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INFIERNO
CAiNTO P R I M E R O
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necesidad q u e antes. Infinitos a n i m a l e s le sirven de alimertto,
y aun sacrificará muchos más hasta la venida del Lebrel (!),
q u e la matará de dolor. No se m a n t e n d r á esté de tierra ni
'estaño fino; su alimentación será la sabiduría, el a m o r y la
.»fuerza, será su patria entre Feitro y Peltre, siendo la salvación
'de la humilde Italia, por la que perecieron llenos de h e r i d a s
' C a m i l o , Turno, Euriaio y Niso.
^ »Cazará á la loba de poblacion en poblacion hasta restituirla
al infierno, del que la Envidia la saco en otro tiempo. Por
tu bien, te digo que a c e r t a r á s en seguirme, seré tu égida, y te
llevaré fuera de aquí á través del eterno reino; allí apercibi-
r á s los rugidos de desesperación y n o t a r á s las a l m a s de los C A N T O S E G U N D O
condenados que á voces piden segunda muerte.
»También podrás ver los que están satisfechos, en las
i llamas, a g u a r d a n d o (á su tiempo) tener un sitio en las biena-
v e n t u r a d a s sombras; si quieres llegar h a s t a ellas, te g u i a r á Sigue Dante á Virgilio, y ambos, entrada la noche, parten.-—
'otra alma más digna que la mia, y al a p a r t a r m e de ti, te q u e - Invocación á las musas.—Dante se sobrecoge da espanto á la
d a r á s con ella, porque el emperador que allí domina no quiere idea del infernal viaje.—Sosegado al decirle Virgilio qtui es
enviado de Beatriz-, se decide, á seguir á su guia y maestro.
que m e lleven á su ciudad, por h a b e r yo faltado á su ley. En
todas partes rige, más allá en lo alto e s donde reina; aquello e s
su g r a n ciudad y elevadísimo trono. ¡Venturoso el escogitado
L dia tocaba á su fin, y lo pesado del aire m a n i f e s -
p a r a su reino!»
taba á todos los mortales que debían ya e n t r e g a r s e
Yo: «Poeta, te ruego por ese Dios que no has podido cono- al descanso; únicamente yo me disponía á los com
cer, me libres de este mal como de otro peor que me pueda bates del camino, imaginando los a s u n t o s de pieda'
q u e iban á ofrecerse á mi vista, y que relatará mi memori
fielmente.
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¡Musas, genio poderoso, venid en mi favor! ¡Oh memoria
q u e r e t r a t a s lo que vi, sé noble y leal:
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(1) Eneas.
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' ° Psraifo f x í a s i a i o s a n t a m e n t e .
O Están en s u s p e n s o ó en e l Limbo.
10 INFIERNO CANTO III
m a d o por. una m u j e r tan h e r m o s a y p u r a , q u e no titubeé en «Nadie fué tan veloz corriendo tras un galardón ni apartán-
p o n e r m e á s u disposición (1).» S u s ojos eran más brillantes q u e dose de un riesgo, como yo al e s c u c h a r aquellas palabras.
los luceros, y con a r m o n i o s a voz me dijo: S ú b i t o bajé de mi trono de ventura, y vine volando, esperan-
«Alma m a g n á n i m a de Mántua, cuya gloria vive aun en el zada en la sabiduría de tu palabra, que tanto te honra ante
los que la han oido.»
m u n d o , y d u r a r á tanto como él, mi amigo, y no de la fortuna,
e s t á tan perdido e n la playa desierta, q u e á la mitad de su Cuando hubo hablado así, volvió á mi s u s llorosos ojos, lo
viaje el terror le h a hecho volver atrás. Temo (por lo que h e que me hizo partir con m á s ligereza
sabido de él en el cielo) llegar tarde en su socorro. Ségun su voluntad, me he llegado á tí, salvándote de la
»Anda, y con tu elocuencia ayúdale hasta lograr que yo fiera q u e le cerraba el paso más breve que conduce al hermoso
consiga algún consuelo. Soy Beatriz, y te digo que vayas. monte. ¿Por qué, pues, te paras? ¿A qué tanta cobardía en tu
Llego de un paraje al que deseo r e g r e s a r : Amor es quien m e -corazon, cuando (res benditas personas velan por ti en la corte
inspira. Al estar al lado de mi dueño, celebraré h a b e r t e •celestial, y mis palabras te ofrecen tanta ventura?
encontrado á mi paso.» Aquí calló, y yo contesté: Según se animan y entreabren las flores despues de la noche
«Gran señora, sólo la virtud que atesoras sobrepuja á la de f r í a , á la salida del sol, así se reanimó mi abatido espíritu,
todos los séres de la h u m a n a especie que cubre la bóveda notando p e n e t r a r en mi corazon un benéfico calor que me hizo
celeste. Tan grato me es tu mandato, que aun habiéndolo ya p r o r r u m p i r como el hombre m á s decidido: «Tan caritativa es
cumplimentado, creería t a r d a r : no me vuelvas á indicar tu la persona que te m a n d a , como tú, que tan breve has cumpli-
deseo. Mas dime: ¿es posible que no lemas venir á estos sitios, mentado las palabras verdaderas que le ha dirijido. De tal
desde lo alto de los inmensos lugares donde deseas volver?» m a n e r a tu voz ha penetrado en mi corazon, que vuelvo á deci-
dirme á e m p r e n d e r el viaje. Anda, pues, y en lo f u t u r o será
Voy á calmar tu curiosidad, me dijo, y á manifestarte por
-sólo uno nuestro deseo; tú eres mi guia, señor y dueño.»
qué no temo al venir á estos abismos. Tánicamente debe
Cuando acallé, emprendió la m a r c h a y entré en el profundo y
t e m e r s e por las cosas que puedan perjudicar á otro, pero no
-solitario camino.
por l a s q u e no puedan ser temidas. P o r voluntad de D i o s , s o y
de tal especie, que no pueden s u m i r m e vuestras miserias ni
C A N T O T E R C E R O
c e r c a r m e el fuego de ese incendio.
En el cielo existe una m u j e r (2) que se apena tanto por los Ambos poetan arriban d las puertas del Infierno .—Conforme
peligros de los que te remito, q u e á s u caridad se debe la revo- la opinion de Dante, el Infierno tiene forma cònica hacia arri-
cación del fallo de la Justicia divina. Se h a dirijido en s u s ba.—Se compone de un vestíbulo y nueve círculos, que según,
plegarias á Lucía (3), diciéndole: «Tu fiel necesita de tí, y yo se estrechan, crecen los suplicios en intensidad,—A la entra-
da hallan los poetas las almas sin virtudes ni vicios, conti-
te lo recomiendo.» Lucia, enemiga de los corazones crueles, nuamente aguijoneadas por mil lares de insectos.—Aqueronte.
enternecida, viniendo al sitio en que yo estaba, al lado de la — Se niega Caronte á pasar alma viviente en su barca, mas
a n t i g u a Raquel 1.4), me ha dicho así: acata e! mandato de Dios,—Dante es atacado de un sueño
«Beatriz, verídica alabanza de Dios, ¿por qué no corres en profundo.
auxilio del que tanto te adoró y que sólo por tí salió del rebaño
vulgar? ¿No escuchas s u s quejas? ¿No ves su combate contra la ciudad de los lamentos se va por mí, por mí, al
las f u r i b u n d a s tempestadas más temibles q u e las del mar?» dolor sempiterno; por mí se llega á la raza de los
condenados; mi gran arquitecto fué inspirado en la
justicia; me construyó él divino poder, la sublime
(I ¡ Beatriz, e m b l e m a de la tfOlogia. sabiduría y el a m o r primitivo (1). N a d a s e c r e ó antes que yo,
(í) La divina c l e m e n c i a .
(3) ta gracia divina o que ilumina. Lucia, huv, luz.
;S) Hija de I-abaD, esposa da Jacob, e m b l e m a d e la vida d e c o m t e m p l a c i o u . (1) Tríni.lad: Poder, Sabiduría y Amor.
- .. INFIERNO
10 • ••• . :.; l • .v .-
si se exceptúa lo eterno; también soy eterno. Los que p e n e t r á i s
Aun poseído por el terror, exclamé: «Maestro, ¿qué es lo
aquí dejad toda esperanza.» Estas frases las vi trazadas en
-que oigo? ¿Qué pueblo es este así abandonado á la d e s e s p e -
caracteres a e g r ó s en lo m á s elevado de una puerta, y e x c l a m é :
ración y al dolor?»
«Duras m e parecen estas frases; Maestro.»
Y me respondió: «Esta es la triste suerte deparada á los
El, como hombre convencido, me contestó: «Es preciso d e s -
vivientes que ni merecieron íq¡| ni desprecio; son confundidos
pojarse de'todo temor; aquí debe terminar la cobardía.
entre los ángeles que ni se rebelaron ni sirvieron á Dios, q u e
»Ya estamos en el paraje donde te dije verías las infelices
\ vivieron sólo para ellos. El cielo, por no perder su belleza,
g e n t e s que perdieron el bien de la inteligencia.» Tomó en
los arrojó, y el Infierno no los vio con admiración, porque los
aquel momento mi mano entre las s u y a s con tan buen acierto,
causantes no tuvieron gloria a l g u n a »
Yo objeté: «Maestro, ¿de q u é gran dolor se querellan
tanto?» A lo que contestó: «Al punto lo tsabrás. No poseen
la esperanza de otra muerte; tal es su ceguera, que preferi-
rian cualquier s u e n e á la que les cabe. Ninguna idea tiene el
m u n d o de su existencia; la Justicia y la Caridad los d e s p r e -
cian; y... sigamos adelante, no nos ocupemos m á s de ellos.»
Yo que observaba con atención, fíjeme en una bandera
-que se ínovia con tal rapidez de uno á otro s i n o , que no pare-
cía sino que se proponía impedir todo descanso. Tanta g e n t e
ia seguia, que no pude comprender su destrucción por la
muerte. Conocí á algunos, y mirando con más fijeza, vi al
cobarde que se negó á cumplimentar el más sagrado d e b e r (i /
Proniu (uve la seguridad de que la gran cohorte que tenia
delante, era la de los entes tan despreciables á los ojos de Dios
como á los de s u s contrarios. Los desventurados aquellos,
q u e j a m á s lograron el placer de la vida, estaban desnudos, y
e n j a m b r e s de avispas y moscas les clavaban s u s aguijones sin
-cesar, brotándoles s a n g r é , que mezclada con s u s lágrimas, e r a
devorada á s u s piés por inmundos gusanos. Extendiendo más
mi vista, observé otras almas á la orilla de un gran rio, y dije
-á mi Maestro:
«¿Harás la merced de indicarme q u é a l m a s son aquellas,
y por qué su solicitud á pasar el rio, Según creo ver á pesar
qué me infundió valor y mé instruyó en los a r c a n o s de los
•de esta ténue luz?» «Te satisfaré cuando pisémos la '
secretos. L a s quejas, suspiros y llantos que se percibían allí, JS
-del Aqueronte (2).» ^P1"
bajo una bóveda celeste sin estrellas, excitaron mis lágrimas; inte. Estos
los di versos idiomas, horribles discursos, imprecaciones, voces • . ..'.";•' . . tismo; e s a
destempladas y coléricas, algazara y palmadas, daban forma * oí íinfpG
á una especie de tumulto, que r e t u m b a b a continuamente por (I) En o p i n i o n d e v a r i o s c o m e n d a d o r e s . era Esaú, q u i e n re'
p t i m o g e n i t u r a ; s e g ú n otro?, era D i o c l e c i a i j o , q u e r e n u n c i ó e l i o O n debida?
aquel espacio, siempre lóbrego, parecido á la a r e n a e m p u j a d a s o n los j u i c i o s formados e n e s t e particular; p e r o la i d e a m á s a g r í m e n nos
por el h u r a c a n . P i l a t o s f u é e l q u e s e n e g ó a c u m p l - r c o n e l m á s a r a c d e v sur -
lVir c o n
¡bares. deseo
El A g u á r o n t e e s el rio q u e s e halla á la p u e ¡ t a
u INFIERNO
h a s t a la llegada al rio, por miedo de hacer preguntas inopor- sentido y caí como dominado por el sueño.
t u n a s . Un anciano de blanca cabellera se dirigió á nosotros
«n aquel instante en una barquichuela, exclamando: «¡Des-
C A N T O C U A R T O
venturadas de vosotras, almas malignas! Perder la esperanza
de volver á contemplar el Cielo; vengo p a r a llevaros á la
Dante dispierta, descendiendo al circulo primero del Infierno,
orilla opuesta, envueltos de tinieblas perpétuas, do rige el frió-
en que está el Limbo.—Allí moran las almas inocentes y
y el calor. Tú, q u e eres viviente y osas venir aquí, auséntate- buenas, pero que no han sido bautizadas.—Hermosas prade-
l e los que ya murieron.» Mas, observando mi inmovilidad,, ras y verdes bosquecillos donde viven ilustres poetas, querre-
añadió: «Diferente es el camino, distinto el puesto q u e ha de ros y sabios.
llevarte á la playa; no llegarás á ella pasando por aquí; más
ligera debe ser la nave que ha de conducirte.» N estrepitoso trueno m e hizo dispertar agitado; me
levanté y dirigí u n a investigadora m i r a d a en torno
Mi guia le repuso: «No te alteres tanto, Caronte, e s d i s p o - mió, para ver dónde me encontraba. Vi q u e e s t á b a -
sición de donde todo se logra; no quieras saber más.» Estas- mos junto al abismo del dolor, tristísimo valle, del
f r a s e s calmaron al formidable y velludo barquero de las t r i s - que se alzan y confunden mil gemidos, que producen un ruido
tes lagunas, el q u e tenia s u s ojos rodeados de llamas (1). Desde semejante al estampido del trueno.
q u e las desnudas almas oyeron aquellas frases, cambiaron de
Tan profundo, nebuloso y oscuro era el abismo, que en vano
color y temblaron. Blasfemaban de Dios, de s u s antecesores,
busqué s u fondo, la vista no lo distinguía. «Bajemos a h o r a al
de la h u m a n a especie, de aquel sitio, de su nacimiento y de
tenebroso mundo, me dijo mi querido Maestro con el rostro
los descendientes de s u s descendientes.
descompuesto y lívido; yo te precederé.»
J u n t a s y llorando con a m a r g u r a se retiraron hácia la orilla
Mas notando su semblante, le respondí: «Si tú te espantas,
maldita, en la que sólo es esperado el que no temió á Dios. El
¿cómo podré yo descender? siendo como eres quien a n i m a mi
horrible Caronte las reunió, y dió con su remo á las m á s tar-
indecisión.»
días. Según caen las ojas en el otoño, una de otra en pos, asi
Entonces m e objetó: «La pena por las desgracias de los
iba cayendo la raza de Adán á una pequeña señal del b a r -
que están ahí abajo, marca en mi rostro un tinte de piedad,
quero, á imitación del pájaro al reclamo del cazador.
que tú interpretas por de t e r r o r . Marchemos pronto, pues así
No habian comenzado aquellas a l m a s á c r u z a r las n e g r a s lo exige el mucho espacio que debemos recorrer.» Y sin hablar
hondas, cuando ya se habia reunido en la ribera que ellas aca- m á s palabra, entró y me hizo penetrar en el círculo primero,
baban de dejar otra n u m e r o s a cohorte. «Hijo, m e objetó mi que da vuelta al abismo. A pesar de mi atención, allí, no
gran Maestro, aquí vienen de todos los países, los que d e j a - llegó á mi oido q u e j a a l g u n a , y sí algunos gemidos que hacian
ron de existir sin ser acreedores al perdón de Dios; h o s t i g a - temblar la bóveda eterna, producto del dolor sin sufrimiento
dos por la Divina justicia, tienen tal prisa de vadear el rio* de multitud de hombres, m u j e r e s y niños. Aquí me dijo el poe-
'|UV ' miedo se cambia en deseo. J a m á s alma p u r a pasó por ta célebre: «¿Nada se te o c u r r e p r e g u n t a r acerca de los e s p í -
SGcrcto*5 i ,
""e§o Caronte se enfureció contra tí; ya sabes la c a u s a ritus que ves? Quiero enterarte antes de pasar adelante. Estos
bajo una bóvi-
. J ,. .--¡as.» no han pecado, p e r o l e s ha faltado el mérito del bautismo; e s a
Jos Oí versosic
ito, el campo de las s o m b r a s retembló de tal s u e r t e puerta de la fé, en la que tienes tú e n t e r a creencia; si a n t e s
'J l i é espanta s u recuerdo; de la tierra del llanto alzóse del cristianismo vivían, no tuvieron á Dios la adoracion debida;
a una especit
yo soy de ese n ú m e r o también. P o r esto, y sin otro crimen, n o s
aquel espacio,T~
• i laguna Estigia, luego e l Flegeton, y ú l t i m a m e n t e el Cocito; condenamos, siendo n u e s t r a continua pena el vivir con deseo
por el h u r a c a n . Purgatorio, d o n d e s e olvidan las faltas.
y sin esperanza alguna.»
'vo preseutes e s t o s versos para s u magnífico fresco..
E s t a s palabras rae afligieron en extremo, por reconocer «Y tú, gloria de las ciencias y las artes, ¿quienes son esos,
entre los condenados infinidad de hombres dignos q u e se c u y a h o n r a es tan inmarcesible, que les vale un puesto c o m -
pletamente apartado de los demás?» A lo que me respondió:
«La fama que atestigua su nombre allá en lo alto, do tú vives,
les valió esta gracia del Cielo, que de esta suerte los d i s -
tingue.»
Entonces percibí una voz que decia: «Honra al magnífico
poeta (I); mirad s u sombra, que nos vi.-iia luego de h a b e r n o s
dejado!» L a voz dejó oe oirse, y entonces vi que se nos diri-
gían cuatro grande» sombras, sin r o s t r o s q u e denotasen tristeza
ni alegría. Mi maestro me dijo en el acto: «¿Ves el que va
delante de los otros tres, espada en mano, cual si fuera el jefe?
Es el príncipe de los poetas. Homero; le sigue Horacio, el
satírico; el tercero es Ovidio, y e! otro Lucano; todos y cada
uno merecen, como yo, el r e n o m b r e que ha repetido la u n á -
n i m e voz; bien hacen al dispensarme esta honra.»
De esta suerte vi reunida la divina escuela del príncipe del
hallaban en el Limbo en suspenso: «Dime, mi sabio MaestVo, s u b l i m e canto, que cual águila vuela sobre todos los demás.
exclamé al punto, para a f i r m a r m e en la fe q u e triunfa de Despues de hablar entre sí, se volvieron y m e s a l u d a r o n de un
todos los errores, ¿ninguna de esas sombras, por s u s méritos modo que hizo sonreír á mi Maestro; en seguida me dispensa-
ó el de otros; ha podido salir del Limbo para a r r i b a r á la bea- ron nuevo honor, dándome cabida en su compañía, de m a n e r a
titud?» qus fui el sexto entre aquellos célebres genios. F u i m o s a d e -
lantando hácia la luz, conversando sobre cosas que conviene
P a r a a c l a r a r m e estas f r a s e s oscuras y rebozadas, r e s p o n -
tanto callar aquí, como publicarlas en el sitio en q u é nos encon-
dió: «A poco de mi venida á este lugar, vi q u e llegó á él un
t r á b a m o s . A r r i b a m o s á un fuerte y noble castillo, circuido
poderoso sér, laureado con la señal de la victoria (1); y sacó
por siete órdenes de mu'-allas, defendido por las aguas de un
la s o m b r a del p r i m e r h o m b r e , la de su hijo Abel, las de Noé
claro riachuelo (2), que c r u z a m o s sin mojarnos, cual p o r t i e - '
y Moisés, legislador y obediente subdito. Libró también á
r r a firme; entré en él á mi vez con los siete sabios, por otras
A b r a h a m , patriarca; á David rey; á Israel (2) con su padre
tantas puertas, e n c o n t r á n d o s e luego e n un a m e n o prado. T a m -
é hijos; á Raquel, por la que tanto hizo Israel, labrando tam-
bién se encontraban allí varios personajes de. mirada grave y
bién la dicha de o t r a s m u c h a s . Conviene que sepas que antes
tranquila, y cuyo aspecto denotaba g r a n d e autoridad; s u s
no podian salvarse las almas.»
voces eran dulces y hablaban muy poco. Nos r e t i r a m o s á un
Mientras mi guia me hablaba así, c r u z á b a m o s el bosque
lado de la pradera, en un sitio elevado y luminoso, desde el
de los espíritus, sin detención. Ya distábamos muy poco de la
tjue podia ver todas aquellas h e r m o s a s almas, y aun me estre-
entrada del abismo, y observé un fuego que d o m i n a b a el
mece de placer la ventura que su vista me proporcionó.
hemisferio de las tinieblas, m a s no estábamos tan alejados
q u e no viese á las dignas p e r s o n a s que moraban en a q u e l
lugar.
(1) Virgilio.
(2) Según opiuion d e Clairion, e s t e castillo e s la fama imperiosa que a d -
•quieren los poetas por s u s obras. Las murallas indican las s i e t e virtudes: Justicia
(1) D e s c e n s o d c Jesús al Limbo. Fortaleza, Templanza, Prudencia, Inteligencia, Sabiduría y Ciencia. El riachuelo
(2) Jacob. s i g n i f i c a la e l o c u e n c i a .
Vi á Electra (1) con varios compañeros, entre los cuales,
reconocí á Héctor y Eneas, lo mismo q u e á César, con s u
m i r a d a de Argos, y bien a r m a d o . En otro sitio observé á Camilo
y Penteliseo, como al rey Latino, sentado junto á su hija
Lavinia: vi también á aquel Bruto que a r r o j ó á Turquino, y á C A N T O Q U I N T O
Lucrecio, Julio, Marcio, Cornelio; Saldino también estaba,
a u n q u e solo y apartado. Alzando algo más la vista, noté al
universal Maestro del saber (2) sentado en el centro de uñ
g r a n n ú m e r o de filósofos: todos le rendían h o m e n a j e y a d m i - Segundo circulo, do están los lujuriosos.—Agitados por los
ración; vi también á Sócrates y á Platón, que son los que t e - vientos, vagan errantes sin cesar.—Minos es juez de las al-
nia m á s cercanos. Estaba Demócrito, q u e hizo salir al mundo mas.—Halla Dante á Francisca de Rimini y á su amante
casualmente. A n a x á g o r a s y T h a l é s Empedocles, Heráclito y Pablo.—Al conmovedor relato de su desdicha, se desmaya
Zenon. Miré al observador de la cualidad, Dioscórides (3); así el poeta.
como á Orfeo, Tulio, Lino y Séneca el moralista; el geómetra
Euclides, Ptolomeo, Hipócrates, Avicena, Gallieno y A v e r -
rhoes, gran comentarista (4).
En vano los q u e r r í a recordar todos: el asunto q u e deba ESCENDIMOS del primero al segundo círculo, menos
seguir, á mi pesar me a r r a s t r a , y el tiempo y las palabras son espacioso, pero más doloroso; tanto, que a r r a n c a
breves. La compañía de los seis pronto se redujo á cuatro: m i ayes desesperados. El horroroso Minos r e i n a en él,
sabio g u i a mellevó por otro camino, en el que el aire, en l u g a r rechinando los dientes; él juzga las faltas de los que
de estar inmóvil, retiembla, y luego llegamos á otros parajes^ allí acuden, y decreta su condenación con un movimiento de
en los que no irradia resplandor alguno. su cola. Cuando se le presenta u n a a l m a pecadora y le hace
confesion de s u s crímenes, aquel implacable inquisidor le se-
ñala el puesto q u e en el Infierno le corresponde, ciñéndose con
su cola tantas veces cuantos sean los grados inferiores á q u e
;i) Madre d e Dardano, padre d e Eneas, q u e f u n d ó e l i m p e r i o r o m a n o . debe enviarse.
(2) Aristóteles.
(3) Escribió s o b r e l o s v e g e t a l e s , I n n u m e r a b l e s a l m a s q u e constantemente acuden á su j u i -
(i) H i z o el d e Aristóteles. cio, una de otra en pos, hablan, oyen, y por último las arrojan
al abismo. «¡Oh, tú, que llegas á la mansion desesperada, m e
objetó Minos al contemplarme, parando en s u s g r a v e s juicios,
calcula cómo penetraste aquí, ve en quién fias y no te equivo-
que la latitud del sitio.»
Mi guia le respondió: «¿A qué alborotas de esta suerte? No
h a g a s oposicion á su viaje, dispuesto por el destino, pues asi
lo quieren en lo alto, donde es el poder más fuerte; no i n d a -
g u e s más.»
P r o n t o oimos las quejas de varias voces; ya estábamos en
el sitio en que los lamentos horrorizan el alma, y penetramos
en un lugar exhausto de toda luz, que b r a m a cual el m a r al
hallarse combatido por contrarios vientos. La infernal b o r r a s -
ca, en su p e r e n n e curso, a r r a s t r a los espíritus, los a t o r m e n t a
Vi á Electra (1) con varios compañeros, entre los cuales,
reconocí á Héctor y Eneas, lo mismo q u e á César, con s u
m i r a d a de Argos, y bien a r m a d o . En otro sitio observé á Camilo
y Penteliseo, como al rey Latino, sentado junto á su hija
Lavinia: vi también á aquel Bruto que a r r o j ó á Turquino, y á C A N T O Q U I N T O
Lucrecio, Julio, Marcio, Cornelio; Saldino también estaba,
a u n q u e solo y apartado. Alzando algo más la vista, noté al
universal Maestro del saber (2) sentado en el centro de uñ
g r a n n ú m e r o de filósofos: todos le rendían h o m e n a j e y a d m i - Segundo circulo, do están los lujuriosos.—Agitados por los
ración; vi también á Sócrates y á Platón, que son los que t e - vientos, vagan errantes sin cesar.—Minos es juez de las al-
nia m á s cercanos. Estaba Demócrito, q u e hizo salir al mundo mas.—Halla Dante á Francisca de Rimini y á su amante
casualmente. A n a x á g o r a s y T h a l é s Empedocles, Heráclito y Pablo.—Al conmovedor relato de su desdicha, se desmaya
Zenon. Miré al observador de la cualidad, Dioscórides (3); así el poeta.
como á Orfeo, Tulio, Lino y Séneca el moralista; el geómetra
Euclides, Ptolomeo, Hipócrates, Avicena, Gallieno y A v e r -
rhoes, gran comentarista (4).
En vano los q u e r r í a recordar todos: el asunto q u e deba ESCENDIMOS del primero al segundo círculo, menos
seguir, á mi pesar me a r r a s t r a , y el tiempo y las palabras son espacioso, pero más doloroso; tanto, que a r r a n c a
breves. La compañía de los seis pronto se redujo á cuatro: m i ayes desesperados. El horroroso Minos r e i n a en él,
sabio g u i a mellevó por otro camino, en el que el aire, en l u g a r rechinando los dientes; él juzga las faltas de los que
de estar inmóvil, retiembla, y luego llegamos á otros parajes^ allí acuden, y decreta su condenación con un movimiento de
en los que no irradia resplandor alguno. su cola. Cuando se le presenta u n a a l m a pecadora y le hace
confesion de s u s crímenes, aquel implacable inquisidor le se-
ñala el puesto q u e en el Infierno le corresponde, ciñéndose con
su cola tantas veces cuantos sean los grados inferiores á q u e
;i) Madre d e Dardano, padre d e Eneas, q u e f u n d ó e l i m p e r i o r o m a n o . debe enviarse.
(2) Aristóteles.
(3) Escribió s o b r e l o s v e g e t a l e s , I n n u m e r a b l e s a l m a s q u e constantemente acuden á su j u i -
(i) H i z o el d e Aristóteles. cio, una de otra en pos, hablan, oyen, y por último las arrojan
al abismo. «¡Oh, tú, que llegas á la mansion desesperada, m e
objetó Minos al contemplarme, parando en s u s g r a v e s juicios,
calcula cómo penetraste aquí, ve en quién fias y no te equivo-
que la latitud del sitio.»
Mi guia le respondió: «¿A qué alborotas de esta suerte? No
h a g a s oposicion á su viaje, dispuesto por el destino, pues asi
lo quieren en lo alto, donde es el poder más fuerte; no i n d a -
g u e s más.»
P r o n t o oimos las quejas de varias voces; ya estábamos en
el sitio en que los lamentos horrorizan el alma, y penetramos
en un lugar exhausto de toda luz, que b r a m a cual el m a r al
hallarse combatido por contrarios vientos. La infernal b o r r a s -
ca, en su p e r e n n e curso, a r r a s t r a los espíritus, los a t o r m e n t a
y hiere; al hallarse cérea de su soplo, que es el martirio más •|»e ves, remó en una infinidad de pueblos en los que se habla-
cruel, rechinan los dientes, se lamentan, quejan y maldicen ban diferenies idiomas; de tal m a n e r a se dió al nefando vicio
de la divina virtud. de la Injuria, que admitió en s u s leyes cuanto conducía ó exci-
Allí supe ; que aquel tormento era para los pecados carnales taba al placer, para asi ocultar el Iodo en que yacia. Es la r e i n a
que postergan la razón al voraz apetito de los sentidos. Sem irá mide, que, según
las crónicas, sucedió á
Niño y fué esposa suya:
reinó en los países don.
de impera el soldán.
«La segunda es la q u e
se suicidó por amor,
rompiendo la fé j u r a d a
á los restos inanimados
de Si qneo. L a tercera e s
la lasciva Oleopalra.»
Luego vi á Helena, á
la que se debieron tan
funestos tiempos; t a m -
bién vi el g r a n d e Aqui-
les, q u e por fin se vió
obligado á luchar contra el a m o r . Del mismo
modo vi á París, á Pristan, y millares de som-
bras, á las que A m o r a r r . j ó d e l mundo. Así
que mi guia me nombró á las anliguas d a m a s
m y caballeros, dominado por ¡a piedad, t u v e q u e
decir: «Maestro, desearía hablar á esas dos q u e
A imitación de los estorninos, que
vuelan unidas con tal rapidez, en a l a s del
rápidos aparecen en el liempo frio
vienlo.» Contestóme: «Espera que las tengamos
en gra n d es y a p i ñ ad (>s e n j a m b res,
más cerca, y rogándoselo por el a m o r que las
así se notan los malignos espíri- v
a guiando, se dirigirán á ti.»
tus, empujados por la borrasca Cuando el aire las impulsó hacia nuestro
que los lleva y trae de uno á otro lado, alcé la voz: «Almas apenadas, les dije,
punto, sin el consuelo de la m á s venid á nosotros, si no hay quien se oponga.»
ténue esperanza de un mezquino
Semejando las palomas que, atraídas P o r su anhelo, vuelan
descanso, ni aun la de ver dismi-
nuido en un tanto su castigo. Asi al dulce nido con el ala firme y tendida; llevadas por los aires
como las grullas, que cruzan refi- y por una misma voluntad, asi subieron las dos almas de entre
riendo su endecha, y trazando la infinidad en l a q u e estaba Dído, viniéndose á nosotros «in
por los aires una linea extensa, vi a m e d r e n t a r l e s e! fétido aire que debian atravesar; tal fué la
llegar, profiriendo s u s cuitas, las fuerza de mi afectuosa llamada.
s o m b r a s a r r a s t r a d a s por el h u r a c a n ; a n t e su presencia me vi *Sér bello y compasivo, que liegas á visitarnos en esta
precisado á esclamar: «¡Oh, Maestro! ¿qué al mas son e s a s tan
lóbrega mansión, á nosotros, que llenamos el mundo de luto
castigadas por el fiero viento?» Entonces me dijo: «La p r i m e r a
y s a n g r e ; si el Rey de los reyes nos a m a r a , le suplicaríamos
tu reposo, puesto q u e te apiadas de nuestra profunda pena. q u e se me robó (aun siento el dardo q u e me dirigió aquel ines-
Cuanto te plazca decir y oir, lo oiremos y diremos gustosas, si perado golpe).
Amor, que no dispensa de a m a r á ningún sér, m e sujetó
con tan fuerte lazo al placer, de que se embriagaba éste, que,
Cr* —
Despues se volvió hacia el c a m i n o lleno de lodo, sin decir- «¿Qué a l m a s són esas, que se a n u n c i a n con suspiros tan
nos una palabra, como hombre que liene otros cuidados, q u e a m a r g o s , sepultas en semejantes cajones?» A su vez me r e s -
nada tenian que ver con los presentes. Nosotros, fiando e n las pondió: «Son los heresiarcas y partidarios de todas sectas:
s a n t a s palabras, dirijimos n u e s t r a m a r c h a á la ciudad deDite, •esas t u m b a s están más llenas de lo que puedes i m a g i n a r .
en la que entrarnos sin el menor obstáculo. Mas deseando yo € a d a uno está sepultado, con su s e m e j a n t e , y todos los s e p u l -
cros arden más ó menos.» Volvióse entonces á la derecha,
y a t r a v e s a m o s por entre los mártires y las corpulentas m u -
rallas.
C A N T O DÉCIMO
C A N T O DÉCIMO
Prosique el circulo sexto, de los herejes.—Horrible hediondez. Es necesario descender lentamente para habituar n u e s -
—Sepulcro del papa A nastasio.—Se paran los poetas y Vir- tros sentidos á este insoportable hedor; luego ya no h a r e m o s
gilio enseña á Dante la manera cómo se castigan las violen- caso.»
cias, el fraude y la usura en los circuios siguientes.
c o n L T ñ ° d 0 m e h a b l 0 e l g r a n P 0 e , a ' y yo á mi vez le
conteste: «Discurre un medio para que no pasemos el tiempo
L a r r i b a r á lo último de una escarpada orilla for-
sin provecho;» á lo que me objetó: «Ya ves que medito sobre
k mada por g r a n d e s piedras rotas y h a c i n a d a s en cír-
•gjji culo, nos hallamos sobre un g r a n d e abismo.
«Hijo mió, prosiguió; hay tres círculos en medio de estas
'f P a r a libertarnos de las horrendas exhalaciones y
penas q u e se van estrechando, según los que acabas de dejar.
dtTla fetidez que emanaba del profundo abismo, nos pusimos
»L e „ o s están todos ellos de malignos espíritus; pero para
•que tengas suficiente con verlos, te diré cómo y por qué p e r -
(4) F e l e r i c o II, que solia estar e n guerra con los p a p a s contra los c u a l e s 1 1
manecen encerrados.
e s c r i b i ó versos, fué e x c o m u l g a d o por Gregorio IX é Inocencio IV; murió en
4250. Octaviano Dcgli Ubaldioi, cardenal y gibelino, dijo que, c a s o de t e n e r »La justicia es el final de todo lo que se a t r a e el „dio de
aliña, la perdería por la causa d e los gibelioos. ^•elo; y siempre se llega á aquel fin que lastima á otro, por los
(5) ltealriz.
agentes de la violencia y del engaño.
»Mas como el fraude e s un vicio inherente al hombre, ofen- »El fraude primero destroza el a m o r establecido por la
de mucho más á Dios; por eso ios tramposos están debajo, naturaleza, y el sentimiento |que le sigue, del que e m a n a la
aguijoneados de dolores m á s penetrantes. confianza.
»El círculo primero es el de los violentos, <|iie tiene tres »Cuya causa es el móvil de que el traidor se vea a t o r m e n -
departamentos (1), por ser tres las personas, á quienes se puede tado en el más pequeño círculo, centro del universo y princi-
hacer violencia. pio de Di te.»
»A Dios, á si mismo y al prójimo. Digo que se les puede A mi turno le dije: «Querido Maestro, tu preclaro r a z o n a -
hacer violencia, en s u s bienes ó personas, como te lo h a r é miento rae enseñó con exactitud ese abismo con todas s u s cla-
conocer: sificaciones y pueblo que le habita. M a s d í m e , los q u é se hallan
»Se h a c e violencia al projimo, causándole la muerte ó i n f i - metidos en esa laguna, los que el viento se llevó, los que c a s -
riéndole dolorosas heridas; se le violenta destruyendo s u s tigó la lluvia y los q u e continuamente chocan entre si, ¿por
bienes, por medio del robo ó el incendio. qué, s i s e han hecho acreedores á la cólera de Dios, no son
»Por los que los homicidas, los q u e hieren, los incendiarios castigados en la ciudad de las llamas y lo son de esa manera?»
y los salteadores, s u f r e n los tormentos en el primer departa- A lo que me respondió: «¿Y por qué deliras contra la costum-
mento. bre? ¿En qué piensas? ¿no recuerdas las frases de la Etica (1)
•que estudiaste, en la que se habla de las tres disposiciones
»El h o m b r e puede h a b e r hecho uso de una m a n o violenta
r e p r o b a d a s por Dios: la incontinencia, la malicia y la loca bes-
contra sí ó contra s u s bienes; es muy justo q u e pague su falta
tialidad, y que la incontinencia es la menos ofensiva á Dios,
. en el segundo, sin que abrigue esperanza de mejorar de des-
por ser la menos grave?
tino-
»Si analizas esta sentencia, al ver quiénes son los penitentes
»Aquel que por su voluntad se destierra del mundo en que- q u e se hallan fuera de este recinto, observarás por qué están
vive, q u e juega y derrocha s u s bienes, llora, dondewo deberia apartados de estos traidores, y por qué, a u n q u e menos enojada
haber sino alegría para él. la Divina justicia, todavía los castiga.»
»Puedes hacer violencia á la Divinidad, no creyéndola en «¡Oh aureola luminosa! exclamé, que acudes á toda duda,
su corazon, blasfemando de ella, menospreciando á la natura- tanto me complaces al explicarme una idea, que casi me es
leza y s u s bondades. tan grato permanecer en la duda como saber.
»Esta es-la causa porque el m á s pequeño departamento »Retrocede de nuevo un poco más, y dime, cómo la usura
ha señalado con su sello á Sodoma y Cohors (2) y á todo ofende á la divina bondad; corta este nudo.»
el que, despreciando á Dios, le injurie con sus palabras ú «La filosofía, me respondió, demuestra en más de un punto
obras. al que estudia, que la naturaleza e m a n a del intelecto divino y
»Todo fraude deja remordimiento en todas las c o n c i e a - su arte, y si te fijas bien en tu física, hallarás, sin que tengas |
cias; el h o m b r e puede practicarlo con el que tiene confianza que revolver m u c h a s hojas, que el h u m a n o a r t e remeda en lo
y hasta con el que desconfie. posible á la naturaleza, como el discípulo al maestro; de suerte,
»Este fraude parece q u e rompe los lazos del a m o r , creados que el h u m a n o a r t e es como el nieto de Dios.
por la naturaleza; por lo que están cargados de cadenas en efe »Y á partir de estos dos principios, la naturaleza y el arte,
circulo segundo. si tienes presente el Génesis, no i g n o r a r á s qiie la n a t u r a l e z a
»Los hipócritas, aduladores, a u g u r e r o s falsos, estafadores, nos dá vida, y que despues viene en su apoyo el arte.
ladrones, simoníacos, rufianes, tramposos y todos los q u e asi- »El usurero sigue diferente sendero, y despreciando n a t u -
mismo están manchados. r a l e z a y arte, estriba en otra parte su esperanza.
(\) Girón o c irculo.
Ciudad en la que a bundan m u c h o los usureros. (1) Etica de Aristól-U-s.
»Sin embargo, sigúeme a h o r a , pues me complazco en avan- v
Avanzamos hácia la multitud de piedras desgajadas q u e á
zar. La señal de los Peces asciende en el horizonte, el Carro-
cada momento hacían podar nuestras pisadas.
se h a derrumbado en el Coro (1).
Marchaba yo muy preocupado, por lo que él me dijo:
»Mas á lo lejos el peñasco se inclina.»
«¿Vas pensando acaso en la r u i n a custodiada por aquella
furia bestial á quien he extinguido?
C A N T O D E C I M O S E G U N D O »Quiero advertirte que la última vez que bajé al Infierno,
todavía no estaba desmoronado.
Recinto primero del circulo séptimo, 6 el de los violentos.—Los »Lo f u é poco antes (si no me equivoco) que viniese del
poetas hallan á Minotauro, encargado de sil vigilancia.— círculo divino, el que arrebató á Dite su g r a u presa (1)
Los violentos contra la vida ij bienes del prójimo se ven su-
mergidos en un rio de sangre^-Alás abajo hallan una ma-
nada de centauros.—El centauro Nesso lleva á Dante en su
grupa más allá del Flegeton.
»Mas en n o m b r e de aquella (3) Tirano de Padua. Fué aprisionado por los principes do Lombardia, y berido
lo llevaron á Soncino, donde rehusó q u e l e curasen las h e r i d a s y tomar alimento.
sublime virtud que guia mis pa- Falleció d e h a m b r e y desesperación en Ii60.
sos en tan ruda senda, déjame uno de los tuyos para que, acom- (i) Cuirio d e Monforte, quien e n venganza de la muerte d e Simón, s u padre
pañándonos, pueda decirnos un sitio vadeable y lleve en su a s e n n a d o e n Inglaterra por Eduardo el año m i , mató á Eurique, hermano d e l
m i s m o Eduardo, e n una iglesia, e n taiito que estaba c e l e b r a n d o un sacerdote.
g r u p a á este que no e s espíritu q u e pueda elevarse por el aire.»
(5) Pirro, lley d e Egipto ó hijo d e Aquiles, q u e m a t o á P r i a m é i n m o l ó á
que surgen al más pequeño borboten á Renato de Corneto y á De todos lados percibía lastimeros gemidos sin que pudiese
Renato de Pazzi (1), que tan cruel g u e r r a hicieron en las gran- ver á las personas que los exhalaban; por lo que admirado
des vias.» me paré.
Despues retrocedió, repasando el vado.
C A N T O D E C I M O T E R C E R O
CANTO DECIMOCUARTO j
(I) Joven noble d e Padua que malversó su fortuna e n poco tiempo. Se dice
d e é l , q u e y e n d o íi V e n e c i a c o n o í r o s j ó v e n e s t a m b i é n noble?, al ver q u e t o d o s (1) S e c r e e q u e f u e r a la s o m b r a d e Bocio d e Mozzi, q u e s e s u i c i d ó l u e g o
p o s e í a n la habilidad d e t o c a r algún i n s t r u m e n t o ó c a n t a r , J a c o b o s e e n t r e t e n í a , p o r quo hubo derrochado sus bienes.
m a t a r e l t i e m p o , en arrojar s u s e s c u d o s al rio. H a b i e n d o i d o s v i s i t a r l e á su q u i n t a (2) Florencia.
e n otra o c a s i o n v a r i o s a m i g o s , al v e r l o s d e lejos, i n c e n d i o todas las c a b a ñ a s y al- (3) La a r e n a d e Sibla q u e traspasó Catón d e Utina, luego d e la m u e r t e d e
q u e r í a s d e s u s c o l o n o s para f e s t e j a r á s u s c o m p a ñ e r o s c o n m á s fausto. Pompeyo, para u n i r s e al ejOrcito d e Juba.
/
É /
Las que formaban el círculo eran más numerosas; las m e n o s
estaban echadas para su tormento, teniendo en cambio m á s y me a t r a v e s a r a con todas s u s flechas, no conseguiría v e n -
suelta la lengua para lamentarse. garse de mí debidamente.»
L e n t a m e n t e llovia fuego sobre la a r e n a en g r a n d e s copos, Entonces mi guia se e x p r e s ó con tal fuerza, como j a m á s le
semejantes á los de la nieve q u e se desploma de los Alpes había oido hablar: «¡Oh Capaneo, dijo, tu orgullo es el móvil
cuando no azota el viento. Como Alejandro, en las zonas abra de tu g r a n castigo. No hay martirio comparable con el dolor
sadoras de la India, vio caer llamas sobre su ejército, que ni de tu rabia.»
siquiera sé extinguían en el suelo, mandando á s u s soldados Despues, volviéndose á mí, m e dijo en tono suave: «Ha
que las mataran con s u s piés, por apagarse m á s pronto el sido uno de los siete reyes que cerearon á T h e b a s í l ) . Desde-
vapor sólo, así descendía el eterno fuego,, devorando la a r e n a ñaba y aun parece desdeña á Dios, sin q u e al parecer le dirija
como devora el pedernal á la yesca, p a r a acrecentar el dolor preces; preso, como le he dicho, su despecho es el debido
premio de s u s hechos.
de las almas.
Sus infortunadas manos no tenían descanso, por t e n e r »\ en y colócate detrás de mí, y no asientes aun el pié en la
que apartar continuamente las brasas ya de un lado, ya de candente a r e n a ; permanece cerca del bosque.»
otro. Llegamos silenciosos al sitio donde sale del bosque un r i a -
Aquí no pude contenerme: «Maestro, dije, ¿cómo h a s podido chuelo cuyo fulgor siniestro me asusta todavía.
vencer todos los obstáculos, menos los que nos opusieron los Como el torrente q u e sale del Bulicano (2) y q u e se r e p a r -
demonios inflexibles en aquella puerta? ( i ) ten entre sí las m u j e r e s de mala vida, corría aquel riachuelo
«¿Qué s o m b r a e s aquella que parece no sobrecogerse ni por la tostada a r e n a .
El fondo y las riberas eran de piedra, por lo que creí que
podia a n d a r por ellas.
«De todo lo que te he enseñado, desde c¡ue penetramos por
la puerta, cuyo umbral puede pisar cualquiera, nada observó
tu vista más digno de atención que esta corriente, en la que
vienen á morir todas las llamas »
Estas fueron las palabras de mi Maestro, por lo que le r o g u é
el alimento que tanto me habia hecho a n h e l a r .
«En el centro del m a r hay un país convertido en ruinas,
añadió entonces, llamado Creta, en el q u e hubo un rey (3;
bajo cuyo mando f u é casto el mundo; también allí hay un
i n m r t a r s e , permaneciendo tan fiera y desdeñosa cual si fuese monte, titulado Ida, en el que no escaseaban antes las a g u a s
insensible á esa lava abrasadora?» y el follaje, y como todo lo antiguo, se halla hoy desierto.
Adivinando la sombra que mi guia hablaba de ella, exclamó: »Iihea lo escogitó en otros tiempos para cuna fiel de su
«Tal fui vivo, tal soy muerto. Aunque Júpiter c a n s a r a á su hijo; y para ocultarlo más fácilmente cuando lloraba, dispuso
forjador, del que cogió en su cólera el agudo rayo con el q u e que hubiese g r a n d e y continuado clamareo.
fui herido en mi hora postrera, y a u n cuando c a n s a r a á todos »En lo interior del monte se sostiene de pié un g r a n ancia-
los negros forjadores del Etna, gritándoles: «¡Ayudadme, ayu-
dadme, oh V u l c a n o b s e g u n lo ejecutó en la batallade Elegía (2),
(1) Se refiere á 1 g d e ta ciudad d e Dite. (2) N a c i m i e n t o de aguas manantiales, d e dos millas, á Viterbo, d o n d e S a n á ba-
(?) Flegia e n Thesalia, do s e libró el c o m b a t e d e los dioses y gigantes. uarse las mujeres prostituidas.
(3) Saturno.
no (1), vuelto de espaldas háeia Damieta (2) y fija la m i r a d a
e n Roma (3) cual si se mirase en un espejo.
»Es su cabeza de puro oro, y de fina plata s u s brazos y C A N T O D E C I M O Q U I N T O
pecho; la h o r c a j a d u r a es de cobre, y todo lo demás del cuerpo,
d e h i e r r o escogido, á excepción del pié derecho, q u e es de
barro, sobre el que descansa mejor q u e sobre el trono. 'Continuación. Habla Dante á su Maestro Bruno Latini eme
»Cada parte, m e n o s la de oro, tiene una hendidura, de la «TeZo7 f deSUerr° á Fl
orencia.-Le encomienda1 su
que destilan lágrimas, que al j u n t a r s e , taladran la m o n t a ñ a ,
e
f o r m a n d o el Aqueronte, la Estigia y e l F l e g e t o n ; despues des-
cienden por un cauce angosto h a s t a los sitios de los que ya no
MPRENDiMos entonces por uno de los caminos de p i e -
s e puede descender más, donde toma forma el Gocyto; ya
dra; el h u m o del riachuelo formaba sobre él una
e x a m i n a r á s aquel lago, del que no le he de hablar.»
c ^ p ^ n ' e b l a q u e preservaba del fuego la corriente. A imi-
Entonces le pregunté: «Si el pequeño rio que tenemos á la V tacion de los flamencos, que temiendo la fuerza de Jas
vista tiene su nacimiento en nuestro mundo, ¿por qué no es aguas que se dirigen avanzando háeia ellos, entre Cadsandt
notable hasta q u e se llega al extremo de este bosque?» y Bruges, alzan un dique para r e c h a z a r el mar. ó como lo
Y me respondió: «No ignoras que este sitio es redondo; asi verifican los paduanos contra el Brenta, para a m p a r a r s u s
e s que, a u n q u e se haya caminado m u c h o y bajado siempre castillos y ciudades antes que el Cbiarentana il) aperciba el
hácia el fondo por la izquierda, no se ha recorrido aun el cir- calor, edifico allí el ingeniero, cualesquiera que fuese, d i -
culo completo; por m á s q u e parezca novedad, no debes s o r - ques en igual forma, a u n q u e no tan anchos ni elevados '
prenderle.» Nos hallábamos ya tan lejos del bosque, q u e no me h u b i e r a
Luego observé: «¿Dó están el Flegetón y el Letheo? T e s.do dado descubrirlo, aun cuando hubiese vuelto !a m i r a d a
callas sobre uno de los dos, diciéndome tan sólo que se f o r m a hacia atrás, cuando dimos con una cuadrilla de a l m a s que se
el otro de este torrente de lágrimas.» encaminaba hácia nosotros á lo largo de la ribera, o b s e r v á n -
«Tus p r e g u n t a s m e placen, repuso, pero el r u m o r de esa donos todas ellas cual se a c o s t u m b r a á m i r a r á través de los
a g u a roja debia haberte evitado u n a á lo menos. rayos de la luna nueva, fijando sobre nosotros su vista como
»Ya verás el Letheo f u e r a do este recinto, allá do las la fija en el ojo de la a g u j a un sastre viejo.
a l m a s van á lavarse cuando 'se Ies ha perdonado la expiada Luego de este minucioso e x á m e n , fui reconocido por una
falta (4).» de ellas, q u e , cogiéndome del vestido, exclamó: «¡Oh m a r a -
D e s p u e s dijo: «Tiempo es ya de dejar el bosque; haz por villa!»
s e g u i r m e ; las m á r g e n e s no arden, y nos brindan paso; en ellas Mientras ella me dirigia los brazos, miré tan atentamente
se e x t i n g u e todo ardiente vapor.» su tostado rostro, que sin embargo de lo muy desfigurada q u ,
estaba, pude reconocerla á mí vez; por lo que, llevando mi
(4) 1.a d e s c r i p c i ó n do e s t a e s t a t u a s e p a r e c e á l a q u e h a c e D a n i e l e n s u profecía. mano hasta su rostro, le dije: «Vos aquí, Sr. Brunetto? (2) »
Dante q u i e r e aquí ligurar e l t i e m p o . A lo que me respondió: «¡Hijo mió! no te enfade que B r u -
¡2} D a m i e t a ó idolatría.
(3j Roma ó l a v e r d a d e r a r e l i g i ó n .
(4) El Purgatorio. jí) C h i a r e n l a p a . m o n t e e n l o s Alpes; e n é l n a c e 11 Brenta.
e
f o r m a n d o el Aqueronte, la Estigia y e l F l e g e t o n ; despues des-
cienden por un cauce angosto h a s t a los sitios de los que ya no
Mf'RENDiMos entonces por uno de los caminos de p i e -
s e puede descender más, donde toma forma el Gocyto; ya
dra; el h u m o del riachuelo formaba sobre él una
e x a m i n a r á s aquel lago, del que no le he de hablar.»
c ^ p ^ n ' e b l a q u e preservaba del fuego la corriente. A imi-
Entonces le pregunté: «Si el pequeño rio que tenemos á la
V tacion de los flamencos, que temiendo la fuerza de las
vista tiene su nacimiento en nuestro mundo, ¿por qué no es
aguas que se dirigen avanzando hácia ellos, entre Cadsandt
notable hasta q u e se llega al extremo de este bosque?»
y Bruges, alzan un dique para r e c h a z a r el mar. ó como lo
Y me respondió: «No ignoras que este sitio es redondo; asi verifican los paduanos contra el Brenta, para a m p a r a r s u s
e s que, a u n q u e se haya caminado m u c h o y bajado siempre castillos y ciudades antes que el Chiarentana il) aperciba el
hácia el fondo por la izquierda, no se ha recorrido aun el cir- calor, edifico allí el ingeniero, cualesquiera que fuese, d i -
culo completo; por m á s q u e parezca novedad, no debes s o r - ques en igual forma, a u n q u e no tan anchos ni elevados '
prenderle.» Nos hallábamos ya tan lejos del bosque, q u e no me h u b i e r a
Luego observé: «¿Dó están el Flegetón y el Lelheo? T e sido dado descubrirlo, aun cuando hubiese vuelto !a m i r a d a
callas sobre uno de los dos, diciéndome tan sólo que se f o r m a hacia atrás, cuando dimos con una cuadrilla de a l m a s que se
el otro de este torrente de lágrimas.» encaminaba hácia nosotros á lo largo de la ribera, o b s e r v á n -
«Tus p r e g u n t a s m e placen, repuso, pero el r u m o r de esa donos todas ellas cual se a c o s t u m b r a á m i r a r á través de los
a g u a roja debia haberte evitado u n a á lo menos. rayos de la luna nueva, fijando sobre nosotros su vista como
»Ya verás el Letheo f u e r a do este recinto, allá do las la fija en el ojo de la a g u j a un sastre viejo.
a l m a s van á lavarse cuando 'se Ies ha perdonado la expiada Luego de este minucioso e x á m e n , fui reconocido por una
falta (4).» de ellas, q u e , cogiéndome del vestido, exclamó: «¡Oh m a r a -
D e s p u e s dijo: «Tiempo es ya de dejar el bosque; haz por villa!»
s e g u i r m e ; las m á r g e n e s no arden, y nos brindan paso; en ellas Mientras ella me dirigia los brazos, miré tan atentamente
se e x t i n g u e todo ardiente vapor.» su tostado rostro, que sin embargo de lo muy desfigurada q u ,
estaba, pude reconocerla á mi vez; por lo que, llevando mi
(4) l.u d e s c r i p c i ó n do e s t a e s t a t u a s e p a r e c e á l a q u e h a c e D a n i e l e n s u profecía. mano hasta su rostro, le dije: «Vos aquí, Sr. Brunetto? (2) »
Dante q u i e r e aquí ligurar e l t i e m p o . A lo que me respondió: «¡Hijo mió! no te enfade que B r u -
¡2} D a m i e t a ó idolatría.
(3j Roma ó l a v e r d a d e r a r e l i g i ó n .
(4) El Purgatorio. jí) C h i a r e n t a n a , m o n t e e n l o s Alpes; e n é l n a c e 11 Brenta.
El me dijo á su vez: «Si s i g u e s tu estrella, debes llegar á un 12) E l vaticinio d e Farina'a ¿Cantr» X), q u e lo explicará Beatriz.
10 ,|UÍS decir
glorioso puerto, pues h e consultado tu destino. J - i w ° "' Va recordarás m
' versó: S u , ™ / « «mm, fortuáa
Y me contestó: «Estará bien que sepas los nombres de algu- ¡Cuántas llagas antiguas y frescas advertí en s u s e n c e n t j
nos; m a s n a podré hablarte de todos por falta de tiempo. dos miembros! Su recuerdo me conmueve a u n . A s u s voces ^
»Te diré, en r e s u m e n , q u e fueron todos clérigos ó letrados quedó parado mi guia, y fijó s u vista en mí, diciendo: «Esper't
de m u c h a nota, m a n c h a d o s eu el mundo por igual pecado. aquí, si quieres presentarte cortés con esos. Si no viese la llama
»Va P r i s c i a n o ( i ) con aquella desolada multitud, y también que consume este sitio, te diria que e s á tí más que á ellos á
Francisco de Accorse (2); si tan triste espectáculo te hubiera quien conviene esta entrevista.•>
halagado, podrías haber visto al que fué transferido por el «A qué nos paramos,» repitieron las sombras, y al llegar á
siervo de los siervos de Dios del Arno al Hachiglione, do dejó nosotros, formaron las tres en círculo, como lo hacen los gla-
todos s u s miembros crispados (3). diadores desnudos y yuntados, advirtiendo su presa y la ven-
»Muchas o t r a s cosas te diria, pero ni puedo adelantar ni taja antes de comenzar la lucha.
hablar más, porque veo salir de la a r e n a nuevo h u m o ; llega En tanto daban vueltas, cada una me dirigía m i r a d a s de
otra gente con la cual no puedo estar; te encomiendo mi Tesoro, suerte que s u s cabezas se movían en el sentido inverso de s u s
en el que aun vivo, y no le pido más.» piés.
A semejanza de los que en Verona se disputan el paño «Por más q u e lo mísero, triste y nefando de este movedizo
verde ('i , en seguida se volvió en una c a r r e r a ; parecía, al suelo nos legue al desprecio y haga que se desoigan n u e s t r a s
c o r r e r , que pretendía g a n a r el premio. preces, observó una de ellas, pueda mover tu corazon la f a m a
nuestra á comunicarnos quién eres tú, que sin terror a s i e n -
tas tu planta en el Infierno.
C A N T O D E C I M O S E X T O »Ese, cuyas huellas me ves borrar, sin embargo de su a s -
querosa desnudez, ocupó un lugar más alto de lo que puedes
imaginarte. Nieto fué de la púdica Gualdrada, se llamó G u i -
Llegados Dante y Virgilio casi al fin del último circulo, hablan doguerra é hizo maravillas en vida con su espada y con su
á Guidoguera, Tegghiajo y Rusticucci, guerreros insignes de ciencia (I).
Florencia.— Ya en en el borde del abismo, en el que está el »El que aplasta la a r e n a detras de mí, es Tegghiajo Aldo-
circulo octano, cen á Gerion,ósea el Fraude.—Bosquejo de brandi (2), cuya voz debió escucharse allá en el m u n d o .
Gerion.—Después habla Dante de ios usureros encerrados en »1 yo, que estoy cruzado con ellos, soy Jacobo R u s t i -
el recinto tercero de los iracundos. cucci, y verdaderamente mi esposa fué la que m á s daño me
causó (3).»
ya en el sitio do se oia el s u s u r r o del a g u a al
STABA
A poder libertarme de la lluvia de fuego, me hubiera a r r o -
caer en el otro circulo, semejando al zumbido de las
jado entre los de abajo, pues creo que lo hubiera consentido
colmenas, cuando á un tiempo se a p a r t a r o n t r e s
mi Maestro; m a s como me habia quemado y cocido, el miedo
T s o m b r a s de un g r u p o que c r u z a b a bajo el torrente
pudo m á s que la buena intención que me inspiraba el deseo de
del áspero suplicio.
abrazarles.
L a s tres se encaminaron hácia nosotros gritando: «Detente,
tú que pareces por tus vestiduras hijo de nuestra pecadora
patria.»
. { } \ ,fu® caballero valiente j hombre degran tacto y prudencia; en
la batalla d e B e u e v e n t o e n l r e Carlos I y Manfredo, s e l e a t r i b u í ó la victoria e n s u
(1) (i ra m à l i c o d e Cesárea. m a y o r parte.
(2) J u r i s c o n s u l t o d e F l o r e n c i a . (2) P e r t e n e c i ó á la famila Adimari; n o o p i n ó q u e los florentinos m a r c h a s e n c o n
(3) A n d r é s d e Mozzi d e s t i t u i d o d e la d i ó c e s i s d e F l o r e n c i a p o r s u s v i c i o s , y tra los s i e n e s e s , d o n d e f u e r o n d e r r o t a d o s a q u e l l o s e n el v a l l e d e Arbia.
l u e g o trasladado à la d e Bizancio, d o n d e pasa al Bachiglione. ( 3 ) Jacobo a t r i b u y e A s u e s p o s a la c u l p a d e s u desgracia q u e por ser tan mala s e
( 4 ) l ' a ñ o v e r d e , p r e m i o para e l q u e s e d i s t i n g u e e n la v e l o c i l a d de la c a r r e r a . vio p r e c i s a d o a e s c a p a r s e d e e l l a .
Despues empecé de este modo: «No desprecio sino p e r m a -
cheta, a n t e s de precipitarse en un cauce de m á s profundidad,
rente dolor, é s el q u e vuestra condición ha excitado en mi,
en cuanto mi Maestro me ha dicho las f r a s e s q u e me debían donde cambia su nombre por el de Forli, y que dibujando
luego una cascada, r u g e sobre el San Benedetto, en el que
indicar la llegada de una gente tan distinguida como vosotros.
pudieran retirarse mil hombres (1).
»Soy de vuestro país, y siempre he oido y citado vuestros
preclaros nombres; me aparto de la hiél para buscar los f r u t o s Así nosotros, desde la parte baja de la escarpada roca, oímos
sabrosos que me han sido ofrecidos por mi sincero guia, pero r e t u m b a r con tal estrépito el a g u a teñida de s a n g r e , que en*
breve quedó atronado mi oido. Llevaba ceñida una cuerda
me e s necesario descender antes h a s t a el centro.»
con la que antes pensaba a p o d e r a r m e de la p a n t e r a de a t i -
«¡Por largos tiempos guie todavía el alma tus miembros, grada piel; luego de habérmela quitado, seg.it, me ordenó mi
respondió la s o m b r a entonces, y q u e despues de tí ilumine tu guia, se la presenté enroscada. Entonces él, volviéndose á la
fama! Dínos si el valor y la cortesía tienen su residencia como derecha y de bastante trecho del borde, la a r r o j ó al profundo
antes en n u e s t r a ciudad, ó si los han proscrito de ella; porque abismo.
Guillermo Borsiére, que hace poco que llora con nosotros y
Es preciso, dije en mi interior, que corresponda a l g u n a
va allí con nuestros compañeros, nos estremece con s u s pala-
cosa a la señal nueva que da mi Maestro: «¡Ah! ¡Qué circuns-
b r a s (1).»
pectos debieran s e r los hombres respecto de aquellos que no
«La gente nueva y las g a n a n c i a s súbitas han sembrado en
sólo ven los actos, sino que leen con claridad en el interior del
ti, Florencia, tal orgullo é inrnoderacion,*que tú misma prin-
entendimiento!»
cipias ya á dolerte de ellos.»
Les respondí, erguida la frente; y al e s c u c h a r mi contesta- Y él me dijo: «En breve llegará lo q u e espero, y entonces
ción, las tres s o m b r a s se miraron u n a á otra, como se suele sera necesario que sepas y veas claro lo que tanto te 1preocu-
pa ahora.»
hacer al oír una verdad sin réplica.
Siempre debe sellar s u s labios el hombre, mientras pueda,
«Si á tan poca costa sabes complacer á los demás, me dije- ante la verdad q u e se a s e m e j a á la mentira, si no quiere caer
ron las tres sombras, afortunado de ti q u e asi t e e s dado hablar en falta, sin exponerse á la vergüenza. Pero aquí no puedo
cuando te viene bien. Por eso, si sales de estos tristes lugares callar, y por los versos de esta comedia {2), para la que anhelo
y vuelves á a d m i r a r las divinas estrellas, cuando digas: «yo eterno aplauso, te j u r o , lector, que vi venir nadando por un
estuve,» haz que entre los hombres se hable de nosotros.» oscuro cielo una figura s o r p r e n d e n t e h a s t a para el m á s esfor-
Despues rompieron el circulo, y fué tan veloz su evasión, que zado ánimo, parecida al marino que desciende á veces para
s u s piernas parecían haberse trocado en alas. soltar el ancla, presa en el escollo, ó á buscar algún objeto
En menos tiempo que se g a s t a para decir a m e n , d e s a p a r e - escondido en las e n t r a ñ a s del mar, y que tendiendo los brazos,
cieron, por lo que resolvió mi guia que partiéramos. Yo le se pliega sobre los píés.
seguía, y no bien dimos a l g u n o s pasos, cuando percibimos tan
cerca el ruido del a g u a , que a p e n a s nos podíamos entender a 1
hablar.
«l> La abadía d e San Benedetto, por su capacidad, podría c o n t e n e r b a s t a t i
Como el rio, que prosigue su curso al salir de Montuiso «iiimero d e mil religiosos.
( 2 ) Nombre q u e Daote dio á s u poema.
hácia Levante, á la izquierda de los Apeninos, llamado Acqua-
(1) En las Actas hay escrito, que i l mago Simon d e Samaria ofrecio dinero á san
I edro para que le vendiera el don de h a b l a r t o d o s l o s idiomas y hacer milagros y
que fué maldecido por los apóstoles; los simoniaeos son a q u e l l o s que negocian con
lascosas espirituales.
*2> San Giovani, bautisterio en Florencia.
(3) Cuando Dante rompió el cobertor d e l bautisterio, fué acusado de sacrilego
A lo que observé: «Con gusto h a r é cuanto m e digas; eres soportar él este acerbo dolor, porque llegará luego de él y de
mi guia y Maestro, y no me aparto de tu voluntad; tú sabes la parte de Occidente, encorvado por s u s crímenes, un pastor
hasta lo m á s recóndito.» sin ley (1), á quien corresponderá cubrirme. Será otro Jason,
Ascendimos entonces á lo más elevado de la c u a r t a c a l - semejante al del libro de los Macabeos, y como su rey fué
zada, y dando la vuelta, declinamos por la izquierda al débil para éste, también lo será el de Francia para con el
fondo del angosto foso en que estaban los agujeros. Mi buen otro.»
Maestro no se apartó de mi lado hasta conducirme al a g u j e r o
No sé si estuve algo duro, pero le respondí de este modo:
de aquel que parecia más torturado. «Dime, sin embargo, ¿qué tesoro exigió Dios á san Pedro
«¡Ay cualquiera que seas, tú que tienes la cabeza hacia el para poner en su poder las llaves?» «No le pidio nada, y sólo
suelo y los pies en el aire, alma desgraciada: tranquilízate si le dijo: «Sigúeme.»
te e s dado (1).»
Ni Pedro ni los otros quitaron su oro á Matías al elevarlo
«Mi posicion e r a la de un religioso que confiesa al inicuo al puesto vacante por la traidora alma (2).
asesino que, estando perdido, le llama á sí para evadir la
muerte.» «Quédate aquí, pues, ya que tan justo h a sido tu castigo,
, y conserva tu mal adquirido dinero, que tan atrevido te hizo
A su vez, exclamó: «Bonifacio, ¿estás aquí ya (2)? Hace
contra Carlos (3). Y si no fuera por el respeto á las soberanas
m u c h o s años que ha dejado de cumplirse la profecía. ¿Tan
llaves que g u a r d a s t e en la dulce vida, usaría contigo de tér
pronto te han cansado aquellos bienes por los q u e te a t r e -
mmos más duros, porque el mundo se horroriza al contem-
viste á casar por el fraude con la ilustre dama y ultrajarla (3)?» plar vuestra avaricia, que h u n d e á los buenos y ensalza á los
Me quedé como los q u e se ruborizan de ignorar lo q u e se malos.
les pregunta y no pueden responder.
»Pastores, el Evangelista os vió al considerar á la que se
Virgilio dijo entonces: «Dile pronto, «no soy aquel, ni soy
sienta sobre las a g u a s , prostituida ante los reyes, á la que vino
el q u e tu eres;» yo obedecí. Por lo que el espíritu, crispando
al mundo con siete cabezas, y extrajo su fuerza de s u s diez
s u s dos piés y dando un lánguido suspiro, me dijo con acento
cuernos, en tanto que su virtud plugo á s u esposo. Os conver-
quejumbroso: «¿Que pides, pues?
tisteis en dioses del oro; sólo existe entre el idólatra y vos-
»»Si quieres saber quién soy, hasta el punto de h a b e r venido otros la diferencia de que él adora á uno y vosotros adorais á
por ello salvando estas breñas, sabe que fui revestido con el millares.
g r a n manto, que verdaderamente fui hijo de la Osa (4), y tan
. »¡Oh Constantino! ¡Cuántos males trajo, no tu conversión,
concupiscente, q u e con objeto de criar lososesnos, g u a r d é
sino la renta que de tí recibió el primer papa opulento!»
todo el oro de la tierra en mis a r c a s , y yo mismo me metí en
\ en tanto le cantaba yo estas notas, no sé si por la rabia
la de aquí abajo (5).
ó por el remordimiento, súbito sacudió convulsamente s u s
»Debajo de mi cabeza están los demás simoniacos que m é l
piés. Creo que mi g u i a me oyó complacido, pues escuchaba
precedieron, enterrados en esta grieta de piedra. Yo caeré en ;
: con satisfacción mis sinceras frases. Así pues, me abrazó y
ella cuando llegue aquel por quién te tomé, al dirigirte mi :
al apretarme, tornó á subir por el camino que antes d e s c e n -
s ú b i t a p r e g u n t a . Mas desde que mis piés arden y me veo en
diéramos, y no dejó de estrecharme contra su pecho h a s t a
e s t a triste postura, ha pasado más tiempo del que tendrá que
i 1 <|ue llegamos á lo encumbrado del puente, que m a r c h a de la
H cuarta á la quinta calzada.
(1) La sombra d e l papa Nicolás III, de la casa de Orsini, e l e c l o en 1277.
(2) Bonifacio VIII, falleció e n 1303. I
(3) La iglesia.
p r r
(i) S e reflere a Orsini, nombre de su familia. j g . f c g i r a L r r s r - "°r de " " r i H f
, (2) Judas, reemplazado por Matías.
(5) En los f o s o s titulados de MaUbolge.
13) Carlos I, rey de Pulla, p r o c e n d e n t e d e la casa de Francia.
Allí dejó s u a v e m e n t e su carga sobre el duro y escabroso rao (1), ¿dónde caes? ¿por qué a b a n d o n a s la guerra?» Y él no
peñasco, q u e aun era para cabras ruin sendero. paró de caer en el abismo, hasta que hubo ¡legado á Minos,
Desde allí se descubría un nuevo valle. q u e asió á todos los culpables.
»Ye s u s hombros convertidos en pecho; por haber mirado
harto pronto hácia adelante, a h o r a m i r a hácia a t r á s y sigue
una m a r c h a retrógrada.
CANTO VIGESIMO »Mira á Tiresias, q u e cambió de aspecto, al trocarse de
varón en h e m b r a , transformado de los piés á la cabeza,
teniendo que vencer con su vara á las dos serpientes unidas,
Tercer calabozo del circulo octavo, donde están los adivinos.—| antes de recuperar el pelo viril (2).
Van Hacia atrás con ta cara vuelta á la espalda.—Teresias,, »El q u e anda tras su vientre es Aron (3); en los montes
Arona y Manto Tebana, que cuenta á Virgilio el origen y de Luni, cuidados por el c a r r a r é s que m o r a á su pié, tuvo de
nombre de Mantua.—Eurypiles-, Miguel Scott, Guido Bo- los mármoles blancos la cantera por vivienda, sin q u e desde
natti.—A mbos poetas continúan su viaje. aquel punto limitase nada su vista al contemplar el Océano
y las estrellas.
»Y la que con s u s trenzas sueltas se c u b r e el seno que ver no
j U s versos deben c a n t a r aquí un nuevo suplicio. El
puedes; y tiene en el otro lado la piel velluda, fué Manto (/#),
[lUí v ' g ¿ s ' m 0 canto será objeto del primer cántico, q u e
que recorrió varios países, h a s t a fijarse en el que yo nací; por
se refiere á los condenados.
lo que me complacerás en e s c u c h a r m e .
• ;.••' Ya me preparaba á contemplar la extensa llanura
»Luego que su padre dejó la vida y la ciudad de Baco (5),
que tenia á la vista, roseada de angustiosas lágrimas, cuando
fué sumida á la esclavitud, y recorrió ella el mundo por largo
vi venir, gente por el valle, llorando en silencio; iban con pas
tiempo.
mesurado, como las procesiones por el mundo. Al mirarlo
más cerca, me pareció que todos aquellos condenados estaban »Allá arriba, en la preciosa Italia, existe un lago cerca de
torcidos de una m a n e r a particular, desde la barba al tórax; los Alpes que ciñe la Alemania hácia la parte del Tirol, llama-
El rostro lo tenian inclinado hácia los lomos, y no podian do Benaco. Tengo entendido que mil corrientes, y aun más,
a n d a r sino hácia a t r á s , pues habían perdido la facultad de aumentan entre Garda, Val-Camon ica y el Apenino, el agua
m i r a r por delante. que reposa en aquel magnífico lago.
Tal vez un hombre pueda quedar así por efecto de paráli- »En el centro se ve un punto desde el que el pastor de
sis, pero j a m á s lo he visto ni puedo llegarlo á creer. ¡Oh lec- Trento y los de Brescia y Yerona, podrían dar las bendiciones
tor! Si Dios permite que saques algún fruto de esta lectura,- y seguir aquel camino. En la parte más baja tiene su asiento
calcula por tí si mis ojos podian permanecer enjutos, cuand Pesehiera, g r a n fortaleza, suficiente á cobijar á los habitantes
vi de tan cerca nuestra cara torcida h a s t a el extremo de cor- de Brescia y Bérgamo. Allí precisamente cae todo lo que no
rer las l á g r i m a s por la canal de la espalda.
Entonces he de confesar que verdaderamente lloré, apo-
(1) Anfiarao, uno d e los r e y e s q u e sitiaron á Tebas. Predijo que moriría en
yado en una peña de la áspera montaña, y mi Maestro m «n aquel sitio, y e f e c t i v a m e n t e , s e abrió la tierra en lo más fuerle del combate,
dijo: «¿Eres también tú de los insensatos?» Aquí m o r a la pie y lo tragó con >-u carro.
dad cuando se ha muerto enteramente. ¿Hay mayor crimen Tirosíasse volvió teb3no. Vid. Ovid. Metam. Lib. III.
(3J Aron s e volvió toscano Vid. I.ucano. Farsalia, P. 1.
que enternecerse por los actos de la Justicia divina? (i; Manto, maga, hija de TiresOs. Muerto su padre, abandonó su país por
»Alza la cabeza y observa á aquel, por. el que se abrió libertarse d e la tiranís d e Creon; luego de haber ido errante m u c h o tiempo, Uego
á Italia. Tu vo de Tiberino á Ocno ó Bianor. q u e fundó á Mantua
a tierra á vista de los tebanos, cuando gritaban: «Anfia- (5) Tebas.
cabe en el seno de Benaco, formándose un rio que baja por »Observa las desgracias que echaron á un lado la a g u j a ,
medio de verdes prados. Desde que e m p r e n d e su curso la cor- la lanzadera y el huso, p a r a h a c e r s e adivinas, y que efec-
riente, ya 110 se llama Benaco, y si Mincio, basta Goberno, de tuaron maleficios, ya con yerbas, ya con imágenes.
donde Baja el Pó. »Mas ven, porque ya el astro en que se descubre á Cain y
»A corta distancia e n c u e n t r a una llanura en la que se espar-
los zarzales, invaden los límites de ambos hemisferios, y toca
ce y estanca, haciendo que el verano sea novicio á la salud. Al
el m a r por la parte baja de Sevilla.
c r u z a r por alli la esquiva virgen, vió sin cultivo y sin m o r a -
»En la postrera noche era redonda la luna; ya te a c o r d a -
dores la pantanosa tierra, detúvose con s u s esclavos para
rás que no te enojó siempre en la selva.»
precaver todo h u m a n o consorcio y practicar s u s sortilegios,
Así me hablaba, mientras seguíamos n u e s t r a m a r c h a .
donde vivió y murió.
»Entonces todos los hombres que dispersados vagaban por
su contorno, se reunieron en aquel sitio, defendido por todos
lados por la laguna; alzaron una ciudad cimentada sobre C A N T O V I G E S I M O P R I M E R O
los huesos de la difunta y le pusieron el nombre de la primera
moradora, ó sea Mantua, sin otro motivo. Sus habitantes fue- •
ron mucho m á s n u m e r o s o s antes que Casadoli fuese víctima Foso quinto del circulo octavo, en el que moran los que hicie-
de la falacia de P i n a m o n t e (1). ron comercio de la justicia.—Están sumidos en un lago de
pez hirviendo. — Los demonios armados con arpones, se
»Te hago estas declaraciones para que no ignores el origen, arrojan con furia contra los poetas; pero á una orden del
de mi patria.» que los manda, les dejan franco el paso — Infierno bufo.
A mi vez le dije: «Maestro, tan luminosas son tus palabras, ;
y de tal m a n e r a absorben mi alma, q u e todas las demás son
ligeras .pavesas de carbón. Mas dime si entre las s o m b r a s q u e E puente en puente, y tratando de varias cosas que
avanzan hay alguna digna de atención, porque esta idea es la mi lira no piensa cantar, íbamos avanzando ; ya
que ahora me domina.» g¡ F^C/- estábamos en el foso quinto, cuando p a r a m o s para
contemplar la otra hendidura de Malebolge y oír
Y me contestó: «Aquel cuyas barbas van á posarse á s u s
vanos lamentos; estaba visiblemente oscura.
atezados hombros, cuando la Grecia carecía de varones, p u e s i
Como hierve la pez en el invierno en el arsenal de Venecia.
apenas si los h a b í a en las cunas, fué A u g u r y dió con Calcas- ¡
para r e p a r a r las averias de los buques inútiles, y en el q u e
en Aulide la seña p a r a cortar el primer cable. Se llamó E u r i -
tan fácilmente se construye uno nuevo, como se calafatean
piles, y así lo canta mi tragedia en algún punto; no lo ignoras,,
los lados de otro que ha viajado mucho, y donde unos g o l -
tú que la sabes de memoria.
pean la popa, otros la proa, en tanto que otros hacen los
»El otro que tiene tan huecos s u s costados, fué Miguel
remos, tuercen los obenques y preparan la mesana.
Scott, que supo con certeza la combinación de los f r a u d e s
mágicos (2). Asi, no por la influencia del fuego, sino por la de la divina
»Mira á Guido Bonalti (3), á Asdente (4), que desearía voluntad h e r v i a e n el fondo del hoyo una espesa materia, que
a h o r a no h a b e r abandonado s u s cabos y cueros; pero es íardio- embadurnaba el borde por u n a y otra parte.
su arrepentimiento. Yo la contemplaba, m a s sólo veia el borboton que el h e r -
vor levantaba, el cual iba creciendo y dilatándose, p a r a caer
'IJ P i m m o n l e d e Bjfiacorsi rogó á Casadoli que desterrase ¿ m u c h o s nobles aplastado de nuevo.
que teroia. y coa f a c i l i d a i derribo l u e g o al eré lulo c o n d e de Mantuj.
i2) Scott, a s t r ó n o m o d e Federico II. emperador.
Yo estaba absorto contemplando el fondo, cuando me dijo
(3) No h a c i a n a d a e l c o n d e G u i d o M o n t e f e l t r o sin c o n s u l t a r l o c o n é l . mi Maestro: «Ten precaución;» y me llevó hácia su lado,
(4) Zapatero y astrólogo d e Parraa. a r r a n c á n d o m e del sitio en que me hallaba.
cabe en el seno de Benaco, formándose un rio que baja por »Observa las desgracias que echaron á un lado la a g u j a ,
medio de verdes prados. Desde que e m p r e n d e su curso la cor- la lanzadera y el huso, p a r a h a c e r s e adivinas, y que efec-
riente, ya 110 se llama Benaco, y si Mincio, basta Goberno, de tuaron maleficios, ya con yerbas, ya con imágenes.
donde Baja el Pó. »Mas ven, porque ya el astro en que se descubre á Cain y
»A corta distancia e n c u e n t r a una llanura en la que se espar-
los zarzales, invaden los limites de ambos hemisferios, y toca
ce y estanca, haciendo que el verano sea novicio á la salud. AI
el m a r por la parte baja de Sevilla.
c r u z a r por alli la esquiva virgen, vió sin cultivo y sin m o r a -
»En la postrera noche era redonda la luna; ya te a c o r d a -
dores la pantanosa tierra, detúvose con s u s esclavos para
rás que no te enojó siempre en la selva.»
precaver todo h u m a n o consorcio y practicar s u s sortilegios,
Así me hablaba, mientras seguíamos n u e s t r a m a r c h a .
donde vivió y murió.
»Entonces todos los hombres que dispersados vagaban por
su contorno, se reunieron en aquel sitio, defendido por todos
lados por la laguna; alzaron una ciudad cimentada sobre C A N T O V I G E S I M O P R I M E R O
los huesos de la difunta y le pusieron el nombre de la primera
moradora, ó sea Mantua, sin otro motivo. Sus habitantes fue- •
ron mucho m á s n u m e r o s o s antes que Casadoli fuese víctima Foso quinto del circulo octavo, en el que moran los que hicie-
de la falacia de P i n a m o n t e (1). ron comercio de la justicia.—Están sumidos en un lago de
pez hirviendo. — Los demonios armados con arpones, se
»Te hago estas declaraciones para que no ignores el origen, arrojan con furia contra los poetas; pero á una orden del
de mi patria.» que los manda, les dejan franco el paso — Infierno bufo.
A mi vez le dije: «Maestro, tan luminosas son tus palabras, ;
y de t a ' m a n e r a absorben mi alma, q u e todas las demás son
ligeras .pavesas de carbón. Mas dime si entre las s o m b r a s q u e E puente en puente, y tratando de varias cosas que
avanzan hay alguna digna de atención, porque esta idea es la mi lira no piensa cantar, íbamos avanzando ; ya
que ahora me domina.» g¡ F^C/- estábamos en el foso quinto, cuando p a r a m o s para
contemplar la otra hendidura de Malebolge y oír
Y me contestó: «Aquel cuyas barbas van á posarse á s u s
vanos lamentos; estaba visiblemente oscura.
atezados hombros, cuando la Grecia carecía de varones, p u e s i
Como hierve la pez en el invierno en el arsenal de Venecia.
apenas si los habia en las cunas, fué A u g u r y dió con Calcas- ¡
para r e p a r a r las averias de los buques inútiles, y en el q u e
en Aulide la seña p a r a cortar el primer cable. Se llamó E u r i -
tan fácilmente se construye uno nuevo, como se calafatean
piles, y así lo canta mi tragedia en algún punto; no lo ignoras,,
los lados de otro que ha viajado mucho, y donde unos g o l -
tú que la sabes de memoria.
pean la popa, otros la proa, en tanto que otros hacen los
»El otro que tiene tan huecos s u s costados, fué Miguel
remos, tuercen los obenques y preparan la mesana.
Scott, que supo con certeza la combinación de los f r a u d e s
mágicos (2). Asi, no por la influencia del fuego, sino por la de la divina
»Mira á Guido Bonalti (3), á Asdente (4), que desearía voluntad h e r v i a e n el fondo del hoyo una espesa materia, que
a h o r a no h a b e r abandonado s u s cabos y cueros; pero es í a r d i o embadurnaba el borde por u n a y otra parte.
su arrepentimiento. Yo la contemplaba, m a s sólo veia el borboton que el h e r -
vor levantaba, el cual iba creciendo y dilatándose, p a r a caer
'IJ P i m m o n t e d e Bjfiacorsi rogó á Casadoli que desterrase á m u c h o s nobles aplastado de nuevo.
que l e m i a . y coa f a c i l i d a i derribo l u e g o al eré lulo c o n d e de M a n t u i .
i2) Scott, a s t r ó n o m o d e Federico II. emperador.
Yo estaba absorto contemplando el fondo, cuando me dijo
(3) No h a c i a n a d a e l c o n d e G u i d o M o n t e f e l t r o sin c o n s u l t a r l o c o n é l . mi Maestro: «Ten precaución;» y me llevó hácia su lado,
(4) Zapatero y astrólogo d e Parraa. a r r a n c á n d o m e del sitio en que me hallaba.
En aquel entonces me volví cual h o m b r e q u e anhela ver Se hundió el pecador y no tardó en s u b i r completamente
aquello de lo que debe alejarse, y que s e halla sobrecogido manchado, pero los demonios que se refugiaban en el puente,
de súbito miedo, y que por ver no retarda su partida; e n t o n - gritaron: «Aquí no se trata de la s a n t a Faz (1).
ces pude ver que detrás de nosotros venia al galope por el »El nadar de aquí e s muy diferente al del Serchio (2). Si
puente, un diablo negro. quieres precaverte de n u e s t r o s rasguños, no rices la flor de la
¡Cuándo horrendo y feroz era s u aspecto, y qué a m e n a z a - pez.»
dores me parecían s u s gestos, cuando venía hácia mi con las Despues lo cogieron con más de cien arpones, diciendo:
alas abiertas y ligero paso! «Es necesario que bailes aquí á cubierto, y si prevaricas s i -
En su abultada espalda llevaba un pecador, y lo tenia asido quiera será oculto.»
por el nervio del pié. De igual suerte lo ejecutan los cocineras para h u n d i r con
Al llegar á nuestro puente, ¡dijo: «¡Oh Malebranche! ¡1) Aquí los tenedores los pollos que no quieren que sobrenaden en el
está uno de los antiguos de Santa Cila (2); colocadle debajo, caldo.
que yo me vuelvo aun á la tierra en que tantos hay. No; se Mi guia me dijo: « P a r a evitar tu presencia, a m p á r a t e de
una roca que te oculte.
»No temas nada, cualquiera q u e sea la ofensa q u e me p u e -
dan inferir, pues ya es la segunda vez que me hallo en esta
contienda.»
Acabó luego de pasar el puente, necesitando de toda la
serenidad q u e en su aspecto revelaba al llegar á la ribera
sexta.
Con el ímpetu que se a r r o j a n los perros sobre el infeliz que
pide socorro á la casa en que se pára, treparon los que e s t a -
ban debajo del puente, y volvieron s u s aguzados garfios con-
tra mi Maestro, q u e gritó: «¡Qué nadie me toque!
»Primero que me alcancen vuestras horcas, que se a d e -
lante uno, q u e me oiga, y q u e luego pregunte si debe ser per-
donado.
A lo que todos dijeron: «Anda, Malacoda (3).» Uno de ellos
se aproximó, en tanto los d e m á s permanecieron inmóviles, y
al llegar, exclamó: «¿En qué te puedo servir?»
«¿Te figuras Malacoda, que me c o n t e m p l a r í a s sano y salvo
halla hombre allí que sea bueno, á excepción de B o n t u r o i3); aquí, sin embargo de vuestras a r m a s , dijo mi guia, si no f u e r a
por dinero allí, lo blanco se hace negro.» por la divina voluntad y el próspero deslino? Consiénteme el
Lo arrojó al fondo, y retrocedió por el duro peñasco, c o r - paso, porque en el Cielo se ordena q u e muestre á otro ese
riendo m á s que mastín suelto persiguiendo á un ladrón. salvaje camino.»
De tal m a n e r a quedó vencido entonces el orgullo del demo-
(1) Malebranche, malditas garras— Vombre usual de l o s d e m o n i o s del foso
quinto, do están los q u e han traficado con la justicia, los q u e d i c e Grangier q u e
t i e n e n garras d e L?on. (1) La santa Faz, imagen d e Jesucristo, p e r t e n e c i e n t e á N'icodemus su d i s -
(4) Sania Cila o la ciudad d e Luca, d o n d e s e venera d i c b a s a n t a . cípulo, y q u e muestran l o s l u c a n o s e n l a i g l e s i a d e S a n i l a r l i n .
(3) Cruel ironía contra aquel Bonito Bonturo, de la familia Daiti, tenido por e l (2) Serchio, rio que baña las c e r c a n í a s de Luca.
h o m b r e más venal de l a c i j d a d de Luca. (3) Objeto maldito.
nio, q u e la horca cayó á s u s piés, y dijo á s u s c o m p a ñ e r o s :
«Sin embargo, si quereis pasar m á s adelante, dirigios por
«Marchemos; q u e no se le toque.»
esa roca escarpada, cerca de ella hay otro puente por el q u e
Y mi Maestro se dirigió á mi: «Tú, que tan oculto estás e n -
podéis a t r a v e s a r .
tre las rocas, ven a h o r a á mí sin cuidado.»
»Mil doscientos setenta y seis años hizo h a y e r , cinco h o r a s
Por lo que en el momento fui á r e u n i r m e con él; los d e m o -
despues de la presente, que quedó interceptado este camino (1).
nios avanzaron también, tanto, que llegué á temer faltasen á
lo tratado. »Envío allí á varios de los mios para que observen si alguno
saca la cabeza al aire: marchad con ellos, pues no os c a u s a -
Temblé como en cierta ocasion vi temblar á los que por vir-
rán el menor daño.
tud de un tratado salían de C a p r o n a ( t ) , al verse rodeados de
multitud enemiga. »Adelante, Alichino (2) y Calcabrina, comenzó á decir, y tú
también, Cognazzo; Barbariceia dirigirá la decena.
»Vengan además Libicocco y Draghinazzo, Ciriatto, el de
los g r a n d e s colmillos; Gratficanne, Farfarello y el loco R u b i -
cante.
»Buscad alrededor de la hirviente liga; que lleguen salvos
esos dos hasta el puente entero que lleva el foso.»
«¡Oh Maestro! dije yo entonces, ¿qué es lo que estoy viendo?
si es que tú conoces el camino, m a r c h e m o s solos, sin esa escol-
ta, que por mi parle no la necesito.
»Sé prudente cual acostumbras. ¿No ves cómo rechinan los
dientes y nos amenazan con su ademan?»
Y me respondió: «No quiero que te amedrentes; déjalos que
castañeteen con s u s dientes. Solo lo hacen por los infelices
que aquí hierven.»
Se lanzaron por el camino de la izquierda, no sin haber
apretado antes s u s lenguas e n t r e los dientes, como m u e s t r a
de inteligencia con su jefe.
Me aproximé cuanto pude á mi Maestro sin desviar la vista El cual hizo trompeta de su ano.
del rostro de aquellos que nada bueno presagiaban, puesto
que disponían s u s garfios: «¿Quieres que le toque con el
arpón?» dijo uno de ellos á otro; y contestaron todos: «Sí, O ) Porterremoto acaecido cuando la m u e r t e <lpJe>ñs.
planiamolo.» (2) Alichino, q u e obliga á inclinar á los demás.—Cagnazzo, perro m a l v a d o
—Harbariccia. barba erizada.—Libicocco, d e s e o voraz —Calcabrina, q u e pisotea e l
Mas el demonio que habia hablado con mi guia, súbito se
rocío, ó sea la divina g r a c i a . - G r a f f i c a n n e , perro que araña.-Farfarello, charlatán.
voi vio diciendo: «Poquito á poco, Scarmiglione (2). —Rubicante, inflamado. Estos eran los nombres que les da Landino.
Üespues se dirigió á nosotros, diciendo: «Dad más rodeo;
no podéis seguir por esa peña, porque el arco sexto yace hecho
trizas en el fondo.
ALFONSO OYES"
»Cogió el oro y Ies dió libertad, según él lo confiesa, y en
Así que desapareció el prevaricador, giró s u s g a r r a s c o n -
los d e m á s cargos q u e ejerció no fué un mediocre, sino un
tra su compañero,'y se las hundió en el cuerpo sobre la misma
completo prevaricador.
superficie del estanque.
»Está muy unido á él I). Miguel Sancho de Logodoro, sin
q u e se vean h a r t a s s u s lenguas de hablar de Cerdeña.
»¡Oh! ved cómo r e c h i n a los dientes aquel; temo que se pre-
p a r e á herirme.»
Pero el capataz de los demonios miró á Garfarello, que
g i r a b a su vista de una á otra parle, queriendo darle martirio,
y le dijo: «¡Quítate de ahi, alimaña!»
«Si deseáis ver á algunos lombardos ó toscanos, observó
despues la a t e r r a d a s o m b r a , los h a r é llegar.
»Mas, q ue so desvien un tanto las crueles g a r r a s , para que
no teman el castigo; yo mismo sentado en este lugar, sin
embargo de estar solo, h a r é que vengan siete de ellos, sólo'
con silbar, como acostumbramos cuando algún condenado
asoma la cabeza.» A esta frase levanté el hocico Cagnazzo, y
moviendo la cabeza, dijo: «¿Veis la nueva traza que ha inven-
tado para penetrar n u e v a m e n t e en el estanque?»
Entonces la sombra que tenia muchos lazos tendidos, r e s -
pondió: «Efectivamente me doy trazas para exponer así á mis
compañeros a tormentos mayores.»
No le hizo n i n g u n a resistencia Alichino; y en oposicion Mas este gavilan valiente hizo uso de las suyas, y los dos
notoria contra ios demás, le dijo: «Si te echas á la pez, no te cayeron en la a b r a s a d o r a pez.
seguiré yo de ningún modo, pero me cerneré por la s u p e r f i -
Poco tardó en separarlos el calor, pero no les f u é dado
cie. Vé, déjanos la altura y el borde por custodia, para poder levantarse por hallarse s u s alas completamente e m b a d u r n a d a s
contemplar si tú solo vales m á s que todos nosotros.»
Irritado Barbariccia como todos los suyos, hizo que vola-
El n a v a r r o estuvo acertado en s u s operaciones; fijó los sen h a s t a cuatro á la otra parte con s u s horcas, sin perder un
piés en tierra, y arrojándose súbitamente de un salto, sé puso instante.
á cubierto de s u s nefandos designios.
Despues que hubieron declinado hasta el sitio, alargaron
Los demonios se quedaron cariacontecidos al ver su t o r - los garfios á los dos diablos caidos en la pez, que ya se halla-
peza, especialmente el que fué c a u s a de la desgracia, por lo ban casi abrasados.
q u e diciendo «te tengo» se lanzó al estanque.
Nosotros les dejamos riñendo todavía.
Mas en vano, s u s alas no pudieron a v e n t a j a r en destreza
á las del miedo; el uno penetró en la pez, mientras el otro se
detuvo en la superficie, remontándose por el aire.
Cual se zambulle el pato al acercarse el halcón, sin q u e
le quede á éste otro medio que retroceder fatigado y mohíno.
Ciego de cólera, al verse burlado Calcabrina, voló tras el
demonio, anhelando vivamente que ia s o m b r a escapase, p a r a
e n c a u s a r l e de querella.
gadas alas avanzar hácia nosotros, y a l a r g a r s u s garras" p a r a
cogernos, tan pequeña era la distancia que nos s f p a r á b a
C A N T O V I G È S I M O T E R C E R O
Instantáneamente mi g u i a me tomó, como madre q u e d e s
co g ° " ' b f " a r ^ , , a m a S C 6 r C a d e »'braza
Sexto foso del circulo octavo; el de los hipócritas.— Vagan in- a su hijo con ambos brazos y h u y e presurosa, p e n s a n d o
clinados,, bajo la prisión de una plancha de plomo.—Hallan
P
en él los poetas á Catalano y Loderingo de Boleña. desnuda ^ ? f f ^ -bargo ¿ L a ^
Dejóse resbalar de lo alto de la calzada; volviendo la espal-
Jipll1 ILENCIOSOS, solos y sin escolta m a r c h á b a m o s el u n o da a la roca escarpada que cierra un lado del otro círcuto
tras el otro, á imitación de los frailes menores. M a g u a que hace d a r vueltas á la rueda de un molino" e s '
a terca
^ ° q u e habíamos visto me recordaba la
' menos veloz que lo fué en su evasión mi querido Maestro
' vf fábula de Esopo, en que se habla de la r a n a y el = d „ t r a s u pecho, más bien que L i o un a m ^
ratón.
Las palabras mo é isa me parecían no estar m á s relacio- tOCar
T n J M p , a n t a s e I S U e , ° d e l a b i s m o pro-
nadas entre si. que la fábula, el móvil y fin de aquella fundo, &e vieron los demonios en la cúspide de la peña s i b r e
camorra (1). nuestras caberas; mas yo no tenia ning.in cuidado' S O f l a
Y como de una idea brota otra idea, nació de aquel p e n s a - Dn-na Providencia, que les habia conducido a.l LrHer
miento otro, que dió más cuerpo á mi p r i m e r pánico. — de, quinto foso, les ordenaba p e r m a n e c e r ^
H é aquí la idea: «Nosotros hemos sido origen del chasco
de aquellos demonios, y tantas ofensas y golpes que han reci- Notamos all, abajo u n a porcion de almas brillantes que a n -
bido, que me figuro que deberán darles m u c h o dolor. i a «,, con lento paso, dando vueltas continuas v llorando que
»Si la rabia va unida á su mala voluntad, nos perseguirán paree,an rendidas al dolor y al cansancio ' q
cruelmente, tanto como el perro á la indefensa liebre.»
L „ e t a S «l lfe, gl aa lb °a Sn t t n al Sa ll a) a lna C a i > a S d e C O r ° ' P ™ ! « de cogullas
Ya se me erizaban de miedo los cabellos; en esta situación, , 'r ' la misma forma que las q1 u e
H
m i r é hácia a t r á s y dije á mi guia: «Si no puedes ocultarnos á usan los monges de Colonia (1).
los dos en el instante, temo á los diablos y s u s g a r r a s malde- •Siendo doradas por el exterior aquellas capas, d e s l u m h r a -
cidas; ya nos siguen la pista, y estoy tan cierto, corno que los d o en su interior eran de plomo, y ¿ f á
percibo detrás.» su lado parecían de corcho las de Federico (?)
Y el me respondió: «Si f u e r a yo una vasija de estaño doble, : ¡Oh m a n t o eterno y aterrador! Volvimos hácia la izquierda
no conseguiría atraer tu imágen con m á s velocidad que con la ' I n s e g u i m o s nuestra m a r c h a , al lado de aquellas a l m a s
que penetro en el fondo de tu alma. oyendo s u s tristes lamentos. '
»En este momento, estaban tan afines tus pensamientos con
l l a f ñ S i P ° r S U e T m e P e S ° ' a n d a b a " t a n despacio a q u e -
los mios, que de los dos he tomado un mismo consejo. llas „ felices, que a cada paso cambiábamos de pareja
«Si la costa que está á n u e s t r a derecha se inclina lo s u f i - ^ dije á mi Maestro: «Ve si hallas alguno cuyo nombre y
ciente para que descendamos al otro foso, podremos esquivar
la caza que te figuras tan inminente.»
Acabada de emitir esta idea, vi á los demonios con desple-
f-- ' *
nos é hizo con ellas una g r o s e r a acción gritando:
«Toma, eso para tí, Dios de los cielos.»
En el mismo momento, una serpiente, y desde
entonces me a g r a d a s u casta, se le enroscó en el cuello,;
debajo de nosotros, sin a p e r c i b i r -
nos de ellos, hasta que nos lla-
maron:
«¿Quiénes sois?» Desde lue-
c o m o diciéndole: «No consiento que blasfemes más.» go suspendimos nuestra c o n -
Otra se le a g a r r ó á los brazos, y atándoselos por delante versación para c o n t e m p l a r -
con varios nudos, lo sujetó, de suerte, que al condenado ya los. Yo no los conocia, m a s
no le fué posible moverse. coincidió que uno de ellos
«¡Oh, Pistoia! ¿Por qué no te consumes tú misma para llamó al otro diciendo:
dejar de existir completamente, ya que cada vez avanz; «¿Cianfa (1), dónde se
m á s tus hijos en el camino del mal?» quedó?-> Yo, p a r a q u e mi
En todos los abismos no he visto un espíritu más rebelde 4 Maestro m i r a r a con a t e n -
Dios, ni siguiera el que cayó de los m u r o s de Tebas (4). ción, puse mi dedo entre la
nariz y la barba.
(1) Aanni Fucci, al verse preso por robo (le los sagrados vasos, acuso a
No e x t r a ñ a r é ahora, lec-
notario Vauioi della Nona, en cuya casa los tenia, y fué ahorcado é s t e sieud tor, que dejes de creer lo que voy á decirte, puesto que habién-
inocente.
( ¿) Piceno. do fueron derrotados los Blancos e n 1301 por el marqués Marcel dolo visto yo mismo a p e n a s lo creo.
.Maiaspina. que mandaba los negros.
( 3 ) Dante que estaba afiliado á los Blancos, fue desterrado.
(4) Capaneo. ( l ) ¿ C i a n f a , d e l a familia Donatti, e n Florencia.
»No puedo r e h u s a r lo que pides. Me encuentro aquí por El ladrón se dió á correr sin p r o n u n c i a r una palabra, y en
h a b e r robado en la sacristía los preciosos ornamentos, y por el propio momento vi un centauro furioso que venia bramando:
a c u s a r falsamente á otro (1). Mas para que te regocije mi «¿Dó está el vano, dó está el réprobo?»
miseria, si sales a l g u n a vez de estos sitios inmundos, oye lo Los Marismas no es posible que contengan tantas c u l e b r a s
q u e voy á decir: como llevaba en su g r u p a el centauro, hasta el sitio que prin
«En un principio se liberta Pistoia de los Negros; y d e s - cipia la h u m a n a forma.
pues Florencia r e n u e v a costumbres y patricios. Marte alza Sobre sus hombros, y tras la nuca, llevaba un dragón con
del valle de Magra un vapor que, formando n e g r a s nubes alas tendidas, que arrojaba llamas á todo el q u e se le a p r o x i -
a m e n a z a descargar una tempestad furiosa y horrible sobre maba.
los campos de Piceno; allí se desgaja súbitamente la nube Mi guia dijo: «Mas de u n a vez ese m o n s t r u o , debajo de las
que h a de confundir á todos los Blancos (2). peñas d<>l monte A veniino,formó un mat 1 de s a n g r e .
»Te lo comunico para contristarte (3).» »No permanece con s u s h e r m a -
nos, por haber tomado f r a u d u l e n -
C A N T O VIGESIMO Q U I N T O tamente el inmenso rebaño que
pacia en s u s cercanías.
»Mas tuvieron fin s u s crímenes,
Continuación del foso séptimo del circulo octavo; el de los la-
drones y cohechadoras.—Halla el poeta á Caco en forma de bajo el peso de la maza de H é r c u -
centauro; ostenta un dragón en sus hombros. — Hallazgo de les, de cuyos cien porrazos no a d -
cuatro florentinos.—Trasformacion particular de dos som- virtió ni la parte décima.»
bras. En tanto que mi guia hablaba,
el centauro desapareció; despues
^^^ERMiNADAS aquellas frases, el ladrón levantó s u s m a - fueron avanzando tres espíritus por
f-- ' *
nos é hizo con ellas una g r o s e r a acción gritando:
«Toma, eso para tí, Dios de los cielos.»
En el mismo momento, una serpiente, y desde
entonces me a g r a d a s u casta, se le enroscó en el cuello,;
debajo de nosotros, sin a p e r c i b i r -
nos de ellos, hasta que nos lla-
maron:
«¿Quiénes sois?» Desde lue-
c o m o diciéndole: «No consiento que blasfemes más.» go suspendimos nuestra c o n -
Otra se le a g a r r ó á los brazos, y atándoselos por delante versación para c o n t e m p l a r -
con varios nudos, lo sujetó, de suerte, que al condenado ya los. Yo no los conocia, m a s
no le fué posible moverse. coincidió que uno de ellos
«¡Oh, Pistoia! ¿Por qué no te consumes tú misma para llamó al otro diciendo:
dejar de existir completamente, ya que cada vez avanz; «¿Cianfa (1), dónde se
m á s tus hijos en el camino del mal?» quedó?-> Yo, p a r a q u e mi
En todos los abismos no he visto un espíritu más rebelde 4 Maestro m i r a r a con a t e n -
Dios, ni siguiera el que cayó de los m u r o s de Tebas (4). ción, puse mi dedo entre la
nariz y la barba.
0 ) Vanni Fucci, al verse preso pur robo (le los sagrados vasos, acuso a
No e x t r a ñ a r é ahora, lec-
notario Vauioi della Nona, en cuya casa los tenia, y fué ahorcado é s t e sieud tor, que dejes de creer lo que voy á decirte, puesto que habién-
inocente.
( ¿) Piceno. do fueron derrotados los Blancos e n 1301 por el marqués Marcel dolo visto yo mismo a p e n a s lo creo.
.Maiaspina. que mandaba los negros.
( 3 ) Dante que estaba afiliado á los Blancos, fue desterrado.
(4) Capaneo. ( l ) ¿ C i a n f a , d e l a familia Donatti, e n Florencia.
Estando contemplando aquellos espíritus, una serpiente do
Calle ya Lucano, donde refiere las miserias de Sabello y
seis piés de larga se lanzó sobre uno de ellos, a g a r r á n d o l e
Nasidio (1), y que oiga con atención lo q u e yo describo.
fuertemente.
Que también Ovidio se calle respecto de Cadeno y Aretusa;
Con los eslabones del centro le apretó el vientre, con los no le envidio ciertamente el q u e en su poema t r a s f o r m a r a al
delanteros los brazos, y luego le mordió las dos mejillas. uno en serpiente y en fuente á la otra.
Alargando los eslabones traseros sobre sus muslos, le pasó Nunca trasformó una enfrente de otra, dos naturalezas;
la cola entre sus piernas, la estiró por detrás h a s t a s u s ríñones. hasta el caso de q u e s u s formas, en un instante, pudiesen tro-
J a m á s la yedra se a g a r r ó al muro con más fuerza, que aquel car su materia.
horrible animal al rededor de los miembros del pecador.
El mortal y la serpiente, de tal m a n e r a se correspondieron
De tal modo se confundieron y entremezclaron aquellos dos
que el reptil abrió su cola en figura de horca, y el herido
séres, que n i n g u n o dé ellos parecía lo que era.
juntó s u s dos piés.
Asi la fuerza del fuego produce en un papel que se q u e m a
Sus muslos y piernas se unieron entre sí y de tal modo, q u e
un color cobrizo q u e todavía no es negro, si bien dejó de s e r
brevemente la j u n t u r a no dejó señal alguna.
blanco.
La hendida cola iba tomando l a f o r m a q u e se perdía en el
Los otros dos espíritus miraban á su compañero, dicién- hombre, en tanto que en una parte se aflojaba la piel, en la
dole: «¡Oh Aguel (1), q u é trasformado estás! Ni e r e s u n o
otra endurecía.
ni dos.»
Vi que los brazos del hombre entraban en los sobacos y los
Las dos cabezas ya no formaban más que una sola, y s e piés del animal, que eran muy cortos, se prolongaban tanto
asemejaban á dos figuras confundidas en la única parte en como disminuían los brazos del pecador.
q u e se habían extraviado.
Los piés traseros de la serpiente enroscándose, tomaron
De cuatro brazos sólo quedaron dos, las piernas y los mus-
la forma del miembro que oculta el hombre y el del condenado
los; el vientre y el c u e r p o s é transformaron en miembros q u e
se convirtió en dos piés.
nadie habia visto.
En tanto el h u m o iba variando el color de los dos, y hacia
Toda forma anterior quedó borrada: la imagen de p e r v e r -
brotar en la serpiente el pelo-que quitaba al h o m b r e .
sión parecía a u m e n t a d a , y no siendo un solo sér, tal cual e r a ,
El uno se levantó, cayendo el otro, mas sin a p a r t a r s u s
comenzó á c a m i n a r con lento paso.
furiosas miradas, en las que cada uno variaba de rostro.
Como el lagarto que á la influencia del ardor canicular c a m -
Al que se hallaba de pié se le agrupó el rostro h a s t a las
bia de espino, asemejándose á u n a exhalación al c r u z a r el
sienes, y del resto de la c a r n e le salieron las orejas, en la
camino, venia a r r a s t r á n d o s e hácia los otros dos espíritus u n a
parte superior de s u s mejillas aplastadas.
pequeñuela serpiente inflamada, lívida, y negra como los g r a -
Losupérfluo de la c a r n e que dejó de inclinarse hácia a t r á s ,
nos de pimienta.
aprovechó para f o r m a r la nariz y m a r c a r debidamente los
M r d i ó a uno de aquellos en la parte por donde el h o m b r e labios.
recibe el alimento antes de nacer, y despues cayó tendida á
El que se a r r a s t r a b a llevó su hocico hácia adelante y retiró
su presencia.
las orejas al fondo de su cabeza, como lo verifica el caracol
El herido la miró sin dicir palabra, inmóvil, de pié y b o s - con s u s cuernos.
tezando como el soñoliento ó el que tiene calentura. La lengua del hombre, que se componía antes de un pedazo
La serpiente y él se miraban; el uno por la herida y la o t r a
por la boca a r r o j a b a n bocanadas de h u m o que se c o n f u n d í a .
— — (t) Véase Fdrsalia, lib. IX, m u e . t : ile los sol lado* S i b e l l o y Nasidio m o r d i d o s
pordosserpi>*nt o s.- En Ovidio, lib. II', raét, de Oadino.—Virgilio, libII, d e la Enei-
(I) Aguel Brunellesebi, florentino.
da, episodio de L .ocoon.
solo, se partió, y la partida lengua de la serpiente se unió, | | | Ajos fuimos, y mi Maestro trepó nuevamente la escalera q u e
parando el h u m o . i, ^ p r e s t a r a n l a s r o c a s p a r a l ) a j a r ; llevándome consigo.
El alma trasformada en bestia huyó silbando hácia el valle,
y la otra la escupió, diciendo a l g u n a s palabras. Y siguiendo la solitaria via por entre las afiladas puntas d e
las breñas, únicamente con la ayuda de la mano se levantaba
Despnes, volviéndola su flamante espalda, dijo: «Quiero que ¡
I' el pié. Entonces me contristé como a h o r a al recordar lo que
Buoso (1) se a r r a s t r e por tierra como yo lo he hecho.»
: he visto; m a s es preciso que refrene mi espíritu para que la
De esta suerte vi yo cambiar las naturalezas en el foso j
virtud no pierda su noble guia, si á buena suerte, ó g r a n
sétimo: ojalá que la novedad de mi relato disimule la torpeza ¡
de mi pluma. influjo debo algún bien, no quiero envidiármelo yo mismo.
p — C o m o en la época en que él ilumina el orbe nos m u e s t r a
lido de nadie.
' YLORENCIA, alégrate; tan g r a n d e eres, que bates tus
Mi Maestro al observar mi fijeza, dijo: «En el centro de ese
„ a l a s P ° r I a t i e r r a Y por el m a r ; tu nombre tiene eco fuego están los espíritus, cada uno revestido de u n a llama q u e
| <s?s T y h a s t a e n e l infierno. le consume.»—«Maestro, le respondí; tus palabras me afirman
i o Entre los ladrones, e n c o n t r é en él cinco de tus más en lo que veo, pero ya lo habia observado é iba á decírtelo.
hijos, lo que me abochorna y no es g r a n lauro para tí (4). Si 1 »¿Qué llama es aquella q u e se nota sobre el abismo, s e m e -
los ensueños de la a u r o r a son los m á s verídicos, s a b r á s en
i jante á la h o g u e r a donde a r r o j a r o n á Eteocles y á su h e r -
breve lo que te desean P r a t o y los demás.
mano?»
Si estuvieras herida ya por la desgracia, no h u b i e r a sido
Y m e respondió: «Allí s u f r e n Ulises y Diomedes, sometidos
p r e m a t u r a m e n t e ; venga, pues, ya que venir debe; cuantos
á la propia venganza por haberse abandonado los dos á la
mas anos tenga yo, más pesada me será.
misma cólera. En aquella llama se llora la celada del caballo
de madera que abrió las p u e r t a s á la g r a n raza r o m a n a .
( i : tinoso, florentino, d e ti casa de l o s Abatii. »También se lamenta el a r t e con que Deidarnia, despues de
l"2) P u c c i o S c i a n c a t o , florentino también.
muerta, se querella todavía de aquiles, y sufre la pena por el
(3) c u e r c i o Cavalcanti, à quien mataron los habitantes d e Gaville e n e l valle
rapto de Palladium.»
I r ! , ,T°' f ] Ü S f S Patienles y ejercieron una horrible venganza c o n - «Si le e s posible hablar desde el fondo de la hoguera,
tra los moradores de Gaville.
S bij s dü Rorencia:
CiaDfa
R n n L « u 1°, u - T " Donatti, Agnello Brunelleschi, ]
Buosodegli, Abatí., P u c o , Sciancalo y Francisco Guercio Cavalcarne.
(1) Eliseo, profeta.
•observé entonces á mi guia, te ruego y pido, para que valga
moverse m u r m u r a n d o , como agitada por el aire; después,
por mil mi demanda, que consientas que me espere hasta llegar
aquí la doble llama; ya ves que mi anhelo me hace avanzar moviendo de un lado á otro su punta, según lo hubiese ejecu-
hacia ella.» tado la lengua al querer r o m p e r á hablar, lanzó a l g u n o s ecos
hácia el exterior, y se expresó en esta forma:
El repuso: «Digna de encomio es tu petición, y por ello la «AI lograr s u s t r a e r m e á Circeo, luego de haberme tenido
acojo; mas h a r á s de m a n e r a q u e tu lengua se esté quieta* encerrado más de un año en las cercanías de, Gaeta, antes
d é j a m e hablar; entiendo lo que deseas, pero temo que es.os que E n e a s hubiera nombrado aquel punto (1); ni la dulzura de
condenados, g n e g o s de origen, menosprecien tu lengua.» los ósculos de un hijo, ni la piedad debida á un padre anciano,
Asi que la llama se aproximó á nosotros, y mi guia juzgó ni el mùtuo cariño que h a b í a de/labrar la felicidad de P e n è -
llegado el instante, le oí e x p r e s a r s e de este modo:' lope, fueron capaces á vencer mi deseo de recorrer el mundo,
y conocer los vicios y las virtudes de los hombres.
»Decidido me lancé al mar, desafiando su cólera, sólo con
mi nave y un puñado de hombres b u e n o debía a b a n d o n a r m e .
»Vi de una á otra orilla hasta España y Marruecos, la Cer-
deña y las otras islas q u é envuelve y baña el mar con s u s o l a s .
Mis a c o m p a ñ a n t e s y yo é r a m o s viejos ya, é inútiles para la
fatiga, cuando arribamos á la angosta g a r g a n t a en que H é r -
cules puso las dos señales, para mostrar al hombre que no
debía pasar adelante. A mi derecha dejaba á Sevilla, como se
habia quedado Ceuta á mi izquierda.
Entonces dije: «Hermanos míos, vosotros que habéis c o r -
rido mil riesgos para llegar á Occidente, no debeis privaros,
en la poca vida que os resta, de g i r a r una visita al otro lado
del sol, á aquel mundo despoblado.
»Recordad vuestro origen; pensad que no vinisteisal mundo
para hacer vida de brutos, sino para llegar á la ciencia y á la
virtud.»
De tal m a n e r a decidí á mi gente con aquellas breves p a l a -
bras á c o n t i n u a r el viaje, que a p e n a s pude refrenarlos d e s -
pues.
Y girando hácía Levante nuestra popa, á fuerza de remos,
dimos alas á nuestro vuelo insensato, y fuimos avanzando más
y más hácia la izquierda.
La noche hacia brillar ya las estrellas de distinto polo, y el
nuestro estaba tan bajo, q u e a p e n a s parecia alzarse sobre la
«Vosotros, que en el mismo fuego sois dos, sí os merecí superficie del m a r .
bien en el trascurso de mi vida, al trazar mi g I ¿ n poema e n e Cinco veces se habia encendido y apagado la luz de-la luna,
m u n d o „ o o s a l e j a i s : antes d e s c o q u e m a n i f i é s t e l o d i desde nuestra entrada en aquel a n c h o océano, cuando a p a r e -
dos donde f u e a morir, a r r a s t r a d o por su funesto valor »
La punta más crecida de la antigua llama comenzó á
(1) Nombre de s a nodriza.
ció una montaña, que la distancia oscurecía, y q u e creía la que estoy ardiendo (1), y sin embargo, me avengo á ello. Si
más gigantesca que habia contemplado en mi vida (1). acabas de caer en este oscuro mundo, desde la dulce tierra
% N o s r e o ° c ' j a m o s en gran m a n e r a , más pronto nuestro gozo latina donde yo cometí todos mis pecados, dime: ¿permanecen
se trocó en lágrimas; levantóse de aquella nueva tierra un los romañoles en paz ó en g u e r r a ? Sabe que nací entre los
torbellino que llegó á la proa de nuestro buque, al q u e obligó montes de l rbino y los en que nace el Tiber.»
f d a r t r e s v »eltas, levantando la popa á la cuarta, tanto como Aun estaba absorto escuchando s u s ecos, cuando me tocó
hacia bajar la proa, mientras f u é voluntad del otro (2), hasta !;; mi guia diciendo: «Háblale; es latino.»
que se volvió á j u n t a r el m a r sobre nosotros. - Yo, que ya tenia pensada mi contestación, empecé al punto
de este modo: «Oh alma aquí abajo oculta, tu R o m a ñ a ni está
ni j a m á s estuvo sin g u e r r a en el a l m a de los tiranos, sin
C A N T O V I G É S I M O S E T I M O embargo, no la dejé yo en g u e r r a abierta.
»Ravena sigue siendo lo que fué hace m u c h o tiempo; el
águila de Polenta hizo de ella su g u a r i d a , y aun c u b r e á C e r -
Continuación.—Relato del conde Guido Montefeltro. via con s u s alas (2). La tierra que tan pesada prueba viene
| sosteniendo y que g u a r d a tantos ensangrentados miembros
de franceses, se halla en poder de las verdes g a r r a s (3).
I É ¡ Í I Í 0 R l N A B A U " a m a ^ á s e S u i r s u ascendente curso, y
P ¡ | ¡ P [ permanecía inmóvil sin pronunciar palabra, é iba »El antiguo dogo y el moderno mastín de Verrachio, que
f f t e l ' dejándonos con licencia del sabio poeta, cuando otra «.: tan malquisto dejaron á Montaña, i m p e r a allí do tienén c o s -
que venia detrás me hizo volver la vista, por el sordo t tumbre de e n s a n g r e n t a r s u s dientes (4).
r u m o r que producia.
»Los pueblos de Lamona y S a n t e r n o son gobernados por
A semejanza del toro Siciliano que, arrojando por primer
: el leoncillo de m a d r i g u e r a blanca, que del verano al i n v i e r -
mugido (como era justo) el grito del operario que le trabajó no (5) cambia de partido.
con la h m a (4,) mugia por boca de los desventurados q u e
»La ciudad cuyas m u r a l l a s (6) lame el Savio, como situada
guardaba, como si en efecto el dolor h u b i e r a atravesado su
entre el llano y el monte, vive entre liberdad y tiranía.
cuerpo del alambre; del mismo modo la frase del espíritu
envuelto en aquella llama, sofocada desde el principio, no »Ahora le ruego me indiques quién eres. No seas m á s duro
hallando salida, se trasformaba en un r u m o r semejante al q u e de lo que lo fueron contigo, y q u e ocupe tu nombre un lugar
produce el fuego. en el mundo.»
j. • Después que el fuego rugió á su m a n e r a , agitó de uno á
M a s al conseguir abrirse paso por la punta é imprimirlo I otro lado su afilada p u n t a y resopló asi:
aquel movimiento que al pasar le dió la lengua, percibimos
estas palabras: «¡Oh, tú, á quien me encamino, y que h a b l a -
bas ahora mismo el idioma lombardo, diciendo: Yete, pues J O¡ El espíritu q n e b a b l a e n las llamas, e s e l conde d e Guido Montefeltro
nada más me ocurre preguntarte.» • (ít El águila d e Polento e s Guido Novello, que ostentaba en sus armas u n a
| a?uila de plata y de g u l e s en c a m p o d e oro azul.
«Aunque haya venido algo tarde, no dejes de h a b l a r m e ; ya
,'3) Del verde león que sinibaldd Ordelaffi llevaba en sus armas e n l a c i u d a d d e
reChaMd
UartinTv^ ° °on f,órdidas á los
" » n c e s c s , q u e la cercaban por orden d e
conLn^a" e S
! O á l a 0 P Í n Í 0 n a e a ü t Í 8 a 0 S aulores
< D a n ( e ÍDdíca el
Purgatoria {») El ant iguo dogo fué Matatcst?, padre, señor de Rimin¡; el moderno mastín
4 6 1 F a r a i s o do Verrachio. era Malatesta. hijo, poseedor del castillo del m i s m o nombre. M< nta-
^ (2>¡ Ali otro,
s squiere
i ^d e c irr á Dios. — - — fia, jefe del bando de l r s sibi linos e n Rimini, s e n t c n c i a d o á m u e r t e por M latesta.
hijo.
(3) La llama que e n v o l v í a de n u e v o á Ulises y á Diomedes. (5) La ciudad de Faenza, próxima al Lamomo, y la ciudad d e Immola, c e r e a d e
' 4 ) El ateniense I'eriUas fué e l primero á quien metieron en aquel toro d e Santerno, eran mandadas por Mainardo Pagani, que o s t e n t a de plata e l león a z u l .
alambre, que él i n v e n t ó para Falarés, tirano de Sicilia. (0) Cesena.
«Si creyera hablar á un sér que tuviese que regresar á la »Sabes bien que puedo a b r i r y c e r r a r el cielo, pues tengo
tierra, a h o r a mismo esta llama quedaría reposando. las dos llaves, cuyo uso ignoró s u antecesor.»
»Mas ya q u e jasaás, á ser positivo lo q u e dicen, ningún «Tan graves razones me impresionaron vivamente, y c r e -
mortal sale de este abismo sin temor á la infamia, te voy á yendo que e r a mejor hablar que callar, dije: «¡Oh padre mió'
contestar: ya que absuelves el pecado que voy á cometer, oye: el m u c h o
»Primero fui g u e r r e r o y despues franciscano: me figuré que prometer y poco cumplir, te d a r á la victoria en tu magnífica
m e e n m e n d a r í a tomando el cordon (1), y pudiera haberlo sede.»
creído con seguridad, si el g r a n sacerdote (2), á quien deseo «Al acaecer mi muerte, Francisco (1) me fué á reclamar-
desgracia sempiterna, no m e hubiese vuelto á llevar á mis mas uno de los negros querubines le dijo: «No te lo puede^
p r i m e r a s faltas. Deseo que sepas el modo y causa. llevar: no me prives de lo que es mió. l i a de venir allá abajo
»En tanto conservé la forma de c a r n e y hueso que me diera entre mis condenados, por consejero del fraude, y desde
mi madre, mis actos no se parecieron á los de ningún león, aquel punto le tengo asido por los cabellos.
sino á los de una zorra. Comprendí todas las astucias, todos
»Es imposible absolver á quien no se arrepiente; nadie pue-
los caminos embozados, y usé con tal tacto del fraude, que mi
de á un tiempo desear y arrepentirse de un pecado; no lo
n o m b r e tuvo fama en todos los ámbitos de la tierra.
consiente la contradicción.»
»Pero cuando me hallé en la edad en que cada uno debiera
«;Cuan g r a n d e fué mi desgracia al a g a r r a r m e el negro que-
plegar velas y enrollar el cordaje, m e disgustó lo que me
rube diciendo: ¿No creerías tal vez que fuera tan lógico? Me
a g r a d a b a antes y me entregó al arrepentimiento. ¡Pobre de
presento a n t e Minos, cuyo juez dió ocho vueltas á su cuerpo
mí! al hacer entonces confesion de mis culpas, h u b i e r a podido
con su cola, y mordiéndosela con furia, exclamó:
s e r perdonado.
»El príncipe de los llamantes fariseos (3) se hallaba á la «Este es de los pecadores que debe ser entregado á las
llamas.
sazón en g u e r r a , c e r c a de Latran (4), y no contra s a r r a c e n o s
ni judíos. P u e s todos s u s enemigos eran cristianos, y ninguno »Por la misma causa estoy yo sepultado en el abismo en
que me contemplas, y gimo bajo el peso de semejante librea »
de ellos fué á conquistar la ciudad de Acre, ni á hacer su
agosto en las tierras del soldán. Al terminar, se alejó la q u e j u m b r o s a llama más e n c r e s p a -
da aun, y agitando su punta.
»Aquel pontífice s e olvidó de su sublime ministerio y de las i
s a g r a d a s órdenes: tampoco observó en mí el cordon que tanto Mi Maestro y yo continuamos h á c i a adelante, hasta llegar
a la cumbre del peñasco, en el cual hay otro arco que r a e
enflaquecía á la sazón á los q u e lo llevaban.
sobre el calabozo do lloran los que m a n c h a r o n su conciencia
»Como Constantino en las m o n t a ñ a s de Soracte suplicó á atizando á la discordia.
Silvestre para que le s a n a s e la lepra, él me suplicó q u e le
s a n a s e de su fiebre orgullosa; mas, yo me callé, por parecerme
0) San Francisco f u é á r e c l a m a r á Guido porque era franciscano.
s u s frases hijas de la embriaguez.
»Despues añadió: Que no mantenga sospecha a l g u n a tú
corazon, pues antes te absuelvo; enséñame á derrocar los ¡
m u r o s de Palestina (5).
círculo desciendo con este viviente para mostrarle el I n - Ironía irisle contra Stricca, que s e arruino por su lujo, y contra otros d e r -
rochadores de Siena.
fierno.»
(3) El s i e n é s Capocchio había e s t u d i a d o física é historia natural con el Dante
«¡Oh! le dije, si esa e s otra furia no llega á clavar s u s d i e n -
tes en tu cuerpo, dime sin cuidado quien es antes que se
oculte.»
C A N T O T R I G E S I M O
Y él contestó: «Es la antigua alma de aquella criminal
Mirra, que abusando de las leyes de la honestidad, fué a m a n t e
Continuación.—Existen falsarios divididos en tres clases: de su padre; para cometer esta horrible falta tomó nueva
1.A Los que tomaron el carácter de otras personas, se persi-
guen sin cesar á mordiscos.—'2.° Monederos falsos, atacados forma, igual que aquella otra que está más allá, que consintió,
de hidropesía y sed inestinguible.—3.a Calumniadores arro- para g a n a r la reina de la yaguaeería, en pasar por Buoso
jados unos sobre otros, devorados por la fiebre.—Maese Donati y hacer testamento en su nombre, dando forma legal
Adam y Simón de Troya. á dicho documento.»
M —
(I) Se r e l W e á la bllalla de l a m a .
(i) Garisenda, torre inclina Ja de Bolonia, l l a m a d . Torre Mozza, t i e n e <31
ffies de elevación. Tambieu á corta distancia esto la d e Asinelli.
P
UISIERA que mi voz fuese cavernosa, según debiera
serio para entonar el tenebroso aniro descanso de
los demás circuios, así tal vez e x p r e s a r í a mejor mi
idea; más no siéndolo, emplearé mi balbuciente y
débil voz.
No se trata de u n a cuestión puéril, y si de dibujar el fondo
del universo [entero. Que acudan en socorro de mis versos
aquellas m u j e r e s (1) que auxiliaron á Amfion en la construc-
ción de Tebas, para que mi canto no desmerezca del a s u n t o
de que trata. ¿Quiénes sois, exclamé, vosotros, que tan en lazados estáis?»
Raza maldita sobre las d e m á s razas, q u e m o r a s en este Alzaron s u s rostros, y después de mirarme, las lágrimas q u e
lugar; del q u e no se puede hablar sin dolor, ¿por qué no te antes i n u n d a b a n s u s ojos, fueron cuajadas por el frió en s u s
condujiste en el mundo como la simple oveja ó la h u m i l d e pestañas.
cerval i lia? Nunca ningún clavo estrechó de tal m a n e r a dos maderas-
Al llegar al fondo del oscuro pozo, todavía debajo de la como se apretaron los dos condenados, topándose á semejanza
planta del gigante, mirando yo las altas murallas, pefcibí de carneros; tal e r a el furor de q u e estaban poseídos.
u n a voz que decía: «Repara do posas el pié, p a r a no pisar En aquel punto, una sombra que había perdido sus orejas á
las cabezas de desdichados h e r m a n o s que aquí han s u f r i d » causa del frió, me dijo humillando la cabeza: «¿Por q u é n o s
las torturas.» miras con tal atención?
Volví la vista, y al frente de mí observé un lago que p a r e - «Si deseas saber quiénes son esos dos, te diré, que la patria
cía cristalizado por el hielo. de su padre Alberto y la de ellos, fué el valle que atraviesa el
Ni en Austria el Danubio, ni el Támesis bajo su frío cíelo, Bicencio (i). Los dos tomaron forma en las mismas e n t r a ñ a s ;
tuvieron j a m á s una tan espesa cubierta de hielo, la que n o y si recorres el circulo de Caín, no verás otra s o m b r a más
r o m p e r í a n , a u n q u e cayesen el Tabernick ó P i e t r a - P i a n a (2). merecedora de estar enterrada en el hielo (2).
A la m a n e r a que asoman las r a n a s s u s cabezas fuera del »Ni aquel á quien Arturo abrió el pecho de un golpe (3) ni
a g u a al emitir s u s cantos, cuando el labrador principia á e s -
pigar, se hallaban las lívidas s o m b r a s enterradas en el hielo,
(1) FI R i e e n c i o c o r r e por e l v a l l e d e Falterona. Alejandro y N a p o l e o n s e d i e -
ron m u e r t e en é l , luego d e fallecer su padre A l b e r t o d e Alberii.
(1) Por las Kusas. V ) Círculo d e Cain, m o r a d a d e l o s t r a i d o r e s á s u s p a r i e n t e s .
(•') Ocujto Mordrec para m a t a r á s u padre Arturo, r e c i b i ó d e é s t e u n a l a n z a d a
(?) T o b e n i i c k , m o n l a f a de Fslavonia ; Pietra-Piena, m o n t e d e la Toscana-
<iue lo a t r a v e s ó
c e r c a d e Luca.
Toccacio (!), ni el que con su cabeza me veda el ver más lejos, —«Ya no quiero que hables, le dije, aleve traidor; p a r a
que se llamó Sassolo Máscheroni (2). Si procedes de Toscana, baldón eterno d a r é de tí noticias verdaderas (1).
ya puedes conocerle, y para que ceses en tus interrogaciones, —»Vé, me respondió, y di lo que gustes ; mas si sales de
sabe qne soy OamiccionedePazzi, y que espero á Carlino, que aqui, acuérdate también del q u e tuvo la lengua tan dispuesta.
h a de e x c u s a r m e (3). »Llorando se halla aqui el soborno que recibió de los f r a n -
Después v¡ millares de rostros ennegrecidos por el frió, los ceses. He visto, dirás, á Buoso Duera, donde los pecadores
que, de tal s u e r t e me aterraron, que n u n c a se b o r r a r á n de mi están helados.
mente aquellos helados charcos. Yendo avanzando hácia el »Por si te preguntan el nombre de los demás, di que á tu
centro, no sé si el destino ó la casualidad hizo q u e pisara el lado está Bechería, decapitado en Florencia. Algo m á s lejos
rostro de una de aquella multitud de cabezas. creo que también están Guianni del Soidaniero, Ganellone y
Súbitamente me gritó llorando el a l m a : «¿Por qué m e pisas? Tabadello, quien abrió las puertas de Faenza aprovechando
Si es que no eres un aumento de la venganza de Monteperto, el sueño de s u s defensores (2).»
¿á qué a t o r m e n t a r m e así?» Algo retirados de esta, vimos otras dos s o m b r a s heladas
El guia se paró, y yo dije al q u e aun proseguía en s u s igualmente, que la cabeza de la u n a hacia de capirote á la
blasfemias: «¿Y quién e r e s tú q u e de tal modo maltratas á los: otra.
demás?» Y á imitación del harabiento en el pan, clavó el de debajo
—«Dime a n t e s quién e r e s tú que vagas por el círculo de sus dientes en el otro, en el sitio donde el cerebro se j u n t a á
Antenor (4), hiriendo los rostros con más dolor que si e s t u - la nuca. Tideo no machacó con m á s s a ñ a las sienes de Mene-
viesen vivos?» lippo, que lo verificó aquel con el cráneo de su compañero.
—«Soy viviente, repuse, y puede que sea de tu agrado que «¡Ah! tú que denotas tan claramente el ódio contra la víc-
ponga tu noVibre junto con los que h e podido r e u n i r . » tima que devoras, dime qué motivo te lo dicta; pues conviene,
Y me contestó: «No es tal mi deseo; huye de aquí y no si de tu parte está la razón, que yo sepa el crimen y quiénes
me incomedes más; nada puede h a l a g a r n o s en estas heladas sois, para poder ejercitar tu venganza allá en el mundo, á no
aguas.» ser que se seque la lengua que a h o r a te habla.»
Cogiéndole entonces por la nuca, le dije: «Dime tu nombre
ó te q u e d a r á s sin uno solo de tus cabellos »
• I) En Monte-Apnrto, el güelío Bocca. seducido por los gibelino«, c o r l ó
«Así me a r r a n q u e s los cabellos, ni a u n te indicaré quién la mano á Jacobo Paz/.i, qua ostentaba e l estandarte d e su partido. Asustados
soy; ya puedes arrojarte mil veces sobre mi cabeza.» l o s g ü e l f o s al caer s u bandera, s e dispersaron desordenados, perdiendo la b a -
talla.
Ya tenia enroscados y aun a r r a n c a d o s una parte de s u s •
('¿> Traidores é !a p itria.
cabellos, mientras él aullaba con desencajados ojos, cuando
una sombra gritó: «Bocea, ¿qué tienes? ¿No son bastante los
rechinidos de los dientes, que todavía has de aullar asi? ¿Que
demonio te atormenta?
PURGATORIO
(1) Dante quiso que t e r m i n a s e cada uno d e l o s tres cantos con la palabra
estrella (stelle).
C A N T O P R I M E R O
esta planicie baja por allí hasta el último límite.» l | | W pone á J e r u s a l e n su punto mas alto, y la noche, que
lraza su c rcu
Ya el alba iba e m p u j a n d o á la h o r a matutina que huia ' '° el lado opuesto, e m a n a b a del Gan-
?¡. I ^ ^ ges sosteniendo la balanza que a r r o j a de s u s mados
ante ella, y desde léjos percibí las ondulaciones del m a r . Va-
al triunfar el dia.
g á b a m o s por la llanura solitaria, á semejanza de quien busca
la senda que perdió, figurándose a n d a r en vano h a s t a e n c o n - De suerte, que donde aparecía el sol tomaban las blancas
trarla. mejillas de la bella a u r o r a un color a n a r a n j a d o . Todavía nos
hallábamos nosotros á la orilla del mar, como el viajero que
Al llegar á un sitio en que el rocío templa el ardor del sol,
piensa en su camino, cuyo espíritu se mueve, en tanto que su
y ayudado por la s o m b r a , no se puede evaporar mucho, mi
cuerpo está parado.
g u i a puso s u s dos manos en la fresca yerba; y yo, viendo su
idea, le acerqué mis mejillas humedecidas por las lágrimas, Pero como Marte, antes de a m a n e c e r cruza los densos v a -
e n las que por su mediación volvió á aparecer el color del que pores y enrojece el Poniente sobre el m a r , así se apareció un
el infierno las p r i v a r a . resplandor (¡quisiera volverle á ver!) que con tal velocidad se
aproximaba por la parte del m a r , q u e no existe ave que le pu-
Despues a r r i b a m o s á la desierta playa, que j a m a s pudo ver
diera seguir en su vuelo.
viajero alguno que hubiese de volver á la tierra. Allí me ciñó
- Y como apartase yo los ojos para haeer una observación
el cinto despues, según nos había sido mandado, y ¡ oh s i n -
á mi Maestro, al volverme lo noté más inmenso y luminoso.
gularidad! no bien a r r a n c a b a una de aquellas humildes plan-
Despues me pareció descubrir algo blanco en los lados, de
tas, brotaba otra súbitamente en su lugar.
donde salia p a u s a d a m e n t e otro objeto mas blanco aún.
Nada dijo mi guia, hasta que las primeras formas blancas
(D Símbolo de paciencia, sencillez y humildad. tendieron s u s alas. Entonces, reconociendo el barquero, dijo:
«¡Hinca tus rodillas! ¡Hé aquí el ángel de Dios; une tus manos!
En adelande verás idénticos ministros.
»Ve como no se sirve de los h u m a n o s medios, pues no n e -
cesitas r e m o s ni otras velas que sus alas para c r u z a r estas tan
apartadas o.-illas de los vivientes. R e p a r a cómo las levanta al
eielo, y cómo azota al viento con s u s eternales plumas, q u e
no mudan c imo los cabellos de los mortales.»
Cuanto m á s se a p r o x i m a b a la divina ave, m á s brillaba; de y fatal, que para nosotros será un pasatiempo el trepar por la
s u e r t e que la vista no podía s u f r i r su resplandor, viéndome '•* montaña.»
precisado á bajar e n tanto venia á la orilla con su b a r q u í - En mi respiración comprendieron las alma que yo era
chuela, tan frágil y ligera, que casi no surcaba las a g u a s . viviente, y palidecieron de asombro, y según alrededor del
mensajero que lleva la r a m a de olivo se a g r u p a n las m a s a s
para adquirir noticias, sin temor de e m p u j a r s e , así m e rodea-
ron aquellas venturosas almas, olvidándose de correr á la
¡; perfección.
Una de ellas se adelantó tan solícita para abrazarme, q u e
tuve que imitarla; m a s ¡oh sombras vanas! excepto p a r a los
ojos. T r e s veces intenté echarle los brazos, y otras tantas m e
encontré con el vacío.
Seguramente debió pintarse la admiración en mi s e m -
blante, puesto que la sombra, sonriendo, se retiró, en tanto
que yo avanzaba hácia ella.
|: Sosiégate, me dijo al fin con dulzura; y conociéndola enton-
r
ees, le rogué que se detuviera para hablarle, respondiéndome:
«Como te quise con mi mortal cuerpo, te quiero hoy, libre de
j él; me quedo aquí. Mas tú, ¿á qué vienes"?
«Amado Casella (1), viajo para volver al mundo de los
vivos, al que pertenezco todavía. P e r o ¿cómo te se ha negado
por tanto tiempo este dulce y terrible sitio?»
Y me contestó: «No es por culpa del que nos pasa cuando
I le place, por más que m u c h a s veces se haya negado á hacerlo;
En la popa estaba el celestial nanclero, c u y a beatitud so pues hay una voluntad justa, á la que debe a j u s t a r la suya.
retrataba en s u s facciones, y más de cíen espíritus, en la bar- Verdaderamente ha recogido en estos últimos tres meses á
quilla sentados, que á c o r o entonaban in exitu Israel déEgyplo, ¡ todo el que ha querido entrar con la divina paz (2).
con un arrobamiento digno de tan célebre salmo.
»Encontrándome yo á la orilla del mar, en que se vuelve
Haciendo el ángel la señal de la cruz s a n t a , todos salta- salada el a g u a del Tíber, me recibió benévolo cerca de la
ron á la playa, y el regresó con la m i s m a velocidad que habia embocadura en que alzan s u s olas, por j u n t a r s e allí los que no
venido. bajan hácia el Aqueronte (3).»
Los viajeros del ángel parecían e x t r a n j e r o s en aquel p u n t a l Yo le repuse: «Si nueva ley no te priva de la m e m o r i a ó
asi que miraban en torno suyo como el que se ve sorprendido\ del uso de los cantos amorosos, que tanto dulcificaban mis
por cosas desconocidas. penas, consuela un tanto mi alma, que al venir á estos sitios,
r
El sol tendía su manto por todas partes arrojando con sus con su cuerpo, se ha llenado de pánico y terror.»
inevitables dardos al Capricornio del cielo, cuando la cohorte
recien llegada alzó hácia nosotros la vista, diciendo:
«Mostradnos el camino que lleva al monte si lo sabéis.» (l) Acreditado m ú s i c o florentino, m u y amigo de Dante, con el que s e solazaba,
Y mi guia respondió: «Tal vez pensáis que conocemos en su* horas d e descanso.
(2¡ Todos los que aprovecharon las indulgencias del Jubileo del m e s de Dk
este lugar, pero como vosotros, somos extranjeros; poco antes
ciembre de 1310, por Bonifacio VIII.
que vosotros llegamos aquí, mas por un camino tan sinuoso (3) Puerto de Ostia, próximo á Roma.
Con tal dulzura cantó entonces A mor que habla ámi men- á sus rayos mi cuerpo. Volví la cabeza por temor de verme
te (1), que su voz aun vibra en el interior de mi alma. abandonado, y noté que sólo estaba ante mi la tierra oscura.
Mi guia, las s o m b r a s y yo, que rodeábamos al cantor, J Mi égida
parecíamos tan satisfechos, cual si no nos debiera ocupar i me dijo: «¿A
n i n g u n a otra idea, tanto, que exclamó el noble anciano: «¿Qué J
qué la d e s -
•es esto, perezosas sombras? ¿A qué este descuido? ¿Por qué |
confianza, y
tal retardo? ¡Volad al monte para despojaros de la corteza j
q u e impide á Dios llegar hasia vosotros! por qué te
Como palomas j u n t a s se pican el trigo ó zizaña sin usar su j vuelves así?'
acostrumbrado arrullo, y que súbitamente alzan el vuelo por <¡ ¿Crees que
e s t a r dominadas de algún temor, tal desaparecieron las almas J ya no soy tu
recien llegadas para dirigirse á la costa, como el que sigue | guia?
u n camino que no sabe dónde le lleva. »Ya Vesper se halla allí donde está s e -
Nuestra fuga no fué menos veloz. pultado el cuerpo en q u e forme una s o m -
bra. Nápoles lo tiene por habérselo q u i -
tado á 13rindis (1,. Si no se describe a h o r a
C A N T O T E R C E R O n i n g u n a s o m b r a delante de mí, no te a d -
mire otra cosa que el espectáculo de los
I |§É — . Cielos, pues no hay rayo que proyecte
sombra sobre otro rayo.
Los dos poetas se disponen d subir al monte del Purgatorio.—
Se convencen de lo áspero g penoso del sendero. —Almas de »La divina virtud dispone que nues-
excomulgados que aguardan cierto tiempo antes de ir al lu- tros cuerpos, imitando á los vuestros, les
gar de la expiación.—Entre ellas está Man/redo, rey de aquejen también tormentos, v el calor y
Pulla y Sicilia. el frió; m a s no nos h a revelado el c o m a
y por qué lo hizo.
. 61«-i.-. »Muy insensato es el que cree que
N tanto que aquella fuga veloz dispersaba por la nuestra razón podrá r e g i s t r a r el misterio
campiña las almas que volvían hácia el monte á que infinito que sólo tiene una sustancia de
nos conduce la razón (2}, yo me aproximé á mi que- tres personas. H u m a n a raza, c o n f ó r m a t e
rido protector; ¡cómo sin él pudiera hacer mi viaje! con el guia. Si lo hubieses podido ver
.¡Quién me hubiera sostenido del monte en la cumbre! todo, no h u b i e r a sido preciso el parto de
Creia sentir por él g r a n d e s remordimientos. ¡Ah, con- María.
ciencia limpia y pura! ¡Cómo es para tí horrible veneno la »Son muchos los que han querido v e r
falta más leve! satisfecho el anhelo que se les impuso
Al dejar, por fin, los piés la veloz c a r r e r a q u e quita su como eterno suplicio, a u n q u e i n ú t i l m e n -
nobleza á toda acción, m i hasta entonces preocupada mente te; me refiero á Aristóteles, Platón y otros varios.»
se fijó en el sitio de su aspiración, dirigiendo la vista hácia el Por fin nos hallamos al pió de la m o n t a ñ a , donde vimoa
monte que se eleva al más alto Cielo. rocas tan escarpadas, que los piés más ágiles eran compléta-
El sol resplandecía rojo detrás de mí, por ser obstáculo
C A N T O Q U I N T O
Llegados á la cima más alta, halla el poeta á los que, sin em-
bargo de haber tenido violenta muerte, les sobró tiempo para
el arrepentimiento.—Dante cuenta el aciago fin de algunos
de ellos.—La Pia.
IpSgABÍAME ya apartado de aquellas almas y pisaba las • Dos de ellas, á m a n e r a de emisarias, se destacaron dicién-
K f i » huellas de mi maestro, cuando señalando con el donos: «¿Qué condicion es la vuestra?» '
j ® dedo detrás de mí u n a de tantas, dijo: «Ve como el Mi guia repuso: «Regresad y decid á los que os envían
^ r a y o de luz no resplandece á la izquierda del que va que el cuerpo de éste es de c a r n e verdadera. Si, como pienso,'
detrás, y que parece en s u s movimientos un sér viviente.» se han parado para contemplar su sombra, ya se les contesta
A estas palabras volví la cabeza, y noté aquellas a d m i r a - suficientemente que le h o n r e n , puesto que puede serles m u y
das almas, fijándose solo en mí y en la luz que interceptaba estimado.»
mi cuerpo. • J a m á s habia notado c u b r i r s e m á s rápidamente el cielo de
«¿Qué es lo que t u r b a tu razón, m e dijo mi guia, que d e rojizos vapores, ni desaparecer el sol con m á s velocidad por
tal suerte retiene tu-marcha, y qué te importa cuanto aqui s e las nubes de Agosto, de la con que tornaron aquellas sombras
murmura? al punto de partida, y j u n t á n d o s e á las demás, dirigirse todas
».Sigúeme, y deja que hablen á s u sabor. Sé como la sólida hacia nosotros como escuadrón que parte á galope.
almena que j a m á s se d e r r u m b a al influjo del vendabal, pues «Grande es la cohorte que nos circuye, observó el poeta,
y llega para h a c e r t e a l g u n a súplica; tú no dejes de a n d a r y
•caminando oye.
(1) Era un c é l e b r e tocador de citara.
»¡Oh! alma que para ser venturosa te vuelves con los p r o -
píos miembros que naciste, g r i t a b a n , acorta un poco tu paso. : dan de mí ni J u a n a ni los otros; y por este motivo estoy entre
R e p a r a si conociste alguno de nosotros para que puedan l éstos con la frente baja.»
hablar allá abajo de él. ¡Oh! ¿Por qué te marchas? ¿Por qué- Yo le repuse: «¿Por qué violencia ó casualidad fuiste a r r a n -
no te esperas? J cado de Campaldiso, donde no se halla ni siquiera tu tumba?
»Todos h e m o s muerto de muerte violenta y pecamos hasta | »¡Oh! me dijo, corre al pié de Cansentino un rio llamando
n u e s t r a h o r a postrera, en la q u e n o s t r a s f o r m ó la luz celestial, Archiano, que brota en el Apenino sobre E r e m o (1). Arribé
en términos que, arrepentidos y perdonados, saliéramos de la acribillado de heridas allá donde pierde su nombre, escapando
pacífica vida con Dios que castiga nuestro corazon con la vehe- á pié y quedando e n s a n g r e n t a d a la llanura. Allí perdí vista y
mencia de verlo.» palabra por el nombre de María; y caí sin que quedara más
Yo les dije á mi vez: «¿Por qué en lo trasformado de v u e s - que mi c a r n e .
tros caractéres no puedo reconocer á ninguno? Mas si puedo- »Te diré la verdad, y tú la h a r á s conocer á los vivos; al
h a c e r algo de vuestro gusto, felices espíritus, decidlo y lo : acogerme el ángel de Dios, gritaba el Infierno: «Tú, del cielo,
haré, por la paz que me lleva en pos de mi guia, y asi me la. ¿por qué me lo arrebatas?
hace buscar de uno en otro mundo.»
»Me quitas su parte eterna, de la que sólo me priva u n a
Uno de ellos: «Confiamos en tu benevolencia sin pedirte- *
insignificante lágrima, mas de bien distinto modo trataré yo
j u r a m e n t o ; n o falta más sino que tu buena voluntad no se es-
la otra parte del mismo.»
trelle en la impotencia. »Bien sabes cómo se condensa en el aire aquel vapor
»Así, yo que te dirijo la palabra antes que los demás, te húmedo que desaparece en el a g u a cuando llega á la región
ruego que si algún dia visitas el país situado entre la R o m a - del frío; arribando, pues, allí el genio del mal, que no piensa
nía y reino de Cárlos (1), me otorgues en Fano el don de tus-i sino en el ajeno daño, desató el aire y los rayos, valido del
preces, p a r a que con ellas pueda purificar mis gravísimas poder de su naturaleza (2).
faltas.
»Despues de extinguirse el dia, llenó el valle de s o m b r a s
»En aquella ciudad vi la luz, y en ella, antiguo seno de los
desde Prato Magno h a s t a la cima de los Apeninos, y p r e p a r ó
Antenoridos (2), recibí también las heridas de las que brotó-
el cielo de suerte que el denso viento se convirtiese en a g u a .
la s a n g r e que estimulaba al considerarme allí del todo seguro.
La lluvia cayó á torrentes, los barrancos tuvieron que rebo-
Este dispuso aquello, por a b o r r e c e r m e m á s de lo que exigía
sar el a g u a que la tierra no absorbió, y las corrientes encres-
la justicia (3).
padas se lanzaron en el i n m e n s o rio, sin q u e f u e r a dado dete-
»Si m e hubiera evadido hácia la Mira, al ser alcanzado en nerlas.
Oriaco, aun permanecería allí donde se alienta: m a s corrí-
hácia las lagunas, donde las c a ñ a s y el fango hicieron que- Í »El furioso Archiano encontró mi cuerpo helado y lo llevó
midiera el suelo con mi cuerpo, y allí noté salir de mi cuerpo- hácia el Arno, descomponiendo la cruz que yo f o r m a r a con
un lago que regó la tierra.» mis brazos sobre el pecho al vencerme el dolor. Luego de
arrastrarme por s u s orillas, concluyó por enterrarme°en la
Otra alma me dijo: «Si llega á cumplirse el deseo que te-
arena y escombros que trajo en s u curso.»
a n i m a al monte gigante, ten la caridad de acordarte del mió.
»Nací en Montefellro; soy Buonconte (4). P a r a n a d a s e cuit- «Cuando regreses al mundo y h a y a s descansado de tu
largo viage, añadió un tercer espíritu, no te olvides de mí,
que soy la desgraciada Pía. Me hizo Siena y me deshizo
(1) Marca de Aocona.—Kano ciudad.
(2) Pádua, que debió su fundación ¿ Antenor.
( 3 ) Azzon III d e Este, m a n d ó a s e s i n a r e n Oriaco á Jacobo de Cassero, y e s t a - j
elroa le acusa aquí.
(1) Convenio Camaldulence
( 4 ) Hijo d e Guido Montefieltro, casado con Juana, m u r i ó en la batalla d e Cam— (i) En teología e s admitido que pueden hacer llover los demonios según lo
paldiso e n 1589. Batalla contra los güelfos. jv conflrma san Agustin e n el Capitulo VIH, d e la ciudad d e Dios.
Maremme; harto le consta á aquel que al d a r m e su m a n o como decía ella m i s m a . Hablo de Pedro de la Brosse (4); que
hizo q u e pasara á mi dedo su alianza de fina pedrería (1).» en tanto esté en la tierra, puede ponerse en guardia la p r i n -
cesa de Brabante, p a r a no verse entre la atribulada cohorte.
Al verme libre de tantas s o m b r a s que elevaban preces p a r a
que otros lo hicieran por ellas, con objeto de acortar el tiempo
C A N T O S E X T O
de su santificación, principié yo de este modo:
«¡Oh astro mió (2), que s e g ú n creo niegas en absoluto en
tu texto que las preces ablandan los decretos celestiales! ¿Si
Continua hablando sobre los que se arrepienten en el instante ..'I
de su violenta muerte.—Interin preguntaba Virgilo á una ] será desvanecida la ilusión de esas almas que m e piden eso
alma un tanto apartada de las demás qué eamino del monte mismo? ¿Será que 'A no he comprendido tu idea?»
era más asequible, reconoce Dante en ella á Sordello de1 Y me dijo: «Claro está lo que he escrito; que se e x a m i n e
Mantua.—Éste y Dante se abrazan.—Apostrofe en contra rfe-1 con santo y recto juicio, y resultará q u e no podrá ser falaz de
las disensiones de Florencia è Italia entera.
esas almas la esperanza. Efectivamente, lo sublime del juicio
de Dios no pierde nada en que la llama del a m o r h a g a en un
PERPLEJO se halla al salir del juego el perdidoso, y ^
punto lo que debiera hacer el alma desterrada aquí.
mohíno recuerda y repite uno en en pos de otro los 1
golpes de que fué víctima. La m u c h e d u m b r e sigue al I »Al asentarlo así, la oracion era incapaz de purgar la falta,
otro que m a r c h a adelante; nadie se propone e x c i t a r | por hallarse el pecador separado de Dios, que hubiera sido el
-un recuerdo en el dichoso, que sin parar oye á uno y á otro, móvil de aquella oracion. Apártate del abismo de esa duda,
y tendiendo una m a n o que j a m á s es estrechada puede evadirse ] esperando á la que a l u m b r a r á entre la verdad y tu inteli-
de los que le cercan. gencia.
Asi me encontraba yo enmedio de\aquella cohorte apiñada, »Ignoro si me entiendes; me refiero á Beatriz, la que verás
g i r a n d o mi vista de una á otra parte, prometiendo m u c h o para en la cúspide de este monte, radiante y feliz.»
d e s e m b a r a z a r m e de ella. Yo dije á mi vez: «Mi buen Maestro, puesto que ya no me
Estaba allí el Aretino (2), que murió en m a n o s de Ghino fatigo, a l a r g u e m o s el paso; mira por otra parte la s o m b r a que
di Taco, y el otro que se ahogó en persecución de s u s e n e - la m o n t a ñ a proyecta.»
migos (3). Allí estaba orando con los brazos extendidos, Entonces m e contestó: «Hoy a v a n z a r e m o s lo que podamos;
Federigo Novello (4) y el de Pisa, que puso de relieve la h e r - mas esta senda tiene diferente forma de la que te figuras.
mosa alma de Marzuco (5). Antes de llegar a r r i b a has de volver á ver al que ya se esconde
También vi el conde Urso (6); aquella alma iba apartada en la cuesta, de s u e r t e que ya no puedes i n t e r r u m p i r s u s rayos
de su cuerpo por la malicia y la envidia, y no por s u s pecados, con tu cuerpo.
»Sin embargo, r e p a r a en aquella figura inmóvil que, sola y
aislada, dirige s u s m i r a d a s á nosotros, ella nos dirá el camino
más corto y recto.»
(1) La Pía d e s c e n d i e n t e d e la f a m i l i a n o b l e d e l o s T o l o m e o s d e S i e n a , la mandò":
e n c e r r a r s u e s p o s o N e l l o della Pietra, acusada d e a d ú l t e r a , e n el c a s t i l l o d e -Ma- Y llegamos á ella: «¡Oh alma lombarda! ¡Cuán altiva y or—
r e m n i e s , c u y o s a i r e s pútridos la mataron. En s i e t e v e r s o s c o n s i g u i ó e l p o e t a revi- gullosa estabas! ¡Qué nobleza la tuya al dirigir tus ojos á
vir y vengar á la t r i s t e Pi a. nosotros!»
(1) Mensser Benicasa d e Arezzo, auditor e n Roma d e la Rota, f u é m u e r t o por
Ghino d i Tacco, c u y o h e r m a n o y s o b r i n o habia c o n d e n a d o á la ú l t i m a p e n a .
(3) C i o n e Tarlati d e Arezzo.
(•) F u é m u e r t o por e l Bostoli Fornaivolo.
(R) Marzucco besó la m a n o d e l m a t a d o r d e su h i j o F a r i n a t a . (1) Favorito y s e c r e t a r i o d e F e l i p e e l H e r m o s o , a c u s a d o i n j u s t a m e n t e p o r l a
( 6 ) Urso, d e s c e n d i e n t e d e l c o n d e N a p o l e o n e di Barbaja, f u é a s e s i n a d o p o r su reina d e h a b e r i n t e n t a d o seducirla, y s e n t e n c i a d o á la h o r c a .
..Uo el c o n d e d e Alberti. ( 2 ) Por Virgilio.
Nos dejaba a v a n z a r sin proferir palabra, como quien m i r a »Llega á ver cómo se a m a aquí; y si no tienes un resto de
y reposa. compasíon hácia nosotros, que te a v e r g ü e n c e siquiera tu las-
Virgilio se le aproximó rogándola nos indicara el mejor i timosa fama.
sendero, sin que ella respondiera á esta d e m a n d a : pero p r e - ] »Permitid que lo diga, Jove soberano, que por nosotros
guntó respecto á n u e s t r a patria y vida, y mi dulce maestro j fuiste crucificado en la tierra, ¿no es cierto que tu vista se ha-
empezó asi: «Mantua » Súbitamente incorporándose la j lla siempre fija aquí? ¿Tal vez h a b r á s ordenado en el arcano
sombra, se abalanzó hácia él exclamando: de tu juicio un inaccesible bien á la previsión nuestra?
«¡Mantuano! ;Soy Sordello de tu a m a d a tierra!» Y los dos a »La tierra de Italia está sembrada de tiranos; el m á s m i s e -
se abrazaron (1). rable desde que ingresa en un partido, se t o r n a un Marcelo.
»¡Oh esclava Italia! ¡Morada del dolor! ¡Buque sin piloto j »Querida Florencia, satisfecha puedes estar de esta d i g r e -
en deshecha tempestad, ya dejaste de ser soberana d é l a s pro- J sión que no te atañe, gracias á la cordura de tu buen pueblo.
vincias; ya eres el centro de la prostitución!» »Hay varios que tienen en su corazon la justicia; pero éste
Al grato nombre de su país natal, se aprestó aquella noble ^ es lento en demostrarla, por no disparar el arco i n f r u c t u o s a -
a l m a á festejar á su conciudadano; en tanto que s u s morado- mente, en tanto que tu pueblo tiene la justicia en lo más s a -
r e s viven en c o n t i n u a s luchas, y hasta los que viven resguar- í liente de s u s labios.
dados por los mismos m u r o s se d e s g a r r a n recíprocamente. »En otros puntos hay quien esquiva los cargos públicos;
«¡Oh mísero! Rebusca en tus playas y r e p a r a si hay en tu i mas tu solícito pueblo responde, sin ser invitado, á los cargos
seno una pequeña parte de tí mismo que disfrute de paz ver- de la ley: «¡Me someto á ella!»
dadera. »Alégrate, pues, q u e te sobran motivos; eres rica, y á tus
»¿Qué importa q u e J u s t i n i a n o dispusiera tu freno, si la ' bienes van unidas paz y prudencia. Que digo verdad, lo mues-
silla está vacante? T u vergüenza tendría más disimulo sin él. 1 tra el resultado.
¡Ah raza que debieras con tu obediencia dejar que César ocu- »Atenas y Lacedemonia, con su ilustración y leyes rancias,
p a r a tu silla, si e n t e n d i e r a s lo que te ordena Dios, ve como el dieron ténue ejemplo de c o r d u r a c o m p a r a d a s contigo, q u e
bruto se h a tornado reacio desde que tocaste su brida, por no } labras en Octubre sutiles reglas que no llegan á mediados de
haberle adiestrado primero con la espuela! Noviembre.
»¡Oh Alberto de G e r m a n i a , que dejas al bruto del todo indo- jj »¿Cuántas veces en estos postreros tiempos, según r e c o r -
mable y cerril, al deber ceñir s u s ijares, que sobre tu s a n g r e ] darás, has trocado las leyes, la moneda, los destinos, las cos-
caiga el fallo justo de un esplendoroso cielo, y q u e sea tan j tumbres, y renovado los miembros de tu pueblo?
claro y nuevo como le teme su sucesor. »¡Si te place recordarlo y a b r i r los ojos, v e r á s que te encuen-
»Alejados de aquí por la concupiscencia. ¿Por qué consen- tras como el enfermo que se agita en el lecho buscando pos-
tisteis con tu padre que q u e d a r a abandonado el eden del impe- tura que temple su padecer!»
rio? Hombre dejado, ven y verás los Montescos y Capuletos J
llenos de nefandas sospechas, y á los Monaldi y los Filippes- |
chi, tristes y abatidos.
»Llega, cruel, llega á presenciar la opresion de tus nobles;
observa s u s descuidos, y notarás si Santafiara está en seguri-
dad; llega, verás á tu R o m a q u e llora su orfandad, gritando á •
todas horas: «César mío, ¿por qué no vienes junto á mí?»
(D El L i m b o . • W Las v i r t u d e s t e o l o g a l e s .
Sordello entonces trazó una r a y a en el suelo con el dedo, tierra en q u e nace el agua que lleva el Moldava al Elba, y éste
diciendo: «Ni esta raya podrás atravesar cuando el sol haya al mar.
desaparecido, sin otro impedimento que las tinieblas de la »Su nombre f u é Ottocar (1), y en pañales valió m á s que s u
noche, que por la imposibilidad en q u e nos ponen, contienen hijo W e n c e s l a o con toda su barba, que se a r r a s t r a por el
n u e s t r a voluntad. Sin embargo, se podria descender y dar fango de la lascivia y la pereza.
vueltas por la cuesta, en tanto el horizonte nos esconde el
dia.»
Mi dueño entonces, maravillado, dijo: « Llévanos, pues,
q u e se puede estar placenteramente.»
Al habernos alejado un poco, observé q u e el monte f o r m a -
ba un valle s e m e j a n t e á los de aquí abajo.
«Iremos, dijo la sombra, allí donde la cuesta describe un
recodo y e s p e r a r e m o s el nuevo dia.»
E n t r e la cuesta y el llano habia un tortuoso camino que
nos llevó á la ladera del valle, donde es menor que en el cen-
tro la vertiente que allí termina.
El oro y la plata fina, el albayalde, la p ú r p u r a , el palo del
Brasil pulimentado y la fresca esmeralda en el instante de
romperse, serian pálidos comparados con las yerbas y flores
de aquel valle, que les excederían en resplandor, según e x -
cede siempre lo que es m á s á lo <^ue es menos.
La naturaleza no ostentaba allí sólo los colores, sino la
fragancia de multitud de a r o m a s que componían un descono-
cido conjunto.
Vi sentadas allí entre el follaje y las flores a l g u n a s a l m a s
q u e no se percibían del exterior, p o r c a u s a del valle, y esta- »Y el Romo que consulta con aquel de rostro benévolo, falle-
ban cantanto la Salve, Regiría. ció en su fuga deshonrando la noble flor de lis (2). Ved cómo
«Antes de que se acabe de esconder el sol, dijo nuestro se maltrata el pecho. Mirad al otro que suspira; 'convierte la
acompañante, no exijáis que os lleve hácia ellas, pues desde palma de la m a n o en lecho de su mejilla (3 ; son padre y sue-
esta eminencia notareis los gestos y los rostros mejor que gro de los males de la Francia. Les consta su abyecta y vi-
estando en el valle y en su compañía. ciosa vida, y de aquí la pena que Ies corroe.
Aquel espíritu sentado más alto que los otros, cuya posi- • »Aquel tan membrudo (4) que canta en el propio tono que
ción indica descuido de lo que debiera hacer, y que no mueve el de pronunciada nariz (5), ciñó la cuerda de todas las h o n -
los labios para cantar, fué Rodolfo el emperador (1). El úni- ras; si luego de él hubiera sido rey el joven que permanece
c a m e n t e podía c u r a r las h e r i d a s c a u s a de la m u e r t e de Italia, sentado á su lado, el valor de su raza aun tendría vida.
pues ya es tarde para ser resucitada por otro cualquiera. »De s u s sucesores no se puede hablar así: Jacobo y Federico
»El otro, que solo con su mirada le alienta, g o b e r n ó l a
(U Oltocar, rey d e B o h e m i a .
(2) F e l i p e el Romo, r e y d e F r a n c i a , h i j o d e s a n Luis
m Enrique de Navarra.
(1) P a d r e d e Alberto, e m p e r a d o r , t a n b r u s c a m e n t e a t a c a d o p o r e l p o e t a en su
(4) P e d r o 111 d e Aragón.
a p o s t r o f e á Italia.
<5) Carlos I, r e y d e l a s Dos-Sicilias:
poseyeron varios reinos, mas n i n g u n o de ellos obtuvo lo mejor el Te lucís ante... (1) que aquel himno me hizo olvidar de mí
de la h e r e n c i a . Es raro ver subir h a s t a las r a m a s la h u m a n a mismo.
probidad por haberlo ordenado así el que nos la otorga, al
Las demás a l m a s acompañaron su canto tierna y devota'-
objeto de que se la demandemos. ' mente, puestas sus miradas en los celestes círculos.
»Mis f r a s e s se dirigen á aquel espíritu de tan pronunciada Observa, lector, aquí la verdad faz, á faz pues e s tan t r a s -
nariz, lo mismo que á Pedro, el que canta con él, y que ya parente el velo que la envuelve, que fácilmente la p e n e -
motiva las j u s t a s querellas de la Pulla y Provenza. trarás.
»Cuanto ha degenerado más la planta de su simiente (más Despues vi aquella silenciosa y magnífica cohorte en h u -
que Margarita y Beatriz), se engrie Constanza (1) de su milde postura contemplar al cielo; de lo alto salir dos ángeles
esposo. con dirección hácia abajo, ostentando flamígeras y r o m a n a s
»Mirad al rey de la modesta vida sentado allí solo; es E n r i - espadas, y cuyas túnicas, verdes como las recien nacidas h o -
q u e de Inglaterra (2). Tiene el consuelo de que s u s retoños jas, flotaban á capricho del viento, movidas por el verde p l u -
sean sanos. maje de s u s alas.
»El q u e está tendido entre ellos mirando hácia arriba, es Uno de ellos se paró algo m á s abajo del sitio en que nos
Guillermo, y por el que Alejandro y los suyos hacen llorar á hallabamos nosotros, en tanto que el otro lo verificó por el
M-Jiiferrato y el Canavesano (3).» lado opuesto, quedándose las almas entre los dos.
Nos e r a muy fácil distinguir s u s blondos cabellos; m a s al
fijarnos en s u s rostros nos deslumhrábamos, sucediendo á
C A N T O O C T A V O nuestra vista lo que á u n a fuerza de demasiada tensión, q u e
acaba por a m o r t i g u a r s e .
\ «Los dos vienen del regazo de María, observó Sordello, p a r a
Ostentando flamígeras espadas , bajan dos ángeles, guardado- | librar al valle de la serpiente que pronto llegará (2).»
res del calle.—Despues llega una serpiente que es arrojada ¡
Ignorante yo de la vereda que traería para venir al valle
por los celestes espíritus—Conrado Malespina profetiza á >
Dante su cercano destierro. me volví aterrado y fui á j u n t a r mis hombros á los de mi lea!
guia:
ya la h o r a en que crece la tristeza de los n a v e -
ORRIA Sordello continuó diciendo: «Bajemos a h o r a hácia las mag-
gantes y en la que el corazon se oprime el dia de la nificas s o m b r a s para hablarlas, puesto que será m u y de s°u
f ^ T separación de s u s queridos amigos. E r a la hora, en gusto el veros.
„j ' fin, que enardece de a m o r al peregrino si escucha .] Habria descendido unos tres pasos, al observar que uno de
á lo lejos el tañido de la campana que parece gemir por el dia 3 ellos, que me m i r a b a cual si me hubiera conocido. A u n q u e el
q u e fenece, cuando dejé de percibir todo r u m o r y observé á aire se .ba oscureciendo, todavía me dejó ver entre los ojos de
una de las a l m a s que con la m a n o rogaba que se la oyese. la sombra y los míos lo que me escondía antes, por lo que
Unió y alzó s u s dos manos, fija su mirada en el Oriente, vinimos el uno sobre el otro. ¡Ah noble juez, oh Niño! .3)
como si hubiera dicho á su Dios: «No anhelo otro alguno.» M a n t a fué mi alegría al no verte entre los culpables'
Y de su boca salió con tal devocion y con tan s u a v e s notas Nos dirigimos todos los más cariñosos saludos, y despues
Í2
me interrogó: «¿Cuándo viniste al pié de la m o n t a ñ a á t r a v é s En aquella parte que abre el pequeño valle se hallaba una
de las olas inmensas?» •serpiente, acaso la que dio á Eva el pútrido alimento. A v a n -
«¡Oh! le repuse, arribé esta m a ñ a n a p o r l a s e n d a d e la pena zaba el dañino reptil por entre las flores y la yerba, girando
y de la angustia; no he perdido aún la vida primitiva, aunque de vez en cuando su cabeza hácia la espalda, y lamiéndose
adquiera la otra continuando aquella mala senda.» •como animal que pretende afinarse.
Al escuchar mi contestación, Sordello y él retrocedieron,
No lo vi, y por consiguiente no puedo precisar como los
cual personas acosadas de súbito asombro.
azares celestiales se movieron, pero observé el movimiento de
El primero se volvió á Virgilio, y el segundo á una alma uno y otro.
que permanecía sentada, gritando: ¡Conrado, llega á ver lo
Al percibir el aire que se agitaba debajo de s u s verdes alas
que Dios en su misericordia dispuso!
huyo la serpiente, y los ángeles se retiraron á s u s puestos con
Despues volvió á mi: «Por el agradecimiento que debes al vuelo uniforme.
que tan oculto tiene su primer manantial, que no hay atajo
La sombra que se aproximó al juez, acudiendo á su llama-
para a r r i b a r á él, cuando te e n c u e n t r e s allende las grandes
miento, no cesó de m i r a r m e en el intérvalo de aquella a c o -
olas, di á mi hija J u a n a que ruegue por mí allí donde se oye á metida.
los inocentes.
«Que la luz que te guia á lo alto encuentre en tu ánimo
»No presumo que su madre continúe amándome, pues que tanto alimento como es preciso para llegar á la esmaltada
dejó el niveo velo (1) que un dia d e b e e n c o n t r a r de m e n o s la montana;» y despues dijo: «Sí has oido algo del valle de M a - r a
infeliz. Ella me enseñó lo que d u r a en la m u j e r la llama del ó del vecino país, dímelo, pues en aquella tierra fui verdade-
a m o r , si no se ve atizada frecue r temen te por el roce ó la vista. ramente notable.
»La víbora que c a m p e a en el escudo milanés, no le levan-
»Me llamaban Conrado Maslaspina (1); no soy el primero de
t a r á tan bella tumba como xla hubiera alzado el gallo de
este apellido, mas si su descendiente. A los míos les profesó
Gal lora.» un a m o r q u e se a p u r a aqui.»
Hablando así, se notaba en u exterior la señal del celo E «No he visitado vuetro país; mas ¿dónde se vivirá en
recto que ardia con justicia en su pecho Misojos se elevaban Europa que no haya llegado vuestro nombre? La i n m a r c e s i -
ó la parte del cielo en la que las estrellas son m á s lentas según ble gloria de vuestra casa de tal lustre á los señores y al país
las partes de la rueda m á s cercanas al eje.
entero, que no es desconocida ni aún de aquellos que no la
Mi Maestro me dijo entonces: «Amado hijo, ¿qué observas vieron jamás.
alli arriba?» »Y j u r o (¡así llegue con tanta seguridad allá a r r i b a ' ) que
Y le contesté: «Me fijo en las tres antorchas, por las que vuestra honorífica estirpe mantiene la gloria á que es a c r e e -
a r d e allá abajo el polo (2).» dora, una mano liberal y un invencible brazo.
«Las cuatro estrellas refulgentes que viste esta mañana,con-
»La rutina y buen carácter le proporcionaban tales ven-
tinuo (3), han descendido, y esas han ascendido al sitio que
d a s , que aun cuando el jefe maldito del mundo estravie los
aquellas ocupaban.»
demás hombres, sólo ella cumple su deber, despreciando la
En tanto me hablaba, Sordello lo llevó hácia sí, diciéndole: mala senda.»
«¿Ves alli nuestro enemigo?» Y tendió el dedo para marcarle
El: «Vete ahora, y antes que entre siete veces el sol en la
el punto.
capacidad que ocupa el Aries, tu cortés opinion te será c l a -
vada en la cabeza con clavos más aguzados de lo que pueden
(1) Velos de luto, según el uso d e aquella época. Beatriz de Bste caso segunda
espresar las palabras, á no ser que la Providencia detenga su
v e z con Galeas, de los Visconti de Milán. curso.» °
(2) Las v i r t u d e s teologales.
(3) Cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza.
(I) Gran señor d e la Lunigiana.
dedor sin saber dónde se hallaba, al tomarlo su m a d r e e n Chi-
ron, y trasladarlo dormido á Scyros, de donde los griegos lo
sacaron más tarde, de lo que me estremecí. El sueño huyó de
C A N T O N O V E N O mis pupilas, y me quedé estático y como helado de terror.
A mi lado sólo estaba el q u e me servia de sosten. Ya el sol
hacia m á s de dos h o r a s que habia salido, y mi rostro estaba
Refiere el poeta que se durmió, y en el sueno, al amanecer, tuvo mirando al m a r .
una vision.—Al despertar se dirige á un sitio mas elevado
«No tenemos nada, dijo mi guia; tranquilízate, pues nos h a -
• cerca de su fiel maestro, que ¡o lleva hasta las puertas de?
Purgatorio—El ángel guardian de aquella puerta se la abre llamos en seguro puerto; más bien que reprimir, puedes
muy diligente. d e m o s t r a r aquí tu vigor.
»Ya has llegado al Purgatorio; ve la muralla que le cerca y
A amiga de la vetusta Titho, salida de los brazos de encierra; mira la entrada allí donde el muro es interrumpido.
su dulce compañera, se vislumbraba ya al Oriente »Mientras el alba, precursora del día, en tanto que d o r m i -
>-j, ^ con toda su blancura. Lucían en su frente preciosas taba tu alma entre las e s m a k a d a s flores, ha llegado una m u j e r
Y & perlas, cuya posicion figura á aquel helado ani- diciendo: «Soy Lucía (1); permitid que me lleve al que d u e r -
mal (1) que hiere con su cola al hombre. me, yo h e favorecido su camino.»
La noche habia avanzado dos pasos, y seguía su m a r c h a »Sordello, como las o t r a s buenas almas, se quedaron; te
ascendente en el sitio en que nos hallábamos, en tanto que el llevó, y al lucir el dia se dirigió al monte, pisando yo s u s hue-
tercero obligaba ya á inclinar s u s alas. Yo que a r r a s t r a b a llas. Me dejó aquí, luego de m o s t r a r m e con s u s divinos ojos
todo lo que nos viene de Adán, rae senti dominado por el esta entrada abierta, desvaneciéndose ella y tu sueño.»
sueño, y me tendí sobre la yerba en que estábamos sentados: Quedóme como hombre que cree despues de dudar, y en el
los cinco. que el temor hace brotar la esperanza, por haberle sido reve-
A la hora próxima al alba, cuando empieza la golondrina á lada la verdad; al notarme mi Maestro sin ningún cuidado, se
entonar s u s tristes endechas, en recuerdo acaso d e s ú s p r i m i - f u é hácia la alta muralla, y yo hice por seguirle.
tivos dolores (2); á la en que el espíritu m a s extraño á la Bien ves, lector, cómo elevo el origen de mis cantos; no te
c a r n e y menos abstraído de pensamientos terrenales, casi es extrañe, pues, el que procure sostenerle con más a r t e cada vez.
divino en las visiones, creí ver en sueños un águila suspendida Nos a p r o x i m a m o s y vimos aquella parte que parecía abierto
en el cielo, con plumaje de oro, tendidas las alas y preparada muro por una hendidura que separa una pared; mas noté en
á descender, y me pareció que yo me hallaba allí do fueron ella una puerta con tres g r a d a s de distintos colores, y un por-
abandonados los suyos por Ganimedes, al llevárselo la cohorte tero profundamente callado.
celestial. , Y según iba abriendo los ojos m á s y más, vi que estaba
Me ocurrió también esta idea: « E s a águila puede q u e acos- sentado en la g r a d a superior, y que su traza me era irresistible.
t u m b r e á cazar aquí, y tal vez no se digna ir á otro sitio.» •Ostentaba en la m a n o u n a espada desnuda q u e heria nuestra
Despues me pareció que furiosa como el rayo, venia sobre vista con s u s rayos; en vano intenté mirarla.
mí y me ascendía á la region del fuego, donde m e figuraba «Decidme desde ahí lo que queráis, dijo: ¿dónde está vues-
a b r a s a r m e con ella, sin que tardara aquel quimérico calor en tra guia? Ved que vuestra venida no os sea fatal.
a p a r t a r mi sueño. »Una m u j e r celestial, que de todo está informada, le r e p u s o
Aquiles no debió exiremecerse m e n o s mirando á su a l r e - mi Maestro, nos dijo poco hace: «Id, que allí está la puerta.»
(1) Escorpio».
(2) Conviene recordar 1» fábula de Prcgneo. (I) Lucía, e m b l e m a de la gracia de l a luz.
•—«Que afiance ella vuestras plantas, observó el cortés por- La tierra desecada ó ceniza seria de parecido color al de
tero; llegad y subid n u e s t r a s g r a d a s (1).» sus vestidos, de los e r a l e s extrajo dos llaves. Una era de oro
y otra de plata; antes con la blanca, y luego con la amarilla,
intentó abrir la puerta, lo que me llenó de alegría 1).
«En el momento que una de estas llaves, nos dijo, faltando
á su uso, no g i r a regularmente en la c e r r a d u r a , la puerta no
abre. Una de estas llaves es más preciosa; mas la otra requie-
re más a r l e y conocimiento, por ser la q u e mueve el resorte.
»La conservo de Pedro, quien mé dijo era preferible e q u i -
vocarse por abrir la puerta que por tenerla cerrada, con tal
q u e s e postren á mis piés los pecadores.»
Despues empujó para adentro la s a g r a d a puerta, diciendo:
«Pasad; m a s tened entendido, que el que está condenado á
salir de aquí, ha de m i r a r hácia atrás.»
La sonora puerta giró rechinando sobre s u s goznes con más
fuerza que rugió la torre T a r p e y a cuando fué arrojado de ella
el g r a n Metelo, quedando vacía de su tesoro.
Me volví para oir atento el primer r u m o r , y me pareció
percibir u n a voz, q u e entre varios dulces cantos, entonaba:
Te Deum laudamus.
En mí se reprodujo un efecto á imitación del que se e x p e -
Y avanzamos; la primera e r a de tan hermoso y puro m á r - rimenta c o m u n m e n t e cuando se enlazan las voces y el órgano
mol, que en él me vi s e g ú n parezco á los demás. E r a la g r a d a que tan pronto se oyen como dejan de percibirse las palabras.
segunda de color sombrío, y se hallaba hendida en su e x t e n -
sión. La más alta, ó sea la tercera, me pareció de un pórfido
tan encendido, cual s a n g r e q u e brota de las venas.
C A N T O DÉCIMO
En ella estaban i m p r e s a s las huellas de los piés del ángel
de Dios, que permanecía sentado en el umbral de la puerta,
cuyo umbral me pareció un diamante. Al penetrar en el Purgatorio, ascienden ambos poetas al cir-
Mi Maestro me impulsó por las g r a d a s á que rae conducía culo primero, donde se purifica el vicio del orgullo.—Princi-
pian por ver escupidos en las paredes infinitos ejemplos de
mi buena voluntad, diciendo: «Pide con humildad q u e s e abra humildad.—Luego ven andar las almas de los orgullos abru-
la puerta. madas por pesos enormes.
Con devocion me arrodillé á los santos piés y rogué que se
me abriese por caridad; antes me golpeé el pecho tres veces. JASADO el umbral de la puerta que la mala inclina-
El ángel me trazó siete veces con la punta de su espada en la 4 cion de las h u m a n a s a l m a s consiente abrir tan r a r a s
frente la letra P , diciéndome: «Haz por lavar esas m a n c h a s veces para hacer conocer el tortuoso camino, c o m -
cuando estés dentro (2).» prendí por su sonido que se habia cerrado tras de
nosotros.
C A N T O D E C 1 M 0 P R I M E R 0
C A N T O D E C 1 M 0 P R I M E R . 0
C A N T O D E C I M O T E R C E R O
(1) Medio observado en la falconeria, aDtes de conocerse el capirote. (<) Ermitaño d e Florencia.
»Mas ¿quién e r e s lú que de tal modo te e n t e r a s de n u e s t r a
recíprocamente hácia la mano derecha. Al fin uno de ellos me
condicion, y q u e á lo q u e me figuro tienes abiertos los ojos, y
dijo: «¡Alma que dentro de un cuerpo te diriges al cielo! por
respiras al hablar?»
caridad dános consuelo, diciéndonos de dónde vienes y quién
—«Mi vista, le repuse, será cosida aquí también, m a s por
eres; pues el inmenso favor que has logrado nos maravilla
pequeño espacio, por ser reducido mi pecado de envidia; pero
como cosa n u n c a vista.»
mi miedo crece al pensar mi a l m a en el martirio del circulo
«Por el centro de la Toscana, dije, cruza un riachuelo q u e
anterior, pareciéndome s u s t e n t a r ya sobre mis hombros la
va á Falterona (I), y al que no satisface u n a distancia de cien
c a r g a que allí se lleva.»
millas; junto á aquel riachuelo adquirí mi mortal cuerpo.
Y me dijo: «¿Quién te ha guiado á nosotros si has de tornar Demostraros quien soy seria vano, por ser mi nombre b a s -
allí abajo?» «Este que ves y que permanece callado. Soy s é r tante ignorado.
viviente; dime, por tanto, escogitado espíritu, si deseas que
—»Si no me e n g a ñ a el objeto de tus palabras, me contestó,
mi planta se m u e v a por tí en el bajo terreno.»
te refieres al Arno.»
—«¡Oh! tiene tal novedad lo que me dices, respondió ella,
Otra s o m b r a dijo: «¿Por qué oculta el nombre de dicho rio,
que es una inequívoca m u e s t r a de que Dios te a m a ; siendo cual si fuera una cosa horrenda?»
asi, auxíliame con tus plegarias.
Y la sombra interrogada habló así: «No sé; m a s e s de razón
»Te ruego, en nombre de tu mayor deseo, que h a g a s por
que se pierda el nombre de tal valle, pues desde su nacimiento
rehabilitar mi nombre, si posas tu planta alguna vez por tierra
(no se alza tan gigante el monte del que Peloro se d e s p r e n -
de Toscana. Lo e n c o n t r a r á s entre aquel fatuo pueblo que
diera (2), que en corto espacio e s mayor la altura de aquella
pone todo su conato en Talainona (1), por más q u e sea vana |
cordillera montuosa), hasta que el rio desaparece en r e p a r a -
su esperanza, como cuando buscaba á Diana. Pero todavía
ción de lo que el cielo extrajo del m a r , al que todo rio debe
almirantes t e n d r á n mayor pérdida.»
el caudal que ostenta en su curso, pervirtieron de tal s u e r t e
su índole los moradores de aquel misero valle, que no parece
sino que se han alimentado en los pastos de Ciceo.
C A N T O D E C I M O C U A R T O »Aquel rio sigue su escaso curso entre sucios lechonci-
llos (3), mas á propósito para alimentarse de bellotas, que de
Prosigue el circulo n'c la envidia.—Se paran los dos poetas para las sustancias que dan vida al hombre; despues halla á su des-
oir á messer Guido del Duca y Rinieri de Calboli.—EL pri- canso unos perros mas quisquillosos que lo que su fuerza per-
mero censura las costumbres de Toscana y Romanía.—Si- mite (4), por lo que desdeñosamente les vuelve el hocico, y
guiendo su Marcha Dante y Virgilio, oyen varias voces por
según crece y a u m e n t a en rapidez aquel desventurado y mal-
los aires citando ejemplos de envidia.
dito rio, m á s g r a n d e e s el n ú m e r o de perros que halla que se
tornan lobos (5).
UIF.N es aquel q u e c r u z a por nuestra montaña, sin
»Luego, cuando va arrastrándose por h o n d a s g a r g a n t a s ,
^ftfflí. que la m u e r t e le haga alzar el vuelo y que cierra y
halla unas zorras tan dañinas, que ni siquiera temen los
a b r e los ojos á su antojo? lazos (6).
—«No sé quién es, pero sí que no se halla solo: ¡
pregúntale tú, que estás m á s próximo, recibiéndole benévolo »Aunque otro me escuche, no dejaré de repetir lo q u e puede.
p a r a q u e no tema en hablar.»
De este modo se referían á mí dos espíritus, apoyándose (') Falterona, m o o t a ñ « d e l Apenino.
12 Peloro, p r o m o n t o r i o e n Sicilia.
(3 Los mora ti res d e Casentiiio.
I*) Los d e A r e z z o .
(1) I n v e c t a á l o s s i e n e s e s p o r q u e c o m p r a r o n e l p u e r t o d e T a l a m o n a en e l
Mediterráneo. Florentinos a v a r o s y g o l o s o s .
(6) Los d e Pisa.
C A N T O XIV 193
: t í
ser de utilidad á éste, con tal cjue no se olvide de las cosas Traversaro (1) y Guido Carpinga"? (2) ¡Ah, romañoles, oh raza
que m e descubre un recto espíritu. bastarda, puesto que e c h a en Bolonia s u s raíces un forjador (3)
»Descubro á tu nieto haciendo de cazador de aquellos y que un Bernardino de Fosco (4) en Faenza, e m a n a d o de
asustados lobos ( i ) al notarle en las orillas del horrible rio; pobre semilla, se convierte en noble tallo!
veo que vende s u s carnes antes de cazarlos, despnes los mata »No e x t r a ñ e s mi llanto, ¡oh toscano! al recordar á Guido di
cual perros viejos, y al quitar aquellas vidas se quita su Pratra, Ugolino de Azzo, Federico Tignoso y todos los suyos,
honra. como á la familia T r a v e r s a r o y Anastagui. ¡Oh! estas dos f a -
»Lleno de s a n g r e sale de la selva triste (2), de tal suerte milias perdieron su herencia de virtud.
devastada, que en diez siglos no brotará de ella su anterior »Si me lamento al a c o r d a r m e de aquellas damas y g a l a -
fuerza.» nes, de s u s acciones y s u s alegrías' es porque la cortesanía
Como se demuda el rostro del que oye el anuncio de futu- y el a m o r excitaban s u s almas, donde tan depravadas son hoy.
r o s males, por cualquier lado que haya de venirle la desgra- »¡Oh palacio Brettinoro! (5) ¿Por qué no deplomaste al s u -
cia, del mismo modo vi yo á la otra alma que nos miraba cumbir tu familia y deudos por no dar oído al crimen?
contristarse al percibir tales palabras. »Hace bien en no dar varones Bagnacavallo, como hace
La fisonomía de la una y e l lenguaje de la otra avivaron mal Castoraco, y Conio peor, que se empeña en producir s e -
en mí el deseo de saber s u s nombres, que hube de preguntar- mejantes condes. Los Pagani procrearán cuando desaparezca
les luego de muchos ruegos. El espíritu que antes hablara pro- su mal genio; pero no q u e d a r á de ellos un recuerdo de p u -
siguió de este modo: reza .
» T ú deseas q u e haga por tí lo que de n i n g u n a m a n e r a rae »¡Ah Ugolino de Fantoli! seguro está tu nombre, puesto
quieres conceder; mas ya que Dios quiere que refleje en ti su : que no se a g u a r d a s r c e s o r que degenerando le oscurezca.
g r a c i a , no seré avaro; sabe que soy Guido del Duca. Tanto »Mas déjame, Toscano, que ahora las lágrimas me serán
inficionó la envidia mi s a n g r e , que ante la ventura del hombre más dulces que las palabras, pues el recuerdo de nuestra p a -
h u b i e r a s visto lívida mi faz. tria ha lacerado mi corazon.»
»La paja que siego es el resultado de aquella semilla. ¡Oh Sabiendo que aquellas a l m a s a m a d a s percibían nuestros
h u m a n a raza! ¿A qué poner tu corazon donde un bien reclama pasos, su silencio a s e g u r a b a nuestro camino.
la exclusión de otro? Al hallarnos solos despues de h a b e r andado un trecho, hé
»Este otro es Rinieri, h o n r a y tesoro de la casa.de Calboli, aquí q u e cual rayo que hiende el espacio, viene á nosotros
en la que nadie supo heredar s u s obras. Y no solo s u s descen- una voz exclamando:
dientes están privados entre el Pó y la montaña, el m a r y el' «¡La obligación del que me halle en matarme!» (6) Y se
reino, de las precisas condiciones para la verdad y dicha de ocultó como el trueno q u e se aleja luego de d e s g a r r a r la
la vida, sino q u e hasta en los confines se halla el suelo tan nube.
plagado de venenosos retoños, que todo cuidado en su cultivo No bien había resonado el metal de aquella voz en nuestros
seria inútil y tardío. oídos, se dejó oir otra cual segundo trueno:
»¿Dó se hallan el buen Licio (3) y Arrigo M a n a r d i , Pedro »Soy A g l a u r a (7), la que convirtieron en piedra.» En aquel
C A N T O D É C I M O S É T I M O
»Te mataste por no perder á Lavinia (1), y á p e s a r de ello
me perdiste; y yo, hija tuya, lloro tu pérdida, madre mía más
que la del otro (2).»
Dante ve con su. imaginación muchos ejemplos de cólera. Des- Como cuando nueva luz lastima los cerrados párpados
pues, ambos poetas, seguidos de un ángel, ascienden por las súbitamente se intercepta el sueño, y a u n q u e i n t e r r u m p i d o '
gradas que llevan al circulo cuarto.—Llegada la noche, se no h u y e del todo, así se evaporaron mis ideas enseguida que
paran.— Virgilio explica á Dante cómo en el circulo cuarto
se purifica el pecado de la Pereza. ¡ p t m, rostro otra luz más inmensa que la que se nos c o n -
(i) Gerardo !L
(i) T.ioo d e ironía. (1) Loiobardi opina que e s la meutira.
(3) El hijo natural de Alberto de la Scala, señor d e Verona. (2) La verdad según él mismo.
(4) Geoaiancia e s el a r l e de acerlar las cosas por los signos trazados ca- 13) El ángel borra la P. (Pecado d e la Pereza), diciendo: Venturosos los que
lloran. (Sau Mateo, V.)
sualmente e n papel ó arena.
Yo: «Una vision n u e v a que me sujeta á la tierra a c a b a d o
El á mi: «Bien sabrás por q u é hace el Cielo que estemos con
t r a e r m e tales dudas, q u e no puedo d e j a r de acariciarla.»
la espalda hácia él; pero antes scias quod ego fui successor
«Has visto, me respondió, á la vetusta hechicera, que er> Petri (1).
los círculos q u e se hallan bajo nuestra planta, bace ella sólo
»Por entre Sestri y Chiavari se engolfa un famoso rio (2),
verter tantas lágrimas. ¿No has reparado rambien cómo puede
del que nace el título q u e ostenta mi familia.
el hombre prescindir de ella?»
»Un mes y dias bastaron para d a r m e á conocer cuánto pesa
«Basta, Pisa la tierra con tu planta, y pon tu m i r a d a en el el gran manto en hombros del que le preservó del fango; en
llamamiento que te hace el eterno Rey con tus i n m e n s a s ;- comparación con ella, las demás cargas son plumas levísi-
ruedas. mas.
Lo mismo que el halcón, q u e e x a m i n a antes s u s g a r r a s , i »¡Oh! Tardía fué mi conversación; únicamente al n o m b r a r -
llega á la voz del cazador, y despues tiende su vuelo impulsa- me r o m a n o pastor, comprendí lo engañoso de la vida.
do por el anhelo de la presa que le trae, recorrí yo la a b e r t u -
»Allí pude ver que no habia reposo para el corazon, y que
r a de la roca que servia de escalera, y m a r c h é h a s t a el sitio ó
en la vida mortal no se podia subir más arriba: en cambio
entrada del circulo.
prendió en mi el fuego del a m o r á la e t e r n a vida.
Luego de e n t r a r en el círculo quinto, vi varias a l m a s echa-
»Hasta aquel punto fui a l m a miserable, a p a r t a d a de Dios
das con la espalda hácia arriba y llorando (1).
y del todo avaro, por lo que, como ves, recibo aquí el castigo.
«Ad/uesit pavimento anima mea (2), exclamaban en voz
»Lo que va en pos de la Avaricia, aquí se ve con la purifi-
casi imperceptible y ahogada por sollozos.
cación de las a l m a s e c h a d a s boca abajo, el más horrendo tor-
»¡Oh, escogido por Dios, en los que la justicia y la e s p e r a n - cedor que se halla en este monte.
za hacen menos penoso el tormento, guiadnos á las g r a d a s
»Como tuvimos fija nuestra vista en lo terrenal y no la ele-
superiores!
vó al Cielb, a h o r a les a r r a s t r a por los suelos de la Justicia ce-
— S i llegáis libres y exentos de p e r m a n e c e r echados, y leste.
deseáis e n c o n t r a r el camino más breve, siga vuestra diestra el
»Como la Avaricia agostó en nosotros el a m o r á todo v e r -
borde exterior del círculo.»
dadero bien, é hizo malograr toda buena obra, la Justicia nos
Tales fueron las súplicas de mi guia y la contestación q u e ^ castiga á este tormento.
le fué dada de un sitio algo apartado. En lo que dijo, c o m -
»Atados de piés y manos y sujetos, en tanto le plazca al
prendí que aquella alma ignoraba la mitad de mi destino.
justo Señor, estaremos aquí inmóviles y tendidos.»
Fijé mi vista en la de mi Maestro, quien por medio de una
Me prosterné y quise hablar; pero como lo notara el e s p í -
mirada de asentimiento me otorgó lo que mis ojos le d e m a n -
ritu con sólo e s c u c h a r , me dijo:
daban con tal deseo.
»¿Por qué doblas la rodilla?» Yo á él: «Ante vuestra d i g n i -
Viendo que podia o b r a r con libertad, me aproximé á aque- dad, me precisa la conciencia á humillarme.»
lla criatura, c u y a s palabras me lo habian hecho reconocer,
«Alzate y endereza tus piernas, h e r m a n o , me respondió.
diciendo: «Espíritu cuyas lágrimas sazona la expiación, sin la
Deja las preocupaciones, que como tú y todos los otros, sirvo
que no puede llegarse á.Dios, deja por mí un momento tu
al propio poder.
g r a n desvelo.
»Si comprendiste el pasaje del Evangelio santo, que dice:
«¿Quién fuiste y por q u é todos vosotros permaneceis boca ^ Ñeque nubent (3), no ignorarás por qué te hablo asi.
abajo? Dímelo, y también si deseas que consiga algo para tí
en aquel mundo del q u e salí vivo.»
(1) Adriano V, p a p a . - « S a b e q u e fui sucesor de Pedro.» Reinó un m e s y
nueve dias. Venia d e la familia Flesel, de Góuova.
(1J Dft los avaros. (5) La^agno.
(i) Salmo 118. (3) «Quiere decir q u e e n la eterna vida será igual todo el mundo.» No
habrá esposo ni esposa. (San Mateo.)
»"Vete pues, no quiero que te detengas más tiempo; tu pre-.^ Despues oí: «¡Oh buen Fabricio, qué preferiste la virtud con
sencia i n t e r r u m p e el lianto que proporciona la dicha de que i pobreza, al vicio con tesoros!»
antes hablaste. f Aquellas frases me eran tan queridas, que avancé para co-
»Alli abajo tengo una sobrina llamada Alagia (1), que es j nocer el a l m a que las emitía.
de natural bueno, si nuestra casa con su mal ejemplo no la ha ; ^ Todavía hablaba de la liberalidad con que favoreció Nicolás
maleado. a las vírgenes, para que no se extraviara su honor en el esco-
Ello de su juventud (1).
»A ella sola tengo allá en la tierra.»
C A N T O VIGÉSIMO
yo tu guia.»
| »¡Que en e | bienaventurado concilio te reciba en paz el t r i -
Exclamaban todos: «Gloria inexcelsis Deo.» según lo puede
bunal de lo justo, q u e me condena á eterno destierro'
entender, por venir de un sitio cercano al en que yo m e
hallaba. - » ¿ C ó m o podéis a n d a r con-tal velocidad, contestó el e s p í -
nfu, s. sois s o m b r a s de las que Dios no recibe en lo alto*?
Suspensos é inmóviles quedamos, como la primera vez q u é
¿Uuien pudo g u i a r o s hasta aquí?»
los pastores oyeron aquella música, hasta q u e acabó la oscila-
«Si observas las señales q u e este tiene en la frente trazadas
ción y cesó aquella. ' .
por el ángel, dijo mi Maestro, notarás que le asiste el derecho
Luego r e a n u d a m o s la m a r c h a de nuestro viaje santo, m i - de reinar entre los buenos (1).
rando las echadas a l m a s que proseguían en s u s quejas de cos-
»Mas como la que está hilando día y noche no habia c o n -
tumbre.
cluido con relación á éste de llenar el huso que Clotho dispone
Si no miente mi m e m o r i a , j a m á s me atormentó tan cruel
a cada uno de nosotros, su alma, que es nuestra h e r m a n a no
deseo, por saber lo q u e mi mente no lograba alcanzar. Como:
•podía ir sola a lo alto, pues no distingue como nosotros. Por
nuestra m a r c h a era entonces tan rápida, no me atreví á pre- lo que se me sacó de la vasta g a r g a n t a del infierno con objeto
g u n t a r ; de suerte, que proseguí mi camino, tímido y reflexivo.. de que le e n s e ñ a r a el camino, y lo h a r é en tanto mi ciencia
pueda encaminarle.
»Mas dime, si aeaso lo sabes, ¿por qué la m o n t a ñ a e x p e r i -
CANTO VIGÉSIMOPRIMERO mento poco hace tan enorme sacudida, y por qué desde la
cima a su base reblandecida por el mar, todas las s o m b r a s que
se hallan en él han parecido vocear á un tiempo*»
Estremécese el monte del Purgatorio y las almas cantan: «Glo-
ria á Dios.»—Prosiguen su camino los poetas y encuentran En esta pregunta hallaba Virgilio cual en u n a a g u j a el ojo
un Espíritu.—Le preguntan el motivo de aquel estremeci- de m, anhelo, de suerte que, g r a c i a s á la esperanza, fué mí
miento y del canto de gloria.—El Espíritu responde que acon- sed menos rabiosa.
* tece cada vez que una alma se acaba de purificar. —Ultima-
mente se da á conocer el Espíritu, resultando ser el poeta» El espíritu comenzó así: «No es cosa que haya sufrido el
Stacio. monte sin previo mandato, ó q u e se halle f u e r a de s u s leyes
»Este lugar está exceptuado de (oda alteración.' El m u r -
A sed natural que no se extingue sino con el agua, mullo no puede venir sino de lo que el cielo haya recibido en
por la que la m u j e r de S a m a r í a pidió la gracia, me ei de la s a n t a montaña, y no de otro modo; pues no llueve ni
acosaba impulsándome á seguir á mi guia por a q u e - graniza, ni nieva, ni cae rocío ni e s c a r c h a más acá de la puerta
lla áspera senda, sintiéndome enternecido ante los ae las tres g r a d a s pequeñas.
justos castigos de Dios. »No se ven tampoco en é l ' g r a n d e s ni ligeras nübes, ni cen-
De la misma m a n e r a q u e describe Lúeas la salida de Cristo
del sepulcro, presentándose á dos h o m b r e s que halló en el ¡ mm„,a íÍja ^ TaUmaS
' qUG t a n á m e n u d 0 cara
b i a de
sitio (2) allí abajo.
yo tu guia.»
| »¡Que en el bienaventurado concilio te reciba en paz el t r i -
Exclamaban todos: «Gloria inexcelsis Deo.» según lo puede
bunal de lo justo, q u e me condena á eterno destierro'
entender, por venir de un sitio cercano al en que yo m e
hallaba. - » ¿ C ó m o podéis a n d a r con-tal velocidad, contestó el e s p í -
ritu, s. sois s o m b r a s de las que Dios no recibe en lo alto*?
Suspensos é inmóviles quedamos, como la primera vez q u é
¿Quien pudo g u i a r o s hasta aquí?»
los pastores oyeron aquella música, hasta q u e acabó la oscila-
«Si observas las señales q u e este tiene en la frente trazadas
ción y cesó aquella. ' .
por el ángel, dijo mi Maestro, notarás que le asiste el derecho
Luego r e a n u d a m o s la m a r c h a de nuestro viaje santo, m i - de reinar entre los buenos (1).
rando las echadas a l m a s que proseguían en s u s quejas de cos-
»Mas como la que está hilando día y noche no habia c o n -
tumbre.
cluido con relación á éste de llenar el huso que Clotho dispone
Si no miente mi m e m o r i a , j a m á s me atormentó tan cruel
a cada uno de nosotros, su alma, que es nuestra h e r m a n a no
deseo, por saber lo q u e mi mente no lograba alcanzar. Como:
•podía ,r sola a lo alto, pues no distingue como nosotros. Por
nuestra m a r c h a era entonces tan rápida, no me atreví á pre- lo que se me sacó de la vasta g a r g a n t a del infierno con objeto
g u n t a r ; de suerte, que proseguí mi camino, tímido y reflexivo.. de que le e n s e ñ a r a el camino, y lo h a r é en tanto mi ciencia
pueda encaminarle.
»Mas dime, si aeaso lo sabes, ¿por qué la m o n t a ñ a e x p e r i -
C A N T O V I G É S I M O P R I M E R O
mento poco hace tan enorme sacudida, y por qué desde la
cima a su base reblandecida por el mar, todas las s o m b r a s que
se hallan en él han parecido vocear á un tiempo*»
Estremécese el monte del Purgatorio y las almas cantan: «Glo-
ria á Dios.»—Prosiguen su camino los poetas y encuentran En esta pregunta hallaba Virgilio cual en u n a a g u j a el ojo
un Espíritu.—Le preguntan el motivo de aquel estremeci- de m, anhelo, de suerte que, g r a c i a s á la esperanza, fué mí
miento y del canto de gloria.—El Espíritu responde que acon- sed menos rabiosa.
* tece cada vez que una alma se acaba de purificar. —Ultima-
mente se da á conocer el Espíritu, resultando ser el poeta» El espíritu comenzó así: «No es cosa que haya sufrido el
Stacio. monte sin previo mandato, ó q u e se halle f u e r a de s u s leyes
»Este lugar está exceptuado de (oda alteración.' El m u r -
A sed natural que no se extingue sino con el agua, mullo no puede venir sino de lo que el cielo haya recibido en
por la que la m u j e r de S a m a r í a pidió la gracia, me ei de la s a n t a montaña, y no de otro modo; pues no llueve ni
acosaba impulsándome á seguir á mi guia por a q u e - graniza, ni nieva, ni cae rocío ni e s c a r c h a más acá de la puerta
lla áspera senda, sintiéndome enternecido ante los ae las tres g r a d a s pequeñas.
justos castigos de Dios. »No se ven tampoco en é l ' g r a n d e s ni ligeras nübes, ni cen-
De la misma m a n e r a q u e describe Lúeas la salida de Cristo
del sepulcro, presentándose á dos h o m b r e s que halló en el i (2)
sitio m m allí
„ , a abajo.
íÍja ^ TaUmaS
' qUG t a n á m e n u d 0 cara
b ¡ a de
Virgilio, entoncesdijo: «El a m o r nacido de la virtud inflama «Al c a n t a r tú los nefandos combates de donde emanó la doble
otro a m o r , siquiera brille extraordinariamente su llama. tristeza de Jocasta, no veo (en los acentos en que Clio expresa
»Desde el instante en que J u v e n a l bajó 1 limbo del Infierne?, por tu boca) q u e te colocara la fe con los fieles, sin la que las
con nosotros, y me mostró el cariño que me profesabas^ fué buenas obras son e f í m e r a s .
tal mi voluntad para contigo, que no existirá otra m á s grande) »Si es esto, ¿qué sol ó luz disipó de tal m a n e r a tus tínte-
por persona que j a m á s se ha visto; de suerte, que tendré pi las, que encaminases luego tus velas hacia el barquíchuelo
muy corta la ascensión de estas g r a d a s . Bel pescador?»
»Mas dime, y perdona como amigo, si la confianza suaviza I El: «Tú, el primero, me dirigiste al P a r n a s o , para b e b e r e n
el freno de mi lengua, y también como amigo háblame. ¿Cómo ¡ i m a » a n t i a l e s : y también el primero que me iluminó en el
la avaricia pudo anidar en tu corazon, sin embargo del rect mor á Dios.
sentido que te escudaba.?» | »Tu hiciste cual el que anda de noche, llevando detrás de él *
S lacio sonrió al oir aquellas palabras, y respondio: ' na luz que le es inútil, más que g u i a en su camino á las per-
«Tus p a l a b r a s son tan dulces para mí, como otras tan nas que van detrás de él, sobre todo ai decir: «El siglo va
pruebas de afecto. ¿regenerándose; renace la justicia con los tiempos primitivos
el genero h u m a n o , y nueva raza viene del Cielo.»
«Fui por tí poeta y cristiano. P a r a que entiendas m á s fácil-
(i) La de la Avaricia.
..... Quid non mortaliapectora cogis.
mente mi obra tenderé la m a n o para pintártela con s u s v e r -
(J)
Auri sacra farnesi fEneid., lib. 111) e d e r o s colores.
«El mundo entero estaba ya impregnado de la verídica! Aquella costumbre fué la indicación, y e m p r e n d i m o s más
creencia sembrada por los e m b a j a d o r e s del eterno reino, y tus segura marcha, luego de convenir en ello la virtuosa a l m a .
citadas frases se referían á los nuevos apóstoles; así que yo me Ellas m e precedían; yo iba solo d e t r á s oyendo s u s palabras,
acostumbré á visitarlos. que tan clara me daban á conocer la poesía.
»Despues los vi tan llenos de santidad, q u e al perseguirlo! Sin embargo, pronto fuimos interrumpidos por la vista de un
Domiciano, mis lágrimas se mezclaron con las suyas. árbol que hallamos enmedio del camino, lleno de delicados
»Mientras estuve en la tierra, les di mi apoyo, haciéndome y odoríferos frutos.
s u s rectas obras despreciar las otras también rectas. Y como según se va elevando al Cielo va disminuyendo el
»Antes q u e condujese los griegos en mi poema al rio d abeto de r a m a en r a m a su tronco, aquel le disminuía según
Thebas, habia sido bautizado; mas por temor fui cristiano se a p r o x i m a b a á la tierra, tal vez para que nadie trepase
secretamente, seguí mucho tiempo ostentando el paganismo. por él.
Aquella tibieza fué origen de que recorriera el cuarto circuí De una roca nació un cristalino liquido por el lado en q u e
m á s de cuatro siglos. cerraba nuestro camino, que iba extendiéndose sobre las
»Tú, que rompiste el velo que me vedaba el s u p r e m o bien, hojas.
ya que nos sobra tiempo hasta llegar al fin de nuestro camino, : Ambos poetas se llegaron al árbol, y del centro del follaje
dime, si lo sabes, ¿dónde está nuestro antiguo Tere neo? Y les gritó una voz: «Absteneos de este alimento.»
Cecilio, Planto, Y a r r o n , ¿do están? Di si fueron condenados,] Despues añadió: «María se cuidaba más de que fuese digna
y á qué círculo.» la boda, que de su propia boca, que hoy r u e g a por nosotros.
—«Todos ellos, Persio, yo y otros varios, dijo mi guia, per- »Las r o m a n a s a n t i g u a s se conformaron con beber agua;
manecemos con aquel griego á quien las rñusas alimentaron- Daniel, despreciando el m a n j a r , adquirió la ciencia.
más que á otro alguno. Estamos en el círculo primero de la »Bello cual el oro fué el primersiglo; con h a m b r e , las bello-
tenebrosa cárcel, tratando aun a l g u n a s vetes del m o n t e e n que? tas fueron deliciosas; un néctar fueron los arroyuelos con
todavía residen n u e s t r a s nodrizas. la sed.
»Están también con nosotros Antifonte, Simonides, Aga- »Miel y langosta fué el alimento del Bautista en el desierto;
thon y otros griegos, que ornaron s u s sienes de laurel en otros por lo que fué tan digno cual os lo retrata el Evangelio.»
tiempos.
»Allí se ven tus heroicas, Antigona, Deifilia, A r g i a é l s m e n a ,
tristes como a n t e s CANTO VíGÉSIMOTERCERO
»Está la que inició Langia (1), la hija de Tiresias y T h e t í s |
Deidamia y s u s h e r m a n a s . »
Los dos poetas callaron para ver con atención lo que habia Dante, Virgilio y Slacio hallan las almas de los Golosos.—
á su alrededor, por h a b e r ya subido las g r a d a s y pasado I g'Extenuados de hambre y sed, mascan de continuo, aunque en
' vano.—Buonagienta, de Lúea, Bonifacio, meser Márchese y
muros.
; Foresto,—Censura del último contra los vestidos inmodestos
Las cuatro siervas del dia (2) ya quedaban detrás, y Ji f de las damas de Florencia.
quinta se hallaba en el timón del carro, encaminando hácia lo
alto su encendida punta, cuando mi g u i a d i j o : «Me parece que I T 'JADA mi vista en el verde follaje, como el que m a l -
debemos volver nuestro hombro derecho al borde del círculo,] • J j P » gasta el tiempo siguiendo á u n a mariposa, el que
para dar vuelta á la montaña, como acostumbramos.» Para mi era más que padre, decía: «Ven á mi, q u e -
í rido hijo, hay que invertir mejor el tiempo q u e se
(1) 1.a f u e n t e Langia. q u e indico 11ypsipy le á los cazadores. nos concedió.»
m cuatro hora» primeras. A la vez dirigí mi vista y mis pasos hácía los sabios q u e
j
tan c n e r d a m e n t e hablaban, y que gracias á ellos no me era A lo que contesté: «Tu presencia, la que lloré m u e r t a va,
difícil andar; cuando de repente se oyó llorar y cantar: labia \ no excite m e n o s mi pena al verte hoy tan trasformada.
mea, Domine, de una m a n e r a que produjo en mí placer y pena
»Dime, pues, en nombre de Dios, la causa de vuestra fla-
á un tiempo.
queza; no me hagas hablar de otro asunto, en tanto que no
«¡Oh dulce Padre! exclamé, ¿qué es lo que oigo?» y él c o n - calme mi asombro, porque mal se puede hablar de una cosa
testó: «Sombras q u e acaso van á desatar el nudo de s u s estando absorbido por otra.»
pecado^.»
«De la Eterna justicia, dijo, viene una virtud sobre el a g u a ,
Gomo pensativos caminantes que hallan á s u paso p e r s o n a s : ! y ese suelo q u e ya dejamos detrás, y aquella secreta virtud, es
desconocidas, hacia las que se vuelven sin parar su m a r c h a , j la que de tal s u e r t e nos e x t e n ú a .
una muda y piadosa cohorte venia en pos de nosotros á paso »Todas esas a l m a s que lloran y cantan por haber obedecido
lijero, y al adelantarnos se fijaban en nosotros. ciegas á su boca, han de purificarse aquí por medio de h a m -
Todos ellos tenian ojos negros y hundidos, y el rostro tan bre y sed.
pálido y descarnado, que su piel dibujaba los c o n t o r n o s de »El a r o m a que viene de las f r u t a s y el agua q u e se extiende
s u s huesos. por la verdura, enciende en nosotros el anhelo de comer y
Creo que Eresichthon no se veria reducido á una tan seca beber, sin que una vez sola al pasar por este sitio no se avive
piel, cuando m á s temió por el h a m b r e . De suerte, q u e decía ! nuestra angustia; angustia dije, debiendo decir consuelo, pues
yo pensando en mí propio: «Tal era la nación que a r r u i n ó á la voluntad que nos lleva al árbol es la que indujo al Cristo á
Jerusalen al comerse María á su mismo hijo (1).» decir lleno de júbilo: ¡Eli! al libertarnos con la s a n g r e d e s ú s
S u s ojos eran como anillos sin piedras; el que en la faz del- venas (1).»
h o m b r e lee las letras O. M. 0 . , hubiera podido notar p e r f e c -
Yo le dije: «Foresio (2), desde el dia que cambiaste el
tamente en su cara la letra M. (2).
mundo por la mejor vida, aun no trascurrieron cinco años.
¿Quién, ignorante de la causa productora de tal efectos- Si el poder de pecar terminó en tí antes de llegar la hora del
hubiese creído que el olor de una fruta y de un liquido exci- saludable dolor q u e nos reconcilia con Dios, ¿por qué viniste
tase su anhelo hasta el caso de atormentarles tan horrible- i aqui arriba? Yo me figuré hallarte aun allí abajo, donde se
mente?
repara el tiempo con el tiempo.»
^ o me admiraba al ver su extenuación, porque ignoraba la El: «Es mi Nella la que con s u s constantes quejas me hizo
causa de su flaqueza; cuando hé aquí que de los huecos de s u s ' j libar el grato a j e n j o del dolor. Con s u s preces piadosas y sus-
cabezas, volvió su vista hácia mí una sombra, que mirándome 1
piros me estrajo de la costa do se espera, librándome de los
con fijeza, exclamó con estentórea voz: «¿Qué g r a c i a tan espe- ,
demás círculos.
cial se me otorga?
»Es tanto más amable á Dios mi buena vida, á la que
Por su fisonomía j a m á s le hubiera reconocido; mas su voz
tanto quería yo, cuanto que es sola en obrar bien, porque la
me patentizó cuánto habían perdido s u s facciones, y el recuerdo |
Barbagia de Cerdeña tiene más púdicas m u j e r e s que la B a r -
de lo que fueron antes aquellos deformes labios, y conocí el |
bagia e n que yo dejé la mia (3).
rostro de Foresio.
»¡Oh dulce hermano! Se presenta ya á mis ojos un futuro
¡Ah! me dijo, no te fijes en esta lepra q u e quita el color de !
tiempo, para el que no será muy r e m o t a la h o r a presente^ en
mi piel, ni en la c a r n e de que carezco; dime sólo la verdad
¿Quiénes son las dos a l m a s que te escoltan?
(1) Eli, ¿lammu sabaclbam? Dios m i ó , ¿por q u é m e aban lona^te'.'
(i) FOresio, florentino, era h e r m a n o <ie Corso D o n j t i y d e la b e l l a P i c a r d a
(1) Mientras el c e r c o d e Jerusalen por T n o . que h a l l a r e m o s e n el c a n t o III del Paraíso.
(2) s e g ú n fisonomistas, »e p u e d e leer 0 M 0 , así d i s p u e s t o | o | o | e n t a s facciones (3) Monte d e Cerdeña, d e m a l a fama.—La otra B j r b a g i a q u i e r e d e c i r F l o -
d e n u e s t r a cara. Las d o s O s o n l o s ojos y la nariz, c e j a s y m e j i l l a s l a s forman la M. rencia.
el que se prohibirá desde el pulpito á las deshonestas floren-
dos veces me daban á entender en los hoyos de s u s ojos la
tinas s e g u i r mostrando los pechos.
sorpresa que Ies-causaba al verme vivo.
»¿Qué m u j e r e s b á r b a r a s ni s a r r a c e n a s hubo n u n c a , q u e
Yo, siguiendo mi conversación, observé: « E s a s o m b r a , por
p a r a obligarlas al decoro se tuviera que acudir á c e n s u r a s
culpa de otro, va tal vez á lo alto con m á s pausa de la que
espirituales ú otras órdenes?
quisiera.
»Mas si aquellas libertinas supieran lo que para muy en
«Y dime, si no lo ignoras, ¿dónde se halla Picarda (1)? como
breve les depara el cielo, ya tuvieran abierta la boca para
también si entre esta infinidad que me mira hay a l g u n a p e r -
aullar; pues que si no se equivoca mi previsión, estarán tristes
sona notable para mí.»
antes de que el vello se dibuje en las mejillas del niño mecido,
todavía en la cuna al a r r u l l o de su a m a . Foreeio respondió: «Mi h e r m a n a , tan h e r m o s a y buena ( q u e '
no sé lo que fué más), triunfante disfruta ya de su corona en
»¡Ay hermano! no te ocultes más; ya ves que no sólo yo,
las alturas del Olimpo.»
sino todas esas a l m a s , m i r a n el punto en que tu cuerpo veló
I.uego añadió: «Aquel puede llamarse á cada uno por su
el sol.»
nombre á causa de lo q u e alteró el hombre nuestra s e m e -
«Si te acuerdas, dije yo, de lo que fuiste para mi y cómo janza,
me conduje contigo, creo que aquel recuerdo te s e r á enojoso.!
»Este (indicándole con el dedo) es Buonagiunta de Luca (2),
El sabio que marcha delante de mí me sacó de aquella vida
y aquella sombra q.ue está s e p a r a d a y flaca de las otras, tuvo
hace pocos di a s cuando la h e r m a n a de aquel (indicándole el
en s u s brazos á la s a n t a Iglesia. Procedía de Tours, y expía
sol) se hallaba en toda su redondez. Ese sabio me llevó á tra-
por medio de a y u n o las a n g u i l a s de liolsena (3), que mandaba
vés de la noche profunda hasta los muertos verdaderos, y eon-
g u i s a r con vino blanco.»
mi verdadera c a r n e que le va siguiendo.
Otros muchos me citó, y parecía que era gusto de ellos el
»Su favor me ha sostenido hasta aquí en las g r a d a s y reco-
que Ies n o m b r a r a , pues ni uno se puso sombrío.
dos de la montaña, que os endereza á vosotros por el m u n d o
E n t r e aquellos h a m b r i e n t o s que estropean s u s dientes m a s -
haberos torcido. Dice q u e me a c o m p a ñ a r á hasta el sitio en
cando inútilmente, vi á Ubaldino della Pila, y á Bonifacio, que
que estará Beatriz. Allí me q u e d a r é sin él.
con su roquete alimentó á tantos (4).
»Virgilio es quien me habló de este modo (señalándoselo
También vi á messer Márchese, que tan sobrado tiempo
con el dedo); y el otro e s la sombra por la que poco hace retem-
tuvo para beber en Eorlí (5) y que sin embargo de no a p u -
blaron todas las bóvedas de vuestro vasto imperio al sepa-
rarle la sed, j a m á s se vió satisfecho.
r a r s e de él.»
Como el que principia por e x a m i n a r y concluye por estimar
más lo uno que lo otro, así hice yo con el de L u c a , que a p a -
CANTO VIGÉSIMOCUARTO rentaba conocerme más que los otros.
E n su especie de murmullo parecia n o m b r a r á Gentucca (6),
Los tres poetas dejan á Foresio, y llegan cérea de otro árbol, con aquella g a r g a n t a , á pesar de estar llagada y consumida
de! que nace una coz que recita ejemplos de gida.—Ultima- por disposición de la Divina justicia.
mente un ángel les indica las gradas del sétimo y postrer
circulo.
(I) Pwarda, h e r m a n a d e Foresi»,
UESTKA conversación no daba lugar á q u e languide- (í) Riionagiiinta, g r a n p o e t a d e Luca.
ciera nuestra m a r c h a ; antes, por el contrario, a n d á - , (3) Martin IV d e T..urs, papa.
( i ) Ubaldino d e l l a Pila y Bonifacio, arzobispos, f a m o s o s g l o t o n e s .
bamos con la presteza del buque impulsado por (5) Marqués d e Rigogliosi Su s u m i l l e r l e d i j o e n una ocasión, q u e s e l e critici-ha
viento favorable. porque n o hacia m á s q u e beber; á lo q u e a q u e l r e s p o n d i ó riendo: ¿Por q u é n o d i r . n
q u e s i e m p r e tengo s e d ?
Y las almas, que asemejaban á cosas ú objetos muertos
(6) Hermosa j o v e n d e Luca, à i a q u e Dante a m ó e n h o u o r á Beatriz.
«¡Oh sombra, le dije, que tan deseosa de hablar conmigo »El paso de la fiera va a u m e n t a n d o en rapidez, y a u m e n -
pareces, haz de m a n e r a que te pueda c o m p r e n d e r y que t u s tará más, h a s t a que el cuerpo chocando en todas partes', q u e d e
palabras nos s e a n g r a t a s á todos.» h o r r o r o s a m e n t e destrozado.
Entonces principió asi: «lia nacido u n a m u j e r que todavía »Ya no pueden g i r a r mucho esas esferas (levantando su
no ostenta el velo que te h a r á agradable mi ciudad, a u n q u e m i r a d a al Cielo), para que entiendas lo que mis palabras no
algunos se lo censuren. I r á s con esta predicción; si padeciste pueden a c l a r a r t e más.
algún e r r o r por el que yo m u r m u r o , lo que acontezca te lo
»Te dejo, por que el tiempo es de g r a n valía en este reino,
demostrará.
y ya llevo perdido mucho hablando así contigo.»
»Mas dime, ¿acaso no contemplo al que acaba de publicar Como ginete que á galope se lanza de e n t r e el escuadrón
los versos q u e empiezan de este modo: «Damas, q u e sabéis lo que adelanta, p a r a lograr la h o n r a del primer encuentro, se
que es a m o r (I)?»
separó aquel espíritu de nosotros, quedando yo en el c a m i n o
Yo á él: «Cuando m e inspira Amor, obro de m a n e r a q u e con los dos que fueron en poesía tan célebres capitanes (1).
cuanto me dicta interiormente lo revela el exterior.» Al hallarse bastante léjos para que mis ojos pudieran
—«¡Oh hermano! dijo.' Ahora veo claro el nudo que nos seguirle, cual mi espíritu siguió s u s palabras, noté las r a m a s
sujetó al Notario, á Guitone y á mí (2) á tan largo trecho de de otro árbol frutal, cuyas m a c a n a s estaban harto cerca de
aquel hermoso y nuevo estilo que me reveló. En este instante mí por hallarme vuelto hacia aquella parte.
veo cómo vuestras plumas retratan con fidelidad al q u e tan En las raíces de aquel árbol vi levantar las m a n o s á v a r i a s
bien dicta, lo que á la verdad no sucedió con los nuestros. E l almas, y gritar como niños que, acosados por vanos deseos,
otro que trepa á más a l t u r a , no distingue u n ' e s t i l o de otro;» hacen m u c h a s súplicas, á las que no responde aquel á quien se
y cali., como satisfecho. dirigen; y que para avivar más su apetito, hace pender s o b r e
Como las aves que se están en el invierno cabe el Nilo for- ellos y sin ocultarlo el objeto de su vehemencia.
mando a l g u n a s veces una compacta masa, todas las s o m b r a s Despues partió aquella cohorte como d e s e n g a ñ a d a , y
q u e estaban allí volvieron el rostro y aligeraron el paso, velo- advertimos entonces el g r a n d e árbol, sordo á tantas preces y
ces por su flaqueza y por su voluntad. lágrimas.
Cual hombre que rendido de correr deja adelantar á s u s «Continuad adelante sin aproximaros; más elevado es el
compañeros, y anda con lentitud hasta reponer su sofocada árbol cuyo fruto mordió Eva, y del que es un retoño el árbol
respiración, dejó Foresio q u e a d e l a n t a r a la s a n t a cohorte, que veis.»
marchando detrás de ella conmigo, diciéndome: «¿Cuándo le
Esto dijo no sé quién, á través de las r a m a s . Virgilio, S t a -
volveré á ver?»
cio y yo adelantamos, codeándonos para a p r o x i m a r n o s más á
—«Ignoro la vida que me resta, le respondí; pero mi vuelta la parte do se eleva la senda.
no será tan cercana, que en alas del deseo nó haya a r r i b a d o «No os olvidéis, añadió la voz, de los malditos formados e n
ya antes á la orilla; pues el lugar en que se me colocó para las nubes, cfue repletos combatieron á Theseo con su doble
vivir de día en dia, se desprende cada vez más del bien, y
pecho. No os olvidéis de los hebreos q u e bebiendo denotaron
parece destinado á una lastimosa ruina.»
su molicie, por lo que no los aceptó Gedeon como c o m p a ñ e r o s
—«Veo al más culpable (3) atado á la cola de una fiera, cuando bajó las colinas cerca de Madian.»
a r r a s t r a d o al valle en que no se p e r d o n a n i n g u n a culpa.»
Asi, al a c e r c a r n o s á uno de'los dos bordes, d i s c u r r í a m o s
escuchando los distintos pecados de la gula, seguidos en otra
<>) El Amor.
época de j u s t a s miserias. Luego de encontrarnos n u e v a m e n t e
(2) Jacobo Lentino, llama l o Notario,y G .¡tone d e Arezzo, poetas de poca valia
(3) Corso Donat., j e f e de l o s Negros y l. , . , n a n o d e Foresio, q u e pertenecía a
los blancos, f u e m u e r t o e n las c a l l e s (le Florencia e n 1308.
(1) Virgilio y Stacio.
enmedio del camino y de h a b e r andado m á s de mil pasos,
meditando cada uno sin hablar. Menos vivo es el deseo de la tierra cigüeña que aletea al
«¿Dó vais tan pensativos y solos?» dijo repentinamente i dejar s'u nido, que el mió por saber quién era el que de aquel
una voz que me hizo estremecer, como se estremece un a n i - modo se encendía y apagaba, llegando hasta simular el movi-
miento del que se propone hablar.
mal apocado ó miedoso.
A u n q u e n u e s t r a m a r c h a f u e r a arto veloz, no dejó de insi-
Alcé la^eabeza para ver lo que era, y nunca se observó en nuarme mi Maestro: «Dispara el arco de tu palabra, que tie-
la f r a g u a vidrio ni metal tan reluciente y enrojecido, como lo nes tendido hasta el hierro.»
era el espíritu que decia: «Si deseáis subir, pasad por aquí
Entonces, con seguridad, empezé asi: «¿Cómo se enflaquece
por ser ésta la senda del que aspira á la paz.»
allí donde el alimento no es preciso?»
•Como brisa de Mayo, precursora de la a u r o r a , que d i f u n -
—«Si te a c o r d a r a s cómo Meleagro se consumió según se
diéndose e m b a l s a m a , por estar impregnada de a r o m a s , a d -
iba consumiendo u n a brasa, me respondió, no tendrías a h o r a
vertí yo que un a u r a acariciaba mi frente, y noté el movi-
tal dificultad en entender esto.
miento de la pluma q u e me hizo aspirar el a r o m a de la
»Y si contemplases que al deslizar vuestra imágen se d e s - .
ambrosía (t).
liza en el espejo, lo que crees verde te parecería maduro.
También oí decir: « V e n t u r ^ o ^ los que de tal m a n e r a se
»Mas para q u e satisfagas tu deseo, aquí está,Siacio, al que
hallan inspirados por la gracia, que el cariño á la comida no
invoco y ruego sea la panacea de tus heridas.»
hace h u m e a r en su corazon hartos deseos, y sólo siente a p e -
—«Si allí donde eres, le manifiesto el reino eterno, repuso
tito en tanto que es esta morada.»
Stacio, sea mi evasiva el no poderme negar.»
Despues continuó: «Hijo, si tu alma recibe y conserva mis
palabras, no te quepa duda que te iluminarán respecto á lo
CANTO VIGES1M0QUINT0 que dices.
«La parte m á s pura de la s a n g r e que j a m á s absorbieron
las voraces venas, quedando como los supérfluos alimentos
Sétimo y último circulo, do se purifica el pecado de la Lujuria fuera de la mesa, ejerce u n a virtud en el corazon que le pre-
—Explica Stacio á Dante la portentosa obra de la generación dispone á la formación de todos los miembros h u m a n o s , según
y de qué manera revisten las almas una sombra visible —Som-
bras que entre las llamas citan ejemplos de Castidad.—Con- lo que para t r a s f o r m a r s e en aquellos miembros atraviesa las
tinuación.—Ven los poetas varias almas de Lujoriosos que venas.
entre las llamas adelantan hádalas primeras.—Al juntarse »Despues, al estar más digerido, baja á un sitio, que es
se abrasan citando ejemplos de Lujuria, y después siquen mejor callar que mencionar, de donde se alambica s ó b r e l a
J
su marcha. <f
sangre en el vaso natural de otro sér, do u n a y otra sustancia
se j u n t a n , dispuesta la una á obrar por efecto de la perfección
RA ya la hora en que para s u b i r no consentía el r e t a r - del punto de que e m a n a .
darse, pues el sol habia abandonado el círculo m e r i - »En aquel momento principia á obrar la paterna s a n g r e ,
dional en Tauro, y la noche en el Escorpion (2). coagulándose primero, y despues revivando lo que hábia
De s u e r t e que cual hombre que nada le detiene en hecho consistente con su materia.
su m a r c h a , cualquiera que s e a l a idea que le domine, penetra- »La activa virtud de la s a n g r e paterna, trocada en alma
mos el pasaje uno de otro en pos, y tomamos la escalera, que vegetativa tal como Jas plantas (con la única distinción de que.
por su a n g o s t u r a precisa á s e p a r a r s e á los que la suben.' ésta sigue su curso, en tanto q u e la otra está ya en la oriíla), »
obra de suerte que desde luego principia á agitarse y sentir
(1) Borra el ángel la P. d e la f í e n t e de Dante, signo de la Gula. cual la esponja m a r i n a , y despues organiza la facultad del
(2) Las dos de la tarde. hombre, de que es el g é r m e n .
»5lijo a m a d o , tan pronto e n s a n c h a como se dilata la virtud
procedente del paterno eorazon, y del q u e la naturaleza deriva mudas" L ' s r " " -
todos los miembros; m a s como pasa de animal á racional, no
mudas, mas la memoria, inteligencia y voluntad, tienen en s u
pueden entenderlo a u n ; cuestión es ésta q u e equivocó á otro
T V , r a , e n t o m á s sumidad que antes
más sabio que tú (1), cooperando con su doctrina á apartar
| H » 8 . n parar y por si sola, llega el a l m a á una de las riberas
del al ma el intelecto posible, por no observar en éste ningún
| en que se le md.ca la senda que debe seguir; d e s p u e s w l
órgano especial.
I ^ " " " I , a Z ° ' I U C e á S " « » H a virtud i „forma tí va
»Abre tu razón á las verdades q u e te demuestro, y sabe
r m i e S r . m°d° y tan ! S p ! e í f ¡ g — cuando v i v i ó " s u "
que tan luego queda acabado en el fetus el articular del c e r e -
| »Y así como cuando la atmósfera se halla lluviosa, efecto
bro, alegre el P r i m e r Móvil se vuelve hácia aquella grande de os ,. a y o s d e | s o , , ( u e , a b a f í a n e o r n a cto
obra de la naturaleza, inspirándole un nuevo espíritu que
rebosa virtud, y que junto á su sustancia forma con la parte 1 m a t o m a e n í o r , , , a f m a
, ~men te le rda el alma
r q u e se desprende° de ella
°'- v i ^ l
activa de ella una sola alma que vive, que siente y que se
: Y 3 m,tac 0n d e la
mueve. j '' ' «MÍ s i g u e al fuego en todos s u s
mov m.ea.os, la nueva forma va en pos de. espíritu.
» U l f m a m e n t e , debiendo á aquella forma el a l m a s u a p a -
nam
fc^ln tT"Vbra; - d a uno d e s ú s
M
1 d aml T e ' ^ ' a V,S,a" P°'- cual
- hablamos, reimos
y dei r a m a m o s lagrimas, según lo h a b r á s oido en la m o n t a ñ a .
(1) Averrobes.
1 . 16
Y a estábamos en el postrer tormento, y girando á n u e s t r a Y volvió á cantar, celebrando á las m u j e r e s y á los maridos
derecha, cuando otro cuidado nos sorprendió. Allí al borde <,»e fueron castos, según lo prescriben L virtud , f
del monte impelia la llama hácia el exterior, saliendo del
abismo un viento que la llevaba hácia lo lejos, p r e c i s á n d o - fe W * ° qUR CPe0
' ,6S
" SUfic¡e
"te Pole«VeLpo e"
nos á m a r c h a r uno d e t r á s de otro por el borde del precipi-
cio; asi que por un lado temia el fuego y por otro lado al
Que su herida postrera del Purgatorio se cicatrice.
abismo.
Mi Maestro me decía: «Aquí hay q u e r e f r e n a r la vista
Bs * * ' $38
c u a n d o tan fácil es equivocarse.»
Surrímce Deus clementice (1), oi c a n t a r enmedio de aquel CANTO VIGÉSIMO SEXTO
volcan, lo que despertó en mi el no menos abrasador deseo de
volverme.
Yí recorrer las llamas á varios espíritus, y a u n q u e segui
mirándolos, fué alternando mi vista entre s u s pasos y los
mios.
Luego de aquel himno, entonaron: Virum non coy nosco (2);
y despues volvieron á e n t o n a r el himno en voz baja.
BAMOS siguiendo á lo largo el bosque uno en pos de otro
diciendonos á menudo el célebre « W J 1
g
_ que lleves cuidado y te ayudes ¡ M
- El sol que brillaba ya por todo el Occidente, trocando
en blanco mate su color celeste, daba á mi hombro derecho
h a c e n d ó aparecer con mi cuerpo mas rojiza la I . I a T ^ W
almas que andaban preocupadas
de
¿ Z Z Z Z Z Z R ^ -o
Despues quisieron saberlo con seguridad v se me . n n •
- r o n cuan.o pudieron, m a s
fuego no pudiera alcanzarles.
«¡Oh tú, que vas rezagado de los otros dos, no por cami
nar mas pesado, sino acaso por respeto, díme s e Z Z l
la sed y el fuego! No sólo para mí es necesaria tu r e s p u e s t a
pues todos estos tienen una sed más voraz que la otm sTenten'
9
Por el agua fria los indios ó los etiope«
Concluyéndolo, volvieron á gritar: «Diana se quedó en el »D,,¿por q „ é con tu cuerpo formas una muralla q u e se
bosque, arrojando de él á Hélice, que había gustado el veneno antepone al sol, cual si todavía no hubieras caido en p o ^ r de
d e V e n u s (3).»
De esta s u e r t e me hablaba una de las s o m b r a s á í „
" (t) H i m n o q u e se c a n t a e n los mait ines del sábado.
d se
(2) S a n L u c . i. acababa de presentar á mi vista
(3) N i n f a d e Diana á q u i e n s e d u j o Júpiter.
Por medio de la inflamada senda llegaba otra cohorte, con
Y a e s t á b a m o s en el p o s t r e r t o r m e n t o , y g i r a n d o á n u e s t r a Y volvió á c a n t a r , c e l e b r a n d o á las m u j e r e s y á los m a r i d o s
d e r e c h a , c u a n d o otro cuidado n o s s o r p r e n d i ó . Allí al borde <|ue f u e r o n castos, s e g ú n lo prescriben L virtud , f
del m o n t e impelía la llama h á c i a el e x t e r i o r , s a l i e n d o del
a b i s m o un viento que la llevaba hácia lo lejos, p r e c i s á n d o - fe r aWS *a ; °P q UU R6 C SP e t0 ' o , 6 S " SUfic¡e
"te Pole«VeLpo e"
n o s á m a r c h a r u n o d e t r á s de otro por el borde del p r e c i p i - :^r - t a , e S S
° " - ¡ ^ o s tales
de
¿ Z Z Z Z Z Z R ^ -o
D e s p u e s quisieron saberlo con seguridad v sp m* •
- r o n 0 U a „ , „ pudieron, m a s g „ a , & 2 g |
fuego no p u d i e r a a l c a n z a r l e s .
«¡Oh tú, que vas r e z a g a d o de los otros dos, no por camí
nar m a s pesado, sino a c a s o por respeto, díme s e Z Z l
la sed y el fuego! No sólo p a r a mí es n e c e s a r i a tu
pues todos estos tienen u n a sed m á s voraz q u e la qtm sTenten'
9
Por el a g u a fría los indios ó los etiope«
Concluyéndolo, volvieron á g r i t a r : «Diana se q u e d ó en el : J a p o r q u é con tu c u e r p o f o r m a s u n a m u r a l l a q u e se
b o s q u e , a r r o j a n d o de él á Hélice, q u e había g u s t a d o el veneno antepone al sol, cual si todavía no h u b i e r a s caído en p o ^ r de
d e V e n u s (3).»
De esta s u e r t e me h a b l a b a u n a de las s o m b r a s á í „
" (t) H i m n o q u e se c a n t a e n los mait ines del sábado.
se
(2) SanLuc. i. ^ a c a b a b a de p r e s e n t a r á mí vista
(3) N i e l a d e Diana á q u i e n s e d u j o Júpiter.
P o r medio de la inflamada s e n d a llegaba otra cohorte, con
el rostro vuelto á la primera, lo que me llevó á la sorpresa y •de experiencia á nuestros ámbitos! contestó la s o m b r a que al
á la duda. principio nos i n t e r r o g a r a .
En u n a y otra parle observé que las s o m b r a s se a p r e s u r a -
» »Las s o m b r a s que no vienen con nosotros, hicieron el , eca-
ban y se abrazaban, pero sin detenerse, quedando por las tra-
do por el que César, mientras su triunfo, fué objeto de mofa
zas tan satisfechas con aquella pequeña muestra de aprecio;,
y oyó que le llamaban reina (I).
asemejando á las hormigas que enmedio de s u s tostadas legio-
»Por eso l e a p a r t a n gritando: ¡Sodoma! reprochándose
nes van á encontrarse c a r a á c a r a , tal vez por preguntarse
^ según oíste, y excitando con su vergüenza la voracidad de la
con respecta de su camino ó s u botin. llama.
Luego do aquella cariñosa entrevista y antes de moverse,,
todas las a l m a s principiaron á vocear con todas s u s fuerzas, »Nuestro pecado todavía fué más en contra naturaleza- pero
las de la cohorte primera: «¡Sodoma y Gomorra!» y las de la como no observamos la ley h u m a n a , y por el contrario s a -
otra: «Pasife se envolvió con el pellejo de u n a becerra p a r a ; -ciamos nuestro apetito como bestias, así por nuestro baldón
que el toro se echara sobre su lujuria.» [ preterimos cuando nos s e p a r a m o s el nombre de aquella que
Despues, como grullas q u e se e n c a m i n a s e n , parte á los » •se troco en bestia con la piel de otra bestia.
montes Rífeos, parte á los arenales; unas temerosas por el celo \ » ^ a sabes n u e s t r a s acciones y culpas. Si deseas saber
y otras por el sol, obraron ambas cohortes; yéndose la una e n
paraeiion0mb,'e' ^ aCaS
° Sabr¡a dtíCÍI telo
' > ni
espacio
tanto venia la otra, y llorando todas, principiaban nuevamente
s u s cantos, y los gritos q u e mejor les convenían. »A pesar de todo .te diré el mió: Soy Guido de Guinicelli (2)
v estoy purificándome por h a b e r m e arrepentido antes de mi
Entonces volvieron á a c e r c a r s e á mí las primeras almas-
oostrera hora.»
que me interrogaran, y me parecieron atentas y preparadas.1
á oir. Como se mostraron los dos hijos al notar á su madre some-
Yo, que había por dos veces observado su anhelo, principié tida al furor de Licurgo (3) así me mostré yo (mas no con el
asi: «¡Oh a l m a s que teneis la seguridad de a r r i b a r al estado de I p e n e s , q u e hubiera deseado), cuando oí su nombre Guido mi
1
la paz! Mis miembros todavía no han quedado allá abajo ni padre, y el de muchos q u e valen más que yo, que escribieron
uulces r i m a s amorosas.
verdes ni maduros; están aquí conmigo con su s a n g r e y c o y u n -
turas. Absorto estuve contemplándolo largo rato, sin poder a c e r -
[ carme más á él á c a u s a de la llama.
»Marcho alli á lo alto para dejar de ser ciego; una m u j e r (1>
que nos supera es la que me proporciona la g r a c i a . Esta es l a j Cuando me satisfice de mirarle, me ofrecí de corazon
causa por qué en vuestro mundo a r r a s t r o mi cuerpo mortal.. [ con aquellas protestas que aseguran la sinceridad del que
»¡Quiera Dios que veáis satisfecho luego el m á s vivo de ofrece.
vuestros deseos! ¡Quiera el Cielo amoroso y g r a n d e admitiros I el dijo: «Tú me abandonas, porque percibo ya una huella
bajo s u s artesonados! lan clara, que el Leteo no pudiera borrarla, ni siquiera o s c u -
»Mas decidme, para que pueda escribirlo, ¿quiénes sois y recerla.
cuál la cohorte que viene en pos de vosotros?» »Mas si tus palabras son veraces, dime: ¿por qué me mani-
Menos sorprendido se queda el m o n t a ñ é s que penetra por f i e s t a s en tus acciones y m i r a d a s que te soy amado?
vez primera en la ciudad, de lo que se q u e d a r o n aquellas í Y o á é l : «Vuestros divinos versos, ínterin subsista el moder-
almas, á juzgar por su apostura; pero al hallarse libres del no lenguaje, h a r á n g r a t a siempre la pluma que los trazó.»
primer estupor, que pronto cede en los g r a n d e s corazones.
«¡Afortunado tú, que p a r a lograr mejor vida vienes en busca
C A N T O V I G É S I M O C T A V O
k «') Hécia O c c i d e n t e .
( 1 ) Arriba Dante a l Paraíso t e r r e n a l , e n la c i m a d e la m o n t a ñ a d e l Pur- Eu l a s c e r o a n i a s d e Ravena.
- (4)
gatorio.
(J) Viento Sudette,
bias, si se c o m p a r a b a n con la que no oculta cosa alguna, a u n - «El a g u a y el murmullo del bosque, le repuse, combaten en
que corra ennegrecida por una s o m b r a eterna, que j u m á s d e j ó mí una fe nueva, en cosa que oí y es contraria á ésta.»
brillar en su superficie rayo de luna ni de sol. A lo que contestó: «Yo explicaré cómo viene de su causa lo
Mis piés se pararon, en tanto mis ojos e x a m i n a b a n el país que te a s o m b r a de tal suerte, disipando tu ceguera.
I »El bien soberano, que á sí sólo se complace, hizo al h o m -
que se extendía al otro lado del rio, admirando la variedad y
bre bueno y para lo bueno,¡ y le cedió este lugar en a r a s de
v e r d u r a de s u s arbustos.
eterna paz.
Allí se me apareció (como suele a p a r e c e r una cosa que
súbitamente desvanece otra") una Dama sola, que según se »Con motivo de su falta, estuvo el hombre aquí muy poco:
alejaba cantando, cogía flores de las que estaba alfombrando y por efecto de la misma trocó en quejas y luto la inocente
su camino. sonrisa y los suaves placeres (1).
«¡Oh bella d a m a , le dije, que así disfrutas á los rayos de »Para que las tormentas más abajo excitadas por las exha-
Amor, á juzgar por el semblante, que suele ser reflejo del laciones del a g u a y la tierra, que en cuanto pudieran escapar
alma! dígnate a p r o x i m a r á este rio lo suficiente á poder oir tu hacia el calor, no dieran n i n g u n a g u e r r a al hombre, fué, según
canto. es esta montaña elevada hácía el Cíelo, y está al abrigo denlas
»Tú me r e c u e r d a s el lugar en que se hallaba Proserpina, y tempestades desde el punto q u e le cierra la puerta.
lo bella que e r a antes de perderla su madre, perdiendo á un A pesar de esto, como el viento se agita en derredor imput-
tiempo las flores de su primavera.» sado por el móvil piimero, si el círculo no rompe por n i n g u n a
Como m u j e r que al bailar da vueltas con s u s piés juntos, " parte, da aquel movimiento á esta elevación, que es completa-
colocando difícilmente un pié delante del otro, así se volvió mente libre el vienio vivo y puro, y hace mugir el bosque por
hacia mí, pisando las matizadas floreeillas, á imitación de la su frondosidad.
púdica virgen que baja su vista. , »Las plantas impulsadas de esta m a n e r a , impregnan el a i r e
De tal suerte me complació, que •acercándose podía yo oir de su virtud y en remolinos se esparce c i r c u l á r m e l e .
distintamente s u s palabras. »La otra tierra, conforme es digna por si ó por su Cielo,
Al llegar al punto en que la yerba es bañada por las ondas ; concibe y da muchos árboles de distintas clases,
del caudaloso rio, me dispensó la merced de alzar los ojos. í .»Enterado de esto ya. no lo contemplarás allí abajo como
No e s posible que la luz fuera tan refulgente bajo los pár- maravilla, a u n q u e nazcan las plantas sin simiente.
pados de Vénus, al herirla su hijo equivocadamente. | »Conviene que sepas que la s a n t a campiña en que te hallas
Sonriéndome desde la derecha orilla, iba cogiendo las flores * está c u a j a d a de todo género de semillas, y que hay aquí frutos
que aquella venturosa tierra produce sin n i n g u n a simiente. que no se conocen allí abajo.
El rio, solo nos separaba unos tres pasos; mas el Heles- 7 »Esta agua que ves, no viene de n i n g u n a vena alimentada
ponto que atravesó J e r g e s (freno á la vanidad h u m a n a d o fué por el vapor que el frió del Cielo cambia en lluvia, cual rio
m á s odioso á Leandro, al hallarse entre gestos y Abydos, de, que lleno pierde su agua, sino que procede de una fuente
lo que aquel rio lo fué para mí al no poderlo a t r a v e s a r . segura que toma de la voluntad de Dios toda la que d e r r a m a
«Sois recien venidos, dijo ella, y tal vez porque sonrio en por s u s dos canales.
este privilegiado lugar de la h u m a n a naturaleza, os asombro »Por este lado baja con u n a virtud que borra la memoria
y despierto a l g u n a sospecha en vosotros; pero el salmo Delec- del pecado, y por el otro devuelve la idea de todos los bene-
tasíi despide una claridad que disipará las nubes de vuestra ficios.
razón.
»Tú que vienes delante y me pediste que hablara, di si
deseas saber algo más pues vine preparada á responderte á ( I ) S. gun comentadores, Adán 5 Eva solo estuvieron s i e t e horas en el Paraiso
cuantas indicaciones m e hicieras.» terrenal; del alba al medio día.
»A este se le llama Letheo (1), á aquel Eunoé (2), y no tiene ron también las riberas, volviéndome á colocar á la parte de
efecto hasta que se ha bebido de los dos. Levante.
»Su sabor es superior al de las demás aguas; y a u n q u e tu A poco de empezar nuestra m a r c h a , se volvió hácia mí la
sed se halle lo bastante dormida para no detenerte más, toda- dama, diciéndome: «Herma-io mió, m i r a y oye.»
vía por particular gracia te d a r é un corolario, y no creo que Cuando un repentino resplandor recorrió el g r a n bosque en
io q u e digo te sea menos grato, a u n q u e por ti s u p e r e m u c h o á todos s u s ámbitos; de tal suerte brillaba, que ocurrió la duda
mis ofertas. de si seria un rayo.
»Los poetas que tanto ponderaron la edad de oro, y su Mas cómo el rayo termina con la misma rapidez que viene,
venturoso estado, tal vez soñaban con este lugar en el y el resplandor aquel irradiaba cada vez más, me decia á mi
Parnaso. mismo: «¿Qué es esto?»
»Aquí se alzó inocente el h u m a n o tallo; aquí hubo p r i m a - Una preciosa a r m o n í a pobló la luminosa esfera; entonces el
vera perpétua y se produjeron todas las frutas; aquí m a n ó el buen celo me hizo vituperar la osadía de Eva; ya que allí donde
néctar que todos mencionan.» el Cielo y la tierra se prestaban á la obediencia., sólo la m u j e r
aquella que, no bien acababa de ser creada, no pudo s o m e -
En aquel punto me volví hacia mis poetas (3), y advertí
terse á permanecer bajo velo a l g u n o . Si reformada hubiese
que esta postrera explicación les hizo sonreír, y volvi á poner
estado bajo aquel velo, yo hubiera disfrutado antes y por más
mis ojos en la bella d a m a .
tiempo aquellos inefables deleites.
En tanto que á través de aquellas inmensas primicias del
goce eterno continuaba yo en suspenso y anhelaba mayor
C A N T O V I G E S I M O N O V E N O
delicia, delante de nosotros, el aire, imitando á un gran fuego,
se presentó abrasado bajo el verde r a m a j e , y el melodioso
sonido que antes o y é r a m o s se trocó en un canto claro y com-
Recorriendo con Matilde las márgenes del rio Letheo, observó prensible.
en el bosque una clarísima luz, y oyó por los aires una suave
^ írgenes sacrosantas, si he tolerado por vosotras alguna
melodía, despues siguió una procesion, en la que un Grifo
iba tirando de un carro triunfal. Al llegar cerca de Dante, vez h a m b r e f r i o y vigilias, la necesidad me hace invocar vues-
se paró el Grifo con su comitiva. tro auxilio; necesario es que Helicón derame s u s a g u a s sobre
mí, y que el coro de Urania me a y u d e á describir en versos
cuestiones tan difíciles.
ANTANDO como u n a m u j e r apasionada, y un versículo
en pos de otro, entonó el Beati quorum tecla sunt Después me figuré entrever siete árboles de oro (1), e q u i -
peccata. (4). vocado por la m u c h a distancia que habia entre nosotros y el
Despues, cual ninfas que se e n c u e n t r a n solas por nuevo objeto; mas cuando estuve bastante cerca, la virtud, que
las s o m b r a s del bosque, unas con deseo de huir y otras de ver junta el discurso á la razón, me demostró que eran c a n d e l a -
al sol, adelantó ella c o n t r a la corriente del rio y por su m á r - bros, y que las voces entonaban Hossanna (2).
g e n , y yo la imitaba y seguía á paso mesurado. Los preciosos objetos lucian m á s puros que un cielo despe-
Todavía no h a b r í a m o s andado cien pasos, cuando g i r a - jado y que la luna al centro de su mes á media noche.
Admirado me vol vi hácia Virgilio, y él me contestó con u n a
mirada no menos llena de extrañeza. De nuevo fijé mis ojos
(1) Olvido. en los gigantes candelabros que venían hácia nosotros tan
(2) Buen e s p í r i t u .
( 3 ) Por Virgilio y S t a c i o .
(4) D i c h o s o s l o s q u e t i e n e n o c u l t o s s u s pecados, e s decir, perdonados, porque (!) E m b l e m a d e l a s s i e l e gracias del Espiritu Santo.
h a n s a l í lo d e l Purgatorio.
(2) Hossanna, q u i e r e decir: S á l v a n o s ó v i v i f i c a .
pausadamente, que les hubiesen ganado en velocidad las m i s - Bendita seas entre las hijas de Adán y benditas tus gracias
m a s desposadas. por la eternidad.»
La dama entonces me gritó: «¿Por qué con tal atención Luego q u e las flores y yerbas que estaban ante mí se halla-
m i r a s aquellas luces, dejando de observar lo que viene detrás?» ron libres de aquellos elegidos, como en el Cielo sucede la luz
á la luz, despues de los ancianos seguian cuatro animales
Entonces adverii detrás, de los candelabros, personajes con
coronados de verdes hojas (1).
trajes blancos (1); j a m á s brilló aquí semejante blancura.
Todos ostentaban seis alas vestidas de plumas, l a s q u e ase-
A la izquierda, a g u a resplandecía, reproduciendo mi c o s -
mejaban á los ojos de Argos á no c a r e c e r de vida.
tado izquierdo, como límpido espejo.
Lector, no invertiré más versos p a r a r e t r a t a r las formas de
Al llegar á un sitio en el que sólo el rio rne apartaba del
aquellos animales, pues los muchos que tengo todavía que
cortejo, me paré para observar mejor.
emplear, no rae consienten ser m á s extenso.
Mas lee á Ezequiel, que los describe según los ve venir de
las heladas regiones con el viento, la nieve y el fuego; y tales
como los h a l l a r á s en s u s libros, estaban allí, á excepción de
lo que se refiere á las plumas, que J u a n está conmigo v se
separa de él.
La distancia que mediaba entre los cuatro a n i m a l e s estaba
ocupada por un carro triunfal colocado sobre dos r u e d a s (2) y
tirado por un Grifo.
El Grifo tendia s u s alas entre la linea del medio y las o t r a s
¡seis, sin causarles al moverlas ningún perjuicio.
A tal altura se elevaban, que pronto se las perdía de vista.
¡Ej Grifo tenia los miembros . e oro en la parte del cuerpo en
que pertenecía á ave, y en su resto blancos y encarnados.
No sólo Roma careció de un tal carro p a r a festejar á E s c i -
pion el Africano y al mismo Augusto, sino que aun el del
sol seria insignificante comparado con el q u e nos viene o c u -
pando.
Vi que las almas seguian adelante, dejando tras si el a i r e El carro del sol, que al a p a r t a r s e f u é devorado por las
pintado de bellos matices; parecían igual n ú m e r o de pinceles llamas á petición de la suplicante Tierra, cuando J ú p i t e r fué
tirando lineas; de m a n e r a que en el lado superior quedaban {justo en los arcanos de su cólera, hácia el lado de la r u e d a
siete líneas diferentes (2), conteniendo en sí los colores del derecha había danzado tres m u j e r e s (3). La una estaba tan
arco del sol y de la cintura de la luna. encarnada, que á d u r a s penas se la distinguía del fuego; la
Los estandartes iban apartándose de mi vista, de suerte q u e - otra parecía su c a r n e y huesos esmeralda, y la última era
los creia á unos diez pasos del último candelabro visible. blanca como la nieve al caer.
Bajo el hermoso cielo que describo, venian á parejas vein- V• A
Septentr¡0D del p i r a e r
cantL. cielo, ó s e a n los s i e t e c a n d e l a b r o s d e l anterior
(1) Matilde.
JJ¿) Sal DIO IV.
t.3) La Fuerza, Templaüza, Prudencia y Justicia. (1) Fé, Esperanza y Caridad.
(2) El Cristo.
En tanto q u e asombrado y gozoso, mi alma probaba aquel Tal como á favor de los broqueles se forma un c u e r p o de
alimento, que saciando por sí, altera también por sí; las m u - tropas, y poco á poco cambia de dirección con su bandera,
j e r e s que parecían de m á s alta prosapia, avanzaron cantando antes de a c a b a r por completo su evolucion, asi las huestes
y bailando de un modo angelical. del reino celeste, que iban delante del carro, habian desfilado
«Beatriz, vuelve tus ojos santos (éste e r a el tema de s u can- antes que éste girase su lanza.
ción) hácia tu fiel, que tanto c a m i n ó por verte. Despues se colocaron las m u j e r e s p r ó x i m a s á las ruedas,
»Por caridad, dígnate descubrirle tu boca, para que vea la y el Grifo puso en acción el bendito carro, sin por esto agitar
segunda belleza que le escondes.» ninguna de s u s plumas.
¡Oh resplandor de eterna luz! ¡Quién es el que, palideciendo La hermosa m u j e r que me hiciera vadear el rio, Stacio y yo,
á la s o m b r a del P a r n a s o ó q u e despues de h a b e r bebido en seguimos la rueda que dibujaba el círculo m á s pequeño.
su lago, no se confundiera al intentar presentarte cual tu me En tanto recorríamos la parte superior del bosque (solitaria
apareciste allá donde el Cielo te envuelve en s u a r m o n í a como por el delito de la que dió oido á la serpiente), se oyeron a n -
en s o m b r a s , cuando tú cruzando el aire libre, te me acercaste gélicos cantos ordenando nuestro paso.
Libertada una flecha del freno que la sujeta, recorrería en
tres veces la distancia que habíamos andado al descender
Beatriz.
C A N T O T R I G E S I M O S E G U N D O En aquel punto oí que todos decian: «Adán.» Despues ro-
dearon un árbol desnudo de flores y hojas. Su copa, que se
extiende tanto cuanto es m á s alta, seria admirable por su al-
Sigue el poeta, acompañado de Matilde y Stacio, la celestial
procesion, llegando al pié del árbol de las ciencias del Bien tura en los gigantescos bosques de la India.
y del Mal.—Los bienaventurados cantan un himno; el poeta «¡Alabado seas, Grifo, por no h a b e r destrozado este árbol
se rinde al sueno. con tu pico, grato al paladar y nocivo p a r a el vientre q u e se
le aproximó!»
AN fija clavaba mi vista para c a l m a r el deseo de diez Este fué el grito que alzara el cortejo en torno del árbol; el
años, que mis d e m á s facultades se encontraban como animal d e d o s naturalezas, repuso: «Así se conserva el gérmen
concentradas en (1) mis ojos, que descuidándolo todo, de toda justicia.»
+ encontraban m u r o s por doquier, mientras la celestial Y yendo hácia la lanza del carro, la a r r a s t r ó al pié del
sonrisa de mi a m a d a Señora me s u b y u g a b a en s u s antiguas árbol deshojado, dejándole el carro, q u e era de la propia
redes. madera.
En aquel instante tuve que volver mi faz precisamente á la Como nuestras plantas al desprenderse la g r a n luz c o n f u n -
izquierda, donde las diosas decían: «¡Mira demasiado fijo!» dida con la que resplandece tras el celestial Pez, se cubren
Y la incomodidad que sienten los ojos al ser heridos por el de botones y se renueva su color, antes de que el sol unza
sol, me dejó por un rato sin vista. sus caballos bajo otra estrella, tal recobró s u s colores m á s
Mas cuando la recobré ante un ténue resplandor (digo ténue, muertos que los de la rosa y m á s vivos que los de la violeta,
comparándolo con la i n m e n s a luz de la que forzosamente me revivando aquel árbol cuyas r a m a s estaban tan despojadas.
apartaba), vi que la celestial cohorte habia tomado por la J a m á s he vuelto á oir el himno que se cantó á la sazón (aqui
derecha, y que c a m i n a b a teniendo el sol y las siete llamas.de abajo no se conoce), y del que no supe retener todo el aire.
frente. Si me fuera dable pintar cómo se d u r m i e r o n los impíos o j o s
de Argos al oir la historia de Syrinx, aquellos ojos que tan
cara tuvieron que p a g a r su e x a g e r a d a vigilancia, y como el
¡1) Murió Beatriz en 1590; D a n t e escribía en el a ñ o 1360.
pintor pudiera presentar un bosquejo, os retrataría de la
m a n e r a como me dormí; empero que lo verifique aquel que jue se arrojó sobre aquel árbol el ave de J ú p i t e r , d e s g a r r a n d o
tan perfectamente sabe d i b u j a r el sueño.
su corteza y tronchando sus llores y nuevas hojas.
Trataré, pues, desde el punto en que desperté, manifes-
Despues, con todo su vigor, e m p u j ó el carro, que zozobró
tando que un resplandor traspasó el velo de mi sueño, y que
como un buque combatido por los embates de las olas.
una voz me dijo: «¡Levanta! ¿Qué es lo que haces?»
• A poco rato vi que penetró en el carro de triunfo una zorra
Ni los ángeles al notar las divinas flores del manzano, cuyo
que parecía no haberse alimentado n u n c a de s a n a comida.
fruto ansian por hacer las e t e r n a s delicias del cielo; ni Pedro,
Mi Señora le reprendió con tal ahinco s u s r e p u g n a n t e s fal-
•luán y Santiago, llevados á la cima del T a b o r , y d e r r u m b a -
tas, que la precisó á escapar con g r a n presteza, tanta como se
dos ante el celeste resplandor, se alzaron á la voz que debia
lo consentían s u s descarnados huesos.
i n t e r r u m p i r mis profundos sueños, y vieron que Elias y Moi-
Despues vi descender al carro un águila, y lo llenó de plumas,
sés desaparecieron, y que la túnica de su maestro habia cam-
y parecida á la voz que lanza un corazon torturado, salió del
biado de color, quedaron más pasmados de lo que quedé yo al
Cielo una voz quedijo: «¡Qué mal cargada estás, barquillamia!»
despertar de mi sueño.
Luego me pareció que la tierra se abria entre las dos r u e -
Aquella caritativa m u j e r que g u i a r a mis pasos á lo largo das, y noté salir de ella un dragón que hundió su cola en el
de! rio, estaba inclinada hacia mí. carro, y cual avispa que a p a r t a su aguijón, apartó el dragón
Entonces le dije: «¿Dó está Beatriz?» Y ella: «Contémplala su cola funesta, a r r a n c ó parte del fondo del carro, y s e ' f u é
sentada en la raiz del árbol de flameantes hojas (1). asaz contento.
»Mira la compañía q u e la rodea. Los demás van en pos del El resto del carro, imitando á la tierra vivaz que se r e p a r a
< ¡rifo al Cielo entonando himnos más bellos y misteriosos que con la g r a m a , volvióse á cubrir con el plumaje que el águila
los que entonaron en estos lugares.» lo ofreciera, acaso con intención p u r a y benéfica.
Si fué m á s larga su respuesta, no lo sé, pues se hallaba ya Las ruedas y la lanza se cubrieron con ella en menos intér-
ante mi vista la que c e r r a r a mi espíritu á todo otro objeto. ] valo del que un suspiro tiene abierta la boca.
Sola y sentada en el duro suelo estaba, cual si se hubiera De esta m a n e r a trasformado, vi a s o m a r varias cabezas por
encargado de la custodia del carro que yo viera a t a r al árbol el edificio santo, f e s en la lanza y una en cada ángulo
por el animal de a m b a s formas. Las p r i m e r a s ostentaban cuernos como los de los bueyes,
Las siete ninfas (2) formaban un corro, teniendo en la mano y las otras cuatro tenían un solo cuerno en la frente; j a m á s
aquellas luces q u e no temen el Aquilón ni el Austro, formán- se vieron monstruos semejantes.
dole un claustro con s u s cuerpos. - Tan s e g u r a cual cas'íillo en la alta cima de un monte, vi á
«Por poco tiempo vivirás en este bosque, y e t e r n a m e n t e una prostituta del todo escotada, sentarse en el carro y m i r a r
estarás conmigo, ciudadano de aquella Roma cuyo Cristo es con cínico descaro á su alrededor.
romano; de suerte que, por bien del mundo que vive mal, Y como para evitar que se la arrojase, vi á un gigante que
pon tu vista en ese c a r r o , y al r e g r e s a r allí abajo haz por con frecuencia cambiaba s u s abrazos con los de ella; mas
escribir lo que viste.» habiendo puesto ella en mí su ávida mirada, el furioso a m a n t e
Esto me dijo Beatriz, y como yo estaba completamente á la azoto de piés a cabeza; y ciego de cólera y desconfianza
s u s mandatos, dirigí la vista y el a l m a donde ella quiso. deslizó al monstruoso carro, arrojándolo tan lejos por el b o s -
J a m á s descendió con más velocidad el fuego de la densa que, que s u s árboles cual broquel me ocultaron á la prostitu-
nube, aun venido del sitio más elevado del Cielo, de la con ta y á la bestia (1).
C A N T O P R I M E R O
PARAISO
Despues de dar gracias al génio de la Poesía, que lo llevara
poco a poco haíslu la contemplación de los objetos divinos
Dante refiere que guiado por Beatriz pudo desde el Paraíso
terrenal elevarse al Cielo.
(1) Narciso.
(2) Picarda de los Donat i, nacida en Florencia.
(1) Beatriz, o sea la Teología.
(3) l a Luni>, según Piolomeo.
CANTO IV 279
— • : *•- '
Esta suerte, al parecer indigna, nos está deparada por haber
ya velando, ya durmiendo, con el esposo que admite todo voto
descuidado nuestros votos ó romperlos en parte.»
que armonice la caridad con su anhelo.
Yo á ella: «En vuestros semblantes brilla el destello de la
> T ' o r i r e n pos de ella, me. a p a r t é del m r ndo; siendo aun
divinidad, que hace cambiar el aspecto ó la idea que se ha
muy jóven, me encerré bajo su habito, y ofrecí s e g u i r e i camino
conservado de vosotras. Asi es, que fui tardío en recordarte;
de su órden; pero algunos hombres, más avezados al mal que
mas ayudado por tus palabras, a h o r a ya me es fácil conocerte.
al bien, me a r r a n c a r o n de ini amado claustro. Dios sabe lo
»•Pero decid, vosotras que sois dichosas en esta esfera, ¿no que fué despues de mi vida.
anheláis más elevado sitio para ver mejor á Dios, para ado-
* »Por lo que hace á ese otro resplandor que ves á mi dies-
rarle mejor y ser más queridas de él?»
tra y que luce con toda la luz de esta esfera, dice para si lo,
Se sonrió un poco con las otras sombras, y después me con- propio que te he dicho de mi m i s m a .
testo ian placentera, que parecía a b r a s a r m e en el a m o r del
»Mas cuando tornó al mundo contra su deseo y s u s s a n t a s
primer fuego.
costumbres, no se vió j a m á s despojada del velo de su rostro.
«Hermano, una virtud caritativa e n f r e n a nuestra voluntad,
I »Es la luz de la bella Constanza (1), q u e luego del segundo
y no nos deja desear más de lo que poseemos, por extinguir
en nosotras la sed de otro bien. orgullo de la Suabia, engendró el tercero y último poder de la
raza aquella.»
»Si a n h e l á r a m o s m o r a r á más altura, disentiría nuestro
Esto dijoPicarda, y despues empezó á entonar el Ave María,
deseo de la voluntad del que aquí nos reúne; y las esferas celes-
y cantando desapareció, cual se oculta un objeto de g r a v e
tiales no admiten tal discordancia.
peso á través del a g u a o s c u r a .
»Si te fijas bien en su naturaleza, observarás que aquí es
preciso vivir en la caridad, y que e s hasta indispensable en Mis ojos, que la siguieron hasta su desaparición, se vol-
nuestro bienaventurado sér ceñirse á la divina voluntad; de vieron al objeto de un deseo mayor, posándose e n t e r a m e n t e
suerte, que nuestras voluntades se fundan en una sola. en Beatriz; m a s despidió ésta tales rayos a n t e mi viáta, que
no me fué posible soportarlos. De aquí mi detención en pre-
»El que g u a r d e m o s un órden por grados, complace á todo guntarla.
este remo, como á su rey, cuya voluntad hace nuestra voluntad.
»En ella reside n u e s t r a paz; aquella voluntad e s el m a r al
qyo se une todo lo que ella creó y lo que procede de la n a t u - I CANTO C U A R T O ^
raleza.»
Aquello me hizo comprender que todo sitio del Cielo es
Paraíso, a u n q u e la gracia del Supremo bien no se esparza en Continua Danto, en el planeta de la Luna—I.e recela Beatriz
él por partes iguales. dos verdades: una respecto á la morada de los bienaventura-
dos, la otra f eferente á la diferencia entre /a noluntad mixta
Entonces me secedió lo que al que está saciado de un plato,
y la voluntad absoluta.—Dante pregunta si hay meglio de re-
que lo desvia para probar otro que apetece, puesto que con parar los votos que fueron quebrantados.
la acción y la palabra hice por saber de aquella alma qué tela
siguió tejiendo hasta el final. -
«Una vida arreglada, un mérito eminente, me observó, E dos platos puestos á igual distancia, V que los dos
ponen á la, m u j e r en un sitio del Cielo más elevado que el fueran igualmente gratos, un hombre, àrbitro de
nuestro, según el t r a j e de la órden que viste y el velo con que #•'<,% e s c o g e r > se moriría de hambre antes de probar uno;
s e c u b r e en vuestro mundo (1), para seguir hasta la muerte, lo mismo acontecería al cordero colocado entre dos
hambrientos lobos, y al perro colocado entre dos g a m o s .
( I ) Santa Clara, d e la ó r d e n religiosa d e Franciscanas, á la q u e b a b i a p e r -
t e n e c i d o Pii arda. (t) I m i t a c i ó n d e Ovidio.
Por eso a u n q u e no hablaba, no m e arrepiento; suspenso con
mis dudas, e r a necesario aquel intérvalo; á pesar de todo, no
me envanezco d<- haber obrado ( asi.
Callaba, m á s el deseo se dibujaba en mi semblante y como
también en ella se destacaba mi pregunta, era esto más digno
que las mismas palabras.
sb»"—
Beatriz practicó lo que Daniel librando á Nabncodonosor
de la cólera que le hiciera tan injusto y cruel.
. Y me dijo: «Te veo atraído por dos deseos completamente
opuestos; tanto más g r a n d e es tu cuidado, cuanto no puede
e x p r e s a r s e exteriormente.
»Hé aquí tu a r g u m e n t o : sí persevera la buena voluntad, ¿por
qué la violencia de otro ha de empequeñecer mi mérito
psMtei
propio?
»También hallas otro motivo de duda en que las a l m a s f > ; I u s e g u n d a duda no envuelve tantr,
enen P
malicia „ „ p e « * a p a r t a r t e de I T °' " e S l 0 t""í SU
parezcan volver nuevamente á las estrellas, conforme la sen-
tencia de Platón (1).
»Estas son las ideas que pesan con igual fuerza sobre tu
voluntad; de suerte que principiaré por la q u e tiene m á s hiél.
»De los serafines, el que penetra más en Dios, ya sea Moi-
sés, Samuel ó uno de los J u a n e s (el que te plazca), prescindo
d e María, tiene su asiento en el propio cielo en que acabas de
ver aquellos espíritus, y cuentan de existencia los mi^mosaños.
»Sin embargo, todos aquellos serafines embellecen el c i r -
culo primero, y su vida es más ó menos g r a t a , s e g ú n el grado
en que perciben el Espíritu eterno.
»Aquellas s o m b r a s se presentaron aquí, no porque sea ésta
la esfera de su destino, sino para decirte cuál de las esferas
tiene menor elevación.
»Esta es la m a n e r a cómo debe hablarse á .vuestro espíritu,
ya que sólo entiende por el sentido lo que despues es digno
F-SastóE fc:rr
de la inteligencia.
»Por eso la Escritura se aviene á vuestras facultades, y da
á Dios manos y piés en tanto que ella lo ve de forma dife-
rente.
»La s a n t a Iglesia os presenta también bajo h u m a n a a p a -
riencia á Gabriel, Miguel y al que sanó á Tobías.
»El pensamiento de Timeo (2) acerca de las almas, no tiene
(1) J u s t i n i a n o .
(i) Quiere d e c i r q u e el e s p l e n d o r d e J u s t i n i a n o s e a u m e n t ó e n u u a m i t a d , p o r
p r a c t i c a r la v i r t u d d e la caridad r e s p e c t o í> Dante.
(3) Biz, d i m i n u t i v o d e Beatriz.
(4) A d á n .
»Pon a h o r a tu espíritu en mis palabras. La naturaleza imposible recobrarlas, si lo meditas bien, á ño s e r por uno de
aquella unida á su Creador, según fué creada, era buena estos medios:
y sincera; m a s ella propia se desterró del Paraíso, al desviarse
de la senda de verdad y vida. »0 por el de que perdonara Dios en su bondad el pecado,
;• ó bien que el propio h o m b r e r a p a r a r a su extravío.
»Por lo que el tormento sufrido en la cruz, si se tiene p r e -
»Pon a h o r a tu vista en el arcano del eterno consejo, y oye
sente la naturaleza tomada por el Crucificado, con más j u s t i - : como puedas mis palabras.
cia que n i n g u n a otra hizo sensible su peso; asi como no h a b r á
» J a m á s podia el h o m b r e , en s u s naturales límites, p r o c u r a r
otra mas injusta, si se tiene en cuenta la persona que la sufrió, debida satisfacción, por serle imposible descender su humilde
y a la que se uniera aquella naturaleza. obediencia, cuanto habia aspirado á elevarse desobediente.
»Una sola acción produjo cosas bien distintas; porque la
»Era, pues, necesario que Dios volviera al h o m b r e á la
Í ^ U m ^ y abrióse g ^ l " *¿ N» d Í 0 S : e
"a ^ vida completa por s u s vias propias, esto es, por uno ó a m b o s
caminos.
»Así ya no debe ser incomprensible para tí el oir que un »Mas como la obra e r a tanto más apropiada al artista,
justo tribunal castigó una j u s t a venganza.
cuanto que era la que mejor s e ñ a l a b a la bondad del corazon
»Sin embargo, veo que de una en ¿ t r a idea, tu espíritu se de donde habia salido, la divina gracia que dió su imágen al
ha ido estrechando en un nudo, del que anhela verse libertado. mundo, se complació en proceder para todas s u s s e n d a s á fin
»Tu te dices: «Entiendo lo que he acabado de oír; mas no de elevaros hácia ella.
sé por qué nos redimió Dios de aquella manera.»
»Tan precioso y g r a n d e fué el progreso q u e se operó enton-
»Querido h e r m a n o , impenetrable e s aquella disposición para
ces, que no tendrá igual desde el dia primero hasta la pos-
L í r d d i r eSPÍrÍtU n
° 86 halle
por la trera noche.
»La generosidad de Dios fué m á s i n m e n s a al darse él mismo
»Y como, verdaderamente, se e x a m i n a mucho aquel punto para hacer al hombre capaz de elevarse, que lo hubiera sido
y se entiende poco, yo te h a r é ver que fué aceptada como la
despidiéndolo absuelto. Además, que los otros medios eran
m a n e r a más digna.
insuficientes a n t e la justicia, á no haberse humillado el Hijo
»La bondad divina, que no conoce el r e n c o r , chispea de Dios hasta e n c a r n a r s e .
ardiendo en sí propia, de s u e r t e que hace nacer las bellezas
eternales, produciendo lo infinito, pues que nada cambia la »Con objeto de colmar todos tus deseos, retrocederé un
huella que de la misma e m a n a . poco para aclararte ciertos puntos, á fin de que lo veas todo
como yo lo veo.
»Cuanto le es m á s afin el sér que produce, más le complace
»Tú te dices: «Contemplo el aire, el fuego, el a g u a y la
porque el santo ardor q u e luce en todas s u s obras, vive mas
tierra, y todas s u s mezclas se corrompen y duran poco - y á
en la que mas se le asemeja.
pesar de ello, aquellas c o s a s f u e r o n otras tantas criaturas; de
»La naturaleza h u m a n a tiene sobre las demás obras la suerte, que á ser verídico cuanto me has indicado, debían
ventaja de aquellos dones cercanos; m a s si le llega á faltar
hallarse al abrigo de toda corrupción.»
uno siquiera, debe ceder de su nobleza.
» H e r m a n o amado, los ángeles y el libre y puro lugar en que
»El pecado sólo le a r r e b a t a su libertad y su parecido al
te encuentras, pueden decirse creados, como lo son de hecho
Supremo Bien, porque refleja ya muy ténue su blanca y purí-
en su completo sér. Mas en cuanto á los elementos que citas
sima luz; y no torna j a m á s á su habitual dignidad, á no llenar
y á lo que de ellos procede, te diré que les dió su forma una
el hueco abierto por culpa suya, y á no expiar con p e n a s j u s -
tas los placeres ilícitos. potencia creada.
»La materia de que fueron formados está creada, creado fué
»Al pecar vuestra naturaleza e i u e r a en su g e r m e n , f u é d e s - también el informante poder d e e s a s estrellas que van girando
poseída de s u s dignidades y a r r o j a d a del Paraíso, siéndole alrededor de ellos.
»El a l m a de los brutos y plantas, compuestas de distintas
dores agitarse en torno suyo, con m á s ó menos agilidad, según
materias, deben vida y movimiento á las s a n t a s estrellas (1).
reflejaban la eterna claridad.
»Empero la vida n u e s t r a aspira sin intermisión á la s u p r e -
J a m á s e m a n a r o n de la fría nube, visibles ó invisibles, tan
ma bondad, y con tal velocidad se prende de ella, que la desea
veloces vientos^ que no hubiesen parecido pesados al que
sin cesar.
hubiera presenciado venir hácia nosotros las divinas luces,
»De todo lo cual puedes investigar también vuestra r e s u r - cuyo círculo principiaba en el elevado cielo de los serafines.
rección, si calculas cómo se creó la c a r n e h u m a n a al ser crea- En pos de las que se nos aparecieron antes se oia un
dos los dos p r i m e r o s padres.» Hossanna, tan melodioso, qué he anhelado siempre volverlo
á oir.
U n a de ellas descendió entonces m á s próxima á nosotros,
y dijo:
C A N T O O C T A V O «Todas estamos p r e p a r a d a s á complacerte, p a r a q u e en
nosotras te regocijes.
»Giramos aquí en el propio círculo, con el mismo circular
movimiento y con idéntica sed que los celestes príncipes, á
El poeta y Beatriz suben á la esfera de Vénus (cielo tercero),
quienes ya dijiste en el mundo:
que por su humedad, dicen los antiguos comentadores, pre-
dispone al amor.—Esta influencia, perjudical antes, es hou » Vosotros que hacéis mover el cielo tercero con vuestra inteli-
pura y espiritual.—Carlos Martel, rey de Hungría, dice al gencia (1), nos hallamos tan poseídos de amor, que por c o m -
poeta cómo de un padre virtuoso puede nacer un mal hijo. placerte no nos será menos grato un instante de reposo.»
A * Luego de fijar mi vista respetuosamente en mi Señora, y
q u e ella con la s u y a le dió contento y ánimo, la volví hácia la
L mundo se figuraba antes, con perjuicio de su a l m a ,
luz que tan a m o r o s a m e n t e rae acababa de ofrecer, y la dije:
q u e d e los rayos de la hermosa Cypris^, q u e gira en
el tercer cielo, d i m a n a b a el a m o r loco, y por eso en «¿Quién eres?» denotando mi voz un rendido afecto.
su e r r o r los pueblos antiguos no sólo la honraban ¡Oh! entonces la vi brillar más, por el nuevo gozo que
con sacrificios y votos, sino q u e rendían también c u l t ó á Dio- a u m e n t a b a su alegría al hablar yo.
nea y Cupido, como madre é hijo, diciendo que éste se sentaba En el colmo de s u explendor me dijo:
j u n t o al seno de Dido. «Poco tiempo me tuvo eo el mundo allí abajo; si hubiese e s -
Y daban el nombre de aquella por la que principia mi canto, tado en él algún tiempo m á s , m u c h o s males existirían que no
á la estrella que mira con placer al sol á s u s rubias pestañas, hubieran existido (2).
á la cabellera q u e flotaba á su espalda. »Me escondo á tu vista por la alegría de q u e estoy envuelto
Subí inadvertidamente á aquella esfera (2), m a s me figuré y que tanto brilla, como vuelve el gusano la seda que le tapa.
que me hallaba en ella, al ver que mi Señora embellecía más »Me quisiste mucho, y no te faltaba razón para ello; pues
y más. si hubiese estado más plazo allí abajo, no te h u b i e r a enseñado
Como en la llama se advierte la chispa, y cual en la voz se d e mi a m o r sino las hojas.
nota voz, cuando está sostenida por un mismo tono y la otra »La m á r g e n izquierda bañada por el Ródano, luego de jun-
va recorriéndolos todos, así vi en aquella luz á otros resplan- tarse ésta con el Sorgue, a g u a r d a b a llegase el instante de admi-
t i r m e como su dueño; así como la punta de Ausonia, donde se
(t) llómulo, h i j o d e Rhea Sylvia y del d i o s Marte. lollujo m e abaasa d e amor.» '
(2) La naturaleza d e l hijo debia s e r igua I á la del padre. j¡ | (51 F u l c o d e Marsella.
(6) A l u d e á la victoria a l c a n z a d a e n n d e S e . i e m b r e d e 131V, por Can Graed*
(3) Hija d e l r e y Carlos Martel, e s p o s a d e Luis e l Colérico, rey d e Francia.
[ della S c a l a , c o n t r a J a c o b o de Carrara.
»Y allí do el Sila y el C a g n a n o s e j u n t a n , hay quien domina ; el Ebro y el Macra, que por un curso poco extenso apartó á
con frente altiva, en tanto se esta fabricando la red para ] Gén^va de Toscana.
cogerlo. »Al mismo diámetro de Oriente y Occidente, sé hallan
»Todavía llorará Fieltro el perjurio de su inicuo pastor, situadas Bugía y la tierra do naciera yo, que entibió con su
perjurio tan horrible, que j a m á s se penetró en Malta por otr<J ; sangre en otro tiempo las olas de su puerto (i).
semejante (1). • »Fulco se me llamó en aquella nación que tanto conociera
»Muy ancha debería ser la cuba en que cupiese la sangre?; mi nombre, y este cielo está por mi iluminado, como yo lo fui
ferráronse, y operacion harto pesada para el que hubiera de n por él; pues ni esa hija de Belo (2), que se olvidó de Siqueo é
pesar onza por onza la s a n g r e que cederá aquel cortés s a c e r - hizo olvidar á Creusis, ni Rodopea, la q u e fué engañada por
dote (2) para manifestarse adicto á su partido; estas cesiones Demofonte, ni Alcides, cuando tuvo á Yola encarcelada en su
a r m o n i z a r á n con las costumbres de tal país. corazon, se a b r a s a r o n en más llamas que yo, mientras me lo .
»Allí arriba hay unos espejos á los que vosotros llamais consintió la edad.
tronos, por los que se reflejan en nosotros los juicios de Dios: '. »No obstante, a q u i s e vive en el arrepentimiento; y antes
de suerte, q u e n u e s t r a s mismas palabras nos parecen buenas bien se alegra uno, no por las faltas, que no acuden más á la
y verídicas.» memoria, sino por la soberana virtud que ordena y prevé.
Entonces calló el alma, y me pareció volverse á la esfera, ^ »Se a d m i r a aquí aquel a r t e que da tan g r a n d e s y m a r a v i -
en la que se volvió á colocar según estaba antes. llosos efectos, y se descubre el bien por el que el mundo alto
El otro espíritu ó luz que ya me e r a conocido, apareció a. : obra con respecto al mundo bajo.
mi vista como un rubí herido por los rayos del sol. >,Mas para que te lleves limpias de toda duda las ideas que
Arriba, la alegría de un vivo explendor, como la risa entre han brotado en esta esfera, e s necesario que prosiga en mis
nosotros; mas abajo oscurece la sombra, según se entristece instrucciones.
el alma. | »Tú deseas saber quién está en la luz que brilla tan pró-
«Dios todo lo ve, dije, y tu vista le penétra, ¡oh bienaven- xima á mí, cual rayo de sol en el agua pura; pues sabe q u e
turado espíritu! de suerte, que no existe voluntad en él que • esa apacible alma es la de Rahab, unida á nuestra orden, en
se te pueda ocultar. la que luce en primer lugar.
»Y siendo así, ¿por qué tu voz (3), que continuamente ^ »Se fué al Cielo desde el sitio en que acaba la s o m b r a p r o -
recrea al Cielo con los ecos de aquellas piadosas llamas, que yectada por vuestro mundo, antes de que se librase n i n g u n a
se fabrican una caperuza con s u s seis alas, no llenó mis deseo?? alma por la victoria de Cristo.
No esperaria á que me la pidieras, si yo me fijara en tí como »Era justo que la colocase en a l g u n a esfera, cual r a m a del
tú en mi.» [gran lauro que él alcanzó con s u s dos manos clavadas en el
Contestó el alma: «La m á s dilatada concha ó valle do se leño, pues aquella m u j e r habia favorecido las primeras haza-
extiende el a g u a e m a n a d a de aquel m a r que circuye la ; ñas de Josué en la tierra santa, que tan poco ocupa la mente
tierra, se prolonga de tal s u e r t e contra el sol entre dos ribe- i del P a p a .
ras opuestas, q u e pone el meridiano donde a n t e s se hallaba | »Tu pueblo (3), retoño del primeno que volvió la espalda á
el horizonte. l su Creador, y cuya existencia f u é un lago de lágrimas; tu
»Yo fui uno de los tantos ribereños de aquel valle, entre pueblo produce y extiende u n a maldita flor (4), que ha logrado
(1) Marsella, sitiada por C é s a r . - E n f r e n t e de Marsella está líugia en la cosía d e
(1) Torre cerca del lago Bolsería, c á r c e l de los Papas. Africa.
( 2 ) Alejandro, obispo d e Plasencia, que entregó los amparados e n Ferrara ' (2) Dido.
al gobernador de Pulla. Florencia.
(3) Habla con Fulco d e Marsella, obispo y gran poeta provenzal. (4) Florines d e oro, moneda toscana.
PARAISO
d e s c a r r i a r carneros y ovejas, por haber convertido en lobo Ante tí he dejado el alimento que ya tú sólo puedes alcan-
el pastor. Por ella fueron echados al olvido los textop del zar, pues reclama todos mis desvelos la materia de q u e me he
Evangelio y g r a n d e s doctores, y sólo se estudian decretales, convertido en n a r r a d o r .
como se nota h a s t a la saciedad en s u s m á r g e n e s . El m á s poderoso ministro de la naturaleza, q u e i m p r i m e al
»Esta es la ocupacion del Papa y los cardenales; sus m i r a - mundo la virtud celestial y mide el tiempo con su luz (I),
das no se dirigen ya á Nazaret, donde desplegó s u s alas el giraba hácia el celeste signo antes descrito, hasta el extremo
ángel Grabiel. Mas el Vaticano y los otros lugares santos de en que las h o r a s se a p r e s u r a n .
Roma, que fueron la tumba de aquella milicia, de la que f u é Yo me hallaba en él (2), sin advertir el traslado ascendente,
jefe Pedro, luego se verán libres del adúltero (1).» como rio advierte uno la idea a n t e s de ocurrírsele.
Beatriz, aquella señora, á la que se ve pasar de un bien á
otro mayor con tal rapidez, q u e el tiempo no .puede medir;
ella por sí tan esplendorosa, ¡oh! lo que f u é en el sol donde yo
C A N T O DÉCIMO
penetraba, lo que fué á la sazón, no por efecto de color ni luz
más viva, nadie lo podría imaginar a u n q u e yo me atreviera á
Del órclen invertido por Dios en ta creación del universo.— • explicarlo acudiendo al ingenio y al arte; m a s se m e puede
Beatriz, más resplandeciente cuanto más se eleva; lleva á creer, y debe desearse el verla.
Dante a! Sol, cuarto cielo, donde están las almas cantando y No tiene nada de particular que nuestra imaginación no
ála vez formando una corona y dando vueltas.— Una de ellas
alcance á s e m e j a n t e altura, pues j a m á s penetró mirada huma-
es santo Tomas de Aquino.
na allende el Sol.
IRÁNOOSE en su Ilijo con el a m o r que uno á otro Esta era la familia cuarta del S u p r e m o Padre, familia á la
exalan e t e r n a m e n t e , obró el inefable Poder, en una que sustenta sin h a m b r e , con e n s e ñ a r l e cual depende de él el
a r m o n í a tan inmensa y perfecta todo cuanto nues- Espíritu y el Hijo.
tra inteligencia y ojos apercibert, que es imposible Beatriz exclamó: «Agradece al sol de los ángeles que por
a d m i r a r la obra del Creador sin tomar parte en su virtud. su g r a c i a te elevó á este visible astro.»
Levanta, pues, ¡oh lector! conmigo tu mirada hácia las altas Nunca el corazón de un mortal se vió más repentinamente
esferas por la parte en que un movimiento choca con otro dispuesto á la devocion y e n t r e g a r s e á Dios del todo, como
opuesto, y observa allí el arte del que le amó, en términos de me sucedió á mí al e s c u c h a r tales palabras; de tal s u e r t e se
no a p a r t a r j a m á s la vista de él. reconcentró en él, q u e hasta Beatriz fué legada al olvido.
Observa cómo se desprende de alli el circulo oblicuo (2), Aquello no pareció incomodarla, puesto que se sonreía;- yo
llevando á los planetas para contentar al mundo que los llama. divisaba el resplandor de su vista riente entre otros objetos,
De no ser su camino oblicuo, habría m á s de una vana influen- y mi idea estaba absorta en u n a sola.
cia en el Cielo, y tal vez todo poder sucumbiría alli. Observé varias luces vivas y triunfantes que formaban un
A poco que se a p a r t a r a de la línea recta, c a u s a r í a interrup- circulo, y de sí propias una corona: eran más dulces s u s voces
ción en el orden general arriba y abajo. que rulucientes s u s rostros.
Lector, prosigue a h o r a en tu asiento, y piensa en las cosas Tal notamos a l g u n a vez á la hija de Latona (3), cuando el
de que aquí se da noticia anticipada, si quisieras llenarte de aire impregnado de vapores conserva el anillo de que se forma
gozo antes de cansarte. • su corona.
O hl S o l .
(I) Parece q u e vaticina la m u e r t e d e Bonifacio, y n o m b r a a d u l t e r o á e s t e m a l Había e n t r a d o e n el Sol.
(2,
papa, por c o r r o m p e r á la e s p o s a d e Dios, q u e e s la Iglesia,
V) La l u n a .
( i ) El Zodíaco.
i En lá celestial corte de donde regreso, existen joyas tan ; abajo, en la naturaleza de los ángeles, y el que mejor c o m -
preciosas y raras, que no se las puede e x t r a e r de aquel reino. 1 prendió su misión (1).
El canto de aquellas luces era una de dichas joyas; quien »En el otro resplandor pequeño sonríe aquel abogado de
no pueda obtener alas para volar á lo alto, oiga lo que va á | los templos cristianos de cuya doctrina se sirvió Agustín (2).
decirle un mudo de aquel reino. »Luego si diriges la vista de tu espíritu de una en otra luz,
Despues q u e cantando aquellos soles refulgentes formaron siguiendo mi elogio, debes estar anhelante por conocer la
tres veces círculo á nuestro alrededor, como las estrellas fijas | octava.
de los polos, me parecieron un remedo de las m u j e r e s que, sin »Se complace en sí propia en vista del S u p r e m o Bien, la
dejar la danza, pasan en silencio á ver si van conformes con ; s a n t a alma que d e m u e s t r a en toda su desnudez al engañador
las nuevas notas. mundo al q u e se digna consultarla (3).
Despues oí que una de aquellas luces habló asi: «Puesto que i »El c u e r p o de donde se a r r o j ó descansa en Cieldauro y
el rayo de gracia do se inflama el verdadero a m o r que crece j¡ ella, desde el martirio y destierro, vino á esta mansión de
amando, brilla duplicado en tí de tal suerte, q u e por esta í celeste paz.
escala te lleva á lo alto, y que sin volverla á s u b i r nadie baja, "' l »Repara allá m á s léjos, cómo a r r o j a llamas el ardienté e s -
el que n e g a r a á tu sed el vino de su redoma, no tendría más píritu de Isidoro, de Beda y de Ricardo (4); que f u é más q u e
libertad que el agua que no*puede bajar al m a r . hombre en s u s meditaciones.
»¿Quieres saber de qué plantas floridas está tejida esa 1 »Esa, de la que a p a r t a s tu mirada para fijarte en mí, es la
g u i r n a l d a que contempla al rodearla la bella Señora que e s | luz de un espíritu que, en la gravedad de s u s ídeas, le parecía
tu guia en tu viaje al Cielo? Yo he sido uno de los corderillos | sobrado lenta la muerte; es el eternal resplandor de Signier
del rebaño santo que condujo Domingo por la senda en que 1 (5), que, al profesar en la calle de F o u a r r e , excitó la envidia
el alma que no se extravia, se fortifica. con s u s silogismos, llenos de verdades.»
»El que se halla más cerca, á mi derecha, fué mi maestro Como el reló q u e nos llama á la h o r a en la que la Esposa
y hermano; es Alberto de Colonia; yo T o m á s de Aquino. de Dios (6) se levanta á c a n t a r los maitines á su esposo ' p a r a
>}Si deseas saber quiénes son los otros, siga tu vista mis ? merecer su a m o r , ó como cuando varias ruedas giran en, sen-
palabras al recorrer la bienaventurada corona. tido inverso, formando un sonido de dulces notas, que hinchen
»Aquella otra chispa nace de la sonrisa de Graciano (1), I <le a m o r al espíritu dispuesto felizmente, vi moverse á lá glo-
quien f u é por sus escritos tan útil á los dos derechos, que se i riosa esfera y dar tan dulce a r m o n í a á sus ecos, que sólo se
le agregó al Paraíso. puede conocer donde el goce es eterno.
»El que le sigue, ornato de nuestro coro, fué aquel Pedro (2) -i
que, cual la viuda, ofreció á la s a n t a Iglesia su tesoro.
EC-. - . - - ' • 18? •••.-. f. • -
»La luz quinta (3), |a más bella entre nosotras, a r d e con f; i V
(1) D i o n i s i o Areopagita.
tal amor, que allí abajo desean todos saber algo de*ella. E s (2/ P a b l o Osorio.
el elevado espíritu, en el que fué innata una ciencia tan p r o - : ( 3 ) Boecio, c o n s u l t a d o v a r i a s v e c e s por D a n t e , e s t á s e p u l t a d o é n la i g l e s i a d e
f u n d a que, si es v e r d a d ' l a verdad, no se elevó n i n g ú n otro ' Cieldauro, e n Pavía.
q u e aprendiese tanto. ( 4 ) Rieardo c a n ó n i g o d e San Víctor.
( 5 ) Signinr d e Constray, profesor e n París, e n la c a l l e d e Fouarre, q u e t o m ó
»¿Ves la luz de aquel cirio? pues es el que vió mejor allí e s t e n o m b r e , q u e e n l o a n t i g u o q u e r i a d e c i r paja, p o r q u e l o s e s t u d i a n t e s , e n lugar
de b a n c o s , s e s e n t a b a n s o b r e paja.
(1) B e n e d i c t i n o d e San Félix, a u t o r d e la Concordia de los cánones discor- (6) La Iglesia.
dantes.
(2) P e d r o Lombardo, señalado con el nombre de Maestro de las sen-
tencias.
(3) Salomon.
306 PA RA ISO
fui.» Mas no seria ni de Casala ni de Aquasparta, de donde c o n s e r v e aquella imágen, en tanto hablo, con la
vinieron dos hombres, que el uno afloja y tira el otro e x a g e - fijeza^ de Una roca. Quince estrellas irradiaban con
radamente de la regla. tal fulgor algunos puntos del Cielo, q u e atravesaban
el aire más espeso: figúrense el carro para el que el espacio
»De mí sabré decir que soy la vida de B u e n a v e n t u r a y de
del Cielo es asaz extenso, á fin de que de dia y de noche pueda
Bagnoregio; en los grandiosos oficios en que me educaron,
vol ver el timón sin desaparecer. F i g ú r e n s e la boca de aquel
prescindí siempre d é l o s a f a n e s temporales. Iluminato y Agus-
cuerno, q u e principia en el pico del eje en torno del cual g i r a
tín se hallan aquí (2); ellos han sido los primeros que entre
ta esfera primera; figúrense que aquellas estrellas, al j u n t a r s e ,
los pobres descalzos que llevan el cordon se hicieron amigos
describieron en el Cielo dos signos idénticos al que f o r m a r a
de Dios.
la hija de Minos al sentir el frío mortal (1). Despues, que uno
»Está aquí con ellos Hugo de San Víctor (3), como t a r a -
de aquellos signos mezcla s u s rayos con otro, que los dos
bien P e d r o Mangiadore (4) y Pedro el Español, que luce en la
giran de suerte que van en opuesto sentido, y tendrán una
tierra por s u s doce libros. Lo mismo que el profeta Nathan y
ligera idea de la verídica constelación y de la doble danza que
el metropolitano Crisóstomo (5), y aquel Donato (6), que tuvo
tenia lugar al rededor mió, ó del punto en que me hallaba. Es
la bondad de e m p r e n d e r el primer arte; sigue luego R a b a n , y
tan superior lo que vi á lo que c o m u n m e n t e alcanzamos, como
á mi lado luce Joaquín, abad de Calabria, adornado del p r o -
el movimiento celeste, que supera en velocidad á todos los
fético espíritu.
demás, sobrepujado al movimiento del Chiana (2j.
»Me h a sido necesario alabar á aquel héroe de la Iglesia;
Se ensalzaba allí, no á Baco ni á P e a n a , sino á tres p e r s o -
tan conmovido me hallaba por la simpatía ardiente y suave
nas de divina naturaleza, y en una persona sola se r e u n i a la
acento de fray Tomás, que como á mí, conmueve á esta cohorte
naturaleza divina con la h u m a n a .
entera.
Los cánticos y las danzas p a r a r o n , y los santos r e s p l a n d o -
res giraron hácia nosotros, regocijándose de pasar del uno al
li; San F r a n c i s c o d e A s í s otro lado.
(8J Religiosos d e San F r a n c i s c o .
(3) Prior d e San Víctor, q o e f a l l e c i ó e n e l año \ l í 2
(il O Comesior. b i s t o i i a d o r e c l e s i á s t i c o , n a c i d o e n Lombardia. ( I ) S e r e f i e r e á l a c o r o n a d e Ariana, c o l o c a d a p o r Baco e n t r e las conste-
(5) Arzobispo d e Cor.stantinopla. l a c i o n e s (Ovidio )
(6) Gramático q u e e n s e ñ ó á San G e r ó n i m o . t2) Rio d e T o s c a n a .
• Después, cesando el silencio que r e i n a b a por disposición de con arreglo á su especie, frutos malos y buenos; y vosotros
aquellos dioses, la luz, por la que me f u e r a referida la histo- naefeis con b u e n a s Ó malas inclinaciones.
ria del Dios pobre (1), me observó: »Si estuviera la materia dispuesta del todo y el Cielo en
«Ya q u e queda trillado parte del g r a n o (2) y se halla r e u - toda su s u p r e m a virtud, se destacaría la belleza ideal wks a c a -
nido* en su g r a n e r o , el grato a m o r me invita á trillar lo r e s - bada; pero la naturaleza da siempre u n a forma imperfecta
tante. asemejándose en s u s obras al artista que entiende el arte, pero
»Te figuras tal vez que en el costado del que fué extraída cuya m a n o es insegura.
la costilla para crear la h e r m o s a boca, cuyo paladar tan caro
»De suerte, que si el a m o r ardiente predispone y hace des-
f u é para el mundo (3), y q u e aquel costado (4) que atravesó
cender los rayos de la primitiva virtud, conseguírnosla per-
una lanza, por lo que de tal suerte satisfizo la justicia de Dios, f e c c i o n e n este punto. P o r lo que un día fué creada la tierra
q u e hizo esta inclinar la balanza hácia el punto de s u s méritos, de una m a n e r a digna de toda perfección animal, y por lo que
sin embargo del enorme peso de n u e s t r a s faltas, fué extendida la Virgen concibió con pureza.
á igual luz á la que se concediera á la h u m a n a naturaleza, por
»Mientras apruebo tu opinion, cuanto que nunca la natura-
la g r a n virtud que hizo al uno y al otro.
leza h u m a n a fué ni será lo que pudo ser en estas dos perso-
»De m a n e r a que te sorprende cuanto he dicho, al m a n i f e s - nas. Si no prosiguiera, tú exclamarías ahora: «¿Cómo llegó ese
tarte que el bienaventurado q u e encierra lá esfera quinta no á s e r mi igual. (1)?»
tiene segundo.
»Mas para que entiendas lo que parece incomprensible,
»Penetra mi respuesta, y a d v e r t i r á s que tu idea y mis pala-
calcula quién era y la causa que le movió á pecar al decirle*
bras son, respecto á la verdad, lo q u e el centro respecto á «Pide.»
todos los l u g a r e s del círculo.
»No me he expresado de modo que no pudieses v e r . c l a r o
»Lo que no. perece y lo que puede pereoer, se debe consi- que aquel hombre fué un rey que pidió sabiduría para ser rev
d e r a r como un esplendor de aquel objeto que Nuestro Señor J
bueno.
e n g e n d r a amando; pues aquella luz. viva (5), que e m a n a del
»No trato de saber el n ú m e r o de las celestes naturalezas
radiante Poder, sin desprenderse de él más,que el Amor, cuya
ni si lo preciso con lo contingente dan lo necesario, ó bien §
relación hace su trinidad, concentra por s u s rayos por efecto
est daréprimum motum esse; ó si en un semicírculo se puede
de bondad en nueve esferas, como en un solo espejo, estando colocar un triángulo sin ángulo recto.
así unida eternamente.
»Habiendo entendido bien lo que dije, y aun esto, verás que
»De allí desciende h a s t a los últimos poderes, a m i n o r a n d o la sabiduría real es la ciencia sin par, á la que me referia. Y
s u fuerza por grados, de suerte, que concluye por c r e a r séres si fijas tu atención a d e m á s en las palabras se elevó, verás que
insignificantes. Esos séres son, á mi juicio, las cosas e n g e n - solo pueden aludir á los reyes; sin embargo, de tantos reyes,
d r a d a s que el Cielo en su agitación produce con ó sin g é r m e n . pocos fueron los buenos.
»La materia de estos séres y la causa de donde vienen, pue-
»Pesa la distinción que te hago de mis palabras, y podrás
den obrar de diferentes m a n e r a s , y sea cual fuere la forma
c o n s e r v a r tu creencia para el primitivo padre nuestro muy
peculiar de cada uno, siempre se destaca en él más ó menos
querido (2); que todo esto sea un contrapeso para tus piés
la divina intención; por lo q u e se ve que un mismo árbol da,
para que te haga mover con lentitud como hombre rendido,'
hácia el sí y el nó que te es imposible v e r .
(1) Santo Tomás, quien refirió la vida de san Francisco.
»Necio e n t r e los necios es el que, sin distinguir, niega ó
(2) Ya que tu primera duda e s i á d e s h e c h a .
(3) Eva.
(4) Costado deJCristo.
(5) El Verbo. „ CI) Salomon.
(2) Cristo.
a f í r m a l o que h a c e e x t r a v i a r la opinion g e n e r a l , p u e s q u e nues-
tra m e n t e se o f u s c a por las pasiones. »Indicadle si la luz q u e a d o r n a v u e s t r a s u s t a n c i a subsistirá
»Inútil es q u e se a p a r t e de la orilla, p o r q u e j a m a s r e g r e s a e t e r n a m e n t e en vos, c o m o se halla a h o r a ; y de s e r asi, decidle
á ella como a n t e s el que c o r r e en b u s c a de la v e r d a d , sin e s t a r o q u e p a s a r á luego que volváis á s e r visibles (1), p a r a que no
1
s e g u r o de su c a r r e r a . Irrevocables p r u e b a s son P a r m e n i d e s . los p e r j u d i q u e la vista.»
Brisso y otros m u c h o s q u e no sabían donde c a m i n a b a n . Como u n a explosion, ó un a r r a n q u e d e a l e g r i a agita y a r r a s -
»Del propio modo o b r a r o n Sabellino y Arrio, y los otros tra en un baile á los b a i l a r i n e s m á s bulliciosos, q u e alzan la
i n s e n s a t o s que f u e r o n otros tantos áspides p a r a las E s c r i t u r a s , voz y e x a g e r a n s u s gestos, así los s a c r o s a n t o s c í r c u l o s signifi-
en los q u e al m i r a r s e los r e c t o s rostros, parecían torcidos. c a r o n m a s a r d o r en s u s bailes é h i m n o s magníficos al oír el
»No pueden los h o m b r e s a t r e v e r s e á j u z g a r , como lo s u e l e expresivo r u e g o que se les hacia.
h a c e r el d u e ñ o de un c a m p o de trigo a n t e s de q u e llegue á El q u e se q u e j a de q u e t e n g a q u e m o r i r aquí a b a j o p a r a
sazón; pues he visto al mustio zarzal, seco en el invierno, l u c i r m o r a r e n lo alto, no ha visto la divina f r e s c u r a de la lluvia
d e s p u e s preciosas r o s a s , y b u q u e s q u e d e s p u e s d e feliz y t r a n - eterna.
quila travesía, han n a u f r a g a d o á la e n t r a d a del p u e r t o . El uno, dos y tres, q u e vive é i m p e r a s i e m p r e e n t r e tres
» A u n q u e M o n n a , Berta y m i s e r M a r t i n o ( l ) vier&n volar y dos y uno, y q u e s i n c i r c u n s c r i b i r s e lo c i r c u n s c r i b e todo (2)'
h a c e r ofrendas, no se figuren verlo c o m o se ve en el d i v i n o f u é t r e s veces c a n t a d o por cada espíritu con tal a r m o n í a , q u e
consejo, p o r q u e puede c a e r el uno y l e v a n t a r s e el otro.» on la s e n a suficiente g a l a r d ó n á todo mérito
E n t o n c e s percibí en la m á s brillante luz del m á s p e q u e ñ o
(1) El Sol.
(i) Fué transportado á nn más e l e v a d o cielo, por l o q u e s e a c e r c ó más á Dics, (2) Por la Via lactea.
que e s la verdadera salvación.
(3) La Cruz.
de que me acuso para excusarme, al notar mi veracidad, pues
vista hácia mi Señora, entre las dos me quedó asombrado. En
el placer sacrosanto que e m a n a de aquella mirada, no puede
explicarse, puesto que resulta más puro cuanto m á s nos ele- s u s ojos brillaba tal sonrisa, que creí ver p o r l ó s mios el fondo
vamos. de mi gracia y P a r a í s o .
Despues, aquel espíritu que me inspiraba tal dulzura a ñ a -
dió á s u s p r i m e r a s frases cosas que no entendí; tanta era. la
divinidad con que se expresaba, no porque tuvieran intención
d e ocultármelas, sino porque tenia que hacerlo precisamente,
CANTO D E C I M O Q U I N T O por ser superior su concepción á la inteligencia h u m a n a .
A pesar de esto, en cuanto su afecto ardiente se extendió
suficientemente para que su voz descendiese hasta los límites
Cacciaguida, tatarabuelo de Dante, lo acoge tiernamente.—Ex- de nuestra c o m p r e n s i ó n , hé aquí lo q u e primero pude oir:
plícate la genealogía de los Aligfrieri.—Después habla dé las «¡Trino y uno, bendito seas, que tan benéfico te muestras á mi
antiguas costumbres de Florencia.—Acaba por decirle que sangre!»
combatiendo d los turcos, murió por la fe de Cristo. ': Luego añadió: «El grato y dilatado deseo que hizo brotar
en mí la lectura del inmenso libro, en el que j a m á s cambian
A bendita voluntad por la que se manifiesta el a m o r lo negro y lo blanco, fué calmado por ti, hijo mío, e n m e d i o d e
cuya ¡dea es s a n a , como por la concupiscencia se la luz que te dirijo la palabra; le doy g r a c i a s rendidas á la que
manifiesta la voluntad nefanda, hizo callar aquella te procuró alas para volar á estas alturas.
suave lira y reposar las s a n t a s cuerdas (1) que vibran »Te figuras que viene hasta mi tu idea por medio del que
á voluntad de la mano celestial. es primero, como de la conocida unidad vienen el cinco y el
¿Podrán ensordecer á las súplicas justas, las sustancias que seis; por lo que no me p r e g u n t a s quién soy, ni por qué me he
p a r a inspirarme el deseo de dirigirles yo una, g u a r d a r o n fijado en tí más regocijado que cualquiera otro de esta alegre
acorde silencio? cohorte.
»Te figuras lo que es; pues en esta vida así los pequeños
Es justo que se queje el q u e por a m a r cosas perecederas se
deshace de aquel otro a m o r . •como los grandes, miran el espejo en el q u e antes de pensar
Como la viva chispa que r e c o r r e un reposado y puro cielo se retratan los pensamientos.
y se lleva n u e s t r a s , hasta entonces, indiferentes m i r a d a s , asi- »Mas para que el s a g r a d o a m o r q u e continuamente c o n -
milando á una estrella que cambia de sitio y que de la parte templo con los ojos fijos, y que "me inspira un deseo dulce,
en que brota y d u r a poco, no se extingue claridad alguna, noté a r r i b e al colmo de su regocijo, di con voz firme y alegre tu
yo del extremo derecho al fin de la cruz volar un astro (2) de deseo, pues que mi contestación está ya preparada.»
la constelación brillante en aquel cielo. Volvime á Beatriz; y como antes de respirar me c o m p r e n -
diera, me sonrió de suerte que acrecentó mi anhelo.
En vez de soltarse el diamante, recorrió la luminosa línea,
Entonces comenzó de esta m a n e r a : «Desde que lograsteis
a s e m e j a n d o un fuego t r a s del alabastro.
la primera igualdad, el a m o r y la sabiduría son de idéntico
No apareció la s o m b r a de Anquises con menos piedad (si
peso en vosotros; porque en el Sol (1) que os a l u m b r a con su
h e m o s de dar crédito á nuestra primera musa) al p e r c i b i r á su
brillantez y os abrasa con su a r d o r , son tan idénticas a m b a s
h i j o en los Elíseos Campos.
virtudes, q u e las o t r a s s e m e j a n z a s serian vanas.
De suerte que puse en ella toda mi atención, y volviendo la
»Mas la voluntad y poder en los m u n d a n o s tienen, por una
c a u s a que nos es desconocida, a l a s desiguales. Por lo que yo,
(I ) s e refiere á las a l m a s d e los bienaventurados.
42) t i «'ma de Cacciaguida, tatarabuelo de Dante.
(I) Dios.
que soy mortal, percibo aquella desigualdad en mí, y sólo de »Invocada á g r a n voz la Virgen María, permitió que naciera
corazon os agradezco vuestra paternal acogida. bajo u n a dulce techumbre^ do se disfrutaba la más completa
»Perla viviente que enriqueces ese joyel magnífico (1), te paz y la más leal civilización, y en vuestro bautisterio a n t i -
ruego me digas tu nombre.» guo fui á un tiempo llamado cristiano y Cacciaguida
/«¡Querido retoño mió, cuya espera rae complacía tanto, yo »Eliseo y Moronto fueron mis hermanos; mi m u j e r e r a pro-
he sido tu raíz!» Tal fué su respuesta. cedente del valle del Pó, y de allí se formó tu segundo nombre.
Despues añadió: «Aquel, del que tomó origen tu raza y que Luego seguí al emperador Conrado (1), que premió m i s hechos
más de cien años se ocupa en dar la vuelta á la cuesta prime- gloriosos. A su servicio milité contra la ley maligna de aquel
ra de la montaña, f u é mi hijo y bisabuelo tuyo; es necesario pueblo (2), que por causa de vuestro pastor usurpó vuestros
que tus buenos oficios aminoren su larga fatiga. dominios.
»Casta y sobria vivió en paz Florencia en su antiguo recinto,, »Aquella infame raza me libró del mundo fementido, cuyo
desde el que percibe las horas tercia y nona; ni tenia argollas, amor tantas a l m a s envilece, y su torcedor me proporcionó
ni corona ni esbeltas mujeres, ni más preciosos cinturones esta s a n t a paz.»
que las personas que los lucían; y al n a c e r la hija no amedren-
taba á su padre, pues la hora de enlazarla y el dote no habían
rebosado aun toda codicia.
»Entonces no se hallaban c a s a s sin niños, ni habia aparecido C A N T O D E C I M O S E X T O
Sardanápalo para desmostrar lo que en un aposento puede
practicarse.
»Montemalo (2) todavía no era vencido por vuestro Ucce- Cacciaguida habla del sitio y época de su nacimiento.—Dicelo
que entonces era la ciudad de Florencia, las principales fa-
llatojo, que así lo s u p e r a r á en pujanza como en desfalleci- milias que en ella figuraban, y finalmente, los desórdenes
miento. que vinieron de las costumbres nuevas.
»Yí salir á Bellincion Berti (3), con cinto de cuero y hueso,
y a p a r t a r s e del espejo á su m u j e r con la cara sin afeites.
»Yí á los de Nerli y Vecchio conformarse con una piel sim- A Q U Í T I C A nobleza de la s a n g r e , si eres el móvil del
ple, y á s u s m u j e r e s dedicadas á hilar. ¡Oh venturosas mujeres! s orgullo de los h o m b r e s en esta tierra donde tan
las cuales todas sabian el sitio de su tumba y n i n g u n a de ellas ^L. débil es nuestro espíritu, no serás ya n u n c a para mi
se hallaba sola en su lecho para la Francia. . objeto de veneración, pues que allí donde no hay
»Una velaba su c u n a , y para acallar al pequeñuelo, hacia 1 mezquinos deseos (en el Cielo), me glorificaba de ello!
uso de aquel eco que nace de! primer regocijo de los padres y No eres más que un rópon que acorta, de continuo, la tijera
las madres, en tanto q u e otra, tirando de la blanca cabellera ' del tiempo, por más que de continuo se le estire.
de su rueca, razonaba con su familia respecto de los troyanos, Con la palabra ros, á la que rindió vasallaje Roma, la pri-
de Roma y de Fiesole. mera, y en el uso de la que s u s ^descendientes perseveraron
»Entonces un Cianghella ó un Lapo Salterello hubieran
causado la misma novedad que hoy causarían un Cincinato ó
una Cornelia. I menos, tornarán á comenzar las mias.
C A N T O DÉ'CIMOSETIMO
Godofredo, duque de Lorena, conquistó áJerus.alen.-Guiscardo, duque ti" En aquel punto vi bajar otros resplandores sobre la narle
Noi ninnili*, conquisto á Sicilia,
U M d PaSaba Ca
(2) Planeta Júpiter. ' ° " ",and0; # Í - el bien que
Y como del choque de dos brasas brotan infinidad de
chispas, tenidas por ios necios por otros tantos augurios, asi
miles de resplandores parecían subir, unos á g r a n a l t u r a ,
otros no tanto, según la distribución del sol que los a l u m b r a . C A N T O D E C I M O N O V E N O
Al estar cada uno en su sitio, vi que formaban la cabeza y
cuello de un águila.
Apostrofe contra las simonías y avaricia de sus tiempos.—In-
No necesita guia el q u e pintó esto; él mismo se basta, y de terroga el poetad las almas que describen la celeste Aguila,
él viene la virtud que da forma á los nidos. Los otros bienaven- sobre la posibilidad de salvarse ó no el que no conociera y
turados, que en un principio se conformaban con fabricar sobro practicara la f e cristiana.
la M una corona de lis, hicieron luego u n a pequeña oscilación
y quedó acabada la forma del águila. ELANTE de mí y con las alas tendidas, estaba la bella
¡Ah g r a t a estrella! ¡Cuántas joyas preciosas me indicaron í¿|¡|pf jimágen q u e con su dulce arrobamiento acrecentaba
v
q u e nuestra justicia es obra del Cielo, del que eres d i a m a n t e r p• el placer de las almas,allí reunidas Asemejaban pre-
divino! ciosos rubíes que reflejaban en mi vi^ta, herida por
Por lo q u e pido á la razón, principio de tu fuerza y movi- los resplandores del sol más refulgente. Lo que a h o r a debo
miento que indague de dónde procede el h u m o que oscurece bosquejar, no puede cantarlo voz h u m a n a , ni aun concebirlo;
tus rayos, para q u e se irrite nuevamente contra los c o m e r - pues vi y aun percibí al pico decir en su voz peculiar: yo y mió,
ciantes del templo, que debió s u cimiento á los milagros y á no teniendo en su idea el vos y el vuestro.
la s a n g r e de los mártires. Despues empezó así: «Me hallo elevado á tal gloria, por
¡Oh milicia del cielo, que contemplo, adora á Dios por los haber practicado la justicia y la piedad; gloria que no puede
que existen en la tierra extraviados por c a u s a de los malos eclipsar deseo alguno. En la tierra es tan g r a t a mi memoria,
ejemplos! que aun la malevolencia la ensalza, á pesar de q u e no sigan
s u s huellas.»
d i l l e s era costumbre hacer g u e r r a con la espada; hoy se
practica a r r e b a t a n d o aqui y allí el pan que el padre caritativo Y así como es uno solo él calor que despiden distintos tizo-
reparte entre s u s hijos. nes, uno solo era el eco que venia de aquella, sin embargo de
formarla a m o r e s distintos.
Mas tú, que escribes tan sólo para borrar (1), calcula que
Pedro y Pablo, q u e murieron por la viña que tú abandonas, Yo respondí: «¡Ah e t e r n a s flores del eterno goce, que cual
único a r o m a me dais vuestros perfumes, reposad, e x h a l á n d o o s
viven a u n . Puedes decir con entera verdad: «Pongo de tal
la crudeza del inmenso a y u n o que tan grande hambre m e
s u e r t e mis deseos en el que apeteció morir solitario (2) y
hizo pasar hallá en el mundo donde no existia para mí ningún
fué a r r a s t r a d o al tormento, que desconozco al pescador y á
alimento!
Pablo.»
No ignoro que si la divina Justicia es espejo para otra
esfera, la vuestra deja de percibirla á través de un crespón;
(I) B. n i f a c i o VIII, á q u i e n s e acu.-a ti - alzar e n t r e d i c h o - , por s ó l o procurarse vosotros no ignoráis la atención con q u e lo oigo, ni la duda
d i n e r o al l e v a n t a r l o s . « qug siembra en mi un a y u n o tan antiguo.»
(3) Quiere d<-< i r e n l o s I h r i n i s , q u e t e n í a n la i m a g e n d e san Juan Bautista.
Como el halcón que, al encontrarse desembarazado de su
capirote, bate las alas, y orgulloso d e m u e s t r a s u s deseos, vi
agitarse al águila formada de alabanzas de divina gracia,
cuyas voces sólo pueden entender los que gozan de ellas en
las alturas.
Luego respondió: «El q u e giró su compás al extremo del
CANTO x t x 337
;
u — : : : —i— 1 —
mundo, y que guardó en el espacio tantos objetos ocultos y En tanto se agitaban, decia cantando: «Mis acordes serán
potentes, no pudo dejar en todo el orbe una prueba mayor oscuros para tí, como lo es para los que m o r á i s allá abajo la
de inmenso poderío que su Verbo no la sobrepujase; la q u e eterna justicia.» 1
nos e n s e ñ a que el primer orgulloso, sin embargo de tener más
Los magníficos acordes del Santo Espíritu siguieron todavía
talla que ninguna otra criatura, cayó antes que alcanzara la
reposando en el signo hecho á los r o m a n o s , tan temibles para
razón que da la gracia, por no esperar la luz.
el mundo entero; añadiendo el águila: J a m á s pudo ascender
»De lo que viene, que toda c r i a t u r a de menos talla que á este imperio quien no creyó á Cristo, antes ó despues do su
aquella, es receptáculo asaz angosto para d a r cabida á un martirio en la Cruz. Hay ecos que g r i t a n : «¡Cristo, Cristo!»
bien sin limite, y que sólo se puede medir por si propio; así, que en el instante del juicio final se hallarán más alejados de
nuestra vista (que no es más que uno de los rayos del espíritu él que algunos q u e 110 le conocieron j a m á s .
que todo lo llena) 110 puede por su pequeñez tener fuerza tal,
»Semejantes cristianos los c o n d e n a r á el etiope al s e p a r a r s e
que advierta su principio en los preciosos límites. I
ambos colegios, uno rico para la eternidad, otro pobre para
»La vista que se dispensa á ' n u e s t r o mundo, penetra en la siempre.
eternal justicia como el ojo en lo interior del Océano, el cual
»¿Qué dirán los persas á vuestros reyes al ver abierto el
a u n q u e vea el fondo en la orilla, deja de verle en alta mar; el
libro donde están consignadas todas s u s torpezas? E n t r e los
fondo existe, m a s la profundidad le esconde.
actos de Alberto se notará aquel que luego lanzara el águila,
»No hay luz que 110 e m a n e d e este punto sereno, que nunca bajo la que. el reino de P r a g a no será más que un páramo.
se ve cubierto de celajes; fuera de él todo son tinieblas y s o m -
»Se verá allí el dolor excitado en las orillas del S e n a , por
bras de la c a r n e ó de su ponzoña.
el que s u c u m b i r á de resultas de una herida que le inferirá un
»Creo haber descorrido suficientemente el velo que te ocul-
jabalí (1).
tara á la viva justicia, sobre la cual preguntabas y decías:
»También se notará el exagerado orgullo de los escoceses
«La criatura nacida en e l d n d o s t a n , donde nadie nombra
é ingleses, dementes hasta el caso de no saber detenerse en
al Cristo, ni sobre él se lee ni escribe, siendo s u s actos y
su límite, y la lujuria y vida voluptuosa de aquellos m o n a r c a s
deseos f sanos y morales, la vida de aquel sér no debe tener
de España y Bohemia (2), á quienes no conoció ni apreció
tacha; y aun muriendo sin bautizar y sin fe, ¿con qué justicia
heroísmo.
se podrá condenar? ¿Qué tanto de culpa tendrá por no creer?»
»Señalada con una 1, se verá también allí la bondad del
»A pesar de ello, ¿quién eres tú para q u e r e r p e r t e n e c e r á
Cojo de Jerusalen (3), como lo será con una M el que marchó
un tribunal que ha de juzgar á miles de millares siendo asi
c o n t r a él.
que tu vista no domina más que un palmo de distancia?
»Asimismo se verá la doblez y avaricia del posesor de la
Indudablemente habría materia de duda y asombro para el
isla de Fuego (4), en la que Anquises dió fin á su larga cami-
que fuera, como yo, á no resplandecer en vosotros la luz de la nata. Y en prueba de su escaso valimiento, su lema se f o r -
Escritura.
m a r á de c a r a c t e r e s truncados, que se expresarán m u c h o en
»¡Oh séres terrenales! ¡Oh menguados espíritus! La primi-
poco espacio.
tiva voluntad, s¡ma por sí propia, j a m á s se apartó de sí, que
»En cada uno se verán las bajezas del h e r m a n o y del lio
e s el bien infinito. Cuícamente es justo lo que le es afin; no
q u e envilecieran una nación valiente y dos coronas.
existe bien creado q u e la pueda a t r a e r ; ella es.Ia que produce
el bien con sus resplandores.»
Como cigüeña que se agita en el nido despues de haber
templado la necesidad de s u s hijuelos, y á semejanza del que (i) Felipe el Hermoso.
de éstos la m i r a satisfecho, así alcé yo ta frente a n t e la i m á - (S) Alfi'n-o y W e n c e s l a o .
<3j Carlos, monar< a d e P n l l a y J e r u s a l e n .
gen que tendiera sus alas movidas por infinitos espíritus. Federico de Sicilia.
»Reconocidos serán allí los reyes de Portugal y Noruega, v
ó r u m o r se trucó súbitamente en voz, saliendo por un pico
el de Hascio, que alteró los limites de Venecia.
formando conceptos, que procuré g r a b a r en mi corazon por
»¡Venturosa será Hungría si no permite que se la maltrate
mas. ¡Venturosa podrá ser Navarra s i s e refugia en las monta- aguardarlos con tal ansiedad.
nas que la circundan! «La parte que de mí misma adviertes y que en las águilas
vulgares pueden sostener la brillantez del sol, desea que se la
»Crean todos que Nicosia y Famagosta claman ya por el
mire a h o r a con fijeza, me dijo, porque entre los fuegos que
momento de la venganza, y s e agitan y querellan por causa
de Ja bestia que las dirige ( t ¿ bestia que no se a p a r t a de las dan forma á mi faz, los que dan brillo al ojo de mi cabeza son
huellas de los otros brutos.» los principales de todos s u s g r a d o s .
C A N T O V I G É S I M O
P
i^ ' f e
n 7 ¡ malas obraS de diferentes principios cris-
líanos. Dante observa en el Aguila celestial las almas de
r U c o n s í ¿ c ¿
d o 7 1 2 Z ^ 1 r T ° f j" a ! / Virtud. —Admiran-
fe orí tía 3 , 3 e l ° f ° í Per«onaJes <J«<? no practicaron la
fe cristiana, le dice el Aguila el modo cómo se salvaron
aquellos dos espíritus.
C A N T O V J G E S I M O P R I M E R O
Esto me repuso por vez tereera; luego añadió: «De tal suerte
me dediqué allí al servicio de Dios, que con sólo alguna, viT !
das aderazadas con el jugo de la aceituna, pasaba el calor y el
»Mortales son tu oído y tu vista, m e repuso; no so canta frío, feliz con mis ideas de contemplación. Aquel claustro daba
aquí por la propia razón que no consiente sonreír a Beatriz. abundante producto para esta parte del Cielo, en tanto q u e
Si bajé hasta este punto de la escala santa, fué por halagarte
con la palabra y con el resplandor de que me hallo revestida.
(i) D u c a d o de Urb no.
hoy eslá Un desierto, que h a b r á por precisión que "revelarlo te h a impresionado de tal modo un solo grito? Si h u b i e r a s en-
pronto. tendido las plegarias que contiene, estarías al cabo d é l a ven-
»Allí me llamaron P e d r o Damian, y P e d r o el pescador en el g a n z a que notarás a n t e s de tu m u e r t e .
convento de Nuestra Señora en las m á r g e n e s del Adriático; « J a m á s hiere la espada celestial ni m u y pronto ni m u y
muy débil e r a ya mi vida mortal, al s e r llamado para obli- tarde, con arreglo á la idea del que la espera con alegría ó
g a r m e á t o m a r el capelo q u e pasa s i e m p r e de peor á peor. miedo. Vuélvete enseguida á otro lado y verás varios espíri-
»Llegó Cefas, como también el vaso escogido (1) por el tus ilustres, si tu mirada se coloca en la dirección que le
Santo Espíritu; arabos flacos y descalzos, recibiendo el s u s - demuestro.»
tento de a j e n a mano. Los modernos pastores son tan cómodos,
Efectivamente, miré donde ella quiso, y vi cien pequeñas
que desean que se les a c o m p a ñ e , se lessostenga y a u n q u e s e
esferas que s e hermoseaban m u t u a m e n t e con s u s propios
les levante por la espalda. Cubren de tal suerte con paños s u s
rayos. Mi posicion fué en aquel instante la del que se siente
palafrenes, que m a r c h a n dos bestias debajo de u n a sola piel(2).
aguijoneado de un v e h e m e n t e deseo y no se atreve á p r e g u n -
¡Oh tolerancia, c u á n t a paciencia tienes!»
tar por no i n c u r r i r en imprudencia. P e r o la mayor y más res-
Cuando acabó de decir esto, vi a l g u n o s resplandores que plandeciente de aquellas perlas avanzo para desvanecer mi
bajando, corrían de una en otra g r a d a , dándoles m á s luz cada curiosidad, y oi de su interior (1):
movimiento. Al llegar en torno del espíritu que m e h a b l a r a ,
«Si vieras como yo la caridad q u e vive en nosotros, h u b i e -
pararon prorumpiendo en un grito tal, q u e aquí abajo no h a y
ran sido manifiestos tus pensamientos; m a s para que por tu
e s t r u e n d o que pueda comparársele; no pude entenderles p o r -
silencio no retardes la llegada al sublime objeto, desvaneceré
que su ruido me anonadó.
con antelación la idea que
1
m á s te e m b a r g a .
O
»El monte en cuyo declive se halla Casino, fué visitado en
tiempos, especialmente en su cima, por hombres extraviados
y malos, habiendo sido yo el primero en conducir allí la v e r -
dad que tanto nos ensalza aquí (2). T a n t o brilló en mí la gra-
C A N T O •V I G E S I M O S E G U N D O cia, que pude a r r a n c a r de s u s contornos el culto impío, que
sedujo todas las ciudades del mundo.
• »Esos fuegos todos han sido hombres que se dieron á la vida
Cuenta san Benito que en el monte Casino llevó el nombre de
de la contemplación, a b r a s a d o s en el a r d o r que háfce brotar
de Cristo. —De allí asciende el poeta con Beatriz hácia el signo
de Géminis, esfera última. las flores y sagrados fruto*. E s t á n aquí Romualdo y M a c a -
n o (:;), como mis h e r m a n o s , que s e c e r r a r o n en claustro con
•perseverante corazon.»
^ P | | | [ O M O el niño que busca apoyo en quién lo a m p a r ó ,
volvíme ^sombrado á mi protectora, y ella, cual Yo le repuse: «El cariñoso afecto con quq me hablafe y que
ma
d r e cariñosa que a c u d e á a u x i l i a r la pena de su veo en vosotros, me inspira la confianza que el sol á lá Am-
lujo, con la voz que a c o s t u m b r a á calmarle, me ellando s e a b r e para recibirle; así, te ruego, padre querido,
observó: me digas si mi g r a c i a será suficiente para permitirme ver
• «¿Te olvidas que te hallas en el Cielo, donde todo e s s e g u - tu faz.»
ridad, y q u e c u a n t o en él se practica viene de un celo recto? «Tus buenos deseos, dijo, serán satisfechos en la última
¿Cómo h a s resistido las a r m o n í a s de las luces y raí sonrisa, y
(11 Se refiere al rondador san Benito.
<2) Había un t e m p l o dedicado á Apolo.
(1) San Pablo.
13} 11a habido dos Macarios. Romualdo, fundador de la ór.'en ramaldulei ve
(2) Dictan de Florencia. en el año 'J5í.
esfera, donde se satisfacen todos los otros y los inios, porque Al consentírseme luego la gracia deipenetrar en la alta via
todos los votos son perfectos allí; únicamente en aquel lugar que os hace mover, vagué por vuestra morada, y por vosotras
está toda parte, do siempre fué. Aquella esfera no.se halla en devotamente suspira hoy mi alma, para adquirir el valor nece-
ningún punto que gire entre los polos, y parte nuestra escala sario en el trance que se encuentra.
hasta ella por lo que á tu mirada se esconde.
«Te hallas tan próximo á la verdadera salvación, díjome
> Jacob observó que la parte superior se encaminaba á las Beatriz, que es necesario sea penetrante tu mirada; de modo,
alturas, al parecerle tan llena de ángeles. Mas nadie por pisarla que antes de proseguir, mires háeía abajo y advertirás c u á n -
aparta su planta de la tierra; mi orden no sirve ya allí abajo tos coloqué bajo tu planta, para que tu corazón se presente
sino para manchar papel. Sus murallas, q u e a n t e s d a b a n forma regocijado ante la bella cohorte que acude tan alegre por esta
a un monasterio, son en la actualidad una caverna, y las bóveda eternal.»
cogullas de hoy son sacos de nefanda h a r i n a .
Entonces pasé mi vista á través de las siete esferas, y vi de
»Ni la más ciega usura es tan repugnante á Dios como el tal suerte á nuestro globo, que no pude menos de sonreir á su
fruto de esos tesoros que de tal modo halagan la avaricia de triste imágen: venturoso el que le tiene en poco y que no
los monges. Cuanto ahorra la Iglesia es propiedad de los que piensa sino en el otro mundo, q u e es el que merece el nombre
piden en nombre de Dios, y no de parientes y otros malvados. de hombre de bien.
»La carne mortal es de (al modo delicada, que no se halla Contempla á la hija de M o ñ a (I) inflamada en aquella
buena institución que dure del nacimiento de la encina á la sombra, que me la presentara, al parecer, densa y dilatada.
emanación de su fruto. Pedro principió sin oro ni plata, yo Pude allí resistir el aspecto de tu hijo ó Hiperion (2), y vi
con las vigilias y oracion, y Francisco creó su orden con la como giran á su alrededor Maya y Dionea (3).
humildad. Si atiendes al origen de cada orden y á la altura
que ha llegado, verás lo negro trocado en blanco. De allí creí ver á Júpiter atemperando a su padre y á su
hijo; vi claramente sus cambios, como también el tamaño,
»Más admirable seria ver corregido este abuso, que lo debió
velocidad y diámetro respectivos de los siete planetas. Este
ser el ver retirar las a g u a s del Jordán y del Océano cuando
insignificante punto, que tamo nos envanece, me pareció sólo
fué voluntad de Dios.»
el efecto de unas cuantas peñas emanadas del fondo del mar,
Cuando,acabo de hablar, fué el alma á incorporarse á su mirando con los Gemelos eternos que me acompañaban.
cohorte, que concentrándose, se elevó como torbellino. Lúego mi vista volvió á fijarse en los divinos ojos (4j|¡f
M i g r a t a ' S e ñ o r a , con un signo, me impulsó á ascender en
pos de ella por la escala; de tal modo su virtud venciera mi
{') La Lnna.
naturaleza. J a m á s en la tierra hubo movimiento tan veloz como (2; El Sol, l i i j o d e llii.erion .
mi vuelo. Ojalá, lector, pudiera volver á alcanzar aquel lauro (3i Mercurio fué hijo d e Maya; Vénus, bija d e Dionea, «e refiere Dante á
glorioso, por el que. frecuentemente lloro mis pecados, d á n - l is esferas que había recorrí !o.
( i ) De Beatriz.
dome golpes de pecho, como es positivo que no pondrías y
apartarías el dedo del fuego más deprisa que lo hice yo al
penetrar en el signo Tauro (1).
¡Ah estrellas celestiales! ¡Oh virtuosa luz! de la que recibí
mi ingenio, como quiera que sea, entre vosotras nacia y se
ocultaba el padre de la mortal vida (2) al respirar yo por vez
primera el toscano ambiente.
girando cual convenia á su voraz a m o r , como se incorpora IENTRAS* estaba vacilante con motivo de lo d e s l u m -
y principia á bailar una joven graciosa, con ¡a idea de feste- r?l
brado de mi vista, brotó del centro de la llama una
j a r á la bella desposada; y no con la idea de i n c u r r i r en n i n - ^ voz que llamó mi atención, y que decia: «Mientras
g u n a falta. r e c o b r a s la vista que perdiste al contemplarme,
Interin aquella luz, reunida á las otras, principiaba su canto j^será del caso que te desquites hablando; principia por decirme
y movimiento, mi Señora ponia en ellas su vista como esposa á lo q u e tu alma atiende, y cree que tu vista está extraviada,
inmóvil y silenciosa. y no perdida ó m u e r t a , pues la m u j e r que te dirige en esta
«Es el que reposó en el seno de nuestro Pelicano (3), y desde mansión, tiene en la mirada la virtud que tuvo la m a n o de
la cumbre de la Cruz f u é escogido para el g r a n acto.» Ananías (1).»
Esto dijo mi Señora, sin que dejasen de ser s u s m i r a d a s Y á mi vez le dije: «Que más pronto ó más tarde acuda á
mis ojos el remedio, puesto que fueron las puertas por donde
(]) David.
(2) San Juan e v a n g e l i s t a .
(3; Jesucristo. (!) Giró la v i s t a hacia san Pablo.
demostrar s u s alcances, dije yo: «La esperanza es la espera tan atentas como antes de hablar. Como el que m i r a y cree
positiva de la f u t u r a gloria; e m a n a d a de la divina gracia y de ver q u e se eclipsa el sol un poco de tanto m i r a r acaba por no
los anteriores méritos; hé aqui el fulgor que viene en mí de ver, me quedé yo en vista de aquella llama, en tanto decía:
las estrellas, derramándolo el primero en mi corazon el sobe- «¿Por qué te deslumhra un . objeto que aquí no ocupa su
rano cantor (1) del magnífico Maestro. I ugar?
»Que aguarden en tí/ dijo en s u s cantos, los que no ignoran »Mi cuerpo es tierra en la tierra, y esto será con todos los
tu nombre;» y quién que atesore mi fe lo i g n o r a ? D e tal s u e r t e otros, h a s t a que su n ú m e r o sea idéntico al de los decretos
m e inundó tu epístola, que estoy lleno de ella, y la hago eternales. Sólo los esplendores que alzaron su vuelo ostentan
refluir en los demás.» dos vestidos en este dichoso claustro; esto lo repetirás allí
Mientras hablaba vi e n el centro vivo' de aquel fuego osci- abajo.»
lar u n a llama seguida y veloz cual la centella, la q u e rae dijo Despues de estas frases, se paró el inflamado circulo; tan
luego: «El a m o r en que m e abraso aun por la virtud que me grato era el eco de aquellas tres voces, como el que para q u e
a c o m p a ñ a r a hasta el martirio y hasta dejar el campo de cesen la fatiga ó el riesgo, produce un silbato y paran los
batalla, desea que te hable, puesto q u e lo esperas; me r e g o - remos que azotaban las olas. ¡Qué inmensa fué mi emocion a¡
cija el que digas lo que te promete la Esperanza.» volverme á Beatriz sin que alcanzara verla, sin embargo de
Yo: «Las m o d e r n a s y a n t i g u a s Escrituras clasifican la estar á su lado, y en el mundo de las bienaventuranzas!
s u e r t e de los espíritu^ que Dios ha adoptado, y la mia se me
presenta terminante. Isaías opina que vestirá cada u n a en su
patria un ropaje doble, siendo s u patria esta g r a t a vida, y tu
h e r m a n o (2) determina con más claridad la revelación, al r e - C A N T O V I G É S I M O S E X T O
ferirse á las blancas túnicas.»
En el instante de a c a b a r las palabras anteriores, oimos
sobre nosotros Sperent in te, á que respondieron todos los % Solamente el Cristo y la Virgen subieron en cuerpo y alma al
círculos. E n t r e ellos brilló un resplandor con tal fortaleza, q u e Cielo —Examina san Juan evangelista al poeta sobre la Ca-
ridad.—Responden con un himno los bienaventurados'á las
si el Cáncer tuviera tal claridad, jin día de invierno tendría la
acertadas contestaciones de Dante.—Adán refiere d Dante
duración de un mes.
El luminoso esplendor se dirigió á los otros dos que seguían
Í la época de su dicha y la dé su desventura.
girando cual convenia á su voraz a m o r , como se incorpora IENTRAS* estaba vacilante con motivo de lo d e s l u m -
y principia á bailar una joven graciosa, con ¡a idea de feste- r?l
brado de mi vista, brotó del centro de la llama una
j a r á la bella desposada; y no con la idea de i n c u r r i r en n i n - ^ voz que llamó mi atención, y que decia: «Mientras
g u n a falta. r e c o b r a s la vista que perdiste al contemplarme,
Interin aquella luz, reunida á las otras, principiaba su canto j^será del caso que te desquites hablando; principia por decirme
y movimiento, mi Señora ponia en ellas su vista como esposa á lo q u e tu alma atiende, y cree que tu vista está extraviada,
inmóvil y silenciosa. y no perdida ó m u e r t a , pues la m u j e r que te dirige en esta
«Es el que reposó en el seno de nuestro Pelicano (3), y desde mansión, tiene en la mirada la virtud que tuvo la m a n o de
la cumbre de la Cruz f u é escogido para el g r a n acto.» Ananías (1).»
Esto dijo mi Señora, sin que dejasen de ser s u s m i r a d a s Y á mi vez le dije: «Que más pronto ó más tarde acuda á
mis ojos el remedio, puesto que fueron las puertas por donde
(]) David.
(2) San Juan e v a n g e l i s t a .
(3; Jesucristo. (I) Giró la v i s t a hacia san Pablo.
PABA1S0 CANTO XXVI . 361
ella penetrara con la llama que continuamente m e inflama. El cías, como me lo d e m u e s t r a n las palabras del verdadero Crea-
bien que practica esta regocijada corte es el alfa ó el omega dor, que hablando de sí propio, dijera á Moisés: Te h a r é notar
que m e dicta, conforme sea sencillo ó difícil.» e4 Supremo Bien, y tú me lo manifiestas tarribien principiando
La propia voz que destruyera mi pánico, e m a n a d o en mi el sublime anuncio que proclama los arcanos de las alturas
súbito deslumbramiento, me impulsó el deseo de hablar, al con m á s eficacia que otro cualquiera heraldo.»
decirme: «Necesario será que te purifiques en m á s angosta Entonces oí: «En nombre de la h u m a n a razón y en el de la
criba; os preciso que indiques quién encaminó tu arco á tal autoridad que se halla de acuerdo con ella, reserva p a r a Dios
objeto (1).» el más g r a n d e de todos s u s amores Mas di si te sientes arras-
trado á él todavía por otras cadenas, y con cuántos dientes te
muerde aquel amor.»
No me f u é desapercibida la santa idea del Aguila del
Cristo (1), ni el punto hacia el que demandaba mi confesion;
de suerte que le contesté: «Cuantas m o r d e d u r a s pueden c o n -
tribuir á elevar el alma á Dios, han cooperado á mi caridad;
pues la existencia del orbe y la mia, la muerte que a r r a s t r ó
para darme vida, la que a g u a r d a tan fiel como yo, y la viva
razón de que ántes hablé, me a r r a n c a r o n del nocivo a m o r
para conducirme al borde del a m o r perfecto. Las hojas que
cubren el jardin del eternal jardinero me son queridas con
arreglo al bien que él les comunica.»"
Dichas estas palabras, e m a n ó del ciélo un purísimo canto,
y mi Señora, con las demás decia: «¡Santo, Santo, Santo!o
Y como el que despierta al fulgor de la luz por el sentido
de la visión, que va en pos de la claridad de uno en otra mem-
brana, y que luego despierto, queda horrorizado de lo que
contempla, tan.súbita es la metamorfosis operada h a s t a que
viene en su socorro la razón, así Beatriz despojó el nublado
de mis ojos con la luz de los suyos, q u e resplandecían á miles
de millas.
Yo repuse: «Los sabios a r g u m e n t o s y lá autoridad que de En el momento vi con más claridad, y con asombro p r e -
gunté quién era el cuarto resplandor que ante nosotros veía.
aquí se desprenden, son los que deben haber grabado en mí
Mi S e ñ o r a dijo: «El alma primitiva (2), creada por la p r i m i -
aquel a m o r ; pues que el bien por si aviva más el amor, c u a n t o
tiva virtud, considera placentera á su Creador desde el fondo
que e s más g r a n d e aquel bien.
de esos rayos.
»De suerte, que es tan inmensa la ventaja de aquella e s e n -
Como el inclinado follaje al soplo del vendaval que por su
cia, que cuanto existe bueno f u e r a de ella es emanación d e s u
propia fuerza, pasada la ráfaga, se eleva de nuevo, ergíme
luz, y tendrá más a m o r el alma del que considere la verdad
yo asombrado, en tanto me hablaba Beatriz; y cuando conse-
fundamental de aquella prueba, dicha verdad me f u é probada
guí la satisfacción del deseo de hablar, dije á mi vez:
por el que ostenta el primer a m o r de todas las eternas sustan-
(4) La Iglesia.
(2) Lino y Cleto, p a p a s d e l o s t i e m p o s primitivos. c i o ^ n S 0 d e
f m i n i s
# d e d 0
» ^ ><* "i'» de %atriz le arras.ran al p r i n -
(Sf> Juan XXII p r o c e d i a d e Cahors, y Clemente V de Gascuña. no
(4) Hacia el trópico de Cáncer, con arreglo á Ptolonieo.
K ^ J k s J ^ - — « ~ • f é
(2) La humana especie, hija del Sol.
comprender que uo hay quien rija en la tierra; de suerte, q u e un tercero, un cuarto, un quinto y un sexto círculo, y sobre
la h u m a n a familia se desvia. Mas a n t e s que salga del invierno éstos giraba el sétimo en tan inmensa extensión, que l a e m b a
el mes de E n e r o , con motivo de estar allí abajo tan a b a n d o - jadora de .luno seria asaz angosta para contenerle. Lo mismo
nado el centeno, girarán los principales círculos de suerte q u e sucedía respecto del octavo y noveno (1), siendo el movi-
la dicha, con tal vehemencia a g u a r d a d a , volverá la popa hacia miento de aquellos circuios más pausado según se hallaban
donde hoy tiene la proa, y navegará con rectitud la flota. Y el s u s n ú m e r o s más alejados del primero; en cambio, lucia más
verdadero fruto sucederá á la llor. su llama, según se encontraba m á s apartada de la pura luz,
con motivo, á lo que me figuro, de asemejarse más á ella.
Al verme mi Señora presa de semejante inquietud, me dijo:
«Si la tierra estuviese dispuesta con el orden de esas ruedas,
C A N T O V I G È S I M O C T A V O me satisfaceria la razón dada; mas en el mundo sensible son
tanto más elevadas las esferas, cnanto más se apartan de su
cenlro. Por lo que, si mi deseo ha de satisfacerse en este
Cuanta Danta haberle sido consentido ver la divina Esencia.-^-? celestial y admirable templo que tiene por límites el a m o r y
Observa un punto que despide reflejos de más riva luz, en
la luz, he de inquirir por qué el original y la copia giran dé
tomo del cual van girando nueve circuios.—Beatriz le ex-
plica deque manera los nueve circuios se hallaban en relación distinta manera; esta es la idea que me preocupa y no me
con las nueve esferas del mundo que siente, diciéndole luego explico.
la angélica gerarquia. ><No e s mucho q u e tus dedos no basten para tal nudo, por-
q u e es tanto más apretado cuanto q u é j a m á s se tocó.»
u. EGO que la q u e conduce mi alma al Paraíso m e Esto observó mi Señora; luego prosiguió: «Ten presente lo
reveló la verdad sobre la actual vida de los i n f o r t u n a - que te voy á decir para que satisfagas tu deseo, y sobre ello
dos moríales, como advierte en un e s p e j ó l a llama aguza tu entendimiento.
y de una bujía el q u e se halla detrás antes d e verla y
> Los círculos materiales son largos y estrechos, con arreglo
fijarse en ella, y según se vuelve á ver si el espejo ha h e t h o
á la cantidad esparcida s o b r e todos s u s lados. Cuanto mayor
exacta la reproducción, ve que ambas se relacionan como la
es el mérito, más grande es el bien producido; y cuanto
nota y las palabras, me acuerdo que hice yo, fijándome en los
mayor un cuerpo, más grande el bien que contiene, si son
bellos ojos que con el a m o r formara el lazo que me sujeta, y
todas las partes de aquel del mismo modo perfectas.
.que al apartarlos apareció en el Cielo lo que se verifica -cada
»De suerte, que este circulo que arrastra en pos de sí todo
vez que observamos su extensión. #
el orbe, pertenece al que más ama y m á s sabe (2); por lo «pie
Enseguida vi un punto (1) que irradiaba tal luz, que si no si mides por su virtud en vez de por su extensión, esas sustan-
los cierro, indudablemente hubiera abrasado mis ojqs. La cias que están en torno tuyo, notarás u n a proporcion gradual
estrella que desde aquí aparece la m á s tenue, á su lado p a r e - y admirable entre un cielo y su inteligencia.»
cería una luna, comò una estrella cerca de o t r a . Casi parece
Claro y puro cual el hemisferio al dulce soplo del Bóreas,
que dista de su circuló la luz que le traza al ser la corona de
que disipa y dispersa la niebla densa, á fin de que vuelva á
vapores más densa, como dista del rededor del punto un c í r -
lucir el Cielo s u s infinitas bellezas, se quedó mi pensamiento
culo de fuego, que gira con tal rapidez, q u e sobrepujaría
ante la terminante contestación de mi Señora, reflejando en
en .gran m a n e r a al movimiento m a s veloz en d a r vuelta
él la certeza como el astro en el Cielo.
al orbe.
A c a b a d a s s u s frases, principiaron á centellar los círculos
Estaba aquel circulo rodeado por otro, y seguían á éste
- '<) Los nuevo coros que c i r c u y e n s u punto c e n t r i c o . ó sea Dios.
(1; Dios. (5) El noveno c i e l o ó Primer Móvil, perienece al circulo de los Serafir e s .
como el hiero en la f r a g u a abrasadora, produciendo cada quien aquí la viera con o t r a s m u c h a s cosas verídicas de este
chispa otras m u c h a s , cuyo número bien pronto superó al de la círculo.»
multiplicación de las casillas del tablero.
En aquel momente oí c a n t a r Ilossanna de uno en otro c o r o
hasta el punto fijo que ubi les tiene y tendrá por siempre. La
que notaba las dudas de mi espíritu, me dijo: «Los circuios i C A N T O VIGESIMONOVENCfc
primeros te han enseñado los Serafines y los Q u e r u b i n e s , ?
. Siguen con tal velocidad su atracción, para identificarse en lo ^
posible con el punto de donde derivan, consiguiéndolo con Beatriz instruye á Dante respecto deta creación de los Ánge-
arreglo á lo que descubren desde la mayor elevación. les.—Despues habla contra los predicadores y teólogos, que,
apartándose del Evangelio, se divierten inventando fábulas
»Los otros a m o r e s que giran á su alrededor se llaman Tro-
— Ultimamente le vuelve á hablar sobre la sustancia de los
nos de la divina mirada, porque acaban el primer ternario(1); J Angeles
h a s de saber que su regocijo es tal, que su vista penetra ]
en la verdad donde descansa toda inteligencia; de lo que s e ' i
puede sacar, que el punto de beatitud se deriva de la acción / N el momento que los dos hijos de Latona, tapados
de ver, y no de la de a m a r que va en pos de ella. con los signos Aries y Libra, forman unidos un ciento
»Y como es el ver el galardón que e n g e n d r a la gracia y la con el orizonte (1), y desde el punto en que el zénit
buena voluntad, va precediéndose por grados. El otro t e r n a - j los equilibra, hasta que uno y otro, mudando de
rio, que g e r m i n a así en esta perpétua primavera que j a m á s í hemisferio, se sueltan de aquel cinto, por idéntico iníérvalo
despoja el nocturno Aries (2), canta e t e r n a l m e n t e H o s a n n a \ Beatriz sonreía, contemplando con fijeza el objeto que des-
con tres tonos que resuenan en las tres clases de alegría de 1 lumhraba mi vista.
que se forma. Luego dijo: «Sin que me interrogues, le diré l o q u e deseas
»A esta g e r a r q u í a corresponden las elevadas diosas, que 1 oir, pues lo he visto donde va á dar todo ubi y todo quando,
son las Dominaciones y las Virtudes; el tercer coro es el de |¡ no para acrecentar su perfección (que no podría ser), sino
las Potencias. Después, en los círculos sétimo y octavo, g i r a n para que su resplandor pudiera decir: «Yo existo.»
Principados y Arcángeles. El postrero está dedicado á los •< »El eternal a m o r se abrió p r e m a t u r a m e n t e en su eternidad:
juegos de Angeles. Todas las miradas de dichos círculos peu- .jj f u e r a del espacio, á su placer, y creó nueve órdenes de a m o -
den de lo alto, y tienen tal influencia abajo, que impulsados, } res; y no porque antes dejase de ser activo, puesto que ni
impulsan á lodos hácia Dios. antes ni luego corrió la palabra de Dios sobre las a g u a s .
»Dionisio (3) consideró con tal ardor esos círculos, que los »Forma y materia reunidas y proporcionadas, e m a n a r o n
clasificó como yo,lo hago, más luego Gregorio se apartó de de aquel acto limpio de imperfecciones, cual salen tres flechas
él, por lo que al penetrar en el Cielo, se rió de si propio. de un arco de triples c u e r d a s , y como en el vidrio, cristal ó
? á m b a r brilla un rayo, y q u e desde el punto de a r r i b a r á una
»Que un mortal revelara en el mundo una verdad tan
escondida, no quiero que te admire (4), pues se la descubrió J de aquellas especies, hasta su formación, no media espacio
alguno asi aquel triple efecto irradio á un tiempo de su Señor
y s u Dios, sin diferencia en su principio (2).
< '> Primera d<3 tres gerarquia.s cada una t i e n e tres coros. »A la sazón se concreó y estableció el orden de aquellas
(-21 El otoño que s e encarga de despojar u u e s i r a primavera.
. 3 ) s a n Gregoiio no describe el Cielo c o m o Dante, mas sí san Dionisio
Areopagiia.
11) En tanto el sol y l a L u o a s e bailan u n o ©n Oriente y otra en O c c i d e n t e ,
( i ) San Pablo, que en é x u s i s fué e l e v a d o al Cielo, y e l que e n s e ñ o à san
ti) S ^ d e b e a Mamianidella Kovere, desterrado c o m o Dante, el haber esclare-
Dioniso.
recibo esto trabajo c o n sus consejos.
sustancias, las que cimentaron el mundo en el que se produjo
»Por eso allí abajo se s u e ñ a despierto, unos creyendo y
el puro acto. La materia de pureza ocupó el lugar inferior,
otros dudando de esta verdad; m e s existe en los primeros
m a s en el centro ligó en nudo tal á la fuerza y la materia, que
mayor pecado y baldón. En la tierra j a m á s , al filosofar, seguís
j a m á s podrá deshacerse.
ningún sendero, tanto os dominan la apariencia y s u s quimé-
»Gerónimo escribió que los Angeles se crearon muchos ricas ideaS.
siglos afftes de que fuese hecho el otro mundo; mas esta vera-
»Sin embargo, esta conducta se mira en lo alto menos mal
cidad, expuesta á tu presencia, se halla consignada en a l g u -
que la q u e rechaza la Escritura Sacra. No os fijáis en la s a n g r e
nos pasajes de los escritores de .Santo Espíritu, según tú mismo
que costó el cimentarla en el mundo, ni en lo grato que es el
lo podrás ver si lo observas con detención, y hasta la razón
q u e va en pos de ella con humildad.
lo entiende en parte, ¿cómo se explicaría que los móviles
»Unicamente por el bien parecer, se r e c u r r e al ingenio y
hubieran estado tanto tiempo sin perfección? (1)
se hacen invenciones que sirven de base á los predicadores, y
»Ya sabes dónde, cómo y cuándo fueron creados dichos
el Evangelio está callado. Uno dice que la luna retrocedió á la
amores; y ya son tres las extinguidas llamas de tu deseo. Al
pasión del Cristo, y que se cruzó para que el sol no pudiera
fin del intérvalo necesario para contar veinte, una fracción de
descender á la tierra; otro, q u e se escondió la luz por si pro-
aquellos ángeles turbó ya el mundo. La otra siguió fiel y prin-
pia, de lo que vino que aquel eclipse f u e r a tan fatal para los
cipió con placer la obra de tu admiración, que j a m á s deja de
españoles y los indios, como para los judíos.
girar.
»En Florencia son más escasos en n ú m e r o los Lapo y los
»El móvil de la caida lo fué el maldecido orgullo, el que
B i n d o ( l ) d e lo que lo son los cuentos que por todas partes
viste aplastado por la g r a n mole del mundo. Los que aquí
durante un año se refieren en los púlpitos; de suerte, que las
observas, en su modestia reconocieron la bondad que tan bien
infelices ovejas regresan á su corral saciadas de verde, sin que
los dispusiera para comprensiones tan elevadas,
por ello les sirva de pretexto su ignorancia.
»De suerte, q u e s u s obras fueron de tal modo premiadas,
>Cristo no pudo decir á su primer convento: «Predicad
por la gracia que da luz, que hoy poseen el galardón de una
majaderías al mundo,» sino que dio la verdad por texto á s u s
plena y firme voluntad. Quiero que lejos de la duda, tengas
alumnos, siendo pregonada por ellos con tal energía, que en
el convencimiento de que el recibir la gracia es más merito-
sus palestras por e n c e n d e r l a fe, trocaron el Evangelio en lan-
rio cuanto mayor es el afecto á que se deba.
zas y yelmos.
»De hoy más contemplarás á tu sabor, sin necesitar de otro,
»Ahora se predican asuntos bufos y grotescos, con los que
este consistorio entero, si te has parado en mis razones.
sólo se logra excitar la hilaridad de los oyentes, y al conse-:
Mas como en las escuelas de la tierra se lee que e s tal la a n -
guirlo, se hincha la cogulla del que los inventa ó propala.
gélica naturaleza, que comprende, recuerda y quiere, te hablaré
Pero en cambio, se anida tal pajarraco (2) en el fondo de' la
todavía para descubrirte la verdad en su pureza, ya q u e
cogulla misma, q u e si lo viera la gente, no perdonaría á los
allí abajo se s u f r e alguna confusion por los e r r o r e s de tal ense-
que de ella esperan el perdón.
ñanza.
»Y dé tal m a n e r a se halla la sandez arraigada en la tierra,
» L a s sustancias aquellas, luego de complacerse en la i m á - que sin prueba se confía en toda promesa; de aquí el que
gen de Dios, no quitaron su vista de ese rostro al que n a d a s e ensanche el vientre el puerco de san Antonio, y que tomen
esconde; y como por lo propio su vista no fué distraída por cuerpo otros muchos peores que los puercos, pagando con
otro objeto, de aquí el q u e no se dividiera su idea y el que n o
moneda sin cuño.
necesiten recordar.
( I ) Lapo en vez de Jacopo, y Bindo por Aldobrandino, son nombres muy
i) Hubiesen quedado imperfectos, a no poseer el suficiente poder para mover generales e n Florencia.
los cielos. El demonio,
»Despues de esta digresión, vuelve los ojos hácia el recto Si cuanto de ella llevo dicho hasta a h o r a se pudiera j'untar
sendero, para aligerar é.^e y el tiempo. La naturaleza de los: *' en una balanza, seria poco comparado con este instante.
angeles acrece de tal s u e r t e un n ú m e r o á cada grado, que no
La preciosidad que noté en ella, no sólo se halladuera del
existe palabra ni h u m a n a sabiduría capaces de explicarlo.
! alcance de lo ideal, sino que me figuro que sólo su Creador
Atendiendo á la revelación de Daniel, notarás q u e en los mi-
puede alcanzarla del todo. Me declaro vencido por este pasaje
llares que re (i ere no cita número.
1 de mi tema, más que lo fuera autor alguno, ya cómico ya
»Unicamente la primera luz, que brilla sobre toda su n a t u - dramático. ,
raleza investiga su esencia de t a m a s m a n e r a s cuantos son A la m a n e r a q u e el sol al través del párpado que más tiem-
los exploradores á que ella se halla unida. De suerte, q u e bla. así se obstruye mi espíritu á la idea de aquella dulce
como al acto intuitivo sucede el efecto, la dulzura del a m o r es í sonrisa. Desde el momento que vi su rostro por vez primera
en los angeles más ó menos ardorosa. acá en la tierra, hasta el en que disfruté de aquella inefable
»Juzga desde este punto la elevación y extensión del eterno | vista, no se ha interrumpido el hilo de mí canto; mas es nece-
poder, ya que se multiplica en tantos espejos siendo siempre | sario que mi poema deje de bosquejar aquí la belleza de mí
exclusivo.» t Sañora, como lo debe verificar lodo artista que a r r i b a al
¿ supremo esfuerzo de su arte.
Dejo á la gloria de otra trompa mejor que la mía el d a r fin
j á,tan a r r i e s g a d a empresa, Beatriz contestó con la apostura y
C A N T O T R I G É S I M O
j la voz'de un solícito director:
«Del mayor de los celestes cuerpos hemos ascendido al
Cielo de la luz pura (1), luz intelectual que rebosa amor, a m o r
Asciende el poeta en compañía de Beatriz al circulo décimo, el
Empíreo.-Beatriz se reñiste de inmensa hermosura.-Des- del Bien Supremo lleno de regocijo, regocijo que s u p e r a á las
pues de una cisión sobrenatural, le es permitido a! poeta cer '' dulzuras todas.
el triunfo de los Angeles y bienaventurados.-Suprotectora »Verás aquí ambas milicias del Paraíso (2), una de ellas
í' con igual aspecto que la notarás en el juicio final.»
t ^ M W m ^ W ^ 8 /e M oer !>ra% Como el rayo q u e súbitamente disipa las facultades visuales,
arrebatando al ojo el poder precisar los m á s marcados obje-
AL vez a distancia de seis millas de esta esfera luce
tos, un nuevo resplandor inundó mi vista, quedándome envuel-
la s e x t a hora (4), y este mundo inclinó ya su sombra
to de tal s u a r t e e n t r e los crespones de su luz, que no vi cosa
' f i g r C a f e n h ° r , z o n t a l , cuando el centro del cielo que
I alguna.
sobre nosotros se alza, principia á ponerse de m a - L °
c a n e r a , que d.st,utas estrellas acaban por esconderse en nues- «El a m o r que tranquiliza este cielo, recibe siempre con
tras profundidades: y según va acudiendo la magnífica sierva idéntica salutación al que penetra en él, con objeto de prepa*
del Sol, se c e r r a el cielo de uno en otro resplandor hasta ¿1 rar la vela para que pueda resistir su fulgor.» Al oir aquellas
'«as g r a n d e ; de suerte, que aquel triunfo (2) q u e c o n t i n u a - | sucintas frases de Beatriz, sentí que me elevaba sobre mis
mente se agita en derredor del punto que me deslumhrara fuerzas, naciendo en mí una nueva vista, que no pudo destruir
asimilando el contenerse en lo propio que él contiene, mi vista ya luz alguna.
se extinguió gradualmente; así que la aflicción de no ver nada Luego vi un resplandor asemejándose á un raudal que des-
y mi amor, me precisaron á fijar los ojos en Beatriz. lumbrante se extendía por entre dos orillas cubiertas de b r i -
(I) El Mediodía.
El coro angélico. (1) D<-1 Móvil primeroal Empireo.
(2) Milicia de los Angeles leales y la de los escogitados.
liantes bellotitas, del que brotaban encendidas chispas, que Mis ojos no se extraviaban ante la magnitud de la rosa, que
cual r u b í e s venían á caer sobre Jas flores. en su cantidad y calidad sustentaba aquel gran regopijo.
Despuess como electrizadas por aquellos aromas, tornaban En aquel lugar es igual el cerca q u e el lejos, pues donde
á zambullirse en aquel asombroso abismo, saliendo unas en rige Dios sin favoritos ni intermediarios, las leyes naturales
tanto entraban otras.
no tienen acción. Del centro dorado de la rosa e m a n a un per-
Mi adorada protectora me dijo: «El gran deseo q u e en este
f u m e de alabanzas al sol, que produce aquella perpètua p r i -
instante te devora y que te e m p u j a á e n t e n d e r lo que estás
mavera.
viendo, m e complace tanto cuanto te eleva; será del caso
Mi protectora, haciendo como el que calla queriendo hablar,
q u e bebas de esa a g u a , para que mitigues tu sed devoradora.»
me impulsó diciéndome; «¡Repara qué inmesa es la reunion
Luego prosiguió:
de las blancas estolas, y c u á n t a es la circunferencia de n u e s -
«El agua y los topacios que de ella e n t r a n y salen como tro pueblo! ¡Tan plagadas están n u e s t r a s g r a d a s , que son
las m á r g e n e s sonrientes, s o m b r a s son y noticias de la verdad; pocos ya los llamados á ellas!
no porque estos objetos sean oscuros por sí, sino por que la «En el trono q u e estás viendo, por motivo de la corona
falta reside en tí, que tu vista no tiene aun la fuerza del a t r e - puesta sobre él, se sentará, primero que tú concurras á la
vimiento.»
boda, el alma en tiempos augusta en el mundo del gran E n -
Ningún niño se a r r o j a r í a más ávido al pecho de su madre rique (i), que reformará la Italia, antes de q u e aquel país se
al despertar m á s tarde que de costumbre, que lo verifiqué yo halle preparado á recibirlo.
( p a r a trocar mis ojos en mayores espejos), á fin de inclinarme
»La sórdida codicia os embrutece de modo, que os iguala
á la corriente donde uno se perfeciona.
á la criatura que m u e r e de hambre rechazando á la nodriza.
E n cuanto mis e x t r e r o o s s e hubieron humedecido e n ella, m e
»Entonces será g o b e r n a d o r divino (2) un sér que pública y
pareció que el rio se trocaba de largo en circular. Despues,
privadamente llevará un camino cofttt 'ario á aquel rey. Mas
como l o s q u e bajo el antifaz aparecen distintos de lo que eran
Dios le concederá cortísimo tiempo para ejercer en el oficio
antes, y si se lo quitan, vuelven á su sér, así cambiaron las
santo, siendo a r r o j a d o allí donde el mago Simon está por s u s
flores, siendo su regocijo tal, que vi con claridad manifestarse
obras, por ser él la causa de q u e s e h u n d a más el Anagni (3).»
en el Cielo a m b a s cohortes.
¡Ah resplandor de Dios, por el que pude notar el inmenso
triunfo del imperio de la verdad, consiéntemeel don de poderlo
describir como lo logré ver! (4¿ Emiqtie. VII.
(•>; o s e a fot>i«raiio P. ntífice; a l u d e á C l e m e i . t • V.
En lo alto se ostenta una luz que hace que el Creador sea
v<j Bonifacio VIH.
visible á la criatura, que cifra en verlo su ventura. Dicha luz
sefesparce en forma circular, pero tan grande, que su diáme-
tro seria sobrado ancho para el sol.
Cu a m o de ella se logra ver, 110 es sino un rayo q u e refleja
en la cumbre del Primer Móvil, q u e toma de allí su sér, y como «BUOTECA ummmim
en el agua de su base se cree m i r a r el collado á fin-de exami-
n a r su aspecto y el tesoro de s u s plantas y de s u s flores, así "A1F0HSO tfm»
s u s p e n s a s alrededor del rio luminoso, vi que se miraban por «-*.1«5 MíTHttíY.K»-
miles de g r a d o s de todas las almas que de la tierra han
vuelto allí.
Y si el más ínfimo grado reconcentra en si tal luz, ¿qué
esplendor será el de aquella flor en s u s más elevadas hojas?
grande no seria mi sorpresa al c r u z a r de lo mortal á lo di-
vino, de lo temporal á lo eterno, de Florencia á un i n m e n s o
pueblo justo y sabio! E n t r e mi sorpresa y mi alegría, me con-
C A N T O T R I G E S I M O P R I M E R O tentaba con no oir ni hablar.
Como peregrino que disfruta observando detenidamente
el templo en el que a c a b a b a de t e r m i n a r su voto, con idea do
Dante sigue contemplando arrobado la gloria del Pariaso. — explicar luego s u arquitectura, contemplaba y o l a viva luz,
Volviéndose hacia Beatriz, que tornará ocupar su lugar ce-
lóle, le da gracias por el gran favor que le ha dispensado.— fijándome en las g r a d a s y en los costados. Notaba allí rostros
Por ruego de san Bernardo se le consiente ver en su dicha á que excitaban á la piedad, h e r m o s e a d o s con la luz elevada y
ta Reina celestial, la Virgen Maria. su sonrisa, y embellecidos con todas las gracias.
Ya mi vista se habia poseído de la forma del Paraíso, sin
UANDO con la forma de una rosa de d e s l u m b r a n t e haberse parado, sin embargo, en ninguno de s u s sitios cuando
blancura sé presentó á mi vista la santa milicia que impulsado de nuevo deseo, me volví hácia mi Señora. Aguar-
el Cristo cun su s a n g r e convirtiera en su esposa, la daba una cosa, y rne sucedió otra bien diferente; me figuraba
(.y otra milicia que volando ve y e m o n a la gloria del ver a Beatriz, y advertí un anciano vestido como la gloriosa
q u e inflama su a m o r y cuya magnanimidad hiciera tan gran- familia.
de (cual e n j a m b r e de abejas, que va se posa en la flor, ya en En s u s ojos brillaba la benignidad, y su faz ostentaba la
el objeto de su trabajo), descendida á la flor bella adornada dulzura de un padre cariñoso. «¿En dónde está ella?» le p r e -
de otras tanta.- flores, para m a r c h a r todavía desde allí hacia gúntela! punto. El repuso: «Soy enviado por Beatriz á fin de
el lugar donde su a m o r permanece eterno. poner término á tu deseo; si te fijas allá arriba al tercer c í r -
Aquellas a l m a s tenian el rostro de viva llama, s u s alas eran culo del grado supremo (1), la* verás ocupando el trono que su
de oro y el resto de tal blancura, q u e s u p e r a b a á la de la nieve. mérito le alcanzara.5>
Descendiendo g r a d u a l m e n t e á la flor, agitaban s u s alas á fin
Sin res f t onder alcé la vista, y vi que se hacia u n a corona en
de esparcir el ardor y la paz que acababan de obtener. Y a u n -
tanto reflejaban en ella los eternales rayos. De lo profundo del
que se cruzase entre lo alto y la flor aquella alada familia, no Océano h a s t a la má S > elevada región do el trueno retumba
interrumpia el esplendor ni la vista, pues la divina luz entra hay menor distancia que la que me a p a r t a b a de Beatriz- mas
en el universo con una fuerza tal, si es acreedor á ella, que no pada me apesadumbraba, por llegar su imágen hasta mí con
puede hallar inconveniente. despejada claridad.
Aquel imperio tranquilo y alegre, rico en espíritus antiguos
«¡Oh m u j e r , en quien mora mi esperanza, y q u é por s a l -
y modernos, tenia los ojos y el a m o r puestos en un solo obje-
varme te dignaste a s e n t a r tu planta en el Infierno! cuanto vi
to. ¡Ah, luz triplicada, que irradiando en una sola estrella, y que contribuyó á acrecentar en mí el vigor y la gracia á t u
alegras de tal m a n e r a la vista de aquellos espíritus, contempla grandéza y á tu bondad lo debo.
la tempestad q u e r u g e aquí abajo! »Desde las cadenas me llevaste á la libertad por c u a n t o s
Si los salvajes que proceden de las playas que c u b r e c o n s - medios y veredas estuvieron á tu mano; así, g u a r d a para mí
tantemente Helice (1), girando con el hijo que sigue cariñoso, tus dones, á fin d e q u e mi alma, que ya curaste, sea d e tu g r a -
se asombraban al ver á Roma y s u s elevados edificios, cuando cia al desprenderse del cuerpo.»
Letran se alzaba sobre toda obra mortal (2), ¡cuánto más Acabada la plegaria, a u n q u e tan distante de mí Beatriz, m e
sonrió, volviéndose despues hácia la eterna fuente.
(I) La Osa Mayor.
(9) San Juan d e Letran, l a p r i m e r a i g l e s i a d e Ron a y d e l orbe c a t ó l i c o . O Los Tronos e s t á n e n e l c i r c u l o t e r c e r o d é l a gerartjuía primera.
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tíl anciano dijo á su vez: «Para que complementes tu viaje,
por lo cual una prez y un santo a m o r á ti me remiten, pasa tu
vista por este j a r d í n , pues q u e el verle te p r e s t a r á más valor
para ascender hácia el divino rayo. C A N T O T R I G É S I M O S E G U N D O
»La reina celestial, por la que me abraso en perpétuo
amor, nos concederá todas las gracias, por ser yo su fidelísimo
Bernardo (1).»
San Bernardo man,fiesta a Dante el orden de eolocaeion de
Como el que llega de la Croacia por contemplar á n u e s t r a
los Sanios del Antiguo y Nuevo Testamento .—Sobre todo
Verónica (2), y q u e no se sacia de verla con motivo de su le hace fijar en la gloria de la Inmaculada Virgen. ,-a.s '
remota fama, y más bien se dice en tanto se la m u e s t r a n ; ,
pone
«¡Jesús mió, Jesucristo, verídico rey, tal era vuestra faz!» Así l contemplador (1), en su felicidad, se toma e i a r « -
veía yo el viviente resplandor del que, mientras s u s contempla- de cicerone, y principia con estas palabras s a c h ó -
ciones, gozó en la tierra p r e m a t u r a m e n t e de la paz celestial. las: «La herida que r e s t a ñ a r a y s a n a r a Maris el
Entonces me dijo: «Hijo de la gracia, no entenderás de esta enconó y abrió de nuevo por aquella m u j e r bella
bienaventurada vida si prosigues con la frente inclinada. está á s u s plantas ( 2 ) u / ¿ ^
»Repasa los más remotos círculos, no parando hasta ver el »En la hilera que describen los puestos terceros, están, ció
trono de la Reina á quien pertenece este reino.» ves, sentadas debajo de ella, Raquel y Beatriz; también Jfe-
Alcé mi vista, y según la parte oriental del horizonte g a n a Sara y Rebeca, J u d i t y la bisabuela (3) del c h a n t r e , que f ,
por la m a ñ a n a en resplandor á la en que se pone el SQI, las la pena de su falta dijo: Miserere mei.
noté yo al extremo u n ' p u n t o del círculo que sobrepujaba en »Cuando desciendas, verás las otras de uno en otro trorx
claridad á todos los otros. pues en la rosa te las mencionaré hoja por hoja; de'l sétimo
Este lábaro de concordia brillaba en el medio, eclipsando g r a d o hácia abajo, cual de lo alto h a s t a dicho gaado, van sucé-
el fulgor de las demás llamas, cual eclipsa el de todosjos demás diéndose las israelitas, dibujando todas las hojas de la flor,
puntos del Cielo, aquel donde se espera el carro que ían mal pfces con arreglo á la mirada que la fe puso en Cristo, s*on
condujera Faetón te. esas m u j e r e s el marco que separa ios sagrados escalones. ,
En aquel centro observé millares de Angeles que la a c a r i - »Del lado que la flor está revestida de todas s u s hojas, se
ciaban con desplegadas alas, ostentando cada uno de ellos una, hallan sentados los que no dudaron de la venida del Cristo, y
actitud y un esplendor diferentes. A s u s festejos y s u s cantos en el otro, en el que los semicírculos se interrumpen por algu-
vi sonreír u n a peregrina beldad, que regocijaba la vista de nos huecos, se hallan los q u e volvieron s u s ojos hácia el Cristo
todos los otros Santos. en tanto estuvo en la tierra.
Aun siéndome dado explicar todas las frases que la i m a g i - »Y como en esta parte el trono glorificado de la Reina
nación concibiera, no osaría á e x p r e s a r la más ténue de s u s celestial y los otros sitios inferiores se hallan separados, lo
delicias. mismo en el opuesto lado del inmenso J u a n , que continuft-
Cuando B e r n a r d o observó mi atención hácia el objeto de su m e n t e santo, padeció soledad, martirio é infierno por espacio
amor, volvió s u s ojos hácia él con tal afecto, que todavía acre- de dos años (i), se halla separado del de los santos Francisco,
centó en los mios el a r d o r con que lo a d m i r a b a n .
(D San Bernacjlí).
(»; San Bernardo e m b l e m a d e la vida contemplativa
(2) Eva.
(2) La Croacia ó todo remoto país.—El santo sudario que se d e b e á santa
Verónica. t (3) Ruth. J
tí) En el Limbo, esperó dos a ñ o s ^ y c r i s t o .
Benito, Agustín y los otros, bajando h a s t a aqui de uno en otro ritus, creados para v e l a r e n aquel océano de dicha, que cuanto
círculo. hasta alli viera estaba muy lejos de c a u s a r m e s e m e j a n t e s o r -
»De suerte, que s o r p r e n d e la g r a n Divina Providencia, pre^i, por d a r m e de Dios verídica semejanza.
pues uno y otro adorador de la fe llenarán del propio modo E l a m o r ( l ) , que descendió el primero entonando Ave María,
este jardín. Has de entender, que desde la g r a d a q u e separa gratia plena, tendió sus alas a n t e él, y la bienaventurada corte
por eninedió a m b a s divisiones, hasta la inferior, no hay n i n - respondió por todas partes al divino canto, d e s u e l le, que cada
g u n o que se halle sentado por propio mérito, y si por el de espíritu lo creia más refulgente.
otro, bajo a l g u n a condicion; son a l m a s desprendidas de la «¡Oh Santo P a d r e (2), q u e tiene la, bondad de estar aquí
Ve.ro. mortal, antes que pudieran escogitar la fe verdadera. abajo por mi causa, a b a l d o n a n d o el dulce sitio q u e ocupas
remoti
i c i l l a m e n t e lo notarás en su faz y en s u s infantiles voces, por la eternidad, ¿qué ángel es aquel que con tal regocijo pone
«¡Jesújas e o n a l g u n a atención. Dudas a h o r a y en la duda c a - su mirada en la de-la Reina, y que de lal s u e r t e a m a q u c p a r e -
veia
Ybas yo te quitaré los lazos que sujetan tus ideas sutiles. 'ce abrasado?» Esta pregunta le dirigí á aquel que s e herifio-
ciono 0 e s posible que en este imperio inmenso suceda un acto seaba con el resplandor de María, como se h e r m o s e a con el
^uito, como tampoco cabe la tristeza, h a m b r e ó sed, pues del sol la estrella del alba.
biei e t e r n a ley, cuanto contemplas se halla establecido de
}> Y me repuso: «La confianza y gracia que puede poseer un
-te que cada objeto ocupa su sitio, como el anillo el dedo.
tro ángel, se hallan en él; esta e s nuestra voluntad, por h a b e r s i d o
' a q u i q u e esa cohorte que acudió tan veloz á la vida verda-
el conductor de la palma á María, al q u e r e r c a r g a r con nues-
•'-a, no f u é sine causa m á s ó menos g r a n d e . tras culpas el Hijo de Dios. Ahora, según te vaya hablando,
P* »El rey, por el que se c o n s e r v a este reino en tal dicha y pon tu vista en los g r a n d e s ciudadanos dé este piadoso y justo
n
>zo, que ningún deseo puede ir m á s adelante, al establecer reino.
Lodos los espíritus bajo su g r a t a m i r a d a , los ^otó de distinta
»Los dos que están sentados allí arriba, más dichosos,
gracia: le bas»a el efecto producido. Todo esto os es con c l a -
puesto que se acercan más á la augusta Matrona, casi pueden
ridad corroborado en la E s c r i t u r a Sacra, por los mellizos que
llamarse las dos raíces d é l a rosa. El de su izquierda es el
en* el vientre m a t e r n o se agitaron coléricos (1), pues con arri-
padre, qué por g u s t a r ávidamente la fruta, hizo libar la copa
gió al color del cabello, debe la elevada luz otorgar la corona
di^l dolor á la,humanidad entera (3).
de la gracia; por lo que, sin tener en cuenta s u s obras, fueron
»Hácia su derecha ve el padre antiguo de la Iglesia santa,
puestos en distintas g r a d a s , estribando sólo su diferencia en
á quien confiara el Cristo las llaves de esta flor sin .igual (á;.
la infusión de la primera g r a c i a .
El que viera antes de morir los tiempos borrascosos que h a b í a
»Kn los primeros tiempos e r a suficiente á salvarse con la de atravesar la dulce esposa (5), conquistada con la lanza y
inocencia, poseer la fe de los .padres. P a s a d a s las p r i m e r a s los clavos, se halla sentado próximo á aquel; estando también
edades, tuvieron los niños necesidad de la circuncisión, para cerca el jefe á cuyo mandato vivió del m a n á el ingrato pueblo,
r e p o n e r la fuerza de s u s alas inocentes. tan variable y obcecado'.
^>Mas- llegada la época de la gracia, los inocentes que no »Frente á Pedro puedes ver á Ana, tan subyugada en la
habian recibido la perfección del bautismo del Cristo, q u e d a - contemplación de su Hija, que ni agita los ojos al cantar
ban suspensos en el Limbo. Repara a h o r a el rostro que se
asemeja más al Cristo, pues q u e sólo con su luz te puede pre-
p a r a r á ver el Cristo.»
(l) El ángel san Gabriel.
T a n t a alegría vi llover sobre él, traida por los santos e s p i - (2. San Bernardo.
Adán.
'4) San Pedro.
(I) Esaù, q u e era rubio, y moreno Jacob. (5! La Iglesia.
Ilóssanna. Delante de nuestro primer padre (1) se halla s e n - , lá piedad, la munificencia y cuanto bueno pucaa^residir en la
tada Lucía (2), la que te enviara á Beatriz cuando cerras.te los criatura; por esta razón, el que desde losabisn'rosdel universo
ojos junto al abismo. Mas como ya pasó tu sueño, h a r e m o s hasta aquí vió una en pos de o t r a U s existencias de los e s p í -
pausa, asemejándonos al sastre que construye la ropa con ritus, te ruega le otorgues |a indispensable fuerza para alzar
arreglo al paño con q u e c u e n t a . su vista h a s t a el S u p r e m o Bien.
»Elevemos en este punto los ojos hácia el a m o r primero, »Yo, que j a m á s deseé para mi con más a r d o r a l c a n z a r a q u e l l a
para que al contemplarle, penetres lo posible efo su esplendor. visión cual lo deseo para él, á ti elevo todas mis plegarias,
Mas temiendo no retrocedas al q u e r e r a v a n z a r , debes c o n - rogándote no sean estériles, para que deshagas las nubes de
seguir el don con tus plegarias, al Agitar las alas; d e s p u e s su mortalidad con tus preces, á fin de que se le muestre el
seguirás con alma é intención, haciendo por no s e p a r a r tu sumo placer.
córazon de mi ruego.» Entonces principió esta s a n t a plegaria: »Te demando también, oh Reina celestial que logras cuanto
quieres, g u a r d e s íntegros s u s afectos despues de semejante
vista, y q u e tu influjo venza los impulsos h u m a n o s . Repara que
Beatriz y los demás bienaventurados unen sus m a n o s á las
mias asociándose á mis súplicas.»
C A N T O T R I G È S I M O T E R C E R O Los ojos que el mismo Dios adora (1), puestos en el que
oraba por mí, nos hicieron conocer cuán g r a t a s le eran aque-
llas preces. Luego se alzaron sobre la luz eternal, en que no
parece posible pueda ponerse el ojo de la mísera c r i a t u r a .
San Bernardo pide d la Virgen María que aléame para el poeta
el don de elevarse hasta ta misma vista de Dios.—Lueqo ilu- A medida que me iba a p r o x i m a n d o al final de todos m i s
minado Dante, penetra con la mirada la augusta y maqniñca flotos, se iba extinguiendo en mi la llama de todo anhelo.
Divinidad " ° m d Verbo
H Huhanidad junto á la Bernardo, sonriente, me decia que mirase á las alturas, m a s
ya me hallaba yo en la actitud q u e él quería, pues mi vista,
más pura cada vez, penetraba por g r a d o s en la inmensa luz,
que es única y verdadera.
H Virgen Madre! Ilija de tu propio Hijo, la más ele-
vada y humilde de todas las criaturas, t é r m i n o inva- En aquel instante mi vista excedía á mis palabras, pues
riable de la voluntad eterna", tú ennobleciste la éstas ceden á presencia de aquella visión, como cede la i m a -
r h u m a n i d a d , cuyo autor no se desdeñó de c o n v e r - ginación ante lo portentoso. Como el que en sueños distingue
tirse e n su misma obra. lo que cree ver, y que despierto retiene la impresión p r o d u -
cida sin acordarse de lo demás, asi estoy yo, por h a b e r a c a -
»En tu seno se inflamó el amor, á cuya llama g é r m i n ó la
bado mi visión casi por completo; y todavía siento fluir en mi
voz de eterna paz. Tú significas' aquí para nosotros un sol de
alma la dulzura que de ella vino, deshaciéndose cual ia nieve
piedad en su mediodía entre los mortales, vivo r a u d a l de
al calor del sol, y desapareciendo como por el aire las simples
esperanzas. Mujer, eres tan inmensa y poderosa, que el q*ue
pretende gracia, sin r e c o r r e r á tí, se propone elevarse sin hojas que g u a r d a b a n los decretos de la Sibila.
'alas. ¡Oh soberana luz, que te levantas sobre las ideas de los mor-
»Tu magnanimidad no sólo atiende al que implora, sino q u e tales, di á mi espíritu algo de lo que tú parecías, haciendo que
suele anticiparse á su d e m a n d a . E n tí rpside la misericordia, mi lengua, tenga bastante fuerza para dar á las razas venide-
r a s un ligero destello de tu gloria! Si consigo recordar tus
(1) Adao. »
(2) S^ma Lucia d e Sigamsa, emblema de la gracia que da l u z ( 1 ) Los ojos de la Virgen María.
triunfos y h a c e r q u e s e comprendan en mis versos, siempre se
obtendrá algún provecho. ' ron á recorrerle, me pareció contener en su centro nuestra
efigie, con su mismo color, por lo que mi vista penetraba en él
Con la impresión que recibí del vivo resplandor, creo que por completo.
hubiera cegado; aparté mí vista. Sin embargo, recuerdo que
Como el geómetra dedicado exclusivamente á medir el c í r -
persistí hasta j u n t a r mi mirada al m á s infinito poder. ¡Oh don
culo. y no e n c u e n t r a en su razón la base que le e s necesaria,
celestial por el que tuve el valor de fijar los ojos en la eterna
luz q u e arrebataba mi vista! me hallaba yo a n t e aquella nueva visión. Me propuse-ver cmno
estaba la efigie unida y adaptada al círculo, mas mis alas no
Con toda claridad vi un volumen unido por amorosos lazos,
poseían la necesaria fuerza, á no iluminarme un esplendor
q u e tenia todas las hojas esparcidas por el universo; allí esta-
que calmó mi anhelo
ban las sustancias, los accidentes y s u s cualidades de tal
s u e r t e amalgamados, que cuanto yo pudiera decir no seria ni Mi elevada imaginación desfallece aquí; mas mi deseo y
una ligera s o m b r a . voluntad, como r u e d a s movidas á compás, iban girando al
Creo que entendí la forma universal de aquel nudo, ya q u e exterior, empujados por el a m o r que hace mover al sol y á las
estrellas.
al mencionarlo me encuentro poseído del m á s inmenso júbilo.
Un pequeño intervalo produce en mi más olvido que*el que
causaran veinticinco siglos pasados desde la e m p r e s a que
hiciera a d m i r a r a Neptuno la s o m b r a de Argos.
Por esto mi suspendido espíritu a d m i r a b a fijo, inmóvil y
cuidadosamente, y seguía a d m i r a n d o con progresivo a m o r . Es
FIN
tal el efecto q u e produce aquella luz, que 110 se puede a p a r t a r
la vista para fijarse en otra cosa, pues el bien que dimana de
la voluntad se j u n t a estrechamente á ella, fuera de la cual es
imperfecto lo que allí es magnífico.
Más incapaz será mi palabra para decir lo que recuerdo,
q u e lo seria la de un niño que todavía humedeciese su lengua
en el materno pecho; no porque la luz tuviese más de un sen-
cillo aspecto, y que siempre e s lo que antes era, sino por causa
de mi vista, que al contemplarla, se fortificaba, y según ésta
iba cambiando, también se alteraba aquella sola apariencia.
El uno (I) parecía reflejarse en el otro, como el Iris en el
Iris, y el tercero a s e m e j a b a una llama que de toáos lados bro-
tase á un mismo tiempo (2).
¡Cuánta impotencia la de mi voz para dar de ello u n a ligera
idea! Está tan lejana de lo que vi, que no me basta el decir
poco. ¡Oh eterna luz, que m o r a s sola en tí, que sola te entien-
des y que así te a m a s y sonries! Aquel circulo que parecia-en
tí concebido, como reflejo de luz, en c u a n t o mis ojos, principia-
• • • • 134
PURGATORIO
Canto I. .
141
Canto II.
145
Canto III..
148
Caíto
Canto IV...
V. ' ' m
156
Canto VI.. . . • ' ' ' ' ' • •
Canto VII. . • • • - 460
Canto VIII. . . 164
168
Canto IX..
Canto X. . . '
175
Canto XI.. . . . "
179
Canto X I I . . . . . " " " ' • -ï ^
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Canto XIII. . ' ' ' ; .
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^ti-
Canto XIV . 190
Canto XV jóp
Canto XVI
Canto XVII 202
Canto XVIII. 205
Canto XXVIII. . . . . . .
Canto I. - Canto XXIX »46
Canto II. . Canto XXX 951
Canto I I I . . Canto XXXI . 254
Canto I V . . Canto XXXII.. . . . 258
Canto V. . Canto XXXIII. • . , . . . . . 252
Canto VI..
Canto VII.
PARAÍSO
Canto VIII.
Canto IX. .
Canto X. . Canto 1 2¡i9
Canto XI. - Canto II 273
Canto XII. Canto III 270
Ca'nto XIII. Canto VI 279
CantoXIV. Canto V 2^3
*Canlo XV. '•Canto VI 287
Canto XVI. Canto VII 291
Canto XVII. Canto VIII 2 94
Canto XVIII Canto IX 298
I Pégs.
Canto X. . .
Canto XI..
Canto XII. .
Canto XIII. .
Canto XIY. .
Canto XV. .
Canto XVI. .
Canto XVII. .
Canto XVIII. .
Canto XIX.
Canto XX.
Canto XXI. .
Canto XXII. .
Canto XXIII. .
' Canto XXIV. .
Canto XXV. .
Canto.XXVI. .
Canto X X V I I . .
Canto XXVIII.
Canta XXIX. .
Canto XXX. .
Canto XXXI. .
Canto XXXII..
Canto XXXIII.