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1890
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INFIERNO
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DANTE

Estatua e n marmol, por D. Sufiol

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A-MERie/v
I N F I E R N O

INFIERNO

CAiNTO P R I M E R O

S ; •

A la mitad de la camera de la vida se aparta Dante del recto


ramino, conduciilo por tres poderosas pasiones: la Lujuria,
el Orgullo y la Avaricia.—Beatriz o sea la TeologiaI, su
amada de la niñez, le remite en su ausilio al gran Gènio eri
poesia (Virgilio), que por medio del estudio de lo bello y
grande, le llevará poco á poco á contemplar las cosas celes
tiales.—Mètodo platónico.—Este poema de detalles oscurot
es harto claro en SIL primordial idea ó en el orden de sus par-
tes.—Virgilio, ó sea ta Poesia, irá guiando á Dante ai In-
fierno y al Purgatorio: Beatriz, ó sea la Teologia lo guiari
en el l'araiso.

mitad de la c a r r e r a de la vida { S'nc encontré e


» « ¿ • i » u n a 'óbrega é intrincada selva ^2), por h a b e r n
¿ISnffd a p a r a d o del camino recto. ¡Cuan difícil me ser'
-f" pintar la aspereza de aquel sitio, cuya sola i/
nueva mis temores! Era m á s triste que la muerte. No <o a
inte, procuraré decir cuanto allí vi.
(.7
Es casi imposible decir de qué modo penetré en el terr
osque; tal era el sueño q u e me dominaba al dejar la bu«,
senda; al llegar al pié de la colina, término del valle que ta
me horrorizó, miré á su cumbre, dorada por los rayos del s
q u e sin duda nos guia por todo camino; sólo á su vista ees

(1) Dante bajó al I n f i e r n o á l o s 33 a ñ o s d e s u e d a d , e n la n o c h e d e l J i i e v A .


V i e r n e s S a n i o d e 1300, y lo recorrio todo e n v e i n t i c u a t r o horas. P
(2) S í m b o l o d e pasio--". /
v o-
s u s ! ! t * * de mi cs azo
' " I a f L,ena fc -
dice?. ^ la
por el l u m b r e ; su aspecto era tan siniestro, que crei que
4
r e t e m b l a b a todo en torno suyo.
i » noche, y á semejan/.a del „ i n í v ^ o l e m o n - Al propio tiempo « c i / , una loba (1), q u j en su extenúa-
tando sale de. man, y desde | o r i „ a v„e!ve su l h á T ,
c o n mamf^staba tener m u c h o s deseos, y haber ya a n i q u í l a f

L . •
' ' " S -¡o;
' ° 'I t! . .

• muc i 'nbres. El fuego de sus ojos me embargó en térmi-


B P a n z a d e P a s a r la colÍQa
E l / 1 *S - Gomo quien sólo
b i,a PÍel 4 gs.Gi.te el p l a c e r de atesorar, y llora cuando pierde, del mismo
« - h a s , Ja L , ¿ t ^ ^ P * °"
modo roe dejó la aparición de aquella fiera, retrocediendo pau-
,u e sadamente hacia donde el sol se pone. Según regresaba hacía
T / r r - ; , ^
el valle, se presentó ante mi „ n o q u e parecía mudo, á causa de
su prolongado silencio: al punto le g r í t é : - « O u i e n quiera que g
...«•«vHte de a e r e a c t n ,'a y h T í am
°" ' « ^ a 4
seas, compadéceme.» Y r e s p o n d i ó : - « F u í hombre, y dejé de
serlo; los autores de mis dias eran m a n t u a n c s . Yo nací á lo
' " ? , d e ' r e i n a | ° d e W o , y luego habité en Roma, mien-
- I fiiss^r»* - H R ^ t r a , el de A u g u s f t , por los tiempos de los falsos d i o s e s a Des-
pues dijo
Sg«He sido poeta, y he cantado al bondadoso hijo de Arquí-
Aquel sitio es el pecaco murtal. venido de Troya, luego de ser entregada á las llamas /
Camino de la Virtud. „ f la orgullo.-sa Ili í a s t ú , ¿por qué no mitigas tu pena? ¿cómo i-
.; .' Símbolo de Lujuria,
t -mbolode la Ambición y del 0 W . l o . A n
' j
!
1) Emblema de 1
--» uní»'«"« sobrevenir, y que me lleves donde dices, para que vea la
p u e r t a de San Pedro y á los que yacen en Meseonsuelo.»
no 'vas al magnifico monte, principio de todas las dichas?— Aquí comenzó á a n d a r , y le seguí.
¡Oh! le respondí avergonzado, ¿eres tú, Virgilio, inagotable
manantial de poesía?»
«¡Ah, h o n r a y luz de los poetas; que el a m o r y estudio q u é
m e han movido á buscar tu obra, sean mi recomendación
jite ti! T ú eres mi amado maestro; tuyo es el divino estilo
úe tanto lauro me ha dado. Ayúdame, oh sabio, contra esa
/era, que tanto me aterroriza.»
| i |¡É« 11 as d e segu i r d isti n ta senda, m e d i jo, v i en do q ue 1 lo raba;
ii deseas salir de este temido laberinto, no ignores que e s a
> a q u e le espuma, no consiente que n i n g ú n mortal c r u c e s u
umino; e^vde condicion tan dañina, que j a m á s considero
ptiíjfechos s u s anhelos, y despues de comer queda con n<iás

f
necesidad q u e antes. Infinitos a n i m a l e s le sirven de alimertto,
y aun sacrificará muchos más hasta la venida del Lebrel (!),
q u e la matará de dolor. No se m a n t e n d r á esté de tierra ni
'estaño fino; su alimentación será la sabiduría, el a m o r y la
.»fuerza, será su patria entre Feitro y Peltre, siendo la salvación
'de la humilde Italia, por la que perecieron llenos de h e r i d a s
' C a m i l o , Turno, Euriaio y Niso.
^ »Cazará á la loba de poblacion en poblacion hasta restituirla
al infierno, del que la Envidia la saco en otro tiempo. Por
tu bien, te digo que a c e r t a r á s en seguirme, seré tu égida, y te
llevaré fuera de aquí á través del eterno reino; allí apercibi-
r á s los rugidos de desesperación y n o t a r á s las a l m a s de los C A N T O S E G U N D O
condenados que á voces piden segunda muerte.
»También podrás ver los que están satisfechos, en las
i llamas, a g u a r d a n d o (á su tiempo) tener un sitio en las biena-
v e n t u r a d a s sombras; si quieres llegar h a s t a ellas, te g u i a r á Sigue Dante á Virgilio, y ambos, entrada la noche, parten.-—
'otra alma más digna que la mia, y al a p a r t a r m e de ti, te q u e - Invocación á las musas.—Dante se sobrecoge da espanto á la
d a r á s con ella, porque el emperador que allí domina no quiere idea del infernal viaje.—Sosegado al decirle Virgilio qtui es
enviado de Beatriz-, se decide, á seguir á su guia y maestro.
que m e lleven á su ciudad, por h a b e r yo faltado á su ley. En
todas partes rige, más allá en lo alto e s donde reina; aquello e s
su g r a n ciudad y elevadísimo trono. ¡Venturoso el escogitado
L dia tocaba á su fin, y lo pesado del aire m a n i f e s -
p a r a su reino!»
taba á todos los mortales que debían ya e n t r e g a r s e
Yo: «Poeta, te ruego por ese Dios que no has podido cono- al descanso; únicamente yo me disponía á los com
cer, me libres de este mal como de otro peor que me pueda bates del camino, imaginando los a s u n t o s de pieda'
q u e iban á ofrecerse á mi vista, y que relatará mi memori
fielmente.

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¡Musas, genio poderoso, venid en mi favor! ¡Oh memoria
q u e r e t r a t a s lo que vi, sé noble y leal:

s s s b s b í V S 5 Í * Fe m p5e q u e:ñ e -
cido Ja empresa con t»l A e h<

asperezade'Cbida, * la

precisándole en ocasiones¡ W t a l i " ' " T ' ™ " ^ idea>


31 b r u t o a vo,vei>
una quimera! * ' * * á s ante
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debiera traer su viaje. ' ° efectos que

! S d e I'' h ° m b r e S y qüé Calidades de


séres!
i S S S i ^ l — inteligente,
y em e
rador de Roma. I m b o s en Z É I T ™ ^ ^ Pdei-
- r o l u g a r do j ^ a a f á s r

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^ r r ?cosas
eI v a s o d e
dileccion (2) se elevó ha" ta , l ^ Pre-
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cipio de s i l í a c i o n Mas ^ T ™ ^ ^ ' ^
he
ío permite? N * * «
, merecedor de tal L n r a ' P°P q e 3 n t e n a d i e so
" y
•-
» P a r a darte aliento, te diré el morí™ -
presencía
que he sabido en el nstante i ? W "" ' Y lo
(1) Eneas.
( Sa P a b , o e n el
' ° Psraifo f x í a s i a i o s a n t a m e n t e .

O Están en s u s p e n s o ó en e l Limbo.
10 INFIERNO CANTO III

m a d o por. una m u j e r tan h e r m o s a y p u r a , q u e no titubeé en «Nadie fué tan veloz corriendo tras un galardón ni apartán-
p o n e r m e á s u disposición (1).» S u s ojos eran más brillantes q u e dose de un riesgo, como yo al e s c u c h a r aquellas palabras.
los luceros, y con a r m o n i o s a voz me dijo: S ú b i t o bajé de mi trono de ventura, y vine volando, esperan-
«Alma m a g n á n i m a de Mántua, cuya gloria vive aun en el zada en la sabiduría de tu palabra, que tanto te honra ante
los que la han oido.»
m u n d o , y d u r a r á tanto como él, mi amigo, y no de la fortuna,
e s t á tan perdido e n la playa desierta, q u e á la mitad de su Cuando hubo hablado así, volvió á mi s u s llorosos ojos, lo
viaje el terror le h a hecho volver atrás. Temo (por lo que h e que me hizo partir con m á s ligereza
sabido de él en el cielo) llegar tarde en su socorro. Ségun su voluntad, me he llegado á tí, salvándote de la
»Anda, y con tu elocuencia ayúdale hasta lograr que yo fiera q u e le cerraba el paso más breve que conduce al hermoso
consiga algún consuelo. Soy Beatriz, y te digo que vayas. monte. ¿Por qué, pues, te paras? ¿A qué tanta cobardía en tu
Llego de un paraje al que deseo r e g r e s a r : Amor es quien m e -corazon, cuando (res benditas personas velan por ti en la corte
inspira. Al estar al lado de mi dueño, celebraré h a b e r t e •celestial, y mis palabras te ofrecen tanta ventura?
encontrado á mi paso.» Aquí calló, y yo contesté: Según se animan y entreabren las flores despues de la noche
«Gran señora, sólo la virtud que atesoras sobrepuja á la de f r í a , á la salida del sol, así se reanimó mi abatido espíritu,
todos los séres de la h u m a n a especie que cubre la bóveda notando p e n e t r a r en mi corazon un benéfico calor que me hizo
celeste. Tan grato me es tu mandato, que aun habiéndolo ya p r o r r u m p i r como el hombre m á s decidido: «Tan caritativa es
cumplimentado, creería t a r d a r : no me vuelvas á indicar tu la persona que te m a n d a , como tú, que tan breve has cumpli-
deseo. Mas dime: ¿es posible que no lemas venir á estos sitios, mentado las palabras verdaderas que le ha dirijido. De tal
desde lo alto de los inmensos lugares donde deseas volver?» m a n e r a tu voz ha penetrado en mi corazon, que vuelvo á deci-
dirme á e m p r e n d e r el viaje. Anda, pues, y en lo f u t u r o será
Voy á calmar tu curiosidad, me dijo, y á manifestarte por
-sólo uno nuestro deseo; tú eres mi guia, señor y dueño.»
qué no temo al venir á estos abismos. Tánicamente debe
Cuando acallé, emprendió la m a r c h a y entré en el profundo y
t e m e r s e por las cosas que puedan perjudicar á otro, pero no
-solitario camino.
por l a s q u e no puedan ser temidas. P o r voluntad de D i o s , s o y
de tal especie, que no pueden s u m i r m e vuestras miserias ni
C A N T O T E R C E R O
c e r c a r m e el fuego de ese incendio.
En el cielo existe una m u j e r (2) que se apena tanto por los Ambos poetan arriban d las puertas del Infierno .—Conforme
peligros de los que te remito, q u e á s u caridad se debe la revo- la opinion de Dante, el Infierno tiene forma cònica hacia arri-
cación del fallo de la Justicia divina. Se h a dirijido en s u s ba.—Se compone de un vestíbulo y nueve círculos, que según,
plegarias á Lucía (3), diciéndole: «Tu fiel necesita de tí, y yo se estrechan, crecen los suplicios en intensidad,—A la entra-
da hallan los poetas las almas sin virtudes ni vicios, conti-
te lo recomiendo.» Lucia, enemiga de los corazones crueles, nuamente aguijoneadas por mil lares de insectos.—Aqueronte.
enternecida, viniendo al sitio en que yo estaba, al lado de la — Se niega Caronte á pasar alma viviente en su barca, mas
a n t i g u a Raquel 1.4), me ha dicho así: acata e! mandato de Dios,—Dante es atacado de un sueño
«Beatriz, verídica alabanza de Dios, ¿por qué no corres en profundo.
auxilio del que tanto te adoró y que sólo por tí salió del rebaño
vulgar? ¿No escuchas s u s quejas? ¿No ves su combate contra la ciudad de los lamentos se va por mí, por mí, al
las f u r i b u n d a s tempestadas más temibles q u e las del mar?» dolor sempiterno; por mí se llega á la raza de los
condenados; mi gran arquitecto fué inspirado en la
justicia; me construyó él divino poder, la sublime
(I ¡ Beatriz, e m b l e m a de la tfOlogia. sabiduría y el a m o r primitivo (1). N a d a s e c r e ó antes que yo,
(í) La divina c l e m e n c i a .
(3) ta gracia divina o que ilumina. Lucia, huv, luz.
;S) Hija de I-abaD, esposa da Jacob, e m b l e m a d e la vida d e c o m t e m p l a c i o u . (1) Tríni.lad: Poder, Sabiduría y Amor.
- .. INFIERNO
10 • ••• . :.; l • .v .-
si se exceptúa lo eterno; también soy eterno. Los que p e n e t r á i s
Aun poseído por el terror, exclamé: «Maestro, ¿qué es lo
aquí dejad toda esperanza.» Estas frases las vi trazadas en
-que oigo? ¿Qué pueblo es este así abandonado á la d e s e s p e -
caracteres a e g r ó s en lo m á s elevado de una puerta, y e x c l a m é :
ración y al dolor?»
«Duras m e parecen estas frases; Maestro.»
Y me respondió: «Esta es la triste suerte deparada á los
El, como hombre convencido, me contestó: «Es preciso d e s -
vivientes que ni merecieron íq¡| ni desprecio; son confundidos
pojarse de'todo temor; aquí debe terminar la cobardía.
entre los ángeles que ni se rebelaron ni sirvieron á Dios, q u e
»Ya estamos en el paraje donde te dije verías las infelices
\ vivieron sólo para ellos. El cielo, por no perder su belleza,
g e n t e s que perdieron el bien de la inteligencia.» Tomó en
los arrojó, y el Infierno no los vio con admiración, porque los
aquel momento mi mano entre las s u y a s con tan buen acierto,
causantes no tuvieron gloria a l g u n a »
Yo objeté: «Maestro, ¿de q u é gran dolor se querellan
tanto?» A lo que contestó: «Al punto lo tsabrás. No poseen
la esperanza de otra muerte; tal es su ceguera, que preferi-
rian cualquier s u e n e á la que les cabe. Ninguna idea tiene el
m u n d o de su existencia; la Justicia y la Caridad los d e s p r e -
cian; y... sigamos adelante, no nos ocupemos m á s de ellos.»
Yo que observaba con atención, fíjeme en una bandera
-que se ínovia con tal rapidez de uno á otro s i n o , que no pare-
cía sino que se proponía impedir todo descanso. Tanta g e n t e
ia seguia, que no pude comprender su destrucción por la
muerte. Conocí á algunos, y mirando con más fijeza, vi al
cobarde que se negó á cumplimentar el más sagrado d e b e r (i /
Proniu (uve la seguridad de que la gran cohorte que tenia
delante, era la de los entes tan despreciables á los ojos de Dios
como á los de s u s contrarios. Los desventurados aquellos,
q u e j a m á s lograron el placer de la vida, estaban desnudos, y
e n j a m b r e s de avispas y moscas les clavaban s u s aguijones sin
-cesar, brotándoles s a n g r é , que mezclada con s u s lágrimas, e r a
devorada á s u s piés por inmundos gusanos. Extendiendo más
mi vista, observé otras almas á la orilla de un gran rio, y dije
-á mi Maestro:
«¿Harás la merced de indicarme q u é a l m a s son aquellas,
y por qué su solicitud á pasar el rio, Según creo ver á pesar
qué me infundió valor y mé instruyó en los a r c a n o s de los
•de esta ténue luz?» «Te satisfaré cuando pisémos la '
secretos. L a s quejas, suspiros y llantos que se percibían allí, JS
-del Aqueronte (2).» ^P1"
bajo una bóveda celeste sin estrellas, excitaron mis lágrimas; inte. Estos
los di versos idiomas, horribles discursos, imprecaciones, voces • . ..'.";•' . . tismo; e s a
destempladas y coléricas, algazara y palmadas, daban forma * oí íinfpG
á una especie de tumulto, que r e t u m b a b a continuamente por (I) En o p i n i o n d e v a r i o s c o m e n d a d o r e s . era Esaú, q u i e n re'
p t i m o g e n i t u r a ; s e g ú n otro?, era D i o c l e c i a i j o , q u e r e n u n c i ó e l i o O n debida?
aquel espacio, siempre lóbrego, parecido á la a r e n a e m p u j a d a s o n los j u i c i o s formados e n e s t e particular; p e r o la i d e a m á s a g r í m e n nos
por el h u r a c a n . P i l a t o s f u é e l q u e s e n e g ó a c u m p l - r c o n e l m á s a r a c d e v sur -
lVir c o n
¡bares. deseo
El A g u á r o n t e e s el rio q u e s e halla á la p u e ¡ t a
u INFIERNO

Con la vista baja y el rubor en él semblante, no hablé más-


/ CANTO IV

otro viento que llevaba centellas en sus rojizas alas; perdí el


•15

h a s t a la llegada al rio, por miedo de hacer preguntas inopor- sentido y caí como dominado por el sueño.
t u n a s . Un anciano de blanca cabellera se dirigió á nosotros
«n aquel instante en una barquichuela, exclamando: «¡Des-
C A N T O C U A R T O
venturadas de vosotras, almas malignas! Perder la esperanza
de volver á contemplar el Cielo; vengo p a r a llevaros á la
Dante dispierta, descendiendo al circulo primero del Infierno,
orilla opuesta, envueltos de tinieblas perpétuas, do rige el frió-
en que está el Limbo.—Allí moran las almas inocentes y
y el calor. Tú, q u e eres viviente y osas venir aquí, auséntate- buenas, pero que no han sido bautizadas.—Hermosas prade-
l e los que ya murieron.» Mas, observando mi inmovilidad,, ras y verdes bosquecillos donde viven ilustres poetas, querre-
añadió: «Diferente es el camino, distinto el puesto q u e ha de ros y sabios.
llevarte á la playa; no llegarás á ella pasando por aquí; más
ligera debe ser la nave que ha de conducirte.» N estrepitoso trueno m e hizo dispertar agitado; me
levanté y dirigí u n a investigadora m i r a d a en torno
Mi guia le repuso: «No te alteres tanto, Caronte, e s d i s p o - mió, para ver dónde me encontraba. Vi q u e e s t á b a -
sición de donde todo se logra; no quieras saber más.» Estas- mos junto al abismo del dolor, tristísimo valle, del
f r a s e s calmaron al formidable y velludo barquero de las t r i s - que se alzan y confunden mil gemidos, que producen un ruido
tes lagunas, el q u e tenia s u s ojos rodeados de llamas (1). Desde semejante al estampido del trueno.
q u e las desnudas almas oyeron aquellas frases, cambiaron de
Tan profundo, nebuloso y oscuro era el abismo, que en vano
color y temblaron. Blasfemaban de Dios, de s u s antecesores,
busqué s u fondo, la vista no lo distinguía. «Bajemos a h o r a al
de la h u m a n a especie, de aquel sitio, de su nacimiento y de
tenebroso mundo, me dijo mi querido Maestro con el rostro
los descendientes de s u s descendientes.
descompuesto y lívido; yo te precederé.»
J u n t a s y llorando con a m a r g u r a se retiraron hácia la orilla
Mas notando su semblante, le respondí: «Si tú te espantas,
maldita, en la que sólo es esperado el que no temió á Dios. El
¿cómo podré yo descender? siendo como eres quien a n i m a mi
horrible Caronte las reunió, y dió con su remo á las m á s tar-
indecisión.»
días. Según caen las ojas en el otoño, una de otra en pos, asi
Entonces m e objetó: «La pena por las desgracias de los
iba cayendo la raza de Adán á una pequeña señal del b a r -
que están ahí abajo, marca en mi rostro un tinte de piedad,
quero, á imitación del pájaro al reclamo del cazador.
que tú interpretas por de t e r r o r . Marchemos pronto, pues así
No habian comenzado aquellas a l m a s á c r u z a r las n e g r a s lo exige el mucho espacio que debemos recorrer.» Y sin hablar
hondas, cuando ya se habia reunido en la ribera que ellas aca- m á s palabra, entró y me hizo penetrar en el círculo primero,
baban de dejar otra n u m e r o s a cohorte. «Hijo, m e objetó mi que da vuelta al abismo. A pesar de mi atención, allí, no
gran Maestro, aquí vienen de todos los países, los que d e j a - llegó á mi oido q u e j a a l g u n a , y sí algunos gemidos que hacian
ron de existir sin ser acreedores al perdón de Dios; h o s t i g a - temblar la bóveda eterna, producto del dolor sin sufrimiento
dos por la Divina justicia, tienen tal prisa de vadear el rio* de multitud de hombres, m u j e r e s y niños. Aquí me dijo el poe-
'|UV ' miedo se cambia en deseo. J a m á s alma p u r a pasó por ta célebre: «¿Nada se te o c u r r e p r e g u n t a r acerca de los e s p í -
SGcrcto*5 i ,
""e§o Caronte se enfureció contra tí; ya sabes la c a u s a ritus que ves? Quiero enterarte antes de pasar adelante. Estos
bajo una bóvi-
. J ,. .--¡as.» no han pecado, p e r o l e s ha faltado el mérito del bautismo; e s a
Jos Oí versosic
ito, el campo de las s o m b r a s retembló de tal s u e r t e puerta de la fé, en la que tienes tú e n t e r a creencia; si a n t e s
'J l i é espanta s u recuerdo; de la tierra del llanto alzóse del cristianismo vivían, no tuvieron á Dios la adoracion debida;
a una especit
yo soy de ese n ú m e r o también. P o r esto, y sin otro crimen, n o s
aquel espacio,T~
• i laguna Estigia, luego e l Flegeton, y ú l t i m a m e n t e el Cocito; condenamos, siendo n u e s t r a continua pena el vivir con deseo
por el h u r a c a n . Purgatorio, d o n d e s e olvidan las faltas.
y sin esperanza alguna.»
'vo preseutes e s t o s versos para s u magnífico fresco..
E s t a s palabras rae afligieron en extremo, por reconocer «Y tú, gloria de las ciencias y las artes, ¿quienes son esos,
entre los condenados infinidad de hombres dignos q u e se c u y a h o n r a es tan inmarcesible, que les vale un puesto c o m -
pletamente apartado de los demás?» A lo que me respondió:
«La fama que atestigua su nombre allá en lo alto, do tú vives,
les valió esta gracia del Cielo, que de esta suerte los d i s -
tingue.»
Entonces percibí una voz que decia: «Honra al magnífico
poeta (I); mirad s u sombra, que nos vi.-iia luego de h a b e r n o s
dejado!» L a voz dejó oe oirse, y entonces vi que se nos diri-
gían cuatro grande» sombras, sin r o s t r o s q u e denotasen tristeza
ni alegría. Mi maestro me dijo en el acto: «¿Ves el que va
delante de los otros tres, espada en mano, cual si fuera el jefe?
Es el príncipe de los poetas. Homero; le sigue Horacio, el
satírico; el tercero es Ovidio, y e! otro Lucano; todos y cada
uno merecen, como yo, el r e n o m b r e que ha repetido la u n á -
n i m e voz; bien hacen al dispensarme esta honra.»
De esta suerte vi reunida la divina escuela del príncipe del
hallaban en el Limbo en suspenso: «Dime, mi sabio MaestVo, s u b l i m e canto, que cual águila vuela sobre todos los demás.
exclamé al punto, para a f i r m a r m e en la fe q u e triunfa de Despues de hablar entre sí, se volvieron y m e s a l u d a r o n de un
todos los errores, ¿ninguna de esas sombras, por s u s méritos modo que hizo sonreír á mi Maestro; en seguida me dispensa-
ó el de otros; ha podido salir del Limbo para a r r i b a r á la bea- ron nuevo honor, dándome cabida en su compañía, de m a n e r a
titud?» qus fui el sexto entre aquellos célebres genios. F u i m o s a d e -
lantando hácia la luz, conversando sobre cosas que conviene
P a r a a c l a r a r m e estas f r a s e s oscuras y rebozadas, r e s p o n -
tanto callar aquí, como publicarlas en el sitio en q u é nos encon-
dió: «A poco de mi venida á este lugar, vi q u e llegó á él un
t r á b a m o s . A r r i b a m o s á un fuerte y noble castillo, circuido
poderoso sér, laureado con la señal de la victoria (1); y sacó
por siete órdenes de mu'-allas, defendido por las aguas de un
la s o m b r a del p r i m e r h o m b r e , la de su hijo Abel, las de Noé
claro riachuelo (2), que c r u z a m o s sin mojarnos, cual p o r t i e - '
y Moisés, legislador y obediente subdito. Libró también á
r r a firme; entré en él á mi vez con los siete sabios, por otras
A b r a h a m , patriarca; á David rey; á Israel (2) con su padre
tantas puertas, e n c o n t r á n d o s e luego e n un a m e n o prado. T a m -
é hijos; á Raquel, por la que tanto hizo Israel, labrando tam-
bién se encontraban allí varios personajes de. mirada grave y
bién la dicha de o t r a s m u c h a s . Conviene que sepas que antes
tranquila, y cuyo aspecto denotaba g r a n d e autoridad; s u s
no podian salvarse las almas.»
voces eran dulces y hablaban muy poco. Nos r e t i r a m o s á un
Mientras mi guia me hablaba así, c r u z á b a m o s el bosque
lado de la pradera, en un sitio elevado y luminoso, desde el
de los espíritus, sin detención. Ya distábamos muy poco de la
tjue podia ver todas aquellas h e r m o s a s almas, y aun me estre-
entrada del abismo, y observé un fuego que d o m i n a b a el
mece de placer la ventura que su vista me proporcionó.
hemisferio de las tinieblas, m a s no estábamos tan alejados
q u e no viese á las dignas p e r s o n a s que moraban en a q u e l
lugar.
(1) Virgilio.
(2) Según opiuion d e Clairion, e s t e castillo e s la fama imperiosa que a d -
•quieren los poetas por s u s obras. Las murallas indican las s i e t e virtudes: Justicia
(1) D e s c e n s o d c Jesús al Limbo. Fortaleza, Templanza, Prudencia, Inteligencia, Sabiduría y Ciencia. El riachuelo
(2) Jacob. s i g n i f i c a la e l o c u e n c i a .
Vi á Electra (1) con varios compañeros, entre los cuales,
reconocí á Héctor y Eneas, lo mismo q u e á César, con s u
m i r a d a de Argos, y bien a r m a d o . En otro sitio observé á Camilo
y Penteliseo, como al rey Latino, sentado junto á su hija
Lavinia: vi también á aquel Bruto que a r r o j ó á Turquino, y á C A N T O Q U I N T O
Lucrecio, Julio, Marcio, Cornelio; Saldino también estaba,
a u n q u e solo y apartado. Alzando algo más la vista, noté al
universal Maestro del saber (2) sentado en el centro de uñ
g r a n n ú m e r o de filósofos: todos le rendían h o m e n a j e y a d m i - Segundo circulo, do están los lujuriosos.—Agitados por los
ración; vi también á Sócrates y á Platón, que son los que t e - vientos, vagan errantes sin cesar.—Minos es juez de las al-
nia m á s cercanos. Estaba Demócrito, q u e hizo salir al mundo mas.—Halla Dante á Francisca de Rimini y á su amante
casualmente. A n a x á g o r a s y T h a l é s Empedocles, Heráclito y Pablo.—Al conmovedor relato de su desdicha, se desmaya
Zenon. Miré al observador de la cualidad, Dioscórides (3); así el poeta.
como á Orfeo, Tulio, Lino y Séneca el moralista; el geómetra
Euclides, Ptolomeo, Hipócrates, Avicena, Gallieno y A v e r -
rhoes, gran comentarista (4).
En vano los q u e r r í a recordar todos: el asunto q u e deba ESCENDIMOS del primero al segundo círculo, menos
seguir, á mi pesar me a r r a s t r a , y el tiempo y las palabras son espacioso, pero más doloroso; tanto, que a r r a n c a
breves. La compañía de los seis pronto se redujo á cuatro: m i ayes desesperados. El horroroso Minos r e i n a en él,
sabio g u i a mellevó por otro camino, en el que el aire, en l u g a r rechinando los dientes; él juzga las faltas de los que
de estar inmóvil, retiembla, y luego llegamos á otros parajes^ allí acuden, y decreta su condenación con un movimiento de
en los que no irradia resplandor alguno. su cola. Cuando se le presenta u n a a l m a pecadora y le hace
confesion de s u s crímenes, aquel implacable inquisidor le se-
ñala el puesto q u e en el Infierno le corresponde, ciñéndose con
su cola tantas veces cuantos sean los grados inferiores á q u e
;i) Madre d e Dardano, padre d e Eneas, q u e f u n d ó e l i m p e r i o r o m a n o . debe enviarse.
(2) Aristóteles.
(3) Escribió s o b r e l o s v e g e t a l e s , I n n u m e r a b l e s a l m a s q u e constantemente acuden á su j u i -
(i) H i z o el d e Aristóteles. cio, una de otra en pos, hablan, oyen, y por último las arrojan
al abismo. «¡Oh, tú, que llegas á la mansion desesperada, m e
objetó Minos al contemplarme, parando en s u s g r a v e s juicios,
calcula cómo penetraste aquí, ve en quién fias y no te equivo-
que la latitud del sitio.»
Mi guia le respondió: «¿A qué alborotas de esta suerte? No
h a g a s oposicion á su viaje, dispuesto por el destino, pues asi
lo quieren en lo alto, donde es el poder más fuerte; no i n d a -
g u e s más.»
P r o n t o oimos las quejas de varias voces; ya estábamos en
el sitio en que los lamentos horrorizan el alma, y penetramos
en un lugar exhausto de toda luz, que b r a m a cual el m a r al
hallarse combatido por contrarios vientos. La infernal b o r r a s -
ca, en su p e r e n n e curso, a r r a s t r a los espíritus, los a t o r m e n t a
Vi á Electra (1) con varios compañeros, entre los cuales,
reconocí á Héctor y Eneas, lo mismo q u e á César, con s u
m i r a d a de Argos, y bien a r m a d o . En otro sitio observé á Camilo
y Penteliseo, como al rey Latino, sentado junto á su hija
Lavinia: vi también á aquel Bruto que a r r o j ó á Turquino, y á C A N T O Q U I N T O
Lucrecio, Julio, Marcio, Cornelio; Saldino también estaba,
a u n q u e solo y apartado. Alzando algo más la vista, noté al
universal Maestro del saber (2) sentado en el centro de uñ
g r a n n ú m e r o de filósofos: todos le rendían h o m e n a j e y a d m i - Segundo circulo, do están los lujuriosos.—Agitados por los
ración; vi también á Sócrates y á Platón, que son los que t e - vientos, vagan errantes sin cesar.—Minos es juez de las al-
nia m á s cercanos. Estaba Demócrito, q u e hizo salir al mundo mas.—Halla Dante á Francisca de Rimini y á su amante
casualmente. A n a x á g o r a s y T h a l é s Empedocles, Heráclito y Pablo.—Al conmovedor relato de su desdicha, se desmaya
Zenon. Miré al observador de la cualidad, Dioscórides (3); así el poeta.
como á Orfeo, Tulio, Lino y Séneca el moralista; el geómetra
Euclides, Ptolomeo, Hipócrates, Avicena, Gallieno y A v e r -
rhoes, gran comentarista (4).
En vano los q u e r r í a recordar todos: el asunto q u e deba ESCENDIMOS del primero al segundo círculo, menos
seguir, á mi pesar me a r r a s t r a , y el tiempo y las palabras son espacioso, pero más doloroso; tanto, que a r r a n c a
breves. La compañía de los seis pronto se redujo á cuatro: m i ayes desesperados. El horroroso Minos r e i n a en él,
sabio g u i a mellevó por otro camino, en el que el aire, en l u g a r rechinando los dientes; él juzga las faltas de los que
de estar inmóvil, retiembla, y luego llegamos á otros parajes^ allí acuden, y decreta su condenación con un movimiento de
en los que no irradia resplandor alguno. su cola. Cuando se le presenta u n a a l m a pecadora y le hace
confesion de s u s crímenes, aquel implacable inquisidor le se-
ñala el puesto q u e en el Infierno le corresponde, ciñéndose con
su cola tantas veces cuantos sean los grados inferiores á q u e
;i) Madre d e Dardano, padre d e Eneas, q u e f u n d ó e l i m p e r i o r o m a n o . debe enviarse.
(2) Aristóteles.
(3) Escribió s o b r e l o s v e g e t a l e s , I n n u m e r a b l e s a l m a s q u e constantemente acuden á su j u i -
(i) H i z o el d e Aristóteles. cio, una de otra en pos, hablan, oyen, y por último las arrojan
al abismo. «¡Oh, tú, que llegas á la mansion desesperada, m e
objetó Minos al contemplarme, parando en s u s g r a v e s juicios,
calcula cómo penetraste aquí, ve en quién fias y no te equivo-
que la latitud del sitio.»
Mi guia le respondió: «¿A qué alborotas de esta suerte? No
h a g a s oposicion á su viaje, dispuesto por el destino, pues asi
lo quieren en lo alto, donde es el poder más fuerte; no i n d a -
g u e s más.»
P r o n t o oimos las quejas de varias voces; ya estábamos en
el sitio en que los lamentos horrorizan el alma, y penetramos
en un lugar exhausto de toda luz, que b r a m a cual el m a r al
hallarse combatido por contrarios vientos. La infernal b o r r a s -
ca, en su p e r e n n e curso, a r r a s t r a los espíritus, los a t o r m e n t a
y hiere; al hallarse cérea de su soplo, que es el martirio más •|»e ves, remó en una infinidad de pueblos en los que se habla-
cruel, rechinan los dientes, se lamentan, quejan y maldicen ban diferenies idiomas; de tal m a n e r a se dió al nefando vicio
de la divina virtud. de la Injuria, que admitió en s u s leyes cuanto conducía ó exci-
Allí supe ; que aquel tormento era para los pecados carnales taba al placer, para asi ocultar el Iodo en que yacia. Es la r e i n a
que postergan la razón al voraz apetito de los sentidos. Sem irá mide, que, según
las crónicas, sucedió á
Niño y fué esposa suya:
reinó en los países don.
de impera el soldán.
«La segunda es la q u e
se suicidó por amor,
rompiendo la fé j u r a d a
á los restos inanimados
de Si qneo. L a tercera e s
la lasciva Oleopalra.»
Luego vi á Helena, á
la que se debieron tan
funestos tiempos; t a m -
bién vi el g r a n d e Aqui-
les, q u e por fin se vió
obligado á luchar contra el a m o r . Del mismo
modo vi á París, á Pristan, y millares de som-
bras, á las que A m o r a r r . j ó d e l mundo. Así
que mi guia me nombró á las anliguas d a m a s
m y caballeros, dominado por ¡a piedad, t u v e q u e
decir: «Maestro, desearía hablar á esas dos q u e
A imitación de los estorninos, que
vuelan unidas con tal rapidez, en a l a s del
rápidos aparecen en el liempo frio
vienlo.» Contestóme: «Espera que las tengamos
en gra n d es y a p i ñ ad (>s e n j a m b res,
más cerca, y rogándoselo por el a m o r que las
así se notan los malignos espíri- v
a guiando, se dirigirán á ti.»
tus, empujados por la borrasca Cuando el aire las impulsó hacia nuestro
que los lleva y trae de uno á otro lado, alcé la voz: «Almas apenadas, les dije,
punto, sin el consuelo de la m á s venid á nosotros, si no hay quien se oponga.»
ténue esperanza de un mezquino
Semejando las palomas que, atraídas P o r su anhelo, vuelan
descanso, ni aun la de ver dismi-
nuido en un tanto su castigo. Asi al dulce nido con el ala firme y tendida; llevadas por los aires
como las grullas, que cruzan refi- y por una misma voluntad, asi subieron las dos almas de entre
riendo su endecha, y trazando la infinidad en l a q u e estaba Dído, viniéndose á nosotros «in
por los aires una linea extensa, vi a m e d r e n t a r l e s e! fétido aire que debian atravesar; tal fué la
llegar, profiriendo s u s cuitas, las fuerza de mi afectuosa llamada.
s o m b r a s a r r a s t r a d a s por el h u r a c a n ; a n t e su presencia me vi *Sér bello y compasivo, que liegas á visitarnos en esta
precisado á esclamar: «¡Oh, Maestro! ¿qué al mas son e s a s tan
lóbrega mansión, á nosotros, que llenamos el mundo de luto
castigadas por el fiero viento?» Entonces me dijo: «La p r i m e r a
y s a n g r e ; si el Rey de los reyes nos a m a r a , le suplicaríamos
tu reposo, puesto q u e te apiadas de nuestra profunda pena. q u e se me robó (aun siento el dardo q u e me dirigió aquel ines-
Cuanto te plazca decir y oir, lo oiremos y diremos gustosas, si perado golpe).
Amor, que no dispensa de a m a r á ningún sér, m e sujetó
con tan fuerte lazo al placer, de que se embriagaba éste, que,

cual ves, j a m á s me abandona. Amor nos destinó á la misma


muerte, allí g u a r d a C a i n ( l ) a l que nos arrebató la vida.»
Estas fueron las palabras de aquellas dos almas.
Desde que las vi heridas, incliné la cabeza, y como p e r m a -
neciera así m u c h o tiempo, me dijo el poeta: «¿Por qué tan
abstraído?» «¡Ah! exclamé. ¿Qué ideas tan dulses, qué ardien-
tes deseos les han traído á este lugar?» Volvime en seguida á
cesa el huracan que ruge. La tierra de mi nacimiento (1) se ellas, y les dije: «Francisca, tus desventuras me llenan de pesar
halla situada en el golfo donde el Pó baja con los ríos que le y compasion, y me hacen d e r r a m a r copiosas lágrimas. Mas
siguen, buscando su asiento en el m a r . Amor, que súbito dime: ¿de qué m a n e r a os concedió Amor, en la época de la
e n a r d e c e al corazon noble, juntó este á aquel divino cuerpo, dulzura, conoeer vuestros variables deseos?»
Y ella me contestó: «No hay m a y o r tormento que r e c o r -
H ! Gill tad rte llaveiia, a ires n il as del mar. Fraociscaera hija de G u i d o d e P..-
dar la miseria de los felices tiempos; tu guía harto lo sabe.
d e n t a Sr. de R£t\ena. A m a t d o k Pab'ode Rimini, c a s o c o n s u taermanomayor L a n - Pero puesto que deseas conocer la p r i m e r a raíz de nuestro
c i o t o cojo.y deforrae. Los' dos a . n a n t - s n > perdiaron su p n m e r a iricliiiacion. lift
dia .pie 1 'ijn !osdo> U s a v e n i u r a s de L a n e e l o i e d e l Lajo, cl warido que 1 JS obse."
\ a b j , lo; pasd i l e u m e t t i c a d a . (1) Circulo de C»in.
mutuo amoi-, hablaré y lloraré á la vez. l'n dia, por pasatiempo, patas e s t á n a r m a d a s de afiladas garras; coge y desuella á los
leíamos las a v e n t u r a s de Lancelote, y la m a n e r a cómo c a y ó espíritus, los d e s g a r r a y descuartiza. Aquella lluvia les hace
en las intrincadas redes del Amor; nos hallábamos solos y con
descuido, varias veces hizo aquella lectura que nuestros ojos
se buscasen y que cambiase el color de nuestras mejillas, y u n
solo pasaje decidió de nuestra suerte. Al ver la dulce sonrisa
de la interrumpida a m a d a , por el beso del amante, éste, q u e
j a m á s se apartará de mí, me besó en la boca, trémulo por la
emocion; desde aquel punto el libro y su autor se tornaron
para nosotros un nuevo Galleotto (i), sin que se nos o c u r r i e r a
leer más en aquel dia.»
En tanto hablaba un espíritu, el otro lloraba tan angustiosa-
mente, q u e sintiéndome desfallecer, caí exánime, como c u e r p o
muerto.
aullar como perro*, y todos los condenados reunidos forman
;; CANTO, S E X T O u n a muralla con s u s costados, revolviéndose incesantemente
Apenas nos divisó Cerbero, abrió s u s descomunales bocas
mostrándonos s u s dientes con iodos sus miembros en a g i t a -
ción. Entonces mi guia abrió las manos, cogió varios puñados
Después ríe „recobrar el sentido, se encuentra el poeta en el cir- de tierra, arrojándolos á las ávidas fauces de aquella fiera q , , e
culé tercero do son castigados los golosos.-Bajo una perpetua como perro que se calma al morder su presa, para e n t r e t e -
/lucia // casi enterrados en el fango, se ven mordidos y zalea- nerse, devorándola en secreto, cerró s u s bocas i n m u n d a s que
dos por el can Cerbero I perro de tres cabezas), que tiene en aterran a las almas, en términos que preferirían ensordecer
vez di-pelo, serpientes en la garganta.—Halla Dante á C iacco ;
(..razábamos á través de las almas, abatidas por la lluvia
quién le habla sobre las discordias de Florencia; despues
baja al circulo cuarto, destinado á los pródigos y avaros. pesada, posando nuestra planta sobre sus fantásticos cuerpo«
I odas yacían en el suelo, excepto una sola que hizo s u p r e m o
esiuerzo por sentarse al vernos pasar.
E N V A N E C I D O el accidente q u e me c a u s a r a la pena y
í i F l'» e ( l a d ( l , i e excitó en mi la desventura de mis dos «¡Oh, tú. me dijo, que atraviesas los infiernos, r e c o n ó -
parientes, nuevos torcedores y tormentos tuve que ceme, si sabes, puesto que antes de s e r yo destruido fuiste
¡\ ^ e x p e r i m e n t a r ; por donde se dirigía mi mirada ó mi hecho tu.» A lo que respondí: «Tu torcedor tal vez te aleja de
planta, allí estaba el extremo del dolor. Me encuentro en el " " m e m o f § c r e o n o haberte visto j a m á s , pero di quién eres
tercer círeulp de la sempiterna, fria y maldita lluvia, que siem- que á tal tormento fuiste condenado, q u e si lo hay mayor no
puede r e p u g n a r más.»
pre se desploma con la misma violencia. Torrencialmente caen
confundidos de un negro cielo, granizo, agua y nieve; infecta Me repuso á su vez: «Tu envidiosa ciudad (1), que cual un
es la tierra q u e en su seno los recibe. vaso se desborda, me contempló dentro de s u s muros, donde
Cerbero, cuadrúpedo horrible y cruel, lanza ladridos con hacia la vida más agradable: vosotros los hijos de a q u e l l a c i u -
s u s tres bocas, contra los allí condenados; s u s ojos son encar- dad, me apellidastes Ciacco (2). Sólo por el g r a n d e pecado de
nados, su pelo negro y g r u e s o , su vientre e s inmenso y s u s
(!) Florencia.
(2) Ciacco o p u e r c o . - E s l e l l o r e n l i n » fué u n b u f ó n m u y c h i s t o s o p e r o c o m n l e -
(1) Que s e c a n d o los a m o r e s d e l a n c e l o t e y la r e i n a d e Ginebra. l a m e n t e e n t r e g a d o a l v i c i J o pasión d e la Gula. P c c m p l e
*
la Gula, me encuentro aquí rendido y expuesto á la lluvia;
s e les oye, porque el Orgullo, la Envidia y |a Avaricia son los
otras a l m a s tristes me a c o m p a ñ a n , condenadas á la misma
tres soles móviles que enardecén todos los corazones.» Ciacco
pena por idéntica falta.» Mas como p e r m a n e c i e s e en silencio termino así síis melancólicas palabras y le dije:
despues de proferir- estas palabras, (líjele: «Deseo que me hagas el obsequio de contestarme á alo-u-
«Cíacco, tu martirio m e hece llorar; pero, dime, si no lo nas preguntas más. D e d ó n d e á e halla F a r i n a t a (1) y Teg«hia-
ignoras, ¿cuál será el paradero de los moradores de esta ciu- jo, que tan honrados fueron, así como Jacobo Rusticcucci
dad tan fraccionada? ¿Hay en ella un solo justo? ¿por qué A n g o y Mosca y l o s otros que constantemente invertieronsu
motivo h a penetrado en s u s m u r o s la discordia?» ingenio en p r ó d e l bien, y haz que pueda recenocerlos T e n - o
Y me contestó: «Tras largos debates, -verterán la s a n g r e á grande afan por saber si disfrutan de los goces celestiales°ó
torrentes, y la fracción del monte (1) a r r o j a r á á la otra frac- padecen las torturas del averno.»
ción (2), causándole n u m e r o s a s pérdidas. Despues será nece- E n seguida me respondió: «Moran entre las n e g r a s a l m a s
sario q u e el vencedor partido, á s u vez, sucumba luego de por haberles e m p u j a d o otros pecados en círculo más estrecho'
tres solares revoluciones, y el partido vencido antes, se alce s. tienes valor para b a j a r hasta él, los podrás contemplar
con el apoyo del príncipe que hoy se halla en completa t r a n - 1 ero si te hallas en .el agradable mundo, te suplico me presen-
quilidad (3). tes a la memoria de mis conciudadanos; no digo más, ni podré
volverte á responder.» Aquí se oblicuó su vista, s ú b i t a m e n t e
me miro y bajó la cabeza, volviendo á caer mezclado con los
demás ciegos. Mi Maestro me dijo: Ya no volverá á levantarse
hasta el sonido de la trompeta del ángel, al venir el poder
contrario del pecado. Entonces cada uno volverá á su triste
nimba, tomará otra vez su forma y c a r n e y oirá el recto fallo
que ha de decretarse en la eternidad.
Así atravesamos poco á poco la r e p u g n a r e a m a l g a m a de
s o m b r a s y lluvia, reflexionando Sobre la futura vida y exclamé-
«Maestro, ¿crecerán aun estos martirios luego de la . r r a „
sentencia? ¿Tal vez serán más pequeños ó continuarán" del
mismo modo?» «Recuerda lu ciencia me objetó, puesto que
te demuestra q u e cuanto m á s perfección hay en una cosa más
se querella del bien y del mal. A pesar de.que esa maldita
raza j a m á s debe llegar á la perfección, tiene esperanza de
»Largo tiempo irá este partido con la cabeza erguida, a p r o x i m a r s e m á s á ella despues del gran juicio »
poniendo á la fracción rival en ominoso yugo, lo q u e deploro P a s a m o s aquel circulo hablando de varias cosas que no
y m e ruboriza. Aun quedan dos justos en la ciudad (4), mas no refiero ahora, y arribamos á un sitio do el camino s e n a l a un
punto de descenso: allí hablamos con P h u o n , el enemigo de
la h u m a n i d a d .
M) El partido d e los Cherts, \ást¡igos de la moderna nobleza, acabado d e s a -
l i r d e l o s bosques de Valdi Nievoli. Partido de los blancos, al q u e D a n t e estaba
aBliádo. ti; Farin jt ) Degüuberíi, jefí Musiré de loígíbc'inos.
(2) Partido de los Negros c u y o jefe era Corso Donsti.
{3} Carlos d e Valois, hermano d e Felipe el Hermoso que vino e n auxilio
d e los Negros, restableciéndolos en Florencia en el a ñ o 1301.
(41 Se reflereá Daute y Guido Cavalcanli, amigo s u y o .
m á s mi corazón, exclame: «Maestro, ¿á qué clase pertenecie-
ron estos infelices? ¿Fueron sacerdotes todos esos tonsurados
q u e se ven á la izquierda?» A lo que me respondió: «Tan
C A N T O SÉTIMO •ciegos fueron todos e n su primitiva vida, que no hicieron un

A la entrada del circulo cuarto se encuentra á 1 'latón, señor de


dicho círculo-—Obtenido permiso para pasar adelante, por la
interven don de Yirpilio, ce á los tristes condenados <í em-
pujar constantemente y entre si moles inmensas.—Bosquejo,
de la fortuna.

Q&TR^B) '-UTON -gritó cón voz cavernosa: «PapeSalan, Papen-


j ) | | p i : Sa¿fl/z, aleppe,» y el gentil sabio, que lo alcanzaba
' ^ ñ M o . dijo para alentarme: «No te dañe el pánico de
f ( U e estás poseído, pues por much& (pie sea su poder,
no podrá evitar el que desciendas á este círculo.» Despues,
dirigiéndose al monstruo de hinchados labios, le dijo: «(Jalla,
lobo (1) maldito, y c o n s ú m e t e . en tu propia rabia. Este
viaje á los abismos no se hace sin motivo; dispuesto está de
lo alto, donde Miguel vengó la violacion que produjo el
Orgullo.»
Como al romperse el mástil caen desplomadas las h e n c h i -
das velas, asi se desplomó la horrible fiera; entonces descen-
solo gasto moderado; demasiado lo declaran en s u s aullidos
dimos al cuarto espacio, acercándonos á aquella mansión del
cuando llegan á los dos punios del círculo en que los divide su
dolor, do reside todo el mal del universo entero. ¡Oh divina
opuesta vida. Los q u e carecen de pelo para tapar su cabeza, '
.1 ústicía! ¿quién dispone y j u n t a todas las penas y castigos
fueron clérigos, papas y cardenales, á quienes la avaricia
que he contemplado? ¿ P o r qué nuestros pecados ó faltas de
infunde su terrible yugo.» Y le observé: «Creo que yo d e b e -
tal modo nos roen? Según una ola se estrella contra o t r a ola
ría conocer a l g u n o s de éstos, que tan i n m u n d o s son por s u s
en el escollo de Caribdís, asi chocan unos contra otros los
vicios.»
condenados, E r a el primer círculo en que veia tan e n o r m e
cantidad, estaban s e p a r a d o s en dos secciones, y hacian r o - Mi maestro me contestó: «Vana es tu idea, porque la s ó r -
dar pesos enormes, con toda la f u e r z a de q u e disponían; al dida vida, causa de su deformidad, los pone completamente
chocarse, se herian retrocediendo súbita y bruscamente g r i - desfigurados. E t e r n a m e n t e seguirán chocándose entre sí, y es-
tando, «¿Por qué detienes, por qué arrojas?» tos saldrán de la tumba con el puño cerrado, y aquellos con las '
•cabezas rapadas. P o r d a r mal y g u a r d a r peor, han perdido el
E n esta forma iban incesantemente al punto opuesto, en mundo celeste, y fueron condenados á ese terrible choque,
aquel lóbrego circulo, repitiendo sin cesar las mismas frases. cuyo suplicio bien comprenderás.
Cuando cada uno llegaba á la mitad de su camino, volvían
«Observa, hijo mió, qué veloces discurren esos efímeros
todos compactos á r e ñ i r nuevo choque; no pudiendo resistir
bienes de la fortuna, tanto, q u e por ellos se enorgullece la
h u m a n a raza. Cuanto oro se halla debajo del sol, seria impo-
En e l c a i í t o p r i m e r o la l o b a e s e m b l e m a d e la Avaricia, y P l a t ó n , d i o s délas nente p a r a c o m p r a r un poco de descanso á u n a sola de esas"
avaros.
a b r u m a d a s almas.» «Maestro, le dije: ¿de qué f o r t ú n a m e Cruzamos el círculo por otro lado, cerca de un manantial
hablas? ¿Cómo puede disponer á su capricho de cuanto a g r a d a en ebullición, que a u m e n t a el caudal del riachuelo, cuyas a g u a s
al mundo? Aquí me r e s p o n - son oscuras; despues tomamos un camino menos elevado q u e
dio: «¡Oh, necias criaturas! el anterior, siempre acompañados de la tenebrosa corriente.
¡Qué c r a s a es la ignorancia, Hay una laguna nominada Estigia, formada por aquel desven-
que logra extraviaros! Por turado riachuelo al descender á s u s rojizas é i n m u n d a s pla-
eso quiero que te alimentes yas. Yo lo observaba todo con mirada atenta: vi almas
de mi doctrina. Aquel, cuyo
cenagosas en aquel pantano, desnudas y de aspecto fero^, que
saber excede á todos, formó
no conformes en herirse con las manos, la cabeza, el pecho y
los cielos y Ies nombró un
los piés, se desgarraban con los dientes. Mi sabio Maestro
c o n d u c t o r , de s u e r t e que
me dijo: «Hijo mió, estas son las a l m a s de los q u e se e n t r e -
cada parte luce para cada
gan á la cólera; quiero también q u e sepas que debajo de esta
parte, p o r un reparto idén-
a g u a se halla una condenada raza suspirando, la que hace
tico de luz; del propio modo
para las h u m a n a s grandezas, borbotar el agua en toda la superficie, seguri podrás observar
dió una regularizadora que, por todas partes do fijes tu vista. »
administrándolo todo, hicie- Efectivamente, desde el limo, donde estaban s u j e t a s a q u e -
r a pasar de época en época llas almas, exclamaban: «Siempre reinó en nosotros la t r i s -
las riquezas vanas de una á teza, aun al dulce ambiente que engalana el sol, sustentando
otra nación, sin e m b a r g o en nuestro interior un denso y pesado h u m o ; pero a h o r a tam-
de los inconvenientes de la bién nos hallamos tristes en este oscuro pantano (I). Este himno,
h u m a n a prudencia. Esta es la razón medio lo balbuceaban en el fondo de s u s g a r g a n t a s , sin que
por q u e mientras una nación sube, se
pudieran p r o n u n c i a r una frase completa. De esta suerte traza-
debilita la otra, por criterio de la q u e
mos un g r a n cerco en torno de la inmunda laguna, entre la
está oculta corno la serpiente en la
ribera enjuta y el estanque, fija nuestra vista en los que se
yerba. Vuestro saber .es impotentecon
tragaban el fango. Por fin, llegamos al pié de una torre.
ella (I), porque observa, juzga y pro-
sigue reinando, cual las demás deida-
des. No tienen tregua s u s .cambios,, C A N T O O C T A V O
porque la necesidad la obliga á s e r rápida; de aquí q u e se le
ve m u d a r de aspecto con frecuencia. Así es la que en t a n t a s Ambos poetas bajan al quinto circulo.—En ¿/.se? hallan los odios
ocasiones se ve puesta en cruz por los que sólo le deben a l a - y la cólera.—A Ir a mesan Xa Estigia en et barco de Flegyas,
banzas, y que sin causa la hacen el blanco de s ú s querellas y —Encuentran á Felipe A rgenti.—Ciudad de Dite.—Los de-
maldiciones. Mas ella es virtuosa, y desoye tanta injuria; monios, con gran sorpresa de Virgilio, ciérran/es las puertas
de la ciudad.
porque sosegada entre las primitivas c r i a t u r a s , sigue girando
en su esfera, gozando en su beatitud. A h o r a d e s c e n d a m o s
ico, prosiguiendo (2), que mucho ántes de que a r r i -
h a s t a los más g r a v e s y trascendentales males; ya baja cada
básemos al pié de la torre, se fijó n u e s t r a vista en
estrella (2), que c u a n d o emprendí mi curso subia y nos está
la parte superior de aquella, donde se veian dos
vedado el retardarnos.»
llamas pequeñas; la misma señal se notaba en otra
torre, pero que ésta se hallaba á tan larga distancia, que ape-
(t) La Fortuna.
<S) Era media n o c h e . (1) S e refiere á los perezosos,
(i) Su c a m i n o ó su narración.
ñ a s si se podía distinguir. Dirigiéndome entonces hacia el q u e desprecio profundo.» «Maestro, le respondí; desearía
océano d é l a sabiduría (i) exclamé: «¿Qué significado tiene antes de dejar este pantano, ver al pecador que nos-'habló
ese fuego al que corresponde el otro? ¿Quién da esas señales?» cubierto de Iodo.» «Satisfecho serás, me dijo, antes de a b a n -
«Bien puedes contemplar, m e contestó, lo que se a g u a r d a d o n a r el lago.»
en estas revueltas aguas, si no te lo impiden l a s e m a n a c i o u e s Efectivamente, tan estrechado le vi al poco rato por las
de la laguna.» Nunca vi exhalación tan velo/ como lo era el d e m á s s o m b r a s , que aun doy gracias á Dios, q u e m e permitió
barquichuelo que vi en aquel momento dirigir su r u m b o háeia ver aquel espectáculo. Las s o m b r a s gritaban: «¡Ah, Felipe
nosotros; era conducido por un solo remero, q u e g r i t a b a : «¡Al Argenti!»
fin has llegado, a l m a traidora!»—Fiegyas, F i e g y a s (2-. « V a n a s Y este florentino, alma orgullosa, tornándose contra si
son por a h o r a tus voces, le contestó mi guia; sólo e s t a r e - mismo, se a r r a n c a b a s u s propios dientes. En ese estado le
mos á tu lado mientras pasamos la laguna.» Fiegyas, en su dejamos, sin que pueda decir más de él.
reconcentrada cólera se parecía al mortal q u e acaba de reco- De pronto percibió mi oído un acento triste que me obligo
nocer el e n g a ñ o de que fué victima. Puso mi guia el pié en el á g i r a r la vista en torno mio; el buen g u i a me dijo: «Hijo mio.
barquichuelo, en el que rae hizo e n t r a r seguidamente, sin que nos a p r o x i m a m o s á la ciudad de Dite ¡1.; s u s moradores son
pareciese sustentar c a r g a alguna hasta que yo estuve dentro. desventurados y muy numerosos.» A l o q u e respondí: Maes-
Cuando estuvimos colocados, se de/.Iizó el esquife, m a r c a n d o tro, verdaderamente distingo s u s mezquitas en lo hondo del
en las a g u a s un surco bastante más profundo que el que acos- valle; mas están tan enrojecidas, que no parece sino que aca-
tumbraba á m a r c a r c u a n d o llevaba á los demás viajeros. En ban de salir de e n t r e las llamas.» «El fuego eternai que en su
tanto cruzábamos aquel canal de a g u a s m u e r t a s , s e me p r e - interior las consume, repuso, las da ese rojizo color que se ve
sentó u n a sombra enlodada completamente, diciéndorne: e n el bajo Infierno.»
«¿Quién puedes ser tú, que acudes á este sitio pRematura-
raente?>
A mi vez le contesté: «No vengo á q u e d a r m e ; mas di me:
¿quién eres tú, convertido en tan a s q u e r o s o sér?» La s o m b r a
me respondió: «Ya puedes ver que soy uno de los q u e g i m e n . »
«Quédate, pues, e n t r e los gemidos y el llanto, alma maldita; á
través del fango q u e te cubre, te reconozco.» Entonces dirigió
s u s brazos hácia el barquichuelo, y mi Maestro lo detuvo,
diciéndole: «¡Déjanos, y m a r c h a con los otros perros!» Des-
pues me abrazó, besó y me dijo: «¡Alma s a n t a y desdeñosa,
alabada sea la m u j e r que te alimentó en su noble seno! E s e
ha sido en el mundo un sér ciego de orgullo, sin que virtud
a l g u n a h o n r a r a su memoria, por lo cual está aquí su s o m b r a
eternamente furiosa. Infinitos son los q u e allá arriba gozan
de la consideración de reyes, q u e lo mismo que los puercos, Al fin penetramos en los profundos fosos abiertos a l r e d e -
serán arrojados á este pantano, sin legar á los h o m b r e s m á s d o r de aquella desolada tierra; s u s m u r a l l a s me parecían de
bronce. No sin h a c e r antes un g r a n rodeo, fuimos á d a r en un
(I) Virgilio.
sitio en el que el barquero nos gritó (2) en voz muy p r o n u n -
(i) Fiegyas, e m b l e m a d e colera y orgullo, hijo d e Marte y rey de los L a p i -
tas; s u s hijos fueron Axion y Coronis. Indignado d e la afrenta inferida por
A p o l o á s u hija, i n c e n d i ó el templo d e a q u e l dios, q u e en castigo de s u osadía (4) Díte s e deriva d e Dis, n o m b r e de Pluton.
Jo m a t ó á (lechazos. (i) El barquero era Fiegyas.
ciada: «Salid, h é a h í la entrada.» Al mismo tiempo vi en l a s *
p u e r t a s m á s de mil s o m b r a s a r r o j a d a s del Cielo cual la lluvia,
que con entrecortada voz por la cólera, decían: ¿Quién es el
vivo que viene al reino de los muertos?» Mi guia les indicó C A N T O N O V E N O
que deseaba hablarles en secreto; asi es, q u e procurando disi-
m u l a r su cólera, dijeron: «Ven sólo tú, y que se aleje el
audaz que osó p e n e t r a r en este reino. Que regrese solo por su I res furias y t arios monstruos se presentan y amenazan á los
P e a
IQCO camino, si puede, puesto que tú te vas á quedar en este !° j ']-~Tl n ánVcl tos socorre y abre las 'puertas de la ciu-
sitio depues de haberle servido de guia hasta nuestra oscura , ÜLte-—Circulo se,rio.- de los herejes é incrédulos ce-
rrados en ardientes sepulturas.
región.»
«Juzgad de mi intranquilidad al oir tan terribles pajablas;
creí no volver á ver la tierra. «Oh, Maestro amado, que tantas
que se retrataba en mi semblante al v e r
veces me has devuelto la calma, libertándome de cuantos ries-
IjSKsPU "" ^ volvía a t r á s , causó también en él
gos me han cercado, no me abandones en el triste estado en súbiía
* '' >311; palidez.—Paró su atención, como h o m b r e que
que me hallo, le dije; si no se me permite pasar adelante, vol-
escucha, por no poder penetrar su mirada á t r a v é s
vámonos.» Mi guia respondió. «No temas; aquí nadie nos puede
de aquel negro cielo y densa nube; y «á pesar de todo, h e m o s
disputar el paso, por traer permiso del que puede m á s q u e
de salir vencedores en esta lucha, exclamó, cuando tal aliado
todos juntos. Pero a g u a r d a aqui y r e a n i m a tu abatido e s p í - s e n o s ofrece (1)... ¡.\h, cuánto tarda la llegada de otro!...»
ritu, ya que no he de a b a n d o n a r t e en éste bajo mundo.» Xo se me ocultó que dejaba á un lado la primitiva idea por
Y dicho esto, se f u é mi buen protector solo, dejándome otra que le sugirió luego,y que s u s postreras frases fueron
incierto, combatiendo entre el sí y el no. No f u é posible oir lo j distintas de las anteriores; s u s palabras, sin embargo, me a t e -
que les proponía, mas no estuvo mucho rato con ellos, porque rrorizaron, por tomarlas en distinto sentido al q u e fueron pro-
todos se lanzaron á correr hácia la ciudad. Habiendo cerrado nunciadas.
las puertas nuestros enemigos, al llegar á ella, mi Maestro
Entonces le pregunté: «¿lia bajado algún espíritu del pri-
tornó hácia i b j con paso lento. Venia cabizbajo, y decia a b a -
mer círculo á la triste concha do rije la sola pena de perder la
tido y suspirando: «¿Quién podrá haberme negado la entrada
I esperanza?» Y m e respondió: «Si es verdad que en cierta oca-
en la mansión del dolor?» Entonces m e dijo: «No te altere mi
? sion me vi precisado á descender aquí abajo por conjuraciones
indignación: venceré esa prueba, cualesquiera que sean los de ,a crueI E r i c t 0
ú f ) , que llamaba las s o m b r a s á s u s cuerpos,
que se junten en su interior para defenderse. Su osadía no e s
por rareza sucede q u e h a g a este viaje n i n g u n o de nosotros'
nueva, pues ya la demostraron a n t e una puerta no tan secreta,
Poco tiempo hacia que mi alma estaba alejada de su cuerpo,
que aun permanece sin c e r r a d u r a (1). Bien h a b r á s notado
cuando me hizo introducir dentro de estas murallas para
sobre ella la inscripción de muerte, pero m á s acá de aquella
: e x t r a e r un espíritu del círculo de J u d a s ; este círculo e s el m á s
p u e r t a desciende por el monte atravesando los círculos, el
profundo, oscuro y remoto del Cielo, que lo rodea todo. Está
que nos abrirá la ciudad (2).»
tranquilo; sé perfectamente el camino que conduce á él. Esa
fétida laguna es la q u e rodea la ciudad del dolor, en la q u e
^ en lo sucesivo p e n e t r a r e m o s sin cólera.»
(<) P o r q u e á pesar d e l a r e s i s t e n c i a d e l o s d e m o n i o s , la p u e r t a f u é hecha
p e d a z o s por e l Cristo c u a n d o d e s c e n d i ó a l L i m b o . (Sábado Santo, oficio.) Otras cosas me dijo, las que ya no recuerdo, porque mis
[i] El á n g e l por D i o s e n v i a d o .

(I) E n e s t e m o n ó l o g o o s c u r o t e refiere Virgilio al á n g e l .


(S) Ericto, m a g a d e Tesalia.
CANTO IX 37
ojos m e arrastraban hacia la gigantesca torre, coronada por vista a h o r a hácia la ° n t i g u a espuma, que es de donde parte
las llamas. Allí vi de pronto aparecer tres furias infernales | el vapor de más maldad.»
tintas en s a n g r e , cuyos
Como las r a n a s que escapan ante la enemiga serpiente, y
• gestos y miembros eran
¿" se esconden entre las a g u a s para reunirse en el cieno, huian
d e m u j e r ; estaban c e ñ i -
! - más de mil almas condenadas al ver q u e alguno atravesaba á
das porverdosas hidras,
y s u s cabellos eran p e -
q u e ñ a s serpientes que
se enroscaban en derre-
d o r de. s u s s i e n e s horri-
bles. líl que desde luego
conoció la s e r v i d u m b r e
de la reina del dolor sem-
piterno, «observa, me
dijo, las terribles Erin-
«V zas; la de la izquierda
¡i es Mejora; la que está llorando á la dere-
c h a es Alecto, Tisifona es la de enmedio.» -j
Luego que dijo esto guardó silencio.
I fill Con s u s uñas se destrozaban el pecho,
se azotaban y gritaban en alta voz, y des-
confiando de su rabia, me a p r o x i m é más
al poeta.
«Venga Medusa, y la t r a n s f o r m a r e m o s
e n piedra, gritaban dirigiendo s u s m i r a -
das hácia abajo: mal hemos vengado la
e n t r a d a del audaz Teseo.—Cierra los
ojos y vuélvete, porque si aparece Gor-
gona y la llegas á ver, no habria e s p e - pié enjuto la laguna Estigia. Apartaba con su rostro él a i r e
ranza de que tornases allá arriba.» pesado, llevando alguna vez que otra su m a n o hácia adelante,
Luego de hablar mi guia de este modo, de cuyo único ejercicio parecía ya estar cansado. Como cono-
m e hizo retroceder, y no confiando bas- ciera desde el primer momento q u e e r a un mensajero del Cielo,
tante en mis manos, me cerró los i jos me volví á mi guia, que con una seña me indicó me p a r a r a é
con las suyas. Los q u e teneis recto j u i - inclinase. ¡Ay! ¡Qué desdeñoso me pareció aquel enviado! Se
cio, revelad la doctrina oculta en el aproximó á la pueria y la abrió con una variia sin n i n g ú n
velo de estos versos extraños. A través inconveniente. «Demonios arrojados del Cielo, raza e s p ú r e a
de las oscuras ondas se oia un ruido espantoso, que hacia y condenada, esclamó desde la horrible entrada: ¿cómo c o n -
conmover las dos orillas, á imitación del impetuoso h u r a c a n serváis vuestra arrogancia? ¿A qué oponerse de esta m a n e r a
q u e a r r a n c a de raíz el arbolado del bosque, que mata las flo- contra la voluntad que ha de lograr siempre su deseo, y que
res y los frutos, y que alzándose en nubes de polvo, a h u y e n t a en tantas ocasiones ha aumentado vuestros martirios? ¿A q u é
á los pastores y ganados. Al despertar, me dijo: «Dirige tu luchar contra vuestro destino? Si lo recordáis, vuestro Cer-
bero tiene pelado aun cuello y hocico.»

Cr* —
Despues se volvió hacia el c a m i n o lleno de lodo, sin decir- «¿Qué a l m a s són esas, que se a n u n c i a n con suspiros tan
nos una palabra, como hombre que liene otros cuidados, q u e a m a r g o s , sepultas en semejantes cajones?» A su vez me r e s -
nada tenian que ver con los presentes. Nosotros, fiando e n las pondió: «Son los heresiarcas y partidarios de todas sectas:
s a n t a s palabras, dirijimos n u e s t r a m a r c h a á la ciudad deDite, •esas t u m b a s están más llenas de lo que puedes i m a g i n a r .
en la que entrarnos sin el menor obstáculo. Mas deseando yo € a d a uno está sepultado, con su s e m e j a n t e , y todos los s e p u l -
cros arden más ó menos.» Volvióse entonces á la derecha,
y a t r a v e s a m o s por entre los mártires y las corpulentas m u -
rallas.

C A N T O DÉCIMO

Deseando Dante hablar d alguno de aquellos condenados, Vir-


gilio lo lleva ante Farinata y Cava/cante; con gran sórpresa
observa que los condenados conocen de lo futuro y no de lo
presente.

P j | i protector tomó por un sendero estrecho, que se


I | r ; hallaba entre los m u r o s d e la ciudad y los sepulcros
d e l o s má
H «'tires, y yo seguí s u s pasos. «¡Oh, soberana
- V,:*.. virtud! exclamé, qué á tu voluntad m e llevas por los
impíos círculos, dígnate satisfacer mis deseos. ¿Me seria posi-
ble ver á los que yacen en las tumbas? Las piedras están levan-
tadas, y no se ve guardia qup lo pueda impedir.» Y me c o n -
testó: «Todos los sepulcros están cerrados al volver las a l m a s
saber la suerte de los habitantes de aquella fortaleza, dirigí de J o s a f a t con los cuerpos que dejaron allá arriba. Epicurio
mi curiosa vista cuando hube penetrado en ella, y n o l é e n ca- y los sectarios q u e pretenden q u e el alma m u e r a al par que el
da lado un dilatado campo poblado de dolores y de crueles tor- cuerpo, tienen s u s t u m b a s á este lado. De suerte, que pronto
mentos. (Jomo en los alrededores de Arles, do está estancado responderán á tu pregunta y hasta al deseo que todavía meocul-
el Ródano, y en Pola, cerca de Q u a r n a r o , que cierra la Italia tas.» A lo que le dije: «Querido Maestro, únicamente oculto
y l a m e s u s f r o n t e r a s 1 , hay t u m b a s formando promontorios mi sentimiento por no pecar de indiscreto; dispuesto me
numerosísimos, también aquí se alzan sepulcros por todas encuentro siempre á g u a r d a r la reserva q u e antes y a h o r a
partes, con la sola diferencia de que aquí son de más terrible s u p i s t e s imponerme.»
aspecto, por estar separados por un m a r de llamas, convirtién-
«¡Oh, loscano, tú que atraviesas en vida la ciudad de las
dolns en lechos de fuego; j a m á s se vió hierro más candente.
llamas, hablando modestamente, dígnate p a r a r aquí. T u s f r a -
T o d a s s u s cubiertas estaban alzadas, llegando tristísimos g e -
i sés m e dem uestran con claridad el país noble al que acaso yo
midos al exterior, parecidos á los de los infelices q u e van á
fui harto funesto.» Estas p a l a b r a s salieron súbitamente de una
ajusticiar. Entonces dije á mi querido Maestro:
tumba, v me obligaron á a c e r c a r m e azorado á mi guia, que
me dijo: «¿Qué haces? Repara que F a r i n a t a se ha i n c o r p o -
\l) Ciudad d e Istria.eD el Adriático (Pola) rado en s u sepulcro, y podrás contemplarle de medio cuerpo
Despues se volvió hacia el c a m i n o lleno de lodo, sin decir- «¿Qué a l m a s són esas, que se a n u n c i a n con suspiros tan
nos una palabra, como hombre que liene otros cuidados, q u e a m a r g o s , sepultas en semejantes cajones?» A su vez me r e s -
nada lenian que ver con los presentes. Nosotros, fiando e n las pondió: «Son los heresiarcas y partidarios de todas sectas:
s a n t a s palabras, dirijimos n u e s t r a m a r c h a á la ciudad deDite, •esas t u m b a s están más llenas de lo que puedes i m a g i n a r .
en la que entrarnos sin el menor obstáculo. Mas deseando yo € a d a uno está sepultado, con su s e m e j a n t e , y todos los s e p u l -
cros arden más ó menos.» Volvióse entonces á la derecha,
y a t r a v e s a m o s por entre los mártires y las corpulentas m u -
rallas.

C A N T O DÉCIMO

Deseando Dante hablar d alguno de aquellos condenados, Vir-


gilio lo lleva ante Farinata y Cava/cante; con gran sórpresa
observa que los condenados conocen de lo futuro y no de lo
presente.

P j | i protector tomó por un sendero estrecho, que se


I | r ; hallaba entre los m u r o s d e la ciudad y los sepulcros
d e l o s má
H «'tires, y yo seguí s u s pasos. «¡Oh, soberana
- V,:*.. virtud! exclamé, qué á tu voluntad m e llevas por los
impíos círculos, dígnate satisfacer mis deseos. ¿Me seria posi-
ble ver á los que yacen en las tumbas? Las piedras están levan-
tadas, y no se ve guardia qup lo pueda impedir.» Y me c o n -
testó: «Todos los sepulcros están cerrados al volver las a l m a s
saber la suerte de los habitantes de aquella fortaleza, dirigí de J o s a f a t con los cuerpos que dejaron allá arriba. Epicurio
mi curiosa vista cuando hube penetrado en ella, y noté en ca- y los sectarios q u e pretenden q u e el alma m u e r a al par que el
da lado un dilatado campo poblado de dolores y de crueles tor- cuerpo, tienen s u s t u m b a s á este lado. De suerte, que pronto
mentos. (Jomo en los alrededores de Arles, do está estancado responderán á tu pregunta y hasta al deseo que todavía meocul-
el Ródano, y en Pola, cerca d« Q u a r n a r o , que cierra la Italia tas.» A lo que le dije: «Querido Maestro, únicamente oculto
y lame s u s f r o n t e r a s 1 , hay t u m b a s formando promontorios mi sentimiento por no pecar de indiscreto; dispuesto me
numerosísimos, también aquí se alzan sepulcros por todas encuentro siempre á g u a r d a r la reserva q u e antes y a h o r a
partes, con la sola diferencia de que aquí son de m á s terrible s u p i s t e s imponerme.»
aspecto, por estar separados por un m a r de llamas, con virtién-
«¡Oh, loscano, tú que atraviesas en vida la ciudad de las
dolos en lechos de fuego; j a m á s se vió hierro más candente.
llamas, hablando modestamente, dígnate p a r a r aquí. T u s f r a -
T o d a s s u s cubiertas estaban alzadas, llegando tristísimos g e -
i s6s m e dem uestran con claridad el país noble al que acaso yo
midos al exterior, parecidos á los de los infelices q u e van á
fui harto funesto.» Estas p a l a b r a s salieron súbitamente de una
ajusticiar. Entonces dije á mi querido Maestro:
tumba, v me obligaron á a c e r c a r m e azorado á mi guia, que
me dijo: «¿Qué haces? Repara que F a r i n a t a se ha i n c o r p o -
(') Ciudad d e Istria.eD el Adriático (Pola) rado en s u sepulcro, y podrás contemplarle de medio cuerpo
los t m o s e n todas s u s leyes?» A lo que l e con tes té: «La inmensa
arriba (!).» Yo fijaba mi m i r a d a en la s u y a , en tanto q u e matanza que enrojeció el Arabia, da por resultado, aquellas í
él, con el pecho y la f r e n t e erguida, parecía hacer m e n o s - discusiones en nuestro templo.»
precio del Infierno. Entonces mi protector con energia me
* ttf».
impelió hacia él, diciéndome: «Que tus palabras sean inte-
ligibles.»
« ^ W M M R M
Al llegar al borde de su sepulcro me observó breve rato, y "ALFONSO KYES-
desdeñosamente me preguntó: «¿Quiénes han sido tus a b u e -
los?» Yo, que sólo deseaba complacerle, nada le oculté. E n -
loncés levantando un poco los párpados, me dijo: «Han sido
enemigos capitales de mi familia y de mi partido, por lo q u e
dos veces los desterré.—Si bien fueron expulsados, volvieron
las dos veces, le respondí, no pudiendo h a c e r otro tanto los
vuestros.» En aquel instante apareció una s o m b r a de la parte
en que estaba abierto el sepulcro, que en mi concepto se alzó
sobre s u s rodillas (2), y observó en torno mio, como deseando
saber si me acompañaba alguien; cuando estuvo convencido,
me dijo sollozando: «Sí, hijo, ¿por qué no se halla á lu lado?»
y le contesté: «No h e venido por mi voluntad propia; aquel
q u e está allí me guia en este viaje; tal vez vuestro Guido le
miró con demasiado desden.»
Por las frases y tormentos de aquella s o m b r a había c o m -
prendido su nombre, de s u e r t e q u e mi respuesta fué c u e r d a y
Luego suspirando hizo un movimiento de cabeza «No
repentina. Oído que hubo esto, se alzó presuroso y gritó:
m e encontraba yo solo en el Arabia, dijo, y verdaderamente
«¿Qué has dicho? le miró: ¿no vive ya tal vez? ¿En s u s ojos 110
no obré con falta de razón respecto á los demás (I). Pero m e
brilla ya la refulgente luz del día?»
hallaba solo allí donde se propuso por cada uno la d e s t r u c -
Al observar mi tardanza en contestarle, cayó de espaldas
4 >n de Florencia y fui quien la defendió c a r a á c a r a (2).» «¡Ah!
sobre la tumba y desapareció. Pero aquel m a g n à n i m e (3) por
le respondí, ¡ojalá que vuestra raza sea repuesta! Pero os
quien me habia acercado, no se demudó, ni volvió la cabeza,
ruego deshagais el nudo que sujeta mi imaginación. Creo, si
ni inclinó el pecho. «El q u é no pudieran hacer otro tanto, me
mal no he comprendido, que premeditáis lo que el tiempo debe
dijo, prosiguiendo su interrumpida conversación, me lastima
traer en pos de sí, por más q u e os suceda lo contrarío con
más aun q u e este lecho. La deidad que aquí impera (-4) no ilu-
respecto al presente.» «Nosotros, contestó á imitación de los
m i n a r á su rostro cincuenta veces, sin que tú te p e r s u a d a s de
miopes, vemos lo lejano á favor de u n a luz que nos concede el
cuán difícil es hacer lo que h a s dicho. Y para que t o r n e s al
soberano g u i a . Al acercarse ó existir las co-as, es inútil
dulce mundo, dime, ¿por qué es ese pueblo tan implacable con
nuestra inteligencia, y si otro no nos informa de ellas, nada

(!) Farinata, d e la familia de Uberti en Florencia, fué e l jefe do los g i b e -


linos, amigos d e l o s emperadores; triunfo en l a batalla de Monte A p e r t o . So
llalla e n la* t u m b a s d e fuego, c o m o partidario d e Epiculo. (1) El Arabia, rio p e q u e ñ o cerca del Monte Aperto, do lograron una vic-
(?) Cavalcante do Cavalcanti. padre d e Guido, a m i g o d e Dante, que sacri- toria l o s gibelinos.
ficóla poesía al e s t u d i o de los filósofos.
(2) Hace algunos años que Florencia l e v a n t ó una estatua á s u salvador ba o
(3) Farinata. la galería de los oficios. La d e Dante está e n f r e n t e de ella.
i) La lona llamada Proserpina e n aquel lugar.
podemos s a b e r de vuestros h u m a n o s hechos. Por lo q u e t r a s de la losa de un e n o r m e sepulcro, en la que leí una i n s -
c o m p r e n d e r á s que nuestra limitada inteligencia será nula el cripción que decia.»
dia q u e se cierre la puerta del porvenir.»
Pesaroso de mi falta, le dije: «Participad á aquel q u e tan
pronto desapareció, que su hijo a u n está con los vivos. Si h e
callado cuando debia responder, decidle q u e ha sido por preo-
c u p a r m e la idea que vos habéis sabido desvanecer.» D á b a m e
el titulo de Maestro, por lo que le r o g u é más pronto al espí-
ritu me dijera cerca de quién se hallaba. «Aquí, me contest«'»
ta sombra, estoy echado entre m á s de mil; allí dentro está el
segundo Federico, y también el cardenal (t). Respecto á los
demás, guardo silencio.»
Dicho esto, se ocultó, y dirigí mis pasos hácia mi protector,
pensando en s u s frases creyéndolas terribles y a m e n a z a d o r a s .
Cuando ya estábamos andando, me dijo: «¿Por q u é estás t u r -
bado?» Y luego que le hube contestado, añadió: «Haz por
estar atento.» Y despues alzando el dedo, dijo: «Cuando
estés a n t e la mirada dulce de los que todo lo ven, s a b r á s por
ella el viaje de tu vida (2).»
En seguida tomó hácia la derecha, dejando los m u r o s y
dirigiéndonos hácia el centro por una senda que v conduce á un
valle, el que despedía una irresistible fetidez.

C A N T O D E C I M O P R I M E R O «Contengo al papa Anastasio, a r r a s t r a d o por Fortín fuera


•del camino recto.»

Prosique el circulo sexto, de los herejes.—Horrible hediondez. Es necesario descender lentamente para habituar n u e s -
—Sepulcro del papa A nastasio.—Se paran los poetas y Vir- tros sentidos á este insoportable hedor; luego ya no h a r e m o s
gilio enseña á Dante la manera cómo se castigan las violen- caso.»
cias, el fraude y la usura en los circuios siguientes.
c o n L T ñ ° d 0 m e h a b l 0 e l g r a n P 0 e , a ' y yo á mi vez le
conteste: «Discurre un medio para que no pasemos el tiempo
L a r r i b a r á lo último de una escarpada orilla for-
sin provecho;» á lo que me objetó: «Ya ves que medito sobre
k mada por g r a n d e s piedras rotas y h a c i n a d a s en cír-
•gjji culo, nos hallamos sobre un g r a n d e abismo.
«Hijo mió, prosiguió; hay tres círculos en medio de estas
'f P a r a libertarnos de las horrendas exhalaciones y
penas q u e se van estrechando, según los que acabas de dejar.
dtTla fetidez que emanaba del profundo abismo, nos pusimos
»L e „ o s están todos ellos de malignos espíritus; pero para
•que tengas suficiente con verlos, te diré cómo y por qué p e r -
(4) F e l e r i c o II, que solia estar e n guerra con los p a p a s contra los c u a l e s 1 1
manecen encerrados.
e s c r i b i ó versos, fué e x c o m u l g a d o por Gregorio IX é Inocencio IV; murió en
4250. Octaviano Dcgli Ubaldioi, cardenal y gibelino, dijo que, c a s o de t e n e r »La justicia es el final de todo lo que se a t r a e el „dio de
aliña, la perdería por la causa d e los gibelioos. ^•elo; y siempre se llega á aquel fin que lastima á otro, por los
(5) ltealriz.
agentes de la violencia y del engaño.
»Mas como el fraude e s un vicio inherente al hombre, ofen- »El fraude primero destroza el a m o r establecido por la
de mucho más á Dios; por eso ios tramposos están debajo, naturaleza, y el sentimiento |que le sigue, del que e m a n a la
aguijoneados de dolores m á s penetrantes. confianza.
»El círculo primero es el de los violentos, <|iie tiene tres »Cuya causa es el móvil de que el traidor se vea a t o r m e n -
departamentos (1), por ser tres las personas, á quienes se puede tado en el más pequeño círculo, centro del universo y princi-
hacer violencia. pio de Di te.»
»A Dios, á si mismo y al prójimo. Digo que se les puede A mi turno le dije: «Querido Maestro, tu preclaro r a z o n a -
hacer violencia, en s u s bienes ó personas, como te lo h a r é miento rae enseñó con exactitud ese abismo con todas s u s cla-
conocer: sificaciones y pueblo que le habita. M a s d í m e , los q u é se hallan
»Se h a c e violencia al projimo, causándole la muerte ó i n f i - metidos en esa laguna, los que el viento se llevó, los que c a s -
riéndole dolorosas heridas; se le violenta destruyendo s u s tigó la lluvia y los q u e continuamente chocan entre si, ¿por
bienes, por medio del robo ó el incendio. qué, s i s e han hecho acreedores á la cólera de Dios, no son
»Por los que los homicidas, los q u e hieren, los incendiarios castigados en la ciudad de las llamas y lo son de esa manera?»
y los salteadores, s u f r e n los tormentos en el primer departa- A lo que me respondió: «¿Y por qué deliras contra la costum-
mento. bre? ¿En qué piensas? ¿no recuerdas las frases de la Etica (1)
•que estudiaste, en la que se habla de las tres disposiciones
»El h o m b r e puede h a b e r hecho uso de una m a n o violenta
r e p r o b a d a s por Dios: la incontinencia, la malicia y la loca bes-
contra sí ó contra s u s bienes; es muy justo q u e pague su falta
tialidad, y que la incontinencia es la menos ofensiva á Dios,
. en el segundo, sin que abrigue esperanza de mejorar de des-
por ser la menos grave?
tino-
»Si analizas esta sentencia, al ver quiénes son los penitentes
»Aquel que por su voluntad se destierra del mundo en que- q u e se hallan fuera de este recinto, observarás por qué están
vive, q u e juega y derrocha s u s bienes, llora, dondewo deberia apartados de estos traidores, y por qué, a u n q u e menos enojada
haber sino alegría para él. la Divina justicia, todavía los castiga.»
»Puedes hacer violencia á la Divinidad, no creyéndola en «¡Oh aureola luminosa! exclamé, que acudes á toda duda,
su corazon, blasfemando de ella, menospreciando á la natura- tanto me complaces al explicarme una idea, que casi me es
leza y s u s bondades. tan grato permanecer en la duda como saber.
»Esta es-la causa porque el m á s pequeño departamento »Retrocede de nuevo un poco más, y dime, cómo la usura
ha señalado con su sello á Sodoma y Cohors (2) y á todo ofende á la divina bondad; corta este nudo.»
el que, despreciando á Dios, le injurie con sus palabras ú «La filosofía, me respondió, demuestra en más de un punto
obras. al que estudia, que la naturaleza e m a n a del intelecto divino y
»Todo fraude deja remordimiento en todas las c o n c i e a - su arte, y si te fijas bien en tu física, hallarás, sin que tengas |
cias; el h o m b r e puede practicarlo con el que tiene confianza que revolver m u c h a s hojas, que el h u m a n o a r t e remeda en lo
y hasta con el que desconfie. posible á la naturaleza, como el discípulo al maestro; de suerte,
»Este fraude parece q u e rompe los lazos del a m o r , creados que el h u m a n o a r t e es como el nieto de Dios.
por la naturaleza; por lo que están cargados de cadenas en efe »Y á partir de estos dos principios, la naturaleza y el arte,
circulo segundo. si tienes presente el Génesis, no i g n o r a r á s qiie la n a t u r a l e z a
»Los hipócritas, aduladores, a u g u r e r o s falsos, estafadores, nos dá vida, y que despues viene en su apoyo el arte.
ladrones, simoníacos, rufianes, tramposos y todos los q u e asi- »El usurero sigue diferente sendero, y despreciando n a t u -
mismo están manchados. r a l e z a y arte, estriba en otra parte su esperanza.
(\) Girón o c irculo.
Ciudad en la que a bundan m u c h o los usureros. (1) Etica de Aristól-U-s.
»Sin embargo, sigúeme a h o r a , pues me complazco en avan- v
Avanzamos hácia la multitud de piedras desgajadas q u e á
zar. La señal de los Peces asciende en el horizonte, el Carro-
cada momento hacían podar nuestras pisadas.
se h a derrumbado en el Coro (1).
Marchaba yo muy preocupado, por lo que él me dijo:
»Mas á lo lejos el peñasco se inclina.»
«¿Vas pensando acaso en la r u i n a custodiada por aquella
furia bestial á quien he extinguido?
C A N T O D E C I M O S E G U N D O »Quiero advertirte que la última vez que bajé al Infierno,
todavía no estaba desmoronado.
Recinto primero del circulo séptimo, 6 el de los violentos.—Los »Lo f u é poco antes (si no me equivoco) que viniese del
poetas hallan á Minotauro, encargado de sil vigilancia.— círculo divino, el que arrebató á Dite su g r a u presa (1)
Los violentos contra la vida ij bienes del prójimo se ven su-
mergidos en un rio de sangre^-Alás abajo hallan una ma-
nada de centauros.—El centauro Nesso lleva á Dante en su
grupa más allá del Flegeton.

L sitio donde debíamos descender por el precipicio,


estaba de tal modo obstruido y era tan impracticable,
que la vista se a p a r t a b a de él horrorizada.
Parecía las r u i n a s del destruido Adige en la ladera
m á s acá de Trenio, por resultado de un terremoto ó por la
falta de apoyo (2).
Desde la cima de la m o n t a ñ a en que se desmoronó hasta el
llano, es tan boquiancha la roca, que de n i n g u n a m a n e r a
podria servir de paso para el que se hallase arriba.
Tal era el descenso del precipicio; y en la parte alta de la
p e ñ a estaba échado el monstruo, baldón de Creta, que fué con-
cebido por una supuesta vaca (3). »Por todas partes se conmovió tan profundamente el impuro
Al notarnos, se mordió los labios, como el que se ve devo- valle, que el orbe entero creí sentia aquel r u m o r ; por el que
rado interiormente por la cólera. se puede creer haya caído varias veces el mundo en el caos
Mi protector le gritó: «¿Crees q u e se halla aquí por ventura entonces se desprendió de todas parles la antigua roca
el jefe de Atenas que te dió la muerte allá en el mundo? »Pon tu mirada en el valle; m a s aquí está el rio de s a n g r e
»Aparta, monstruo; no viene este mandado por tu h e r m a n o , en el que h a de zambullirse todo el que use de la violencia
y sí sólo para presenciar tu castigo.» con el prójimo.
Como el toro que se resuelve hácia el lado que recibe la »¡Oh funesta pasión! ¡Oh ciega cólera, que así nos acosas '
herida, y que sin poderse volver, brinca á uno y otro lado. en nuestro breve tránsito, y luego por toda una eternidad nos
sepultas en tan nefandas aguas.»
Yo observé lo que hacia Minotauro; mi sabio Maestro me
dijo entonces: «Vé hácia la abertura; será conveniente que Noté una enorme fosa en figura de arco, según la q u e c o m -
bajes mientras está exasperado.» prende todo el llano, como habia dicho mi Maestro.
E n t r e la base de aquella roca y la fosa, corrían en hilera los
(1) Significa, h é a q u i la aurora. c e n t a u r o s a r m a d o s con flechas, como acostumbraban á m a r -
(í¡ D e s p l o m e s del m o n t e Borco, e n t r e Trento y Verona.
c h a r en el mundo cuando iban de caza.
(3) Minotauro.
(4) Tuesto.
<1) Jesucristo cuando descendió al Limbo l u e g o d e su pasión.
Todos se pararon al vernos bajar, y separándose tres de la Chiron. volviéndose, dijo á Nesso. «Vé guiándoles; y si h a -
cuadrilla, prepararon sus arcos y s u s flechas. llan alguna cuadrilla, apártala.»
Desde lejos g r i t ó uno de ellos: «¿Qué martirio os está depa- Escollados con toda fidelidad, dirigimos nuestra m a r c h a á
rado á vosotros que bajais por la cuesta? decid de dónde sois lo largo de la ribera de aquella enrojecida espuma, donde los
ó disparo el arco.» en ella anegados, lanzaban gritos horrorosos.
Mi guia dijo: «¡Se lo diremos á Chiron aquí presente; para Habiéndolos sumergido hasta los párpados, el g r a n c e n -
tu infortunio siempre han sido tus deseos harto vivos.» tauro exclamó: «Estos son los bárbaros tiranos que se susten-
Despues tocándome: «Ese es Nesso, me dijo, que murió por taron de la rapiña y la s a n g r e .
la bella Dejanire y él mismo vengó su propia muerte. »Aquí se lamentan las impías faltas; también están aquí los
»El de enmedio, que está mirándose el pecho, es el g r a n crueles Alejandro (1) y Dionisio, q u e tantos tiempos de luto
Chiron, maestro de Aquiles; e¡ otro es Folo, que c o n t i n u a - sembró en Sicilia.
m e n t e estuvo poseído de ciega cólera.» »Ese de pelo negro, e s Ezzelino (2), y aquel rubio, Obezzo
En torno de la fosa habia millares de ellos pasando con s u s de Este (3), que fué muerto por su yerno allá a r r i b a en el
flechas á toda alma que saliera más de lo que su pecado le mundo.»
consenlia.
Como íbamos a p r o x i m á n d o n o s á a q u e l l o s ágiles monstruos, . En aquel punto me volví hácia mi guia, y me dijo: « Q u e s e a
Nesso tu intérprete en este sitio, yo seré el segundo.»
Chiron cogió una flecha, r e t o r -
Algo más lejos se paró el centauro, sobre unos condenados
ciéndose la barba detrás de las
q u e notamos sacaban la cabeza f u e r a del rio, diciéndonos una
quijadas.
sombra que estaba un poco a p a r t a d a de las demás:
Asi q u e descubrió su horrible
boca, dijo á s u s compañeros: «Este hirió en el círculo de Dios á un corazon que todavía
«¿No habéis visto que el de d e - está honrado en las riberas del Támesis (4).
trás mueve cuanto toca? Despues vi á otros que tenían casi todo el c u e r p o f u e r a del
»Esto no lo suelen hacer las lago, de los q u e reconocí un buen n ú m e r o . Como la s a n g r e ca-
plantas de los muertos.» da vez iba en disminución, y sólo c u b r í a ya los piés, pasamos
Y mi Maestro que se halla- la fosa.
ba ya tocándole el pecho, res- «Ya que en este lado ves a m i n o r a r la s a n g r e , observó el
pondió: centauro, quiero que te convenzas que en el otro a u m e n t a á
«Es un s é r viviente, y debo cada paso, hasta q u e se j u n t a con la en que se halla la tiranía
yo solo mostrarle el sombrío condenada al llanto.
valle. E s la precisión y no su »Allí la divina justicia sumió á Atila; azote del orbe, á
capricho lo q u e aquí le trae. Pirro y á Sesto (5), y q u e e t e r n a m e n t e a r r a n c a las lágrimas
»La que m e confió este n u e -
vo servicio, cesó por un i n s -
tante de entonar alleluj/a. Ni es
(1) Marqués d e Ferrara y d e la Marca d e Ancona.
él un salteador ni yo un c r i - (2) Seguq opinion d e varios comentadores, Alejandro d e Ferres, tirauo de
minal. Tesalia.

»Mas en n o m b r e de aquella (3) Tirano de Padua. Fué aprisionado por los principes do Lombardia, y berido
lo llevaron á Soncino, donde rehusó q u e l e curasen las h e r i d a s y tomar alimento.
sublime virtud que guia mis pa- Falleció d e h a m b r e y desesperación en Ii60.
sos en tan ruda senda, déjame uno de los tuyos para que, acom- (i) Cuirio d e Monforte, quien e n venganza de la muerte d e Simón, s u padre
pañándonos, pueda decirnos un sitio vadeable y lleve en su a s e n n a d o e n Inglaterra por Eduardo el año m i , mató á Eurique, hermano d e l
m i s m o Eduardo, e n una iglesia, e n taiito que estaba c e l e b r a n d o un sacerdote.
g r u p a á este que no e s espíritu q u e pueda elevarse por el aire.»
(5) Pirro, lley d e Egipto ó hijo d e Aquiles, q u e m a t o á P r i a m é i n m o l ó á
que surgen al más pequeño borboten á Renato de Corneto y á De todos lados percibía lastimeros gemidos sin que pudiese
Renato de Pazzi (1), que tan cruel g u e r r a hicieron en las gran- ver á las personas que los exhalaban; por lo que admirado
des vias.» me paré.
Despues retrocedió, repasando el vado.

C A N T O D E C I M O T E R C E R O

Recinto segundo del circulo séptimo, ó de los violentos contra


si mismos.—Los suicidas permanecen metidos entre árboles á
zarzas.—Los disipadores se ven continuamente perseguidos
por perros.—Pedro de la Vigne, Laño de Sannese, Jacobo
de Padua.

o liabia Xesso llegado aun á la otra parte, cuando


penetramos nosotros en un bosque sin salida. El
-ÍJIC);-« follaje, en vez de verde, e r a negruzco: las r a m a s
e-ftó nudosas y enmarañadas; se echaban de menos los
frutos, pero no las plantas venenosas y los espinos.
Las selvas agrestes de las fieras que talan los cultivados
campos entre la Cecina y Corneto (2) son ménos ásperas.
Allí se anidan las arpías bestiales que echaron á los t r o -
yanos de la Strofades con ei presagio desconsolador del mal
futuro.
Ostentan a n c h a s alas, cuellos y rostros humanos, patas con
g r a n d e s g a r r a s , y enormes vientres cubiertos de pluma. S u s \ o creo que él creyó que yo pensaba que aquellas voces
continuados lamentos parecen multiplicados entre aquellas eran salidas del pecho de personas ocultas á nuestra vista;
e x t r a ñ a s arboledas. por lo que me dijo mi guia: «Si rompes alguna rama de esos
Y dijo mi querido Maestro: «Antes de pasar adelante has de árboles, verás cuán vana es tu idea.»
saber que te hallas en el recinto segundo, y que c o n t i n u a r á s En aquel instante tendí la mano, cogí una r a m a de un
en él hasta que penetres en los horrendos arsenales. F í j a t e corpulento árbol, y su tronco exclamó: «¿Por qué me t r o n -
bien, pues notarás cosas que tal vez uo las creyeras a u n q u e yo chas?»
te las contase.» Y despues, negro por la sangre, lamentóse de nuevo: «¿Por
qué de esta suerte me arrancas? ¿No tienes ningún resto de
piedad?
P o l i g é n o sobre el sepulcro d e á q u i l e s . Sexto, d e s c e n d i e n t e de Tarquino el Soberbia
o hijo d e Poinpeyo.
»Hombres fuimos; y somos árboles; tu mano debiera ser
(4) Renato Corneto, famoso noble, p o r s u s asesinatos y robos. Renato d e Pazzi, más piadosa, aunque hubiésemos sido almas de reptiles.»
noble, d e s c e n d i e n t e d e la renombrada familia de los Pazzi de Florencia. También
f u é baudido e n despoblado; l l e g o á hacerse tan t e m i b l e que no podían transitarse
A semejanza de la leña verde, que mientras arde por una
l a s comarcasinvadidas por é l . parte, chisporrotea y gime por la otra, á causa del aire que
(?) Cecino, rio de la Toscana, q u e s e pierde en el mar e n t r e Liorna y el Piombi- despide, así aquel tronco arrojaba á la vez s a n g r e y palabras;
n o . Corneto, poblacion en los Estados-Pontificios.
por lo que solté la r a m a temeroso.
»Si alguno de vosotros torna al mundo, que realce mi m e -
«Alma herida, contestó el sabio, si él h u b i e r a creido lo que,
moria, ya que aun se halla bajo la presión del golpe que la
sin embargo, vio en mi poema, no hubiese alzado la m a n o
envidia le asestara.»
hasta tí; mas lo inverosímil del asunto me hizo aconsejarle lo
Despues de corto silencio, el poeta me dijo: «Ya que se
d e que me arrepiento; pero manifiéstale quién fuiste, para que
calla, pregúntale si deseas saber algo más.»
e n cambio h a g a r e n a c e r tu memoria en el mundo, al que le es
d a d o volver.*» A lo que respondí: «Tú mismo puedes preguntarle lo que
me pueda interesar; yo no podría, tanto me ha conmovido.
Y volvió á comenzar de esta manera: «Si este sér hace lo
que tu ruego le dice, aprisionado espíritu, dígnate decirnos
aun, cómo el alma s e encierra en esos nudos, y si hay alguno
que pueda desprenderse de tal cuerpo.»
Entonces resopló con violencia el tronco, y el aire e x h a l a -
do se convirtió en esta voz: «Responderé brevemente.
»Así que la feroz alma sale del cuerpo del que ella misma
se desprendió, Minos lo manda al círculo séptimo. Cae en el
bosque sin escoger lugar; pero donde quiera que la suerte le
Y dijo el tronco: «Tal imán tienen para mí tus dulcísimas arroje, brota como g r a n o de trigo.
frases, que no puedo callar; que no os parezca pesado si me »Cermina en roto5« y árbol; las arpías, al alimentarse en
p a r o á reflexionar antes de hablaros. sus hojas, abren las puertas á su dolor.
»Yo soy quien tuvo las dos llaves del corazon de F e d e - >Como todas las almas, quisiéramos recoger nuestros d e s -
rico í 1 y quien las manejó con tal destreza para abrir y c e r r a r , pojos, sin embargo de que ninguno pueda revestirse con ellos,
q u e casi n e g ó á todos su confianza, tal fué m i entusiasmo por pues no es justo poseer aquello de q u e uno por acción propia
aquel cargo glorioso, q u e perdi por él el sueño y la vida. La se privó.
cortesana (2), que j a m á s desvió del palacio de César (3) su »Los a r r a s t r a m o s hasta aquí, y en este triste bosque, cada
atrevida mirada, epidemia y vicio de todas las cortes, enarde- uno de nuestros cuerpos será colgado del árbol do se ve su
ció en contra mia todos los ánimos, y éstos el de Augusto (4-), sombra castigada.»
de tal m a n e r a , que mis preclaros h o n o r e s se cambiaron en Seguíamos atentos, figurándonos que iba á proseguir el
luto y tristeza.» árbol, cuando nos sorprendió un ruido s e m e j a n t e al que per-
cibe el cazador cuando el jabali se le acerca acosado por los
»Mi alma, en un transporte de desden, creyendo evitarlo
perros, cuyos aullidos reproduce la selva.
con la muerte, m e convirtió en injusto contra mi mismo, q u e
tan justo había sido. Y vimos a s o m a r por nuestra izquierda dos desventurados,
»Os j u r o por las tiernas raices de estos bosques, que j a m á s desnudos y rotos, corriendo con tal velocidad, que tronchaban
dejé de ser leal con mi amo, que tan merecedor fué de toda las pequeñas r a m a s que en su c a r r e r a se les oponían.
gloria. El que venia delante gritaba: «¡Llega, muerte, llega!» Y
el otro, que tenia complacencia en c a m i n a r despacio: «Laño,
le deeia, no tenias tan veloces p i e r n a s en la batalla de la Pie-
(lj l'edro de la Vigne, jurisconsulto de Capua, por largo t i e m p o f u é favo-
re del Tongo,>> luego debió faltarle aliento, y de él y un a r -
rito del emperador Federico. Acusado do traición, le fueron sacados l o s ojos. í
En su desesperación s e estrello la cafcezi contra las paredes d e su c a l a b o z o ; busto se hizo un tronco solo (1).
e n I3i0.
(2) La Envidia.
11) Emperador. (1) Laño d - Siennes, habiéndose visto acosado por las tropas d e A r e z z o , prefirió
Federico 11 la muerte a la fuga, y murió c o m b a t i e n d o c o m o u • héroe.
El bosque estaba cuajado de p e r r a s n e g r a s que corrían t r a s Y nos respondió (1) «¡Oh almas, que habéis llegado para ser
ellos como lebreles desencadenados. Dentellando, se lanzaron testigos del estrago que me a c a b a de s e p a r a r de mis hojas! jun-
sobre el condenado que se hallaba oculto, y luego de despe- tadlas en derredor de su contristado arbusto; fui de la ciudad
dazarle, se llevaron s u s palpitantes miembros. que abandonó su primitivo patrono, por san J u a n Bautista (2),
así que, resentido aquel patrono, le dará tristeza siempre con
su terrible arte, y a u n q u e no estaba m á s q u e en el puente del
Arno, todavía queda de él algún vestigio.
»Los patricios que reconstruyeron aquel pueblo sobre las
cenizas q u e Atila dejara á su paso, trabajaron inútilmente. Yo
convertí mi casa fin un suplicio.»

CANTO DECIMOCUARTO j

Tercer recinto del séptimo circulo, ó el de los violentos para


con Dios, contra la naturaleza y la sociedad.

NTEUNEC1D0 por el sentimiento del patrio amor, j u n -


té las hojas esparcidas y se las devolví.
De aquel lugar m a r c h a m o s h á c i a e l sitio en que el
círculo segundo se a p a r t a del tercero, do se ve el
poder de la justicia.
P a r a m á s claridad en la explicación de las nuevas cosas
digo que a r r i b a m o s á una planicie que rechaza de su superfi-
cie toda planta. El bosque del dolor le sirve de guirnalda, así
como lo es del bosque el g r a n foso de la sangre; allí nuestros
Mi protector me cogió de la mano, conduciéndome h a s t a piés quedaron como enclavados. El suelo estaba cubierto de
el arbusto, que se quejaba inútilmente d e s ú s s a n g r i e n t a s espesa y árida a r e n a , como la q u e en otros tiempos fué pisada
heridas. por Catón (3j.
'- «¡Oh Jacobo de San Andrés! (1), decia: ¿ p o r q u é te h a s refu- ¡Oh venganza de Dios! ¡qué terrible será para el que lea
giado en mí? ¿Es culpa mia tu vida disipada?» cuanto se presentó á mi vista! Observé n u m e r o s a s g r e y e s de
Despues de h a b e r m e parado mi guia cerca de aquel arbusto, desnudas almas que lloraban inconsolables, siendo s u s s e n -
dijo: ¿Quién puedes s e r tú, que tan lleno de heridas exhalas tencias diferentes. L n a s se hallaban echadas boca a r r i b a ,
con tu s a n g r e tan dolorosas quejas?» otras sentadas en angosto círculo, y otras caminaban sin
cesar.

(I) Joven noble d e Padua que malversó su fortuna e n poco tiempo. Se dice
d e é l , q u e y e n d o íi V e n e c i a c o n o í r o s j ó v e n e s t a m b i é n noble?, al ver q u e t o d o s (1) S e c r e e q u e f u e r a la s o m b r a d e Bocio d e Mozzi, q u e s e s u i c i d ó l u e g o
p o s e í a n la habilidad d e t o c a r algún i n s t r u m e n t o ó c a n t a r , J a c o b o s e e n t r e t e n í a , p o r quo hubo derrochado sus bienes.
m a t a r e l t i e m p o , en arrojar s u s e s c u d o s al rio. H a b i e n d o i d o s v i s i t a r l e á su q u i n t a (2) Florencia.
e n otra o c a s i o n v a r i o s a m i g o s , al v e r l o s d e lejos, i n c e n d i o todas las c a b a ñ a s y al- (3) La a r e n a d e Sibla q u e traspasó Catón d e Utina, luego d e la m u e r t e d e
q u e r í a s d e s u s c o l o n o s para f e s t e j a r á s u s c o m p a ñ e r o s c o n m á s fausto. Pompeyo, para u n i r s e al ejOrcito d e Juba.

/
É /
Las que formaban el círculo eran más numerosas; las m e n o s
estaban echadas para su tormento, teniendo en cambio m á s y me a t r a v e s a r a con todas s u s flechas, no conseguiría v e n -
suelta la lengua para lamentarse. garse de mí debidamente.»
L e n t a m e n t e llovia fuego sobre la a r e n a en g r a n d e s copos, Entonces mi guia se e x p r e s ó con tal fuerza, como j a m á s le
semejantes á los de la nieve q u e se desploma de los Alpes había oido hablar: «¡Oh Capaneo, dijo, tu orgullo es el móvil
cuando no azota el viento. Como Alejandro, en las zonas abra de tu g r a n castigo. No hay martirio comparable con el dolor
sadoras de la India, vio caer llamas sobre su ejército, que ni de tu rabia.»
siquiera sé extinguían en el suelo, mandando á s u s soldados Despues, volviéndose á mí, m e dijo en tono suave: «Ha
que las mataran con s u s piés, por apagarse m á s pronto el sido uno de los siete reyes que cerearon á T h e b a s í l ) . Desde-
vapor sólo, así descendía el eterno fuego,, devorando la a r e n a ñaba y aun parece desdeña á Dios, sin q u e al parecer le dirija
como devora el pedernal á la yesca, p a r a acrecentar el dolor preces; preso, como le he dicho, su despecho es el debido
premio de s u s hechos.
de las almas.
Sus infortunadas manos no tenían descanso, por t e n e r »\ en y colócate detrás de mí, y no asientes aun el pié en la
que apartar continuamente las brasas ya de un lado, ya de candente a r e n a ; permanece cerca del bosque.»
otro. Llegamos silenciosos al sitio donde sale del bosque un r i a -
Aquí no pude contenerme: «Maestro, dije, ¿cómo h a s podido chuelo cuyo fulgor siniestro me asusta todavía.
vencer todos los obstáculos, menos los que nos opusieron los Como el torrente q u e sale del Bulicano (2) y q u e se r e p a r -
demonios inflexibles en aquella puerta? ( i ) ten entre sí las m u j e r e s de mala vida, corría aquel riachuelo
«¿Qué s o m b r a e s aquella que parece no sobrecogerse ni por la tostada a r e n a .
El fondo y las riberas eran de piedra, por lo que creí que
podia a n d a r por ellas.
«De todo lo que te he enseñado, desde c¡ue penetramos por
la puerta, cuyo umbral puede pisar cualquiera, nada observó
tu vista más digno de atención que esta corriente, en la que
vienen á morir todas las llamas »
Estas fueron las palabras de mi Maestro, por lo que le r o g u é
el alimento que tanto me habia hecho a n h e l a r .
«En el centro del m a r hay un país convertido en ruinas,
añadió entonces, llamado Creta, en el q u e hubo un rey (3;
bajo cuyo mando f u é casto el mundo; también allí hay un
i n m r t a r s e , permaneciendo tan fiera y desdeñosa cual si fuese monte, titulado Ida, en el que no escaseaban antes las a g u a s
insensible á esa lava abrasadora?» y el follaje, y como todo lo antiguo, se halla hoy desierto.
Adivinando la sombra que mi guia hablaba de ella, exclamó: »Iihea lo escogitó en otros tiempos para cuna fiel de su
«Tal fui vivo, tal soy muerto. Aunque Júpiter c a n s a r a á su hijo; y para ocultarlo más fácilmente cuando lloraba, dispuso
forjador, del que cogió en su cólera el agudo rayo con el q u e que hubiese g r a n d e y continuado clamareo.
fui herido en mi hora postrera, y a u n cuando c a n s a r a á todos »En lo interior del monte se sostiene de pié un g r a n ancia-
los negros forjadores del Etna, gritándoles: «¡Ayudadme, ayu-
dadme, oh V u l c a n o b s e g u n lo ejecutó en la batallade Elegía (2),

(1) Se refiere á 1 g d e ta ciudad d e Dite. (2) N a c i m i e n t o de aguas manantiales, d e dos millas, á Viterbo, d o n d e S a n á ba-
(?) Flegia e n Thesalia, do s e libró el c o m b a t e d e los dioses y gigantes. uarse las mujeres prostituidas.
(3) Saturno.
no (1), vuelto de espaldas háeia Damieta (2) y fija la m i r a d a
e n Roma (3) cual si se mirase en un espejo.
»Es su cabeza de puro oro, y de fina plata s u s brazos y C A N T O D E C I M O Q U I N T O
pecho; la h o r c a j a d u r a es de cobre, y todo lo demás del cuerpo,
d e h i e r r o escogido, á excepción del pié derecho, q u e es de
barro, sobre el que descansa mejor q u e sobre el trono. 'Continuación. Habla Dante á su Maestro Bruno Latini eme
»Cada parte, m e n o s la de oro, tiene una hendidura, de la «TeZo7 f deSUerr° á Fl
orencia.-Le encomienda1 su
que destilan lágrimas, que al j u n t a r s e , taladran la m o n t a ñ a ,

e
f o r m a n d o el Aqueronte, la Estigia y e l F l e g e t o n ; despues des-
cienden por un cauce angosto h a s t a los sitios de los que ya no
MPRENDiMos entonces por uno de los caminos de p i e -
s e puede descender más, donde toma forma el Gocyto; ya
dra; el h u m o del riachuelo formaba sobre él una
e x a m i n a r á s aquel lago, del que no le he de hablar.»
c ^ p ^ n ' e b l a q u e preservaba del fuego la corriente. A imi-
Entonces le pregunté: «Si el pequeño rio que tenemos á la V tacion de los flamencos, que temiendo la fuerza de Jas
vista tiene su nacimiento en nuestro mundo, ¿por qué no es aguas que se dirigen avanzando háeia ellos, entre Cadsandt
notable hasta q u e se llega al extremo de este bosque?» y Bruges, alzan un dique para r e c h a z a r el mar. ó como lo
Y me respondió: «No ignoras que este sitio es redondo; asi verifican los paduanos contra el Brenta, para a m p a r a r s u s
e s que, a u n q u e se haya caminado m u c h o y bajado siempre castillos y ciudades antes que el Cbiarentana il) aperciba el
hácia el fondo por la izquierda, no se ha recorrido aun el cir- calor, edifico allí el ingeniero, cualesquiera que fuese, d i -
culo completo; por m á s q u e parezca novedad, no debes s o r - ques en igual forma, a u n q u e no tan anchos ni elevados '
prenderle.» Nos hallábamos ya tan lejos del bosque, q u e no me h u b i e r a
Luego observé: «¿Dó están el Flegetón y el Letheo? T e s.do dado descubrirlo, aun cuando hubiese vuelto !a m i r a d a
callas sobre uno de los dos, diciéndome tan sólo que se f o r m a hacia atrás, cuando dimos con una cuadrilla de a l m a s que se
el otro de este torrente de lágrimas.» encaminaba hácia nosotros á lo largo de la ribera, o b s e r v á n -
«Tus p r e g u n t a s m e placen, repuso, pero el r u m o r de esa donos todas ellas cual se a c o s t u m b r a á m i r a r á través de los
a g u a roja debia haberte evitado u n a á lo menos. rayos de la luna nueva, fijando sobre nosotros su vista como
»Ya verás el Letheo f u e r a do este recinto, allá do las la fija en el ojo de la a g u j a un sastre viejo.
a l m a s van á lavarse cuando 'se Ies ha perdonado la expiada Luego de este minucioso e x á m e n , fui reconocido por una
falta (4).» de ellas, q u e , cogiéndome del vestido, exclamó: «¡Oh m a r a -
D e s p u e s dijo: «Tiempo es ya de dejar el bosque; haz por villa!»
s e g u i r m e ; las m á r g e n e s no arden, y nos brindan paso; en ellas Mientras ella me dirigia los brazos, miré tan atentamente
se e x t i n g u e todo ardiente vapor.» su tostado rostro, que sin embargo de lo muy desfigurada q u ,
estaba, pude reconocerla á mí vez; por lo que, llevando mi
(4) 1.a d e s c r i p c i ó n do e s t a e s t a t u a s e p a r e c e á l a q u e h a c e D a n i e l e n s u profecía. mano hasta su rostro, le dije: «Vos aquí, Sr. Brunetto? (2) »
Dante q u i e r e aquí ligurar e l t i e m p o . A lo que me respondió: «¡Hijo mió! no te enfade que B r u -
¡2} D a m i e t a ó idolatría.
(3j Roma ó l a v e r d a d e r a r e l i g i ó n .
(4) El Purgatorio. jí) C h i a r e n l a p a . m o n t e e n l o s Alpes; e n é l n a c e 11 Brenta.

W n L ^ ' T i 0 U l 0 0 Í ' f a m 0 S ° p o e t 9 ' o r 8 d o r ' h i s t o r i a d o r , filósofo y t e ó l o e o -


F l o r e n c i a f u é s u c u n a , y e s t u v o d i r i g i e n d o una e s c u e l a , la q u e l a l i ó S
f a l c a n t e y Dante Alighieri. F u é s e c r e t a r i o d e la r e p ú b l i c a y S m í S Í
t s c n b , o una obra O r n a d a TesoreUa, s o b r e « m t e m é t i c a s y f ú f i l ^ l S d a
T C m e n d 0 qUC d e S t e r r a r á e COm
1w r ° - ** * á 3
no (1), vuelto de espaldas háeia Damieta (2) y fija la m i r a d a
e n Roma (3) cual si se mirase en un espejo.
»Es su cabeza de puro oro, y de fina plata s u s brazos y C A N T O D E C I M O Q U I N T O
pecho; la h o r c a j a d u r a es de cobre, y todo lo demás del cuerpo,
d e h i e r r o escogido, á excepción del pié derecho, q u e es de
barro, sobre el que descansa mejor q u e sobre el trono. 'Continuación. Habla Dante á su Maestro Bruno Latini eme
»Cada parte, m e n o s la de oro, tiene una hendidura, de la «TeZo7 f deSUerr° á
Prenda.-Le encomienda1 su
que destilan lágrimas, que al j u n t a r s e , taladran la m o n t a ñ a ,

e
f o r m a n d o el Aqueronte, la Estigia y e l F l e g e t o n ; despues des-
cienden por un cauce angosto h a s t a los sitios de los que ya no
Mf'RENDiMos entonces por uno de los caminos de p i e -
s e puede descender más, donde toma forma el Gocyto; ya
dra; el h u m o del riachuelo formaba sobre él una
e x a m i n a r á s aquel lago, del que no le he de hablar.»
c ^ p ^ n ' e b l a q u e preservaba del fuego la corriente. A imi-
Entonces le pregunté: «Si el pequeño rio que tenemos á la
V tacion de los flamencos, que temiendo la fuerza de las
vista tiene su nacimiento en nuestro mundo, ¿por qué no es
aguas que se dirigen avanzando hácia ellos, entre Cadsandt
notable hasta q u e se llega al extremo de este bosque?»
y Bruges, alzan un dique para r e c h a z a r el mar. ó como lo
Y me respondió: «No ignoras que este sitio es redondo; asi verifican los paduanos contra el Brenta, para a m p a r a r s u s
e s que, a u n q u e se haya caminado m u c h o y bajado siempre castillos y ciudades antes que el Chiarentana il) aperciba el
hácia el fondo por la izquierda, no se ha recorrido aun el cir- calor, edifico allí el ingeniero, cualesquiera que fuese, d i -
culo completo; por m á s q u e parezca novedad, no debes s o r - ques en igual forma, a u n q u e no tan anchos ni elevados '
prenderle.» Nos hallábamos ya tan lejos del bosque, q u e no me h u b i e r a
Luego observé: «¿Dó están el Flegetón y el Lelheo? T e sido dado descubrirlo, aun cuando hubiese vuelto !a m i r a d a
callas sobre uno de los dos, diciéndome tan sólo que se f o r m a hacia atrás, cuando dimos con una cuadrilla de a l m a s que se
el otro de este torrente de lágrimas.» encaminaba hácia nosotros á lo largo de la ribera, o b s e r v á n -
«Tus p r e g u n t a s m e placen, repuso, pero el r u m o r de esa donos todas ellas cual se a c o s t u m b r a á m i r a r á través de los
a g u a roja debia haberte evitado u n a á lo menos. rayos de la luna nueva, fijando sobre nosotros su vista como
»Ya verás el Letheo f u e r a do este recinto, allá do las la fija en el ojo de la a g u j a un sastre viejo.
a l m a s van á lavarse cuando 'se Ies ha perdonado la expiada Luego de este minucioso e x á m e n , fui reconocido por una
falta (4).» de ellas, q u e , cogiéndome del vestido, exclamó: «¡Oh m a r a -
D e s p u e s dijo: «Tiempo es ya de dejar el bosque; haz por villa!»
s e g u i r m e ; las m á r g e n e s no arden, y nos brindan paso; en ellas Mientras ella me dirigia los brazos, miré tan atentamente
se e x t i n g u e todo ardiente vapor.» su tostado rostro, que sin embargo de lo muy desfigurada q u ,
estaba, pude reconocerla á mi vez; por lo que, llevando mi
(4) l.u d e s c r i p c i ó n do e s t a e s t a t u a s e p a r e c e á l a q u e h a c e D a n i e l e n s u profecía. mano hasta su rostro, le dije: «Vos aquí, Sr. Brunetto? (2) »
Dante q u i e r e aquí ligurar e l t i e m p o . A lo que me respondió: «¡Hijo mió! no te enfade que B r u -
¡2} D a m i e t a ó idolatría.
(3j Roma ó l a v e r d a d e r a r e l i g i ó n .
(4) El Purgatorio. jí) C h i a r e n t a n a , m o n t e e n l o s Alpes; e n é l n a c e 11 Brenta.

W n L ^ ' T i 0 U l 0 n i ' f a m O S O p o e t 9 ' o r 8 d o r ' h i s t o r i a d o r , filósofo y t e ó l o e o -


F l o r e n c i a f u é s u c u n a , y e s t u v o d i r i g i e n d o una e s c u e l a . la q u e s a l i ó Ä
C a l c a n t e y Dante Alighieri. F u é s e c r e t a r i o d e la r e p ú b l i c a y I m í S Í
t s c n b , o u n a o b r a H ^ a d a TesoreUa, s o b r e m i t e m á t i c a s y MSHSKSÍ
T C m e n d 0 qUC d e S t e r r a r á e COm
1w r ° - ** * á 3
netto Latini se q u e d e un poco a t r á s contigo y deje a d e l a n t a r s e »Y si yo hubiese vivido inás, a l ver c.uan favorable te e r a el
la cuadrilla.» Cielo, te h u b i e r a a d e l a n t a d o para la prosecución d e tu o b r a .
Y le contesté: «Os lo suplico de corazon, si q u e r e i s q u e m e »Mas aquel ingrato pueblo q u e descendió en otros tiempos
s i e n t e con vos, lo h a r é , s i e m p r e q u e éste lo p e r m i t a , p u e s voy •de Fiesole (1), q u e todavía c o n s e r v a b a la a s p e r e z a de s u s
con él.» m o n t a ñ a s y su peñón, se declaró e n e m i g o tuyo, por la sola
«Hijo mió, m e d i j o : el q u é de nosotros se s e p a r e un momento,, c a u s a del m u c h o bien q u e estás dispuesto á h a c e r , c o m o
q u e d a s u f r i e n d o esta lluvia por espacio de un siglo, sin poder acontece g e n e r a l m e n t e ; q u e e n t r e á s p e r o s s e r v a l e s no m a d u r a
s a c u d i r el f u e g o q u e le a b r a s a . j a m á s el s a b r o s o higo.
»La a n t i g u a f a m a los apellida ciegos; a v a r a raza, s o b e r b i a
y envidiosa. ¡No te m a n c h e s j a m á s en s u s c o s t u m b r e s !
» T a n t a es la gloria q u e la f o r t u n a te d e p a r a , que los dos
bandos d e s e a r á n su r e g r e s o ; m a s cuida q u e la yerba no e s t é
nunca al a l c a n c e de s u s picos.
»Que a p r o v e c h e n s u s c u e r p o s p a r a lecho á las bestias de
|-Fiesole; y q u e no puedan coger las plantas, si es q u e c r e c e
todavía a l g u n a e n t r e su estiércol, en la q u e vuelva á b r o t a r la
semilla s a n t a de aquellos r o m a n o s q u e a u n q u e d a r o n d e s p u é s
de edificado aquel nido de perversión.» '
«Si mis a r d i e n t e s votos se vieran cumplidos, le respondí,
a u n e s t a r í a i s vos en la n a t u r a l e z a h u m a n a , p o r q u e c o n t i n u a -
mente c o n s e r v o en mi m e n t e , y me a p e s a d u m b r a en este
momento v u e s t r a a m a d a y p a t e r n a l i m á g e n , al e n s e ñ a r m e
alia en el m u n d o de q u é m a n e r a debia e t e r n i z a r s e el h o m b r e -
tan reconocido os estoy, q u e no c e s a r é de publicarlo m i e n t r a s
tenga vida.
• »Lo q u e decís respecto de mi destino, lo escribo y g u a r d o
para que m e lo explique con o t r o texto (2) u n a d a m a , m u y á
»Continúa, pues, adelante, y yo m a r c h a r é á tu lado, v o l -
propósito, con tal q u e no t e n g a q u e r e s e n t i r s e por ello mi
v i e n d o luego á i n c o r p o r a r m e á la cuadrilla que va llorando
conciencia; dispuesto estoy á p r a c t i c a r c u a n t o de mí e x i j a la
los t o r m e n t o s eternos.»
¡fortuna.
No tuve valor para d e s c e n d e r h a s t a él, m a s seguí el c a m i n o »Tales a r r a s n o s o n p a r a rní u n a novedad, g i r e c o m o
con la f r e n t e inclinada en a d e m a n respetuoso. quiera s u s r u e d a s la f o r t u n a y su a z a d a el l a b r a d o r . »
Comenzó de este modo: <¿Qué s u e r t e ó destino es el tuyo
E n t o n c e s mi Maestro se volvió á la d e r e c h a ; y m i r á n d o m e ,
q u e te t r a e aquí a n t e s de tu h o r a postrera? y ¿quién te indica
me dijo: «Está bien; oye á quien lo nota (3).»
el camino?
No por eso d e j a b a de h a b l a r con ser (señor) B r u n e t t o , al
«Allá en las a l t u r a s en la s e r e n a vida, le respondí, me per-
que p r e g u n t é c u á l e s e r a n s u s c o m p a ñ e r o s m á s n o t a b l e s ,
dí en un valle a n t e s de llegar á la edad c o n v e n i e n t e .
»En la m a f i a u a de a y e r , y c u a n d o ya retrocedía, se m e p r e -
s e n t ó éste: y por esta via m e puso en c a m i n o . » Z. V I L L A SI,L,A(IA ALLENDE DE
°
FI RENCIA
- TENI
4 °
P R CUNA DE ,OS

El me dijo á su vez: «Si s i g u e s tu estrella, debes llegar á un 12) E l vaticinio d e Farina'a ¿Cantr» X), q u e lo explicará Beatriz.
10 ,|UÍS decir
glorioso puerto, pues h e consultado tu destino. J - i w ° "' Va recordarás m
' versó: S u , ™ / « «mm, fortuáa
Y me contestó: «Estará bien que sepas los nombres de algu- ¡Cuántas llagas antiguas y frescas advertí en s u s e n c e n t j
nos; m a s n a podré hablarte de todos por falta de tiempo. dos miembros! Su recuerdo me conmueve a u n . A s u s voces ^
»Te diré, en r e s u m e n , q u e fueron todos clérigos ó letrados quedó parado mi guia, y fijó s u vista en mí, diciendo: «Esper't
de m u c h a nota, m a n c h a d o s eu el mundo por igual pecado. aquí, si quieres presentarte cortés con esos. Si no viese la llama
»Va P r i s c i a n o ( i ) con aquella desolada multitud, y también que consume este sitio, te diria que e s á tí más que á ellos á
Francisco de Accorse (2); si tan triste espectáculo te hubiera quien conviene esta entrevista.•>
halagado, podrías haber visto al que fué transferido por el «A qué nos paramos,» repitieron las sombras, y al llegar á
siervo de los siervos de Dios del Arno al Hachiglione, do dejó nosotros, formaron las tres en círculo, como lo hacen los gla-
todos s u s miembros crispados (3). diadores desnudos y yuntados, advirtiendo su presa y la ven-
»Muchas o t r a s cosas te diria, pero ni puedo adelantar ni taja antes de comenzar la lucha.
hablar más, porque veo salir de la a r e n a nuevo h u m o ; llega En tanto daban vueltas, cada una me dirigía m i r a d a s de
otra gente con la cual no puedo estar; te encomiendo mi Tesoro, suerte que s u s cabezas se movían en el sentido inverso de s u s
en el que aun vivo, y no le pido más.» piés.
A semejanza de los que en Verona se disputan el paño «Por más q u e lo mísero, triste y nefando de este movedizo
verde ('i , en seguida se volvió en una c a r r e r a ; parecía, al suelo nos legue al desprecio y haga que se desoigan n u e s t r a s
c o r r e r , que pretendía g a n a r el premio. preces, observó una de ellas, pueda mover tu corazon la f a m a
nuestra á comunicarnos quién eres tú, que sin terror a s i e n -
tas tu planta en el Infierno.
C A N T O D E C I M O S E X T O »Ese, cuyas huellas me ves borrar, sin embargo de su a s -
querosa desnudez, ocupó un lugar más alto de lo que puedes
imaginarte. Nieto fué de la púdica Gualdrada, se llamó G u i -
Llegados Dante y Virgilio casi al fin del último circulo, hablan doguerra é hizo maravillas en vida con su espada y con su
á Guidoguera, Tegghiajo y Rusticucci, guerreros insignes de ciencia (I).
Florencia.— Ya en en el borde del abismo, en el que está el »El que aplasta la a r e n a detras de mí, es Tegghiajo Aldo-
circulo octano, cen á Gerion,ósea el Fraude.—Bosquejo de brandi (2), cuya voz debió escucharse allá en el m u n d o .
Gerion.—Después habla Dante de ios usureros encerrados en »1 yo, que estoy cruzado con ellos, soy Jacobo R u s t i -
el recinto tercero de los iracundos. cucci, y verdaderamente mi esposa fué la que m á s daño me
causó (3).»
ya en el sitio do se oia el s u s u r r o del a g u a al
STABA
A poder libertarme de la lluvia de fuego, me hubiera a r r o -
caer en el otro circulo, semejando al zumbido de las
jado entre los de abajo, pues creo que lo hubiera consentido
colmenas, cuando á un tiempo se a p a r t a r o n t r e s
mi Maestro; m a s como me habia quemado y cocido, el miedo
T s o m b r a s de un g r u p o que c r u z a b a bajo el torrente
pudo m á s que la buena intención que me inspiraba el deseo de
del áspero suplicio.
abrazarles.
L a s tres se encaminaron hácia nosotros gritando: «Detente,
tú que pareces por tus vestiduras hijo de nuestra pecadora
patria.»
. { } \ ,fu® caballero valiente j hombre degran tacto y prudencia; en
la batalla d e B e u e v e n t o e n l r e Carlos I y Manfredo, s e l e a t r i b u í ó la victoria e n s u
(1) (i ra m à l i c o d e Cesárea. m a y o r parte.
(2) J u r i s c o n s u l t o d e F l o r e n c i a . (2) P e r t e n e c i ó á la famila Adimari; n o o p i n ó q u e los florentinos m a r c h a s e n c o n
(3) A n d r é s d e Mozzi d e s t i t u i d o d e la d i ó c e s i s d e F l o r e n c i a p o r s u s v i c i o s , y tra los s i e n e s e s , d o n d e f u e r o n d e r r o t a d o s a q u e l l o s e n el v a l l e d e Arbia.
l u e g o trasladado à la d e Bizancio, d o n d e pasa al Bachiglione. ( 3 ) Jacobo a t r i b u y e A s u e s p o s a la c u l p a d e s u desgracia q u e por ser tan mala s e
( 4 ) l ' a ñ o v e r d e , p r e m i o para e l q u e s e d i s t i n g u e e n la v e l o c i l a d de la c a r r e r a . vio p r e c i s a d o a e s c a p a r s e d e e l l a .
Despues empecé de este modo: «No desprecio sino p e r m a -
cheta, a n t e s de precipitarse en un cauce de m á s profundidad,
rente dolor, é s el q u e vuestra condición ha excitado en mi,
en cuanto mi Maestro me ha dicho las f r a s e s q u e me debían donde cambia su nombre por el de Forli, y que dibujando
luego una cascada, r u g e sobre el San Benedetto, en el que
indicar la llegada de una gente tan distinguida como vosotros.
pudieran retirarse mil hombres (1).
»Soy de vuestro país, y siempre he oido y citado vuestros
preclaros nombres; me aparto de la hiél para buscar los f r u t o s Así nosotros, desde la parte baja de la escarpada roca, oímos
sabrosos que me han sido ofrecidos por mi sincero guia, pero r e t u m b a r con tal estrépito el a g u a teñida de s a n g r e , que en*
breve quedó atronado mi oido. Llevaba ceñida una cuerda
me e s necesario descender antes h a s t a el centro.»
con la que antes pensaba a p o d e r a r m e de la p a n t e r a de a t i -
«¡Por largos tiempos guie todavía el alma tus miembros, grada piel; luego de habérmela quitado, seg.it, me ordenó mi
respondió la s o m b r a entonces, y q u e despues de tí ilumine tu guia, se la presenté enroscada. Entonces él, volviéndose á la
fama! Dínos si el valor y la cortesía tienen su residencia como derecha y de bastante trecho del borde, la a r r o j ó al profundo
antes en n u e s t r a ciudad, ó si los han proscrito de ella; porque abismo.
Guillermo Borsiére, que hace poco que llora con nosotros y
Es preciso, dije en mi interior, que corresponda a l g u n a
va allí con nuestros compañeros, nos estremece con s u s pala-
cosa a la señal nueva que da mi Maestro: «¡Ah! ¡Qué circuns-
b r a s (1).»
pectos debieran s e r los hombres respecto de aquellos que no
«La gente nueva y las g a n a n c i a s súbitas han sembrado en
sólo ven los actos, sino que leen con claridad en el interior del
ti, Florencia, tal orgullo é inrnoderacion,*que tú misma prin-
entendimiento!»
cipias ya á dolerte de ellos.»
Les respondí, erguida la frente; y al e s c u c h a r mi contesta- Y él me dijo: «En breve llegará lo q u e espero, y entonces
ción, las tres s o m b r a s se miraron u n a á otra, como se suele sera necesario que sepas y veas claro lo que tanto te 1preocu-
pa ahora.»
hacer al oír una verdad sin réplica.
Siempre debe sellar s u s labios el hombre, mientras pueda,
«Si á tan poca costa sabes complacer á los demás, me dije- ante la verdad q u e se a s e m e j a á la mentira, si no quiere caer
ron las tres sombras, afortunado de ti q u e asi t e e s dado hablar en falta, sin exponerse á la vergüenza. Pero aquí no puedo
cuando te viene bien. Por eso, si sales de estos tristes lugares callar, y por los versos de esta comedia {2), para la que anhelo
y vuelves á a d m i r a r las divinas estrellas, cuando digas: «yo eterno aplauso, te j u r o , lector, que vi venir nadando por un
estuve,» haz que entre los hombres se hable de nosotros.» oscuro cielo una figura s o r p r e n d e n t e h a s t a para el m á s esfor-
Despues rompieron el circulo, y fué tan veloz su evasión, que zado ánimo, parecida al marino que desciende á veces para
s u s piernas parecían haberse trocado en alas. soltar el ancla, presa en el escollo, ó á buscar algún objeto
En menos tiempo que se g a s t a para decir a m e n , d e s a p a r e - escondido en las e n t r a ñ a s del mar, y que tendiendo los brazos,
cieron, por lo que resolvió mi guia que partiéramos. Yo le se pliega sobre los píés.
seguía, y no bien dimos a l g u n o s pasos, cuando percibimos tan
cerca el ruido del a g u a , que a p e n a s nos podíamos entender a 1
hablar.
«l> La abadía d e San Benedetto, por su capacidad, podría c o n t e n e r b a s t a t i
Como el rio, que prosigue su curso al salir de Montuiso «iiimero d e mil religiosos.
( 2 ) Nombre q u e Daote dio á s u poema.
hácia Levante, á la izquierda de los Apeninos, llamado Acqua-

(1) Borsiére f u é un caballerode Florencia, d e familia noble, que solia ir « las


cortes de los principes. S e d i c e d e él que e o c o n l r á n d o s e e n Gerona s e l e presento
Herminio Grimaldi, h o m b r e rico y avaro, preguntándole qué pintura r e p o d r í a p o -
n e r á dna s a l a q u e n o s e h u b . e s « visto hasta entonces; y Borsiére l e respondió: «Os
ensenaré una cosa que desconocéis; pintad la liberalidad.»
hablaré yo con éste para que nos proporcione s u s hombros
robustos.»

C A N T O D E C I M O S E T I M O Avancé solo hácia el final del círculo sétimo, en el que yacían


aquellos desventurados. De s u s ojos brotaba el dolor; con s u s
dos m a n o s iban apartando ya los vapores, ya la a r e n a abrasa-
Los poetas salen del circulo sétimo, acompañados por Gerion. dora, asemejándose á los perros que con el hocico v las patas
—Circulo octavo; el de los fraudulentos. perdiguen las pulgas, moscas y tábanos que los devoran en la
estación del Verano.
está la fiera de a c e r a d a cola, que taladra l a s Luego de haber mirado el rostro á varios de aquellos sobre
onlañas y rompe m u r o s y a r m a s ; hé aquí la peste quienes llueve la a b r a s a d o r a llama, sin haber conocido n i n -
I mundo entero.» guno, observé que pendia del cuello de cada uno u n a bolsa de
De esta m a n e r a comenzó á h a b l a r m e mi Maestro, determinado color con cierta marca, y en la que fijaba cada
haciendo una s e ñ a al monstruo para que se aproximase á la uno de por sí su ansiosa mirada (1).
orilla de nuestro s e n d e r o .
Al a p r o x i m a r s e á ellos para examinarlos, vi en u n a bolsa
7 aquel horrible trasunto del F r a u d e se f u é acercando, con
cierto matiz azul, que dibujaba la f o r m a de un león (2).
la cabeza y el cuerpo,sin fijar, sin embargo, su cola en el borde.
Despues, continuando el curso de mis investigaciones,
Su c a r a era la de un h o m b r e justo; su piel e r a m u y fina m a s
vi otra bolsa roja, que ostentaba una oca más blanca que la
el resto del cuerpo era de serpiente. Tenia dos f r a n j a s vellu-
nieve (3).
das que le llegaban al sobaco, y su pecho, costados y espalda
Uno de tantos, en cuya bolsa blanca se observaba u n a gran
estaban llenos de nudos y m a n c h a s redondas. J a m á s se vió
mancha azul (4), me dijo: «¿Qué buscas en este círculo? Vete;
entre los tártaros y turcos tela a l g u n a cuyo derecho y revés
ya que aun vives, has de saber que mi vecino Vitaliano (5)
fuesen de m á s variados y ricos colores, ni los lienzos de A r a g n é
acudirá á sentarse aqui á mi izquierda. E n t r e todos estos flo-
fueron n u n c a más pintados.
rentinos, yo soy paduano, por lo que m e ensordecen gritando:
A imitación de las barquillas que con frecuencia se ven en
«Que venga el soberano caballero que traerá la bolsa con tres
la orilla, metidas mitad en a g u a y otra mitad en tierra, ó como-
picos (6¡.» Despues, torciendo la boca, sacó la lengua, como
el castor se recoje para h a c e r la g u e r r a entre los glotones
un buey al lamerse las ventanas de las narices.
germanos, así se hallaba la fiera horripilante en el borde de
piedra que contiene la a r e n a . Su cola la agitaba en el vacio, Pero temiendo que mi tardanza incomodara á mi guia, que
levantando su encorvada punta llena de veneno como el e s - me habia encargado la presteza, volví la espalda á aquellas
corpión. miserables almas. Ya hallé á mi Maestro que habia saltado á
la grupa de la fiera horrible (7), el cual me dijo «Ahora, sé
Mi Maestro me dijo: «Es necesario dirigirnos a h o r a hácia
valiente y fuerte.
aquell.i bestia feroz, que allí yace recostada.»
Por lo que bajando á la derecha, dimos dos pasos hácia »Unicamente en escalas como ésta se puede descender por
atrás teniendo cuidado de evitar la a r e n a y la llama. Una vez.
cerca de ella, vi algo más allá a l g u n a g e n t e sentada j u n t o al
abismo (1). Mi guia dijo entonces: (1 ) El poeta no los nombra, pero e m p a ñ a s u s e s c u d o s .
( - ) Lo» Guianfigllazzi florentinos,cuyos blasones ó armas eran un león a z u l e n
« P a r a que conozcas perfectamente este círculo, e n t é r a t e c a m p o de o i o .
de su condicion, m a s que sea rápida tu diligencia. M i e n t r a s (3) Los Umbriachi, q u e o s í e n t a n g u l e s y una blanca oca.
(4) Armas de Scravigni d e Padua.
<5) Vitaliano del Dante, grao usurero d e Padua.
(fi) Buiamonte, usurero florentino.
(1) Los usureros.
(7) GerioD, rey d e Ery tia, trasunt o del Fraude. Fué v e n c i d o por Hércules;
aquí. Sube á la delantera; pues quiero estar entre la cola y tú,
para que no recibas daño alguno.» alturas do trazaba rápidos círculos, y despechado va á posar-
A semejanza del calenturiento que tiene las uñas amarillas se lejos de su dueño, así nos dejó Gerion en el fondo del abis-
y tiemblan s u s miembros todos, con sólo mirar la sombra, m e mo junto á un ruinoso peñasco; y al verse desembarazado de
puse yo al oír aquellas palabras; mas sus amenazas me inspi- nuestros cuerpos, como flecha disparada del arco, se alejó.
raron el rubor que alienta á un criado á presencia de un amo
benigno.
Coloquéme sobre sus grandes hombros, con la idea de decir: CANTO DECIMOCTAVO
«Haz por sostenerme,» pero se ahogó mi voz, lo que yo no
esperaba.
El, sin embargo, que ya me había favorecido distintas veces El poeta relata la forma y situación de! circulo octavo,cuy ofon-
ante el riesgo, apenas hube subido, me asió con sus brazos, do se dioide en diez departamentos; en este canto frata sólo
y sosteniéndome, dijo: de dos.—Se clasifica en diez calabozos.—En el primero es-
«Gérion, comienza á marchar; no evites los g r a n d e s rodeos, tán los rufianes y seductores, apaleados por los demonios.—
y haz que sea rápido el descenso: calcula la nueva carga que Halla Dante en él á Caccianimico y á Jason.—En clsequndo
llevas.» están los aduladores y cortesanos, sumidos en un océano de
Como la barca que se aparta de la orilla, empezó á retro- inmundicia.
ceder, y cuando advirtió lo libre de sus movimientos, giró la
cola hácia el pecho, y estirándola, la agitó como una anguila, AY en el infierno un sitio nominado Malebolge, que
atrayendo hácia sí el aire con s u s agudas garras. es de piedra cobriza, como el del circuito que lo
No creo más apurado a Faetón te, al abandonar las riendas encierra (1). En el mismo centro de aquella fúnebre
y abrasarse el Cielo, como aun puede verse, ni al pobre Icaro, llanura se habré un pozo ancho y profundo, del que
oportunamente detallaré la'estructura.
cuando al reblandecerse la cera, sintió que iba á perder sus
alas, y su padre le gritaba: ¡Mal camino llevas! que lo estaba El espacio intermedio entre el pozo y el extremo de aquella
yo cuando me encontré por los aires, sin ver por todas partes irisfe ribera es circular y dividido su fondo en diez valles.
más que la horripilante figura de la fiera. Para la custodia de sus murallas hay infinitos fosos que cir-
Empezó á nadar lenta y pausadamente; despues dio vuel- cunvalan los castillos, que por este medio son más seguros; de
tas, siempre descendiendo, sin que yo lo pudiera notar más la base del monte arrancan grandes peñas que cortan ios fosos
que por el aire que azotaba mis mejillas, y que debajo de y los abismos hasta el foso en que se unen y se pierden.
nosotros gemia. Al apearnos de la grupa de Gerion, nos hallamos en aquel
Al mismo tiempo oí en el abismo un estruendo espantoso tétrico lugar: Mi guia lomó por la izquierda y yo le seguí; á
á mi derecha, tanto, que tuve que inclinar la cabeza y los mano derecha contemplé nuevos objetos de piedad, nuevos
ojos; en aquel instante fué cuando subió de punto mi pánico, castigos y nuevos verdugos que invadían el primer valle.
pues vi fuegos, oí gemidos, y todo convulso me reconcentre Las victimas se hallaban desnudas en el fondo; la mitad de
en mi mismo. ellas so dirigía á nosotros, en tanto que la otra mitad seguía
Del propio modo que antes no veia, notó entonces que des- nuestra misma dirección acelerando el paso.
cendíamos, volteando en torno de agudos dolores, que cada Lo mismo que los romanos, que á causa de la multitud que
vez se nos aproximaban más por todos lados. atraviesa el puente San Angelo en año de Jubileo, adoptaron
Como el halcón, que ha elevado s u s alas por mucho tiem- la medida de que los que se dirigen al castillo, yendo á San
po sin descubrir rastro de ave, y que por fin dice el halco- Pedro, sigan por un lado, y por otro los que se encaminan al
nero: «¡Desciende, pues!» rendido desciende á su voz de las
(1) Malebolge. Fosos m a l d e c i d o s .
Monte Giordano, así vi á uno y otro lado en el negro peñón Yo no soy el solo bolonés que llora aquí; antes los hay en
varios demonios con cuer- este lugar, en tan gran n ú m e r o , como entre el S a v a n a y el
nos y a r m a d o s de g r a n d e s Reno (1). No hay tantas l e n g u a s en este momento que acos-
trallas, con las que azota- tumbren á decir sipa (2); y si de ello te quieres convencer,
ban i n h u m a n a m e n t e por la acuérdate de nuestra sabida avaricia.»
espalda á los infelices con- Y como continuara hablando, un demonio, sacudiéndole un
denados. latigazo, le dijo: «Adelante, rufián, que aquí no hallarás m u -
De tal suerte levantaban j e r e s para vender. •>
los pies al p r i m e r latigazo, R e u n í m e e n t o p c e s á m i guia, y luego dé a n d a r algunos pasos,
que ninguno esperaba el llegamos al sitio donde a r r a n c a b a un peñasco del monte; le
s e g u n d o ni el tercero. Si- cruzamos con brevedad, y girando á mano derecha por la
guiendo mi camino, se fija- peña, nos hallamos fuera de aquel sempiterno recinto.
ron mis ojos en un c o n d e - Al llegar al punto en que se a b r e por debajo para dejar
nado, y desde luego me paso á los condenados, me observó mi Maestro: «Detente, y
dije: «Esta no e s la p r i - haz por ver á estos otros condenados, cuyos semblantes no
m e r a vez q u e le he visto.»
has podido e x a m i n a r porque llevaban nuestra misma direc-
Y me paré para verlo m e -
ción.»
jor ; mi amado Maestro
Desde el antiguo puente vimos la hilera que se dirigía hácia
también se detuvo c o n m i -
go, y hasta me permitió nosotros de la otra parte, la cual e r a igualmente azotada. Mi
q u e retrocediera un poco. Maestro, sin preguntarle, me dijo: «Repara esa gran sombra
que se acerca, y que sin, embargo de su dolor, parece no
El azotado se figuró sus-
e x h a l a r un ay. ¡Qué continente tan noble conserva aun! Es
traerse bajando la
J a s o n , que por prudencia y valor a r r a n c ó el toison á la Col-
c a b e z a , mas no fué
a chida: pasó por la isla de Lemnos, luego que s u s b á r b a r a s
así, y le dije: «Por
m u c h o que incli- mujeres cometieron la vilianía de dar muerte á todos los v a -
nes la vista, si no rones q u e en ella se encontraban. Allí, con su habilidad y dul-
mienten tus faccio- ces palabras, e n g a ñ ó á la bella Hipsipyle, que antes engañó
nes, sabe que eres á sus compañeras. La dejó en cinta, sola y abandonada, c o n -
Yeneaico Cacciani- denándola aquel crimen al torcedor, q u e á un tiempo fué la
mico. ¿Qué delito venganza de Medea (3).
puedes purgar con »Le acompañaron todos los q u e engañan del propio modo,
pena tan cruel?» esto te basta saber respecto á los que son torturados en este
Y á su vez respon- primer valle.
dió: «Con e m p a c h o lo digo, cediendo á tu sonora voz, que me Ya nos hallábamos en el sitio en que un angosto sendero
r e c u e r d a el mundo de otros jiempos. Fui yo quien indujo á la penetra en el foso segundo, y en que un puente se cruza con
preciosa Ghisiola á complacer la voluntad del marqués, á otro. Vimos én el otro ámbito á los que, coléricos é h i r i é n -
pesar de lo que se h a y a dicho respecto á esta historia (1). dose á sí mismos, se lamentan.

(1) Rios de Bolonia.


En vez de ski, sí; los boloneses d i c e n sipa.
(1) Hay quien disculpa á Y e n e d i c o . (3) Medea, á quien Jason abaodonó también.
Están l a s riberas llenas de un moho, producto del vapor de
abajo, que sin cesar fatiga la nariz y los ojos. El fondo es tan
hueco, que fué necesario subir á la c u m b r e del arco, de cuyo
punto domina más el peñasco. Allí en el fondo del foso v i m o s CANTO DECIMONOVENO
mucha gente metida en un estiercol, p a r e -
cido al de las letrinas h u m a n a s .
Calabozo tercero del circulo octavo do están los simoniaeos —
En tanto hacia por penetrar mi vista en Sus cuerpos se hallan hundidos en el calabozo, y sus piernas
el interior, vi una cabeza tan llena de e x - son presas de tas llamas.—En este circulo encuentra el Dante
al papa Nicolás I I I , y recrimina sus obrasí como las de los
cremento, q u e e r a imposible distinguir si otros prelados, aunque otros cronistas pretenden que aquel
pertenecía á clérigo ó á seglar. Dicha c a - pontífice, oriundo de la casa de Orsini, fué un varón diqni-
,J
beza m e gritó: «¿Por q u é te fijas m á s en mi simo.
q u e en los otros desfigurados?»
Yo le contesté: «Porque si mi memoria
es fiel, te he mirado otras veces con la c a - H mago Simón, oh míseros sectarios, a l m a s viles que
beza limpia; tú eres Alejo Interminelli, de prostituís con el oro las cosas de Dios, que debian
Luca; esta e s la razón porque me fijo ser c o m p a ñ e r a s de la virtud (1).
E n la
en ti más que en los otros (l).» orilla y en el fondo vi la piedra lívida, pla-
Entonces, golpeándose la cabeza, gada de a g u j e r o s de la misma a n c h u r a , y todos igualmente
dijo: «Si de este modo estoy sepultado, redondos. Ni me parecían más g r a n d e s ni menos a n c h o s q u e
e s por la adulación perpetua que p r o - los que se hallan en mi hermoso San J u a n , sirviendo de
digó mi labio.» bautisterio (2).
Luego de esto", mi guia me dijo: «Haz Hace años q u e rompí uno, porque un niño estaba a h o g á n -
de suerte, que adelantando la cabeza, dose en él: ojalá sirva esto para desengaño de todos (3).
veas la faz de aquella sucia eselava Por la boca de cada uno de aquellos a g u j e r o s asomaban los
desgreñada, que se destroza con s u s u ñ a s repugnantes, y que piés y piernas de un pecador, y el resto del cuerpo permane-
ya se encoge, ya se endereza. cía dentro. Como los piés arrojaban llamas, se sacudían con
«Es la cortesana Thais, q u e cuando su a m a n t e le dijo: tal violencia las j u n t u r a s , que eran capaces de romper cuerdas
«¿Tengo m u c h o s méritos á tu vista?» le respondió: «Maravi- y lazos. Como la llama de los objetos que encierran g r a s a sube
llosos.» á la superficie, así aquella llama permanecía fija en las plantas
«Que queden saciadas aquí n u e s t r a s miradas.» de los piés.
«Querido Maestro, le dije: ¿Quién es aquel que furioso se
agita más que los otros, y en el que la llama se ceba con m á s -
(1) Espléndido y liberal caballero, pero según Dante, un gran adulador. fuerza?»
«Si desciendes á la parte inferior de la ribera, me c o n -
testó, s a b r á s s u s delitos por él y los de los demás.»

(1) En las Actas hay escrito, que i l mago Simon d e Samaria ofrecio dinero á san
I edro para que le vendiera el don de h a b l a r t o d o s l o s idiomas y hacer milagros y
que fué maldecido por los apóstoles; los simoniaeos son a q u e l l o s que negocian con
lascosas espirituales.
*2> San Giovani, bautisterio en Florencia.
(3) Cuando Dante rompió el cobertor d e l bautisterio, fué acusado de sacrilego
A lo que observé: «Con gusto h a r é cuanto m e digas; eres soportar él este acerbo dolor, porque llegará luego de él y de
mi guia y Maestro, y no me aparto de tu voluntad; tú sabes la parte de Occidente, encorvado por s u s crímenes, un pastor
hasta lo m á s recóndito.» sin ley (1), á quien corresponderá cubrirme. Será otro Jason,
Ascendimos entonces á lo más elevado de la c u a r t a c a l - semejante al del libro de los Macabeos, y como su rey fué
zada, y dando la vuelta, declinamos por la izquierda al débil para éste, también lo será el de Francia para con el
fondo del angosto foso en que estaban los agujeros. Mi buen otro.»
Maestro no se apartó de mi lado hasta conducirme al a g u j e r o
No sé si estuve algo duro, pero le respondí de este modo:
de aquel que parecia más torturado. «Dime, sin embargo, ¿qué tesoro exigió Dios á san Pedro
«¡Ay cualquiera que seas, tú que tienes la cabeza hacia el para poner en su poder las llaves?» «No le pidio nada, y sólo
suelo y los pies en el aire, alma desgraciada: tranquilízate si le dijo: «Sigúeme.»
te e s dado (1).»
Ni Pedro ni los otros quitaron su oro á Matías al elevarlo
«Mi posicion e r a la de un religioso que confiesa al inicuo al puesto vacante por la traidora alma (2).
asesino que, estando perdido, le llama á sí para evadir la
muerte.» «Quédate aquí, pues, ya que tan justo h a sido tu castigo,
, y conserva tu mal adquirido dinero, que tan atrevido te hizo
A su vez, exclamó: «Bonifacio, ¿estás aquí ya (2)? Hace
contra Carlos (3). Y si no fuera por el respeto á las soberanas
m u c h o s años que ha dejado de cumplirse la profecía. ¿Tan
llaves que g u a r d a s t e en la dulce vida, usaría contigo de tér
pronto te han cansado aquellos bienes por los q u e te a t r e -
mmos más duros, porque el mundo se horroriza al contem-
viste á casar por el fraude con la ilustre dama y ultrajarla (3)?» plar vuestra avaricia, que h u n d e á los buenos y ensalza á los
Me quedé como los q u e se ruborizan de ignorar lo q u e se malos.
les pregunta y no pueden responder.
»Pastores, el Evangelista os vió al considerar á la que se
Virgilio dijo entonces: «Dile pronto, «no soy aquel, ni soy
sienta sobre las a g u a s , prostituida ante los reyes, á la que vino
el q u e tu eres;» yo obedecí. Por lo que el espíritu, crispando
al mundo con siete cabezas, y extrajo su fuerza de s u s diez
s u s dos piés y dando un lánguido suspiro, me dijo con acento
cuernos, en tanto que su virtud plugo á s u esposo. Os conver-
quejumbroso: «¿Que pides, pues?
tisteis en dioses del oro; sólo existe entre el idólatra y vos-
»»Si quieres saber quién soy, hasta el punto de h a b e r venido otros la diferencia de que él adora á uno y vosotros adorais á
por ello salvando estas breñas, sabe que fui revestido con el millares.
g r a n manto, que verdaderamente fui hijo de la Osa (4), y tan
. »¡Oh Constantino! ¡Cuántos males trajo, no tu conversión,
concupiscente, q u e con objeto de criar lososesnos, g u a r d é
sino la renta que de tí recibió el primer papa opulento!»
todo el oro de la tierra en mis a r c a s , y yo mismo me metí en
\ en tanto le cantaba yo estas notas, no sé si por la rabia
la de aquí abajo (5).
ó por el remordimiento, súbito sacudió convulsamente s u s
»Debajo de mi cabeza están los demás simoniacos que m é l
piés. Creo que mi g u i a me oyó complacido, pues escuchaba
precedieron, enterrados en esta grieta de piedra. Yo caeré en ;
: con satisfacción mis sinceras frases. Así pues, me abrazó y
ella cuando llegue aquel por quién te tomé, al dirigirte mi :
al apretarme, tornó á subir por el camino que antes d e s c e n -
s ú b i t a p r e g u n t a . Mas desde que mis piés arden y me veo en
diéramos, y no dejó de estrecharme contra su pecho h a s t a
e s t a triste postura, ha pasado más tiempo del que tendrá que
i 1 <|ue llegamos á lo encumbrado del puente, que m a r c h a de la
H cuarta á la quinta calzada.
(1) La sombra d e l papa Nicolás III, de la casa de Orsini, e l e c l o en 1277.
(2) Bonifacio VIII, falleció e n 1303. I
(3) La iglesia.
p r r
(i) S e reflere a Orsini, nombre de su familia. j g . f c g i r a L r r s r - "°r de " " r i H f
, (2) Judas, reemplazado por Matías.
(5) En los f o s o s titulados de MaUbolge.
13) Carlos I, rey de Pulla, p r o c e n d e n t e d e la casa de Francia.
Allí dejó s u a v e m e n t e su carga sobre el duro y escabroso rao (1), ¿dónde caes? ¿por qué a b a n d o n a s la guerra?» Y él no
peñasco, q u e aun era para cabras ruin sendero. paró de caer en el abismo, hasta que hubo ¡legado á Minos,
Desde allí se descubría un nuevo valle. q u e asió á todos los culpables.
»Ye s u s hombros convertidos en pecho; por haber mirado
harto pronto hácia adelante, a h o r a m i r a hácia a t r á s y sigue
una m a r c h a retrógrada.
CANTO VIGESIMO »Mira á Tiresias, q u e cambió de aspecto, al trocarse de
varón en h e m b r a , transformado de los piés á la cabeza,
teniendo que vencer con su vara á las dos serpientes unidas,
Tercer calabozo del circulo octavo, donde están los adivinos.—| antes de recuperar el pelo viril (2).
Van Hacia atrás con ta cara vuelta á la espalda.—Teresias,, »El q u e anda tras su vientre es Aron (3); en los montes
Arona y Manto Tebana, que cuenta á Virgilio el origen y de Luni, cuidados por el c a r r a r é s que m o r a á su pié, tuvo de
nombre de Mantua.—Eurypiles-, Miguel Scott, Guido Bo- los mármoles blancos la cantera por vivienda, sin q u e desde
natti.—A mbos poetas continúan su viaje. aquel punto limitase nada su vista al contemplar el Océano
y las estrellas.
»Y la que con s u s trenzas sueltas se c u b r e el seno que ver no
j U s versos deben c a n t a r aquí un nuevo suplicio. El
puedes; y tiene en el otro lado la piel velluda, fué Manto (/#),
[lUí v ' g ¿ s ' m 0 canto será objeto del primer cántico, q u e
que recorrió varios países, h a s t a fijarse en el que yo nací; por
se refiere á los condenados.
lo que me complacerás en e s c u c h a r m e .
• ;.••' Ya me preparaba á contemplar la extensa llanura
»Luego que su padre dejó la vida y la ciudad de Baco (5),
que tenia á la vista, roseada de angustiosas lágrimas, cuando
fué sumida á la esclavitud, y recorrió ella el mundo por largo
vi venir, gente por el valle, llorando en silencio; iban con pas
tiempo.
mesurado, como las procesiones por el mundo. Al mirarlo
más cerca, me pareció que todos aquellos condenados estaban »Allá arriba, en la preciosa Italia, existe un lago cerca de
torcidos de una m a n e r a particular, desde la barba al tórax; los Alpes que ciñe la Alemania hácia la parte del Tirol, llama-
El rostro lo tenian inclinado hácia los lomos, y no podian do Benaco. Tengo entendido que mil corrientes, y aun más,
a n d a r sino hácia a t r á s , pues habían perdido la facultad de aumentan entre Garda, Val-Camon ica y el Apenino, el agua
m i r a r por delante. que reposa en aquel magnífico lago.
Tal vez un hombre pueda quedar así por efecto de paráli- »En el centro se ve un punto desde el que el pastor de
sis, pero j a m á s lo he visto ni puedo llegarlo á creer. ¡Oh lec- Trento y los de Brescia y Yerona, podrían dar las bendiciones
tor! Si Dios permite que saques algún fruto de esta lectura,- y seguir aquel camino. En la parte más baja tiene su asiento
calcula por tí si mis ojos podian permanecer enjutos, cuand Pesehiera, g r a n fortaleza, suficiente á cobijar á los habitantes
vi de tan cerca nuestra cara torcida h a s t a el extremo de cor- de Brescia y Bérgamo. Allí precisamente cae todo lo que no
rer las l á g r i m a s por la canal de la espalda.
Entonces he de confesar que verdaderamente lloré, apo-
(1) Anfiarao, uno d e los r e y e s q u e sitiaron á Tebas. Predijo que moriría en
yado en una peña de la áspera montaña, y mi Maestro m «n aquel sitio, y e f e c t i v a m e n t e , s e abrió la tierra en lo más fuerle del combate,
dijo: «¿Eres también tú de los insensatos?» Aquí m o r a la pie y lo tragó con >-u carro.

dad cuando se ha muerto enteramente. ¿Hay mayor crimen Tirosíasse volvió teb3no. Vid. Ovid. Metam. Lib. III.
(3J Aron s e volvió toscano Vid. I.ucano. Farsalia, P. 1.
que enternecerse por los actos de la Justicia divina? (i; Manto, maga, hija de TiresOs. Muerto su padre, abandonó su país por
»Alza la cabeza y observa á aquel, por. el que se abrió libertarse d e la tiranís d e Creon; luego de haber ido errante m u c h o tiempo, Uego
á Italia. Tu vo de Tiberino á Ocno ó Bianor. q u e fundó á Mantua
a tierra á vista de los tebanos, cuando gritaban: «Anfia- (5) Tebas.
cabe en el seno de Benaco, formándose un rio que baja por »Observa las desgracias que echaron á un lado la a g u j a ,
medio de verdes prados. Desde que e m p r e n d e su curso la cor- la lanzadera y el huso, p a r a h a c e r s e adivinas, y que efec-
riente, ya 110 se llama Benaco, y si Mincio, basta Goberno, de tuaron maleficios, ya con yerbas, ya con imágenes.
donde Baja el Pó. »Mas ven, porque ya el astro en que se descubre á Cain y
»A corta distancia e n c u e n t r a una llanura en la que se espar-
los zarzales, invaden los límites de ambos hemisferios, y toca
ce y estanca, haciendo que el verano sea novicio á la salud. Al
el m a r por la parte baja de Sevilla.
c r u z a r por alli la esquiva virgen, vió sin cultivo y sin m o r a -
»En la postrera noche era redonda la luna; ya te a c o r d a -
dores la pantanosa tierra, detúvose con s u s esclavos para
rás que no te enojó siempre en la selva.»
precaver todo h u m a n o consorcio y practicar s u s sortilegios,
Así me hablaba, mientras seguíamos n u e s t r a m a r c h a .
donde vivió y murió.
»Entonces todos los hombres que dispersados vagaban por
su contorno, se reunieron en aquel sitio, defendido por todos
lados por la laguna; alzaron una ciudad cimentada sobre C A N T O V I G E S I M O P R I M E R O
los huesos de la difunta y le pusieron el nombre de la primera
moradora, ó sea Mantua, sin otro motivo. Sus habitantes fue- •
ron mucho m á s n u m e r o s o s antes que Casadoli fuese víctima Foso quinto del circulo octavo, en el que moran los que hicie-
de la falacia de P i n a m o n t e (1). ron comercio de la justicia.—Están sumidos en un lago de
pez hirviendo. — Los demonios armados con arpones, se
»Te hago estas declaraciones para que no ignores el origen, arrojan con furia contra los poetas; pero á una orden del
de mi patria.» que los manda, les dejan franco el paso — Infierno bufo.
A mi vez le dije: «Maestro, tan luminosas son tus palabras, ;
y de tal m a n e r a absorben mi alma, q u e todas las demás son
ligeras .pavesas de carbón. Mas dime si entre las s o m b r a s q u e E puente en puente, y tratando de varias cosas que
avanzan hay alguna digna de atención, porque esta idea es la mi lira no piensa cantar, íbamos avanzando ; ya
que ahora me domina.» g¡ F^C/- estábamos en el foso quinto, cuando p a r a m o s para
contemplar la otra hendidura de Malebolge y oír
Y me contestó: «Aquel cuyas barbas van á posarse á s u s
vanos lamentos; estaba visiblemente oscura.
atezados hombros, cuando la Grecia carecía de varones, p u e s i
Como hierve la pez en el invierno en el arsenal de Venecia.
apenas si los h a b í a en las cunas, fué A u g u r y dió con Calcas- ¡
para r e p a r a r las averias de los buques inútiles, y en el q u e
en Aulide la seña p a r a cortar el primer cable. Se llamó E u r i -
tan fácilmente se construye uno nuevo, como se calafatean
piles, y así lo canta mi tragedia en algún punto; no lo ignoras,,
los lados de otro que ha viajado mucho, y donde unos g o l -
tú que la sabes de memoria.
pean la popa, otros la proa, en tanto que otros hacen los
»El otro que tiene tan huecos s u s costados, fué Miguel
remos, tuercen los obenques y preparan la mesana.
Scott, que supo con certeza la combinación de los f r a u d e s
mágicos (2). Asi, no por la influencia del fuego, sino por la de la divina
»Mira á Guido Bonalti (3), á Asdente (4), que desearía voluntad h e r v i a e n el fondo del hoyo una espesa materia, que
a h o r a no h a b e r abandonado s u s cabos y cueros; pero es íardio- embadurnaba el borde por u n a y otra parte.
su arrepentimiento. Yo la contemplaba, m a s sólo veia el borboton que el h e r -
vor levantaba, el cual iba creciendo y dilatándose, p a r a caer
'IJ P i m m o n l e d e Bjfiacorsi rogó á Casadoli que desterrase ¿ m u c h o s nobles aplastado de nuevo.
que teroia. y coa f a c i l i d a i derribo l u e g o al eré lulo c o n d e de Mantuj.
i2) Scott, a s t r ó n o m o d e Federico II. emperador.
Yo estaba absorto contemplando el fondo, cuando me dijo
(3) No h a c i a n a d a e l c o n d e G u i d o M o n t e f e l t r o sin c o n s u l t a r l o c o n é l . mi Maestro: «Ten precaución;» y me llevó hácia su lado,
(4) Zapatero y astrólogo d e Parraa. a r r a n c á n d o m e del sitio en que me hallaba.
cabe en el seno de Benaco, formándose un rio que baja por »Observa las desgracias que echaron á un lado la a g u j a ,
medio de verdes prados. Desde que e m p r e n d e su curso la cor- la lanzadera y el huso, p a r a h a c e r s e adivinas, y que efec-
riente, ya 110 se llama Benaco, y si Mincio, basta Goberno, de tuaron maleficios, ya con yerbas, ya con imágenes.
donde Baja el Pó. »Mas ven, porque ya el astro en que se descubre á Cain y
»A corta distancia e n c u e n t r a una llanura en la que se espar-
los zarzales, invaden los limites de ambos hemisferios, y toca
ce y estanca, haciendo que el verano sea novicio á la salud. AI
el m a r por la parte baja de Sevilla.
c r u z a r por alli la esquiva virgen, vió sin cultivo y sin m o r a -
»En la postrera noche era redonda la luna; ya te a c o r d a -
dores la pantanosa tierra, detúvose con s u s esclavos para
rás que no te enojó siempre en la selva.»
precaver todo h u m a n o consorcio y practicar s u s sortilegios,
Así me hablaba, mientras seguíamos n u e s t r a m a r c h a .
donde vivió y murió.
»Entonces todos los hombres que dispersados vagaban por
su contorno, se reunieron en aquel sitio, defendido por todos
lados por la laguna; alzaron una ciudad cimentada sobre C A N T O V I G E S I M O P R I M E R O
los huesos de la difunta y le pusieron el nombre de la primera
moradora, ó sea Mantua, sin otro motivo. Sus habitantes fue- •
ron mucho m á s n u m e r o s o s antes que Casadoli fuese víctima Foso quinto del circulo octavo, en el que moran los que hicie-
de la falacia de P i n a m o n t e (1). ron comercio de la justicia.—Están sumidos en un lago de
pez hirviendo. — Los demonios armados con arpones, se
»Te hago estas declaraciones para que no ignores el origen, arrojan con furia contra los poetas; pero á una orden del
de mi patria.» que los manda, les dejan franco el paso — Infierno bufo.
A mi vez le dije: «Maestro, tan luminosas son tus palabras, ;
y de t a ' m a n e r a absorben mi alma, q u e todas las demás son
ligeras .pavesas de carbón. Mas dime si entre las s o m b r a s q u e E puente en puente, y tratando de varias cosas que
avanzan hay alguna digna de atención, porque esta idea es la mi lira no piensa cantar, íbamos avanzando ; ya
que ahora me domina.» g¡ F^C/- estábamos en el foso quinto, cuando p a r a m o s para
contemplar la otra hendidura de Malebolge y oír
Y me contestó: «Aquel cuyas barbas van á posarse á s u s
vanos lamentos; estaba visiblemente oscura.
atezados hombros, cuando la Grecia carecía de varones, p u e s i
Como hierve la pez en el invierno en el arsenal de Venecia.
apenas si los habia en las cunas, fué A u g u r y dió con Calcas- ¡
para r e p a r a r las averias de los buques inútiles, y en el q u e
en Aulide la seña p a r a cortar el primer cable. Se llamó E u r i -
tan fácilmente se construye uno nuevo, como se calafatean
piles, y así lo canta mi tragedia en algún punto; no lo ignoras,,
los lados de otro que ha viajado mucho, y donde unos g o l -
tú que la sabes de memoria.
pean la popa, otros la proa, en tanto que otros hacen los
»El otro que tiene tan huecos s u s costados, fué Miguel
remos, tuercen los obenques y preparan la mesana.
Scott, que supo con certeza la combinación de los f r a u d e s
mágicos (2). Asi, no por la influencia del fuego, sino por la de la divina
»Mira á Guido Bonalti (3), á Asdente (4), que desearía voluntad h e r v i a e n el fondo del hoyo una espesa materia, que
a h o r a no h a b e r abandonado s u s cabos y cueros; pero es í a r d i o embadurnaba el borde por u n a y otra parte.
su arrepentimiento. Yo la contemplaba, m a s sólo veia el borboton que el h e r -
vor levantaba, el cual iba creciendo y dilatándose, p a r a caer
'IJ P i m m o n t e d e Bjfiacorsi rogó á Casadoli que desterrase á m u c h o s nobles aplastado de nuevo.
que l e m i a . y coa f a c i l i d a i derribo l u e g o al eré lulo c o n d e de M a n t u i .
i2) Scott, a s t r ó n o m o d e Federico II. emperador.
Yo estaba absorto contemplando el fondo, cuando me dijo
(3) No h a c i a n a d a e l c o n d e G u i d o M o n t e f e l t r o sin c o n s u l t a r l o c o n é l . mi Maestro: «Ten precaución;» y me llevó hácia su lado,
(4) Zapatero y astrólogo d e Parraa. a r r a n c á n d o m e del sitio en que me hallaba.
En aquel entonces me volví cual h o m b r e q u e anhela ver Se hundió el pecador y no tardó en s u b i r completamente
aquello de lo que debe alejarse, y que s e halla sobrecogido manchado, pero los demonios que se refugiaban en el puente,
de súbito miedo, y que por ver no retarda su partida; e n t o n - gritaron: «Aquí no se trata de la s a n t a Faz (1).
ces pude ver que detrás de nosotros venia al galope por el »El nadar de aquí e s muy diferente al del Serchio (2). Si
puente, un diablo negro. quieres precaverte de n u e s t r o s rasguños, no rices la flor de la
¡Cuándo horrendo y feroz era s u aspecto, y qué a m e n a z a - pez.»
dores me parecían s u s gestos, cuando venía hácia mi con las Despues lo cogieron con más de cien arpones, diciendo:
alas abiertas y ligero paso! «Es necesario que bailes aquí á cubierto, y si prevaricas s i -
En su abultada espalda llevaba un pecador, y lo tenia asido quiera será oculto.»
por el nervio del pié. De igual suerte lo ejecutan los cocineras para h u n d i r con
Al llegar á nuestro puente, ¡dijo: «¡Oh Malebranche! ¡1) Aquí los tenedores los pollos que no quieren que sobrenaden en el
está uno de los antiguos de Santa Cila (2); colocadle debajo, caldo.
que yo me vuelvo aun á la tierra en que tantos hay. No; se Mi guia me dijo: « P a r a evitar tu presencia, a m p á r a t e de
una roca que te oculte.
»No temas nada, cualquiera q u e sea la ofensa q u e me p u e -
dan inferir, pues ya es la segunda vez que me hallo en esta
contienda.»
Acabó luego de pasar el puente, necesitando de toda la
serenidad q u e en su aspecto revelaba al llegar á la ribera
sexta.
Con el ímpetu que se a r r o j a n los perros sobre el infeliz que
pide socorro á la casa en que se pára, treparon los que e s t a -
ban debajo del puente, y volvieron s u s aguzados garfios con-
tra mi Maestro, q u e gritó: «¡Qué nadie me toque!
»Primero que me alcancen vuestras horcas, que se a d e -
lante uno, q u e me oiga, y q u e luego pregunte si debe ser per-
donado.
A lo que todos dijeron: «Anda, Malacoda (3).» Uno de ellos
se aproximó, en tanto los d e m á s permanecieron inmóviles, y
al llegar, exclamó: «¿En qué te puedo servir?»
«¿Te figuras Malacoda, que me c o n t e m p l a r í a s sano y salvo
halla hombre allí que sea bueno, á excepción de B o n t u r o i3); aquí, sin embargo de vuestras a r m a s , dijo mi guia, si no f u e r a
por dinero allí, lo blanco se hace negro.» por la divina voluntad y el próspero deslino? Consiénteme el
Lo arrojó al fondo, y retrocedió por el duro peñasco, c o r - paso, porque en el Cielo se ordena q u e muestre á otro ese
riendo m á s que mastín suelto persiguiendo á un ladrón. salvaje camino.»
De tal m a n e r a quedó vencido entonces el orgullo del demo-
(1) Malebranche, malditas garras— Vombre usual de l o s d e m o n i o s del foso
quinto, do están los q u e han traficado con la justicia, los q u e d i c e Grangier q u e
t i e n e n garras d e L?on. (1) La santa Faz, imagen d e Jesucristo, p e r t e n e c i e n t e á N'icodemus su d i s -
(4) Sania Cila o la ciudad d e Luca, d o n d e s e venera d i c b a s a n t a . cípulo, y q u e muestran l o s l u c a n o s e n l a i g l e s i a d e S a n i l a r l i n .
(3) Cruel ironía contra aquel Bonito Bonturo, de la familia Daiti, tenido por e l (2) Serchio, rio que baña las c e r c a n í a s de Luca.
h o m b r e más venal de l a c i j d a d de Luca. (3) Objeto maldito.
nio, q u e la horca cayó á s u s piés, y dijo á s u s c o m p a ñ e r o s :
«Sin embargo, si quereis pasar m á s adelante, dirigios por
«Marchemos; q u e no se le toque.»
esa roca escarpada, cerca de ella hay otro puente por el q u e
Y mi Maestro se dirigió á mi: «Tú, que tan oculto estás e n -
podéis a t r a v e s a r .
tre las rocas, ven a h o r a á mí sin cuidado.»
»Mil doscientos setenta y seis años hizo h a y e r , cinco h o r a s
Por lo que en el momento fui á r e u n i r m e con él; los d e m o -
despues de la presente, que quedó interceptado este camino (1).
nios avanzaron también, tanto, que llegué á temer faltasen á
lo tratado. »Envío allí á varios de los mios para que observen si alguno
saca la cabeza al aire: marchad con ellos, pues no os c a u s a -
Temblé como en cierta ocasion vi temblar á los que por vir-
rán el menor daño.
tud de un tratado salían de C a p r o n a ( t ) , al verse rodeados de
multitud enemiga. »Adelante, Alichino (2) y Calcabrina, comenzó á decir, y tú
también, Cognazzo; Barbariceia dirigirá la decena.
»Vengan además Libicocco y Draghinazzo, Ciriatto, el de
los g r a n d e s colmillos; Gratficanne, Farfarello y el loco R u b i -
cante.
»Buscad alrededor de la hirviente liga; que lleguen salvos
esos dos hasta el puente entero que lleva el foso.»
«¡Oh Maestro! dije yo entonces, ¿qué es lo que estoy viendo?
si es que tú conoces el camino, m a r c h e m o s solos, sin esa escol-
ta, que por mi parle no la necesito.
»Sé prudente cual acostumbras. ¿No ves cómo rechinan los
dientes y nos amenazan con su ademan?»
Y me respondió: «No quiero que te amedrentes; déjalos que
castañeteen con s u s dientes. Solo lo hacen por los infelices
que aquí hierven.»
Se lanzaron por el camino de la izquierda, no sin haber
apretado antes s u s lenguas e n t r e los dientes, como m u e s t r a
de inteligencia con su jefe.
Me aproximé cuanto pude á mi Maestro sin desviar la vista El cual hizo trompeta de su ano.
del rostro de aquellos que nada bueno presagiaban, puesto
que disponían s u s garfios: «¿Quieres que le toque con el
arpón?» dijo uno de ellos á otro; y contestaron todos: «Sí, O ) Porterremoto acaecido cuando la m u e r t e <lpJe>ñs.
planiamolo.» (2) Alichino, q u e obliga á inclinar á los demás.—Cagnazzo, perro m a l v a d o
—Harbariccia. barba erizada.—Libicocco, d e s e o voraz —Calcabrina, q u e pisotea e l
Mas el demonio que habia hablado con mi guia, súbito se
rocío, ó sea la divina g r a c i a . - G r a f f i c a n n e , perro que araña.-Farfarello, charlatán.
voi vio diciendo: «Poquito á poco, Scarmiglione (2). —Rubicante, inflamado. Estos eran los nombres que les da Landino.
Üespues se dirigió á nosotros, diciendo: «Dad más rodeo;
no podéis seguir por esa peña, porque el arco sexto yace hecho
trizas en el fondo.

O ) Caprona, fortaleza d e los písanos en la ribera del Arno, d e la q u e s&


hicieron dueños los lucanos, y por capitulación devolvieron á tos písanos.
(2; Que arranca los cabellos.
ximo, lo e n g a n c h ó por los cabellos y lo sacó f u e r a como s i s e
tratara de una nutria.
Yo sabia los n o m b r e s de aquellos demonios por haberlos
C A N T O V Í G E S I M O S E G U N D O oído n o m b r a r al ser escogidos.
«Rubicante, plántale tu horca por la espalda; desuéllalo »
voceaban aquellos maldecidos.
J rosecuciondel foso quinto.—Hallan los poetas á Giampolo,
ministro del rey Teobaldo, que comerció con el fabor de su Entonces dije á mi g u i a : « P r o c u r a indagar, si puedes,
dueño.—Incentiva de Giampolo para precaverse de los gar- quién es el infeliz caído en las g a r r a s de s u s enemigos.»
fios de los demonios.—Caen riñendo dos demonios en la' pez Mi Maestro le interrogó de dónde era, y le contestó: «En
hirviendo.
el reino de N a v a r r a tuve mi cuna (1).
»Mi madre me acomodó en casa de un noble; m e tuvo por
o había visto m a r c h a r varios ginotes, trabar comba- un disipador que habia consumido su salud y su fortuna- m á s
te, batirse, y á veces emprender la retirada. tarde t u v e el favor del rey Teobaldo, é hice comercio con los
Ilabia presenciado el hacer excursiones á vuestra empleos y honores, cuyo crimen expío en este caldo volcá-
patria, moradores de Arezzo, y devastarla casi por nico.»
completo; habia visto luchar en justas y torneos, ya al eco
Ciriato, al q u e le a s o m a b a un colmillo por cada lado de la
de las trompetas, ya al tañido de las c a m p a n a s , como al son
boca, como á ios jabalíes, le hizo conocer cuán terribles eran
de los tambores y otros bélicos instrumentos, con todo el a p a -
aquellos colmillos.
rato consiguiente.
También acudió el ratón entre aquellos malos gatos, m a s
Pero j a m á s ningún instrumento de aire tan raro habia vis-
Barbariccia lo cogió y dijo: «Estate aquí en tanto le 1planto
to indicar m a r c h a á infantes ni á'ginetes; nunca en los m a r e s los garíios.»
sirvió de guia á ningún buque faro parecido.
Y dirigiéndose á mi guia, le dijo: «Pregúntale si a l g u n a
Nosotros íbamos detrás de los diez demonios (¡qué terrible cosa más deseas antes de descuartizarlo.»
compañía!), pero debí h a c e r m e cargo de que en la iglesia con
los santos, y en la hostería con ¡os glotones. Mi Maestro: «¿Conoces entre los condenados sumidos en
la pez algún latino?» A lo que respondió: «Acabo de s e p a -
A pesar de todo, mi imaginación se preocupaba para
r a r m e de uno que fué vecino de Italia. ¡Ah, si estuviese oculto
investigar todos los rincones del foso, y de los que en la pez
como el, no temería las g a r r a s y los garfios!»
ardian.
Libicocco exclamó entonces: «Harta es nuestra paciencia;»
A semejanza de los delfines, cuando f o r m a n d o arco, saltan y con su arpón le a g a r r ó los brazos, a r r a n c á n d o l e el antebrazo
del a g u a y dan seña á los m a r i n e r o s para q u e salven su del primer golpe.
embarcación. Draghignazzo pretendió cogerle por las piernas, mas s u
Así varios condenados, para dar alivio á su padecer, a s o - decurión se volvió hácia ellos con indignados ojos.
maban la espalda, y súbito la volvían á ocultar. Al ver mi guia q u e se habian calmado los ánimos, preguntó
Y como en la laguna tienen la cabeza á ílor del agua, e s c o n - presuroso al infeliz herido:
diendo el resto del cuerpo, permanecían allí los pecado- «¿Quién es aquel de quien en h o r a m e n g u a d a te separaste
res asomando también s u cabeza: mas tan pronto como se para venir á la orilla?» Y contestó: «Es el h e r m a n o Comité,
•aproximaba Barbariccia, se s u m e r g í a n veloces en la ardiente gobernador de Gallura, fiera de indignidad, que se apoderó
pez. de los adversarios de su maestro, y se compuso de suerte que
Aun siento mi corazon lleno de horror al recordar que vi todos le rindieron alabanza.
á uno que tardó en ocultarse, como acontece á las r a n a s m á s • **"" * £
UM
perezosas, cuando Grafficanne, que era el que tenia más pro- . ... i « • U Q f f c j uarvEiSíTáfiii
m
(1) tEra Giampolo o Ciampolo. u

ALFONSO OYES"
»Cogió el oro y Ies dió libertad, según él lo confiesa, y en
Así que desapareció el prevaricador, giró s u s g a r r a s c o n -
los d e m á s cargos q u e ejerció no fué un mediocre, sino un
tra su compañero,'y se las hundió en el cuerpo sobre la misma
completo prevaricador.
superficie del estanque.
»Está muy unido á él I). Miguel Sancho de Logodoro, sin
q u e se vean h a r t a s s u s lenguas de hablar de Cerdeña.
»¡Oh! ved cómo r e c h i n a los dientes aquel; temo que se pre-
p a r e á herirme.»
Pero el capataz de los demonios miró á Garfarello, que
g i r a b a su vista de una á otra parle, queriendo darle martirio,
y le dijo: «¡Quítate de ahi, alimaña!»
«Si deseáis ver á algunos lombardos ó toscanos, observó
despues la a t e r r a d a s o m b r a , los h a r é llegar.
»Mas, q ue so desvien un tanto las crueles g a r r a s , para que
no teman el castigo; yo mismo sentado en este lugar, sin
embargo de estar solo, h a r é que vengan siete de ellos, sólo'
con silbar, como acostumbramos cuando algún condenado
asoma la cabeza.» A esta frase levanté el hocico Cagnazzo, y
moviendo la cabeza, dijo: «¿Veis la nueva traza que ha inven-
tado para penetrar n u e v a m e n t e en el estanque?»
Entonces la sombra que tenia muchos lazos tendidos, r e s -
pondió: «Efectivamente me doy trazas para exponer así á mis
compañeros a tormentos mayores.»
No le hizo n i n g u n a resistencia Alichino; y en oposicion Mas este gavilan valiente hizo uso de las suyas, y los dos
notoria contra ios demás, le dijo: «Si te echas á la pez, no te cayeron en la a b r a s a d o r a pez.
seguiré yo de ningún modo, pero me cerneré por la s u p e r f i -
Poco tardó en separarlos el calor, pero no les f u é dado
cie. Vé, déjanos la altura y el borde por custodia, para poder levantarse por hallarse s u s alas completamente e m b a d u r n a d a s
contemplar si tú solo vales m á s que todos nosotros.»
Irritado Barbariccia como todos los suyos, hizo que vola-
El n a v a r r o estuvo acertado en s u s operaciones; fijó los sen h a s t a cuatro á la otra parte con s u s horcas, sin perder un
piés en tierra, y arrojándose súbitamente de un salto, sé puso instante.
á cubierto de s u s nefandos designios.
Despues que hubieron declinado hasta el sitio, alargaron
Los demonios se quedaron cariacontecidos al ver su t o r - los garfios á los dos diablos caidos en la pez, que ya se halla-
peza, especialmente el que fué c a u s a de la desgracia, por lo ban casi abrasados.
q u e diciendo «te tengo» se lanzó al estanque.
Nosotros les dejamos riñendo todavía.
Mas en vano, s u s alas no pudieron a v e n t a j a r en destreza
á las del miedo; el uno penetró en la pez, mientras el otro se
detuvo en la superficie, remontándose por el aire.
Cual se zambulle el pato al acercarse el halcón, sin q u e
le quede á éste otro medio que retroceder fatigado y mohíno.
Ciego de cólera, al verse burlado Calcabrina, voló tras el
demonio, anhelando vivamente que ia s o m b r a escapase, p a r a
e n c a u s a r l e de querella.
gadas alas avanzar hácia nosotros, y a l a r g a r s u s garras" p a r a
cogernos, tan pequeña era la distancia que nos s f p a r á b a
C A N T O V I G È S I M O T E R C E R O
Instantáneamente mi g u i a me tomó, como madre q u e d e s
co g ° " ' b f " a r ^ , , a m a S C 6 r C a d e »'braza
Sexto foso del circulo octavo; el de los hipócritas.— Vagan in- a su hijo con ambos brazos y h u y e presurosa, p e n s a n d o
clinados,, bajo la prisión de una plancha de plomo.—Hallan
P
en él los poetas á Catalano y Loderingo de Boleña. desnuda ^ ? f f ^ -bargo ¿ L a ^
Dejóse resbalar de lo alto de la calzada; volviendo la espal-
Jipll1 ILENCIOSOS, solos y sin escolta m a r c h á b a m o s el u n o da a la roca escarpada que cierra un lado del otro círcuto
tras el otro, á imitación de los frailes menores. M a g u a que hace d a r vueltas á la rueda de un molino" e s '
a terca
^ ° q u e habíamos visto me recordaba la
' menos veloz que lo fué en su evasión mi querido Maestro
' vf fábula de Esopo, en que se habla de la r a n a y el = d „ t r a s u pecho, más bien que L i o un a m ^
ratón.
Las palabras mo é isa me parecían no estar m á s relacio- tOCar
T n J M p , a n t a s e I S U e , ° d e l a b i s m o pro-
nadas entre si. que la fábula, el móvil y fin de aquella fundo, &e vieron los demonios en la cúspide de la peña s i b r e
camorra (1). nuestras caberas; mas yo no tenia ning.in cuidado' S O f l a
Y como de una idea brota otra idea, nació de aquel p e n s a - Dn-na Providencia, que les habia conducido a.l LrHer
miento otro, que dió más cuerpo á mi p r i m e r pánico. — de, quinto foso, les ordenaba p e r m a n e c e r ^
H é aquí la idea: «Nosotros hemos sido origen del chasco
de aquellos demonios, y tantas ofensas y golpes que han reci- Notamos all, abajo u n a porcion de almas brillantes que a n -
bido, que me figuro que deberán darles m u c h o dolor. i a «,, con lento paso, dando vueltas continuas v llorando que
»Si la rabia va unida á su mala voluntad, nos perseguirán paree,an rendidas al dolor y al cansancio ' q
cruelmente, tanto como el perro á la indefensa liebre.»
L „ e t a S «l lfe, gl aa lb °a Sn t t n al Sa ll a) a lna C a i > a S d e C O r ° ' P ™ ! « de cogullas
Ya se me erizaban de miedo los cabellos; en esta situación, , 'r ' la misma forma que las q1 u e
H
m i r é hácia a t r á s y dije á mi guia: «Si no puedes ocultarnos á usan los monges de Colonia (1).
los dos en el instante, temo á los diablos y s u s g a r r a s malde- •Siendo doradas por el exterior aquellas capas, d e s l u m h r a -
cidas; ya nos siguen la pista, y estoy tan cierto, corno que los d o en su interior eran de plomo, y ¿ f á
percibo detrás.» su lado parecían de corcho las de Federico (?)
Y el me respondió: «Si f u e r a yo una vasija de estaño doble, : ¡Oh m a n t o eterno y aterrador! Volvimos hácia la izquierda
no conseguiría atraer tu imágen con m á s velocidad que con la ' I n s e g u i m o s nuestra m a r c h a , al lado de aquellas a l m a s
que penetro en el fondo de tu alma. oyendo s u s tristes lamentos. '
»En este momento, estaban tan afines tus pensamientos con
l l a f ñ S i P ° r S U e T m e P e S ° ' a n d a b a " t a n despacio a q u e -
los mios, que de los dos he tomado un mismo consejo. llas „ felices, que a cada paso cambiábamos de pareja
«Si la costa que está á n u e s t r a derecha se inclina lo s u f i - ^ dije á mi Maestro: «Ve si hallas alguno cuyo nombre y
ciente para que descendamos al otro foso, podremos esquivar
la caza que te figuras tan inminente.»
Acabada de emitir esta idea, vi á los demonios con desple-

1«) I V d e r . c , lle,,^.. , negras y e s t r i b o s d e m a d e r a .


íl) Mu è isa p a l a b r a s l o m b a r d a ? , s i n ó n i m a s .
PlaDebaSdt
' pl
°mo
7
a l g u n a circunstancia sepas: al efecto, gira tu vista en d e r r e - A mi vez les contesté: «He nariHn Y„ C„„ • E N , .A S ,
riberas RÍE A,. , P E C I
hermosas
dor.» riberas de n o Arno, en la magnífica ciudad (1) v conservo
Una de ellas que oyó, el idioma toscano, exclamó: «Detened aquí mi cuerpo de siempre. ' conservo
vuestros pasos, los que corréis tanto á través del viento
sombrío.

»Mas vosotros, en cuyos semblantes se retrata el ,1 i


o = e s sois, y qué castigo pesa con , a l

; ( « E s t a s c a p a s , repuso uno de ellos, son de plomo tan pesado


P
ue nos hacen inclinar, cual el peso á la balanza
»Tal vez podrás lograr de mí lo que pides.» Luego, volvióse > \ m b o s fuimos alegres frailes boloneses Yo m o n
Oatalano y éste Loderingo. Tu pueblo nos h L "mH°
á mi guia, diciéndole: «Modera tu paso hasta que iguales el maglStrados
siguiendo el hábito de e s c o b a r á un hh ¿ '
suyo.» conservar la paz, lo k ^
Me paré y vi á dos que en s u s ojos demostraban m u c h a
- puede ver a un en las cercanías de G a r d ^ o ,2) " ' " "
afan por hablar conmigo; m a s el peso enorme que llevaban y
;B repuse: «Hermanos, vuestros malos A J M
lo estrecho del camino les hacia r e t a r d a r .
Luego de alcanzarme, se fijaron en mi vista, torvos y sin
proferir una sola palabra; despues se volvieron el uno al otro,
diciéndose: 1
¡ Florencia.
«Este parece vivo por el movimiento de su g a r g a n t a ; y casoj
de q u e sean muertos, ¿qué privilegio tienen para librarse del] • f f j í s s ^ ^
pesado manto?» '<"'" Catalano y Loderiogo MÍMMÍST ^ a
"
« « * después de ejercer u u a s a b S T o " «• "lor^cia
En seguida me dijeron: «¡Oh, toscano, que conseguiste! f e m a r o n l o s p a l a c i o s do l o s C b e r" ü" s« ious es £n un Tbarrio
¥ nd,éroDS
' ® d e la ciudad
« a
&
l l afme al di an (oJsa r,
penetrar hasta la m o r a d a de los infelices hipócritas, dígnate!
indicarnos quién eres!»
Asi que él se fijó en mí, hizo una contorsion de dolor, y
comenzó á agitar su barba con la fuerza de s u s suspiros; f r a y
Caíalano me objetó: C A N T O V I G È S I M O C U A R T O
«Ese crucificado q u e ves, convenció á los fariseos de que
un hombre debia s u f r i r martirio por el pueblo.
»Está desnudo y tendido á través del camino, según ves, Sétimo foso del circulo octavo, ó el de los ladrones.—Se les ve
para que s u f r a el peso de cada uno de los que transitan por aguijoneados por horrendas serpientes.— Vanni, Fucci de
éste sitio. Pisidia. Sus profecías contra la patria y contra Florencia.
»Su suegro padece idéntico castigo en aquel foso, como
todos los del famoso consejo, que fué semilla de desgracias N la parte del año nuevo que el sol baña su cabellera
en el Acuario y que las noches comienzan á no usur-
para los judíos.»
par nada á los dias; cuando a s e m e j a la helada en la
Entonces vi á Virgilio, que miró asombrado al que tan
tierra la color de su blanca h e r m a n a , para d u r a r
vergonzosamente estaba tendido en la cruz en eternal d e s - poco y mitigar su aspereza, se levanta el labrador q u e carece
tierro. de forraje, observa, y viendo la campiña blanca, se desespera,
Después se dirigió de esta m a n e r a al religioso: «¿Nos ; torna luego á su casa, la recorre por todos s u s ámbitos lamen-
diriais si á mano derecha hay alguna a b e r t u r a por la que.; tándose como el que no sabe de qué m a n e r a salir de s u s apu-
podamos salir sin obligar que nos saquen del abismó los : ros. Luego vuelve nuevamente al campo y renace su esperanza
ángeles negros?»
al ver mudada la faz de la tierra en pocos momentos; toma
Y contesto: «Más cerca de lo que te puedes figurar se alza
entonces su cayado, hace que salgan s u s ovejas y se e n c a m i n a
u n a gran peña, que nace del gran círculo y atraviesa todosí
al monte precedido de ellas.
los sombríos valles; mas está cortada en esta parte y no p r o - •
sigue sobre él. Podéis ir por las r u i n a s que descansan en la De igual m a n e r a mi guia me aterrorizó cuando vi los nubla-
dos de su frente, si bien tardó poco en tranquilizarme, pues
pendiente y obstruyen el fondo.»
cuando llegamos al puente roto, mi Maestro se volvió y me
Mi Maestro permaneció un rato con la cabeza baja, y dijo:
miró con semblante placentero, corno ya lo había verificado
«¡Cuino nos ha engañado el que atormenta á los pecadores!»;
antes en la falda de la m o n t a ñ a .
E n t o n c e s dijo el fraile: «Oi contar en Bolonia los infinitos
Paróse reflexivo, y luego de tomar determinación y notar
vicios del demonio, y ente ellos era el mayor la falacia y la ;
bien las r u m a s , abrió s u s brazos, me rodeó con ellos, y como
mentira.»
el trabajador q u e calcula siempre lo que h a r á una vez termi-
Mi Maestro se alejó entonces precipitadamente, con el ros-
nada su labor, asi al levantarme mi guia sobre la cúspide de
tro algo descompuesto por la cólera. Yo también me aparté«
'•na roca, distinguía otra diciéndome: «Cógele á esta primero
de aquellos culpables que ILevaban tan e n o r m e peso, para
pero mira antes si como esta podrá sostenerte »
seguir las huelias de mi buen protector. ve,
' d a d q u e aquel camino no era el más á propósito
para los que se envolvían en capas de plomo, pues que el
•'»gil Virgilio y yo, á quien él soscenia, a p e n a s podíamos trepar
•de cresta en cresta.
Y si no hubiera acortado el camino por aquella parte m á s
que por la otra, no sé qué hubiera sido de mi Maestro; de mi
puedo decir que me hubiese rendido la fatiga
Mas como Malebolge declina siempre hácia la boca del p r o -
fundo .pozo, cada valle que se visita, presenta una parte e l e -
vada y otra en deseenso. Por fin, llegamos al pico en que Que la Etiopía y el país á esta parte del m a r Rojo, no
r o m p e la última piedra. ostenten ya más los monstruos y plagas que nacen en su seno.
Tan poca fuerza me quedaba cuando estuve en lo m á s Lnmedio de aquella m u c h e d u m b r e cruel v terrible de r e p -
elevado, que no me era dado pasar adelante, de s u e r t e q u e tiles córrian gentes desnudas y a t e r r a d a s , sin la menor espe-
m e vi precisado á sentarme. ranza de hallar asilo ó piedra heliótropo.
«Es necesario a h o r a sacudir toda pereza, dijo mi guia; n o Tenían s u s manos atadas á la espalda, por ligaduras de
adormeciéndose en blandos c jines, es como se llega al templo serpientes, que enroscadas formaban m u c h o s nudos, y Ies
de la F a m a . apretaban los ríñones con s u s cabezas y colas enlazadas.
»El que pasa el tránsito de la vida sin gloria, deja en la En aquel momento, uno de aquellos desventurados, que se
tierra una huella parecida á la del h u m o en el aire ó la d e hallaba en el mismo lado que nosotros, fué mordido por una
la espuma en el agua. serpiente en el punto en que el cuello se une á los hombros.
»Levántate, pues, y vence el cansancio con ánimo t r i u n - 'i en el pequeño intérvalo que se necesita para trazar dos
fante, sin dejarte rendir por el peso del cuerpo. letras, se inflamó aquel pecador, y cayó hecho cenizas.
»Aun hemos de subir m á s larga escala: no basta h a b e r Mas a p e n a s quedó consumido, se unió por si sola la ceniza
dejado detrás esas breñas. Mi voz, si la oyes, que te preste y se volvió á f o r m a r el cuerpo igual que antes.
aliento.» De este modo pretenden los sabios que muere el fénix para
Entonces me levanté, mostrando más ánimo del que en volver á nacer cerca de su quinto siglo.
efecto tenia, y diciendo: «.Marcha adelante, fuerte y osado soy.» Ni se alimenta de trigo ni de yerbas d u r a n t e la vida, y sí
Proseguimos nuestro camino por otra peña más áspera, de amomo y lágrimas de incienso, formando el nardo y la
angosta y difícil que la anterior. mirra, su último lecho (1).
Yo andaba y hablaba por no parecer débil, cuando u n a Como el hombre que cae sin darse cuenta del motivo, bien
voz nacida del otro foso pronunció una frase poco inteli- por la fuerza del demonio, ó bien por la de un accidente, y
gible; no pude saber lo que articulo, sin e m b a r g o de e n c o n - se alza aterrado p o r la angustia que h a sufrido mirando en
t r a r m e en la cumbre de la bóveda q u e daba encima de él; torno suyo y suspirando.
sólo pude notar que el que hablaba era presa de concentrada Se alzó a n t e nosotros el pecador. ¡Oh! ¡cuán severa es la
cólera. justicia de Dios, al revelar de este modo la v e n g a n z a por vir-
Me incliné; mas como la vista de un vivo no podia p e n e t r a r tud de tales castigos!
en el fondo, enmedio de la oscuridad, dije: «Maestro, haz Mi guia le preguntó quién e r a , y respondió:
por a r r i b a r al otro círculo, y procura que descendamos por <<Poco h a c e
p que fui lanzado de Toscana á este horrible
la pared; desde aquí oigo y 110 entiendo, veo y no distingo.» foso.
«Yo te contestaré, me dijo, cediendo á tu antojo, c u a n d o »Fui seducido por la vida bestial, no por la h u m a n a ; fui un
sea justo; debe atenderse á él, pero en silencio.» verdadero mulo. Soy Vanni Fuccí, el bruto, y Pistoia fué mi
Descendimos al puente por la parte en que se j u n t a á la digno cubil.»
ribera octava, y entonces vi todo el foso.
Yo dije á mi maestro : «Pregúntale por qué c a u s a f u é l a n -
.Noté allí una horrible infinidad de serpientes de tan diver-
zado aquí abajo. Yo le conocí sanguinario y colérico.»
sas castas, que aun me horroriza su recuerdo.
Sin embargo de oirme, no se ocultó el condenado, sino que
Que Libia y s u s a r e n a l e s no se vanaglorien ya de poseer
atento volvió hácia mí su avergonzado rostro.
h i d r a s y amfísbenas (1).
Y me dijo : « Deploro que me veas s u m i d o en s e m e j a n t e
miseria, m á s que sentí verme privado de la vida.
(1) preeiosa piedra, que según c r e e n c i a , deslumhraba hasta el caso d e h a -
c e r l o todo invisible.
(1) El poeta copia á Ovidio Met. Lib. XV.
»No puedo r e h u s a r lo que pides. Me encuentro aquí por El ladrón se dió á correr sin p r o n u n c i a r una palabra, y en
h a b e r robado en la sacristía los preciosos ornamentos, y por el propio momento vi un centauro furioso que venia bramando:
a c u s a r falsamente á otro (1). Mas para que te regocije mi «¿Dó está el vano, dó está el réprobo?»
miseria, si sales a l g u n a vez de estos sitios inmundos, oye lo Los Marismas no es posible que contengan tantas c u l e b r a s
q u e voy á decir: como llevaba en su g r u p a el centauro, hasta el sitio que prin
«En un principio se liberta Pistoia de los Negros; y d e s - cipia la h u m a n a forma.
pues Florencia r e n u e v a costumbres y patricios. Marte alza Sobre sus hombros, y tras la nuca, llevaba un dragón con
del valle de Magra un vapor que, formando n e g r a s nubes alas tendidas, que arrojaba llamas á todo el q u e se le a p r o x i -
a m e n a z a descargar una tempestad furiosa y horrible sobre maba.
los campos de Piceno; allí se desgaja súbitamente la nube Mi guia dijo: «Mas de u n a vez ese m o n s t r u o , debajo de las
que h a de confundir á todos los Blancos (2). peñas del monte A veniino,formó un m a r de s a n g r e .
»Te lo comunico para contristarte (3).» »No permanece con s u s h e r m a -
nos, por haber tomado f r a u d u l e n -
CANTO VIGESIMO QUINTO tamente el inmenso rebaño que
pacia en s u s cercanías.
»Mas tuvieron fin s u s crímenes,
Continuación del foso séptimo del circulo octavo; el de los la-
drones y cohechadores.—Halla el poeta á Caco en forma de bajo el peso de la maza de H é r c u -
centauro; ostenta un dragón en sus hombros. — Hallazgo de les, de cuyos cien porrazos no a d -
cuatro florentinos.—Trasformacion particular de dos som- virtió ni la parte décima.»
bras. En tanto que mi guia hablaba,
el centauro desapareció; despues
^^^ERMiNADAS aquellas frases, el ladrón levantó s u s m a - fueron avanzando tres espíritus por

f-- ' *
nos é hizo con ellas una g r o s e r a acción gritando:
«Toma, eso para tí, Dios de los cielos.»
En el mismo momento, una serpiente, y desde
entonces me a g r a d a s u casta, se le enroscó en el cuello,;
debajo de nosotros, sin a p e r c i b i r -
nos de ellos, hasta que nos lla-
maron:
«¿Quiénes sois?» Desde lue-
c o m o diciéndole: «No consiento que blasfemes más.» go suspendimos nuestra c o n -
Otra se le a g a r r ó á los brazos, y atándoselos por delante versación para c o n t e m p l a r -
con varios nudos, lo sujetó, de suerte, que al condenado ya los. Yo no los conocia, m a s
no le fué posible moverse. coincidió que uno de ellos
«¡Oh, Pistoia! ¿Por qué no te consumes tú misma para llamó al otro diciendo:
dejar de existir completamente, ya que cada vez avanz; «¿Cianfa (1), dónde se
m á s tus hijos en el camino del mal?» quedó?-> Yo, p a r a q u e mi
En todos los abismos no he visto un espíritu más rebelde 4 Maestro m i r a r a con a t e n -
Dios, ni siguiera el que cayó de los m u r o s de Tebas (4). ción, puse mi dedo entre la
nariz y la barba.
(1) Aanni Fucci, al verse preso por robo (le los sagrados vasos, acuso a
No e x t r a ñ a r é ahora, lec-
notario Vauioi della Nona, en cuya casa los tenia, y fué ahorcado é s t e sieud tor, que dejes de creer lo que voy á decirte, puesto que habién-
inocente.
( ¿) Piceno. do fueron derrotados los Blancos e n 1301 por el marqués Marcel dolo visto yo mismo a p e n a s lo creo.
.Maiaspina. que mandaba los negros.
( 3 ) Dante que estaba afiliado á los Blancos, fue desterrado.
(4) Capaneo. ( l ) ¿ C i a n f a , d e l a familia Donatti, e n Florencia.
»No puedo r e h u s a r lo que pides. Me encuentro aquí por El ladrón se dió á correr sin p r o n u n c i a r una palabra, y en
h a b e r robado en la sacristía los preciosos ornamentos, y por el propio momento vi un centauro furioso que venia bramando:
a c u s a r falsamente á otro (1). Mas para que te regocije mi «¿Dó está el vano, dó está el réprobo?»
miseria, si sales a l g u n a vez de estos sitios inmundos, oye lo Los Marismas no es posible que contengan tantas c u l e b r a s
q u e voy á decir: como llevaba en su g r u p a el centauro, hasta el sitio que prin
«En un principio se liberta Pistoia de los Negros; y d e s - cipia la h u m a n a forma.
pues Florencia r e n u e v a costumbres y patricios. Marte alza Sobre sus hombros, y tras la nuca, llevaba un dragón con
del valle de Magra un vapor que, formando n e g r a s nubes alas tendidas, que arrojaba llamas á todo el q u e se le a p r o x i -
a m e n a z a descargar una tempestad furiosa y horrible sobre maba.
los campos de Piceno; allí se desgaja súbitamente la nube Mi guia dijo: «Mas de u n a vez ese m o n s t r u o , debajo de las
que h a de confundir á todos los Blancos (2). peñas d<>l monte A veniino,formó un mat 1 de s a n g r e .
»Te lo comunico para contristarte (3).» »No permanece con s u s h e r m a -
nos, por haber tomado f r a u d u l e n -
C A N T O VIGESIMO Q U I N T O tamente el inmenso rebaño que
pacia en s u s cercanías.
»Mas tuvieron fin s u s crímenes,
Continuación del foso séptimo del circulo octavo; el de los la-
drones y cohechadoras.—Halla el poeta á Caco en forma de bajo el peso de la maza de H é r c u -
centauro; ostenta un dragón en sus hombros. — Hallazgo de les, de cuyos cien porrazos no a d -
cuatro florentinos.—Trasformacion particular de dos som- virtió ni la parte décima.»
bras. En tanto que mi guia hablaba,
el centauro desapareció; despues
^^^ERMiNADAS aquellas frases, el ladrón levantó s u s m a - fueron avanzando tres espíritus por

f-- ' *
nos é hizo con ellas una g r o s e r a acción gritando:
«Toma, eso para tí, Dios de los cielos.»
En el mismo momento, una serpiente, y desde
entonces me a g r a d a s u casta, se le enroscó en el cuello,;
debajo de nosotros, sin a p e r c i b i r -
nos de ellos, hasta que nos lla-
maron:
«¿Quiénes sois?» Desde lue-
c o m o diciéndole: «No consiento que blasfemes más.» go suspendimos nuestra c o n -
Otra se le a g a r r ó á los brazos, y atándoselos por delante versación para c o n t e m p l a r -
con varios nudos, lo sujetó, de suerte, que al condenado ya los. Yo no los conocia, m a s
no le fué posible moverse. coincidió que uno de ellos
«¡Oh, Pistoia! ¿Por qué no te consumes tú misma para llamó al otro diciendo:
dejar de existir completamente, ya que cada vez avanz; «¿Cianfa (1), dónde se
m á s tus hijos en el camino del mal?» quedó?-> Yo, p a r a q u e mi
En todos los abismos no he visto un espíritu más rebelde 4 Maestro m i r a r a con a t e n -
Dios, ni siguiera el que cayó de los m u r o s de Tebas (4). ción, puse mi dedo entre la
nariz y la barba.
0 ) Vanni Fucci, al verse preso pur robo (le los sagrados vasos, acuso a
No e x t r a ñ a r é ahora, lec-
notario Vauioi della Nona, en cuya casa los tenia, y fué ahorcado é s t e sieud tor, que dejes de creer lo que voy á decirte, puesto que habién-
inocente.
( ¿) Piceno. do fueron derrotados los Blancos e n 1301 por el marqués Marcel dolo visto yo mismo a p e n a s lo creo.
.Maiaspina. que mandaba los negros.
( 3 ) Dante que estaba afiliado á los Blancos, fue desterrado.
(4) Capaneo. ( l ) ¿ C i a n f a , d e l a familia Donatti, e n Florencia.
Estando contemplando aquellos espíritus, una serpiente do
Calle ya Lucano, donde refiere las miserias de Sabello y
seis piés de larga se lanzó sobre uno de ellos, a g a r r á n d o l e
Nasidio (1), y que oiga con atención lo q u e yo describo.
fuertemente.
Que también Ovidio se calle respecto de Cadeno y Aretusa;
Con los eslabones del centro le apretó el vientre, con los no le envidio ciertamente el q u e en su poema t r a s f o r m a r a al
delanteros los brazos, y luego le mordió las dos mejillas. uno en serpiente y en fuente á la otra.
Alargando los eslabones traseros sobre sus muslos, le pasó Nunca trasformó una enfrente de otra, dos naturalezas;
la cola entre sus piernas, la estiró por detrás h a s t a s u s ríñones. hasta el caso de q u e s u s formas, en un instante, pudiesen tro-
J a m á s la yedra se a g a r r ó al muro con más fuerza, que aquel car su materia.
horrible animal al rededor de los miembros del pecador.
El mortal y la serpiente, de tal m a n e r a se correspondieron
De tal modo se confundieron y entremezclaron aquellos dos
que el reptil abrió su cola en figura de horca, y el herido
séres, que n i n g u n o dé ellos parecía lo que era.
juntó s u s dos piés.
Asi la fuerza del fuego produce en un papel que se q u e m a
Sus muslos y piernas se unieron entre sí y de tal modo, q u e
un color cobrizo q u e todavía no es negro, si bien dejó de s e r
brevemente la j u n t u r a no dejó señal alguna.
blanco.
La hendida cola iba tomando l a f o r m a q u e se perdía en el
Los otros dos espíritus miraban á su compañero, dicién- hombre, en tanto que en una parte se aflojaba la piel, en la
dole: «¡Oh Aguel (1), q u é trasformado estás! Ni e r e s u n o
otra endurecía.
ni dos.»
Vi que los brazos del hombre entraban en los sobacos y los
Las dos cabezas ya no formaban más que una sola, y s e piés del animal, que eran muy cortos, se prolongaban tanto
asemejaban á dos figuras confundidas en la única parte en como disminuían los brazos del pecador.
q u e se habían extraviado.
Los piés traseros de la serpiente enroscándose, tomaron
De cuatro brazos sólo quedaron dos, las piernas y los mus-
la forma del miembro que oculta el hombre y el del condenado
los; el vientre y el c u e r p o s é transformaron en miembros q u e
se convirtió en dos piés.
nadie habia visto.
En tanto el h u m o iba variando el color de los dos, y hacia
Toda forma anterior quedó borrada: la imagen de p e r v e r -
brotar en la serpiente el pelo-que quitaba al h o m b r e .
sión parecía a u m e n t a d a , y no siendo un solo sér, tal cual e r a ,
El uno se levantó, cayendo el otro, mas sin a p a r t a r s u s
comenzó á c a m i n a r con lento paso.
furiosas miradas, en las que cada uno variaba de rostro.
Como el lagarto que á la influencia del ardor canicular c a m -
Al que se hallaba de pié se le agrupó el rostro h a s t a las
bia de espino, asemejándose á u n a exhalación al c r u z a r el
sienes, y del resto de la c a r n e le salieron las orejas, en la
camino, venia a r r a s t r á n d o s e hácia los otros dos espíritus u n a
parte superior de s u s mejillas aplastadas.
pequeñuela serpiente inflamada, lívida, y negra como los g r a -
Losupérfluo de la c a r n e que dejó de inclinarse hácia a t r á s ,
nos de pimienta.
aprovechó para f o r m a r la nariz y m a r c a r debidamente los
M r d i ó a uno de aquellos en la parte por donde el h o m b r e labios.
recibe el alimento antes de nacer, y despues cayó tendida á
El que se a r r a s t r a b a llevó su hocico hácia adelante y retiró
su presencia.
las orejas al fondo de su cabeza, como lo verifica el caracol
El herido la miró sin dicir palabra, inmóvil, de pié y b o s - con s u s cuernos.
tezando como el soñoliento ó el que tiene calentura. La lengua del hombre, que se componía antes de un pedazo
La serpiente y él se miraban; el uno por la herida y la o t r a
por la boca a r r o j a b a n bocanadas de h u m o que se c o n f u n d í a .
— — (t) Véase Fdrsalia, lib. IX, m u e . t : ile los sol lado* S i b e l l o y Nasidio m o r d i d o s
pordosserpi>*nt o s.- En Ovidio, lib. II', raét, de Oadino.—Virgilio, libII, d e la Enei-
(I) Aguel Brunellesebi, florentino.
da, episodio de L .ocoon.
solo, se partió, y la partida lengua de la serpiente se unió, | | | Ajos fuimos, y mi Maestro trepó nuevamente la escalera q u e
parando el h u m o . i, ^ p r e s t a r a n l a s r o c a s p a r a l ) a j a r ; llevándome consigo.
El alma trasformada en bestia huyó silbando hácia el valle,
y la otra la escupió, diciendo a l g u n a s palabras. Y siguiendo la solitaria via por entre las afiladas puntas d e
las breñas, únicamente con la ayuda de la mano se levantaba
Despnes, volviéndola su flamante espalda, dijo: «Quiero que ¡
I' el pié. Entonces me contristé como a h o r a al recordar lo que
Buoso (1) se a r r a s t r e por tierra como yo lo he hecho.»
: he visto; m a s es preciso que refrene mi espíritu para que la
De esta suerte vi yo cambiar las naturalezas en el foso j
virtud no pierda su noble guia, si á buena suerte, ó g r a n
sétimo: ojalá que la novedad de mi relato disimule la torpeza ¡
de mi pluma. influjo debo algún bien, no quiero envidiármelo yo mismo.
p — C o m o en la época en que él ilumina el orbe nos m u e s t r a

or muy confusos que • estuviesen mis uojos


juo yj turbados
l i l i u a u u s mis
lilis * p o r m á s tiempo su faz, ve el labrador que reposa en l a c o l i n a
sentidos, no pudieron escapar tan ocultas aquellas sombras á la hora en que reemplaza el zancudo á la mosca, c r u z a r bajo
q u e no reconociesen á Puccio Sciancato (2), solo entre los tres sus plantas infinidad de luciérnagas alrededor de s u s viñas y
espíritus que no sufrió trasformacion. sus trigos; vi yo iluminarse por las llamas todo el foso sétimo
El otro ¡oh Gaville (3) era el que todavía lloras. desde que divisé su fondo.
Y como aquel á quien los osos siguieron en su venganza (1),
v i o m a r c h a r el carro de Elias, al ascender los caballos al
cielo, en tanto pudo seguirles su vista, terminando por no
CANTO VIGESIMOSEXTO poder vislumbrar más que una llama ténue que se elevaba c u a l
roja nube, también se agitaba cada llama, llevando u n c o n d e -
. J S nado en el fondo de aquel nuevo abismo, sin d e m o s t r a r su
Ucgan los poetas al valle octavo del octavo circulo, el de los- | rapto
T!ínm&^r0S^~Es!an^med¿o de las
liornas. — Ulises re- M ' Me paré en el puente para ver aquella escena, y á n o a s i r m e
lata al poeta su errante vida y su muerte. | (]e | m de ^ h u i l , e i , a r o d a d o a , a b ¡ s s n o sin ser i m p e -

lido de nadie.
' YLORENCIA, alégrate; tan g r a n d e eres, que bates tus
Mi Maestro al observar mi fijeza, dijo: «En el centro de ese
„ a l a s P ° r I a t i e r r a Y por el m a r ; tu nombre tiene eco fuego están los espíritus, cada uno revestido de u n a llama q u e
| <s?s T y h a s t a e n e l infierno. le consume.»—«Maestro, le respondí; tus palabras me afirman
i o Entre los ladrones, e n c o n t r é en él cinco de tus más en lo que veo, pero ya lo habia observado é iba á decírtelo.
hijos, lo que me abochorna y no es g r a n lauro para tí (4). Si 1 »¿Qué llama es aquella q u e se nota sobre el abismo, s e m e -
los ensueños de la a u r o r a son los m á s verídicos, s a b r á s en
i jante á la h o g u e r a donde a r r o j a r o n á Eteocles y á su h e r -
breve lo que te desean P r a t o y los demás.
mano?»
Si estuvieras herida ya por la desgracia, no h u b i e r a sido
Y m e respondió: «Allí s u f r e n Ulises y Diomedes, sometidos
p r e m a t u r a m e n t e ; venga, pues, ya que venir debe; cuantos
á la propia venganza por haberse abandonado los dos á la
mas anos tenga yo, más pesada me será.
misma cólera. En aquella llama se llora la celada del caballo
de madera que abrió las p u e r t a s á la g r a n raza r o m a n a .
( i : tinoso, florentino, d e ti casa de l o s Abatii. »También se lamenta el a r t e con que Deidarnia, despues de
l"2) P u c c i o S c i a n c a t o , florentino también.
muerta, se querella todavía de aquiles, y sufre la pena por el
(3) c u e r c i o Cavalcanti, à quien mataron los habitantes d e Gaville e n e l valle
rapto de Palladium.»
I r ! , ,T°' f ] Ü S f S Patienles y ejercieron una horrible venganza c o n - «Si le e s posible hablar desde el fondo de la hoguera,
tra los moradores de Gaville.
S bij s dü Rorencia:
CiaDfa
R n n L « u 1°, u - T " Donatti, Agnello Brunelleschi, ]
Buosodegli, Abatí., P u c o , Sciancalo y Francisco Guercio Cavalcarne.
(1) Eliseo, profeta.
•observé entonces á mi guia, te ruego y pido, para que valga
moverse m u r m u r a n d o , como agitada por el aire; después,
por mil mi demanda, que consientas que me espere hasta llegar
aquí la doble llama; ya ves que mi anhelo me hace avanzar moviendo de un lado á otro su punta, según lo hubiese ejecu-
hacia ella.» tado la lengua al querer r o m p e r á hablar, lanzó a l g u n o s ecos
hácia el exterior, y se expresó en esta forma:
El repuso: «Digna de encomio es tu petición, y por ello la «AI lograr s u s t r a e r m e á Circeo, luego de haberme tenido
acojo; mas h a r á s de m a n e r a q u e tu lengua se esté quieta* encerrado más de un año en las cercanías de, Gaeta, antes
d é j a m e hablar; entiendo lo que deseas, pero temo que es.os que E n e a s hubiera nombrado aquel punto (1); ni la dulzura de
condenados, g n e g o s de origen, menosprecien tu lengua.» los ósculos de un hijo, ni la piedad debida á un padre anciano,
Asi que la llama se aproximó á nosotros, y mi guia juzgó ni el mùtuo cariño que h a b í a de/labrar la felicidad de P e n è -
llegado el instante, le oí e x p r e s a r s e de este modo:' lope, fueron capaces á vencer mi deseo de recorrer el mundo,
y conocer los vicios y las virtudes de los hombres.
»Decidido me lancé al mar, desafiando su cólera, sólo con
mi nave y un puñado de hombres b u e n o debía a b a n d o n a r m e .
»Vi de una á otra orilla hasta España y Marruecos, la Cer-
deña y las otras islas q u é envuelve y baña el mar con s u s o l a s .
Mis a c o m p a ñ a n t e s y yo é r a m o s viejos ya, é inútiles para la
fatiga, cuando arribamos á la angosta g a r g a n t a en que H é r -
cules puso las dos señales, para mostrar al hombre que no
debía pasar adelante. A mi derecha dejaba á Sevilla, como se
habia quedado Ceuta á mi izquierda.
Entonces dije: «Hermanos míos, vosotros que habéis c o r -
rido mil riesgos para llegar á Occidente, no debeis privaros,
en la poca vida que os resta, de g i r a r una visita al otro lado
del sol, á aquel mundo despoblado.
»Recordad vuestro origen; pensad que no vinisteisal mundo
para hacer vida de brutos, sino para llegar á la ciencia y á la
virtud.»
De tal m a n e r a decidí á mi gente con aquellas breves p a l a -
bras á c o n t i n u a r el viaje, que a p e n a s pude refrenarlos d e s -
pues.
Y girando hácía Levante nuestra popa, á fuerza de remos,
dimos alas á nuestro vuelo insensato, y fuimos avanzando más
y más hácia la izquierda.
La noche hacia brillar ya las estrellas de distinto polo, y el
nuestro estaba tan bajo, q u e a p e n a s parecia alzarse sobre la
«Vosotros, que en el mismo fuego sois dos, sí os merecí superficie del m a r .
bien en el trascurso de mi vida, al trazar mi g I ¿ n poema e n e Cinco veces se habia encendido y apagado la luz de-la luna,
m u n d o „ o o s a l e j a i s : antes d e s c o q u e m a n i f i é s t e l o d i desde nuestra entrada en aquel a n c h o océano, cuando a p a r e -
dos donde f u e a morir, a r r a s t r a d o por su funesto valor »
La punta más crecida de la antigua llama comenzó á
(1) Nombre de s a nodriza.
ció una montaña, que la distancia oscurecía, y q u e creía la que estoy ardiendo (1), y sin embargo, me avengo á ello. Si
más gigantesca que habia contemplado en mi vida (1). acabas de caer en este oscuro mundo, desde la dulce tierra
% N o s r e o ° c ' j a m o s en gran m a n e r a , más pronto nuestro gozo latina donde yo cometí todos mis pecados, dime: ¿permanecen
se trocó en lágrimas; levantóse de aquella nueva tierra un los romañoles en paz ó en g u e r r a ? Sabe que nací entre los
torbellino que llegó á la proa de nuestro buque, al q u e obligó montes de l rbino y los en que nace el Tiber.»
f d a r t r e s v »eltas, levantando la popa á la cuarta, tanto como Aun estaba absorto escuchando s u s ecos, cuando me tocó
hacia bajar la proa, mientras f u é voluntad del otro (2), hasta !;; mi guia diciendo: «Háblale; es latino.»
que se volvió á j u n t a r el m a r sobre nosotros. - Yo, que ya tenia pensada mi contestación, empecé al punto
de este modo: «Oh alma aquí abajo oculta, tu R o m a ñ a ni está
ni j a m á s estuvo sin g u e r r a en el a l m a de los tiranos, sin
C A N T O V I G É S I M O S E T I M O embargo, no la dejé yo en g u e r r a abierta.
»Ravena sigue siendo lo que fué hace m u c h o tiempo; el
águila de Polenta hizo de ella su g u a r i d a , y aun c u b r e á C e r -
Continuación.—Relato del conde Guido Montefeltro. via con s u s alas (2). La tierra que tan pesada prueba viene
| sosteniendo y que g u a r d a tantos ensangrentados miembros
de franceses, se halla en poder de las verdes g a r r a s (3).
I É ¡ Í I Í 0 R l N A B A U " a m a ^ á s e S u i r s u ascendente curso, y
P ¡ | ¡ P [ permanecía inmóvil sin pronunciar palabra, é iba »El antiguo dogo y el moderno mastín de Verrachio, que
f f t e l ' dejándonos con licencia del sabio poeta, cuando otra «.: tan malquisto dejaron á Montaña, i m p e r a allí do tienén c o s -
que venia detrás me hizo volver la vista, por el sordo t tumbre de e n s a n g r e n t a r s u s dientes (4).
r u m o r que producia.
»Los pueblos de Lamona y S a n t e r n o son gobernados por
A semejanza del toro Siciliano que, arrojando por primer
: el leoncillo de m a d r i g u e r a blanca, que del verano al i n v i e r -
mugido (como era justo) el grito del operario que le trabajó no (5) cambia de partido.
con la h m a (4,) mugia por boca de los desventurados q u e
»La ciudad cuyas m u r a l l a s (6) lame el Savio, como situada
guardaba, como si en efecto el dolor h u b i e r a atravesado su
entre el llano y el monte, vive entre liberdad y tiranía.
cuerpo del alambre; del mismo modo la frase del espíritu
envuelto en aquella llama, sofocada desde el principio, no »Ahora le ruego me indiques quién eres. No seas m á s duro
hallando salida, se trasformaba en un r u m o r semejante al q u e de lo que lo fueron contigo, y q u e ocupe tu nombre un lugar
produce el fuego. en el mundo.»
j. • Después que el fuego rugió á su m a n e r a , agitó de uno á
M a s al conseguir abrirse paso por la punta é imprimirlo I otro lado su afilada p u n t a y resopló asi:
aquel movimiento que al pasar le dió la lengua, percibimos
estas palabras: «¡Oh, tú, á quien me encamino, y que h a b l a -
bas ahora mismo el idioma lombardo, diciendo: Yete, pues J O¡ El espíritu q n e b a b l a e n las llamas, e s e l conde d e Guido Montefeltro
nada más me ocurre preguntarte.» • (ít El águila d e Polento e s Guido Novello, que ostentaba en sus armas u n a
| a?uila de plata y de g u l e s en c a m p o d e oro azul.
«Aunque haya venido algo tarde, no dejes de h a b l a r m e ; ya
,'3) Del verde león que sinibaldd Ordelaffi llevaba en sus armas e n l a c i u d a d d e
reChaMd
UartinTv^ ° °on f,órdidas á los
" » n c e s c s , q u e la cercaban por orden d e

conLn^a" e S
! O á l a 0 P Í n Í 0 n a e a ü t Í 8 a 0 S aulores
< D a n ( e ÍDdíca el
Purgatoria {») El ant iguo dogo fué Matatcst?, padre, señor de Rimin¡; el moderno mastín
4 6 1 F a r a i s o do Verrachio. era Malatesta. hijo, poseedor del castillo del m i s m o nombre. M< nta-
^ (2>¡ Ali otro,
s squiere
i ^d e c irr á Dios. — - — fia, jefe del bando de l r s sibi linos e n Rimini, s e n t c n c i a d o á m u e r t e por M latesta.
hijo.
(3) La llama que e n v o l v í a de n u e v o á Ulises y á Diomedes. (5) La ciudad de Faenza, próxima al Lamomo, y la ciudad d e Immola, c e r e a d e
' 4 ) El ateniense I'eriUas fué e l primero á quien metieron en aquel toro d e Santerno, eran mandadas por Mainardo Pagani, que o s t e n t a de plata e l león a z u l .
alambre, que él i n v e n t ó para Falarés, tirano de Sicilia. (0) Cesena.
«Si creyera hablar á un sér que tuviese que regresar á la »Sabes bien que puedo a b r i r y c e r r a r el cielo, pues tengo
tierra, a h o r a mismo esta llama quedaría reposando. las dos llaves, cuyo uso ignoró s u antecesor.»
»Mas ya q u e jasaás, á ser positivo lo q u e dicen, ningún «Tan graves razones me impresionaron vivamente, y c r e -
mortal sale de este abismo sin temor á la infamia, te voy á yendo que e r a mejor hablar que callar, dije: «¡Oh padre mió'
contestar: ya que absuelves el pecado que voy á cometer, oye: el m u c h o
»Primero fui g u e r r e r o y despues franciscano: me figuré que prometer y poco cumplir, te d a r á la victoria en tu magnífica
m e e n m e n d a r í a tomando el cordon (1), y pudiera haberlo sede.»
creído con seguridad, si el g r a n sacerdote (2), á quien deseo «Al acaecer mi muerte, Francisco (1) me fué á reclamar-
desgracia sempiterna, no m e hubiese vuelto á llevar á mis mas uno de los negros querubines le dijo: «No te lo puede^
p r i m e r a s faltas. Deseo que sepas el modo y causa. llevar: no me prives de lo que es mió. l i a de venir allá abajo
»En tanto conservé la forma de c a r n e y hueso que me diera entre mis condenados, por consejero del fraude, y desde
mi madre, mis actos no se parecieron á los de ningún león, aquel punto le tengo asido por los cabellos.
sino á los de una zorra. Comprendí todas las astucias, todos
»Es imposible absolver á quien no se arrepiente; nadie pue-
los caminos embozados, y usé con tal tacto del fraude, que mi
de á un tiempo desear y arrepentirse de un pecado; no lo
n o m b r e tuvo fama en todos los ámbitos de la tierra.
consiente la contradicción.»
»Pero cuando me hallé en la edad en que cada uno debiera
«;Cuan g r a n d e fué mi desgracia al a g a r r a r m e el negro que-
plegar velas y enrollar el cordaje, m e disgustó lo que me
rube diciendo: ¿No creerías tal vez que fuera tan lógico? Me
a g r a d a b a antes y me entregó al arrepentimiento. ¡Pobre de
presento a n t e Minos, cuyo juez dió ocho vueltas á su cuerpo
mí! al hacer entonces confesion de mis culpas, h u b i e r a podido
con su cola, y mordiéndosela con furia, exclamó:
s e r perdonado.
»El príncipe de los llamantes fariseos (3) se hallaba á la «Este es de los pecadores que debe ser entregado á las
llamas.
sazón en g u e r r a , c e r c a de Latran (4), y no contra s a r r a c e n o s
ni judíos. P u e s todos s u s enemigos eran cristianos, y ninguno »Por la misma causa estoy yo sepultado en el abismo en
que me contemplas, y gimo bajo el peso de semejante librea »
de ellos fué á conquistar la ciudad de Acre, ni á hacer su
agosto en las tierras del soldán. Al terminar, se alejó la q u e j u m b r o s a llama más e n c r e s p a -
da aun, y agitando su punta.
»Aquel pontífice s e olvidó de su sublime ministerio y de las i
s a g r a d a s órdenes: tampoco observó en mí el cordon que tanto Mi Maestro y yo continuamos h á c i a adelante, hasta llegar
a la cumbre del peñasco, en el cual hay otro arco que r a e
enflaquecía á la sazón á los q u e lo llevaban.
sobre el calabozo do lloran los que m a n c h a r o n su conciencia
»Como Constantino en las m o n t a ñ a s de Soracte suplicó á atizando á la discordia.
Silvestre para que le s a n a s e la lepra, él me suplicó q u e le
s a n a s e de su fiebre orgullosa; mas, yo me callé, por parecerme
0) San Francisco f u é á r e c l a m a r á Guido porque era franciscano.
s u s frases hijas de la embriaguez.
»Despues añadió: Que no mantenga sospecha a l g u n a tú
corazon, pues antes te absuelvo; enséñame á derrocar los ¡
m u r o s de Palestina (5).

( I j Al final d e su vida, Guido Montefeltro tomó el hábito d e la orden de Menores


e n el m o o a s t e r i o de Asis, do murió.
(S) Bonifacio VIH.
(3) El m i s m o Bonifacio.
{4) Con los Colonna.
(5) Palestina pertenecía á los Colonna.
delante de mí hecho un raudal de l á g r i m a s y con las m e j i l l a s
hendidas desde las q u i j a d a s al c r á n e o (1).
C A N T O V I G É S I M O C T A V O »Los otros q u e aquí ves h a n sido vivientes, y por h a b e r
estendido el escándalo y c i s m a en la tierra, yacen do este
modo.
Valle noveno del circulo octavo, donde se castiga á los autores
de escándalo, cismas y heregias.—Continuamente se ren
acuchillados en la espalda por un demonio.—Dante ve allí
el suplicio que sufre Mahorna, A/y, Pedro de Medicina,
Mosca y Bertrán de Bornio.

•^•fílfimo existen p a l a b r a s con q u e n a r r a r todas las miserias,


s a n g r e y llagas dolorosas q u e entonces \ i , como no
^JHIN? bay idioma e n t r e nosotros, en el q u e se pueda sin
Sjj' 9 % debilitarlo, b o s q u e j a r lo q u e á d u r a s p e n a s entiende
el espíritu.
R e ú n a n s e tantos c u a n t o s vertieron su s a n g r e en los llano
de la Pulla, tan disputados á la F o r t u n a , d u r a n t e el combate
de los r o m a n o s en a q u e l l a prolongada g u e r r a , en la q u e se
hizo, según Tito Livio dice con m u c h o acierto, tan horrible
s i e g a ; los q u e por h a b e r s e a r m a d o contra Roberto Guiscardo
sintieron las c o n s e c u e n c i a s de los r u d o s golpes (1); y por
último, todos aquellos c u y o s huesos se recogen aun en Ceppe-;
r a n o , donde cada apulio fué un traidor (2), según en el valle
de Taglacozzo, donde el viejo Allard venció á s u s a r m a s V.i). \
Y ni aun j u n t á n d o s e todos aquellos mutilados miembro:
podrán i g u a l a r la horrible perspectiva del calabozo n o v e n o : !
Nadie h a b r á visto una c u b a a g u j e r e a d a como vi yo un e s p í - ¡
rit.il hendido desde las q u i j a d a s h a s t a el bajo vientre; los in-
testinos le colgaban h a s t a las p i e r n a s ; veíasele palpitar el
corazón, y el a r c a triste, donde los a l i m e n t o s se t r a s f o r m a n
en h u m a n o e s c r e m e n t o .
Viendo q u e yo le observaba con atención, él me miró, y
e n t r e a b r i e n d o su pecho con las manos, me dijo: «Ve cómo me:
»Allí d e t r á s hay un demonio q u e nos lastima i n h u m a n a -
destrozo! Observa el misero estado de M a h o m a ; Aly m a r c h a
mente, t a n t a s veces como alcanza con su c o r t a n t e espada á
cualquiera de esta banda; luego d e h a b e r dado u n a vuelta por
(1) Roberto Guiscardo,
hermano de Picardc, d u q u e d e Normandía, que esta senda de las lágrimas, c i e r r a n u e s t r a s heridas, p a r a vol-
apoderó d e Pulla
(2) Los y la Calabria;
moradores drjaron murió en 1011.su hermano, que combatia contra
á Manfredo I ver á a b r i r n o s o t r a s n u e v a s m á s h o n d a s todavía.
Cérlos de Anjou.
(3) El viejo Allard era un caballero francés, de Tierra Santa, 3l que debió su
\iCloria el de Anjou, alcanzada s o i r e Coradino.
(I) Al?, primo d e Mahoma.
»¿Y quién puedes ser tú, que permaneces en lo alto del habrá visto cometer semejante crimen por los piratas que in-
peñasco, p a r a acudir más tarde quizá al suplicio que tus m i s - festan aquellos mares.
m a s acusaciones te han merecido?»
«Este no ha muerto a u n , ni lo traen sus faltas á estos l u g a -
res, y sí sólo para que vea todos los suplicios, repuso mi {
guia.
»Yo, que ya he muerto, tengo el e n c a r g o de guiarle por j
todos los círculos del Infierno; y e s t á n verdad, como lo e s 3
que yo te hablo en este instante.»
Al oir estas frases, más de cien condenados se pararon j
p a r a m i r a r m e , olvidándose de s u s tormentos con la sorpresa. |
«Tú, que acaso volverás en breve á ver el sol, d i l e á fray j
Dolcino que, si no quiere venir á unirse conmigo aquí, y p r o n - J
to, haga acopio de víveres y no se deje rodear por la nieve, 1
pues sin h a m b r e y nieve, dificultosamente podria vencerle el j
novares (1).
»Luego de haber alzado ya el pié para m a r c h a r , f u é cuando I
Malioma dijo aquellas frases; despues sentó las plantas y d e s - a
apareció.»
Otro, que tenia abierta la g a r g a n t a , cortada la nariz h a s t a j
las cejas y carecía desuna oreja, quedóse á c o n t e m p l a r m e !
asombrado como los demás, y abriendo la herida de su boca 1
ensangrentada, exclamo: «Oh tú, á quien no trae aquí n i n - 1
»El traidor que sólo ve con un ojo y gobierna la tierra, y
g u n a falta; tú á quien he visto allá arriba en la patria latina, 1
que según se halla aquí á mi lado quisiera no haber existido
á no ser que me e n g a ñ e un g r a n parecido; recuerda á Pedro i
jamás, los citará á una conferencia, y lo h a r á de tal suerte,
de Medicina (2), si a l g u n a vez vuelves á la magnifica llanura <
que ni súplicas ni votos serán necesarios para obrar contra el
que desciende de Vercelli á Marcabo; di á los dos mejores de 3 viento de Focara (1).»
Fano, ó sean Guido y Anglolello, que si no es inútil en estos 1
lugares la previsión, a m b o s serán arrojados de un b a r q u i - ' Y repuse: x<Si deseas que hable de tí allá arriba, dime
quién pueda ser el q u e al aspecto de aquel país f u é tan
chuelo, y ahogados cerca de Caltólica, por traición de un d e s - l
amargo.
leal tirano (3).
»Desde la isla de Chipre á la de Mallorca j a m á s Neptuno l L Entonces llevó su m a n o á la quijada de uno de s u s c o m p a -
ñeros, y abriéndole la boca, gritó: «Es éste; mas no habla.»
• Era el que, echado de Roma, ahogó la duda en el corazon
de César, asegurando que, para el hombre decidido, es peli-
H) Fray Polcino p r e l i c s b a en 1305 la comunidad d e bienes y mujeres. Consiguio
reunir más d e tres mil sectarios. Asediado por las tropas del obispo de Benevento» I
grosa siempre la espera ó el retardo (2).
f u é preso con su esposa Margarita, y quemados ambo* en la ciudad d e Novora. En el ¡Oh! qué horroroso me parecía con su lengua tronchada á
s u p l i c i o manifestaron l o s d o s uii h e r o i c o valor.
(2; Medicina llevaba el nombre d e Medicina, pais del Bolonesado. Era u n farsante
q u e e n c e n d i ó l a tea de la discordia entre el p u e b l o y los nobles bolóneses, señores 0) Quiere decir, no podrán t e m e r el v i e n t o de la montaña de Focara.
de Rávena y de Rimini.
(2) Arroja.lt» Curion del Senado, c o m o amigo do César, f u é 6 reunirse ron él y
(3) Malate'ta, tirano de Rimini.
le decidida pasar e l Rubicon.
raíz del gaznate, aquel Curion que tan temerario f u é en el cabeza separada, sin que por ello deje desde que lo fué de
hablar. estar unida á su tronco de un modo tan extraño.
Otro condenado, que tenia mutiladas ambas manos, alzo »Así se realiza en mí la pena del Talíon.»
s u s m u ñ o n e s al aire, tan sombrío, que la s a n g r e q u e vertía le
e n n e g r e c í a el rostro, y exclamó: «No te olvides de Mosca (! :»
¡oh! yo he sido quien dijo: «La cosa comenzada, débe t e r -
minarse.» Estas palabras fueron origen de la perdición de C A N T O V I G E S I M O N O V E N O
Toscana.
«Y la muerte de tu raza entera,» dije á mi vez. El, e n t o n -
c e s aglomerando pena sobre pena, se alejó cual un hombre Décimo y postrer calabozo del circulo octavo, donde están los
que tiene perdida la razón. charlatanes y los falsarios.—Permanecen cubiertos de lepra.
—Graffolino de Arezzo y Capochio de Siena.
Seguía yo observando la banda infernal, cuando vi lo que
á contar no me atrevería sin otro testimonio, á no prestarme
aliento la conciencia; esa bondadosa amiga que con el baluarte
o innumerable de aquella diversidad de tormentos,
d e s u pureza, fortifica de tal modo el corazon del hombre; vi
tenia tan turbados mis ojos, que hubiera deseado
e n aquel momento, y aun me figuro verlo, un c u e r p o sin c a -
p a r a r m e para llorar: mas mi Maestro me dijo: «¿Qué
beza, que andaba lo mismo que s u s compañeros; en su mano
es lo que miras? ¿Por qué se empañan tus ojos en ver
sustentaba la cabeza cortada, asida por los cabellos á modo
aquellas mutiladas sombras?
de linterna, y la cabeza, mirándonos, exclamaba: «¡Ah!»
»No lo practicaste así en los otros antros; si te propones
E iluminábase á sí propio, resultando dos en uno, y uno en contarlos, calcula antes que el valle mide dos millas de c i r -
dos: ¿cómo puede sucéder esto? sólo lo sabe el que á la vez e s cunferencia. La luna se halla ya debajo de nuestra planta, y
vengador y maestro: el tiempo prefijado es muy corto, faltándote aun ver otras
Cuando llegué al pié del puente, alzó s u s brazos y con ellos cosas que no te puedes imaginar.»
la cabeza, para a p r o x i m a r n o s más su palabra, y se expresó «Si te h u b i e r a s fijado en el motivo que me precisa á m i r a r ,
así: «Mira mi cruel tormento, tú que aun' r e s p i r a s al visitar puede q u e me dispensaras de coniinuar mis observaciones.»
los muertos; contempla si h a b r á suplicio que iguale al mió. Partia ya mi protector, y yo le seguía diciendo: «En el
»Y con objeto de q u e puedas hablar de mí, sabe q u e fui abismo q u e tanto llamó mi atención, creí ver gimiendo á uno
Bertrán de Born, el pérfido consejero del rey D. J u a n (2). de mi raza por el delito que tan caro está purgando aquí abajo:
»Yo a r m é al padre y al hijo, el uno contra el otro; ni Aquis- • \ él m e dijo: «No te preocupe por más tiempo la s u e r t e de
tofel excitó con más s a ñ a á Absalon contra David. ese espíritu; fíjate en lo que vas viendo, y que se quede él con
»Por dividir á los que unió naturaleza, llevo ¡oh dolor! mi forme está.
»Lo vi junto al puente señalarte con el dedo y hasta a m e -
nazarte; llamó á Geri del Bello (1); mas tú te hallabas tan abs-
traído con el que gobernó á Hantefort, que no dirigiste la vis-
ta hácia a q u e l sitio hasta que hubo partido (2).»
(< j Buondelmont« ofreció casarse con una hija de la casa d e Amidel, y l o s Uber-
ti y Lamberto s e l e s reunieron para dar castigo á Buondelmonte, por haberse casa- «Maestro, su violenta muerte, que todavía no fué vengada,
do d e improviso con una Donati. Los n i á s a n c anos querían que s e obrase con pru-
d e n c i a , pero Mosca, ciego de furor, aconsejó q u e s e diera muert« inmediata á
Buondelmonte, al que asestó varias puñaladas. Esta tragedia f u é origen de todas
(1) Geri do Bello, pariente por parte d e madre, d e Dante, f u é muerto por un
las discusiones, que tan funestas fueron para la república de Florencia.
Sacchetti. Su muerte fué vengada treinta años después por Clone d e Bello, su
(i) Bertrán de Born vizconde d e Autefort, f u é el que á fines del siglo s i l hizo sobrino.
s u b l e v a r á Juan IV, hijo d e Enrique II, rey d e Inglaterra, contra su padre.
(2) Bertrán de Born, gobernador en Hantefort.
le respondí, por n i n g u n o de nosotros, debe ser el motivo de su
enfermos de los Marismas (l), y Cerdeña en un mismo sitio,
desden; por eso se m a r c h ó sin h a b l a r m e , s e g ú n mi juicio;
presentarían un e n j a m b r e de dolores como los que contempló
pero su proceder hace que le estime m á s .
entonces.
E m a n a b a de aquel abismo un hedor tan r e p u g n a n t e c o m o
el que exhalan los miembros gangrenosos. Bajamos por la
izquierda, hasta el postrer borde de aquella peña gigantesca,
de donde mi vista pudo penetrar con m á s viveza hasta el fondo
del abismo, en el que la inapelable justicia, ministro del Altí-
simo, castiga á los farsantes que tiene en s u s listas.

De este modo seguimos conversando h a s t a q u e llegamos al No comprendo q u e la poblacion de Egina, apestada p o r


primer punto en el que se descubriría el fondo del otrojvalle ;
completo cuando se envenenó su atmósfera de vapores malig-
si h u b i e r a más luz en él. nos, h a s t a el extremo de ocasionar la muerte á todos los a n i -
Cuando a r r i b a m o s á aquel último claustro de Malebolge, males, inclusos los m á s pequeños gusanos, ni que los pueblos
desde el que se podian ver sus moradores, cual dardos afila- antiguos, cuando s e g ú n opinion de los poetas, hubieron de ser
dos m e taladraron el corazon miles de lamentos, precisándome renovados por medio de hormigas, presentaran tan desgarra-
á c u b r i r m e los oidos con las manos. " dor espectáculo, como el que ofrecían en el lóbrego valle aque-
Si en el mes que está en el centro de J u l i o y Setiembre llos decaídos espíritus, hacinados en diversos montones (2)
estuvieran reunidos los hospitales de Valdichiano (1) y los
Í
_ —

(1) Los Marismas vienen desde Pisa y Siena.


(l) Est« valle, c u y o n o m b r e t o m a origen d e la laguna Chiana, s e halla entro
(í) En el reinado d e Eaco; hijo de Júpiter, quien pobló la i s l a d e nuevo, c o n v i r -
Arezzo, Cortona, C h i u s e y Montepulciano.
tiendolas h o r m i g a s e n hombres. De a q u í s e originael nombre de M i r m i d o n e s
Unos yacían sobre el vientre, otros sobre los hombros del Entonces las dos s o m b r a s se desasieron, y a m b a s se vol-
q u e tenia más próximo, en tanto que otros iban a r r a s t r á n d o s e vieron hácia mi temblorosas, con otras varias que por r e p e r -
por aquel camino triste; mientras nosotros c a m i n á b a m o s á cusión lo oyeron también.
paso mesurado, mirando y oyendo aquellos infestados q u e ni Mi querido Maestro, m e dijo: «Dile lo que desees;» y puesto
siquiera podían alzar s u s cuerpos. que me lo permitía é l , empecé así: «Que vuestra memoria no
Observé á dos de ellos, que sentados, se apoyaban el uno se borre del mundo en que reside el alma h u m a n a ; por más
con el otro, asemejándose á dos tórtolas, calentándose mutua- que viva bajo distintos soles.
mente, cubiertos de costras de los piés á la cabeza. J a m á s vi »Decidme vuestro nombre y patria, sin que vuestro vergon-
n i n g ú n criado, esperado por su amo ó velando á pesar suyo, zoso y n a u s e a b u n d o torcedor os prive de a b r i r m e f r a n c a m e n -
tan ligero en remover la almohaza, como todas aquellas som- te vuestro corazon.— Yo nací en Arezzo, repuso una sombra,
b r a s lo eran en r a s c a r s e su p i c a z o n . n o hallando alivio a l - y fui condenado á la hoguera por Alberto de Siena ; mas el
guno. motivo de mi m u e r t e no e s el que aquí me condujo.
Con las u ñ a s se a r r a n c a b a n las costras de su lepra, como L »Verdad es que, hablándole, le dije de c h a n z a : «Yo s a b r í a
el cuchillo a r r a n c a las e s c a m a s del pescado. alzarme por los aires y volar.» Él, q u e e r a persona de cortos
alcances, y curioso, quiso que le e n s e ñ a r a aquella ciencia; y
no hice de ella un ápice; entonces me mandó q u e m a r por
aquel á quien tenia por hijo (1).
»Por sólo h a b e r practicado la alquimia en el mundo, fui
condenado por Minos, al que no es posible e n g a ñ a r , á p e n a r
en el postrero dé los diez circuios.» "
Yo dije al poeta: «¿Habrá habido algún pueblo tan vano
como el sienés? No, ni aun la nación francesa.»
El otro leproso, que me estaba oyendo, respondió á mis
palabras de. este modo: « Exceptuando á Stricca, que supo
gastar tan moderadamente (2), y á Nicolo, q u e fué el primero
que descubrió el costoso uso del clavo de especia, en el huer-
to do se cria este g r a n o .
»Hay que exceptuar igualmente la soeiedad en que Caceia
de Asciano disipó s u s viñedos y bosques, y á la en que Abba-
ghatto hizo ver su buen sentido. Mas para que no ignores
«¡Oh, tú, que desgarras la corteza de tu cuero con tus m a - quién es el que de esta m a n e r a te sigue en contra de los s i e -
nos, dijo á uno de ellos mi guia, las que parece que c o n v i e r - neses, fija en mí tu vista de modo que mi faz te corresponda.
tes en tenazas, dime si se halla algún latino entre vosotros,
»Observarás que soy la sombra de Capoechio, que falsificó
y ojalá que tus uñas te basten para la eternidad d e s e m e j a n t e
los metales por virtud de la alquimia, y debes recordar que
faena!»
te he mirado bien (3) y que fui un excelente imitador de mi
«Nosotros, á pesar de n u e s t r a deformidad, dijo uno de ellos naturaleza.»
llorando, ambos somos latinos; mas tú que nos preguntas,
¿quién eres?» ( t ) Griffolino d e Arezzo fué castigado en la hoguera por hechicero, por el
Mi Maestro repuso: «Soy un espíritu que de círculo en obispo de. Sieua.

círculo desciendo con este viviente para mostrarle el I n - Ironía irisle contra Stricca, que s e arruino por su lujo, y contra otros d e r -
rochadores de Siena.
fierno.»
(3) El s i e n é s Capocchio había e s t u d i a d o física é historia natural con el Dante
«¡Oh! le dije, si esa e s otra furia no llega á clavar s u s d i e n -
tes en tu cuerpo, dime sin cuidado quien es antes que se
oculte.»
C A N T O T R I G E S I M O
Y él contestó: «Es la antigua alma de aquella criminal
Mirra, que abusando de las leyes de la honestidad, fué a m a n t e
Continuación.—Existen falsarios divididos en tres clases: de su padre; para cometer esta horrible falta tomó nueva
1.A Los que tomaron el carácter de otras personas, se persi-
guen sin cesar á mordiscos.—'2.° Monederos falsos, atacados forma, igual que aquella otra que está más allá, que consintió,
de hidropesía y sed inestinguible.—3.a Calumniadores arro- para g a n a r la reina de la yaguaeería, en pasar por Buoso
jados unos sobre otros, devorados por la fiebre.—Maese Donati y hacer testamento en su nombre, dando forma legal
Adam y Simón de Troya. á dicho documento.»

kURANTF la época que J u n o , celosa de Semelé, estaba


rabiosa c o n t r a la s a n g r e tebana, como lo probó di-
!.. ••.
j^SJV' furentes veces, A t h e n a s se tornó lan insensato, que
' al notar que se le dirigian su esposa y s u s dos hijas,
•exclamó:
«Preparemos las redes y cace yo á un tiempo la leona y s u s
cachorros;» y tendiendo s u s m a l h a d a d a s g a r r a s , cogió á uno
II d e s u s hijos, llamado Learco, lo volteó por el aire, estrellán-
dolo contra una peña, en tanto que ahogaba á la madre con
el otro pedazo de su a l m a .
Cuando la desgracia abatió el poderío de los t r o y a n o s , '
decididos á todas las e m p r e s a s , hasta que el pueblo y su s o -
5fl
b e r a n o cayeron á una vez, Flecuba, desconsolada, mísera y
e n c a d e n a d a , luego de ver m u e r t a á Polixena y su Polidoro, i
quedó tan destrozado su corazon, que en su vehemente f u r i a
ladró como u n a perra, de tal suerte, que su corazon llegó á
3 extraviarse.
Mas ni los tebanos ni los troyanos desmostraron tanta cruel- Luego que aquellas dos f u r t a s que llamaron mi atención
dad en a t o r m e n t a r a n i m a l e s ó cuerpos humanos, como l a q u e hubieron pasado, volvíme p a r a contemplar las otras s o m b r a s
i o b s e r v é en dos s o m b r a s pálidas y desnudas, que mordían cor- que nacieron malas.
riendo cual un cerdo al huir de la pocilga. Una de ellas tenia la forma de laúd, en caso de que su alma
U n a de ellas se lanzó sobre Capocchio, le asestó un golpe estuviera en el sitio donde el cuerpo se divide á semejanza de
en la nuca, y arrastrándole hizo q u e el vientre barriese el duro horca; la pesada hidropesía que tanto desfigura los miembros
s u e l o : el aretino (1) dijome temblando: «Esa furia no es otro á causa del h u m o r , diferenciándolos de suerte que el rostro no
<jue (íianni Schicci (2), cuya rabia asi atormenta á los demás.» corresponde al vientre, le precisaba á tener abiertos los labios,
asimilándose al tísico, que cuando la sed le acosa, lleva s u s
(1) Gripolio, natural d e la c i u d a d d e Arezzo. labios, uno á la nariz y el otro á la barba.
( 2 ) Juan S c h i c c i , d e la familia Cavalcanti e n F l o r e n c i a , había r e m e d a d o à t o d o
e l m u n d o c o n tal propiedad, q u e m u r i e n d o Buoso Donati s i n t e s t a r , p a r i e n t e c e r .
c a n o d e s u a m i g o S i m o n Donati, r e s o l v i ó é s t e , para h e r e d a r l e , o c u l t a r s u m u e r t e ,
p r o p u s o á S c h i c c i q u e s e m e t i e r a e n la c a m a , é i m i t a n d o à Buoso, testara b s u favor; asi s e verificó, e n e f e c t o , m e d i a n t e e l regalo d e u n a y e g u a d e gran p r e c i o
llamada Coima delta Tcmna.
«Los q u e no sufrís castigo alguno en este miserable m u n d o [ vez, le pegó en el rostro, con un brazo que no parecía más
(no sé por qué), dijo, contempladme y fijaos en el torcedor de ¡ blando, diciendo:
Maese Adani (1). Viví saciando todos mis deseos, y en este K B í q ^ a r g o de no poder moverme á causa de la pesadez
momento ¡ay! anhelo una gota de agua. ; de mis miembros, tengo todavía agilidad en el brazo para
»Los arroyos que de las frondosas colinas de Casentino j ejercer este oficio.» El otro le contestó:—«No lo eras tanto
bajan al Arno, abriendo cauces de voluptuosa f r e s c u r a , perma- f- cuando m a r c h a b a s á la hoguera, pero lo habías sido m á s
necen continuamente á mi vista, y no en vano, por e s t e n u a r m e [ cuando acuñabas monedas falsas.»
su vista m á s aun que la dolencia que descarna mi cuerpo. El hidrópico añadió: «Dices verdad en esto; pero no la
»La severa justicia que m e asedia, se sirve del sitio de mis í dijiste en Troya c u a n d o te se reclamaba.»
pecados para mejor alimentar mi angustia. | «Si yo afirmé una falsedad, tú falsificaste los cuños, repuso
»Iiomena, donde falsifiqué las monedas con el cuño del Simón; yo sólo una vez falté, mientras tú faltaste m a s veces
Bautista, está allí, por lo que dejo en la tierra un cuerpo que todos los condenados.»
abrasado. Mas si viera aquí la criminal a l m a de Guido (2), la «Perjuro, recuerda el caballo de m a d e r a , repuso el del g r a n
de Alejandro y la de su h e r m a n o , no comparecería á su vista ! al.dómen, y que tu delito sea castigado, ya que loconoce el
ni siquiera por la fuente de B r a n d a . orbe entero.»
» Aquí dentro se e n c u e n t r a una de ellas ya, sí no mienten las «Y tú, le increpó el griego, que seas castigado por la sed
furiosas s o m b r a s que vagan por estos lugares dando vueltas; | que agrieta tu lengua, y por ese corrompido líquido que alza
mas ¡qué me importa á mí, si tengo encadenados los miembros! [ tu vientre como una barrera ante tu vista.»
»Siquiera tuviera agilidad para adelantar una linea en un El monedero: «No a b r e s tu boca, según costumbre, sino
siglo, ya hubiera emprendido el camino, persiguiéndole á \. para blasfemar; si tengo sed y el h u m o r abulta mi cuerpo, tú
través de esa infame raza en este abismo, que mide once m i - llevas interiormente el fuego en que a r d e tu cabeza; poco h a b í a
llas do circunferencia y media de ancho. \ que rogarte p a r a q u e t e d e c i d i e r a s á l a m e r e ! espejo de Narciso.»
»Ellos n o son culpables de que yo pertenezca á esta raza, ^ o no pensaba más que en oirles, cuando mi guia m e dijo:
pero me indujeron á a c u ñ a r florines con tres quilates de liga.» «Prosigue mirando, q u e estoy tentado de reñirte »
Yo le respondí: «¿Quiénesson esos dos míseros que h u m e a n Al oír su voz amenazante, volvíme ruboroso á él y aun lo
cual una m a n o mojada en el invierno, y que tanto se aprietan conservo vivo con su recuerdo en la memoria. E hice cual el
entre sí á tu derecha?» ^ que sueña en su desgraciay anhela s o ñ a r p a r a seguir s o ñ a n d o ,
«Los encontré ya en este sitio, sin que desde entonces s'e ; ; porque quiere que sea aquello que ya fué: no podia hablar ni
h a y a n movido, me dijo; d e esta suerte, que no creo vuelvan
l e s c u s a r m e . y á pesar de todo m e e s c u s a b a sin darme cuenta
á moverse. l de ello.
»Uno de ellos es el tramposo acusador de J o s é , y el otro, I «Con mucha menos confusion, me dijo, podia olvidarse u n a
Simeón el falso, el griego de Troya; en su rabiosa calentura [• falta m á s grande que la tuya: asi, sacude toda tristeza, y r e -
arrojan ese denso y fétido vapor.» cuerda que me hallo siempre á tu lado, si sucede que el acaso
Indignado uno de ellos, tal vez porque se le nombraba con vuelve á reunirte con séres entregados á tales disensiones
aquel nombre infamante, dió un puñetazo en el duro vientre | Porque el pretender oir tales cosas, es desear una bajeza.»
del hidrópico,, que resonó como un tambor. Maese A d a m , á su

M —

í l ) Ilábil m o n e d e r o d e Brescia, que en c o n v i n e n c i a con los c o n d e s d e Rome-


n a falsiflcó l o s llorínes q u e tenían la imagen de s a o Juan Bautista, patrón d e Flo-
rencia.
(2) Guido y Alejandro, condes d e Romena y Casentin antes citados.
borde del pozo, que por inmenso que mi e r r o r h u b i e r a sido,
no lo e r a tanto como el pánico que le iba sucediendo.
C A N T O T R I G È S I M O P R I M E R O P o r q u e como Montereygione corona de torres todo su
recinto, lo mismo se alzaban sobre el brocal del pozo la
mitad de los cuerpos de aquellos horrendos gigantes á q u i e -
Noveno y postrer circulo, ó el de los Traidores.—Está dividi- nes Júpiter amenaza aún desde lo alto del cielo siempre que
do en cuatro recintos, en los que se castigan otras tantas cla-
truena.
ses de Traidores.—Los poetas hallaron en ellos á Nembrod,
Efia/lo, Anteo y otros gigantes que daban vueltas al circulo Ya principié á descubrir los rostros, los hombros, el pecho,
infernal.—Anteo toma en sus brazos á ambos poetas y los l parte del vientre y los brazos, q u e tenia tendidos uno de ellos.
conduce al fondo del circulo noveno. Verdaderamente que naturaleza se manejó con gran s a b i d u -
ría al olvidar la m a n e r a de c r e a r mónstruos tales, puesto q u e
privó á Marte de tan tremendos ejecutores.
A propia lengua que antes habia hecho cambiar el
Sí bien a h o r a cria, sin motivo de arrepentimiento, e l e f a n -
color de mis mejillas me presentó luego el remedio,
tes y ballenas, el que calcule bien, sólo verá en esto una señal
r j ^ imitando á la lanza de Aquiles y su padre que, s e g ú n
de su discreción y justicia; pues cuando la razón del h u m a n o
dicen, al principio causaba daño y despues encanto
•espíritu va j u n t a al poder y á la malevolencia, no hay en la
inexplicable.
tierra resistencia posible.
Dejamos a t r á s aquel valle desventurado, m a r c h a n d o sin j
h a b l a r á lo largo de la orilla que le circuye. En ella no reinába i Su cabeza parecióme tan g r a n d e y prolongada, cual la pina
la luz ni la sombra, por lo que no podia extenderse mi vista de San Pedro en R o m a , siendo arreglados á ella ios demás
muy léjos. miembros; de suerte, que vistos desde la orilla, asimilaban
Pero percibí él hórrido tañido de una trompa que hubiera ; treinta robustas palmeras, desde el brocal del pozo hasta
a p a g a d o el estampido del trueno, y guiado por s u e c o , fijé la •donde el hombre a c o s t u m b r a á a b r o c h a r su capa.
vista en el punto de donde parlia. «Raphe Imai amechza bialmí,» comenzó á proferir la orgu-
Ni despues de la derrota en q u e Carlo-Magno perdió todo llosa boca, que no puede p r o n u n c i a r más dulces salmos.
el fruto de su e m p r e s a santa, tronó con más ímpetu la trompa Mi Maestro le dijo: «Alma insensata, haz r e s o n a r esa trompa,
de Rolando. para proporcionarte alivio cuando la cólera ú otra pasión te
Alcé los ojos, y me pareció que veia gran número de altí- agite: Busca en tu g a r g a n t a , alma imbécil, y hallarás la correa
s i m a s torres, y pregunté: «Maestro, ¿qué pueblo es ese?» q u e sustenta tu trompa y que a m a r r a tu descomunal cintura.»
Contestóme: «Como quieres ver desde muy léjos y entre 1 Despues me dijo á mi: «Ese que se acusa á sí propio, es
tinieblas, te has engañado; ya verás en llegando cuánto ofusca . Nembrod, cuya temeraria empresa dió márgen á que el mundo
la distancia el órgano de la visión; adelanta el paso.» emplee más de u n a lengua (1).
Entonces, cogiéndome la m a n o con t e r n u r a , me dijo: Dejémoslo; no hablemos inútilmente; pues tan desconocida
«Antes de que pasemos más adelante, sabe, para que te | le es n u e s t r a lengua, como á nosotros la suya.
parezcan menos extraños aquellos bultos, que no Son torres, Continuamos nuestro camino con dirección á la izquierda,
y si gigantes sumidos en el pozo del borde, desde el vientre á y como á un tiro de ballesta encontramos otro gigante, más
los piés.» feroz y formidable.
Según la m i r a d a q u e al desvanecerse la niebla va descu- No puedo decir quién dispuso su atadura de aquel modo-
briendo los objetos escondidos por el vapor que envolvía el el brazo izquierdo lo llevaba atado delante y el derecho
a i r e , iba descubriendo yo, á medida que iba cruzando aquel
vapor denso y oscuro, y que m e a p r o x i m a b a más y m á s al
(1) Nembrod, hijo d e Chus, uno d e los operarios de la torre de Babel.
detrás; una cadena le s u j e t a b a desde el pescuezo p a s t ó el sitio lo mismo que ese, con la diferencia d e q u e su faz es mil veces
que tenia en descubierto, dando cinco vueltas á s u cuerpo. m á s asquerosa y feroz.»
«Ese fatuo quiso medir su poder con el del soberano J ú p i - J a m á s un terremoto produjo mayor sacudida ni causó tal
ter, m e dijo mi Maestro, y esta es la gloria que alcanzó su estruendo, como el ocasionado p j r Efialte al agitarse s ú b i t a -
loca empresa. Se llama Efialte, y manifestó su audaeia al mente.
imponerse los gigantes á los mismos dioses; no volverá á Entonces temí de tal modo la muerte, q u e acaso hubiera
mover el brazo que alzara entonces.» sucumbido al miedo, á no ver que el gigante yacia atado f u e r -
Yo le contesté: «Si no fuera imposible, desearía ver por mi temente. Seguimos nuestro camino y poco tardamos en llegar
mismo á ese inmenso Briareo.» cerca de Anteo, qué, sin contar la cabeza, sobresalía un metro
á lo menos del abismo.
«Oh, tú que en el venturoso valle de Escípion conseguiste
gloria tanta c u a n d o Aníbal y s u s parciales volvieron la
•espalda (1), tu presa fué la de mil leones, y que á tomar parte
en aquella gran batalla tus h e r m a n o s , créese hubieras a s e g u -
rado la victoria de los hijos de la tierra, haz favor de d e c i r -
nos en qué sitio transitó el frío al Cocyto.
»No me dirijas á Ticio ni á Vifeo; mi amigo puede p r o c u -
rar lo que se desea aquí; así, pues, humíllate y no contraigas
el rostro de esa suerte.
»Este aun puede pregonar tu fama por el mundo.» El gigan-
te, tendiendo la mano, tomó á mi Maestro en los brazos, que
de tal modo habian estrechado á Hércules. Cuando se advirtió
cogido Virgilio, me dijo: «Haz de m a n e r a que pueda asirte yo;»
lo que ejecutó de s u e r t e q u e los dos parecíamos un solo bulto.
S e g ú n la Garisenda (2), q u e parece caerse del lado que se i n -
clina al pasar u n a nube sobre ella, así me pareció Anteo al
verle inclinarse, estando yo en aquel momento de tal modo,
<|ue hubiera preferido ir por otro cualquier camino.
Mas nos dejó con suavidad en el fondo del abismo que devo-
ra á Lucifer y á J u d a s ; por un corto espacio quedóse inclinado,
.pero despues se irguió como el mástil del navio.

(I) Se r e l W e á la bllalla de l a m a .
(i) Garisenda, torre inclina Ja de Bolonia, l l a m a d . Torre Mozza, t i e n e <31
ffies de elevación. Tambieu á corta distancia esto la d e Asinelli.

A lo que observó: «Cerca de este sitio verás á Anteo, el


cual habla, no está sujeto con cadenas, y nos a c o m p a ñ a r á
h a s t a el interior de esta mansión del mal.
«El que deseas ver tú está mucho m á s lejano, encadenado
hasta la parte del rostro donde se dibuja el rubor, c a s t a ñ e -
teando s u s dientes, cual los picos de las cigüeñas.
C A N T O T R I G È S I M O S E G U N D O Todas tenían el rostro mirando hácia abajo, diciendo s u s
bocas el frió que atería sus miembros, y sus ojos la pena de su
corazón. Luego de fijar mi vista reparé en el fondo y vi dos
Recinto primero del circulo nueve ó sea el de Cain el fratricida. sombras, de tal suerte unidas, que se confundía el cabello de
—En él están los traidores que lo fueron con sus parientes, ambas cabezas.
metidos en un lago de hielo.—El Maese Alberto Camiccio
de Pazz.—Recinto segundo, ó el de Antenor y los traidores
á su patria.

P
UISIERA que mi voz fuese cavernosa, según debiera
serio para entonar el tenebroso aniro descanso de
los demás circuios, así tal vez e x p r e s a r í a mejor mi
idea; más no siéndolo, emplearé mi balbuciente y
débil voz.
No se trata de u n a cuestión puéril, y si de dibujar el fondo
del universo [entero. Que acudan en socorro de mis versos
aquellas m u j e r e s (1) que auxiliaron á Amfion en la construc-
ción de Tebas, para que mi canto no desmerezca del a s u n t o
de que trata. ¿Quiénes sois, exclamé, vosotros, que tan en lazados estáis?»
Raza maldita sobre las d e m á s razas, q u e m o r a s en este Alzaron s u s rostros, y después de mirarme, las lágrimas q u e
lugar; del q u e no se puede hablar sin dolor, ¿por qué no te antes i n u n d a b a n s u s ojos, fueron cuajadas por el frió en s u s
condujiste en el mundo como la simple oveja ó la h u m i l d e pestañas.
cerval i lia? Nunca ningún clavo estrechó de tal m a n e r a dos maderas-
Al llegar al fondo del oscuro pozo, todavía debajo de la como se apretaron los dos condenados, topándose á semejanza
planta del gigante, mirando yo las altas murallas, pefcibí de carneros; tal e r a el furor de q u e estaban poseídos.
u n a voz que decía: «Repara do posas el pié, p a r a no pisar En aquel punto, una sombra que había perdido sus orejas á
las cabezas de desdichados h e r m a n o s que aquí han s u f r i d » causa del frió, me dijo humillando la cabeza: «¿Por q u é n o s
las torturas.» miras con tal atención?
Volví la vista, y al frente de mí observé un lago que p a r e - «Si deseas saber quiénes son esos dos, te diré, que la patria
cía cristalizado por el hielo. de su padre Alberto y la de ellos, fué el valle que atraviesa el
Ni en Austria el Danubio, ni el Támesis bajo su frío cíelo, Bicencio (i). Los dos tomaron forma en las mismas e n t r a ñ a s ;
tuvieron j a m á s una tan espesa cubierta de hielo, la que n o y si recorres el circulo de Caín, no verás otra s o m b r a más
r o m p e r í a n , a u n q u e cayesen el Tabernick ó P i e t r a - P i a n a (2). merecedora de estar enterrada en el hielo (2).
A la m a n e r a que asoman las r a n a s s u s cabezas fuera del »Ni aquel á quien Arturo abrió el pecho de un golpe (3) ni
a g u a al emitir s u s cantos, cuando el labrador principia á e s -
pigar, se hallaban las lívidas s o m b r a s enterradas en el hielo,
(1) FI R i e e n c i o c o r r e por e l v a l l e d e Falterona. Alejandro y N a p o l e o n s e d i e -
ron m u e r t e en é l , luego d e fallecer su padre A l b e r t o d e Alberii.
(1) Por las Kusas. V ) Círculo d e Cain, m o r a d a d e l o s t r a i d o r e s á s u s p a r i e n t e s .
(•') Ocujto Mordrec para m a t a r á s u padre Arturo, r e c i b i ó d e é s t e u n a l a n z a d a
(?) T o b e n i i c k , m o n l a f a de Fslavonia ; Pietra-Piena, m o n t e d e la Toscana-
<iue lo a t r a v e s ó
c e r c a d e Luca.
Toccacio (!), ni el que con su cabeza me veda el ver más lejos, —«Ya no quiero que hables, le dije, aleve traidor; p a r a
que se llamó Sassolo Máscheroni (2). Si procedes de Toscana, baldón eterno d a r é de tí noticias verdaderas (1).
ya puedes conocerle, y para que ceses en tus interrogaciones, —»Vé, me respondió, y di lo que gustes ; mas si sales de
sabe qne soy OamiccionedePazzi, y que espero á Carlino, que aqui, acuérdate también del q u e tuvo la lengua tan dispuesta.
h a de e x c u s a r m e (3). »Llorando se halla aqui el soborno que recibió de los f r a n -
Después v¡ millares de rostros ennegrecidos por el frió, los ceses. He visto, dirás, á Buoso Duera, donde los pecadores
que, de tal s u e r t e me aterraron, que n u n c a se b o r r a r á n de mi están helados.
mente aquellos helados charcos. Yendo avanzando hácia el »Por si te preguntan el nombre de los demás, di que á tu
centro, no sé si el destino ó la casualidad hizo q u e pisara el lado está Bechería, decapitado en Florencia. Algo m á s lejos
rostro de una de aquella multitud de cabezas. creo que también están Guianni del Soidaniero, Ganellone y
Súbitamente me gritó llorando el a l m a : «¿Por qué m e pisas? Tabadello, quien abrió las puertas de Faenza aprovechando
Si es que no eres un aumento de la venganza de Monteperto, el sueño de s u s defensores (2).»
¿á qué a t o r m e n t a r m e así?» Algo retirados de esta, vimos otras dos s o m b r a s heladas
El guia se paró, y yo dije al q u e aun proseguía en s u s igualmente, que la cabeza de la u n a hacia de capirote á la
blasfemias: «¿Y quién e r e s tú q u e de tal modo maltratas á los: otra.
demás?» Y á imitación del harabiento en el pan, clavó el de debajo
—«Dime a n t e s quién e r e s tú que vagas por el círculo de sus dientes en el otro, en el sitio donde el cerebro se j u n t a á
Antenor (4), hiriendo los rostros con más dolor que si e s t u - la nuca. Tideo no machacó con m á s s a ñ a las sienes de Mene-
viesen vivos?» lippo, que lo verificó aquel con el cráneo de su compañero.
—«Soy viviente, repuse, y puede que sea de tu agrado que «¡Ah! tú que denotas tan claramente el ódio contra la víc-
ponga tu noVibre junto con los que h e podido r e u n i r . » tima que devoras, dime qué motivo te lo dicta; pues conviene,
Y me contestó: «No es tal mi deseo; huye de aquí y no si de tu parte está la razón, que yo sepa el crimen y quiénes
me incomedes más; nada puede h a l a g a r n o s en estas heladas sois, para poder ejercitar tu venganza allá en el mundo, á no
aguas.» ser que se seque la lengua que a h o r a te habla.»
Cogiéndole entonces por la nuca, le dije: «Dime tu nombre
ó te q u e d a r á s sin uno solo de tus cabellos »
• I) En Monte-Apnrto, el güelío Bocca. seducido por los gibelino«, c o r l ó
«Así me a r r a n q u e s los cabellos, ni a u n te indicaré quién la mano á Jacobo Paz/.i, qua ostentaba e l estandarte d e su partido. Asustados
soy; ya puedes arrojarte mil veces sobre mi cabeza.» l o s g ü e l f o s al caer s u bandera, s e dispersaron desordenados, perdiendo la b a -
talla.
Ya tenia enroscados y aun a r r a n c a d o s una parte de s u s •
('¿> Traidores é !a p itria.
cabellos, mientras él aullaba con desencajados ojos, cuando
una sombra gritó: «Bocea, ¿qué tienes? ¿No son bastante los
rechinidos de los dientes, que todavía has de aullar asi? ¿Que
demonio te atormenta?

(1) Toccacio Cancellieri de Pistoia cortó la m a o o a su primo, y d e s p u e s m a t o á


s u tio.
(2; Sassolo Mascheroni también mató è su tio; según otros, á s u sobrino.
( 3 ) Camiccinne Pazzi m a t ó á s u pariente Ubertino carlino, partidario d e los
gibelinos, y entrego por una cantidad a los gUelfos el castillo d e Piano di Trevigne,
s i t o en el valle de Arno.
(4) El circulo d e Antenor, d o n d e están los traidores 6 la patria. Antenor vendió
Á Troya, e s c o n d i e n d o en su palacio à ülises.
»El conde de Gualdani, seguido de los Sismondi y L a n -
franchi, llevaba á su lado a l g u n a s p e r r a s flacas, pero ágiles y
diestras. Al principio de la c a r r e r a creí que el lobo y s u s c a -
CANTO VIGÈSIMOTERCERO | c h o r r o s estaban rendidos, y que se devoraban s u s costados
con sus afilados dientes. Al despertarme antes de la a u r o r a , vi
j que mis hijos estaban conmigo, pero que llorando y soñando
me pedían pan.
Ugolino y el arzobispo Roye rio.—Historia del conde Ugo/i-
no.—Recinto tercero, el de Plo/omeo y los traidores de sus
huéspedes.—El hermano Alberico.

IH¡(¡ L pecador aparto su boca del horrible alimento, y


3 i l secándola en los propios cabellos de la cabeza que
^ ^ le habia servido de comida, m e dijo así: «Quieres que
^ acibare mi pena con el nuevo recuerdo que me llena
de angustia sólo al p e n s a r que he de hablar de él.
«.Mas si mis palabras pueden ser el g é r m e n de baldón é
infamia para el traidor que devoró, á un tiempo h a b l a r é y
sollozaré.
»Ni sé quién eres, ni-cómo h a s podido llegar aqui; pero en
tu acento .entreveo que eres florentino. Ante todo, sabe que
soy el conde Ugolino, y éste el arzobispo Ruggieri (1). Ya te
diré por qué mi crueldad con mi vecino.
»Creo escusado decirte que por su perfidia me vi preso y
c o n d e n a d o ; lo que i g n o r a r á s s e r á la crueldad de mi muerte,
mas te la referiré y verás si debo odiarle. Una pequeñísima
abertura practicada en la torre, que á consecuencia de mi su-
plicio tomó el n o m b r e de Torre del H a m b r e , en la q u e toda-
vía estarán sufriendo otros muchos, me habia indicado ya
por su rendija la venida de varios días, cuando tuve el sueño
que rasgó el velo de mi porvenir.
»Mal corazon tendrás si no te a p e n a ya la idea de lo q u e
»En él se destacaba Ruggieri como amo y señor a r r o j a n d o
¡ desde entonces presagió mi alma; y si esto no íe conmueve,
un lobo y s u s hijos hácia el monte, c a u s a por la cual los pí-
¿qué te podrá conmover?
sanos no pueden ver la ciudad de L u c a (2).
fc »Despiertos ya, y cercana la h o r a del alimento, cada uno
dudaba por influencia de su sueño. Yo percibí el ruido, al ce-
rrarse las puertas de la horrible torre, y me limité á c o n t e m -
(1) Ugolino, (lesci'i.diente de los c o n d e s de la Gherardesca, e n 1588 gobernador
de Pisa. El arzobispo Ruggieri, c e l o s o d e su mando, divulgo la e s p e c i e de q u e era li piar á mis hijos sin articular palabra.
ira'dor, y ayudado por l o s S i s m o n d i y Gualandi, fué hacia e l palacio «'eUgolino;
»Mis lágrimas iban secándose, á medida que la indiferencia
reduciéndolo á prisión con sus dos hijos y dos nietos, en la lorre Degli Anciani. Las
llaves d é l a prisión, que à c o n s e c u e n c i a del suplicio d e Ugolino tomo e l n o m b r e de helaba mi corazon, mas ellos seguian gimiendo; al observar
Torre del Hambre, fueron s e p u l t a d a s e n e l Arno. mi pequeño Anselmo el estado de mi sér, me dijo: «Padre mió,
(2) Monte San Julián. ¿qué te pasa p a r a m i r a r n o s así?»
»Empero, ni lloré, ni respondí en aquel dia, y la otra no- I ? percibir algún viento. «Querido guia, dije, ¿qué es lo que aqui
c h e , hasta que se alzó otro sol en Oriente. Al penetrar uno de | ^ mueve? ¿Hay aquí, por ventura, algún soplo sin extinguir?»
s u s más tenues r a y e s e n la cárcel del dolor, vi en cuatro fiso- , Y me contestó: « Luego lo sabrás; en breve verás la causa
nomías el retrato de lo que d e b i a s e r la mía; entonces, en mi | de ese viento.» E n t o n c e s nos gritó uno de los condenados en
desesperación empecé á morderme las manos, y mis hijos, aquel témpano de hielo: «Almas pecadoras q u e os han a r r o -
creyendo q u e lo hacia impulsado por el h a m b r e , súbitamente jado al último círculo, quitadme del rostro estos duros velos
se incorporaron, diciéndome: «Padre, si quieres amengua para a t e n u a r un tanto el dolor que inflama mi corazon antes
nuestro horrrendo dolor, cómenos: tú que nos cubriste de esta que vuelvan á helarse mis lágrimas.»
mísera c a r n e , despójanos de ella.»
Yo le repuse á mi vez: «Si deseas alivio, dime quién eres; y
Aquí hice por c a l m a r m e para no acibarar m á s s u pena, per- luego, si no te complazco, q u e caiga para una eternidad en el
maneciendo mudos aquel dia y los que siguieron. ¡Oh cruel fondo de ese páramo.»
tierra! ¿Por q u é no nos tragaste?
Entonces dijo: « Yo soy fray Alberico, el sér cuyo jardín
dia cuarto, Gaddo se arrojó á mis plantas diciéndome^ produjo tan malos frutos, y aqui estoy recibiendo un dátil
•«Padre mió, ¿por qué no vienes en mi socorro?» Y en aquella por un hijo (1).»
postura, y sin poder moverse más, falleció; los otros tres mu-
& «¡Oh! le repuse, ¿con que h a s muerto ya?» Y él contestó en
rieron entre el quinto y el sexto dia. Ciego ya, á tientas fui m seguida:
abrazarlos dos dias despues; luego el h a m b r e tuvo más fuerza
»Ignoro cómo se hallará mi cuerpo allá en el mundo. P t o -
que el dolor.»
lorneo tiene el don de coger las a l m a s a l g u n a vez a n t e s d e
Cuando acabó de h a b l a r m e de esta suerte con ceño torvo que las a r r o j e Atropos (2).
se volvió á a g a r r a r al cráneo miserable, en el que s u s dien- »Para que me quites las lágrimas con más g a n a , te diré
tes, imitando los de un lobo furioso, penetraban basta los que tan pronto hace el alma una traición así como la mía, le
tuétanos. ; es quitado el cuerpo por un demonio, que «lispone de él h a s t a
¡Oh Pisa! baldón de las naciones del precioso país en que: el término de su vida, cayendo desde luego el alma en este
Km el si resuena, puesto que tanta calma invierten tus vecinos, i frió pozo. Tal vez permanece aun en lo alto el cuerpo de la
• ^
en tu castigo, que se derrumben Capraja y Gorgona (1), for- sombra que está t r a s de mi en este hielo.
m a n d o un dique en la boca del Arno, para sepultura de tus P; »La debes conocer, si hace poco que llegaste: es Branco de
moradores! Si al conde TJgelino se le acusó de haber queri- ; Uria, a u n q u e ya está muchos a ñ o s e n c e r r a d a en este l u -
do entregar tus castillos, s u s hijos no debian tener tan desas- gar (3).»
troso fin; nueva Tebas por probar su edad tierna la inocen-
' —Me figuro, le dije, que no dices verdad, pues Branco
cia de Uguccione, Brigata y de los demás enunciados en raí
de I ría aun no murió, puesto que come, bebe y viste allí
canto. arriba.
Despues fuimos hácia el sitio en que el hielo cierra cruel- —«En el foso Malebranche, repuso, donde hierve o b s t i n a -
m e n t e varias s o m b r a s de cabeza abajo. Las lágrimas derra- damente la pez, aun no habia caído Miguel Sancho, q u e ya
madas allí impiden el curso de otras nuevas, y la pena que no Branco habia puesto un demonio en su cuerpo y en uno de
puede salir por los ojos, se reprime interiormente y aumenta
la angustia.
-A
Las p r i m e r a s lágrimas se congelan y se quedan agrupadas as i t —
como un cristal debajo de la cavidad de los ojos; y si bien mi I d ) Fray Alberico, reñido con todos s u s parientes, fingió un dia querer la rec< u -
CiliacioD, con c u y o objeto l e s invito é una grán comida; pero a los posires l o s
íostro endurecido por el frió, era casi insensible, me pareció mandi. asesinar. De aqui vino un proverbio q n e dice: •Probó l a s fruías de fray-
Al be rico.
(i) Dos islas e n la embocadura del Arno. ¡ "(S) Circulo de Ptolomeo, do están l o s traidores á la amistad.
¡3) Branco de l'ria, genovés, matador de su suegro.
-.wíiái- - «3i9Í«Sc . •
s u s cómplices en la traición. Ahora, alarga la m a n o y abre Lector, no q u i e r a s p r e g u n t a r m e cuál me quedé s o b r e c o -
m i s ojos.» gido y frió entonces, pues no lo podría describir. No morí, y
Mas yo no se los abrí, pues f u é lealtad el ser desleal á pesar de ello, no vivía; juzga por tí mismo por poca i m a -
con él. ginación que te ayude, lo que seria de mí viéndome á la vez
¡Oh genoveses! enemigos de la virtud y amigos del vicio, privado de la vida y de la muerte.
¿por qué todavía no habéis sido expulsados del mundo? El emperador de aquel triste imperio asomó el pecho por
Al lado del genio del mal de la R o m a n a , he hallado á uno entre quel helado m a r , siendo m á s proporcionada mi esta-
de vosotros, el que por s u s acciones tiene su alma sumergida tura á la de un gigante, que no lo era la de éste repecto á la
•en el Cocito, en tanto su cuerpo parece vivir en lo alto. magnitud de s u s brazos; c o m p a r a cómo seria el todo de su
cuerpo.
Si fuese tan hermoso como deforme e s hoy, y si se atrevió á
alzar su vista contra su Creador, él debe ser el causante d e s ú
C A N T O T R I G É S 1 M 0 C U A R T 0
mancha ó fealdad.
Para mí fué g r a n asombro observar tres rostros en s u
cabeza (1), encarnado uno á la parte de delante, y los dos res-
Recinto cuarto, ó el de Judas ij los traidores con sus protecto-
res.—Lucifer se halla encadenado en él. —Virgilio explica tantes unidos á éste, enmedio de cada hombro, reuniéndose
la creación del Infierno.—Los poetas abandonan la ciudad los tres en la parte superior de la cabeza.
de las lágrimas y vuelven á ver lucir las estrellas. El rostro de la derecha a p a r e c í a blanco y amarillo, y el
de la izquierda e r a del color de los que pueblan el país en q u e
^ f c É r V a t» vista hácia adelante, m e dijo mi guia, por si pue- se engolfa el Nilo. De debajo de s u s dos cabezas salían dos
cMlP-y distinguir las banderas (1) » inmensas alas, con arreglo al volumen de tan prodigiosa ave,
^jfvB c o m o
c u a n d o domina la niebla espesa, ó tiende sin que yo haya podido ver vela de buque q u e les pueda s e r
f .o la noche su negro crespón sobre el hemisferio, parece comparada.
verse a lo lejos una especie de molino que hace mover el Aquellas alas no estaban vestidas de pluma a l g u n a , a s i -
viento, así me pareció entrever un lejano edificio. Y para res milando á las del murciélago; al agitarlas era tal su aleteo,
g u a r d a r m e del viento me encogí detrás de mi Maestro, á falta que producía tres diferentes aires.
de otro abrigo. El Cocito estaba helado en torno suyo; s u s seis ojos llora-
Amedrentado, y lo demuestro en mis versos, estaba yo en ban á la par, inundando s u s tres barbas las lágrimas y una
el lugar en q u e las sombras, completamente cubiertas por el sanguinolenta baba. Con los dientes de cada boca d e s p e d a -
hielo, s e m e j a n por la trasparencia simples pajas entre cris- zaba un pecador, asemejándose á las m á q u i n a s que trituran el
tales. lino, de s u e r t e que hacia tres víctimas á un tiempo.
1 ñas se hallan echadas, otras de pié, y hay a l g u n a s qué I Los mordiscos q u e s u f r í a el de la parte de delante eran
g u a r d a n la forma de un arco, con la cabeza tocando á los nada, en comparación de las heridas c a u s a d a s por las g a r r a s ;
piés. Así que mi Maestro j u z g ó que habíamos avanzado lo ni aun piel tenia ya en los ríñones.
suficiente para m o s t r a r m e la c r i a t u r a que antes tuvo tan her- «El alma que m á s sufre allá a r r i b a , dijo mi guia, es la de
moso aspecto, paróse ante mi, y m e obligó á detenerme: « l i é Judas Iscariote, que mueve su cabeza en el fondo de la boca,
aquí á Díte (2), me dijo; este es el sitio en que debes usar de y sus piernas á la parte de a f u e r a .
todo tu valor.» »De los que tienen la cabeza hácia abajo el q u e cuelga de
la boca n e g r a es Bruto; r e p a r a cómo crispa s u s miembros sin
di Las banderas d e l rey de los Infiernos.
(2) D ü e Lucifer.
(1) Representación d e los europeo*, los asiáticas y los africanos.
nació y vivió sin pecado (1). Pisas la pequeña esfera, antípoda
decir palabra; el que parece tan fornido es Casio; pero la
de l a J u d e a .
noche está encima, y debemos partir, puesto que nada nos
queda ya por ver (1).» »Luce aquí el día cuando allá e s de noche, y el que con s u
Con arreglo á su voluntad, m e así á su cuello, él aprove- pelo nos sirvió de escalera, sigue clavado como lo estaba
chó la circunstancia y el punto favorable; cuando tendió bas- antes. F u é arrojado del cielo por esta parte, y la tierra, q u e
tante las alas, se a g a r r ó á las velludas costillas de Lucifer, y antes se hallaba aquí, asustada, se convirtió en velo del m a r
fué descendiendo de pelo en pelo hasta el espeso tusón y los dirigiéndose á nuestro hemisferio, tal vez huyendo de Lucifer;
carámbanos. la parte que allí ves amontonada, dejó el vacío este ,2).
Una vez llegamos á la parte superior del muslo, mi M a e s -
tro, con m u c h a pena, volvió la cabeza hácia donde tenia los
piés, y se asió del pelo como h o m b r e q u e sube, de suerte que
m e figuré q u e volvíamos al Infierno.
«Afiánzate bien, pues solo por esta escala, dijo mi guia
fatigado por el cansancio, puede salirse de la mansión del
mal.»
Luego pasó por la hendidura de un peñasco, dejándome
en el borde, p a r a que me sentara, despues de colocar por
precaución su pié cerca de mí.
Alcé la vista y m e figuré ver á Lucifer tal como le h a b í a í j
dejado, y le observé con las p i e r n a s levantadas. Si hube ó no
de a t e r r a r m e , que lo digan los h u m a n o s turcos, q u e no han
visto el sitio por donde pasé.
«Levanta me observó el M a e s t r o , pues el camino es largo
y penoso, y el sol está en la octava h o r a del dia.»
El camino que a n d á b a m o s no iba á ningún palacio, y sí
sido á u n a caverna; el piso era muy dudoso y la luz dudosa.»'
«Maestro, dije yo de pié, antes de a p a r t a r m e de este
abismo, habla un poco para disipar mis dudas. ¿Dónde estála
nevera, y por qué Lucifer se halla hundido boca a r r i b a ,
y cómo en tan corto tiempo h a hecho su c a r r e r a el sol?»
A lo q u e repuso: «Tú te figuras h a l l a r t e todavía en el c o n -
fín del círculo en q u e me así del pelo del miserable g u s a n o que
cruza el mundo, y no has estado en él mientras yo descendía; •
m a s al volverme pasaste ya al sitio que es centro de a t r a c - »Allí hay un sitio, lejano de Belcebtí N por todo lo extenso
ción de todo peso (2). de su tumba, del que no se ve, pero se oye el murmullo de u n
»Te hallas en el hemisferio cercano y opuesto al que cubre ¡ arroyo que viene á el por un hueco q u e se abrió en la peña,
el g r a n desierto, bajo cuya bóveda apareció el h o m b r e que | en su sinuoso y s u a v e m e n t e inclinado curso »

( J ) Bruto y O sio s e hallan e n el círculo d e Judas e l deicida, esto es, e n e l c e n - É l


1ro d e l Infierno, c o m o regicidas y t n idores. Bay que recordar q u e Dante era
¡1; Jesucristo.
partidario d e los emperadores,
U) Quiere indicar la montaña del Purgatorio.
(i) Dante adivino l a l e y d e gravitación.
Mi Maestro y yo penetramos en aquel camino cubierto
para t o r n a r al m u n d o de la luz; y sin p a r a r , ascendimos mi
guia delante y yo detrás, h a s t a q u e vi por u n a a b e r t u r a c i r c u -

PURGATORIO

lar las preciosidades que contiene el cielo, y últimamente sali-


mos para volver á contemplar las estrellas (1).

(1) Dante quiso que t e r m i n a s e cada uno d e l o s tres cantos con la palabra
estrella (stelle).

FIN DEL INFIERNO


PURGATORIO

C A N T O P R I M E R O

El divino poeta, luego de invocar á las Musan, refiere que ha-


; liándose á la venida de la aurora en una isla con su Maestro
encontró á Catón de l'tica.—Teniendo licencia para subir
al Purgatorio, dirigióse con Virgilio al mar.—Por consejo
de Catón lavó aquel el rostro de 'Dante, poniéndole un cinto
de junco.

ERA preciso que el barquichuelo de m i génio dis-


ponga su veiámen p a r a a t r a v e s a r mejores a g u a s y
abandonar un m a r tan borrascoso. Así podré cantar
el segundo reino, do se purifica el espíritu, para
hacerse acreedor de llegar al cielo.
¡Oh Musas! Puesto que os pertenezco y que aquí se alza
Caliope, haced que se eleve la muerta poesía, y que mi canto"
vaya acompañado por la voz q u e inmutó á las míseras U r r a -
cas, hasta el extremo de h a b e r desesperado del perdón (1).
El hermoso color del zafir oriental, unido á la serenidad del
aire en aquel círculo primero (2), me hizo recobrar la alegría
y animó mi vista, tan luego como salí de la fatal atmósfera
•que entristeció mis ojos y a m a r g ó mi corazon.
CANTO I X — . . . mejpareció que furiosa como el rayo venia sobre
El simpático planeta que dicta el a m o r (3) sonreía en todo
mi y me ascendía á la región del fuego.
-ii
{<) Hijas d e Piero, rey d e Piella, Macedonia, q u e desafiaron á las Musas; y v e n -
cidas a q u e l l a s , fueron t r a s t o r n a d a s e n Urracas.
f2) El c i e l o d e la luna ( s i s t e m a do P t o l o m e o ) .
(3) Vén l i s .
el Oriente, haciendo desaparecer el signo Piscis, ¡que venia en »Ten la bondad de acogerle bien; busca la libertad que le
pos de él. Me volvi á la derecha, e n c a m i n é mi espíritu hácia, es tan amada, como le consta al que desprecia la vida por
el otro Polo, y observé cuatro estrellas, notadas solamente ella. Bien lo sabes tú, que por la misma no encontraste la
por los primeros hombres (1). muerte d u r a y cruel; y dejaste el despojo en 1 ¡tica, que tan
Parecía que el cielo se gozaba en su resplandor. ¡Desdi- resplandeciente se verá el g r a n dia.
chado septentrión, que en tu aislamiento estás privado de-
a d m i r a r las estrellas! Disipada en mí aquella contemplación,,
me dirigí un poco hácia el sitio del otro Polo, en que habia
desaparecido el carro (2), y pude ver cerca de mí-un ancian
solo y digno de filial respeto (3).
Ostentaba u n a l a r g a barba gris como su cabello, l a q u e
descansaba sobre su pecho. Daban tal resplandor á su rostro
los destellos de las cuatro s a n t a s luces, como si estuviera
inundado por el sol.
«¿Quién podéis s e r vos, que marchando contra la ciega
pendiente habéis escapado de la e t e r n a cárcel? dijo el viejo,
agitando su venerable barba.
»¿Qué guia ó a n t o r c h a ha sido la vuestra para huir de la
perpetua noche que e n n e g r e c e el infernal valle?
»¿Asi se falta á las leyes del abismo? ¿Habrá venido del
cielo algún nuevo decreto, por el q u e vosotros; los condena-
dos, podáis acudir á mis grutas?»
Mi guía me mostró entonces por s e ñ a s que debía producir-
me con respeto, prosternarme y bajar la vista.
Despues respondió él: «No vengo por mi voluntád, sino-
porque u n a m u j e r del cielo (4) me ha rogado q u e acompañara
»Los mandatos eternales no los podemos revocar. Este e s
y g u i a r a á éste. Mas ya que deseas saber nuestra misión, te
sér viviente, y Minos no me retiene; yo pertenezco al círculo
diré que la mia se r e d u c e á no n e g a r nada.
en que están los castos ojos de tu Marcia, que todavía parece
»Este todavía no ha alcanzado su última hora; m a s la tuvo
que te suplica, corazon santo, que la cojas por c o m p a ñ e r a y
tan próxima, por su locura, q u e le quedaban pocos momen-
por tuya. Cede á nuestro ruego; deja q u e r e c o r r a m o s tus siete
tos. Entonces, como he dicho, fui enviado en su socorro para-
reinos; y te daré las gracias, si permites que tu nombre se
salvarle, y el que hemos seguido e r a el único camino.
mencione allí abajo.»
»Le he mostrado toda la raza condenada, y a h o r a deseo-
que vea los espíritus purificados bajo tu mando. Muy enojoso «Tanto gustó Marcia á mis ojos m i e n t r a s estuve en la t i e r -
seria el decirte cómo lo he traido h a s t a aquí; de allá a r r i b a | ra, repuso él, que consiguió de mi cuanto quiso; hoy q u e
e m a n a la luz que me guia á traerle para verte y oirte. mora allende del culpable rio, no me puedo conmover, por
virtud de la ley creada cuando salí del Limbo (1).
( D Las cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza, y. Tem- »Mas si, según dices, te a n i m a una m u j e r celestial, no ape-
planza.
(2) El carro de la Osa mayor.
les á dulces halagos: sobra con que la implores a n t e mí.
(3) c a t ó n de Utica.
(4) Beatriz. ll) Venida d e Jesucristo.
K-
»Anda, pues, le ceñirás un flexible j u n c o (1), y le lavarás el
rostro p a r a limpiarle de toda m a n c h a , pues no está bien se
presente con la vista e m p a ñ a d a delante del ministro q u e ve-
C A N T O S E G U N D O
r á s y que pertenece al paraíso.
»Esta isla, allí abajo en su fondo, produce j u n c o s en su
tierra s u a v e . N i n g u n a planta con hojas ó que endurezca tiene
vida aquí, porque le seria imposible doblarse á los embates '' A la salida del sol, los dos poetas aun se hallaban á la orilla,
de las a g u a s . desde la que vieron deslizarse por el mar una barquiehuela
»Despues, no tornéis por este lado. El sol que va a l z á n - llena de almas, que un ángel llevaba al Purgatorio.—Entre
ellas, Dante reconoció á su amigo Casella, músico insigne.
dose os e n s e n a r á á trepar la montana por m á s sencilla p e n - Casella canta distraído, y á su vez Dante, distraído también,
•diente.» oye su canto.—Cólera de Catón quien les riñe por la lentitud
Aquí desapareció, y yo me incorporé sin articular palabra, con que caminan al sitio de la purificación.
colocándome junto á mi guia, á quien miré y me dijo:
«Hijo mío, sigue en pos de mí y retrocedamos, puesto que A B I A el sol llegado al horizonte, cuyo meridiano i m -

esta planicie baja por allí hasta el último límite.» l | | W pone á J e r u s a l e n su punto mas alto, y la noche, que
lraza su c rcu
Ya el alba iba e m p u j a n d o á la h o r a matutina que huia ' '° el lado opuesto, e m a n a b a del Gan-
?¡. I ^ ^ ges sosteniendo la balanza que a r r o j a de s u s mados
ante ella, y desde léjos percibí las ondulaciones del m a r . Va-
al triunfar el dia.
g á b a m o s por la llanura solitaria, á semejanza de quien busca
la senda que perdió, figurándose a n d a r en vano h a s t a e n c o n - De suerte, que donde aparecía el sol tomaban las blancas
trarla. mejillas de la bella a u r o r a un color a n a r a n j a d o . Todavía nos
hallábamos nosotros á la orilla del mar, como el viajero que
Al llegar á un sitio en que el rocío templa el ardor del sol,
piensa en su camino, cuyo espíritu se mueve, en tanto que su
y ayudado por la s o m b r a , no se puede evaporar mucho, mi
cuerpo está parado.
g u i a puso s u s dos manos en la fresca yerba; y yo, viendo su
idea, le acerqué mis mejillas humedecidas por las lágrimas, Pero como Marte, antes de a m a n e c e r cruza los densos v a -
e n las que por su mediación volvió á aparecer el color del que pores y enrojece el Poniente sobre el m a r , así se apareció un
el infierno las p r i v a r a . resplandor (¡quisiera volverle á ver!) que con tal velocidad se
aproximaba por la parte del m a r , q u e no existe ave que le pu-
Despues a r r i b a m o s á la desierta playa, que j a m a s pudo ver
diera seguir en su vuelo.
viajero alguno que hubiese de volver á la tierra. Allí me ciñó
- Y como apartase yo los ojos para haeer una observación
el cinto despues, según nos había sido mandado, y ¡ oh s i n -
á mi Maestro, al volverme lo noté más inmenso y luminoso.
gularidad! no bien a r r a n c a b a una de aquellas humildes plan-
Despues me pareció descubrir algo blanco en los lados, de
tas, brotaba otra súbitamente en su lugar.
donde salia p a u s a d a m e n t e otro objeto mas blanco aún.
Nada dijo mi guia, hasta que las primeras formas blancas
(D Símbolo de paciencia, sencillez y humildad. tendieron s u s alas. Entonces, reconociendo el barquero, dijo:
«¡Hinca tus rodillas! ¡Hé aquí el ángel de Dios; une tus manos!
En adelande verás idénticos ministros.
»Ve como no se sirve de los h u m a n o s medios, pues no n e -
cesitas r e m o s ni otras velas que sus alas para c r u z a r estas tan
apartadas o.-illas de los vivientes. R e p a r a cómo las levanta al
eielo, y cómo azota al viento con s u s eternales plumas, q u e
no mudan c imo los cabellos de los mortales.»
Cuanto m á s se a p r o x i m a b a la divina ave, m á s brillaba; de y fatal, que para nosotros será un pasatiempo el trepar por la
s u e r t e que la vista no podía s u f r i r su resplandor, viéndome '•* montaña.»
precisado á bajar e n tanto venia á la orilla con su b a r q u í - En mi respiración comprendieron las alma que yo era
chuela, tan frágil y ligera, que casi no surcaba las a g u a s . viviente, y palidecieron de asombro, y según alrededor del
mensajero que lleva la r a m a de olivo se a g r u p a n las m a s a s
para adquirir noticias, sin temor de e m p u j a r s e , así m e rodea-
ron aquellas venturosas almas, olvidándose de correr á la
¡; perfección.
Una de ellas se adelantó tan solícita para abrazarme, q u e
tuve que imitarla; m a s ¡oh sombras vanas! excepto p a r a los
ojos. T r e s veces intenté echarle los brazos, y otras tantas m e
encontré con el vacío.
Seguramente debió pintarse la admiración en mi s e m -
blante, puesto que la sombra, sonriendo, se retiró, en tanto
que yo avanzaba hácia ella.
|: Sosiégate, me dijo al fin con dulzura; y conociéndola enton-
r
ees, le rogué que se detuviera para hablarle, respondiéndome:
«Como te quise con mi mortal cuerpo, te quiero hoy, libre de
j él; me quedo aquí. Mas tú, ¿á qué vienes"?
«Amado Casella (1), viajo para volver al mundo de los
vivos, al que pertenezco todavía. P e r o ¿cómo te se ha negado
por tanto tiempo este dulce y terrible sitio?»
Y me contestó: «No es por culpa del que nos pasa cuando
I le place, por más que m u c h a s veces se haya negado á hacerlo;
En la popa estaba el celestial nanclero, c u y a beatitud so pues hay una voluntad justa, á la que debe a j u s t a r la suya.
retrataba en s u s facciones, y más de cíen espíritus, en la bar- Verdaderamente ha recogido en estos últimos tres meses á
quilla sentados, que á c o r o entonaban in exitu Israel déEgyplo, ¡ todo el que ha querido entrar con la divina paz (2).
con un arrobamiento digno de tan célebre salmo.
»Encontrándome yo á la orilla del mar, en que se vuelve
Haciendo el ángel la señal de la cruz s a n t a , todos salta- salada el a g u a del Tíber, me recibió benévolo cerca de la
ron á la playa, y el regresó con la m i s m a velocidad que habia embocadura en que alzan s u s olas, por j u n t a r s e allí los que no
venido. bajan hácia el Aqueronte (3).»
Los viajeros del ángel parecían e x t r a n j e r o s en aquel p u n t a l Yo le repuse: «Si nueva ley no te priva de la m e m o r i a ó
asi que miraban en torno suyo como el que se ve sorprendido\ del uso de los cantos amorosos, que tanto dulcificaban mis
por cosas desconocidas. penas, consuela un tanto mi alma, que al venir á estos sitios,
r
El sol tendía su manto por todas partes arrojando con sus con su cuerpo, se ha llenado de pánico y terror.»
inevitables dardos al Capricornio del cielo, cuando la cohorte
recien llegada alzó hácia nosotros la vista, diciendo:
«Mostradnos el camino que lleva al monte si lo sabéis.» (l) Acreditado m ú s i c o florentino, m u y amigo de Dante, con el que s e solazaba,
Y mi guia respondió: «Tal vez pensáis que conocemos en su* horas d e descanso.
(2¡ Todos los que aprovecharon las indulgencias del Jubileo del m e s de Dk
este lugar, pero como vosotros, somos extranjeros; poco antes
ciembre de 1310, por Bonifacio VIII.
que vosotros llegamos aquí, mas por un camino tan sinuoso (3) Puerto de Ostia, próximo á Roma.
Con tal dulzura cantó entonces A mor que habla ámi men- á sus rayos mi cuerpo. Volví la cabeza por temor de verme
te (1), que su voz aun vibra en el interior de mi alma. abandonado, y noté que sólo estaba ante mi la tierra oscura.
Mi guia, las s o m b r a s y yo, que rodeábamos al cantor, J Mi égida
parecíamos tan satisfechos, cual si no nos debiera ocupar i me dijo: «¿A
n i n g u n a otra idea, tanto, que exclamó el noble anciano: «¿Qué J
qué la d e s -
•es esto, perezosas sombras? ¿A qué este descuido? ¿Por qué |
confianza, y
tal retardo? ¡Volad al monte para despojaros de la corteza j
q u e impide á Dios llegar hasia vosotros! por qué te
Como palomas j u n t a s se pican el trigo ó zizaña sin usar su j vuelves así?'
acostrumbrado arrullo, y que súbitamente alzan el vuelo por <¡ ¿Crees que
e s t a r dominadas de algún temor, tal desaparecieron las almas J ya no soy tu
recien llegadas para dirigirse á la costa, como el que sigue | guia?
u n camino que no sabe dónde le lleva. »Ya Vesper se halla allí donde está s e -
Nuestra fuga no fué menos veloz. pultado el cuerpo en q u e forme una s o m -
bra. Nápoles lo tiene por habérselo q u i -
tado á 13rindis (1,. Si no se describe a h o r a
C A N T O T E R C E R O n i n g u n a s o m b r a delante de mí, no te a d -
mire otra cosa que el espectáculo de los
I |§É — . Cielos, pues no hay rayo que proyecte
sombra sobre otro rayo.
Los dos poetas se disponen d subir al monte del Purgatorio.—
Se convencen de lo áspero g penoso del sendero. —Almas de »La divina virtud dispone que nues-
excomulgados que aguardan cierto tiempo antes de ir al lu- tros cuerpos, imitando á los vuestros, les
gar de la expiación.—Entre ellas está Man/redo, rey de aquejen también tormentos, v el calor y
Pulla y Sicilia. el frió; m a s no nos h a revelado el c o m a
y por qué lo hizo.
. 61«-i.-. »Muy insensato es el que cree que
N tanto que aquella fuga veloz dispersaba por la nuestra razón podrá r e g i s t r a r el misterio
campiña las almas que volvían hácia el monte á que infinito que sólo tiene una sustancia de
nos conduce la razón (2}, yo me aproximé á mi que- tres personas. H u m a n a raza, c o n f ó r m a t e
rido protector; ¡cómo sin él pudiera hacer mi viaje! con el guia. Si lo hubieses podido ver
.¡Quién me hubiera sostenido del monte en la cumbre! todo, no h u b i e r a sido preciso el parto de
Creia sentir por él g r a n d e s remordimientos. ¡Ah, con- María.
ciencia limpia y pura! ¡Cómo es para tí horrible veneno la »Son muchos los que han querido v e r
falta más leve! satisfecho el anhelo que se les impuso
Al dejar, por fin, los piés la veloz c a r r e r a q u e quita su como eterno suplicio, a u n q u e i n ú t i l m e n -
nobleza á toda acción, m i hasta entonces preocupada mente te; me refiero á Aristóteles, Platón y otros varios.»
se fijó en el sitio de su aspiración, dirigiendo la vista hácia el Por fin nos hallamos al pió de la m o n t a ñ a , donde vimoa
monte que se eleva al más alto Cielo. rocas tan escarpadas, que los piés más ágiles eran compléta-
El sol resplandecía rojo detrás de mí, por ser obstáculo

(J) Canción d e Dante.


li) Montaña d e l Purgatorio. lo Brindis, d o n d e m u r i ó Virgi io.
m e n t e inútiles. La m á s áspera y solitaria senda de entre L e - legión: «Bien, retroceded y m a r c h a d delante de nosotras;» y
riei y Turbia (1) es practicable y fácil respecto á aquella. todas nos saludaron con las manos.
»Ahora, dijo deteniéndose mi guia, ¿por dónde descenderá Una de las s o m b r a s aquellas me habló así: «Quien quiera
el camino que pueda para subir el que no tiene alas?» que seas tú, que de esta suerte vas, fíjate en mí y evoca tus
Y en tantp él permanecía absorbido en estas ideas, m e fijé recuerdos, á ver si me viste allá abajo.»
yo en lo mág elevado de las rocas, y noté infinidad de almas Me fijé en ella con atención; era rubia y de buen aspecto, á
que venían jiácia nosotros, al parecer sin movimiento, tan pesar de dividir en dos u n a herida una de s u s cejas.
p a u s a d a era su m a r c h a . Al responderle con humildad que no la había visto j a m á s :
«Alza la vista, observé á mi Maestro, y podrás ver á quien «Mira, me dijo, mostrándome una herida en la parte superior
nos dirigirá, si no puedes dirigirte por tí.» del pecho, y luego sonriendo: Soy Manfredo (1), nieto de
Me miró entonces, y en ademan más satisfecho me c o n t e s - Constanza, emperatriz te ruego que cuando regreses á la
tó; «Vamos hácía ellas, ya que con tal pausa vienen, y a n í - tierra visites á mi graciosa hija, aquella madre de la h o n r a de
mate, hijo amado, con esperanza mejor.» Sicilia y Aragón, y le manifiestes la verdad, en el caso d e q u e
Luego de a n d a r algunos centenares de pasos, meditaba se suponga otra cosa.
aun entre nosotros la distancia que alcanza un buen hondero »Luego q u e mí cuerpo sufrió dos mortales golpes (2), m e
con su piedra, cuando todas las almas se a g r u p a r o n contra entregué sollozando al que perdona por su voluntad. Mis p e -
las rocas d u r a s de la escarpada orilla, siguiendo inmóviles y cados fueron terribles; m a s la Bondad divina tiene tan dila-
aprestadas entre sí como quien incierto del camino que debe tados brazos, que alcanzan siempre á todos los que de veras
seguir, mira y se p á r a . imploran su clemencia.
«Vosotros, q u e alcanzásteis un buen fin, espíritus elegidos, »¡Oh! si el pastor de Cosenza, m a n d a d o por Clemente á
dijo Virgilio, indicadnos por la dulce paz qoie tanto anhelais, buscar mis despojos (3), h u b i e r a sabido ver en Dios la faz de
qué camino debe llevarnos á la cima del monte, el galardón su bondad, mis huesos estarían todavía en el puente cerca de
q u e en él se espera.» Benevento, custodiados por las pesadas losas.
Como las abejas al salir de su celdilla deponen s u vista y »Hoy están á la inclemencia de la lluvia y agitados por el
su pico, imitando todas á la primera, sin darse cuenta en su viento f u e r a del reino, casi al lado del Verde en que se Ies
sencillez de por qué obran de aquel modo, observé moverse arrojó bajo la influencia de la maldición de las apagadas antor-
á la primera alma de aquella hermosa legión, y dirigirse á chas. Mas esta no destierra al divino a m o r , hasta el caso de
nosotros con el sudor en su frente y la modestia en s u s a c - que no pueda volver, en tanto la esperanza es verde y puede
ciones. dar fior.
Al observar q u e á la derecha proyectaba la luz m i sombra »Es verdad que el que m u e r e contumaz con la s a n t a Igle-
en aquella g r u t a , retrocedieron, algunos pasos, practicando sia, debe, a u n q u e por fin se arrepienta, hallarse f u e r a de
el mismo movimiento las que vienen detrás, sin saber el aquella orilla treinta veces más tiempo del que se conservó
motivo. obstinado, á no s e r q u e acorten este tiempo sinceros s u f r a -
«Antes de q u e p r e g u n t é i s , me anticipo á declararos que es gios.
un cuerpo h u m a n o el que está á vuestra v i s t a ; y esta e s la »Sí quieres servirme, ten la bondad de decir á mi buena
causa de la s o m b r a proyectada por el sol. No os asombre, y
tjreed que un celestial poder le induce á salvar esta barrerá.»
Luego que mi guia hubo así hablado, dijo aquella noble <l) Rey d e la Pulla y Sicilia. *
(S) En e l combate de Cepperano contra C- d e Anjou.
(3) Se refiere al obispo d e Cosenza, mandado por el papa Clemente IV, para
(1) Dos lugares sitos e n el Estado de Génova. desenterrar el cuerpo de Manfredo, escomulgado por s u s c r í m e n e s y herejías.
Constanza (1) de la m a n e r a q u e m e viste, y que entredicho conseguimos trepar por las quebradas peñas (1), y al llegar al
m e sujeta; pues aqui se avanza m u c h o con las preces de la borde superior de la alfa orilla, la que domina mucho: «Maes-
tierra. tro, dije entonces, ¿qué sendero emprendemos?»
«No retrocedas un paso, me dijo; antes bien, sígúe á la cima
del monte hasta q u e veamos una prudente escolta.»
C A N T O C U A R T O
La cumbre era tan gigantesca, que no habia vista q u e la
pudiera alcanzar, y la costa era m á s recta q u e la línea q u e
parte del medio al centro del cuadrante.
Apoyándose en Virgilio, Dante recorre una estrecha y escar- a
pada senda,por la r/ue llegad una plataforma, rendido de%
cansansio.—En esta se hallan detenidos los Negligentes, ó i
los que esperarort.para arrepentirse la hora de la muerte.— 1
Reconoce Dqnié á B'elacqua.

.HANDOpor efecto del placer ó dolor que tiene alguno 1


de los sentidos del alma, se recoge en este, sin q u e «
al parecer entienda á otro alguno, es para d e m o s t r a r - i
nos el error de los que se f i g u r a n que en nosotros na- |
ce y crece u n a a l m a debajo de otra (2).
A^i cuando se percibe una cosa que absorbe toda el alma |
dirigida á ella, t r a s c u r r e el tiempo sin notarlo el hombre, por-
que es una facultad que oye y otra q u e arrebata el alma; la 2
u n a está como a m a r r a d a , la otra libre. Allí lo p u d e probar, 1
oyendo al espíritu y admirándole según hablaba, pues habia J
llegado el sol á cincuenta grados sin notarlo yo, cuando a r r i - ^
b a m o s á un sitio en que nos gritaron todas las almas: «Hé aquí i
el objeto de vuestra petición.»
La a b e r t u r a que cierra el labrador con la horca de zarzales J
al estar sazonada la uva, es menos angosta que el camino p o r |
do mi guia y yo s u b i m o s solos cuando las almas se nos apar- I
taron.
Llégase á San Leo (3), se desciende á Noli, se sube con la |
ayuda de los piés á la cima de Bismantua; m a s en aquel punto ]
ya es necesario volar en alas de un gran deseo, como lo prac- » Rendido de ascender, por fin exclamé: «¡Ah querido padre
tiqué yo detrás del que e r a mi esperanza y que a l u m b r a b a á í nup! Vuelve y n o t a r á s q u e me voy á q u e d a r solo si n o t e p a r a s . »
mi camino. J «Hijo amado, a r r á s t r a t e un poco,» repuso mostrándome u n a
A d u r a s penas y auxiliados de piés y manos únicamente, | peña que por aquel sitio dominaba el monte.

(t) Hija s o y a q u e s e llama C o n s t a n z a c o m o s u a b u e l a la e m p e r a l riz.


(2) Canon XI d e l Concilio o c t a v o . M
| O Esto denota—la dificultad d e s u b i r a l Purgatorio, p u e s h a y q J e apelar al a n x i -
( 3 ) San Lee, c i u d a d e n el d u c a d o d e Urbino; Noli, p u e r t o e n t r e Final y Sabona; l0
íw , V " e s - ( | u e d e m u e s t r a aquí el b u e n deseo, y i las m a n o s , q u e s i g n i f i c a n l a s
BiMiiautua, m o n t a ñ a d e Lombardla. . cantas y b u e n a s obras.
S u s p a l a b r a s m e e s t i m u l a r o n de tal m a n e r a , que no dejé de á nosotros u n a voz q u e dijo: «Tal vez te veas en la necesidad
s a l t a r d e t r á s de él, h a s t a q u e se h a l l é d e b a j o d e m i s piés de s e n t a r t e a n t e s . »
a q u e l l a roca c i r c u l a r . Nos s e n t a m o s a m b o s en ella, vueltos Al t i m b r e de a q u e l l a voz n o s volvimos, advirtiendo á la
h á c i a el L e v a n t e p o r el q u e h a b í a m o s subido, y por s e r siem- izquierda u n a g r u e s a p e ñ a , que n i n g u n o de los dos h a b í a m o s
p r e a g r a d a b l e ver el c a m i n o q u e se h a vencido. reparado; nos a p r o x i m a m o s á ella, y v i m o s q u e estaban algu-
P r i m e r o dirigí la vista al fondo y luego la alcé h á c i a el sol, n a s a l m a s t e n d i d a s á su s o m b r a como e c h a d a s i n d o l e n t e -
a d m i r á n d o m e el verlo á la izquierda, sin d e j a r de n o t a r mi mente.
e x t r a ñ e z a el poeta, al ver q u e se h a l l a b a el c a r r o de la luz
Una d e ' e l l a s , que m e p a r e c i ó r e n d i d a y q u e se h a l l a b a s e n -
e n t r e nosotros y el a q u i l ó n . En aquel m o m e n t o m e observó: tada e n t r e las o t r a s , a b r a z a b a s u s rodillas, en las que e s c o n -
«Si siguiesen Cástor y P ó l u x ese espejo q u e d a s u luz á los día su r o s t r o .
p u n t o s s u p e r i o r é inferior, podrías ver enrojecido al Zodíaco,
r o d a r m á s p r ó x i m o a u n de las O s a s , á no s e g u i r su c u r s o de
c o s t u m b r e ; y si d e s e a s s a b e r c ó m o es esto, recógete y ve que
el m o n t e Sion y éste están s i t u a d o s en la t i e r r a , de s u e r t e
que tienen a m b o s el m i s m o horizonte y distintos hemisferios.
P o r lo q u e v e r í a s p r e c i s a m e n t e el c a m i n o q u e no pudo re-
c o r r e r el c a r r o de F a e t ó n te en un lado de esta m o n t a ñ a (1), al
p a s o q u e lo n o t a r í a s en el lado opuesto del otro m o n t e (2), á
no s e r q u e tu i m a g i n a c i ó n e s t u v i e r a distraida.»
«Es verdad, q u e r i d o protector, no h a b i a visto tan claro
c o m o a h o r a , le r e s p o n d í : h a s t a en aquello q u e no a l c a n z a mi
r a z ó n . De s u e r t e , q u e el s e m i c í r c u l o del m o v i m i e n t o s u p e r i o r ,
al q u e cierto a r t e l l a m a E c u a d o r , y q u e está s i e m p r e e n t r e el
sol é i n v i e r n o , por las n o c i o n e s q u e m e a c a b a s de d a r , se
s e p a r a d e este m o n t e h á c i a el s e p t e n t r i ó n , m i e n t r a s q u e los
h e b r e o s veían este propio círculo en las a b r a s a d o r a s regiones
del Mediodía. Mas d e s e a r í a s a b e r si nos r e s t a m u c h o q u e a n -
d a r , p u e s a u n se alza m u c h o esta m o n t a ñ a , tanto, q u e no
p u e d e a l c a n z a r l o mi vista.»
Y me dijo: «Esta m o n t a ñ a c a n s a m u c h o en su base; pero
s e g ú n se va s u b i e n d o a m i n o r a el c a n s a n c i o ; de modo, que
c u a n d o te p a r e c e r á asequible y en las a l t u r a s s e r á tu paso
veloz, c o m o el del esquife, q u e a p e n a s d i b u j a los rizos en la «¡Oh q u e r i d o s e ñ o r mió! dije entonces, fíjate en el q u e está
superficie de las a g u a s , l l e g a r á s al fin de esta s e n d a . E s p e r a tan indolente cual si f u e r a h e r m a n o de la pereza »
d e s c a n s a r c u a n d o llegues allí. No te digo más; tengo esto Aquella s o m b r a se volvió hácia nosotros, y e x a m i n á n d o n o s
p o r m u y cierto.» por debajo d e s u ¡ m u s l o , nos dijo: «¡Vé á lo alto tú, q u e p a r e -
No bien h a b i a p r o n u n c i a d o estas p a l a b r a s , se oyó próxima ces tan valiente!»
En aquel i n s t a n t e reconocí aquel espíritu, y sin e m b a r g o de
nn cansancio, d i r i g í m e á él; al v e r m e c e r c a , alzó un poco la
(1) Montaña del Purgatorio, cabeza, y m e dijo: «¿Comprendes por qué g u i a el sol su c a r r o
(S) Monte Sion.
por la parte de tu h o m b r o izquierdo?»
Bu indolente postura y breves frases dibujaron en mis labius siempre la acumulación de ideas a p a r t a de su objeto al h o m -
u n a pequeña sonrisa, y le hablé así: «Belaqua, ya no te c o m - bre, por debilitarse e n t r e sí por motivo de su propia fuerza.»
padezco (1); mas di, ¿por q u é te sientas de ese modo hecho u n
¿Qué debia yo responder sino «Ya voy?» Esto contesté con
ovillo? ¿Esperas una escolta, ó eres aun victima de tus a ñ e j a s
•el rubor que a l g u n a s veces consigue el perdón del hombre.
costumbres?
En el Ínterin venían hácia nosotros á través de la costa
Él me contestó: «Hermano, á qué e n c a m i n a r t e á lo alto; el -algunas s o m b r a s que entonaban versículos del Miserere. AI"
ángel de Dios que vela junto á la entrada, ¿no me consentiría ver que por c a u s a de mi cuerpo no daba curso á la luz, se
llegar al punto de las espiaciones? •trocó su canto por un ¡oh! prolongado y ronco.
»Es necesario que el cielo me deje a f u e r a por un tiempo
igual al que pasé en vida, aplazando hasta el fin los s a n o s sus-
piros de la penitencia, á no ser que se eleve por mí la plegaria
de una alma en gracia. Otra prez tampoco me serviría, pues
no la atendería el cielo.»
El poeta subia delante de mi, diciendo: «Ven, el sol ya toca
al meridiano y la noche va á sentar su planta en las p l a y a s
de Marruecos.»

C A N T O Q U I N T O

Llegados á la cima más alta, halla el poeta á los que, sin em-
bargo de haber tenido violenta muerte, les sobró tiempo para
el arrepentimiento.—Dante cuenta el aciago fin de algunos
de ellos.—La Pia.

IpSgABÍAME ya apartado de aquellas almas y pisaba las • Dos de ellas, á m a n e r a de emisarias, se destacaron dicién-
K f i » huellas de mi maestro, cuando señalando con el donos: «¿Qué condicion es la vuestra?» '
j ® dedo detrás de mí u n a de tantas, dijo: «Ve como el Mi guia repuso: «Regresad y decid á los que os envían
^ r a y o de luz no resplandece á la izquierda del que va que el cuerpo de éste es de c a r n e verdadera. Si, como pienso,'
detrás, y que parece en s u s movimientos un sér viviente.» se han parado para contemplar su sombra, ya se les contesta
A estas palabras volví la cabeza, y noté aquellas a d m i r a - suficientemente que le h o n r e n , puesto que puede serles m u y
das almas, fijándose solo en mí y en la luz que interceptaba estimado.»
mi cuerpo. • J a m á s habia notado c u b r i r s e m á s rápidamente el cielo de
«¿Qué es lo que t u r b a tu razón, m e dijo mi guia, que d e rojizos vapores, ni desaparecer el sol con m á s velocidad por
tal suerte retiene tu-marcha, y qué te importa cuanto aqui s e las nubes de Agosto, de la con que tornaron aquellas sombras
murmura? al punto de partida, y j u n t á n d o s e á las demás, dirigirse todas
».Sigúeme, y deja que hablen á s u sabor. Sé como la sólida hacia nosotros como escuadrón que parte á galope.
almena que j a m á s se d e r r u m b a al influjo del vendabal, pues «Grande es la cohorte que nos circuye, observó el poeta,
y llega para h a c e r t e a l g u n a súplica; tú no dejes de a n d a r y
•caminando oye.
(1) Era un c é l e b r e tocador de citara.
»¡Oh! alma que para ser venturosa te vuelves con los p r o -
píos miembros que naciste, g r i t a b a n , acorta un poco tu paso. : dan de mí ni J u a n a ni los otros; y por este motivo estoy entre
R e p a r a si conociste alguno de nosotros para que puedan l éstos con la frente baja.»
hablar allá abajo de él. ¡Oh! ¿Por qué te marchas? ¿Por qué- Yo le repuse: «¿Por qué violencia ó casualidad fuiste a r r a n -
no te esperas? J cado de Campaldiso, donde no se halla ni siquiera tu tumba?
»Todos h e m o s muerto de muerte violenta y pecamos hasta | »¡Oh! me dijo, corre al pié de Cansentino un rio llamando
n u e s t r a h o r a postrera, en la q u e n o s t r a s f o r m ó la luz celestial, Archiano, que brota en el Apenino sobre E r e m o (1). Arribé
en términos que, arrepentidos y perdonados, saliéramos de la acribillado de heridas allá donde pierde su nombre, escapando
pacífica vida con Dios que castiga nuestro corazon con la vehe- á pié y quedando e n s a n g r e n t a d a la llanura. Allí perdí vista y
mencia de verlo.» palabra por el nombre de María; y caí sin que quedara más
Yo les dije á mi vez: «¿Por qué en lo trasformado de v u e s - que mi c a r n e .
tros caractéres no puedo reconocer á ninguno? Mas si puedo- »Te diré la verdad, y tú la h a r á s conocer á los vivos; al
h a c e r algo de vuestro gusto, felices espíritus, decidlo y lo : acogerme el ángel de Dios, gritaba el Infierno: «Tú, del cielo,
haré, por la paz que me lleva en pos de mi guia, y asi me la. ¿por qué me lo arrebatas?
hace buscar de uno en otro mundo.»
»Me quitas su parte eterna, de la que sólo me priva u n a
Uno de ellos: «Confiamos en tu benevolencia sin pedirte- *
insignificante lágrima, mas de bien distinto modo trataré yo
j u r a m e n t o ; n o falta más sino que tu buena voluntad no se es-
la otra parte del mismo.»
trelle en la impotencia. »Bien sabes cómo se condensa en el aire aquel vapor
»Así, yo que te dirijo la palabra antes que los demás, te húmedo que desaparece en el a g u a cuando llega á la región
ruego que si algún dia visitas el país situado entre la R o m a - del frío; arribando, pues, allí el genio del mal, que no piensa
nía y reino de Cárlos (1), me otorgues en Fano el don de tus-i sino en el ajeno daño, desató el aire y los rayos, valido del
preces, p a r a que con ellas pueda purificar mis gravísimas poder de su naturaleza (2).
faltas.
»Despues de extinguirse el dia, llenó el valle de s o m b r a s
»En aquella ciudad vi la luz, y en ella, antiguo seno de los
desde Prato Magno h a s t a la cima de los Apeninos, y p r e p a r ó
Antenoridos (2), recibí también las heridas de las que brotó-
el cielo de suerte que el denso viento se convirtiese en a g u a .
la s a n g r e que estimulaba al considerarme allí del todo seguro.
La lluvia cayó á torrentes, los barrancos tuvieron que rebo-
Este dispuso aquello, por a b o r r e c e r m e m á s de lo que exigía
sar el a g u a que la tierra no absorbió, y las corrientes encres-
la justicia (3).
padas se lanzaron en el i n m e n s o rio, sin q u e f u e r a dado dete-
»Si m e hubiera evadido hácia la Mira, al ser alcanzado en nerlas.
Oriaco, aun permanecería allí donde se alienta: m a s corrí-
hácia las lagunas, donde las c a ñ a s y el fango hicieron que- Í »El furioso Archiano encontró mi cuerpo helado y lo llevó
midiera el suelo con mi cuerpo, y allí noté salir de mi cuerpo- hácia el Arno, descomponiendo la cruz que yo f o r m a r a con
un lago que regó la tierra.» mis brazos sobre el pecho al vencerme el dolor. Luego de
arrastrarme por s u s orillas, concluyó por enterrarme°en la
Otra alma me dijo: «Si llega á cumplirse el deseo que te-
arena y escombros que trajo en s u curso.»
a n i m a al monte gigante, ten la caridad de acordarte del mió.
»Nací en Montefellro; soy Buonconte (4). P a r a n a d a s e cuit- «Cuando regreses al mundo y h a y a s descansado de tu
largo viage, añadió un tercer espíritu, no te olvides de mí,
que soy la desgraciada Pía. Me hizo Siena y me deshizo
(1) Marca de Aocona.—Kano ciudad.
(2) Pádua, que debió su fundación ¿ Antenor.
( 3 ) Azzon III d e Este, m a n d ó a s e s i n a r e n Oriaco á Jacobo de Cassero, y e s t a - j
elroa le acusa aquí.
(1) Convenio Camaldulence
( 4 ) Hijo d e Guido Montefieltro, casado con Juana, m u r i ó en la batalla d e Cam— (i) En teología e s admitido que pueden hacer llover los demonios según lo
paldiso e n 1589. Batalla contra los güelfos. jv conflrma san Agustin e n el Capitulo VIH, d e la ciudad d e Dios.
Maremme; harto le consta á aquel que al d a r m e su m a n o como decía ella m i s m a . Hablo de Pedro de la Brosse (4); que
hizo q u e pasara á mi dedo su alianza de fina pedrería (1).» en tanto esté en la tierra, puede ponerse en guardia la p r i n -
cesa de Brabante, p a r a no verse entre la atribulada cohorte.
Al verme libre de tantas s o m b r a s que elevaban preces p a r a
que otros lo hicieran por ellas, con objeto de acortar el tiempo
C A N T O S E X T O
de su santificación, principié yo de este modo:
«¡Oh astro mió (2), que s e g ú n creo niegas en absoluto en
tu texto que las preces ablandan los decretos celestiales! ¿Si
Continua hablando sobre los que se arrepienten en el instante ..'I
de su violenta muerte.—Interin preguntaba Virgilo á una ] será desvanecida la ilusión de esas almas que m e piden eso
alma un tanto apartada de las demás qué eamino del monte mismo? ¿Será que 'A no he comprendido tu idea?»
era más asequible, reconoce Dante en ella á Sordello de1 Y me dijo: «Claro está lo que he escrito; que se e x a m i n e
Mantua.—Éste y Dante se abrazan.—Apostrofe en contra rfe-1 con santo y recto juicio, y resultará q u e no podrá ser falaz de
las disensiones de Florencia è Italia entera.
esas almas la esperanza. Efectivamente, lo sublime del juicio
de Dios no pierde nada en que la llama del a m o r h a g a en un
PERPLEJO se halla al salir del juego el perdidoso, y ^
punto lo que debiera hacer el alma desterrada aquí.
mohíno recuerda y repite uno en en pos de otro los 1
golpes de que fué víctima. La m u c h e d u m b r e sigue al I »Al asentarlo así, la oracion era incapaz de purgar la falta,
otro que m a r c h a adelante; nadie se propone e x c i t a r | por hallarse el pecador separado de Dios, que hubiera sido el
-un recuerdo en el dichoso, que sin parar oye á uno y á otro, móvil de aquella oracion. Apártate del abismo de esa duda,
y tendiendo una m a n o que j a m á s es estrechada puede evadirse ] esperando á la que a l u m b r a r á entre la verdad y tu inteli-
de los que le cercan. gencia.
Asi me encontraba yo enmedio de\aquella cohorte apiñada, »Ignoro si me entiendes; me refiero á Beatriz, la que verás
g i r a n d o mi vista de una á otra parte, prometiendo m u c h o para en la cúspide de este monte, radiante y feliz.»
d e s e m b a r a z a r m e de ella. Yo dije á mi vez: «Mi buen Maestro, puesto que ya no me
Estaba allí el Aretino (2), que murió en m a n o s de Ghino fatigo, a l a r g u e m o s el paso; mira por otra parte la s o m b r a que
di Taco, y el otro que se ahogó en persecución de s u s e n e - la m o n t a ñ a proyecta.»
migos (3). Allí estaba orando con los brazos extendidos, Entonces m e contestó: «Hoy a v a n z a r e m o s lo que podamos;
Federigo Novello (4) y el de Pisa, que puso de relieve la h e r - mas esta senda tiene diferente forma de la que te figuras.
mosa alma de Marzuco (5). Antes de llegar a r r i b a has de volver á ver al que ya se esconde
También vi el conde Urso (6); aquella alma iba apartada en la cuesta, de s u e r t e que ya no puedes i n t e r r u m p i r s u s rayos
de su cuerpo por la malicia y la envidia, y no por s u s pecados, con tu cuerpo.
»Sin embargo, r e p a r a en aquella figura inmóvil que, sola y
aislada, dirige s u s m i r a d a s á nosotros, ella nos dirá el camino
más corto y recto.»
(1) La Pía d e s c e n d i e n t e d e la f a m i l i a n o b l e d e l o s T o l o m e o s d e S i e n a , la mandò":
e n c e r r a r s u e s p o s o N e l l o della Pietra, acusada d e a d ú l t e r a , e n el c a s t i l l o d e -Ma- Y llegamos á ella: «¡Oh alma lombarda! ¡Cuán altiva y or—
r e m n i e s , c u y o s a i r e s pútridos la mataron. En s i e t e v e r s o s c o n s i g u i ó e l p o e t a revi- gullosa estabas! ¡Qué nobleza la tuya al dirigir tus ojos á
vir y vengar á la t r i s t e Pi a. nosotros!»
(1) Mensser Benicasa d e Arezzo, auditor e n Roma d e la Rota, f u é m u e r t o por
Ghino d i Tacco, c u y o h e r m a n o y s o b r i n o habia c o n d e n a d o á la ú l t i m a p e n a .
(3) C i o n e Tarlati d e Arezzo.
(•) F u é m u e r t o por e l Bostoli Fornaivolo.
(R) Marzucco besó la m a n o d e l m a t a d o r d e su h i j o F a r i n a t a . (1) Favorito y s e c r e t a r i o d e F e l i p e e l H e r m o s o , a c u s a d o i n j u s t a m e n t e p o r l a
( 6 ) Urso, d e s c e n d i e n t e d e l c o n d e N a p o l e o n e di Barbaja, f u é a s e s i n a d o p o r su reina d e h a b e r i n t e n t a d o seducirla, y s e n t e n c i a d o á la h o r c a .
..Uo el c o n d e d e Alberti. ( 2 ) Por Virgilio.
Nos dejaba a v a n z a r sin proferir palabra, como quien m i r a »Llega á ver cómo se a m a aquí; y si no tienes un resto de
y reposa. compasíon hácia nosotros, que te a v e r g ü e n c e siquiera tu las-
Virgilio se le aproximó rogándola nos indicara el mejor i timosa fama.
sendero, sin que ella respondiera á esta d e m a n d a : pero p r e - ] »Permitid que lo diga, Jove soberano, que por nosotros
guntó respecto á n u e s t r a patria y vida, y mi dulce maestro j fuiste crucificado en la tierra, ¿no es cierto que tu vista se ha-
empezó asi: «Mantua » Súbitamente incorporándose la j lla siempre fija aquí? ¿Tal vez h a b r á s ordenado en el arcano
sombra, se abalanzó hácia él exclamando: de tu juicio un inaccesible bien á la previsión nuestra?
«¡Mantuano! ;Soy Sordello de tu a m a d a tierra!» Y los dos a »La tierra de Italia está sembrada de tiranos; el m á s m i s e -
se abrazaron (1). rable desde que ingresa en un partido, se t o r n a un Marcelo.
»¡Oh esclava Italia! ¡Morada del dolor! ¡Buque sin piloto j »Querida Florencia, satisfecha puedes estar de esta d i g r e -
en deshecha tempestad, ya dejaste de ser soberana d é l a s pro- J sión que no te atañe, gracias á la cordura de tu buen pueblo.
vincias; ya eres el centro de la prostitución!» »Hay varios que tienen en su corazon la justicia; pero éste
Al grato nombre de su país natal, se aprestó aquella noble ^ es lento en demostrarla, por no disparar el arco i n f r u c t u o s a -
a l m a á festejar á su conciudadano; en tanto que s u s morado- mente, en tanto que tu pueblo tiene la justicia en lo más s a -
r e s viven en c o n t i n u a s luchas, y hasta los que viven resguar- í liente de s u s labios.
dados por los mismos m u r o s se d e s g a r r a n recíprocamente. »En otros puntos hay quien esquiva los cargos públicos;
«¡Oh mísero! Rebusca en tus playas y r e p a r a si hay en tu i mas tu solícito pueblo responde, sin ser invitado, á los cargos
seno una pequeña parte de tí mismo que disfrute de paz ver- de la ley: «¡Me someto á ella!»
dadera. »Alégrate, pues, q u e te sobran motivos; eres rica, y á tus
»¿Qué importa q u e J u s t i n i a n o dispusiera tu freno, si la ' bienes van unidas paz y prudencia. Que digo verdad, lo mues-
silla está vacante? T u vergüenza tendría más disimulo sin él. 1 tra el resultado.
¡Ah raza que debieras con tu obediencia dejar que César ocu- »Atenas y Lacedemonia, con su ilustración y leyes rancias,
p a r a tu silla, si e n t e n d i e r a s lo que te ordena Dios, ve como el dieron ténue ejemplo de c o r d u r a c o m p a r a d a s contigo, q u e
bruto se h a tornado reacio desde que tocaste su brida, por no } labras en Octubre sutiles reglas que no llegan á mediados de
haberle adiestrado primero con la espuela! Noviembre.
»¡Oh Alberto de G e r m a n i a , que dejas al bruto del todo indo- jj »¿Cuántas veces en estos postreros tiempos, según r e c o r -
mable y cerril, al deber ceñir s u s ijares, que sobre tu s a n g r e ] darás, has trocado las leyes, la moneda, los destinos, las cos-
caiga el fallo justo de un esplendoroso cielo, y q u e sea tan j tumbres, y renovado los miembros de tu pueblo?
claro y nuevo como le teme su sucesor. »¡Si te place recordarlo y a b r i r los ojos, v e r á s que te encuen-
»Alejados de aquí por la concupiscencia. ¿Por qué consen- tras como el enfermo que se agita en el lecho buscando pos-
tisteis con tu padre que q u e d a r a abandonado el eden del impe- tura que temple su padecer!»
rio? Hombre dejado, ven y verás los Montescos y Capuletos J
llenos de nefandas sospechas, y á los Monaldi y los Filippes- |
chi, tristes y abatidos.
»Llega, cruel, llega á presenciar la opresion de tus nobles;
observa s u s descuidos, y notarás si Santafiara está en seguri-
dad; llega, verás á tu R o m a q u e llora su orfandad, gritando á •
todas horas: «César mío, ¿por qué no vienes junto á mí?»

( 1 ) Sordello, poeta mantuano, q u e e s c r i b i ó e n lengua provenzal. (Autor del


Tesoro de los Tesoros.
«Me acompañan los que no fueron revestidos con las tres
santas virtudes (1), y que limpios de vicios observaron todas
las demás.
C A N T O S É T I M O

Virgilio se da á conocer d Sordello, que se prosterna y abraza


las rodillas de su conciudadano—Anuncia Sordello d los
dos viajeros, que de noche no puede subirse á la montaña del
Purgatorio.—Despues les muestra los descuidados, tardíos':
en el arrepentimiento, obcecados con el poder y los honoresdT
—En una pradera tapizada de flores, esperan la hora de su
purificación.—Enrique de Inglaterra el marqués de Monfe-
rrato.—Cuando llega la noche entonan un himno las almas
de que habla el anterior canto.

1 ,, UEC.O de saludarse afectuosamente por tres ó cuatro


veces, Sordello retrocedió un paso, diciendo: «¿Quién
SOÍS?»
«Antes de dirigirse
% á este monte las almas mere-
cedoras de s u b i r hasta Dios, mis restos fueron enterrados por
Octavio.
»Virgilio soy, que sólo por una, falta perdió el Cielo: la de
c a r e c e r de fé.» Esto repuso mi maestro.
La impresión de Sordello fué tal, que bajó los ojos, se
acercó con humildad á Virgilio, y abrazándole por las rodillas,.,
exclamó: r- »Pero si puedes ya lo sabes, dános a l g u n a luz por la que
»¡Oh gala de los latinos, por quien n u e s t r a lengua pudo podamos llegar más pronto á la verdadera entrada del P u r -
manifestar su belleza! ¡Prez eterna del sitio do vi la luz! ¿A gatorio.» ^
q u é obra, á qué desgracia debo el verte? Si no soy indigno de La sombra repuso: «Ningún sitio nos está designado; a n t e s '
oir tu voz, dime si vienes del infierno y de qué recinto.» i bien se me consiente recorrer la parte superior y cuanto hay
«He atravesado todos los círculos de las lágrimas p a r a lle- a mi alrededor; donde yo pueda ir, me uno á ti y te g u i a r é .
g a r aquí; la virtud del cielo me va guiando, y con ella vengo. »Mas como declina el dia y no es posible s u b i r l e noche,
No es por h a b e r hecho y sí por dejar de hacer, el perder el debemos buscar un sitio seguro. A n u e s t r a derecha hay r e u -
alto sol de tu anhelo, y que conocí demasiado tarde. nidas algunas a l m a s si bien algo apartadas; y sí consientes te
»Allá abajo se halla un tristísimo lugar, no por los padeci- acompañaré h a s t a ellas, s e g u r o de que te complacerás en
mientos, sino por las tinieblas (1), en el que las quejas no conocerlas.»
r e s u e n a n m á s que como suspiros profundos. Allí moro con Y le contestó: « ¿ C ó m o es eso? ¿Si intentara subir de n o -
los inocentes q u e derrocó la inflexible Parca antes de h a b e r - che, habría quien cortara el paso, ó tal vez le faltaran las
los purificado del pecado original. fuerzas?»

(D El L i m b o . • W Las v i r t u d e s t e o l o g a l e s .
Sordello entonces trazó una r a y a en el suelo con el dedo, tierra en q u e nace el agua que lleva el Moldava al Elba, y éste
diciendo: «Ni esta raya podrás atravesar cuando el sol haya al mar.
desaparecido, sin otro impedimento que las tinieblas de la »Su nombre f u é Ottocar (1), y en pañales valió m á s que s u
noche, que por la imposibilidad en q u e nos ponen, contienen hijo W e n c e s l a o con toda su barba, que se a r r a s t r a por el
n u e s t r a voluntad. Sin embargo, se podria descender y dar fango de la lascivia y la pereza.
vueltas por la cuesta, en tanto el horizonte nos esconde el
dia.»
Mi dueño entonces, maravillado, dijo: « Llévanos, pues,
q u e se puede estar placenteramente.»
Al habernos alejado un poco, observé q u e el monte f o r m a -
ba un valle s e m e j a n t e á los de aquí abajo.
«Iremos, dijo la sombra, allí donde la cuesta describe un
recodo y e s p e r a r e m o s el nuevo dia.»
E n t r e la cuesta y el llano habia un tortuoso camino que
nos llevó á la ladera del valle, donde es menor que en el cen-
tro la vertiente que allí termina.
El oro y la plata fina, el albayalde, la p ú r p u r a , el palo del
Brasil pulimentado y la fresca esmeralda en el instante de
romperse, serian pálidos comparados con las yerbas y flores
de aquel valle, que les excederían en resplandor, según e x -
cede siempre lo que es m á s á lo <^ue es menos.
La naturaleza no ostentaba allí sólo los colores, sino la
fragancia de multitud de a r o m a s que componían un descono-
cido conjunto.
Vi sentadas allí entre el follaje y las flores a l g u n a s a l m a s
q u e no se percibían del exterior, p o r c a u s a del valle, y esta- »Y el Romo que consulta con aquel de rostro benévolo, falle-
ban cantanto la Salve, Regiría. ció en su fuga deshonrando la noble flor de lis (2). Ved cómo
«Antes de que se acabe de esconder el sol, dijo nuestro se maltrata el pecho. Mirad al otro que suspira; 'convierte la
acompañante, no exijáis que os lleve hácia ellas, pues desde palma de la m a n o en lecho de su mejilla (3 ; son padre y sue-
esta eminencia notareis los gestos y los rostros mejor que gro de los males de la Francia. Les consta su abyecta y vi-
estando en el valle y en su compañía. ciosa vida, y de aquí la pena que Ies corroe.
Aquel espíritu sentado más alto que los otros, cuya posi- • »Aquel tan membrudo (4) que canta en el propio tono que
ción indica descuido de lo que debiera hacer, y que no mueve el de pronunciada nariz (5), ciñó la cuerda de todas las h o n -
los labios para cantar, fué Rodolfo el emperador (1). El úni- ras; si luego de él hubiera sido rey el joven que permanece
c a m e n t e podía c u r a r las h e r i d a s c a u s a de la m u e r t e de Italia, sentado á su lado, el valor de su raza aun tendría vida.
pues ya es tarde para ser resucitada por otro cualquiera. »De s u s sucesores no se puede hablar así: Jacobo y Federico
»El otro, que solo con su mirada le alienta, g o b e r n ó l a
(U Oltocar, rey d e B o h e m i a .
(2) F e l i p e el Romo, r e y d e F r a n c i a , h i j o d e s a n Luis
m Enrique de Navarra.
(1) P a d r e d e Alberto, e m p e r a d o r , t a n b r u s c a m e n t e a t a c a d o p o r e l p o e t a en su
(4) P e d r o 111 d e Aragón.
a p o s t r o f e á Italia.
<5) Carlos I, r e y d e l a s Dos-Sicilias:
poseyeron varios reinos, mas n i n g u n o de ellos obtuvo lo mejor el Te lucís ante... (1) que aquel himno me hizo olvidar de mí
de la h e r e n c i a . Es raro ver subir h a s t a las r a m a s la h u m a n a mismo.
probidad por haberlo ordenado así el que nos la otorga, al
Las demás a l m a s acompañaron su canto tierna y devota'-
objeto de que se la demandemos. ' mente, puestas sus miradas en los celestes círculos.
»Mis f r a s e s se dirigen á aquel espíritu de tan pronunciada Observa, lector, aquí la verdad faz, á faz pues e s tan t r a s -
nariz, lo mismo que á Pedro, el que canta con él, y que ya parente el velo que la envuelve, que fácilmente la p e n e -
motiva las j u s t a s querellas de la Pulla y Provenza. trarás.
»Cuanto ha degenerado más la planta de su simiente (más Despues vi aquella silenciosa y magnífica cohorte en h u -
que Margarita y Beatriz), se engrie Constanza (1) de su milde postura contemplar al cielo; de lo alto salir dos ángeles
esposo. con dirección hácia abajo, ostentando flamígeras y r o m a n a s
»Mirad al rey de la modesta vida sentado allí solo; es E n r i - espadas, y cuyas túnicas, verdes como las recien nacidas h o -
q u e de Inglaterra (2). Tiene el consuelo de que s u s retoños jas, flotaban á capricho del viento, movidas por el verde p l u -
sean sanos. maje de s u s alas.
»El q u e está tendido entre ellos mirando hácia arriba, es Uno de ellos se paró algo m á s abajo del sitio en que nos
Guillermo, y por el que Alejandro y los suyos hacen llorar á hallabamos nosotros, en tanto que el otro lo verificó por el
M-Jiiferrato y el Canavesano (3).» lado opuesto, quedándose las almas entre los dos.
Nos e r a muy fácil distinguir s u s blondos cabellos; m a s al
fijarnos en s u s rostros nos deslumhrábamos, sucediendo á
C A N T O O C T A V O nuestra vista lo que á u n a fuerza de demasiada tensión, q u e
acaba por a m o r t i g u a r s e .
\ «Los dos vienen del regazo de María, observó Sordello, p a r a
Ostentando flamígeras espadas , bajan dos ángeles, guardado- | librar al valle de la serpiente que pronto llegará (2).»
res del calle.—Despues llega una serpiente que es arrojada ¡
Ignorante yo de la vereda que traería para venir al valle
por los celestes espíritus—Conrado Malespina profetiza á >
Dante su cercano destierro. me volví aterrado y fui á j u n t a r mis hombros á los de mi lea!
guia:
ya la h o r a en que crece la tristeza de los n a v e -
ORRIA Sordello continuó diciendo: «Bajemos a h o r a hácia las mag-
gantes y en la que el corazon se oprime el dia de la nificas s o m b r a s para hablarlas, puesto que será m u y de s°u
f ^ T separación de s u s queridos amigos. E r a la hora, en gusto el veros.
„j ' fin, que enardece de a m o r al peregrino si escucha .] Habria descendido unos tres pasos, al observar que uno de
á lo lejos el tañido de la campana que parece gemir por el dia 3 ellos, que me m i r a b a cual si me hubiera conocido. A u n q u e el
q u e fenece, cuando dejé de percibir todo r u m o r y observé á aire se .ba oscureciendo, todavía me dejó ver entre los ojos de
una de las a l m a s que con la m a n o rogaba que se la oyese. la sombra y los míos lo que me escondía antes, por lo que
Unió y alzó s u s dos manos, fija su mirada en el Oriente, vinimos el uno sobre el otro. ¡Ah noble juez, oh Niño! .3)
como si hubiera dicho á su Dios: «No anhelo otro alguno.» M a n t a fué mi alegría al no verte entre los culpables'
Y de su boca salió con tal devocion y con tan s u a v e s notas Nos dirigimos todos los más cariñosos saludos, y despues

( 1 ) Esposa d e Pedro 111, Margarita y Beatriz d e B. r e D g u e r V, c o n d e d e la Pro-


venza. p! ' D Himno a s a n Ambrosio.
(9) El h i j o d e Ricardo. ('-) E m b l e m a d e la t e n t a c i ó n .
(3) G u i l l e r m o , m a r q u é s d e Monferrato, c u ; a m u e r t e o c a s i o n ó la guerra e n t r e 0 8 0 1 PÍSa
á c Z ^ e Z ^ ' ^ " ' ^ 'jUeZ e
° GaUUr8
' C e r d e ñ a
> d i r i
^ al p a r t i d o
s u s hijos y los v e c ' n o s d e ' A l e j a n d r i a .

Í2
me interrogó: «¿Cuándo viniste al pié de la m o n t a ñ a á t r a v é s En aquella parte que abre el pequeño valle se hallaba una
de las olas inmensas?» •serpiente, acaso la que dio á Eva el pútrido alimento. A v a n -
«¡Oh! le repuse, arribé esta m a ñ a n a p o r l a s e n d a d e la pena zaba el dañino reptil por entre las flores y la yerba, girando
y de la angustia; no he perdido aún la vida primitiva, aunque de vez en cuando su cabeza hácia la espalda, y lamiéndose
adquiera la otra continuando aquella mala senda.» •como animal que pretende afinarse.
Al escuchar mi contestación, Sordello y él retrocedieron,
No lo vi, y por consiguiente no puedo precisar como los
cual personas acosadas de súbito asombro.
azares celestiales se movieron, pero observé el movimiento de
El primero se volvió á Virgilio, y el segundo á una alma uno y otro.
que permanecía sentada, gritando: ¡Conrado, llega á ver lo
Al percibir el aire que se agitaba debajo de s u s verdes alas
que Dios en su misericordia dispuso!
huyo la serpiente, y los ángeles se retiraron á s u s puestos con
Despues volvió á mi: «Por el agradecimiento que debes al vuelo uniforme.
que tan oculto tiene su primer manantial, que no hay atajo
La sombra que se aproximó al juez, acudiendo á su llama-
para a r r i b a r á él, cuando te e n c u e n t r e s allende las grandes
miento, no cesó de m i r a r m e en el intérvalo de aquella a c o -
olas, di á mi hija J u a n a que ruegue por mí allí donde se oye á metida.
los inocentes.
«Que la luz que te guia á lo alto encuentre en tu ánimo
»No presumo que su madre continúe amándome, pues que tanto alimento como es preciso para llegar á la esmaltada
dejó el niveo velo (1) que un dia d e b e e n c o n t r a r de m e n o s la montana;» y despues dijo: «Sí has oido algo del valle de M a - r a
infeliz. Ella me enseñó lo que d u r a en la m u j e r la llama del ó del vecino país, dímelo, pues en aquella tierra fui verdade-
a m o r , si no se ve atizada frecue r temen te por el roce ó la vista. ramente notable.
»La víbora que c a m p e a en el escudo milanés, no le levan-
»Me llamaban Conrado Maslaspina (1); no soy el primero de
t a r á tan bella tumba como xla hubiera alzado el gallo de
este apellido, mas si su descendiente. A los míos les profesó
Gal lora.» un a m o r q u e se a p u r a aqui.»
Hablando así, se notaba en u exterior la señal del celo E «No he visitado vuetro país; mas ¿dónde se vivirá en
recto que ardia con justicia en su pecho Misojos se elevaban Europa que no haya llegado vuestro nombre? La i n m a r c e s i -
ó la parte del cielo en la que las estrellas son m á s lentas según ble gloria de vuestra casa de tal lustre á los señores y al país
las partes de la rueda m á s cercanas al eje.
entero, que no es desconocida ni aún de aquellos que no la
Mi Maestro me dijo entonces: «Amado hijo, ¿qué observas vieron jamás.
alli arriba?» »Y j u r o (¡así llegue con tanta seguridad allá a r r i b a ' ) que
Y le contesté: «Me fijo en las tres antorchas, por las que vuestra honorífica estirpe mantiene la gloria á que es a c r e e -
a r d e allá abajo el polo (2).» dora, una mano liberal y un invencible brazo.
«Las cuatro estrellas refulgentes que viste esta mañana,con-
»La rutina y buen carácter le proporcionaban tales ven-
tinuo (3), han descendido, y esas han ascendido al sitio que
d a s , que aun cuando el jefe maldito del mundo estravie los
aquellas ocupaban.»
demás hombres, sólo ella cumple su deber, despreciando la
En tanto me hablaba, Sordello lo llevó hácia sí, diciéndole: mala senda.»
«¿Ves alli nuestro enemigo?» Y tendió el dedo para marcarle
El: «Vete ahora, y antes que entre siete veces el sol en la
el punto.
capacidad que ocupa el Aries, tu cortés opinion te será c l a -
vada en la cabeza con clavos más aguzados de lo que pueden
(1) Velos de luto, según el uso d e aquella época. Beatriz de Bste caso segunda
espresar las palabras, á no ser que la Providencia detenga su
v e z con Galeas, de los Visconti de Milán. curso.» °
(2) Las v i r t u d e s teologales.
(3) Cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza.
(I) Gran señor d e la Lunigiana.
dedor sin saber dónde se hallaba, al tomarlo su m a d r e e n Chi-
ron, y trasladarlo dormido á Scyros, de donde los griegos lo
sacaron más tarde, de lo que me estremecí. El sueño huyó de
C A N T O N O V E N O mis pupilas, y me quedé estático y como helado de terror.
A mi lado sólo estaba el q u e me servia de sosten. Ya el sol
hacia m á s de dos h o r a s que habia salido, y mi rostro estaba
Refiere el poeta que se durmió, y en el sueno, al amanecer, tuvo mirando al m a r .
una vision.—Al despertar se dirige á un sitio mas elevado
«No tenemos nada, dijo mi guia; tranquilízate, pues nos h a -
• cerca de su fiel maestro, que ¡o lleva hasta las puertas de?
Purgatorio—El ángel guardian de aquella puerta se la abre llamos en seguro puerto; más bien que reprimir, puedes
muy diligente. d e m o s t r a r aquí tu vigor.
»Ya has llegado al Purgatorio; ve la muralla que le cerca y
A amiga de la vetusta Titho, salida de los brazos de encierra; mira la entrada allí donde el muro es interrumpido.
su dulce compañera, se vislumbraba ya al Oriente »Mientras el alba, precursora del día, en tanto que d o r m i -
>-j, ^ con toda su blancura. Lucían en su frente preciosas taba tu alma entre las e s m a k a d a s flores, ha llegado una m u j e r
Y & perlas, cuya posicion figura á aquel helado ani- diciendo: «Soy Lucía (1); permitid que me lleve al que d u e r -
mal (1) que hiere con su cola al hombre. me, yo h e favorecido su camino.»
La noche habia avanzado dos pasos, y seguía su m a r c h a »Sordello, como las o t r a s buenas almas, se quedaron; te
ascendente en el sitio en que nos hallábamos, en tanto que el llevó, y al lucir el dia se dirigió al monte, pisando yo s u s hue-
tercero obligaba ya á inclinar s u s alas. Yo que a r r a s t r a b a llas. Me dejó aquí, luego de m o s t r a r m e con s u s divinos ojos
todo lo que nos viene de Adán, rae senti dominado por el esta entrada abierta, desvaneciéndose ella y tu sueño.»
sueño, y me tendí sobre la yerba en que estábamos sentados: Quedóme como hombre que cree despues de dudar, y en el
los cinco. que el temor hace brotar la esperanza, por haberle sido reve-
A la hora próxima al alba, cuando empieza la golondrina á lada la verdad; al notarme mi Maestro sin ningún cuidado, se
entonar s u s tristes endechas, en recuerdo acaso d e s ú s p r i m i - f u é hácia la alta muralla, y yo hice por seguirle.
tivos dolores (2); á la en que el espíritu m a s extraño á la Bien ves, lector, cómo elevo el origen de mis cantos; no te
c a r n e y menos abstraído de pensamientos terrenales, casi es extrañe, pues, el que procure sostenerle con más a r t e cada vez.
divino en las visiones, creí ver en sueños un águila suspendida Nos a p r o x i m a m o s y vimos aquella parte que parecía abierto
en el cielo, con plumaje de oro, tendidas las alas y preparada muro por una hendidura que separa una pared; mas noté en
á descender, y me pareció que yo me hallaba allí do fueron ella una puerta con tres g r a d a s de distintos colores, y un por-
abandonados los suyos por Ganimedes, al llevárselo la cohorte tero profundamente callado.
celestial. , Y según iba abriendo los ojos m á s y más, vi que estaba
Me ocurrió también esta idea: « E s a águila puede q u e acos- sentado en la g r a d a superior, y que su traza me era irresistible.
t u m b r e á cazar aquí, y tal vez no se digna ir á otro sitio.» •Ostentaba en la m a n o u n a espada desnuda q u e heria nuestra
Despues me pareció que furiosa como el rayo, venia sobre vista con s u s rayos; en vano intenté mirarla.
mí y me ascendía á la region del fuego, donde m e figuraba «Decidme desde ahí lo que queráis, dijo: ¿dónde está vues-
a b r a s a r m e con ella, sin que tardara aquel quimérico calor en tra guia? Ved que vuestra venida no os sea fatal.
a p a r t a r mi sueño. »Una m u j e r celestial, que de todo está informada, le r e p u s o
Aquiles no debió exiremecerse m e n o s mirando á su a l r e - mi Maestro, nos dijo poco hace: «Id, que allí está la puerta.»

(1) Escorpio».
(2) Conviene recordar 1» fábula de Prcgneo. (I) Lucía, e m b l e m a de la gracia de l a luz.
•—«Que afiance ella vuestras plantas, observó el cortés por- La tierra desecada ó ceniza seria de parecido color al de
tero; llegad y subid n u e s t r a s g r a d a s (1).» sus vestidos, de los e r a l e s extrajo dos llaves. Una era de oro
y otra de plata; antes con la blanca, y luego con la amarilla,
intentó abrir la puerta, lo que me llenó de alegría 1).
«En el momento que una de estas llaves, nos dijo, faltando
á su uso, no g i r a regularmente en la c e r r a d u r a , la puerta no
abre. Una de estas llaves es más preciosa; mas la otra requie-
re más a r l e y conocimiento, por ser la q u e mueve el resorte.
»La conservo de Pedro, quien mé dijo era preferible e q u i -
vocarse por abrir la puerta que por tenerla cerrada, con tal
q u e s e postren á mis piés los pecadores.»
Despues empujó para adentro la s a g r a d a puerta, diciendo:
«Pasad; m a s tened entendido, que el que está condenado á
salir de aquí, ha de m i r a r hácia atrás.»
La sonora puerta giró rechinando sobre s u s goznes con más
fuerza que rugió la torre T a r p e y a cuando fué arrojado de ella
el g r a n Metelo, quedando vacía de su tesoro.
Me volví para oir atento el primer r u m o r , y me pareció
percibir u n a voz, q u e entre varios dulces cantos, entonaba:
Te Deum laudamus.
En mí se reprodujo un efecto á imitación del que se e x p e -
Y avanzamos; la primera e r a de tan hermoso y puro m á r - rimenta c o m u n m e n t e cuando se enlazan las voces y el órgano
mol, que en él me vi s e g ú n parezco á los demás. E r a la g r a d a que tan pronto se oyen como dejan de percibirse las palabras.
segunda de color sombrío, y se hallaba hendida en su e x t e n -
sión. La más alta, ó sea la tercera, me pareció de un pórfido
tan encendido, cual s a n g r e q u e brota de las venas.
C A N T O DÉCIMO
En ella estaban i m p r e s a s las huellas de los piés del ángel
de Dios, que permanecía sentado en el umbral de la puerta,
cuyo umbral me pareció un diamante. Al penetrar en el Purgatorio, ascienden ambos poetas al cir-
Mi Maestro me impulsó por las g r a d a s á que rae conducía culo primero, donde se purifica el vicio del orgullo.—Princi-
pian por ver escupidos en las paredes infinitos ejemplos de
mi buena voluntad, diciendo: «Pide con humildad q u e s e abra humildad.—Luego ven andar las almas de los orgullos abru-
la puerta. madas por pesos enormes.
Con devocion me arrodillé á los santos piés y rogué que se
me abriese por caridad; antes me golpeé el pecho tres veces. JASADO el umbral de la puerta que la mala inclina-
El ángel me trazó siete veces con la punta de su espada en la 4 cion de las h u m a n a s a l m a s consiente abrir tan r a r a s
frente la letra P , diciéndome: «Haz por lavar esas m a n c h a s veces para hacer conocer el tortuoso camino, c o m -
cuando estés dentro (2).» prendí por su sonido que se habia cerrado tras de
nosotros.

(I) La primera grada representa la sinceridad de la confesion; la segunda, la-


contriccion; la tercera, la satisfacción.
(?) Emblema de ios s i e t e pecados capitales. (I) La llave d e o r o asemeja la ciencia q u e un sacerdote necesita para poder
juzgar; la de plata, l a autoridad que para absolver tiene la iglesia.
Si mis ojos se hubieran dirigido hácia ella, ¿cómo haberme Allí se representaba en el mármol el c a r r o y bueyes que
escusado por tan grave falta? llevaban el a r c a santa, tan temido por quien pretende desem-
Ascendimos por medio de dos hendidas rocas, c u y a s sinuo- peñar un cargo que Dios no se ha dignado confiarle.
sidades entre una y otra remedaban á la ola que se escapa Más adelante habia a l g u n a gente distribuida en sieie coros,
para enseguida volver. lo que explicaba y hasta hacia repetir á dos de mis sentidos:
«Debemos, dijo mi Maestro, tener la previsión de a p r o x i - canta y no canta. La vista y el olfato también están discordes
m a r n o s siempre al lado de mayor hundimiento.» ante el nublado de incienso que c u b r e al humilde salmista
Siendo causa de que nuestros pasos fuesen tan extraños y que antecede bailando al bendito y santo vaso; siendo á la
lentos, que la luna, m e n g u a n t e á la sazón, se había retirado \ sazón m á s y menos que un rey.
hácia s u lecho para descansar, al salir nosotros de la senda i De la cúspide de un hermoso palacio que habia enfrente,
estrecha. Mas al notarnos libres y en descubierto donde el Michol le observaba con la actitud de una m u j e r triste y des-
monte vuel v e á inclinarse hácia a t r á s , yo rendido y ambos igno- J deñosa.
r a n t e s respecto á nuestro camino, hicimos alto en una plata-
Separé mis píés del puesto q u e ocupaba, para ver de cerca
forma más solitaria que la senda que hay á través del desierto.
otra historia que lucia detrás de Michol, en la que se hallaba
Del borde del abismo al pié del alto camino que sigue esculpida la gloria imperecedera del príncipe romano, que
descendiendo siempre, no se hubiera medido m á s que tres con su sublime virtud excitó al papa Gregorio á una victoria
veces el cuerpo del hombre; por do quiera se tendiese la vista, lan inmensa (1).
siempre creia ver las laderas de la plataforma á la misma dis- Me refiero al emperador T r a j a n o . Estaba en el freno de su
tancia. caballo una viuda hecha un m a r de lágrimas; en torno suyo
Apenas habían pisado aquella vía n u e s t r a s plantas, noté se destacaba u n a multitud de caballeros, y las águilas de oro
que la parte interior, que, recta y corlada á pico, hubiera sido : tendían sobre su cabeza las alas al viento.
inaccesible, era de blanco mármol y engalanada con bajos J
La infelice parecía e x c l a m a r entre ellos:
relieves, q u e no Polycletes precisamente, sino la naturaleza í
«¡Oh señor, venga la m u e r t e de mi hijo! bien ves que tengo
m i s m a contemplaría con envidia. El ángel que bajó á la tierra j destrozado el corazon.»
con la dichosa nueva de la paz, suplicada con tantas l á g r i m a s ^
El parecía responderle: «Espera q u e vuelva.»
por espacio de tantos años, y que luego de la dilatada prohi-
Ella impulsada por la a m a r g u r a :
bición abrió el Cielo, estaba grabado allí en candorosa acti-
tud; y tal e r a la naturalidad con que aparecía, q u e no se ase- «¡Oh señor, y si no tornáis!» Y él: «El q u e esté donde me
hallo sabrá vengarte.» Ella: «¿Y de qué puede servirte el bien
mejaba en modo alguno á una figura m u d a .
que practique otro, si olvidas tú lo que te toca hacer?»
Podía j u r a r s e que estaba profiriendo el Ave, pues también I Y él, por fin: «Serénate, pues he de cumplir una obliga-
estaba representada allí la que quiso las llaves para a b r i r las ción antes de adelantar. La justicia lo m a n d a , y la piedad me
puertas al supremo a m o r , y que su actitud decía claro: Ecce retiene.»
ancilla Dei con tal precisión, como precisa es la huella que en
El que j a m á s vió cosa nueva (2), fué quien produjo aquellas
la cera deja un objeto.
«Que tu razón no se fije en un solo punto,» dijo mi dulce
guia, que me tenia á su lado por la parte do el hombre tiene (1) Para entender en esto, s e d e b e saber, que l e y e n d o un d i a e l papa G r e -
el corazon. gorio la historia J e Trajano, s e a f e c i o d e lal s u e r t e al pensar que n o habia salva-
ción para aquel emperador, á p e s . r d e s u s virtudes, por ser pagano,.que penetro
Adelanté observando, y luego de María, y hácia la parte en una iglesia y oro c o n lal fervor por e l alma d e Trajano, que súbito t u v o la
que estaba el que me bacía avanzar, vi otra historia g r a b a d a revelación de que Dios habia oido s u s preces, y q u e el emperador estaba fuera d e
en la piedra, por lo q u e adelantándome á Virgilio, me a c e r - l o s t o r m e u t o s d e l infierno; mas al mismo tiempo s e le prohibió q u e orase por
Dingun otro pagano.
q u é para tenerla más á la vista.
(2) Dios.
palabras inteligibles, nuevas para nosotros, por no existir manera les hace encorvar hácia el suelo, que mi vista d u d ó
o t r a s parecidas en la tierra. también al principio, pero observa con fijeza y con tus ojos
Interin me deleitaba yo en la contemplación de a q u e l l o s ! endereza ¡o que está debajo de esas g r a n d e s piedras. Así p o -
cuadros de humildad, tanto más digno de admirar!cuantoJque f drás comprender el tormento destinado á cada uno.»
no se ignoraba la m a n o del artífice, m u r m u r a b a ] el poeta; $ ¡Oh soberbios, miserables y débiles cristianos, q u e c a r e -
«¡Cuántas a l m a s van llegando lentamente; ellas nos^Ilevarán i ciendo de la vista del entendimiento, fiáis en vuestros pasos
á las g r a d a s superiores!» que os hacen volver atrás! ¿No sabéis que somos los g u s a n o s
nacidos para dar forma á la mariposa angélica (1), que, sin
tropiezo, vuela h a s t a la justicia de Dios? ¿Por q u é se endereza
como el gallo vuestro espíritu, siendo unos insectos defectuo-
sos y miserables, cuya formación abortó?
^ Como para a g u a n t a r el peso de una viga, se ve f r e c u e n t e -
mente á lo largo de las m a d e r a s una figura h u m a n a unido el
pecho con las rodillas, causando con su presunto mal un s e n -
timiento en el que la ve, así noté yo aquellas almas al i n t e n -
tar examinarlas-
Verdad es que se hallaban más y menos contraidas, según
llevaban m á s ó m e n o s peso en s u s hombros; pero h a s t a la
que sustentaba m e n o s peso parecia exclamar: «No puedo
más.»

C A N T O D E C 1 M 0 P R I M E R 0

Honra dejos orgullosos.— Virgilio les pregunta por qué cami-


, no puede subirse más fácilmente.—Andando los dos poetas,
reconoce Dante el alma del pintor Urderesi de Gubbio, que
le refiere la historia de los pintores italianos, sucediéndose
: tan rápidamente, que enseguida la gloria del uno hace olvi-
; dar la del otro.

A u n q u e ávidos mis ojos por contemplar todas"* aquellas>j


cosas nuevas, no tardaron en dirigirse á él. H Padre nuestro que estás en los Cielos, no ceñido
Lector, no quisiera q u e te desviases de tus b u e n a s disposi- j á ellos, y si por el inmenso a m o r que atesoras p a r a
ciones, para q u e veas cómo quiere Dios] que se paguen las j los primeros séres que habitan en lo alto, ensalza-V
deudas. No te fijes en la especie de martirio, sino en lo que 1 dos sean por todas las criaturas tu poder y n o m b r e ,
y gracias te se prodiguen por tu sabiduría eterna!
le sigue; calcula que cualquiera que pueda, ser, no p a s a r á
del grande juicio. »Que llegue á nosotros la paz de tu reino; pues si no viene
a nos, no podemos llegar á ella, sin embargo de nuestra i n -
E n aquel punto empecé asi: «Maestro, no me parecen a l -
teligencia.
m a s lo que veo moverse hácia n o s o t r o s ; ignoro lo que será,
y sin embargo, tiemblo á su aspecto.»
El me dijo: « L a pesadísima clase de. su tormento, de tal (4) El alma.
palabras inteligibles, nuevas para nosotros, por no existir manera les hace encorvar hácia el suelo, que mi vista d u d ó
o t r a s parecidas en la tierra. también al principio, pero observa con fijeza y con tus ojos
Interin me deleitaba yo en la contemplación de a q u e l l o s ! endereza ¡o que está debajo de esas g r a n d e s piedras. Así p o -
cuadros de humildad, tanto más digno de admirar!cuantoJque f drás comprender el tormento destinado á cada uno.»
no se ignoraba la m a n o del artífice, m u r m u r a b a ] el poeta; $ ¡Oh soberbios, miserables y débiles cristianos, q u e c a r e -
«¡Cuántas a l m a s van llegando lentamente; ellas nos^Ilevarán i ciendo de la vista del entendimiento, fiáis en vuestros pasos
á las g r a d a s superiores!» que os hacen volver atrás! ¿No sabéis que somos los g u s a n o s
nacidos para dar forma á la mariposa angélica (1), que, sin
tropiezo, vuela h a s t a la justicia de Dios? ¿Por q u é se endereza
como el gallo vuestro espíritu, siendo unos insectos defectuo-
sos y miserables, cuya formación abortó?
^ Como para a g u a n t a r el peso de una viga, se ve f r e c u e n t e -
mente á lo largo de las m a d e r a s una figura h u m a n a unido el
pecho con las rodillas, causando con su presunto mal un s e n -
timiento en el que la ve, así noté yo aquellas almas al i n t e n -
tar examinarlas-
Verdad-es que se hallaban más y menos contraidas, según
llevaban m á s ó m e n o s peso en s u s hombros; pero h a s t a la
que sustentaba m e n o s peso parecia exclamar: «No puedo
más.»

C A N T O D E C 1 M 0 P R I M E R . 0

Honra dejos orgullosos.— Virgilio les pregunta por qué cami-


, no puede subirse más fácilmente.—Andando los dos poetas,
reconoce Dante el alma del pintor Urderesi de Gubbio, que
le refiere la historia de los pintores italianos, sucediéndose
: tan rápidamente, que enseguida la gloria del uno hace olvi-
; dar la del otro.

A u n q u e ávidos mis ojos por contemplar todas"* aquellas>j


cosas nuevas, no tardaron en dirigirse á él. H Padre nuestro que estás en los Cielos, no ceñido
Lector, no quisiera q u e te desviases de tus b u e n a s disposi- j á ellos, y si por el inmenso a m o r que atesoras p a r a
ciones, para q u e veas cómo quiere Dios] que se paguen las ] los primeros séres que habitan en lo alto, ensalza-V
deudas. No te fijes en la especie de martirio, sino en lo que 1 dos sean por todas las criaturas tu poder y n o m b r e ,
y gracias te se prodiguen por tu sabiduría eterna!
le sigue; calcula que cualquiera que pueda, ser, no p a s a r á
del grande juicio. »Que llegue á nosotros la paz de tu reino; pues si no viene
a nos, no podemos llegar á ella, sin embargo de nuestra i n -
E n aquel punto empecé asi: «Maestro, no me parecen a l -
teligencia.
m a s lo que veo moverse hácia n o s o t r o s ; ignoro lo que será,
y sin embargo, tiemblo á su aspecto.»
El me dijo: « L a pesadísima clase de. su tormento, de tal (4) El alma.
»¡De igual m a n e r a que te hacen los ángeles sacrificio d e s »Latino fui é hijo de un g r a n toscano llamado Guillermo
voluntad entonando el Hossanna, también los hombres te ió Aldobrandeschi; ignoro si conocéis este nombre; La preclara
pueden hacer! alcurnia y los magníficos hechos de mis progenitores tan a l -
»Dispénsanos hoy el cotidiano m a n á , sin el q u e va siem- tivo me hicieron, que sin acordarme siquiera de nuestra co-
pre a t r á s el que más se empeña en adelantar por este áspero mún madre, despreciara de tal suerte á los hombres, que
desierto. aquel desprecio fué origen de mi m u e r t e , como les consta á
»Y asi como nosotros perdonamos los males que nos han |^los sieneses, y como hasta los niños lo saben en Campagna-
causado, perdónanos, benéfico sin p a r a r t e en la mezquindad, tico (í).
de nuestros méritos. »Soy Humberto, y mi orgullo, no sólo causó mi daño, sino
»Nuestra virtud, q u e con tanta facilidad s u c u m b e , no la el de todos mis parientes; por causa de mi pecado llevo aquí
equipares con el antiguo adversario; mas bien líbrala de él, este peso, hasta que de esta manera haya cumplido con Dios.
ya que con tanta m a ñ a sabe tentarla. |Lo que no hice entre los vivos, lo practico entre los muertos.»
»Esta postrera súplica, a m a d o Señor, no es por nosotros,! Al escucharle incliné la cabeza; uno de los espíritus, y no
que ya no la necesitamos, y sí por los que quedaron detrás de el que acababa de hablar, se volvió bajo el peso de su a b r u -
nosotros.» "-J.i madora c a r g a , y como me conociera, rae llamó, fijando con
De este modo, orando por ellos y por nosotros, sustenta- gran pena s u s ojos en mí, que seguía s u s movimientos con
ban su peso aquellas almas, remedo del que á veces se figura la frente baja.
uno llevar en sueños. Si bien la c a r g a era desigual, recorrían «¡Ah! le dije, ¿eres tú, Oderiso, prez de Agobbio, h o n r a del
todas abatidas y penadas la primera cornisa para purifica arte llamado en París iluminación (2)?»
de las s o m b r a s del m u n d o . «Hermano, dijo, a g r a d a más a h o r a el papel que ilumina
Si allí siempre se ora por nosotros, ¿qué es lo que deben Franco Bolognese (3); la gloria es entera para él; para mí
dejar de decir y hacer por aquellas a l m a s los que poseen una sulo queda una parte muy efímera.
voluntad cimentada con s a n a s raíces? »No hubiera sido tan cortés en vida, por estimularme el
Es necesario a y u d a r l a s á lavar las m a n c h a s que del mundo deseo de sobresalir y brillar en el a r t e á que mi alma se dedi-
se llevaron, para que limpias y ligeras puedan volar á la man- caba. Estoy a h o r a sufriendo el castigo q u e me fué impuesto
sión de la luz. por tan ciego orgullo; y a u n no ocuparía este sitio, si pudien-
«¡Oh, que la justicia y la misericordia os liberten pronto do pecar aun no me hubiese vuelto á Dios.
para que podáis batir las alas q u e deben trasportaros al punto »¡Oh f u t u r a gloria del h u m a n o poder, planta de n i n g u n a
de vuestros deseos! duración, cuyo follaje tan pronto se agosta cuando no crece
»Indicadnos por dónde se va más pronto á la escala, y eu en tiempo de barbarie!
caso de haber más de un camino, el que sea menos largo; pues »Cimabue (4) creyó i m p e r a r en el campo de la pintura, y
fatigado todavía por el peso de la c a r n e de Adán, el que me
Giotto (5) es ahora el que priva, dejando empañado ú oscuro
acompaña, sube con lentitud sin embargo de su deseo.»
Las frases en respuesta á las que acababa mi guia de pro- el renombre de aquel,
ferir, no s u p i m o s quién las pronunció, y fueron éstas: «Venid j
á la derecha con nosotras, a la orilla, y hallareis un sitio por
donde puede salir un viviente. (1) Los sieneses, irritados contra el o r g u l l o d e Humberto, hicieron matar en
Carapagnaticoalhijode los c o n d e s de Santaflora. Su padre lo f u é Guillermo Aldo-
»Si no f u e r a p o r esta pesada piedra que oprime mi frente brandeschi.
altiva, precisándome á inclinar el rostro, haria por ver si podia 12) Agobbio, e n el ducado d e Drbino, patria d e Oderesi, pintor de Miniaturas.
(3) Se refiere á F r a n c i s c o d e Bolonia.
conocer al que siendo viviente no se nombra, por si podia
(4¡ Cimabue falleció en 1300.
excitar con mi tormento s u piedad. (5) Giotto en 1336.
»1 n Guido (1) también precipitó á otro Guido (2) en la apenaba en la cárcel d e C á r l o s , tembló por todos s u s m i e m -
gloria del habla ó la lengua, y tal vez ha nacido ya otro que bros.
a r r o j a r á de los pedestales á los dos. »No diré más, a u n q u e mis palabras sean oscuras; pero sin
»El ruido del mundo no e s más que un soplo, que ya sea tardar, tus conciudadanos h a r á n de s u e r t e que podrás a l c a n -
agita en un lado ya en otro, ya que varia de nombre al c a t n - 1 zar el sentido.
b i a r de sitio. | »El acto aquel sacó á Provenzano del confín del P u r g a -
»Tu fama, ¿sería más g r a n d e si sólo h u b i e r a s de despojarte 1 torio.»
d e la c a r n e carcomida por la edad, de lo q u e pudiera serlo j
muriendo antes de perder tu infantil gracia? Dime, ¿quién t e |
r e c o r d a r á antes que se sucedan tres mil años? Tiempo c o m - j \ C A N T O DECIMO S E G U N D O
parado con la eternidad m á s corto, que el empleado para un J
movimiento de párpados. Despues de dejar á Odoresi. los poetas contemplan infinitos
»I,a Toscana entera aclamó el nombre del que está delante ] ejemplos d,e orgullo grabados en la cornisa.—A cansan diri-
de ti, y que tan poco c a m i n o recorre, sin q u e haya a p e n a s ] gidos por un ángel, que mociendo sus alas, limpia á Dante
del pecado del orgullo .—Ascienden al segundo circulo, do se
quien lo nombre en Siena hoy, de donde era señor al ser d e s J . purifica el pecado de la envidia.
truida la rabia florentina (3), tan a l ü v a á la sazón como b u - ¡
miliada hoy. - ^ p r o M o pareja de bueyes uncidos por el yugo, fuimos la
»La fama vuestra es del color de la yerba, que brota y ^ S I P I estenuada alma y yo hácia adelante, ínterin lo c o n -
pasa, quitándole su color al mismo verde que la hace salir de l sintió mi dulce Maestro; m a s cuando me insinuó:
las e n t r a ñ a s de la tierra.» déjale, pues aquí debe impulsar cada uno su barca
Yo le preguntó : « T u s veraces^palabras infiltran en mi c o - | con remos y velas.»
razón u n a saludable humildad, y comienza á ceder mi e x a - : Erguí mi cuerpo como el que se dispone á andar; a u n q u e
g e r a d a hinchazón; mas dime, ¿quién es el de que a h o r a mis- ^ mis pensamientos siguen encorvados bajo la presión del d e s -
mo me hablabas?» aliento.
El repuso: «Es Provenzano Salvani; se halla aquí por la i Poniéndome en acción, iba pisando con buen talante los
presunción de haber querido regir á Siene por sí solo. Desde 1 ] pasos de mi guia, probando ambos de esta suerte nuestra
s u muerte anduvo y anda sin descanso de esta m a n e r a ; tal es j agilidad, cuando él me dijo: «Inclina tu vista hacia abajo,
la moneda q u e ha de devolver en pago todo el q u e f u é ' a u d a z j pues viendo donde posas el pié, te será el camino menos
en demasía allá abajo. penoso.»
, Y á mi vez le dije: «Si el alma que no se arrepintió hasta 1 A la manera que para tener recuerdo de los que d e s c a n -
la última hora, está al pié del monte y no sube hasta aquí (á j san en los sepulcros de las iglesias se g r a b a en las lápidas
no ser que le auxilie una saludable prez), mientras no p a s e l su afigie en tal forma, que su memoria haga brotar n u e s t r a s
un tiempo igual al que vivió, ¿cómo se le ha consentido á élf lágrimas, así vi el sendero que media entre la montaña y el
a r r i b a r aquí?» abismo semlirado de figuras, mas parecidas todavía, gracias
«Cuando vivia con más gloria, respondió la sombra, se j al talento de la mano del escultor.
prosternó por su voluntad en la plaza de Siene, deponiendo j Por una parte notaba al que fué creado con más nobleza
toda vergüenza, y para libertar á su amigo del dolor que le \ que toda criatura, desplomarse del cielo como un rayo; por
otra á Briareo (1), atravesado por un celeste dardo, tendido
(1) G u i d o Guinicello, p o e t a b o l o n e s .
(2) Guido, célebre poeta, hijo de Cavalcante.
(3) En la batalla célebre de Monte-Aperto, ganada por l o s s i e n e s e s . (1) Briareo, Titán.
en el Timbreo (1); veia á Marte y á P a l a s , todavía a r m a d o s al A pesar de esto, envaneceos y m a r c h a r erguidos, hijos
lado de su padre, considerar los miembros esparcidos de los de Eva. ¡No bajéis la cabeza para contemplar vuestro á s p e r o
camino!
gigantes; á Nembrod (2) j u n t o á su inmensa torre, m i r a r con
extravío las naciones que le acompañaron al S e n a a r . Tanto anduvimos en torno del monte, que el sol había avan-
¡Oh Niobe (3), qué dolor experimenté al verte esculpida zado en su curso más de lo que se figuraba nuestro espíritu
preocupado, cuando el q u e m a r c h a b a delante de mí, me dijo:
entre siete, y siete infantes muertos!
«¡Alzo la frente! ya es tiempo de d e j a r este tardío y distraído
¡Oh Saúl, cómo atravesado por tu misma espada me p a r e -
paso!
ciste llevar allí muerto en el Gelboe, q u e desde entonces está
privado de lluvia y rocío! »Repara el ángel que se apresta á venir á nosotros: hé aquí
¡Oh demente A r a g n e a , te contemplé allí casi convertida en la sexta s í e r v a t.el dia q u e cumplí > ya con' su cometido (I).
a r a ñ a , y apenada entre las r u i n a s de la obra comenzada por »Que se vea en tu faz y persona el más sumiso respeto, para
tí en hora nefanda! que se complazca en h a c e r n o s ascender más; ten en c u e n t a
¡Oh Roboan (4), ya no me parece aquí amenazadora tu faz, que no brillará otra vez en este dia.»
puesto que'aterrorizado huyes en un carro, antes de que s e a s Tan avezado estaba yo á s u s consejos de no perder un i n s -
arrojado por los demás! tante, que era imposible me fueran oscuras s u s palabras.
Bien claro dice aun el duro pavimento lo carísimo que hizo | La divina criatura vestida de blanco ya se acercaba hácia
p a g a r Alemeon (5) á la que debió su sér, su desdichado nosotros, radiante su rostro como la estrella matutina. L u e g o
adorno. que abrió los brazos, movió también las alas, y dijn : «Llegad,
Demostraba á los hijos de Senaquerib, lanzándose sobre el j cerca de aquí se hallan unas g r a d a s muy fáciles para el que
templo y del modo como le dejaron muerto. está purificado.»
También retrataba la r u i n a y castigo de Cyro al decirle Muy raros son los que acuden á este llamamiento. ¡Oh
Tomyris: «Teniassed d e s a n g r e y yo te ahogo en ella.» humana raza, salida para volar á la altura! ¿Por q u é al m á s
leve viento te caes?
Representaba la huida de los asirios, luego de la muerte de
Holofernes, y varias fases de aquella carnicería. Nos condujo el ángel á una peña cortada á pico, y allí me
Contemplaba á Troya (6) reducida á cenizas. ¡Oh Ilion! (7) dió con s u s alas en la frente (2), ofreciéndonos un seguro y
sosegado viaje.
¡Qüé desgraciada y envilecida te ponían de relieve aquellas
pinturas! ; Como para ascender por la m o n t a n a que se eleva la iglesia
¿Quién seria el autor del pincel y el buril que trazara aque- que domina á Florencia la bien administrada ciudad,
llas actitudes y s o m b r a s que el más refinado talento no se sobre Rubaconte, se hallan g r a d a s que hacen más asequible
cansaría de admirar? su ascenso (gradas hechas en tiempo que los registros y públi-
Cada muerto parecía tal, y los vivos asemejaban á los vivos. cas medidas estaban en gran seguridad), así se dulcifica allí la
Ni los testigos de aquellos hechos lo contemplaron mejor escarpada pendiente que viene del otro círculo, cuyas e n o r -
que yo, siguiendo mi camino, pisándolo todo y con la vista mes laderas nós encierran por todos lados.
baja. Procurando nuestros c u e r p o s e n c a r a m a r s e por el desfila-
dero, a l g u n a s voces entonaron con una melodía indescriptible:
Beati pan peres spiritus.
(1) Nombradla de Apolo.
(2) Doo de los operarios de la torre de Babel.
(:i] Hija de Tàntalo, mujer de Amflen; según el poeta, tuvo catorce bijos.
(4) Roboam, hijo d e Salomon; diez tribus s e sublevaron conlra él. (1) Sexta hora.
(5) Hijo de Amfiarao. («) Para borrar una de las P. P. de la Trente d e Dante, e l pecado del
(6) Troya, provincia. Orgullo.
ÇJ Ilion, s u capital. (3) Iglesia de San M i o iato.
¡Qué diferentes son de los del infierno aquellos senderos!
Aquí Se penetra en medró de dulces cantos, allí entre g e m i - «Si esperamos á álguien para que nos diga qué c a m i n o
dos horrendos. hemos de seguir, objetó el pueta, temo q u e s u f r a m o s algún
Ya subíamos la escalera santa, y creyéndome con m á s agi- retraso.»
lidad que cuando me hallaba en el llano, exclamé: «Di, Maes- Despues miró con fijeza el sol; con s u pierna formó un cen-
tro, ¿qué peso me lian quitado de encima que a p e n a s si per- tro, en el que escribió su movimiento y giró la otra parte de
ciho cansancio al andar?» su cuerpo.
Y rae repuso: «Asi que las P. P . ya casi borradas de tu «¡Oh fausta luz, en la que penetro bajo la esperanza del
frente (1) desaparezcan, como una de ellas acabe de ocultarse, nuevo sendero! guíanos como conviene en este recinto. Tú
tus piés q u e d a r á n tan subordinados á tu buen deseo, q u e ya alumbras y das vida al mundo; y á no ponerse a l g u n a razón,
no hallarán fatiga, y su ventura y placer lo cifrarán en subir.» J tus rayos deben g uiarnOs siempre.»
A imitación del que, ignorándolo, lleva algo en la cabeza, 1
hasta que se lo advierten las miradas de los demás, y que a
valiéndose de las m a n o s busca, palpa y consigue saber lo que f
la vista no podía dominar; así yo extendiendo los dedos de mi J
diestra, no hallé m á s q u é seis de las letras q u e el ángel m a r - 3
c a r a en mi frente. Mi Maestro sonreía mirándome.

C A N T O D E C I M O T E R C E R O

Encuentran los poetas algunos espíritus que refieren varios


ejemplos de amor, sin cesar en su velo.—Despues ven las al-
mas de los envidiosos, rezando las letanías de los santos.—Un
cilicio cubre á los envidiosos, que tienen cosidos los ojos con
alambre.—Habla Dante á Sapia, dama sienesa.

¿os encontrábamos en la parte superior de la esca-


lfe(E ' e , ' a donde segunda vez se estrecha el monte, cuya J
subida purifica á los pecadores.
(t ¿>
Y ** R»-ina allí también un círculo parecido al primero |
en torno de su cumbre, con la sola diferencia de que su arco j¡ •' Con nuestra activa voluntad, en breve tiempo h a b í a m o s
se halla más próximo á cerrarse. Sus bordes son lisos, sin ¡j recorrido lo que se llama una milla acá en la tierra
esculturas ni relieves: la senda está desnuda y la piedra es de . Cuando sin verlos oímos volar hácia nosotros varios e s p í -
un color lívido (2). u s . q u e . a l emitir stPvoz brindaban cortesraente á la ra«U
L a V0Z
fe J ™ Vírfaüdo pasó, dijo: V i n g C é
(O F1 pecado d e l Orgullo, q u e e s el m á s grande, hizo desaparecer al qui- habent (1), y m a r c h a b a repitiéndolo detrás de nosotros.
t a r s e los otros s e i s .
;%) Tinte 6 c o l o r d e la envidia.
'i Palabras d e la Virgen é Crísio, en las bodas d e Canaan.
Antes de alejarse, y oyéndolo todavía, cruzó otra voz estaban aquellas s o m b r a s padeciendo de ta! s u e r t e por efecto
diciendo: «Yo soy Orestes,» y sin detenerse pasó como la de su cruel cosido, q u e s u s mejillas estaban s u r c a d a s por un
primera. mar de lágrimas.
«¡Maestro mió! dije entonces, ¿qué voces son esas?» Y otra ¿ Volvírne hácia ellos, diciendo: «¡Oh vosotras que teneis la
voz exclamó: «Amad á los que os causaron males.» seguridad de gozar la luz del cielo, único móvil de vuestro
Entonces dijo mi guia: «Este circulo castiga el pecado de • anhelo! ¡Quiera Dios que la gracia h a g a disipar la espuma
la envidia y lo azota, agitando su látigo el a m o r . El freno de i de vuestra conciencia, volviertdo á c o r r e r el cauce de vuestro
los pecadores da diferente sonido. Creo lo oirás antes de arri- . espíritu Cristalino y sin m a n c h a !
bar al paso del perdón. i »Indicadme (siendo para mi asunto de gran precio) s i s e
' baila entre vosotras a l g u n a alma latina, y conociéndola, puede
»Sin embargo, fija tu mirada á través del aire en esta par-
<jue le sea de utilidad.
te, y n o t a r á s muchos que están tendidos ante nosotros, apo-;^
: »¡Ah hermano! nosotros tenemos una ciudad verídíca cada
yándose en la roca.»
una; m a s tú quieres decir el alma que haya peregrinado por
Mis ojos se abrieron más, y vi varias s o m b r a s delante de
Italia d u r a n t e su vida.»
mi r e b u j a d a s en manos del propio color de la piedra.
La contestación creí percibirla algo más adelante del sitio
Avanzando un tanto más, oí gritar: «¡María, r u e g a por nos-
en que me hallaba, p r o c u r a n d o por lo tanto h a c e r m e oir de
otros!» Y luego: «Miguel, Pedro y todos los santos, rogad tam-
aquel punto. E n t r e las s o m b r a s me figuré notar una en actitud
bién por nosotros.»
de esperar; y si se me dice cómo pude verlo, fué por tener
No puedo creer que pise la tierra un h o m b r e de corazon
• levantada la barba, por estilo del q u e no ve.
tan duro, q u e no se apiadase de lo que vi despues. Al aproxi-
| Y le dije: «¡Oh espíritu que te inclinas para subir, si eres
m a r m e á aquellos espíritus, que no podia dejar de ver ninguno
de s u s movimientos, advertí que de mis ojos brotaba un dolor 1 quien me respondí.'), dime tu país ó tu nombre.»
inmenso. . ' —«Sienesa fui, repuso, q u e purifico con estos mi culpable
Creia q u e estaban cubiertas por un cilicio vil, q u e cada uno rvída, gimiendo por el que ha de darse á nosotros. No fui sabia,
sostenía al otro en su hombro, y que todos se sostenían por la fcor más que tal se m e nombraba, porque me causaron más
roca. Lo mismo se ponen los ciegos q u e carecen de pan en las alegría las a j e n a s desdichas q u e mi ventura propia.
puertas de las iglesias, donde piden por precisión, estribando | »Y para que veas que 110 miento, oye si fui tan demente
cada uno s u cabeza en la del otro, p a r a que la caridad ablande como te digo: empezaba ya á declinar por la cuesta de mis
los corazones, no sólo con el acento de las palabras, sino con años, cuando hallándose próximo á Colle mis conciudadanos,
vista; que nos excite menos. al frente de s u s contrarios, pedí á Dios lo que Él mismo c o n -
cedía.
Y como el sol no va h a s t a los ciegos, así la luz del ciego
^ »Todos fueron derrotados y vencidos en aquel lugar é i n ú -
retira sus dones á las sombras á que me refiero, pues todas
til la fuga; en tanto q u e yo gocé al ver lal carnicería de una
ellas tienen los párpados recosjdos con alambre como gavilan
manera g r a n d e , q u e me hizo decir levantando al Cielo mi
por domesticar (1).
cabeza: Desde hoy dejo de temerte. Tal hizo el mirlo equivo-
Pareciéndome una ofensa el m i r a r á quien no podia mirar-
; -cado por algunos dias de calor en el invierno.
me, me volví hácia mi sabio guía, y como antes de decirle
»En mi última época hice por reconciliarme con Dios, y
palabra supiera lo q u e iba á indicarle, adelantándose á mi
aun la penitencia no hubiera compensado mi deuda, á no
pregunta, me dijo: «Puedes hablar, pero lacónico y sensato.» ,
haberse dolido de mis faltas Pedro Pettinagno (1), en sus san-
El gran poeta se g u i a por el lado del camino en que se p u e d e | tas preces.
'caer al abismo; por 110 haber pretil alguno, y á la parte opuesta

(1) Medio observado en la falconeria, aDtes de conocerse el capirote. (<) Ermitaño d e Florencia.
»Mas ¿quién e r e s lú que de tal modo te e n t e r a s de n u e s t r a
recíprocamente hácia la mano derecha. Al fin uno de ellos me
condicion, y q u e á lo q u e me figuro tienes abiertos los ojos, y
dijo: «¡Alma que dentro de un cuerpo te diriges al cielo! por
respiras al hablar?»
caridad dános consuelo, diciéndonos de dónde vienes y quién
—«Mi vista, le repuse, será cosida aquí también, m a s por
eres; pues el inmenso favor que has logrado nos maravilla
pequeño espacio, por ser reducido mi pecado de envidia; pero
como cosa n u n c a vista.»
mi miedo crece al pensar mi a l m a en el martirio del circulo
«Por el centro de la Toscana, dije, cruza un riachuelo q u e
anterior, pareciéndome s u s t e n t a r ya sobre mis hombros la
va á Falterona (I), y al que no satisface u n a distancia de cien
c a r g a que allí se lleva.»
millas; junto á aquel riachuelo adquirí mi mortal cuerpo.
Y me dijo: «¿Quién te ha guiado á nosotros si has de tornar Demostraros quien soy seria vano, por ser mi nombre b a s -
allí abajo?» «Este que ves y que permanece callado. Soy s é r tante ignorado.
viviente; dime, por tanto, escogitado espíritu, si deseas que
—»Si no me e n g a ñ a el objeto de tus palabras, me contestó,
mi planta se m u e v a por tí en el bajo terreno.»
te refieres al Arno.»
—«¡Oh! tiene tal novedad lo que me dices, respondió ella,
Otra s o m b r a dijo: «¿Por qué oculta el nombre de dicho rio,
que es una inequívoca m u e s t r a de que Dios te a m a ; siendo cual si fuera una cosa horrenda?»
asi, auxíliame con tus plegarias.
Y la sombra interrogada habló así: «No sé; m a s e s de razón
»Te ruego, en nombre de tu mayor deseo, que h a g a s por
que se pierda el nombre de tal valle, pues desde su nacimiento
rehabilitar mi nombre, si posas tu planta alguna vez por tierra
(no se alza tan gigante el monte del que Peloro se d e s p r e n -
de Toscana. Lo e n c o n t r a r á s entre aquel fatuo pueblo que
diera (2), que en corto espacio e s mayor la altura de aquella
pone todo su conato en Talainona (1), por más q u e sea vana |
cordillera montuosa), hasta que el rio desaparece en r e p a r a -
su esperanza, como cuando buscaba á Diana. Pero todavía
ción de lo que el cielo extrajo del m a r , al que todo rio debe
almirantes t e n d r á n mayor pérdida.»
el caudal que ostenta en su curso, pervirtieron de tal s u e r t e
su índole los moradores de aquel misero valle, que no parece
sino que se han alimentado en los pastos de Ciceo.
C A N T O D E C I M O C U A R T O »Aquel rio sigue su escaso curso entre sucios lechonci-
llos (3), mas á propósito para alimentarse de bellotas, que de
Prosigue el circulo n'c la envidia.—Se paran los dos poetas para las sustancias que dan vida al hombre; despues halla á su des-
oir á messer Guido del Duca y Rinieri de Calboli.—EL pri- canso unos perros mas quisquillosos que lo que su fuerza per-
mero censura las costumbres de Toscana y Romanía.—Si- mite (4), por lo que desdeñosamente les vuelve el hocico, y
guiendo su Marcha Dante y Virgilio, oyen varias voces por
según crece y a u m e n t a en rapidez aquel desventurado y mal-
los aires citando ejemplos de envidia.
dito rio, m á s g r a n d e e s el n ú m e r o de perros que halla que se
tornan lobos (5).
UIF.N es aquel q u e c r u z a por nuestra montaña, sin
»Luego, cuando va arrastrándose por h o n d a s g a r g a n t a s ,
^ftfflí. que la m u e r t e le haga alzar el vuelo y que cierra y
halla unas zorras tan dañinas, que ni siquiera temen los
a b r e los ojos á su antojo? lazos (6).
—«No sé quién es, pero sí que no se halla solo: ¡
pregúntale tú, que estás m á s próximo, recibiéndole benévolo »Aunque otro me escuche, no dejaré de repetir lo q u e puede.
p a r a q u e no tema en hablar.»
De este modo se referían á mí dos espíritus, apoyándose (') Falterona, m o o t a ñ « d e l Apenino.
12 Peloro, p r o m o n t o r i o e n Sicilia.
(3 Los mora ti res d e Casentiiio.
I*) Los d e A r e z z o .
(1) I n v e c t a á l o s s i e n e s e s p o r q u e c o m p r a r o n e l p u e r t o d e T a l a m o n a en e l
Mediterráneo. Florentinos a v a r o s y g o l o s o s .
(6) Los d e Pisa.
C A N T O XIV 193
: t í
ser de utilidad á éste, con tal cjue no se olvide de las cosas Traversaro (1) y Guido Carpinga"? (2) ¡Ah, romañoles, oh raza
que m e descubre un recto espíritu. bastarda, puesto que e c h a en Bolonia s u s raíces un forjador (3)
»Descubro á tu nieto haciendo de cazador de aquellos y que un Bernardino de Fosco (4) en Faenza, e m a n a d o de
asustados lobos ( i ) al notarle en las orillas del horrible rio; pobre semilla, se convierte en noble tallo!
veo que vende s u s carnes antes de cazarlos, despnes los mata »No e x t r a ñ e s mi llanto, ¡oh toscano! al recordar á Guido di
cual perros viejos, y al quitar aquellas vidas se quita su Pratra, Ugolino de Azzo, Federico Tignoso y todos los suyos,
honra. como á la familia T r a v e r s a r o y Anastagui. ¡Oh! estas dos f a -
»Lleno de s a n g r e sale de la selva triste (2), de tal suerte milias perdieron su herencia de virtud.
devastada, que en diez siglos no brotará de ella su anterior »Si me lamento al a c o r d a r m e de aquellas damas y g a l a -
fuerza.» nes, de s u s acciones y s u s alegrías' es porque la cortesanía
Como se demuda el rostro del que oye el anuncio de futu- y el a m o r excitaban s u s almas, donde tan depravadas son hoy.
r o s males, por cualquier lado que haya de venirle la desgra- »¡Oh palacio Brettinoro! (5) ¿Por qué no deplomaste al s u -
cia, del mismo modo vi yo á la otra alma que nos miraba cumbir tu familia y deudos por no dar oído al crimen?
contristarse al percibir tales palabras. »Hace bien en no dar varones Bagnacavallo, como hace
La fisonomía de la una y e l lenguaje de la otra avivaron mal Castoraco, y Conio peor, que se empeña en producir s e -
en mí el deseo de saber s u s nombres, que hube de preguntar- mejantes condes. Los Pagani procrearán cuando desaparezca
les luego de muchos ruegos. El espíritu que antes hablara pro- su mal genio; pero no q u e d a r á de ellos un recuerdo de p u -
siguió de este modo: reza .
» T ú deseas q u e haga por tí lo que de n i n g u n a m a n e r a rae »¡Ah Ugolino de Fantoli! seguro está tu nombre, puesto
quieres conceder; mas ya que Dios quiere que refleje en ti su : que no se a g u a r d a s r c e s o r que degenerando le oscurezca.
g r a c i a , no seré avaro; sabe que soy Guido del Duca. Tanto »Mas déjame, Toscano, que ahora las lágrimas me serán
inficionó la envidia mi s a n g r e , que ante la ventura del hombre más dulces que las palabras, pues el recuerdo de nuestra p a -
h u b i e r a s visto lívida mi faz. tria ha lacerado mi corazon.»
»La paja que siego es el resultado de aquella semilla. ¡Oh Sabiendo que aquellas a l m a s a m a d a s percibían nuestros
h u m a n a raza! ¿A qué poner tu corazon donde un bien reclama pasos, su silencio a s e g u r a b a nuestro camino.
la exclusión de otro? Al hallarnos solos despues de h a b e r andado un trecho, hé
»Este otro es Rinieri, h o n r a y tesoro de la casa.de Calboli, aquí q u e cual rayo que hiende el espacio, viene á nosotros
en la que nadie supo heredar s u s obras. Y no solo s u s descen- una voz exclamando:
dientes están privados entre el Pó y la montaña, el m a r y el' «¡La obligación del que me halle en matarme!» (6) Y se
reino, de las precisas condiciones para la verdad y dicha de ocultó como el trueno q u e se aleja luego de d e s g a r r a r la
la vida, sino q u e hasta en los confines se halla el suelo tan nube.
plagado de venenosos retoños, que todo cuidado en su cultivo No bien había resonado el metal de aquella voz en nuestros
seria inútil y tardío. oídos, se dejó oir otra cual segundo trueno:
»¿Dó se hallan el buen Licio (3) y Arrigo M a n a r d i , Pedro »Soy A g l a u r a (7), la que convirtieron en piedra.» En aquel

(1) Pedro Traversaro, s e ñ o r d e l l á v e n a , c a s o s u h i j a c o n E s t é b a n , rey d e


Hungría.
(t) El a l m a q u e e s t á h a b l a n d o e s Guido del Duca; s e dirige á Rinieri.
D e R u c a s e refiere, à Fulcieri, n i e t o d e Hinieri, q u e s i e n d o p o d e s t à e n Flo- {'¿) N o b l e d e Montefeltro.
(3> Alude foijador L a m b e r i u c c i o , q u e se h i z o gran señor.
r e n c i a . s o b o r n a d o por l o s N e g r o s , ^íizo e n c e r r a r y m a t a r á l o s princi
Ies B l a n c o s Hombre valiente, pero de c o n d i c i o n humilde.
(2) F l o r e n c i a . (5) Castillo d e Romana, r e g i d o por t i r a n u e l o s .
(3) Licio Valbona, h o m b r e h o n r a d o . Su hija, d e s p u e s d e e n t r e g á r s e l e (6) Cuín.
c a s ó con Ricardo. (7) Aglaura, hija d e Cecrops; poseída p o r las furias, s e mató.
momento retrocedí y no a v a n c é para j u n t a r m e más á mi
guia. puedo r e s g u a r d a r vista y que casi me inunda? Me parece que
avanza hácia nosotros, le dije.»
Habiendo sucedido la calma, me dijo Virgilio:
Y me respondió: «No te admire el que aun te deslumbre la
«Tal era el freno que siempre debia haber sujetado al hom-
familia celestial: es un enviado que viene á invitar al hombre
bre en s u s límites; más vosotros devoráis el cebo con tal vehe-
á la subida.
mencia, que el anzuelo del mortal enemigo ós a r r a s t r a hácia
»Pronto, en vez de angustiarte esas cosas, gozarás cuanto
él, no haciendo caso del freno ni de las inculpaciones.
te consienta sentir la naturalaza.»
»El Cielo llamándoos g i r a ante vosotros, poniendo de relieve
Al hallarnos próximos al bendito ángel, nos dijo con alegre
sus bellezas eternas; mas vuestra vista no mira sino á la tie-
voz: «l'asad por esta escalera menos recta que las otras.»
r r a , y sois castigados por aquel á quien nada se le oculta.»
Ya habíamos ascendido hasta salir del círculo, cuando tras
de nosotros oimos ese canto: Beati misericordes (i), y «Rego-
cíjate tú, que eres vencedor.»
Mi guia y yo subíamos solos, pensando yo en tanto aprove-
C A N T O D È C I M O Q U I N T O
char aquellas frases; así que, dirigiéndome á él, le pregunté:
«Qué'queria significar el espíritu de la R o m a n í a (2) al hablar
de bienes que uno escluye al otro?»
Tercer recinto donde se purifica el pecado de la cólera — Y me dijo: «Conoce hoy el riesgo de su pecado mayor; no
Ascendiendo por las gradas que un ángel les indica, lleqan te extrañe, pues, el que le condene, para que otros no viertan
tos poetas al recinto tercero.—Extasiado contempla Dante tantas lágrimas. Si vais detrás de bienes que puedan dismi-
ejemplos de mansedumbre.-Una nube de humo envuelve sú- nuir, por ser tantos los que os afanais por ellos, os sentiréis
bitamente a ambos poetasen que puedan distinguir nada.
acosados por la envidia; mas si a Izáis vuestros deseos h a s t a
el cariño á la s u p r e m a esfera, vuestro corazon no será presa
L tiempo intermedio entre la hora tercia al principio de tales temores.
del día en la esfera, que cual un niño j u e g a y se »En este recinto, cuanto más se dice nuestro, m á s poseido
agita, era el que el sol parecía invertir en m a r c h a r se está del legítimo bien, y m á s viva está en el pecho la llama
hacia la noche. Allí lucia Vesper, y en la tierra e r a de la caridad sacra.»
la media noche. —«Me interesan más tus respuestas, le dije, de lo que p u -
Nos daban los rayos en la cara, pues habíamos rodeado diera desear á haber callado hasta aquí; y creo que me acosan
todo el monte, y directamente m a r c h á b a m o s al ocaso más dudas que antes.
Percibiendo que t u r b a b a mi frente un resplandor mayor »¿De q u é modo puede ser q u e un bien repartido haga más
me admiré enmedio de tantas cosas q u e no conocía; y alzando ricos á s u s posesores, cuanto más crecido sea el número?»
las m a n o s sobre mis pupilas, p r o c u r é m e un resguardo en el Y me contestó: «Fijando siempre tu mirada en las cosas
que se estrelló el resplandor excesivo. terrenas, de aquí la oscuridad en que te hallas, hasta en el
Tal como un rayo que refleja en el a g u a ó en un e s p e j e centro de la luz verdad. Aquel bien infalible é infinito que
sube al opuesto lado, y coniir.úa ascendiendo de la misma mora en lo alto, se lanza al a m o r cual rayo hácia un c u e r p o
m a n e r a que ha descendido, al contrario q u e la caida perpen- lucido, y en él se refunde tanto, cuanto m á s g r a n d e e s su a r -
dicular de la piedra, según lo enseñan el a r t e y la e x p e r i e n - dor; de suerte, que según se extiende la caridad, crece en ella
cia, asi me figuré q u e me i n u n d a b a una luz reflejada delante la eterna virtud.
de mi, que mi vista hizo por evitar.
• 1) Palabras de Je-ucristo.
«Padre y Maestro a m a d o , ¿qué resplandor es ese, del que no-
(2) G u i d o d e l Duque. Lo siguiente p e r t e n e c e á la e s c o l é s t i c a .
»Cuanto más crecido es en las alturas el número de a l m a s Así que mi alma pasó de aquellas visiones, puestas f u e r a de
unidas entre si, se a m a n m á s y cual espejo refleja cada uno su alcance á las cosas verdaderas, también puestas f u e r a del
su p u r o y hermoso a m o r . mismo, comprendí en sustancia que no eran miserroresifalsos.
»Si mis razones no te bastan, ya verás á Beatriz que te Mi Maestro, que podía verme hacer lo que cualquier hombre
calmará ese y los d e m á s deseos. f al despertar de un letargo, me dijo: «¿Qué es lo q u e tienes?
»Sin embargo, sigue adelantando, para que desaparezcan ' ¿Cómo a p e n a s te puedes tener?
hjeras, según lo están ya dos, aquellas cinco m a n c h a s , que »Más de media legua has añilado con paso incierto y c e r r a n -
sólo con lágrimas se borran (1).» do los ojos, cual hombre dominado por el sueño ó el vino.»
Al ir á decirle: «Complacido estoy,» vi que llegábamos al —«¡Oh dulce protector mió! Si me oyes, te diré la a p a r i -
otro circulo, y mis a n h e l a n t e s y vagas m i r a d a s me e n m u d e - | cion que he tenido y que hace vacilar mi ániino de esta suerte,
cieron.
le dije:
Vi de pronto un templo que contenia g r a n n ú m e r o de per- »Velado con cíen caretas no se me escaparía el más mínimo
sonas, y no me cansaba de a d m i r a r aquella estática visión. de tus pensamientos, me respondió.
Una m u j e r , con la tierna solicitud de u n a madre, decia á la »Cuanto has visto e s revelación para que a b r a s tu alma á
entrada: «Hijo mió, ¿por qué te has conducido a s i ? T y padre las a l m a s de paz que brotan en la fuente e t e r n a .
y yo te buscabámos (2), convertidos en r a u d a l de lágrimas.» »Ya ves que no te he interrogado: «¿Qué tienes?» como lo
Cuando ella dejó de hablar, desapareció todo cuanto se habia verifica el que sólo mira por tus ojos, y que deja de m i r a r al
presentado á mi vista.
yacer el cuerpo inanimado. Te lo he preguntado únicamente
Despues se m e presentó otra m u j e r , c u y a s mejillas estaban para que tus piés recobren su vigor, pues es preciso excitar á
regaladas por el a g u a que destila la pena al nacer de un g r a n : los perezosos, harto tardíos en invertir bien el término de la
despecho contra otro, la q u e decía: «Si eres d u e ñ o de la ciu- víspera.»
dad por cuyo n o m b r e se ^suscitaron entre los dioses tantos
Proseguíamos cautelosamente nuestra m a r c h a , pues habia
altercados, y de la que brotan rayos de todas las ciencias(3),
oscurecido, haciendo por describir el más grande trecho posi-
véngate, ¡oh Pisitrates! (4) del temerario brazo que rodeó el ble á través de los refulgentes rayos del nocturno astro;
talle de n u e s t r a hija.»
cuando poco á poco se fué extendiendo hacia nosotros un
Y aquí tierno y piadososeñor p a r e c i a r e s p o n d e r l e c o n a d e m a n humo oscuro comb la noche, sin hallar medio ni sitio para
sereno: «¿Qué h a r e m o s del que mal nos quiere, sí el que nos librarnos de él. Muy pronto nos interceptó el a i r e y hasta el
a m a , condenado está por nosotros?» uso de la vista.
Vi también varios hombres, quemados por el fuego de la
cólera, asesinar á un jóven á pedradas, gritando los unos á los
otros: «¡Martiriza! Martiriza!» (5). C A N T O D E C I M O S E X T O
Y vi á la pobre víctima á punto de ser derribada bajo el
peso de la muerte, trocando s u s ojos en puertas del cielo, y Mientras Virgilio va en pos de su guia, descubre Dante entre
rogando á Dios en s u martirio con aquella actitud q u e mueve el espeso humo las almas de los que se dieron á la cólera.—
Aquellas almas elevaban dulces preces al Cordero celestial.
tanto a la piedad, que perdonara á s u s asesinos. —Una de entre ellas, Marco Lombardo, enseña á Dante que
no es el influjo del Cielo quien decide los actos del hombre.
8 8 EnV¡dÍa C¡DC P
freme ^ p o T t a ^ ^ ' * ' ° '' 1 u e d a b a n s o l a m e n t e e n la f l É g i la lobreguez del Infierno, ni la de la noche de t o r -
(2) Cal abras de la Virgen y José al Niño Jesús " <0s menta sin estrellas, hubieran traído á mi vista un
(3) Atenas. velo tan espeso como el producido por el h u m o que
(4) Valerio Maximo
nos cercaba, ni eran tan terribles s u s tinieblas.
(5) San Esléban. (Eo los ejemplos de resignación.)
No pudiendo tener abiertos los ojos, se aproximó mi fiel y
»Cuanto más crecido es en las alturas el número de a l m a s Así que mi alma pasó de aquellas visiones, puestas f u e r a de
unidas entre si, se a m a n m á s y cual espejo refleja cada uno su alcance á las cosas verdaderas, también puestas f u e r a del
su p u r o y hermoso a m o r . mismo, comprendí en sustancia que no eran miserroresifalsos.
»Si mis razones no te bastan, ya verás á Beatriz que te Mi Maestro, que podia verme hacer lo que cualquier hombre
calmará ese y los d e m á s deseos. f al despertar de un letargo, me dijo: «¿Qué es lo q u e tienes?
»Sin embargo, sigue adelantando, para que desaparezcan ' ¿Cómo a p e n a s te puedes tener?
hjeras, según lo están ya dos, aquellas cinco m a n c h a s , que »Más de media legua has añilado con paso incierto y c e r r a n -
sólo con lágrimas se borran (1).» do los ojos, cual hombre dominado por el sueño ó el vino.»
Al ir á decirle: «Complacido estoy,» vi que llegábamos al —«¡Oh dulce protector mió! Si me oyes, te diré la a p a r i -
otro circulo, y mis a n h e l a n t e s y vagas m i r a d a s me e n m u d e - | cion que he tenido y que hace vacilar mi ánimo de esta suerte,
cieron.
le dije:
Vi de pronto un templo que contenia g r a n n ú m e r o de per- »Velado con cien caretas no se me escaparía el más mínimo
sonas, y no me cansaba de a d m i r a r aquella estática visión. de tus pensamientos, me respondió.
Una m u j e r , con la tierna solicitud de u n a madre, decia á la »Cuanto has visto e s revelación para que a b r a s tu alma a
entrada: «Hijo mió, ¿por qué te has conducido J | i ? T u padre las a l m a s de paz que brotan en la fuente e t e r n a .
y yo te buscabámos (2), convertidos en r a u d a l de lágrimas.» »Ya ves que no te he interrogado: «¿Qué tienes?» como lo
Cuando ella dejó de hablar, desapareció todo cuanto se habia verifica el que sólo mira por tus ojos, y que deja de m i r a r al
presentado á mi vista.
yacer el cuerpo inanimado. Te lo he preguntado únicamente
Despues se m e presentó otra m u j e r , c u y a s mejillas estaban para que tus piés recobren su vigor, pues es preciso excitar á
regaladas por el a g u a que destila la pena al nacer de un g r a n : los perezosos, harto tardíos en invertir bien el término de la
despecho contra otro, la q u e decía: «Si eres d u e ñ o de la ciu- víspera.»
dad por cuyo n o m b r e se ^suscitaron entre los dioses tantos
Proseguíamos cautelosamente nuestra m a r c h a , pues habia
altercados, y de la que brotan rayos de todas las ciencias(3),
oscurecido, haciendo por describir el más grande trecho posi-
véngate, ¡oh Pisitrates! (4) del temerario brazo que rodeó el ble á través de los refulgentes rayos del nocturno astros
talle de n u e s t r a hija.»
cuando poco á poco se fué extendiendo hacia nosotros un
Y aquí tierno y piadososeñor p a r e c i a r e s p o n d e r l e c o n a d e m a n humo oscuro comb la noche, sin hallar medio ni sitio para
sereno: «¿Qué h a r e m o s del que mal nos quiere, si el que nos librarnos de él. Muy pronto nos interceptó el a i r e y hasta el
a m a , condenado está por nosotros?» uso de la vista.
Vi también varios hombres, quemados por el fuego de la
cólera, asesinar á un jóven á pedradas, gritando los unos á los
otros: «¡Martiriza! Martiriza!» (5). C A N T O D E C I M O S E X T O
Y vi á la pobre víctima á punto de ser derribada bajo el
peso de la muerte, trocando s u s ojos en puertas del cielo, y Mientras Virgilio va en pos de su guia, descubre Dante entre
rogando á Dios en s u martirio con aquella actitud q u e mueve el espeso humo las almas de los que se dieron á la cólera.—
Aquellas almas elevaban dulces preces al Cordero celestial.
tanto a la piedad, que perdonara á s u s asesinos. —Una de entre ellas, Marco Lombardo, enseña á Dante que
no es el influjo del Cielo quien decide los actos del hombre.
8 8 EnV¡dÍa C¡DC P
freme ^ p o T t ^ ^ ' ^ * ' ° '' 1 u e d a b a n s o l a m e n t e e n la f l É g i la lobreguez del Infierno, ni la de la noche de t o r -
(2) Palabras de la Virgen y José al Niño Jesús " <0s menta sin estrellas, hubieran traído á mi vista un
(3) Atenas. velo tan espeso como el producido por el h u m o que
(4) Valerio Maximo
nos cercaba, ni eran tan terribles s u s tinieblas.
(5) San Estéban. (En los ejemplos de resignación.)
No pudiendo tener abiertos los ojos, se aproximó mi fiel y
sabio Maestro ofreciéndome su hombro, y como el ciego sigue
Y él á mí: «Has acertado; ocúpanse en aflojar el nudo de la
al lazarillo para no tropezar con un objeto que pueda herirle
cólera.»
ó lastimarle, seguía yo atravesando aquel aire triste y denso,
—«¿Pues quién puedes ser tú que pasas á través de n u e s -
oyendo á mi faro, que me decia: «Haz p o r no a p a r t a r t e
tro humo, y hablas de nosotras cual si todavía dividieras el
de mí.»
tiempo en calendas?» Esto dijo u n a voz, y mi Maestro me
Percibía m u c h a s voces que cada una parecía o r a r para con- tobservó:
seguir del Cordero celeste que borre los pecados, misericordia
y paz. «Responde, é indaga si se sube á lo alto por aquí.»
Y yo: «¡Oh alma que estás purificándote para presentarte
bella ante el que te creó! maravillas e s c u c h a r á s si me
sigues.»
—«Te seguiré, en tanto se me consienta, dijo ella; y si el
humo no deja que veamos, el sonido nos aproximará á falta
de los ojos.
En aquel momento empecé yó: «Voy á lo alto con esta
forma q u e la muerte deshace, y llegué aquí á través de los
infernales tormentos. Puesto que Dios me recibe en su gracia,
de suerte que me consiente a d m i r a r su corte de un modo tan
particular, no te niegues á decirme quién fuiste antes de
morir, y más bien dónelo pronto; del mismo modo espero me
digas si es ésta la s e n d a que debo s e g u i r , siendo tus palabras
mi norte.»
—«Fui lombardo, y me llamaban Marco (1). He sido sabio
en los asuntos del mundo, y amigo de la probidad h á c i a l a que
hoy nadie tiende su arco. Si has de a r r i b a r á lo alto prosigue
tu camino vía recta.» Esto me contestó, añadiendo:
«Ruégote que al estar en lo alto ores por mi.»
•Yo á él: «Prometo cumplir tu encargo; m a s me va una
duda á envolver, si no puedo esclarecerla. Antes era t é n u e y
ahora ya es g r a n d e , desde que j u n t o tu opinion, muy verídica
para mi, con otra que oí f u e r a de este recinto.
: »Así permanece el mundo tan falto de virtud, según me
indicas, y plagado de malicia. Mas te ruego me des tan clara
razón de ello, que pueda probarla á los demás, pues unos
estriban aquella razón en los Cielos, y otros aquí abajo.»
| Principió aquella a l m a por e x h a l a r un suspiro que c o n -
cluyó en un ¡ay! de dolor, y después prosiguió:
«Ciego está el m u n d o , h e r m a n o , y bien comprendo que
Agnus Dei era su tema; todas pronunciaban aquella palabra vienes de él.
en el propio tono, de s u e r t e que parecía h a b e r entre ellas
completa a r m o n í a .
«¡Oh mi protector! dije, ¿serán espíritus los que oigo?» (<) Veneciano noble, amigo de Dante.
200 Puijr.ATORio

»Los vivientes no encontráis c a u s a que no atribuyáis a!


irradiaban en una y otra via, la del mundo y la celeste: Uno
Gieio, como si todo tuviera precisión de venir de lo alto.
de los dos astros eclipsó al otro por completo; la espada se
»Siendo asi, desde luego desaparecería de vosotros el libre
un.ó al báculo pastoral, pero por la fuerza, así que no podían
aibedrío, y no seria justo recibir premio por el bien, ni castigo
conservar entre ellos a r m o n í a , pues unidos, habían de dejar
por el mal.
de temerse. Si no crees mis palabras, pon tu mirada en la
»El Cielo coopera al principio de vuestros actos, si bien
espiga, ya que todas las yerbas se conocen por. la semilla.
excluyo algunos; mas aun siendo así, se os da luz suficiente
»En el sitio que fecundizan el Adígio y el Pó (1); sólo e x i s -
p á r a distinguir el mal y el bien.
tía el valor y la cortesía, antes de las querellas de Federico
»Se os dotó también del libre aibedrío, que a u n q u e e n los
(2,i; en tanto que hoy pudiera recorrerle sin miedo el que por
primeros embates contradice á la celestial influencia, p u e d e
rubor evitara hablar y llegarse á la sociedad honrada
luego con buena dirección vencerlo todo.
; »Sin embargo, subsisten aun tres ancianos en los que la
»En libertad, estáis sometidos á una mayor fuerza y á una
avanzada edad hace desear otra edad nueva, pues se retarda
naturaleza; mejor la que os dió el espíritu, que el Cielo no
la hora en que Dios los lleve á mejor vida.
posee en su influjo.
| > > E s í o s s o n : Conrado de Palazzo, Gerardo y Guido di
»De suerte, que si el presente mundo se desvia, la razón Castel, al que j u s t a m e n t e sé le llama en Francia" el sencillo
reside en vosotros, y entre vosotros ha de buscarse; yo puedo- Lombardo.
ser hoy verídica prueba de ello.
»Sale el alma de m a n o s del que la acaricia en su espíritu f. -Puedes decir muy bien, que la Iglesia de Roma, para unir
antes de su existencia, cual niño que á un tiempo llora y son- los dos gobiernos, cae en el fango, en el q u e su misión y ella
ríe, medio articula y juega. Aquellacándida a l m a q u e lo ignora ¡serán del mismo modo manchadas.»
todo, m a s q u e previene de un bienaventurado creador, vuelve | - « ¡ A h mi amado Marcos! le dije, ¡raciocinas perfectamen-
placentero al que es suy encanto y alegría. t e . Entiendo a h o r a por qué los descendientes de Leví fueron
privados de la herencia (3).
»Al principio desea los bienes de valor efímero, y e n g a -
ñado vuela de ellos en pos, si un guia ó freno no dirige su »Mas ¿quién es Gerardo al que das tanto saber, ese r e s i -
duo de la extinguida r a z a , reproche de este siglo de bar-
amor. barie?»
»Han sido precisas leyes para que sirvan de freno; también
se han necesitado reyes q u e d e la verídica ciudad (1) supieran, - « O me e n g a ñ a n tus palabras ó pretenden seducirme
cuando menos, discernir la torre (2). respondió Márcos, puesto q u e al h a b l a r m e pareces i g n o r a r
cuanto al buen Gerardo se refiere.
»Existen las leyes, m a s ¿quién toma á su cargo el hacerlas
observar? El pastor que va delante del g a n a d o puede rumiar,, »No le sé dar otro nombre á no darle el de su hija Gaiá (4)
m a s no tiene las uñas hendidas. Por lo q u e el rebaño, al notar Quedad con Dios, pues yo no puedo alejarme más.
q u e su g u a r d a se alimenta de lo que él está ávido, á su vez lo i »Repara cómo luce el alba y empieza á blanquear á través
humo
devora sin exigir otra cosa. " A ( § f e s t á e l «ngel, y es necesario que parta vo
»Por esto verás que la mala dirección es móvil de las cul- antes de q u e él se presente.»
pas del mundo; y que la naturaleza no es la viciada entre Dicho esto, no quiso oirme más.
vosotros.
»Roma, que morigeró al mundo, tuvo dos a s ' r o s (3) q u e (1) La Lombardia y Romanía. .»»-ív-tií y KH-áto' it
(2; F.l emperador y el primer Federico
«3) Moisés l e s d e d i c o al sacordocio.
(1) El Cielo.
(9) Deberes sociales.
(4) Espejo d e castidad. "AÍFÜKÜO fi£YES"
( 3 ) El Papado y el Imperio.
«afclttS MnBlflMEK*
d 6 C Í a : <<:0h r e i n a ! q u é
fanÍda?° m t ^ p u l s ó tu cólera á

C A N T O D É C I M O S É T I M O
»Te mataste por no perder á Lavinia (1), y á p e s a r de ello
me perdiste; y yo, hija tuya, lloro tu pérdida, madre mía más
que la del otro (2).»
Dante ve con su. imaginación muchos ejemplos de cólera. Des- Como cuando nueva luz lastima los cerrados párpados
pues, ambos poetas, seguidos de un ángel, ascienden por las súbitamente se intercepta el sueño, y a u n q u e i n t e r r u m p i d o '
gradas que llevan al circulo cuarto.—Llegada la noche, se no h u y e del todo, así se evaporaron mis ideas enseguida que
paran.— Virgilio explica á Dante cómo en el circulo cuarto
se purifica el pecado de la Pereza. ¡ p t m, rostro otra luz más inmensa que la que se nos c o n -

Me volví para ver donde me hallaba, y una voz me dijo-


ECUERDA, lector, si en alguna ocasion te h a envuelto
«¡Asciende por aquí!» y borró en mí todas las demás ideas
en los Alpes u n a nube, entre la que sólo pudieses
ver lo que el topo á t r a v é s de la película que tapa Mi anhelo por ver al que me hablaba, fué tal, que no paré
" su visión, cuan débiles se introducen los rayos del hasta descubrirlo; mas como nuestra vista decae a,,te el sol
sol en el seno de los humedecido^ y espesos vapores que c o - que se vela en su luz, así notó que mis fuerzas decaían
mienzan á dilatarse, y luego e n t e n d e r á s cómo torné yo á ver , «Ese observó mi Maestro, es un divino espíritu, que sin
el sol momentos a n t e s de ocultarse.
mismaluz"08 6
' Cam, ü
' ° deI m
°nle' * s e esco
»<*e su
De suerte, que igualando mi paso al de mi leal Maestro, salí
»Se conduce con nosotros cual el hombre debiera c o n d u -
de aquella nube al estar los r a y o s amortiguados en la parte
inferior del monte. cirse con sus prójimos, pues el que a g u a r d a una súplica al
¡Oh pensamiento, que a l g u n a s veces llevas al h o m b r e é tan ver una necesidad, se prepara con malicia á n e g a r todo auxilio
remota altura, que no percibe los miles de trompetas que sue- ^ »Obedezca nuestra planta á tan santa invitación; hagamos
nan á su alrededor! ¿Quién te estimula cuando los sentidos no ^ ^ • ^ ^ t í l t ^ u e n o p o d r i a m i ^
te aguijonean? ¡Oh, lo que te impele es un resplandor forma-
Esto dijo mi protector, y los dos fuimos hácia una escalera-
do en el Cielo, ó por si mismo, ó por la divina voluntad que
ai s e n t a r mi p,é en el primer escalón, percibí una especie dé
la m a n d a aquí abajo!
movimiento de alas que daba aire á mi rostro ,3), y una voz
L a faz de aquella q u e su impiedad la tornase en la avecilla diciendo: «Beatipacifici!t> (4) que desconocen la calera
q u e más se complace en c a n t a r (1), presentóse á mi fantasía.
L o s u l t . m o s r a y o s p r e c u r s o r e s d e la n o c h e s e e l e v a b a n ya
Se concentró entonces de tal s u e r t e mi espíritu en si pro-
b r d e de b
pio, q u e dejó de apercibir cuanto se referia al mundo exterior; por 2 2 ? ° ' — • <ue las estrellas se veiln
y en mi mente exaltada sólo noté la imágen de un Crucifijo «¡Valor mío! ¿Por qué me abandonas? decia para mí por
altivo y desdeñóse (2), y así le vi que moria. a r t r é g u a a l a fuerza de mis piernas. Ya estábamos e ' n ' e -
En torno suyo estaban el g r a n Azuero, su esposa Esther y
'a P a r a d o s c o m o buque
el buen Mardoqueo, q u e en s u s acciones y palabras siempre
f u é sin tacha. Luego de fijar mi oído por ver si apercibia algo en el c í r -
Y al romperse por si sola aquella imágen cual gorgorita al culo nuevo, le dije volviéndome á mi guia:
faltarle el a g u a que le dió forma, vi a p a r e c e r una jóven q u e
0) Hija-de Amata y del rey l a t i n o (Libro SII; Virgilio)
< ¿> Turno. -
(1) Filomena, hija d - l rey d e Atenas, Pandion. a n d , a lerCera P
S £ ™ ° - * <6Iera,.
(2) Aman.
«Padre mió, ¿Qué ofensa se purifica en el sitio que estamos"?
Si n u e s t r a planta se detiene que no cesen tus palabras.»
El me contestó: «El a m o r al bien que no supo cumplir su H ¡ n i "n precis
°
deber, debe seguir aqui su m a r c h a ; el remo que fué h a r t o »Otro bien existe q u e no hace la felicidad del hombre n „ r
pesado, debe seguir aqui batiendo las olas. 1 . . . no posee la esencia de todo bien; ni es ra.z, ffi
»Mas para que lo entiendas mejor, pon en mí tu pensa- a m
, ° r 'lue » 4 él sin tasa, se, espia en tres l í r -
miento, y este reposo s e r á de g r a n ventaja p a r a tí.
»Hijo mió, ni el Creador ni los creados fueron n u n c a sin
a m o r , voluntario ó n a t u r a l , ya lo sabes. El natural a m o r siem-
pre estuvo exceptuado de error, m a s el otro puede equivo-
carse, ya por lo culpable de su móvil, ya por m á s ó m e n o s
impetuoso. C A N T O D E C I M O C T A V O
»En tanto que este a m o r va á ios primordiales bienes ó se
templa á si propio en su apego á los bienes secundarios, no es
ubjeto de culpable placer; mas cuando se inclina al mal, ó
sigue el bien con m á s ó menos calor que el debido, la c r i a t u r a
va c o n t r a su Creador.
: g g f f c g ^ p ?
I I t e s f e a
»De lo que deducirás que el a m o r es en vosotros gérmen
de toda virtud y de todo vicio, pues como el a m o r no puede
ser ajeno á la salvación de su objeto, todas las cosas deben
preservarse de su mismo odio.
»Y corno no se concibe que un sér creado exista por sí pro-
pio, y apartado del primer sér, es a j e n a de él toda idea que Í t E , T , N A D O S " d í a c u p s o . e x a ™ ™ mi ánimo el dulce
tienda al odio para con su Creador. ? J f i r d o < g f ' P a r a v e r s ¡ manifestaba contento; en tanto
»Resultando, á ser fija esta división, que el mal que se ! " $ P T i n ! ° d G n U e v a s e d > a l i a b a exteriormente
diciendo en mi interior: «Tal vez le molestan mis
quiere e s en c o n t r a del prójimo, y que dicho a m o r tiene tres s o b r a d a s preguntas.» molestan mis
m a n e r a s de nacer en vuestro limo. Pero aquel padre solícito, notando la cobardía del deseo . m e
»La primera, es cuando estriba en la caida dei vecino el sin manifestarlo me animaba, me dió aliento para e x p r e -
encumbramiento propio, y por esto se anhela verle bajar de
su apogeo. La segunda, es al temer perder el favor, honra y Así que, dije: «Maestro, mi vista se anima de tal suerte á
¿ma al notar la prosperidad del prójimo; y para a h o r r a r u n a ^ luz, que veo claro lo que abarca ó explica tu razón
r a n tristeza, se le desea todo lo contrario. La otra c a u s a - »Con todo te ruego, dulce protector, me demuestres ese
/iene del f u r o r producido por cualquiera injuria, y que en su amor, c a u s a del bien y del mal.»
venganza ciega al resentido y sólo busca el daño de su ofensor.
- « V u e l v e hácia mí, me contestó, los ojos de tu preclara
»Estas son las tres clasificaciones del amor que se espían
allí abajo. Deseo a h o r a que conozcas el otro a m o r que va t r a s m f S s R a , m
# t e
$ — o * V ciego/ ;ciasp:
del bien sin a r t e ni medida.
P a r a e
»Cada uno concibe y a n h e l a confusamente un bien para terr,"' " ' a m o r ' — hácia cuanto
complacer su espíritu, y hace todos los esfuerzos imaginables apetece, tan luego como nota el atractivo del placer
por conseguirlo. v o l o Z T o n T * 0 3 d Í b U j a ^ S é r r e a ' ' y 10
»Si os impulsa un lento a m o r á alcanzar dicho bien, este o S n ¡ I l f i T : e n C a n , ° S ' q U e V l , e s t r a a l m a s e fija en aquel
a m o r natural ^ ^ él, aquella inclinación es
a m o r n a t u r a l , que se une á vosotros por el placer.
»Despues, como el fuego que por su forma va á lo alto, »Esta es la virtud noble á la que llama Beatriz libre albedrío-
hecha para subir hacia donde mejor vive en su verdadero haz por no olvidarla si es que te habla de ella »
centro, el alma enamorada se da al deseo ó movimiento espi- La luna que comenzó á elevarse perezosa á media noche
ritual, y j a m á s reposa hasta obtener el objeto amado. eStre aS 008 Paredera
fcf " " más Y áseme:
»Así verás cual se esconde la verdad á los que aseguran jaba en el firmamento un sello encendido
que todo amor es laudadable por sí, tal vez por parecerles
siempre bueno su móvil; mas no será buena toda huella m a - soíbcuTad0olrd° T GÍe,
° aqUe,,a S6nda
G r a s a d a por el
R
terial, aunque siempre sea buena la cera en que se graba.» Cer'deña * ^ ° ? le $ en Córcega y
—«Tus frases y la atención de mi espíritu en seguirlas, le Y la benéfica sombra, por la cual Piétola (1) tiene más nom-
contesté, me han aclarado el amor; mas todo esto ha venido bre que cualquiera otra poblacion del Mantuano, había ü S
á despertar en mí dudas enormes. Porque, procediendo el mi espíritu del terrible peso que antes le abrumaba
amor de objetos exteriores, sin que tenga ninguna parte el I tnH , 6 r m e deraost ,ad
' o t™ claras razones sobre
alma, nada de particular tendrá el s e g u i r un camino recto ó . Odos los asuntos, me hallaba yo como hombre que sueña des
torcido.» . J ^ n d o ; pero de pronto se desvaneció mí s o ñ o l e n c " p o r
F
«Sólo te podré decir, me contestó, lo que es dado entender algunas almas que avanzaban detrás de nosotros
á nuestra razón en el asunto; lo restante es obra de fe; espera Como en tiempos el Ismeo y el Asopo (2) vieron correr en
á encontrar á Beatriz (1), pues á ella corresponde.
r r t ó e "°Che Una f U
- S a
^ M t u V P o r necesitar de
»Toda forma sustancial, diferente de la materia, y que e m - Baco los tóbanos, así vi yo adelantar en aquel círculo v
pero está unida á ella, absorbe en si una virtud particular, 3 U
amor" ^ "a - . u n i d y T n just^
que sin sus obras no puede sentirse ni explicarse; pero se;
En b e aroQ á
revela por sus efectos, como por su verde color la vida de la ¿ , íH " S nosotros, p o r v e n i r corriendo armellas
planta. | almas, de as que las dos primeras gritaban muy a L '
»De dónde e m a n a el conocimiento de aquellas primordiales «Como María diligente á la Montaña; César, po juzgar á
P J
Lérida, dejo á Marsella y voló á España ( É *** *
nociones, lo ignora el hombre, como desconoce la inclinación
t0 n t 0 ! q u e u n a m o r tibio
de sus primeros deseos, que en nosotros vienen á ser lo que !íli ' r no haga que perdamos
en la abeja el afan de hacer miel, sin que merezca castigo ni
lauro aquella voluntad primitiva.
»Sin embargo, para resistir aquel primer deseo, está en nos-; j t a ' h o ^ r,"!118 r "" v e h e m e
" t e
f^vor ,u¡zá recom-
otros la virtud que aconseja (la razón) que debe hallarse siem- E e l6 w L Sé , u°e° aun ^ es v,vo
" " "(y 0 6 estra tibie
« empleasteis
pre en el quicio del consentimiento. para bten, 8te q no os miento», Lereir
a p e n a s vuelva
»El principio del merecimiento es la razón, según rechace : - * m í ¡ § 1
ó acepte los buenos ó culpables amores.
»Los sabios, que por la reflexión alcanzaron el fondo de las |ri.uS'Sluer Pa abra8
' " e m i g U Í a - « " O s l á n d o l e un espí-
P
! «I- «Mgueoos y encontrarás la abertura ,
cosas, decidieron por innata aquella libertad, y legaron la
moral al mundo.
»Suponiendo que todo amor que nace de vosotros debe su
origen á la necesidad, se debe suponer del mismo modo.que
hay suficiente valor en vosotros para reprimirle.
PeqU ñ PUeb, jUD(0
° ° ° * - el que nació Virgilio; antes
tf.» Ríos J e Beocia y Achala.
(1) La Teología. (3) Ejemplos d e Diligencia, opuestos á la Pereza.
»Abad fui (1) en San Zénoñ y Verona, en el imperio del aquella via del Cielo q u e no estará oscurecida m u c h o tiempo,
maguifico (2) Barbarroja, al que todavía no ha echado en olvido se me presentó en s u e ñ o s u n a m u j e r t a r t a m u d a , bizca, patoja,
Milán en su dolor. m a n c a y color cetrino <1).
»Tiene ya un pié en la sepultura, el que llorará por aquel La examiné, y como el sol r e a n i m a la entumicion de los
monasterio, anonadándolo el poder q u e tuvo en él; pues en miembros por el frió nocturno, mi m i r a d a dió ánimo á su len-
lugar del legítimo pastor colocó alli á su hijo, malo de c u e r p o | g u a . Despues la hizo enderezar y colorear s,u rostro taciturno'
y depravado de espíritu, y procedente de una mala unión (3).» » como lo exije a m o r . Al notarse suelta la lengua, principió á
No sé si dijo m á s el a l m a , ó si calló en tanto e s t a b a ya ale- c a n t a r con tal dulzura, que sólo á d u r a s penas pude d e s a s i r m e
de el la.
jada de nosotros; mas oí estas palabras, que me complazco en
recordar. «Yo soy, dijo en su canto, la s i r e n a dulce que en el centro
del m a r desvia al navegaute fascinado por m i s h e r m o s o s
Y el que era mi auxilio en todo apuro, m e dijo: «Mira
ecos.
hácia aquella parte; ¿ves á los dos q u e vienen denostando á la
pereza?» »Mi canto desvió á Ulises de la senda de s u s a v e n t u r a s ; el
Dos almas seguían á o t r a s dos, diciendo: «La nación para -que me oye, por r a r e z a me deja, en tanto consigo fascinarle.»
lo que el m a r se abrió, feneció primero que s u s herederos vie- No habia cerrado s u s labios, cuando vino á mi lado una
ran el J o r d á n ; y a q u e l l a q u e hasta el final no partió lás fatigas] santa m u j e r 2), decidida á a n o n a d a r á la primera.
con el sucesor de Anquises, se condenó á sí propia á una vida «¡Ah, Yirgilio! ¿Qué m u j e r es esa? decia altivamente; m a s
sin gloria.» él venia con los ojos puestos en la s a n t a m u j e r . Esta cojió á la
primera, y rompiendo s u s vestidos, la descubrió por delante,
Por no permitirme la distancia ver á aquellas sombras, me
-enseñándome su vientre; la fetidez q u e d e él emanaba me des-
o c u r r i ó u n a nueva idea, de la que surgieron varias y diferen-
pertó súbitamente.
tes q u e o c u p a r o n mi pensamiento, hasta q u e se cerraron mis
Volví mi vista, en tanto me decia mi buen Maestro: ¿ T e he
ojos, trocando mis ideas en sueño.
llamado tres veces lo menos. Alza y ven; busquemos la aber-
tura por do debes entrar.»
C A N T O D E C I M O N O V E N O Al levantarme, la luz del dia llenaba ya los círculos de la
s a c r a montaña, y al a n d a r el sol estaba detrás de nosotros. .
Siguiéndole con la cabeza i n u n d a d a de ideas, oí hablar
Quinto circulo donde se purifica el pecado déla Acaricia.— «si: «Llegad; por aquí es por donde se entra.» Aquellas p a l a -
Dante explica una cisión que tuco en sueños.—Salido el sol, b r a s fueron dichas con u n a dulzura i g n o r a d a en la región de
continúan la marcha los poetas, y enterados por un ángel,
ascienden al circulo de los A caros. la muerte.
Tendidas s u s alas á imitación de las del cisne, nos llevó el
que acababa de hablar por entre a m b a s laderas de la áspera
¡J^gjBís la h o r a en que acaba de extinguirse el calor del dial montaña, y con el movimiento de s u s p l u m a s aventó mi
ó morir victima del frió de la tierra, ó el de Saturno j frente (3), a s e g u r a n d o : «Venturosos los que padecen, por t e -
no basta á atenuar el de la L u n a ; cuando los geo-- ner con qué consolar s u s h e r m o s a s almas.»
l mánticos (4) notan el signo, según ellos, su mayor i «Siendo así, ¿qué es lo que m i r a s en el suelo?» me dijo mi
fortuna, elevarse en Oriente antes del alba, m a r c h a n d o por] g u i a c u a n d o se elevó el ángel sobre nosotros.

(i) Gerardo !L
(i) T.ioo d e ironía. (1) Loiobardi opina que e s la meutira.
(3) El hijo natural de Alberto de la Scala, señor d e Verona. (2) La verdad según él mismo.
(4) Geoaiancia e s el a r l e de acerlar las cosas por los signos trazados ca- 13) El ángel borra la P. (Pecado d e la Pereza), diciendo: Venturosos los que
lloran. (Sau Mateo, V.)
sualmente e n papel ó arena.
Yo: «Una vision n u e v a que me sujeta á la tierra a c a b a d o
El á mi: «Bien sabrás por q u é hace el Cielo que estemos con
t r a e r m e tales dudas, q u e no puedo d e j a r de acariciarla.»
la espalda hácia él; pero antes scias quod ego fui successor
«Has visto, me respondió, á la vetusta hechicera, que er> Petri (1).
los círculos q u e se hallan bajo nuestra planta, bace ella sólo
»Por entre Sestri y Chiavari se engolfa un famoso rio (2),
verter tantas lágrimas. ¿No has reparado rambien cómo puede
del que nace el título q u e ostenta mi familia.
el hombre prescindir de ella?»
»Un mes y dias bastaron para d a r m e á conocer cuánto pesa
«Basta, Pisa la tierra con tu planta, y pon tu m i r a d a en el el gran manto en hombros del que le preservó del fango; en
llamamiento que te hace el eterno Rey con tus i n m e n s a s ;- comparación con ella, las demás cargas son plumas levísi-
ruedas. mas.
Lo mismo que el halcón, q u e e x a m i n a antes s u s g a r r a s , i »¡Oh! Tardía fué mi conversación; únicamente al n o m b r a r -
llega á la voz del cazador, y despues tiende su vuelo impulsa- me r o m a n o pastor, comprendí lo engañoso de la vida.
do por el anhelo de la presa que le trae, recorrí yo la a b e r t u -
»Allí pude ver que no habia reposo para el corazon, y que
r a de la roca que servia de escalera, y m a r c h é h a s t a el sitio ó
en la vida mortal no se podia subir más arriba: en cambio
entrada del circulo.
prendió en mi el fuego del a m o r á la e t e r n a vida.
Luego de e n t r a r en el círculo quinto, vi varias a l m a s echa-
»Hasta aquel punto fui a l m a miserable, a p a r t a d a de Dios
das con la espalda hácia arriba y llorando (1).
y del todo avaro, por lo que, como ves, recibo aquí el castigo.
«Ad/uesit pavimento anima mea (2), exclamaban en voz
»Lo que va en pos de la Avaricia, aquí se ve con la purifi-
casi imperceptible y ahogada por sollozos.
cación de las a l m a s e c h a d a s boca abajo, el más horrendo tor-
»¡Oh, escogido por Dios, en los que la justicia y la e s p e r a n - cedor que se halla en este monte.
za hacen menos penoso el tormento, guiadnos á las g r a d a s
»Como tuvimos fija nuestra vista en lo terrenal y no la ele-
superiores!
vó al Cielb, a h o r a les a r r a s t r a por los suelos de la Justicia ce-
— S i llegáis libres y exentos de p e r m a n e c e r echados, y leste.
deseáis e n c o n t r a r el camino más breve, siga vuestra diestra el
»Como la Avaricia agostó en nosotros el a m o r á todo v e r -
borde exterior del círculo.»
dadero bien, é hizo malograr toda buena obra, la Justicia nos
Tales fueron las súplicas de mi guia y la contestación q u e ^ castiga á este tormento.
le fué dada de un sitio algo apartado. En lo que dijo, c o m -
»Atados de piés y manos y sujetos, en tanto le plazca al
prendí que aquella alma ignoraba la mitad de mi destino.
justo Señor, estaremos aquí inmóviles y tendidos.»
Fijé mi vista en la de mi Maestro, quien por medio de una
Me prosterné y quise hablar; pero como lo notara el e s p í -
mirada de asentimiento me otorgó lo que mis ojos le d e m a n -
ritu con sólo e s c u c h a r , me dijo:
daban con tal deseo.
»¿Por qué doblas la rodilla?» Yo á él: «Ante vuestra d i g n i -
Viendo que podia o b r a r con libertad, me aproximé á aque- dad, me precisa la conciencia á humillarme.»
lla criatura, c u y a s palabras me lo habian hecho reconocer,
«Alzate y endereza tus piernas, h e r m a n o , me respondió.
diciendo: «Espíritu cuyas lágrimas sazona la expiación, sin la
Deja las preocupaciones, que como tú y todos los otros, sirvo
que no puede llegarse á.Dios, deja por mí un momento tu
al propio poder.
g r a n desvelo.
»Si comprendiste el pasaje del Evangelio santo, que dice:
«¿Quién fuiste y por q u é todos vosotros permaneceis boca ^ Ñeque nubent (3), no ignorarás por qué te hablo asi.
abajo? Dímelo, y también si deseas que consiga algo para tí
en aquel mundo del q u e salí vivo.»
(1) Adriano V, p a p a . - « S a b e q u e fui sucesor de Pedro.» Reinó un m e s y
nueve dias. Venia d e la familia Flesel, de Góuova.
(1J Dft los avaros. (5) La^agno.
(i) Salmo 118. (3) «Quiere decir q u e e n la eterna vida será igual todo el mundo.» No
habrá esposo ni esposa. (San Mateo.)
»"Vete pues, no quiero que te detengas más tiempo; tu pre-.^ Despues oí: «¡Oh buen Fabricio, qué preferiste la virtud con
sencia i n t e r r u m p e el lianto que proporciona la dicha de que i pobreza, al vicio con tesoros!»
antes hablaste. f Aquellas frases me eran tan queridas, que avancé para co-
»Alli abajo tengo una sobrina llamada Alagia (1), que es j nocer el a l m a que las emitía.
de natural bueno, si nuestra casa con su mal ejemplo no la ha ; ^ Todavía hablaba de la liberalidad con que favoreció Nicolás
maleado. a las vírgenes, para que no se extraviara su honor en el esco-
Ello de su juventud (1).
»A ella sola tengo allá en la tierra.»

C A N T O VIGÉSIMO

Donde iodos lloran y permanecen tendidos en el suelo.—El papa]


A driano \ .—Siguiendo á su Maestro, habla Dante con e/i
alma de Hugo Capelo, quien le refiere ejemplos de Pobreza A
Liberalidad y Avaricia.

M A M A S voluntad alguna debe luchar con otra superior; dej


•' / > , . ; ! suerte, que por complacer aquel espíritu y á espensas]
w ^ y ) d e l d e s e o ' quité del agua la esponja de mi afan, no]
I ' -'(¡ dando lugar á que estuviera empapada.
Seguí mi camino con mi guia, recorriendo todos los sitios|
libres á lo largo de las peñas, como se recorre un angosto;
m u r o á lo largo de s u s almenas; pues las almas que fluían por
s u s ojos y gota por gota todo el veneno que g u a r d a el mundo
entero, obstruían el opuesto borde.
¡Oh, maldita seas, loba antigua, que con tu voraz apetito ¡i
causas más daño que todas las fieras juntas! (2).
¡Ah Cielo, que en tus movimientos mudas, según se cree, los j
asuntos de aquí abajo! ¿Cuándo llegará el que la ha de hacer i «¡Oh sombra, que con tal cordura hablas! dime ¿quién
huir? ¡ fuiste y por qué sola repites aquellos merecidos loores«
Marchábamos con paso lento, yo con la ¡dea fija en las sora-j
bras que enternecido oia gemir y quejarse, cuando de repente-'! i S m P r e m Í O tUS P a , a b r a s ' s¡ alendó
P C rt0 t r e C t dG Vida
oigo gritar: «¡Oh dulce Madre!» Pareciéndose aquella voz las-I S a á mT T ° 7 ° ^ v u e l a á su fin.»
Lili a l responderé, no por el favor que aguardo de
timera á la de una mujer en el acto de salir del parto. Y luego: 1 P rqUe UCe
«Tú has sido tan pobre, como lo manifiesta el pesebre en que 1 d e n S J l ° ' " U t3n P PtÍCU,ar ^ racia a n t e s
hiciste depósito del fruto santo.» «Yo he sido raíz de una planta nociva que proyecta una

(1) Mujer de Marcelo, protector de Duiiie.


(2) La Avaricia. 0) San Nicolás, obispo en Mira.
fatal sombra en todo el orbe cristiano, y que únicamente por »Mas para s i m u l a r la atenuación del mal futuro y pasado,
rareza produce g r a t o s frutos. veo penetrar en Aragni las llores de lis y preso á Cristo (1),'
»Mas si Donai, Gante, Lila y B r u j e s tuvieran la fuerza pre- • en la imágen de su Vicario. Otra vez lo veo sometido al escar^
cisa, bien pronto se realizaría la venganza por la que ruego í nio y la mofa; veo la reincidencia del vinagre y la hiél; veo que
incesantemente al S u p r e m o Juez. muere entre dos ladrones vivos.
»Me llamaron en la tierra H u g o Capeto; de raí tomaron • »También veo á otro Pilatos tan ímpío, que aun no se sacia
vida los Felipes y Luises, por quienes es regida la Francia \ con todo esto, y que careciendo de orden superior, lleva al
desde hace poco (I). templo s u s bárbaros deseos (2).
»Mi padre fué un carnicero de P a r í s . Al faltar los antiguos j ' »¡Dios mió! ¿Cuándo me cabrá el placer de contemplar la
reyes, á excepción de uno que se cubria por la p a r d a túnica, ; venganza oculta en tus a r c a n o s , que tu justa cólera te hace
guiaba yo la nave del Estado, y tenía tal poder en aquel nuevo i gratar
cargo, y me cercaban tantos amigos, que mi hijo fué elevado »Por lo que decia respecto á la única esposa del Espíritu
al trono vacante, viniendo de él los s a g r a d o s huesos de los • Santo, y que te ha encaminado á mí paca conseguir una expli-
modernos reyes. cación, te declaro que es parte de n u e s t r a s plegarias d u r a n t e
»En tanto aquella h e r m o s a dote de la Provenza no hizo que i el día; mas llegada la noche, s a c a m o s á luz ejemplos
F
comple-
1
m i s a n g r e perdiera el r u b o r , e r a de poca valia, m a s no hacia tamente distintos.
daño alguno; pero allí principió s u s rapiñas con el auxilio de . »Entonces aludimos á Pigmalion (3), al que s u sed de oro
la violencia y la m e n t i r a . Despues, para e n m e n d a r s e , tomó el convirtió en traidor, ladrón y parricida, como también la m i -
Pornthieu y N o r m a n d í a , apoderándose de la G a s c u ñ a . seria de Midas el avaro, castigado por su desmedida petición,
»Carlos (2) m a r c h ó á Italia, y por enmienda hizo víctima á que no merece más que mofa eterna.
Coradino (3), y arrojó al cielo á T o m á s (4) para proseguir el »Después cada uno recuerda al demente Acan (4) y la m a -
camino de e n m e n d a r s e . nera cómo robó los despojos del enemigo; de suerte q u e aun
No veo lejos un tiempo que e m p u j a r á f u e r a de Francia á parece acosarle aquí la rabia de J o s u é .
otro Cárlos (5), p a r a que se conozcan m á s bien él y los suyos. »Luego nos referimos á Sáfira y su esposo; ensalzamos á
Saldrá de ella sin otra a r m a que la lanza de J u d a s , afilando ) los que pisaron á Heliodoro, y por toda la montaña se oye el
tanto su punta, que traspase el cuerpo de Florencia. eco de la villanía de Poiirauestor, que mató á Polidoro. Ulti-
»Allí no g a n a r á tierras, pero sí un nefando pecado y la des- mamente se dice: «¡Oh Craso! dinos, puesto que no lo ¡«ñora« •
6
h o n r a de tanto peso, cuanto que le h a r á p a r e c e r más pequeña el sabor del oro.» '
la villana acción llevada á cabo. «Hablamos a l g u n a s veces unos en voz alta y otros en voz
»El otro (G), que ya salió preso de su nave, veo que vende muy baja, con arreglo al sentimiento que nos domina, que tan *
á su hijo, usando del regateo como los negreros con s u s es- pronto nos precisa á a n d a r de prisa como despacio.
clavos. , »No yo e r a solo el que s e ocupaba ahora en referir nuestro
»¡Avaricia! ¿Qué m á s puedes ejecutar, ouando así ganaste recuerdo diario, sino que ningún otro alzaba tanto la voz.»
á mi s a n g r e , q u e- no
• le importa su misma carne? í Ya nos habíamos apartado de aquella alma, y hacíamos por
subir de prisa, cuando oí retemblar la m o n t a ñ a como al chocar
(1) El constante gibelino no o h ida e l apoyo que Fel'-pe de Valois presió á los
güelíos
(2) Cárlos de Anjou, h e r m a n o de jan Luis.
V m t a
i PrCS0 POr N o g a r e t y Co,onna> Jeíes
del ejército de
(3) Oora'iiPo vásiago de Federico II. rehpe el Hermoso, olro Pilaios
(1) Santo Tomás d e Aquí no. f | ) S e refiere i la destrucción d e la orden del Templo
(5) Cárlos d e Valois, hermano de Felipe el Hermoso. i Pigmalion, hijo de Belo, y hermano d e Dido.
(6) Cárlos II, rey d e Sicilia.
r 8 p e d r ? 6 POr r 0 b a r p a r l e . d e l h o t i n Jericó.—Sáfira, Ana-
WM, Heliodoro, Craso, etc., son e j e m p l o s de* avaricia castigada.
con violencia algo que s e desplo'ma; el frió que medió", sólo
camino, se nos apareció una s o m b r a que venia detrás de nos-
es comparable con el de la muerte.
oíros, viendo á s u s piés las tendidas almas, sin que la h u b i é l
No se estremecía Délos con tal fuerza antes de que L a t o n a
sernos a d v e n i d o hasta que nos dijo: « H e r m a n o s mios, sea
abriera en ella su nido para dar á luz los ojos del Cielo (1).
con vosotros la s a n t a paz.» Súbitamente nos volvimos, v des-
»Enseguida se alzó de todos lados u n a grieta tal, que mi pués de hacerle mí Maestro una benévola señal, principió de
Maestro, volviéndose, me dijo: «No temas nada; en tanto s e a este modo: r

yo tu guia.»
| »¡Que en e | bienaventurado concilio te reciba en paz el t r i -
Exclamaban todos: «Gloria inexcelsis Deo.» según lo puede
bunal de lo justo, q u e me condena á eterno destierro'
entender, por venir de un sitio cercano al en que yo m e
hallaba. - » ¿ C ó m o podéis a n d a r con-tal velocidad, contestó el e s p í -
nfu, s. sois s o m b r a s de las que Dios no recibe en lo alto*?
Suspensos é inmóviles quedamos, como la primera vez q u é
¿Uuien pudo g u i a r o s hasta aquí?»
los pastores oyeron aquella música, hasta q u e acabó la oscila-
«Si observas las señales q u e este tiene en la frente trazadas
ción y cesó aquella. ' .
por el ángel, dijo mi Maestro, notarás que le asiste el derecho
Luego r e a n u d a m o s la m a r c h a de nuestro viaje santo, m i - de reinar entre los buenos (1).
rando las echadas a l m a s que proseguían en s u s quejas de cos-
»Mas como la que está hilando día y noche no habia c o n -
tumbre.
cluido con relación á éste de llenar el huso que Clotho dispone
Si no miente mi m e m o r i a , j a m á s me atormentó tan cruel
a cada uno de nosotros, su alma, que es nuestra h e r m a n a no
deseo, por saber lo q u e mi mente no lograba alcanzar. Como:
•podía ir sola a lo alto, pues no distingue como nosotros. Por
nuestra m a r c h a era entonces tan rápida, no me atreví á pre- lo que se me sacó de la vasta g a r g a n t a del infierno con objeto
g u n t a r ; de suerte, que proseguí mi camino, tímido y reflexivo.. de que le e n s e ñ a r a el camino, y lo h a r é en tanto mi ciencia
pueda encaminarle.
»Mas dime, si aeaso lo sabes, ¿por qué la m o n t a ñ a e x p e r i -
CANTO VIGÉSIMOPRIMERO mento poco hace tan enorme sacudida, y por qué desde la
cima a su base reblandecida por el mar, todas las s o m b r a s que
se hallan en él han parecido vocear á un tiempo*»
Estremécese el monte del Purgatorio y las almas cantan: «Glo-
ria á Dios.»—Prosiguen su camino los poetas y encuentran En esta pregunta hallaba Virgilio cual en u n a a g u j a el ojo
un Espíritu.—Le preguntan el motivo de aquel estremeci- de m, anhelo, de suerte que, g r a c i a s á la esperanza, fué mí
miento y del canto de gloria.—El Espíritu responde que acon- sed menos rabiosa.
* tece cada vez que una alma se acaba de purificar. —Ultima-
mente se da á conocer el Espíritu, resultando ser el poeta» El espíritu comenzó así: «No es cosa que haya sufrido el
Stacio. monte sin previo mandato, ó q u e se halle f u e r a de s u s leyes
»Este lugar está exceptuado de (oda alteración.' El m u r -
A sed natural que no se extingue sino con el agua, mullo no puede venir sino de lo que el cielo haya recibido en
por la que la m u j e r de S a m a r í a pidió la gracia, me ei de la s a n t a montaña, y no de otro modo; pues no llueve ni
acosaba impulsándome á seguir á mi guia por a q u e - graniza, ni nieva, ni cae rocío ni e s c a r c h a más acá de la puerta
lla áspera senda, sintiéndome enternecido ante los ae las tres g r a d a s pequeñas.
justos castigos de Dios. »No se ven tampoco en é l ' g r a n d e s ni ligeras nübes, ni cen-
De la misma m a n e r a q u e describe Lúeas la salida de Cristo
del sepulcro, presentándose á dos h o m b r e s que halló en el ¡ mm„,a íÍja ^ TaUmaS
' qUG t a n á m e n u d 0 cara
b i a de
sitio (2) allí abajo.

(1) Se refiere á la letra I».


(1) Apolo y L iana.
(i) El arco iris.
con violencia algo que s e desplo'ma; el frió que medió", sólo
camino, se nos apareció una s o m b r a que venia detrás de nos-
es comparable con el de la muerte.
oíros, viendo á s u s piés las tendidas almas, sin que la hubi«¿
No se estremecía Délos con tal fuerza antes de que L a t o n a
sernos a d v e n i d o hasta que nos dijo: « H e r m a n o s mios, sea
abriera en ella su nido para dar á luz los ojos del Cielo (1).
con vosotros la s a n t a paz.» Súbitamente nos volvimos, v des-
»Enseguida se alzó de todos lados u n a grieta tal, que mi pués de hacerle mi Maestro una benévola señal, principió de
Maestro, volviéndose, me dijo: «No temas nada; en tanto s e a este modo: r

yo tu guia.»
| »¡Que en el bienaventurado concilio te reciba en paz el t r i -
Exclamaban todos: «Gloria inexcelsis Deo.» según lo puede
bunal de lo justo, q u e me condena á eterno destierro'
entender, por venir de un sitio cercano al en que yo m e
hallaba. - » ¿ C ó m o podéis a n d a r con-tal velocidad, contestó el e s p í -
ritu, s. sois s o m b r a s de las que Dios no recibe en lo alto*?
Suspensos é inmóviles quedamos, como la primera vez q u é
¿Quien pudo g u i a r o s hasta aquí?»
los pastores oyeron aquella música, hasta q u e acabó la oscila-
«Si observas las señales q u e este tiene en la frente trazadas
ción y cesó aquella. ' .
por el ángel, dijo mi Maestro, notarás que le asiste el derecho
Luego r e a n u d a m o s la m a r c h a de nuestro viaje santo, m i - de reinar entre los buenos (1).
rando las echadas a l m a s que proseguían en s u s quejas de cos-
»Mas como la que está hilando día y noche no habia c o n -
tumbre.
cluido con relación á éste de llenar el huso que Clotho dispone
Si no miente mi m e m o r i a , j a m á s me atormentó tan cruel
a cada uno de nosotros, su alma, que es nuestra h e r m a n a no
deseo, por saber lo q u e mi mente no lograba alcanzar. Como:
•podía ,r sola a lo alto, pues no distingue como nosotros. Por
nuestra m a r c h a era entonces tan rápida, no me atreví á pre- lo que se me sacó de la vasta g a r g a n t a del infierno con objeto
g u n t a r ; de suerte, que proseguí mi camino, tímido y reflexivo.. de que le e n s e ñ a r a el camino, y lo h a r é en tanto mi ciencia
pueda encaminarle.
»Mas dime, si aeaso lo sabes, ¿por qué la m o n t a ñ a e x p e r i -
C A N T O V I G É S I M O P R I M E R O
mento poco hace tan enorme sacudida, y por qué desde la
cima a su base reblandecida por el mar, todas las s o m b r a s que
se hallan en él han parecido vocear á un tiempo*»
Estremécese el monte del Purgatorio y las almas cantan: «Glo-
ria á Dios.»—Prosiguen su camino los poetas y encuentran En esta pregunta hallaba Virgilio cual en u n a a g u j a el ojo
un Espíritu.—Le preguntan el motivo de aquel estremeci- de m, anhelo, de suerte que, g r a c i a s á la esperanza, fué mí
miento y del canto de gloria.—El Espíritu responde que acon- sed menos rabiosa.
* tece cada vez que una alma se acaba de purificar. —Ultima-
mente se da á conocer el Espíritu, resultando ser el poeta» El espíritu comenzó así: «No es cosa que haya sufrido el
Stacio. monte sin previo mandato, ó q u e se halle f u e r a de s u s leyes
»Este lugar está exceptuado de (oda alteración.' El m u r -
A sed natural que no se extingue sino con el agua, mullo no puede venir sino de lo que el cielo haya recibido en
por la que la m u j e r de S a m a r í a pidió la gracia, me ei de la s a n t a montaña, y no de otro modo; pues no llueve ni
acosaba impulsándome á seguir á mi guia por a q u e - graniza, ni nieva, ni cae rocío ni e s c a r c h a más acá de la puerta
lla áspera senda, sintiéndome enternecido ante los ae las tres g r a d a s pequeñas.
justos castigos de Dios. »No se ven tampoco en é l ' g r a n d e s ni ligeras nübes, ni cen-
De la misma m a n e r a q u e describe Lúeas la salida de Cristo
del sepulcro, presentándose á dos h o m b r e s que halló en el i (2)
sitio m m allí
„ , a abajo.
íÍja ^ TaUmaS
' qUG t a n á m e n u d 0 cara
b ¡ a de

(1) Se refiere á la letra I».


(1) Apolo y L iana.
(i) El arco iris.
• »No existe vapor q u e alcancé más elevación que la de las- ; me llevó hácía sí, mereciendo que ella coronara mis sienes
tres g r a d a s , allí do se asienta el vicario de Pedro. írcon mirlos.
»Tal vez más abajo siente el monte mayores ó menores^ »En la tierra se me llamó Stacio: canté á Tebas y despues
sacudidas; m a s no sé cómo estas alturas no se estremecen ] ¡ al grande Aquiles: mas caí en mi carrera rendido por el ^e-
n u n c a , impulsadas por el viento q u e oculta la tierra. ,-gundo peso.
»Sólo se conmueven cuando un alma, al verse purificada, se ; : »Mi ardor halló chispas que le encendían en la divina llama
eleva ó pone en acción p a r a volar á lo alto, que es cuando^ en que millares se abrasaron.
s e eleva unida á la voz g e n e r a l . t »Me refiero á la Eneida que á un tiempo fué mí madre y
»La voluntad es la sola pru'eba de purificación; ella es la ^nodriza en poesía, y sin la que no hubiera escrito ni el p e n S l
1
q u e mueve al a l m a , libertada ya de s u castigo, á trocar de miento más pueril.
morada; el alma está gozosa a n t e aquella voluntad justa. »Por h a b e r habitado allí abajo en tiempo de Virgilio retar-
»El alma anhelaría verse libre antes de aquel punto; mas daría un año la salida de mi destierro.»
no se lo consiente el deseo de su purificación, pues la Justicia Aquellas frases hicieron que Virgilio se dirigiera á mí con
divina le da por tormento aquel propio deseo que lo animó al j b n talante; que callando podia traducirse: «No digo nada »
pecado. . Mas no s.empre lo puede todo la volunlad que manda
»Yo, que estuve echada bajo el dolor durante m á s de qui- Siguen tan de cerca el- llanto y | a risa á la pasión ' d e q u e
nientos años, no he percibido .hasta hoy la voluntad de una- iesta uno poseído, que se doblegan menos á la voluntad del
mansión más g r a t a . "m. Ihombre m a s sincero.
»Esta es la causa por qué viste retemblar el monte,*y.oistiifl
De suerte, que sonreí como hombre que hace una seña, y la
á los espíritus las alabanzas al Señor para que los consienta p fiambra callo para m i r a r m e los ojos, por descubrirse mejor en
pronto en el Cielo.» ellos las afecciones del alma.
Esto dijo la sombra: «Y como s e g ú n la intensidad de la sed I «¡Oh dije. quiera Dios que lleves tu g r a n empresa á tér-
se disfruta más en beber, me seria imposible describir el con- J ^ n o T e l . z ! Mas ¿por q u é entreabría a h o r a tus labios la s o n -
tento que me dió.»
A su vez dijo el sabio guia: «Abora vislumbro la red en que^j I Entonces me hallé en doble apuro, por q u e r e r el uno que
se os caza, y la m a n e r a como cada uno se liberta de ella, hablara mientras el otro me ordenaba callar; por fin Vi J f i o
por-qué se conmueve la m o n t a ñ a y cuál es la c a u s a de vueslro l e y ó mi tristeza.
gozo. «Habla sin miedo, observó ra ¡ guia, pero dile lo que tiene
»Consiste a h o r a en que sepa quién fuiste, y ¿por qué estu- : empeño por saber.»
viste aquí tendido cinco siglos? P e r m i t e que lo traduzca de tus
| Y o : «Mi sonrisa te ha estrañado, espíritu antiguo; mas
propias palabras. Quiero que sea mas g r a n d e tu asombro.
—»En el tiempo en que el buen Tito, con la cooperacion
»Este que guia mi vista allí arriba, es Virgilio, del que
del g r a n rey, vengó la herida de que manó |a s a n g r e vendida
1 á Ca tar C0
por Judas, respondió el espíritu, m e hallaba yo allí abajo,j S r ^ " " t a l f N ó r á los hombres y á
ostentando el título m á s d u r a d e r o y honroso (1), y era algún
| »Sí has atribuido á of;o motivo mi sonrisa, desvanece tu
tanto célebre, si bien aun car.ecia de fe.
equivocación, y cree q u e procedía tan sólo de lo que dijiste
»Mi canto f u é tan dulce, que a u n q u e Tolosano (2), Iíoma respecto a Virgilio.» J

Stacio se bajaba ya para a b r a z a r las rodillas de mi protec-


(1) Titulo d e p o e t a . tor; mas éste le dijo: «Hermano, no obres así, puesto q ue eres
( 2 ) Stacio, autor d e la Tebaida y la Aguileido, natural d e Ñapóles. Danfe 1 S
»na sombra delante de otra.»
e s c r i b i ó a n t e s d e p u b l i c a r s e ó t e n e r n o t i c i a d e e s t a obra.
Y aquella, levantándose: «Ya h a b r á s entendido lo inn
nmenso
de mi a m o r hacia li, puesto que me olvido de nuestra vanidad
i »A menudo se notan cosas que dan falso motivoá la duda
al tratar á un espíritu como á un cuerpo sólido.»
por permanecer ocultas las verdaderas c a u s a s
í > > f e e g U n m e P p e « u n l a s . c r e e s que en la otra vida me dominó
la avaricia, tal vez por hallarme en aquel circulo; pues sabe
con todo, que la avaricia estaba harto s e p a r a d a de mí y que
C A N T O V I G È S I M O S E G U N D O mis desordenes se castigaron con mil lunas.
>>Y si no se habian moderado mis deseos al reflexionar
f t Ó G X d a m a S C a S Í i n d i S n a d o contra la
Circulo sexto. donde se purifica el pecado de la Gula.— Vi | »¡Oh execrable sed de oro! ¡Dónde no llevas tú el corazon
los poetas en él un sorprendente árbol, cuajado de odorifer' e os mortales! Yo mismo, dando vueltas, s u f r i r é las l u c h a s
frutos, regado por una cristalina corriente que viene del mon- de los condenados.
te.—De su raíz sale una voz que cita ejemplos de Templanza.
»Allí pensé en q u e podían abrirse en demasía las m a n o s
ma?es8aStar' * ^ arre
Penlí de a(
l » e l como de los otros
L ángel había; quedado detrás de nosotros, despu
de ponernos en camino del círculo sexto, y de haber »¡Cuándo podrán resucitar sin cabellos por la ignorancia
quitado una de las m a n c h a s de mi frente (1). que os veda el arrepentimiento de aquel pecado, en la vida ó
Y los q u e ponen su anhelo en la justicia, no en s u último término!
habían dicho con dulce acento: «Bienaventurados los que tie- | »Sabe que la falta que se halla en contraposición al otro
nen sed,» sin concluir el comenzado versículo. pecado, seca aquí f u s a ñ a con el propio pecado.
Con más agilidad que en las demás a b e r t u r a s , llevaba yo »De suerte, que si yo he permanecido por purificarme con
tal paso sin rendirme, q u e s e g u i a allí arriba á las ténues som¿ k>s que lamentan su avaricia, fué por la falta contraria »
bras (2). ; El magnifico cantor de los versos bucólicos dijo entonces* 1

Virgilio, entoncesdijo: «El a m o r nacido de la virtud inflama «Al c a n t a r tú los nefandos combates de donde emanó la doble
otro a m o r , siquiera brille extraordinariamente su llama. tristeza de Jocasta, no veo (en los acentos en que Clio expresa
»Desde el instante en que J u v e n a l bajó 1 limbo del Infierne?, por tu boca) q u e te colocara la fe con los fieles, sin la que las
con nosotros, y me mostró el cariño que me profesabas^ fué buenas obras son e f í m e r a s .
tal mi voluntad para contigo, que no existirá otra m á s grande) »Si es esto, ¿qué sol ó luz disipó de tal m a n e r a tus tínte-
por persona que j a m á s se ha visto; de suerte, que tendré pi las, que encaminases luego tus velas hacia el barquíchuelo
muy corta la ascensión de estas g r a d a s . Bel pescador?»
»Mas dime, y perdona como amigo, si la confianza suaviza I El: «Tú, el primero, me dirigiste al P a r n a s o , para b e b e r e n
el freno de mi lengua, y también como amigo háblame. ¿Cómo ¡ i m a » a n t i a l e s : y también el primero que me iluminó en el
la avaricia pudo anidar en tu corazon, sin embargo del rect mor á Dios.
sentido que te escudaba.?» | »Tu hiciste cual el que anda de noche, llevando detrás de él *
S lacio sonrió al oir aquellas palabras, y respondio: ' na luz que le es inútil, más que g u i a en su camino á las per-
«Tus p a l a b r a s son tan dulces para mí, como otras tan nas que van detrás de él, sobre todo ai decir: «El siglo va
pruebas de afecto. ¿regenerándose; renace la justicia con los tiempos primitivos
el genero h u m a n o , y nueva raza viene del Cielo.»
«Fui por tí poeta y cristiano. P a r a que entiendas m á s fácil-
(i) La de la Avaricia.
..... Quid non mortaliapectora cogis.
mente mi obra tenderé la m a n o para pintártela con s u s v e r -
(J)
Auri sacra farnesi fEneid., lib. 111) e d e r o s colores.
«El mundo entero estaba ya impregnado de la verídica! Aquella costumbre fué la indicación, y e m p r e n d i m o s más
creencia sembrada por los e m b a j a d o r e s del eterno reino, y tus segura marcha, luego de convenir en ello la virtuosa a l m a .
citadas frases se referían á los nuevos apóstoles; así que yo me Ellas m e precedían; yo iba solo d e t r á s oyendo s u s palabras,
acostumbré á visitarlos. que tan clara me daban á conocer la poesía.
»Despues los vi tan llenos de santidad, q u e al perseguirlo! Sin embargo, pronto fuimos interrumpidos por la vista de un
Domiciano, mis lágrimas se mezclaron con las suyas. árbol que hallamos enmedio del camino, lleno de delicados
»Mientras estuve en la tierra, les di mi apoyo, haciéndome y odoríferos frutos.
s u s rectas obras despreciar las otras también rectas. Y como según se va elevando al Cielo va disminuyendo el
»Antes q u e condujese los griegos en mi poema al rio d abeto de r a m a en r a m a su tronco, aquel le disminuía según
Thebas, habia sido bautizado; mas por temor fui cristiano se a p r o x i m a b a á la tierra, tal vez para que nadie trepase
secretamente, seguí mucho tiempo ostentando el paganismo. por él.
Aquella tibieza fué origen de que recorriera el cuarto circuí De una roca nació un cristalino liquido por el lado en q u e
m á s de cuatro siglos. cerraba nuestro camino, que iba extendiéndose sobre las
»Tú, que rompiste el velo que me vedaba el s u p r e m o bien, hojas.
ya que nos sobra tiempo hasta llegar al fin de nuestro camino, : Ambos poetas se llegaron al árbol, y del centro del follaje
dime, si lo sabes, ¿dónde está nuestro antiguo Tere neo? Y les gritó una voz: «Absteneos de este alimento.»
Cecilio, Planto, Y a r r o n , ¿do están? Di si fueron condenados,] Despues añadió: «María se cuidaba más de que fuese digna
y á qué círculo.» la boda, que de su propia boca, que hoy r u e g a por nosotros.
—«Todos ellos, Persio, yo y otros varios, dijo mi guia, per- »Las r o m a n a s a n t i g u a s se conformaron con beber agua;
manecemos con aquel griego á quien las rñusas alimentaron- Daniel, despreciando el m a n j a r , adquirió la ciencia.
más que á otro alguno. Estamos en el círculo primero de la »Bello cual el oro fué el primersiglo; con h a m b r e , las bello-
tenebrosa cárcel, tratando aun a l g u n a s vetes del m o n t e e n que? tas fueron deliciosas; un néctar fueron los arroyuelos con
todavía residen n u e s t r a s nodrizas. la sed.
»Están también con nosotros Antifonte, Simonides, Aga- »Miel y langosta fué el alimento del Bautista en el desierto;
thon y otros griegos, que ornaron s u s sienes de laurel en otros por lo que fué tan digno cual os lo retrata el Evangelio.»
tiempos.
»Allí se ven tus heroicas, Antigona, Deifilia, A r g i a é l s m e n a ,
tristes como a n t e s CANTO VíGÉSIMOTERCERO
»Está la que inició Langia (1), la hija de Tiresias y T h e t í s |
Deidamia y s u s h e r m a n a s . »
Los dos poetas callaron para ver con atención lo que habia Dante, Virgilio y Slacio hallan las almas de los Golosos.—
á su alrededor, por h a b e r ya subido las g r a d a s y pasado I g'Extenuados de hambre y sed, mascan de continuo, aunque en
' vano.—Buonagienta, de Lúea, Bonifacio, meser Márchese y
muros.
; Foresto,—Censura del último contra los vestidos inmodestos
Las cuatro siervas del dia (2) ya quedaban detrás, y Ji f de las damas de Florencia.
quinta se hallaba en el timón del carro, encaminando hácia lo
alto su encendida punta, cuando mi g u i a d i j o : «Me parece que I T 'JADA mi vista en el verde follaje, como el que m a l -
debemos volver nuestro hombro derecho al borde del círculo,] • J j P » gasta el tiempo siguiendo á u n a mariposa, el que
para dar vuelta á la montaña, como acostumbramos.» Para mi era más que padre, decía: «Ven á mi, q u e -
í rido hijo, hay que invertir mejor el tiempo q u e se
(1) 1.a f u e n t e Langia. q u e indico 11ypsipy le á los cazadores. nos concedió.»
m cuatro hora» primeras. A la vez dirigí mi vista y mis pasos hácía los sabios q u e
j
tan c n e r d a m e n t e hablaban, y que gracias á ellos no me era A lo que contesté: «Tu presencia, la que lloré m u e r t a va,
difícil andar; cuando de repente se oyó llorar y cantar: labia \ no excite m e n o s mi pena al verte hoy tan trasformada.
mea, Domine, de una m a n e r a que produjo en mí placer y pena
»Dime, pues, en nombre de Dios, la causa de vuestra fla-
á un tiempo.
queza; no me hagas hablar de otro asunto, en tanto que no
«¡Oh dulce Padre! exclamé, ¿qué es lo que oigo?» y él c o n - calme mi asombro, porque mal se puede hablar de una cosa
testó: «Sombras q u e acaso van á desatar el nudo de s u s estando absorbido por otra.»
pecado^.»
«De la Eterna justicia, dijo, viene una virtud sobre el a g u a ,
Gomo pensativos caminantes que hallan á s u paso p e r s o n a s : ! y ese suelo q u e ya dejamos detrás, y aquella secreta virtud, es
desconocidas, hacia las que se vuelven sin parar su m a r c h a , j la que de tal s u e r t e nos e x t e n ú a .
una muda y piadosa cohorte venia en pos de nosotros á paso »Todas esas a l m a s que lloran y cantan por haber obedecido
lijero, y al adelantarnos se fijaban en nosotros. ciegas á su boca, han de purificarse aquí por medio de h a m -
Todos ellos tenian ojos negros y hundidos, y el rostro tan bre y sed.
pálido y descarnado, que su piel dibujaba los c o n t o r n o s de »El a r o m a que viene de las f r u t a s y el agua q u e se extiende
s u s huesos. por la verdura, enciende en nosotros el anhelo de comer y
Creo que Eresichthon no se veria reducido á una tan seca beber, sin que una vez sola al pasar por este sitio no se avive
piel, cuando m á s temió por el h a m b r e . De suerte, q u e decía ! nuestra angustia; angustia dije, debiendo decir consuelo, pues
yo pensando en mí propio: «Tal era la nación que a r r u i n ó á la voluntad que nos lleva al árbol es la que indujo al Cristo á
Jerusalen al comerse María á su mismo hijo (1).» decir lleno de júbilo: ¡Eli! al libertarnos con la s a n g r e d e s ú s
S u s ojos eran como anillos sin piedras; el que en la faz del- venas (1).»
h o m b r e lee las letras O. M. 0 . , hubiera podido notar p e r f e c -
Yo le dije: «Foresio (2), desde el dia que cambiaste el
tamente en su cara la letra M. (2).
mundo por la mejor vida, aun no trascurrieron cinco años.
¿Quién, ignorante de la causa productora de tal efectos- Si el poder de pecar terminó en tí antes de llegar la hora del
hubiese creído que el olor de una fruta y de un liquido exci- saludable dolor q u e nos reconcilia con Dios, ¿por qué viniste
tase su anhelo hasta el caso de atormentarles tan horrible- i aqui arriba? Yo me figuré hallarte aun allí abajo, donde se
mente?
repara el tiempo con el tiempo.»
^ o me admiraba al ver su extenuación, porque ignoraba la El: «Es mi Nella la que con s u s constantes quejas me hizo
causa de su flaqueza; cuando hé aquí que de los huecos de s u s ' j libar el grato a j e n j o del dolor. Con s u s preces piadosas y sus-
cabezas, volvió su vista hácia mí una sombra, que mirándome 1
piros me estrajo de la costa do se espera, librándome de los
con fijeza, exclamó con estentórea voz: «¿Qué g r a c i a tan espe- ,
demás círculos.
cial se me otorga?
»Es tanto más amable á Dios mi buena vida, á la que
Por su fisonomía j a m á s le hubiera reconocido; mas su voz
tanto quería yo, cuanto que es sola en obrar bien, porque la
me patentizó cuánto habían perdido s u s facciones, y el recuerdo |
Barbagia de Cerdeña tiene más púdicas m u j e r e s que la B a r -
de lo que fueron antes aquellos deformes labios, y conocí el |
bagia e n que yo dejé la mia (3).
rostro de Foresio.
»¡Oh dulce hermano! Se presenta ya á mis ojos un futuro
¡Ah! me dijo, no te fijes en esta lepra q u e quita el color de !
tiempo, para el que no será muy r e m o t a la h o r a presente^ en
mi piel, ni en la c a r n e de que carezco; dime sólo la verdad
¿Quiénes son las dos a l m a s que te escoltan?
(1) Eli, ¿lammu sabaclbam? Dios m i ó , ¿por q u é m e aban lona^te'.'
(i) FOresio, florentino, era h e r m a n o <ie Corso D o n j t i y d e la b e l l a P i c a r d a
(1) Mientras el c e r c o d e Jerusalen por T n o . que h a l l a r e m o s e n el c a n t o III del Paraíso.
(2) s e g ú n fisonomistas, »e p u e d e leer 0 M 0 , así d i s p u e s t o | o | o | e n t a s facciones (3) Monte d e Cerdeña, d e m a l a fama.—La otra B j r b a g i a q u i e r e d e c i r F l o -
d e n u e s t r a cara. Las d o s O s o n l o s ojos y la nariz, c e j a s y m e j i l l a s l a s forman la M. rencia.
el que se prohibirá desde el pulpito á las deshonestas floren-
dos veces me daban á entender en los hoyos de s u s ojos la
tinas s e g u i r mostrando los pechos.
sorpresa que Ies-causaba al verme vivo.
»¿Qué m u j e r e s b á r b a r a s ni s a r r a c e n a s hubo n u n c a , q u e
Yo, siguiendo mi conversación, observé: « E s a s o m b r a , por
p a r a obligarlas al decoro se tuviera que acudir á c e n s u r a s
culpa de otro, va tal vez á lo alto con m á s pausa de la que
espirituales ú otras órdenes?
quisiera.
»Mas si aquellas libertinas supieran lo que para muy en
«Y dime, si no lo ignoras, ¿dónde se halla Picarda (1)? como
breve les depara el cielo, ya tuvieran abierta la boca para
también si entre esta infinidad que me mira hay a l g u n a p e r -
aullar; pues que si no se equivoca mi previsión, estarán tristes
sona notable para mí.»
antes de que el vello se dibuje en las mejillas del niño mecido,
todavía en la cuna al a r r u l l o de su a m a . Foreeio respondió: «Mi h e r m a n a , tan h e r m o s a y buena ( q u e '
no sé lo que fué más), triunfante disfruta ya de su corona en
»¡Ay hermano! no te ocultes más; ya ves que no sólo yo,
las alturas del Olimpo.»
sino todas esas a l m a s , m i r a n el punto en que tu cuerpo veló
I.uego añadió: «Aquel puede llamarse á cada uno por su
el sol.»
nombre á causa de lo q u e alteró el hombre nuestra s e m e -
«Si te acuerdas, dije yo, de lo que fuiste para mi y cómo janza,
me conduje contigo, creo que aquel recuerdo te s e r á enojoso.!
»Este (indicándole con el dedo) es Buonagiunta de Luca (2),
El sabio que marcha delante de mí me sacó de aquella vida
y aquella sombra q.ue está s e p a r a d a y flaca de las otras, tuvo
hace pocos di a s cuando la h e r m a n a de aquel (indicándole el
en s u s brazos á la s a n t a Iglesia. Procedía de Tours, y expía
sol) se hallaba en toda su redondez. Ese sabio me llevó á tra-
por medio de a y u n o las a n g u i l a s de liolsena (3), que mandaba
vés de la noche profunda hasta los muertos verdaderos, y eon-
g u i s a r con vino blanco.»
mi verdadera c a r n e que le va siguiendo.
Otros muchos me citó, y parecía que era gusto de ellos el
»Su favor me ha sostenido hasta aquí en las g r a d a s y reco-
que Ies n o m b r a r a , pues ni uno se puso sombrío.
dos de la montaña, que os endereza á vosotros por el m u n d o
E n t r e aquellos h a m b r i e n t o s que estropean s u s dientes m a s -
haberos torcido. Dice q u e me a c o m p a ñ a r á hasta el sitio en
cando inútilmente, vi á Ubaldino della Pila, y á Bonifacio, que
que estará Beatriz. Allí me q u e d a r é sin él.
con su roquete alimentó á tantos (4).
»Virgilio es quien me habló de este modo (señalándoselo
También vi á messer Márchese, que tan sobrado tiempo
con el dedo); y el otro e s la sombra por la que poco hace retem-
tuvo para beber en Eorlí (5) y que sin embargo de no a p u -
blaron todas las bóvedas de vuestro vasto imperio al sepa-
rarle la sed, j a m á s se vió satisfecho.
r a r s e de él.»
Como el que principia por e x a m i n a r y concluye por estimar
más lo uno que lo otro, así hice yo con el de L u c a , que a p a -
CANTO VIGÉSIMOCUARTO rentaba conocerme más que los otros.
E n su especie de murmullo parecia n o m b r a r á Gentucca (6),
Los tres poetas dejan á Foresio, y llegan cérea de otro árbol, con aquella g a r g a n t a , á pesar de estar llagada y consumida
de! que nace una coz que recita ejemplos de gida.—Ultima- por disposición de la Divina justicia.
mente un ángel les indica las gradas del sétimo y postrer
circulo.
(I) Pwarda, h e r m a n a d e Foresi»,
UESTKA conversación no daba lugar á q u e languide- (í) Riionagiiinta, g r a n p o e t a d e Luca.
ciera nuestra m a r c h a ; antes, por el contrario, a n d á - , (3) Martin IV d e T..urs, papa.
( i ) Ubaldino d e l l a Pila y Bonifacio, arzobispos, f a m o s o s g l o t o n e s .
bamos con la presteza del buque impulsado por (5) Marqués d e Rigogliosi Su s u m i l l e r l e d i j o e n una ocasión, q u e s e l e critici-ha
viento favorable. porque n o hacia m á s q u e beber; á lo q u e a q u e l r e s p o n d i ó riendo: ¿Por q u é n o d i r . n
q u e s i e m p r e tengo s e d ?
Y las almas, que asemejaban á cosas ú objetos muertos
(6) Hermosa j o v e n d e Luca, à i a q u e Dante a m ó e n h o u o r á Beatriz.
«¡Oh sombra, le dije, que tan deseosa de hablar conmigo »El paso de la fiera va a u m e n t a n d o en rapidez, y a u m e n -
pareces, haz de m a n e r a que te pueda c o m p r e n d e r y que t u s tará más, h a s t a que el cuerpo chocando en todas partes', q u e d e
palabras nos s e a n g r a t a s á todos.» h o r r o r o s a m e n t e destrozado.
Entonces principió asi: «lia nacido u n a m u j e r que todavía »Ya no pueden g i r a r mucho esas esferas (levantando su
no ostenta el velo que te h a r á agradable mi ciudad, a u n q u e m i r a d a al Cielo), para que entiendas lo que mis palabras no
algunos se lo censuren. I r á s con esta predicción; si padeciste pueden a c l a r a r t e más.
algún e r r o r por el que yo m u r m u r o , lo que acontezca te lo
»Te dejo, por que el tiempo es de g r a n valía en este reino,
demostrará.
y ya llevo perdido mucho hablando así contigo.»
»Mas dime, ¿acaso no contemplo al que acaba de publicar Como ginete que á galope se lanza de e n t r e el escuadrón
los versos q u e empiezan de este modo: «Damas, q u e sabéis lo que adelanta, p a r a lograr la h o n r a del primer encuentro, se
que es a m o r (I)?»
separó aquel espíritu de nosotros, quedando yo en el c a m i n o
Yo á él: «Cuando m e inspira Amor, obro de m a n e r a q u e con los dos que fueron en poesía tan célebres capitanes (1).
cuanto me dicta interiormente lo revela el exterior.» Al hallarse bastante léjos para que mis ojos pudieran
—«¡Oh hermano! dijo.' Ahora veo claro el nudo que nos seguirle, cual mi espíritu siguió s u s palabras, noté las r a m a s
sujetó al Notario, á Guitone y á mí (2) á tan largo trecho de de otro árbol frutal, cuyas m a c a n a s estaban harto cerca de
aquel hermoso y nuevo estilo que me reveló. En este instante mí por hallarme vuelto hacia aquella parte.
veo cómo vuestras plumas retratan con fidelidad al q u e tan En las raíces de aquel árbol vi levantar las m a n o s á v a r i a s
bien dicta, lo que á la verdad no sucedió con los nuestros. E l almas, y gritar como niños que, acosados por vanos deseos,
otro que trepa á más a l t u r a , no distingue u n ' e s t i l o de otro;» hacen m u c h a s súplicas, á las que no responde aquel á quien se
y cali., como satisfecho. dirigen; y que para avivar más su apetito, hace pender s o b r e
Como las aves que se están en el invierno cabe el Nilo for- ellos y sin ocultarlo el objeto de su vehemencia.
mando a l g u n a s veces una compacta masa, todas las s o m b r a s Despues partió aquella cohorte como d e s e n g a ñ a d a , y
q u e estaban allí volvieron el rostro y aligeraron el paso, velo- advertimos entonces el g r a n d e árbol, sordo á tantas preces y
ces por su flaqueza y por su voluntad. lágrimas.
Cual hombre que rendido de correr deja adelantar á s u s «Continuad adelante sin aproximaros; más elevado es el
compañeros, y anda con lentitud hasta reponer su sofocada árbol cuyo fruto mordió Eva, y del que es un retoño el árbol
respiración, dejó Foresio q u e a d e l a n t a r a la s a n t a cohorte, que veis.»
marchando detrás de ella conmigo, diciéndome: «¿Cuándo le
Esto dijo no sé quién, á través de las r a m a s . Virgilio, S t a -
volveré á ver?»
cio y yo adelantamos, codeándonos para a p r o x i m a r n o s más á
—«Ignoro la vida que me resta, le respondí; pero mi vuelta la parte do se eleva la senda.
no será tan cercana, que en alas del deseo nó haya a r r i b a d o «No os olvidéis, añadió la voz, de los malditos formados e n
ya antes á la orilla; pues el lugar en que se me colocó para las nubes, cfue repletos combatieron á Theseo con su doble
vivir de día en dia, se desprende cada vez más del bien, y
pecho. No os olvidéis de los hebreos q u e bebiendo denotaron
parece destinado á una lastimosa ruina.»
su molicie, por lo que no los aceptó Gedeon como c o m p a ñ e r o s
—«Veo al más culpable (3) atado á la cola de una fiera, cuando bajó las colinas cerca de Madian.»
a r r a s t r a d o al valle en que no se p e r d o n a n i n g u n a culpa.»
Asi, al a c e r c a r n o s á uno de'los dos bordes, d i s c u r r í a m o s
escuchando los distintos pecados de la gula, seguidos en otra
<>) El Amor.
época de j u s t a s miserias. Luego de encontrarnos n u e v a m e n t e
(2) Jacobo Lentino, llama l o Notario,y G .¡tone d e Arezzo, poetas de poca valia
(3) Corso Donat., j e f e de l o s Negros y l. , . , n a n o d e Foresio, q u e pertenecía a
los blancos, f u e m u e r t o e n las c a l l e s (le Florencia e n 1308.
(1) Virgilio y Stacio.
enmedio del camino y de h a b e r andado m á s de mil pasos,
meditando cada uno sin hablar. Menos vivo es el deseo de la tierra cigüeña que aletea al
«¿Dó vais tan pensativos y solos?» dijo repentinamente i dejar s'u nido, que el mió por saber quién era el que de aquel
una voz que me hizo estremecer, como se estremece un a n i - modo se encendía y apagaba, llegando hasta simular el movi-
miento del que se propone hablar.
mal apocado ó miedoso.
A u n q u e n u e s t r a m a r c h a f u e r a arto veloz, no dejó de insi-
Alcé la^eabeza para ver lo que era, y nunca se observó en nuarme mi Maestro: «Dispara el arco de tu palabra, que tie-
la f r a g u a vidrio ni metal tan reluciente y enrojecido, como lo nes tendido hasta el hierro.»
era el espíritu que decia: «Si deseáis subir, pasad por aquí
Entonces, con seguridad, empezé asi: «¿Cómo se enflaquece
por ser ésta la senda del que aspira á la paz.»
allí donde el alimento no es preciso?»
•Como brisa de Mayo, precursora de la a u r o r a , que d i f u n -
—«Si te a c o r d a r a s cómo Meleagro se consumió según se
diéndose e m b a l s a m a , por estar impregnada de a r o m a s , a d -
iba consumiendo u n a brasa, me respondió, no tendrías a h o r a
vertí yo que un a u r a acariciaba mi frente, y noté el movi-
tal dificultad en entender esto.
miento de la pluma q u e me hizo aspirar el a r o m a de la
»Y si contemplases que al deslizar vuestra imágen se d e s - .
ambrosía (t).
liza en el espejo, lo que crees verde te parecería maduro.
También oí decir: « V e n t u r ^ o ^ los que de tal m a n e r a se
»Mas para q u e satisfagas tu deseo, aquí está,Siacio, al que
hallan inspirados por la gracia, que el cariño á la comida no
invoco y ruego sea la panacea de tus heridas.»
hace h u m e a r en su corazon hartos deseos, y sólo siente a p e -
—«Si allí donde eres, le manifiesto el reino eterno, repuso
tito en tanto que es esta morada.»
Stacio, sea mi evasiva el no poderme negar.»
Despues continuó: «Hijo, si tu alma recibe y conserva mis
palabras, no te quepa duda que te iluminarán respecto á lo
CANTO VIGES1M0QUINT0 que dices.
«La parte m á s pura de la s a n g r e que j a m á s absorbieron
las voraces venas, quedando como los supérfluos alimentos
Sétimo y último circulo, do se purifica el pecado de la Lujuria fuera de la mesa, ejerce u n a virtud en el corazon que le pre-
—Explica Stacio á Dante la portentosa obra de la generación dispone á la formación de todos los miembros h u m a n o s , según
y de qué manera revisten las almas una sombra visible —Som-
bras que entre las llamas citan ejemplos de Castidad.—Con- lo que para t r a s f o r m a r s e en aquellos miembros atraviesa las
tinuación.—Ven los poetas varias almas de Lujoriosos que venas.
entre las llamas adelantan hádalas primeras.—Al juntarse »Despues, al estar más digerido, baja á un sitio, que es
se abrasan citando ejemplos de Lujuria, y después siquen mejor callar que mencionar, de donde se alambica s ó b r e l a
J
su marcha. <f
sangre en el vaso natural de otro sér, do u n a y otra sustancia
se j u n t a n , dispuesta la una á obrar por efecto de la perfección
RA ya la hora en que para s u b i r no consentía el r e t a r - del punto de que e m a n a .
darse, pues el sol habia abandonado el círculo m e r i - »En aquel momento principia á obrar la paterna s a n g r e ,
dional en Tauro, y la noche en el Escorpion (2). coagulándose primero, y despues revivando lo que hábia
De s u e r t e que cual hombre que nada le detiene en hecho consistente con su materia.
su m a r c h a , cualquiera que s e a l a idea que le domine, penetra- »La activa virtud de la s a n g r e paterna, trocada en alma
mos el pasaje uno de otro en pos, y tomamos la escalera, que vegetativa tal como Jas plantas (con la única distinción de que.
por su a n g o s t u r a precisa á s e p a r a r s e á los que la suben.' ésta sigue su curso, en tanto q u e la otra está ya en la oriíla), »
obra de suerte que desde luego principia á agitarse y sentir
(1) Borra el ángel la P. d e la f í e n t e de Dante, signo de la Gula. cual la esponja m a r i n a , y despues organiza la facultad del
(2) Las dos de la tarde. hombre, de que es el g é r m e n .
»5lijo a m a d o , tan pronto e n s a n c h a como se dilata la virtud
procedente del paterno eorazon, y del q u e la naturaleza deriva mudas" L ' s r " " -
todos los miembros; m a s como pasa de animal á racional, no
mudas, mas la memoria, inteligencia y voluntad, tienen en s u
pueden entenderlo a u n ; cuestión es ésta q u e equivocó á otro
T V , r a , e n t o m á s sumidad que antes
más sabio que tú (1), cooperando con su doctrina á apartar
| H » 8 . n parar y por si sola, llega el a l m a á una de las riberas
del al ma el intelecto posible, por no observar en éste ningún
| en que se le md.ca la senda que debe seguir; d e s p u e s w l
órgano especial.
I ^ " " " I , a Z ° ' I U C e á S " « » H a virtud i „forma tí va
»Abre tu razón á las verdades q u e te demuestro, y sabe
r m i e S r . m°d° y tan ! S p ! e í f ¡ g — cuando v i v i ó " s u "
que tan luego queda acabado en el fetus el articular del c e r e -
| »Y así como cuando la atmósfera se halla lluviosa, efecto
bro, alegre el P r i m e r Móvil se vuelve hácia aquella grande de os ,. a y o s d e | s o , , ( u e , a b a f í a n e o r n a cto
obra de la naturaleza, inspirándole un nuevo espíritu que
rebosa virtud, y que junto á su sustancia forma con la parte 1 m a t o m a e n í o r , , , a f m a
, ~men te le rda el alma
r q u e se desprende° de ella
°'- v i ^ l
activa de ella una sola alma que vive, que siente y que se
: Y 3 m,tac 0n d e la
mueve. j '' ' «MÍ s i g u e al fuego en todos s u s
mov m.ea.os, la nueva forma va en pos de. espíritu.
» U l f m a m e n t e , debiendo á aquella forma el a l m a s u a p a -

nam
fc^ln tT"Vbra; - d a uno d e s ú s
M
1 d aml T e ' ^ ' a V,S,a" P°'- cual
- hablamos, reimos
y dei r a m a m o s lagrimas, según lo h a b r á s oido en la m o n t a ñ a .

»Para q u e te s o r p r e n d a n menos mis palabras, fíjate en el


ardor del sol, el que se convierte en vino, si se u n e al humor
•que se desprende de la viña,
é »Así que Laquesis ha apurado el vino, se separa el alma de
la carne, a r r a s t r a n d o contenidas en su virtud las facultades
»Conforme se van agitando nuestros deseos y pasiones va

(1) Averrobes.

1 . 16
Y a estábamos en el postrer tormento, y girando á n u e s t r a Y volvió á cantar, celebrando á las m u j e r e s y á los maridos
derecha, cuando otro cuidado nos sorprendió. Allí al borde <,»e fueron castos, según lo prescriben L virtud , f
del monte impelia la llama hácia el exterior, saliendo del
abismo un viento que la llevaba hácia lo lejos, p r e c i s á n d o - fe W * ° qUR CPe0
' ,6S
" SUfic¡e
"te Pole«VeLpo e"
nos á m a r c h a r uno d e t r á s de otro por el borde del precipi-
cio; asi que por un lado temia el fuego y por otro lado al
Que su herida postrera del Purgatorio se cicatrice.
abismo.
Mi Maestro me decía: «Aquí hay q u e r e f r e n a r la vista
Bs * * ' $38
c u a n d o tan fácil es equivocarse.»
Surrímce Deus clementice (1), oi c a n t a r enmedio de aquel CANTO VIGÉSIMO SEXTO
volcan, lo que despertó en mi el no menos abrasador deseo de
volverme.
Yí recorrer las llamas á varios espíritus, y a u n q u e segui
mirándolos, fué alternando mi vista entre s u s pasos y los
mios.
Luego de aquel himno, entonaron: Virum non coy nosco (2);
y despues volvieron á e n t o n a r el himno en voz baja.
BAMOS siguiendo á lo largo el bosque uno en pos de otro
diciendonos á menudo el célebre « W J 1
g
_ que lleves cuidado y te ayudes ¡ M
- El sol que brillaba ya por todo el Occidente, trocando
en blanco mate su color celeste, daba á mi hombro derecho
h a c e n d ó aparecer con mi cuerpo mas rojiza la I . I a T ^ W
almas que andaban preocupadas

de
¿ Z Z Z Z Z Z R ^ -o
Despues quisieron saberlo con seguridad v se me . n n •
- r o n cuan.o pudieron, m a s
fuego no pudiera alcanzarles.
«¡Oh tú, que vas rezagado de los otros dos, no por cami
nar mas pesado, sino acaso por respeto, díme s e Z Z l
la sed y el fuego! No sólo para mí es necesaria tu r e s p u e s t a
pues todos estos tienen una sed más voraz que la otm sTenten'
9
Por el agua fria los indios ó los etiope«
Concluyéndolo, volvieron á gritar: «Diana se quedó en el »D,,¿por q „ é con tu cuerpo formas una muralla q u e se
bosque, arrojando de él á Hélice, que había gustado el veneno antepone al sol, cual si todavía no hubieras caido en p o ^ r de
d e V e n u s (3).»
De esta s u e r t e me hablaba una de las s o m b r a s á í „
" (t) H i m n o q u e se c a n t a e n los mait ines del sábado.
d se
(2) S a n L u c . i. acababa de presentar á mi vista
(3) N i n f a d e Diana á q u i e n s e d u j o Júpiter.
Por medio de la inflamada senda llegaba otra cohorte, con
Y a e s t á b a m o s en el p o s t r e r t o r m e n t o , y g i r a n d o á n u e s t r a Y volvió á c a n t a r , c e l e b r a n d o á las m u j e r e s y á los m a r i d o s
d e r e c h a , c u a n d o otro cuidado n o s s o r p r e n d i ó . Allí al borde <|ue f u e r o n castos, s e g ú n lo prescriben L virtud , f
del m o n t e impelía la llama h á c i a el e x t e r i o r , s a l i e n d o del
a b i s m o un viento que la llevaba hácia lo lejos, p r e c i s á n d o - fe r aWS *a ; °P q UU R6 C SP e t0 ' o , 6 S " SUfic¡e
"te Pole«VeLpo e"
n o s á m a r c h a r u n o d e t r á s de otro por el borde del p r e c i p i - :^r - t a , e S S
° " - ¡ ^ o s tales

cio; asi q u e por un lado temía el fuego y por o t r o lado al


Que su h e r i d a p o s t r e r a del P u r g a t o r i o se cicatrice.
abismo.
Mi Maestro m e decia: «Aquí h a y q u e r e f r e n a r la vista
Bs * * ' $38
c u a n d o tan fácil es equivocarse.»
Surrímce Deus clementiee (1), oi c a n t a r e n m e d i o de aquel CANTO VIGÉSIMO SEXTO
volcan, lo q u e despertó en mí el no m e n o s a b r a s a d o r deseo de
volverme.
Yí r e c o r r e r las l l a m a s á v a r i o s espíritus, y a u n q u e seguí
m i r á n d o l o s , f u é a l t e r n a n d o mi vista e n t r e s u s p a s o s y los
mios.
L u e g o de aquel h i m n o , e n t o n a r o n : Virum non coy nosco (2);
y d e s p u e s volvieron á e n t o n a r el h i m n o en voz b a j a .
BAMOS s i g u i e n d o á lo largo el bosque uno en pos de otro
diciendonos á m e n u d o el célebiv « W J 1
_ que lleves cuidado y te a y u d e s T " É ^
- El sol q u e brillaba ya p o r todo el Occidente, t r o c a n d o
en blanco mate su color celeste, daba á mi h o m b r o d e r e c h o
h i e n d o a p a r e c e r con mi c u e r p o m a s rojiza la I . I a T ^ W
almas q u e a n d a b a n p r e o c u p a d a s

de
¿ Z Z Z Z Z Z R ^ -o
D e s p u e s quisieron saberlo con seguridad v sp m* •
- r o n 0 U a „ , „ pudieron, m a s g „ a , & 2 g |
fuego no p u d i e r a a l c a n z a r l e s .
«¡Oh tú, que vas r e z a g a d o de los otros dos, no por camí
nar m a s pesado, sino a c a s o por respeto, díme s e Z Z l
la sed y el fuego! No sólo p a r a mí es n e c e s a r i a tu
pues todos estos tienen u n a sed m á s voraz q u e la qtm sTenten'
9
Por el a g u a fría los indios ó los etiope«
Concluyéndolo, volvieron á g r i t a r : «Diana se q u e d ó en el : J a p o r q u é con tu c u e r p o f o r m a s u n a m u r a l l a q u e se
b o s q u e , a r r o j a n d o de él á Hélice, q u e había g u s t a d o el veneno antepone al sol, cual si todavía no h u b i e r a s caído en p o ^ r de
d e V e n u s (3).»
De esta s u e r t e me h a b l a b a u n a de las s o m b r a s á í „
" (t) H i m n o q u e se c a n t a e n los mait ines del sábado.
se
(2) SanLuc. i. ^ a c a b a b a de p r e s e n t a r á mí vista
(3) N i e l a d e Diana á q u i e n s e d u j o Júpiter.
P o r medio de la inflamada s e n d a llegaba otra cohorte, con
el rostro vuelto á la primera, lo que me llevó á la sorpresa y •de experiencia á nuestros ámbitos! contestó la s o m b r a que al
á la duda. principio nos i n t e r r o g a r a .
En u n a y otra parle observé que las s o m b r a s se a p r e s u r a -
» »Las s o m b r a s que no vienen con nosotros, hicieron el , eca-
ban y se abrazaban, pero sin detenerse, quedando por las tra-
do por el que César, mientras su triunfo, fué objeto de mofa
zas tan satisfechas con aquella pequeña muestra de aprecio;,
y oyó que le llamaban reina (I).
asemejando á las hormigas que enmedio de s u s tostadas legio-
»Por eso l e a p a r t a n gritando: ¡Sodoma! reprochándose
nes van á encontrarse c a r a á c a r a , tal vez por preguntarse
^ según oíste, y excitando con su vergüenza la voracidad de la
con respecta de su camino ó s u botin. llama.
Luego do aquella cariñosa entrevista y antes de moverse,,
todas las a l m a s principiaron á vocear con todas s u s fuerzas, »Nuestro pecado todavía fué más en contra naturaleza- pero
las de la cohorte primera: «¡Sodoma y Gomorra!» y las de la como no observamos la ley h u m a n a , y por el contrario s a -
otra: «Pasife se envolvió con el pellejo de u n a becerra p a r a ; -ciamos nuestro apetito como bestias, así por nuestro baldón

que el toro se echara sobre su lujuria.» [ preterimos cuando nos s e p a r a m o s el nombre de aquella que
Despues, como grullas q u e se e n c a m i n a s e n , parte á los » •se troco en bestia con la piel de otra bestia.
montes Rífeos, parte á los arenales; unas temerosas por el celo \ » ^ a sabes n u e s t r a s acciones y culpas. Si deseas saber
y otras por el sol, obraron ambas cohortes; yéndose la una e n
paraeiion0mb,'e' ^ aCaS
° Sabr¡a dtíCÍI telo
' > ni
espacio
tanto venia la otra, y llorando todas, principiaban nuevamente
s u s cantos, y los gritos q u e mejor les convenían. »A pesar de todo .te diré el mió: Soy Guido de Guinicelli (2)
v estoy purificándome por h a b e r m e arrepentido antes de mi
Entonces volvieron á a c e r c a r s e á mí las primeras almas-
oostrera hora.»
que me interrogaran, y me parecieron atentas y preparadas.1
á oir. Como se mostraron los dos hijos al notar á su madre some-
Yo, que había por dos veces observado su anhelo, principié tida al furor de Licurgo (3) así me mostré yo (mas no con el
asi: «¡Oh a l m a s que teneis la seguridad de a r r i b a r al estado de I p e n e s , q u e hubiera deseado), cuando oí su nombre Guido mi
1
la paz! Mis miembros todavía no han quedado allá abajo ni padre, y el de muchos q u e valen más que yo, que escribieron
uulces r i m a s amorosas.
verdes ni maduros; están aquí conmigo con su s a n g r e y c o y u n -
turas. Absorto estuve contemplándolo largo rato, sin poder a c e r -
[ carme más á él á c a u s a de la llama.
»Marcho alli á lo alto para dejar de ser ciego; una m u j e r (1>
que nos supera es la que me proporciona la g r a c i a . Esta es l a j Cuando me satisfice de mirarle, me ofrecí de corazon
causa por qué en vuestro mundo a r r a s t r o mi cuerpo mortal.. [ con aquellas protestas que aseguran la sinceridad del que
»¡Quiera Dios que veáis satisfecho luego el m á s vivo de ofrece.
vuestros deseos! ¡Quiera el Cielo amoroso y g r a n d e admitiros I el dijo: «Tú me abandonas, porque percibo ya una huella
bajo s u s artesonados! lan clara, que el Leteo no pudiera borrarla, ni siquiera o s c u -
»Mas decidme, para que pueda escribirlo, ¿quiénes sois y recerla.
cuál la cohorte que viene en pos de vosotros?» »Mas si tus palabras son veraces, dime: ¿por qué me mani-
Menos sorprendido se queda el m o n t a ñ é s que penetra por f i e s t a s en tus acciones y m i r a d a s que te soy amado?
vez primera en la ciudad, de lo que se q u e d a r o n aquellas í Y o á é l : «Vuestros divinos versos, ínterin subsista el moder-
almas, á juzgar por su apostura; pero al hallarse libres del no lenguaje, h a r á n g r a t a siempre la pluma que los trazó.»
primer estupor, que pronto cede en los g r a n d e s corazones.
«¡Afortunado tú, que p a r a lograr mejor vida vienes en busca

<1) Beatriz, 6 la Teología.


—«¡Oh h e r m a n o , repuso, aquel (y me indicó cón el dedo aparecer, cuando se nos presentó el ángel de Dios, y separado
á o t r a s o m b r a que le precedía) fué mejor artista en su l e n g u a de la llama, empezó á cantar: Beali mundi a corde ( l | siendo
patria! (1) , su voz mucho más vibrante que la nuestra.
»En versos amorosos y en prosa novelesca, superó á los Despues siguió: «Santas almas, no podéis pasar más a d e -
otros y deja q u e hablen los necios que dicen haberle s o b r e p u - lante, á no morderos el fuego. Entrad en las llamas; no ensor-
jado el Limosin (2). dezcáis el canto que viene de más léjos.»
»Se fijan más en el m u r m u l l o que en el hecho, y así emiten De este modo habló el ángel cuando llegamos cerca de él!
su parecer antes de e s c u c h a r el a r t e ó la razón.
6 m e VOlV ¿ e s c u c h a p l e c o m o af ,iel
»De esta m a n e r a se hizo respecto de Gueltone, dándole á ríiúesT ' ' l que Ponen en
voces el puesto elevado, h a s t a que quedó vencido con la v e r - J u n t é y alcé mis dos m a n o s mirando al fuego, y pensando
dad proferida por voz de m u c h a s personas. con vehemencia en los cuerpos h u m a n o s que Jya habia visto
quemarse.
»Ahora, si posees el g r a n privilegio de penetrar en el
Mis buenos compañeros se volvieron hácia mí, diciéndome
claustro en que el Cristo era abad del colegio (3), dile por m i
Virgilio: «Hijo amado, aquí puede hallarse un tormento, pero
del Valer noster lo que se necesita en este mundo, donde ya
no la muerte. Acuérdate de que te guié sano y salvo en hom-
no podemos pecar.»
bros de Geryon ¿Qué no ejecutaré a h o r a que me hallo m á s
Despues, acaso para ceder el puesto á otro que le s e g u í a , próximo a Dios?
se ocultó en la llama, como en el a g u a desaparece el pez al
»Has de tener la seguridad, que aun cuando permanecieses
zambullirse.
mil años sobre estas llamas, no te a b r a s a r í a s ni un solo c a -
Adelanté un poco hácia el que me indicaran, y le dije que-
mi deseo estaba dispuesto á h a c e r á su nombre u n a grata r e - bello; si no lo crees, ponte al lado de ellas, y como prueba,
cepción. aproxima la punta de tu vestido al fuego con tus manos.
El, con m u c h a gentileza, me recitó-algunos versos laudato-4 »Aparta de ti todo temor, ven hácia aquí, y sigue con segu-
rios y sentidos, y se ocultó en el fuego purificador. ridad tu senda.» Yo, sin embargo de mi confianza, p e r m a n e -
r
cía inmóvil.
Al n o t a r m e indeciso y obstinado, Virgilio, un tanto t u r -
bado, me dijo: «Mira, hijo mió, entre tú y Beatriz no media
C A N T O V Í G É S I M O S É T I M O ihás que esa valla.»
Como al nombre de Thisbao, estando moribundo P y r a m o ,
abrió los ojos y lo miró debajo del moral, que desde aquel
Dante tiene una nueva visión.—Los tres poetas llegan á la ci- instante produjo la e n c a r n a d a f r u t a , del mismo modo, v e n -
ma de la montaña del Purgatorio al romper la aurora. — Yir~%
ciendo mi indecisión, me volví yo hácia mi sabio Maestro, al
gilio allí deja á Dante en libertad de obrar, sin su consejo.
oir el nombre que aun tenia resonancia en mi alma.
LLÍ donde el sol desprende s u s primeros rayos s o b r e Aquí él hizo un movimiento de cabeza, y dijo: «¡Cómo! ¿Que-
la ciudad en que fué vertida la s a n g r e de su H a c e - remos quedarnos aquí?» Y me sonrió como se hace con un
dor (cuando cae el Ebro bajo el elevado signo de niño que se domina con una fruta.
Libra, y el a g u a del Ganges se calienta al a r d o r del> Despues, precediéndome, se lanzó á la llama, rogando á
Mediodía), se hallaba ocupado por el astro; el dia iba á d e s - Stacio que siguiera detrás, él que por espacio de un largo t r e -
cho nos habia apartado á entrambos.
Al estar enmedio del fuego, me h u b i e r a arrojado p a r a
(1) Arna'do Daniel, p o e t a p r o v e n z a l .
(2) Gerardo Bertueil. mal poeta de Limoges.
(3) El Paraíso.
(I) San Mateo.
r e f r e s c a r m e en el ardiente vidrio; tan inmenso era el calor «Sepa quien pregunte mi nombre, que soy Lia (l), y que
q u e sentía en él. tiendo mis manos por doquier p a r a construirme una g u i r -
Mi dulce padre, para fortalecerme, iba n o m b r á n d o m e á nalda.
Beatriz, diciendo: «Ya me parece que veo sus ojos.»
»Con objeto de a g r a d a r m e en el espejo, me adorno aquí; en
Cantando más allá, nos g u i a b a una voz, y nosotros, fijos en
ella, salimos de las llamas allí donde debe subirse.
« Venite, benedicli Patris mei» ti), decía enmedio de tal res-
plandor, que mi vista deslumbrada no podía verla. «El sol se
m a r c h a y se aproxima la noche; no os detengáis, mas bien
acelerad el paso antes que el Occidente se ennegrezca.»
La s e n d a ascendía recta á través de la roca por la parte del
Oriente, y yo interceptaba delante de mí los rayos del sol ya
atigado y bajo. Wm'
Muy pocas g r a d a s habíamos subido, mis sabios compañeros
y yo, cuando observamos desvanecerse nuestra sombra, y que
el sol se ponia tras de nosotros.
Y antes de que en todas partes t o m a r a el horizonte la
misma faz, y que por doquiera la noche tendiese su crespón, » ^ M ^ M B B M ^ Í ^ ^ t a n t 0 <|Ue m í
hermana
cada uno de nosotros hizo c a m a de una grada, pues la índole •Mttffilak'-'-wjB^^y" Raquel (2) no se separa
de la m o n t a ñ a nos arrebataba la facultad, más bien que el del Slly0 en todo el día -
gusto de subir.
ñ^WWBffilni^^^^^y »Tanto le complace el
ver sus
Como las cabras que antes de replegarse aparecen tan r e - preciosos ojos,
voltosas y atrevidas en la cima de las montañas, y que m i e n - como á mi el a d o r n a r -
m e con
t r a s el sol luce rumian con dulzura sin moverse en la sombra, [ ^ u j l ^ f l ^ ' X f c ¡' ' ' L T mis propias ma-
nos
vigiladas por el pastor que se apoya en el cayado, y como el ~ " "> á ella ver y á mi
pastor que se queda á la intemperie para velar por su rebaño obrar nos satisface.»
apacible, temiendo que algún lobo lo disperse, tal nos h a l l á - ; I W ^ W ^ " ' Ya ante los destellos
bamos los tres entonces. Yo era la cabra y ellos ¡os pastores, fbgP^lS^ precursores del dia (des-
rodeados doquiera por la g r u t a . ^^^^^^ tellos tanto más g r a t o s
A á los peregrinos cuanto
Poco cielo descubríamos, pero en él se veían las estrellas
f que á su reaparición se
de mayor tamaño que el de costumbre.
hallan más próximos á
Mirando y rumiando tuve sueño, sueño que suele dar noti-
su país), se desvanecían
cias anticipadas de lo que ha de suceder.
las tinieblas y mi sueño
Me figuré que á la hora en que Cytherea, que siempre pare- con ellas. Me levanté,
cia inspirada del fuego del a m o r , despedía desde Oriente s u s pues, al notar que mis compañeros y maestros estaban levan-
r a y o s primeros sobre el monte, vi una m u j e r entre sueños, tados.
h e r m o s a y joven, que iba recogiendo flores en la c a m p i ñ a , y »La sabrosa fruta q u e la inquietud de los mortales busca
q u e decia en su canto: de r a m a en r a m a , satisfará tu hambre.»

Lía, hija de Laban, primera espo-a de Jacob, 6 la vida activa,


(i¡ San Mjteo.
(i; R a q u e l , s e c u n d a esposa del m i s m o , ó la vida e o m t e m p l a t i v a .
— — CANTO xxviu * 243
E s t a s palabras me dirigió Virgilio, á las que no igualó
Un aire suave é invariable azotaba dulcemente mis sienes.
j a m á s en placer donativo a l g u n o .
L a s hojas, ávidas por agitarse ante aquel cefirilio embalsa-
F u é tan inmenso mi creciente deseo de llegar á lo alto, q u e mado, se inclinaban hácia otras, dirigiéndose al sitio en que
por momentos adquiría nuevas alas para mi vuelo. la m o n t a ñ a sagrada proyecta su primera s o m b r a (i).
Al estar la escalera recorrida por completo debajo de
Sin embargo, no se apartaban tanto de la línea q u e en s u s
nosotros y llegar á la postrera grada, Virgilio me dijo m i r á n -
copas dejaran las aves de ejercer su oficio. Así es, que g o r -
dome: «Has visto el fuego de un dia y el otro eterno, y hé
jeando con alegría acogían las horas primeras, mezclando el
aquí, hijo del alma, el punto del que á mí no me es permitido
zumbido del follaje con s u s suaves rimas.
pasar.
Asi es el murmullo que se esparce de r a m a en r a m a pol-
»Por medio de mi inteligencia y a r t e te he traido aquí;
los pinos de la ribera de Chiassi (2) al d a r E'olo libre c u r s o al
a h o r a toma por guia tu voluntad; saliste de los escabrosos
Sirocco (3).
senderos y angostas veredas.
Por mesurados que mis pasos f u e r a n , ya me habían llevado
» R e p a r a el sol que irradia en tu frente; ve la yerba, las ;
al interior del bosque, y no podian calcular el sitio por donde
flores y los a r b u s t o s que produce por si sola esta tierra. habia entrado.
»Mientras llegan radiantes de júbilo los preciosos ojos que.
llorando me condujeron á IÍ, puedes descansar ó r e c o r r e r esta
deleitosa mansión.
»No esperes por más tiempo mis palabras y consejos; tu
libre albedrío, sano y recto es, y seria poco cuerdo no o b r a r
con arreglo á tu juicio.
»De suerte, que colocándote sobre tí, te pongo corona y
mitra.»

C A N T O V I G É S I M O C T A V O

Llegados los tres poetas á la cumbre de la montaña del Pur-


gatorio, avanzan hacia el bosque del Paraiso terrenal.—Son
detenidos por Letheo.— Ven en la opuesta orilla d Matilde,
que cogiendo flores y cantando se aleja.—Por indicación de l
Dante, Matilde desvanece algunas de sus dudas.
'.íl

ver el interior y diámetro del bosque


NUBLANDO
divino, vivo y frondoso que moderaba á la vista el Mas aquí no pude pasar adelante, por impedírmelo un
albor del naciente dia (1), sin e s p e r a r más, dejé el arroyo, cuya corriente doblaba á m a n o izquierda las yerbas
borde y me e n c a m i n é con lentitud á través de la nacidas en s u s orillas.
campiña, posando por doquiera mi planta por un odorífero Las a g u a s que aquí abajo son más puras, parecerían t u r -
suelo.

k «') Hécia O c c i d e n t e .
( 1 ) Arriba Dante a l Paraíso t e r r e n a l , e n la c i m a d e la m o n t a ñ a d e l Pur- Eu l a s c e r o a n i a s d e Ravena.
- (4)
gatorio.
(J) Viento Sudette,
bias, si se c o m p a r a b a n con la que no oculta cosa alguna, a u n - «El a g u a y el murmullo del bosque, le repuse, combaten en
que corra ennegrecida por una s o m b r a eterna, que j u m á s d e j ó mí una fe nueva, en cosa que oí y es contraria á ésta.»
brillar en su superficie rayo de luna ni de sol. A lo que contestó: «Yo explicaré cómo viene de su causa lo
Mis piés se pararon, en tanto mis ojos e x a m i n a b a n el país que te a s o m b r a de tal suerte, disipando tu ceguera.
I »El bien soberano, que á sí sólo se complace, hizo al h o m -
que se extendía al otro lado del rio, admirando la variedad y
bre bueno y para lo bueno,¡ y le cedió este lugar en a r a s de
v e r d u r a de s u s arbustos.
eterna paz.
Allí se me apareció (como suele a p a r e c e r una cosa que
súbitamente desvanece otra") una Dama sola, que según se »Con motivo de su falta, estuvo el hombre aquí muy poco:
alejaba cantando, cogía flores de las que estaba alfombrando y por efecto de la misma trocó en quejas y luto la inocente
su camino. sonrisa y los suaves placeres (1).
«¡Oh bella d a m a , le dije, que así disfrutas á los rayos de »Para que las tormentas más abajo excitadas por las exha-
Amor, á juzgar por el semblante, que suele ser reflejo del laciones del a g u a y la tierra, que en cuanto pudieran escapar
alma! dígnate a p r o x i m a r á este rio lo suficiente á poder oir tu hacia el calor, no dieran n i n g u n a g u e r r a al hombre, fué, según
canto. es esta montaña elevada hácía el Cíelo, y está al abrigo denlas
»Tú me r e c u e r d a s el lugar en que se hallaba Proserpina, y tempestades desde el punto q u e le cierra la puerta.
lo bella que e r a antes de perderla su madre, perdiendo á un A pesar de esto, como el viento se agita en derredor imput-
tiempo las flores de su primavera.» sado por el móvil piimero, si el círculo no rompe por n i n g u n a
Como m u j e r que al bailar da vueltas con s u s piés juntos, " parte, da aquel movimiento á esta elevación, que es completa-
colocando difícilmente un pié delante del otro, así se volvió mente libre el vienio vivo y puro, y hace mugir el bosque por
hacia mí, pisando las matizadas floreeillas, á imitación de la su frondosidad.
púdica virgen que baja su vista. , »Las plantas impulsadas de esta m a n e r a , impregnan el a i r e
De tal suerte me complació, que •acercándose podía yo oir de su virtud y en remolinos se esparce c i r c u l á r m e l e .
distintamente s u s palabras. »La otra tierra, conforme es digna por si ó por su Cielo,
Al llegar al punto en que la yerba es bañada por las ondas ; concibe y da muchos árboles de distintas clases,
del caudaloso rio, me dispensó la merced de alzar los ojos. í .»Enterado de esto ya. no lo contemplarás allí abajo como
No e s posible que la luz fuera tan refulgente bajo los pár- maravilla, a u n q u e nazcan las plantas sin simiente.
pados de Vénus, al herirla su hijo equivocadamente. | »Conviene que sepas que la s a n t a campiña en que te hallas
Sonriéndome desde la derecha orilla, iba cogiendo las flores * está c u a j a d a de todo género de semillas, y que hay aquí frutos
que aquella venturosa tierra produce sin n i n g u n a simiente. que no se conocen allí abajo.
El rio, solo nos separaba unos tres pasos; mas el Heles- 7 »Esta agua que ves, no viene de n i n g u n a vena alimentada
ponto que atravesó J e r g e s (freno á la vanidad h u m a n a d o fué por el vapor que el frió del Cielo cambia en lluvia, cual rio
m á s odioso á Leandro, al hallarse entre gestos y Abydos, de, que lleno pierde su agua, sino que procede de una fuente
lo que aquel rio lo fué para mí al no poderlo a t r a v e s a r . segura que toma de la voluntad de Dios toda la que d e r r a m a
«Sois recien venidos, dijo ella, y tal vez porque sonrio en por s u s dos canales.
este privilegiado lugar de la h u m a n a naturaleza, os asombro »Por este lado baja con u n a virtud que borra la memoria
y despierto a l g u n a sospecha en vosotros; pero el salmo Delec- del pecado, y por el otro devuelve la idea de todos los bene-
tasíi despide una claridad que disipará las nubes de vuestra ficios.
razón.
»Tú que vienes delante y me pediste que hablara, di si
deseas saber algo más pues vine preparada á responderte á ( I ) S. gun comentadores, Adán 5 Eva solo estuvieron s i e t e horas en el Paraiso
cuantas indicaciones m e hicieras.» terrenal; del alba al medio día.
»A este se le llama Letheo (1), á aquel Eunoé (2), y no tiene ron también las riberas, volviéndome á colocar á la parte de
efecto hasta que se ha bebido de los dos. Levante.
»Su sabor es superior al de las demás aguas; y a u n q u e tu A poco de empezar nuestra m a r c h a , se volvió hácia mí la
sed se halle lo bastante dormida para no detenerte más, toda- dama, diciéndome: «Herma-io mió, m i r a y oye.»
vía por particular gracia te d a r é un corolario, y no creo que Cuando un repentino resplandor recorrió el g r a n bosque en
io q u e digo te sea menos grato, a u n q u e por ti s u p e r e m u c h o á todos s u s ámbitos; de tal suerte brillaba, que ocurrió la duda
mis ofertas. de si seria un rayo.
»Los poetas que tanto ponderaron la edad de oro, y su Mas cómo el rayo termina con la misma rapidez que viene,
venturoso estado, tal vez soñaban con este lugar en el y el resplandor aquel irradiaba cada vez más, me decia á mi
Parnaso. mismo: «¿Qué es esto?»
»Aquí se alzó inocente el h u m a n o tallo; aquí hubo p r i m a - Una preciosa a r m o n í a pobló la luminosa esfera; entonces el
vera perpétua y se produjeron todas las frutas; aquí m a n ó el buen celo me hizo vituperar la osadía de Eva; ya que allí donde
néctar que todos mencionan.» el Cielo y la tierra se prestaban á la obediencia., sólo la m u j e r
aquella que, no bien acababa de ser creada, no pudo s o m e -
En aquel punto me volví hacia mis poetas (3), y advertí
terse á permanecer bajo velo a l g u n o . Si reformada hubiese
que esta postrera explicación les hizo sonreír, y volvi á poner
estado bajo aquel velo, yo hubiera disfrutado antes y por más
mis ojos en la bella d a m a .
tiempo aquellos inefables deleites.
En tanto que á través de aquellas inmensas primicias del
goce eterno continuaba yo en suspenso y anhelaba mayor
C A N T O V I G E S I M O N O V E N O
delicia, delante de nosotros, el aire, imitando á un gran fuego,
se presentó abrasado bajo el verde r a m a j e , y el melodioso
sonido que antes o y é r a m o s se trocó en un canto claro y com-
Recorriendo con Matilde las márgenes del rio Letheo, observó prensible.
en el bosque una clarísima luz, y oyó por los aires una suave
^ írgenes sacrosantas, si he tolerado por vosotras alguna
melodía, despues siguió una procesion, en la que un Grifo
iba tirando de un carro triunfal. Al llegar cerca de Dante, vez h a m b r e f r i o y vigilias, la necesidad me hace invocar vues-
se paró el Grifo con su comitiva. tro auxilio; necesario es que Helicón derame s u s a g u a s sobre
mí, y que el coro de Urania me a y u d e á describir en versos
cuestiones tan difíciles.
ANTANDO como u n a m u j e r apasionada, y un versículo
en pos de otro, entonó el Beati quorum tecla sunt Después me figuré entrever siete árboles de oro (1), e q u i -
peccata. (4). vocado por la m u c h a distancia que habia entre nosotros y el
Despues, cual ninfas que se e n c u e n t r a n solas por nuevo objeto; mas cuando estuve bastante cerca, la virtud, que
las s o m b r a s del bosque, unas con deseo de huir y otras de ver junta el discurso á la razón, me demostró que eran c a n d e l a -
al sol, adelantó ella c o n t r a la corriente del rio y por su m á r - bros, y que las voces entonaban Hossanna (2).
g e n , y yo la imitaba y seguía á paso mesurado. Los preciosos objetos lucian m á s puros que un cielo despe-
Todavía no h a b r í a m o s andado cien pasos, cuando g i r a - jado y que la luna al centro de su mes á media noche.
Admirado me vol vi hácia Virgilio, y él me contestó con u n a
mirada no menos llena de extrañeza. De nuevo fijé mis ojos
(1) Olvido. en los gigantes candelabros que venían hácia nosotros tan
(2) Buen e s p í r i t u .
( 3 ) Por Virgilio y S t a c i o .
(4) D i c h o s o s l o s q u e t i e n e n o c u l t o s s u s pecados, e s decir, perdonados, porque (!) E m b l e m a d e l a s s i e l e gracias del Espiritu Santo.
h a n s a l í lo d e l Purgatorio.
(2) Hossanna, q u i e r e decir: S á l v a n o s ó v i v i f i c a .
pausadamente, que les hubiesen ganado en velocidad las m i s - Bendita seas entre las hijas de Adán y benditas tus gracias
m a s desposadas. por la eternidad.»
La dama entonces me gritó: «¿Por qué con tal atención Luego q u e las flores y yerbas que estaban ante mí se halla-
m i r a s aquellas luces, dejando de observar lo que viene detrás?» ron libres de aquellos elegidos, como en el Cielo sucede la luz
á la luz, despues de los ancianos seguian cuatro animales
Entonces adverii detrás, de los candelabros, personajes con
coronados de verdes hojas (1).
trajes blancos (1); j a m á s brilló aquí semejante blancura.
Todos ostentaban seis alas vestidas de plumas, l a s q u e ase-
A la izquierda, a g u a resplandecía, reproduciendo mi c o s -
mejaban á los ojos de Argos á no c a r e c e r de vida.
tado izquierdo, como límpido espejo.
Lector, no invertiré más versos p a r a r e t r a t a r las formas de
Al llegar á un sitio en el que sólo el rio rne apartaba del
aquellos animales, pues los muchos que tengo todavía que
cortejo, me paré para observar mejor.
emplear, no rae consienten ser m á s extenso.
Mas lee á Ezequiel, que los describe según los ve venir de
las heladas regiones con el viento, la nieve y el fuego; y tales
como los h a l l a r á s en s u s libros, estaban allí, á excepción de
lo que se refiere á las plumas, que J u a n está conmigo v se
separa de él.
La distancia que mediaba entre los cuatro a n i m a l e s estaba
ocupada por un carro triunfal colocado sobre dos r u e d a s (2) y
tirado por un Grifo.
El Grifo tendia s u s alas entre la linea del medio y las o t r a s
¡seis, sin causarles al moverlas ningún perjuicio.
A tal altura se elevaban, que pronto se las perdía de vista.
¡Ej Grifo tenia los miembros . e oro en la parte del cuerpo en
que pertenecía á ave, y en su resto blancos y encarnados.
No sólo Roma careció de un tal carro p a r a festejar á E s c i -
pion el Africano y al mismo Augusto, sino que aun el del
sol seria insignificante comparado con el q u e nos viene o c u -
pando.
Vi que las almas seguian adelante, dejando tras si el a i r e El carro del sol, que al a p a r t a r s e f u é devorado por las
pintado de bellos matices; parecían igual n ú m e r o de pinceles llamas á petición de la suplicante Tierra, cuando J ú p i t e r fué
tirando lineas; de m a n e r a que en el lado superior quedaban {justo en los arcanos de su cólera, hácia el lado de la r u e d a
siete líneas diferentes (2), conteniendo en sí los colores del derecha había danzado tres m u j e r e s (3). La una estaba tan
arco del sol y de la cintura de la luna. encarnada, que á d u r a s penas se la distinguía del fuego; la
Los estandartes iban apartándose de mi vista, de suerte q u e - otra parecía su c a r n e y huesos esmeralda, y la última era
los creia á unos diez pasos del último candelabro visible. blanca como la nieve al caer.
Bajo el hermoso cielo que describo, venian á parejas vein- V• A

ticuatro ancianos coronados de flores de lis (3), cantando:


(1) Los cu»tro Evangelistas.
(2) Alegoría de la Iglesia. La aparición del carro y su cortejo recuerda á E z e -
(1) Los Pat lia reas. : qmeiv el Apocalipsis El carro e s l a Iglesia; las dos ruedas, el Antiguo y Nuevo
(2) S i e t e sacramentos. Testamento: el IÍ rifo, con doble naturaleza. Jesucristo.
(3) Los veinticuatro libros cLl Nuevo y Vi-jo Testamento. (3) Las tres virtudes teologales: la Fe color n i e v e ; la Esperanza, esmeralda, y
la Caridad, c o l o r de fuego.
Ya parecían guiadas por la blanca m u j e r , ya por la e n c a r -
nada, á c u y o canto avanzaban las otras lenta ó velozmente.
Hacia la izquierda del carro se holgaban cuatro m u j e r e s
vestidas de púrpura (1), acomodándose sobre u n a de ellas que CANTO TRIGÈSIMO
ostentaba en la cabeza tres ojos.
Luego del coro mezclado q u e acabo de bosquejar, vi dos
Beatriz, desciende del cielo.—A su presencia desaparece Virqi-
ancianos de diferentes vestidos, pero idénticos en la actitud; lio.—Beatriz, sentada ensu carro triunfal, reprende d Dante-
los dos tranquilos y venerandos (2). P despues, dirigiéndose d los ángeles, se querella de la vida
Uno parecia discípulo del g r a n Hipócrates, que creó n a t u - que, sin embargo de sus consejos, siguió el poeta aquí aba ¡o
raleza para los séres animados que le son más queridos. haciendo abuso de la naturaleza y de la gracia.
El otro parecia desempeñar misión contraria, pues llevaba
una reluciente espada, con tal filo, que me espantó desde la el septentrión del primer cielo (1), que j a m á s
UANDO
parte opuesta del rio. Despues advertí cuatro personajes de tuvo Oriente ni Occidente, ni más nube que el velo
porte humilde (3) y tras eUos un anciano dormido, con rostro q u e sobre él dejara el pecado,'y que indicaba allí
lleno de inspiración (4). w su deber á cada uno, tal como nuestro septentrión
Los últimos siete vestían cual la primera cohorte, con la inferior instruye al que lleva el timón para a r r i b a r con felici-
sola distinción de que no estaban coronados de lises, y sí de dad al puerto, hubo parado, los personajes santos q u e fueron
rosas y varias flores e n c a r n a d a s , q u e á lo lejos j u r a r i a cual- ; los primeros en llegar entre los candelabros y el Grifo, se vol-
q u i e r a ser u n a llama sobre las sienes. vieron hácia el carro como su perpétuo capitan.
Al llegar el carro frente á mí, resonó el trueno, y como si Y uno de entre ellos, cual enviado del Cielo, cantó por tres
se hubiese prohibido á los magníficos personajes pasar a d e - veces: Veni, sponsa de Líbano (2), y todos los demás cantaron
lante, pararon allí con los primeros candelabros. despues de él.
Como los bienaventurados se alzarán súbitamente de s u s
tumbas en el postrer juicio entonando Alleluia, recobrada su
(1) LPS c u a t r o v i r t u d e s cardinales: T e m p l a n z a , Fortaleza, Justiciary Prudencia
voz por fin, así en el divino carro se alzaron ad vocem tanta-
c o n s u y i p l i c a d a vista, sems cien ministros y embajadores de la eterna vida.
f 2 ) k / S a n L u c a s , q u e era m é d i c o . y san Pablo. Todos exclamaban: Benedictas qui venis (3); despues echan-
(3) S a n t o s Santiago, Pedro. Juan y Judas, h e r m a n o d e Santiago,
( í ) San Juan, por m o t i v o d e s u Apocalipsis. do flores á su alrededor: Manibus ó date litia plenis.
Yo habia visto á p r i m e r a hora la parte oriental m a n a n d o
rocío, en tanto r e i n a b a serenidad en el resto del Cielo y la faz
del sol aparecer cubierta de sombras, de suerte que á través
de los vapores que templaban su resplandor, podia la vista
mirarlo largo espacio. De la misma m a n e r a á través de u n a
nube de flores a r r o j a d a s por angélicas manos, que tornaban á
caer sobre el carro y al lado de él y cubierta con un blanco
-

Septentr¡0D del p i r a e r
cantL. cielo, ó s e a n los s i e t e c a n d e l a b r o s d e l anterior

<2) Cantar d e los cantares, c. iv.


(3) Palabras p r o n u n c i a d a s por l o s j u d í o s al ent rar J e s ú s en J e r u s a l e n .
velo y coronada de olivo, aparecióseme una m u j e r (1); su Al callar ella, entonaron los ángeles súbitamente: In te,
m a n t o era verde, y su* vestido del color de la llama. $ Domine, speraci (1); llegando solamente al Pedes meos'.
Y mi alma que hacia mucho tiempo no se habia dominado Como la nieve congelada y endurecida entre los árboles y
por el asombro y el miedo, á su presencia, sin comprenderlo J, montes que dibujan el dorso de Italia esclava del soplo del
por el socorro de la vista, y si por la escondida virtud q u e l vendaba!, y que despues de deshecha, m a n a tan luego como
venia de ella, apercibió el inmenso placer de antiguo a m o r . £ la tierra que no tiene s o m b r a , envía su hálito s e m e j a n t e al
Cuando mi vista contempló aquella elevada virtud, que me | : fuego q u e derrite la vela, me quedé yo # sin lágrimas ni s u s p í -
hiriera antes de mi salida de la niñez, me volví á la izquierda | ros ante los ecos de aquellos c u y a s cadencias responden de
cón la solicitud y respeto del niño que corre hácia su madre, R:-continuo á las cadencias celestiales.
cuando teme ó tiene a l g u n a pena, á fin de decir á Virgilio: Pero al entender por s u s dulces melodías que se dolian de
«Toda mi s a n g r e se estremece: conozco las señales de mi a n - mi pena más que sí dijeran: «Mujer, ¿por qué de ese modo
tiguo fuego.» R e : m a l t r a t a s * » El hielo que en torno de mi corazón se hallaba
Mas Virgilio ya nos habia privado de su vista (2); Virgilio, I endurecido, se trocó en a i r e y a g u a , y principió á desbordar
aquel padre dulce, al fjue ella me diera para mi salvación.
í la pena por mi boca y por mis ojos.
Y ni aquel terrenal Paraíso, perdido por nuestra a n t i g u a
Inmóvil ella á la derecha del carro, dirigí«') estas palabras á
madre, impidió á mis mejillas, limpias por el rocio, que se
las compasivas sustancias:
manchaserf con mis lágrimas.
«Dante, a u n q u e se va Virgilio, no llores a u n , y mejor debes - «Vosotros veláis en dia sempiterno, sin que la noche ni el
llorar por otra herida.» sueño os escondan ni un paso de los que da el siglo en s u s
Como un almirante que va de popa á proa para ver los mortales sendas; mi respuesta os será dada con m á s cuidado •
hombres que gobiernan los otros buques y estimularles á que del que podáis apetecer, para que pueda o í r m e el q u e está
obren bien, noté en la parte izquierda del carro (cuando méi gimiendo en la orilla opuesta, á fin de que su falta y dolor
volví al oírme n o m b r a r que es preciso citar aquí) á la m u j e r sean ambos de la m i s m a extensión.
que ya se me habia presentado con el velo, en medio de la ^ »No sólo por virtud de lás g r a n d e s esferas que encaminaji
angélica fiesta, dirigir su vista hácia mi desde la otra parte cada g é r m e n hácia un fin, con arreglo á las estrellas que l e '
del rio. . guian, sipo por el árnplio don de las divinas g r a c i a s que al
Si bien el velo que pendía de su cabeza, coronada con hojas manar sobre nuestras almas, hacen brotar de ellas vapores
de Minerva, velaba en parle s u s facciones, con su imperiosa que ascienden á una elevación que la vista no puede alcanzar,
y régia rectitud, siguió de este modo, imitando á aquel que, aquel fué d u r a n t e su vida tan virtualmente, que toda s a n a
cuando habla reserva para el fin las más e n é r g i c a s frases: •costumbre h u b i e r a producido en él g r a n d e s resultados. Pero el
suelo abandonado é inculto, es tanto más malo é ingrato c u a n t a
«¡Contémplame bien; soy la misma Beatriz! ¿Cómo le d i g - i
mayor es su fuerza.
naste acercarle á esta montaña?¿Tal vez no sabías que el hom-
b r e es feliz?» j : »Mucho tiempo lo pude sostener con mis miradas de niña:
Mi v í s t a s e inclinó hácia las cristalinas ondas; pero al verme conmigo lo llevé dirigido á la recta senda; mas tan luego como
reflejado en ellas, la dirigí á la yerba, tanto era el rubor que arribé al umbral de mi s e g u n d a edad y cambié de vida, se
me sobrecogía. apartó de mí y se dió á otras.
La a m a r g a t e r n u r a de Beatriz me la representó como madre | »Cuando ascendí de la c a r n e al espíritu y crecí en belleza y
irritada ante su hijo. en virtud, le fui menos a m a d a y menos g r a t a .
| ^ » c a m i n ó s e por la falsa senda y siguió las quiméricas imá-
(1) Beatriz, ò sea ia Teología.
(2) Desaparece la Poesía t ute ¡a Teología.
(I) Trigésimo salmo, principio.
genes de un bien que j a m á s cumplió por entero n i n g u n a de de mí e m a n a b a n , haciendo q u e a m a r a s el bien, fuera del que
s u s ofertas. nada hay deseable, ¿qué profundos abismos ó cadenas has
»No me sirvió obtenerle inspiraciones por las que le lla- encontrado que te desvanecieran la esperanza de proseguir
maba en sueños ó de otra forma, en tanto prescindió de ello. adelante?
»Dejóse caer en tal abyección, que ya eran insuficientes »¿Qué gocesó ventajas has noiado en la frente de los demás,
cuantos medios ponia en j u e g o por salvarle, si no le e n s e - para de tal s u e r t e d u d a r ante aquellos objetos?»
ñ a b a las razas condenadas. Luego de un largo y triste suspiro, a p e n a s tuve aliento para
»Por eso recorrí la estancia de los muertos, dirigiendo mis responder, ni casi fuerza para verificarlo, y sollozando dije:
súplicas y llanto al que le condujo aqui arriba. «Las cosas presentes torcieron mi camino tan luego como se
»El elevado decreto de Dios no se cumpliría si pasase el ocultó vuestra faz.»
Letlieo probando s e m e j a n t e s m a n j a r e s sin haber satisfecho Ella: «Callando ó negando lo que confiesas, no me seria
el tributo de arrepentimiento que hace d e r r a m a r m u c h a s l á - tu falta menos manifiesta. ¡Tan g r a n d e es el J u e z que lo
grimas.» sabe!
»Mas cuando la confesion del pecado viene de la boca del
pecador, se vuelve la muela en n u e s t r a celestial Corte contra
el filo del a r m a .
C A N T O T R I G E S I M O P R I M E R O »Sin embargo, para que tu e r r o r no te cause tal vergüenza
y para q u e otra vez seas más firme al oir las sirenas, a r r o j a
Beatriz reprende nueoamente á Dante, quien contesta con la la simiente de tu llanto y oye: No ignoras que mi c a r n e allí
confesion de sus errores.—Luego de la confesion, cae sin abajo sepultada e r a la que debia dirigirte hácia un fin d i a -
sentido.—Matilde sumerge á Dante en el Letheo, y le hace metralmente opuesto.
probar sus aguas.
»Ni el arte ni la naturaleza podían prometerte n u n c a un
placer igual al de los preciosos miembros en que estuve yo
n tú que te hallas á la otra parte del sagrado rio, encerrada, y que se convirtieron en polvo; y si mi m u e r t e
añadió Beatriz con el mismo tono de reconvención pudo privarte de aquella inefable dicha, ¿qué objeto mortal
que tan a m a r g o me pareció; di, ¿es verdad esto? Tu
podia inspirarte ya una ilusión?
confesion es preciso que vaya acompañada de esta
»Al primer flechazo que te arrojaron los fementidos bienes,
i n m e n s a acusación.
debías haber alzado tu vista al Cielo y s e g u i r m e á mí, q u e ya
De tal suerte quedé confundido, que mi trémula voz quedó
no era cosa falaz.
apagada antes de brotar de mi pecho.
»No debieras plegar tus alas para sentirte herido de nuevo
Despues de una pausa, prosiguió:
en el bajo suelo, bien por cualquier criatura (1) ó por otra
«¿En qué piensas? Responde, ya que tus recuerdos funestos
perecedera vanidad.
no están borrados todavía con las a g u a s del Letheo.»
»La tierna avecilla puede recibir algunos golpes; pero en
Mi confusion y temor reunidos hicieron brotar de mis labios
vano se preparan redes y flechas al ave provista de plumas y
un si tan débil, q u e no bastaba el oido para comprenderlo.
que puede alzar su vuelo.»
Como ballesta frágil que se rompe, y aflojándose el arco y
Como el niño que, mudo de rubor y con la vista baja, p e r -
la cuerda, llega la flecha con poca rapidez al punto donde se
manece de pié oyendo y conociendo las faltas de que está
dirigió, fui yo en d e r e c h u r a al peso de mi inmensa c a r g a , der-
arrepentido, me hallaba yo cuando ella me dijo: «Puesto que
r a m a n d o tantas lágrimas y exhalando tantos ayes, que á su
paso mi voz llegó casi á extinguirse.
Ella entonces me dijo: «Enmedio de los buenos deseos que (1) Maligna referencia ¡> la Gentuca, joven Lucana.
genes de un bien que j a m á s cumplió por entero n i n g u n a de de mí e m a n a b a n , haciendo q u e a m a r a s el bien, fuera del que
s u s ofertas. nada hay deseable, ¿qué profundos abismos ó cadenas has
»No me sirvió obtenerle inspiraciones por las que le lla- encontrado que te desvanecieran la esperanza de proseguir
maba en sueños ó de otra forma, en tanto prescindió de ello. adelante?
»Dejóse caer en tal abyección, que ya eran insuficientes »¿Qué gocesó ventajas has noiado en la frente de los demás,
cuantos medios ponia en j u e g o por salvarle, si no le e n s e - para de tal s u e r t e d u d a r ante aquellos objetos?»
ñ a b a las razas condenadas. Luego de un largo y triste suspiro, a p e n a s tuve aliento para
»Por eso recorrí la estancia de los muertos, dirigiendo mis responder, ni casi fuerza para verificarlo, y sollozando dije:
súplicas y llanto al que le condujo aqui arriba. «Las cosas presentes torcieron mi camino tan luego como se
»El elevado decreto de Dios no se cumpliría si pasase el ocultó vuestra faz.»
Letlieo probando s e m e j a n t e s m a n j a r e s sin haber satisfecho Ella: «Callando ó negando lo que confiesas, no me seria
el tributo de arrepentimiento que hace d e r r a m a r m u c h a s l á - tu falta menos manifiesta. ¡Tan g r a n d e es el J u e z que lo
grimas.» sabe!
»Mas cuando la confesion del pecado viene de la boca del
pecador, se vuelve la muela en n u e s t r a celestial Corte contra
el filo del a r m a .
C A N T O T R I G E S I M O P R I M E R O »Sin embargo, para que tu e r r o r no te cause tal vergüenza
y para q u e otra vez seas más firme al oir las sirenas, a r r o j a
Beatriz reprende nueoamente á Dante, quien contesta con la la simiente de tu llanto y oye: No ignoras que mi c a r n e allí
confesion de sus errores.—Luego de la confesion, cae sin abajo sepultada e r a la que debia dirigirte hácia un fin d i a -
sentido.—Matilde sumerge á Dante en el Letheo, y le hace metralmente opuesto.
probar sus aguas.
»Ni el arte ni la naturaleza podían prometerte n u n c a un
placer igual al de los preciosos miembros en que estuve yo
n tú que te hallas á la otra parte del sagrado rio, encerrada, y que se convirtieron en polvo; y si mi m u e r t e
añadió Beatriz con el mismo tono de reconvención pudo privarte de aquella inefable dicha, ¿qué objeto mortal
que tan a m a r g o me pareció; di, ¿es verdad esto? Tu
podia inspirarte ya una ilusión?
confesion es preciso que vaya acompañada de esta
»Al primer flechazo que te arrojaron los fementidos bienes,
i n m e n s a acusación.
debías haber alzado tu vista al Cielo y s e g u i r m e á mí, q u e ya
De tal suerte quedé confundido, que mi trémula voz quedó
no era cosa falaz.
apagada antes de brotar de mi pecho.
»No debieras plegar tus alas para sentirte herido de nuevo
Despues de una pausa, prosiguió:
en el bajo suelo, bien por cualquier criatura (1) ó por otra
«¿En qué piensas? Responde, ya que tus recuerdos funestos
perecedera vanidad.
no están borrados todavía con las a g u a s del Letheo.»
»La tierna avecilla puede recibir algunos golpes; pero en
Mi confusion y temor reunidos hicieron brotar de mis labios
vano se preparan redes y flechas al ave provista de plumas y
un si tan débil, q u e no bastaba el oido para comprenderlo.
que puede alzar su vuelo.»
Como ballesta frágil que se rompe, y aflojándose el arco y
Como el niño que, mudo de rubor y con la vista baja, p e r -
la cuerda, llega la flecha con poca rapidez al punto donde se
manece de pié oyendo y conociendo las faltas de que está
dirigió, fui yo en d e r e c h u r a al peso de mi inmensa c a r g a , der-
arrepentido, me hallaba yo cuando ella me dijo: «Puesto que
r a m a n d o tantas lágrimas y exhalando tantos ayes, que á su
paso mi voz llegó casi á extinguirse.
Ella entonces me dijo: «Enmedio de los buenos deseos que (1) Maligna referencia ¡> la Gentuca, joven Lucana.
tal dolor te causa el oirrae, alza la cabeza y te dará más dolor para q u e puedas resistir su radiante reflejo, las tres m u j e r e s
el mirarme.» que hay por allí ( l ) y que tienen vista más s e g u r a , afianzarán
1.a robusta encina opone menos resistencia al ser a r r a n - la tuya.»
cada de raíz por el viento Norte ó por el procedente de la
tierra de Jarbe, de la que yo opuse á su orden de alzar la cabe-
za; y como al deciresto implicaba el rostro, sentítodoel veneno
q u e sustentaban s u s palabras.
Por último, al levantar el rostro, noté que las bellas cria-
t u r a s habian cesado ya de esparcir flores, y mis miradas, toda-
vía un tanto vagas, vieron á Beatriz vuelta á la animación
s a g r a d a , que bajo una sola persona r e u n i a d o s naturalezas. '
Bajo su crespón, y allende del rio de verdes y floridas ori-
llas que nos separaba, parecióme tan superior á su primitiva
h e r m o s u r a , que lo era mucho m á s de lo que lo fué mientras
permaneció en la tierra.
I)e tal m a n e r a me picó el aguijón del arrepentimiento, que
lo mejor que llego á alcanzar mi amor, era á la sazón para mí
lo más odioso.
Mi remordimiento fué tan vehemente, que caí sin sentido; lo
que entonces seria de mí, lo supo aquella que produjo mi
desmayo.
Al r e c o b r a r los sentidos ^esteriores, vi á mi lado á la
dama (1) que a n t e s viera sola, la cual me decía: «¡Sosten méJ
sostenmel»
Me había a r r a s t r a d o hasta la boca del río, y al a t r a e r m e
tras sí se deslizaba como un esquife por la superficie del agua. Esto me dijeron eon su canto, conduciéndome despues
Al estar próximo á la afortunada orilla, oí c a n t a r dulce- hasta el Grifo (2), allí donde Beatriz se hallaba vuelta hácia
m e n t e Asperges me (2), que no digo escribirlo, ni recordarlo nosotros. Apenas llegamos, me dijeron: «Que tus m i r a d a s no
sabría siquiera. sean escasas; te hemos puesto ante las esmeraldas, desde cuyo
La bellísima d a m a abrió s u s brazos, los rodeó por mi cabeza, punto el Amor te ha arrojado ya s u s dardos.»
Miles de deseos más ardientes que la llama unieron mi vista
aquellaUm6rSÍÓ suíiciente
Para hacerm
e beber del a g u a
á los ojos radiantes que se fijaban en el Grifo.
Despues me sacó, y mojado como estaba, me presentó á Como sol que refleja en un espejo, irradiaba aquel ser
las cuatro hermosas ninfas (3) las que me a b r a z a r o n . de doble naturaleza en los de Beatriz ya en u n a ya en
«Aquí hacemos de ninfas, en el Cielo de estrellas; antes otra f o r m a . Calcula, lector, sí debía s o r p r e n d e r m e al ver aquel
q u e descendiera Beatriz al mundo, se nos destinó á ser sus sér animado tan móvil en sí, t r a s f o r m a r s e en su reflejada
doncellas; á nosotras nos corresponde presentarte á ella; mas imágen.

(1) Matilde.
JJ¿) Sal DIO IV.
t.3) La Fuerza, Templaüza, Prudencia y Justicia. (1) Fé, Esperanza y Caridad.
(2) El Cristo.
En tanto q u e asombrado y gozoso, mi alma probaba aquel Tal como á favor de los broqueles se forma un c u e r p o de
alimento, que saciando por sí, altera también por sí; las m u - tropas, y poco á poco cambia de dirección con su bandera,
j e r e s que parecían de m á s alta prosapia, avanzaron cantando antes de a c a b a r por completo su evolucion, asi las huestes
y bailando de un modo angelical. del reino celeste, que iban delante del carro, habian desfilado
«Beatriz, vuelve tus ojos santos (éste e r a el tema de s u can- antes que éste girase su lanza.
ción) hácia tu fiel, que tanto c a m i n ó por verte. Despues se colocaron las m u j e r e s p r ó x i m a s á las ruedas,
»Por caridad, dígnate descubrirle tu boca, para que vea la y el Grifo puso en acción el bendito carro, sin por esto agitar
segunda belleza que le escondes.» ninguna de s u s plumas.
¡Oh resplandor de eterna luz! ¡Quién es el que, palideciendo La hermosa m u j e r que me hiciera vadear el rio, Stacio y yo,
á la s o m b r a del P a r n a s o ó q u e despues de h a b e r bebido en seguimos la rueda que dibujaba el círculo m á s pequeño.
su lago, no se confundiera al intentar presentarte cual tu me En tanto recorríamos la parte superior del bosque (solitaria
apareciste allá donde el Cielo te envuelve en s u a r m o n í a como por el delito de la que dió oido á la serpiente), se oyeron a n -
en s o m b r a s , cuando tú cruzando el aire libre, te me acercaste gélicos cantos ordenando nuestro paso.
Libertada una flecha del freno que la sujeta, recorrería en
tres veces la distancia que habíamos andado al descender
Beatriz.
C A N T O T R I G E S I M O S E G U N D O En aquel punto oí que todos decian: «Adán.» Despues ro-
dearon un árbol desnudo de flores y hojas. Su copa, que se
extiende tanto cuanto es m á s alta, seria admirable por su al-
Sigue el poeta, acompañado de Matilde y Stacio, la celestial
procesion, llegando al pié del árbol de las ciencias del Bien tura en los gigantescos bosques de la India.
y del Mal.—Los bienaventurados cantan un himno; el poeta «¡Alabado seas, Grifo, por no h a b e r destrozado este árbol
se rinde al sueno. con tu pico, grato al paladar y nocivo p a r a el vientre q u e se
le aproximó!»
AN fija clavaba mi vista para c a l m a r el deseo de diez Este fué el grito que alzara el cortejo en torno del árbol; el
años, que mis d e m á s facultades se encontraban como animal d e d o s naturalezas, repuso: «Así se conserva el gérmen
concentradas en (1) mis ojos, que descuidándolo todo, de toda justicia.»
+ encontraban m u r o s por doquier, mientras la celestial Y yendo hácia la lanza del carro, la a r r a s t r ó al pié del
sonrisa de mi a m a d a Señora me s u b y u g a b a en s u s antiguas árbol deshojado, dejándole el carro, q u e era de la propia
redes. madera.
En aquel instante tuve que volver mi faz precisamente á la Como nuestras plantas al desprenderse la g r a n luz c o n f u n -
izquierda, donde las diosas decían: «¡Mira demasiado fijo!» dida con la que resplandece tras el celestial Pez, se cubren
Y la incomodidad que sienten los ojos al ser heridos por el de botones y se renueva su color, antes de que el sol unza
sol, me dejó por un rato sin vista. sus caballos bajo otra estrella, tal recobró s u s colores m á s
Mas cuando la recobré ante un ténue resplandor (digo ténue, muertos que los de la rosa y m á s vivos que los de la violeta,
comparándolo con la i n m e n s a luz de la que forzosamente me revivando aquel árbol cuyas r a m a s estaban tan despojadas.
apartaba), vi que la celestial cohorte habia tomado por la J a m á s he vuelto á oir el himno que se cantó á la sazón (aqui
derecha, y que c a m i n a b a teniendo el sol y las siete llamas.de abajo no se conoce), y del que no supe retener todo el aire.
frente. Si me fuera dable pintar cómo se d u r m i e r o n los impíos o j o s
de Argos al oir la historia de Syrinx, aquellos ojos que tan
cara tuvieron que p a g a r su e x a g e r a d a vigilancia, y como el
¡1) Murió Beatriz en 1590; D a n t e escribía en el a ñ o 1360.
pintor pudiera presentar un bosquejo, os retrataría de la
m a n e r a como me dormí; empero que lo verifique aquel que jue se arrojó sobre aquel árbol el ave de J ú p i t e r , d e s g a r r a n d o
tan perfectamente sabe d i b u j a r el sueño.
su corteza y tronchando sus llores y nuevas hojas.
Trataré, pues, desde el punto en que desperté, manifes-
Despues, con todo su vigor, e m p u j ó el carro, que zozobró
tando que un resplandor traspasó el velo de mi sueño, y que
como un buque combatido por los embates de las olas.
una voz me dijo: «¡Levanta! ¿Qué es lo que haces?»
• A poco rato vi que penetró en el carro de triunfo una zorra
Ni los ángeles al notar las divinas flores del manzano, cuyo
que parecía no haberse alimentado n u n c a de s a n a comida.
fruto ansian por hacer las e t e r n a s delicias del cielo; ni Pedro,
Mi Señora le reprendió con tal ahinco s u s r e p u g n a n t e s fal-
•luán y Santiago, llevados á la cima del T a b o r , y d e r r u m b a -
tas, que la precisó á escapar con g r a n presteza, tanta como se
dos ante el celeste resplandor, se alzaron á la voz que debia
lo consentían s u s descarnados huesos.
i n t e r r u m p i r mis profundos sueños, y vieron que Elias y Moi-
Despues vi descender al carro un águila, y lo llenó de plumas,
sés desaparecieron, y que la túnica de su maestro habia cam-
y parecida á la voz que lanza un corazon torturado, salió del
biado de color, quedaron más pasmados de lo que quedé yo al
Cielo una voz quedijo: «¡Qué mal cargada estás, barquillamia!»
despertar de mi sueño.
Luego me pareció que la tierra se abria entre las dos r u e -
Aquella caritativa m u j e r que g u i a r a mis pasos á lo largo das, y noté salir de ella un dragón que hundió su cola en el
de! rio, estaba inclinada hacia mí. carro, y cual avispa que a p a r t a su aguijón, apartó el dragón
Entonces le dije: «¿Dó está Beatriz?» Y ella: «Contémplala su cola funesta, a r r a n c ó parte del fondo del carro, y s e ' f u é
sentada en la raiz del árbol de flameantes hojas (1). asaz contento.
»Mira la compañía q u e la rodea. Los demás van en pos del El resto del carro, imitando á la tierra vivaz que se r e p a r a
< ¡rifo al Cielo entonando himnos más bellos y misteriosos que con la g r a m a , volvióse á cubrir con el plumaje que el águila
los que entonaron en estos lugares.» lo ofreciera, acaso con intención p u r a y benéfica.
Si fué m á s larga su respuesta, no lo sé, pues se hallaba ya Las ruedas y la lanza se cubrieron con ella en menos intér-
ante mi vista la que c e r r a r a mi espíritu á todo otro objeto. ] valo del que un suspiro tiene abierta la boca.
Sola y sentada en el duro suelo estaba, cual si se hubiera De esta m a n e r a trasformado, vi a s o m a r varias cabezas por
encargado de la custodia del carro que yo viera a t a r al árbol el edificio santo, f e s en la lanza y una en cada ángulo
por el animal de a m b a s formas. Las p r i m e r a s ostentaban cuernos como los de los bueyes,
Las siete ninfas (2) formaban un corro, teniendo en la mano y las otras cuatro tenían un solo cuerno en la frente; j a m á s
aquellas luces q u e no temen el Aquilón ni el Austro, formán- se vieron monstruos semejantes.
dole un claustro con s u s cuerpos. - Tan s e g u r a cual cas'íillo en la alta cima de un monte, vi á
«Por poco tiempo vivirás en este bosque, y e t e r n a m e n t e una prostituta del todo escotada, sentarse en el carro y m i r a r
estarás conmigo, ciudadano de aquella Roma cuyo Cristo es con cínico descaro á su alrededor.
romano; de suerte que, por bien del mundo que vive mal, Y como para evitar que se la arrojase, vi á un gigante que
pon tu vista en ese c a r r o , y al r e g r e s a r allí abajo haz por con frecuencia cambiaba s u s abrazos con los de ella; mas
escribir lo que viste.» habiendo puesto ella en mí su ávida mirada, el furioso a m a n t e
Esto me dijo Beatriz, y como yo estaba completamente á la azoto de piés a cabeza; y ciego de cólera y desconfianza
s u s mandatos, dirigí la vista y el a l m a donde ella quiso. deslizó al monstruoso carro, arrojándolo tan lejos por el b o s -
J a m á s descendió con más velocidad el fuego de la densa que, que s u s árboles cual broquel me ocultaron á la prostitu-
nube, aun venido del sitio más elevado del Cielo, de la con ta y á la bestia (1).

O) El final de e s t e canto s e refiere lodo á las persecuciones sufridas por la


( i ) El árbol d e l Bien y del Mal, vi viflcad.» p j r e l Grifo o Jesucristo, Iglesia. El agui a r s U p e r s e c u c i ó n d e los emperadores; l a z o r r a . l a d e los hereje--
(i) Las s i e t e v i r t ù d t s . , d r a f l a d e Malioma; el carro con las s i e t e cabezas, e s l a Iglesia llevada por
ios siete pecados mortales.
píente, f u é y ya no es; mas que sepa el culpable que la v e n -
ganza de Dios no teme ante su sopa (1).
»No se hallará siempre sin sucesión el águila que dejó su
C A N T O T R I G E S T M O T E R C E R O
plumaje, por el que primero se convirtió en monstruo y des-
pues en presa.
»Veo ya claro, y lo refiero al partir, a l g u n a s estrellas c e r -
El -poeta guiado aun por Matilde y Stacio, bebe las dulces
aguas del rio Eunoé.—Purificado, podrá ya subir hasta las canas, al abrigo de obstáculos ó inconvenientes, y que con
estrellas. ellas llegará tiempo en que el n ú m e r o quinientos diez y cinco (2)
mandado por Dios, destruirá la prostituta y al gigante que
con ella pecaba.
EUS VENERUNT GENTES (1), este fué el grato eco que »Tal vez mi oscura predicción, ségun Themis y Esfinge,
ya á tres voces, ya á cuatro, principiaron llorando no te convenza, pues también turba mi inteligencia, m a s luego
las
m u j e r e s ; Beatriz las oia con tai abatimiento, que los hechos serán las Náyades (3), que desatarán el apretado
únicamente el dolor de María, al pié de la Cruz, nudo de este enigma, sin menoscabo de s u s rebaños y de s u s
puede s u p e r a r l e . mieses.
M a s cuando las otras vírgenes dieron paso á su voz, se pu- »Recuerda bien estas palabras, y como salieron de mí.
so de pié, y a r r e b a t a d a como el fuego, dijo: «Modieum et non muéstralas á los que moran en aquella vida ó viaje hácia la
oidebitis me; et iterum, queridas h e r m a n a s , modicum et eos muerte.
cidebitis me (2).
: »Te encargo que procures, c u a n d o las describas, no o c u l -
Despues hice que se pusieran las siete m u j e r e s a n t e ella, y tar cómo se hallaba el árbol (4) que dos veces se profanó
sólo por un signo nos hizo colocar detrás, á mí á la S e ñ o r a y ante tí.
al sabio que con nosotros se q u e d a r a (3).
»El que lo deshoje ó rompa, infiere ofensa á Dios con blas-
Comenzó á d a r pasos en aquel orden, pero a p e n a s ' h a b i a femia de hecho, pues Dios lo hizo santo para s u único uso.
dado unos diez, cuando fijó su vista en mis ojos y me dijo con
»Por morder su fruto la p r i m e r a alma esperó en el dolor y
toda tranquilidad: «Camina más de prisa, para que si te hablo
deseo un espacio de cinco mil años y más, al que castigó en
puedas oirme.»
si mismo la mordedura (5).
Al h a l l a r m e próximo á ella, me .observó: «Hermano,
»Está dormido tu espíritu si no entiende que por causa par-
¿cómo viniendo en mi compañía, no me haces pregunta
ticular es aquel árbol tan elevado y frondoso en su copa
alguna?»
»Y si tus ideas vanas no hubieran rodeado tu espíritu
Entonces me sucedió lo q u e á los q u e por efecto de r e s - i como el agua del Elsa (6), y si al complacerte en ellas, no
peto no saben proferir u n a frase, puesto que con sonidos casi
inarticulados, principié así. «Señora, vos sabéis mis necesi-
r (I) S e g ú n el p u e b l o florentino, era s u f i c i e n t e c o m e r u n a sopa s o b r e la
dades y lo que á ellas pueda convenir.» turaba del m u e r t o para p r e c a v e r s e .1e toda veuganza.
Y ella dijo: «Deseo q u e en adelante depongas todo temor ( 2 ) Para e n t e n d e r H>(a p r e d i c c i ó n , d e b e t e n e r s e p r e s e n t e q u e D a m e q u i e r e
ó vacilación, de s u e r t e que no me hables como h o m b r e que escribir q u i n i e n t o s COD la letra I). c i n c o c o n V. y d i e z c o n X. Estas tres letras
sueña. dan la palabra flu®, g e n e r a l ; de l o q u e <e d e d u c e q u e un g e n e r a l d e s t r u i r á á
la prostituta y al gigante. S e g ú n c o m p u t a d o r e s , seria e l e m p e r a d o r Enrique VII,
»Has de saber, q u e el fondo del carro que rompió la s e r - y según otros. Can el Grande; d e Verona.
(3) R e f e r e n c i a 6 l o s v e r s e s d e Ovidio.
(4) La Iglesia.
(1) Salmo xxviii.
(5) El Cristo q u e purgó la falta d e Adán.
(í) f a n Juan, c a p . 16.
(6) R i a c h u e l o d e Toscana, . q u e c u b r e d e una c a p a d e n s a d e tártaro los
<3) Stacio.
objetos e n é l s u m e r g i d o s .
h u b i e r a s m a n c h a d o tu espíritu cual P y r a m o m a n c h ó la fruta Se me eontestñ: «Ruega á Matilde que te lo explique .» Y la
moral. bella S e ñ o r a repuso como. qu.ien s e disculpa:
»Por solas estas circunstancias conocerás, para beneficio
espiritual, la justicia de Dios en el entredicho de q u e circuyó
el árbol.
. Mas como veo es de mármol tu inteligencia, y que en el
pecado se oscureció hasta el caso de deslumhrarte mis ecos,
quiero que los lleves, si no escritos, g r a b a d o s en ti, por la pro-
pia causa q u e lleva el peregrino un bordon rodeado de palma.»
Dije á mi vez: « J a m á s cambió la cera la figura en ella
impresa; mi razón tampoco c a m b i a r á vuestra huella.
»Mas ¿por qué vuestra a n h e l a d a palabra se r e m o n t a á tal
altura sobre mi vista, que cuanto más se a f a n a n mis ojos en
seguirla, con más facilidad la pierden?»
» P a r a hacerte conocer, repuso ella, la escuela que seguiste,
y á fin de asegurarte que su doctrina puede seguir mis p a l a -
bras, y últimamente para que observes que nuestra vida se
aparta de la divina cual se aleja de la tierra el Cielo que gira
á mayor altura.»
Aquí le dije: «No me acuerdo de h a b e r m e separado n u n c a
de vos, por lo q u e no me a r g u y e la conciencia.»
«Justamente no te puedes acordar de ello, me respondió
sonriendo; piensa que bebiste las a g u a s del Letheo.
»Y si el h u m o corrobora la vida del fuego, aquel olvido
denota claramente que tu preocupada voluntad cometió otras
faltas distintas.
» Desde este punto mis palabras serán tan terminantes, cual
conviene á tu miope vista.»
Mas refulgente y lento e r a á cada paso el sol al recorrer el
| «Esta y varias cosas que por mí le han sido reveladas, s e -
círculo del meridiano, que cambia conforme las distintas situa- guramente no las borró el a g u a del Letheo.»
ciones de la tierra; cuando pararon (cual se pára la v a n g u a r -
Beatriz: «Tal vez alguna de aquellas e n o r m e s preocupacio-
dia ó guerrilla que precede á un cuerpo de ejército, si a c o n -
nes q u e á menudo nos suelen quitar la memoria, haga q u e s u
tece alguna novedad en su marcha), las siete Damas, al a r r i b a r espíritu ofuscado no distinga por s u s ojos.
á un umbrío sitio que empezaba á ser claro y triste, a s i m i -
»Mas por allí se e s c u r r e el Eunoé; llévale al rio, y s e g ú n tu
lando su claridad á la que despide el verde follaje y las n e g r a s
costumbre, q u e se reanimen s u s q u e b r a n t a d a s fuerzas.»
r a m a s de los Alpes sobre s u s frescos arroyuelos.
Como la tierna y preciosa a l m a que j a m á s se excusa, y que
A presencia de ellos el E u f r a t e s y el Tigris parecían e m a - su voluntad la forma de la a j e n a voluntad, tan pronto' corno
n a r de una misma fuente, y que como íntimos amigos, se apar- le ha sido indicada por un signo, echó á c a m i n a r la bella Dama
tan con lentitud el uno del otro. al estar yo á su lado, diciendo á Stacio, como lo a c o s t u m b r a n
«¡Oh I las mujeres: «¡Vente con él!»
uz
y gracia de la h u m a n a raza! ¿Qué a g u a e s esa que ¡Ah lector! á n o ser por la falta de espacio, c a n t a r í a en
viniendo de un propio origen, se e n s a n c h a despues y se divide?»
'¡m^'ka H &}*« u . ,
p a r t e la rica bebida de la q u e j a m á s m e c r e y e r a saciado; el íliuortu 5í£íl¥£tSITÉSü

papel destinado al s e g u n d o canteo está ya lleno, y no* m e c o n - PARAISO "ALFGüSO RETES"


s i e n t e s e g u i r a d e l a n t e el f r e n o del a r t e .
«•feti* M*n3a¿r,«J3fir
Aquella s a n t a bebida me r e p u s o , c o m o se r e p o n e n las n u e -
v a s plantas, r e n o v a d a s en s u s h o j a s n u e v a s , q u e d á n d o m e puro
y p r e p a r a d o p a r a a s c e n d e r á las estrellas.

FIN DEI, PURGATORIO

en aquella cruz resplandecía el Cristo


P A R A I S O o )

C A N T O P R I M E R O

PARAISO
Despues de dar gracias al génio de la Poesía, que lo llevara
poco a poco haíslu la contemplación de los objetos divinos
Dante refiere que guiado por Beatriz pudo desde el Paraíso
terrenal elevarse al Cielo.

' Ü W g l ° r , a d e l q u e t o d o 1 0 p u e d e ' P e n e t r a e n e l orbe


J J I ^ J manifestándose más esplendorosa en unos sitios que
E n el ciel
- ° . que recibe más cantidad de luz, vi
| c o s a s imposibles de explicar para el que desciende d é l a s
| •alturas; pues á medida que n u e s t r a inteligencia se aproxima
| al objeto de su anhelo, penetra de tai m a n e r a en él, que la
memoria no puede retroceder.
J No obstante, c u a n t a s preciosidades del reino santo ha po-
| d.do atesorar mi alma, serán en adelante objeto de mi canto.
¡Oh g r a n Apolo! haz de mí para este último canto un vaso
bosando de tu poder, cual tú lo pides para tu amado lauro.
Hasta a h o r a tuve suficiente con una de las c u m b r e s del
Parnaso; en adelante me hacen falta las dos para proseguir
resto de mi ruta.

| (1) Dante dio al infierno la forma de embudo inmenso, en c u y o fondo está


g satán: la forma de una montaña al Purgatorio, «lesde cuya prominencia el al...a
| se lanza a los Cielcs. El Paraíso t-ndra diez e s f e r , s e n lasque, guiado por Beatriz
• ra penetrando y son: La Luna, Mercurio. Vénus, Sol, Marte. Júpiter, Saturno la
•dulas Estrellas fijas, el Primer Móvil y el Empíreo
Penetra en mi peeho infundiéndome el aliento de que e s t a - Beatriz tenia la vista fija en las e t e r n a s r u e d a s (1); m i s
bas poseído, al sacar de a p u r o los miembros de Marsyas. ojos se posaban en ella a p a r t a d o s de lo alto; y al contemplarla
¡Oh divina virtud! si vienes á mí de m a n e r a que pueda bos- me sucedió lo q u e áCilanco al g u s t a r aquella yerba q u e le hizo
quejar la sombra del reino de Paz g r a b a d a en mi mente, me acompañante de los dioses marinos.
verás dirigirme á tu querido árbol y c o r o n a r m e con sus hojas,, ! El poder de t r a s h u m a n a r no podría explicarse per verba;
de las q u e la materia y tú me habréis hecho acreedor.
baste este ejemplo para el que la gracia le reserve la e x n ep -
Con tal rareza, ¡oh padre mió! se logra el laurel por triunfo, nencia. "
César ó Poeta (falta y vergüenza de la h u m a n a voluntad,) q u e Si fuera yo sólo aquel á quien há poco creaste, y tú sabes,
al desearlo un espíritu, debía- el follaje de Peneo extender la- Amor que riges el Cielo, ¡oh tú que me elevaste á la luz!
alegría en derredor de la venturosa divinidad de Delfos. Cuando el celestial movimiento que eternizas ¡oh espíritu
A la ténue chispa sigue la llama voraz; tal vez despues de anhelado! me hizo fijar en él por la g r a n armonía que combi-
mí se o r a r a con voz m á s entonada, de suerte q u e G y r h a (1) nas y disciernes, parecióme que se iluminaba á la llama del
se digne responder. sol una parte grande del Cielo, y que j a m á s las lluvias ó cor-
La claridad del mundo viene á los mortales por diferentes rientes formaran tan extenso lago.
a b e r t u r a s ; m a s cuando nace de ésta, en la que se unen c u a t r o
Lo nuevo de aquellos sonidos y aquella luz diáfana me
círculos formando tres cruces, su c a r r e r a e s mejor y también abrasaron de tal s u e r t e en el deseo de inquirir su causa, que
es mejor su indujo; modela y m a r c a mejor á su capricho la nunca sentí tan vivo aguijón
cera de nuestro mundo. I)e modo que ella, que me veía como me veia yo á mi
Ya llegaba casi á lo alto el alba, por medio de aquella mismo, quiso satisfacer la conmocion de mí alma, y antes de
a b e r t u r a , dejando abajo la noche; de suerte, que el alto hemis- preguntarle, abrió los labios, diciéndome:
ferio era blanco, y el otro negro, cuando vi que Beatriz mira- «Tú mismo retardas el entenderlo todo con t u s ideas falsas;
ba al sol, dirigiendo su vista á la izquierda; j a m á s el águila de suerte, que no alcanzas lo que alcanzarías á haberlas des-
miró con más fijeza. vanecido.
Y como un segundo rayo brota del primero, remontándose •. »Ya no te hallas en la tierra, según tú crees; el rayo, cuando
á lo alto, imitando al peregrino que se quiere volver, del mis- se desprende del sitio de su formación, es menos veloz q u e tú
mo modo la acción de Beatriz, penetrando en mi mente por al ascender á este lugar.»
mis ojos, dió vida á mi acción, y contra n u e s t r a naturaleza Si me halló f u e r a de la primera duda, por favor de aquellas
y costumbre, puse la vista en el sol. breves y tiernas frases, me envolvió todavía m á s otra
nueva.
Muchísimas cosas que son allí posibles, dejan de serlo aquí,
por virtud del sitio cerrado para la h u m a n a especie. Y le dije: «Muy contento me veo libre de mi primer a s o m -
No pudieron mis ojos a r r o s t r a r por largo espacio la c l a r i - bro; m a s a h o r a me admiro de cómo he podido ir aun más allá
dad de los r a y o s del sol, m a s sí el suficiente para verle des- | que esos aéreos cuerpos.»
pedir chispas semejantes á las que brotan del hierro candente j Ella, despues de suspirar piadosamente, dirigió su vista
al salir de la fragua. hacia mi con la solicitud de una madre ante el deseo de su
hijo, y me habló asi:
Súbito me pareció q u e el día iba juntándose al dia, c o m o J
si El q u e puede (2) hubiera embellecido el Cielo con un nuevo- j | «Todas las cosas observan un orden entre sí, y este órden es
sol. el que hace al universo parecido á Dios.
»Las criaturas advierten aquí las huellas de la eterna fuerza,
que es el fin para el que fué invertido el orden antes citado. '
(1) Dios
(2) Dios. U) Las esferas.
»En este orden toda criatura tiene su inclinación, y con-
forme su diferente suerte, se aproximan más ó menos á su
origen. C A N T O S E G U N D O
»De suerte, que giran hácia distintos puertos, por el gran
Océano del sér, cada uno con el instinto que le fué dado y El poeta guiado por Beatriz penetra en el cuerpo de ta Luna,
que le conduce. primera esfera.—Acción de gracias al Altísimo.—Beatriz
explica á Dante el motivo de ¡as manchas que se observan en
»Uno de estos instintos conduce el fuego hácia la luna; el la Luna.
otro es un móvil en el corazon de los mortales; el otro junta
y amasa la tierra en si misma. H, los q u e deseosos de oír habéis seguido en un bote
»Y aquel arco no hiere sólo á las c r i a t u r a s que carecen de mi buque que e d e l a n t a c a n t a n d o , volved la proa para
inteligencia, sino también á las que poseen intelecto y amor. observar de nuevo las riberas; no os desvieis en el
mar, pues el perderme podriais fácilmente e x t r a -
»La Providencia, que lo dispone todo con tal sabiduría,
viaros.
aclara c o n t i n u a m e n t e con su luz el Cielo en que rueda con la
m a y o r velocidad la primera causa. Nunca han sido surcadas las a g u a s en que voy á p e n e t r a r .
»Y allí e s donde ahora, como á punto marcado, nos empuja Mi vela es impulsada por Minerva; Apolo me guia, y las M u s a s
me enseñan las Osas.
la virtud de aquel órden q u e dirige cuanto se lanza hácia un
objeto grato. Vosotros, pocos, que tendisteis desde luego el cuello hácia
»Verdad es que como la forma no se halla siempre de el pan de los ángeles, del que aquí se vive, sin poderse ver '
acuerdo con la intención del arte, porque la materia es muda saciados de él, ¿otad al agua vuestro buque, viniendo en pos
p a r a responder, á menudo se desvia de aquel camino la cria- de mi estela sobre las ondas, que pronto se volverá á unir.
tura que tiene el poder, si bien impulsada de aquella manera, Los gloriosos A r g o n a u t a s que pasaron á Colchos, se e x t r a -
de dirigirse por otra senda. ñaron menos de lo que os e x t r a ñ a r e i s vosotros al ver á Jason
trasformado en boyero.
»Y (como puede verse caer el fuego de una nube) cae ella
La continua sed creada con el anhelo de a r r i b a r al reino
al verse desviada hácia la tierra, su primer impulso por uri
establecido sobre Dios, nos conducía con una velocidad p a r e -
engañoso placer.
cida á la con que miráis al Cielo.
»Ya no debe a s o m b r a r t e tu ascensión, si no me equivocd,
Beatriz estaba fija en lo alto, í n t e r i n yo me fijaba en ella,
m á s de lo que te e x t r a ñ a r í a ver descender un rio de la cumbre
y tal vez en menos tiempo que se invierte en poner un dardo
de una m o n t a ñ a .
en el arco, y salir volando, me contemplé llegado á un sitio en
. »Maravilloso f u e r a en tí, sí libre de todo inconveniente, te
el que un admirable objeto atrajo mi atención. Entonces, la
hubieras sentado abajo, como lo seria el que estuviese en paz
que no podia i g n o r a r mi más recóndito pensamiento, volvióse
s o b r e la tierra la viva llama.»
á mi, tan bella como llena de g r a c i a .
Luego elevó de nuevo s u s ojos al cielo.
«Eleva á Dios tu reconocida alma, me dijo, pues que nos ha
trasportado á la estrella primera.»
Me pareció que nos hallábamos envueltos en una nube
refulgente, sólida y densa, tan bella como diamante herido por
el sol.
La perla eternal (1) nos admitió en su seno cual la s u p e r -
ficie del agua r e c i b e ^ n rayo de luz, continuando unida.

«LJ I.J Luna.


Siendo yo cuerpo, no se concibe aquí abajo como una »Si los cuerpos extraños dibujasen esas manchas, se verian
dimensión pueda permitir otra, ni lo que debe suceder si un en los eclipses del sol, pues su luz p a s a r í a á través de la luna,
cuerpo penetra en otro; de suerte, que ardíamos en deseo do
como atraviesa los demás cuerpos raros, pero no sucede asi.
ver aquella esencia, en la que se advierte cómo se r e ú n e á
»Por lo que debe examinarse la otra suposición, y si llega
Dios nuestra naturaleza.
á destruirla, tu parecer será considerado como falso.
Allí se notará todo lo q u e creemos por la fe, sin n i n g u n a
»Si el cuerpo r a r o ó trasformado no puede traspasar la L u n a ,
demostración; todo se manifestará por sí solo, como la primi-
es necesario que haya un punto por el q u e su contrario le dé
tiva verdad q u e ha creído el hombre.
paso; y de aquí el que s u r j a el rayo, cual brota el color de un
Yo repuse: «Señora, con toda la gratitud que cabe en mí,
vidrio ó cristal conteniendo u n a capa de plomo.
doy g r a c i a s al q u e me elevó del mundo mortal. Mas decidme:
»Dirás que el rayo de luz aparece aquí más oscuro q u e .-'en
¿qué m a n c h a s oscuras son las de este cuerpo, objeto que á
otrós sitios, pues tiene que reflejar á mayor profundidad; mas
tantas fábulas ha dado m a r g e n allí abajo respecto á Cain (1)?»
esta idea tu mismo la desvanecerás con la experiencia, ese
lilla me dijo sonriendo: «Si la idea de los mortales se ;
manantial do brotan los raudales de vuestras artes.
pierde ante todo lo que no pueda a b r i r la llave de los s e n -
»Cogerás tres espejos, para poner dos de ellos algo a p a r t a -
tidos, en verdad no debieran herirte tanto en adelante los )
dos de tí, y hacer que el tercero se halle mas lejos a u n , y lue-
dardos del asombro, puesto q u e si va en pos de los sentidos,
go fijar tu vista entre los dos primeros.
bien notarás q u e tu raza tiene cortos vuelos.»
' —«Sin embargo, dime lo que pienses acerca de ello.» »Vuelto de este modo á los espejos, procura que detrás de
ti se alce una luz que domine á los tres y torne á tí con el
Entonces yo respondí: «Lo que aquí a r r i b a , m e parece de |
reflejo de los tres espejos; a u n q u e el q u e se halle á la sazón
forma diferente, debe proceder de cuerpos trasformados y de '
más léjos no dé tan extensa luz, verás que ilumina con tanta
cuerpos densos, á mi entender.»
viveza como los otros dos.
Ella á su vez: «Con seguridad notarás que tu creencia está
»Entonces, como los sitios q u e cubiertos de nieve se hallan
basada en fundamentos falsos, si oyes bien eí a r g u m e n t o que
libres de su color y de su primitiva frialdad, á favor de los
te voy á oponer.
ardientes rayos del sol, desprendido tu espíritu de s u s falsas
»La esfera octava ofrece distintas estrellas, que por la c a n - opiniones, recibirá por voluntad mia una luz tan viva que sólo
tidad y calidad de la luz, puede verse que son como de aspec- á su aspecto la verás centellear.
tos diferentes. Si aquellas diferencias fueran producto de cuer-
»En el Cielo de la divina paz se agita un cuerpo, cuya vir-
pos trasformados y densos, no hubiera en dichas estrellas más
tud encierra el sér de todo cuanto contiene; y el Cíelo, con
que una virtud distribuida en m á s g r a n d e , m á s pequeña ó igual
arreglo á su n ú m e r o de estrellas, reparte aquel sér entre e s -
escala.
trellas diferentes, de él diversas y en él habidas.
»A pesar de ello, varias virtudes deberán ser el fruto de for-
»Losotroscielos disponen de otra m a n e r a las distincionesque
males principios, y éstos á excepción de uno, se destruirán
contienen, llevándolas al fin y objeto á que fueron destinadas.
por tu raciocinio.
»Aquel organismo del mundo, como a h o r a lo ves, desciende
»Hay más; si un cuerpo e x t r a ñ o formase esas m a n c h a s negras, de grado en grado, de suerte que toman de lo alto la virtud
de las que me preguntas el motivo, el planeta estaría e n t o n - que han de comunicar abajo.
ces en algún punto privado de su material: ó como el cuerpo »Observa cómo por esa senda me encamino hácia la verdad
de un animal, que tan pronto m u e s t r a su gordura, tan pronto que deseas, para que en adelante puedas tú seguirla sólo con
su flaquedad, variaria de color el planeta en s u s diferentes paso firme.
partes.
»La agitación y virtud de las s a g r a d a s esferas debes a t r i -
buirlas á móviles sagrados, como ha de atribuirse al h e r r e r o
( I) t i pueblo creía ver á Caín e n las manchas d e la Luca llevando un haz.
la obra de martillo.
»El Cielo octavo, al que tantas luces hacen explendoroso, Así como por virtud de cristales transparentes, ó por la del
toma el aspecto de la profunda ciencia que le imprime el mo- agua clara y s e r e n a , cuyo fondo no está oscuro por la m u c h a
vimiento y que se convierte en su timbre. . profundidad, vienen á nuestra vista tan debilitados los objelp?,
»Y como el alma, sobre el polvo vuestro, viene por diferen- que la perla en la frente blanca no se presentaría con más len-
tes miembros á confundirse con distintas potencias, así la sa- titud á nuestros Ojos, así noté á varias figuras q u e se prepa-
biduría desarrolla centuplicada su bondad entre las estrellas, raban á hablar. Por lo que caí en un e r r o r contrario al que
siempre girando sobre su unidad. inflamó el a m o r entre el hombre y una fuente (1).
»Toda virtud se j u n t a por medios diferentes al cuerpo que Como al verlas me figuré que eran producidas por algún
vivifica, al que se enlaza como la vida en vosotros. espejo, volví la cabeza para e x a m i n a r su procedencia, mas
»Esta virtud a m a l g a m a d a por los cuerpos, brilla en la nada pude averiguar; entonces la dirigí á mi dulcísimo guia,
grata naturaleza de donde e m a n a , como la alegría en la vivaz y me sonrió brotando fuego de s u s miradas s a n t a s .
pupila.
«No te extrañe me ria de tu pueril raciocinio, me observo
»Aquella e s la virtud de su procedencia y no de los cuerpos
Beatriz; tu pié todavía no se posa en la senda de la verdad,
trasformados ó densos, lo que parece en la luz desigual; ésta
por lo que no es extraño que tropieces.
es el principio que produce, con arreglo á poder, lo claro y lo
»Esas figuras que notas son sustancias verídicas, aquí des-
oscuro.»
terradas por no haber cumplido su voto.
»Las puedes hablar, oír y creer, porque la luz verdadera
qué las alegra, no consiente que s u s pasos se aparten nunca
C A N T O T E R C E R O de ella.»
Yo me dirigí á la que más dispuesta me parecía á hablar,
Dante encuentra en la Luna las almas de las que, habiendo he- y cual hombre abrumado por la precipitación, dije así:
cho coto de virginidad, la violencia les obligó á no cumplir «Oh alma creada felizmente, q u e baja los rayos de eterna
su voto, /'¿carda, hermana de Foresio, dice al poeta, que vida, sientes una dulzura que no se puede comprender si no
todos los bienaventurados se conforman con su grado d f . glo-
ria, y despues la regla de la orden religiosa que ella y Cons- se ha gozado.
tancia, hija del rey Rogerio, habían abrazado en la tierra. »Tendré motivo de reconocimiento, si tienes la bondad de
—Con arreglo d varios comentadores, el poeta escogió la Lu- indicarme tu nombre y vuestra común suerte.» ¿ ;
na para morada de la virginidad, pues siendo este planeta Y la sombra súbitamente, con ojos de complacencia, dijo:
muy frío, predispone las almas ala castidad. Consta además
que en lo antiguo, Diana ó la Luna era diosa de la virginidad. «Nuestra caridad j a m á s cierra la puerta á un deseo justo;
se congratula con la de Dios, que quiere que toda su corte se
le asemeje.
l sol aquel (I), que en un principio enardeció de a m o r
mi corazon, me descubrió luego, por medio de s u s »En el mundo fui una religiosa virgen, y si evocas tus r e -
palabras y s u s pruebas, el bello aspecto de la p u r a cuerdos, me verás, si bien embellecida.
verdad. »Recordarás á Picarda (2). Destinada fui aquí con esos
Yo por declararme convencido ó lleno de persuacion, cual otros séres bienaventurados, y también lo soy en la más lenta
esfera (3).
debia, alcé la cabeza para hablar, mas se me apareció u n a
visión, que de tal s u e r t e me absorbió, que dejé de pensar ya »Henchidos n u e s t r o s afectos con los solos goces de sanio
en mi revelación. espíritu, se regocijan, s e g ú n el órden con que él los estableció

(1) Narciso.
(2) Picarda de los Donat i, nacida en Florencia.
(1) Beatriz, o sea la Teología.
(3) l a Luni>, según Piolomeo.
CANTO IV 279
— • : *•- '
Esta suerte, al parecer indigna, nos está deparada por haber
ya velando, ya durmiendo, con el esposo que admite todo voto
descuidado nuestros votos ó romperlos en parte.»
que armonice la caridad con su anhelo.
Yo á ella: «En vuestros semblantes brilla el destello de la
> T ' o r i r e n pos de ella, me. a p a r t é del m r ndo; siendo aun
divinidad, que hace cambiar el aspecto ó la idea que se ha
muy jóven, me encerré bajo su habito, y ofrecí s e g u i r e i camino
conservado de vosotras. Asi es, que fui tardío en recordarte;
de su órden; pero algunos hombres, más avezados al mal que
mas ayudado por tus palabras, a h o r a ya me es fácil conocerte.
al bien, me a r r a n c a r o n de ini amado claustro. Dios sabe lo
»•Pero decid, vosotras que sois dichosas en esta esfera, ¿no que fué despues de mi vida.
anheláis más elevado sitio para ver mejor á Dios, para ado-
* »Por lo que hace á ese otro resplandor que ves á mi dies-
rarle mejor y ser más queridas de él?»
tra y que luce con toda la luz de esta esfera, dice para si lo,
Se sonrió un poco con las otras sombras, y después me con- propio que te he dicho de mi m i s m a .
testo ian placentera, que parecía a b r a s a r m e en el a m o r del
»Mas cuando tornó al mundo contra su deseo y s u s s a n t a s
primer fuego.
costumbres, no se vió j a m á s despojada del velo de su rostro.
«Hermano, una virtud caritativa e n f r e n a nuestra voluntad,
I »Es la luz de la bella Constanza (1), q u e luego del segundo
y no nos deja desear más de lo que poseemos, por extinguir
en nosotras la sed de otro bien. orgullo de la Suabia, engendró el tercero y último poder de la
raza aquella.»
»Si a n h e l á r a m o s m o r a r á más altura, disentiría nuestro
Esto dijoPicarda, y despues empezó á entonar el Ave María,
deseo de la voluntad del que aquí nos reúne; y las esferas celes-
y cantando desapareció, cual se oculta un objeto de g r a v e
tiales no admiten tal discordancia.
peso á través del a g u a o s c u r a .
»Si te fijas bien en su naturaleza, observarás que aquí es
preciso vivir en la caridad, y que e s hasta indispensable en Mis ojos, que la siguieron hasta su desaparición, se vol-
nuestro bienaventurado sér ceñirse á la divina voluntad; de vieron al objeto de un deseo mayor, posándose e n t e r a m e n t e
suerte, que nuestras voluntades se fundan en una sola. en Beatriz; m a s despidió ésta tales rayos a n t e mi viáta, que
no me fué posible soportarlos. De aquí mi detención en pre-
»El que g u a r d e m o s un órden por grados, complace á todo guntarla.
este remo, como á su rey, cuya voluntad hace nuestra voluntad.
»En ella reside n u e s t r a paz; aquella voluntad e s el m a r al
qyo se une todo lo que ella creó y lo que procede de la n a t u - I CANTO C U A R T O ^
raleza.»
Aquello me hizo comprender que todo sitio del Cielo es
Paraíso, a u n q u e la gracia del Supremo bien no se esparza en Continua Danto, en el planeta de la Luna—I.e recela Beatriz
él por partes iguales. dos verdades: una respecto á la morada de los bienaventura-
dos, la otra f eferente á la diferencia entre /a noluntad mixta
Entonces me secedió lo que al que está saciado de un plato,
y la voluntad absoluta.—Dante pregunta si hay meglio de re-
que lo desvia para probar otro que apetece, puesto que con parar los votos que fueron quebrantados.
la acción y la palabra hice por saber de aquella alma qué tela
siguió tejiendo hasta el final. -
«Una vida arreglada, un mérito eminente, me observó, E dos platos puestos á igual distancia, V que los dos
ponen á la, m u j e r en un sitio del Cielo más elevado que el fueran igualmente gratos, un hombre, àrbitro de
nuestro, según el t r a j e de la órden que viste y el velo con que #•'<,% e s c o g e r > se moriría de hambre antes de probar uno;
s e c u b r e en vuestro mundo (1), para seguir hasta la muerte, lo mismo acontecería al cordero colocado entre dos
hambrientos lobos, y al perro colocado entre dos g a m o s .
( I ) Santa Clara, d e la ó r d e n religiosa d e Franciscanas, á la q u e b a b i a p e r -
t e n e c i d o Pii arda. (t) I m i t a c i ó n d e Ovidio.
Por eso a u n q u e no hablaba, no m e arrepiento; suspenso con
mis dudas, e r a necesario aquel intérvalo; á pesar de todo, no
me envanezco d<- haber obrado ( asi.
Callaba, m á s el deseo se dibujaba en mi semblante y como
también en ella se destacaba mi pregunta, era esto más digno
que las mismas palabras.
sb»"—
Beatriz practicó lo que Daniel librando á Nabncodonosor
de la cólera que le hiciera tan injusto y cruel.
. Y me dijo: «Te veo atraído por dos deseos completamente
opuestos; tanto más g r a n d e es tu cuidado, cuanto no puede
e x p r e s a r s e exteriormente.
»Hé aquí tu a r g u m e n t o : sí persevera la buena voluntad, ¿por
qué la violencia de otro ha de empequeñecer mi mérito

psMtei
propio?
»También hallas otro motivo de duda en que las a l m a s f > ; I u s e g u n d a duda no envuelve tantr,
enen P
malicia „ „ p e « * a p a r t a r t e de I T °' " e S l 0 t""í SU
parezcan volver nuevamente á las estrellas, conforme la sen-
tencia de Platón (1).
»Estas son las ideas que pesan con igual fuerza sobre tu
voluntad; de suerte que principiaré por la q u e tiene m á s hiél.
»De los serafines, el que penetra más en Dios, ya sea Moi-
sés, Samuel ó uno de los J u a n e s (el que te plazca), prescindo
d e María, tiene su asiento en el propio cielo en que acabas de
ver aquellos espíritus, y cuentan de existencia los mi^mosaños.
»Sin embargo, todos aquellos serafines embellecen el c i r -
culo primero, y su vida es más ó menos g r a t a , s e g ú n el grado
en que perciben el Espíritu eterno.
»Aquellas s o m b r a s se presentaron aquí, no porque sea ésta
la esfera de su destino, sino para decirte cuál de las esferas
tiene menor elevación.
»Esta es la m a n e r a cómo debe hablarse á .vuestro espíritu,
ya que sólo entiende por el sentido lo que despues es digno
F-SastóE fc:rr
de la inteligencia.
»Por eso la Escritura se aviene á vuestras facultades, y da
á Dios manos y piés en tanto que ella lo ve de forma dife-
rente.
»La s a n t a Iglesia os presenta también bajo h u m a n a a p a -
riencia á Gabriel, Miguel y al que sanó á Tobías.
»El pensamiento de Timeo (2) acerca de las almas, no tiene

(1» VCose Timeo.


m a a 1 F
(2) Quiere decir, Platón en el Timeo. 'a primitiva verdad
»Según pudiste oir por boca de Picarda, que Constanza
19
siempre a m ó el velo, de suerte que esto parecia contrade-
cirme; has de saber, h e r m a n o , que suele suceder que para huir
el riesgo, hace uno, contra su voluntad, lo que no se debe
C A N T O Q U I N T O
hacer. Véase lo que aconteció á Alemeon, que, instado por su
padre, mató á su misma madre, y que por no perder la piedad,
se hizo impío. Beatriz se propone resolver la duda de Dante, expuesta en el
» Deseo pienses, sobre esto, que si se j u n t a n la fuerza y la ""tenor canto, referente á la eseneia del voto, le manifiesta
voluntad, resultan las faltas inescusables. el medio de atender a los no cumplidos.-Despues descienden
»La absoluta voluntad no consiente el mal, pero consiente al segundo cielo, planeta Mercurio.—Multitud de almas
bienaventuradas van hacia el poeta, y una de tantas se pro-
en él en tanto cree c a e r en otro m á s g r a n d e , y cede á fin de pone responder a todas sus preguntas.
evitarlo.
»De m a n e r a , q u e al e s p r e s a r s e Picarda de aquel modo, era
:i acaso te parezco más refulgente en este centro del a r -
porque se referia á la absoluta voluntad, y yo aludo á la otra;
diente amor, que cuanto hay en el suelo, y hasta sov
así los dos decimos lo cierto.» superior á la fuerza de tu vista, no lo extrañes, por-
«Tal fué el desborde del santo manantial al brotar de la que esto proviene de una magnífica vista que, como
fuente do m a n a toda verdad, que calmó mis dos voraces abarca bien los objetos, los e x a m i n a con la misma rapidez
deseos. que los nota.
»¡Oh a m a n t e del a m a n t e primero! (I) ¡Oh Señora celestial!
y »Ya veo resplandecer en tu mente la eterna luz, cuya vista
exclamé, cuyo acento m e circunda y anima; mi afecto no es
sola enardece en nosotros el a m o r .
tan inmenso que consienta devolver gracia por gracia; mas el
| »Si a l g u n a cosa atrae luego el vuestro, es sólo un rayo ténue
q u e lo sabe y ve todo, que conteste por mi.
que reluce á través del objeto de vuestra atracción
»Bien observo que no puede satisfacerse nuestro entendi- j »Tú deseas saber si por favor de otras buenas acciones
miento, á no iluminarlo la verdad, f u e r a de la q u e no brilla puede cumplirse la falta del voto, con objeto de q u e e l alma se
otra alguna. pallé libre del remordimiento.»
»Tan luego como la ha alcanzado, reposa en ella c u a l la
De esta m a n e r a empezó su canto Beatriz; y como persona
fiera en su cubil; y hay que alcanzarlo para que no sean esté-
que prosigue su plática sin interrumpirse, siguió de este modo
riles todos nuestros anhelos. su santa enseñanza:
»Por el deseo brota la duda al pié de la misma verdad, cual
«El más inmenso don que Dios en su liberalidad nos c o n -
un retoño; y f o r m a parte de nosotros al trepar hasta la cima
i d i o al crearnos, que está más de acuerdo con su bondad v '
de colina en colina.
que tiene en más estima, es el libre albedrío del q u e sólo están
»Ello me induce y alienta, ¡oh señora! á h a c e r o s nueva pre- «otadas las c r i a t u r a s inteligentes.
g u n t a respecto de otra verdad que se m e oscurece.
| »Si te fijas un poco en este principio, comprenderás a h o r a
»Deseo s a b e r si puede el hombre suplir los votos no cum-
£1 gran valor de un voto, si se hizo de suerte que consintiera
plidos, valiéndose de b u e n a s acciones, que sean de peso grave!
.Dios al consentir tú; pues u n a vez practicado el trato entre
p a r a n u e s t r a balanza.»
g | o s y el hombre, se hace sacrificio de aquel albedrío de que
Beatriz m e miró con ojos amorosos, y tan divinos, que sin-
tiablo, quedando sacrificado por su mismo hecho.
tiéndome a r r o b a d o , m e volví, quedándome con la vista baja-
»Así, pues, ¿qué puede darse en cambio? Si tienes el c o n -
vencimiento de h a c e r buen uso de tu oferta, es querer p r a c -
(I) Beatriz, amada do Dios. ticar buena obra con objeto mal adquirido.
»En adelante ya s a b r á s á qué atenerte sobre el principal
punto. Mas como la Iglesia s a n t a concede dispensas en esto,
»Teneis para g u i a el Antiguo y Nuevo Testamento, y el
lo que parece inconsecuente con la verdad q u e te revelé, t e : Pastor de la Iglesia; que sea esto suficiente á vuestra s a l v a -
será necesario estar de sobremesa un intérvalo, para la mejor i cion.
digestión del alimento sólido que h a s tomado.
| »Si un mal deseo os llama á otro sitio, sed hombres y no
»Por tu razón en lo que te presento, y guárdalo en ti mismo,
locas ovejas, para que no se mofe de vosotros el judio e n -
pues el oir sin retener no presta enseñanza. i medio de vosotros.
• ¿Dos c i r c u n s t a n c i a s son precisas para la perfecta esencia
í, »No practiquéis lo q u e el corderiUo, que deja la leche de
de aquel sacrificio; u n a es el propio objeto que se sacrifica^
su madre, é inocente y juguetón Jucha contra sí mismo, por
la otra el pacto en si mismo. lista última no se borra nunca r isolo capricho.»
si deja de observarse; á ella aludía hace poco al hablar de un
modo absoluto. | Como lo escribo, me lo dijo Beatriz. Después volvióse llena
§ ae ueseos hacia el punto en q u e brilla m á s el mundo.
»Por este motivo, en los hebreos f u é una necesidad el o f r e -
| Su mutismo, y la metamorfosis operada en s u s facciones
cer, si bien la ofrenda solia sufrir un cambio como no debes | dispusieron mi espíritu á otras nuevas cuestiones.
ignorar (1). ¡ Y como Hecha que da en objeto antes de cesar la agitación
»Por lo q u e h a c e á la otra causa que te mostré, como dando de la cuerda, volamos al reino segundo (1).
base á la materia del sacrificio, puede ser de tal índole, que j. Observé tan radiante á mi Señora al penetrar en la luz
no h a y a falta al trocarla por otra materia. •de aquel cielo, que el planeta fué por ella mucho más l u m i -
»Sin embargo, que no cambie nadie por autoridad propia H noso.
el peso de su hombro, sin una vuelta de las llaves blanca y
¡Y si la estrella pudo trasformarse y sonreírse, qué haria yo
amarilla (2). que por naturaleza soy inamovible en todo!
»Calcula que es insensato todo cambio, si el objeto que se
| Tal como en un estanque de a g u a limpia y serena llegan
deja ó prescinde no está dentro del q u e se toma nuevamente-
solícitos los pececillos al objeto que procediendo del exterior
como dos en cuatro.
[• lo creen su pasto, asi vi llegarse á nosotros miles de expleu-
»Todo objeto que sea tal su peso por su valor, que traiga
| dores q u e g r i t a b a n : «¡Hé aquí motivo p a r a a u m e n t a r nuestros
la balanza hácia sí, no puede reemplazarse con ningún amores!»
otro.
Y en tanto que cada uno se dirigía á nosotros, veíase rego-
»¡Que dejen los mortales de tomar por juego el voto q u e
l a el alma á través del vivo resplandor que despe-
les obliga! Observad fidelidad, y no cegueis al obligaros, cual
Jefte en su ofrenda p r i m e r a . Mejor le hubiera estado decir: | Calcula, lector, si parase aquí lo que a h o r a empieza, cuál
«Mal hice,» que obrar peor cumplimentando su voto, y se sena el h a m b r e horrible que sentirías por saber el resto, y por
puede considerar tan insensato al gran jefe griego, que pre- f apreciarás cuánto anhelaba e n t e r a r m e yo de la condicion de
cisó á Ifigenia á que llorara su hermoso rostro, haciendo llo- aquellos explendores desde el punto que los vi
rar por ella á locos y cuerdos, al oír mencionar tan bárbaro
I S t ™ nació aquel á quien la gracia consiente ver
culto.
¡ t r 0 n ° f l s d e l e t e r n o t r ' » ° f «»tes de salir de la milicia de los
»¡Oh cristianos, moveos con m á s lentitud; no imitéis á la | i v o s ; inflamados nos hallamos del resplandor que se extiende
pluma que vuela á todos vientos; no creáis que sirva toda agua por todo el c e l o : asi, si quieres i l u m i n a r t e respecto á nuestra
para lavaros! suerte, puedes saciar tu deseo.»
¡ Esto me dijo uno de aquellos piadosos espíritus; luego Bea-
triz: «Puedes hablarles confiado y creerles como dioses.
(4) ¡critica, c . I, v. 8.
(2, T é n g a n s e p r e s e n t e s las dos l l a v e s d e 1« Iglesia, c a n t o ¡ \ d e l Purgatorio.
Cielo d e Mercurio.
—»Veo que vives como en un nido, y este en tu propia luz,
trasmitiéndola por tus ojos, puesto q u e brilla al sonreír; mas
desconozco quién eres y por qué; tienes, ¡oh a l m a digna! efr
grado de la esfera que se esconde á los mortales por los rayos C A N T O S E X T O
de otra (1).»
Esto indiqué á la luz que me había hablado, y desde que la
hablé empezó á brillar m á s todavía. tn, PZ , 1 propusiera al poeta responder á sus prequn-
%*> „Z ira/7/!l*¿,lnian0' el ern era r
P d° » y refiere despues
las glorias del Aguila romana.~En Mercurio residen las
Wmas que por sus buenas acciones se supieron elevar á la qlo-
m-Brilla allí la luz de Romeo, ministro de Raimundo Be-
renguer y conde de Provenza.

N cuanto Constantino hubo dirigido el águila contra


el curso del Cielo que a n t e s siguió, tras el u s u r p a d o r
antiguo de Lavinia (1), quedóse el ave de Dios por
espacio de m á s de cien años en un e x t r e m o de
üuropa, en los montes de donde saliera.
»La sombra de s u s alas s a n t a s gobernó el mundo pasando
de u n a en otra mano; de suerte, que en estos cambios, vino á
' parar a las mías.
; »Fui César, y. soy Justiniano, que por voluntad del p r i m i -
tivo amor, del que j a m á s me aparté, suprimí de las leyes lo
J
inútil y supèrfluo.
»Antes de t r a b a j a r en esta obra, creí que había en Cristo
una sola naturaleza, y me conformaba con tal creencia, mas el
bienaventurado Agapeto, g r a n pastor me a t r a j o con s u s pala-
oras a la fé verdadera.
»Le creí, y cuanto me dijo lo veo claro a h o r a , cual ves tú
una parte falsa y otra verdadera en toda contradicción. Tan
luego como me puse al lado de la Iglesia, le plugo á Dios ins-
pirarme en pago de aquella obra, y m e dediqué á ella comple-
v
tamente.
»Los ejércitos se los confié á mi Belisario, y de tal modo le
auxilió la diestra de Dios, que fué señal para mí de que debia
Como el sol q u e se esconde por luz sobrada, cuando el calor darme al reposo.
b a disipado los vapores que le a t e m p e r a b a n , se escondió para »Mi respuesta aquí va e n c a m i n a d a á tu primera pregunta-
más placer en su resplandor la figura s a n t a , y de aquel modo mas el asunto me precisa á hacerla s e g u i r todavía de otras
me respondió lo que dirá el siguiente canto. aclaraciones, p a r a que contemples la razón de los que se alzan

(1) Luego que Constantino condujo á Boma á Bizancio el águila romana


(t) Los rayos del Sol. que siguió á Eneas d e Oriente á O c c i d e n t e y pais de Lavinia.
—»Veo que vives como en un nido, y este en tu propia luz,
trasmitiéndola por tus ojos, puesto q u e brilla al sonreír; mas
desconozco quién eres y por qué; tienes, ¡oh a l m a digna! el
grado de la esfera que se esconde á los mortales por los rayos C A N T O S E X T O
de otra (1).»
Esto indiqué á la luz que me habia hablado, y desde que la
hablé empezó á brillar m á s todavía. tn, PZ , 1 propusiera al poeta responder á sus preoun-
Z*> „Z ira/7/!l*¿,lnian0' el ern era
P d°r, y refiere despues
las glorias del Aguila romana.-En Mercurio residen las
almas que por sus buenas acciones se supieron elevar á la alo-
na-Brilla allí la luz de Romeo, ministro de Raimundo Be-
renguer y conde de Provenza.

N cuanto Constantino hubo dirigido el águila contra


el curso del Cielo que a n t e s siguió, tras el u s u r p a d o r
antiguo de Lavinia (1), quedóse el ave de Dios por
espacio de m á s de cien años en un e x t r e m o de
üuropa, en los montes de donde saliera.
»La sombra de s u s alas s a n t a s gobernó el mundo pasando
de u n a en otra mano; de suerte, que en estos cambios, vino á
' parar a las mias.
; »Fu('César, y.soy J u s t i n i a n o , que por voluntad del p r i m i -
tivo amor, del que j a m á s me aparté, suprimí de las leyes lo
J
inútil y supèrfluo.
»Antes de t r a b a j a r en esta obra, creí que habia en Cristo
una sola naturaleza, y me conformaba con tal creencia, mas el
bienaventurado Agapeto, g r a n pastor me a t r a j o con s u s pala-
oras a la fé verdadera.
»Le creí, y cuanto me dijo lo veo claro a h o r a , cual ves tú
una parte falsa y otra verdadera en toda contradicción. Tan
luego como me puse al lado de la Iglesia, le plugo á Dios ins-
pirarme en pago de aquella obra, y m e dediqué á ella comple-
v
tamente.
»Los ejércitos se los confié á mi Belisario, y de tal modo le
auxilió la diestra de Dios, que fué señal para mí de que debia
Como el sol q u e se esconde por luz sobrada, cuando el calor darme al reposo.
b a disipado los vapores que le a t e m p e r a b a n , se escondió para »Mi respuesta aquí va e n c a m i n a d a á tu primera pregunta-
más placer en su resplandor la figura s a n t a , y de aquel modo mas el asunto me precisa á hacerla s e g u i r todavía de otras
me respondió lo que dirá el siguiente canto. aclaraciones, p a r a que contemples la razón de los que se alzan

(1) Luego que Constantino condujo á Boma á Bizancio el águila romana


(t) Los rayos del Sol. que siguió á Eneas d e Oriento á O c c i d e n t e y pais de Lavinia.
c o n t r a el s i g n o s a g r a d o y s a n t o , los q u e se lo a p r o p i a n y los verla, como t a m b i é n el l u g a r d o n d e d e s c a n s a Héctor; d e s p u e s ,
q u e á él se o p o n e n (1).- por d e s g r a c i a de Ptolomeo, partió n u e v a m e n t e .
»Contempló la s u p l i m e virtud q u e lo hizo v e n e r a b l e , y que »De allí cayó en J u b a c o m o la centella; d e s p u e s volvió á
principió su gloria el dia en q u e P a l a s falleció p a r a d e j a r l e el dirigirse á vuestro Occidente, d o n d e oia v i b r a r el clarín d e
imperio (2). Pompeyo.
»No i g n o r a s que el á g u i l a reside en Alba m á s de t r e s siglos, »Por lo q u e ejecutó ella con el q u e la llevó luego (1), están
h a s t a el dia q u e l u c h a r o n por ella t r e s c o n t r a tres (3). Bruto y Cassio l a d r a n d o en el infierno (2); M o l e ñ a y P e r u s a
»Tampoco i g n o r a s lo que practicó desde el rapto de las padecieron m u c h o por esta c o n s e c u e n c i a .
.Sabinas hasta el q u e b r a n t o d e L u c r e c i a , d u r a n t e siete r e i n a - »Aun llora a q u e l l a Cleopatra, q u e al h u i r del Aguila, r e c i -
dos, q u e sojuzgó las n a c i o n e s vecinas. bí«) s ú b i t a y t r e m e n d a m u e r t e del áspid.
»Bien s a b e s lo q u e hizo, llevada p o r aquellos célebres r o - ; »Con éste voló el á g u i l a r o m a n a hasta el m a r Rojo; y con él
m a n o s , c o n t r a Breno, P y r r h o y los d e m á s p r i n c i p e s aliados. m i s m o f u n d ó en el m u n d o tan g r a n d e paz, q u e se c e r r ó el
» P o r ella T o r c u a t o y Quincio (4), q u e obtuvo r e n o m b r e por , t e m p l o de J a n ó .
s u cabellera descuidada, l o s D e c i o y F a b i o s é g r a n j e a r o n mere- »Lo q u e sin e m b a r g o me excita aquel s i g n o á h a b l a r de él,
c i d a f a m a , q u e m e complazco en a d m i r a r . hizo al principio lo q u e no c o r r e s p o n d i ó á lo que debia p r a c -
»Ella derrocó el orgullo d e los á r a b e s , q u e d e t r á s de Aníbal ticar d e s p u e s en el mortal reino q u e le está sometido, pues
p a s a r o n las Alpestres rocas, d e las q u e te d e s p r e n d e s tan altivo, q u e a p a r e n t e m e n t e f u é o s c u r o y m e z q u i n o , si se le c o n t e m p l a
joh rio Pó! | en m a n o s del César tercero, con vista i l u m i n a d a y afección
»Muy j ó v e n e s a u n , á su abrigo vencieron Scipion y P o m - l s i n m a n c h a . P o r q u e el justicia eternal q u e me inspira, le
peyo, p a r e c i e n d o a m a r g o el t r i u n f o alcanzado al pié del m o n t e otorgó con el brazo del que citó la merced de v e n g a r la d i v i n a
d o n d e naciste (5). E cólera (3).
» D e s p u e s , en aquella época en q u e el Cielo se dignó c o n - »Que te a d m i r e , e m p e r o , lo q u e te voy á decir.
ducir el m u n d o al estado de paz d e q u e él es modelo, César »Despues voló el á g u i l a con Fito á v e n g a r s e de la v e n g a n z a
lo tomó por voluntad de R o m a ; y lo q u e ella practicó desde : del a n t i g u o pecado (4).
el V a r a l R h i n , el Isere y el S a o n a lo n o t a r o n , y el »Sena lo »Y c u a n d o s e clavó en la Iglesia el d i e n t e lombardo, le
vió, como t a m b i é n el valle c u y a s c o r r i e n t e s h i n c h a n el R ó d a n o . a u x i l i ó Cario m a g n o , v e n c i e n d o al a m p a r o de las a l a s del
»Lo que hizo luego de salir de R á v e n a , y el paso del Rubi- 1
águila.
•con, f u é de tal velocidad, q u e ni lengua ni p l u m a podrían
»Ya p u e d e s j u z g a r á los q u e te mencionó a n t e s , y calcular
seguirle.
s i s u s faltas son el o r i g e n de todos n u e s t r o s males.
»Fué ella la q u e dirigió á E s p a ñ a s u s tropas, d e s p u e s hácia »El u n o opone la a m a r i l l a flor d e lis al s i g n o c o m ú n ; el otro
D u r a z z o , y la que tan r u d a m e n t e hirió en F a r s a l i a , q u e hasta t se lo a p r o p i a , sin tener en c u e n t a m á s que su partido; dificilí-
el a r d i e n t e Nilo sintió el dolor e m a n a d o de su e m p u j e . s i m o s e r i a a v e r i g u a r cuál d e los dos faltó m á s .
»Simáis y A n t a n d r e , desde do se l a n z a r a (6), t o r n a r o n á »Celebren, bajo e n s e ñ a n u e v a , s u s conciliábulos los g i b e -
linos; mal s i g u e n á aquel de quien ella y la justicia los a p a r t a .
»A p e s a r de q u e el n u e v o Carlos (5) no lo v e n z a con s u s
(I) So refiere a g ú e l f o s _ y gibelinos.
Í2) Por e l h i j o d e EvanJro.
il) Con A u g u s t o .
(3) C o m b a t e e n t r e Horacios y Curiacios.
(i) T é n g a s e p r e s e n t e e l r a n t o ú l i i m o d e l Infierno.
( 4 ) Q u i n e i o Cincinato.
(3) El t e r c e r César, Tiberio, pudo vengar l a m u e r t e d e Cristo,
(5) Monte d e Fiesolo, a l lado d e F l o r e n c i a , patria d e Dante Fiesolo so (i) La m u e r t e d e Cristo f u é la v e n g a n z a d e Dios por la M í a d e Adán, y Tito f u é
3 r r n i n ó por las l e g i o n e s r o m a n a s , p o r b a b e r dado a s i l o á Calilina. £ castigar a los ejecutores d e dicha venganza.
Con E n e a s . (6j Carlos, r e y d e Pulla.
giielfos, debe temer á los que a r r a n c a r o n las crines al más ter-
rible león.
»Suelen llorarlos hijos las faltas de s u s padres, y no puede
creerse que cambie Dios sus a r m a s por la íior de lis. C A N T O S É T I M O
»Esta reducida estrella (1) está llena de buenos espíritus,
que tuvieron actividad en la tierra para verse por la fama y
El Emperador desaparece con los otros espíritus.—Beatriz
la h o n r a . esclarece algunas dudas surgidas en la mente del poeta á
»Y cuando se alzan los desos hácia esta estrella, d e s v i á n - consecuencia de las palabras del emperador respecto de la
dose así, necesario será que los rayos del verdadero a m o r sean redención, la inmortalidad del alma y resurrección del
cuerpo.
menos vivos y más lentos en elevación.
»En el t a m a ñ o de nuestros méritos y recompensas está una
OSSANNA SANCTUS DEUS SABAOTH, SUPER ILLUSTRANS
parte inmensa de nuestra alegría, porque j a m á s la m i r a m o s
CLAR1TATE T Ü A FELICES IGNES MALABOTH!
ni menor ni mayor. De suerte, que la viniente justicia de tal
m a n e r a a t e n ú a nuestro deseo, que le seria imposible fijarse en E s t e fué el canto, que volviendo hácia su esfera,
la maldad. me pareció q u e «entonaba aquella sustancia (1), sobre
la que brilló doble luz (2).
»Diferentes sendas siguen ambos conciertos; por lo que los
Y ella, con las demás, tornaron á empezar su danza, y cual
distintos grados de n u e s t r a vida forman magnífica a r m o n í a en
rápida llama se ocultaron súbitamente á mi vista.
estas esferas.
Yo, dudando, me decia: «¡Díselo, díselo á la Señora á quien
»En esta esmeralda brilla la luz de Romeo (2), cuya p r e -
a d e r a s y que templa tu sed con el dulce néctar de s u s labios.»
ciosa obra obtuvo mala recompensa; los provenzales, que
Mas el respeto que de mi se apoderó por B y IZ, me incli-
fueron en contra suya, podrían reírse muchísimo. Verdadera-
naba como por insomnio (3).
mente anda mal quien convierte en propia desventura la ven-
Beatriz no me consintió mucho rato aquella actitud, pues
t u r a de otro.
m e iluminó con u n a sonrisa capaz de d a r la felicidad á un
»Raimundo Berenguer tuvo cuatro hijas, todas reinas, obra h o m b r e enmedio de las llamas.
de Romeo, humilde individuo y e r r a n t e peregrino.
«Según me dice mi infalible razón, piensas, cómo una ven-
»Despues, impulsado Raimundo por palabras i m p r u d e n -
ganza justa pudo castigarse j u s t a m e n t e . Mas óyeme, y pronto
tes, pidió cuenta á aquel que le volviera siete y cinco por diez,
despejaré tu espíritu con el presente de una gran verdad.
lo que le obligó á partir anciano y desvalido. Si el mundo
»Por no tolerar un freno conveniente para la facultad
supiera apreciar su valor, al verse obligado á m e n d i g a r su s u s -
llamada albedrio, el hombre que no nació (4) al condenarse,
tento, en vez de alabarlo, cual lo hace, lo ensalzaría m u c h o
también condenó á su raza. De lo cual provino el que la h u m a n a
más.»
especie llorara enfermiza allí abajo por siglos en un e r r o r
fll grave, hasta que se dignó descender el Verbo de Dios.
(1) Mercurio.
(SJ Regístrese e n las Crónicas la historia d e a q u e l Rom« o.
»Naturaleza, que se había apartado de su Creador, fué á la
sazón unida por él á su persona, con solo la acción de su
eterno a m o r .

(1) J u s t i n i a n o .
(i) Quiere d e c i r q u e el e s p l e n d o r d e J u s t i n i a n o s e a u m e n t ó e n u u a m i t a d , p o r
p r a c t i c a r la v i r t u d d e la caridad r e s p e c t o í> Dante.
(3) Biz, d i m i n u t i v o d e Beatriz.
(4) A d á n .
»Pon a h o r a tu espíritu en mis palabras. La naturaleza imposible recobrarlas, si lo meditas bien, á ño s e r por uno de
aquella unida á su Creador, según fué creada, era buena estos medios:
y sincera; m a s ella propia se desterró del Paraíso, al desviarse
de la senda de verdad y vida. »0 por el de que perdonara Dios en su bondad el pecado,
;• ó bien que el propio h o m b r e r a p a r a r a su extravío.
»Por lo que el tormento sufrido en la cruz, si se tiene p r e -
»Pon a h o r a tu vista en el arcano del eterno consejo, y oye
sente la naturaleza tomada por el Crucificado, con más j u s t i - : como puedas mis palabras.
cia que n i n g u n a otra hizo sensible su peso; asi como no h a b r á
» J a m á s podia el h o m b r e , en s u s naturales límites, p r o c u r a r
otra mas injusta, si se tiene en cuenta la persona que la sufrió, debida satisfacción, por serle imposible descender su humilde
y a la que se uniera aquella naturaleza. obediencia, cuanto habia aspirado á elevarse desobediente.
»Una sola acción produjo cosas bien distintas; porque la
»Era, pues, necesario que Dios volviera al h o m b r e á la
Í ^ U m ^ y abrióse g ^ l " *¿ N» d Í 0 S : e
"a ^ vida completa por s u s vias propias, esto es, por uno ó a m b o s
caminos.
»Así ya no debe ser incomprensible para tí el oir que un »Mas como la obra e r a tanto más apropiada al artista,
justo tribunal castigó una j u s t a venganza.
cuanto que era la que mejor s e ñ a l a b a la bondad del corazon
»Sin embargo, veo que de una en ¿ t r a idea, tu espíritu se de donde habia salido, la divina gracia que dió su imágen al
ha ido estrechando en un nudo, del que anhela verse libertado. mundo, se complació en proceder para todas s u s s e n d a s á fin
»Tu te dices: «Entiendo lo que he acabado de oír; mas no de elevaros hácia ella.
sé por qué nos redimió Dios de aquella manera.»
»Tan precioso y g r a n d e fué el progreso q u e se operó enton-
»Querido h e r m a n o , impenetrable e s aquella disposición para
ces, que no tendrá igual desde el dia primero hasta la pos-
L í r d d i r eSPÍrÍtU n
° 86 halle
por la trera noche.
»La generosidad de Dios fué m á s i n m e n s a al darse él mismo
»Y como, verdaderamente, se e x a m i n a mucho aquel punto para hacer al hombre capaz de elevarse, que lo hubiera sido
y se entiende poco, yo te h a r é ver que fué aceptada como la
despidiéndolo absuelto. Además, que los otros medios eran
m a n e r a más digna.
insuficientes a n t e la justicia, á no haberse humillado el Hijo
»La bondad divina, que no conoce el r e n c o r , chispea de Dios hasta e n c a r n a r s e .
ardiendo en sí propia, de s u e r t e que hace nacer las bellezas
eternales, produciendo lo infinito, pues que nada cambia la »Con objeto de colmar todos tus deseos, retrocederé un
huella que de la misma e m a n a . poco para aclararte ciertos puntos, á fin de que lo veas todo
como yo lo veo.
»Cuanto le es m á s afin el sér que produce, más le complace
»Tú te dices: «Contemplo el aire, el fuego, el a g u a y la
porque el santo ardor q u e luce en todas s u s obras, vive mas
tierra, y todas s u s mezclas se corrompen y duran poco - y á
en la que mas se le asemeja.
pesar de ello, aquellas c o s a s f u e r o n otras tantas criaturas; de
»La naturaleza h u m a n a tiene sobre las demás obras la suerte, que á ser verídico cuanto me has indicado, debían
ventaja de aquellos dones cercanos; m a s si le llega á faltar
hallarse al abrigo de toda corrupción.»
uno siquiera, debe ceder de su nobleza.
» H e r m a n o amado, los ángeles y el libre y puro lugar en que
»El pecado sólo le a r r e b a t a su libertad y su parecido al
te encuentras, pueden decirse creados, como lo son de hecho
Supremo Bien, porque refleja ya muy ténue su blanca y purí-
en su completo sér. Mas en cuanto á los elementos que citas
sima luz; y no torna j a m á s á su habitual dignidad, á no llenar
y á lo que de ellos procede, te diré que les dió su forma una
el hueco abierto por culpa suya, y á no expiar con p e n a s j u s -
tas los placeres ilícitos. potencia creada.
»La materia de que fueron formados está creada, creado fué
»Al pecar vuestra naturaleza e i u e r a en su g e r m e n , f u é d e s - también el informante poder d e e s a s estrellas que van girando
poseída de s u s dignidades y a r r o j a d a del Paraíso, siéndole alrededor de ellos.
»El a l m a de los brutos y plantas, compuestas de distintas
dores agitarse en torno suyo, con m á s ó menos agilidad, según
materias, deben vida y movimiento á las s a n t a s estrellas (1).
reflejaban la eterna claridad.
»Empero la vida n u e s t r a aspira sin intermisión á la s u p r e -
J a m á s e m a n a r o n de la fría nube, visibles ó invisibles, tan
ma bondad, y con tal velocidad se prende de ella, que la desea
veloces vientos^ que no hubiesen parecido pesados al que
sin cesar.
hubiera presenciado venir hácia nosotros las divinas luces,
»De todo lo cual puedes investigar también vuestra r e s u r - cuyo círculo principiaba en el elevado cielo de los serafines.
rección, si calculas cómo se creó la c a r n e h u m a n a al ser crea- En pos de las que se nos aparecieron antes se oia un
dos los dos p r i m e r o s padres.» Hossanna, tan melodioso, qué he anhelado siempre volverlo
á oir.
U n a de ellas descendió entonces m á s próxima á nosotros,
y dijo:
C A N T O O C T A V O «Todas estamos p r e p a r a d a s á complacerte, p a r a q u e en
nosotras te regocijes.
»Giramos aquí en el propio círculo, con el mismo circular
movimiento y con idéntica sed que los celestes príncipes, á
El poeta y Beatriz suben á la esfera de Vénus (cielo tercero),
quienes ya dijiste en el mundo:
que por su humedad, dicen los antiguos comentadores, pre-
dispone al amor.—Esta influencia, perjudical antes, es hou » Vosotros que hacéis mover el cielo tercero con vuestra inteli-
pura y espiritual.—Carlos Martel, rey de Hungría, dice al gencia (1), nos hallamos tan poseídos de amor, que por c o m -
poeta cómo de un padre virtuoso puede nacer un mal hijo. placerte no nos será menos grato un instante de reposo.»
A * Luego de fijar mi vista respetuosamente en mi Señora, y
q u e ella con la s u y a le dió contento y ánimo, la volví hácia la
L mundo se figuraba antes, con perjuicio de su a l m a ,
luz que tan a m o r o s a m e n t e rae acababa de ofrecer, y la dije:
q u e d e los rayos de la hermosa Cypris^, q u e gira en
el tercer cielo, d i m a n a b a el a m o r loco, y por eso en «¿Quién eres?» denotando mi voz un rendido afecto.
su e r r o r los pueblos antiguos no sólo la honraban ¡Oh! entonces la vi brillar más, por el nuevo gozo que
con sacrificios y votos, sino q u e rendían también c u l t ó á Dio- a u m e n t a b a su alegría al hablar yo.
nea y Cupido, como madre é hijo, diciendo que éste se sentaba En el colmo de s u explendor me dijo:
j u n t o al seno de Dido. «Poco tiempo me tuvo eo el mundo allí abajo; si hubiese e s -
Y daban el nombre de aquella por la que principia mi canto, tado en él algún tiempo m á s , m u c h o s males existirían que no
á la estrella que mira con placer al sol á s u s rubias pestañas, hubieran existido (2).
á la cabellera q u e flotaba á su espalda. »Me escondo á tu vista por la alegría de q u e estoy envuelto
Subí inadvertidamente á aquella esfera (2), m a s me figuré y que tanto brilla, como vuelve el gusano la seda que le tapa.
que me hallaba en ella, al ver que mi Señora embellecía más »Me quisiste mucho, y no te faltaba razón para ello; pues
y más. si hubiese estado más plazo allí abajo, no te h u b i e r a enseñado
Como en la llama se advierte la chispa, y cual en la voz se d e mi a m o r sino las hojas.
nota voz, cuando está sostenida por un mismo tono y la otra »La m á r g e n izquierda bañada por el Ródano, luego de jun-
va recorriéndolos todos, así vi en aquella luz á otros resplan- tarse ésta con el Sorgue, a g u a r d a b a llegase el instante de admi-
t i r m e como su dueño; así como la punta de Ausonia, donde se

( D Según escolásticos, el alma de los brulos procedía de la naturaleza, y de


Dios la de l o s hombres. (1) Principio d e la cancone primera del Convicio amoroso.
(2) Planeta Vénus. (2) Sombra de Carlos Martel, rey de lludgria; Dante lo conoció en Flo-
rencia.
alzan Bari, Gaeta y Catona, desde la q u e Trento y el Verde
descansan en el m a r . | » \ e r d a d e r a m e n t e debía cuidar por sí ó por otro, á que n o
»Lucia ya en mis sienes la diadema de aquella tierra q u e estuviera su nave cargada en demasía, ó más de lo que
baña el Danubio, al dejar las m á r g e n e s tudescas (I). pudiera sobrellevar. Su carácter, que de liberal se trocó en
avaro, necesitaba servidores dedicados á otras tareas que la
de e n c e r r a r dinero en s u s a r c a s (1).»
- « Y o creo, dije entonces, ¡oh señor! que la i n m e n s a a l e -
g n a de que tus acentos llenan mi alma, la adviertes tú cual la
advierto yo, en aquel en quien nace y acaba todo goce, me es

" e s mTdichtla f h ' C i m m ° — al


templar
»Puesto que te soy deudor de la felicidad que siento ilu-
míname, ya que con tus palabras h a s despertado en mí la sos-
pecha de que una buena semilla puede d a r mal fruto »
Entonces me dijo: «Si me es posible demostrarte u n a v e r -
61 objeto de tu

»El bien que agita y alegra el reino que cruzas, hace de


su providencia el móvil de esos g r a n d e s cuerpos, y no sólo se
abrigan todas las naturalezas en el seno de su idea, que es la
perfecta, sino que todas á un tiempo hallan en ellas también
su salvación pues todos los disparos de aquel arco van al
blanco de un fin previsto, cual se dirige el dardo al punto de
que es objeto.
»De otro modo, el cielo que pisas, en lugar de efectos vivos
no produciría más que ruinas, lo que es imposible si las inte-
»La bella T r . n a c r i a (.2) que apareció entre Pachino y Peloro, ligencias que agitan esas estrellas no son viciosas, que no p u e -
y en el golfo que más violento azota el E u r o ; no por Vyfeo(3)
' perfectas.' S l 8 6 eSpírÍtU
P r Í m e r o <*ue l a s formara
y si por el azufre que exhala su suelo; la bella Trinacria h a -
es et »¿Deseas contemplar esta verdad más claramente?»
P ' » d o á su reyes por mí nacidos de Cárlos y Rodolfo,
s. el mal gobierno que alimenta siempre á los pueblos para las «No, dije yo, pues creo imposible que la naturaleza falte en
lo que e s indispensable.»
revoluciones, no hubiera excitado á g r i t a r á Palermo: «¡Muero,
muero! (4).» El alma prosiguió: «Di, ¿habría para el hombre en el suelo
otra peor existencia que la de no vivir en sociedad?» «Si » le
«Y si hubiera sido precavido mi h e r m a n o , evitara la atroz repuse, y no me preguntó el motivo de ello.
avaricia de s u s ministros catalanes, para no s u f r i r luego las
consecuencias. Pn7
<<¿Y
/Uedje/erÍfiCarSe eSt
°' S¡ vive eI h o m b r e
abajo
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drefstletras"" f ^ ™ <*> - -
(I) La Hung-ia.
Continuando el alma en s u s deducciones, díjome: «Lueso
(S) Sicilia. vuestros diferentes efectos deben reconocer c a u s a s distintas,-
(3j Uao de los Titanes ap1aslado#en el Etna.
( 0 Vísperas sicilianas.
(«) Roberto, hermano d e Cárlos Marte!, hijo d e Carlos II
por lo que nace uno, Solon, otro J e r g e s , otro Melquisedech, y Ya la santa y viva luz (1) se había vuelto h á c i a e l so! ¡¡¡¡¡~¡I
otro que perdió á su hijo que volaba por los aires. inunda, como al bien que basta á todo.
»La naturaleza de los celestiales círculos, que da su forma ¡Oh, a l m a s impías, dementes y seducidas, que alejaís vues-
á la cera mortal, confecciona bien su obra, mas la aplica sin tra vista de tal bien para fijaros en vanidades!
distinción a l g u n a . Cuando hé aquí que otro esplendor descendió á mí, m a n í - '
»De aquí viene que al salir de su madre Esaú se aparte de estando por medio de la luz que le envolvía, deseo de a g r a -
Jacob, y que Quirino nazca de tan vil padre, que le haga ele- darme. °
var á Marte (1). La vista de Beatriz, que, como antes, estaba puesta en mi
»La naturaleza e n g e n d r a d a , f u e r a idéntica á la naturaleza me indico s u asentimiento conforme á mi anhelo
e n g e n d r a d o r a (2), si la Divina Providencia no f u e r a siempre «¡Oh, complace mi deseo, bienaventurado espíritu' le dije v
la m á s fuerte. dame prueba d e q u e mis pensamientos pueden reflejarse en ti.»
»Ya dispone tu espíritu de lo que no alcanzaba antes; mas Entonces, la luz que aun me era nueva, desde el fondo en
para que sepas que me complace el instruirte, te quiero a r m a r que antes cantara, principió á decirme, como quien se alegra
s
aun de este corolario. de obrar oien:
»Siempre e s estéril la naturaleza, si no le es a m i g a la for- «En aquel lado (2) de la parte depravada de Italia, situada
t u n a , como lo es cualquier semilla arrojada lejos del suelo á entre Rialto y las corrientes del B r e n t a y e l Piava, se alza una
propósito para su cultivo. colina no á gran altura), de la que descendió una insignifi-
»Y si se a p o y a r a el m u n d o allí abajo en los cimientos cante llama, pero que causó g r a n desastre en toda la c o m a r c a
asentados por la naturaleza, ciertamente tendría mejores habi- »Ella y yo brotamos de un mismo sitio: á mí se me llamó
tantes; m a s vosotros dedicáis al templo al que nació para tainizza (3), y brillo aquí por vencerme la luz de la estrella (4)
blandir la espada, y elegís por rey al que debiera s e r un c o n - , »Mas, contenta y sin remordimientos, uso de indulgencia
fesor. Ved si os a p a r t a i s del verdadero camino. t: para contigo, respecto de mi suerte, lo que tal vez os s o r p r e n d a
a vosotros.
i »Esa alhaja r a r a y luminosa (5) del cielo nuestro, que está
CANTO NOVENO i próxima á mí, dejó g r a n fama en la tierra, y antes de que
j- perezca su gloria se j u n t a r á n al presente cinco siglos
I »¡Considera si debe ser bueno el hombre, para que su vida
Encuentra Dante en el planeta Vénus á Cunissa, hermana de
Ezselin Romano, la que le anuncia las desdichas que le están ¡ primitiva deje otra segunda en la tierra!
deparadas á la Marca de Treoiso.—Después habla con el »De seguro no piensa así aquella turba habida entre el
trovador Fulco de Marsella. í f a g .amento y el Adigio, que ni aun vencida se arrepiente
-Mas luego se verá que I'adua y s u s moradores, sordos á
Clemencia ( 3 ) , luego que tu padre aclaró mis
ELLA la voz del deber, cambiarán el a g u a de la laguna q u e lame
dudas y me refirió las traiciones que pesarían sobre a Vicenza (6).
tu raza, m e dijo:
«Calla y deja correr los años; sólo puedo a n u n - i b r —
ciarte, que á nuestras desdichas s e g u i r á un justo a r r e p e n t i - K- (I) Carlos Marli-I. rey di- Hungría,
r ! (2) Veneria.
miento.» | (3; Cunizza, h e r m a n a d e Kzzelín d e Romo lirano d e Padua
| (4) -Brillo aquí, pnr h a b e r m e v e n c i d o la h,z d e la e s l r e l l a d e V é n u s , l u o

(t) llómulo, h i j o d e Rhea Sylvia y del d i o s Marte. lollujo m e abaasa d e amor.» '
(2) La naturaleza d e l hijo debia s e r igua I á la del padre. j¡ | (51 F u l c o d e Marsella.
(6) A l u d e á la victoria a l c a n z a d a e n n d e S e . i e m b r e d e 131V, por Can Graed*
(3) Hija d e l r e y Carlos Martel, e s p o s a d e Luis e l Colérico, rey d e Francia.
[ della S c a l a , c o n t r a J a c o b o de Carrara.
»Y allí do el Sila y el C a g n a n o s e j u n t a n , hay quien domina ; el Ebro y el Macra, que por un curso poco extenso apartó á
con frente altiva, en tanto se esta fabricando la red para ] Gén^va de Toscana.
cogerlo. »Al mismo diámetro de Oriente y Occidente, sé hallan
»Todavía llorará Fieltro el perjurio de su inicuo pastor, situadas Bugía y la tierra do naciera yo, que entibió con su
perjurio tan horrible, que j a m á s se penetró en Malta por otr<J ; sangre en otro tiempo las olas de su puerto (i).
semejante (1). • »Fulco se me llamó en aquella nación que tanto conociera
»Muy ancha debería ser la cuba en que cupiese la sangre?; mi nombre, y este cielo está por mi iluminado, como yo lo fui
ferráronse, y operacion harto pesada para el que hubiera de n por él; pues ni esa hija de Belo (2), que se olvidó de Siqueo é
pesar onza por onza la s a n g r e que cederá aquel cortés s a c e r - hizo olvidar á Creusis, ni Rodopea, la q u e fué engañada por
dote (2) para manifestarse adicto á su partido; estas cesiones Demofonte, ni Alcides, cuando tuvo á Yola encarcelada en su
a r m o n i z a r á n con las costumbres de tal país. corazon, se a b r a s a r o n en más llamas que yo, mientras me lo .
»Allí arriba hay unos espejos á los que vosotros llamais consintió la edad.
tronos, por los que se reflejan en nosotros los juicios de Dios: '. »No obstante, a q u i s e vive en el arrepentimiento; y antes
de suerte, q u e n u e s t r a s mismas palabras nos parecen buenas bien se alegra uno, no por las faltas, que no acuden más á la
y verídicas.» memoria, sino por la soberana virtud que ordena y prevé.
Entonces calló el alma, y me pareció volverse á la esfera, ^ »Se a d m i r a aquí aquel a r t e que da tan g r a n d e s y m a r a v i -
en la que se volvió á colocar según estaba antes. llosos efectos, y se descubre el bien por el que el mundo alto
El otro espíritu ó luz que ya me e r a conocido, apareció a. : obra con respecto al mundo bajo.
mi vista como un rubí herido por los rayos del sol. >,Mas para que te lleves limpias de toda duda las ideas que
Arriba, la alegría de un vivo explendor, como la risa entre han brotado en esta esfera, e s necesario que prosiga en mis
nosotros; mas abajo oscurece la sombra, según se entristece instrucciones.
el alma. | »Tú deseas saber quién está en la luz que brilla tan pró-
«Dios todo lo ve, dije, y tu vista le penétra, ¡oh bienaven- xima á mí, cual rayo de sol en el agua pura; pues sabe q u e
turado espíritu! de suerte, que no existe voluntad en él que • esa apacible alma es la de Rahab, unida á nuestra orden, en
se te pueda ocultar. la que luce en primer lugar.
»Y siendo así, ¿por qué tu voz (3), que continuamente ^ »Se fué al Cielo desde el sitio en que acaba la s o m b r a p r o -
recrea al Cielo con los ecos de aquellas piadosas llamas, que yectada por vuestro mundo, antes de que se librase n i n g u n a
se fabrican una caperuza con s u s seis alas, no llenó mis deseo?? alma por la victoria de Cristo.
No esperaria á que me la pidieras, si yo me fijara en tí como »Era justo que la colocase en a l g u n a esfera, cual r a m a del
tú en mi.» [gran lauro que él alcanzó con s u s dos manos clavadas en el
Contestó el alma: «La m á s dilatada concha ó valle do se leño, pues aquella m u j e r habia favorecido las primeras haza-
extiende el a g u a e m a n a d a de aquel m a r que circuye la ; ñas de Josué en la tierra santa, que tan poco ocupa la mente
tierra, se prolonga de tal s u e r t e contra el sol entre dos ribe- i del P a p a .
ras opuestas, q u e pone el meridiano donde a n t e s se hallaba | »Tu pueblo (3), retoño del primeno que volvió la espalda á
el horizonte. l su Creador, y cuya existencia f u é un lago de lágrimas; tu
»Yo fui uno de los tantos ribereños de aquel valle, entre pueblo produce y extiende u n a maldita flor (4), que ha logrado
(1) Marsella, sitiada por C é s a r . - E n f r e n t e de Marsella está líugia en la cosía d e
(1) Torre cerca del lago Bolsería, c á r c e l de los Papas. Africa.
( 2 ) Alejandro, obispo d e Plasencia, que entregó los amparados e n Ferrara ' (2) Dido.
al gobernador de Pulla. Florencia.
(3) Habla con Fulco d e Marsella, obispo y gran poeta provenzal. (4) Florines d e oro, moneda toscana.
PARAISO

d e s c a r r i a r carneros y ovejas, por haber convertido en lobo Ante tí he dejado el alimento que ya tú sólo puedes alcan-
el pastor. Por ella fueron echados al olvido los textop del zar, pues reclama todos mis desvelos la materia de q u e me he
Evangelio y g r a n d e s doctores, y sólo se estudian decretales, convertido en n a r r a d o r .
como se nota h a s t a la saciedad en s u s m á r g e n e s . El m á s poderoso ministro de la naturaleza, q u e i m p r i m e al
»Esta es la ocupacion del Papa y los cardenales; sus m i r a - mundo la virtud celestial y mide el tiempo con su luz (I),
das no se dirigen ya á Nazaret, donde desplegó s u s alas el giraba hácia el celeste signo antes descrito, hasta el extremo
ángel Grabiel. Mas el Vaticano y los otros lugares santos de en que las h o r a s se a p r e s u r a n .
Roma, que fueron la tumba de aquella milicia, de la que f u é Yo me hallaba en él (2), sin advertir el traslado ascendente,
jefe Pedro, luego se verán libres del adúltero (1).» como rio advierte uno la idea a n t e s de ocurrírsele.
Beatriz, aquella señora, á la que se ve pasar de un bien á
otro mayor con tal rapidez, q u e el tiempo no .puede medir;
ella por sí tan esplendorosa, ¡oh! lo que f u é en el sol donde yo
C A N T O DÉCIMO
penetraba, lo que fué á la sazón, no por efecto de color ni luz
más viva, nadie lo podría imaginar a u n q u e yo me atreviera á
Del órclen invertido por Dios en ta creación del universo.— • explicarlo acudiendo al ingenio y al arte; m a s se m e puede
Beatriz, más resplandeciente cuanto más se eleva; lleva á creer, y debe desearse el verla.
Dante a! Sol, cuarto cielo, donde están las almas cantando y No tiene nada de particular que nuestra imaginación no
ála vez formando una corona y dando vueltas.— Una de ellas
alcance á s e m e j a n t e altura, pues j a m á s penetró mirada huma-
es santo Tomas de Aquino.
na allende el Sol.
IRÁNOOSE en su Ilijo con el a m o r que uno á otro Esta era la familia cuarta del S u p r e m o Padre, familia á la
exalan e t e r n a m e n t e , obró el inefable Poder, en una que sustenta sin h a m b r e , con e n s e ñ a r l e cual depende de él el
a r m o n í a tan inmensa y perfecta todo cuanto nues- Espíritu y el Hijo.
tra inteligencia y ojos apercibert, que es imposible Beatriz exclamó: «Agradece al sol de los ángeles que por
a d m i r a r la obra del Creador sin tomar parte en su virtud. su g r a c i a te elevó á este visible astro.»
Levanta, pues, ¡oh lector! conmigo tu mirada hácia las altas Nunca el corazón de un mortal se vió más repentinamente
esferas por la parte en que un movimiento choca con otro dispuesto á la devocion y e n t r e g a r s e á Dios del todo, como
opuesto, y observa allí el arte del que le amó, en términos de me sucedió á mí al e s c u c h a r tales palabras; de tal s u e r t e se
no a p a r t a r j a m á s la vista de él. reconcentró en él, q u e hasta Beatriz fué legada al olvido.
Observa cómo se desprende de alli el circulo oblicuo (2), Aquello no pareció incomodarla, puesto que se sonreía;- yo
llevando á los planetas para contentar al mundo que los llama. divisaba el resplandor de su vista riente entre otros objetos,
De no ser su camino oblicuo, habría m á s de una vana influen- y mi idea estaba absorta en u n a sola.
cia en el Cielo, y tal vez todo poder sucumbiría alli. Observé varias luces vivas y triunfantes que formaban un
A poco que se a p a r t a r a de la línea recta, c a u s a r í a interrup- circulo, y de sí propias una corona: eran más dulces s u s voces
ción en el orden general arriba y abajo. que rulucientes s u s rostros.
Lector, prosigue a h o r a en tu asiento, y piensa en las cosas Tal notamos a l g u n a vez á la hija de Latona (3), cuando el
de que aquí se da noticia anticipada, si quisieras llenarte de aire impregnado de vapores conserva el anillo de que se forma
gozo antes de cansarte. • su corona.

O hl S o l .
(I) Parece q u e vaticina la m u e r t e d e Bonifacio, y n o m b r a a d u l t e r o á e s t e m a l Había e n t r a d o e n el Sol.
(2,
papa, por c o r r o m p e r á la e s p o s a d e Dios, q u e e s la Iglesia,
V) La l u n a .
( i ) El Zodíaco.
i En lá celestial corte de donde regreso, existen joyas tan ; abajo, en la naturaleza de los ángeles, y el que mejor c o m -
preciosas y raras, que no se las puede e x t r a e r de aquel reino. 1 prendió su misión (1).
El canto de aquellas luces era una de dichas joyas; quien »En el otro resplandor pequeño sonríe aquel abogado de
no pueda obtener alas para volar á lo alto, oiga lo que va á | los templos cristianos de cuya doctrina se sirvió Agustín (2).
decirle un mudo de aquel reino. »Luego si diriges la vista de tu espíritu de una en otra luz,
Despues q u e cantando aquellos soles refulgentes formaron siguiendo mi elogio, debes estar anhelante por conocer la
tres veces círculo á nuestro alrededor, como las estrellas fijas | octava.
de los polos, me parecieron un remedo de las m u j e r e s que, sin »Se complace en sí propia en vista del S u p r e m o Bien, la
dejar la danza, pasan en silencio á ver si van conformes con ; s a n t a alma que d e m u e s t r a en toda su desnudez al engañador
las nuevas notas. mundo al q u e se digna consultarla (3).
Despues oí que una de aquellas luces habló asi: «Puesto que i »El c u e r p o de donde se a r r o j ó descansa en Cieldauro y
el rayo de gracia do se inflama el verdadero a m o r que crece j¡ ella, desde el martirio y destierro, vino á esta mansión de
amando, brilla duplicado en tí de tal suerte, q u e por esta í celeste paz.
escala te lleva á lo alto, y que sin volverla á s u b i r nadie baja, "' l »Repara allá m á s léjos, cómo a r r o j a llamas el ardienté e s -
el que n e g a r a á tu sed el vino de su redoma, no tendría más píritu de Isidoro, de Beda y de Ricardo (4); que f u é más q u e
libertad que el agua que no*puede bajar al m a r . hombre en s u s meditaciones.
»¿Quieres saber de qué plantas floridas está tejida esa 1 »Esa, de la que a p a r t a s tu mirada para fijarte en mí, es la
g u i r n a l d a que contempla al rodearla la bella Señora que e s | luz de un espíritu que, en la gravedad de s u s ídeas, le parecía
tu guia en tu viaje al Cielo? Yo he sido uno de los corderillos | sobrado lenta la muerte; es el eternal resplandor de Signier
del rebaño santo que condujo Domingo por la senda en que 1 (5), que, al profesar en la calle de F o u a r r e , excitó la envidia
el alma que no se extravia, se fortifica. con s u s silogismos, llenos de verdades.»
»El que se halla más cerca, á mi derecha, fué mi maestro Como el reló q u e nos llama á la h o r a en la que la Esposa
y hermano; es Alberto de Colonia; yo T o m á s de Aquino. de Dios (6) se levanta á c a n t a r los maitines á su esposo ' p a r a
>}Si deseas saber quiénes son los otros, siga tu vista mis ? merecer su a m o r , ó como cuando varias ruedas giran en, sen-
palabras al recorrer la bienaventurada corona. tido inverso, formando un sonido de dulces notas, que hinchen
»Aquella otra chispa nace de la sonrisa de Graciano (1), I <le a m o r al espíritu dispuesto felizmente, vi moverse á lá glo-
quien f u é por sus escritos tan útil á los dos derechos, que se i riosa esfera y dar tan dulce a r m o n í a á sus ecos, que sólo se
le agregó al Paraíso. puede conocer donde el goce es eterno.
»El que le sigue, ornato de nuestro coro, fué aquel Pedro (2) -i
que, cual la viuda, ofreció á la s a n t a Iglesia su tesoro.
EC-. - . - - ' • 18? •••.-. f. • -
»La luz quinta (3), |a más bella entre nosotras, a r d e con f; i V
(1) D i o n i s i o Areopagita.
tal amor, que allí abajo desean todos saber algo de*ella. E s (2/ P a b l o Osorio.
el elevado espíritu, en el que fué innata una ciencia tan p r o - : ( 3 ) Boecio, c o n s u l t a d o v a r i a s v e c e s por D a n t e , e s t á s e p u l t a d o é n la i g l e s i a d e
f u n d a que, si es v e r d a d ' l a verdad, no se elevó n i n g ú n otro ' Cieldauro, e n Pavía.
q u e aprendiese tanto. ( 4 ) Rieardo c a n ó n i g o d e San Víctor.
( 5 ) Signinr d e Constray, profesor e n París, e n la c a l l e d e Fouarre, q u e t o m ó
»¿Ves la luz de aquel cirio? pues es el que vió mejor allí e s t e n o m b r e , q u e e n l o a n t i g u o q u e r i a d e c i r paja, p o r q u e l o s e s t u d i a n t e s , e n lugar
de b a n c o s , s e s e n t a b a n s o b r e paja.
(1) B e n e d i c t i n o d e San Félix, a u t o r d e la Concordia de los cánones discor- (6) La Iglesia.
dantes.
(2) P e d r o Lombardo, señalado con el nombre de Maestro de las sen-
tencias.
(3) Salomon.
306 PA RA ISO

dad y la sabiduría; uno de ellos por su a r d o r , fué seráfico (1);


el otro por su saber, fué en la tierra aureola de luz de los que-
rubines (2).
C A N T O D È C I M O P R I M E R O »Hablaré de uno sólo, y s e r á cual si hablase de ambos, pues
que todas s u s obras se e n c a m i n a r o n al mismo fin.
»Entre el Tupino y la corriente qüe baja de la colina que
El magnifico doctor santo Tomás deshace algunas dudas que escogiera por vivienda el bienaventurado Ubaldo, hay una
ha observado en el espíritu del poeta.—Despues canta la se- fértil costa dependiente del alto monte, que indica á P e r u s a
ráfica vida de san Francisco de A sis.
el calor ó frió por la puerta del Sol (3), en tanto q u e detrás
del monte gimen en pesado yugo Nocera y Gualdo.
H insensata imaginación de los mortales! ¡Qué torci-
»De dicha costa, donde su corriente es m á s pausada, vino
dos son tus raciocinios, que te hacen inclinar el
al mundo un sol, parecido al nuestro, que frecuentemente
vuelo h a s t a besar la tierra con tus alas! Unos dedi- parece salir del Ganges.
cados al derecho, otros á los preceptos de la medi-
»Que los que desean hablar sobre aquel lugar no lo n o m -
cina; quien al sacerdocio, quien reinaba á merced de la fuerza
bren Asís, por la pobreza de esta sola palabra, que le llamen
y los sofismas; unos h u r t a b a n , otros se dedicaban á los nego-
Oriente, si quieren darle su verdadero nombre.
cios públicos; muchos enervaban sus f u e r z a s en los placeres
»Antes de que se alzara aquel sol, principiaba ya á sentirse
carnales, y otros se daban á la ociosidad, en tanto que yo,
en la tierra un efecto saludable de su inmensa virtud, porque
libre de todo esto, habia ascendido al Cielo con Beatriz, donde
desde niño estuvo en g u e r r a con su padre por adorar á aquella
se me d e p a r a b a una acogida tan gloriosa.
m u j e r (4) á quien como á la peste nadie abre s u s p u e r t a s
Al volver cada una de las almas al sitio en que antes se
gustoso.
hallara, paró como la vela en su candelero, y oí en el resplan-
»Con ella se unió á presencia de su corte espiritual, y la
dor que hablara antes (1) u n a voz que dijo estas palabras,
amó m á s tiernamente cada dia. Ella, viuda de su primitivo
siendo cada vez más dulce y pura:
esposo (5), hacia mil y cien años^é^spreciada y oscurecida, no
«Como yo me ilumino en la eterna luz, así al notar tus pen- se le habia presentado ningún otro marido.
samientos en el divino resplandor, conozco las causas de »No le sirvió de nada que el que fué espanto del mundo,
donde vienen. sólo á ella la halló sin miedo al primer llamamiento, junto á
»Dudas, y a n h e l a s que mi voz use de palabras tan claras, su caro Amyclas (6); tampoco le sirvió de nada el ser c o n s e -
q u e pongan al alcance de tu inteligencia las otras frases que cuente y atrevida h a s t a el caso de que, mientras María estaba
proferí: Camino en que uno se fortifica; y las de: No se elevó al pié de la c r u z , se subiese á ella con el Cristo.
otro alguno. Mas e s necesario distinguirlo bien. »Más claro, Francisco y la Pobreza son los a m a n t e s que
»La Providencia, que rige el mundo con la ciencia que con- deben verse desde a h o r a en mis palabras un tanto confusas.
funde la h u m a n a m i r a d a que se proponga penetrarla, y que »Su paz y s u s rostros radiantes de júbilo, su amor, su asom-
p a r a llevar á su Bien Amado (2) la esposa del que, a r r o j a n d o bro, s u s miradas dulces, eran causa para otro de ideas santas:
un grito á lo alto, se unió á ella con su bendita s a n g r e p a r a mientras qué el piadoso Bernardo fué el primero en .descal-
traérsela más confiada en sí propia y m á s fiel, la Providencia
dispuso en s u favor dos principios para q u e la guiasen, la cari-
íI) Pan Francisco.
(2) Santo Domingo.
T <H) La Puerta Perusa, que l l e v a á Asís.
¡4) La Pobreza.
(4) Santo Tomás de Aquino. . . ¡p
•5> Cristo.
(2) La Iglesia, esposa d e Jesucristo.
(6) El pescador que pasó á César en su barca de Epiro á Italia.
q u e sigue ciegamente los preceptos de Domingo, acopia mag-
zarse para volar en pos de semejante premio, pareciéndole
níficas mercancías.
lenta su veloz c a r r e r a .
»Sin embargo, s u grey ha estado tan anhelante de nuevo ali-
»¡Oh e x t r a ñ a riqueza! ¡Oh verdadero bien! Edigio se des-i
mento, que no pueden satisfacerla otros diferentes pastos; y
calzó, lo mismo que Silvestre, en seguimiento del Esposo por
cuanto más se alejan de él las vagabundas ovejas, tienen menos
el entusiasmo con que amaban á la esposa.
leche al r e g r e s a r al corral.
»Desde aquel inbtante aquel maestro y padre se fué con
su Señora (1), y con la familia que ya anudaba el humilde » M u c h a s de ellas, temiendo el riesgo, se a g r u p a n al rede- '
cordon. dor del pastor, m a s es su n ú m e r o tan ínfimo, que de poco
paño se les puede fabricar el vestido.
»Y no fué la cobardía la que le hizo bajar la vista, por ser
hijo de B e r n a r d o n e (2), ni la q u e le precisó á presentarse tan »Ahora, si mis p a l a b r a s no son oscuras, si has atendidocon
ostensiblemente despreciable, puesto que manifestó r e g l a - atención y si tu espíritu conserva lo que dije, debe estar algún
m e n t e á Inocencio su a u s t e r a r e g l a , recibiendo la primera tanto satisfecho tu deseo, pues que viste donde puede podarse
aprobación para su orden. el arbusto, y h a b r á s entendido la restricción de mi r a z o n a -
miento precedente, al decir: En el que uno se fortifica si no se
»Luego de h a b e r crecido la pobre grey de aquel pastor,
extravia.»
cuya preciosa vida seria mejor contada entre las glorias ce-
lestiales, el Espíritu Eterno, valiéndose de Honorio, hermoseó
con una segunda corona la voluntad s a n t a de a r c h i m a n d r i t a .
Y cuando por el d e s e o ' d e l martirio predicó ante el soldán
C A N T O D E C I M O S E G U N D O
altivo á Cristo y los que le siguieron, como notase rebeldes á
convertirse á aquellos pueblos, por h a c e r algo, se f u é á reco-
ger el fruto de s u s semillas á Italia. Despues que habló santo Tomás, la corona de las luminosas al-
»En una roca escarpada que reside eptre el Tíber y el Arno, mas giró de nuevo, reapareciendo otra corona mayor, for-
recibió las postreras llagas del Cristo q u e conservaron s u s mada de bienaventurados.—Entre ellos estaba Buenaventura.
miembros por espacio de dos años.
»Así q u e le plugo al que le escogiera para obrar un bien N cuanto la bienaventurada llama (1) acabó de p r o -
tan marcado, elevarlo al galardón á que era acreedor por nunciar aquellas frases, principió á g i r a r la r u e d a
haberse humillado tanto, encomendó á s u s h e r m a n o s , como santa, y antes de t e r m i n a r la primera vuelta, lo
herederos directos, su querida Señora, ordenándoles que la encerró otra esfera en un círculo, regularizando los
a m a r a n con fidelidad. movimientos y los cantos.
»Aquella bellísima a l m a se desprendió á la sazón de su c u - Estos aventajaban en armonía á los de n u e s t r a s m u s a s y
bierta mortal p a r a r e g r e s a r á su reino, y no eligió otro f é r e - sirenas, como aventaja la luz directa á la reflejada.
tro para s u cuerpo que la pobreza. Como se ve á dos arcos paralelos del propio color e n c o r -
»Piensa a h o r a quién f u é el digno colega de Francisco, c o - varse sobre la nubecilla, al enviar J u n o su mensajero, y que
misionado para conservar en alta m a r la barquilla de Pedro, el externo nace del interno (asemejándose á la v e z á la e r r a n t e
y encaminarla hácia su idea. ninfa q u e consumió el a m o r como el sol consume los vapo-
» F u é nuestro P a t r i a r c a (3); por lo que o b s e r v a r á s q u e el res, (2) como se ve, repito, encorbarse las dos a r c a s que son
11) »La Pobreza.
r¿) Tratante e u lanas. San Francisco nació e n Asís en 1182. Se le .llamó
Fiaocisco. por lo bien que poseia e l francés, idioma del q u e s e serviau los
c o m e r c i a n t e s italianos. * (1) Santo Tomás.
(3) Santo Domingo. (2) El Eco.
presagio para el hombre, por motivo de la alianza que efectuó - s a n t a , en los que se dotaron de m u t u a salud, la Señora que
!
Dios con Noé, de que j a m á s sufriría el diluvio, así giraban en asistió por él vio durmiendo al admirable fruto que debia pro-
torno nuestro las-dos g u i r n a l d a s de e t e r n á s rosas, d e p e n - venir de él y de s u s sucesores; y para hacer m á s ostensible lo
diendo la e x t e r n a de la interna. q u e era, descendió un espíritu para darle el nombre del q u e
Así que el baile y aquella gran fiesta de cantos y llamas, le poseía por completo. Se lo nombró Domingo, y habló de él
mezcladas entre sí por tantas luces regocijadas y tiernas, pasa- cual del labrador q u e escogiera el Cristo p a r a ayudarle á cui-
ron j u n t a s y unánimes, pareciéndose á los ojos que á un tiempo dar de s u s viñas.
s e abren y c i e r r a n , sumisos á la voluntad que los agita, brotó »Pareció bien á todos por el enviado y familiar del Cristo,
de entre el coro de nuevas luces u n a voz, que al volverme pues su primer a m o r fué por el primitivo consejo que el Cristo
hácia el sitio de donde partía (1), produjo en mí el efecto que diera.
á la a g u j a la atracción polar. »Infinitas veces su nodriza lo halló despierto y arrodillado,
Habló de esta m a n e r a : «El amor, á quien debo mi belleza, cual si dijera en su siliencio: «Vine á este fin.»
me induce á t r a t a r del otro capitan, por cuyo motivo se ha r »¡Oh dichosos vosotros! tú, padre suyo, j u s t a m e n t e llamado
hablado de mí con tal favor. Félix, y tú, su madre, llamada J u a n a , á ser verídica la etimo-
»Es justo q u e donde esté uno de ellos, aparezca el otro; ya logía de vuestros nombres (1).
q u e militaron por la propia causa, su gloria debe brillar á un »El no fué de este mundo, en el que se siguen a f a n o s a m e n t e
tiempo mismo. las lecciones de Ostia y Tadeo, porque no pensó más que en
»El ejército de Cristo, q u e tanto costó de a r m a r n u e v a - el a m o r al verdadero m a n á (2), debido á lo cual en corto
mente, iba en pos de su e n s e ñ a , tímido, pausado v poco nume- tiempo f u é un insigne doctor. Entonces principió á cultivar la
roso, cuando los riesgos de aquella milicia a l a r m a r o n al p e r - viña que tan pronto pierde su verdura si no cumple su deber
pétuo E m p e r a d o r , no porque la cohorte lo mereciera, sino por el encargado de su cultivo.
efecto de su gracia, mandó, como se ha dicho, en socorro de
»Y dirigiéndose hácia esa sede, en la q u e fuera antes el
su esposa dos campeones, á cuya actitud y palabra replegóse
pobre m á s socorrido (falta que no achaco á la Santa Sede, y sí
el extraviado pueblo.
al que ocupándola la denigra) (3), no exigió dispensas para
»En aquel lugar del orbe (2), donde sopla el benéfico céfiro poder d a r dos ó tres por seis, tampoco pidió el primer des-
p a r a abrir las nuevas hojas con que se e n g a l a n a Europa, y no ; ocupado beneficio; non decimas qu.ce sunt pauperum Dei, sino
distante el ruido de las olas, tras las q u e en su prolongada la licencia para combatir herejes, para aquella simiente de la
f u g a s e esconde el Sol a l g u n a s veces para todos Ies vivientes, que nacieron las veinticuatro plantas que se alzan en torno
se halla la dichosa Callaroga (3), protegida por el g r a n d e tuyo (4).
escudo en que vence el león, y es vencido á su vez (4).
»Despues con su doctrina y voluntad j u n t a s , ingresó en s u
»Aquel p a r a j e f u é la cuna del rendido a m a n t e de la fe apostólico oficio cual torrente desprendido de un alto m a n a n -
cristiana, del atleta santo, tan bueno para los suyos como ter- tial, combatiendo con más f u e r z a los retoños heréticos, allí
rible para s u s adversarios, y cuya a l m a , al ser creada, tuvo donde la resistencia era m a y o r .
tan gran virtud, que en el seno de su madre le inspiró el don
. »No tardaron en salir de él a l g u n o s arroyos que fecundiza-
d e la profecía.
ron el católico j a r d i n , dando nueva vida á s u s plantas,
»Celebrados los esponsales entre la fe y él en la pila s a c r o -

(1) Feliz ó dichoso. Juana en h e b r e o significa favorecida d e la gracia.


(1) Pan Buenaventura.
(2) El cardenal Ostiense, ó d e Ostia, que escribió sobre las Decretales, Tedeo
(2) España.
médico florentino.
<3) Hoy Calahorra, d o n d e nació santo Domingo Í n 11~0.
(3) Bonifacio VIH.
<S) Armas de Castilla. . (4) Los v e i n t i c u a t o b i e n a v e n t u r a d o s .
»Si u n a rueda del c a r r o en que se defendió la Iglesia y der-
rotó á ios enemigos, fué así, con facilidad o b s e r v a r á s lá exce-
lencia de la otra rueda (1), de q u e te habló santo T o m á s a n t e s
de mi llegada. C A N T O D E C I M O T E R C E R O
»Mas los surcos q u e abriera la parte superior de s u circun-
ferencia han sido abandonados; de suerte, que donde estaba
el bien, está, hoy el mal. Cuenta á Dante la vida de Santo Domingo, y le indica que s'e
»La familia que iba siguiendo fielmente las huellas de F r a n - encuentran en el Sol.—Este canto está dedicado á la gloria
cisco, se ha desviado de tal modo en su m a r c h a , que hoy pone de la vida religiosa. —Describe el poeta las brillantes coro-
nas danzas y conciertos. Despues ruega á santo Tomás le
la p u n t a del pié donde antes s e n t a r a el talón. Bien pronto se explique el sentido de algunas especies contenidas en el canto
verá la miés e m a n a d a del mal cautivo, si l a z i z a ñ a s e queja de décimo.—El sábio rey Salomon revela una verdad al poeta.
que no se la lleve al g r a n e r o .
»Es posible q u e hojeando todas las hojas de nuestro libro,
todavía podría hallarse una página q u e dijese: «Soy tal cual desee comprender bien lo que entonces vi, que
ÜIEN

fui.» Mas no seria ni de Casala ni de Aquasparta, de donde c o n s e r v e aquella imágen, en tanto hablo, con la
vinieron dos hombres, que el uno afloja y tira el otro e x a g e - fijeza^ de Una roca. Quince estrellas irradiaban con
radamente de la regla. tal fulgor algunos puntos del Cielo, q u e atravesaban
el aire más espeso: figúrense el carro para el que el espacio
»De mí sabré decir que soy la vida de B u e n a v e n t u r a y de
del Cielo es asaz extenso, á fin de que de dia y de noche pueda
Bagnoregio; en los grandiosos oficios en que me educaron,
vol ver el timón sin desaparecer. F i g ú r e n s e la boca de aquel
prescindí siempre d é l o s a f a n e s temporales. Iluminato y Agus-
cuerno, q u e principia en el pico del eje en torno del cual g i r a
tín se hallan aquí (2); ellos han sido los primeros que entre
ta esfera primera; figúrense que aquellas estrellas, al j u n t a r s e ,
los pobres descalzos que llevan el cordon se hicieron amigos
describieron en el Cielo dos signos idénticos al que f o r m a r a
de Dios.
la hija de Minos al sentir el frío mortal (1). Despues, que uno
»Está aquí con ellos Hugo de San Víctor (3), como t a r a -
de aquellos signos mezcla s u s rayos con otro, que los dos
bien P e d r o Mangiadore (4) y Pedro el Español, que luce en la
giran de suerte que van en opuesto sentido, y tendrán una
tierra por s u s doce libros. Lo mismo que el profeta Nathan y
ligera idea de la verídica constelación y de la doble danza que
el metropolitano Crisóstomo (5), y aquel Donato (6), que tuvo
tenia lugar al rededor mió, ó del punto en que me hallaba. Es
la bondad de e m p r e n d e r el primer arte; sigue luego R a b a n , y
tan superior lo que vi á lo que c o m u n m e n t e alcanzamos, como
á mi lado luce Joaquín, abad de Calabria, adornado del p r o -
el movimiento celeste, que supera en velocidad á todos los
fético espíritu.
demás, sobrepujado al movimiento del Chiana (2j.
»Me h a sido necesario alabar á aquel héroe de la Iglesia;
Se ensalzaba allí, no á Baco ni á P e a n a , sino á tres p e r s o -
tan conmovido me hallaba por la simpatía ardiente y suave
nas de divina naturaleza, y en una persona sola se r e u n i a la
acento de fray Tomás, que como á mí, conmueve á esta cohorte
naturaleza divina con la h u m a n a .
entera.
Los cánticos y las danzas p a r a r o n , y los santos r e s p l a n d o -
res giraron hácia nosotros, regocijándose de pasar del uno al
li; San F r a n c i s c o d e A s í s otro lado.
(8J Religiosos d e San F r a n c i s c o .
(3) Prior d e San Víctor, q o e f a l l e c i ó e n e l año \ l í 2
(il O Comesior. b i s t o i i a d o r e c l e s i á s t i c o , n a c i d o e n Lombardia. ( I ) S e r e f i e r e á l a c o r o n a d e Ariana, c o l o c a d a p o r Baco e n t r e las conste-
(5) Arzobispo d e Cor.stantinopla. l a c i o n e s (Ovidio )
(6) Gramático q u e e n s e ñ ó á San G e r ó n i m o . t2) Rio d e T o s c a n a .
• Después, cesando el silencio que r e i n a b a por disposición de con arreglo á su especie, frutos malos y buenos; y vosotros
aquellos dioses, la luz, por la que me f u e r a referida la histo- naefeis con b u e n a s Ó malas inclinaciones.
ria del Dios pobre (1), me observó: »Si estuviera la materia dispuesta del todo y el Cielo en
«Ya q u e queda trillado parte del g r a n o (2) y se halla r e u - toda su s u p r e m a virtud, se destacaría la belleza ideal wks a c a -
nido* en su g r a n e r o , el grato a m o r me invita á trillar lo r e s - bada; pero la naturaleza da siempre u n a forma imperfecta
tante. asemejándose en s u s obras al artista que entiende el arte, pero
»Te figuras tal vez que en el costado del que fué extraída cuya m a n o es insegura.
la costilla para crear la h e r m o s a boca, cuyo paladar tan caro
»De suerte, que si el a m o r ardiente predispone y hace des-
f u é para el mundo (3), y q u e aquel costado (4) que atravesó
cender los rayos de la primitiva virtud, conseguírnosla per-
una lanza, por lo que de tal suerte satisfizo la justicia de Dios, f e c c i o n e n este punto. P o r lo que un día fué creada la tierra
q u e hizo esta inclinar la balanza hácia el punto de s u s méritos, de una m a n e r a digna de toda perfección animal, y por lo que
sin embargo del enorme peso de n u e s t r a s faltas, fué extendida la Virgen concibió con pureza.
á igual luz á la que se concediera á la h u m a n a naturaleza, por
»Mientras apruebo tu opinion, cuanto que nunca la natura-
la g r a n virtud que hizo al uno y al otro.
leza h u m a n a fué ni será lo que pudo ser en estas dos perso-
»De m a n e r a que te sorprende cuanto he dicho, al m a n i f e s - nas. Si no prosiguiera, tú exclamarías ahora: «¿Cómo llegó ese
tarte que el bienaventurado q u e encierra lá esfera quinta no á s e r mi igual. (1)?»
tiene segundo.
»Mas para que entiendas lo que parece incomprensible,
»Penetra mi respuesta, y a d v e r t i r á s que tu idea y mis pala-
calcula quién era y la causa que le movió á pecar al decirle*
bras son, respecto á la verdad, lo q u e el centro respecto á «Pide.»
todos los l u g a r e s del círculo.
»No me he expresado de modo que no pudieses v e r . c l a r o
»Lo que no. perece y lo que puede pereoer, se debe consi- que aquel hombre fué un rey que pidió sabiduría para ser rev
d e r a r como un esplendor de aquel objeto que Nuestro Señor J
bueno.
e n g e n d r a amando; pues aquella luz. viva (5), que e m a n a del
»No trato de saber el n ú m e r o de las celestes naturalezas
radiante Poder, sin desprenderse de él más,que el Amor, cuya
ni si lo preciso con lo contingente dan lo necesario, ó bien §
relación hace su trinidad, concentra por s u s rayos por efecto
est daréprimum motum esse; ó si en un semicírculo se puede
de bondad en nueve esferas, como en un solo espejo, estando colocar un triángulo sin ángulo recto.
así unida eternamente.
»Habiendo entendido bien lo que dije, y aun esto, verás que
»De allí desciende h a s t a los últimos poderes, a m i n o r a n d o la sabiduría real es la ciencia sin par, á la que me referia. Y
s u fuerza por grados, de suerte, que concluye por c r e a r séres si fijas tu atención a d e m á s en las palabras se elevó, verás que
insignificantes. Esos séres son, á mi juicio, las cosas e n g e n - solo pueden aludir á los reyes; sin embargo, de tantos reyes,
d r a d a s que el Cielo en su agitación produce con ó sin g é r m e n . pocos fueron los buenos.
»La materia de estos séres y la causa de donde vienen, pue-
»Pesa la distinción que te hago de mis palabras, y podrás
den obrar de diferentes m a n e r a s , y sea cual fuere la forma
c o n s e r v a r tu creencia para el primitivo padre nuestro muy
peculiar de cada uno, siempre se destaca en él más ó menos
querido (2); que todo esto sea un contrapeso para tus piés
la divina intención; por lo q u e se ve que un mismo árbol da,
para que te haga mover con lentitud como hombre rendido,'
hácia el sí y el nó que te es imposible v e r .
(1) Santo Tomás, quien refirió la vida de san Francisco.
»Necio e n t r e los necios es el que, sin distinguir, niega ó
(2) Ya que tu primera duda e s i á d e s h e c h a .
(3) Eva.
(4) Costado deJCristo.
(5) El Verbo. „ CI) Salomon.
(2) Cristo.
a f í r m a l o que h a c e e x t r a v i a r la opinion g e n e r a l , p u e s q u e nues-
tra m e n t e se o f u s c a por las pasiones. »Indicadle si la luz q u e a d o r n a v u e s t r a s u s t a n c i a subsistirá
»Inútil es q u e se a p a r t e de la orilla, p o r q u e j a m a s r e g r e s a e t e r n a m e n t e en vos, c o m o se halla a h o r a ; y de s e r asi, decidle
á ella como a n t e s el que c o r r e en b u s c a de la v e r d a d , sin e s t a r o q u e p a s a r á luego que volváis á s e r visibles (1), p a r a que no
1
s e g u r o de su c a r r e r a . Irrevocables p r u e b a s son P a r m e n i d e s . los p e r j u d i q u e la vista.»
Brisso y otros m u c h o s q u e no sabían donde c a m i n a b a n . Como u n a explosion, ó un a r r a n q u e d e a l e g r i a agita y a r r a s -
»Del propio modo o b r a r o n Sabellino y Arrio, y los otros tra en un baile á los b a i l a r i n e s m á s bulliciosos, q u e alzan la
i n s e n s a t o s que f u e r o n otros tantos áspides p a r a las E s c r i t u r a s , voz y e x a g e r a n s u s gestos, así los s a c r o s a n t o s c í r c u l o s signifi-
en los q u e al m i r a r s e los r e c t o s rostros, parecían torcidos. c a r o n m a s a r d o r en s u s bailes é h i m n o s magníficos al oír el
»No pueden los h o m b r e s a t r e v e r s e á j u z g a r , como lo s u e l e expresivo r u e g o que se les hacia.
h a c e r el d u e ñ o de un c a m p o de trigo a n t e s de q u e llegue á El q u e se q u e j a de q u e t e n g a q u e m o r i r aquí a b a j o p a r a
sazón; pues he visto al mustio zarzal, seco en el invierno, l u c i r m o r a r e n lo alto, no ha visto la divina f r e s c u r a de la lluvia
d e s p u e s preciosas r o s a s , y b u q u e s q u e d e s p u e s d e feliz y t r a n - eterna.
quila travesía, han n a u f r a g a d o á la e n t r a d a del p u e r t o . El uno, dos y tres, q u e vive é i m p e r a s i e m p r e e n t r e tres
» A u n q u e M o n n a , Berta y m i s e r M a r t i n o ( l ) vier&n volar y dos y uno, y q u e s i n c i r c u n s c r i b i r s e lo c i r c u n s c r i b e todo (2)'
h a c e r ofrendas, no se figuren verlo c o m o se ve en el d i v i n o f u é t r e s veces c a n t a d o por cada espíritu con tal a r m o n í a , q u e
consejo, p o r q u e puede c a e r el uno y l e v a n t a r s e el otro.» on la s e n a suficiente g a l a r d ó n á todo mérito
E n t o n c e s percibí en la m á s brillante luz del m á s p e q u e ñ o

a V Z COm deb¡Ó S6r


" u e dS o ^ : ° ° 'a de
' A
"Sel 3 María
'
C A N T O D E C I M O C U A R T O «Todo el i n t e r r e g n o q u e d u r e la festividad del P a r a í s o l u -
c . r a el a m o r n u e s t r o a l r e d e d o r de esta v e s t i d u r a .
»Su reflejo es idéntico á la llama de n u e s t r o a m o r tiy este
ardop d e t p a s c e | e s t j a l e s v ¡ s . o n e s > s e r . n -
Asciende el poeta con Beatriz al cielo quinto ó de Marte.—
Resplandeciente luz en la que está Jesucristo con las almas al,aS
de los bienaventurados que combatieron por la fe.—Armonio- ' CUant0 sea ' a parte que, á m á s de s u s p r o -
pios méritos, tenga el a l m a en g r a c i a
celestial.
m ^ J i f I ' * 8 ' 0 r Í 0 5 a Y * a n t a C a ' ' " e ' S e r á n u e s t r a persona
' » a s fací de c o n o c e r . E n t o n c e s c r e c e r á la g r a t u i t a luz q u e
OMO el a g u a q u e contiene un vaso redondo, va desde
- s r e g a l a el S u p r e m o Bien, luz q u e nos f o n s i e n t é 4 , a
el c e n t r o á la c i r c u n f e r e n c i a y de ésta al c e n t r o (-2), t a m b i é n e n t o n c e s a u m e n t a r á n u e s t r a visión s a n t a en e
s e g ú n el m o v i m i e n t o que le da impulso de la parte e n f l a m a el
e x t e r i o r ó i n t e r i o r . Así e s t a b a mi espíritu tan luego : i r ^ i f > y - y o q u e se d e s p u l í
c o m o la gloriosa a l m a de T o m á s a c a b ó de h a b l a r , por el pare- »Así como el carbón q u e produce llama, s o b r e p u j a á ésta
.cido que habia e n t r e s u s p a l a b r a s y las de Beatriz, á q u e plugo j" belleza,, de s u e r t e q u e a p a r e c e e V e l cent o
decir despues d e T o m á s :
"Este, por m á s q u e no lo d e m u e s t r e con la voz ni con el P r d d e " á e S l e T , a n d 7 qUG ',0S ^ a <^ará vencido
poi el de .a c a r n e q u e todavía c u b r e la t i e r r a .
pensamiento, necesita ver la raíz de otra verdad.
(i) Luego d e la Resurrección.
(?) La Trinidad.
Berta y Mariino, nombres d e personas ignorantes. (3j La modesta voz, según Landino e s la drt«
(Sj Al hablar ToroSs, Dante parefcia coto a d o e n el centro d e un vaso d e agua ce., que e r j l a d e ^ l n m , , » . ; * e P f i r t r ° Lombardo; otros a u t o r e s - i -
agita 'a, y al hablarle Beatriz, en la circunferencia de d i c h o circulo. (») Cuanto más sabemos, a m a m o s más; yy c u a n t o a m a m « m =
•que nos rodea. amanto* mas, mayor e s la l u z
»De m a n e r a , que ni podrá c a n s a r n o s aquel g r a n r e s p l a n r del sacrificio, al percibirle aceptado y gustoso, porque se m e
dor, pues los ó r g a n o s corporales serán suficientes á c u a n t o presentaron tan deslumbrantes resplandores e n c a r n a d o s en
pueda labrar n u e s t r a delicia.» dos rayos, que exclamé: «¡Oh Helios (1), cómo los embelleces!»
Me parecieron los coros tan ligeros en decir amen, q u e Como Galaxia (2), que esmaltada de luces g r a n d e s y peque-
pusieron de relieve su deseo de revestir s u s mortales cuerpos, ñas, describe entre los polos del mundo una línea clarísima
sin q u e acaso f u e r a por ellos, y sí por s u s madres, padres ó que hace dudar á los más sabios, dibujaban aquellos rayos
séres que les f u e r a n a m a d o s a n t e s de ser llamas eternales. constelados en las profundidades de Marte el signo verí-
Cuandohéaquí queal- dico (3) que forma en el circulo la reunión de los cuadrantes.»
r e d e d o r d e aquellos r e s - La memoria vence aquí al talento, pues en aquella r e s -
plandores e m a n a y se plandecía Cristo, y seria en vano que buscase una c o m p a r a - ,
a ñ a d e una claridad idén- cion digna.
tica á la de un luminoso
horizonte, y tal como > M a s e I n u e loma la cruz y va en pos del Cristo, m e perdo-
anochecido principian á nará lo que omito aquí, al contemplar un dia en aquel árbol
entreverse en el Cíelo el resplandor del Cristo.
nuevos resplandores que Desde el uno al otro lado de la cruz y entre la parte s u p e -
parecen ser y no ser, así rior y la base se agitaban dos luces brillando con más f u l -
creí ver nuevas s u s t a n - gor al unirse y pasar á otro punto, como se ven en la tierra
cias que describían un volar los átomos en c u r v a ó recta línea, pesados ó ligeros,
círculo fuera de las dos circunfe- variando continuamente de aspecto, y removiéndose en e¡'
rencias. rayo que frecuentemente entran en la sombra, que e f h o m b r e
¡Ah verídico reflejo del Santo en su cuidado reserva c o n t r a el calor.
Espíritu! ¡Qué brillante lo c o n -
Y como el laúd ó el a r p a que con s u s m u c h a s c u e r d a s
templaron mis deslumhrados ojos,
producen una suave melodía, hasta para el más profano 'en
que les f u é imposible resistirle!
las notas, aquellas luces principiaron sobre la cruz una armo-
Mas Beatriz se mo mostró tan
nía que embelesaba mis sentidos, sin embargo de no e n t e n d e r
placentera, que aquella visión que-
sus estrofas^
dará entre las que mi memoria ®M§8SíSS¡®8IP
no pudo retener. Comprendí que e n c e r r a b a n altas alabanzas, pues decían:
A pesar de ello, mis ojos alcanzarán la fuerza precisa para «¡Resucita y vence!» Mas rne sucedió entonces lo que al que
alzarse, y me contemplé transporlado con mi Señora al cielo oye sin entender.
de una más g r a n d e salvación (I). De tal suerte me haljaba arrobado, que h a s t a entonces nada
Luego observé q u e me encontraba á mayor a l t u r a , g r a c i a s me habia dominado tan dulcemente.
á la sonrisa encendida de la estrella, que hubo de parecerme Tal vez estas palabras se tengan por demasiado atrevidas."
m á s viva que antes. por tener en menos que aquella dicha la de contemplar los'
(ion toda mi alma, y con el acento propio á cualquiera, preciosos ojos en los que cifro mi anhelo.
efrecí á Dios el tributo de mi graiitud, d e b i d a á aquella nueva Mas ella no ignora que las impresiones de todas las belle-
gracia, y todavía no se habia apagado en mi corazon la llama zas son m á s vivas cuanto más se eleva quien las siente, y q u e
yo no m e habia vuelto hácia ella; m e podrá perdonar aquello

(1) El Sol.
(i) Fué transportado á nn más e l e v a d o cielo, por l o q u e s e a c e r c ó más á Dics, (2) Por la Via lactea.
que e s la verdadera salvación.
(3) La Cruz.
de que me acuso para excusarme, al notar mi veracidad, pues
vista hácia mi Señora, entre las dos me quedó asombrado. En
el placer sacrosanto que e m a n a de aquella mirada, no puede
explicarse, puesto que resulta más puro cuanto m á s nos ele- s u s ojos brillaba tal sonrisa, que creí ver p o r l ó s mios el fondo
vamos. de mi gracia y P a r a í s o .
Despues, aquel espíritu que me inspiraba tal dulzura a ñ a -
dió á s u s p r i m e r a s frases cosas que no entendí; tanta era. la
divinidad con que se expresaba, no porque tuvieran intención
d e ocultármelas, sino porque tenia que hacerlo precisamente,
CANTO D E C I M O Q U I N T O por ser superior su concepción á la inteligencia h u m a n a .
A pesar de esto, en cuanto su afecto ardiente se extendió
suficientemente para que su voz descendiese hasta los límites
Cacciaguida, tatarabuelo de Dante, lo acoge tiernamente.—Ex- de nuestra c o m p r e n s i ó n , hé aquí lo q u e primero pude oir:
plícate la genealogía de los Aligfrieri.—Después habla dé las «¡Trino y uno, bendito seas, que tan benéfico te muestras á mi
antiguas costumbres de Florencia.—Acaba por decirle que sangre!»
combatiendo d los turcos, murió por la fe de Cristo. ': Luego añadió: «El grato y dilatado deseo que hizo brotar
en mí la lectura del inmenso libro, en el que j a m á s cambian
A bendita voluntad por la que se manifiesta el a m o r lo negro y lo blanco, fué calmado por ti, hijo mío, e n m e d i o d e
cuya ¡dea es s a n a , como por la concupiscencia se la luz que te dirijo la palabra; le doy g r a c i a s rendidas á la que
manifiesta la voluntad nefanda, hizo callar aquella te procuró alas para volar á estas alturas.
suave lira y reposar las s a n t a s cuerdas (1) que vibran »Te figuras que viene hasta mi tu idea por medio del que
á voluntad de la mano celestial. es primero, como de la conocida unidad vienen el cinco y el
¿Podrán ensordecer á las súplicas justas, las sustancias que seis; por lo que no me p r e g u n t a s quién soy, ni por qué me he
p a r a inspirarme el deseo de dirigirles yo una, g u a r d a r o n fijado en tí más regocijado que cualquiera otro de esta alegre
acorde silencio? cohorte.
»Te figuras lo que es; pues en esta vida así los pequeños
Es justo que se queje el q u e por a m a r cosas perecederas se
deshace de aquel otro a m o r . •como los grandes, miran el espejo en el q u e antes de pensar
Como la viva chispa que r e c o r r e un reposado y puro cielo se retratan los pensamientos.
y se lleva n u e s t r a s , hasta entonces, indiferentes m i r a d a s , asi- »Mas para que el s a g r a d o a m o r q u e continuamente c o n -
milando á una estrella que cambia de sitio y que de la parte templo con los ojos fijos, y que "me inspira un deseo dulce,
en que brota y d u r a poco, no se extingue claridad alguna, noté a r r i b e al colmo de su regocijo, di con voz firme y alegre tu
yo del extremo derecho al fin de la cruz volar un astro (2) de deseo, pues que mi contestación está ya preparada.»
la constelación brillante en aquel cielo. Volvime á Beatriz; y como antes de respirar me c o m p r e n -
diera, me sonrió de suerte que acrecentó mi anhelo.
En vez de soltarse el diamante, recorrió la luminosa línea,
Entonces comenzó de esta m a n e r a : «Desde que lograsteis
a s e m e j a n d o un fuego t r a s del alabastro.
la primera igualdad, el a m o r y la sabiduría son de idéntico
No apareció la s o m b r a de Anquises con menos piedad (si
peso en vosotros; porque en el Sol (1) que os a l u m b r a con su
h e m o s de dar crédito á nuestra primera musa) al p e r c i b i r á su
brillantez y os abrasa con su a r d o r , son tan idénticas a m b a s
h i j o en los Elíseos Campos.
virtudes, q u e las o t r a s s e m e j a n z a s serian vanas.
De suerte que puse en ella toda mi atención, y volviendo la
»Mas la voluntad y poder en los m u n d a n o s tienen, por una
c a u s a que nos es desconocida, a l a s desiguales. Por lo que yo,
(I ) s e refiere á las a l m a s d e los bienaventurados.
42) t i «'ma de Cacciaguida, tatarabuelo de Dante.
(I) Dios.
que soy mortal, percibo aquella desigualdad en mí, y sólo de »Invocada á g r a n voz la Virgen María, permitió que naciera
corazon os agradezco vuestra paternal acogida. bajo u n a dulce techumbre^ do se disfrutaba la más completa
»Perla viviente que enriqueces ese joyel magnífico (1), te paz y la más leal civilización, y en vuestro bautisterio a n t i -
ruego me digas tu nombre.» guo fui á un tiempo llamado cristiano y Cacciaguida
/«¡Querido retoño mió, cuya espera rae complacía tanto, yo »Eliseo y Moronto fueron mis hermanos; mi m u j e r e r a pro-
he sido tu raíz!» Tal fué su respuesta. cedente del valle del Pó, y de allí se formó tu segundo nombre.
Despues añadió: «Aquel, del que tomó origen tu raza y que Luego seguí al emperador Conrado (1), que premió m i s hechos
más de cien años se ocupa en dar la vuelta á la cuesta prime- gloriosos. A su servicio milité contra la ley maligna de aquel
ra de la montaña, f u é mi hijo y bisabuelo tuyo; es necesario pueblo (2), que por causa de vuestro pastor usurpó vuestros
que tus buenos oficios aminoren su larga fatiga. dominios.
»Casta y sobria vivió en paz Florencia en su antiguo recinto,, »Aquella infame raza me libró del mundo fementido, cuyo
desde el que percibe las horas tercia y nona; ni tenia argollas, amor tantas a l m a s envilece, y su torcedor me proporcionó
ni corona ni esbeltas mujeres, ni más preciosos cinturones esta s a n t a paz.»
que las personas que los lucían; y al n a c e r la hija no amedren-
taba á su padre, pues la hora de enlazarla y el dote no habían
rebosado aun toda codicia.
»Entonces no se hallaban c a s a s sin niños, ni habia aparecido C A N T O D E C I M O S E X T O
Sardanápalo para desmostrar lo que en un aposento puede
practicarse.
»Montemalo (2) todavía no era vencido por vuestro Ucce- Cacciaguida habla del sitio y época de su nacimiento.—Dicelo
que entonces era la ciudad de Florencia, las principales fa-
llatojo, que así lo s u p e r a r á en pujanza como en desfalleci- milias que en ella figuraban, y finalmente, los desórdenes
miento. que vinieron de las costumbres nuevas.
»Yí salir á Bellincion Berti (3), con cinto de cuero y hueso,
y a p a r t a r s e del espejo á su m u j e r con la cara sin afeites.
»Yí á los de Nerli y Vecchio conformarse con una piel sim- A Q U Í T I C A nobleza de la s a n g r e , si eres el móvil del
ple, y á s u s m u j e r e s dedicadas á hilar. ¡Oh venturosas mujeres! s orgullo de los h o m b r e s en esta tierra donde tan
las cuales todas sabian el sitio de su tumba y n i n g u n a de ellas ^L. débil es nuestro espíritu, no serás ya n u n c a para mi
se hallaba sola en su lecho para la Francia. . objeto de veneración, pues que allí donde no hay
»Una velaba su c u n a , y para acallar al pequeñuelo, hacia 1 mezquinos deseos (en el Cielo), me glorificaba de ello!
uso de aquel eco que nace de! primer regocijo de los padres y No eres más que un rópon que acorta, de continuo, la tijera
las madres, en tanto q u e otra, tirando de la blanca cabellera ' del tiempo, por más que de continuo se le estire.
de su rueca, razonaba con su familia respecto de los troyanos, Con la palabra ros, á la que rindió vasallaje Roma, la pri-
de Roma y de Fiesole. mera, y en el uso de la que s u s ^descendientes perseveraron
»Entonces un Cianghella ó un Lapo Salterello hubieran
causado la misma novedad que hoy causarían un Cincinato ó
una Cornelia. I menos, tornarán á comenzar las mias.

Beatriz, q u e s e hallaba un tanto apartada á la sazón, empezó


á sonreír, asemejándose á la q u e tosió á la p r i m e r a falta de
(I) La c r u z d e f u e g o . esa Ginebra de que trata la Crónica (3).
(2j M o n t e m a l o o Monte Mario, c e r c a d e Roma; D c c e l l a t o j o . m o n t e c e r c a n o »
Florencia: significa q u e Rom» a u n no b a b i a s i d o v e n c i d a por Florencia; m a s q u e (í) Conrado III, q u e m u r i ó e n 1159.
pr.-iitoacabariael esplendor de esta. (i) Los sarracenos, q u e e n t o n c e s d e v a s t a b a n la Itali3.
(1) El padre d e 1» b e l l a Gualdrada. ¡3/ T é n g a s e p r e s e n t e e l e p i s o d i o d e Francisca d e Rimini.
que soy mortal, percibo aquella desigualdad en mí, y sólo de »Invocada á g r a n voz la Virgen María, permitió que naciera
corazon os agradezco vuestra paternal acogida. bajo u n a dulce techumbre^ do se disfrutaba la más completa
»Perla viviente que enriqueces ese joyel magnífico (1), te paz y la más leal civilización, y en vuestro bautisterio a n t i -
ruego me digas tu nombre.» guo fui á un tiempo llamado cristiano y Cacciaguida
/«¡Querido retoño mío, cuya espera rae complacía tanto, yo »Eliseo y Moronto fueron mis hermanos; mi m u j e r e r a pro-
he sido tu raíz!» Tal fué su respuesta. cedente del valle del Pó, y de allí se formó tu segundo nombre.
Despues añadió: «Aquel, del que tomó origen tu raza y que Luego seguí al emperador Conrado (1), que premió m i s hechos
más de cien años se ocupa en dar la vuelta á la cuesta prime- gloriosos. A su servicio milité contra la ley maligna de aquel
ra de la montaña, f u é mi hijo y bisabuelo tuyo; es necesario pueblo (2), que por causa de vuestro pastor usurpó vuestros
que tus buenos oficios aminoren su larga fatiga. dominios.
»Casta y sobria vivió en paz Florencia en su antiguo recinto,, »Aquella infame raza me libró del mundo fementido, cuyo
desde el que percibe las horas tercia y nona; ni tenia argollas, amor tantas a l m a s envilece, y su torcedor me proporcionó
ni corona ni esbeltas mujeres, ni más preciosos cinturones esta s a n t a paz.»
que las personas que los lucían; y al n a c e r la hija no amedren-
taba á su padre, pues la hora de enlazarla y el dote no habían
rebosado aun toda codicia.
»Entonces no se hallaban c a s a s sin niños, ni habia aparecido C A N T O D E C I M O S E X T O
Sardanápalo para desmostrar lo que en un aposento puede
practicarse.
»Montemalo (2) todavía no era vencido por vuestro Ucce- Cacciaguida habla delailio y época de su nacimiento.—Dicelo
que entonces era la ciudad, de Florencia, las principales fa-
llatojo, que así lo s u p e r a r á en pujanza como en desfalleci- milias que en ella figuraban, y finalmente, los desórdenes
miento. que vinieron de las costumbres nuevas.
»Yí salir á Bellincion Berti (3), con cinto de cuero y hueso,
y a p a r t a r s e del espejo á su m u j e r con la cara sin afeites.
»Yí á los de Nerli y Yecchio conformarse con una piel sim- A Q U Í T I C A nobleza de la s a n g r e , si eres el móvil del
ple, y á s u s m u j e r e s dedicadas á hilar. ¡Oh venturosas mujeres! s orgullo de los h o m b r e s en esta tierra donde tan
las cuales todas sabian el sitio de su tumba y n i n g u n a de ellas ^L. débil es nuestro espíritu, no serás ya n u n c a para mi
se hallaba sola en su lecho para la Francia. . objeto de veneración, pues que allí donde no hay
»Una velaba su c u n a , y para acallar al pequeñuelo, hacía 1 mezquinos deseos (en el Cielo), me glorificaba de ello!
uso de aquel eco que nace de! primer regocijo de los padres y No eres más que un rópon que acorta, de continuo, la tijera
las madres, en tanto q u e otra, tirando de la blanca cabellera ' del tiempo, por más que de continuo se le estire.
de su rueca, razonaba con su familia respecto de los troyanos, Con la palabra ros, á la que rindió vasallaje Roma, la pri-
de Roma y de Fiesole. mera, y en el uso de la que s u s ^descendientes perseveraron
»Entonces un Cianghella ó un Lapo Salterello hubieran
causado la misma novedad que hoy causarían un Cincinato ó
una Cornelia. I menos, tornarán á comenzar las mias.

Beatriz, q u e s e hallaba un tanto apartada á la sazón, empezó


á sonreír, asemejándose á la q u e tosió á la p r i m e r a falta de
(I) La c r u z d e f u e g o . esa Ginebra de que trata la Crónica (3).
(2j M o n t e m a l o o Monte Mario, c e r c a d e Roma; D c c e l l a t o j o . m o n t e c e r c a n o »
Florencia: significa q u e Rom» a u n no b a b i a s i d o v e n c i d a por Florencia; m a s q u e (í) Conrado III, q u e m u r i ó e o 1159.
pronto a c a b a r i a e l e s p l e n d o r d e e s t a . (2) Los sarrai e n o s , q u e e n t o n c e s d e v a s t a b a n la Itali3.
(1) El padre d e 1» b e l l a Gualdrada. ¡3/ T é n g a s e p r e s e n t e e l e p i s o d i o d e Francisca d e Rimini.
»Si la nación m á s degenarada de la tierra no se hubiera
Comencé de este modo: «Vos, mi padre, sois quien me dais
conducido cual m a d r a s t r a con César, y casi cual cariñosa
la precisa fuerza para hablar; tan alto me eleváis, que soyf
madre con su hijo (hubo florentino, mercader ó cambista que-
infinitamente más de lo que f u e r a . Mi alma, fertilizada por
se hubiera vuelto á Simifonti, do .su padre pordioseaba), a u n
tantos raudales, se convierte en u n a fuente de alegría que::
los Conti se hallarían en Montemurla, en Cerchí, en P r i e v e d e
m a n a de continuo sin quebrarse.
Ancona y acaso en Valldigrieve los Buondelmonti.
»Amado tronco, decidme quiénes fueron vuestros abuelos,j , »La confusion de las clases ha sido siempre la base de las
y qué años formaron época en vuestra niñez. desgracias de una ciudad, como lo e s para el cuerpo la a c u m u -
»Mencionadme el rebaño de san J u a n (1); indicadme lo que lación excesiva de alimentos.
f u e r a á la sazón, y quiénes eran los personajes y los que ocu-
i »Ciego el toro, se rinde al cordero ciego, y sola una espada
paron los altos puestos.»
corta a l g u n a vez mejor que cinco. Si te paras en Luvi y Urbi-
Como se aviva la llama del carbón al soplo del viento, vi
saglia, y de la m a n e r a cómo desaparecieran y corno siguen en
brillar á mis acentos aquel resplandor; y si hermoso pareció
|pos de ellas Chiusi y Sinigaglla, no te a s o m b r a r á s al ver cómo
á mi vista, más g r a t a fué su voz á mi oido, cuando me dijo, y
se desvanecen las familias, cuando hasta los mismos pueblos
no en nuestra flamante lengua:
lienen época m a r c a d a .
«Desde el dia que se dijera Salce (2), al parto en que m i l
| »Vuestros objetos fenecen como vosotros, a u n q u e algunos
madre, que hoy es u n a santa, se vió libre de mi peso, ese pla-
lo disimulan y parecen d u r a d e r o s á causa de la cortedad de
neta (3) se inflamó quinientas cincuenta y tres veces debajo
nuestra \'ida.
de los piés de su león.
>:Así como la c a r r e r a del cielo de la L u n a , que oculta y des-
»Mis abuelos y yo vimos la luz en el lugar donde se encuen-
cubre continu'amente las orillas del mar, obra respectivamente
tra el último distrito de la ciudad (4), para el que corre en
á Florencia, la fortuna. De suerte, que no se debe e x t r a ñ a r de
vuestros anuales juegos.
lo que diga de aquellos florentinos, cuya fama yace envuelta
»Confórmate con esto, relativamente á mis abuelos; lo que en las corrientes de los tiempos. Vi á los Ughi, los Catellini,
han sido y su procedencia, es mejor para ser callado que para los Filippi, los Greci, los Ormani y Alberichi, siendo ciudada-
hablado. nos ilustres á su decadencia; vi del mismo modo j u n t o s con los
»Cuantos se hallaban á la sazón en aptitud p a r a llevar las de Senella y los de Arga, á los Soldanieri, Ardiaghi y Bostichi,
a r m a s , desde la estátua de Marte (5) al Baptisterio, formaban lan grandes como antiguos.
un quinto de los que en la actualidad hay con vida; mas la
»Próximos á la puerta, cargada hoy con una flamante felo-
poblacion, que es a h o r a una a m a l g a m a de gentes de Campí,
nía de tanta gravedad, que luego h a r á zozobrar vuestra nave,
Figgme y Certaldo, e r a entonces pura, hasta el m á s humilde
se hallaban los Ravignani, de los q u e descendieron el c o n d e
de sus individuos.
Guido y cuantos tomaron luego el nombre del g r a n d e Bellin-
»¡Oh! ¡Más valiera tener por vecinos á los q u e nombro, y cione.
que nuestra frontera se hallase en Galluzzo y Trespiano, que
i »Ya sabia g o b e r n a r Del la Presa, y Galigaio había dorado en
sustentar tales gentes dentro de vuestros m u r o s y tener que
su casa la guarnición y pomo de su espada.
a g u a n t a r el hedor del labriego de Aguglione y del Signa, que
»Inmensa era ya la columna del Vair (1), é ilustres l o s
se apercibe ya del tráfico!
Sacheti*Guiochi, Sifanti, Barucci, los Gallí y los que se aver-
güenzan á la idea de la medida (2).
(1) Alude a Florencia, c u y o p a t r o n e s s a n Juan. »La r a m a de donde vinieran los Calfucci ya era grande, y
De la salutación del ángel á lOUti o 1081.
t'3) Marte.
( 4 ) Barrio d e San Fiero. (i) El e s c u d o de los Bili.
(5) Estátua d e Marte e n Ponte Vechio. 'i; LosChiaramontió Tosingbi, que alteraron la medida del grano.
ya habían sido elevados á las sillas curules los Sizzi y los A r r i - cuya h o n r a y nombre f se a n i m a n en la fiesta* de Tomás, reci-
quzzi. bieron s u s órdenes caballerescas y s u s privilegios, p o r - m á s
•»¡Qué poderosos contemplé á los que se destrozaron con su que estuviera adherido al bando del pueblo el que rodea su
orgullo propio! Las bolas de oro lucían en todos los g r a n d e s blasón con bordado de oro.
hechos de Florencia. »Existían ya losGualterotti é Importuni, y seria más grande
»De igual m a n e r a obraban los padres de los que §n cuanto Cel sosiego del Borgo, á no haber encontrado vecinos nuevos.
queda vacante la sede episcopal, engordan concurriendo al »La casa de donde e m a n a r o n vuestros torcedores, por la
consistorio. La altiva familia ^1), terrible cual un león p a r a el justa cólera que os destruyó y puso término á vuestra vida
q u e h u y e , y m a n s a cual la cebra para el que le muestra los venturosa, llegó con ios suyos á los honores más e n c u m b r a -
dientes ó el bolsillo, principiaba á destacarse; m a s eran tan dos. ¡Ah Buendelmonte! ¡Qué mal obraste evitandosu enlace (1)
pigmeos s u s hombres, q u e no quiso libertino Donato q u e su ; cediendo á las instancias del otro!
suegro le enlazase con ella. í; »Muchos tristes, estarían alegres, si Dios hiciera don de tu
»El Caponsacco ya habia venido de Fiesole al mercado, y cuerpo á Erna, cuando por p r i m e r a vez fuiste á la ciudad.
Ginda é Infangato eran ya buenos patricio? Necesario era, sin embargo, q u e Florencia inmolara una víc-
tima sobre la piedra q u e b r a d a que g u a r d a el puente, ya que
ha desaparecido la paz.
»Con estas y otras varias familias vi á Florencia en c o m -
pleta calma, y no tenia causa a l g u n a p o r q u é llorar; he visto
á s u pueblo con dichas familias tan justo y glorioso, que j a m á s
el pico de la lanza de la flor de lis se vió enrojecido ni incli-
nado por discordia civil.»

C A N T O DÉ'CIMOSETIMO

-Cacciaguida hace presente al poeta las desgracias que le pre-


I dijeron en el Infierno*y en el Purgatorio.— Vaticinándole su
destierro de Florencia, y la hospitalidad que encontrará en-
tre los señores della Scala.—Finalmente le encarga que es-
criba cuanto ha oisto en su viaje.

OMO aquel que se llegó á Climene para orientarse de


lo que-eontra él oyera, y cuya imprevisión es motivo
todavía de que los padres fien menos de s u s hijos (2),
»Una cosa increíble y verídica te diré: se penetraba en el quedóme yo, y tal parecí á Beatriz y á la s a n t a luz (3),
insignificante recinto que f o r m a b a la ciudad por la puerta que por mí cambió de sitio antes de tiempo.
pequeña qfle tomaba n o m b r e de casa de la P e r a .
»Los q u e ostentan las preciosas insignias del g r a n barón (2), (1) Y enlazarse á una Doiiati; de aquí partieron las querellas entre los gítelfos
y los gibelínos.
(2j Faetón,te exigió á Clemente le dijese si era tal hijo d e Apolo.—Además era
tan poco previsor y guiaba tan mal el carro de su padre, que enterados los otros
It; Los Adiriam. padres, fueron desde allí m e n o s confiados en s u s hijos. <*
(2) Hugo, el marqués de Tjpsi 13) Cacciaguida. . »
La Dama dijo entonces: «Exhala el ardor de tu anhelo, á tos; éste e s el primer flechazo que a r r o j a el arco del destierro;
fin de q u e se vislumbre impreso su interior deseo: no porqué s u f r i r á s el mal sabor del ajeno pan, y el c'ansancio q u e da el
tus palabras te nos manifiesten mejor, sino para que te deter- . subir y bajar por la escalera de otro. Mas tu carga pesada s e r á
mines á revelar tu sed y te pueda proporcionar otro el elixir la estúpida y mala compañía, con la que te dirigirás al valle:
para calmarla. pues desgraciada, loca é impía, se declarará en contra tuya,
»¡Oh dulce tallo mió! es tanta la altura de tu elevación, que si bien á poco se avergonzará de su o b r a .
cual ven los espíritus terrenales que no hay triángulo suficiente »Su proceder será el proceso de su brutalidad, d e . s u e r t e
á contener dos ángulos, obtusos, percibes tú las cosas c o n t i n - que será g r a n d e loor para tí el haberte formado tú solo un
gentes antes de suceder, con solo m i r a r el sitio en que están partido. Tu primer auxilio y tu primer asilo se deberán á la
presentes todos los tiempos. cortesía del g r a n Lombardo que conduce sobre su escala el
»En tanto que bajo el apoyo de Virgilio, me hallaba en el ave sacrosanta.
monte donde se curaban las a l m a s y mientras bajaba al »Fijará en tí su benévola mirada, que entre el favor y el
mundo de los muertos, se me manifestaron cosas de tal t r a s - ruego será primero el que entre los demás tiene costumbre
cendencia respecto á mi vida futura, que aun creyéndome un de s'er último. Al lado de él n o t a r á s al que al nacer recibió
tetrágono contra los embates, del porvenir, quisiera saber la una fuerza tal de aquella estrella, que serán hermosos todos
suerte que me está deparada, pues que la flecha prevista va sus actos (1).
siempre más despacio.»
»Aun los pueblos no tuvieron motivo de notarlo, por
Esto manifesté á la luz que me h a b l a r a antes, para insi- causa de su corta edad, pues sólo nueve años giran estas esfe-
n u a r l e mi deseo según idea de Beatriz*. Y en lugar de las ambi- ras á su alrededor. Mas antes de que el Gascón (2) s o r -
güedades en que caian los pueblos locos (i) antes de que f u e r a prenda al g r a n Enrique (3), principiará á resplandecer el fuego
inmolado el Cordero de Dios, redentor de las culpas, me r e s - de su virtud en menosprecio al oro y las fatigas. H a s t a tal
pondió en correcto latin y claras frases aquel paterno a m o r puntoserá m a g n á n i m o , que ni s u s contrarios callarán respecto
habido en su luz que se manifestaba sonriendo: á ella.
«Lo contingente, que no pasa más allá de los límites de »Puedes contar con él y s u s beneficios; muchos h o m b r e s
vuestra materia, se halla todo figurado bajo la eterna mirada; serán reformados por él, y ricos y pobres cambiarán su c o n -
á pesar de ello, la necesidad depende sólo de la-mirada del dición. No digas á nadie las predicciones que sobre él te
q u e ve descender la nave por la corriente. acabo de hacer, mas procura g r a b a r l a s en tu mente.» Otr^s
»De aquí que llegue á mis ojos la época q u e para tí se cosas me insinuó que parecerán increíbles hasta á los q u e
a p r o x i m a , como se viene al oido el dulce eco del órgano. las vean.»
»Partió Hipólito de Atenas por la malevolencia y perfidia Despues añadió: «Estos son los motivos de lo que te se
de su s u e g r a , como partirás tú de Florencia. Esto es t o q ú e s e dijera, y éstos los lazos que te se esconden detrás de cortos
desea, lo que se pide y lo que no t a r d a r á en verificarse, por años.
lo que del asunto se ocupan allí donde diariamente se comer- »Sin embargo, quiero que los vecinos no exciten tu envidia,
cia en el propio Cristo. pues tu vida será más d u r a d e r a que el plazo prefijado para
»El delito s u r g i r á del partido derrotado, según costumbre; castigo de su avilantez.»
m a s la divina Justicia probará la verdad, ella, q u e es dispen- Luego que la santa alma demostró con su silencio h a b e r
sadora de las venganzas. concluido la trama que necesitaba ia tela que p a r a su u r d i -
»Te verás precisado á separarte de tus más queridos obje-
(1 » El Grande Can, nacido e n la influencia de Marie.
<21 El papa Clemente V.
(<) Por los oráculos de las Sibilas. .
(3) Enrique VII,emperador, íalleci.'o el año 1ÍI3.
miento lo p r e s e n t a r a yo, flucíué como el que .quiere aconse-
j a r s e de persona cajJaz de a m a r y ver recta y cariñosamente.
«Noto, padre mió, q u e el tiempo aguijonea su corcel hacia
mí para asestarme un golpe tanto más b r u s c o , c u a n t o que se
C A N T O D E C I M O C T A V O
excede con más facilidad; siendo así, será opurtuno a r m a r m e
de previsión, para que s i s e me despoja del sitio que m e es
m á s amado, no pierda los demás p a r a mis estrofas. Habla Caceiaguida á Dante de algunos espíritus que formaban
»Allí abajo en la tierra siempre a m a r g a , y en la preciosa la Cruz de Marte -El poeta, guiado todavía por Beatriz,
c i m a de la m o n t a ñ a de donde me sacaran los ojos de mi asciende al planeta Júpiter, sexto cielo.-Vé á las almas de
los dantos describiendo una grande águila: son los que ad-
Señora, para conducirme al Cielo supe cosas tales, q u e el ministraron sana justicia en la tierra.
mencionarlas acaso seria para a l g u n o s harto duro. Pero
siendo un amigo temeroso de la verdad, me expongo á que se L bienaventurado espíritu se deleitaba ya en mis
c o n f u n d a mi vida con la de los que llamais al presente, a n t i - palabras, en tanto yo saboreaba mis reflexiones,
g u o tiempo.» templando lo dulce con lo a m a r g o , cuando la m u j e r
Aquella luz en que sonriera el tesoro existente para mí en que me guiaba á Dios, dijo: «Muda de ¡dea y calcula,
aquella esfera, principió á lucir cual espejo de o r o á los rayos que me hallo próximo al que nos aligera del peso de n u e s t r a s
del sol, y me dijo: faltas.»
«Unicamente una conciencia manchada ppr su mismo rubor Me volví á la tierna voz de la que era mi alma, y dejo de
ó por el de otro, hallará violenta tu voz. De suerte, que no describir el a m o r q u e entonces contemplé en sus divinos ojos,
debes i n c u r r i r en mentira alguna, y más bien depon tu visión, no sólo por desconfianza de mis palabras, sino también por lo
dejando para el sarnoso el oficio de rascarse do le pique. Si débil de mi espíritu, que mal podría repetir loque no alcanza,
al pronto resulta tu palabra áspera al paladar, dejará en cam- á no servirle otros de guia.
bio una alimentación s a n a al hallarse digerida. Unicamente aseguraré, que al considerarla, mi a m o r quedó
>,Tu voz será como el vendabal que azota especialmente exento de todo deseo. En tanto que la eternal alegría i r r a -
las c u m b r e s más elevadas, lo q u e será más honorífico. Por diaba el peregrino rostro de Beatriz, hacia mí dicha con su
esto sólo te fueron presentadas en estas esferas en la m o n - inspirado semblante, adivinándome ella á la luz de una s o n -
taría y en el valle del dolor a l m a s de acreditada fama, pues risa, me objetó:
el espíritu del que oye no pára su atención ni su fe en e j e m - «Vuélvete y oye, pues el Paraíso no se halla solamente en
plos de oscuro y no conocido origen, ni en obras a p e n a s per- mi vista.»
ceptibles.» Así como en el semblante se dibuja a l g u n a s veces la v e h e -
mencia de la pasión que a r r o b a el alma, advertí yo en las
chispas del santo resplandor, al cual me volvia el deseo de
proseguir ei¡ nuestra conversación.
Y tanto era así, que dijo: « E n esa q u i n t a zona del árbol
que por la copa se vívífiea, dando continuo fruto sin perder
nunca s u s hojas (1), hay felices espíritus q u e antes de llegar
al Cielo, tuvieron allá abajo tan i n m e n s a celebridad, que°no
se halla m u s a que no ensalzara s u s actos.

(I) El p l a n e a Marte, circulo q-.inlo del Paraíso.


•-
PARAISO

«Repara los brazos de la cruz, ^ los que ahora le n o m b r e


verificarán lo que en la ntibe su fuego veloz.» dallaban68 ^ traZa
'' ^ de aquellos signos, pasaban y
Sobre la cruz*ví que pasaba un resplandor con nombre de
¡Oh musa íntima de Pegaso, que cantando eternizas los
Josué, así que f u é nombrado, sin que su nombre me fuera
espíritus, y haces inmortales cual tú las ciudades y naciones
conocido antes de pasar.
d a m e luz para q u e pueda revelar aquellos rostros, tal como
Al nombre del gran Macabeo vi agitarse una luz que daba los vi, y baz ostensible tu valía en estos pocos versos'
vueltas; el regocijo era el látigo de aquel celestial peón
Las luces por cinco veces farmaron siete vocales y conso -
AI oir n o m b r a r á Carlomagno y Rolando, mi vista siguió
nantes, y anoté por orden aquellos trazos, según la m a n e r a
cuidadosa á dos luces, como sigue el cazador el vuelo del
corno se me presentaban.
halcón.
Diligite j0tiam: este e s el primer verbo y nombre de
Después á mi vista pasaron s o b r e aquella cruz Guillermo, toda composición; Quijudicatis terram, los últimos. Al trazar
Ricardo, el duque Godofredo (1) y Roberto Guiscardo; la luz la M de la postrera palabra, aquellas luces'tenían tal disposi-
<|ue antes me dirigiera la palabra, también se agitó, y m e z - ción, q u e J ú p i t e r parecía de oro y piala.
clándose con las demás me enseñó cuánta era su distinción
entre los c a n t a n t e s celestiales.
Me volví á la izquierda á fin de que Beatriz me indicase
con el ademan ó la m i r a d a lo que debiera hacer, y noté tal
pureza en s u s ojos y tal alegría en su rostro, que sobrepujaba
en hermosura á todos los demás, y hasta á la misma belleza
que antes a d m i r a r a en ellla.
Y cual con creciente regocijo ve el hombre dado por el
bien, que a v a n z a de dia én dia hácia la virtud, vi yo que mi
ascensión circular dibujaba en el Cielo un arco mayor al con-
templar á Beatriz, dechado de belleza, más deslumbradora
cada vez.
Como se desvanece el rubor de la nivea mejilla de la mujer
que perdió la vergüenza, conoció mi vista, al volverme, en la
ténue blancura del sexto planeta (2), que me acababa de
admitir en su seno, y que el a m o r que residía en aquel faro
de Júpiter, descubría á mis ojos nuestro abecedario entre s u s
rayos.
Las aves que se alzan sobre el rio y que al vislumbrar su BIBLIOTECA PARTICULAR
alimento, forman veloces una línea, ya curva, ya recta, no se ( DE LA
pueden c o m p a r a r por su ligereza con las c r i a t u r a s s a c r o s a n -
tas q u e cantaban volando entre la luz, describiendo ya una D,
ya u n a I, ya una L.
PROFESORA DE C A N T O
Al principio se agitaban a c o m p a s a d a m e n t e , c a n t a n d o ; .

Godofredo, duque de Lorena, conquistó áJerus.alen.-Guiscardo, duque ti" En aquel punto vi bajar otros resplandores sobre la narle
Noi ninnili*, conquisto á Sicilia,
U M d PaSaba Ca
(2) Planeta Júpiter. ' ° " ",and0; # Í - el bien que
Y como del choque de dos brasas brotan infinidad de
chispas, tenidas por ios necios por otros tantos augurios, asi
miles de resplandores parecían subir, unos á g r a n a l t u r a ,
otros no tanto, según la distribución del sol que los a l u m b r a . C A N T O D E C I M O N O V E N O
Al estar cada uno en su sitio, vi que formaban la cabeza y
cuello de un águila.
Apostrofe contra las simonías y avaricia de sus tiempos.—In-
No necesita guia el q u e pintó esto; él mismo se basta, y de terroga el poetad las almas que describen la celeste Aguila,
él viene la virtud que da forma á los nidos. Los otros bienaven- sobre la posibilidad de salvarse ó no el que no conociera y
turados, que en un principio se conformaban con fabricar sobro practicara la f e cristiana.
la M una corona de lis, hicieron luego u n a pequeña oscilación
y quedó acabada la forma del águila. ELANTE de mí y con las alas tendidas, estaba la bella
¡Ah g r a t a estrella! ¡Cuántas joyas preciosas me indicaron í¿|¡|pf jimágen q u e con su dulce arrobamiento acrecentaba
v
q u e nuestra justicia es obra del Cielo, del que eres d i a m a n t e r p• el placer de las almas,allí reunidas Asemejaban pre-
divino! ciosos rubíes que reflejaban en mi vi^ta, herida por
Por lo q u e pido á la razón, principio de tu fuerza y movi- los resplandores del sol más refulgente. Lo que a h o r a debo
miento que indague de dónde procede el h u m o que oscurece bosquejar, no puede cantarlo voz h u m a n a , ni aun concebirlo;
tus rayos, para q u e se irrite nuevamente contra los c o m e r - pues vi y aun percibí al pico decir en su voz peculiar: yo y mió,
ciantes del templo, que debió s u cimiento á los milagros y á no teniendo en su idea el vos y el vuestro.
la s a n g r e de los mártires. Despues empezó así: «Me hallo elevado á tal gloria, por
¡Oh milicia del cielo, que contemplo, adora á Dios por los haber practicado la justicia y la piedad; gloria que no puede
que existen en la tierra extraviados por c a u s a de los malos eclipsar deseo alguno. En la tierra es tan g r a t a mi memoria,
ejemplos! que aun la malevolencia la ensalza, á pesar de q u e no sigan
s u s huellas.»
d i l l e s era costumbre hacer g u e r r a con la espada; hoy se
practica a r r e b a t a n d o aqui y allí el pan que el padre caritativo Y así como es uno solo él calor que despiden distintos tizo-
reparte entre s u s hijos. nes, uno solo era el eco que venia de aquella, sin embargo de
formarla a m o r e s distintos.
Mas tú, que escribes tan sólo para borrar (1), calcula que
Pedro y Pablo, q u e murieron por la viña que tú abandonas, Yo respondí: «¡Ah e t e r n a s flores del eterno goce, que cual
único a r o m a me dais vuestros perfumes, reposad, e x h a l á n d o o s
viven a u n . Puedes decir con entera verdad: «Pongo de tal
la crudeza del inmenso a y u n o que tan grande hambre m e
s u e r t e mis deseos en el que apeteció morir solitario (2) y
hizo pasar hallá en el mundo donde no existia para mí ningún
fué a r r a s t r a d o al tormento, que desconozco al pescador y á
alimento!
Pablo.»
No ignoro que si la divina Justicia es espejo para otra
esfera, la vuestra deja de percibirla á través de un crespón;
(I) B. n i f a c i o VIII, á q u i e n s e acu.-a ti - alzar e n t r e d i c h o - , por s ó l o procurarse vosotros no ignoráis la atención con q u e lo oigo, ni la duda
d i n e r o al l e v a n t a r l o s . « qug siembra en mi un a y u n o tan antiguo.»
(3) Quiere d<-< i r e n l o s I h r i n i s , q u e t e n í a n la i m a g e n d e san Juan Bautista.
Como el halcón que, al encontrarse desembarazado de su
capirote, bate las alas, y orgulloso d e m u e s t r a s u s deseos, vi
agitarse al águila formada de alabanzas de divina gracia,
cuyas voces sólo pueden entender los que gozan de ellas en
las alturas.
Luego respondió: «El q u e giró su compás al extremo del
CANTO x t x 337
;
u — : : : —i— 1 —
mundo, y que guardó en el espacio tantos objetos ocultos y En tanto se agitaban, decia cantando: «Mis acordes serán
potentes, no pudo dejar en todo el orbe una prueba mayor oscuros para tí, como lo es para los que m o r á i s allá abajo la
de inmenso poderío que su Verbo no la sobrepujase; la q u e eterna justicia.» 1
nos e n s e ñ a que el primer orgulloso, sin embargo de tener más
Los magníficos acordes del Santo Espíritu siguieron todavía
talla que ninguna otra criatura, cayó antes que alcanzara la
reposando en el signo hecho á los r o m a n o s , tan temibles para
razón que da la gracia, por no esperar la luz.
el mundo entero; añadiendo el águila: J a m á s pudo ascender
»De lo que viene, que toda c r i a t u r a de menos talla que á este imperio quien no creyó á Cristo, antes ó despues do su
aquella, es receptáculo asaz angosto para d a r cabida á un martirio en la Cruz. Hay ecos que g r i t a n : «¡Cristo, Cristo!»
bien sin limite, y que sólo se puede medir por si propio; así, que en el instante del juicio final se hallarán más alejados de
nuestra vista (que no es más que uno de los rayos del espíritu él que algunos q u e 110 le conocieron j a m á s .
que todo lo llena) 110 puede por su pequeñez tener fuerza tal,
»Semejantes cristianos los c o n d e n a r á el etiope al s e p a r a r s e
que advierta su principio en los preciosos límites. I
ambos colegios, uno rico para la eternidad, otro pobre para
»La vista que se dispensa á ' n u e s t r o mundo, penetra en la siempre.
eternal justicia como el ojo en lo interior del Océano, el cual
»¿Qué dirán los persas á vuestros reyes al ver abierto el
a u n q u e vea el fondo en la orilla, deja de verle en alta mar; el
libro donde están consignadas todas s u s torpezas? E n t r e los
fondo existe, m a s la profundidad le esconde.
actos de Alberto se notará aquel que luego lanzara el águila,
»No hay luz que 110 e m a n e d e este punto sereno, que nunca bajo la que. el reino de P r a g a no será más que un páramo.
se ve cubierto de celajes; fuera de él todo son tinieblas y s o m -
»Se verá allí el dolor excitado en las orillas del S e n a , por
bras de la c a r n e ó de su ponzoña.
el que s u c u m b i r á de resultas de una herida que le inferirá un
»Creo haber descorrido suficientemente el velo que te ocul-
jabalí (1).
tara á la viva justicia, sobre la cual preguntabas y decías:
»También se notará el exagerado orgullo de los escoceses
«La criatura nacida en e l d n d o s t a n , donde nadie nombra
é ingleses, dementes hasta el caso de no saber detenerse en
al Cristo, ni sobre él se lee ni escribe, siendo s u s actos y
su límite, y la lujuria y vida voluptuosa de aquellos m o n a r c a s
deseos f sanos y morales, la vida de aquel sér no debe tener
de España y Bohemia (2), á quienes no conoció ni apreció
tacha; y aun muriendo sin bautizar y sin fe, ¿con qué justicia
heroísmo.
se podrá condenar? ¿Qué tanto de culpa tendrá por no creer?»
»Señalada con una 1, se verá también allí la bondad del
»A pesar de ello, ¿quién eres tú para q u e r e r p e r t e n e c e r á
Cojo de Jerusalen (3), como lo será con una M el que marchó
un tribunal que ha de juzgar á miles de millares siendo asi
c o n t r a él.
que tu vista no domina más que un palmo de distancia?
»Asimismo se verá la doblez y avaricia del posesor de la
Indudablemente habría materia de duda y asombro para el
isla de Fuego (4), en la que Anquises dió fin á su larga cami-
que fuera, como yo, á no resplandecer en vosotros la luz de la nata. Y en prueba de su escaso valimiento, su lema se f o r -
Escritura.
m a r á de c a r a c t e r e s truncados, que se expresarán m u c h o en
»¡Oh séres terrenales! ¡Oh menguados espíritus! La primi-
poco espacio.
tiva voluntad, s¡ma por sí propia, j a m á s se apartó de sí, que
»En cada uno se verán las bajezas del h e r m a n o y del lio
e s el bien infinito. Cuícamente es justo lo que le es afin; no
q u e envilecieran una nación valiente y dos coronas.
existe bien creado q u e la pueda a t r a e r ; ella es.Ia que produce
el bien con sus resplandores.»
Como cigüeña que se agita en el nido despues de haber
templado la necesidad de s u s hijuelos, y á semejanza del que (i) Felipe el Hermoso.
de éstos la m i r a satisfecho, así alcé yo ta frente a n t e la i m á - (S) Alfi'n-o y W e n c e s l a o .
<3j Carlos, monar< a d e P n l l a y J e r u s a l e n .
gen que tendiera sus alas movidas por infinitos espíritus. Federico de Sicilia.
»Reconocidos serán allí los reyes de Portugal y Noruega, v
ó r u m o r se trucó súbitamente en voz, saliendo por un pico
el de Hascio, que alteró los limites de Venecia.
formando conceptos, que procuré g r a b a r en mi corazon por
»¡Venturosa será Hungría si no permite que se la maltrate
mas. ¡Venturosa podrá ser Navarra s i s e refugia en las monta- aguardarlos con tal ansiedad.
nas que la circundan! «La parte que de mí misma adviertes y que en las águilas
vulgares pueden sostener la brillantez del sol, desea que se la
»Crean todos que Nicosia y Famagosta claman ya por el
mire a h o r a con fijeza, me dijo, porque entre los fuegos que
momento de la venganza, y s e agitan y querellan por causa
de Ja bestia que las dirige ( t ¿ bestia que no se a p a r t a de las dan forma á mi faz, los que dan brillo al ojo de mi cabeza son
huellas de los otros brutos.» los principales de todos s u s g r a d o s .

C A N T O V I G É S I M O

P
i^ ' f e
n 7 ¡ malas obraS de diferentes principios cris-
líanos. Dante observa en el Aguila celestial las almas de
r U c o n s í ¿ c ¿
d o 7 1 2 Z ^ 1 r T ° f j" a ! / Virtud. —Admiran-
fe orí tía 3 , 3 e l ° f ° í Per«onaJes <J«<? no practicaron la
fe cristiana, le dice el Aguila el modo cómo se salvaron
aquellos dos espíritus.

L descender de nuestro hemisferio el que lo a l u m b r a


todo, extínguese el dia por todos lados, y el Cielo,
iluminado antes por el, se m u e s t r a tachonado de
luces, de entre las cuales sólo una resplandece
Aquel estado del Cielo se presentó á mi imaginación a |
c e r r a r su pico el signo del mundo; porque teniendo más brillo
aquellos esplendores, comenzaron de nuevo a l g u n a s melodías
q u e han desaparecido ya de mi mente.
¡Oh grato amor, siempre sonriente, q u e abrasador te creia
enmecho de los resplandores que aspiraban sólo sacrosantas
.deas! Luego que aquellas preciadas y brillantes joyas de
que vi englanada la luz santa, callaron s u s celestiales notas
me pareció oír el murmullo de un r b que, al descender de
una cascada, muestra el raudal de su curso.
Y como se produce el sonido al m á s ténue contacto de un »KJ que luce enmedio de la niña ha sido el gran cantor del
a r p a , ó al e n t r a r el aire en la c h u r u m b e l a , nació un mugido Espíritu Santo, que llevó el arca de pueblo en pueblo (1); hoy
del cuello del Aguila, como si estuviese taladrado. El mugido sabe lo que vale su canto, y el resultado de su voluntad, por
el galardón relativo que ha recibido.
(I) Dos poblaciones d e Chipe«", s o m e t i d a s » Fnriquo II.
(!) El rei David.
»Entre los c.nco que describen el arco de mi ceja, el m á s
Regnum c(elorum cede ante la fuerza de un ardiente anior y
cercano a mi p.co, dió consuelo á la viuda al morir su hijo (IV
de una esperanza tan viva que triunfan de la divina voluntad:
p o r la práctica de esta g r a t a vida y la de la contraria, sabe
no como consigue el hombre dominar á su semejante, pues
cnan caro resulta el no ir en pos del Cristo.
que sólo vencen porque aquella se deja vencer, y vencida,
»El que le sigue en sentido ascendente, retrasó la muerte triunfa por su g r a n bondad.
mediante una verídica penitencia (2), ba aprendido a h o r a que
»Te causa estrañeza al ver la primera y quinta a l m a del
no cambia el arco eterno, sin embargo que allí abajo u n a prez
arco en la mansión celestial; mas no vinieron paganas de s u s
ardiente j u n t e la víspera con el otro dia.
cuerpos como te figuras, y sí cristianas, poseyendo fe ardiente,
»El que va en pos de él, transfirió las leyes en Bizancio (3) la una en los que habían de s u f r i r (1), la o t r a e n l o s q u e habían
por lo que, a pesar de su s a n a intención, produjo resultados sufrido (2).
tristes, y se h.zo griego p a r a dejar su sitio al Pastor; hoy sabe
»La una salió del infierno, del que j a m á s se regresa con
•lueel mal q u e inocentemente produjo no le daña, a u n q u e
sana intención, y tomó otra vez su cuerpo en premio de u n a
diera pié a la destrucción del mundo.
esperanza viva, que diera tal f u e r z a á las plegarias elevadas á
»El que notas en el descenso del arco, fué Guillermo, quien Diospararesucitarla,quecon&igui«)inclinarsu volundadeterna.
echo de menos la tierra que llora á Carlos y Federico (4V La gloriosá alma á que me refiero, vuelta á unir á la c a r n e ,
conoce a h o r a cómo aprecia el Cielo á un rey justo, como lo de la que no tardó en a p a r t a r s e , creyó en el q u e lo podía auxi-
patentiza su brillante resplandor. ¿ Q u i é n c r e e r i a que en la liar, y así creyendo, se inllamó de s u e r t e que la llama de ver-
- e r r a tan plagada de e r r o r e s , q u e Rifen el de Troya es la dadero amor, luego de su otra muerte, mereció el honor de
quinta luz de estos santos resplandores ? asistir á esta fiesta.
» R e s p e c t o á la d i v i n a g r a c i a , s a b e él m á s h o y q u e lo q u e »La otra por gracia nacida de u n a fuente tan magnifica
pu,eda v e r e l m u n d o , a u n q u e su v i s t a n o a l c a n c e t o d a v í a s u que j a m á s el ojo de h u m a n o sér pudo a t r a v e s a r la superficie,
estuvo en la tierra dotada de sano espíritu; y de merced en
f ? ™ * V<! q " e C a m á n ( 1 ° 8 6 e , e v á ' y súbitamente calla merced, le abrió Dios los ojos, q u e supo poner en nuestra
s a t s f e c h a d e s u postrera a r m o n í a , creí á la imagen del signo futura redención. Cuando hubo creido en ella, dejó de padecer
de la s u p r e m a voluntad, á cuyo placer vuelven las cosas al la infección pagana, y fué el cuchillo de la perversidad del
ser que tuvieron; y a u n q u e mi duda fuese como en el vidrio hombre.
tiempo. 1 ' q U e
^ PUde g U a r d a r Si,e,íci0
Por más »Las tres m u j e r e s que has visto en la rueda diestra del
carro (3), lo sacaron de la pila tres mil y m á s años antes de su
«¿Qué cosas son esas?» hizo e m a n a r de mis labios la g r a -
bautismo. ¡A.h predestinación, qué distante se halla tu raíz de
SU
ZTT , P e S ° ' P ° r n ° , a r g r a " d e S P r u e b a s ^ regocijo los ojos que no distinguen el g r a n móvil!
V Sta
l i o ' " , á S G n a r d e C Í d a ' n i é - P « - «I bendito »Y vosotros, mortales, sed prudentes en vuestras ideas,
signo, por no acrecentar másfrni asombro-
pues que nosotros, que no vemos á Dios, todavía no conoce-
v s¡n0,oPrend0 r 6 CreeS e s a s cosas
Porque yo te las sugiero, mos todos los escogitados Sin embargo, disfrutamos en nues-
tra ignorancia, cifrando nuestra felicidad en apetecer lo mismo
dejan de estar ocultas; practicas lo que el que a p r e n d í de
que Dios quiere.»
memoria, que no conoce el sentido s,n que o l se To a d a r e
Esta fué la suave medicina que la santa i m á g e n m e d i ó p a r a
alargar mi corta vista.
(<> TiüjHíii., euipi rador.
i*) E¿eqnias.
(•') CoDítínUno. (1) Rifeo.
(»i Guillermo II. llamado el Bueno, rey d t í Mcilia. (-2) Trajauo.
(3) Tres virtudes teo'ogales.
Y cual un profesor de cítara sigue en las cuerdas los ecos! que era tan elevada, que mi vista no la alcanzaba (1). Vi des-
de la voz del cantante para f o r m a r g r a t a s armonías, "del c e n d e r por efla tan gran número de esplendores, qiie me fi-
nnsmo modo, en tanto hablaba aquella imágen sacrosanta, g u r é estaban allí j u m a s todas las luces celestiales; y como las
recuerdo que vi las dos bienaventuradas luces qne formaron cornejas tienen la costumbre á la a u r o r a de agitarse'unidas
s u s párpados, agitarse uniformes y a c o m p a ñ a r s u s palabras para calentar s u s alas antes de alzar el vuelo y seguir dife-
con nuevos rayos. rentes direcciones, igual practicaron aquellos resplando-
res, hasta que cada uno ocupó el lugar que le correspon-
diera.

C A N T O V J G E S I M O P R I M E R O

Asciende Dante desde la esfera de Júpiter d la de Saturno,


cielo sétimo.—Formaron en él una gran escala los que se de-
dicaron á la vida de la contemplación—Responde san Pedro
Darnian á todas las preguntas del poeta - Increpa la molicie
y lujo del clero de su siglo.—Esfera de Saturno.

E iJÁBASE mi vista n u e v a m e n t e en la faz de mi Señora,


á la par que todos mis sentidos, pues no me d o m i -
' :.'¡>.p naba otra idea; e m p e r o ella no se sonreía.
, Por fin m e dijo: «Si me sonriera, f u e r a de ti lo que
fué de Semelé al q u e d a r reducida á ceniza; pues mi h e r m o -
s u r a , como h a s visto, se va iluminando g r a d u a l m e n t e á medida
que nos a c e r c a m o s al eterno palacio, pues de no templarla
vendría á brillar tanto, que tu h u m a n a fuerza, expuesta á s u s
rayos, asemejaría á la r a m a desgarrada por la centella.
»Estamos ya en el sétimo esplendor, que, situado bajo el
pecho del ardiente león, extiende con él s u s rayos hacia la
El que se quedara más próximo lucia tanto (2), que yo me
tierra para templar su a r d o r . Pon tu espíritu al lado de tus
decía: «Bien practicó el a m o r q u e me anuncias.» Mas aquella
miradas, y convierte tus ojos en espejos para la imágen que
de quien yo esperaba el mandato de hablar ó callar estaba
en ellos se va á reflejar.»
muda; por lo que á mi pesar no moví los labios. Sin embargo,
Quien comprendiera lo que mi vista se deleitaba en aquel
ella, q u e con l o s o j o s que todo lo ven advertía mi silencio, me
bienaventurado aspecto, antes de tener que invertirla en otro
dijo: «Satisface tu vehemencia.»
objeto, sabria cuán g r a t a me e r a la obediencia á mi guia celes-
tial, y m a r c h a r de una en otra dicha. Y entonces empecé: «Aunque mis méritos «ean indignos de
En el planeta que, c u a n d o gira, en derredor del mundo,
toma el nombre de aquel a m a d o rey en cuyo reinado se ani-
(3) Escala dp. Jacob.
quiló todo mal, vi una escala del color de los r a y o s del sol, la
(2) S a o Pedro Daroia», ern.ítaiio antey y lu< gó cardenal.
ti» c&ntestación dime por favor, á la que me consiente i n t e r -
rogarte, alma q u e t£ hallas oculía en tu alegría, ¿por q u é Tso te figures que m, solicitud sea hija del amor, pues allá
causa te me acercas tanto, y por q u é no se escuchan en esta arriba se arde en „ n o t a n inmenso cual este resplandor te lo
esfera las g r a t a s a r m o n í a s del Paraíso, q u e con tal devocion demuestra, mas la elevada caridad que nos hace siervas cui-
vibran en las otras?» dadosas á la voluntad que rige el mundo, nos coloca aoui en
este orden que te sorprende.»
«Ya veo vaso sagrado, le dije, que es .suficiente en esta
corte un libre a m o r para hacerse siervo de la eternal Provi-
dencia; mas lo que no entiendo,>es por qué has sido entre tan-
tas la sola encargada de esta misión.»
Aun no se había extinguido la última frase, cuando la luz
se pareció concentrar, girando como rueda veloz
Después repuso el a m o r habidoen su centro: « L a d i v i n a luz
refleja en mí. penetrando por entre la que estoy inundada- y
me eleva tanto su virtud, unida á mi vista, que noto hasta la
magnifica esencia de donde e m a n a . De allí nace la alegría q u e
me rodea, pues lo claro de mi vista iguala al esplendor de s u s

«Mas ni el alma que brilla en el Cielo con más fuerza n i e l


serafín que más penetrara á Dios con su mirada, pueden res-
ponder a tu pregunta; de tal suerte s e adelanta lo que pides
en el a r c a n o del eterno secreto, que no hay inteligencia q u e
& 1
pueda comprenderlo.
»Dilo de este modo al r e g r e s a r al mundo mortal, p a r a evi-
f ^ M l más trecho por tal c a m i n o . El e s p í r i t u '
< M aquí es luz, en la tierra no e s más que humo: mal podrá
allí abajo lo que no puede, a u n q u e logre elevarse »
* Jan me dejaron s u s palabras, que Olvidé mi duda
«educiéndome con humildad, á preguntarle quién era
«Entre la.s dos riberas de Italia y próximas á tu patria (1)
se hallan dos penas tan elevadas, que el trueno suele r e t u m b a r
en su base; forman un pico nombrado Catria, junto al cual se
, a e m i i l a q u e Se C 0 U S a g r a
™ 7 « I culto

Esto me repuso por vez tereera; luego añadió: «De tal suerte
me dediqué allí al servicio de Dios, que con sólo alguna, viT !
das aderazadas con el jugo de la aceituna, pasaba el calor y el
»Mortales son tu oído y tu vista, m e repuso; no so canta frío, feliz con mis ideas de contemplación. Aquel claustro daba
aquí por la propia razón que no consiente sonreír a Beatriz. abundante producto para esta parte del Cielo, en tanto q u e
Si bajé hasta este punto de la escala santa, fué por halagarte
con la palabra y con el resplandor de que me hallo revestida.
(i) D u c a d o de Urb no.
hoy eslá Un desierto, que h a b r á por precisión que "revelarlo te h a impresionado de tal modo un solo grito? Si h u b i e r a s en-
pronto. tendido las plegarias que contiene, estarías al cabo d é l a ven-
»Allí me llamaron P e d r o Damian, y P e d r o el pescador en el g a n z a que notarás a n t e s de tu m u e r t e .
convento de Nuestra Señora en las m á r g e n e s del Adriático; « J a m á s hiere la espada celestial ni m u y pronto ni m u y
muy débil e r a ya mi vida mortal, al s e r llamado para obli- tarde, con arreglo á la idea del que la espera con alegría ó
g a r m e á t o m a r el capelo q u e pasa s i e m p r e de peor á peor. miedo. Vuélvete enseguida á otro lado y verás varios espíri-
»Llegó Cefas, como también el vaso escogido (1) por el tus ilustres, si tu mirada se coloca en la dirección que le
Santo Espíritu; arabos flacos y descalzos, recibiendo el s u s - demuestro.»
tento de a j e n a mano. Los modernos pastores son tan cómodos,
Efectivamente, miré donde ella quiso, y vi cien pequeñas
que desean que se les a c o m p a ñ e , se lessostenga y a u n q u e s e
esferas que s e hermoseaban m u t u a m e n t e con s u s propios
les levante por la espalda. Cubren de tal suerte con paños s u s
rayos. Mi posicion fué en aquel instante la del que se siente
palafrenes, que m a r c h a n dos bestias debajo de u n a sola piel(2).
aguijoneado de un v e h e m e n t e deseo y no se atreve á p r e g u n -
¡Oh tolerancia, c u á n t a paciencia tienes!»
tar por no i n c u r r i r en imprudencia. P e r o la mayor y más res-
Cuando acabó de decir esto, vi a l g u n o s resplandores que plandeciente de aquellas perlas avanzo para desvanecer mi
bajando, corrían de una en otra g r a d a , dándoles m á s luz cada curiosidad, y oi de su interior (1):
movimiento. Al llegar en torno del espíritu que m e h a b l a r a ,
«Si vieras como yo la caridad q u e vive en nosotros, h u b i e -
pararon prorumpiendo en un grito tal, q u e aquí abajo no h a y
ran sido manifiestos tus pensamientos; m a s para que por tu
e s t r u e n d o que pueda comparársele; no pude entenderles p o r -
silencio no retardes la llegada al sublime objeto, desvaneceré
que su ruido me anonadó.
con antelación la idea que
1
m á s te e m b a r g a .
O
»El monte en cuyo declive se halla Casino, fué visitado en
tiempos, especialmente en su cima, por hombres extraviados
y malos, habiendo sido yo el primero en conducir allí la v e r -
dad que tanto nos ensalza aquí (2). T a n t o brilló en mí la gra-
C A N T O •V I G E S I M O S E G U N D O cia, que pude a r r a n c a r de s u s contornos el culto impío, que
sedujo todas las ciudades del mundo.
• »Esos fuegos todos han sido hombres que se dieron á la vida
Cuenta san Benito que en el monte Casino llevó el nombre de
de la contemplación, a b r a s a d o s en el a r d o r que háfce brotar
de Cristo. —De allí asciende el poeta con Beatriz hácia el signo
de Géminis, esfera última. las flores y sagrados fruto*. E s t á n aquí Romualdo y M a c a -
n o (:;), como mis h e r m a n o s , que s e c e r r a r o n en claustro con
•perseverante corazon.»
^ P | | | [ O M O el niño que busca apoyo en quién lo a m p a r ó ,
volvíme ^sombrado á mi protectora, y ella, cual Yo le repuse: «El cariñoso afecto con quq me hablafe y que
ma
d r e cariñosa que a c u d e á a u x i l i a r la pena de su veo en vosotros, me inspira la confianza que el sol á lá Am-
lujo, con la voz que a c o s t u m b r a á calmarle, me ellando s e a b r e para recibirle; así, te ruego, padre querido,
observó: me digas si mi g r a c i a será suficiente para permitirme ver
• «¿Te olvidas que te hallas en el Cielo, donde todo e s s e g u - tu faz.»
ridad, y q u e c u a n t o en él se practica viene de un celo recto? «Tus buenos deseos, dijo, serán satisfechos en la última
¿Cómo h a s resistido las a r m o n í a s de las luces y raí sonrisa, y
(11 Se refiere al rondador san Benito.
<2) Había un t e m p l o dedicado á Apolo.
(1) San Pablo.
13} 11a habido dos Macarios. Romualdo, fundador de la ór.'en ramaldulei ve
(2) Dictan de Florencia. en el año 'J5í.
esfera, donde se satisfacen todos los otros y los inios, porque Al consentírseme luego la gracia deipenetrar en la alta via
todos los votos son perfectos allí; únicamente en aquel lugar que os hace mover, vagué por vuestra morada, y por vosotras
está toda parte, do siempre fué. Aquella esfera no.se halla en devotamente suspira hoy mi alma, para adquirir el valor nece-
ningún punto que gire entre los polos, y parte nuestra escala sario en el trance que se encuentra.
hasta ella por lo que á tu mirada se esconde.
«Te hallas tan próximo á la verdadera salvación, díjome
> Jacob observó que la parte superior se encaminaba á las Beatriz, que es necesario sea penetrante tu mirada; de modo,
alturas, al parecerle tan llena de ángeles. Mas nadie por pisarla que antes de proseguir, mires háeía abajo y advertirás c u á n -
aparta su planta de la tierra; mi orden no sirve ya allí abajo tos coloqué bajo tu planta, para que tu corazón se presente
sino para manchar papel. Sus murallas, q u e a n t e s d a b a n forma regocijado ante la bella cohorte que acude tan alegre por esta
a un monasterio, son en la actualidad una caverna, y las bóveda eternal.»
cogullas de hoy son sacos de nefanda h a r i n a .
Entonces pasé mi vista á través de las siete esferas, y vi de
»Ni la más ciega usura es tan repugnante á Dios como el tal suerte á nuestro globo, que no pude menos de sonreir á su
fruto de esos tesoros que de tal modo halagan la avaricia de triste imágen: venturoso el que le tiene en poco y que no
los monges. Cuanto ahorra la Iglesia es propiedad de los que piensa sino en el otro mundo, q u e es el que merece el nombre
piden en nombre de Dios, y no de parientes y otros malvados. de hombre de bien.
»La carne mortal es de (al modo delicada, que no se halla Contempla á la hija de M o ñ a (I) inflamada en aquella
buena institución que dure del nacimiento de la encina á la sombra, que me la presentara, al parecer, densa y dilatada.
emanación de su fruto. Pedro principió sin oro ni plata, yo Pude allí resistir el aspecto de tu hijo ó Hiperion (2), y vi
con las vigilias y oracion, y Francisco creó su orden con la como giran á su alrededor Maya y Dionea (3).
humildad. Si atiendes al origen de cada orden y á la altura
que ha llegado, verás lo negro trocado en blanco. De allí creí ver á Júpiter atemperando a su padre y á su
hijo; vi claramente sus cambios, como también el tamaño,
»Más admirable seria ver corregido este abuso, que lo debió
velocidad y diámetro respectivos de los siete planetas. Este
ser el ver retirar las a g u a s del Jordán y del Océano cuando
insignificante punto, que tamo nos envanece, me pareció sólo
fué voluntad de Dios.»
el efecto de unas cuantas peñas emanadas del fondo del mar,
Cuando,acabo de hablar, fué el alma á incorporarse á su mirando con los Gemelos eternos que me acompañaban.
cohorte, que concentrándose, se elevó como torbellino. Lúego mi vista volvió á fijarse en los divinos ojos (4j|¡f
M i g r a t a ' S e ñ o r a , con un signo, me impulsó á ascender en
pos de ella por la escala; de tal modo su virtud venciera mi
{') La Lnna.
naturaleza. J a m á s en la tierra hubo movimiento tan veloz como (2; El Sol, l i i j o d e llii.erion .
mi vuelo. Ojalá, lector, pudiera volver á alcanzar aquel lauro (3i Mercurio fué hijo d e Maya; Vénus, bija d e Dionea, «e refiere Dante á
glorioso, por el que. frecuentemente lloro mis pecados, d á n - l is esferas que había recorrí !o.
( i ) De Beatriz.
dome golpes de pecho, como es positivo que no pondrías y
apartarías el dedo del fuego más deprisa que lo hice yo al
penetrar en el signo Tauro (1).
¡Ah estrellas celestiales! ¡Oh virtuosa luz! de la que recibí
mi ingenio, como quiera que sea, entre vosotras nacia y se
ocultaba el padre de la mortal vida (2) al respirar yo por vez
primera el toscano ambiente.

(«) Penetra e n la esfera octava, o la de l a s estrellas fijas.


(9j t i Sol.
se arroja hácia abajó, así se arrebató mi espíritu ante a q u e -
llas maravillas, sin que recuerde lo que fuera de él.
«¡Abre tus ojos y repara lo qne soy! Objetos viste que te
CANTO V I G È S I M O T E R C É R O hicieron soportar mi sonrisa.»
Hallábame yo como el que recuerda una ilusión perdida
que en vano procura atraerla, al oir aquella oferta tan digna
de aceptación y que j a m á s se borrará del libro donde se c o n -
Aefiere'corno vip brillar al Cristo sobre los bienavenlurados lo,'] signa lo pasado. Aunque las lenguas que Polimnia y s u s her-
mimo que et Sol.—Despues vió d Maria, que llevaba un cor-
derò, et cual cantaba con armoniosa coz. manas alimentaron con su especial leche, se movieran en este
momento en mi socorro, no me seria fácil cantar aquella deli-
ciosa sonrisa y la pureza del resplandor que alumbraba á
jÍ||[fÓMO trasunto fiel del ave que enmedio de la noche aquella sacrosanta faz. De suerte, que para bosquejar el
TOMA va á posarse junto al nido de sus hijuelos, para " Paraíso, debe el sacro poema dar un salto cual hombre que en
tenerlos á la vista y proporcionarles el indispensa-. su marcha encuentra una zanja.
« ble alimento (penoso y halagüeño trabajo), y que
Quien contemple el peso de la cuestión y el sér h u m a n o
desdo las entreabiertas r a m a s eleva fervientes súplicas por la
que carga con él, seguramente no extrañará el temblor del
aparición del sol, contemplando con fijeza el nacimiento delta
hombro. No es derrotero para un barquiehuelo, ni hay quien
alba, del mismo modo estaba atenta mi bella Señora hacia la
medroso vaya en pos de mi atrevida proa.
región menos veloz del Sol (i), mientras que yo, al verla tan
suspensa, me parecía al que aguijoneado de un vehemente «¿Por qué te subyuga tanto mi rostro, que no te fijas ni aun
deseo, se calma aguardando; corto, sin embargo, fué este ínter-•• en el bello jardin que florece con los rayos del Cristo? Allí
valo, puesto que pronto se vió resplandecer el Cielo, entonces 1 : está la rosa (1) en la que se encarnó el divino Verbo, y los
dijo Beatriz: libros cuyo aroma enseña la recta senda (2).»
De esta manera habló Beatriz, y yo, que no anhelaba más
«Aquí están las triunfantes legiones del Cristo, y el fruto
que seguir sus indicaciones, puse á prueba mis párpados otra
proporcionado por la agitación de estas esferas.»
vez. Como antes, mi vista circundada de sombras, vi una
( Creí ver su faz inflamada del todo; de sus ojos manaban
florida pradera, merced á uno de los rayos del sol que atrave-
raudales de alegría, que no me atrevo á bosquejar. Según
saba la rota nube, también vi entonces infinidad de resplan-
Febo sonríe entre laseternales ninfas (2) que irradian el Cielo,
dores alumbrados en la altura por refulgentes rayos, sin notar
así vi yo sobre miles de resplandores ún sol, que cual el de
el nacimiento de su luz.
aquí abajo, loé inflamaba con s u s celestiales rayos, y á través t
de su diáfana luz se me representaba tan visible la brillante ¡Ah divina virtud (3), que así les iluminas, cuál te elevaste
sustaheia que mi vista no la podia resistir. para que mis débiles ojos pudieran contemplarte! El nombre
de la divina flor (4) que invoco todas las m a ñ a n a s y las noches,
«¡Oh amada Beatriz!» exclamé'y ella r.epuso: «Lo que te
detuvo á mi espíritu para m i r a r el más inmenso de aquellos
absorbe es virtud, á'la que nada puede resistir. Reside allí el
esplendores.
saber y la fuerza que entre el.Cielo y la t i e r r a abrieran las J
sendas que dieron motivo á tantos anhelos.» Cuando mi vista rae dibujó la hermosura y tamaño d é l a
viviente estrella, que igual vence allá arriba como aquí abajo,
Como el fuego que, desgarrando la nube, va dilatándose
hasta el extremo de no poderle ésta contener, y eontra su sér
II) La Virgen. ; Rosa Misi ¡ca )
i V Los apóstoles
(0 El Mediodía.
(3) El Cristo. *
(2) Alude á las estrellas. (4) La Virgen.
desprendióse un resplandor del fondo celeste (1) con la forma
de círculo ó corona, y ciñó la estrella girando en torno suyo.
L a mejor a r m o n í a , que mejor pueda h a l a g a r el oído aquí abajo,
a s e m e j a r í a el r u m o r de un trueno, si se c o m p a r a r a con el eco C A N T O V I G E S I M O C U A R T O
de aquella lira que servia de corona al bello zafir con que el
esplendoroso cielo se deleita.
«Soy el angélico a m o r girando en derredor del sublime gozo, Luego de demandar Beatriz al apostólico colegio que sea be-
e m a n a d o del vientre ó morada de nuestro anhelado; y seguirá nigno con Dante, ruega á san Pedro que lo encamine en cues-
girando, reina celestial, en tanto i r á s en pos de tu Hijo y pro- tiones de fe.—El gran Apóstol dirige algunas preguntas al
poeta.
s e g u i r á s haciendo con tu vista m á s divina aun la s u p r e m a
esfera.»
Al acabar de este modo la música circular, todos ios r e s - H escogitada compañía en la cena del Cordero santo,
plandores ensalzaron á un tiempo el nombre de María. que os sacia hasta el caso de que sea cumplida s i e m -
El real manto (2) de todas aquellas esferas, que se enardece pre vuestra voluntad! ¡Si por gracia del Altísimo
y anima i n m e n s a m e n t e al soplo del a m o r de Dios, tenia s u prueba éste lo que se desprende de vuestra mesa
interior orilla tan remota, que a u n q u e puesto sobre nosotros, antes de que la muerte le a c o r t e el plazo, no os olvidéis de su
no me era posible ver c l a r a m e n t e su forma; de s u e r t e que mis voraz a r d o r y atemperadle un poco, ya que os sustentáis del
ojos no tuvieron el vigor necesario para seguir la coronada manantial del que nace todo lo que él piensa!»
llama q u e se elevara detrás de su divina progenitura. Luego, Esto dijo Beatriz, y aquellas alegres a l m a s se trocaron en
todos aquellos resplandores se elevaron á un tiempo, haciendo esferas sobre los polos fijos, brillando cual cometas. A s e m e -
lo que el niño, que satisfecho de m a m a r , extiende los brazos janza de las ruedas que en el mecanismo del reloj se mueven
hácia la joven madre, probando con aquella acción el cariño de m a n e r a que á la vista del curioso parece inmóvil la pri-
q u e le tiene. m e r a y veloz la última, giraban entre si aquellos deslumbrado-
Despues de h a b e r m e hecho c o m p r e n d e r con tal claridad res círculos, dándome á conocer la beatitud por la velocidad
la t e r n u r a sin límites q u e profesaban á María, quedáronse ó lentitud de su m a r c h a .
delante de mí aquellos resplandores, entonando una tan p r e - Además de lo que ya hahia notado por su h e r m o s u r a , vi
ciosa Regina Cceli, que j a m á s la olvidará mi mente. aparecer un tan hermoso resplandor, que ningún otro se le
¡Oh! ¡Qué cúmulo de tesoros vi en aquellas ricas arcas, parecía en claridad, el que giró tres veces alrededor de Beatriz,
que ten buenos fueron en el mundo para el bello cultivo! Allí cantando tan divinamente, que seria inútil querer recordar su
se disfruta del caudal que llorando se llevó al destierro de canto, ni describirlo podría mi pluma, pues ni la mente ni la
Babilonia (3), donde el oro quedó. •palabra tienen para ello la fuerza suficiente.
Allí se regocija en su victoria con el alto Hijo de Dios y «¡Oh mi sacrosanta h e r m a n a , que con tal devoción te nos
de María y con el antiguo y nuevo concilio, todo el que posee acercas! has de sáber q u e con tu efecto ardiente me hiciste
las llaves de la gloria. . desprender de aquella divina esfera (1).» Despues de pararse
aquel bendito fuego, dirigió su soplo hácia mi Señora, m a n i -
(I? Gabriel el arcángel festándole lo que a n t e s dije.
\'¿> Primermóvil, ó cielo noveno. Ella á su vez repuso: «¡Oh eterna luz del g r a n personaje
i-i) San Pedro con los Santos d e l Antiguo y Nuevo Testamento. á quien Nuestro Señor entregó las llaves de esta i n m e n s a ale-
gría, que *él condujo , allí abajo; interroga á éste á tu placer

(1) San PeJro, q u e s e dispone á preguntar á Dante sobre fe.


s o b r e los puntos sencillos ó difíciles r e s p e c t i v o s á la fe q u e t e virtud, ¿de dónde lo adquiriste?» Yo: «El copioso rocío del
permitió a n d a r s o b r e el Océano. S a n t o Espíritu q u e c a y ó s o b r e las a n t i g u a s y m o d e r n a s pági-
»Tú n o i g n o r a s si a m a , si a g u a r d a ó s i c r e c e , puesto q u e n a s , es el silogismo q u e m e convenció, de modo, q u e c u a l -
tiene los ojos fijos allí d o n d e se refleja todo; y ya q u e éste es q u i e r a otra a c l a r a c i ó n m e p a r e c í a o s c u r a á su lado »
el r e i n ó de los c i u d a d a n o s de la s i n c e r a fe, s e r á bien q u e l e E n t o n c e s me dijo de n u e v o : «¿Cómo tienes por divina pala-
hables de él á éste con objeto de glorificarle.» bra la a n t i g u a y la m o d e r n a proposicion q u e de tal s u e r t e
Como el a l u m n o q u e se p r e p a r a en silencio en tanto q u e el te h a n convencido?» Yo: «La v e r d a d e r a p r u e b a son las o b r a s
profesor p r o p o n e la m a t e r i a q u e debe a p r o b a r , m a s no r e s o l - que siguieron por las q u e la n a t u r a l e z a j a m á s enrojeció el
ver, iba yo en pos de razones, Ínterin él hablaba, á fin d e h i e r r o ni hirió el y u n q u e . »
poder q u e d a r airoso a n t e tal e x a m i n a d o r . «Explícate, c r i s - A lo q u e me r e p u s o : «Di, ¿quién c o r r o b o r a q u e f u e s e n tales
tiano, me dijo: ¿Qué es fe?-> o b r a s lo q u e se q u i e r e p r o b a r ? No h a y quien lo j u r e . — S i el
I n m e d i a t a m e n t e levanté la cabeza h a c i a el r e s p l a n d o r q u e m u n d o f u é convertido al cristianismOj sin e f e c t u a r m i l a g r o s ,
a c a b a b a de i n t e r r o g a r m e . D e s p u e s m e volví á Beatriz, la q u e digo, aquello no dejó de s e r un milagro m á s i n m e n s o q u e todos
rae hizo u n a seña p a r a que vertiese presto el a g u a de mi los d e m á s .
m a n a n t i a l interior. » P o r q u e tú p e n e t r a s t e pobre y en a y u n a s en los c a m p o s ,
«Así la g r a c i a que m e consiente la confesion con mi p r i m e r á fin de s e m b r a r la b u e n a p l a n t a , q u e f u é v i ñ a a n t e s , y q u e
P r i m i p i l a r (1), h a g a que mis ideas sean bien précisas.» a h o r a se h a vuelto zarza.»
Despues a ñ a d í : «Según lo escribió, padre mió, la p l u m a ver- A c a b a d a s estas p a l a b r a s , la s a n t a y m a g n í f i c a corte p r e l u d i ó
dadera de tu a m a d o h e r m a n o (2), q u e contigo hizo q u e R o m a en las esferas: «Alabemos al solo Dios en la melodía q u e se
e n t r a r a en el buen redil, la fe es el g é r m e n de todo lo q u e se e n t o n a en las a l t u r a s . »
e s p e r a , y el a r g u m e n t o de los objetos q u e no s e ven; éste es El s a n t o varón (1) q u e al p r e g u n t a r m e h a b i a sabido a t r a e r m e
mi p a r e c e r s o b r e su esencia. tan bien de r a m a en r a m a , tanto, q u e nos a p r o x i m á b a m o s ya á
Aquí m e dijo: «Recto es tu juicio, si j u z g a s bien por q u é la las p o s t r e r a s hojas, empezó de n u e v o de este modo: «La g r a -
puso e n t r e las s u s t a n c i a s y después e n t r e los a r g u m e n t o s . » cia q u e se prestó á tu e s p í r i t u , te abrió la boca h a s t a el caso
Yo en s e g u i d a : «Los objetos p r o f u n d o s q u e a q u í se m e mani- de no poder m á s , de s u e r t e q u e a p r u e b o lo que de ella s a l i ó -
fiestan, s e hallan de tal m a n e r a escondidos allí a b a j o á la vista Si n e m b a r g o , e s preciso e x p l i c a r tu c r e e n c i a , y cómo se te h a
de todos, q u e sólo-subsisten en la c r e e n c i a , en la q u e estriba podido ofrecer.»
la alta e s p e r a n z a ; h é aquí cómo es en el l u g a r de s u s t a n c i a , y »¡Ah, s a n t o padre, que ves lo q u e creíste con tal firmeza,
c ó m o sin otra luz es necesario a r g ü i r s o b r e esta c r e e n c i a , en q u e venciste e l . s e p u l c r o luego de s a l v a r o t r a planta m á s
l u g a r de a r g u m e n t o . » t i e r n a (2), dije, d e s e a s que diga la f ó r m u l a de mi viva c r e e n c i a
Luego oí: «Si Cuanto s e a d q u i e r e allá a b a j o por la ciencia* y t a m b i é n q u i e r e s i n q u i r i r el motivo!»
f u e r a tan p e r f e c t a m e n t e e n t e n d i d o , no cabria alli el espíritu A lo q u e contesté: «Creo en un Dios solo y eterno, q u e sin
del sofisma.» D e s p u e s añadió: « P r u e b a evidente d e esto e s la m o v e r s e c o n m u e v e todo el Cielo, m e r c e d al a m o r y al deseo,
liga y el peso d e la m o n e d a q u e en ella cabe. M a s di: ¿la tiené y vienen en a p o y o de esta c r é e n c i a , n o sólo p r u e b a s físicas y
tu bolsa? metafísicas, sino o t r a s , tales c o m o la verdad q u e llovió d e aquí
Yo: «La poseo tan reluciente y c o m p l e t a , q u e no tengo d u d a p a r a Moisés, los profetas, s a l m o s . E v a n g e l i o y todos los' q u e
respecto á s u cuño.» d e s p u e s d e santificados escribisteis.
El, sabio r e s p l a n d o r : «Ese tesoro en q u e se f u n d a v u e s t r a
;<) San Pedro.
( I ) Primipüar, jefo d e la primitiva centuria entre l o s romanos.
[i] Sào Pedro penetró en el sepulcro primero que san Juan, sin embargo de
(2) S a n Pablo.
llegar é s t e a n t e s .
, »Además, creo en tres eternas personas con una sola e s e n - mi Señora: «¡Contempla el varón, por el que allí abajo se p e r e -
cia, de tal modo una y del mismo modo tres, que á un tiempo grina hasta Galicia (1).»
admiten suntyest. La mística naturaleza á que me refiero, fué A imitación de los torcaces que al unirse se arrullan, vi yo
grabada varias veces en mi espíritu por la doctrina e v a n - á aquellos grandiosos príncipes acogerse m ú t u a m e n t e (2), glo-
gélica; tal es el f u n d a m e n t o , tal la chispa que se torna rificando el maná que le satisface en las alturas Luego de
en llama y que centellea en mí como estrella en el firma- aquel grato Cumplimiento, cada uno silencioso coram me s e
mento.» paró, apareciendo tan refulgentes, q u e oscurecian mi vista.
A la m a n e r a que el señor que al recibir noticias h a l a g ü e - Sonriente Beatriz, dijo: «Ilustre alma que describiste el
ñ a s de su siervo le abraza con efusión, el apostólico r e s p l a n - regocijo de n u e s t r a basílica, haz que resuene la esperanza en
dor que me m a n d a r a h a b l a r me circuyó cuando acabé, despues esta mansión. Bien la figuraste tantas veces como Jesús de
de bendecirme y c a n t a r por tres veces, tanto le satisfacier.-n apareció con todo su resplandor á s u s tres discípulos.»
m i s respuestas. «Alza la frente y está tranquila, pues es necesario que el
que aquí llegue del mundo mortal, m a d u r e al calor de nuestra
llama.» Esto dijo el segundo resplandor. Y entonces alcé la
vista hácia a q u e l l a s m o n t a ñ a s (3), que me la hicieron bajar
con su enorme peso.
C A N T O V I G È S I M O Q U I N T O «Ya que nuestro emperador ('.) te coqeede el don de per-
mitirte e n t r a r antes de tu muerte en el sitio más oculto de su
palacio entre s u s grandes, á fin de que habiendo examinado
Luego de oír sus contestaciones, aprueba el Santo las creencias la verdad de él, acrecentes en tí y en los otros de allí abajo la
de Dante.—Lo examina Santiago apóstol, respecto de la esperanza que ha de conseguir su eterna posesion, y prego-
Esperanza, y le hace tres preguntas.—A la primera respon- nes lo que es, según brilla tu espíritu y de donde procede.»
de Beatriz y d las otras dos el poeta.—San Juan evangelista Esto dijo el resplandor segundo.
notijica al poeta que su cuerpo mortal quedo en la tierra.
La caritativa mujór que g u i a r a mis alas á semejante altura,
dispuso que mi contestación fuese la siguiente: <• La Iglesia de
? el
sacro poema en el ! q u e t a n t a participación ha hoy no tiene otro hijo que espere más, según lo describe el
tenido el Cielo y la tierra, lo que h a sido motivo de . sol que refleja sobre nuestra multitud; por lo que desde Egipto
que enflaquezca d u r a n t e a l g u n o s años, triunfa un se le consintió venir á J e r u s a l e n , antes de libertarse del
dia de la crueldad que me separa del magnífico servicio.
aprisco (1) en que dormitaba cordero, contrario de los lobos »Con respecto á los otros dos puntos enunciados por tí,
que la d e s g a r r a n , si b ; en poeta de diferente voz y cabellera, no porque no los ignore, sino para que te repita cómo te e s
tomaré entonces la corona sobre la pila de mi bautismo, pues amada aquella virtud, los dejo de su cuenta, porque no'le serán
allí penetré en la fe que muestra á Dios las almas, por la que dificultosos ni objeto de jactancia; consiéntale la gracia de
Pedro circundara mi f r e n t e (2) Dios responder á ellos.»
Enseguida adelantó hácia nosotros un resplandor p e r t e n e - Como el a l u m n o que con brevedad y alegría responde al
ciente á la propia cohorte de que saliera el primero de los profesor respecto á las p r e g u n t a s q u e no ignora, á fin de
vicarios que Cristo dejara en la tierra; observóme regocijada
(1) Saniiago, d¡spue>to á preguntar á Dante sobre la Esperanza.
(2) San Pedro y Santiago.
( I ) Florencia. (8) Los mismos,
(-2) Al lio del c a n t o p r e c e d e n t e .
{4> Dios.
demostrar s u s alcances, dije yo: «La esperanza es la espera tan atentas como antes de hablar. Como el que m i r a y cree
positiva de la f n t u r a gloria; e m a n a d a de la divina gracia y de ver q u e se eclipsa el sol un poco de tanto m i r a r acaba por no
los anteriores méritos; hé aqui el fulgor que viene en mí de ver, me quedé yo en vista de aquella llama, en tanto decia:
las estrellas, derramándolo el primero en mi corazon el sobe- «¿Por qué te deslumhra un . objeto que aquí no ocupa su
rano cantor (1) del magnífico Maestro. I ugar?
»Que aguarden en tí/ dijo en s u s cantos, los que no ignoran »Mi cuerpo es tierra en la tierra, y esto será con todos los
tu nombre;» y quién que atesore mi fe lo i g n o r a ? D e tal s u e r t e otros, h a s t a que su n ú m e r o sea idéntico al de los decretos
m e inundó tu epístola, que estoy lleno de ella, y la hago eternales. Sólo los esplendores que alzaron su vuelo ostentan
refluir en los demás.» dos vestidos en este dichoso claustro; esto lo repetirás allí
Mientras hablaba vi e n el centro vivo' de aquel fuego osci- abajo.»
lar u n a llama seguida y veloz cual la centella, la q u e rae dijo Despues de estas frases, se paró el inflamado circulo; tan
luego: «El a m o r en que m e abraso aun por la virtud qüe me grato era el eco de aquellas tres voces, como el que para q u e
a c o m p a ñ a r a hasta el martirio y hasta dejar el campo de cesen la fatiga ó el riesgo, produce un silbato y paran los
batalla, desea que te hable, puesto q u e lo esperas; me r e g o - remos que azotaban las olas. ¡Qué inmensa fué mi emocion a¡
cija el que digas lo que te promete la Esperanza.» volverme á Beatriz sin que alcanzara verla, sin embargo de
Yo: «Las m o d e r n a s y a n t i g u a s Escrituras clasifican la estar á su lado, y en el mundo de las bienaventuranzas!
s u e r t e de los espíritu^ que Dios ha adoptado, y la mia se me
presenta terminante. Isaías opina que vestirá cada u n a en su
patria un ropaje doble, siendo s u patria esta g r a t a vida, y tu
h e r m a n o (2) determina con más claridad la revelación, al r e - C A N T O V I G É S I M O S E X T O
ferirse á las blancas túnicas.»
En el instante de a c a b a r las palabras anteriores, oimos
sobre nosotros Sperent in te, á que respondieron todos los % Solamente el Cristo y la Virgen subieron en cuerpo y alma al
círculos. E n t r e ellos brilló un resplandor con tal fortaleza, q u e Cielo —Examina san Juan evangelista al poeta sobre la Ca-
ridad.—Responden con un himno los bienaventurados'á las
si el Cáncer tuviera tal claridad, jin dia de invierno tendría la
acertadas contestaciones de Dante.—Adán refiere á Dante
duración de un mes.
El luminoso esplendor se dirigió á los otros dos que seguían
Í la época de su dicha y la dé su desventura.

girando cual convenia á su voraz a m o r , como se incorpora IENTRAS* estaba vacilante con motivo de lo d e s l u m -
y principia á bailar una joven graciosa, con ¡a idea de feste- r?l
brado de mi vista, brotó del centro de la llama una
j a r á la bella desposada; y no con la idea de i n c u r r i r en n i n - ^ voz que llamó mi atención, y que decia: «Mientras
g u n a falta. r e c o b r a s la vista que perdiste al contemplarme,
Interin aquella luz, reunida á las otras, principiaba su canto j^será del caso que te desquites hablando; principia por decirme
y movimiento, mi Señora ponia en ellas su vista como esposa á lo q u e tu alma atiende, y cree que tu vista está extraviada,
inmóvil y silenciosa. y no perdida ó m u e r t a , pues la m u j e r que te dirige en esta
«Es el que reposó en el seno de nuestro Pelicano (3), y desde mansión, tiene en la mirada la virtud que tuvo la m a n o de
la cumbre de la Cruz f u é escogido para el g r a n acto.» Ananías (1).»
Esto dijo mi Señora, sin que dejasen de ser s u s m i r a d a s Y á mi vez le dije: «Que más pronto ó más tarde acuda á
mis ojos el remedio, puesto que fueron las puertas por donde
(]) David.
(2) San Juan e v a n g e l i s t a .
(3; Jesucristo. (!) Giró la v i s t a hacia san Pablo.
demostrar s u s alcances, dije yo: «La esperanza es la espera tan atentas como antes de hablar. Como el que m i r a y cree
positiva de la f u t u r a gloria; e m a n a d a de la divina gracia y de ver q u e se eclipsa el sol un poco de tanto m i r a r acaba por no
los anteriores méritos; hé aqui el fulgor que viene en mí de ver, me quedé yo en vista de aquella llama, en tanto decía:
las estrellas, derramándolo el primero en mi corazon el sobe- «¿Por qué te deslumhra un . objeto que aquí no ocupa su
rano cantor (1) del magnífico Maestro. I ugar?
»Que aguarden en tí/ dijo en s u s cantos, los que no ignoran »Mi cuerpo es tierra en la tierra, y esto será con todos los
tu nombre;» y quién que atesore mi fe lo i g n o r a ? D e tal s u e r t e otros, h a s t a que su n ú m e r o sea idéntico al de los decretos
m e inundó tu epístola, que estoy lleno de ella, y la hago eternales. Sólo los esplendores que alzaron su vuelo ostentan
refluir en los demás.» dos vestidos en este dichoso claustro; esto lo repetirás allí
Mientras hablaba vi e n el centro vivo' de aquel fuego osci- abajo.»
lar u n a llama seguida y veloz cual la centella, la q u e rae dijo Despues de estas frases, se paró el inflamado circulo; tan
luego: «El a m o r en que m e abraso aun por la virtud que me grato era el eco de aquellas tres voces, como el que para q u e
a c o m p a ñ a r a hasta el martirio y hasta dejar el campo de cesen la fatiga ó el riesgo, produce un silbato y paran los
batalla, desea que te hable, puesto q u e lo esperas; me r e g o - remos que azotaban las olas. ¡Qué inmensa fué mi emocion a¡
cija el que digas lo que te promete la Esperanza.» volverme á Beatriz sin que alcanzara verla, sin embargo de
Yo: «Las m o d e r n a s y a n t i g u a s Escrituras clasifican la estar á su lado, y en el mundo de las bienaventuranzas!
s u e r t e de los espíritu^ que Dios ha adoptado, y la mia se me
presenta terminante. Isaías opina que vestirá cada u n a en su
patria un ropaje doble, siendo s u patria esta g r a t a vida, y tu
h e r m a n o (2) determina con más claridad la revelación, al r e - C A N T O V I G É S I M O S E X T O
ferirse á las blancas túnicas.»
En el instante de a c a b a r las palabras anteriores, oimos
sobre nosotros Sperent in te, á que respondieron todos los % Solamente el Cristo y la Virgen subieron en cuerpo y alma al
círculos. E n t r e ellos brilló un resplandor con tal fortaleza, q u e Cielo —Examina san Juan evangelista al poeta sobre la Ca-
ridad.—Responden con un himno los bienaventurados'á las
si el Cáncer tuviera tal claridad, jin día de invierno tendría la
acertadas contestaciones de Dante.—Adán refiere d Dante
duración de un mes.
El luminoso esplendor se dirigió á los otros dos que seguían
Í la época de su dicha y la dé su desventura.

girando cual convenia á su voraz a m o r , como se incorpora IENTRAS* estaba vacilante con motivo de lo d e s l u m -
y principia á bailar una joven graciosa, con ¡a idea de feste- r?l
brado de mi vista, brotó del centro de la llama una
j a r á la bella desposada; y no con la idea de i n c u r r i r en n i n - ^ voz que llamó mi atención, y que decia: «Mientras
g u n a falta. r e c o b r a s la vista que perdiste al contemplarme,
Interin aquella luz, reunida á las otras, principiaba su canto j^será del caso que te desquites hablando; principia por decirme
y movimiento, mi Señora ponia en ellas su vista como esposa á lo q u e tu alma atiende, y cree que tu vista está extraviada,
inmóvil y silenciosa. y no perdida ó m u e r t a , pues la m u j e r que te dirige en esta
«Es el que reposó en el seno de nuestro Pelicano (3), y desde mansión, tiene en la mirada la virtud que tuvo la m a n o de
la cumbre de la Cruz f u é escogido para el g r a n acto.» Ananías (1).»
Esto dijo mi Señora, sin que dejasen de ser s u s m i r a d a s Y á mi vez le dije: «Que más pronto ó más tarde acuda á
mis ojos el remedio, puesto que fueron las puertas por donde
(]) David.
(2) San Juan e v a n g e l i s t a .
(3; Jesucristo. (I) Giró la v i s t a hacia san Pablo.
PABA1S0 CANTO XXVI . 361

ella penetrara con la llama que continuamente m e inflama. El cías, como me lo d e m u e s t r a n las palabras del verdadero Crea-
bien que practica esta regocijada corte es el alfa ó el omega dor, que hablando de sí propio, dijera á Moisés: Te h a r é notar
que m e dicta, conforme sea sencillo ó difícil.» e4 Supremo Bien, y tú me lo manifiestas tarribien principiando
La propia voz que destruyera mi pánico, e m a n a d o en mi el sublime anuncio que proclama los arcanos de las alturas
súbito deslumbramiento, me impulsó el deseo de hablar, al con m á s eficacia que otro cualquiera heraldo.»
decirme: «Necesario será que te purifiques en m á s angosta Entonces oí: «En nombre de la h u m a n a razón y en el de la
criba; os preciso que indiques quién encaminó tu arco á tal autoridad que se halla de acuerdo con ella, reserva p a r a Dios
objeto (1).» el más g r a n d e de todos s u s amores Mas di si te sientes arras-
trado á él todavía por otras cadenas, y con cuántos dientes te
muerde aquel amor.»
No me f u é desapercibida la santa idea del Aguila del
Cristo (1), ni el punto hacia el que demandaba mi confesion;
de suerte que le contesté: «Cuantas m o r d e d u r a s pueden c o n -
tribuir á elevar el alma á Dios, han cooperado á mi caridad;
pues la existencia del orbe y la mia, la muerte que a r r a s t r ó
para darme vida, la que a g u a r d a tan fiel como yo, y la viva
razón de que ántes hablé, me a r r a n c a r o n del nocivo a m o r
para conducirme al borde del a m o r perfecto. Las hojas que
cubren el jardin del eternal jardinero me son queridas con
arreglo al bien que él les comunica.»"
Dichas estas palabras, e m a n ó del ciélo un purísimo canto,
y mi Señora, con las demás decia: «¡Santo, Santo, Santo!o
Y como el que despierta al fulgor de la luz por el sentido
de la visión, que va en pos de la claridad de uno en otra mem-
brana, y que luego despierto, queda horrorizado de lo que
contempla, tan.súbita es la metamorfosis operada h a s t a que
viene en su socorro la razón, así Beatriz despojó el nublado
de mis ojos con la luz de los suyos, q u e resplandecían á miles
de millas.
Yo repuse: «Los sabios a r g u m e n t o s y lá autoridad que de En el momento vi con más claridad, y con asombro p r e -
gunté quién era el cuarto resplandor que ante nosotros veía.
aquí se desprenden, son los que deben haber grabado en mí
Mi S e ñ o r a dijo: «El alma primitiva (2), creada por la p r i m i -
aquel a m o r ; pues que el bien por si aviva más el amor, c u a n t o
tiva virtud, considera placentera á su Creador desde el fondo
que e s más g r a n d e aquel bien.
de esos rayos.
»De suerte, que es tan inmensa la ventaja de aquella e s e n -
Como el inclinado follaje al soplo del vendaval que por su
cia, que cuanto existe bueno f u e r a de ella es emanación d e s u
propia fuerza, pasada la ráfaga, se eleva de nuevo, ergíme
luz, y tendrá más a m o r el alma del que considere la verdad
yo asombrado, en tanto me hablaba Beatriz; y cuando conse-
fundamental de aquella prueba, dicha verdad me f u é probada
guí la satisfacción del deseo de hablar, dije á mi vez:
por el que ostenta el primer a m o r de todas las eternas sustan-

(1) San Juan.


(4) San Juan, q u e va á interrogar al p o r t a subre e l amor. (2) Adán.
«¡Ah exclusivo fruto que alcanzaste perfecta razón (I), ¡oh
culpable desde la que e s primera h o r a h a s t a la segunda, al
viejo padre del q u e toda esposa e s hija y nuera! le ruego h u -
c a m b i a r el so* de lugar á la hora sexta.»
mildemente que rñe hables. Ya ves mi anhelo, que refrene!
para escucharte más pronto.»
agRI
Algunas veces se agita de tal modo el animal debajo de
su piel, que por ella se perciben todos s u s movimientos inter- C A N T O V I G E S I M O S E T I M O
nos; igualmente se hubieran podido notar á través de la mia,
según se me aproximaba por complacerme regocijada y llena
de luz el a l m a primitiva. Enfurécese san Pedro contra los malos pastores.- Los Sanios
Enseguida me dijo: «Sin indicarme tu deseo, lo veo con desaparecen, elevándose.—Dante también sube con Beatriz
a ta esfera novena, titulada el Primer Móvil.—Le son reve-
más exactitud que contemplas tu la cosa que mejor sepas, ladas la naturaleza y virtud de aquella principal esfera.
porque ta veo reflejada en el espejo donde se refleja todo. Tú
deseas saber cuándo me colocará Diosen el elevado jardín en
el que te dispuso esa g r a n d e escala para ascender, qué espa- LORIA al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo;» este
cio me fué amado en aquel jardín, cual fué el motivo de la có- himno fué entonando por todo el Paraíso con tal sua-
lera celeste, el idioma que hablara, y todo cuanto hice. l l j p t e vi(la<1 > que ai'i'Abó todo mi sér. Cuanto veia me p a r e -
»Hijo mió, no fué por probar el árbol causa de tu largo ció una sonrisa del universo; la dulzura penetraba
destierro, y si únicamente por no cumplir la orden recibida. en mí por el oido y por los ojos.
»En el punto (2) de donde tu Señora hizo partir á Virgilio, ¡Oh gozo! ¡Oh dicha inefable! ¡Oh dicha llena de a m o r y de
era donde yo anhelé, por el interregno de cuatro mil trescien- ventura! ¡Oh segura riqueza sin anhelos! L a s cuatro a n t o r c h a s
tas dos revoluciones solaíres, fijar mi residencia: y nuevecienias continuaban encendidas ante mí, y la primera continuó á r e s -
treinta veces vi g i r a r el sol liácia todas las luces que se hallan plandecer, teniendo el aspecto de J ú p i t e r , si él y Marte fuesen
«ves y trocasen s u s plumas.
en su m a r c h a , en tanto estuve en la tierra.
»La lengua de que me valia fué extinguida antes de que los La Providencia, q u e es la que reparte aquí el tiempo y el
hombres de Nembrod (3) labraron la obra sin fin. No existe trabajo, había ordenado el silencio á aquellos coros santos, y
racional efecto de eterna duración, por motivo de la voluntad percibí lo siguiente: « N o t e s o r p r e n d a el que adviertas que
del hombre que va renovándose con la influencia celeste. cambio de color en tanto te hable, pues verás que también lo
cambian todos los demás esplendores.
»El acto de emitir palabras el hombre, es acto natural; mas
el que lo verifique de uno ú otro modo, es lo que la naturaleza »El que usurpa en la tierra mi lugar, que se halla vacante
deja á su criterio. Antes de mi descenso á los i n f e r n a l e s t o r - en presencia del Hijo de Dios (1), convirtió mi cementerio en
cedores, en la tierra se daba el nombre de El al Supremo cloaca de s a n g r e y podredumbre, que para el perverso, d e s -
Bien, origen de la dicha que me circunda. peñado de aquí, es allí abajo objeto de. consuelo.»
»Despues fué nombrado Eli, lo que consistiría en que los En aquel instante vi que el Cielo se pintaba del color q u e
usos de los mortales son como las hojas que se m a r c h a n de da el sol al nacer y al ponerse á las nubes opuestas. Como
las r a m a s cediendo su sitio á otras nuevas. En la montaña m á s virtuosa m u j e r que, fija en sí misma, se ruboriza sólo al oír la
elevada sobre la onda llevaba yo una vida sin m a n c h a , que fué falta a j e n a , vi cambiar el aspecto de Beatriz, figurándome que
debió operarse idéntico eclipse en el Cielo mientras la pasión
del Supremo Bien (2). Despues prosiguió de este modo, siendo
(1; A d á n fué c i v a d o d e 31 año? d e e d a i , c o n p e r f e c t a s f a c c i o n e s y e n el
c o m p l e m e n t o d e todos sus sentidos
( i ) El L i m b o . «i R'>nifarioVHf, p p p a .
(3) N e m b r o d , n i e t o d e Can, q u e a l z a r a l a Torre d e Babel. (2) Jésucrisio.
su voz lan diferente, que no podía ser más g r a n d e el cambio
operado en su a d e m a n : El cariñoso espíritu con q u e venero á mi Señora, ardia
con mas fuerza que n u n c a en el anhelo de dirigirla los ojos.
«La esposa de Cristo (1) no tomó alimento de mi s a n g r e
Si naturaleza y a r t e apelaron a encantos á fin de a t r a e r el
ni de'la de Lino, ni d é l a de Cielo (2), para avezarla á adquirir^
alma con la vista, pálidos son todos ellos en comparación del
oro, y si para lograr aquella vida feliz, por lo que Sixto y Pió,
placer celestial q u e me iluminara al reparar en su sonriente
Calixto y Urbino vertieron su sangre, luego de tan a m a r g a s
faz. El valor de que me revistiera s u mirada, me ' a r r a n c ó
lágrimas. del precioso nido de Leda (1), trasladándome más veloz al
»No fué nuestra idea el que parte del pueblo cristiano sé Cielo.
sentara á la derecha de nuestros sucesores, y parte á la
izquierda, ni que las llaves que me fueran encomendadas se Sus partes altas y más rápidas eran lan iguales, que en
vano q u e m a distinguir la qué escogió para que yo la o c u -
trocaran en lema para una bandera alzada contra los que
pase. Mas Beatriz, que advertía mi deseo, principió á hablar
recibieran el agua bautismal, ni que se utilizasen para sello
con tal regocijo, que parecia que Dios cifraba en ella su com-
de privilegios venales y falsos que m e ruborizan y me irritan.
placencia.
»Con la ropa de pastor se visten aquí lobos voraces d e
iodo pasto. ¡Oh Justicia divina! ¿Por q u é te adormeces? Los «La naturaleza del orbe, que pára el centro de él y hace
de Cahors y Gascuña (3) se preparan á libar n u e s t r a s a n g r e ; g i r a r las restantes partes en torno suyo, parten de aquí como
jah, magnífico principio! ¿á qué final estabas destinado? Sin de un limite, sin que este cielo posea otro espacio que el divino
embargo, la Providencia, q u e valida de Escipion, defendió e n espíritu al que se inflaman el a m o r qué le hace girar y la v i r -
Roma la h o n r a del mundo, pronto lo a m p a r a r á según yo tud que precisa á llover. El resplandor y el a m o r le describen
Opino. en circulo y como él los demás; aquel circulo sólo lo entiende
quien lo formó. No es determinado su movimiento por otro
»Y tú, a m a d o hijo, á quien el mortal peso llevará luego
alguno, pero el de los otros se dirige por éste, tal como la
allá abajo, a b r e tu boca y no escondas lo que no esconda yo.»
mitad de diez es cinco.
Así como en nuestra atmósf.jra fluctúan los helados" vapo-
res al tocar el sol el cuerno de la celeste cabra, vi que fluc- >*Ya comprenderás a h o r a que tiene s u s raices el tiempo en
tuaban en el éter los vapores triunfales, antes pasados á nues- esta maceta y sus hojas en las otras. ¡Ah concupiscencia!
¡Hundes de tal suerte en tu seno á los mortales, que n i n " u r o
tro lado Mi vista siguió su forma hasta que la distancia no le
puede alzar s u s ojos fuera de t u s hondas!
consintió extenderse. P o r lo que mi Señora, al advertir q u e
había dejado de mirar á lo alto, me dijo: «Depon tu vista, y »Si que florece.en los hombres la voluntad, mas la e t e r -
r e p a r a lo que has girado.» nal lluvia c o n v i e n e en endrinos las verdaderas ciruelas 1 a
inocencia y la fe sólo s«? hallan en los niños, porque desapa-
Desde el momento en que miré por primera vez, advertí
recen lan luego ó antes de que el vello, asome á las mejillas.
q u e p a b i a recorrido el arco completo (4) que dibuja desde el
Hay joven que todavía tartamudeando, al hallar su lengua
Centro al final el primer clima; de suerte que veia más allá
suelta-, devorará el alimento que le presenten, sin importarle la
de Cádiz el loco paso de l lises, y más acá la ribera en la que
luna. También existe tartamudo que, amando y oyendo á su
Europa viene á ser de tan agradable peso; y hubiera descu-
madre, luego al hablar en voz alia, desearía verla e n t e r r a d a .
bierto algo más de aquel rincón de la tierra, á no a v a n z a r el
sol bajo mi planta, separado do un signo y algo m á s . Por lo que de blanco que era antes el cutis de la bella
joven (2), se transforma en negro. Concluya tu asombro al

(4) La Iglesia.
(2) Lino y Cleto, p a p a s d e l o s t i e m p o s primitivos. c i o ^ n S 0 d e
f m i n i s
# d e d 0
» ^ ><* "i'» de %atriz le arras.ran al p r i n -
(Sf> Juan XXII p r o c e d i a d e Cahors, y Clemente V de Gascuña. no
(4) Hacia el trópico de Cáncer, con arreglo á Ptolonieo.
K ^ J k s J ^ - — « ~ • f é
(2) La humana especie, hija del Sol.
comprender que uo hay quien rija en la tierra; de suerte, q u e un tercero, un cuarto, un quinto y un sexto círculo, y sobre
la h u m a n a familia se desvia. Mas a n t e s que salga del invierno éstos giraba el sétimo en tan inmensa extensión, que l a e m b a
el mes de E n e r o , con motivo de estar allí abajo tan a b a n d o - jadora de .luno seria asaz angosta para contenerle. Lo mismo
nado el centeno, girarán los principales círculos de suerte q u e sucedía respecto del octavo y noveno (1), siendo el movi-
la dicha, con tal vehemencia a g u a r d a d a , volverá la popa hacia miento de aquellos circuios más pausado según se hallaban
donde hoy tiene la proa, y navegará con rectitud la flota. Y el s u s n ú m e r o s más alejados del primero; en cambio, lucia más
verdadero fruto sucederá á la llor. su llama, según se encontraba m á s apartada de la pura luz,
con motivo, á lo que me figuro, de asemejarse más á ella.
Al verme mi Señora presa de semejante inquietud, me dijo:
«Si la tierra estuviese dispuesta con el orden de esas ruedas,
C A N T O V I G È S I M O C T A V O me satisfaceria la razón dada; mas en el mundo sensible son
tanto más elevadas las esferas, cnanto más se apartan de su
cenlro. Por lo que, si mi deseo ha de satisfacerse en este
Cuanta Danta haberle sido consentido ver la divina Esencia.-^-? celestial y admirable templo que tiene por límites el a m o r y
Observa un punto que despide reflejos de más riva luz, en
la luz, he de inquirir por qué el original y la copia giran dé
tomo del cual van girando nueve circuios.—Beatriz le ex-
plica deque manera los nueve circuios se hallaban en relación distinta manera; esta es la idea que me preocupa y no me
con las nueve esferas del mundo que siente, diciéndole luego explico.
la angélica gerarquia. ><No e s mucho q u e tus dedos no basten para tal nudo, por-
q u e es tanto más apretado cuanto q u é j a m á s se tocó.»
u. EGO que la q u e conduce mi alma al Paraíso m e Esto observó mi Señora; luego prosiguió: «Ten presente lo
reveló la verdad sobre la actual vida de los i n f o r t u n a - que te voy á decir para que satisfagas tu deseo, y sobre ello
dos moríales, como advierte en un e s p e j ó l a llama aguza tu entendimiento.
y de una bujía el q u e se halla detrás antes d e verla y
> Los círculos materiales son largos y estrechos, con arreglo
fijarse en ella, y según se vuelve á ver si el espejo ha h e t h o
á la cantidad esparcida s o b r e todos s u s lados. Cuanto mayor
exacta la reproducción, ve que ambas se relacionan como la
es el mérito, más grande es el bien producido; y cuanto
nota y las palabras, me acuerdo que hice yo, fijándome en los
mayor un cuerpo, más grande el bien que contiene, si son
bellos ojos que con el a m o r formara el lazo que me sujeta, y
todas las partes de aquel del mismo modo perfectas.
.que al apartarlos apareció en el Cielo lo que se verifica -cada
»De suerte, que este circulo que arrastra en pos de sí todo
vez que observamos su extensión. #
el orbe, pertenece al que más ama y m á s sabe (2); por lo «pie
Enseguida vi un punto (1) que irradiaba tal luz, que si no si mides por su virtud en vez de por su extensión, esas sustan-
los cierro, indudablemente hubiera abrasado mis ojqs. La cias que están en torno tuyo, notarás u n a proporcion gradual
estrella que desde aquí aparece la m á s tenue, á su lado p a r e - y admirable entre un cielo y su inteligencia.»
cería una luna, comò una estrella cerca de o t r a . Casi parece
Claro y puro cual el hemisferio al dulce soplo del Bóreas,
que dista de su circuló la luz que le traza al ser la corona de
que disipa y dispersa la niebla densa, á fin de que vuelva á
vapores más densa, como dista del rededor del punto un c í r -
lucir el Cielo s u s infinitas bellezas, se quedó mi pensamiento
culo de fuego, que gira con tal rapidez, q u e sobrepujaría
ante la terminante contestación de mi Señora, reflejando en
en .gran m a n e r a al movimiento m a s veloz en d a r vuelta
él la certeza como el astro en el Cielo.
al orbe.
A c a b a d a s s u s frases, principiaron á centellar los círculos
Estaba aquel circulo rodeado por otro, y seguían á éste
- '<) Los nuevo coros que c i r c u y e n s u punto c e n t r i c o . ó sea Dios.
(1; Dios. (5) El noveno c i e l o ó Primer Móvil, perienece al circulo de los Serafir e s .
como el hiero en la f r a g u a abrasadora, produciendo cada quien aquí la viera con o t r a s m u c h a s cosas verídicas de este
chispa otras m u c h a s , cuyo número bien pronto superó al de la círculo.»
multiplicación de las casillas del tablero.
En aquel momente oí c a n t a r Ilossanna de uno en otro c o r o
hasta el punto fijo que ubi les tiene y tendrá por siempre. La
que notaba las dudas de mi espíritu, me dijo: «Los circuios i C A N T O VIGESIMONOVENCfc
primeros te han enseñado los Serafines y los Q u e r u b i n e s , ?
. Siguen con tal velocidad su atracción, para identificarse en lo ^
posible con el punto de donde derivan, consiguiéndolo con Beatriz instruye á Dante respecto deta creación de los Ánge-
arreglo á lo que descubren desde la mayor elevación. les.—Despues habla contra los predicadores y teólogos, que,
apartándose del Evangelio, se divierten inventando fábulas
»Los otros a m o r e s que giran á su alrededor se llaman Tro-
— Ultimamente le vuelve á hablar sobre la sustancia de los
nos de la divina mirada, porque acaban el primer ternario(1); J Angeles
h a s de saber que su regocijo es tal, que su vista penetra ]
en la verdad donde descansa toda inteligencia; de lo que s e ' i
puede sacar, que el punto de beatitud se deriva de la acción / N el momento que los dos hijos de Latona, tapados
de ver, y no de la de a m a r que va en pos de ella. con los signos Aries y Libra, forman unidos un ciento
»Y como es el ver el galardón que e n g e n d r a la gracia y la con el orizonte (1), y desde el punto en que el zénit
buena voluntad, va precediéndose por grados. El otro t e r n a - j los equilibra, hasta que uno y otro, mudando de
rio, que g e r m i n a así en esta perpétua primavera que j a m á s í hemisferio, se sueltan de aquel cinto, por idéntico iníérvalo
despoja el nocturno Aries (2), canta e t e r n a l m e n t e H o s a n n a \ Beatriz sonreía, contemplando con fijeza el objeto que des-
con tres tonos que resuenan en las tres clases de alegría de 1 lumhraba mi vista.
que se forma. Luego dijo: «Sin que me interrogues, le diré l o q u e deseas
»A esta g e r a r q u í a corresponden las elevadas diosas, que 1 oir, pues lo he visto donde va á dar todo ubi y todo quando,
son las Dominaciones y las Virtudes; el tercer coro es el de |¡ no para acrecentar su perfección (que no podría ser), sino
las Potencias. Después, en los círculos sétimo y octavo, g i r a n para que su resplandor pudiera decir: «Yo existo.»
Principados y Arcángeles. El postrero está dedicado á los •< »El eternal a m o r se abrió p r e m a t u r a m e n t e en su eternidad:
juegos de Angeles. Todas las miradas de dichos círculos peu- .jj f u e r a del espacio, á su placer, y creó nueve órdenes de a m o -
den de lo alto, y tienen tal influencia abajo, que impulsados, } res; y no porque antes dejase de ser activo, puesto que ni
impulsan á lodos hácia Dios. antes ni luego corrió la palabra de Dios sobre las a g u a s .
»Dionisio (3) consideró con tal ardor esos círculos, que los »Forma y materia reunidas y proporcionadas, e m a n a r o n
clasificó como yo,lo hago, más luego Gregorio se apartó de de aquel acto limpio de imperfecciones, cual salen tres flechas
él, por lo que al penetrar en el Cielo, se rió de si propio. de un arco de triples c u e r d a s , y como en el vidrio, cristal ó
? á m b a r brilla un rayo, y q u e desde el punto de a r r i b a r á una
»Que un mortal revelara en el mundo una verdad tan
escondida, no quiero que te admire (4), pues se la descubrió J de aquellas especies, hasta su formación, no media espacio
alguno asi aquel triple efecto irradio á un tiempo de su Señor
y s u Dios, sin diferencia en su principio (2).
< '> Primera d<3 tres gerarquia.s cada una t i e n e tres coros. »A la sazón se concreó y estableció el orden de aquellas
(-21 El otoño que s e encarga de despojar u u e s i r a primavera.
. 3 ) s a n Gregoiio no describe el Cielo c o m o Dante, mas sí san Dionisio
Areopagiia.
11) En tanto el sol y l a L u o a s e bailan u n o ©n Oriente y otra en O c c i d e n t e ,
( i ) San Pablo, que en é x u s i s fué e l e v a d o al Cielo, y e l que e n s e ñ o à san
ti) S ^ d e b e a Mamianidella Kovere, desterrado c o m o Dante, el haber esclare-
Dioniso.
recibo esto trabajo c o n sus consejos.
sustancias, las que cimentaron el mundo en el que se produjo
»Por eso allí abajo se s u e ñ a despierto, unos creyendo y
el puro acto. La materia de pureza ocupó el lugar inferior,
otros dudando de esta verdad; m e s existe en los primeros
m a s en el centro ligó en nudo tal á la fuerza y la materia, que
mayor pecado y baldón. En la tierra j a m á s , al filosofar, seguís
j a m á s podrá deshacerse.
ningún sendero, tanto os dominan la apariencia y s u s quimé-
»Gerónimo escribió que los Angeles se crearon muchos ricas ideaS.
siglos afftes de que fuese hecho el otro mundo; mas esta vera-
»Sin embargo, esta conducta se mira en lo alto menos mal
cidad, expuesta á tu presencia, se halla consignada en a l g u -
que la q u e rechaza la Escritura Sacra. No os fijáis en la s a n g r e
nos pasajes de los escritores de .Santo Espíritu, según tú mismo
que costó el cimentarla en el mundo, ni en lo grato que es el
lo podrás ver si lo observas con detención, y hasta la razón
q u e va en pos de ella con humildad.
lo entiende en parte, ¿cómo se explicaría que los móviles
»Unicamente por el bien parecer, se r e c u r r e al ingenio y
hubieran estado tanto tiempo sin perfección? (1)
se hacen invenciones que sirven de base á los predicadores, y
»Ya sabes dónde, cómo y cuándo fueron creados dichos
el Evangelio está callado. Uno dice que la luna retrocedió á la
amores; y ya son tres las extinguidas llamas de tu deseo. Al
pasión del Cristo, y que se cruzó para que el sol no pudiera
fin del intérvalo necesario para contar veinte, una fracción de
descender á la tierra; otro, q u e se escondió la luz por si pro-
aquellos ángeles turbó ya el mundo. La otra siguió fiel y prin-
pia, de lo que vino que aquel eclipse f u e r a tan fatal para los
cipió con placer la obra de tu admiración, que j a m á s deja de
españoles y los indios, como para los judíos.
girar.
»En Florencia son más escasos en n ú m e r o los Lapo y los
»El móvil de la caida lo fué el maldecido orgullo, el que
B i n d o ( l ) d e lo que lo son los cuentos que por todas partes
viste aplastado por la g r a n mole del mundo. Los que aquí
durante un año se refieren en los púlpitos; de suerte, que las
observas, en su modestia reconocieron la bondad que tan bien
infelices ovejas regresan á su corral saciadas de verde, sin que
los dispusiera para comprensiones tan elevadas,
por ello les sirva de pretexto su ignorancia.
»De suerte, q u e s u s obras fueron de tal modo premiadas,
>Cristo no pudo decir á su primer convento: «Predicad
por la gracia que da luz, que hoy poseen el galardón de una
majaderías al mundo,» sino que dio la verdad por texto á s u s
plena y firme voluntad. Quiero que lejos de la duda, tengas
alumnos, siendo pregonada por ellos con tal energía, que en
el convencimiento de que el recibir la gracia es más merito-
sus palestras por e n c e n d e r l a fe, trocaron el Evangelio en lan-
rio cuanto mayor es el afecto á que se deba.
zas y yelmos.
»De hoy más contemplarás á tu sabor, sin necesitar de otro,
»Ahora se predican asuntos bufos y grotescos, con los que
este consistorio entero, si te has parado en mis razones.
sólo se logra excitar la hilaridad de los oyentes, y al conse-:
Mas como en las escuelas de la tierra se lee que e s tal la a n -
guirlo, se hincha la cogulla del que los inventa ó propala.
gélica naturaleza, que comprende, recuerda y quiere, te hablaré
Pero en cambio, se anida tal pajarraco (2) en el fondo de' la
todavía para descubrirte la verdad en su pureza, ya q u e
cogulla misma, q u e si lo viera la gente, no perdonaría á los
allí abajo se s u f r e alguna confusion por los e r r o r e s de tal ense-
que de ella esperan el perdón.
ñanza.
»Y dé tal m a n e r a se halla la sandez arraigada en la tierra,
» L a s sustancias aquellas, luego de complacerse en la i m á - que sin prueba se confía en toda promesa; de aquí el que
gen de Dios, no quitaron su vista de ese rostro al que n a d a s e ensanche el vientre el puerco de san Antonio, y que tomen
esconde; y como por lo propio su vista no fué distraída por cuerpo otros muchos peores que los puercos, pagando con
otro objeto, de aquí el q u e no se dividiera su idea y el que n o
moneda sin cuño.
necesiten recordar.
( I ) Lapo en vez de Jacopo, y Bindo por Aldobrandino, son nombres muy
i) Hubiesen quedado imperfectos, a no poseer el suficiente poder para mover generales e n Florencia.
los cielos. El demonio,
»Despues de esta digresión, vuelve los ojos hácia el recto Si cuanto de ella llevo dicho hasta a h o r a se pudiera j'untar
sendero, para aligerar é.^e y el tiempo. La naturaleza de los: *' en una balanza, seria poco comparado con este instante.
angeles acrece de tal s u e r t e un n ú m e r o á cada grado, que no
La preciosidad que noté en ella, no sólo se halladuera del
existe palabra ni h u m a n a sabiduría capaces de explicarlo.
! alcance de lo ideal, sino que me figuro que sólo su Creador
Atendiendo á la revelación de Daniel, notarás q u e en los mi-
puede alcanzarla del todo. Me declaro vencido por este pasaje
llares que re (i ere no cita número.
1 de mi tema, más que lo fuera autor alguno, ya cómico ya
»Unicamente la primera luz, que brilla sobre toda su n a t u - dramático. ,
raleza investiga su esencia de t a m a s m a n e r a s cuantos son A la m a n e r a q u e el sol al través del párpado que más tiem-
los exploradores á que ella se halla unida. De suerte, q u e bla. así se obstruye mi espíritu á la idea de aquella dulce
como al acto intuitivo sucede el efecto, la dulzura del a m o r es í sonrisa. Desde el momento que vi su rostro por vez primera
en los angeles más ó menos ardorosa. acá en la tierra, hasta el en que disfruté de aquella inefable
»Juzga desde este punto la elevación y extensión del eterno | vista, no se ha interrumpido el hilo de mí canto; mas es nece-
poder, ya que se multiplica en tantos espejos siendo siempre | sario que mi poema deje de bosquejar aquí la belleza de mí
exclusivo.» t Sañora, como lo debe verificar lodo artista que a r r i b a al
¿ supremo esfuerzo de su arte.
Dejo á la gloria de otra trompa mejor que la mía el d a r fin
j á,tan a r r i e s g a d a empresa, Beatriz contestó con la apostura y
C A N T O T R I G É S I M O
j la voz'de un solícito director:
«Del mayor de los celestes cuerpos hemos ascendido al
Cielo de la luz pura (1), luz intelectual que rebosa amor, a m o r
Asciende el poeta en compañía de Beatriz al circulo décimo, el
Empíreo.-Beatriz se reñiste de inmensa hermosura.-Des- del Bien Supremo lleno de regocijo, regocijo que s u p e r a á las
pues de una cisión sobrenatural, le es permitido a! poeta cer '' dulzuras todas.
el triunfo de los Angeles y bienaventurados.-Suprotectora »Verás aquí ambas milicias del Paraíso (2), una de ellas
í' con igual aspecto que la notarás en el juicio final.»
t ^ M W m ^ W ^ 8 /e M oer !>ra% Como el rayo q u e súbitamente disipa las facultades visuales,
arrebatando al ojo el poder precisar los m á s marcados obje-
AL vez a distancia de seis millas de esta esfera luce
tos, un nuevo resplandor inundó mi vista, quedándome envuel-
la s e x t a hora (4), y este mundo inclinó ya su sombra
to de tal s u a r t e e n t r e los crespones de su luz, que no vi cosa
' f i g r C a f e n h ° r , z o n t a l , cuando el centro del cielo que
I alguna.
sobre nosotros se alza, principia á ponerse de m a - L °
c a n e r a , que d.st,utas estrellas acaban por esconderse en nues- «El a m o r que tranquiliza este cielo, recibe siempre con
tras profundidades: y según va acudiendo la magnífica sierva idéntica salutación al que penetra en él, con objeto de prepa*
del Sol, se c e r r a el cielo de uno en otro resplandor hasta ¿1 rar la vela para que pueda resistir su fulgor.» Al oir aquellas
'«as g r a n d e ; de suerte, que aquel triunfo (2) q u e c o n t i n u a - | sucintas frases de Beatriz, sentí que me elevaba sobre mis
mente se agita en derredor del punto que me deslumhrara fuerzas, naciendo en mí una nueva vista, que no pudo destruir
asimilando el contenerse en lo propio que él contiene, mi vista ya luz alguna.
se extinguió gradualmente; así que la aflicción de no ver nada Luego vi un resplandor asemejándose á un raudal que des-
y mi amor, me precisaron á fijar los ojos en Beatriz. lumbrante se extendía por entre dos orillas cubiertas de b r i -

(I) El Mediodía.
El coro angélico. (1) D<-1 Móvil primeroal Empireo.
(2) Milicia de los Angeles leales y la de los escogitados.
liantes bellotitas, del que brotaban encendidas chispas, que Mis ojos no se extraviaban ante la magnitud de la rosa, que
cual r u b í e s venían á caer sobre Jas flores. en su cantidad y calidad sustentaba aquel gran regopijo.
Despuess como electrizadas por aquellos aromas, tornaban En aquel lugar es igual el cerca q u e el lejos, pues donde
á zambullirse en aquel asombroso abismo, saliendo unas en rige Dios sin favoritos ni intermediarios, las leyes naturales
tanto entraban otras.
no tienen acción. Del centro dorado de la rosa e m a n a un per-
Mi adorada protectora me dijo: «El gran deseo q u e en este
f u m e de alabanzas al sol, que produce aquella perpètua p r i -
instante te devora y que te e m p u j a á e n t e n d e r lo que estás
mavera.
viendo, m e complace tanto cuanto te eleva; será del caso
Mi protectora, haciendo como el que calla queriendo hablar,
q u e bebas de esa a g u a , para que mitigues tu sed devoradora.»
me impulsó diciéndome; «¡Repara qué inmesa es la reunion
Luego prosiguió:
de las blancas estolas, y c u á n t a es la circunferencia de n u e s -
«El agua y los topacios que de ella e n t r a n y salen como tro pueblo! ¡Tan plagadas están n u e s t r a s g r a d a s , que son
las m á r g e n e s sonrientes, s o m b r a s son y noticias de la verdad; pocos ya los llamados á ellas!
no porque estos objetos sean oscuros por sí, sino por que la «En el trono q u e estás viendo, por motivo de la corona
falta reside en tí, que tu vista no tiene aun la fuerza del a t r e - puesta sobre él, se sentará, primero que tú concurras á la
vimiento.»
boda, el alma en tiempos augusta en el mundo del gran E n -
Ningún niño se a r r o j a r í a más ávido al pecho de su madre rique (i), que reformará la Italia, antes de q u e aquel país se
al despertar m á s tarde que de costumbre, que lo verifiqué yo halle preparado á recibirlo.
( p a r a trocar mis ojos en mayores espejos), á fin de inclinarme
»La sórdida codicia os embrutece de modo, que os iguala
á la corriente donde uno se perfeciona.
á la criatura que m u e r e de hambre rechazando á la nodriza.
E n cuanto mis e x t r e r o o s s e hubieron humedecido e n ella, m e
»Entonces será g o b e r n a d o r divino (2) un sér que pública y
pareció que el rio se trocaba de largo en circular. Despues,
privadamente llevará un camino cofttt 'ario á aquel rey. Mas
como l o s q u e bajo el antifaz aparecen distintos de lo que eran
Dios le concederá cortísimo tiempo para ejercer en el oficio
antes, y si se lo quitan, vuelven á su sér, así cambiaron las
santo, siendo a r r o j a d o allí donde el mago Simon está por s u s
flores, siendo su regocijo tal, que vi con claridad manifestarse
obras, por ser él la causa de q u e s e h u n d a más el Anagni (3).»
en el Cielo a m b a s cohortes.
¡Ah resplandor de Dios, por el que pude notar el inmenso
triunfo del imperio de la verdad, consiéntemeel don de poderlo
describir como lo logré ver! (4¿ Emiqtie. VII.
(•>; o s e a fot>i«raiio P. ntífice; a l u d e á C l e m e i . t • V.
En lo alto se ostenta una luz que hace que el Creador sea
v<j Bonifacio VIH.
visible á la criatura, que cifra en verlo su ventura. Dicha luz
sefesparce en forma circular, pero tan grande, que su diáme-
tro seria sobrado ancho para el sol.
Cu a m o de ella se logra ver, 110 es sino un rayo q u e refleja
en la cumbre del Primer Móvil, q u e toma de allí su sér, y como «BUOTECA ummmim
en el agua de su base se cree m i r a r el collado á fin-de exami-
n a r su aspecto y el tesoro de s u s plantas y de s u s flores, así "A1F0HSO tfm»
s u s p e n s a s alrededor del rio luminoso, vi que se miraban por «-*.1«5 MíTHttíY.K»-
miles de g r a d o s de todas las almas que de la tierra han
vuelto allí.
Y si el más ínfimo grado reconcentra en si tal luz, ¿qué
esplendor será el de aquella flor en s u s más elevadas hojas?
grande no seria mi sorpresa al c r u z a r de lo mortal á lo di-
vino, de lo temporal á lo eterno, de Florencia á un i n m e n s o
pueblo justo y sabio! E n t r e mi sorpresa y mi alegría, me con-
C A N T O T R I G E S I M O P R I M E R O tentaba con no oir ni hablar.
Como peregrino que disfruta observando detenidamente
el templo en el que a c a b a b a de t e r m i n a r su voto, con idea do
Dante sigue contemplando arrobado la gloria del Pariaso. — explicar luego s u arquitectura, contemplaba y o l a viva luz,
Volviéndose hacia Beatriz, que tornará ocupar su lugar ce-
lóle, le da gracias por el gran favor que le ha dispensado.— fijándome en las g r a d a s y en los costados. Notaba allí rostros
Por ruego de san Bernardo se le consiente ver en su dicha á que excitaban á la piedad, h e r m o s e a d o s con la luz elevada y
ta Reina celestial, la Virgen Maria. su sonrisa, y embellecidos con todas las gracias.
Ya mi vista se habia poseído de la forma del Paraíso, sin
UANDO con la forma de una rosa de d e s l u m b r a n t e haberse parado, sin embargo, en ninguno de s u s sitios cuando
blancura sé presentó á mi vista la santa milicia que impulsado de nuevo deseo, me volví hácia mi Señora. Aguar-
el Cristo cun su s a n g r e convirtiera en su esposa, la daba una cosa, y rne sucedió otra bien diferente; me figuraba
(.y otra milicia que volando ve y e m o n a la gloria del ver a Beatriz, y advertí un anciano vestido como la gloriosa
q u e inflama su a m o r y cuya magnanimidad hiciera tan gran- familia.
de (cual e n j a m b r e de abejas, que va se posa en la flor, ya en En s u s ojos brillaba la benignidad, y su faz ostentaba la
el objeto de su trabajo), descendida á la flor bella adornada dulzura de un padre cariñoso. «¿En dónde está ella?» le p r e -
de otras tanta.- flores, para m a r c h a r todavía desde allí hacia gúntela! punto. El repuso: «Soy enviado por Beatriz á fin de
el lugar donde su a m o r permanece eterno. poner término á tu deseo; si te fijas allá arriba al tercer c í r -
Aquellas a l m a s tenian el rostro de viva llama, s u s alas eran culo del grado supremo (1), la* verás ocupando el trono que su
de oro y el resto de tal blancura, q u e s u p e r a b a á la de la nieve. mérito le alcanzara.5>
Descendiendo g r a d u a l m e n t e á la flor, agitaban s u s alas á fin
Sin res f t onder alcé la vista, y vi que se hacia u n a corona en
de esparcir el ardor y la paz que acababan de obtener. Y a u n -
tanto reflejaban en ella los eternales rayos. De lo profundo del
que se cruzase entre lo alto y la flor aquella alada familia, no Océano h a s t a la má S > elevada región do el trueno retumba
interrumpia el esplendor ni la vista, pues la divina luz entra hay menor distancia que la que me a p a r t a b a de Beatriz- mas
en el universo con una fuerza tal, si es acreedor á ella, que no pada me apesadumbraba, por llegar su imágen hasta mí con
puede hallar inconveniente. despejada claridad.
Aquel imperio tranquilo y alegre, rico en espíritus antiguos
«¡Oh m u j e r , en quien mora mi esperanza, y q u é por s a l -
y modernos, tenia los ojos y el a m o r puestos en un solo obje-
varme te dignaste a s e n t a r tu planta en el Infierno! cuanto vi
to. ¡Ah, luz triplicada, que irradiando en una sola estrella, y que contribuyó á acrecentar en mí el vigor y la gracia á t u
alegras de tal m a n e r a la vista de aquellos espíritus, contempla grandéza y á tu bondad lo debo.
la tempestad q u e r u g e aquí abajo! »Desde las cadenas me llevaste á la libertad por c u a n t o s
Si los salvajes que proceden de las playas que c u b r e c o n s - medios y veredas estuvieron á tu mano; así, g u a r d a para mí
tantemente Helice (1), girando con el hijo que sigue cariñoso, tus dones, á fin d e q u e mi alma, que ya curaste, sea d e tu g r a -
se asombraban al ver á Roma y s u s elevados edificios, cuando cia al desprenderse del cuerpo.»
Letran se alzaba sobre toda obra mortal (2), ¡cuánto más Acabada la plegaria, a u n q u e tan distante de mí Beatriz, m e
sonrió, volviéndose despues hácia la eterna fuente.
(I) La Osa Mayor.
(9) San Juan d e Letran, l a p r i m e r a i g l e s i a d e Ron a y d e l orbe c a t ó l i c o . O Los Tronos e s t á n e n e l c i r c u l o t e r c e r o d é l a gerartjuía primera.

25
tíl anciano dijo á su vez: «Para que complementes tu viaje,
por lo cual una prez y un santo a m o r á ti me remiten, pasa tu
vista por este j a r d í n , pues q u e el verle te p r e s t a r á más valor
para ascender hácia el divino rayo. C A N T O T R I G É S I M O S E G U N D O
»La reina celestial, por la que me abraso en perpétuo
amor, nos concederá todas las gracias, por ser yo su fidelísimo
Bernardo (1).»
San Bernardo man,fiesta a Dante el orden de eolocaeion de
Como el que llega de la Croacia por contemplar á n u e s t r a
los Sanios del Antiguo y Nuevo Testamento .—Sobre todo
Verónica (2), y q u e no se sacia de verla con motivo de su le hace fijar en la gloria de la Inmaculada Virgen. ,-a.s '
remota fama, y más bien se dice en tanto se la m u e s t r a n ; ,
pone
«¡Jesús mió, Jesucristo, verídico rey, tal era vuestra faz!» Así l contemplador (1), en su felicidad, se toma e i a r « -
veía yo el viviente resplandor del que, mientras s u s contempla- de cicerone, y principia con estas palabras s a c h ó -
ciones, gozó en la tierra p r e m a t u r a m e n t e de la paz celestial. las: «La herida que r e s t a ñ a r a y s a n a r a Maris el
Entonces me dijo: «Hijo de la gracia, no entenderás de esta enconó y abrió de nuevo por aquella m u j e r bella
bienaventurada vida si prosigues con la frente inclinada. está á s u s plantas ( 2 ) u / ¿ ^
»Repasa los más remotos círculos, no parando hasta ver el »En la hilera que describen los puestos terceros, están, ció
trono de la Reina á quien pertenece este reino.» ves, sentadas debajo de ella, Raquel y Beatriz; también Jfe-
Alcé mi vista, y según la parte oriental del horizonte g a n a Sara y Rebeca, J u d i t y la bisabuela (3) del c h a n t r e , que f ,
por la m a ñ a n a en resplandor á la en que se pone el SQI, las la pena de su falta dijo: Miserere mei.
noté yo al extremo u n ' p u n t o del círculo que sobrepujaba en »Cuando desciendas, verás las otras de uno en otro trorx
claridad á todos los otros. pues en la rosa te las mencionaré hoja por hoja; de'l sétimo
Este lábaro de concordia brillaba en el medio, eclipsando g r a d o hácia abajo, cual de lo alto h a s t a dicho gaado, van sucé-
el fulgor de las demás llamas, cual eclipsa el de todosjos demás diéndose las israelitas, dibujando todas las hojas de la flor,
puntos del Cielo, aquel donde se espera el carro que ían mal pfces con arreglo á la mirada que la fe puso en Cristo, s*on
condujera Faetón te. esas m u j e r e s el marco que separa ios sagrados escalones. ,
En aquel centro observé millares de Angeles que la a c a r i - »Del lado que la flor está revestida de todas s u s hojas, se
ciaban con desplegadas alas, ostentando cada uno de ellos una, hallan sentados los que no dudaron de la venida del Cristo, y
actitud y un esplendor diferentes. A s u s festejos y s u s cantos en el otro, en el que los semicírculos se interrumpen por algu-
vi sonreír u n a peregrina beldad, que regocijaba la vista de nos huecos, se hallan los q u e volvieron s u s ojos hácia el Cristo
todos los otros Santos. en tanto estuvo en la tierra.
Aun siéndome dado explicar todas las frases que la i m a g i - »Y como en esta parte el trono glorificado de la Reina
nación concibiera, no osaría á e x p r e s a r la más ténue de s u s celestial y los otros sitios inferiores se hallan separados, lo
delicias. mismo en el opuesto lado del inmenso J u a n , que continuft-
Cuando B e r n a r d o observó mi atención hácia el objeto de su m e n t e santo, padeció soledad, martirio é infierno por espacio
amor, volvió s u s ojos hácia él con tal afecto, que todavía acre- de dos años (i), se halla separado del de los santos Francisco,
centó en los mios el a r d o r con que lo a d m i r a b a n .

(1) San Bernacjlí).


(»; San Bernardo e m b l e m a d e la vida contemplativa
(2) Eva.
(2) La Croacia ó todo remoto país.—El santo sudario que se d e b e á santa
Verónica. t ÍH) Ruth. J
tí) En el Limbo, esperó dos a ñ o s ^ y c r i s t o .
tíl anciano dijo á su vez: «Para que complementes tu viaje,
por lo cual una prez y un santo a m o r á ti me remiten, pasa tu
vista por este j a r d í n , pues q u e el verle te p r e s t a r á más valor
para ascender hácia el divino rayo. C A N T O T R I G É S I M O S E G U N D O
»La reina celestial, por la que me abraso en perpétuo
amor, nos concederá todas las gracias, por ser yo su fidelísimo
Bernardo (1).»
San Bernardo man,fiesta a Dante el orden de eolocaeion de
Como el que llega de la Croacia por contemplar á n u e s t r a
los Sanios del Antiguo y Nuevo Testamento .—Sobre todo
Verónica (2), y q u e no se sacia de verla con motivo de su le hace fijar en la gloria de la Inmaculada Virgen. ,-a.s '
remota fama, y más bien se dice en tanto se la m u e s t r a n ; ,
pone
«¡Jesús mió, Jesucristo, verídico rey, tal era vuestra faz!» Así l contemplador (1), en su felicidad, se toma e i a r « -
veía yo el viviente resplandor del que, mientras s u s contempla- de cicerone, y principia con estas palabras s a c h ó -
ciones, gozó en la tierra p r e m a t u r a m e n t e de la paz celestial. las: «La herida que r e s t a ñ a r a y s a n a r a Maris el
Entonces me dijo: «Hijo de la gracia, no entenderás de esta enconó y abrió de nuevo por aquella m u j e r bella
bienaventurada vida si prosigues con la frente inclinada. está á s u s plantas ( 2 ) u / ¿ ^
»Repasa los más remotos círculos, no parando hasta ver el »En la hilera que describen los puestos terceros, están, ció
trono de la Reina á quien pertenece este reino.» ves, sentadas debajo de ella, Raquel y Beatriz; también Jfe-
Alcé mi vista, y según la parte oriental del horizonte g a n a Sara y Rebeca, J u d i t y la bisabuela (3) del c h a n t r e , que f ,
por la m a ñ a n a en resplandor á la en que se pone el SQI, las la pena de su falta dijo: Miserere mei.
noté yo al extremo u n ' p u n t o del círculo que sobrepujaba en »Cuando desciendas, verás las otras de uno en otro trorx
claridad á todos los otros. pues en la rosa te las mencionaré hoja por hoja; de'l sétimo
Este lábaro de concordia brillaba en el medio, eclipsando g r a d o hácia abajo, cual de lo alto h a s t a dicho gaado, van sucé-
el fulgor de las demás llamas, cual eclipsa el de todosjos demás diéndose las israelitas, dibujando todas las hojas de la flor,
puntos del Cielo, aquel donde se espera el carro que ían mal pfces con arreglo á la mirada que la fe puso en Cristo, s*on
condujera Faetón te. esas m u j e r e s el marco que separa ios sagrados escalones. ,
En aquel centro observé millares de Angeles que la a c a r i - »Del lado que la flor está revestida de todas s u s hojas, se
ciaban con desplegadas alas, ostentando cada uno de ellos una, hallan sentados los que no dudaron de la venida del Cristo, y
actitud y un esplendor diferentes. A s u s festejos y s u s cantos en el otro, en el que los semicírculos se interrumpen por algu-
vi sonreír u n a peregrina beldad, que regocijaba la vista de nos huecos, se hallan los q u e volvieron s u s ojos hácia el Cristo
todos los otros Santos. en tanto estuvo en la tierra.
Aun siéndome dado explicar todas las frases que la i m a g i - »Y como en esta parte el trono glorificado de la Reina
nación concibiera, no osaría á e x p r e s a r la más ténue de s u s celestial y los otros sitios inferiores se hallan separados, lo
delicias. mismo en el opuesto lado del inmenso J u a n , que continuft-
Cuando B e r n a r d o observó mi atención hácia el objeto de su m e n t e santo, padeció soledad, martirio é infierno por espacio
amor, volvió s u s ojos hácia él con tal afecto, que todavía acre- de dos años (i), se halla separado del de los santos Francisco,
centó en los mios el a r d o r con que lo a d m i r a b a n .

(D San Bernacjlí).
(»; San Bernardo e m b l e m a d e la vida contemplativa
(2) Eva.
(2) La Croacia ó todo remoto país.—El santo sudario que se d e b e á santa
Verónica. t (3) Ruth. J
tí) En el Limbo, esperó dos a ñ o s ^ y c r i s t o .
Benito, Agustín y los otros, bajando h a s t a aqui de uno en otro ritus, creados para v e l a r e n aquel océano de dicha, que cuanto
círculo. hasta alli viera estaba muy lejos de c a u s a r m e s e m e j a n t e s o r -
»De suerte, que s o r p r e n d e la g r a n Divina Providencia, pre^i, por d a r m e de Dios verídica semejanza.
pues uno y otro adorador de la fe llenarán del propio modo E l a m o r ( l ) , que descendió el primero entonando Ave María,
este jardín. Has de entender, que desde la g r a d a q u e separa gratia plena, tendió sus alas a n t e él, y la bienaventurada corte
por eninedió a m b a s divisiones, hasta la inferior, no hay n i n - respondió por todas partes al divino canto, d e s u e l le, que cada
g u n o que se halle sentado por propio mérito, y si por el de espíritu lo creia más refulgente.
otro, bajo a l g u n a condicion; son a l m a s desprendidas de la «¡Oh Santo P a d r e (2), q u e tiene la, bondad de estar aquí
Ve.ro. mortal, antes que pudieran escogitar la fe verdadera. abajo por mi causa, a b a l d o n a n d o el dulce sitio q u e ocupas
remoti
i c i l l a m e n t e lo notarás en su faz y en s u s infantiles voces, por la eternidad, ¿qué ángel es aquel que con tal regocijo pone
«¡Jesújas e o n a l g u n a atención. Dudas a h o r a y en la duda c a - su mirada en la de-la Reina, y que de lal s u e r t e a m a q u c p a r e -
veia
Ybas yo te quitaré los lazos que sujetan tus ideas sutiles. 'ce abrasado?» Esta pregunta le dirigí á aquel que s e herifio-
ciono 0 e s posible que en este imperio inmenso suceda un acto seaba con el resplandor de María, como se h e r m o s e a con el
^uito, como tampoco cabe la tristeza, h a m b r e ó sed, pues del sol la estrella del alba.
biei e t e r n a ley, cuanto contemplas se halla establecido de
}> Y me repuso: «La confianza y gracia que puede poseer un
-te que cada objeto ocupa su sitio, como el anillo el dedo.
tro ángel, se hallan en él; esta e s nuestra voluntad, por h a b e r s i d o
' a q u i q u e esa cohorte que acudió tan veloz á la vida verda-
el conductor de la palma á María, al q u e r e r c a r g a r con nues-
•'-a, no f u é sine causa m á s ó menos g r a n d e . tras culpas el Hijo de Dios. Ahora, según te vaya hablando,
P* »El rey, por el que se c o n s e r v a este reino en tal dicha y pon tu vista en los g r a n d e s ciudadanos dé este piadoso y justo
n
>zo, que ningún deseo puede ir m á s adelante, al establecer reino.
Lodos los espíritus bajo su g r a t a m i r a d a , los ^otó de distinta
»Los dos que están sentados allí arriba, más dichosos,
gracia: le bas»a el efecto producido. Todo esto os es con c l a -
puesto que se acercan más á la augusta Matrona, casi pueden
ridad corroborado en la E s c r i t u r a Sacra, por los mellizos que
llamarse las dos raíces d é l a rosa. El de su izquierda es el
en* el vientre m a t e r n o se agitaron coléricos (1), pues con arri-
padre, qué por g u s t a r ávidamente la fruta, hizo libar la copa
gió al color del cabello, debe la elevada luz otorgar la corona
di^l dolor á la,humanidad entera (3).
de la gracia; por lo que, sin tener en cuenta s u s obras, fueron
»Hácia su derecha ve el padre antiguo de la Iglesia santa,
puestos en distintas g r a d a s , estribando sólo su diferencia en
á quien confiara el Cristo las llaves de esta flor sin .igual (á;.
la infusión de la primera g r a c i a .
El que viera antes de morir los tiempos borrascosos que h a b í a
»Kn los primeros tiempos e r a suficiente á salvarse con la de atravesar la dulce esposa (5), conquistada con la lanza y
inocencia, poseer la fe de los .padres. P a s a d a s las p r i m e r a s los clavos, se halla sentado próximo á aquel; estando también
edades, tuvieron los niños necesidad de la circuncisión, para cerca el jefe á cuyo mandato vivió del m a n á el ingrato pueblo,
r e p o n e r la fuerza de s u s alas inocentes. tan variable y obcecado'.
^>Mas- llegada la época de la gracia, los inocentes que no »Frente á Pedro puedes ver á Ana, tan subyugada en la
habian recibido la perfección del bautismo del Cristo, q u e d a - contemplación de su Hija, que ni agita los ojos al cantar
ban suspensos en el Limbo. Repara a h o r a el rostro que se
asemeja más al Cristo, pues q u e sólo con su luz te puede pre-
p a r a r á ver el Cristo.»
(l) El ángel san Gabriel.
T a n t a alegría vi llover sobre él, traida por los santos e s p i - (2. San Bernardo.
Adán.
'4) San Pedro.
(I) Esaù, q u e era rubio, y moreno Jacob. (5! La Iglesia.
Ilóssanna. Delante de nuestro primer padre (1) se halla s e n - , lá piedad, la munificencia y cuanto bueno pucaa^residir en la
tada Lucía (2), la que te enviara á Beatriz cuando cerras.te los criatura; por esta razón, el que desde losabisn'rosdel universo
ojos junto al abismo. Mas como ya pasó tu sueño, h a r e m o s hasta aquí vió una en pos de o t r a U s existencias de los e s p í -
pausa, asemejándonos al sastre que construye la ropa con ritus, te ruega le otorgues |a indispensable fuerza para alzar
arreglo al paño con q u e c u e n t a . su vista h a s t a el S u p r e m o Bien.
»Elevemos en este punto los ojos hácia el a m o r primero, »Yo, que j a m á s deseé para mi con más a r d o r a l c a n z a r a q u e l l a
para que al contemplarle, penetres lo posible efo su esplendor. visión cual lo deseo para él, á ti elevo todas mis plegarias,
Mas temiendo no retrocedas al q u e r e r a v a n z a r , debes c o n - rogándote no sean estériles, para que deshagas las nubes de
seguir el don con tus plegarias, al Agitar las alas; d e s p u e s su mortalidad con tus preces, á fin de que se le muestre el
seguirás con alma é intención, haciendo por no s e p a r a r tu sumo placer.
córazon de mi ruego.» Entonces principió esta s a n t a plegaria: »Te demando también, oh Reina celestial que logras cuanto
quieres, g u a r d e s íntegros s u s afectos despues de semejante
vista, y q u e tu influjo venza los impulsos h u m a n o s . Repara que
Beatriz y los demás bienaventurados unen sus m a n o s á las
mias asociándose á mis súplicas.»
C A N T O T R I G È S I M O T E R C E R O Los ojos que el mismo Dios adora (1), puestos en el que
oraba por mí, nos hicieron conocer cuán g r a t a s le eran aque-
llas preces. Luego se alzaron sobre la luz eternal, en que no
parece posible pueda ponerse el ojo de la mísera c r i a t u r a .
San Bernardo pide d la Virgen María que aléame para el poeta
el don de elevarse hasta ta misma vista de Dios.—Lueqo ilu- A medida que me iba a p r o x i m a n d o al final de todos m i s
minado Dante, penetra con la mirada la augusta y maqniñca flotos, se iba extinguiendo en mi la llama de todo anhelo.
Divinidad " ° m d Verbo
H Huhanidad junto á la Bernardo, sonriente, me decia que mirase á las alturas, m a s
ya me hallaba yo en la actitud q u e él quería, pues mi vista,
más pura cada vez, penetraba por g r a d o s en la inmensa luz,
que es única y verdadera.
H Virgen Madre! Ilija de tu propio Hijo, la más ele-
vada y humilde de todas las criaturas, t é r m i n o inva- En aquel instante mi vista excedía á mis palabras, pues
riable de la voluntad eterna", tú ennobleciste la éstas ceden á presencia de aquella visión, como cede la i m a -
r h u m a n i d a d , cuyo autor no se desdeñó de c o n v e r - ginación ante lo portentoso. Como el que en sueños distingue
tirse e n su misma obra. lo que cree ver, y que despierto retiene la impresión p r o d u -
cida sin acordarse de lo demás, asi estoy yo, por h a b e r a c a -
»En tu seno se inflamó el amor, á cuya llama g é r m i n ó la
bado mi visión casi por completo; y todavía siento fluir en mi
voz de eterna paz. Tú significas' aquí para nosotros un sol de
alma la dulzura que de ella vino, deshaciéndose cual ia nieve
piedad en su mediodía entre los mortales, vivo r a u d a l de
al calor del sol, y desapareciendo como por el aire las simples
esperanzas. Mujer, eres tan inmensa y poderosa, que el q*ue
pretende gracia, sin r e c o r r e r á tí, se propone elevarse sin hojas que g u a r d a b a n los decretos de la Sibila.
'alas. ¡Oh soberana luz, que te levantas sobre las ideas de los mor-
»Tu magnanimidad no sólo atiende al que implora, sino q u e tales, di á mi espíritu algo de lo que tú parecías, haciendo que
suele anticiparse á su d e m a n d a . E n tí rpside la misericordia, mi lengua, tenga bastante fuerza para dar á las razas venide-
r a s un ligero destello de tu gloria! Si consigo recordar tus

(1) Adao. »
(2) S^ma Lucia d e Sigamsa, emblema de la gracia que da l u z ( 1 ) Los ojos de la Virgen María.
triunfos y h a c e r q u e s e comprendan en mis versos, siempre se
obtendrá algún provecho. ' ron á recorrerle, me pareció contener en su centro nuestra
efigie, con su mismo color, por lo que mi vista penetraba en él
Con la impresión que recibí del vivo resplandor, creo que por completo.
hubiera cegado; aparté mí vista. Sin embargo, recuerdo que
Como el geómetra dedicado exclusivamente á medir el c í r -
persistí hasta j u n t a r mi mirada al m á s infinito poder. ¡Oh don
culo. y no e n c u e n t r a en su razón la base que le e s necesaria,
celestial por el que tuve el valor de fijar los ojos en la eterna
luz q u e arrebataba mi vista! me hallaba yo a n t e aquella nueva visión. Me propuse-ver cmno
estaba la efigie unida y adaptada al círculo, mas mis alas no
Con toda claridad vi un volumen unido por amorosos lazos,
poseían la necesaria fuerza, á no iluminarme un esplendor
q u e tenia todas las hojas esparcidas por el universo; allí esta-
que calmó mi anhelo
ban las sustancias, los accidentes y s u s cualidades de tal
s u e r t e amalgamados, que cuanto yo pudiera decir no seria ni Mi elevada imaginación desfallece aquí; mas mi deseo y
una ligera s o m b r a . voluntad, como r u e d a s movidas á compás, iban girando al
Creo que entendí la forma universal de aquel nudo, ya q u e exterior, empujados por el a m o r que hace mover al sol y á las
estrellas.
al mencionarlo me encuentro poseído del m á s inmenso júbilo.
Un pequeño intervalo produce en mi más olvido que*el que
causaran veinticinco siglos pasados desde la e m p r e s a que
hiciera a d m i r a r a Neptuno la s o m b r a de Argos.
Por esto mi suspendido espíritu a d m i r a b a fijo, inmóvil y
cuidadosamente, y seguía a d m i r a n d o con progresivo a m o r . Es
FIN
tal el efecto q u e produce aquella luz, que 110 se puede a p a r t a r
la vista para fijarse en otra cosa, pues el bien que dimana de
la voluntad se j u n t a estrechamente á ella, fuera de la cual es
imperfecto lo que allí es magnífico.
Más incapaz será mi palabra para decir lo que recuerdo,
q u e lo seria la de un niño que todavía humedeciese su lengua
en el materno pecho; no porque la luz tuviese más de un sen-
cillo aspecto, y que siempre e s lo que antes era, sino por causa
de mi vista, que al contemplarla, se fortificaba, y según ésta
iba cambiando, también se alteraba aquella sola apariencia.
El uno (I) parecía reflejarse en el otro, como el Iris en el
Iris, y el tercero a s e m e j a b a una llama que de toáos lados bro-
tase á un mismo tiempo (2).
¡Cuánta impotencia la de mi voz para dar de ello u n a ligera
idea! Está tan lejana de lo que vi, que no me basta el decir
poco. ¡Oh eterna luz, que m o r a s sola en tí, que sola te entien-
des y que así te a m a s y sonries! Aquel circulo que parecia-en
tí concebido, como reflejo de luz, en c u a n t o mis ojos, principia-

<<) El ¡lijo por el Padre.


(*J * El Espíritu Santo.
Canto XIX. . . . ~
73
Canto XX. . '
76
Canto XXI. . . . ' ' '
79
Canto XXri. .
84
Canto XXIII. ' '
Canto XXIV. : . ' »
3
Canto XXV. . ' " • \
Canto XXVI. . . . ' "

Canio XXVII. ' ' "
104
Canto XXVIII '
408
Canto XXIX. . "
Canto XXX 113
4 , 8
Canto X X X I . . . ' '
1 2 2
Canto XXXII.. . ', ' ' §
120
Canto XXXIII. . ' '
Canto XXXIV. |

• • • • 134

PURGATORIO

Canto I. .
141
Canto II.
145
Canto III..
148
Caíto
Canto IV...
V. ' ' m
156
Canto VI.. . . • ' ' ' ' ' • •
Canto VII. . • • • - 460
Canto VIII. . . 164
168
Canto IX..
Canto X. . . '
175
Canto XI.. . . . "
179
Canto X I I . . . . . " " " ' • -ï ^
,S3
Canto XIII. . ' ' ' ; .
f • • • • • - , . . 186'
^ti-
Canto XIV . 190
Canto XV jóp
Canto XVI
Canto XVII 202
Canto XVIII. 205

Canto XIX 208


Canto XX 212
Canto XXI 2 [G

Canto XXII 220

Canto XXIII 223


BIOGRAFÍA.
Canto XXIV 226

Canto XXV 230


Canto XXVI 23r»

Canto XXVII.. . 238

Canto XXVIII. . . . . . .
Canto I. - Canto XXIX »46
Canto II. . Canto XXX 951
Canto I I I . . Canto XXXI . 254
Canto I V . . Canto XXXII.. . . . 258
Canto V. . Canto XXXIII. • . , . . . . . 252
Canto VI..
Canto VII.
PARAÍSO
Canto VIII.
Canto IX. .
Canto X. . Canto 1 2¡i9
Canto XI. - Canto II 273
Canto XII. Canto III 270
Ca'nto XIII. Canto VI 279
CantoXIV. Canto V 2^3
*Canlo XV. '•Canto VI 287
Canto XVI. Canto VII 291
Canto XVII. Canto VIII 2 94
Canto XVIII Canto IX 298
I Pégs.

Canto X. . .
Canto XI..
Canto XII. .
Canto XIII. .
Canto XIY. .
Canto XV. .
Canto XVI. .
Canto XVII. .
Canto XVIII. .
Canto XIX.
Canto XX.
Canto XXI. .
Canto XXII. .
Canto XXIII. .
' Canto XXIV. .
Canto XXV. .
Canto.XXVI. .
Canto X X V I I . .
Canto XXVIII.
Canta XXIX. .
Canto XXX. .
Canto XXXI. .
Canto XXXII..
Canto XXXIII.

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