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Llegar a los 40 no es cosa sencilla, sobre todo si estás en una zona urbana, si te han criado bajo el

estigma de que la vejez es lo peor que te puede pasar y en sociedades donde se sobreestima la
juventud (como es en la mayor parte del mundo occidental e incluso alguna región del oriental). Si
además a esto le sumamos cierta “instrucción” y la consigna de que debes demostrarle a la
sociedad que has tenido éxito antes de llegar a esa edad, entonces si que aquello se vuelve un
verdadero laberinto interior.

Muchos y muchas de nosotros, los que hemos pasado la temible barrera de los 40 y los que están
cerca sufrimos más por la idea de cumplirlos que por lo que en realidad sucede cuando llegas a la
tan temida época de nuestras vidas.

Antes se consideraba que a partir de los 30 nuestro cuerpo y por ende nuestro cerebro empezaba
a declinar, se decía que las neuronas morían y vivíamos en la terrible creencia de que estas células
vitales para el procesamiento intelectual y la realización de tareas básicas de nuestro organismo
no se regeneraban, una vez muertas todo iba en declive. Ahora sabemos que esto no es cierto.

Al ampliarse la expectativa de vida a nivel mundial también se han tenido que hacer ajustes en los
conceptos, pero estos tardan más de lo que se esperaba en permear en la cultura. Todavía hay
quien cree que el cerebro declina y que se vuelve incapaz de aprender a partir de la edad madura,
pero los conocimientos más recientes en materia neurológica nos demuestran lo contrario. El
cerebro posee una capacidad llamada “plasticidad neuronal” que implica tanto que nuestras
neuronas se reproducen constantemente como que podemos crear nuevas sinapsis a lo largo de
casi toda nuestra vida, por lo menos hasta los 70 años.

Lo sorprendente de todo esto es que los primeros descubrimientos en torno a esta capacidad se
hicieron hace más de 40 años ¿también a ellos les estará afectando la creencia de que todo
declina a los 40?

Bueno, llegar a esta edad y seguir creyendo que se pueden construir cosas, que tenemos la
capacidad de recrearnos a nosotros mismos y que podemos moldear nuestro ambiente resulta
casi tarea titánica. Pocos terminamos entendiendo en su profundidad estos conceptos y luchamos
constantemente con las creencias sociales. El imaginario social nos habla fuerte y claro:
difícilmente una empresa contrata a alguien de más de 40; en las universidades es visto con recelo
aquel que osa continuar sus estudios a una “edad madura”; la maternidad se ha vuelto todo un
tema polémico después de los 40 aunque muchas mujeres de estratos altos, con puestos
ejecutivos o con altos cargos políticos y académicos han optado por esta práctica. ¿Qué decir del
género masculino? Los 40 marcan un verdadero hito en su vida. Muchos hombres inclusive se
sienten forzados a cumplir con la expectativa social de comportarse como adolescentes al llegar a
la 4ª. Década .

Las señales sociales se vuelven confusas, por un lado la mercadotecnia y el sistema de consumo
nos tratan de vender la idea de que los 40’s son la mejor época de la vida, pero por otro nuestras
creencias nos asfixian, aquellos que aprendimos de niños nos persigue como estigma y, aunque en
realidad no estemos experimentando un declive en nuestra productividad creativa, física, emotiva
o relacional, sentimos que vamos en picada, casi casi en caída libre rumbo al precipicio de nuestra
existencia.

Pero ¿qué es realmente lo que sucede al llegar a los 40? Obviamente no puedo hablar de otras
experiencias, aunque en este libro pretendo compartir experiencias que me han hecho el favor de
confiarme, lo único que puedo afirmar es lo que me ha sucedido a mí y lo que se encuentra
científicamente comprobado.

Cuando tenía 12 o 15 o 17 años pensar en cumplir 18 era algo como una marca de triunfo pero
daba mucho miedo, realmente me parecía tan lejano, una edad “tan grande” y madura que no me
imaginaba poder rebasar esa edad. Cuando llegué a los 18 decidí que ahí me quedaría y pensar en
cumplir 30 me parecía casi como llegar al umbral de la vejez.

Pero cuando acababa de pasar los 30 años una amiga muy querida y admirada cumplió 40 y lo
festejó en grande, nos reunió a todos sus amigos y la gente que trabajaba con ella en aquél
momento, nos sentó a todos en sillas en su gran salón y nos demostró que el llegar a esa edad era
no sólo una meta cumplida, sino un momento de plenitud. Cuando salí de esa fiesta estaba
convencida que lo que más quería era llegar a los 40. Lo que no imaginaba es que lo haría con
hipertensión y con grandes responsabilidades a cuestas.

Mi perspectiva cambió cuando aquella mujer, plena, llena de energía (hay que mencionar que es
bailarina profesional y que se ha entrenado cada día de su vida) nos demostró lo valioso que era
llegar a la cuarta década. Lo que quizá no consideré tampoco es que aquel evento quizá fue una
forma de enfrentar sus demonios y que en realidad estaba aterrada ante el hecho, hubo tanto
énfasis en la cifra que realmente, visto a la distancia, me parece que fue una forma muy
inteligente de enfrentarse a esos miedos que quién sabe durante cuánto tiempo la persiguieron.

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