran tan llenos e hinchados
como sus pechos. Pero su deseo no acababa allí. Quería hundirse en ella. Hacerle otro
hijo. Su hijo.
Shane se aclaró la garganta y se removió, incómodo, en la silla.
—Sí, estoy de acuerdo, Elizabeth es lo mejor del mundo.
En el silencio que siguió, los dos contemplaron la cuna. Cuando finalmente
volvieron a mirarse, ambos empezaron a hablar al mismo tiempo.
Riendo, Julie dijo:
—Tú primero.
—Solo me preguntaba cómo es posible que un árbol al que le faltan los regalos
sea tan bonito.
—Eso es porque la Navidad no solo son los regalos.
—Tienes razón.
—La Navidad es amor.
Durante un instante, sus miradas se encontraron. Shane abrió y cerró los puños,
deseando estrecharla en sus brazos. Le hizo falta toda su fuerza de voluntad para
mantener las distancias. La deseaba desesperadamente.
Su desesperación debía de ser evidente, pues Julie se levantó bruscamente y
dijo:
—Creo que es hora de que me vaya a la cama.
Él también se levantó.
—Sí, se está haciendo tarde.
Estaba a punto de decirle que la quería. Pero sabía que, si lo hacía, ella se
asustaría, y él la perdería.
Una vez Julie tuvo a Elizabeth en sus brazos, se volvió para mirarlo y musitó:
—Feliz Navidad, Shane.
Él solo fue capaz de asentir con la cabeza. Tenía la garganta demasiado
acongojada por la tristeza para hablar.
El sueño la esquivaba. Probó todos los trucos que conocía para sumergirse en el
país de nunca jamás. Nada funcionó. Sus ojos permanecían abiertos y su cerebro
activo.
Shane.
No podía apartarlo de su pensamiento. No conseguía dejar de pensar en sus
besos y tampoco en lo temblorosa y sin aliento que la habían dejado.
Si sentía así en ese momento, cuando no podían mantener relaciones sexuales,
¿cómo se sentiría más tarde? ¿Se moriría de deseo por él? Esa idea hizo que le ardiera
la cara de rubor.

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Pero, en su defensa, debía admitir que Shane era un hombre guapo,


terriblemente atractivo. Su cama podía estar tan solicitada como él quisiera. De eso,
Julie no tenía dudas.
Mal asunto.
La vida sexual de Shane, activa o inactiva, no debía importarle. Pero le
importaba, sobre todo porque él se mostraba muy reservado respecto a ese tema.
¿Alguien le habría hecho daño? Julie no lo sabía, y tampoco debía importarle.
—Grrrr —bramó Julie, frustrada, dándose la vuelta y golpeando la almohada.
No quería enamorarse de otro hombre. Era demasiado pronto. Sin embargo,
Shane no era simplemente otro hombre. Era especial, y Julie lo sabía. Y también sabía
que Shane se preocupaba por ella.
De pronto, un toque en la puerta interrumpió sus pensamientos. Frunciendo el
ceño, se sentó en la cama y se cubrió con la sábana.
—Sí.
Shane abrió la puerta. Todavía vestido, se quedó en el umbral. La luz del pasillo
permitía que Julie lo viera con claridad.
—Lamento despertarte.
—No me has despertado —dijo ella, temblorosa.
—He estado pensando.
—¿Sobre qué?
—Sobre nosotros —al ver que ella se disponía a decir algo, prosiguió—.
Escúchame, ¿quieres?
Julie asintió, apretando fuerte la sábana.
—No quiero que Elizabeth y tú os marchéis nunca.
El corazón de Julie casi dejó de latir.
—¿Nunca?
—Sí.
—Pero tenemos que hacerlo.
—No. No, si te casas conmigo —hizo una pausa y luego añadió—. Aunque solo
sea por el bien de la niña.

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Capítulo 12
Casarse con él.
Cada vez que esas palabras golpeaban su pensamiento con la fuerza de un
martillo, su corazón casi dejaba de latir. Naturalmente, no podía casarse con él.
¿Quizá Shane había perdido el juicio? Y, lo que era peor, ¿lo había perdido ella por
pensar siquiera en ello?
Cuando Shane había soltado aquella extraña proposición, Julie se había
quedado tan asombrada que solo había sido capaz de mirarlo con la boca abierta.
Él tampoco había dicho nada. Se había quedado allí, mirándola con calma.
Pero cuando el silencio se volvió ensordecedor, Shane dijo lentamente:
—Julie, te he hecho una pregunta.
—Seguramente no hablas en serio —respondió ella, parpadeando varias veces.
—Nunca en toda mi vida he hablado más en serio.
—Pero eso no es posible.
—¿Por qué no?
—Porque no me conoces —dijo Julie, temblorosa.
El mundo pareció detenerse mientras trataba de recobrar la poca compostura
que le quedaba. Shane le había dejado sin ella al besarla.
Él sonrió fugazmente.
—¿Cómo puedes decir eso después de lo que hemos pasado?
Aunque sus palabras sonaban estereotipadas, como las de una novela de amor
mal escrita, eran la verdad desnuda. Él la había ayudado a dar a luz a su hija. La
había visto en los peores momentos y en los mejores. Sin embargo…
—¿Por qué quieres casarte conmigo y responsabilizarte de la hija de otro
hombre?
—Hay una buena razón. Elizabeth. Ella necesita un padre. Es así de simple.
—¿Pero tú necesitas una mujer?
Él vaciló y entornó los ojos.
—En realidad, sí. Necesito una mujer desde hace mucho tiempo, pero no me
había dado cuenta hasta que Elizabeth y tú entrasteis en mi vida.
—Pero esa no es razón para casarse. Quiero decir… —no pudo decir nada más.
Quería preguntarle por el amor, pero las palabras parecieron secársele en la garganta.
—Yo creo que Elizabeth es una razón sólida para casarse.
Julie se puso una mano sobre la frente.
—Te das cuenta de que esta conversación es absurda, ¿verdad?

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—Deja de ser tan lógica. Métete en la cama y piénsatelo, ¿quieres? Prométeme


que lo harás.
Ella tragó saliva y asintió.
—Déjate guiar por el corazón —añadió él lentamente—. Luego, por la mañana,
hablaremos de ello otra vez.
Después, mientras Julie yacía en la cama con Elizabeth en la cuna junto a ella,
fijó la mirada en el techo. Pero solo veía la cara de Shane, que la perseguía como la
perseguían sus palabras.
«Déjate guiar por el corazón», le había dicho él.
En ese momento, su corazón estaba en un estado tan caótico que no podía
confiar en él para que la ayudara.
La cabeza era su única red de seguridad. Pero también le estaba fallando,
diciéndole que tal vez pudiera aceptar su proposición.
¿Amor?
¿Dónde encajaba el amor en aquella extraña ecuación? ¿Qué sentía ella por
Shane? La atracción física no era, desde luego, un problema; se sentía más que
atraída por él. ¿Pero eso bastaba? Tal vez al principio sí, pero no a largo plazo.
Así que, ¿por qué no podía simplemente decirle que no con la conciencia limpia
y seguir con su vida? Porque Shane le importaba, por eso. Pero, después de Mike,
¿cómo podía confiar en otro hombre?
¿Y si Shane se cansaba de ella y de la niña? Al fin y al cabo, tendría que criar a
la hija de otro hombre. ¿Y si se cansaba de estar casado, y punto?
Sin duda, Shane era diferente de su ex marido. Se lo había demostrado sin
sombra de duda. Pero al principio de su relación con Mike, Julie había pensado lo
mismo de él: que era un tipo decente. No había descubierto quién era el verdadero
Mike hasta que convivió con él.
Bueno, ella vivía con Shane y no tenía quejas. ¿Pero significaba eso que debía
mandar al garete sus precauciones y casarse con él? Sería maravilloso tener un
hombre fuerte y cariñoso en el que apoyarse, que cuidara de ella y de Elizabeth.
¿Pero podía asumir ese riesgo?
Sin respuesta para aquellas acuciantes preguntas, Julie sintió miedo. Pronto
sería de día y tendría que ver de nuevo a Shane.
No podía hacerlo. Necesitaba más tiempo para aclarar sus pensamientos. Su
única opción era marcharse. La lluvia había cesado, y Shane había dicho que el
puente podía cruzarse.
¿Pero cómo? Ella no tenía coche. No podía llevarse la camioneta de Shane. De
pronto, se le ocurrió una idea. ¿Pero podría ponerla en práctica? No lo sabría hasta
que lo intentara.
Millie. Ella era la solución.

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Con el corazón martilleándole en los oídos, Julie levantó el teléfono y marcó el


número de su amiga.
Shane apenas podía contener su nerviosismo. Diablos, era como un niño la
mañana de Navidad.
«Qué idiotez, McCoy», se dijo.
Sin embargo, no podía dejar de sonreír. Estaba deseando ver a Julie y a
Elizabeth, aunque no tenía ningún regalo que ofrecerles, más que a sí mismo.
Se sentó en el borde de la cama y miró el reloj. Eran las siete. Demasiado
temprano para entrar en la habitación de Julie y preguntarle si había tomado una
decisión.
Tenía que tranquilizarse. La idea de que ella no aceptara su proposición le
ponía físicamente enfermo. Al menos, no había dicho que no inmediatamente, se
recordó, levantándose y dirigiéndose al cuarto de baño.
Poco después, salió de la habitación de invitados y fue a la cocina. Cuando tenía
que hacerlo, sabía hacer el desayuno. Esa mañana, le apetecía hacerlo. Ello sería
perfecto para romper el hielo.
Cuando hubo preparado el mejor desayuno que pudo con sus limitadas
habilidades culinarias, se sirvió otra taza de café y frunció el ceño. Julie nunca
dormía hasta tan tarde. ¿Tenía miedo de enfrentarse a él?
Le dio la sensación de que sí. No quería torturarse a sí mismo más, ni a ella
tampoco. Se acercó a la habitación de Julie y llamó a la puerta.
No hubo respuesta. Llamó de nuevo. Tampoco hubo respuesta.
—Julie —dijo, llamando otra vez.
Al ver que todo seguía en silencio, el miedo se le clavó en las entrañas como un
cuchillo. Algo iba mal. Sin pensarlo dos veces, abrió la puerta bruscamente, solo para
quedarse clavado en el sitio.
La habitación estaba vacía.
El aire abandonó sus pulmones, dejándolo aturdido. Se apoyó contra el marco
de la puerta, sintió una tristeza como no había sentido otra igual.
¿Tanto la había asustado? ¿O su proposición la había disgustado tanto que no
había querido ni mirarlo a la cara? Dios, no podía creer que se hubiera ido… y en
mitad de la noche.
¿Pero cómo?
Corrió hacia la puerta de la cocina y salió fuera, con el corazón en la garganta.
Al ver la camioneta, se relajó, pero solo un segundo. Ella no había conducido, lo que
significaba que alguien había ido a buscarla.
El quién no le importaba. Lo único que le importaba era que se hubiera ido sin
decirle una palabra. Tal vez si le hubiera dicho que la quería, que siempre la había
querido, el resultado habría sido distinto.

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Pero, a pesar de todo, no podía dejarla desaparecer sin más de su vida. No


podía. Observó la camioneta, sintiendo un torbellino en las entrañas.
Demonios, debía ir en su busca. ¿Por qué tenía que perderla?
Por fin, en casa.
Debería sentirse bien. Pero nunca se había sentido tan mal. Era el día de
Navidad y estaba mirando su precioso árbol, todo decorado e iluminado con el
mayor arte.
Su mirada se posó en los regalos que había bajo el árbol. El papel reluciente
parecía burlarse de ella. Desvió la mirada. Había perdido todo deseo de abrirlos.
Había pensado que cuando volviera a su territorio familiar sería capaz de
contemplar las cosas, y al propio Shane, con perspectiva. Pero por el momento no
había sido capaz de hacerlo.
Una vez Elizabeth estuvo comida, bañada y acostada, Julie había empezado a
dar vueltas por la casa. No parecía poder detenerse, incapaz de creer lo que había
hecho. ¿Qué habría pensado Shane?
Sintió una dolorosa punzada en el corazón. Adondequiera que se girara, incluso
en su propia casa, veía su enorme figura. No podía dejar de pensar en lo maravilloso
que había sido al rescatarla, al ayudarla a traer al mundo a Elizabeth. No podía
olvidar su mirada la primera vez que había tomado a la niña en brazos.
¿Cómo podía haberlo dejado sin una explicación después de lo que había hecho
por ella?
Cobarde. Esa era la palabra que le venía al pensamiento, y no era muy
halagüeña.
Incluso Millie se había enfadado con ella, y con razón. Al fin y al cabo, la había
despertado en mitad de la noche con un frenético grito de ayuda.
Pero, como la amiga que era, Millie había conducido hasta el rancho y la había
ayudado a escabullirse. No había sido hasta que llegaron a casa cuando, poniendo los
brazos en jarras, le dijo:
—¿Qué demonios ocurre?
—Estás enfadada conmigo, ¿no?
—Oh, ¿qué te hace pensar eso? Estoy muy acostumbrada a recibir llamadas
frenéticas en plena noche. Me ocurre todos los años por estas fechas.
Julie le lanzó una mirada.
—Vaya ayuda eres.
—Estoy bromeando, y lo sabes. Pero, hablando en serio, creo que me debes una
explicación.
—Por supuesto.
—Aunque, primero —dijo Millie, frotándose los ojos soñolientos—, deja que
prepare un café.

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Julie no discutió, demasiado aturdida para ocuparse de nada.


Al cabo de unos minutos, se sentaron la una frente a la otra en el sofá mientras
Elizabeth dormía plácidamente a su lado. Se bebieron el café en silencio.
—¿Y bien?
—Me entró el pánico.
—¿Entró en tu habitación y se abalanzó sobre ti?
—No —exclamó Julie.
Millie ladeó la cabeza y dijo:
—Bueno, algo te habrá asustado.
—Me pidió que me casara con él.
—Ah, ya veo.
—Cuando pensé en tener que verlo por la mañana y darle una respuesta, me
puse histérica.
—Desde luego que sí, amiga mía —Millie suavizó sus palabras con una sonrisa.
—Probablemente ahora me odie —dijo Julie en voz baja.
—Lo dudo. Además, seguramente todavía estará durmiendo y no se habrá
enterado de nada.
—Pues cuando se despierte y se encuentre con que me he ido… —Julie se
detuvo un instante—. No tengo ni idea de cuál será su reacción.
—Si te quiere, le dolerá.
—No ha dicho que me quisiera.
—¿Y tú qué sientes por él? —preguntó Millie—. ¿Lo quieres?
—Sinceramente, no lo sé —dijo Julie—. Me siento atraída por él, eso seguro.
—Bueno, es un comienzo.
—Millie, ¿qué voy a hacer?
—Nada, al menos por ahora. Estás en casa, fuera de peligro, por así decirlo.
Vete a la cama y duerme un rato. A la luz del día, las cosas se ven de manera
diferente. Hablaremos cuando Elizabeth y tú vengáis a cenar esta noche.
Pero Millie se había ido hacía rato, el cielo brillaba con la luz del amanecer y
Julie no había pegado ojo. Se había pasado toda la noche dando vueltas por la casa.
De pronto, oyó que Elizabeth gimoteaba. Se acercó a la habitación y se sentó
junto a la cuna para mecerla.
Con los ojos muy abiertos, Elizabeth la miraba.
—Cariño, si supieras la tontería que acaba de hacer tu mamá, te enfadarías
muchísimo —Elizabeth siguió mirándola—. Es horrible lo que he hecho, sobre todo
teniendo en cuenta que lo quiero.

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Julie frunció el ceño. ¿Qué había dicho? La verdad. Había admitido la verdad, y
le había salido directamente del alma. Oh, Dios, ¿qué había hecho? ¿Su
comportamiento egoísta lo habría estropeado todo? ¿Podría arreglar las cosas con
Shane?
Solo había una forma de averiguarlo. Se inclinó para tomar a Elizabeth en
brazos. Entonces, oyó el timbre.
Molesta por la interrupción inesperada, Julie corrió al cuarto de estar y abrió
bruscamente la puerta.
Shane apareció frente a ella.
—Oh —musitó Julie, sin aliento.
—¿Puedo entrar?
Una vez estuvieron dentro, el silencio se cerró en torno a ellos. Shane fue el
primero en romperlo.
—Solo quería decirte que te quiero, que siempre te he querido.
—Oh, Shane —musitó ella con el corazón acelerado—. Yo también te quiero.
Él la miró asombrado, y abrió los brazos. Julie se abalanzó sobre ellos y él la
abrazó tan fuerte que ella pensó que se le romperían los huesos.
Por fin, Shane se apartó, y Julie notó que, al igual que ella, tenía los ojos llenos
de lágrimas.
—Siento tanto haber sido tan cabezota —murmuró Julie—. ¿Podrás
perdonarme?
Él la besó con un largo y húmedo beso que expresaba su perdón como ninguna
palabra podía haberlo hecho.
—¿Te casarás conmigo?
—Sí, sí, sí.
Shane la besó de nuevo.
—¿Dejarás que sea el padre legal de Elizabeth?
—Sí, sí, sí.
Shane se echó a reír y la abrazó otra vez.
—Venga, vamos a decírselo a Elizabeth.
Julie, aturdida de amor y felicidad, alzó sus ojos al cielo. Los milagros existían.
Sobre todo, en Navidad.

Fin

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