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Argumento:
Pocos días antes de Navidad, una fuerte tormenta azotó aquella pequeña
ciudad de Colorado… A partir de ese momento, algunos sorprendentes
secretos salieron a la luz, las parejas y las familias volvieron a reunirse y el
futuro de algunas personas empezó a cambiar de color.
Capítulo 1
La fiesta era una lata.
¿Pero qué esperaba? Shane McCoy se miró las puntas de las botas para
esconder su aburrimiento. No tenía previsto asistir a aquel acontecimiento
comunitario; los acontecimientos sociales de esa naturaleza no eran de su agrado,
sobre todo un lunes por la noche, en vísperas de Navidad. Pero, por alguna razón, se
había dejado convencer por su vecino del rancho de al lado.
Tal vez había sentido la necesidad de reconciliarse con Grand Springs y su
gente. Hacía un año que había vuelto a su ciudad natal y, durante la mayor parte de
ese tiempo, había permanecido solo.
O tal vez su amigo lo había convencido porque era Navidad, una época en la
que se suponía que uno no debía mostrarse huraño. No era momento para estar solo.
Pero Shane era un solitario, lo cual no lo incomodaba lo más mínimo. Había
aprendido mucho tiempo atrás a no dejarse influir por la opinión de la gente,
apoyándose en el viejo adagio según el cual lo que cada cual pensara de él, no era
asunto suyo.
Dejó escapar un suspiro antes de volver a fijarse en lo que ocurría a su
alrededor. Los invitados se paseaban con copas en las manos, hablando y riendo.
Algunos incluso bailaban al son de una orquesta que tocaba un éxito pop.
Shane debía admitir que la fiesta, auspiciada por la Cámara de Comercio de
Grand Springs en el restaurante Randolph's, un sitio muy popular, estaba bien
organizada. Un árbol enorme dominaba un rincón del salón de banquetes, situado en
la parte de atrás del restaurante. El abeto estaba decorado con lo que parecía ser un
millón de brillantes adornos e iluminado con el mismo número de bombillas blancas.
Diseminados por el salón había además numerosos ramos de flores de vivo color
rojo.
Un entorno festivo. Unas fechas festivas. Así que, ¿por qué se sentía tan ajeno,
tan fuera de lugar? Shane apoyó el peso del cuerpo en un pie y luego en el otro,
deseando estar de vuelta en su rancho, en su cómodo cuarto de estar, en calzoncillos,
tumbado en su sofá de cuero, escuchando el tamborileo de la lluvia sobre su tejado
nuevo.
Pero, en lugar de eso, allí estaba, en un sarao municipal, tan irritado como un
tábano con ganas de clavar su aguijón. Se bebió el último trago de su cerveza y tiró la
lata en la papelera más próxima. De nuevo recorrió el salón con la mirada, fijándose
en los invitados.
Fue entonces cuando se percató de que conocía a muy pocas personas de entre
los allí reunidos; razón de más para darle las gracias a Jake Williams por invitarlo y
marcharse en su Dodge a toda velocidad. Sin embargo, no se movió, pues sabía que
no le haría mal quedarse un rato y mezclarse con la gente, para variar.
Pero tenía serias dudas sobre su capacidad para alternar. Eso no estaba en su
naturaleza. No obstante, tampoco era sensato marcharse, pues fuera el viento y la
lluvia azotaban con fuerza.
Suspirando otra vez, Shane observó a una pareja con la que había coincidido
una vez en el banco: Steve Wilson, un médico local, y su mujer, Rebecca. Pero
parecían hallarse en medio de una discusión.
También reconoció a otra pareja a la que le habían presentado poco antes. Lucas
Harding, vicepresidente de una gran empresa de relaciones públicas, y su secretaria,
Sarah Lewis, estaban junto a la barra, pidiendo unas copas. Muy cerca de ellos se
encontraba Jake Williams, su amigo ranchero, charlando alegremente en medio de un
círculo de hombres. Shane podía oír sus risas desde donde se encontraba.
Estaba pensando en unírseles cuando oyó tras de sí una voz que decía:
—Bueno, bueno, bueno, no puedo creer lo que ven mis ojos.
Shane se dio la vuelta, azorado. La última persona a la que quería ver era
Wanda Russell, una mujer con la que había salido un par de veces.
—¿Por qué lo dices? —le preguntó él en tono indiferente.
—No esperaba encontrarte aquí.
Wanda le dirigió una sonrisa cómplice que hizo que a Shane se le encogiera el
estómago. ¿Qué habría visto en aquella mujer? Oh, era bastante bonita, con su pelo
negro, sus ojos oscuros y su voluptuosa figura. Pero bajo su belleza superficial se
ocultaba alguien sin ambición ni propósito en la vida. Una auténtica cabeza hueca.
—La vida está llena de sorpresas —dijo Shane fríamente.
—Bueno, ¿cómo te va?
—No puedo quejarme —contestó, cauteloso.
—Yo tampoco —dijo Wanda, bajando la voz y acercándose un poco más a él—.
Salvo porque te echo de menos.
Shane se guardaría mucho de responder a aquella afirmación. Lo único que
quería era que aquella mujer se abalanzara sobre su siguiente víctima y lo dejara en
paz.
Ella sonrió, mostrando su perfecta y blanca dentadura.
—¿Estás con alguien?
Shane estuvo tentado de mentirle, pero se lo pensó mejor. Diablos, no tenía que
justificarse ante ella ni ante nadie.
—No.
—Yo también estoy sola.
De ningún modo iba a quedarse con ella.
—Mira, Wanda…
Julie estaba hablando con una mujer que parecía una amiga íntima. Shane la
contempló ávidamente. Embarazada estaba más encantadora que nunca. Si las cosas
hubieran sido distintas, el niño que crecía dentro de ella podría haber sido suyo. Si le
hubiera dicho algo la noche en que la besó…
—Maldita sea —musitó Shane, negándose a pensar en el pasado y en lo que
podía haber ocurrido. De cualquier forma, era demasiado tarde para ellos. Él tenía
una vida completa, a pesar de la soledad que a veces lo mortificaba.
Y no porque estuviera solo en el mundo, que no lo estaba. Tenía a su madre y a
su hermana, que vivían en Denver. Cuando la soledad se le hacía insoportable, iba a
verlas o las invitaba a hacerle una visita, sobre todo a su hermana, a cuyo marido e
hijos gemelos les encantaba el rancho.
Era solo la Navidad, que lo sacaba de quicio.
En cuanto a Julie… Bueno, probablemente ella sería feliz. Después de todo, iba
a tener un bebé. Y su marido andaría por allí, acechando, se recordó Shane
amargamente.
Sin embargo, se sentía incapaz de apartar los ojos de ella. Murmurando otra
maldición, volvió a apoyarse contra la pared.
—¿Te lo estás pasando bien?
Julie lanzó a su amiga, Millicent Everette, una mirada ceñuda.
—Todavía no, pero la verdad es que acabo de llegar.
Millie sonrió, relajando sus rasgos de duendecillo.
—Lo sé. Casi no puedo creerme que hayas venido.
—¿Por qué? —preguntó Julie en tono inocente.
—Por este tiempo de perros, por ejemplo.
—Me sorprendí a mí misma en un momento de debilidad —Julie se estremeció
al mirar por la ventana—. ¿Puedes creer que llueva tanto? Y cada vez hace más frío.
Millie le dio un breve abrazo.
—Es un fastidio, pero me alegro de que por fin te decidieras a desafiar a los
elementos.
Julie se colocó tras la oreja un mechón de su pelo rubio y liso, que llevaba
cortado a la altura de los hombros, y suspiró.
—Bueno, debo admitir que he estado a punto de no venir, y no solo por el
tiempo.
—No empieces con eso —dijo Millie, lanzándole una mirada severa—. Las
fiestas son para pasarlo bien, ¿recuerdas? Los pensamientos tristes son tabú.
Julie sonrió, aunque su sonrisa no se contagió a sus ojos.
—Si tú lo dices.
Millie, su mejor amiga, había estado a su lado en los buenos tiempos y también
en los malos. Los amigos no tenían precio para Julie, que era hija única y cuyos
padres habían muerto. Millie y ella habían ido juntas a la escuela durante años y
pasado mucho tiempo la una con la otra, sobre todo porque Millie no se había
casado.
—A ver esa sonrisa —le pidió Millie—. El bebé, tú y yo nos vamos a divertir.
De pronto, el estallido de un trueno sacudió la habitación y las luces vacilaron
un instante. Julie contuvo el aliento, pensando otra vez que había llegado a la fiesta
justo en el momento crítico. La tormenta había empezado a arreciar antes de que se
metiera en el coche. Pero, mientras conducía hacia la fiesta, la lluvia había amainado.
En ese momento, el cielo parecía estar en erupción otra vez.
—Ojalá pare la tormenta —dijo Millie con fastidio.
Julie frunció el ceño.
—Sí, ojalá. Si no para, me parece que saldremos de aquí nadando.
—Oh, Dios mío, no digas eso —Millie se estremeció—. Esta ciudad ya ha
pasado lo suyo gracias a la Madre Naturaleza —se quedaron ambas calladas un
momento y luego Millie añadió—. ¿Conoces a ese hombre de allí?
—¿A cuál?
Millie ladeó la cabeza.
—Al del rincón. Lleva un buen rato mirándote.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo he estado observando por el rabillo del ojo.
—¿Dónde está? —preguntó Julie, figurándose que serían imaginaciones de su
amiga.
—Detrás de ti, a tu derecha. Está solo.
Julie se giró lentamente, procurando que su curiosidad no fuera demasiado
evidente. Al principio, no vio a ningún hombre solo. Los que vio estaban con otros
hombres o mujeres. Pero luego, él salió de entre las sombras.
Por alguna razón, Julie contuvo el aliento. Su amiga tenía razón. Aquel hombre
la miraba fijamente.
Millie le dio un codazo.
—¿Quién es? —Julie no respondió. Estaba demasiado ocupada devolviéndole
su intensa mirada—. Se te nota en la cara que lo conoces.
—Claro que lo conozco —dijo Julie, sin apartar la mirada.
—Bueno, pues dímelo. No me tengas en ascuas, porque se está acercando.
—Es Shane McCoy, un viejo amigo.
—Un viejo novio, querrás decir.
Capítulo 2
—Vaya, tu viejo amigo es bastante guapo.
Julie, mirando a Shane mientras se dirigía hacia ellas, no pudo negarlo.
¿Siempre había sido tan guapo, tan viril? No lo creía. Pero alguien que tenía treinta y
un años, dos años más que ella, forzosamente tenía que haber cambiado con la edad.
Y, al parecer, Shane se contaba entre los pocos afortunados que tenían a la edad de su
parte.
Sin duda, estaría casado. Alguien con sus cualidades no podía haber escapado
al matrimonio. ¿Y por qué demonios le venía eso a la cabeza? Mortificada, Julie deseó
darse la vuelta, pero no pudo. Algo en la sonrisa de Shane la mantuvo inmóvil,
mientras la acometía otro absurdo pensamiento.
¿Por qué no había ido tras él, en vez de tras su mejor amigo? Esa inoportuna
idea la hizo sonrojarse.
—¿Debo perderme? —le preguntó Millie, con una sonrisa cómplice aflorando
repentinamente a los labios.
—Creo que sí —dijo Julie, sorprendiéndose a sí misma.
—Menuda amiga —dijo Millie, en tono juguetonamente ofendido.
Julie la ignoró.
—Nos vemos luego.
—Sí, de acuerdo —contestó Millie, remolona.
Julie se limitó a sonreír, y la sonrisa seguía en su cara cuando se encontró con
Shane en medio del salón y alzó la mirada hacia sus luminosos ojos azules. Dios
santo. De cerca, era todavía más guapo.
La piel curtida y bronceada por el sol acentuaba la ruda madurez de su rostro.
Su pelo no había cambiado mucho. Seguía siendo castaño claro, aunque algo más
rubio de lo que Julie recordaba, y se le rizaba ligeramente en la nuca, lo que hizo que
ella se estremeciera por alguna absurda razón.
Dios, ¿en qué estaba pensando? De pronto, Julie sintió que se le congelaba la
sonrisa en los labios.
—Cuánto tiempo sin verte —dijo él por fin, después de que sus ojos se
encontraran y se miraran un largo momento.
—Sí, mucho tiempo —Julie oyó el temblor de su voz y se sintió aún más
azorada.
—¿No vas a darme un abrazo por los viejos tiempos?
—Claro.
Antes de que ella pudiera hacer ningún movimiento, Shane le echó un brazo
alrededor de los hombros y la apretó contra su costado duro y musculoso. Luego, la
soltó.
—Estás guapísima —dijo. Sus ojos sondearon los de Julie y luego parecieron
vagar por su cuerpo, deteniéndose fugazmente en sus pechos hinchados.
Julie se sonrojó y se puso una mano sobre el abultado vientre.
—No hace falta que me halagues, ¿sabes?
La sonrisa de Shane se debilitó un poco.
—Eh, lo digo en serio. Estás preciosa.
La boca de Julie se curvó hacia abajo.
—Bueno, gracias. Lo recordaré la próxima vez que me mire al espejo.
—Hazlo.
—En fin, ¿qué ha sido de ti? —preguntó ella, repentinamente ansiosa por
saberlo todo sobre su antiguo vecino. Ciertamente, esperaba que le hubiera ido mejor
que a ella.
La mirada de Julie se deslizó discretamente a su dedo anular y vio que estaba
vacío. No sabía si alegrarse o entristecerse por él.
—¿Tienes un minuto para charlar? —preguntó Shane, dirigiéndole una mirada
pensativa.
—Tengo muchos minutos, en realidad —Julie se figuró que probablemente
Shane se preguntaba dónde estaba su marido. Por fortuna, no se lo había
preguntado. Por el momento, al menos.
Shane miró a su alrededor, y los ojos de Julie siguieron su mirada. El salón
estaba absolutamente atestado de gente. El barullo se mezclaba con la música,
haciendo casi imposible mantener una conversación racional.
—Salgamos de este manicomio. No sé a ti, pero a mí este alboroto me está
volviendo loco.
—A mí también.
—Ven, vamos a aquel rincón del otro lado del salón.
Julie sintió que la mano de Shane tocaba suavemente su espalda, empujándola
en aquella dirección. Al cabo de unos momentos estaban sentados uno frente al otro.
—Esto está mucho mejor —Julie se removió, intentando acomodarse en la silla
de metal.
—¿Estás bien?
—Ahora sí. A estas alturas del partido, tengo que encontrar una postura que
nos convengan a Elizabeth y a mí.
La expresión de Shane se ensombreció un instante y luego, como si una
bombilla se hubiera encendido dentro de su cabeza, sonrió.
—Ah, así que es ella, y se llama Elizabeth. Me gusta.
—Gracias —Julie se puso de nuevo la mano sobre el vientre. Justo en ese
momento, el bebé decidió dar una patada. Su tripa se estremeció.
Julie abrió mucho los ojos y, durante un momento, Shane deseó sumergirse en
ellos y ver lo que pasaba dentro de esa encantadora cabecita.
—¿No te has casado?
—No.
Ella se echó a reír.
—Bueno, aún no es demasiado tarde, ¿sabes? Todavía eres joven.
—Demasiado joven para casarme, eso seguro —los dos se echaron a reír—.
Hablando de casarse, ¿dónde está tu media naranja?
La expresión de Julie perdió su vivacidad. Shane comprendió que había tocado
un nervio expuesto. Maldijo para sus adentros y esperó.
—Estoy divorciada —dijo ella sencillamente.
—Lo siento —su tono era brusco, a pesar de que intentó suavizarlo.
Embarazada y divorciada.
—No lo sientas. Ha sido lo mejor.
Shane tenía sus dudas, pero dejó que el comentario se difuminara, sabiendo que
si ella quería contarle algo más, lo haría. Por supuesto, no esperaba que lo hiciera.
El tiempo los había convertido en extraños. Lástima. Shane tenía la impresión
de que Julie necesitaba a alguien que la apoyara y le asegurara que todo iba a salir
bien. Pero él no era ese alguien. No, señor. Pretenderlo sería como jugar
intencionadamente con un cable de alta tensión.
—Estoy mucho mejor con Mike Harrison fuera de mi vida.
Ese último comentario encendió la ira de Shane. ¿Qué clase de hombre dejaría
marchar a Julie?
—Eso lo sabes tú mejor que nadie —como ella no respondió, Shane continuó—.
Así que, ¿estás trabajando?
El cambio de tema animó visiblemente a Julie.
—Soy maestra de primaria, pero acabo de pedir la baja porque estoy a punto de
salir de cuentas.
—Eso está muy bien.
Ella sonrió y luego dijo con voz alegre:
—Me alegro de que lo apruebes.
Por alguna absurda razón, él volvió a sonrojarse. «Cuidado, estás empezando a
jugar con ese cable de alta tensión otra vez».
De pronto, un revuelo al otro lado del salón llamó su atención. Shane se giró y
vio que una pareja subía al escenario y se detenía junto a la orquesta. El hombre era
alto, y la mujer que se colgaba de su brazo, pequeña y menuda.
—Oh, Dios mío —musitó Julie.
Shane la miró y notó que estaba pálida como un fantasma. Frunció el ceño. Sin
embargo, antes de que pudiera preguntarle qué le pasaba, el hombre del escenario
empezó a hablar.
—Señoras y señores, préstenme atención, por favor.
El salón se quedó en silencio.
—Me gustaría que todos se unieran a nosotros para brindar por nuestro
compromiso.
Shane vio que Julie se cubría la boca con la mano para esconder un gemido.
Capítulo 3
—¿Qué ocurre? —preguntó Shane, achicando los ojos. Julie abrió la boca, pero
ningún sonido salió de ella. Cruzó los brazos y empezó a temblar—. Maldita sea,
Julie —dijo él en voz baja—, háblame. ¿Es el bebé?
—Es… él —musitó ella con desagrado.
Shane miró otra vez hacia el escenario. El hombre y la mujer que acababan de
anunciar su compromiso estaban rodeados de gente que los felicitaba, y parecían
encantados por ser el centro de atención.
—¿Quién es?
—Mi ex marido, Mike Harrison.
—¿Dónde?
—Es el que acaba de hacer el anuncio.
—Hijo de perra —masculló Shane en voz baja.
Pero Julie lo oyó.
—Sí.
Su temblor había empeorado, y la preocupación de Shane crecía a cada
segundo. No sabía nada sobre embarazadas, pero no hacía falta ser un Einstein para
pensar que un disgusto como el que Julie estaba sufriendo no podía ser bueno ni
para el bebé ni para ella. Sentía la necesidad de hacer algo. ¿Pero qué?
—Cálmate —la urgió suavemente.
Ella parecía estar a punto de desmayarse, pero no dijo nada. Shane tomó su
taza. Aunque el té estaba frío, la animó a que tomara un sorbo. Al ver su boca y sus
manos temblorosas, se sintió completamente impotente.
—¿Quieres hablar de ello?
Ella le devolvió la taza y Shane notó que su agitación había disminuido un
poco. Pero sus ojos continuaban atormentándolo. Estaban apagados, como si no
tuvieran vida. ¡Maldición! Le dieron ganas de sacar a rastras a aquel tipo del
escenario y enseñarle una lección de modales. Pero sabía que no podía hacerlo.
Lástima.
—No sabía que Mike estaba aquí.
La voz quebradiza de Julie lo hizo volver a la realidad con un sobresalto.
—De haberlo sabido, supongo que no habrías venido.
—De ninguna manera.
—¿Todavía lo quieres? —Shane odiaba preguntarlo. Tampoco había pensado
hacerlo. La pregunta simplemente se le escapó de los labios.
Ella parpadeó, visiblemente sorprendida.
Con un poco de suerte, Julie se encontraría con la amiga con la que la había
visto charlando poco antes. Tal vez ella pudiera reconfortarla mejor que él.
De momento, Shane tenía las manos atadas, y esa sensación lo desagradaba.
¿Pero qué opción tenía? Julie no era de su incumbencia. Y por mucho que deseara
que eso cambiara, no podía hacerlo. Algunas cosas eran imposibles de cambiar. Y su
relación con Julie era una de esas cosas. Sin embargo…
—McCoy.
Por alguna razón, el sonido de la voz cascada de Jake Harrison lo irritó. Pero se
dio la vuelta y forzó una sonrisa.
—Eh, Jake.
—¿Dónde está tu cerveza, muchacho? —Jake se pasó el puro sin encender al
otro lado de la boca—. Las fiestas son para beber, sobre todo en una noche como esta.
—Ya he bebido bastante.
—Y un cuerno —se volvió y agarró del brazo a un camarero que pasaba por
allí—. Tráigale a este hombre otra cerveza, ¿quiere?
El camarero asintió y se alejó a toda prisa.
Shane ocultó su creciente irritación con otra sonrisa forzada. Pero Jake no
pareció notar la diferencia. El fornido ranchero estaba un poco bebido.
—¿Te lo estás pasando bien?
—Sí —dijo Shane.
—Eso está bien. Pero que muy bien —Jake hizo una pausa y se echó hacia atrás
el sombrero—. ¿Qué vas a hacer en Nochebuena?
—No estoy seguro. ¿Por qué?
—Angie quiere que cenes con nosotros. He pensado que después de la cena
podríamos hablar sobre ese ganado que quieres comprarme.
—No sabía que estuvieras interesado en venderlo —Shane procuró que su voz
sonara tranquila, aunque en realidad quería gritar de alegría. Llevaba mucho tiempo
intentando comprar las terneras lechales de Jake, sin conseguirlo.
—No lo estaba, pero las cosas cambian.
—Entonces tendremos que hablar, desde luego.
—¿En Nochebuena?
—Ya te lo diré. Puede que me vaya a Denver a ver a mi familia.
—Como quieras. Mientras tanto, búscate una chica guapa y sácala a bailar.
Shane dio un bufido y luego sonrió.
—Hasta luego, Jake.
Luego agarró a Mike por la corbata y lo atrajo hacia sí hasta que sus alientos se
mezclaron.
—Debería partirte la cara, pero no lo haré porque estás demasiado bebido para
apreciar mis esfuerzos —lo soltó tan bruscamente que el otro cayó al suelo—.
Considera este tu día de suerte.
Y se alejó sin mirar atrás.
Capítulo 4
—Julie, cariño, ¿estás bien?
—Sí… Estoy bien —mintió Julie, que acababa de vomitar en el cuarto de baño.
Pero no quería que Millie se enterara. No quería preocuparla.
Nadie podía hacer nada para que se sintiera mejor, salvo hacer desaparecer a
Mike Harrison de la faz de la tierra. Y eso no ocurriría.
Dio la espalda al espejo y miró a su amiga, que la observaba con sincera
preocupación.
—Tienes muy mal aspecto —dijo Millie—. Sé que no es muy reconfortante
decírtelo, pero… —su voz se desvaneció.
—Estoy bien —dijo Julie—. De veras.
—Mike no se merece que te pongas así por él, ya lo sabes.
Julie se apartó un mechón de pelo de los ojos.
—Oh, lo sé, créeme. ¿Pero por qué ha tenido que elegir esta fiesta para anunciar
su compromiso?
—Porque es un bastardo y siempre lo ha sido.
—Parece que todo el mundo lo sabía, menos yo. ¿Por qué será?
—Porque estabas enamorada de él y no viste sus defectos hasta que fue
demasiado tarde.
Julie dejó escapar un profundo suspiro.
—Qué pesadilla. Me he sentido como si todo el mundo me estuviera mirando
con compasión.
Millie hizo un gesto con la mano.
—¿Y qué más da?
—Sí, qué más da. Supongo que el embarazo me hace estar más vulnerable,
porque la verdad es que Mike me importa un bledo. Por mí puede casarse con quien
le dé la gana.
—Estarás contenta de que esa vaya a quedárselo, ¿no?
—No lo sabes tú bien.
—Entonces, no les dediques ni a él y ni a la boba de su prometida ni un solo
pensamiento más. Mike es quien sale perdiendo, no tú. Recuérdalo.
—Lo sé.
—¿Y qué tal con tu amigo Shane?
—¿Qué pasa con él?
—Oh, vamos, ya sabes lo que quiero decir. ¿Vas a volver a verlo?
Capítulo 5
—Creo que debería haberme ido a casa.
Estaban en casa de Shane. Este había colocado más leña en la chimenea, y el
fuego empezaba a crepitar.
Shane la miró con determinación.
—Eso era imposible, y lo sabes.
Pero, al decir aquello, Shane se sintió mal. Tal vez había exagerado un poco.
Quizá hubiera podido llevarla a casa. ¿Pero… y luego? No podría haberla dejado
sola, después del trauma emocional que había sufrido.
Así que había seguido adelante con su tozuda idea de llevarla al rancho, y no se
arrepentía. Por el momento.
Julie asintió.
—Sí, claro, tienes razón. Pero…
—Eh, todo va a salir bien. Te llevaré a casa dentro de un rato. Ya lo verás.
Aunque lo dijo con toda la confianza que fue capaz de mostrar, Shane tenía sus
dudas al respecto. Las condiciones para conducir eran, incluso con su camioneta,
muy difíciles, y eso que él vivía en terreno alto. Apenas habían conseguido llegar. La
lluvia torrencial, combinada con la crecida de las aguas, formaban un dúo letal.
Shane se había aferrado con tanta fuerza al volante todo el tiempo hasta llegar a
su casa que los huesos de las manos le dolían. Pero lo habían conseguido, y eso era lo
que contaba. Se preguntó por la otra gente que había en la fiesta. No le sorprendería
que tuvieran que pasar la noche en el restaurante.
Como si le hubiera leído los pensamientos, Julie dijo:
—Espero que Millie llegue bien a casa.
—Yo también.
—Debería intentar llamarla.
—Buena idea. Sé que estaba preocupada por ti.
—Oh, Señor, debe de estar histérica.
—En cuanto te hayas calentado —dijo Shane—, puedes usar el teléfono si
quieres.
—¿Crees que dejará de llover pronto?
Su pregunta sonó tan infantil y llena de ansiedad que a Shane se le encogió el
corazón.
—Seguro que sí —mintió.
Los informes del tiempo daban poca esperanza de que el temporal pasara
pronto. Pero no hacía falta decírselo a Julie. Ello solo le haría preocuparse más, lo que
no sería bueno ni para ella ni para el bebé.
El bebé.
Shane no podía creer que estuviera en medio de su cuarto de estar con una
mujer embarazada que temblaba de pies a cabeza. De repente, se sintió fatal por no
haber notado antes que estaba temblando.
—Eh, estás helada hasta los huesos.
Ella le lanzó otra mirada ansiosa y se encogió de hombros, como si intentara
detener el temblor.
—Odio causarte tantos problemas.
—Eh, basta ya. ¿Para qué están los amigos? Y hace mucho tiempo que tú y yo
somos amigos, aunque perdiéramos el contacto.
Ella esbozó una sonrisa.
—Lo sé, pero…
—Nada de peros. Tú relájate e intenta entrar en calor.
Ella se mordió el labio.
—De acuerdo. Tú ganas, por ahora.
—Buena chica. ¿Qué tal si avivo un poco el fuego? Luego te traeré algo seco
para ponerte.
—Gracias —musitó Julie, con la cara pálida y los ojos casi tan grandes como la
cara.
Shane sabía que estaba terriblemente incómoda por la situación, y que cada vez
lo estaba más. Demonios, él también. No sabía nada acerca de cómo cuidar a una
mujer embarazada que podía dar a luz en cualquier momento.
De repente se le encogió el estómago, como si estuviera en un barco en medio
de un temporal en alta mar. ¿Y si…? No, eso no iba a ocurrir. Elizabeth y Julie
permanecerían unidas hasta que pudiera llevarlas a casa. Solo tenía que controlar su
imaginación, calmarse, y todo saldría bien.
—Tu casa es muy agradable —dijo ella.
Su suave voz lo sacó de sus pensamientos y lo puso en acción, sobre todo al
notar que a Julie le castañeteaban los dientes.
Nervios y miedo. Otra combinación letal.
—Acércate al fuego. Te sentará bien.
Cuando ella hubo hecho lo que le decía, Shane la miró.
—No vas a desmayarte ni nada de eso, ¿verdad? —forzó una nota burlona en la
voz, tratando desesperadamente de tranquilizarla.
—No, no va a darme un vahído como a una damisela en apuros.
Un profundo suspiro se le escapó. Y sus pechos. Oh, cuánto había deseado tocar
su redondez florecida, primero con los dedos, luego con los labios. Gruñó en voz
baja, removiéndose en la silla.
Y su vientre. También había deseado acariciarlo, asir las manos sobre su carne
tirante. Nunca había sentido a un bebé en el vientre de una mujer. Ni siquiera había
pensado en ello hasta que Julie había vuelto a su vida. Pero, anhelaba tocarla,
deseando otra vez haber sido él quien hubiera derramado su semilla dentro de ella y
engendrado una nueva vida.
Shane abrió los ojos y masculló una palabrota. Tendría que refrenarse o no
aguantaría toda la noche. Tensó los hombros, luego los relajó, sabiendo que debía
mover el trasero y marcharse a otro dormitorio.
Pero no se movió, sino que se quedó mirándola, preguntándose qué iba a hacer
cuando Julie volviera a salir de su vida otra vez.
—Oh —Julie gruñó.
¿Qué era ese pinchazo en el bajo vientre? Se puso la mano sobre la tripa y se
forzó a abrir los ojos. Todo a su alrededor le pareció extraño. No reconocía nada.
Luego, de repente, todo volvió a su lugar y sintió un desfallecimiento en el corazón.
Estaba en el rancho de Shane, atrapada por la inundación.
Entonces lo vio sentado en la mecedora junto a la cama. Tenía la cabeza
apoyada sobre un cojín, y dormía.
¿Qué hora sería? Apartó la mirada de él y observó la habitación tenuemente
iluminada en busca de un reloj. Encontró uno en la pared, rodeado por varios
cuadros. Las cinco. ¿Qué debía hacer? ¿Despertarlo? ¿Para qué?
Difícilmente podía insistir en que se metiera en la cama con ella. Se puso
colorada al pensarlo. Era demasiado temprano para levantarse. Qué pesadilla. Allí
estaba, embarazada de nueve meses, durmiendo en la cama de Shane en una noche
oscura y tormentosa.
Podía haberse reído de la situación que parecía sacada de un libro si la cosa no
fuese tan seria. Pero era seria, sobre todo teniendo en cuenta que sintió otra punzada
en el bajo vientre.
Julie se forzó a respirar hondo varias veces, lo que la alivió. El dolor no se
repitió. Con suerte, podría volver a dormirse, y más tarde estaría mentalmente
dispuesta para afrontar aquellas extrañas circunstancias.
Bendito Shane.
No podía creerse lo bien que se había portado. Sin embargo, odiaba ser una
carga para él. En cuanto al hecho de que le hubiera quitado la ropa… Bueno, no se
atrevía a pensar en ello. Y tampoco quería pensar en cómo la había humillado su ex
marido en la fiesta.
Sin previo aviso, sintió otra dolorosa punzada en el vientre. Se puso rígida y se
mordió el labio inferior para no gritar. ¿Qué demonios pasaba? No debía dar a luz
hasta después de unas semanas, pero no podía ignorar el dolor que atravesaba todo
su vientre.
Solo para asegurarse, tal vez debiera despertar a Shane. No, se dijo. El dolor
debía remitir; tenía que hacerlo. Nerviosismo. Esa era la razón. Su desgraciado
marido, el tiempo, la situación en sí misma, todo había influido para que se sintiera
así.
Sintió otra punzada y se mordió más fuerte, saboreando la sangre.
—Oh, Dios —musitó, pero Shane no la oyó. Parecía completamente ajeno al
mundo.
Las lágrimas afloraron a sus ojos y movió la mano hacia la parte inferior de su
vientre, donde sentía como si fuera a estallar. Entonces sintió otro dolor, seguido de
la sensación de haber mojado las sábanas.
El pánico la heló.
Había roto aguas. Iba a dar a luz. Forzándose a respirar hondo, trató de pensar
lógicamente. Pero el dolor era demasiado fuerte. Necesitaba ayuda.
—Shane —la voz le salió tan débil que él no la oyó—. ¡Shane! —gritó al tiempo
que otra contracción la atravesaba.
Él abrió los ojos bruscamente y saltó de la silla.
—¿Julie?
Ella notó la perplejidad en su voz, seguida de un acento de pánico que se unió
al suyo.
—¿Estás bien?
—No —gimió ella.
—¿No? ¿Qué quieres decir?
Ella dejó escapar el aire en rápidos jadeos y luego gritó:
—¡Que voy a dar a luz!
Capítulo 6
—¡Pero no es posible!
A pesar del dolor, una fugaz sonrisa relajó la cara de Julie al ver la mirada
aterrorizada de Shane.
—Oh, sí que lo es.
—Pero todavía no te toca, ¿verdad?
—He roto aguas, Shane.
—Oh, cielos.
—Y las contracciones son cada vez más seguidas.
Shane se sentó al borde de la cama y la agarró de la mano. Ella se aferró a su
mano y se la apretó fuerte cuando otro dolor atravesó su vientre.
—Ahhh —gritó.
—¿No se supone que tienes que respirar de determinada manera? —preguntó
Shane, inclinándose sobre ella y apartándole un mechón de pelo empapado de la
frente.
—Sí.
—Pues haz lo que te han enseñado en esas clases.
—¡Eso es fácil decirlo! —gritó Julie—. A ti no te duele.
Él sonrió fugazmente y a Julie le dieron ganas de estrangularlo. Sin embargo,
siguió su consejo y empezó a aspirar y espirar para intentar reducir las contracciones.
Julie esperaba que le doliera. Pero todavía no estaba preparada.
Volvió a gritar.
—¡No puedo soportarlo!
—Sí, sí puedes. Respira, Julie, respira hondo.
Ella hizo lo que Shane le decía y durante un instante el dolor remitió lo bastante
como para que pudiera preguntar:
—¿Qué vamos a hacer?
—Vamos… vas a tener a tu hija —dijo Shane.
Parecía haber recobrado completamente el control sobre sí mismo y sobre la
situación.
—Oh, Shane, estoy muy asustada.
—No lo estés —dijo él otra vez, con voz baja y confiada—. Yo te ayudaré.
—¿Pero cómo?
—Yo sacaré a Elizabeth.
Shane lo dijo con tal calma y seguridad tan asombrosa que Julie se quedó sin
respuesta. Pero otro dolor eligió ese momento para atravesarla de nuevo. Gimió,
pensando que iba a matarla.
—Tengo que dejarte un segundo para ir por agua caliente y toallas.
—Shane, tú no puedes sacar al bebé. Tenemos que pedir ayuda.
—Sabes que te llevaría al hospital en un abrir y cerrar de ojos si fuera posible.
Pero no lo es. Hay una inundación. Las carreteras están cortadas.
—¡No me digas eso!
—Mira, tienes que confiar en mí. Puedo hacerlo. Podemos hacerlo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —si no le hubiera dolido tanto, sabía que las
palabras le habrían salido en un grito.
Él no cambió de expresión.
—He ayudado a nacer a muchas terneras.
—Estupendo. ¿Y te parece que es lo mismo?
—No, pero se le parece mucho.
Julie volvió a apretarle la mano.
—Ojalá no estuviera tan asustada, pero lo estoy.
—Lo sé. Yo también estoy asustado. Pero quiero que sepas que no voy a
permitir que os ocurra nada ni a ti ni al bebé. Que confíes en mí es la única forma de
que pasemos por esto.
Julie asintió. Tenía la cara empapada de sudor y lágrimas.
Shane vaciló un momento antes de levantarse y salir de la habitación. Julie se
abrazó el vientre y se entregó al dolor que la sacudía con la misma fuerza con que la
lluvia golpeaba la tierra.
¿Y si algo salía mal? ¿Y si Shane no lo conseguía? ¡Basta!, se dijo. Las mujeres
daban a luz en los sitios más extraños y bajo las más adversas circunstancias. Las
mujeres de antaño a menudo parían solas, por el amor de Dios, se dijo, sintiendo que
sudaba por todos sus poros.
Pero esas mujeres eran más fuertes que un látigo y no tenían elección. Ella no
era fuerte; lo admitía. Le había hecho prometer al médico que, cuando Elizabeth
llegara, no sentina nada ni sabría nada hasta que su hija hubiera nacido.
En ese momento, su peor pesadilla estaba punto de convertirse en realidad. Iba
a sentir y saber todo lo que estaba pasando. No podría soportarlo.
«Oh, sí, sí puedes. No tienes elección».
Maldito Mike. Si la hubiera querido y hubiera sido el esposo amante y fiel que
debía haber sido, nada de aquello habría ocurrido. Ella no estaría dando a luz en un
rancho con un hombre al que hacía años que no veía, sino que estaría en casa, desde
Julie empujó, gritando mientras lo hacía. Un momento después, oyó otro grito,
el de un recién nacido. Miró a Shane con temor e incredulidad.
—Ya está —Shane sonreía de oreja a oreja—. La señorita Elizabeth Harrison
acaba de entrar en el mundo.
—Oh, Shane —musitó ella—. No sé cómo darte las gracias.
—No tienes por qué hacerlo —dijo él con voz ronca.
Al cabo de un momento, le puso al bebé en los brazos.
—¿Qué tal te encuentras?
—Exhausta, pero bien.
Él se acarició la barbilla.
—Ojalá pudiera llevarte al hospital.
Ella sonrió débilmente.
—No te preocupes, estoy bien, gracias a ti.
—Pero estoy preocupado —él casi sonrió—. Ahora que todo ha terminado.
Ella lo tomó de la mano.
—Lo has hecho muy bien.
Entonces, se le cerraron los ojos y, acunando al bebé, se quedó dormida.
Shane estaba muerto de cansancio. Le dolían todos los músculos y huesos del
cuerpo. Se debía a la tensión, pensó. Se había concentrado tanto que su cuerpo estaba
acusando los desperfectos.
Pero había merecido la pena. No cambiaría por nada lo que acababa de
experimentar. Tenía suerte, a pesar de todo. Mucha suerte. Las cosas podían haber
salido peor, mucho peor. Para empezar, el parto podía haber sido de nalgas. ¿Qué
habría hecho entonces? No quería pensar en esa o en otras posibilidades.
Estaba empapado en sudor. Sus ropas estaban húmedas a pesar de que la
temperatura en el interior de la casa era suave. Miró por la ventana y vio que seguía
lloviendo. ¿Pararía alguna vez? No lo preocupaba que la casa se inundara, pues
estaba situada en un lugar elevado. Pero estaba el ganado. El ganado era cosa bien
distinta. Sin embargo, en ese momento, no podía hacer nada.
Todo el mundo en Grand Springs estaría sufriendo de un modo u otro.
Esperaba poder tener un rato para salir fuera, echar un vistazo y maldecir la
situación. Pero todo dependía de lo que ocurriera en su dormitorio.
Un bebé.
Había ayudado a nacer a una niña. Dios, qué milagro. Y el hecho de que fuera
de Julie hacía que ese milagro tuviera aún un sabor más dulce. Pero también era
como para volverse loco.
«¿Y ahora qué?», se preguntó, frotándose los ojos, que le escocían como si
alguien le hubiera arrojado arena en ellos. Sospechaba que traer a Elizabeth al mundo
había sido la parte fácil. Julie estaba débil como una gatita recién nacida y necesitaría
ayuda para ocuparse del bebé.
¿Podría ayudarla él? Por supuesto que podría. Julie le diría qué debía hacer.
Pensar en ella otra vez lo hizo apartarse de la ventana de la cocina y entrar de nuevo
en la habitación.
Se paró junto a la cama y miró a Julie y al bebé, con una sonrisa en la cara. Pero
pronto la sonrisa se desvaneció y Shane frunció el ceño.
Julie abrió los ojos justo en ese momento y le sonrió.
—Eh —dijo con voz suave y soñolienta.
—Julie, déjame a la niña —intentó que no se le notara lo asustado que estaba,
pero Julie lo notó y, abriendo mucho los ojos, miró a Elizabeth.
—¡Oh, no, se está poniendo azul! —gritó—. ¡Shane, haz algo!
Capítulo 7
Shane agarró a la niña y empezó a hacerle la respiración artificial.
Durante los segundos en que Shane estuvo inclinado sobre Elizabeth, Julie
pensó que su hija moriría. Y comprendió que no querría seguir viviendo si eso
ocurría.
—Le está volviendo el color —dijo Shane finalmente, echándose hacia atrás y
dejando escapar un suspiro tembloroso.
Julie no pudo decir nada. Se había quedado sin habla. Shane pareció
comprender y le acarició la mejilla. Ella no pudo descifrar la mezcla de emociones de
la expresión de Shane, pero comprendió que él también había pasado miedo.
—Ya ha pasado todo —dijo Shane con suavidad—. La niña está bien.
Julie apartó la vista de sus hipnóticos ojos y exhaló un profundo suspiro.
Poco después, Elizabeth había recuperado su color sonrosado y respiraba como
si nada hubiera pasado.
Cuando Julie volvió a tomarla en brazos, Shane se sentó al borde de la cama.
Los dos se quedaron en silencio, mirando el pequeño pecho de Elizabeth, que subía y
bajaba a un ritmo regular.
Por fin, Shane sacudió la cabeza y dijo:
—Parece que al principio no le saqué todos los restos de la garganta —sus ojos
reposaron en los de Julie—. Lo siento.
Entonces, Julie se dio cuenta de nuevo de lo cerca que estaba de ella. Casi podía
sentir su aliento sobre los labios. En realidad, lo sentía.
Julie tragó saliva con dificultad, pero no apartó la mirada.
—No tienes que disculparte por nada. Yo soy quien debería disculparse por
haberte hecho pasar por todo esto —Julie sintió que las lágrimas le aguijoneaban los
ojos—. Tú has ayudado a nacer a mi hija y luego le has salvado la vida.
Shane siguió mirándola con dulzura.
—¿No crees que eso la hace en parte mía?
—Sí —respondió casi sin aliento.
Elizabeth empezó a llorar repentinamente, rompiendo el hechizo.
—Apuesto a que tiene hambre —dijo Shane, divertido.
Sin que Julie se diera cuenta, el albornoz se le había abierto, dejando al
descubierto el pecho más cercano a Elizabeth. Sin ninguna ayuda, la niña se aferró al
pezón y empezó a mamar.
Julie sintió que se ponía colorada al levantar la mirada hacia Shane. Sin
embargo, él no la estaba mirando. Sus ojos estaban concentrados en Elizabeth.
—¿Te duele? —le preguntó, temeroso.
vio que era casi mediodía del martes. Era imposible, naturalmente, medir el tiempo
mirando al exterior. El cielo era por entero un manto gris, feo y lechoso.
Apartó la mirada de la ventana y cambió de postura. Elizabeth había dejado de
mamar y estaba profundamente dormida. Con mucho cuidado, Julie la dejó en la
cama, a su lado.
Shane entró en ese momento. Ella alzó la mirada y sonrió brevemente.
—¿Que tal está? —preguntó él, colocando una bandeja llena de comida sobre
una silla cercana.
—Como ves, duerme.
—Como un recién nacido, al que yo he ayudado a traer al mundo —dijo él con
humor.
—Vaya, estás terriblemente orgulloso de ti mismo, ¿no?
—¿Hay alguna razón para que no lo esté?
Ella sonrió, algo avergonzada, pensando en el aspecto horrible que debía de
tener.
—Ahora que lo mencionas, creo que no.
—¿Te duele? —preguntó él, poniéndose serio.
—Solo un poco.
Shane arrugó el ceño.
—Espero que puedas comer algo.
—No tengo mucha hambre. Estoy demasiado cansada.
—Bueno, de todas formas debes comer —hizo una pausa, entrecerrando los
ojos—. Sobre todo, porque he trabajado como un esclavo delante del fogón.
—¿De veras?
—De veras —dijo él con seriedad fingida—. He calentado una lata grande de
sopa y he abierto un paquete de crackers.
—Ah, eres un auténtico gourmet.
—Mujer, ¿te estás burlando de mí?
—No, ¿por qué?
Los dos se echaron a reír, lo que solo en parte alivió la tensión del ambiente. La
risa de Julie se desvaneció primero, mientras Shane le acercaba un tazón de sopa.
—Esto te ayudará a recobrar fuerzas —dijo él, sin mirarla.
Durante los minutos siguientes, los dos comieron en silencio. Cuando acabaron,
ella le sonrió.
—Gracias. Estaba muy rica.
—Siento que fuera tan poca cosa, pero debo admitir que cocinar no es mi fuerte.
—¿Quién se queja? —dijo ella con suavidad—. Tú ya has hecho mucho más de
lo que debías.
—Ah, no, no empieces. Solo he hecho lo que tenía que hacer.
—Los dos sabemos que no, pero te daré un respiro y dejaré de darte las gracias
un rato.
Shane hizo girar los ojos y luego dijo:
—¿Y si yo cuido de Elizabeth y tú te tomas un respiro?
—Me encantaría tomar un baño.
—¿Podrás hacerlo sola? —preguntó él con lo que a Julie le pareció un tono más
ronco de lo habitual.
Ella no se atrevió a mirarlo a los ojos.
—Creo que sí.
—Si no, ¿me pedirás ayuda?
Julie se obligó a mirarlo a los ojos otra vez, aunque sabía que se había
ruborizado. ¿Se acostumbraría alguna vez a aquella intimidad forzosa? Lo dudaba.
Sin embargo, no iba a detenerse a pensar en ello. Hacerlo solo aumentaría el
torbellino que ya se agitaba en su interior.
—Julie.
La voz ronca de Shane la obligó a volver a la realidad.
—Claro, te pediré ayuda —dijo con voz vacilante.
—Buena chica.
Ella se quedó callada un momento.
—Pero primero debería llamar a Millie. Ya lo he retrasado bastante.
—Claro, si es que los teléfonos funcionan.
—Oh, vaya, no había pensando en eso.
Shane se puso en pie, estirando su larga figura.
—Con este temporal, todo es posible.
Pero cuando tomó el teléfono inalámbrico y se lo entregó a Julie, el tono sonó
alto y claro.
—Funciona —dijo ella—, lo que significa que no estamos totalmente aislados.
Él se dirigió a la puerta.
—Llámame cuando acabes de hablar.
—¿Adónde vas? —dijo Julie, asustada, lo cual era una estupidez. ¿Adónde
podría ir? En aquellas circunstancias, no muy lejos.
Como si Shane le hubiera leído el pensamiento, le lanzó una sonrisa
reconfortante.
—Ahí al lado.
Una vez hubo salido de la habitación, Julie marcó el número de Millie y esperó.
Cuando su amiga contestó, dijo sin preámbulos:
—¿Estás bien?
—Gracias a Dios. Estoy bien, pero me tenías muy preocupada.
—Lo sé, pero no vas a creerte lo que ha pasado.
—Oh, Dios.
—He tenido a Elizabeth.
—¡No!
—Sí.
—¿Cuándo y cómo? —preguntó Millie con una nota de incredulidad todavía en
la voz.
Julie le contó lo que había sucedido.
—¿Estás bien? Quiero decir… —su voz se desvaneció en un gemido histérico.
—Cálmate. Yo estoy bien y la niña también, gracias a Shane.
—Dios mío, Julie, no puedo creerlo.
—Cuando me recupere, creo que yo tampoco podré creerlo.
—¿Pasaste mucho miedo?
—Pasé más dolor que miedo.
—Y no tenías nada para el dolor —las palabras de Millie eran una llana
afirmación de un hecho.
—No.
—En fin, tú eres más fuerte que yo.
—Cuando no tienes opción, haces lo que debes hacer.
—¿Y ahora que vas a hacer?
—¿A qué te refieres?
—Bueno, no puedes quedarte ahí.
—No tengo elección, Millie, a no ser que tú sepas algo que yo no sé.
—¿Cómo qué?
—Que la inundación está remitiendo y ya no estamos a merced del agua.
—Eso no puedo decírtelo. Todos estamos en el mismo barco —Millie hizo una
pausa, introduciendo cierto humor—. Y no quería hacer un juego de palabras, por
supuesto.
—Por supuesto.
Las dos se rieron.
Capítulo 8
—¿Estás lista para comer?
Aunque había perdido el apetito por culpa de la serpiente, a Julie le gustaba en
cierta forma que Shane se ocupara de ella y del bebé. Era un cambio en la rutina a la
que estaba acostumbrada. Después de que Mike la dejara, había tenido que
arreglárselas sola.
Sin embargo, no podía acostumbrarse a que la mimaran, se advirtió. Aunque no
tenía por qué preocuparse. Aquella situación era temporal.
—Saldré en seguida —dijo a través de la puerta cerrada del baño.
—Eso no es lo que te he preguntado.
—Estoy bien.
—¿No estás mareada? —insistió él. Julie sabía que Shane aludía al incidente con
la serpiente y, al recordarlo, se estremeció.
—No —respondió—. Me estoy vistiendo.
—Perfecto. La cena está casi lista —él hizo una pausa—. Así que espero que
tengas apetito.
Al no oír nada más, Julie supuso que Shane había vuelto a la cocina, dejándola
sola con el recuerdo de aquella criatura de aspecto diabólico que continuaba
asaltando su psique.
Intentó pensar en otra cosa. Sin embargo, su mente se negaba a cooperar. Los
vividos colores del reptil relucían ante sus ojos. Y tuvo la misma reacción que había
tenido antes: se quedó paralizada.
Recordó que había sido incapaz de proferir ningún sonido. Como si el
mecanismo de su voz se hubiera roto.
Finalmente, sin embargo, su garganta había vuelto a la vida y Julie había dejado
escapar un grito espeluznante mientras agarraba a Elizabeth y se acurrucaba contra
el cabecero de la cama. Lástima que no hubiera podido subirse a una silla.
Con una mirada salvaje, Shane había irrumpido en la habitación.
—¿Qué ocurre?
Julie abrió la boca pero de ella no salió ningún sonido. Tenía la cara rígida de
miedo.
—¿Es Elizabeth? —Shane miró a la niña que ella sujetaba en brazos.
—No —consiguió decir Julie con labios temblorosos. Tenía los miembros
paralizados, de modo que no podía mover más que los ojos y la boca.
—¡Maldita sea, Julie! ¿Qué pasa? —la voz de Shane no subió ni un decibelio,
pero en ella había un miedo mezclado con dureza que la movieron a la acción.
—Ahí —ladeó la cabeza—. Está… ahí.
—Supongo que pensarás que soy una imbécil —dijo Julie, gimoteando. Él le
secó las lágrimas de la mejilla y sus labios empezaron a curvarse—. Odio las
serpientes.
—¿Ah, sí?
Julie lo miró.
—¿Qué has hecho con ella?
—¿De veras quieres saberlo? —su sonrisa y su voz eran indulgentes.
Ella sintió un escalofrío.
—No.
Él se rió y luego se puso serio.
—Tenías razón al asustarte.
—No sabía si era venenosa, pero tenía un aspecto mortífero.
—Lo es, o más bien lo era.
Julie dejó escapar un suspiro y miró a su hija. Los ojos de Shane siguieron a los
suyos.
—¿Te puedes creer que ni siquiera ha movido un músculo?
—No me sorprende. Ella sabe que está a salvo.
Sus ojos se encontraron y Julie vio un destello en los de él. Apartó la mirada,
azorada. Y por alguna razón inexplicable, ese azoramiento había permanecido con
ella.
—Julie.
El sonido de la voz de Shane la forzó a volver a la realidad. Recordar a la
serpiente le había revuelto el estómago. Pero no iba a marearse. Respiró hondo varias
veces y la náusea pasó. Se abrochó los vaqueros y luego deslizó los pies dentro de un
par de pantuflas de Kathy. Por fortuna, Shane tenía una hermana. Si no, se habría
encontrado en apuros.
¿De veras llevaba tres días encerrada en el rancho de Shane? Sí, aunque
pareciera imposible. Le habían pasado tantas cosas en aquellos días que tenía la
impresión de vivir allí desde hacía mucho tiempo.
Y lo más inquietante era que se sentía como en casa. Sabía que era una locura,
pero el sentimiento estaba allí, de todas formas. Hormonas. Ellas eran las culpables
de su locura. Sus hormonas estaban completamente descontroladas. ¿Pero qué podía
esperarse de una mujer que acababa de tener un hijo?
El hecho de que pasara de repente de la risa al llanto no parecía perturbar a
Shane. Este se lo tomaba todo con calma y nunca se alteraba. Y se comportaba de la
misma forma con el bebé.
Asombroso.
Un silencio cayó sobre ellos, durante el cual ninguno de los dos tocó la comida.
Lo único que se oía era el sonido de Elizabeth mamando. Incluso la lluvia parecía
haber cesado.
De repente, Shane tosió y luego alzó su tenedor. Sin embargo, no probó bocado.
Siguió mirando a Julie.
—Adelante, come —dijo ella, sintiendo que su estómago se movía en oleadas.
—Eh, te estoy esperando —dijo él con voz ronca.
De pronto, la idea de comer la puso enferma. Se levantó bruscamente.
—Tal vez coma más tarde. Voy a prepararme para meterme en la cama.
Él se levantó.
—Julie…
Ella se alejó, y las maldiciones murmuradas de Shane la siguieron de camino a
la habitación.
Capítulo 9
No debería haberla mirado así. Lo sabía. ¿Qué le había ocurrido? Deseo. Lo
admitía, aunque no le resultara agradable hacerlo. Cuando había visto a Elizabeth
acercar su boca al pecho de Julie y empezar a mamar, había sentido como si lo
volvieran del revés.
Había deseado estar en el lugar de la niña.
Que Dios se apiadara de él, pensó, apartando las mantas y saliendo de la cama.
Tenía el cuerpo cubierto de un sudor frío, a pesar del calor que hacía en la casa. Se
acercó a la ventana, cerró los ojos y se rascó la frente.
Pero no consiguió quitarse de la cabeza la imagen del hermoso y blanco pecho
de Julie. La primera vez que había visto mamar a la niña también se había sentido
afectado, pero no tanto como la noche anterior. Se había excitado tanto que, si se
hubiera visto obligado a levantarse, se habría visto en un serio apuro.
Se estremeció al pensar lo que Julie hubiera pensado de él si eso hubiera
ocurrido. Con lluvia o sin ella, probablemente habría insistido en marcharse. Pero
afortunadamente Julie no parecía haberlo notado, tan ocupada estaba huyendo como
una gatita asustada, lo que lo había sorprendido.
Un hombre, y sobre todo un hombre con semejante mirada de lujuria, no
entraba en los planes de Julie en esos momentos. Y era más que probable que no
volviera a pensar en los hombres, después de todo lo que había tenido que pasar.
¿Cómo podía dejarla escapar un hombre en su sano juicio? No conseguía
entenderlo. Mike Harrison tenía que ser el mayor idiota del mundo para arrojar a la
basura su relación con una mujer como Julie por la muñequita que llevaba adosada al
costado durante la fiesta.
Shane habría dado cualquier cosa porque Julie fuera su mujer.
Se frotó los ojos cansados y respiró hondo varias veces. Debía controlar sus
emociones. No podía seguir permitiendo que cabalgaran a rienda suelta o Julie
adivinaría lo que sentía. Y eso no podía permitirlo.
A aquellas alturas, el orgullo era lo único que le quedaba.
Buscó el reloj con la mirada. Nunca dormía hasta tan tarde, pero no se había
quedado dormido hasta primera hora de la mañana. Había permanecido despierto,
pensando en Julie y en el bebé y en lo dramáticamente que había cambiado su vida
en solo treinta y seis horas.
Nada volvería a ser igual. Él nunca volvería a ser el mismo. Pero cuando llegara
el momento de decirles adiós, de llevarlas a casa, no tendría elección. Ellas no le
pertenecían y nunca lo harían.
Parpadeó, sintiéndose como si le hubieran clavado un cuchillo en el corazón.
Tal vez fuera hora de que saliera del rancho y empezara a salir con mujeres. Tal
vez pudiera encontrar a otra Julie.
—Así que, ya sabes por qué no he salido a revisar los daños. Pero como ha
dejado de llover y todo parece estar en orden en la otra habitación, voy a ir a echar
un vistazo.
—Llámame cuando vuelvas.
Una vez el teléfono estuvo otra vez en su lugar, Shane se vistió
apresuradamente. Unos minutos después se acercó a la puerta de Julie y escuchó. Al
no oír nada, comprendió que todavía dormían. Con suerte, estaría de vuelta antes de
que se despertaran.
Pero, en lugar de marcharse, abrió la puerta cautelosamente y miró dentro de la
habitación. La luz del amanecer le permitió ver a Julie y Elizabeth.
Se le escapó un suspiro. El pelo de Julie se extendía, como una seda finísima,
sobre la almohada y sus labios parecían sonreír.
La niña yacía en el hueco de uno de sus brazos, con la diminuta cara presionada
contra el pecho desnudo de su madre.
Cuando cerró la puerta y se alejó, no sabía qué le dolía más, si el corazón o la
entrepierna.
Julie se desperezó y luego sus ojos se posaron en Elizabeth, que no había
movido ni un músculo. Contempló a su hija largo rato, maravillándose de su
perfección.
Después la tomó en brazos y la depositó en la cuna, que estaba junto a la cama.
Iba hacia el cuarto de baño para ducharse cuando se dio cuenta de que no se oía
ningún ruido en el tejado.
Se detuvo en seco. La lluvia había cesado. ¿Significaba eso que volvería a casa
ese mismo día? Probablemente no, se dijo, sabiendo que la crecida lo impediría, sobre
todo en la zona donde ella vivía.
¿Se habría inundado su casa?
Si así fuera, se enfrentaría a ese trauma cuando tuviera que hacerlo. Gracias a
Shane, Elizabeth y ella estaban sanas y salvas. Por el momento, eso era lo único que
importaba.
Pero pronto tendría que volver al mundo real. Julie sonrió para sí al pensar en
lo aislada y desvinculada que se sentía de todo y de todos. Era como si estuviera en
un lugar irreal.
Había vivido casi toda su existencia demasiado deprisa, hasta el momento en
que se había quedado embarazada. Había creído que lo tenía todo previsto, hasta el
último detalle.
¡Ja!
El destino le había jugado una mala pasada. Pero Shane era su héroe, y
Elizabeth crecería sabiendo quién era él, si él quería.
Cuando pudiera marcharse del rancho, tal vez Shane no querría volver a verlas
nunca más. Pero, al recordar el brillo que había visto en sus ojos, Julie comprendió
Capítulo 10
—Bueno, ¿qué tal van las cosas por ahí?
—Llueve y llueve sin parar —dijo Millie con exasperación.
—Por aquí paró un rato, pero ahora está lloviendo otra vez.
Millie suspiró.
—Este tiempo me deprime muchísimo.
—¿Y crees que a mí no?
Millie se rió.
—Ah, a ti te deprime tu cuerpo, que todavía está dado de sí.
—Te la vas a ganar por decir eso —respondió Julie con indignación.
Millie parecía saber siempre cuándo necesitaba reírse. Y ese día no era una
excepción. Después de arrojarse en brazos de Shane el día anterior, había estado muy
nerviosa. Había intentado mantenerse todo lo ocupada que le era posible, lo cual no
era mucho.
Aunque la casa era grande, parecía pequeña para tres personas encerradas en
su interior.
—¿Cuándo crees que volverás a casa?
—Eso mismo me pregunto yo.
—¿Qué tal estáis Elizabeth y tú de verdad? —preguntó Millie.
Julie suspiró.
—Me preguntas por Shane, ¿verdad?
—Lees en mí como en un libro abierto.
—En realidad, es maravilloso.
—Mmm, eso parece interesante.
—¿Qué quieres decir? —dijo Julie.
Millie se rió.
—Nada, a menos que haya algo que no me has contado.
—No lo creo —a pesar de su tono sarcástico, Julie sintió que se ponía colorada.
El hecho de que hubiera tenido contacto físico con Shane no era asunto de Millie.
Además, no significaba nada. Como su amiga había dicho, su cuerpo no había
recuperado su estado normal, y ella estaba hipersensible.
—Pero apuesto a que debe de resultarte violento —dijo Millie.
—Shane es maravilloso, de veras.
La tarde pasó volando. Tal vez porque se mantuvo ocupada. Primero, ordenó la
casa. Le habría gustado hacer más cosas, pero no era físicamente capaz. Al fin y al
cabo, no hacía ni una semana que había tenido a Elizabeth.
Sin embargo, cada día se sentía más fuerte, menos cansada y dolorida. Pronto
estaría otra vez en plena forma. Una vez hubo acabado con la tarea, hizo un gran
puchero de chile. Por suerte, Shane tenía muchas cosas almacenadas en la despensa y
el congelador, aunque no cocinara.
El olor del chile inundó la casa, dándole un ambiente aún más cálido y
acogedor. Durante un instante, fue casi como si estuviera casada otra vez, solo que
felizmente.
«Olvídalo».
Pero Shane era diferente. Debería estar casado y tener una familia. Si había
algún buen partido, ese era él.
Apartando aquellos perturbadores pensamientos sobre el matrimonio, Julie
miró el reloj. Según ella, Shane debería haber vuelto ya. Pero le había prometido que
no se preocuparía, y mantendría la promesa. Sin embargo, se sentiría mucho mejor
cuando lo viera aparecer por la puerta.
Entretanto, llegó la hora de bañar a Elizabeth. Eso ocuparía sus manos y su
mente.
—Vamos, cielito —le dijo a su hija—, vamos al baño.
Julie acababa de poner a la niña en la pila llena de agua tibia cuando oyó que la
puerta de la calle se abría y luego se cerraba. Exhaló un suspiro de alivio y de pronto
le pareció que todo estaba bien en su mundo otra vez.
Asombrada por ese pensamiento, Julie lo apartó y se concentró en la tarea que
tenía entre manos.
—¿Julie?
—Estoy en la cocina.
Siguieron unos minutos de silencio y luego Shane comentó:
—Huele muy bien.
Ella se giró y lo vio en la puerta. Se había quitado la trenca y llevaba puesta una
gruesa camisa, pantalones vaqueros y botas. Solo parecía tener el pelo mojado.
—Es chile. Se supone que es una de mis especialidades.
—Me encanta el chile.
—¿Qué tal te ha ido? —le preguntó ella, volviendo a mirar a Elizabeth.
Él se puso a su lado.
—Hay varias vacas muertas.
—Oh, Shane, lo siento.
—Yo también.
—¿Todavía llueve?
—No, y el agua se está retirando.
Lo que no dijo, comprendió Julie, era que las carreteras pronto estarían abiertas,
si no lo estaban ya.
—Bueno, ¿cómo está el terroncito de azúcar? —dijo él con su voz ronca y suave.
—Ya lo ves. La encanta bañarse.
Julie deseó que Shane no estuviera tan cerca de ella. Era consciente de cada
centímetro de su enorme cuerpo y de que su olor la envolvía como un capullo
protector.
—¿Necesitas ayuda?
Ella buscó sus ojos.
—Puedes secarla, si quieres.
—Claro que sí.
Julie los miró con una repentina neblina en los ojos mientras él levantaba a
Elizabeth, la colocaba en una enorme y mullida toalla y la envolvía cuidadosamente
en ella. Luego la tomó en brazos y la acunó. Elizabeth lo miró con ojos alegres.
—Deberías casarte y tener hijos, sabes —dijo Julie sin pensarlo.
Él la miró un momento y luego le preguntó:
—¿Es una proposición?
Ella contuvo el aliento y retrocedió.
—Solo bromeaba —dijo él.
Tal vez bromeara, pero aquel inquietante destello volvió a aparecer en su
mirada, ese destello que Julie no podía identificar. Ella apartó la mirada, intentando
controlar el veloz latido de su corazón. ¿Qué le estaba ocurriendo?
—Se ha quedado dormida —dijo Julie a falta de algo mejor que decir mientras
la tensión crecía por momentos. El hecho de que Shane siguiera estando tan cerca no
ayudaba. El recuerdo de cómo era ser abrazada contra su duro pecho afloró a su
mente.
—Vamos a poner la cuna en el cuarto de estar.
Julie arqueó las cejas.
—¿Por alguna razón en especial?
—Sí, pero es una sorpresa.
Ella sonrió.
—Como quieras.
Unos minutos después, Shane llevó la cuna al cuarto de estar, con Julie
siguiéndolo de cerca. Ella vio la sorpresa inmediatamente y sus ojos se ensancharon
de asombro.
Capítulo 11
—No iba a pedirte una disculpa.
Shane parpadeó, asombrado.
—¿Ah, no?
Julie respiró hondo. Shane pudo sentir el martilleo de su corazón como un tren
a toda velocidad antes de que ella retrocediera.
Sabio movimiento. Según se sentía en ese momento, Julie no estaba segura.
—No —dijo ella con sinceridad—, pero no quiero que… me beses otra vez.
Shane suspiró y luego se pasó la mano por su abundante pelo. Sin embargo, no
apartó los ojos de ella.
—No ha sido un impulso. Hace mucho tiempo que quería besarte.
Ella dirigió su mirada hacia la niña dormida, pero Shane vio que se había
ruborizado. Luego ella se giró, con mirada preocupada.
—Mira…
Shane levantó una mano, cortándola.
—No hace falta que digas nada más. ¿Quieres un chocolate caliente?
Una expresión de asombro cruzó la cara de Julie. Luego, sonrió.
—Eso suena muy bien.
Al menos, había aliviado la tensión, tan lóbrega como la lluvia de fuera, se dijo
Shane a sí mismo. La situación no había mejorado, pero era un tonto si había
pensado que Julie lo invitaría a su cama. Eso no habría sido posible aunque ella
hubiera estado dispuesta. Diablos, acababa de tener un niño. ¿Dónde tenía la cabeza,
por el amor de Dios?
Cuando volvió con las tazas de chocolate al cabo de unos minutos, Julie estaba
sentada junto al fuego, contemplando las llamas. Shane se preguntó en qué estaría
pensando. Probablemente en él y aquellos besos robados.
¿Era esa la clase de escena que su ex marido habría forzado? Shane se
estremeció al pensarlo y estuvo a punto de tirar la bandeja.
Julie se giró y, al verlo, sonrió. Shane dejó escapar el aliento que había retenido.
En ese instante, la sonrisa de Julie valía para él más que un millón de dólares.
—Huele bien.
—Es de bote —dijo él con una sonrisa torcida.
—¿Es que lo hay de otra clase?
La sonrisa de Shane se ensanchó. Se sentía aliviado porque las cosas parecieran
haber vuelto a su cauce. Sin embargo, no tenía intención de disculparse. La más leve
insinuación le haría besarla otra vez. El único problema era que quería más, tanto
que le dolía.
Sin embargo, el recuerdo de los labios húmedos de Julie y de sus pechos
hinchados entibiaría muchas de sus noches solitarias.
—Mmm, está rico —dijo Julie en medio del silencio—. Justo lo que el doctor
ordenó.
Él acercó una silla al fuego y se sentó. Sin beber, puso la taza sobre la repisa.
—Hablando del doctor, ¿has hablado con él? —preguntó.
—No, aunque no lo creas. De todas formas, seguramente la consulta lleva
varios días cerrada.
—Es cierto. No sé por qué, se me olvida que es Navidad.
—Eso y este tiempo.
—Se quedará conmocionado.
—Conmocionada —lo corrigió Julie.
—Ah, así que tu médico es una mujer.
—Y también es maravillosa.
Shane tomó su taza.
—Pues yo me alegro mucho de que no la hayas necesitado.
—Gracias a ti —dijo ella con suavidad, inclinando la cabeza hacia un lado y
mirándolo fijamente.
Él frunció el ceño.
—Pensaba que ya habíamos terminado con el asunto de los agradecimientos.
—Sí, ya hemos terminado.
—Bien.
Ella se quedó callada un momento y luego dijo:
—Siento como si te conociera —hizo una pausa y se sonrojó—. Pero, en
realidad, no te conozco. Quiero decir que ni siquiera sé dónde vivías o a qué te
dedicabas antes de volver aquí.
—Estuve en el negocio del petróleo y también en el de la ganadería, en Houston
—él se encogió de hombros—. Ahora solo me dedico al ganado.
—Hablando de eso, siento mucho lo de tus vacas. ¿Las recuperarás?
—Sí, pero me costará algún tiempo.
—Alguna gente no se recuperará nunca —respondió ella en voz baja.
—Cuando fui por el árbol, revisé el puente. Ya no está inundado.
Ella lo miró asombrada.
—¿Pero es seguro?
Shane deseó que dijera aquello de él. Y deseó también estrecharla entre sus
brazos y besarla hasta que sus deliciosos labios estuvieran tan llenos e hinchados
como sus pechos. Pero su deseo no acababa allí. Quería hundirse en ella. Hacerle otro
hijo. Su hijo.
Shane se aclaró la garganta y se removió, incómodo, en la silla.
—Sí, estoy de acuerdo, Elizabeth es lo mejor del mundo.
En el silencio que siguió, los dos contemplaron la cuna. Cuando finalmente
volvieron a mirarse, ambos empezaron a hablar al mismo tiempo.
Riendo, Julie dijo:
—Tú primero.
—Solo me preguntaba cómo es posible que un árbol al que le faltan los regalos
sea tan bonito.
—Eso es porque la Navidad no solo son los regalos.
—Tienes razón.
—La Navidad es amor.
Durante un instante, sus miradas se encontraron. Shane abrió y cerró los puños,
deseando estrecharla en sus brazos. Le hizo falta toda su fuerza de voluntad para
mantener las distancias. La deseaba desesperadamente.
Su desesperación debía de ser evidente, pues Julie se levantó bruscamente y
dijo:
—Creo que es hora de que me vaya a la cama.
Él también se levantó.
—Sí, se está haciendo tarde.
Estaba a punto de decirle que la quería. Pero sabía que, si lo hacía, ella se
asustaría, y él la perdería.
Una vez Julie tuvo a Elizabeth en sus brazos, se volvió para mirarlo y musitó:
—Feliz Navidad, Shane.
Él solo fue capaz de asentir con la cabeza. Tenía la garganta demasiado
acongojada por la tristeza para hablar.
El sueño la esquivaba. Probó todos los trucos que conocía para sumergirse en el
país de nunca jamás. Nada funcionó. Sus ojos permanecían abiertos y su cerebro
activo.
Shane.
No podía apartarlo de su pensamiento. No conseguía dejar de pensar en sus
besos y tampoco en lo temblorosa y sin aliento que la habían dejado.
Si sentía así en ese momento, cuando no podían mantener relaciones sexuales,
¿cómo se sentiría más tarde? ¿Se moriría de deseo por él? Esa idea hizo que le ardiera
la cara de rubor.
Capítulo 12
Casarse con él.
Cada vez que esas palabras golpeaban su pensamiento con la fuerza de un
martillo, su corazón casi dejaba de latir. Naturalmente, no podía casarse con él.
¿Quizá Shane había perdido el juicio? Y, lo que era peor, ¿lo había perdido ella por
pensar siquiera en ello?
Cuando Shane había soltado aquella extraña proposición, Julie se había
quedado tan asombrada que solo había sido capaz de mirarlo con la boca abierta.
Él tampoco había dicho nada. Se había quedado allí, mirándola con calma.
Pero cuando el silencio se volvió ensordecedor, Shane dijo lentamente:
—Julie, te he hecho una pregunta.
—Seguramente no hablas en serio —respondió ella, parpadeando varias veces.
—Nunca en toda mi vida he hablado más en serio.
—Pero eso no es posible.
—¿Por qué no?
—Porque no me conoces —dijo Julie, temblorosa.
El mundo pareció detenerse mientras trataba de recobrar la poca compostura
que le quedaba. Shane le había dejado sin ella al besarla.
Él sonrió fugazmente.
—¿Cómo puedes decir eso después de lo que hemos pasado?
Aunque sus palabras sonaban estereotipadas, como las de una novela de amor
mal escrita, eran la verdad desnuda. Él la había ayudado a dar a luz a su hija. La
había visto en los peores momentos y en los mejores. Sin embargo…
—¿Por qué quieres casarte conmigo y responsabilizarte de la hija de otro
hombre?
—Hay una buena razón. Elizabeth. Ella necesita un padre. Es así de simple.
—¿Pero tú necesitas una mujer?
Él vaciló y entornó los ojos.
—En realidad, sí. Necesito una mujer desde hace mucho tiempo, pero no me
había dado cuenta hasta que Elizabeth y tú entrasteis en mi vida.
—Pero esa no es razón para casarse. Quiero decir… —no pudo decir nada más.
Quería preguntarle por el amor, pero las palabras parecieron secársele en la garganta.
—Yo creo que Elizabeth es una razón sólida para casarse.
Julie se puso una mano sobre la frente.
—Te das cuenta de que esta conversación es absurda, ¿verdad?
Julie frunció el ceño. ¿Qué había dicho? La verdad. Había admitido la verdad, y
le había salido directamente del alma. Oh, Dios, ¿qué había hecho? ¿Su
comportamiento egoísta lo habría estropeado todo? ¿Podría arreglar las cosas con
Shane?
Solo había una forma de averiguarlo. Se inclinó para tomar a Elizabeth en
brazos. Entonces, oyó el timbre.
Molesta por la interrupción inesperada, Julie corrió al cuarto de estar y abrió
bruscamente la puerta.
Shane apareció frente a ella.
—Oh —musitó Julie, sin aliento.
—¿Puedo entrar?
Una vez estuvieron dentro, el silencio se cerró en torno a ellos. Shane fue el
primero en romperlo.
—Solo quería decirte que te quiero, que siempre te he querido.
—Oh, Shane —musitó ella con el corazón acelerado—. Yo también te quiero.
Él la miró asombrado, y abrió los brazos. Julie se abalanzó sobre ellos y él la
abrazó tan fuerte que ella pensó que se le romperían los huesos.
Por fin, Shane se apartó, y Julie notó que, al igual que ella, tenía los ojos llenos
de lágrimas.
—Siento tanto haber sido tan cabezota —murmuró Julie—. ¿Podrás
perdonarme?
Él la besó con un largo y húmedo beso que expresaba su perdón como ninguna
palabra podía haberlo hecho.
—¿Te casarás conmigo?
—Sí, sí, sí.
Shane la besó de nuevo.
—¿Dejarás que sea el padre legal de Elizabeth?
—Sí, sí, sí.
Shane se echó a reír y la abrazó otra vez.
—Venga, vamos a decírselo a Elizabeth.
Julie, aturdida de amor y felicidad, alzó sus ojos al cielo. Los milagros existían.
Sobre todo, en Navidad.
Fin