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Superficialmente, podría decirse que me referiré a ciertos aspectos de la relación entre ciencia y

sociedad; pero, como espero que quede claro, mi objetivo no es discutir la importancia de la
ciencia en sí, sino de lo que uno podría llamar una cosmovisión científica –concepto que va más
allá de las disciplinas específicas que usualmente se conocen como “ciencia”– con relación a la
toma de decisiones colectivas para la humanidad. Lo que defiendo es que una forma clara de
pensar, combinada con el respeto por la evidencia –especialmente por aquella indeseada e
inconveniente que desafía nuestras preconcepciones–, es de una importancia fundamental para la
supervivencia humana en el siglo XXI, sobre todo en un sistema de gobierno que declare ser una
democracia.

La palabra “ciencia” tiene al varios significados: de nota una tarea intelectual dirigida al
entendimiento racional del mundo natural y social; también un corpus actualmente aceptado de
conocimiento sustantivo; delimita la comunidad de científicos, sus costumbres y estructura
económica; finalmente, se refiere a la ciencia aplicada y a la tecnología. En este trabajo nos
concentramos en dos aspectos, con algunas referencias al tercero, dejando de lado la tecnología.
Así, con “ciencia” me refiero, en primer lugar, a una perspectiva que privilegia razón y observación,
y a una metodología cuyo objetivo es la adquisición de un conocimiento sobre el mundo natural y
social. Esta metodología se caracteriza, sobre todo, por su espíritu crítico; es decir, por
comprometerse a un incesante análisis de sus afirmaciones a través de la observación y
experimentación entre más estrictas, mejor y a descartar aquellas que no pasen la prueba.

Pero permítanme no seguir llorando sobre la leche derramada, ya que los argumentos contra el
relativismo posmodernista son bien conocidos. Baste con decir que los escritos posmodernistas
confunden sistemáticamente verdad con pretensión de verdad, hechos con declaraciones de
hechos, y conocimiento con presunción de conocimiento llegando luego hasta el extremo de
negar que estas distinciones tengan algún sentido. Los intelectuales de izquierda tomaron un rol
activo en la vivaz cultura de la clase trabajadora. Algunos intentaron compensar el carácter de
clase de las instituciones culturales a través de programas de educación para obreros, o
escribiendo sobre matemáticas, ciencia y otros temas para el público general.
Sorprendentemente, con frecuencia sus homólogos actuales buscan privar a la clase trabajadora
de estos instrumentos de emancipación, al informarnos que el “proyecto de la iluminación” ha
muerto, que debemos abandonar las ilusiones de ciencia y racionalidad –un mensaje que traerá
regocijo al corazón de los poderosos, felices de monopolizar estas herramientas para su uso
exclusivo–.

Sorprendentemente, no todos aceptan esto; y aquí llegamos a mi primer –y más ligero– ejemplo
de los adversarios de la perspectiva científica, a saber, los académicos posmodernistas y los
constructivistas sociales extremos. Tales personas insisten en que el así llamado conocimiento
científico no constituye de hecho un conocimiento objetivo de una realidad externa a nosotros
mismos, sino que es una mera construcción social, a la par de la mitología y la religión, las cuales
tendrían por ello la misma pretensión de validez.
La mayoría de las personas tal vez incluso la mayoría de usuarios de remedios homeopáticos– no
entienden con claridad lo que es la homeopatía. Probablemente la consideran una especie de
tratamiento con plantas medicinales. Por supuesto, las plantas contienen una amplia variedad de
sustancias, algunas de las cuales pueden ser biológicamente activas (con consecuencias benéficas
o nocivas, como Sócrates pudo
comprobar). Pero en contraste los remedios homeopáticos son pura agua y almidón: el supuesto
ingrediente activo ha sido diluido a tal punto que, en la mayoría de casos, no queda ni una sola
molécula en el producto final.
Por ello, la razón fundamental para rechazar la homeopatía es que no existe un mecanismo
plausible para que esta funcione, a menos que rechacemos todo lo que hemos aprendido sobre
química y física en los últimos doscientos años

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