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Estudio sobre el Divorcio realizado en el área metropolitana de Monterrey, Nuevo León como tesis de doctorado en Trabajo Social con orientación en Políticas
comparadas de bienestar social View project
All content following this page was uploaded by Manuel Ribeiro on 15 October 2015.
1ra. edición
©2012, Fernando de Haro y Omar Fuentes
ISBN: 978-607-437-176-5
CLAVE EDITORIAL
Paseo de Tamarindos #400 B, suite 102,
Col. Bosques de las Lomas, C.P. 05120, México, D.F.,
Tel: 52(55) 5258 0279/80/81, Fax: 52(55) 5258 2556
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Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, archivada o transmitida en forma
alguna o mediante algún sistema, ya sea electrónico, mecánico o de fotorreproducción,
sin la previa autorización de los editores.
Impreso en México.
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Thierry Blöss, René Landero, Manuel Ribeiro
Tendencias sociodemográficas
del divorcio en Nuevo León . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Manuel Ribeiro Ferreira
1
Los tres autores obtuvieron el grado de doctor antes de la publicación de la presente
obra.
desprendían otros, más específicos, que se reflejan en cada uno de los textos que com-
ponen esta obra.
La idea original era hacer un único proyecto de investigación en el que se involucra-
ran todos los participantes. No obstante, debido a la complejidad y diversidad del tema,
surgieron tantas preguntas de investigación que se hacía casi imposible incluirlas todas
en una sola investigación. A partir de diversas reuniones en las que participaron tanto los
investigadores de México como los de Francia, se decidió hacer varios proyectos, enla-
zados entre sí y que abordaran aspectos diversos sobre el divorcio en Nuevo León, tanto
desde una aproximación cuantitativa como desde otra cualitativa. Surgieron así cinco
subproyectos:
Uno de ellos, bajo la dirección de Manuel Ribeiro, siguió un diseño de tipo transver-
sal, cuantitativo y correlacional, con una muestra no probabilística, a través del cual se
aplicaron un total de 779 cédulas de entrevista estructurada a hombres y mujeres divor-
ciados en los 10 municipios del área metropolitana de Monterrey.
Otro estudio, también transversal, cuantitativo y correlacional, que se realizó bajo
la dirección de René Landero, incluyó una muestra no probabilística de 380 personas
divorciadas de ambos sexos del área metropolitana de Monterrey.
Un estudio cualitativo, bajo la dirección de Gabriela Zamora, en el que se aplicaron
entrevistas a profundidad a 18 mujeres y 15 hombres que habitan en el área metropoli-
tana de Monterrey.
Un estudio cuantitativo, con una muestra por conveniencia no probabilística de 264
personas de ambos sexos, tanto divorciadas como en proceso de divorcio, dirigido por
Rogelio Rodríguez.
Un estudio cuantitativo, basado en una muestra incidental (no probabilística) de 100
parejas casadas (100 hombres y 100 mujeres) de la ciudad de Monterrey y dirigido por
José Moral.
A partir de los resultados de dichos proyectos y de los diversos temas que surgieron
en torno al fenómeno del divorcio, se realizaron dos reuniones finales: la primera de ellas
en la ciudad de Monterrey en enero del año 2011 y la segunda en la ciudad de Aix en
Provence, Francia, durante el mes de abril del mismo año. En dichas reuniones se pre-
sentaron los resultados de los diversos proyectos y los primeros borradores de los tex-
tos de cada uno de los autores. A partir de una dinámica grupal, los integrantes de la red
hicieron las observaciones que consideraron pertinentes para cada uno de los textos, los
cuales, una vez corregidos, se presentan aquí.
De tal suerte, en el primer capítulo Manuel Ribeiro explora las tendencias sociode-
mográficas que ha seguido el divorcio en Nuevo León en las últimas décadas y hace una
revisión de algunas de las explicaciones que se han originado para comprender dicho
fenómeno. Asimismo, y tomando los datos de la Encuesta sobre el divorcio en Monterrey
que él mismo coordinó durante 2010 como parte de este proyecto, describe cuáles son
10
los motivos de conflicto y los detonantes del divorcio entre hombres y mujeres en el área
metropolitana de Monterrey.
René Landero y Mónica T. González discuten el proceso de divorcio y sus posibles eta-
pas, que inician desde el matrimonio por un mal ajuste de la pareja u otros factores, mani-
festándose en conflictos, desacuerdos y problemas de comunicación, entre otros, y que
llevan por un camino de insatisfacción a la relación diádica, hasta iniciar una “separación”
emocional y “vidas aparte”; es decir, se produce el proceso de desconyugalización. Anali-
zan la monoparentalidad y las familias reconstituidas, que son en parte producto del pro-
ceso de ruptura conyugal, y clasifican a estas formas familiares que van en aumento en el
país y de las cuales se tiene poca información estadística. Por último, describen las carac-
terísticas de una investigación que incluyó una muestra de 380 personas divorciadas de
ambos sexos del área metropolitana de Monterrey, y analizan los motivos de conflicto que
subyacen al divorcio de acuerdo con el sexo de las personas de la muestra estudiada.
Por su parte, Blanca Mirthala Tamez, Manuel Ribeiro y Sandra E. Mancinas se enfo-
can en la presentación y discusión de los resultados obtenidos en la encuesta de 2010
sobre el divorcio en Monterrey en torno a la relación encontrada entre los efectos enfren-
tados por las mujeres luego de su divorcio y el nivel de autonomía que ellas muestran en
dos momentos: antes y después del proceso. Asimismo, los autores revisan la relación
observada entre el nivel de autonomía que estas mujeres perciben haber tenido durante
su matrimonio y después de él y el nivel de bienestar que presentaban en el mismo
periodo. Como base para esta revisión y análisis de los datos, exponen una breve discu-
sión en torno a la autonomía femenina, tanto en lo que concierne a su definición y los
indicadores que han sido elegidos para medirla, como también en cuanto al papel que
ésta desempeña en el creciente fenómeno social del divorcio. El análisis de la eviden-
cia es realizado desde la perspectiva de género y tomando elementos de la teoría de la
estructuración y praxis social de Giddens.
En su texto, José Moral de la Rubia refiere un estudio empírico a partir de una mues-
tra incidental de 100 parejas casadas, cuyo objetivo fue estudiar la correlación y potencial
predictivo de un conjunto de variables demográficas, de religión, sexualidad, personalidad
y estados emocionales sobre el ajuste marital, realizando el análisis a nivel de muestra con-
junta y por sexos. El predictor más importante de ajuste diádico encontrado fue el engran-
decimiento marital, el cual parece reflejar un estilo de afrontamiento de las dificultades
maritales con idealización de las cualidades y aminoramiento de defectos y problemas.
Moral encontró que la satisfacción sexual, pero no la frecuencia de relaciones sexuales,
tuvo un efecto positivo en el ajuste diádico, siendo un predictor significativo. También
observó que el estilo alexitímico de distanciamiento y el estilo neurótico de sensibiliza-
ción y queja en el manejo de las emociones —el primero con cierto sesgo masculino y el
segundo con sesgo femenino— fueron predictores negativos del ajuste diádico, aunque
con un peso menor que el engrandecimiento marital. Además, concluyó que la alexitimia
11
Introducción
15
Selznick, 1971: 511). De hecho, en las sociedades occidentales, la idea del matri-
monio “para toda la vida” ha existido y continúa existiendo. Dicha idea está fun-
damentada tanto en creencias religiosas como en la tradición (Trost, 1986).
De tal suerte, la familia conyugal no es sólo la forma predominante de agru-
pación familiar en las sociedades occidentales contemporáneas, constituye en sí
misma un ideal en cuanto se plantea como monogamia perpetua y en cuanto se
fundamenta en la díada esposo-esposa para completarse con la tríada padre-ma-
dre-hijos. En consecuencia, la ruptura legal del vínculo que soporta la estructura
familiar (la unión conyugal), es vista como un atentado contra la estabilidad de la
institución familiar misma, por lo que los sectores más tradicionales de la pobla-
ción prevén que el aumento del índice de disolución conyugal provocará un acer-
camiento hacia la promiscuidad generalizada.1 No obstante, la fragilidad de los
matrimonios individuales no debe confundirse con el debilitamiento de la institu-
ción matrimonial, aun cuando sí pueda entenderse como resultado de cambios en
su naturaleza. La continua institucionalización del matrimonio se ve atestiguada
por la elevada tasa de reiteración del mismo entre las personas divorciadas, por
lo que puede concluirse que lo que se cuestiona es el matrimonio de cada pareja,
y no la institución misma del matrimonio. En resumen, el hecho de que un buen
número de divorciados vuelva a casarse puede interpretarse como un deseo de
enmendar el error cometido.
De hecho, aunque la gran mayoría de las sociedades reconocen el divorcio, no
hay sociedad que lo apruebe en principio. El matrimonio ideal, en cualquier parte,
es aquel en que sus miembros permanecen unidos durante toda la vida. Difiere
primordialmente de las relaciones sexuales no maritales por este factor de recono-
cimiento social y por la mayor duración de tiempo que supone tal reconocimiento
(Linton, 1959). De tal suerte, cualesquiera que sean los requisitos que las diversas
sociedades establezcan para considerar como legítima la unión conyugal, siempre
es posible observar que uno de sus fundamentos es la perdurabilidad del vínculo.
Aunque esto no quiere decir que se excluya la posibilidad de extinción del matri-
monio por medio del divorcio, traduce la tendencia hacia la estabilidad del mismo
y hacia la permanencia de la estructura familiar de la que es origen. Así pues, la
mayoría de las parejas no se casa pensando en que poco después van a divorciarse;
1
Sin embargo, es preciso señalar que el divorcio no sólo no amenaza al matrimonio, sino
que su existencia confirma de alguna manera la importancia que éste tiene para las perso-
nas y para los grupos sociales. La institución del divorcio implica el reconocimiento de que
la afinidad y la dicha son aspectos esenciales en las relaciones del matrimonio. Constituye
una expresión de los valores básicos del matrimonio, tanto como puede serlo la institución
misma. El divorcio es un procedimiento por el cual los individuos que no han podido encon-
trar tales valores en una unión, quedan libres para buscarlos en otra (Linton, 1959: 180).
16
existente entre el número de divorcios registrados por cada 100 matrimonios prác-
ticamente se ha cuadruplicado en el curso de las cuatro últimas décadas.
En el caso de Nuevo León, el crecimiento de las cifras de divorcio es mucho
más acentuado. En dicho estado se observa que entre los años 1994 y 1999 la rela-
ción de divorcios por cada 100 matrimonios registrados se mantuvo alrededor de
6.2 (inegi, 2001); sin embargo, para el año 2002, esta cifra casi se duplica, al lle-
gar a una relación de 11.5 divorcios por cada 100 matrimonios; en 2005 alcanzó
una relación de 15.2 divorcios por cada 100 matrimonios (inegi, 2005); en 2007
llegó a 21.0 (inegi, 2008a)2 y en 2009 fue de 28.8 (inegi, 2008a). Los datos seña-
lados nos indican cómo el fenómeno social del divorcio se ha incrementado en la
entidad en mayor medida que el promedio nacional, ya que la relación de divor-
cios por 100 matrimonios se multiplicó cuatro veces y media en tan sólo 10 años.
En 2009 la relación entre divorcios y matrimonios de Nuevo León casi duplica a la
que se observa en el conjunto del país (véase gráfica 1).
Debemos ser cuidadosos, sin embargo, pues la comparación con las cifras de
nuevos matrimonios puede ser engañosa y hacer aparecer el fenómeno del divor-
cio con magnitudes superiores a las que en realidad puede tener.
En la ciudad de Monterrey, esta cifra llegó a 50.9 divorcios por cada 100 matrimonios
2
en 2007 (inegi, 2008b). Sin embargo, la cifra es engañosa porque muchos de los procedi-
mientos de divorcio de personas de otros municipios se llevan a cabo en esta ciudad, que
concentra a la mayoría de los juzgados de asuntos familiares.
18
3
En Nuevo León, según el Censo 2010, 8.9% de la población de 12 años y más vive en
unión libre (inegi, 2011b).
19
40,000
35,000
30,000
25,000
20,000
15,000
10,000
5,000
0
1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008
Divorcios Matrimonios
1.8
1.6
1.6
1.4
1.2
1
0.8 1.0
0.8
0.6 0.7
0.4
0.4
0.2
0.2 0.1 0.3 0.3
0
1940 1950 1960 1970 1980 1990 2000 2005 2010
20
de personas casadas (cfr. Amato, 2010). Es por ello que hay quienes sugieren que
es mejor utilizar una tasa más refinada, como sería utilizar el número de divorcios
registrados por cada 1 000 mujeres casadas (Amato, 2010).
En la gráfica 5 se nota mejor la tendencia ascendente y casi continua del fenó-
meno del divorcio; no obstante, cabe señalar que la correlación entre la tasa bruta
de divorcialidad y la tasa refinada es de 0.927, significativa a 0.001, lo que indica,
al fin de cuentas, que ambas son igualmente útiles para describir la evolución de
la divorcialidad.
Es curioso observar que mientras que las tasas de divorcio en México, y par-
ticularmente en Nuevo León, se están incrementando, en países como Esta-
dos Unidos están declinando. La tasa de divorcialidad en dicho país creció de
manera constante hasta 1980 y luego empezó a declinar. Así, el número de divor-
cios por cada 1 000 habitantes pasó de 2.2 en 1960 a 5.2 en 1980 (un incremento
de 136% en sólo 20 años), para luego bajar hasta 3.6 en 2006 (Amato, 2010). La
explicación de esta disminución tiene que ver, según Amato, con el incremento
de la edad al momento del primer matrimonio y con un incremento en los nive-
les de escolaridad.
10
8.68
9
5 4.38
4
3 2.17 3.55
2 1.46 2.7
0.85
1 1.58
0
1940 1950 1960 1970 1980 1990 2000 2010
21
4
Aunque las variables mencionadas contribuyen a predecir el divorcio, no podemos
decir que sean causas del mismo.
5
Tienen mayor tendencia a divorciarse quienes se casan jóvenes.
22
menor edad que las de la población divorciada. Así, la edad promedio a la unión
en la EdifamNL fue de 23.3 años para los hombres y 20.8 para las mujeres, mien-
tras que en la encuesta sobre divorcio fueron 24.9 y 22.7 años, respectivamente
(Ribeiro, 2010).
Las gráficas 6 y 7 muestran la distribución por grupos quinquenales y en ella
se ve con claridad que los divorciados se casan a mayor edad que el conjunto de
la población.
45
40..2
40 36.0
8
34.8
35
30
25.3
25
20.0
20
15 12.9
9.9
9
10 6.4 6.1
5 2.5
2 2.8
0.8 1.6 0.7
0
Menos de
d 15 a 19 20 a 24 25 a 29 30 a 34 335 a 39 40 y más
15
Hom
mbres Mu
ujeres
60
52.7
7
50
41.6
37.6
40
30
20
0.1 19.7
20
11.2
8.1
10 5.3
0.9 1.6 0.7 0 0.7
0
0
Menos de
d 15 a 19 20 a 24 25 a 29 30 a 34 335 a 39 40 y más
15
Hom
mbres Mu
ujeres
Gráfica 7. Edad durante la primera unión de las personas divorciadas, Monterrey, 2010
Fuente: Encuesta sobre el divorcio en Monterrey (Ribeiro, 2010).
23
Uno de los factores que han sido mencionados con insistencia en la literatura sobre
el divorcio tiene que ver con la incorporación de las mujeres al mercado labo-
ral. Dice Teachman (2010) que, desde un punto de vista empírico, el incremento
simultáneo de las tasas de divorcio y de participación femenina en el mercado de
trabajo durante los últimos sesenta años han generado interés en la relación entre
ambas variables. Por su parte, Heaton (2002) señala que las explicaciones para el
incremento de los divorcios se enfocan en varios factores, entre los que sobresale
la mayor independencia económica de las mujeres, así como el creciente indivi-
dualismo y el debilitamiento de los vínculos familiares.
En Estados Unidos, diversas investigaciones han encontrado que existe una rela-
ción positiva entre el riesgo de divorciarse y el hecho de que la mujer gane más que
el esposo o que genere una importante proporción del ingreso de la pareja (Teach-
man, 2010); está observación también es señalada por Amato (2010). Asimismo,
se ha encontrado que existe mayor riesgo de divorcio en las parejas en donde la
mujer trabaja más semanas fuera del hogar (Teachman, 2010). No obstante, algu-
nas investigaciones no llegan a las mismas conclusiones. Según Amato (2010), los
académicos de Estados Unidos tendían a asumir que el empleo y el ingreso feme-
ninos constituían factores de riesgo que favorecían el divorcio. Pero el mismo autor
señala que las más recientes investigaciones muestran ciertas inconsistencias res-
pecto de esta relación, ya que, señala, el ingreso y el empleo de las mujeres pueden
tener tanto efectos positivos como negativos sobre la relación matrimonial.
Así, por una parte, la cantidad de horas que las mujeres dedican al trabajo
parece estar asociada con una mayor percepción de problemas maritales, pero al
mismo tiempo, el mayor ingreso contribuye a mejorar otras dimensiones de la cali-
dad de vida marital, pues contribuye a aliviar los problemas financieros de la pareja
(Amato, Booth, Johnson y Rogers, 2007, en Amato, 2010). Por otro lado, Frisco y
Williams (2003, en Amato, 2010) encontraron que entre mujeres que trabajan, la
percepción de inequidad en la repartición de labores domésticas favorece la dis-
minución de la felicidad marital y la probabilidad de divorcio.
El hecho es que en Nuevo León es muy alta la proporción de mujeres divorciadas
que tenían un empleo durante el matrimonio, lo que aparentemente facilitó la rup-
tura. Esto coincide con lo señalado por diversos autores en cuanto a que el empleo
femenino y el ingreso que éste provee otorgan mayores posibilidades a las muje-
res para dejar un matrimonio infeliz. Éste parece, a nuestro juicio, un aspecto vital,
ya que la estructura familiar predominante en México sigue teniendo visos de un
fuerte patriarcalismo y se caracteriza por relaciones asimétricas entre los cónyuges.
24
Muchos otros argumentos pueden ser utilizados para tratar de explicar el incre-
mento de los divorcios. Uno de ellos, sin duda, alude al proceso de secularización,
ya que, como acabamos de señalar, contribuyó a desacralizar el vínculo matrimo-
nial. Pero al mismo tiempo, las familias no tenían mucha elección: en las familias
campesinas, de artesanos, comerciantes u obreros tradicionales, los individuos no
podían hacer otra cosa; el sometimiento económico determinaba el conjunto de las
estructuras sociales y de la cultura en las sociedades tradicionales (Moreaux, 1981).
Con la desacralización del vínculo matrimonial y familiar se ha favorecido el
desarrollo de una dimensión más humana y menos divina, que hace sentir que la
responsabilidad de la unión conyugal es obra de la voluntad personal y no de la de
Dios. El prototipo unívoco de familia, sancionado con un criterio sacral, desapa-
rece y da lugar a una pluralidad de pautas de conducta. Los conflictos latentes o
reales que existen en el seno familiar salen entonces a la luz, sin la inhibición de lo
sagrado y sin el peso de la sanción divina (Leñero, 1983).
En otro orden de ideas, según Dicks (1970), en la familia tradicional cada
miembro conocía su lugar y su estatus y se ajustaba a ellos. La familia constituía
un mundo estrecho y quizás opresivo, pero emocionalmente seguro, porque no
había elección y, por tanto, no existía la posibilidad de conflicto. De hecho, en
la medida en que cada actor aceptaba e internalizaba su rol (y su consiguiente
25
Hace algunos años, diversos sociólogos (cfr. Michel, 1974) consideraban que los
elevados porcentajes de divorcios no constituían un fenómeno episódico que se iría
atenuando,6 sino que eran el resultado de la concepción moderna del matrimonio, el
cual se concibe fundamentalmente como una relación sentimental y erótica. Resul-
tado de ello sería la precariedad de la pareja que se formó sobre esta base.
Decía René König (1981) hace ya varios años, que habría que preguntarse
si la mayor incidencia de divorcios se debe al aumento del fenómeno social de
la quiebra de matrimonios o si más bien se trata de un incremento en el fenó-
meno jurídico de los procesos de divorcio. En otras palabras, habríamos de pre-
guntarnos si en verdad ha aumentado el número de matrimonios fracasados, o
si más bien lo que se ha incrementado es el número de miembros de matrimo-
nios fracasados que se han decidido a legalizar una ruptura ya existente. Para
Harris (1986), las elevadas tasas de divorcio contemporáneas no indican necesa-
riamente una mayor incidencia en la ruptura, sino que, hasta cierto punto, son
atribuibles a una mayor formalización de ésta, aunque agrega que dicha tenden-
cia a formalizar las rupturas no es el único factor para explicar el fenómeno.
Algunos opinan que la mayor probabilidad de divorciarse está en relación directa
con el debilitamiento de los diversos vínculos que unen a las parejas. Trost (1986)
señalaba hace ya tiempo que al principio de una relación el único vínculo que
une a la pareja es emocional (afectivo).7 Sin embargo, con el paso del tiempo, una
pareja empieza a desarrollar otros vínculos: económicos, emocionales y técnicos;
los esposos adquieren préstamos, compran muebles, incluso compran casa; con el
paso del tiempo, estos vínculos se vuelven más y más fuertes. También, a medida
que el tiempo transcurre, la mayoría de las parejas tienen hijos que los vinculan,
6
De hecho, en algunos países desarrollados, como el caso de Estados Unidos, se empieza
a notar una declinación en las tasas de divorcio. Ello no necesariamente significa que los
matrimonios empiezan a ser más sólidos, sino más bien que hay menos matrimonios (y por
ende, menos divorcios), debido sobre todo al incremento en las uniones libres.
7
Excepto en los matrimonios “forzados” (por ejemplo, aquellos que se dan como conse-
cuencia de un embarazo no planeado).
27
así como redes de amigos que comparten, por mencionar algo. En opinión de
Trost, en la medida en que existen más vínculos importantes, la posibilidad del
divorcio disminuye; pero en cambio, cuando los vínculos son pocos o se debilitan,
la pareja corre un mayor riesgo de ruptura conyugal.
16
14
12
10
0
0 1 2 3 4 5 6 7 8 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 36 37 42
Gráfica 8. Duración del matrimonio antes del divorcio en Monterrey (en años)
Fuente: Encuesta sobre el divorcio en Monterrey (Ribeiro, 2010).
Es quizás por ello que los matrimonios de corta duración pueden ser termi-
nados con menos coste para los interesados que los matrimonios que llevan más
tiempo, tanto desde el punto de vista económico como en términos psicológi-
cos. Para los matrimonios que llevan más tiempo, los costes son muy grandes y
constituyen en sí mismos una barrera para el divorcio; actúan como elemento de
disuasión (Harris, 1986).
Los datos de la Encuesta sobre el divorcio en Monterrey (Ribeiro, 2010) mues-
tran que, aunque el promedio de duración del matrimonio es de 7.85 años, más
de la mitad de los divorcios se presenta durante los primeros cinco años de matri-
monio (sobre todo durante el primer año) (véase gráfica 8).
Es por tal motivo que las cifras más elevadas de divorcio se presentan en matri-
monios jóvenes.
Entre los factores interpersonales que favorecen la ruptura del vínculo conyu-
gal están muchos de aquellos que se relacionan con los conflictos que afectan a
28
18
16
14
12
10
0
0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17
Hombres Mujeres
Gráfica 9. Número de motivos que influyeron para el divorcio, según sexo (%)
Fuente: Encuesta sobre el divorcio en Monterrey (Ribeiro, 2010).
29
Hombres Mujeres
Alcoholismo de ex pareja 4.3 35.7
Alcoholismo propio 8.4 1.3
Falta de amor 70.2 71.6
Incompatibilidad de caracteres 70.2 65.2
Intervención de familiares 42.5 37.6
Falta de comunicación 75.2 79.6
Falta de comprensión 77.6 75.4
Infidelidad (adulterio de ex pareja) 30.3 54.2
Continúa...
30
Hombres Mujeres
Infidelidad de encuestado(a) 15.5 4.2
Mal carácter (pareja autoritaria) 55.1 47.3
Violencia del encuestado 17.4 10.7
Violencia de ex pareja 28.3 57.1
Irresponsabilidad de pareja 47.0 63.9
Problemas económicos 30.7 46.6
Discusiones y/o peleas continuas 74.8 74.6
Vida matrimonial rutinaria 48.4 54.4
Usted se enamoró de otra persona 8.7 5.0
Ex pareja se enamoró de otra persona 22.5 39.6
Problemas de compatibilidad sexual 33.9 43.0
Fuente: Encuesta sobre el divorcio en Monterrey (Ribeiro, 2010).
31
Hombres Mujeres
Alcoholismo ex pareja 0.6 8.3
Alcoholismo propio 0.9 0.2
Falta de amor 7.2 5.9
Incompatibilidad de caracteres 10.0 4.4
Intervención de familiares 4.7 3.1
Celos 3.7 0.9
Desconfianza 3.7 1.1
Falta de comunicación 7.2 3.7
Falta de comprensión 5.0 1.8
Falta de compromiso y/o desinterés 4.0 1.3
Infidelidad (adulterio de ex pareja) 13.1 22.8
Mal carácter (pareja autoritaria) 3.7 1.5
Violencia y agresividad 0.0 10.5
Irresponsabilidad de pareja 1.6 6.6
Abandono de hogar por pareja 1.6 2.2
Problemas económicos 4.7 3.5
Discusiones y/o peleas continuas 5.9 2.6
Problemas de compatibilidad sexual 2.8 2.8
Otros 19.6 16.8
Total 100.0 100.0
Fuente: Encuesta sobre el divorcio en Monterrey (Ribeiro, 2010).
Conclusiones
Las tasas de divorcio en Nuevo León han estado creciendo desde hace ya varias
décadas. No obstante, es a partir del año 1980 cuando la tendencia al aumento se
hace más evidente, acentuándose a partir del año 2000.
Esta tendencia ha provocado diversas reacciones, muchas de ellas de alarma,
en particular entre los sectores más conservadores de la población, quienes ven en
el alza de las cifras de divorcio una amenaza para las familias y para el bienes-
tar de la sociedad en general. Pero incluso entre los grupos menos conservado-
res que no perciben al divorcio como un “problema social”, no deja de existir
32
8
Esta explicación, sin embargo, es hipotética y deberá ser puesta a discusión en estu-
dios futuros sobre este tema.
33
Corolario
34
Referencias bibliográficas
35
36
Introducción
37
38
El divorcio es un proceso complejo que surge porque en una pareja están suce-
diendo al menos cinco momentos diferentes a los que podríamos denominar eta-
pas del proceso de ruptura conyugal. Aunque pueden surgir algunas o todas desde
el primer año de matrimonio, en diferente orden que el que aquí se presenta y
pueden variar en intensidad para cada pareja en el proceso de ruptura, son expe-
riencias que la mayoría de las parejas divorciadas comparte:
39
40
Mujeres Hombres
Estado civil
1990 2000 1990 2000
Divorciada(o) 296 214 477 904 110 563 209 540
Separada(o) 517 302 1 330 860 162 515 468 175
Fuente: elaboración propia con base en datos del inegi (1990, 2000).
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Proporción de separados(as) y divorciados(as) respecto a la población de 12 años y más.
Aún así, debemos admitir que el divorcio es una posibilidad más del ciclo evo-
lutivo normal de la vida familiar. Consecuentemente, la familia monoparental y la
reconstitución de parejas con hijos de matrimonios anteriores es en la actualidad,
o será en el futuro, una realidad social (Barbagelata, 2001).
Todas las situaciones anteriores observan nuevos patrones culturales, los cua-
les incrementan la diversidad de los arreglos familiares y sus condiciones. Las
rupturas conyugales tienen, entre sus resultados más visibles, el incremento de
“nuevas” formas de convivencia familiar o de familias (cfr. Arriagada, 1998;
Landero, 2001, 2002, 2005; Landero y González, 2006; Landero, Estrada y Gon-
zález, 2009; Valdés, 2004), originando la formación de familias monoparentales
y su configuración diversa en cuanto a su condición, estructura, composición y
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En nuestros días, las familias reconstituidas (es decir, aquellas familias en las que
al menos uno de los cónyuges había creado previamente una familia propia, o
cuando se forma un hogar donde los cónyuges —o uno de ellos— tenían ya hijos
de anteriores matrimonios) (Alberdi, 1999), son cada vez más frecuentes.
Así pues, una familia reconstituida es la formada por una pareja (casada o unida)
en la que al menos uno de ellos tiene un hijo de una relación anterior. Sin embargo,
cabe preguntarse: ¿qué pasa con los arreglos familiares donde puede haber hijos de
varias relaciones anteriores, o del estado civil (o condición de ruptura de cada uno
de los “nuevos” integrantes de la pareja) de los miembros de la pareja? Sería inte-
resante ahondar en ello, ya que puede darnos un panorama mayor de la diversidad
de formas de las familias reconstituidas, lo que puede brindar la posibilidad de cla-
sificar algunos de estos tipos de familias:
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a vivir en la misma casa (de convivencia matrimonial, 32%) y sólo 5.1% se fue a
vivir con otro familiar (tabla 4). Sin embargo, esto difiere de acuerdo con el sexo
del entrevistado. En el caso de los hombres, el porcentaje mayor se fue a vivir con
sus padres (43.3%) y las mujeres se quedaron en la misma casa (43.8%); esto puede
deberse a que la tradición favorece que las mujeres, especialmente si tienen hijos,
se queden en el hogar. Existe una tendencia a proteger a la mujer y dejarle el domi-
cilio mientras se realiza el trámite de divorcio y se decida el reparto de los bienes
mancomunados (cuando los hubiere); es de tal suerte que algunas mujeres conser-
van la vivienda donde residían. Aún así, el porcentaje de hombres y mujeres que se
mudan con sus padres es alto, lo que indica que la familia de origen es una fuente
de apoyo importante en el proceso de separación o divorcio y que, en ocasiones, los
ingresos económicos no son suficientes para costear otra vivienda.
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Tabla 8. ¿Tuvo problemas por los gastos (en qué gastar o comprar)? (%)
Con respecto a si había conflicto por los amigos, hombres y mujeres coinciden
y no se relacionan las respuestas con el sexo (tabla 9).
En la tabla 11, las respuestas también están relacionadas con ser hombre o
mujer, sobre todo en “de vez en cuando” y “frecuente” las respuestas son opues-
tas y los hombres señalan mayor conflicto que las mujeres en cuanto a las tareas
de la casa.
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Tabla 11. ¿Tuvo problemas en lo relacionado con las tareas de la casa? (%)
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En la tabla 14, las respuestas tanto de hombres como de mujeres coinciden, los
porcentajes son semejantes en “casi nunca” y “de vez en cuando”, y son más altos
en la afirmación de “frecuente”, aún así, no hay asociación de las respuestas de
acuerdo con el sexo del respondiente.
En la tabla 15, las respuestas referentes a dónde salir a divertirse también están
asociadas con el sexo, sobre todo en “de vez en cuando” y “frecuente” las respues-
tas son opuestas y los hombres señalan mayor conflicto en “frecuente” y las muje-
res en “de vez en cuando”.
Tabla 15. ¿Tuvo problemas en relación con dónde salir a divertirse? (%)
A manera de conclusión
Ciertamente, preguntarse por las causas que llevan a una pareja a la separación o
al divorcio no tiene una respuesta fácil. Aunque una explicación obvia nos lleva-
ría a contestar que se separan porque no son felices, los motivos de esta infelicidad
o insatisfacción pueden ser numerosos: infidelidad, elevadas expectativas acerca
del matrimonio, incapacidad para resolver sus conflictos, baja tolerancia y respeto
mutuo, o simplemente paulatino alejamiento. Además, observadores externos a
la pareja aducen causas diferentes a las de los propios interesados. Así, amigos
y familiares podrían indicar que “Se casaron demasiado jóvenes”, “Han tenido
muchos problemas”, “Eran muy diferentes” o “Se encontraban en la crisis de los
cincuenta”. Por otra parte, las razones señaladas por los antiguos cónyuges pue-
den ser muy diferentes: “Bebía demasiado”, “La situación era insoportable, siem-
pre estábamos discutiendo”, “Su madre interfería demasiado”, “Me golpeaba y no
me valoraba”, “Nuestra vida sexual era horrorosa”, “Ya no me sentía atraído por él/
ella”, “Con los años ha cambiado, ya no es la persona con la que me casé y no tene-
mos nada en común”, entre otros.
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En todo caso, y sean unas u otras las razones, lo cierto es que un considerable
número de parejas decide separarse en nuestro país, y lo hace con la esperanza de
estar mejor solas, o con otra nueva pareja, que con su compañía actual. Esta deci-
sión, no obstante, y aunque en ocasiones pueda suponer una liberación, no deja de
implicar una cierta crisis. La persona que se separa debe rehacer amistades, vie-
jas relaciones y, sobre todo, debe comenzar a percibirse de forma independiente,
y no como la pareja de una determinada persona. Toda ruptura es una pérdida,
y como tal entraña cierto dolor. La separación es, de algún modo, el final de un
drama humano en algunas historias de pareja llenas de conflicto y antagonismo o
de aburrimiento y hastío (Wallerstein y Blakeslee, 1990, en el capítulo de Moral,
incluido en esta misma obra). La separación marital ha sido vista como una de las
más estresantes transiciones de la vida, involucrando aspectos emocionales, legales,
económicos, parentales y sociales. Ésta ha sido conceptualizada no como un evento
aislado, sino como una transición que captura un cambio de reglas, roles, relaciones
y recursos para los individuos y sus familias en el tiempo (Pledge, 1992).
La separación y posterior divorcio, para algunos, puede deberse también a que
no hubo adaptación o ajuste de la pareja desde el inicio del matrimonio, a la falta
de habilidades o adecuada solución de los conflictos matrimoniales y/o a pro-
blemas de salud física o mental de alguno de los cónyuges, o de los hijos (si los
hubiera). Como lo señalan Ben-Zur y Michael (2009), la adaptación cognitiva
contribuye al bienestar de las personas que han tenido una ruptura conyugal o
pérdida, como las personas viudas y divorciadas. En palabras de Muñoz-Eguileta
(2009), la disolución del matrimonio puede deberse a factores como la disminu-
ción de la atracción física entre ambos, problemas psicológicos o físicos, los celos,
la infidelidad, las luchas de poder, unas expectativas matrimoniales no satisfechas
o el afrontamiento inadecuado de los numerosos conflictos que surgen con faci-
lidad en la vida en común.
De acuerdo con los resultados de la investigación de José Moral, en su capítulo de
esta obra, se señala que el predictor más importante de ajuste diádico fue el engran-
decimiento marital, el cual parece reflejar un estilo de afrontamiento de las dificul-
tades maritales con idealización de las cualidades y aminoramiento de defectos y
problemas. La satisfacción sexual, pero no la frecuencia de relaciones sexuales, tuvo
un efecto positivo en el ajuste diádico, siendo un predictor significativo.
No obstante, existen parejas (o familias) que a pesar de vivir con conflictos, o
en “espacios diferentes”, no se separan o divorcian por algunos motivos persona-
les, familiares, religiosos o sociales; éstos siguen siendo “matrimonios” o “fami-
lias” para la sociedad y para las estadísticas oficiales. De acuerdo con Moral (en su
capítulo de este libro), el tema económico puede ser la causa que evita el divorcio,
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Referencias bibliográficas
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Introducción
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nivel de bienestar, tanto individual como familiar, sobre todo en relación con la
salud y el desarrollo social (Banco Mundial, 2000, Kishor, 2000, Sen y Batliwala,
1997, citados por Casique, 2004).
Objetivo
Método
Perfil de la muestra
El grupo de estudio se encuentra conformado por mujeres cuya edad fluctúa entre
los 19 y 82 años de edad, con un promedio de 40.5 años y una desviación estándar
de 10.1. El nivel de escolaridad fue medido a través de los años aprobados, los
cuales fluctuaron entre 0 y 26 años, con un promedio de 14 años y una desviación
65
estándar de 4.0. Cabe señalar que dicho promedio se encuentra por encima de la
media del grupo de mujeres en la población de Nuevo León (9 años) de acuerdo
con el censo 2010, pero coincide con los niveles de escolaridad señalados respecto
a las mujeres divorciadas por otros estudios (Instituto de la Mujer en Apodaca,
2010; Ribeiro, 2010; Zúñiga, 2005), así como por los datos arrojados por las esta-
dísticas oficiales (inegi, 2008a) (véase tabla 1). Por ello podemos señalar que, en
general, las mujeres divorciadas presentan un nivel de escolaridad por encima del
promedio del grupo poblacional; es decir, la característica en torno a escolaridad
de la muestra coincide con la mostrada por el universo del que fue extraída (las
mujeres divorciadas en el estado de Nuevo León).
El estado civil que predomina entre las encuestadas, de acuerdo con lo espe-
rado, es el de divorciadas (73%), siguiéndole quienes se encuentran casadas por
segunda o tercera ocasión (19%), mientras quienes se encuentran en unión libre
constituyen 7%, además de las mujeres separadas de un segundo o tercer matri-
monio (1%); en tanto, las viudas constituyen 0.1%. Como se puede observar, una
gran proporción de las mujeres permanece divorciada, y si bien se advierte una
tendencia a volverse a unir o casar (26%), mayor a la observada en estudios ante-
riores (Ribeiro y Cepeda, 1991; Zúñiga, 2005), esto se sigue presentando en menor
proporción que entre los varones (43% de los abordados por el estudio ha vuelto
a unirse o casarse). De la mano con lo anterior, se observa el número de veces
que han contraído matrimonio, quienes lo han hecho en sólo una ocasión (del
matrimonio que se divorciaron) corresponde a 77%, aquellas que se casaron por
segunda ocasión constituyen 22%, por último, las mujeres que se casaron por ter-
cera ocasión conforman 1 por ciento.
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la mayoría de las mujeres del grupo de estudio (76%) ha tenido por lo menos un
hijo, aunque en algunos casos, éste es producto de su actual unión o matrimonio
y no necesariamente del matrimonio del que se divorciaron.
La edad al casamiento es de 23 años en promedio, con un rango que varía entre
13 y 41 años (véase tabla 1). Como se puede advertir, el rango nos indica una
diversidad en este aspecto, puesto que algunas de las mujeres se casaron siendo
adolescentes, mientras que otras lo hicieron en su edad adulta; denotándose que
la edad promedio coincide con los datos arrojados por las estadísticas oficiales
(inegi, 2008a).
Respecto a la actividad económica que realizan las mujeres que han enfren-
tado un divorcio, se indagó principalmente en torno a su trabajo, observándose
que 87% trabajaba al momento de la entrevista, mientras que el restante 13% no
lo hacía. La proporción de mujeres divorciadas que trabaja es elevada si la com-
paramos con la reportada por las estadísticas oficiales de la Encuesta Nacional de
Ocupación y Empleo respecto a 2008, de acuerdo con las cuales, a nivel nacional,
70% de las mujeres divorciadas trabaja (inegi, 2008a). Cabe señalar que el dato
anterior llama la atención sobre todo si consideramos que en el caso de nuestro
grupo de estudio, éste se encuentra conformado tanto por mujeres que permane-
cen divorciadas (73%) como por aquellas que se han vuelto a unir o casar (28%),
o bien, se encuentran separadas en la actualidad (1%).
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y en una mínima proporción fue señalado que otra persona (ajena a la pareja) fue
quien decidió tal situación (véase gráfica 2). Este dato confirma lo señalado por
estudios previos, en torno a que la iniciativa del divorcio fue tomada por la mujer
en la mayoría de los casos (Constanza, 2004; Henríquez, 1998; Rodríguez, 1997;
Ribeiro y Cepeda, 1991; Zúñiga, 2005).
Respecto al tiempo transcurrido después de su divorcio, se advierte que la
media es de 7.46 años, mientras que la mediana corresponde a 5 años, lo que nos
indica que la mitad del grupo presenta un tiempo de 5 años o menos de haberse
divorciado. Sin embargo, es necesario considerar el tiempo de separación pre-
vio al divorcio, mismo que fluctúa entre 0 y 240 meses, siendo en promedio de
18 meses, en tanto que la mediana corresponde a 6 meses. Es decir, que si bien
el promedio estuvo separada durante 18 meses antes de realizar el divorcio legal,
la mitad del grupo lo estuvo durante 6 meses o menos. Otro aspecto que resalta
es el tiempo que pensaron en el divorcio, el cual corresponde en promedio a 21
meses, con una desviación estándar de 34.9 y un rango que fluctúa entre 0 y 295
meses; situación que nos indica que el promedio de las mujeres pensó en el divor-
cio durante casi dos años antes de iniciar los trámites.
69
del mismo es ligeramente mayor en el promedio del grupo (9.29 años), lo cual se
explica principalmente por el tiempo transcurrido entre la separación física y la
disolución legal del vínculo conyugal.
Respecto a la custodia de los hijos menores de edad, se observa que en 90%
de los casos fue la encuestada quien conservó la custodia de los mismos, mien-
tras que sólo 3% indica que la obtuvo su ex pareja, en tanto que 6% señala que fue
compartida. Esta situación permite entrever que son las mujeres quienes se que-
dan a cargo del cuidado de los hijos menores casi en su totalidad, mientras que los
hombres lo hacen en esporádicas ocasiones; también llama la atención la referen-
cia que ambos hacen, aunque en pequeña proporción, a tener una custodia com-
partida, puesto que lograron un acuerdo respecto al cuidado y sobre todo tiempos
para convivir con los hijos.
Para la prueba de las hipótesis planteadas, se elaboraron escalas para medir tanto
el nivel de autonomía como el nivel de bienestar en ambos momentos (durante el
matrimonio y después del divorcio), lo cual representó un total de cuatro escalas, a
las cuales se sumó una quinta escala conformada por el nivel de efectos enfrentados
por la mujer tras el divorcio. Cabe señalar que para la construcción de las variables
referidas al momento anterior al divorcio (durante el matrimonio) fue sumada una
serie de ítems correspondientes a la percepción actual de las mujeres en torno a ese
periodo, por lo cual no se trata de mediciones en distintos tiempos, sino de la res-
puesta de las mujeres participantes en cada uno de los ítems en torno a su percep-
ción respecto del momento anterior al divorcio y luego al momento actual.
En lo que corresponde al estudio de la autonomía, se elaboraron dos escalas:
una para medir la percepción de las mujeres respecto a su autonomía durante
el matrimonio y otra para el percibido respecto al momento posterior al divor-
cio. En ambas escalas se incluyó un total de siete ítems. Cabe señalar que cada
escala se encuentra conformada por dos dimensiones: 1) disposición de tiempos
para cubrir sus necesidades tanto personales como sociales y familiares (con tres
ítems); y 2) libertad en la toma de decisiones, tanto respecto al uso de los recur-
sos financieros como al uso de sus tiempos, la educación y la disciplina de los
hijos (cuatro ítems). Asimismo, es necesario señalar que la comparación entre
ambas escalas, referidas a la percepción de las mujeres en torno a su autonomía
en dos momentos distintos, permite observar las diferencias presentes en torno a
este nivel entre los dos momentos, permitiendo con ello poner a prueba la hipó-
tesis “A” del estudio.
70
Del mismo modo, para la medición del nivel de bienestar mostrado por las
mujeres fueron construidas las variables nivel de bienestar antes del divorcio y nivel
de bienestar después del divorcio, a partir del puntaje obtenido tras la suma de las
respuestas a 11 ítems en cada una de las variables, relacionadas con ambos tiem-
pos —antes y después del divorcio— en los cuales se indaga respecto a la satis-
facción de la mujer en torno a diversos aspectos, tanto de su familia como a nivel
personal, así como de su salud y la de sus hijos, capacidad de decisión y autonomía
lograda. Al igual que en el caso del nivel de autonomía, en torno al nivel de bienes-
tar, la construcción de ambas variables y particularmente la contrastación entre
los resultados arrojados por ambas permite poner a prueba la hipótesis “B”.
En la tabla 2 se muestran los niveles de confiabilidad y coherencia interna obte-
nidos para cada variable a través del coeficiente alpha de Cronbach.
Como fue señalado con anterioridad, estudios previos (Carbonero, 2007; Casi-
que, 2004; Constanza, 2004; Wainerman, 2002) indican que entre los factores que
pueden contribuir a explicar el nivel de autonomía de las mujeres se encuentra
la escolaridad de éstas, así como la de su pareja; hay quienes incluyen particular-
mente a la homogamia (igualdad entre ambos miembros de la pareja) en torno a
la edad y la escolaridad, como un factor relevante en la presencia de cierto nivel
de democracia en las decisiones y control de los recursos. Algunos otros aspectos
que se considera pueden estar interrelacionados con ello son la edad de las muje-
res, el hecho de tener hijos o no, así como el trabajo de la mujer durante su matri-
monio y, de forma particular, el significado que tiene el ingreso económico de la
mujer al interior del hogar.
A partir de estos señalamientos, se realiza una revisión de las principales varia-
bles demográficas obtenidas de la muestra de estudio para analizar el grado en
71
que éstas predicen o explican el nivel de autonomía mostrado por las mujeres
durante su matrimonio; para ello se utilizó la regresión lineal múltiple, en la que
se introdujo como variable dependiente el nivel de autonomía antes del divorcio y
como variables independientes: edad, escolaridad de la mujer encuestada y de su
ex pareja, la homogamia presente en edad y en escolaridad entre la mujer y su ex
pareja, así como el número de hijos nacidos vivos y la duración de su matrimonio;
esta última es particularmente relevante por tratarse de la percepción actual de la
mujer. La prueba arrojó, a través del método Stepwise, el modelo que mejor explica
la variable dependiente, la cual incluye las variables enlistadas en la tabla 3.
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mismo que indica el grado en que la autonomía es explicada por el modelo, resulta
ser no sólo significativo, sino también alto.
Esta situación difiere mucho al explorar las variables que explican o predicen el
nivel de autonomía en las mujeres de manera posterior al divorcio, en tanto que uti-
lizando la misma prueba de regresión lineal múltiple, se introdujeron como variable
dependiente: nivel de autonomía después del divorcio, y como variables indepen-
dientes: edad y escolaridad de la mujer encuestada, así como la duración social y
legal del matrimonio, el tiempo transcurrido tras el divorcio, el nivel de autonomía
anterior al divorcio, el nivel de ingreso actual de su familia, las necesidades cubier-
tas (tanto propias como de los hijos) y el número de hijos. Utilizándose el método de
Stepwise, la prueba mostró el modelo que mejor explica a la variable dependiente, el
cual se encuentra constituido por las variables enlistadas en la tabla 4.
73
74
Al comparar entre los niveles de autonomía, se advierte que 34% de las mujeres
percibe un incremento entre el nivel anterior y el nivel actual, mientras que 59% se
mantiene en el mismo nivel y únicamente 6.33% registra un nivel actual menor al
mostrado durante el matrimonio. Otra prueba estadística utilizada para comparar
ambas escalas fue la prueba t, misma que permite contrastar ambos momentos del
nivel de autonomía, a través de la comparación de medias, mismo que brinda un
75
76
52
50%
40%
30%
20% 17
13
10% 13
2 3
0%
Empeoró de 8 a 14 Empeoró de 1 a 7 Permaneció igual Mejoró de 1 a 7 Mejoró de 8 a 14 Mejoró de 15 a 21
77
78
Rara Frecuen-
Indicador Momento Nunca Siempre Total
vez temente
Se siente satisfecha Antes 16 24 2 38 100
con su desempeño
familiar Después 1 4 18 7 100
Se siente satisfecha Antes 6 10 22 6 100
con su desempeño
en el trabajo Después 0.5 1 16 82 100
Se siente satisfecha Antes 22 2 23 31 100
con su desarrollo
personal Después 2 2 19 77 100
Se siente satisfecha Antes 2 2 2 2 100
con su vida social Después 1 5 24 70 100
Se siente satisfecha Antes 1 22 2 42 100
con su estado de
salud Después 2 4 22 7 100
Se siente satisfecha Antes 4 9 18 69 100
con la relación que
tiene con sus hijos Después 1 3 11 8 100
79
60%
52
50%
40%
30% 27
20%
10% 8
8 7
0%
Empeoró Permaneció Mejoró Mejoró Mejoró
de -1 a -11 igual de 1 a 11 de 12 a 22 de 23 a 33
80
presentar valores negativos (de -11 a -1); asimismo, una proporción igual señala
que no percibió cambios entre ambos niveles, mientras que 84% señala percibir
mejoría entre ambos momentos (véase gráfica 4).
La evidencia revisada permite concluir que el nivel de bienestar después del
divorcio se ve claramente incrementado en comparación con el mostrado durante
el matrimonio en la mayoría de las mujeres del grupo de estudio, lo cual, además de
probar la hipótesis planteada “B”, permite poner el acento en la situación percibida
por las mujeres en ambos momentos, entre los cuales, en general, se percibe mejo-
ría, en particular en aquellos aspectos relacionados con su capacidad de decisión
respecto a ella misma y sus hijos, así como en torno a su autonomía y las relacio-
nes con los hijos. Lo anterior, además, coincide con la evidencia obtenida al indagar
respecto a los efectos enfrentados por las mujeres tras el divorcio, lo cual se revisa
enseguida.
Para la revisión y análisis de los efectos mostrados por las mujeres tras el divor-
cio, se elaboró una variable a partir del puntaje o suma obtenida de 15 indicadores
en los que se pidió a las participantes hacer una comparación entre el momento
anterior y posterior al divorcio, en diversas situaciones de su vida e indicar —de
acuerdo con su percepción en cada una de las situaciones consideradas— si ésta
empeoró, quedó igual o mejoró. El resultado de esta revisión se torna particular-
mente importante en tanto que permite poner a prueba dos de las hipótesis plan-
teadas en el presente estudio: hipótesis “C”: A mayor nivel de autonomía mostrado
por las mujeres de manera anterior al divorcio, menores efectos negativos presenta-
rán tras el divorcio, e hipótesis “D”: A mayor nivel de autonomía posterior al divor-
cio, menores efectos negativos serán mostrados por el grupo de las mujeres.
De acuerdo con lo planteado, se esperaba encontrar mayor diversidad entre
los efectos percibidos por las mujeres, en los que a partir del tiempo de divor-
ciadas por un lado, y de la iniciativa o no en el divorcio, por el otro, se pudie-
sen observar tanto efectos adversos como positivos, situación que difiere en gran
medida de los resultados. Los efectos observados son mostrados de manera des-
criptiva en la tabla 9, donde se registran las proporciones en que las mujeres del
grupo de estudio señalaron en la mayoría de las situaciones de su vida percibir
mejoría entre ambos momentos, así como aquellas áreas en las que éstas perci-
ben que permanecieron igual; asimismo, se muestran las situaciones en que se
percibe un empeoramiento o efectos adversos, siendo estas últimas las de más
baja proporción.
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82
94
100
90
80
70
60
50
40
30
4 2
20
10
0
Empeoró Que
edó igual Mejorró
Con la finalidad de conocer de manera específica cuáles son las mujeres que per-
ciben cambio en su situación entre ambos momentos (tanto mejoría como empeo-
ramiento), se indagó sobre la percepción de mejoría por grupos, la cual presenta
diferencias más notorias al comparar grupos de acuerdo con la participación o no
en la decisión del divorcio. La percepción más elevada de mejoría se encuentra entre
las mujeres que indicaron haber sido ellas quienes decidieron el divorcio, como es
el caso de la situación económica en la que la mejoría es indicada por 63%, en la
salud (62%), en la ayuda recibida por parte de parientes (58%), pero sobre todo en
los sentimientos de felicidad y en el estado de ánimo (89 y 88%, respectivamente)
(véase tabla 10). Esto coincide con los hallazgos de otros estudios (Gorell-Barnes y
Dowling, 1998; Wang y Amato, 2000; Wallerstein y Bakeslee, 1990).
Otro aspecto que resalta es el hecho de que el grupo de mujeres que dijeron que
la decisión de divorcio fue de su ex pareja denota en mayor medida efectos adver-
sos, en particular en la situación económica, en su vida amorosa, en su estado
de salud, en estado de ánimo, en sentimientos de soledad y en sentimientos de
felicidad. Asimismo, en las mujeres que subrayan que la decisión de divorcio fue
83
84
85
86
Tabla 12. Correlaciones de efectos del divorcio con variables clave del estudio
Variable R Nivel
de significancia
Diferencia entre bienestar antes y después 0.440 0.000
Diferencia entre autonomía antes y después 0.364 0.000
Nivel de bienestar después del divorcio 0.339 0.000
Disposición de tiempos después del divorcio 0.291 0.000
Nivel de bienestar antes del divorcio -0.284 0.000
Nivel de autonomía antes del divorcio -0.255 0.000
Disposición de tiempos antes del divorcio -0.239 0.000
Nivel de autonomía después del divorcio 0.213 0.000
Libertad en la toma de decisiones antes -0.213 0.000
Duración social del matrimonio -0.171 0.000
Ingreso familiar 0.171 0.000
Apoyo recibido antes del divorcio -0.168 0.004
Cobertura de necesidades -0.154 0.001
Duración legal del matrimonio -0.142 0.003
Libertad en la toma de decisiones después 0.133 0.020
Escolaridad 0.122 0.010
Edad -0.093 0.049
Apoyos recibidos después del divorcio 0.059 0.335
Tiempo de divorciada 0.044 0.356
Fuente: elaboración propia.
De tal suerte que el modelo que mejor explica la situación de los efectos enfren-
tados por las mujeres tras el divorcio, a partir de los indicadores arrojados por la
prueba estadística, es la combinación de la diferencia obtenida (incremento) entre
el bienestar anterior y el actual, la disposición de tiempos (control de este recurso)
87
Tabla 13. Modelo que explica el nivel de efectos enfrentados tras el divorcio
Los valores arrojados por los principales indicadores, pero sobre todo el
modelo que conjuga las variables independientes antes señaladas, nos permite
entender que la conjunción entre el incremento de bienestar mostrado por las
mujeres con su autonomía, principalmente la presente después del divorcio, junto
con la escolaridad de las mujeres, explican en gran medida los efectos mostrados
por ellas tras su divorcio. Cabe señalar que en el caso de la autonomía anterior al
divorcio (durante el matrimonio), la correlación es negativa, es decir, que a menor
autonomía en el matrimonio, se advierte una mejoría más evidente en la situación
percibida de los efectos del divorcio.
Lo anterior permite sostener la hipótesis “D”: A mayor nivel de autonomía
posterior al divorcio, menores efectos negativos serán mostrados por el grupo de
las mujeres tras el divorcio; pero no así la hipótesis “C”: A mayor nivel de auto-
nomía mostrado por las mujeres durante el matrimonio, menores efectos negati-
vos presentarán tras el divorcio. Esta última hipótesis se rechaza, en tanto que la
relación planteada por la misma difiere de la que muestran los resultados del
modelo. Es decir, quienes menores efectos adversos presentan tras el divorcio
88
son aquellas mujeres que presentaron menores niveles de autonomía antes del
divorcio y muestran un mayor nivel en el momento posterior.
Además, retomando lo expuesto en este apartado, y a partir de los resultados
mostrados, es posible señalar que la mejoría percibida por las mujeres, en parti-
cular en la comparación realizada en torno a las áreas de estado de ánimo, vida
social, sentimiento de felicidad, vida amorosa, estado de salud y económico, pre-
senta diferencias a partir del hecho de haber sido ellas quienes tomaron la decisión
de divorciarse, así como por el hecho de tener pareja en la actualidad; en tanto que
son estas mujeres quienes perciben mejoría en mayor medida.
Para el análisis de esta relación, primero se revisan las correlaciones entre el nivel
de bienestar de las mujeres antes del divorcio con la escala que muestra el nivel de
autonomía en ese mismo periodo, así como con las sub-escalas que la conforman:
1) disposición de tiempos, y 2) libertad en la toma de decisiones. Aunado a ellas, se
agrega cada uno de los indicadores de autonomía en el momento antes del divor-
cio, como se puede observar en la tabla 14.
Significancia
Variable o indicador antes del divorcio R
estadística
Escala: Puntaje de autonomía global 0.466 0.000
Sub-escala: Disposición del tiempo 0.577 0.000
Sub-escala: Libertad en la toma de decisiones 0.662 0.000
Tiempo para atender necesidades de la familia 0.368 0.000
Tiempo para atender sus necesidades sociales 0.420 0.000
Tiempo para atender sus necesidades personales 0.503 0.000
Libertad para decidir sobre tiempo libre 0.600 0.000
Libertad para decidir sobre ingreso familiar 0.462 0.000
Libertad para decidir sobre educación de los hijos 0.099 0.059
Libertad para decidir sobre disciplina de hijos 0.115 0.029
Fuente: elaboración propia.
89
90
Nivel de
Indicadores Valor
significancia
R 0.516
R Square 0.266
Error estándar de la estimación 6.582
Grados de libertad 4
F 29.522 0.000
Beta de:
Nivel de autonomía antes del divorcio 0.519 0.000
Duración legal del matrimonio 0.433 0.002
Edad de la mujer 0.146 0.013
Duración social del matrimonio -0.321 0.022
Fuente: elaboración propia.
91
92
A manera de conclusión
93
94
que las correlaciones en el momento previo al divorcio son más elevadas que en
el posterior, así como que el índice de regresión del modelo predictor es más ele-
vado; por otro lado, en cuanto a las variables que explican el nivel de bienestar
durante el matrimonio, resalta el que en ambos momentos es la escala global de
autonomía percibida por las mujeres la que predice el nivel de bienestar, permi-
tiendo sostener las hipótesis “E” y “F” planteadas en el estudio, mismas que con-
centran el propósito esencial del mismo. Cabe señalar que, en el primer momento,
es la escala de autonomía combinada con la edad de la mujer y la duración tanto
legal como social del matrimonio lo que en conjunto logra predecir en una ele-
vada medida el nivel de bienestar (durante el matrimonio), mientras que en el
momento posterior al divorcio es la combinación del nivel de autonomía (poste-
rior al divorcio) en combinación con el nivel de escolaridad de la mujer los que
conforman el modelo predictivo; no obstante, hay que reconocer que la escolari-
dad contribuye en baja proporción.
También es importante subrayar que al contar en el análisis con el modelo
explicativo del nivel de autonomía en ambos momentos, ello permite identificar
que si bien dichas escalas logran explicar en gran medida a la variable dependiente,
éstas, a la vez, son influidas por una serie de aspectos entre los que destacan: el
número de hijos y la duración del matrimonio en una correlación negativa, pero
también la escolaridad de la expareja en el momento previo al divorcio y la escola-
ridad propia en el momento posterior. Además de que en el momento posterior al
divorcio la influencia es más diversa y es una combinación de recursos tanto auto-
ritarios como distributivos lo que por un lado predice o explica el nivel de autono-
mía, pero de manera indirecta influye en el nivel de bienestar que éstas perciben
tener en ese mismo momento.
El hecho de que durante el matrimonio la escolaridad de la pareja sea de
gran relevancia para el nivel de autonomía percibido, parece señalar que es éste
el recurso que brinda una mayor apertura del cónyuge a que la mujer obtenga
mayores libertades, tanto en la toma de decisiones como en el control de los
recursos, lo que indicaría una mayor democracia al interior del matrimonio,
misma que podría estar conformada por un mayor grado de solidaridad de
corresponsabilidad entre los cónyuges, más que una solidaridad de comple-
mentariedad, basada en la especialización, que se caracteriza en una marcada
división de recursos y tareas entre los sexos. Es decir, las mujeres que gozaron
de mayores niveles de autonomía al interior del matrimonio señalan en cierta
forma haber constituido una pareja de transición de acuerdo con la tipología de
Burín y Meler (1998), y Meler (1998).
Lo anterior confirma lo señalado en el planteamiento, en torno a que de
acuerdo con Giddens y su teoría de la estructuración y praxis social, los recursos
95
tanto distributivos como autoritarios constituyen los medios o bases de poder con
que el agente, en este caso la mujer, cuenta para transformar la situación en que se
encuentra a través de la acción surgida de un mayor grado de libertad (Giddens,
1984). No obstante, es importante señalar que la situación diferencial observada
entre las mujeres respecto a los efectos percibidos y su nivel de bienestar, si bien es
menor a la esperada, también se encuentra en función de menores recursos auto-
ritarios (toma de decisiones) y distributivos (acceso a los bienes), que impiden a
la mujer actuar o transformar su situación en la misma medida que a quienes sí
cuentan con dichos recursos. En ello cabe resaltar que, aunque en menor medida
de lo esperado, la diversidad encontrada entre la situación de las mujeres (nivel de
efectos enfrentados y nivel de bienestar percibido) parece estar explicada en fun-
ción de la presencia o no de estos recursos.
Referencias bibliográficas
97
99
Introducción
La imagen de la relación de pareja nos ha sido dada por la sociedad y así la man-
tenemos por ser un modelo a seguir. Montecino (1996) refiere que las identida-
des de género se definen como madre para las mujeres, y como proveedor y padre
ausente para los hombres, aún hoy en día como en el pasado. La mujer, a pesar de
101
102
en aquellos que destacan el estar casados y tener deberes. Parece que las personas
con más estudios acentúan la dimensión personal de los afectos y las personas con
menos estudios la dimensión social de los deberes familiares. Precisamente las
personas con menos estudios tienen más hijos. Por diferencias de sexos, los hom-
bres asocian más que las mujeres la categoría temática de garantizar una solven-
cia económica, lo que destaca que el papel tradicional de proveedor para el género
masculino aún está presente en el pensamiento social.
103
104
desarrollados. Por entidad federativa, las tasas más altas se registraron en: Yuca-
tán (7.3%), Durango (7.1%) y Guanajuato (7.0%); en contraste, Baja California
(2.5%) y Quintana Roo (2.7%) muestran los valores más bajos de este indicador
(inegi, 2007). La tasa de divorcio asciende a 13%, que es la mitad que la europea
y un quinto de la estadounidense.
La edad promedio al contraer matrimonio fue de 28.1 años en hombres y 25.3
en mujeres, unos cinco años por debajo del promedio europeo. La tasa de natali-
dad está por encima, al menos en un hijo, de los países europeos, permitiendo el
crecimiento con población autóctona, al quedar por encima de la tasa de renova-
ción generacional (inegi, 2007).
Lo que alarma a las autoridades en planificación poblacional es la tasa creciente
del divorcio, con su duplicación en los 10 últimos años, y la tendencia decreciente
de los matrimonios y número de hijos por matrimonio. Éste no es un fenómeno
aislado en México, sino que también está ocurriendo en todos los países europeos,
y en la mayoría de los países latinoamericanos (unicef, 2007). En las estadísticas
seriales de 1990 a 2007, se observa que la tasa de matrimonio en México parece
estar llevando a su valor asintótico de 5 por 1 000 habitantes, pero no así la tasa de
divorcio, la cual seguirá incrementándose probablemente hasta alcanzar a las tasas
europeas, de un cuarto a un tercio de los matrimonios. Por otra parte, el número de
hijos está bajando a un valor asintótico de dos hijos por pareja (inegi, 2007).
Los temores de retroceso demográfico y envejecimiento de la población, en un
país joven, de cultura latina y vitalidad económica, a corto plazo no son motivos
de preocupación excesiva, en el sentido de que los jóvenes no se quieran casar ni
tener hijos y que pronto decidan romper sus lazos maritales. El matrimonio goza
de salud en México y el divorcio queda como una opción cuando sea necesario.
En sí, la cultura se encarga de fomentar el matrimonio, el tener hijos y evitar la
ruptura marital a través de los procesos de socialización, ceremonias sociales, los
rumores y juegos de prestigio y oportunidades (García y Chávez, 2008; Lagarde,
1997). No obstante, a medio y largo plazos, estas tendencias demográficas van a
cobrar importancia, pues la cultura latina tradicional está cambiando. Debe men-
cionarse que hay autores, como López, Salles y Tuirán (2001), quienes señalan que
este cambio no es lineal o progresivo, sino ambivalente y contradictorio; incluso,
Leñero (1992) habla sobre la existencia en México de un neomachismo, con una
tendencia a reducir al hogar las labores de la mujer.
En la actualidad, los cambios culturales son motivo de desajuste marital. Díaz-
Loving, Rivera y Sánchez (1999) muestran que la relación entre las característi-
cas reales e ideales de la pareja y la satisfacción marital están en función de las
diferencias de significado asociadas con el género. Consideran que las diferencias
entre los sexos se deben a las variaciones en el significado que tiene para cada uno
105
el concepto de satisfacción marital y amor. Para los hombres, las conductas instru-
mentales son más importantes para la expresión de satisfacción y del amor, mien-
tras que para las mujeres lo son las conductas expresivas. Los datos indican que a
medida que se hace más grande la distancia entre la pareja ideal y la real, se pre-
senta mayor insatisfacción en la pareja. Aparte, como motivo de ruptura está la
violencia manifestada en uno de los miembros de la pareja o ambos, la cual puede
estar motivada por conflictos en relación con aspectos tradicionales de género
que la pareja no satisface desde la adaptación a las exigencias de la vida en la socie-
dad actual (Díaz-Loving y Sánchez, 2002).
En la medida en que hombres y mujeres se involucran en una relación y esta-
blecen una familia, muestran comportamientos y características más vincula-
dos con los roles tradicionales de género, en especial cuando se convierten en
padres. Sin embargo, en las últimas tres décadas, se han registrado cambios tales
como: la incursión de las mujeres en los niveles educativos superiores, su incor-
poración masiva al mercado laboral, la introducción de nuevas tecnologías repro-
ductivas-anticonceptivas e incluso su incorporación académica a los estudios de
género, cambios que inciden de manera directa en el interior de la vida familiar
y de pareja. En la medida en que se han dado estos cambios, se ha generado la
posibilidad de cuestionar y reconstruir las ideas y las creencias alrededor de los
géneros, lo cual impacta de forma directa sobre los comportamientos y las rela-
ciones que se dan entre los cónyuges. Al explorar el impacto de una postura más
equitativa en el ejercicio de roles más o menos tradicionales, tanto en la familia
como con la pareja, se observa una escasa incorporación de los varones dentro del
modelo equitativo y un aumento de la demanda de cambio en las mujeres, esto es,
un incremento del conflicto y el malestar (Díaz-Loving, Rocha y Rivera, 2007).
La infidelidad constituye la principal causa de divorcio en los tribunales como
demanda de las mujeres hacia los hombres (Avelarde, Reyes, Díaz-Loving y Rivera,
1996). La diferencia entre hombres y mujeres en los porcentajes de casos de infi-
delidad en países desarrollados es de más de un tercio. Con base en la Encuesta
Social General estadounidense, Laumann, Gagnon, Michael y Michaels (1994)
reportaron que 25% de los hombres casados o en unión y 15% de las mujeres
admitían haber tenido sexo con otra persona además de su pareja al menos una
vez en su vida marital; sin embargo, menos de 4% lo reportaba en el año previo.
Wiederman (1997) también reporta porcentajes semejantes: 22% de los hombres y
12% de las mujeres han sido sexualmente infieles a sus parejas al menos una vez a lo
largo de su vida marital o de convivencia, afectando entre 20 y 25% de los matrimo-
nios. Se estima que su prevalencia es más alta en los casos que llegan a divorcio, en
8 de cada 10 parejas hay alguna infidelidad a lo largo de su vida conyugal, siendo el
porcentaje y frecuencia ligeramente mayor en el hombre (de 5 a 6 de cada 10) que
en mujeres (de 4 a 5 de cada 10) (Gómez, 2003). En los hombres, como motivos,
106
Sternberg (1989) describe las relaciones de amor entre las personas con base en
tres dimensiones o componentes: intimidad, pasión y compromiso. La intimidad
se refiere a aquellos sentimientos dentro de una relación que promueven el acer-
camiento, el vínculo y la conexión entre la pareja; es uno de los puntales del amor,
pero constituye una base que se desarrolla con lentitud y que es difícil alcanzar; se
expresa de manera fundamental a través de la promoción del bienestar del otro. La
pasión se identifica con la vivencia y/o expresión de deseos y necesidades respecto
al otro miembro de la pareja; comprende aspectos fisiológicos, como elevación de la
excitación general y/o sexual, la necesidad de contacto físico y/o sexual, y aspectos
psicológicos, como deseo de entrega, de afiliación y de necesidad de reciprocidad;
se expresa en comportamientos de acercamiento físico y/o sexual. El compromiso
comprende dos componentes: a corto plazo implica la decisión de amar a la per-
sona, a pesar de las dificultades que surjan, y a largo plazo supone preservar el
amor incluso en los momentos difíciles.
Sternberg (1989) no sólo describe los componentes del amor, sino que además
señala que cada persona tiene, en un momento dado, determinados niveles de
cada uno de esos componentes. El autor representa gráficamente los componen-
tes del amor en un triángulo cuyos vértices corresponden a cada uno de los tres
componentes ya mencionados: intimidad, pasión y compromiso. Estos triángulos
cobran diversas formas y sus áreas son también distintas de acuerdo a cómo cada
persona experimente el sentimiento amoroso provocado por su pareja, tanto en el
ámbito real como en el ámbito percibido y en el ideal.
El ajuste marital
Se entiende por ajuste marital el grado en que la pareja está cohesionada, satis-
fecha, funciona con armonía y se expresa afecto. El ajuste marital es clave para el
mantenimiento de la relación en el tiempo, de ahí que tome una especial relevancia
107
108
características del constructo y los hallazgos empíricos cabe esperar que la alexi-
timia afectará el ajuste diádico y la satisfacción sexual al limitar la capacidad de
afrontar tensiones y problemas; pudiendo mostrar un efecto causal indirecto adi-
cional a través de la ansiedad y la depresión. Se entiende por neuroticismo el rasgo
de ansiedad o nerviosismo, indicado por inestabilidad emocional, inseguridad,
tasas altas de ansiedad, estado continuo de preocupación y tensión, con tendencia
a la culpabilidad y generalmente unido a sintomatología psicosomática.
Método
Participantes
La muestra quedó integrada por 100 parejas casadas (N= 200) procedentes de una
ciudad industrial del noreste de México: Monterrey. Sólo una pareja asistía a tera-
pia y ninguna se encontraba en proceso de separación o divorcio. Así, 5% de los
encuestados señaló haber tenido un divorcio anterior al matrimonio actual. La
media de edad fue de 34 años, con una desviación estándar de 10 y rango de 18 a
60 años. La media de escolaridad fue de 9.5 años con una desviación estándar de 2.
La mediana de la clase social a la que se cree pertenecer correspondió a clase social
media-media; 66% se consideró de media-media, 26% media-baja, 5% media-alta
y 3% baja. La media de años de matrimonio fue de 11 años con una desviación
estándar de 9 años y rango de 1 mes a 37 años. La media de hijos fue de 2, con una
desviación estándar de 1 y rango de 0 a 5. Asimismo, 82% reportó ser creyente
109
Instrumentos de medida
La Escala de Ajuste Diádico (Dyadic Adjustment Scale, DAS) fue creada por
Spanier (1976) y parte de una distinción conceptual entre satisfacción y ajuste,
así como del descontento con las medidas de satisfacción existente, ya que éstas
sólo valoraban el estado presente y no capturan los procesos de desarrollo inhe-
rentes al ajuste. El ajuste es un proceso de adaptación a la convivencia en pareja
donde la satisfacción es uno de sus componentes. El logro del proceso de ajuste,
según Spanier (1976), se verá reflejado en cuatro aspectos: consenso sobre asuntos
de importancia para el funcionamiento de la pareja (como finanzas, ocio, valores,
tareas domésticas y amigos), satisfacción de la pareja, la cohesión y la expresión de
cariño. Precisamente éstos son los cuatro factores que su escala de 32 ítems (DAS)
110
111
Cronbach es alta (α= .86) y cuenta con una estructura unifactorial. En cuanto a su
validez criterial, muestra una correlación moderada de .48 con el Test de Ajuste
Marital (MAT) de Locke y Wallace (1959), correlaciones de .51 a .82 con el pun-
taje total de la Escala de Ajuste Diádico (DAS) (Spanier, 1976) y sus subescalas,
además posee buena capacidad para discriminar entre parejas con y sin proble-
mas, empleándose como criterio la escala DAS, tanto en muestra control (Hen-
drick, 1988) como clínica (Vaughin y Martyastik, 1999).
Se emplea la adaptación de la escala RAS realizada por Moral (2008c) en pobla-
ción mexicana. La escala se tradujo por el método de doble traducción indepen-
diente (inglés-español y español-inglés), con la participación de dos expertos. En
la presente muestra de 100 parejas casadas levantada en Nuevo León (N= 200), la
Escala Valoración de la Relación (RAS) posee una estructural unifactorial con
base en el criterio de Kaiser que explica 38.52% de la varianza total por Ejes Prin-
cipales, con un ajuste adecuado a los datos por Máxima Verosimilitud (χ2/gl=
3.08, RMSEA= .068, GFI= .921, AGFI= .982 y CFI= .976). Su consistencia interna
es alta (α= .81). Su distribución es asimétrica negativa (Sk= -0.83, EE= 0.17), no
ajustándose a una curva normal (ZK-S= 1.76, p<.01). La mediana es de 30, media de
29.34 y desviación estándar de 4.49. Además presenta correlaciones altas con Escala
de Satisfacción Marital (ESM) (Pick y Andrade, 1988) (r= .81), Escala de Ajuste Diá-
dico (DAS) (Spanier, 1976) (r= .79) e Índice de Insatisfacción Sexual (ISS) (Hudson,
1982) (r= -54), lo que indica validez criterial y de constructo. Por tanto, la escala se
muestra adecuada para ser usada en México, sin eliminar ningún ítem.
El Índice de Satisfacción Sexual (Index of Sexual Satisfaction, ISS) fue creado
por Hudson (1982). Debido a que los ítems están valorados en sentido negativo,
se denomina en este estudio como escala de Insatisfacción Sexual. Cuanta más
alta es la puntuación, la escala refleja menor disfrute o satisfacción con la sexuali-
dad marital. El rango de puntuación de cada ítem es de 1 (en ningún momento) a
7 (todo el tiempo). La escala está integrada por 25 ítems, así el rango potencial de
la escala va de 25 a 175. La consistencia interna de la escala es alta (α= .92). Mues-
tra validez concurrente, correlacionando de forma significativa con la Escala de
Ajuste Marital de Locke y Wallace. También posee buena validez discriminativa al
clasificar correctamente a 80% de las parejas con o sin problemas sexuales, resul-
tando la correlación biserial-puntual entre la escala y la pertenencia o no al grupo
con problemas sexuales de .76. Reducida a un rango de 100 puntos (de 0 a 100),
una puntuación mayor a 30 sugiere insatisfacción sexual; y una puntuación mayor
a 70, una experiencia severa de estrés con la posibilidad de violencia.
Se emplea la adaptación de la escala ISS realizada por Moral (2009b) en pobla-
ción mexicana. La escala se tradujo por el método de doble traducción indepen-
diente (inglés-español y español-inglés), con la participación de dos expertos. En
112
la presente muestra de 100 parejas casadas levantada en Nuevo León (N= 200), la
escala resulta consistente (α= .92), la distribución es ligeramente asimétrica posi-
tiva (Sk= 0.62, EE= 0.17), alejándose del perfil de una curva normal (ZK-S= 1.59,
p= .01). La mediana es de 56, media de 60.86 y desviación estándar de 21.97. Se
obtienen tres factores correlacionados con base en el criterio de Cattell que expli-
can 54% de la varianza total: Insatisfacción sexual con la pareja y con el sexo con-
yugal (1, 2, 3, 6, 7, 8, 9, 10, 12, 16, 17, 19, 21, 22, 23 y 25) (α= .92), rechazo del
sexo conyugal (4, 5, 11, 13, 14, 15 y 24) (α= .72) y evitación sexual por parte de
la pareja o incompatibilidad sexual (18 y 20) (α= .77). El modelo de tres facto-
res correlacionados presenta un ajuste a los datos algo pobre por Máxima Vero-
similitud (χ2/gl= 2.76, GFI= .76, AGFI= .72 y RMSE = .09). Al reducirse los dos
primeros factores a cuatro indicadores: F1 (2, 9, 12 y 22) (α= .84), F2 (4, 5, 14
y 24) (α= .76), se obtuvieron índices de ajuste buenos (χ2(32)= 49.49, p= .02,
χ2/gl= 1.55, GFI= .95, AGFI= .92 y RMSEA= .05). El Índice de Insatisfacción
Sexual (ISS-25) presenta correlación significativa, negativa y moderada-alta con
ajuste diádico (DAS) (Spanier, 1976) (r= -.53), lo que refleja validez conver-
gente, y correlación moderada-baja con la escala de deseabilidad social (SDS)
(Crowne y Marlowe, 1960) (r= -.31, p<.01), reflejando escaso sesgo del manejo
de la impresión. Es independiente de la frecuencia de relaciones sexuales (r= -10,
p= .16) y del sexo (rbp= .05, p= .49). Por tanto, la escala se muestra adecuada para
ser usada en México, sin eliminar ningún reactivo.
La Escala de Engrandecimiento Marital (Marital Aggrandizement Scale, MAS)
fue creada por O’Rourke y Cappeliez en 2002 como una medida específica de
distorsión en un sentido socialmente deseable del reporte de datos sobre la vida
marital. Consta de 18 ítems tipo Likert con 7 puntos de recorrido cada uno de
-3 (totalmente en desacuerdo) a +3 (totalmente de acuerdo), teniendo un punto
medio 0 (ni de acuerdo ni en desacuerdo). Los ítems se puntúan de 1 a 7; así, la
puntuación en la escala varía de 18 a 126. Todos los ítems se puntúan en sen-
tido de engrandecimiento; así, cuanto más se puntúa, mayor es la distorsión en
el autoinforme. Hay cuatro ítems redactados en sentido inverso (2, 11, 13 y 17),
cuyas puntuaciones hay que invertir (8 – X). Los 18 ítems de la escala tienen una
consistencia interna por la alfa de Cronbach de .84 y una estabilidad test-retest
de .80 durante un intervalo promedio de 15 meses. La validez concurrente y dis-
criminante de las respuestas a la escala MAS ha sido demostrada en relación con
medidas de sesgo de respuesta, satisfacción marital y bienestar psicológico. En un
análisis factorial confirmatorio, el engrandecimiento marital saturaba en un cons-
tructo latente de respuesta sesgada, junto a autoengaño y manejo de la impresión,
sin saturaciones significativas con satisfacción marital y bienestar psicológico
(O’Rourke y Cappeliez, 2002). Por tanto, este hallazgo apoya la afirmación de que
113
114
adecuada (α= .75). Su distribución se ajusta a una curva normal (Zk-S= 1.21, p= .11)
con una media de 17.26 y desviación estándar de 5.28. Si se fuerza la solución a dos
factores, rotando la solución por el método Varimax, se reproducen en su mayor
parte los factores esperados de negación y atribución, explicando 13.71% de la
varianza total. El primero estaría definido, con una carga factorial mayor a .30,
por 14 reactivos (3, 5, 6, 9, 10, 11, 12, 14, 15, 19, 22, 23, 28 y 30), corresponde al
factor de negación de defectos probables, explica 9.11% de la varianza y tiene una
consistencia interna por la alfa de Cronbach de .74. El segundo factor está defi-
nido por seis reactivos (8, 16, 17, 21, 25 y 26), corresponde al factor de atribución
de cualidades improbables, explica 4.60% de la varianza y tiene una consistencia
interna de .55. Con estos 20 reactivos la escala tendría una consistencia interna
de .75. Los índices de ajuste del modelo de dos factores correlacionados con los
20 ítems (FI: 3, 5, 6, 9, 10, 11, 12, 14, 15, 19, 22, 23, 28 y 30, FII: 8, 16, 17, 21, 25 y
26) son adecuados (χ2/gl1.45, RMSEA= .04, GFI= .87 y AGFI= .81) y superiores
al modelo bifactorial de 33 ítems. La correlación entre engrandecimiento marital
(MAS16) (O’Rourke y Cappeliez, 2002) y deseabilidad social (SDS20) es significa-
tiva y positiva (r= .39). En este estudio se emplea versión de 20 ítems (SDS20).
El Inventario de Ansiedad Estado-Rasgo (State-Trait Anxiety Inventory, STAI)
de Spielberger, Gorsuch y Lushene (1970) consta de 40 ítems tipo Likert de 3 pun-
tos de rango, variando de 0 (nada) a 3 (mucho). La mitad de los ítems miden estado
de ansiedad (último mes) (STAI-S) y la otra mitad rasgo de ansiedad o neuroti-
cismo (STAI-T). Presenta una estructura tetradimensional que explica entre 61 y
68% de la varianza total. El primer factor se define como presencia del estado de
ansiedad (nerviosismo, tensión, preocupación e intranquilidad), el segundo como
ausencia del estado de ansiedad (activación positiva, animación, bienestar, satis-
facción y confianza en sí mismo), el tercero como presencia del rasgo de ansiedad
(melancolía, desesperanza y sentimientos de incapacidad) y el cuarto ausencia del
rasgo de ansiedad (estabilidad y ausencia de cambios de humor). Tiene una con-
sistencia interna por la fórmula KR-20 de .83 a .92. Puntuaciones brutas entre 25
y 30 indican tanto un estado como un rasgo saliente. Por encima de 30 la puntua-
ción ya indica relevancia clínica. Se emplea la traducción realizada para población
mexicana por Spielberger y Díaz-Guerrero (1975).
En la presente muestra de 100 parejas casadas (N= 200) levantada en Nuevo
León, la distribución de esta escala de 20 ítems de la subescala de estado de ansie-
dad (definida por suma) se ajusta a una curva normal (ZK-S= 1.15, p= .14) con
media de 38.94 y desviación estándar de 11.63. La consistencia interna de los 20
ítems es alta (α= .91). Si se fuerza la solución a dos factores se explica 51.37% de
la varianza total por Ejes Principales, rotando por el método Oblimin se define un
primer factor con los 11 reactivos redactados en sentido de ansiedad (3, 4, 6, 7, 9,
116
12, 13, 14, 16, 17 y 18) (α= .93) y un segundo factor con 10 ítems redactados en
sentido de control (1, 2, 5, 8, 10, 11, 15, 16, 19 y 20) (α= .89). La correlación entre
ambos es de -.56. El ajuste a los datos de la solución de dos factores correlaciona-
dos por Máxima Verosimilitud es adecuado (χ2/gl= 2.19, RMSEA= .06, GFI= .84
y AGFI= .80).
La distribución de esta escala de rasgo de ansiedad de 20 ítems (definida por
suma simple) se ajusta a una curva normal (ZK-S= 0.71, p= .69) con media de 39.74 y
desviación estándar de 10.42. La consistencia interna de los 20 ítems es alta (α= .90).
Si se fuerza la solución a dos factores, rotando por el método Oblimin, se obtiene
un primer factor que agrupa a los 13 reactivos redactados en sentido de neuroti-
cismo (2, 3, 4, 5, 8, 9, 11, 12, 14, 15, 17, 18 y 20) (α= .87) y un segundo factor que
agrupa a los siete reactivos redactados en sentido de control (1, 6, 7, 10, 13, 16 y 19)
(α= .85). Los dos factores explican 39.10% de la varianza total por Ejes Principales.
La correlación entre ambos factores es de -.54. Con base en el criterio de Kaiser, la
solución resulta unifactorial, explicando 31.58% de la varianza total. El modelo de
un factor presenta mejor ajuste que el de dos factores correlacionados por Máxima
Verosimilitud (χ2/gl= 2.68 versus 4.77, RMSEA= .11 versus .19, GFI= 0.77 versus .59
y AGFI= .71 versus .49), aunque los índices son algo pobres.
El Inventario de Depresión de Beck (Beck Depression Inventory, BDI) es un ins-
trumento de medida, usualmente autoaplicado, de síntomas depresivos. Consta
de 21 ítems con 4 opciones puntuadas de 0 (ausencia de síntoma) a 3 (síntoma
severo). Así, el rango de puntuaciones varía de 0 a 63. Los síntomas se refieren al
humor, pesimismo, ideas suicidas, cambios en la imagen corporal y preocupacio-
nes somáticas. Se suele tomar la puntuación de 9 como punto de corte para indicar
sintomatología depresiva leve y una puntuación superior a 18 como un indicador
de sintomatología más severa, por ejemplo, compatible con trastorno depresivo
mayor. La distribución de la escala es asimétrica positiva y leptocúrtica, concen-
trándose las puntuaciones en los valores inferiores de la escala, alejándose así de
la forma de una curva normal (Beck y Steer, 1987). Los síntomas se refieren a la
última semana, de ahí que sea una escala de estado de ánimo. Beck, Steer y Gar-
bin (1988) muestran que el BDI es una medida consistente, estable y válida. En 15
muestras de población general, la media del coeficiente alfa de Cronbach resultó
de .81, variando de .73 a .92; en nueve muestras clínicas, la media del coeficiente
alfa de Cronbach fue de .86, variando de .76 a .95. Las estimaciones de estabili-
dad temporal en intervalos de dos semanas variaban de .60 a .90 en cinco mues-
tras de población general y de .48 a .82 en cuatro muestras clínicas.
En este estudio se empleó el formato simplificado de presentación de Moral
(2011a), que transforma cada ítem en un único enunciado (por ejemplo, me siento
triste), cuya frecuencia de padecimiento en la última semana indica una escala tipo
117
Likert con un rango de 0 (no) a 3 (sí, mucho). En la presente muestra de 100 pare-
jas casadas levantada en Nuevo León (N= 200), la escala BDI presenta una con-
sistencia interna alta (α= .91). Su distribución es asimétrica positiva (M= 11.36 y
DE= 9.95). Con base en el criterio de Cattell, se definen dos factores que explica-
ron 39.47% de la varianza total por el método de extracción de factores Alfa. Tras
una rotación no ortogonal (Oblimin), aparece un primer factor de 11 ítems (1, 2,
3, 4, 5, 6, 7, 9, 10, 13 y 19) de síntomas cognitivo-emocionales de depresión (α= .87)
y uno segundo de 10 ítems de depresión somatizada (8, 11, 12, 14, 15, 16, 17, 18,
20 y 21) (α= .85). La correlación entre ambos factores es alta (r= .703). Por Míni-
mos Cuadrados Generalizados los índices de ajuste para el modelo de dos factores
correlacionados son adecuados (χ2/gl= 1.86, RMSEA= .07, GFI= .82 y AGFI= .79)
y estadísticamente equivalente a un modelo unidimensional (dχ2 (189 – 187= 2)=
369.11 – 365.25= 3.86, p= .14; χ2/gl= 1.95, RMSEA= .08, GFI= .82 y AGFI= .78).
Escala de Afecto Positivo y Negativo (Positive and Negative Affect Schedule,
PANAS) de Watson, Clark y Tellegen (1988). Se compone de dos escalas de 10 ítems
diseñadas para medir el afecto positivo y negativo. Los ítems poseen un formato tipo
Likert con un rango de 4 puntos, variando de 0 (muy ligeramente o nada en abso-
luto) a 4 (extremadamente). Se pide a los entrevistados informar sobre la frecuen-
cia de su humor durante las últimas semanas. De ahí que es una medida de estado
afectivo. Las estimaciones de la consistencia interna varían de .86 a .90 para Afecto
Positivo y de .84 a .87 para Afecto Negativo (Watson, Clark y Tellegen, 1988).
Se emplea la adaptación de la escala PANAS realizada por Moral (2011b)
en población mexicana. La escala se tradujo por el método de doble traduc-
ción independiente (inglés-español y español-inglés), con la participación de
dos expertos. En la presente muestra de 100 parejas casadas levantada en Nuevo
León (N= 200), con base en el criterio de Cattell, se definieron dos factores que
explicaron 41.71% de la varianza total por Ejes Principales: el primero de emo-
ciones negativas (2, 4, 6, 7, 8, 11, 13, 15, 18 y 20) con consistencia interna alta
(α= .88) y el segundo factor de emociones positivas (1, 3, 5, 9, 10, 12, 14, 16, 17
y 19) también con consistencia interna alta (α= .84). La correlación de ambos
factores es de -.36. El ajuste a los datos por Máxima Verosimilitud es algo pobre
(χ2/gl= 2.74, RMSEA= 0.10, GFI= .79, AGFI= .74 y CFI= .82). Al probar con un
número pequeño de indicadores por factor, cuatro ítems por factor, los de mayor
carga factorial (9, 16, 17 y 19 para el factor de emociones positivas; 7, 15, 18 y 20
para el factor de emociones negativas), considerando a estos dos factores como
correlacionados, se obtienen unos índices de ajuste perfectos (χ2 (19, N= 200)=
21.56, p= .31, χ2/gl= 1.13, RMSEA= .02, GFI= .97, AGFI= .95 y CFI= .99). Al subir
el número de ítems por factor a cinco (9, 14, 16, 17 y 19 para emociones positi-
vas; 6, 7, 15, 18 y 20 para emociones negativas), los índices de ajuste son buenos,
118
pero ya no perfectos (χ2 (34, N= 200) = 61.52, p<.01, χ2/gl = 1.81, RMSEA= .06,
GFI= .94, AGFI= .90 y CFI= .97). Con esta versión simplificada de 10 ítems, los
dos factores se lograron definir por el criterio de Kaiser, explicando 45% de la
varianza total por Ejes Principales con consistencias internas altas (.83 afectos
negativos y .78 afectos positivos), siendo las distribuciones de los factores asimé-
tricas, no ajustándose a una curva normal. Con la versión de 10 ítems por fac-
tor, la distribución del afecto negativo sí se ajusta a una curva normal, pero no la
del afecto positivo. La correlación del factor de afecto negativo del PANAS con el
BDI (Beck y Steer, 1987) es de .60 y con la escala de estado de ansiedad del STAI
(Spielberger y Díaz-Guerrero, 1975) es de .71. La correlación del factor de afecto
positivo del PANAS es de -.24 con el BDI y de -.49 con la subescala de estado
de ansiedad del STAI. Con la versión simplificada las correlaciones descendieron
muy ligeramente. Por tanto, la escala muestra propiedades adecuadas para su uso
en México, como también ha revelado otro estudio (Robles y Páez, 2003). En este
estudio se emplean los dos factores, cada uno con 10 ítems.
En síntesis, por análisis factorial exploratorio y confirmatorio, se seleccionan el
número de ítems de cada escala. En la escala DAS se eliminan dos ítems (29 y 32),
en la escala MAS también se eliminan dos ítems (11 y 17), en SDS se eliminan 13
ítems (1, 2, 4, 7, 13, 18, 20, 24, 27, 29, 31, 32 y 33), en las restantes se incluyen todos
los ítems. En la presente muestra (N= 200), las propiedades psicométricas de los ins-
trumentos de medida son buenas en general. La consistencia interna varía de α= .75
para la Escala de Deseabilidad Social (SDS) a α= .93 para la Escala de Ajuste Diá-
dico (DAS30). Las distribuciones de las escalas definidas por suma simple de ítems
se ajustan a una curva normal por la prueba de Kolmogorov-Smirnov, con una
p>.05, salvo la Escala de Valoración de la Relación (RAS) (p<.01), el Índice de Insa-
tisfacción Sexual (ISS) (p= .01), el Inventario de Depresión de Beck (BDI) (p<.01)
y la Escala de Afecto Negativo (NA) del PANAS (p<.01).
Procedimientos
119
Análisis estadísticos
120
Resultados
Motivo de casarse
El motivo principal por el cual las parejas decidieron casarse fue por amor
(85%), seguido de embarazo no deseado (5%) y presión familiar (2%). En el res-
tante 8% se hallan motivos señalados con baja frecuencia, como falta de mejores
opciones, belleza física, atracción sexual, cumplir con la palabra, insistencia de
la pareja, por la boda o sin motivo. La distribución de frecuencia de los motivos
es estadísticamente equivalente entre los sexos (χ2 (3, N= 200)= 3.96, p= .27).
121
Los modelos predictivos se calculan por la técnica de regresión lineal múltiple por
el método Stepwise, introduciendo como predictores de DAS30 sólo sus correla-
tos significativos (variables con asteriscos entre paréntesis en la tabla 1). La poten-
cia explicativa de los modelos varía de 62.5% en mujeres a 51% en la muestra
conjunta. En los tres modelos, la varianza atribuible al modelo es significativa-
mente mayor que la atribuible al azar (p<.001). En ambos sexos, el ajuste diá-
dico (DAS30) es predicho por una mayor tendencia a engrandecer la relación
(MAS16) y una menor insatisfacción sexual (ISS). A la vez, en hombres es pre-
dicho por una menor depresión (BDI) y alexitimia (TAS-20); en mujeres, por un
menor neuroticismo o rasgo de ansiedad (STAI-T) (véase tabla 2).
122
Clase social a la que cree .113 .110 .053 .598 .191 .057
pertenecer
Convicción religiosa .230(**) .001 .370(**) .000 .123 .226
Práctica religiosa .245(**) .001 .382(**) .000 .151 .141
Frecuencia de relaciones .053 .453 .311(**) .002 -.158 .117
sexuales
Frecuencia de masturba- -.092 .194 -.226(*) .024 .005 .964
ción
ISS -.526(**) .000 -.498(**) .000 -.545(**) .000
MAS16 .637(**) .000 .596(**) .000 .672(**) .000
SDS20 .353(**) .000 .381(**) .000 .327(**) .001
TAS20: -.472(**) .000 -.615(**) .000 -.363(**) .000
STAI-S -.447(**) .000 -.412(**) .000 -.476(**) .000
STAI-T -.559(**) .000 -.589(**) .000 -.539(**) .000
BDI -.458(**) .000 -.599(**) .000 -.363(**) .000
PANAS-P .319(**) .000 .297(**) .003 .337(**) .001
PANAS-N -.401(**) .000 -.380(**) .000 -.414(**) .000
r: Coeficiente de correlación lineal de Pearson, p: probabilidad del contraste de correlación
nula bilateral, (**) Correlación significativamente distinta a cero con una p mayor o igual a
.01. ISS: Índice de Insatisfacción Sexual, MAS16: Escala de Engrandecimiento Marital con
16 ítems, SDS20: Escala de Deseabilidad Social con 20 ítems, TAS20: Escala de Alexitimia
de Toronto de 20 reactivos, STAI-S: Escala de estado de Ansiedad-del STAI, STAI-T: Escala de
Ansiedad-Rasgo del STAI, BDI: Inventario de Depresión de Beck, PANAS-P: Escala de Afecto
Positivo del PANAS y PANAS-N: Escala de Afecto Negativo del PANAS.
Fuente: elaboración propia.
123
5/21/2012 7:54:21 AM
| Ajuste diádico: la cuerda floja del matrimonio |
engrandecimiento marital (-.60) y afectos positivos (-.55) con cargas negativas; así,
se puede interpretar como un componente de neuroticismo, alta emotividad nega-
tiva, alexitimia, insatisfacción sexual, desvalorización en el autoinforme y baja
emotividad positiva, esto es, con rasgos de patología afectiva. El segundo factor
explica 15.82% de la varianza total. Está definido por creencias (.88) y prácticas
religiosas (.87) y se puede interpretar como un componente de religiosidad. Se
calculan las puntuaciones de los participantes en los componentes factoriales por
el método de Anderson-Rubin, al garantizar la independencia entre las puntuacio-
nes de los componentes, ofreciendo variables con una media nula y una desvia-
ción estándar unitaria. Por la prueba de Kolmogorov-Smirnov, las distribuciones
de ambos componentes factoriales se ajustan a una curva normal (ZK-S= .55, p= .92
para el primero de patología afectiva y ZK-S= 1.08, p= .19 para el segundo de reli-
giosidad).
Ambos componentes factoriales son predictores significativos de ajuste marital
(DAS30). El modelo predictivo explica 43% de la varianza del DAS30. El primer
componente factorial de patología afectiva tiene un coeficiente de determinación
negativo (β= -.60, p<.01), y el segundo de religiosidad, positivo (β= -.26, p<.01).
Niveles de patología afectiva bajos y de religiosidad altos predicen mejor ajuste
diádico en la muestra conjunta.
En la muestra de 100 hombres, al extraer los factores de la matriz de correlacio-
nes de los 13 correlatos de DAS30 por el método de Componentes Principales, con
base en el criterio de Kaiser, se obtienen cuatro componentes factoriales que expli-
can 66.92% de la varianza total. Debido a que el cuarto componente comparte ítems
con dos anteriores y que por el criterio de Cattell (punto de inflexión de la curva de
sedimentación de los autovalores ubicado en 4), se reduce la solución a tres com-
ponentes factoriales que explican 57.75% de la varianza total. El cuarto factor en
la matriz rotada estaba definido por frecuencia de relaciones sexuales, depresión
y alexitimia. Tras rotar la matriz de tres componentes por el método Varimax, se
obtiene un primer componente que explica 25.79% de la varianza total. Está defi-
nido por neuroticismo (.83), afecto negativo (.82), estado de ansiedad (.74), depre-
sión (.72) y alexitimia (.65) con cargas positivas, y deseabilidad social (-.55) con
cargas negativas; así, se puede interpretar como un componente de neuroticismo,
emotividad negativa, alexitimia y desvalorización en el autoinforme, esto es, de
patología afectiva. El segundo componente explica 16.63% de la varianza total.
Está definido por creencias (.86) y prácticas religiosas (.82) con cargas positivas
y masturbación con carga negativa (-.62). Se puede interpretar como un compo-
nente de religiosidad y abstinencia de masturbación. El tercer componente explica
15.33% de la varianza total. Está definido por afecto positivo (.83), satisfacción
sexual (-.73), engrandecimiento marital (.56) y frecuencia de relaciones sexuales
125
126
127
Depresión
Depresión
Si este modelo se define con variables latentes, tomando cuatro indicadores por fac-
tor, los de mayor peso, al considerar un factor único en cada escala, se logra mejo-
rar el ajuste, pero se pierden vías de predicción significativas. Los indicadores de
las variables latentes serían: ajuste: 4 (demostraciones de afecto), 10 (objetivos y
metas considerados importantes), 12 (toma de decisiones importantes) y 13 (tareas
128
Depresión
129
los índices de ajuste son adecuados (χ2/gl= 1.65, GFI= .86, AGFI= .83, CFI= .91 y
RMSEA= .06), aunque el modelo se rechaza por la prueba chi-cuadrada.
Se procede a simplificar el modelo para lograr que todas las vías sean significa-
tivas. En un modelo de variables latentes con engrandecimiento marital y alexiti-
mia como predictores de ajuste diádico, así como alexitimia y engrandecimiento
como predictores de neuroticismo y depresión, todos los coeficientes de regresión
resultan significativos en la muestra conjunta, salvo la alexitimia hacia la depre-
sión (p= .35) y ajuste diádico (p= .13) en la muestra de mujeres, y el engrandeci-
miento marital hacia la depresión (p= .15) en la muestra de hombres; los índices
de ajuste van de buenos (FD= 1.41, χ2/gl= 1.74) a adecuados (GFI= .88, AGFI= .84,
CFI= .91 y RMSEA= .06), aunque el modelo se rechaza por la prueba chi-cuadrada
(χ2(162)= 281.69, p<.01) en la estimación unigrupo, al igual que en la estimación
multigrupo por sexos (FD= 2.56, χ2(324)= 506.29, p<.01, χ2/gl= 1.56, GFI= .86,
AGFI= .80, CFI= .87 y RMSEA= .05). Se explica 60% de la varianza del ajuste diá-
dico, 57% de la ansiedad-rasgo y 25% de la depresión en la muestra conjunta; 62%
del ajuste diádico, 68% de la ansiedad-rasgo y 37% de la depresión en hombres; y
62% del ajuste diádico, 56% de la ansiedad-rasgo y 21% de la depresión en muje-
res. Las estimaciones de la muestra conjunta se pueden ver en la figura 4, de hom-
bres en la figura 5 y de mujeres en la figura 6.
stair19 e20
130
stair19 e20
stair19 e20
131
Discusión
132
133
en hombres (r= .24, p= .04) y en la muestra conjunta (r= -.16, p= .03), pero no
en mujeres (r= .12, p= .24), cuando la puntuación total de la escala TAS-20 pre-
sentó correlaciones significativas y de mayor magnitud en las tres muestras, lo que
incrementa el potencial predictivo, por lo que empleó el puntaje total en lugar del
puntaje diferencial.
El neuroticismo es un correlato de falta de ajuste y predictor importante en
mujeres, pero no en hombres. Precisamente, esta variable ha sido acentuada por su
importancia en estudios de predicción del divorcio, presentando sesgo de sexo, al
asociarse más con las mujeres que con los hombres (Gottman y Levenson, 2002).
Si el estilo alexitímico se relaciona más con el género masculino, el neuroticismo
como estilo sensibilizador de funcionamiento emocional, culturalmente se relacio-
naría más con la feminidad. De tal modo que la acentuación de ambos estilos, cada
uno con sesgo de género en nuestra cultura, son negativos para el ajuste marital. En
el caso del neuroticismo, las mujeres (M= 41.39, DE= 10.91) promedian más que
los hombres (M= 38.09, DE= 9.68), con diferencia estadísticamente significativa
(t (198)= -2.26, p= .02).
La depresión tiene un peso importante; así, constituye un correlato de falta de
ajuste diádico en hombres y mujeres y en la muestra conjunta; es un predictor en
hombres dentro del modelo de regresión lineal, también es predictor significativo
en las tres muestras en el modelo de análisis de trayectorias, aunque resulta un
predictor débil y no significativo en los modelos estructurales. La expectativa era
que la depresión tuviese un efecto negativo sobre el ajuste diádico, es decir, a más
estado de depresión menos ajuste diádico, por el deseo de distanciamiento inter-
personal y falta de disfrute de las actividades cotidianas que acarrea este estado
emocional negativo. Esta relación inversa se observa en las correlaciones y en
los modelos de la muestra conjunta y de hombres; sin embargo, en las mujeres,
en el modelo de análisis de trayectorias, aparece como predictor positivo, a más
depresión, más ajuste diádico. También el coeficiente de regresión es positivo en
el modelo de ecuaciones estructurales en la muestra de mujeres, aunque no signi-
ficativo (β= .11, p= .35).
Este hallazgo inesperado con la depresión femenina podría atribuirse a una
prevalencia diferencial extraña por sexos dentro de la muestra. Si adoptamos el
punto de corte de puntuaciones mayores o iguales a 9 (Beck y Steer, 1987), la pre-
valencia es alta en ambos sexos (45% en hombres y 59% en mujeres), siendo signi-
ficativamente mayor en mujeres (χ2 (1, N= 200) = 3.93, p<.05), con una diferencia
de 14%. Quizá este punto de corte no sea adecuado ante la altísima prevalencia,
al considerar la modificación de formato realizada en la escala. Si adoptamos el
punto de corte de puntuaciones mayores o iguales a 20 para la detección de posi-
bles casos de depresión (Vázquez y Sanz, 1997), tenemos que 38 participantes
134
(16% de la muestra) serían posibles casos, sin diferencia por sexo (16 hombres
y 22 mujeres, χ2 (1, N= 38)= 0.95, p= .33); y por encima de 30 habría 11 parti-
cipantes (5% de la muestra) como casos muy probables, también sin diferencia
estadística de sexo (3 hombres y 8 mujeres, χ2 (1, N= 11)= 2.27, p= .13). Si valo-
ramos como adecuada la propuesta de punto de corte para población clínica con
el BDI de Vázquez y Sanz (1997), no habría diferencia entre hombres y mujeres,
y los porcentajes estarían dentro del rango de la prevalencia en población general
de adultos, de 10 a 25% para las mujeres y de 5 a 12% para los varones (apa, 2000;
Medina, Borges, Lara, Benjet, Blanco, Fleiz, Villatoro, Rojas, Zambrano, Casanova
y Aguilar, 2003), por tanto, aspectos extraños en la prevalencia no sería el caso. El
hecho de ser una muestra emparejada por cónyuges no explica la falta de dife-
rencia en el porcentaje de casos entre hombres y mujeres con puntos de corte
altos, ya que existe diferencia significativa de medias en el puntaje total del BDI
(t (99)= -2.76, p= .01) y cuando el punto de corte es bajo también hay diferencia
en la frecuencia de casos. El tamaño pequeño de casos comparados y la diferen-
cia de porcentajes discreta (con un máximo de 2 a 1, como se esperaba) motivan
la falta de significación estadística.
La dirección no esperada de la depresión en la predicción de ajuste marital
en mujeres podría atribuirse a su interacción con el engrandecimiento. Esta con-
jetura, como la anterior, tampoco es apoyada por los datos. La correlación entre
engrandecimiento y ajuste diádico en la muestra de mujeres disminuye al con-
trolar la depresión (rp de .60 a .56), como en la muestra de hombres (rp de .67 a
.61). Además, la correlación de la depresión es negativa con el engrandecimiento
en ambos sexos, incluso más en mujeres (r= -.42) que en hombres (r= -.28). Lo
mismo sucede con la insatisfacción sexual (rp de -.54 a -46) y la alexitimia (rp de
-.36 a -.25), al parcializar la depresión en sus correlaciones con el ajuste diádico.
La depresión potencia de forma negativa estas correlaciones. Si se extraen los fac-
tores de la matriz de correlaciones entre los nueve correlatos significativos con la
escala de ajuste diádico (DAS30) en la muestra de mujeres, con base en el criterio
de Kaiser, se obtiene un único factor de neuroticismo, alta emotividad negativa
(emociones negativas, estado de ansiedad y depresión), alexitimia, insatisfacción
sexual y desvalorización en el autoinforme, junto con baja emotividad positiva;
así, la contribución de la depresión está en el sentido esperado.
Otra posibilidad en relación con el hallazgo no esperado con la depresión feme-
nina es que sea el efecto de algún estilo de afrontamiento de carácter pasivo en
mujeres frente al malestar emocional, no reflejado por el engrandecimiento mari-
tal ni capturado por las variables medidas, tampoco indicado por aspectos extra-
ños en la prevalencia diferencial de depresión entre sexos. En esta línea también
se podría conjeturar un rasgo masoquista femenino que aminora los conflictos de
135
disonancia con los roles tradicionales de género y redunda en una mejor evalua-
ción del ajuste marital, evidenciándose este rasgo en el interjuego con la alexitimia
y el neuroticismo y afectando a una porción pequeña de mujeres (Freud 1924/1976;
Kenberg, 1996). No obstante, por el escaso peso del coeficiente, incluso no signifi-
cativo en el modelo de ecuaciones estructurales lineales, y porque sólo aparece en
los modelos de análisis de trayectorias y estructurales lineales, pero no en las corre-
laciones bivariadas, parcializadas o análisis factorial, es perfectamente atribuible
a un artefacto estadístico, sin significado psicológico específico (afrontamiento o
rasgo masoquista).
Las variables de religiosidad, especialmente de seguimiento de rituales, están
descritas como incentivadores del ajuste y estabilidad en las parejas casadas (Wil-
son y Filsinger, 1986), lo que se puede atribuir a un esfuerzo de congruencia con
los preceptos religiosos y la presión social del grupo de pertenencia, la comuni-
dad religiosa. El hecho de que la correlación sólo aparezca como significativa en
la muestra de hombres puede atribuirse a la mayor varianza de las variables reli-
giosas entre los hombres. La reducida variabilidad en la mujeres, al presentar estas
variables fuerte asimetría negativa y apuntamiento (todas las mujeres son creyen-
tes y practicantes), dificulta que las correlaciones sean significativas.
Las variables sociodemográficas se mostraron independientes del ajuste diá-
dico. Los resultados al respecto en el conjunto de la literatura son poco consis-
tentes, en unos estudios se halla independencia; y en otros, relación, incluso de
distinto signo, pero siempre de baja magnitud. Por ejemplo, Glenn y Weaver
(1978), así como Pick y Andrade (1988), señalan que los hijos tienen un efecto
negativo, en especial cuando son pequeños; por el contrario, Luckey y Bain (1970)
hallan independencia y lo atribuyen a que los niños son la principal fuente de feli-
cidad tanto para matrimonios satisfechos como insatisfechos. En relación con la
clase social, se ha encontrado que en parejas de clase baja, dividiendo la muestra
de acuerdo con la ocupación, los maridos tienden a estar menos satisfechos si su
esposa trabaja (Bean, Curtis y Marcum, 1977). En el presente estudio, la identi-
dad de clase social tiende a relacionarse con el ajuste diádico sólo en la muestra de
mujeres. Al haber preguntado a qué clase social cree pertenecer, la deseabilidad
social puede sesgar mucho la respuesta. Efectivamente, si se parcializa el efecto de
la deseabilidad social, medida por la escala de Crowne y Marlowe (1960), el coefi-
ciente de correlación parcial resulta no significativo (rp= .16, p= .11).
Los correlatos y predictores de ajuste diádico están intercorrelacionados. Al
factorizar estos correlatos interrelacionados surge un factor de neuroticismo y
emociones negativas, que es el principal predictor de falta de ajuste diádico en los
modelos de regresión de entrada fija. Para prevenir divorcios sería importante en
136
Conclusiones
137
Referencias bibliográficas
138
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Introducción
El divorcio
Como fenómeno social, el divorcio cobra importancia por los cambios que surgen
en la forma de vida de los individuos. El aumento de las rupturas matrimoniales
puede ser considerado como una de las transformaciones de mayor relevancia en
las relaciones familiares en México. Su ocurrencia se ha incrementado significativa-
mente en las últimas décadas, de 3.2 divorcios por cada 100 matrimonios en 1971 a
13.9 divorcios por cada 100 uniones en 2008 (inegi, 1994 y 2009). Además, reper-
cute no sólo en los individuos y en las relaciones de pareja, sino también en la modi-
ficación de los roles que se espera deben cumplir mujeres y hombres, así como en las
expectativas sociales, económicas, culturales y políticas de la población.
Por ser un acto legal de la disolución del matrimonio, el divorcio no debe-
ría ser considerado con juicios valorativos; no obstante, aunque la mayoría de las
sociedades aceptan y reconocen el divorcio por ser una necesidad social, a dife-
rencia del matrimonio, la sociedad en general no valora de manera positiva este
recurso, a pesar de que en muchos casos es no sólo necesario, sino lo más conve-
niente para alguno o ambos miembros de la pareja y los hijos.
Existe una diferencia entre separación y divorcio. En la separación, el vín-
culo entre los cónyuges sólo queda suspendido; por tanto, ninguno de los espo-
sos puede contraer nupcias con otra persona, contrario a lo que sucede con el
divorcio, puesto que al ser la disolución jurídica del matrimonio, legalmente
desaparece el vínculo conyugal, lo que permite a los ex cónyuges contraer nue-
vas nupcias. En nuestro país existen dos tipos de divorcio: el administrativo y
el judicial, sin embargo, al estar regulados los derechos civiles de los ciudada-
nos de acuerdo con la reglamentación de cada estado, las causales de divorcio,
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Método
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La edad de las mujeres oscilaba entre 24 y 52 años; mientras que la de los varones
se encontraba entre 29 y 60 años. Respecto al estado civil actual de las mujeres,
tres se han casado nuevamente, cinco viven en unión consensual y tres tienen una
pareja estable con la que planean casarse o unirse. Al momento de la entrevista,
siete manifestaron no tener pareja. En el caso de los varones, todos permanecen
solteros; no obstante, dos viven en unión libre y uno más tiene pareja estable.
Por ser un requisito para el estudio, todos los entrevistados tenían hijos pro-
ducto del matrimonio del cual se divorciaron. Siete mujeres tenían hijos de diver-
sas uniones. En seis de estos casos uno de los hijos es producto de la relación con
la pareja actual. Las edades de los hijos de las mujeres iban desde 15 días de nacido
hasta 25 años. En cuanto a los varones, dos tienen hijos de diversas relaciones, uno
de ellos con su pareja actual. Las edades de los hijos van de 3 hasta 30 años. Res-
pecto al número de hijos, cinco entrevistados tienen un hijo; cuatro tienen dos
hijos; cinco tienen tres hijos y uno tiene cuatro hijos.
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Siete de las mujeres entrevistadas viven sólo con sus hijos; siete con pareja e
hijos; dos con hijos y sirvientas; una con sus padres e hijos y una con suegros e hijos
debido a que su pareja vive en Estados Unidos. En relación con los hombres, cinco
viven solos, cuatro con los hijos, tres con sus padres, dos con su pareja y uno con
mamá e hija. En este último caso, la señora es discapacitada y el entrevistado es
el cuidador.
1
Si bien en México el peso es la moneda oficial, para tener una idea más estandarizada
de las cantidades mencionadas se ha utilizado el dólar estadounidense como moneda de
referencia. Considerando el tipo de cambio de 12 pesos por dólar y un salario mínimo gene-
ral diario de 55.84 pesos (4.65 USD) vigente en Nuevo León al momento de la elaboración
de este trabajo.
2
Nuevo León se encuentra dividido en 11 distritos judiciales en materia civil y fami-
liar. El primer distrito judicial con cabecera en Monterrey atiende casos de 17 municipios
correspondientes o colindantes con el área metropolitana de Monterrey (amm). Como se
152
A todas las mujeres entrevistadas se les asignó la custodia de sus hijos (salvo en
un caso en que ella la cedió, pero posteriormente la solicitó y le fue concedida).
Respecto a la pensión (tabla 1), la cantidad máxima asignada por hijo fue de 555
mensuales y la mínima de 67 dólares.
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Continúa
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En relación con la pensión, la cantidad máxima aportada por hijo fue de 1 250
y la mínima de 67 dólares mensuales (tabla 1). Los dos entrevistados que tienen
la custodia de al menos un hijo no reciben pensión alimenticia por parte de la
ex pareja. Además de la pensión, tres de ellos pagan el seguro de gastos médicos
mayores, gastos médicos, gastos relacionados con la educación de los hijos y apor-
tan para otro tipo de gastos de los hijos y/o el hogar. Dos varones, además de la
pensión, pagan seguro de gastos médicos mayores de los hijos; dos aportan para
gastos médicos y tres más, aparte de la cantidad designada, pagan gastos relacio-
nados con educación o salud de los hijos.
El dinero en el divorcio
Una de las implicaciones que con frecuencia genera discrepancias entre los miem-
bros de la pareja tras la separación es el factor financiero. El divorcio afecta la
vida de la familia en relación con el nivel económico que se tenía, ya que al divi-
dirse los ingresos para cubrir los gastos, usualmente se da una movilidad social
descendente. El dinero constituye un aspecto central en cualquier matrimonio
puesto que es un medio para satisfacer necesidades, pero también, como lo indi-
can Prieur y Guillou (2007: 42): “representa la unión de dos historias familiares
con el dinero”. En el divorcio el factor económico es una de las diferencias a las
que se enfrenta la pareja, puesto que, por una parte, implica relaciones de poder-
subordinación entre los ex cónyuges en relación con quién lo tiene y quién lo
demanda, y por la otra, supone cambios significativos en el modo de vida.
El dinero cumple una función afectiva y simbólica que sobrepasa la satisfac-
ción de necesidades, remite a la propia identidad al reflejar el modo como hemos
sido construidos en la encrucijada entre la pertenencia al grupo social, familiar y
la propia identidad (Prieur y Guillou, 2007). Además, el dinero evidencia el lugar
que cada cónyuge ocupa en la relación de pareja. Cada individuo mantiene su
propia relación con el dinero, por lo mismo, remite al significado que cada miem-
bro de la pareja le otorga y la representación que se hace de éste.
Con el divorcio, este significado se traduce en relaciones de poder que se refle-
jan en la división de los bienes y la cantidad solicitada y ofrecida para la pensión
alimenticia. Dividir bienes, repartir gastos y acordar pagos involucra situaciones
de posibles rivalidades y regateo entre los ex cónyuges, puesto que el dinero —más
allá de su valor de cambio— es, como señalan Prieur y Guillou (2007), un objeto
que despierta sentimientos poderosos, contrastados, contradictorios y comporta-
mientos que a menudo parecen irracionales. Por lo regular, es la mujer quien pide al
hombre una mejor pensión, mientras que éste suele negociar una cantidad menor
157
a la solicitada. Para quien otorga la pensión, ésta implica una erogación que puede
ser percibida como beneficio para sus hijos y ex cónyuge, pero también puede con-
siderarse como un gasto que no se desea realizar; de esta forma, los significados del
dinero en el divorcio se traducen en cuestiones de pérdidas y ganancias.
En lo económico, el divorcio también representa para ambos miembros de
la pareja mayores demandas que cuando permanecían unidos. Para Mandelstein
(2006), es en este punto en el que muchos hombres se retiran porque se sienten
abrumados por sus sentimientos y por los drásticos cambios en la estructura fami-
liar. Sin embargo, la situación de la mujer es aún más vulnerable que la del varón,
debido a su condición social y al hecho de que algunas nunca han estado insertas
en el mercado de trabajo, mientras que otras a lo largo de su vida han tenido una
carrera laboral interrumpida por el nacimiento y crianza de lo hijos, ocasionando
la falta de una historia laboral sólida, lo cual la ubica en una situación de desven-
taja de recursos económicos (Ribeiro y López, 2006).
A diferencia de las mujeres, los hombres divorciados tienden con mayor inci-
dencia a contraer nuevas nupcias o uniones consensuales; este hecho también
representa un conflicto económico, puesto que con un mismo sueldo el varón
debe mantener a dos o quizá más familias con las consiguientes responsabilidades
(García, 1999). Además, tras la ruptura, los bienes y patrimonio de la familia tam-
bién deben ser repartidos, situación que en la mayoría de los casos crea conflictos
en relación con la equidad.
En las familias donde existe un único salario, dividir los ingresos representa
una carga económica que se debe compartir; para aquellos padres que otorgan la
pensión a sus hijos significa dividir su sueldo para cubrir el pago de la manuten-
ción establecida y cubrir sus propios gastos personales. Con base en lo planteado
por Mandelstein (2006) y ante el hecho de que en la mayoría de los casos la madre
queda a cargo de los hijos y por consiguiente el padre debe solventar la manuten-
ción, es conveniente explorar sobre los significados del pago de la pensión y del
dinero otorgado y recibido.
Al ser los hijos responsabilidad de ambos padres, con el divorcio, la ley esta-
blece que debe asignarse una pensión alimenticia para los menores. Una vez efec-
tuado el divorcio, el juez determina al miembro o miembros de la familia a quienes
les es otorgada la pensión, así como al responsable de pagar de manera periódica
una suma de dinero establecida por el mismo juez. Sin embargo, ésta, en ocasio-
nes, no cubre lo necesario o simplemente no es entregada (Brena, 2001).
La pensión, en muchos casos, no satisface necesidades a las que la familia
estaba acostumbrada, provocando que la mujer tenga que trabajar para satis-
facer los requerimientos propios y de los hijos. No obstante, aunque tenga que
158
La pensión alimenticia
Existen dos tipos de pensiones alimenticias según las circunstancias: las derivadas
del matrimonio que se deben los cónyuges entre sí y las derivadas de la filiación,
es decir, aquellas que ambos cónyuges deben a sus hijos. La pensión de alimen-
tos no se refiere únicamente al pago de éstos, su concepto es mucho más amplio
puesto que alude al pago de gastos para satisfacer las necesidades de alimento, ves-
tido, casa-habitación, asistencia médica y en el caso de los hijos también incluye
la educación (Brena, 2001).
Con el divorcio, la cantidad de la pensión es determinada por el juez con base
en la posibilidades de quien debe darla y las necesidades de quien o quienes tienen
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Cuando me salí, de todas maneras cubría los gastos de aquella casa, los gastos de
las colegiaturas, el chico estaba en secundaria o tal vez en primero de preparatoria
del Tec y el mayor acababa de entrar a la carrera en el Tec. Yo me seguí haciendo
cargo, mientras no llegábamos a un acuerdo yo seguía cumpliendo con los gastos,
no nada más de los recibos y de lo que conlleva, sino de luz, gas, comida, de todo,
aunque no estuviera en la casa, eso siempre. Ella decía: “Tú te vas hacer cargo de
los muchachos hasta que terminen de estudiar”. Yo totalmente de acuerdo y de
todos sus gastos, gastos médicos, colegiaturas, manutención y demás. Yo firmé,
incluso la abogada me decía: “Sus hijos viven con usted, ¿para qué quiere darle
una pensión?”. Yo estuve pagándole como dos años, le estuve dando 333 o 417
dólares quincenales a ella. En el contrato decía que para los hijos, pero los hijos
estaban aquí conmigo. Me preguntaban que por qué acepté y les decía [que] dos
años se pasan igual. Ahora, yo también decía, mientras ella se estabiliza y que
encuentre trabajo, tampoco voy a permitir, aunque sea no le vas a decir: “Ahí te
quedas y a ver qué haces, ráscate con tus uñas”, yo no soy así. Entonces estuve dos
años, creo, la pensión de unos 667 o 833 dólares mensuales. Lo hacía por mis hijos,
en el sentido de ¿qué va hacer su mamá? (Hugo).
Hablar de dinero en la pareja también implica asumir las realidades que con-
frontan los imaginarios de los roles de género, donde para algunos varones éstos
se manifiestan en cambios en la identidad masculina que se reflejan en la pérdida
de autoridad como padres y en su disminución del poder en la familia.
...me han robado la autoridad que debo de tener ante mis hijos, sí, me la han
robado, porque la mentalidad podrida de una mujer autoritaria, que agarra a los
hijos como agarró las casas, agarró el dinero, como objetos, es lo que no debe de
existir (César).
[El no estar todos los días con el niño me ha quitado] un poco la autoridad
como papá. Sí, pues no es lo mismo que estar con él, que estar aparte, no, no es lo
mismo que estés todos los días ahí con él y que le digas, que no haga esto, que hace
esto, no, para mí no es igual (Felipe).
Para ciertas mujeres, significa el cambio de ser esposas “protegidas” a ser muje-
res y madres protectoras; de ser dependientes económicas —si no independien-
tes— a capaces de encontrar los medios para solventar las necesidades propias y de
los hijos —y aunque esto mismo pudiera haber ocurrido durante el matrimonio,
163
...tenía casi tres años sin trabajar cuando me separé, entonces, pues era mejor,
porque en una ocasión le dijo él [ex esposo] a mi hija mayor que era tanto mi
orgullo que me levantaba y me hacía seguir adelante. Porque al principio ésa era
la táctica de él: “Si no quieres volver conmigo, no te doy dinero”. Entonces lo que
hice fue, pues trabajo de lo que sea, no importa, afortunadamente y gracias a Dios
empecé como al mes en Británica de México, ahí anduve vendiendo enciclope-
dias y camínale, camínale, porque estaba tremendo. Y como a los tres meses, ben-
dito Dios me hablaron de donde estoy ahorita trabajando [...] me dijeron que era
poco el sueldo, pero yo les dije que aceptaba con tal de que me dejaran llevarme a
mi bebé y aceptaron, entonces yo dije, no, hombre, lo que sea, con tal de que gane
dinero… y fue como empecé a trabajar aquí (Marisela).
[Cuando estaba casada no trabajaba]...sí, pues me divorcié y primero entre que
conseguía trabajo me puse a vender velas y una ropita de bebé, y luego encontré tra-
bajo de asistente en un colegio y al mes y medio me hablaron del colegio donde esta-
ban mis hijos y ya me metí ahí a trabajar (Marisa).
[Durante el matrimonio el esposo no le daba dinero y al separarse debió buscar
recursos para mantenerse y mantener a su hija]. Me dije: “Bueno, pos todo, mien-
tras sea honrado”. Empecé a juntar periódico, empecé a juntar latas de botes, ¡muy
buenas pagadas!, juntabas un kilo y eran 10, 20 dólares… empecé a lavar carros
y por ser mujer, me daban 4 dólares por cada carro que lavaba… ya después, pos
empecé a agarrar un trabajo, donde era una academia de danza (Karina).
164
Del ‘98 a la actualidad [no le paga la pensión]. Sí, nada, nada… aquí en San Pedro
[le puse una demanda por incumplimiento de pago de la pensión]. Tuve que pagar
para que me abrieran el expediente, porque ya eran diez años, cada diez años hacen
cambio de “archivo muerto” y tuvieron que ir por mi archivo hasta Escobedo para
abrir el caso y se le hizo un sumario de todo ese tiempo, basándonos en lo que
había quedado dentro del convenio del divorcio. El había ofrecido 9 dólares por
semana, conforme fuera aumentando el salario mínimo, por año, por mes, o no
sé cómo se manejará, y luego ofreció el Seguro Social, donde trabajaba, mientras
estuviera trabajando; pagar por gastos de la escuela… en su totalidad… pero no lo
cumplió (Karina).
No, fíjate que hasta eso no [tiene problema en pagar la pensión y darle dinero al
hijo que está estudiando en el extranjero]. Los hace [los pagos], se supondría que
deberían ser los cinco primeros días de mes, pero los hace los días 15 y a veces los
días 16 o 18, pero siempre me deposita… (Gloria).
De mi niño su papá no deja de darme semanalmente, me da de 25 a 33 dólares
por semana (Laura, ex esposa de Felipe).
Pues con el tiempo, pues crecen y luego te reclaman: “¿Por qué no me ayu-
daste?”. Y también pienso en eso y si no le doy, pues el día que crezca me va a recla-
mar también. Entonces, ahorita no le he dejado de dar, mientras pueda lo voy a
hacer… (Felipe, ex esposo de Laura).
165
También hay quienes utilizan el dinero como un medio para satisfacer sus
intereses. Respecto a estos últimos, se observó que existen diversas tácticas eco-
nómicas utilizadas en relación con el dinero. Hay padres espléndidos y padres
negociadores. Los primeros utilizan su aportación monetaria y en especie para
compensar tiempos no compartidos, para demostrar afecto, para redimir culpas,
para manipular a los hijos o como mecanismo de persuasión para perjudicar al ex
cónyuge u obtener un beneficio propio.
…y a pesar de que él [refiriéndose al hijo], siempre han tenido por parte de él [ex
esposo] regalos, todo [cosas materiales que el hijo le pedía al papá]… yo no soy del
pensar de que yo te tengo que dar algo para que tú me respondas, ¡no!, tú me vas a
querer por lo que yo te dé [amor, cariño, comprensión, tiempo…], no por dinero,
tú tienes que valorar lo que yo hago, ¿sí?, porque las cosas no son con palabras, son
con hechos, y yo no tengo [dinero], ni tampoco voy a comprar el amor ni el cariño
de nadie, no me siento culpable, por eso no te lo doy [dinero] (Silvia).
Los padres negociadores son aquellos que dependiendo del interés a satisfacer
es la cantidad a erogar, el cumplimiento y constancia de la entrega. Así, cuando
desean ver a los hijos o a la ex pareja, cuando buscan pasar más tiempo con los
menores o modificar los acuerdos de visitas, cumplen con lo convenido, pero
cuando sus intereses no incluyen la relación con los hijos, dejan en un segundo
plano su responsabilidad parental.
“…no me gustaría que tuviera algo como para poder verlo [al niño]. Sí, que él
[ex esposo] tenga [derecho] ‘Ya te estoy dando dinero, ahora sí ya quiero ver al
niño’. Sí, como si tuviera un derecho a verlo, si no le das nada, no tienes derecho a
nada, por eso ya prefiero que no me dé…” (Belinda).
Un aspecto relevante del divorcio es la cuestión económica y los convenios
relacionados con el dinero y los bienes. Dado que el dinero facilita la satisfacción
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El dinero es un medio que puede ser utilizado para mantener unida a la pareja
y para tener poder sobre ésta (Coria, 1998, 1991; Prieur y Guillou, 2007), es un
objeto que con frecuencia motiva comportamientos extraños e inentendibles y
despierta sentimientos poderosos, opuestos y hasta contradictorios (Prieur y Gui-
llou, 2007). El dinero, a la vez, muestra y esconde la complejidad de las relaciones
167
que se ocultan tras él; en la pareja, su uso y disposición evidencian el lugar que
cada miembro ocupa en la familia. La ruptura, al modificar las relaciones entre los
ex cónyuges, refleja la compleja relación que existe entre el dinero-bienes y acuer-
dos del divorcio con las prácticas e imaginarios sobre la adquisición, administra-
ción y disposición del dinero.
Para algunos cónyuges, el dinero representa un instrumento que brinda
autoridad y poder durante el matrimonio, mismo que se utiliza como medio
de control y que se acentúa con la separación y el divorcio. Para unos divorcia-
dos es el medio que otorga el poder de establecer las condiciones del proceso,
los convenios legales, los acuerdos establecidos entre la ex pareja y las relacio-
nes con los hijos.
...gano 1 250 dólares al mes, ella gana 2 917, y siempre me había dicho: “Es que si
no es por mi salario, no progresamos… es que si no es por mi salario no comprá-
bamos este carro o no comprábamos este mueble o no viajábamos…”, o sea, que
mi salario nunca se vio, siempre dijo: “Tu pinche salario”, y discúlpame la palabra,
pero así era la expresión de ella y fue muy bonito demostrarle que aunque me qui-
taran pude comprar un carro, aunque también es parte del orgullo o de satisfacción
personal, si la señora antes con el 100% no estaba a gusto, ahora nada más tiene
39% que me están quitando, bueno, pues está bien, hasta que por fin voy a tener la
satisfacción de saber lo que es manejar mi dinero (César).
...yo tenía una seguridad económica: una casa propia, cosas que en el primero
[matrimonio] no tuve, y que como quiera, dije: “Me salgo de aquí”, ¿no?... enton-
ces, creo que sí me dio herramientas [tener recursos] para no tener ese miedo
que pudiera decir “estoy desvalida, estoy desprotegida”; porque yo me sentía muy
fuerte —te digo: económicamente, era independiente, tenía un trabajo estable,
tenía seguridad social para mis hijos, podía brindarles una educación segura.
Entonces, creo que… sí, o sea, no, no, tú, no dudé, por ese punto, de pedir el
divorcio (Alicia).
No, es que no, no le hablo, porque no tengo la necesidad de hablarle, de decirle:
“Oye, necesito dinero”. Ya tuve cuatro años sin su apoyo económicamente, sin
nada, y no le voy a hablar para decirle: “Oye, necesito dinero”, ¡no! Y si no me
deposita, pues yo quiero pelear la patria potestad. Me dijo [la abogada] que si en
un año no me depositaba constantemente, yo podía pelear la patria potestad, por-
que mis hijos son muy pequeños… y es el único motivo [por el] que puedo pedir
la patria potestad (Nadia).
Para otros, es un recurso que concede libertad para terminar con un matri-
monio que ya no se desea, aunque esto implique ceder bienes, acordar pensiones
irrisorias aun sabiendo que éstas no serán aportadas o llegar a acuerdos que eco-
nómicamente les perjudiquen.
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Se suponía que era mitad y mitad [de los bienes y la venta de la casa], y yo traté de
convencerlo [de] que todo se lo dejáramos a la niña… él no quiso. Entonces, como
peleamos mucho el divorcio necesario, al final él me dijo: “Si me dejas todo, te doy
el divorcio”. Entonces, firmamos que él se quedaba con todo y traspasábamos la
casa y él se quedaba con el dinero si me firmaba el divorcio. Y así fue como logré
que al final de cuentas fuera voluntario, pero él se quedó con el dinero del traspaso,
los muebles y todo […] A partir de ese momento que se salió de la casa… [cuando
acordaron que él se quedaría con todo] pero él [ex esposo] desde un principio, me
dijo: “Jamás vas a ver un cinco mío”, y así fue, jamás vi un cinco de él [a pesar de que
le asignaron 35% del sueldo como pensión para la hija, ella nunca ha reclamado esa
cantidad porque no quiere tener contacto con el ex cónyuge] (Milena).
Los muebles y todo eso se iban a quedar en la casa para que fueran de la niña,
no sé como quedó el escrito. Los dos carros que compré, yo me quedé con el chico,
o sea un Chevy, y ella se quedó con un Honda; las deudas de la tarjeta de crédito
yo me las quedé; los muebles se quedaron en esa casa, pero esta mujer [ex esposa]
los vendió; vendió la cocina, vendió los climas, vendió la sala, todo lo que con mi
esfuerzo compré ella lo regaló casi y se cambió de casa. [¿Quedaste conforme con
los acuerdos?] Pues más o menos, si era para quedar en libertad, pues qué bueno. Sí,
en verdad eso yo no lo pensaba [refiriéndose a la división de bienes], los muebles y
eso no me importaba ya estaba dañado psicológicamente, ya no me importaban, si
me quedaba con los carros o no, en verdad no lo pensé mucho, ya que se quedara
con todo y se quedó con todo lo demás (Mauricio).
...entonces es: “Ay, es que espérame, no me alcanza, mañana te doy, mañana...”. Tener
que estar escuchando eso... no hay necesidad, ¿verdad?, o sea, tú firmaste un conve-
nio, te responsabilizaste, no hay necesidad de estar hablando o de estar esperando o
que te digan: “Ay, es que no me alcanza”, y digo yo: “Y ¿qué hago? ¿Sí?” (Silvia).
Primero le hacía cuentas y le dividía entre tres, haz de cuenta agua, luz lo dividía
entre tres, el pagaba dos partes, lo de sus hijos y yo pagaba la mía y por decirte salía
100 dólares, siempre me da… es que su estilo… es que no traigo ten 60… así es él [ex
esposo] para todo. El cheque, si te lo iba a dar el lunes, te lo daba el martes, y luego
te habla: “Oye, no la vayas a meter porque no trae fondos, mételo pasado mañana”,
así es él… [...] Claro, yo siempre estaba histérica, nunca me dio quincena era “ten”…
me acuerdo que llevaba a los niños al… “ten para el súper X cantidad” y ya iba al
súper, la próxima semana vuélvele a pedir para el súper... O sea, nunca traje efec-
tivo, creo que me dio quincena… como seis meses, fue el tiempo que me empezó
169
a dar que me depositaba como la gente normal cada quincena y ya nada más ese
tiempo. Siempre fue muy desorganizado con el dinero… ¡siempre! (Marisa).
…entonces, un día lo cité y le dije [al ex esposo] que qué era lo que él quería, enton-
ces él dijo: “Acabar contigo… me cueste lo que me cueste”... Le dije: “Yo no puedo
vivir con esto, yo no puedo ver tanto odio... no quiero que mis hijos vivan en esto,
están demasiado…”, los niños estaban muy mal, muy mal… le dije: “Los únicos
que se afectan son los niños... ¿qué es lo que quieres para acabar con todo esto de
mutuo consentimiento?, porque, tú querrás... podrás acabar conmigo, pero pos mi
papá va a acabar contigo, porque pos él nada más le pasa el igual al abogado y él no
está adentro... y él va a aguantar más que tú, porque mi papá tiene más dinero que
tú...”, entonces le dije: “Pos nada más el poco dinero que puedas darle a tus hijos te
lo vas a acabar nomás en puro odio...” (Gloria).
Con lo que él les da [ex esposo] sabe que es la única manera de acercarlos [...]
ellos lo que ven: “Mi papá nos da para gastar, para vacaciones”... (Esther, ex esposa
de Alberto).
Yo corro con todos sus gastos [del hijo], ya quedamos en que le voy a comprar
un carro el otro mes que viene (Alberto, ex esposo de Esther).
Pues, cuando yo le pedía para los niños me decía que no, que si yo no tenía obli-
gación con él, él tampoco tenía obligación con nosotros, y pues ya por eso dije, pues
son sus hijos y como quiera tiene que ayudarme económicamente y por eso le metí
la demanda, y por medio de la demanda le estuve sacando dinero (Mayela).
...se le debe de dar pensión después de los 18 años, siempre y cuando siga estu-
diando. Yo metí esa demanda para quitársela, por las ofensas, porque dice que me
odia, porque dice X cosas... alcancé a tener unas copias del fotolog de él [hijo], por
ejemplo, un cuestionario: “¿A quién admiras? A mi mamá. ¿A quién odias? A mi
progenitor”… no me acuerdo qué otra, pero una respuesta bien cruel en contra
mía, “¿Por qué tanto odio? Si, hijo, yo te traté muy bien, si era tu confidente en todo
¿por qué?, ¿sabes qué?, pues te voy a quitar la pensión”. Solicité… ah, porque tam-
bién me presumió que tenía una cuenta de 30 000 dólares y que él con su negocio
estaba teniendo muy buenas ganancias [además de que la mamá le estaba pagando
todos sus gastos], “Bueno, si ya tienes tus propios ingresos, ahí muere”. No gané esa
demanda, porque no comprobé que estaba él obteniendo ingresos, pero gané por
el criterio del Juez que dice: “A ver, este muchachito, ¿cuántos años tiene?”, “Tan-
tos”, “¿Qué está estudiando?”, y le empezaron a investigar sus estudios hacia atrás,
reprobó un año de preparatoria e ingresó a la universidad, perdió un año también
[...] yo ni por aquí [se señala la frente] pensé que ése era un argumento [reprobar
en la escuela]. Yo a lo que me aboqué, es que como tiene sus propios ingresos y que
170
...yo no voy a dejar a mis hijos ninguna posesión, seguramente; pero la educación
es lo más importante y el ejemplo de echarle ganas y el ejemplo de ver las cosas de
forma positiva (Margarita, ex esposa de Gustavo).
[Aportar el dinero de la pensión] Pues para mí significa ver que los niños estén
bien cuidados y que haya una buena relación entre todos, ¿no?, entre mi ex esposa
y yo; entre mi ex esposa y los niños y, entre los niños y yo (Gustavo, ex esposo de
Margarita).
172
El aspecto económico pasa a ser uno de los principales temas del divorcio. En la
asignación de la custodia, por lo general no existen mayores desacuerdos, no obs-
tante, la cantidad convenida y asignada para la pensión con frecuencia representa
un punto donde se tienen mayores conflictos. El dinero es un medio de poder que
puede exacerbarse en situaciones como el divorcio, pero también, como señalan
Prieur y Guillou (2007), el dinero en el divorcio significa diferenciar lo que es de
cada cónyuge, dividir lo que era de ambos y asignar lo que le corresponde a cada
uno. Se trata de que cada miembro de la pareja recupere lo suyo para que pueda
seguir adelante por separado, así, no sólo se relaciona con liquidar el pasado, sino
también con organizar el futuro.
El incumplimiento del pago de la pensión se ha convertido en un problema por
las repercusiones económicas que tiene en los hijos y en quien ostenta su custo-
dia. Si bien las leyes prevén sanciones ante su incumplimiento, el argumento que
subyace en su aplicación es que las legislaciones no son lo suficientemente duras
con los padres que evaden sus responsabilidades y que la única forma de garanti-
zar que se cumplan las obligaciones es mediante el establecimiento de sanciones
más severas (Weitzman, 1988, citado en Arditti, 1991). Esta postura, apoyada por
algunos investigadores y legisladores, ignora aspectos esenciales de la problemá-
tica: los factores sociales, emocionales e interpersonales que pueden contribuir a
la negativa de los hombres de pagar la manutención (Arditti, 1991).
Independientemente de lo cuestionable o no que pudieran ser estas medidas
represivas, lo cierto es que en su concepción y aplicación se omite la importan-
cia de la dimensión afectiva en el ejercicio de la paternidad (Vega y Smith-Cas-
tro, 2009). Como señala Chambers (1983, citado en Arditti, 1991), el sentido de
responsabilidad se fomenta a partir de un sentido de apego, y el apego se nutre
por la calidad de interacción. Por lo mismo, la falta de responsabilidad econó-
mica por parte de muchos padres radica en la pérdida del vínculo entre éstos y
sus hijos, más que en la falta de aplicación de las leyes.
Conocer qué lleva a los padres a cumplir o infringir sus responsabilidades
materiales implica reconocer las responsabilidades afectivas que subyacen a éstas
y las diferentes percepciones de la aportación. Existen diferencias en el cómo per-
ciben mujeres y hombres el dinero correspondiente a la pensión. En el caso de las
mujeres, existen diversos significados: a) el recibir o no dinero de la ex pareja no
hace diferencia en el bienestar de los hijos; b) es una aportación importante para
los hijos, y c) sinónimo de dependencia de la pareja.
Para algunas mujeres, el hecho de que la ex pareja les dé o no dinero, o les otor-
gue o no la cantidad la convenida, no hace diferencia en el bienestar económico de
173
los hijos, puesto que han encontrado otros medios para solventar las necesidades
financieras propias y de ellos. Por lo regular, quienes tienen esta percepción son
mujeres que cuentan con un empleo permanente y cuya retribución es suficiente,
han contraído nuevas nupcias o tienen una pareja estable que se hace cargo de las
necesidades económicas de ellas y sus hijos, o de manera constante reciben ayuda
económica por parte de sus padres.
...lo que estoy pidiendo no es para mí, es para mi hija… ¿por qué?, porque va a
salir de secundaria, viene la prepa, viene lo más pesado y yo no tengo manera de
[pagar]… ¡bendito Dios!, se ha solventado el gasto de la guardería, de la primaria,
de la secundaria, del kínder… incluyendo uniformes, incluyendo zapatos, inclu-
yendo todo (Karina).
174
rol tradicional de madre dedicada al hogar y cuidado de los hijos, por lo mismo,
se encuentran en una situación de dependencia económica del ex cónyuge. Las
segundas cuentan con otro tipo de ingresos y por ello, esperar o recibir dinero de
la ex pareja es sinónimo de estar supeditada al ex cónyuge, aspecto del que pre-
fieren prescindir.
Al principio sí lo vi así, no quería que él tuviera nada que ver con el niño, nada,
ya quería separarme y ya el simple hecho de ya no querer estar con él y hacer las
cosas ya como fueran, no, no me importó que no me diera dinero. [No quería que
tuviera nada que ver con el niño] por cómo hizo las cosas, cuando él tenía derecho
a verlo los fines de semana, no me gustaba cómo lo trataba. Yo sí sentía como que
le tenía cierto recelo, ya cuando estaba más grandecito, cuando llegaba de trabajar
yo iba por el niño y me decía: “¿Por qué no lo dejas allá con tu mamá?, allá déjalo”,
ya le valía. El quería estar nada más conmigo y lo seguía demostrando después de
que nos separamos. Él [ex esposo] iba por el niño, era nada más el hecho de querer
tener el niño por saber que yo tenía que ir a buscarlo [al niño]. Yo sentía que con
el niño se desquitaba o no sé, a veces me daba esa impresión de que no me gustaba
que lo dejara llorando, o que, si yo no podía darle al niño para que él se lo llevara,
lo regresaba al ratito y lo dejaba llorando. Por eso busqué la manera de que ya no le
aceptaba dinero y ya no dejaba que lo viera (Belinda).
Me parecía justo porque no era dinero para mí, yo se lo estaba pidiendo para mi
hija. Y yo veo que eso era suficiente, que era suficiente porque yo siempre he tenido
muy claro que el dinero, ese dinero es para mi hija, yo intento que ese dinero no
entre a mi casa, mi casa yo la mantengo. Ese dinero es para la escuela de la niña,
para pagar a la que cuide a la niña, etc., etc., entonces a mí me parecía suficiente
(Ana, ex esposa de Raúl).
175
“Porque él dice: ‘Si yo tengo, le doy más’, me consta: o sea, el verano pasado
mandó a mi hija a estudiar a Estados Unidos todo el verano, un campo de verano,
y le pagó, o sea, sí” (Margarita ex esposa de Gustavo).
También hay quienes señalan que la aportación es reducida y el dinero no les
alcanza porque el ex cónyuge no tiene una mínima idea del costo de la vida, por
lo mismo, la percepción del dinero otorgado por la ex pareja es contraria a la rea-
lidad que ellas deben enfrentar.
De hecho, cuando la niña le dice: “Oye, es que necesito...”, “¿Y el dinero que les
doy, qué hacen con él?” [responde el ex esposo], como si fuera mucho dinero. De
hecho, una vez le dije: “Mira, el dinero que tú le das a la niña, cuando yo voy a
cobrarlo, me gasto tanto en el camión de ida; tanto en el de regreso. ¿Sabes cuánto
176
Así como hay madres que reciben y consideran que el dinero de la pensión
es una cantidad justa, hay mujeres cuya percepción sobre el dinero entregado es
insuficiente, también hay madres que no reciben la cantidad establecida, pero a
diferencia de quienes no les alcanza, ellas prefieren no obtener el dinero de la pen-
sión. Sus razones van desde evitarse conflictos y sentir que se han independizado
del ex cónyuge, hasta considerar la pensión no entregada como un recurso del
que pueden disponer. Así, el dinero representa un medio que da a la ex pareja el
derecho de ver a los hijos —lo cual prefieren que no suceda—; un “vínculo” per-
manente entre la ex pareja, es decir, el dinero se convierte en una forma de mani-
pulación del ex cónyuge, en el medio para tener que ver a la ex pareja —lo cual
prefieren no hacer— y la pensión no recibida representa el recurso legal por el
cual pueden reclamar la patria potestad de los hijos y hacer que el ex cónyuge
pierda todo derecho sobre los menores.
…al principio que nos habíamos separado, él [ex esposo] iba por él [niño] cada
fin de semana, pero la intención de él no era estar con el niño, sino que yo fuera
por él [niño] y él [ex esposo] querer estar conmigo… me decía: “No te voy a dar
al niño si no vienes”, porque yo le decía: “Si vas a ver al niño, pues vas por él, ahí
están mis papás”, y no iba. “No, es que quiero que tú me lo traigas”, o “quiero pla-
ticar contigo y quiero que vengas y traigas al niño y vengas por él y no sé qué…”
[refiriéndose a lo que le decía el ex esposo], o sea, se puso así. Pero ya cuando
vio que no me veía y que a veces al niño le decía que iba a ir por él y a las dos
horas lo traía y lo dejaba llorando, y yo… “Ya, ya no lo vas a ver” […] porque
pues su intención era verme a mí, o que yo lo llevara [al niño]… ya no me pare-
ció (Belinda).
Yo quería quitarle la patria potestad… por todo el tiempo que no me ha dado…
o sea, que no me estuvo apoyando monetariamente… Y le quería quitar [la patria
potestad], pero la abogada me dijo que no era posible, porque los niños están muy
chiquitos, y que el juez quiere que haiga [sic] esa unión familiar… (Nadia).
177
...haz de cuenta que me dio para los puros alimentos solamente 67 dólares. No
[se me hace justo ese acuerdo], pero yo ya quería que me divorciara. Es muy poca
cantidad, porque, en realidad, ahorita con ellos me llevo mucho más, mucho más
dinero… un par de zapatos te cuestan de 25, 30 dólares y son un par de zapatos
para la escuela, para el uniforme. El uniforme cuesta 47 dólares, cada uniforme de
temporada… y porque es como te digo, entre zapatos, ropa, que la ropa los niños la
hacen nada. ¡Sí!, la hacen nada… un pantalón, 20 o 25 dólares; los zapatos es igual;
playera y chaquetas, ni se diga… Simplemente, el pediatra son 25, 30 dólares, por-
que no tengo seguro; los medicamentos, que para la infección 17 dólares; que si
tiene algo mas son 25 dólares; o sea, se te fueron 67 dólares en la pura consulta y
los medicamentos (Nadia).
...digo que es injusto, porque no nada más la mamá los hizo, sino también el
papá… y que se debe compartir la responsabilidad por igual (Karina).
¿El pagar la pensión?, ¿qué significa para mí? Pues que la estoy manteniendo [a
la hija], bien o mal, porque es poco el dinero, pero sí, el que ella sepa que el día
de mañana que ella crezca más, que nunca le faltó ese dinero a ella, que siempre
estuvo ese dinero ahí para ella, aparte de lo que yo le doy por fuera, pues que sepa
el día de mañana que nunca, que nunca la descuidé. Eso que me rebajan es para
que ella sepa, que diga: “Pues mi papá siempre me mantuvo, con el dinero ése y
con lo que me daba por fuera”, o sea, que nunca me desobligué de ella. Porque no
me gustaría que el día de mañana me reclamara que nunca la saqué adelante, que
nunca hice nada por ella, no me gustaría que me lo reclamara (Rogelio, ex esposo
de María Elena).
[Pagar la pensión] Significa que es parte de mi responsabilidad… nada más…
o sea, no estoy haciendo nada fuera de lo normal, extraordinario, ¿no? Y cuando
nació mi hijo, porque mis tres hijos nacieron con amor… entonces, es parte de mi
amor hacia él, ¿no? … que tiene un padre que lo sigue amando y que lo sigue cui-
dando y que lo sigue ayudando hasta que ya cumpla una mayoría de edad y hasta
que trabaje y si no quiere estudiar, se dedique a trabajar o algo, o a hacer lo que a él
le guste, ¿no?, pero es parte de mi responsabilidad, nada más (Jaime).
178
El significado [de pagar la pensión] en mi caso, es algo que uno tiene que darlo
voluntariamente, te digo, es algo que no debe tener tema, no debe ser un tema de
discusión. Se me hace medio absurdo, porque es algo que... no es algo que uno
tenga que dar a fuerzas, es algo que tienes que hacer con gusto porque, vaya, a mí
se me hace algo burdo, que de repente discutas de que: “Oye, es que la pensión de
los niños”, o sea, espérame, la cosa es que vamos a ponernos de acuerdo, eh, “¿con
esto crees que esté bien?, es para que ellos tengan… tú trabajas, aparte, ella tra-
baja, entonces… yo creo que es algo que uno da con gusto, yo lo doy con gusto
(Pedro).
Yo no era nada más que el proveedor. Acuérdate de una cosa, los hijos son el reflejo
de lo que uno es, ¿no? Entonces, mis hijos nada más, mis hijos: “Papá, dame, papá
esto, papá necesito, papá esto y lo otro”… pero un cariño, una muestra… eso es lo
que me hacía ruido a mí. Entonces, ¿para qué estoy trabajando? […] yo lo único que
te puedo decir es que yo me veía en esa casa como solamente el proveedor, nada
más. O sea, tú trae lana para que se paguen todos los gastos y para esto y para esto
otro, pero tú no tienes autoridad porque… la mujer influye mucho en los hijos,
entonces los hijos saben por dónde se pueden ir. Entonces, yo me veo como una
figura nada más de proveedor… (Jaime).
De igual forma, existen hombres que piensan que la ex pareja podría y debería
contribuir para los gastos de los hijos. El que ambos padres contribuyan a solven-
tar los gastos puede significar la valoración de la responsabilidad —o esfuerzo—
del mismo modo que puede ser una forma de perjudicar al ex cónyuge.
...le mandé las copias a mi hijo, las sumas y todo y le dije: “No son pinches 50 dóla-
res mensuales como tú dices, si lo hacemos por promedio, son 175 dólares por
quincena, por hijo, lo que yo te estoy dando, tu mamá gana más del doble que yo,
Ok, parejos, tú debes recibir 175 míos por quincena y 175 de tu mamá, 350 dólares
se me hace una buena cantidad para mantener por quince días a un adolescente”.
Con mayor razón a un niño pequeño de primaria en escuela pública o a una seño-
rita de secundaria de escuela pública [...] Sí, pero como que ese concepto de ser nada
más el que aporte dinero y bienestar económico a los hijos o a la familia en gene-
ral, ya pasó de moda hace muchos años, ya las mujeres también trabajan y lo firma-
mos, somos pareja, somos matrimonio o por bienes mancomunados, trabajas tú,
179
trabajo yo, gastas tú, gasto yo, así que también, si yo estoy aportando, ella también
debe hacerlo (César).
Asimismo, hay padres para quienes pagar la pensión establecida es una carga
difícil, en algunos casos porque han perdido sus empleos, porque sus ingresos
no son suficientes para mantenerse y mantener a los hijos —incluso hay quienes
regresan a vivir con sus padres— porque deben pagar deudas, o porque han for-
mado una nueva familia y no poseen los recursos económicos suficientes para
mantener dos hogares.
...me acerco a ella [ex esposa] porque le digo: “Mira, siguen gastando mucho en
teléfono y mucho en luz, y la verdad que darte 417 para comida por semana es una
grandísima cantidad, porque puedes vivir con 166 dólares”, me dijo: “Pues tú me
180
das esa cantidad, porque si no me la das te vas a meter en problemas”. Le dije: “¡no!,
yo quiero pactar contigo, porque yo a ti te di locales y te di un negocio y los loca-
les y el negocio te dan para que vivas tú en lo personal muy holgada, déjame darle
a mis hijos nada más lo que necesitan, ¿para qué te doy de más?” [además, él paga
la colegiatura, seguro de gastos médicos, doctores, vacaciones, ropa, gasolina y via-
jes] [...] Me dijo: “Mira, el convenio es el convenio y lo tienes que respetar”, le dije:
“Bueno, mira, en este momento voy a tomar otra decisión, te voy a empezar a
dar menos luz porque no es justo”, y empecé nada más a quitarle lo de la luz, en
lugar de darle… me daba un recibo de 500 y yo le mandaba 250, le digo: “Mira,
si tú quieres corregir lo del gasto de la luz corrígelo, yo nada más te voy a dar la
mitad de lo que me presentes, considerando que te debo dar algo” (Alberto, ex
esposo de Esther).
...el menor, me dijo: “Es que mi mamá me compró esto, mi mamá me compró…”,
“Oye, m’ijo, es que también toma en cuenta —y le enseñé el talón de cheque— de
lo que me rebajaron para los dos [hijos] de esto, la mitad es tuya mijo, no te pon-
gas así exigente, pero sí le puedes decir: ‘Oye, mami, tengo ganas de un dulce, tengo
ganas de esto, de lo otro…’. Te lo debe de comprar, porque no es nada más dinero de
tu mamá, también es dinero mío”. Este año, “Mira, papá, me compraron, me regaló
Santa Claus una lap top, me regaló unos tenis nuevos, me regaló…”. Me sacó diez
fotos, uno como adulto sabe más o menos lo que cuestan las cosas, fueron más de
mil dólares, “Me las regaló mamá, ¿verdad?”, le dije: “M’ijo, ¡es mitad mío!, de todo
lo que te compren es mitad mío y mitad de tu mamá, no te lo compra nada más tu
mamá, o a lo mejor lo compra con dinero mío, pero eso es compartido, m’ijo”, cómo
manipulan la situación económica allá [refiriéndose a la ex esposa] (César).
…nunca hemos tenido problemas [en relación con el dinero de la pensión], porque
nunca nada, nunca, ni un recibo ni nada, o sea, de que si ella puede venir o algo y
si me quiere fregar por ese lado de que: “Sabes que nunca me dio pensión, desde
que me divorcié o algo…”, fácil, porque no tengo ningún recibo, porque tenemos
buena relación, no había necesidad de eso, “Oye, pues fírmame un recibo”, se iba a
ver muy mal, no sé, pero legalmente tienes que hacerlo, pero nosotros no [conside-
ran necesario hacer ese trámite] (Leopoldo).
181
Así como hubo quienes expresaron que confiaban en la distribución del dinero
otorgado, también hay padres que “sugieren” a los hijos adolescentes cómo y en
qué deben gastar el dinero que él les otorga.
...mis hijos ya ni los ven los correos electrónicos, ven que les llegó un correo elec-
trónico del papá, ni lo abren… el último que recibieron fue en diciembre y nue-
vamente diciendo cómo tienen que repartir el aguinaldo, en qué se tiene que
gastar, en ropa, en computadoras. El les pinta que esos 1 833 dólares, les toca a
ellos 583 y tantos (Mariana).
Para las mujeres, administrar el dinero recibido significa satisfacer las necesi-
dades económicas de los hijos. Las entrevistadas señalaron que una vez recibida la
pensión, la ex pareja sólo les preguntaba o se interesaba por la administración del
dinero cuando las relaciones entre ambos eran tensas y lo hacían con la finalidad
de incomodarlas. Algunas de las participantes, a manera de prevención, llevan
un registro de los gastos y guardan comprobantes de éstos, pero indicaron nunca
haber rendido cuentas de ese dinero.
Alguna vez [me pidió que le rindiera cuentas] sobre todo, bueno, pero eran en cier-
tos tiempos, etapas de conflicto que había entre él y yo, eran más bien los tiem-
pos estos de conflicto; entonces, una manera de presionar era diciéndome que me
iba a pedir cuentas de cómo me gastaba yo, “Cuando quieras”, le decía, “te puedo
dar las cuentas cuando quieras y ¡aguas!, porque me vas a deber”. Porque, pues te
digo, de los 333 o 375 que me daba, pues yo tengo que pagar 250 en la escuela de la
niña, y ahí párale de contar, luego, échale lo demás, ¿no?, de que si tengo que pagar
a alguien para que me la cuide, que si tengo… entonces, pues, en lo más mínimo
me había preocupado, pero cuando me pedía esto más bien era ese sentido de que
182
teníamos conflictos por otras cosas, no era el dinero, no era un asunto de dinero,
era que teníamos conflictos por otras cosas… (Ana, ex esposa de Raúl).
El abogado me dijo: “Guarda todas las notas de todo lo que compras, hasta de
una coca; porque él te puede pedir, según la Ley, él te puede pedir cuentas”… y, yo
guardo todo, pero él nunca me ha pedido cuentas de nada; si te digo que de repente
me da el dinero en efectivo (Margarita, ex esposa de Gustavo).
183
Conclusiones
Cabe destacar que estos casos los conforman personas que poseen un empleo formal,
3
fijo y que previo a la deducción hubo un juicio de pensión alimenticia en el que vía legal, el
juez solicita al empleador descontar del sueldo del empleado la cantidad asignada a la pen-
sión para que ésta sea cobrada por la ex pareja.
184
185
de los cónyuges suelen ser diferentes; en ocasiones, el hombre busca dar lo menos
en cuanto a dinero y bienes, mientras que la mujer desea obtener su libertad; así, en
el divorcio, la justicia va más en términos de beneficios que de equidad.
Referencias bibliográficas
186
187
Introducción
189
190
cifras, el inegi (2009) estima que en el año 2008, por cada 100 matrimonios, se
presentaron 14 divorcios. En otros países estas cifras son aún más altas, por ejem-
plo, en Francia, Lambert (2009) reporta que durante 2006, por cada 100 matri-
monios hubo 47 divorcios, y asegura que cada vez menos personas se casan en
Francia. Además, señala que, de acuerdo con Prioux (2007), se estima que 30% de
las personas nacidas en Francia en la década de 1970 nunca se casarán.
A nivel nacional, los estados en donde se registraron más divorcios1 durante el
año 2008 fueron: Chihuahua (26.9 divorcios por cada 100 matrimonios), Colima
(26.7) y Nuevo León (24.4). El estado en donde llevamos a cabo la investigación
sobre divorcio que da origen a este libro se sitúa, así, como el tercero en incidencia
del divorcio en México. Por otro lado, los estados del país en donde la relación de
divorcios por cada 100 matrimonios es menor son: Oaxaca (2.9), Guerrero (4.9) y
Tlaxcala (6.4) (inegi, 2009).
En cuanto a la edad promedio de los hombres al divorciarse, en 2008 fue de 38
años y de 35.4 años para las mujeres. De las parejas casadas que se divorciaron en
2008, prácticamente la mitad tuvo un matrimonio con una duración social2 de 10
años o más (50.6%), seguida de quienes estuvieron casados cinco años o menos
(28.3%) y las que permanecieron unidas entre seis y nueve años (19.8%).3 Esto nos
deja claro que en México no sólo nos casamos jóvenes, sino que además, en con-
secuencia, cuando se presenta el divorcio, la edad media de los cónyuges es prácti-
camente la edad en la que en España o Francia comienzan a casarse las parejas de
acuerdo con las estadísticas españolas (ine, 2010) o francesas (insee, 2008). Incluso,
en este último país, el matrimonio está siendo sustituido por el “pacto civil de solida-
ridad” (pacs), figura jurídica que equipara al matrimonio tanto para efectos legales
como fiscales y aplica para cualquier tipo de convivencia en pareja, y que legalmente
son más fáciles de disolver que el matrimonio.
Dicho estudio comenzó en 1972 y abarcó 1 400 familias a lo largo de varias déca-
das de seguimiento. El objetivo de comentar los resultados de este estudio es hacer
del matrimonio.
3
El porcentaje de no especificado de la duración social del matrimonio fue de 0.9%
(inegi, 2009).
192
Problemas de afinidad
La mitad de las mujeres del estudio elv describió como grandes problemas la falta
de comunicación y de afecto, mientras que los hombres rara vez le dieron impor-
tancia a este tema. Además, un tercio de las mujeres de este estudio mencionó la
falta de intereses comunes y un reparto injusto de las tareas domésticas como las
principales fuentes de insatisfacción en el matrimonio. Algunos eventos agravan
esta situación, como el nacimiento de un hijo, sobre todo si la esposa trabaja y
además debe hacerse cargo del hijo bajo la desigualdad previa. Asimismo, 25% de
las mujeres señaló el alcoholismo, la violencia doméstica o las infidelidades como
factores que contribuyeron al divorcio. En cambio, para los hombres del estudio,
era la actitud crítica de las esposas, sus reproches y sus quejas lo que más contri-
buía a que se sintieran decepcionados en su matrimonio. En nuestro estudio sobre
divorcio en Nuevo León, 20% de las personas de la muestra expresó que el princi-
pal conflicto que tenía con su pareja era la infidelidad, y casi 28% menciona que
la infidelidad fue el tema principal que motivó el divorcio.
En la actualidad, el fenómeno de las redes sociales posibilita encontrar a ex
parejas sentimentales y/o sexuales, o buscar aventuras amorosas “virtuales” que
aunque no llegan a consumarse en la realidad, sí han incrementado la infideli-
dad como causa de divorcio en todo el mundo. Por ejemplo, la red social Face-
book cuenta con millones de usuarios en el mundo, y de acuerdo con la Academia
Americana de Abogados Matrimoniales en Estados Unidos (aaml, 2010), las
193
redes sociales aportan 80% de las pruebas de infidelidad matrimonial que se pre-
sentan en la actualidad como demandas de divorcio. Entre las redes sociales des-
taca Facebook, que aporta 66% de estas pruebas, MySpace aporta 15%, y Twitter
5% de estas evidencias.
Es un hecho de nuestra sociedad moderna que las redes sociales han modi-
ficado el comportamiento de las personas en una relación, ya que ahora la inti-
midad está al alcance de un “click”, con el cual se puede conocer el pasado de
nuestra pareja, incluso el de las ex parejas de nuestra pareja. Por ejemplo, un
estudio reciente exploró el rol que desempeña Facebook en el desarrollo de los
celos en una relación de pareja (Muise, Christofides y Desmarais, 2009). Incluso
creó la Escala de Celos de Facebook (The Facebook Jealousy Scale) para evaluar
la presencia de esta variable. En resumen, el estudio concluye que el uso de Face-
book en la pareja puede desatar comportamientos de celos e incluso actitudes
compulsivas por averiguar más información que conduzca a la verificación de
una infidelidad.
El dinero
El dinero implicó una de las principales causas por las que las parejas del estudio
de Virginia se divorciaron. Casi un tercio de las mujeres y los hombres consideró
que el dinero había sido un factor determinante en la decisión de divorciarse. Ade-
más, se observó que el desempleo del marido tiene un especial efecto negativo en
familias en donde la esposa trabaja. Lo que se observa es que la esposa asume el
control en todo lo relacionado con la economía familiar, ocupando así una posi-
ción dominante en la vida cotidiana de la familia. En consecuencia, los problemas
económicos traían consigo dificultades en el terreno de la sexualidad de la pareja.
La falta de empleo en algunos de los esposos que participaron en el estudio hacía
que usaran el sexo como un medio para conservar alta la moral. No obstante, las
esposas estaban cada vez más molestas y distanciadas de sus maridos debido a la
inestabilidad financiera y ello provocaba que rechazaran sexualmente a sus espo-
sos. El estudio encontró que la violencia física era dos veces más alta en las fami-
lias en donde el esposo estaba desempleado y la mujer trabajaba. Señala que esta
violencia, en ocasiones, estaba relacionada con los rechazos sexuales, pero era
más provocada por la pérdida de autoestima y el descenso en la posición social;
los maridos se convirtieron en personas furiosas e inseguras, lo cual nos lleva a
la siguiente causa encontrada en este estudio. Para una lectura más amplia sobre
el tema del dinero y el divorcio, remitimos a la lectura del capítulo “El dinero en el
divorcio: relaciones de poder sustentadas en el tener” que aparece en este libro.
194
La violencia
4
“71 mujeres muertas en España en 2010 víctimas de la violencia de género”, El país,
19 de diciembre de 2010.
195
poco a poco y, como consecuencia, también con el cónyuge. Este problema es aún
mayor si, además, la pareja recién casada vive en casa de los padres de uno de los
cónyuges, lo cual es relativamente frecuente. En nuestro estudio sobre divorcio en
Nuevo León, el cual dio origen a este libro, 44.2% de las personas encuestadas men-
cionó que luego de casarse, su primera vivienda fue la casa de los suegros (27.6%),
o bien, en casa de los padres (16.6%) de la persona encuestada. Únicamente 55.8%
tuvo casa propia para comenzar a vivir juntos en matrimonio.
En conclusión, después de analizar las principales causas por las que los
matrimonios de este estudio se divorciaron, para Hetherington y Kelly (2005)
en el elv, el amor romántico es un pegamento temporal. Esto coincide con el título
de un importante libro de terapia cognitivo-conductual de pareja: Con el amor
no basta (Beck, 1998). La teoría de Beck sobre los matrimonios exitosos coincide
con los resultados empíricos del Estudio Longitudinal de Virginia (Hethering-
ton y Kelly, 2005): el amor es importante, pero sólo una relación basada en el res-
peto, la confianza, ayuda mutua, el cariño e intereses comunes hacen posible que
el “pegamento del amor” no caduque y que la pareja se mantenga ante el inevita-
ble paso del tiempo. Beck (1998) añadiría que los matrimonios exitosos consiguen
sobrevivir, además de lo mencionado, porque consiguen apartarse de los malen-
tendidos (interpretaciones erróneas de la realidad), señalándolo como un proceso
activo que se origina cuando un cónyuge desarrolla una imagen distorsionada del
otro (es decir, no desarrolla la habilidad para auto-controlar sus interpretaciones),
basada en comunicaciones equivocadas e interpretaciones prejuiciosas del com-
portamiento del otro.
Depresión y divorcio
196
abuso, entre otros), el fin de este matrimonio problemático puede suponer algún
alivio (Wheaton, 1990; Williams, 2003). En consecuencia, pensamos que es más
probable que dentro de los dos primeros efectos sea en donde la depresión pueda
hacerse presente, siendo ésta la principal afectación al bienestar de las personas.
Por otro lado, como vemos con el tercer efecto, el divorcio puede resultar en algu-
nos casos en beneficio para la salud mental, al menos para uno de los cónyuges, al
representarle cierto grado de alivio.
Ahora, en cuanto a la experiencia humana del divorcio, Clarke-Stewart y Bren-
tano (2006) comentan la teoría de Wiseman (1975) sobre el divorcio, quien se
basa en una dimensión emocional y otra psicológica del proceso para proponer
cinco etapas en donde la depresión podría hacer su aparición, basándose, además,
en la teoría de Kübler-Ross (2009) sobre el proceso de duelo.
Estas cinco etapas del divorcio son: negación, pérdida y depresión, ira y ambi-
valencia, la reorientación del estilo de vida e identidad, y la aceptación e integra-
ción. A continuación se describen de manera breve (Wiseman, 1975).
Negación
Pérdida y depresión
197
Ira y ambivalencia
Una vez que sobreviene la separación, lo siguiente es aprender a vivir con la sole-
dad y con el nuevo estatus social. Implica enfrentar la realidad del divorcio, asu-
mirse como una persona divorciada y propiciar en lo posible una reflexión sobre
esta realidad y, lo más importante, sobre el futuro personal y posibles relaciones
futuras. Esto hace que sea una etapa en donde las personas se encontrarán vul-
nerables, ansiosas o solas; para combatir estos estados puede enrolarse en nuevas
relaciones con alto componente sexual y muy poco emocional. En resumen, habrá
que superar una crisis de identidad en esta fase, pero también supone la posibili-
dad de cambio y desarrollo humano.
Aceptación e integración
Esta será la última fase de resolución de la experiencia del divorcio, una vez que se
acepta el hecho y se abandona la ira; se sigue adelante con la vida y los proyectos
personales, sociales, económicos y familiares se reorganizan.
La teoría de Wiseman (1975) sobre el divorcio, basada en una experiencia
emocional y de duelo, ayuda a comprenderla como un evento complejo y trans-
formador en la vida de quienes atraviesan por él.
Depresión pre-divorcio
Como hemos visto hasta ahora, la depresión antes del divorcio aparece según
Wiseman (1975), ante la inminente ruptura del matrimonio y luego de reconocer
que existen graves problemas en él.
198
199
Depresión posdivorcio
Una vez que termina el proceso de divorcio y los miembros de la pareja se encuen-
tran con su nuevo estatus social, familiar e incluso económico, pueden sobreve-
nir estados de ansiedad y angustia que pueden acarrear episodios depresivos y
de soledad (Hetherington y Kelly, 2005). Hay que tomar en cuenta que al divor-
ciarse no sólo se rompe la relación con el cónyuge, sino, además, puede suponer
la ruptura de las relaciones con la familia del cónyuge, amistades e incluso con los
propios hijos. Como vemos, el divorcio puede llegar a crear una gran confusión
emocional, sobre todo al principio, e incluso en ocasiones una variada gama de
consecuencias en la salud mental (Amato, 2000). Por ejemplo, el estudio de Hope,
Power y Rodgers (1999, en Amato, 2000), comparó las puntuaciones de depre-
sión entre mujeres casadas y mujeres divorciadas en una muestra de Inglaterra y
encontró 180% de mayor puntuación en las mujeres divorciadas.
De acuerdo con Clarke-Stewart y Brentano (2006), la investigación sobre los
efectos del divorcio ha demostrado que, en promedio, las personas adultas divor-
ciadas son más angustiadas y deprimidas que las casadas o solteras (Davies, Avi-
son, y McAlpine, 1997). Haciendo una revisión sobre la literatura en este tema,
Clarke-Stewart y Brentano (2006) señalan también otros estudios como el de
Hope, Power y Rodgers (1999) en el que las madres divorciadas resultaron ser
200% más propensas a deprimirse que las madres casadas. En estudios como el de
Thabes (1997) se encontró que un cuarto de las mujeres que integraron la muestra
de su estudio, las cuales habían estado divorciadas en promedio durante 14 años,
tiene problemas clínicos significativos de depresión e incluso otros han repor-
tado altos niveles de síntomas psiquiátricos, en comparación con mujeres casadas
(Garvin, Kalter y Hansell, 1993; Weitoft, Haglund, Hjern y Rosén, 2002).
Clarke-Stewart y Brentano (2006) encontraron también que el suicidio y los
intentos de suicidio eran más frecuentes en hombres y mujeres divorciados alre-
dedor del mundo (Brockington, 2001; Cantor y Slater, 1995; Kposowa, 2000; Les-
ter, 1994; Weitoft, Haglund, Hjern y Rosén, 2002), y que las personas divorciadas
consumen más alcohol y desarrollan más adicciones (Magura y Shapiro, 1988;
Power, Rodgers, y Hope, 1999; Proudfoot y Teesson, 2002; Weitoft, Haglund,
Hjern y Rosén, 2002). En el Estudio Longitudinal de Virginia (Hetherington y
Kelly, 2005) se encontró que la depresión era más frecuente entre las divorciadas
con hijos varones. Encontraron que la causa era que las mujeres tenían el temor
200
Madurez social
Para los autores del elv, la madurez social como protección en el divorcio repre-
senta cuatro cosas: 1) la capacidad de hacer planes para el futuro; es decir, reajustar
201
Autonomía
Religiosidad
Tener locus de control interno ayuda a que después del divorcio las personas reto-
men sus recursos personales. Propicia una actitud proactiva y así se vuelven más
decididos para afrontar la nueva realidad.
Trabajo
Tener trabajo al momento del divorcio o comenzar a trabajar una vez divor-
ciado es un factor que ayuda para mantener ocupadas a las personas divorciadas
(mental y conductualmente). Esto es de beneficio para mantener un sentido de
auto-eficacia que ayude a construir la idea de que es posible seguir adelante con
la vida. En definitiva, el ingreso económico que se logra con un trabajo ayuda
202
Apoyo social
Las figuras que proveen apoyo social son llamadas por los autores “figuras de tran-
sición” (padres, amigos, hermanos(as), incluso un amante). Éstas proveen ayuda
desde el momento en que las personas toman la decisión de divorciarse hasta que
el proceso concluye. Facilitan la transición de la vida de casado a la vida de divor-
ciado, pero también a la de “nuevo soltero”. El elv afirma que sólo 15% de los par-
ticipantes del estudio que tenían una relación sentimental con otra persona antes
del divorcio se casaron con esa persona una vez que se divorciaban.
Entre nuestra cultura es muy popular el dicho de: “un clavo saca a otro clavo”.
El elv encuentra que esto es cierto, al menos para un buen número de personas
en su estudio y adjudican al amor un papel de suma importancia para reparar el
dolor psicológico causado por una separación, afirmando que amar y ser amado
es una experiencia profunda e intensa que protege. Esto coincide con lo reportado
en este libro en el capítulo sobre los efectos del divorcio en las mujeres a partir de
su nivel de autonomía.
Los adultos del elv que tenían una educación superior y un trabajo tendían a estar
menos deprimidos, estaban más satisfechos con sus vidas y eran buenos padres
antes y después del divorcio.
La historia familiar
De acuerdo con el elv, el índice de fracaso matrimonial es más elevado entre los
hijos adultos de padres divorciados que entre los de padres no divorciados, y es
203
aún más alto entre las hijas. Los comportamientos antisociales de los padres pue-
den llegar a tener un alto impacto negativo en el aprendizaje de los hijos.
Luego de conocer estos factores de protección y de riesgo, por lógica, podemos
deducir que mientras más factores de protección tengamos o podamos desarro-
llar, menores consecuencias negativas nos traerá un divorcio. Mantenerse cerca
de los factores de protección ayudará a encontrar el camino de la autorregulación
emocional, y hacer de la experiencia del divorcio una experiencia de crecimiento
y de aprendizaje constructivo.
Personalidad antisocial
La impulsividad
Las personas que actúan de manera impulsiva lo hacen tan rápido que no les da
tiempo de pensar en las consecuencias de sus actos. Son esclavos de sus impul-
sos, actúan visceralmente. El elv encontró que esta actitud es peligrosa luego del
divorcio, por ejemplo, al elegir una nueva pareja.
La neurosis
204
Apego al ex cónyuge
La cohabitación
La promiscuidad
Las personas más deprimidas del elv resultaron ser estas personas, aquellas que
después del divorcio mantuvieron una vida sexual promiscua. Este factor es aún
de mayor riesgo para las mujeres, incluso, los únicos siete intentos de suicidio a
lo largo del elv (más de 40 años) se presentaron en mujeres que tenían este fac-
tor de riesgo.
Método
205
y en las mujeres 37.6), con dos hijos en promedio y con una escolaridad media de
12 años, semejante en hombres y mujeres.
Resultados
Depresión posdivorcio
Sin duda, atravesar por la experiencia del divorcio es un proceso complejo, que
con cierta frecuencia compromete la salud mental de quienes atraviesan por
ella. En este sentido, los resultados de nuestro estudio, en cuanto a depresión
se refiere, indican que sólo 4% de las personas afirma sentirse bastante desani-
mada y deprimida y 1.9% sentirse así todo el tiempo. Cabe destacar que de las
personas que refirieron sentirse desanimadas y deprimidas bastante o todo el
tiempo, la mayoría son mujeres (19 de 22 personas) y 60 de las 86 que dijeron
sentirse así algunas veces también fueron mujeres. Casi un cuarto de la mues-
tra algunas veces se siente desanimada y deprimida (22.9%), frente a 27.5% que
refiere sentirse de esta manera muy pocas veces. Casi la mitad de las personas
encuestadas (43.7%) no se ha sentido ninguna vez desanimada y deprimida.
Hay que mencionar que las personas de la muestra tenían en promedio cuatro
años y medio de haberse divorciado, razón por la cual no se observaron con-
secuencias negativas en su estado de ánimo. Se observa una ligera tendencia
a presentar más estados depresivos en los meses siguientes al divorcio y hasta
cumplir el primer año; posteriormente, las cifras van en decremento, es decir,
mientras mayor sea la distancia temporal del divorcio, menor frecuencia de
estados de ánimo depresivos.
Por otro lado, 50% de las personas de nuestro estudio expresó que ninguna
vez se ha sentido decaído al grado de que nada puede animarle. Casi la cuarta
parte (24%) se ha sentido así pocas veces, 19% algunas veces y cerca de 5% se
sintió así bastante tiempo. En contraste, 76.5% de las personas se siente más feliz
con su vida actual en comparación con su vida matrimonial; 12% dijo sentirse
igual de feliz, y sólo 2.9% se siente menos feliz. Y en concordancia, 66% de la
muestra dice no arrepentirse de la decisión de divorciarse, mientras que 29%
manifiesta que antes sí se arrepentía, pero ahora ya no, y sólo 5.4% se mantiene
arrepentido. Es interesante observar que hay una relación significativa entre esta
felicidad y el no arrepentimiento en las personas de la muestra. Es decir, las per-
sonas que expresaron un alto grado de felicidad también expresaron un alto con-
vencimiento de que la decisión del divorcio fue la correcta.
206
Divorcio y psicoterapia
207
pastores de iglesia, la familia y amigos, y fueron las mujeres las que más buscaron
ayuda de estas instancias, en comparación con los hombres.
Para las personas que recibieron terapia, lo que expresaron que les había ayudado
más fue a darse cuenta de que los problemas no eran culpa suya, a reflexionar, pen-
sar bien las cosas, a estar seguros de la decisión, a sentirse mejor y ser personas más
seguras. A quitarse el miedo, a decidir no seguir juntos y superar el engaño. A darse
cuenta de que su esposo estaba muy enfermo, darse cuenta de que el divorcio era lo
mejor. A hablar y expresar lo que sentían y tomar una buena decisión.
Por otro lado, algunas personas reportaron que lo que menos les ayudó de
la terapia fue que en ella decían que todo era por su culpa; no ayudó a arreglar la
situación del matrimonio, insistir en no divorciarse, no evitar el divorcio, los senti-
mientos involucrados hacia el esposo, no entender el problema del esposo, y que el
esposo siguiera con la misma actitud.
Los que recibieron terapia de pareja afirman que lo que fue más útil para ellos
fue desarrollar la habilidad para hacer amigos, ubicarse en la situación del pro-
blema de la pareja, tomar las cosas con serenidad y los consejos que el terapeuta les
daba. Sin embargo, algunas personas refirieron que a pesar de acudir en pareja a
la terapia, ésta no ayudó en nada y no ayudó a evitar el divorcio.
En cuanto a ello, les preguntamos a las personas de la muestra que, si conside-
raban que la terapia les ayudó a ellos y a sus ex parejas en algo, ¿por qué, a pesar de
eso, el divorcio fue inevitable? Las respuestas fueron: debido a discusiones, falta de
madurez, el haberse hecho daño, porque la terapia les hizo ver lo que era su marido,
o falta de cooperación de la pareja. Otros refieren que la terapia ayudó a tomar la
decisión del divorcio. Necesidad de espacio y tiempo. También se menciona la falta
de experiencia, incompatibilidad o la presencia de una tercera persona en la rela-
ción de pareja. También se refieren los problemas del esposo con el alcohol o que
éste nunca quiso asistir a la terapia.
Por otro lado, dado que habían considerado que la terapia no había sido de ayuda
para evitar el divorcio, nos interesaba conocer: ¿qué aspectos de la terapia o del
terapeuta cambiarían? Algunas personas comentaron que al terapeuta le faltó
208
209
Conclusiones
210
del divorcio, puede aparecer con mayor probabilidad durante el primer año poste-
rior a éste y las mujeres pueden ser más susceptibles de padecerla que los hombres.
A mayor distancia del divorcio puede ser menos probable sentirse deprimido, al
menos como consecuencia directa del proceso.
También nos preguntábamos si las parejas que se divorcian, en algún momento
previo buscan ayuda de un profesional de la salud mental a través de psicotera-
pia de pareja para evitar su divorcio. Descubrimos que muy pocas parejas asis-
ten a terapia de pareja, menos de 1% de las personas que integraron la muestra
de nuestro estudio informó haber recibido terapia junto con su pareja, y aunque
ésta no evitó el divorcio, sí resultó eficaz para comprender mejor los problemas
y tomar decisiones.
Existe evidencia de que los modelos de terapia marital conductual, la tera-
pia marital cognitivo-conductual y la terapia marital orientada al insight son más
efectivos en ayudar a alcanzar cambios favorables en distintas áreas de la relación
de las parejas que el “no tratamiento” (Dunn y Schwebel, 1995). A pesar de que
hoy en día contamos con investigación que nos comprueba la eficacia de la terapia
de pareja desde varios modelos de tratamiento, las personas de nuestro estudio
buscaron muy poca ayuda en los profesionales de la salud mental y se concentra-
ron en solicitar ayuda a familiares y amigos. Este resultado significa que las pare-
jas pueden estar recibiendo bastante apoyo social de otras fuentes, pero escasa o
nula orientación especializada para afrontar los conflictos en la pareja y modifi-
car así pautas de comportamiento disfuncionales, creencias erróneas y también
para promover sus habilidades de manejo de conflictos y de solución de proble-
mas. Ante esto, sólo nos queda hacernos una pregunta retórica sobre las personas
que integraron nuestro estudio: de haber solicitado terapia de pareja, ¿cuántos de
ellos seguirían casados en la actualidad?
Descubrimos también datos interesantes sobre la percepción que tenían las
personas de nuestra muestra acerca de la eficacia y la ineficacia de la terapia de
pareja, así como datos relevantes sobre la relación terapéutica, lo cual nos faci-
lita datos cualitativos significativos para orientar el trabajo clínico con parejas en
situación de conflicto.
Por último, las consecuencias psicológicas de un divorcio dependerán de un
gran número de factores y, como hemos visto, los factores de protección dismi-
nuyen la posibilidad de sufrir emocionalmente, en este sentido, las personas que
se enfrenten a un divorcio, pueden analizar cuáles de estos factores de protección
están presentes y cuáles tendrían que trabajar con miras a su desarrollo. Se reco-
mienda la terapia de pareja como un medio eficaz para la búsqueda de soluciones
con la cual pueda evitarse el divorcio.
211
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216
Introducción
217
implica cambios en todos los aspectos de la vida y hacia los cuales los divorcia-
dos necesitan adaptarse. En este sentido, las personas deben llevar a cabo dos
tipos de ajustes: a la disolución del matrimonio y al inicio de una nueva vida (Spa-
nier y Casto, 1979). El primer tipo de ajuste implica enfrentar el proceso legal,
las reacciones de la red social hacia la separación y la pérdida de la pareja, entre
otros; mientras que el segundo ajuste está relacionado con el inicio de una vida
en un nuevo hogar, posiblemente con menos dinero y sin los hijos, por ejemplo.
Este proceso de adaptación suele ser estresante, doloroso y puede provocar efec-
tos negativos que prevalecen por mucho tiempo.
Prueba de estos problemas de ajuste es la amplia variedad de datos que mues-
tran que las personas divorciadas presentan menos bienestar y más problemas
psicosociales que las personas en otros estados maritales. De esta manera, las
personas que han experimentado un divorcio registran menor satisfacción con
la vida que aquellos que están casados (Evans y Kelley, 2004). De forma simi-
lar, comparados con los casados, las personas divorciadas presentan en mayor
medida síntomas psiquiátricos (Garvin, Kalter y Hansell, 1993), consumo de alco-
hol (Magura y Shapiro, 1988), síntomas de depresión (Lorenz, Wirckrama, Con-
ger y Elder, 2006) y un mayor número de eventos dolorosos y estresantes en sus
vidas, tales como problemas con los hijos, en el trabajo y con familiares (Garvin,
Kalter y Hansell, 1993; Lorenz, Simons, Conger, Elder, Johnson y Chao, 1997).
Estos problemas de ajuste no son experimentados en igual forma por todas las
personas divorciadas, de ahí que algunos individuos se recuperan con rapidez, e
incluso hay quienes experimentan la disolución del matrimonio como un evento
de liberación y crecimiento personal. En tanto, otros tardan mucho tiempo en
volver a colocarse en los niveles de bienestar previos al divorcio. En esta línea de
argumentación, existe una serie de factores que moderan el impacto de los even-
tos estresantes que la disolución marital suele traer consigo. Uno de tales factores
que ha sido más estudiado y el cual es el centro de atención del presente capítulo
es el apoyo social, esto es, la ayuda percibida y recibida por las personas que com-
ponen la red social más cercana del individuo que puede amortiguar los efec-
tos negativos del estrés asociados con el divorcio (Hughes, 1988; Hughes, Good y
Candell, 1993; Smerglia, Miller y Kort-Butler, 1999).
Aunque la relación entre apoyo social y bienestar personal posdivorcio existe
y se ha demostrado en muchos contextos nacionales, la misma es compleja y
muestra muchos matices. Como se revisará, no todas las formas que adopta la
ayuda son igualmente efectivas para las distintas áreas del bienestar del hom-
bre o mujer divorciados. Asimismo, el apoyo otorgado se da en contextos inter-
personales moldeados por normativas socioculturales específicas (como ejemplo
218
El proceso de divorcio tiende a incluir eventos estresantes tales como la caída del
bienestar económico, el separarse de una persona a la que aún puede amarse, la
pérdida del contacto con los hijos, entre otros; situaciones cuya gravedad está
mediada por una serie de recursos y factores moderadores. Algunos de estos
factores se encuentran en la persona, otros se localizan en las interacciones per-
sonales, mientras que algunos otros están en los escenarios estructurales (Amato,
2000). Uno de los factores que ha recibido atención por parte de una gran multitud
de estudios es el apoyo social.
En la presente época es aceptado que el apoyo social es un factor que modera
el impacto de una amplia cantidad de enfermedades y eventos de vida estresan-
tes. Principalmente desde la década de 1970 (aunque autores tales como Brownell
y Shumaker [1984] trazan de manera implícita los inicios del estudio del apoyo
social a principios del siglo xx con la publicación de Emile Durkheim sobre el sui-
cidio), las investigaciones emprendidas desde diversas disciplinas bajo el concepto
de “apoyo social” han tendido a encontrar relaciones positivas entre el contar con
dicha ayuda y el bienestar físico y mental de la persona.
219
Por ejemplo, se ha documentado que las diversas modalidades del apoyo social
son moderadores para problemas físicos tales como los relacionados con la pre-
sión arterial (Rodríguez, Burg, Meng y otros, 2008) y para problemas de salud
mental como la depresión (por ejemplo, Littlefield, Rodin, Murray y Craven,
1990). Incluso, se ha especulado que la mayor esperanza de vida que muestran
las mujeres en comparación con los hombres pudiera deberse en parte a que las
primeras tienen un mayor acceso al apoyo social que los hombres (Barbee, Cun-
ningham, Winstead y Derlega, 1993). Por estas razones, en la actualidad se con-
sidera al apoyo social como un concepto clave para entender la relación entre el
ambiente social y el bienestar de la persona.
Aunque el concepto de apoyo social puede ser fácilmente entendido de forma
intuitiva, no existe una definición única del mismo ni una sola metodología para
medir el concepto. Relacionado con esto, también se carece de una teoría integra-
dora que explique su funcionamiento. Algunos autores (Veiel y Baumann, 1992)
mencionan que el concepto de “apoyo social” ha sido definido aludiendo a cier-
tas características de las personas, sus comportamientos interpersonales o de los
sistemas sociales; y por virtud de los tipos (por ejemplo, apoyo emocional o ins-
trumental), fuentes (familia o amigos), u otras expresiones que tome la ayuda
otorgada. En la revisión de la literatura teórica y empírica sobre apoyo social lle-
vada a cabo para el presente trabajo, se encontraron algunas definiciones, las cua-
les se enumeran a continuación:
■■ El apoyo social puede incluir las características de la red social del indivi-
duo, la ayuda otorgada por otros, o la ayuda disponible cuando sea necesa-
ria (Sarason, Sarason y Pierce, 1990).
■■ Formas en las cuales las relaciones sociales moderan la influencia del estrés
en la salud y el bienestar (Albrecht y Goldsmith, 2003).
■■ Estructura, funcionamiento y evaluación subjetiva de las relaciones inter-
personales (Depner, Wethington e Ingersoll-Dayton, 1984).
■■ Intercambio de recursos entre dos individuos, el cual es percibido por el
proveedor o receptor (del apoyo) con la intención de mejorar el bienestar
del receptor (Shumaker y Brownell, 1984).
■■ El apoyo social se refiere a la provisión, por parte de la red social, de recur-
sos materiales y psicológicos con la intención de beneficiar la habilidad de
una persona de enfrentar el estrés (Cohen, 2004).
Como se puede deducir de esto, parte de la dificultad para llegar a una defi-
nición consensada sobre el término “soporte social” está en la complejidad del
fenómeno que denota. Por esta complejidad se ha afirmado que el concepto de
220
apoyo social debe ser abandonado por otros constructos menos vagos e impreci-
sos (Barrera, 1986). También se ha sostenido que una mejor forma de entender
el apoyo social es refiriéndose a él como un metaconstructo o concepto general
compuesto por varios constructos subsidiarios, los cuales se relacionan en un pro-
ceso dinámico de transacciones entre el individuo y su ambiente (Vaux, Riedel y
Stewart, 1987). Estos conceptos son los recursos que son proporcionados por la red
de apoyo, las conductas de apoyo y las evaluaciones subjetivas de apoyo. No obs-
tante, a pesar de que dichas afirmaciones se hicieron hace más de 20 años, a la fecha
sigue siendo práctica común dar el nombre general de “apoyo social” al apoyo estu-
diado, independientemente del tipo o dimensión del apoyo que se aborde en un
estudio en particular.
Por otra parte, la mayoría de los estudios y las medidas utilizadas tienden a
localizarse en alguna de las tres categorías amplias de apoyo social que han sido
definidas: apoyo social como integración, apoyo social percibido y apoyo social
recibido (Barrera, 1986; Sarason, Sarason y Pierce, 1990). El apoyo social como
integración se refiere a las conexiones que la gente tiene con otras personas sig-
nificativas en su ambiente cotidiano; en otras palabras, es el “sentido psicológico
de comunidad” de la persona (Barrera, 1986). El lado contrario de este sentido de
pertenencia es el aislamiento social y la alienación.
El apoyo social percibido o disponible, por otra parte, se define como la evalua-
ción cognitiva por parte de la persona de estar cerca de los demás y ser apoyado por
ellos, y ha sido medido como la confianza del individuo acerca de la ayuda disponi-
ble por parte de los demás cuando le fuere necesario (Barrera, 1986). El apoyo social
recibido, por el contrario, incluye las acciones que los otros llevan a cabo para ayu-
dar a la persona; en otros términos, es el apoyo “real” o ejercido (Barrera, 1986).
La distinción entre apoyo social percibido y apoyo social recibido es impor-
tante no sólo en términos conceptuales, sino también porque ambos fenómenos
tienen diferentes implicaciones para el bienestar del individuo. De esta manera, se
ha demostrado que el apoyo social percibido presenta relaciones más altas con la
salud mental y el bienestar que el apoyo social recibido (Son, Lin y George, 2008);
y contra lo que pudiera pensarse, ambos fenómenos están pobremente relacio-
nados en la vida real. En esta línea de argumentación, una revisión de una serie
de estudios al respecto mostró que la correlación entre apoyo social percibido y
apoyo social recibido no era mayor a .35 (Haber, Cohen y Lucas, 2007). Si toma-
mos como referencia dicha cifra, esto significaría que el apoyo percibido está
determinado en alrededor de sólo 12% por el apoyo social recibido, lo cual signi-
ficaría que ambos tipos de apoyo son derivaciones de otra entidad más general o
incluso serían dos fenómenos distintos.
221
Por otra parte, y como ya se dejó entrever en uno de los párrafos anteriores, la
ayuda provista, ya sea percibida o recibida de manera real, se puede expresar en
diversas formas. Así, Barrera y Ainlay (1983), revisando 10 artículos respecto al
tema, detectaron seis distintos tipos de soporte social:
222
223
que los efectos de una conducta de apoyo pueden cambiar a lo largo del tiempo,
de tal manera que una consecuencia positiva del apoyo puede disiparse con el
tiempo, volverse más fuerte o ser negativa con el pasar de los meses; y viceversa,
un apoyo que inicialmente tiene efectos adversos puede volverse positivo después
(Shumaker y Brownell, 1984).
224
225
Por lo que se refiere a la fuerza de los lazos sociales, algunas veces se ha seña-
lado que una vez terminado el matrimonio, las personas intensifican sus relaciones
con los miembros de la familia y amigos. Como ejemplo se puede citar una inves-
tigación realizada por Leslie y Grady (1985), quienes, aunque con una muestra de
sólo 30 participantes, encuentran que después del matrimonio las mujeres intensi-
fican sus lazos con los miembros de su familia y las personas cercanas a ésta. Por su
parte, Albeck y Kaydar (2002) encuentran que en las divorciadas los contactos con
amigos no casados aumentan de intensidad o cercanía, aunque es necesario pun-
tualizar que otros estudios no encuentran esta tendencia. Éste es el caso de Hughes,
Good y Candell (1993), quienes reportan que en un periodo de seis meses, la
cercanía de las mujeres divorciadas con los miembros de su red permanece cons-
tante; no obstante, sí se presenta un aumento de la frecuencia de los contactos con
los mismos y más reciprocidad en dichas relaciones interpersonales.
Se puede pensar que no todas las personas que forman parte de esa red ofrecen
apoyo a la persona divorciada. Incluso, la cercanía con una persona puede impli-
car tensiones y conflictos, los cuales pudieran anular el impacto de las conductas
de apoyo o el rechazo del individuo divorciado hacia las mismas; asimismo, diver-
sas normativas culturales pueden desmotivar a un individuo a buscar ayuda. Por
tal motivo, es necesario conocer cuáles personas son las principales proveedoras
de apoyo para la persona divorciada.
En este tema, se han documentado algunos patrones respecto al tipo de perso-
nas o fuentes que tienden a suministrar apoyo a las personas divorciadas y hacia
las cuales se dirigen en periodos de estrés. De tal suerte, Chiriboga, Coho, Stein
y Roberts (1980) reportan que los participantes en una muestra de divorciados
buscaron ayuda, en primer lugar, de amigos, seguidos por el cónyuge, consejeros
(terapeutas, psiquiatras, por ejemplo) y en tercer lugar de familiares. De manera
similar, en un estudio publicado por Duran-Aydintug (1998) se encontró que
tanto hombres como mujeres divorciados reciben apoyo emocional sobre todo de
los amigos, y en menor grado de familiares.
Otras variables asociadas con las fuentes de soporte social en los divorciados
hacen referencia a las características de los proveedores de ayuda. En otras palabras,
de quién o quiénes reciben los principales actos de apoyo los hombres y las muje-
res divorciados. En este sentido, Duran-Aydintug (1998) encuentra que las mujeres
reciben más apoyo que los hombres divorciados, tanto de fuentes formales como
informales. Lo mismo es reportado por Chiriboga, Coho, Stein y Roberts (1980),
quienes además informan que las mujeres divorciadas tienen fuentes de apoyo más
diversas que los hombres divorciados.
Relacionado con esto, Burrell (2002), en un estudio de meta-análisis respecto a
la literatura empírica sobre las fuentes de apoyo social y el género del divorciado,
226
encuentra que a lo largo de las investigaciones los hombres y las mujeres divor-
ciados difieren respecto a las personas que les proporcionan ayuda: mientras que
para las mujeres las fuentes de ayuda eran la familia (padres, hermanos, hijos,
entre otros) y los amigos (conocidos y compañeros de trabajo) en mayor medida,
los hombres tenían más probabilidad de ser apoyados por la pareja sentimental
(novias, amantes, etc.) y los grupos sociales (tales como clubes, equipos deporti-
vos y grupos comunitarios). Sin embargo, con tales datos no se aclara si dicha ten-
dencia es exclusiva de las personas divorciadas o si aparece en individuos en otros
estados maritales. Tampoco se aclara, debido a que estaba más allá de los objeti-
vos del estudio, cuáles de estas fuentes tienen un impacto más poderoso sobre el
ajuste psicosocial o bienestar del sujeto divorciado.
Mientras existe evidencia según la cual el apoyo social tiene efectos positivos (para
el divorciado), algunos estudios recientes han encontrado numerosas reservas a esa
227
relación. Más que afirmar que el apoyo social contribuye universalmente al ajuste,
parece más apropiado sugerir que algunos tipos de apoyo, para algunos individuos,
en puntos particulares en el tiempo, impactan el ajuste (Hughes, 1988: 181).
Por tal motivo, es necesario dar un repaso a algunas de las principales tenden-
cias encontradas por diversos estudios sobre la materia, de tal suerte que sea posi-
ble conocer algunos de dichos matices.
Como ya se afirmó, se ha documentado en una amplia variedad de enferme-
dades y eventos generadores de estrés que el apoyo social percibido se relaciona
de forma más estrecha con el bienestar y la salud que el apoyo social recibido. Sin
embargo, este hallazgo no siempre tiene confirmación en el caso del divorcio. Por
ejemplo, aunque Thuen y Eikeland (1998) reportan que, contrario a lo que suce-
dió con el apoyo social percibido, la ayuda recibida no guardó relación con el bie-
nestar de los participantes de su estudio (hombres y mujeres), Smerglia, Miller y
Kort-Butler (1999) revisan 15 estudios empíricos sobre la relación entre apoyo
social y ajuste personal en mujeres divorciadas y encuentran que ambos tipos de
apoyo social no muestran diferencias con respecto a su impacto en el ajuste psi-
cológico y social postseparación. Es decir, el percibir que los demás estén dispo-
nibles cuando se les necesite tiene el mismo impacto en el ajuste psicosocial que
la ayuda concreta que la red social pueda proporcionar a la persona que experi-
menta un divorcio.
Otro aspecto para tenerse en cuenta es el tipo de ajuste personal sobre el que
el apoyo social tiene influencia. Algunos autores afirman que el ajuste psicosocial
posdivorcio puede dividirse en ajuste positivo y ajuste negativo (Thuen y Rise,
2001). El ajuste positivo consta de dimensiones tales como el bienestar subjetivo
y el grado de satisfacción con la vida después de la separación marital; en tanto,
el ajuste psicosocial negativo incluye síntomas de malestar psicológico como tris-
teza, frustración, ansiedad y enojo. En estos casos, el apoyo social guarda diversas
relaciones con ambos tipos de respuestas de ajuste.
Por ejemplo, Krumei, Coit, Martin, Fogo y Mahoney (2007), a raíz del análi-
sis de varios trabajos empíricos, afirman que las relaciones sociales que incluyen
la pertenencia a redes o grupos (como, por ejemplo, ser parte de un grupo de
apoyo o iglesia) se asocian con mayor fuerza con el ajuste personal positivo. En
tanto, las relaciones “específicas”, esto es, las relaciones interpersonales de uno
a uno (como el contar con un amigo o confidente) son particularmente impor-
tantes en proteger a los individuos en los diversos aspectos del ajuste negativo
posdivorcio. Aunque se debe señalar que los autores incluyeron en su análisis
aquellos estudios referentes a las relaciones interpersonales en general, sin men-
cionar de manera explícita si aludían a la provisión de apoyo social.
228
Otra dimensión que debe considerarse en la dinámica del apoyo social y ajuste
posdivorcio es la relacionada con los tipos de ayuda (material, emocional o cog-
nitiva) provistos a la persona divorciada. A este respecto, es sabido que no todos
los tipos de ayuda impactan el bienestar del divorciado en igual medida. De esta
forma, Hughes, Good y Candell (1993) encuentran que en una muestra de muje-
res recién divorciadas a las que se les dio seguimiento en un lapso de seis meses, la
asistencia material estaba pobremente asociada con su bienestar psicológico. Por
el contrario, el intimar con los demás y su retroalimentación se relacionaba con
un menor grado de síntomas de depresión.
Asimismo, en el estudio citado de Smerglia, Miller y Kort-Butler (1999),
se encuentra a lo largo de las investigaciones analizadas que el apoyo emocio-
nal influye en el ajuste personal en mayor medida que el apoyo instrumental.
Dicho hallazgo se obtiene independientemente del tipo de ajuste considerado
y de diversos aspectos metodológicos de los estudios (tamaño muestral y diseño
de investigación). Es necesario enfatizar que este análisis fue llevado a cabo con
estudios que incluían sólo a mujeres, por lo que queda pendiente por saber en qué
medida tales tendencias son similares a las mostradas por varones divorciados.
Método
Participantes
Criterios de inclusión
Las características que debieron poseer los candidatos potenciales para participar
en el presente estudio se enumeran a continuación:
Instrumentación
230
Procedimiento
En los casos donde hubo autorización por parte de los coordinadores de los gru-
pos y las instituciones de ayuda, se siguió el siguiente procedimiento: en los grupos
de divorciados el autor del estudio asistió a algunas de las reuniones sostenidas en
diversos días de la semana; mientras que en las instituciones se contactó a los parti-
cipantes que hubieran solicitado algún servicio. En ambos casos, después de contac-
tar a los participantes potenciales, se les dio una explicación del estudio y una carta
donde el mismo se describía con detalle. Asimismo, se les mostró una carta de con-
sentimiento informado y, en caso de que aceptaran participar y firmar la carta, se
les daba una copia de la misma. El tiempo de la colaboración de los participantes
osciló entre 15 y 35 minutos. Los participantes del estudio no recibieron compensa-
ción económica alguna por su colaboración.
Resultados
Características de la muestra
231
232
matrimonio, contra 20.9% de los hombres que afirmó que fueron ellos los ini-
ciadores. Por su parte, las mujeres que mencionaron que la separación la inició
el varón constituyeron 11.9% de la muestra, contra 19.8% de varones que afirmó
que fue la mujer la decisora. En dicha pregunta se incluyó una opción referente a
si la separación la habían decidido ambos. Dicha opción fue elegida por 32.4% de
las mujeres y por 58.1% de los hombres. Estas diferencias alcanzaron significancia
estadística (x²[2]=27.7; p≤.01).
Asimismo, a los participantes se les preguntó si al momento de participar
tenían una pareja sentimental y la mayoría contestó de forma negativa. De esta
manera, del total de personas entrevistadas, 62.9% mencionó no tener pareja en la
actualidad, contra 37.7% que confirmó tener alguna relación amorosa en la actua-
lidad. En este caso, no existieron diferencias significativas entre ambos géneros (χ²
[1]= 3.18; p≥.05).
233
de una persona en todas las categorías de apoyo y que cada persona que propor-
ciona apoyo puede darlo en varios tipos; por ejemplo, un familiar puede asistir
económicamente a la persona (ayuda material) y además escuchar sus preocupa-
ciones (interacciones íntimas). También debe mencionarse que en los siguientes
párrafos se describen tanto las tendencias en la muestra total como las diferen-
cias por género.
En general, el número de fuentes de apoyo fue mayor para la participa-
ción social, con 1.57 personas como promedio, mientras que la ayuda mate-
rial obtuvo el menor número, con .82 personas. En relación con las diferencias
de género, se encontró que, de manera general, las mujeres tuvieron medias
significativamente superiores de fuentes de apoyo en las interacciones íntimas
(t[174.3]=-3.38; p≤.05), los consejos (t[262]=-2.24; p≤.05) y la asistencia física
(t[175.16]=-2.61; p≤.05) (véase tabla 3). En otros términos, las mujeres fueron
escuchadas en sus sentimientos y preocupaciones, recibieron consejos y fue-
ron ayudadas en las tareas cotidianas por más personas que los hombres. En los
tipos de ayuda relativos a los préstamos de dinero y objetos materiales, la retroa-
limentación positiva y la participación social, no se detectaron diferencias entre
ambos sexos (tabla 3).
Esas fuentes de apoyo recayeron principalmente en la familia y los amigos. En
la categoría de familiares se incluyeron tanto a los miembros de la familia de ori-
gen como familiares más lejanos, tales como primos, tíos y otros. En lo referente
a la categoría de amigos, se incluyeron personas que el mismo entrevistado men-
cionaba como tales, pero también los compañeros de trabajo y vecinos. Los par-
ticipantes también refirieron como fuentes de ayuda a personas como la pareja
actual, terapeutas y sacerdotes. Estas personas fueron agrupadas en la categoría
“otras personas”. Cabe señalar que en todas las áreas de apoyo, con excepción de la
participación social, los familiares fueron las personas más mencionadas, segui-
dos por los amigos. La alusión a otras personas (pareja actual, psicoterapeutas,
entre otros) fue marginal, representando menos de 10% de menciones en todos
los tipos de apoyo social.
En algunas de esas fuentes de apoyo se encontraron diferencias entre hom-
bres y mujeres. En este sentido, las mujeres tuvieron más miembros de su familia
como fuentes de ayuda en las áreas de interacciones íntimas (t[262]= -3; p≤.05),
retroalimentación positiva (t[262]= -1.95; p≤.05) y asistencia física (t[262]= -2.51;
p≤.05). Sin embargo, no hubo diferencias entre géneros con respecto a la presen-
cia de amigos u otras personas ajenas a la familia en ninguna categoría de apoyo
(véase tabla 3).
234
235
Ahora bien, algunas fuentes de apoyo fueron más mencionadas que otras. De
esta forma, en las interacciones íntimas, 40% de los participantes mencionó a por
lo menos un amigo, 28% a un hermano o hermana, y 23.9% refirió a alguno de sus
padres. La categoría de apoyo material fue aquella que tuvo la mayor proporción
de participantes que mencionaron no haber recibido dicha ayuda (46.6%). De los
que sí recibieron tal asistencia, la mayor proporción la obtuvo de parte de por lo
menos uno de los padres (24.6%); seguidos por los amigos (11.4%) y alguno de
los hermanos (10.2%). Con respecto a los consejos, las principales fuentes men-
cionadas fueron los padres (31.1%), los amigos (28%) y los hermanos (18.6%).
En este tipo de apoyo, 23.9% de los entrevistados no mencionó a persona alguna
(véase tabla 4).
En la retroalimentación positiva, las fuentes de ayuda más referidas fueron
por lo menos un amigo (23.1%), alguno de los padres (20.8%) y los herma-
nos (19.3%). En la categoría de asistencia física fueron cuatro fuentes de ayuda
con los mayores porcentajes de menciones: amigos (22.7%), hermanos (19.7%),
padres (18.9%) e hijos (17.4%). Por último, en la categoría de participación
social o esparcimiento, los amigos (56.8%), hermanos (20.1%), pareja actual
(15.9%) y alguno de los padres (14.8%) fueron las fuentes de apoyo menciona-
das con mayor frecuencia.
En resumen, dentro de la familia fueron los padres y los hermanos las perso-
nas o fuentes de apoyo más mencionadas en las seis categorías de apoyo recogidas
por la assis. En la red social extra familiar las personas mayormente menciona-
das fueron los amigos. Otros tipos de personas como pareja, sacerdotes y diversos
profesionales fueron escasamente referidos por los hombres y las mujeres entre-
vistados (tabla 4).
No obstante, cada una de las fuentes de apoyo descritas con anterioridad pue-
den hacer referencia a más de una persona, por ejemplo, la categoría “padres”
incluye tanto el padre como la madre, y la categoría “amigos” puede incluir ami-
gos de uno y otro género. Para saber si alguna fuente de apoyo individual fue
mencionada con mayor frecuencia y, por tanto, tener una visión más detallada
del sistema de apoyo que presentan los entrevistados, esas fuentes compuestas de
ayuda se dividieron con base en los individuos que las forman. En otras palabras,
se analizaron por separado las fuentes de ayuda “padre”, “madre”, “hermano”, “her-
mana”, “amigo” y “amiga”. La razón de analizar por separado sólo estas fuentes de
apoyo se debe a que son las más mencionadas por los entrevistados en la mayo-
ría de las categorías.
Como puede apreciarse en la tabla 5, si se toman en consideración los datos
de ambos sexos, las amigas ocuparon el primer lugar de menciones en cuanto
236
General
Interacciones Retroalimenta- Participación
Fuente de apoyo Ayuda material Consejos Asistencia física
íntimas ción positiva social
f % f % f % f % f % f %
Nadie 46 17.4 123 46.6 63 23.9 61 23.1 57 21.6 25 9.5
Padres 63 23.9 65 24.6 82 31.1 55 20.8 50 18.9 39 14.8
Hermanos 74 28 27 10.2 49 18.6 51 19.3 52 19.7 53 20.1
Hijos 14 5.3 5 1.9 8 3 38 14.4 58 22 45 17
Otros familiares 11 4.2 12 4.5 12 4.5 12 4.5 20 7.6 27 10.2
Amigos 106 40.2 30 11.4 74 28 61 23.1 60 22.7 150 56.8
Pareja actual 24 9.1 11 4.2 20 7.6 32 12.1 33 12.5 42 15.9
Otras personas 14 5.3 9 3.4 12 4.5 21 8 3 1.1 7 2.7
Fuente: elaboración propia.
5/21/2012 7:54:29 AM
| El divorcio: procesos, causas y consecuencias |
238
Continúa...
239
240
...continuación
Necesidad de apoyo
Retroali-
Interacciones Apoyo Asistencia Participación
Consejos mentación
íntimas material física social
positiva
Mann-
6093.5 7100 7058 7452 6074.5 7277
Whitney U
Z -2.75 -.77 -.84 -.13 -2.59 -.37
p .006 .443 .404 .896 .010 .710
Fuente: elaboración propia.
241
Conclusiones
242
la familia, los miembros mencionados con mayor frecuencia fueron los padres y
los hermanos. Es de destacarse el hecho de que fue marginal la mención de tera-
peutas, consejeros u otras personas con formación profesional en los tipos de
apoyo referentes a compartir sentimientos, ser validado en las ideas o acciones y
ser aconsejado. Lo anterior se manifestó a pesar de que casi la mitad de los entre-
vistados expresó regular o mucha necesidad en las áreas de ayuda englobadas en
la asistencia emocional y cognitiva.
Sin embargo, hubo diferencias por género respecto a la familia como prin-
cipal fuente de apoyo. En este sentido, las mujeres participantes tuvieron un
mayor número de familiares en su red de ayuda que los hombres en varias áreas
de apoyo. Esto corrobora de forma parcial lo encontrado en muestras norteame-
ricanas, donde Burrel (2002) encuentra que las mujeres tienen como fuentes de
apoyo a la familia y amigos y los hombres tienen como fuentes a la pareja y los clu-
bes sociales. Este hallazgo se encontró en las mujeres, pero los hombres no obtu-
vieron apoyo de la pareja ni de los amigos con más frecuencia que las mujeres
(de hecho, los hombres y mujeres participantes mencionaron tener pareja en la
actualidad en la misma proporción). En este sentido, la pareja no estuvo en los
primeros lugares de frecuencia a lo largo de las seis categorías de apoyo. Además
de ello, no hubo menciones relativas al rol de grupos y clubes como fuentes de
apoyo, a pesar de que una proporción de los participantes en el estudio fue reclu-
tada en grupos de apoyo hacia los divorciados.
Tomando como base a las personas que proporcionan apoyo de forma indivi-
dual, se encontró que las mujeres divorciadas recibieron ayuda de por lo menos
una hermana en todas las categorías de apoyo, con excepción de la ayuda mate-
rial; y de la madre y por lo menos una amiga en tres categorías de apoyo. En cam-
bio, los hombres mencionaron en mayor medida haber recibido ayuda de por lo
menos un amigo varón en cinco áreas de apoyo, y de por lo menos un hermano
varón en tres categorías de apoyo social. El padre fue mencionado en mayor pro-
porción por los varones divorciados como proveedor de consejos.
En resumen, la experiencia referente a las fuentes de apoyo social en la vida
posdivorcio en México tiene un matiz de género, el cual se manifestó en el hecho
de que las mujeres tienen un mayor número de personas que las asisten en varias
áreas de apoyo social que los varones. Aunque en ambos géneros estas fuentes de
apoyo recaen sobre todo en la familia y los amigos, se encontraron diferencias: las
mujeres reciben más soporte de la familia, principalmente de la madre y de por lo
menos una hermana, en varias áreas de apoyo; mientras que los hombres divorcia-
dos recibieron ayuda en una mayor proporción de por lo menos un amigo varón
y de un hermano hombre. Es decir, en esta muestra, los hombres tienden a apo-
yar a otros hombres y las mujeres a otras mujeres. Cabe señalar que fue marginal la
243
244
Otros factores que pueden restringir las conclusiones del estudio son la sobrerre-
presentación en la muestra de personas con escolaridad alta y de mujeres que tra-
bajan fuera del hogar. Se espera que los estudios futuros sobre el tema superen las
limitaciones del trabajo reportado en estas páginas.
Referencias bibliográficas
245
246
247
1
Traducción del francés por Manuel Ribeiro y Fernando Bruno.
249
¿Cuáles son los factores sociales que subyacen al divorcio? ¿Cuáles sus conse-
cuencias? ¿Por qué razones la atención sociológica se enfoca más sobre el antes o
el después del divorcio? En guisa de respuesta, los análisis elaborados en este artí-
culo sobre la evolución del matrimonio y del divorcio en el seno de la sociedad
francesa, constituyen —tal es su propósito— un conjunto de referencias suscepti-
bles de cuestionar la realidad mexicana, a fortiori la de Nuevo León y de su capi-
tal Monterrey, bastante próximas de las tendencias sociodemográficas observadas
en Francia.
250
Hasta 1975, el divorcio se rigió por una ley de 1884 (emitida bajo el imperio de
Napoleón). El divorcio no podía pronunciarse más que por una falta cometida por
uno de los esposos (divorcio de culpas exclusivas) o por los dos (de culpas recípro-
cas). Sólo el esposo “inocente” que obtuvo el divorcio podía obtener una pensión
alimentaria y, eventualmente, daños e intereses. Asimismo, era a la parte inocente
a quien eran confiados los niños. La ley votada en 1975 introdujo fundamen-
talmente un nuevo caso: el mutuo consentimiento. El divorcio culposo se man-
tuvo. Con el nuevo procedimiento de consentimiento mutuo, los esposos debían
ponerse de acuerdo, antes del juicio, sobre todas las consecuencias del divorcio
(guarda de los hijos, reparto de bienes, entre otros). Esta reforma del divorcio por
mutuo consentimiento, en 1975, iba en el mismo sentido que todas las reformas
realizadas por los países occidentales en la misma época. Las leyes posteriores ten-
drían todas ellas como objetivo el favorecer una mejor autoridad parental con-
junta (incluyendo la autorización de la custodia alternada de los hijos), y ello en el
supuesto interés de los menores.
2
Por ejemplo: la proporción de los divorcios por mutuo consentimiento está aumen-
tando con rapidez, pasando de 41% entre 1996 y 2000, a 47% entre 2001 y 2004, y lle-
gando a 55% en los años más recientes. De igual forma, los divorcios aceptados que no
representaban entre 13% y 14% del total hasta 2004, alcanzaron un nivel y una proporción
sin precedente (28 500, es decir, más que 21%). El desarrollo de los divorcios por mutuo
consentimiento y aceptados se produce en detrimento de los divorcios culposos, cuya pro-
porción está a la baja desde 1996, aunque la mayor disminución se registró durante los
últimos cuatro años (fuente: “Info Stat Justice”, Bulletin d’Información Statistique, núm.°109,
Francia, enero de 2009).
251
Como lo precisan Patrick Festy y France Prioux, “cuando el divorcio fue admi-
tido en los países protestantes y poco después en los católicos, constituía una rup-
tura excepcional del matrimonio que no podía efectuarse sino cuando uno de los
esposos había cometido una falta: el divorcio era a la vez la sanción del esposo
culpable y la reparación otorgada al esposo inocente” (1975: 976). La mayoría de
las legislaciones sobre el divorcio en Europa, en un primer tiempo, atestiguó este
rasgo dominante del divorcio. La mayoría de ellas también evolucionó del mismo
modo, acordando mayor peso al mutuo consentimiento. Toca a los demógrafos
preguntarse si fue la aplicación de nuevas legislaciones más permisivas frente al
divorcio, más que el mutuo consentimiento, lo que está en el origen de esta alza
generalizada del divorcio (aunque con intensidades variables) en la mayoría de los
países europeos, entre 1960 y 1970. En todo caso, aunque el alza no deriva directa-
mente de las evoluciones legislativas, el vínculo sigue siendo fuerte. La evolución
de las costumbres aprovecha, en efecto, los cambios legislativos, ya que ellos mis-
mos se hacen eco de esta evolución de los comportamientos privados.
Al observar las diferentes cohortes de matrimonios formados desde hace unos
cuarenta años, se constata que todas las curvas de los divorcios se elevan con rapi-
dez al principio del matrimonio para alcanzar un pico (moda), por lo general
entre los 4 y 6 años. Este fenómeno ya había sido observado al examinar las cohor-
tes más antiguas (matrimonios concertados en los años 1950-1951) y ello a escala
europea. Patrick Festy y France Prioux concluyen, además, en la existencia de un
vínculo bastante claro entre el calendario del divorcio y su intensidad. En otros
términos, mientras más frecuentes son los divorcios, más elevada y más temprana
es la moda. Al observar las cohortes ulteriores, se constata que esta tendencia se
confirma —tanto desde un punto de vista longitudinal, cuando se observa el fenó-
meno al seguir la extinción por divorcio de las cohortes de matrimonios (gráfica
1)— como transversal (indicador de divorcialidad, véase gráfica 2).
La moda de los divorcios se sitúa, invariablemente, en los primeros años de la
vida marital. Concierne a una población cada vez más numerosa que se enfrenta
a este obstáculo. No obstante, una vez que esto se produce, los divorcios decre-
cen con menor velocidad que lo esperado. Esta tendencia quiere decir, según
Jean-Paul Sardon (1996: 729), que la duración del matrimonio entre las parejas
que divorcian no cesa de prolongarse, pasando de 12 años en promedio hacia el
fin de la década de los años sesenta, a 14.5 años en la actualidad (véanse las grá-
ficas 2 y 3).
252
Matrimonios 2002
300
Matrimonios 1999
Matrimonios 1989
250
Matrimonios 1979
Matrimonios 1969
200
150
100
50
0
0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38
Duración del matrimonio (años)
Tasa de divorcio
(por 1 000 matrimonios)
30
Divorcios 2009
Después de 14.4 años de matrimonio en promedio
25 (Me = 11.35) Divorcios 1999
Divorcios 1989
20 Divorcios 1979
Divorcios 1969
15
253
500 14.5
450
14.0
400
13.5
350
13.0
300 ICD
12.5
250
Duración media de los
12.0
200 matrimonios rotos
150 11.5
100 11.0
1968
1970
1972
1974
1976
1978
1980
1982
1984
1986
1988
1990
1992
1994
1996
1998
2000
2002
2004
2006
2008
Año del divorcio
254
esclarecer el proceso de desunión: la temprana edad del niño tiene un “efecto pro-
tector” sobre la relación entre los miembros de la pareja, y ello en la medida en
la que, en el curso de sus primeros años, estaría en el centro de la atención de los
adultos, de su movilización parental. Es esto lo que permite afirmar que la pre-
sencia de un niño pequeño protege a las parejas casadas del “riesgo de ruptura”
(Toulemon, 1994: 1330)
Para explicar la progresión sensible del divorcio en los países occidentales, por lo
general se evoca un conjunto bastante diverso de “factores”, cuyas acciones acu-
muladas harían que ciertos países alcancen hoy en día índices elevados (Roussel,
1980: 1034). Dos tipos de factores pueden distinguirse:
255
pareja sería cada vez más el resultado de lógicas sentimentales que de lógi-
cas patrimoniales, incluso si en muchas sociedades las elecciones indivi-
duales siguen siendo secundarias en relación con la autoridad familiar.
hoy, la forma de vida privada que cada uno escoge no necesita una legitimidad
externa, conformidad social a una institución, o incluso moral. Ella se estructura,
antes que nada, en el reconocimiento mutuo de las personas que viven juntas, en el
respeto que ellas se tienen. Una buena pareja es aquella que sabe ayudar al otro a ser
él (ella) mismo(a), a desarrollar sus capacidades personales, a realizarse. La pareja se
concibe en la realización mutua del hombre y de la mujer (Singly, 1996: 9).
256
la pareja, en coherencia con los propios intereses de cada uno, sería entonces, a la
vez, la inversión afectiva, la satisfacción de su sentimiento amoroso, pero también
de su realización personal. Esta doble exigencia constituiría el criterio funda-
mental de la relación matrimonial moderna, y al mismo tiempo, su motor prin-
cipal de ruptura. En efecto, es preciso constatar que la dimensión relacional de la
pareja se ha constituido en los últimos años como uno de los elementos princi-
pales de su fundamento. El divorcio en este contexto se transformó en una salida
normal de la insatisfacción de este equilibrio relacional necesario, en una eventua-
lidad bien integrada en las lógicas de los individuos. En esta lógica, no están ausen-
tes los motivos de insatisfacción, bien al contrario. El artículo de Manuel Ribeiro4
en el presente libro muestra bien que las encuestas no se refieren generalmente
a un motivo principal o determinante para explicar las causas del divorcio, sino
más bien a un conjunto de quejas. Manuel Ribeiro llega incluso a contabilizar y a
comparar el número medio de reproches que los hombres y las mujeres se profie-
ren. En este inventario, son las mujeres quienes llevan la delantera, prueba hipo-
tética de que su posición en la relación matrimonial es más incómoda.
Al lado del discurso generalmente admitido que menciona, casi sin límites, la
lista de factores exógenos a la nupcialidad y a la divorcialidad, se desarrolla —en
consecuencia— el que recuenta los diversos motivos internos de ruptura conyu-
gal: en tales términos, todo es motivo de ruptura; la lista de las inadaptaciones y
conflictos domésticos que cada uno le reprocha al otro es larga: la letanía de los
reproches invocados traduce el hecho de que en la nueva concepción del matri-
monio todo es motivo de reproche y sus consecuencias son en ocasiones inme-
diatas e irremediables. Dicho de otro modo, sus factores o motivos explícitos son
menos interesantes como tales que como elementos de un sistema de argumentos
que traduce de manera concreta una dinámica matrimonial basada en la inextri-
cable dialéctica del “yo” y del “nosotros”.
Esta argumentación refleja la importancia de las cuestiones sociales del equi-
librio emocional en las relaciones de pareja. En el discurso científico sobre esta
cuestión podemos constatar la parte decisiva que toma la psicología. Dado que la
norma social se orienta “al buen divorcio”, a la búsqueda de la mejor gestión posi-
ble del conflicto o del desacuerdo conyugal, y hacia el mantenimiento del diálogo
entre los padres desunidos, el rol social de las causas psicológicas es de importan-
cia creciente. La explicación del divorcio por los factores endógenos favorece, así, el
establecimiento de un peritaje psicológico que interviene en los males conyugales,
4
“Tendencias sociodemográficas del divorcio en Nuevo León”.
257
Entre los motivos invocados por las personas encuestadas para explicar su divorcio, la
6
parte esencial de los motivos alude poco a la traición del sentimiento amoroso (adulterio,
ausencia de dialogo, desacuerdo,..) o a su fin (el fin del amor que se recibe del otro o que
se tiene hacia el otro).
7
“Matrimonio, separación, divorcio, monoparentalidad”.
258
no admite una respuesta única ni universal, en tanto que es verdad que la insti-
tución del matrimonio, incluido el sentido jurídico del término, se diferencia, a
veces con fuerza, de una sociedad a otra: por ejemplo, se puede mencionar que el
matrimonio en Francia ya no sirve para definir la paternidad, “al hacer legítima la
descendencia”, ya que las leyes promulgadas colocan en igualdad a los hijos legí-
timos (nacidos dentro del matrimonio) y a los hijos naturales (nacidos fuera del
matrimonio). En otras palabras, como señala Françoise Héritier (2005: 14), en la
actualidad, la legitimidad de los hijos ya no está restringida en nuestra sociedad
al nacimiento al interior del matrimonio, o “los hijos nacidos en el matrimonio ya
no son los únicos legítimos”.
No obstante, la institución familiar y su pertenencia estatutaria (por no decir
su necesidad de reconocimiento estatutario) no han desaparecido, a pesar del dis-
curso social sobre la desinstitucionalización de la familia. El deseo de autono-
mía individual y el de pertenencia estatutaria pueden, en efecto, ser consideradas
como dos caras de una misma realidad (Déchaux, 1998: 61). Esta metáfora es
interesante, ya que nos invita a no excluir con demasiada rapidez el rol de las ins-
tituciones en el funcionamiento de las parejas. ¿Es la pareja actual una realidad
menos institucionalizada que antes? Diferentes análisis nos invitan a responder
afirmativamente esta pregunta; es decir, en el sentido que nos propone la evolu-
ción liberal de los sentimientos. Sin embargo, la institución del matrimonio no ha
desaparecido. Esta expresión, de significados múltiples, como lo veremos, es la
que el divorcio mismo tiende a reforzar.
Esto significa, en primer lugar, desde el punto de vista de las interacciones en
el seno de la pareja, que la socialización de los roles sexuales garantiza siempre
una asimetría de las tareas, de las posiciones y de los estatus. Jean-Claude Kauf-
man (1992) y otros han mostrado la fuerza de los efectos de la socialización en el
funcionamiento de las parejas que transcienden o sobrepasan las veleidades teó-
ricas de la realización personal. Dicho de otro modo, el individualismo conyugal,
en tanto propensión ideológica a defender su pre-concepción personal, se opone
a las normas rutinarias de la división sexual del trabajo. Kaufman muestra cómo
con la experiencia de la vida de pareja, esta división sexual del trabajo se impone
y dicta en cierta forma su ley inequitativa, en particular en los medios desfavore-
cidos en detrimento de las mujeres. La individualización confronta, así, sus lími-
tes de clase y se difunde con mayor dificultad de lo que podemos imaginar.
Sin contar, como lo señala Jean-Hugues Déchaux, que el modelo dominante
de libre elección de pareja, basado en la búsqueda del ser amado, no ha trasto-
cado el orden social: la selección de la pareja se rige siempre por la ley social de la
homogamia, que define el perímetro de reclutamiento del ser amado, volviendo así
imposible ciertas uniones o, en otros términos, conformando la selección amorosa
259
Pero en treinta años, de 1965 a 1995, la unión libre se impuso como la forma
dominante, al pasar de 10% a 90% de todas las parejas (Toulemon, 1996: 684). El
autor insiste, sin eufemismos sobre esta tendencia: “en tanto rito que instituye la
unión de dos personas con el propósito de fundar una familia, el matrimonio está
actualmente casi muerto: nueve de cada diez uniones empiezan sin casarse, un
primer nacido de cada dos nace fuera del matrimonio y esta proporción aumenta
rápidamente” (p. 702). Hoy en día, en la sociedad francesa, la gente ya casi no se
casa por el nacimiento de un niño, mientras que en los años setenta casarse en tales
circunstancias era todavía la norma, ya que un nacimiento que se producía fuera
260
del matrimonio daba lugar a una regularización rápida de la unión (por ejemplo,
la proporción de matrimonios durante el embarazo pasó de 8% en 2000 a 4.6% en
2009) (insee). Esta información es corroborada por el hecho de que en nuestros
días, la mayoría de los niños en Francia nace fuera del matrimonio (53% en 2009).
Dicha proporción llega a alcanzar 63% del total de los primeros nacimientos (y es
de 39% para los segundos nacimientos).
Estos datos conciernen específicamente al vínculo estadístico entre los naci-
mientos y el matrimonio; muestran, sin equívoco, que el matrimonio ya no es
el suceso fundador de la familia: los calendarios de nupcialidad y de fecundidad
se autonomizan con lentitud. No obstante, en su mayoría, los niños —a fortiori
menores— viven con sus padres casados. Este modelo, aun cuando se debi-
lita, sigue siendo ampliamente dominante. Esta expresión significa que un gran
número de parejas no casadas8 termina por regularizar su situación legal.
7200
000
6800
000
6400
000 Matrimonios
6000
000
5600
000
5200
000 Divorcios
4800
000
4400
000
4000
000
3600
000
3200
000
2800
000
2400
000
2000
000
1600
000
1200
000
800
000
400
000
0
1896
1884
1888
1892
1900
1904
1908
1912
1916
1920
1924
1928
1932
1936
1940
1944
1948
1952
1956
1960
1964
1968
1972
1976
1980
1984
1988
1992
1996
2000
2004
2008
8
En 2006, en Francia, de cada 100 parejas, 22 están en unión libre. En 1960 eran 3%
(insee). Esta categoría está en claro crecimiento, sin que por ello podamos considerar este
estado matrimonial como definitivo, ya que un buen número de parejas no casadas regula-
riza su situación legal.
261
sin mucho matiz, ha subrayado la dimensión cuantitativa del fenómeno (su dismi-
nución relativa) para llegar a conclusiones más cualitativas sobre la desinstituciona-
lización creciente de la vida de pareja. Si, de manera paralela a la disminución de los
matrimonios, constatamos un alza sensible del divorcio (gráfica 5), entonces no hay
más que un paso para concluir que existe una crisis de la institución matrimonial.
Sin embargo, la evolución del divorcio en Francia desde la segunda mitad del
siglo xx no puede reducirse a la simple constatación de su alza, ya que como lo
hemos subrayado con anterioridad, la duración media del matrimonio a la rup-
tura de la unión, casi no ha dejado de elevarse (véase gráfica 3).
Más que nunca, la categoría social que representan las personas casadas es una
categoría heterogénea: a los matrimonios precoces o tardíos se añaden las segun-
das nupcias. Para una visión completa, en la actualidad es conveniente que cuando
se evoque al matrimonio se sumen las primeras y segundas nupcias. Después del
divorcio, volverse a casar se impone como una consecuencia normal (véase grá-
fica 6), incluso si esta situación se presenta con mayor lentitud entre las mujeres.
%
20
Proporción de segundas nupcias de hombres divorciados
19 sobre el total de matrimonios anuales
18
17 Proporción de segundas nupcias de mujeres
16 divorciadas sobre el total de matrimonios anuales
15
14
13
12
11
10
9
8
7
6
5
4
1946
1948
1950
1952
1954
1956
1958
1960
1962
1964
1966
1968
1970
1972
1974
1976
1978
1980
1982
1984
1986
1988
1990
1992
1994
1996
1998
2000
2002
2004
2006
2008
262
9
Para Louis Roussel, los individuos dudan en volverse a casar después de un divorcio por-
que su matrimonio constituye una referencia ineludible en sus vidas, porque todo les vuelve
a llevar, en cierta forma, a su primera unión, incluida la segunda o tercera unión (cuando se
vuelven a casar) las razones del divorcio de su segunda unión. Esta hipótesis, se basa en reali-
dad en la constatación de una disminución provisional de los segundos matrimonios al prin-
cipio de los años setenta (sólo entre las mujeres, por observación de un indicador coyuntural
que Roussel llama Índice Sintético de Nuevas Nupcias de Divorciados). Ello se inscribe con
mayor amplitud en el marco de una reflexión que, estigmatizando de alguna manera el
divorcio y su periodo posterior, procura demostrar una desinstitucionalización de la pareja
y de la familia.
263
440,000 Matrimonios
320,000
280,000
240,000
200,000
160,000
120,000
80,000
40,000
0
1946
1948
1950
1952
1954
1956
1958
1960
1962
1964
1966
1968
1970
1972
1974
1976
1978
1980
1982
1984
1986
1988
1990
1992
1994
1996
1998
2000
2002
2004
2006
2008
Gráfica 7. Evolución del matrimonio
y del Pacto Civil de Solidaridad (PACS). Francia metropolitana, 1946-2008
La gráfica se lee así: paralelamente a los 245 151 matrimonios concertados en 2009,
el contrato del PACS (Pacto Civil de Solidaridad) ha unido a 166 250 parejas (forma-
das por un hombre y una mujer). Esto eleva la cifra de contratos de unión de parejas
reconocidos por el Estado francés a 411 401 para 2009.
Más allá de estos aspectos cuantitativos, una de los cuestiones del análisis
sociológico consiste, probablemente, en cernir las razones por las cuales una
pareja (en la que al menos uno de los miembros ha sido divorciado) se vuelve
a casar. A este respecto, las interpretaciones que hasta ahora han dominado el
panorama del estudio del divorcio han puesto el acento en los beneficios que
podría obtener cada nueva pareja, la opción de volverse a casar se decidiría
sobre todo en términos de racionalidad o de oportunidad económica. Esta
corriente de interpretación dominante no toma en cuenta todo un conjunto de
factores que calificaremos aquí de simbólicos (ligado a la dimensión simbólica
de la institución matrimonial). El alargamiento de la duración entre el divorcio
y el nuevo matrimonio, según nosotros responsable de la disminución del índice
sintético de segundos matrimonios de divorciados (constatado por Roussel,
515 del Código Civil, el “Pacto civil de solidaridad (PACS) es un contrato concertado por
dos personas físicas mayores de edad, de sexo diferente o del mismo sexo, para organizar
su vida común”.
264
hace alrededor de treinta años), plantea, desde este punto de vista, los límites de
una interpretación “economicista” del matrimonio. La gente se casa más tardía-
mente hoy que ayer (dos veces más tarde para los hombres y casi para las mujeres),
es decir, después de haber absorbido en cierta manera el impacto más importante
de las perturbaciones financieras consecutivas al divorcio (véase gráfica 8).
Duración promedio de tiempo
entre divorcio y nuevo matrimonio
9.0
8.0
Mujeres
7.0
Hombres
6.0
5.0
4.0
3.0
1965
1966
1967
1968
1969
1970
1971
1972
1973
1974
1975
1976
1977
1978
1979
1980
1981
1982
1983
1984
1985
1986
1987
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
2009
Gráfica 8. Duración media del periodo entre divorcio
y nuevo matrimonio, según sexo. Francia metropolitana, 1965-2009
La gráfica se lee así: en 1965, los hombres divorciados que se volvían a casar lo
hacían, en promedio, 4.2 años después de su divorcio. En 2009, el promedio fue de
8.2 años.
De tal suerte, volverse a casar parece ser, si no más reflexionado, al menos más
alejado de las contingencias materiales y psicológicas del divorcio. La duda es pro-
bablemente mayor, la prudencia también, la elección más clara, lo que hace que
sea más tardado. ¡El matrimonio está muerto, viva el matrimonio! Esta frase humo-
rística muestra el sentido que reviste a fin de cuentas la institución matrimonial
para la vida de pareja, incluyendo la actual, a pesar de los discursos alarmistas o
categóricos sobre el ocaso de la institución matrimonial.
Considerado de manera insuficiente hasta hoy en los análisis sobre los com-
portamientos conyugales (matrimonio, divorcio…), el alargamiento de la espe-
ranza de vida constituye sin duda alguna un factor de transformación de las
trayectorias individuales de la vida privada. La esperanza de vida a los 40 años
se elevó nueve años para los hombres y 11 para las mujeres desde 1946, pasando
de una duración media de vida restante de 31 a 40 años para los primeros y de
35 a 46 años para las segundas. De tal suerte, actualmente un hombre de 40 años
puede esperar vivir en promedio hasta 80 años y una mujer hasta 86 años. Sucede
como si —al menos hipotéticamente— este alargamiento de la esperanza de vida
265
266
Este Código Civil constituye una forma “de exaltación de la autoridad del marido sobre
11
su mujer”: “el marido debe protección a su mujer, la mujer obediencia a su marido” (anti-
guo Artículo 213 del Código Civil).
12
En materia de presunción de poder bancario, por ejemplo (Artículo 221 del Código
Civil), la ley N° 65-570 del 13 de julio de 1965 prevé que “Cada uno de los esposos puede
abrir, sin el consentimiento del otro, cualquier cuenta de depósito o de inversión a su nombre
personal”. No obstante, después de 1985, la ley N° 85-1372 del 23 de diciembre garantiza
que “Respecto del depositario, se considera que el depositante, incluso después de la diso-
lución del matrimonio, tiene la libre disposición de fondos e inversiones en depósito”. En las
nuevas disposiciones legislativas sobre el matrimonio, por ejemplo, “los esposos garantizan
conjuntamente la dirección moral y material de la familia. Ellos proveen para la educación
de los hijos y preparan su porvenir” (Artículo 213 de la ley del 4 de junio de 1970).
267
contrato de unión civil (llamado PACS28) accesible a todas las parejas no casa-
das, sean de sexo diferente o del mismo sexo. Más de diez años después notamos
que la casi totalidad de las parejas que optaron por el PACS son parejas hetero-
sexuales (97%).
Para interpretar el hecho de que las nuevas generaciones dudan en casarse y
que la ley toma en cuenta esta reticencia haciendo más ligeras las leyes del matri-
monio, Roussel (1989: 90) evoca la existencia de una doble desinstitucionaliza-
ción. La tesis de la desinstitucionalización es frecuentemente aludida para explicar
la evolución de los comportamientos familiares, la pérdida del rol ritual del matri-
monio en la vida de pareja y en la fundación de una familia. Esta tesis es, no obs-
tante, insuficiente para comprender el deseo de las nuevas generaciones de obtener
una forma (nueva y diferente) de reconocimiento social instituido. Al lado de las
parejas casadas que están disminuyendo, pero que aún constituyen la referencia
conyugal, son cada día más numerosas las parejas que se dirigen a la institución
para ser reconocidas como matrimonios a nivel oficial, con sus prolongaciones
en términos de derecho patrimonial, sucesorio, fiscal, entre otros; es decir, el con-
junto de derechos civiles que garantizan la fuerza del vínculo de alianza en el
curso de la unión y su perennidad después de la muerte.
A pesar de todo, la institución del PACS no equivale al matrimonio y a sus
derechos y deberes. Sin ceremonia alguna, sólo la relación a un servicio de venta-
nilla y el apostillado de un documento, constituyen la prueba de un acto oficial.
Esta nueva forma institucional de vida de pareja constituye una vía supuesta, a
la vez más flexible (se entra y se sale más fácilmente que en el matrimonio) y
desacralizada (sin necesidad de pasar frente al juez de paz, y sin posibilidad de
cualquier tipo de consagración religiosa), que, sin embargo, permite un recono-
cimiento social de orden práctico que se exige como necesario (véanse las dis-
posiciones oficiales de imposición fiscal común o incluso de donación en caso
de muerte de uno de los miembros de la pareja).
Para que el doble proceso de desinstitucionalización de la pareja se lleve a
cabo, como preconiza Louis Roussel, sería necesario que los actores decidieran de
manera creciente mantener sus preferencias de vida privada fuera de los marcos
institucionales y que el sistema jurídico se esfumase de forma progresiva de los
reglamentos de dicha vida privada. Ahora bien, ya sea a través de las nuevas for-
mas instituidas de unión conyugal o de las nuevas medidas jurídicas de la gestión
del divorcio, se constata que si bien las instituciones se diversifican, no desapare-
cen, bien al contrario. La reglamentación de la vida privada se moderniza: favo-
rece, al tiempo que las regula, las nuevas formas de conciliación privadas entre
parejas (como el divorcio por mutuo consentimiento). Ello no significa que el
derecho retroceda o desaparezca. Por el contrario, las orientaciones liberales de la
268
13
La ley del 8 de enero de 1993 es un ejemplo. Por un lado, establece el principio del
ejercicio común de la autoridad parental después del divorcio (Art. 287 del Código Civil) y
269
ya no obliga al juez a fijar la residencia del niño, puesto que son los padres quienes deci-
den de común acuerdo. Por otro lado, y de manera casi antinómica, la aplicación del cri-
terio jurídico de “residencia habitual”, reservado al menor en su “interés”, funciona como
una fuerza retroactiva, en la medida en que al obligar a éste a no tener sino un hogar en
casa de uno de sus padres, reintroduce, paradójicamente, la distinción entre un padre
principal (femenino) y uno secundario (masculino) y reactiva la rivalidad parental (Théry,
1998), tanto en las relaciones en el seno de la pareja separada, como en las intervencio-
nes del juez.
14
De este punto de vista, la legislación en vigor reproduce en cierta manera la división
sexual desigual de los roles parentales, sirviendo de referente principal la función mater-
nal. Aquí el sentido político sustituye al sentido común: la justificación de confiar los hijos
a su madre, que adquiere más sentido cuando ellos son pequeños, se debe a la idea que
aún prevalece de que su desarrollo psíquico, intelectual y físico depende de los cuidados,
del calor humano y del amor de su madre.
270
271
55
50
45
Monterrey 2007
40
Francia
35
Nuevo León
30
25 México
20
15
10
0
1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009
15
En esta obra, tomamos parte de esta gráfica (sobre la realidad mexicana) del capí-
tulo de Manuel Ribeiro en este mismo libro: “Tendencias sociodemográficas del divorcio en
Nuevo León”.
272
16
En esta obra, los artículos de Blanca Tamez, Manuel Ribeiro y Sandra Mancinas;
Gabriela Zamora, Manuel Ribeiro y Sandra Mancinas, así como Rogelio Rodríguez y Manuel
Ribeiro, titulados respectivamente: “Los efectos del divorcio en las mujeres a partir de su
nivel de autonomía”, “Divorcio y dinero: relaciones de poder sustentadas en el tener” y “Las
fuentes del apoyo social en hombres y mujeres divorciados” abordan precisamente las con-
diciones y la organización socioeconómica del divorcio y sus consecuencias materiales.
273
274
17
Realizada en diciembre de 1985.
275
Una parte de la búsqueda americana del divorcio se alimentó, por ejemplo, del debate
19
iniciado, desde mediados de los noventa, por la reforma del Estado benefactor (Welfare
State) que acabó en la colocación de una política pública explícitamente girada hacia la
promoción del matrimonio y la restricción del número de divorcios (Lambert, 2009: 170.).
276
A manera de conclusión
Referencias bibliográficas
278
279
280
1
Las síntesis curriculares son presentadas por orden alfabético.
281
evolución de las edades y las relaciones entre generaciones, las relaciones y políti-
cas familiares, así como sobre las relaciones sociales de género. Es autor de nume-
rosos libros, capítulos de libro y artículos en revistas con arbitraje. Es miembro
del Comité de Redacción de diversas revistas francesas e internacionales y ejerce,
desde 2007, funciones de experto en la Agencia de Evaluación de la Investigación
en la Enseñanza Superior de Francia. Su actividad de cooperación científica inter-
nacional le condujo a dirigir el programa ECOS-Norte, durante el periodo 2006-
2010. Asimismo, fue profesor invitado durante el primer semestre del año 2010 en
la Universidad de Monterrey, en Nuevo León.
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