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Causalidad en las ciencias sociales

La caracterización del concepto «causa» es un problema filosófico que ha estado


presente de manera explícita al menos desde que D. Hume estableció la dificultad que
tenemos de definir el concepto desde las impresiones en nuestros sentidos, que como él
observó, son incompletas, de tal modo que no podemos sino suponer que lo que vemos
tiene una cierta estabilidad y regularidad. Como bien sabemos, I. Kant se llevó el
problema del ámbito metafísico al epistemológico, poniendo la relación de causa—
efecto como una condición de posibilidad de la experiencia: de hecho no podríamos
tener experiencias si no fuese porque las ordenamos según esa relación.
No obstante, esta respuesta no es del todo satisfactoria, ya que pretendemos
conocer cómo es el mundo, no cómo nosotros lo percibimos. De este modo, la noción de
causa es siempre objeto de debate y discusión, no habiendo ninguna caracterización
que convenza de manera mayoritaria. En concreto, las leyes causales en las ciencias
pretenden dar cuenta de una relación necesaria, al menos en el sentido físico de
necesidad, relacionando unas condiciones concretas con otras. Así por ejemplo, se
relaciona la presencia de un cierto virus con la aparición de una sintomatología
concreta para cualquier caso en que dicho virus aparezca. O por ejemplo se establece
que la energía cinética media de un cuerpo dará una lectura u otra en un termómetro,
siendo la lectura siempre igual para casos en que la energía media sea la misma.
Esta manera de entender el mundo implica una concepción mecanicista, en la
cuál se da un «efecto dominó» que permite entender cualquier situación dada en
términos de todas las situaciones anteriores a la misma. Podríamos por ejemplo, si
conociésemos la posición de todas las partículas del universo, su dirección, energía,
etc., y además conociéramos todas las leyes que las gobiernan de manera necesaria, y
tuviéramos la capacidad de cálculo suficiente, hacer una historia entera del universo.
Esto supone un problema serio para la libertad humana, ya que implicaría que
ninguna de las decisiones que toman las personas depende de su propia «voluntad»,
que de hecho ni existiría, sino que dependería de la configuración concreta de
partículas que la compusieran, y de la historia previa de dichas partículas (sus
posiciones, energías, interacciones…). Si las leyes, en vez de deterministas, o causales,
fuesen probabilistas, esto sería todavía más inverosímil, ya que las decisiones
dependerían de la distribución estadística de las partículas, dependiendo de las
variables que hemos nombrado (energía, posición, etc.).

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En general, la concepción mecanicista en las ciencias naturales tiende a ver las
causas como aquellas fuerzas mediante las cuáles se interrelacionan las partes
componentes de un mecanismo concreto. Para entender un grupo social como un
mecanismo (y poder hacer uso así de leyes mecanicistas, causales o deterministas),
podríamos entender que las partes son los individuos componentes mientras que las
condiciones que deben satisfacer serían las acciones de dichos individuos en su
interacción mutua. Esto sólo no implica que los individuos no sean libres, ya que estas
condiciones, que en el caso de las ciencias naturales serían fuerzas, pueden responder a
las motivaciones propias de cada uno. El objetivo básico en este tipo de explicaciones
sería presentar todas estas hipótesis de tal manera que obtengamos por un lado
predicciones claras sobre lo que podemos esperar en cada situación y, por otro, un
relato convincente sobre las razones por las que los sujetos se comportarán de el modo
en que lo hacen.
Debido a cuestiones metodológicas, es más sencillo caracterizar «mecanismos
sociales», que se darían a un nivel micro, que «estructuras» o «sistemas» sociales, que
serían un nivel macro. Por esto, normalmente a este nivel nos encontramos con
propuestas menos sólidas, ya que la capacidad para contrastar con la realidad es mucho
menor. Uno de los ejemplos más utilizados en las CCSS es la teoría de la decisión
racional, o «teoría de juegos».

La explicación funcional
El modelo de explicación funcional tiene una gran presencia en las CCSS y en la
biología fundamentalmente. El primer estudio relevante sobre este tipo de explicación
fue realizado por E. Nagel, pero el tratamiento considerado estándar es el de C.
Hempel, publicado en 1959 y titulado «Lógica del análisis funcional». En este, Hempel
considera que este tipo de explicación comete la falacia de afirmación del consecuente:
1. Si llueve, entonces las calles se mojan.
2. Las calles están mojadas
3. (conclusión) Por tanto, llueve.
El condicional material, utilizado en este argumento, nos permite concluir que
las calles están mojadas si tenemos que llueve (o sea, el modus ponens), o concluir que

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no llueve si las calles no están mojadas (o sea, el modus tollens), pero no podemos,
porque el consecuente esté afirmado (en el ejemplo de arriba, la premisa 2) concluir el
antecedente.
Fundamentalmente esta crítica va dirigida a los argumentos que justifican la
presencia de algún rasgo en un sistema, sea biológico o social, por la función que
cumple en dicho sistema. Esta explicación supondría que el futuro, en cierta medida,
afecta al pasado: los conejos han desarrollado unas orejas largas (temporalmente
previo) para poder regular su temperatura corporal (temporalmente posterior), con lo
que la función de regulación corporal, que aparece más tarde, es «responsable» de la
aparición de las orejas largas, sería por decirlo de otra manera su causa, lo cuál resulta
inadmisible.
Dentro de las CCSS, Gerald Cohen hace una distinción entre «enunciado de
adscripción funcional» y «patrón de explicación funcional». Este último es una
explicación en términos del papel que desempeña un elemento en un sistema, de forma
parecida al ejemplo del conejo. Se apoya en las llamadas «leyes de consecuencia», que
son enunciados legaliformes de la forma ((A → B) → A). Esto vendría a ser algo como
que el explanandum produce el explanans, aquello que queremos explicar produce la
propia explicación (el tamaño de las orejas produce la explicación de la regulación
térmica). Por ejemplo, si tenemos que la movilidad social (A) se produce siempre que la
propia movilidad social produce bienestar social (B), podemos construir el argumento
(A → B) → A. Esta ley de consecuencia tiene una ventaja importante respecto a la
explicación funcional «tradicional», y es que evita la falacia de afirmación del
consecuente llevando la explicación al terreno empírico: hay que encontrar las leyes de
consecuencia que nos permitan explicar los fenómenos que nos preocupan.
Un tipo de explicación relacionado con el funcional es el teleológico. Gran parte
de los estudios en antropología social y corrientes clásicas en sociología utilizan
razonamientos teleológicos enmascarados en cierta medida de funcionales.
Un problema con este tipo de explicaciones es que tienden al holismo:
consideran un grupo de individuos como teniendo características distintas de la suma
de sus miembros, serían algo así como «sujetos colectivos», y que serían de hecho
previos a los individuos. Así por ejemplo, el análisis económico marxista (clásico)
considera que hay unas «leyes del capital», que son independientes de los agentes
económicos involucrados. Esto se expresa incluso a veces como la «voluntad del
capital», atribuyendo procesos orientados a fines a algo abstracto como es «el capital».

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No obstante, las explicaciones funcionales no tienen por qué compartir estos rasgos, y
no todas las explicaciones teleológicas los comparten.
Hay tres maneras de entender y analizar los procesos orientados a fines, que de
manera esquemática son:
i. Conducta propositiva (humana): depende de la conducta que cada individuo se
propone a sí mismo.
ii. Explicación teleonómica: este análisis entiende los procesos orientados a fines u
objetivos como un programa; un ejemplo sería el funcionamiento de la genética.
El problema aquí es que no está presente la intencionalidad, y en el caso de las
CCSS es fundamental.
iii. Visión sistémica: es la visión más extendida hoy en día. Un sistema necesita tres
propiedades para ser dirigido a objetivos: 1) plasticidad, poder tomar diversos
caminos para llegar al objetivo. 2) persistencia, ser capaz de mantener una
conducta concreta. 3) independencia de las variables implicadas.
Podemos, también, distinguir entre diversas formas de funcionalismo,
dependiendo de la relevancia que dan a distintos aspectos característicos de las
explicaciones funcionales (fundamentalmente el beneficio que obtiene el sistema que
se estudia a través de la función que se pretende explicar):
1. «Funcionalismo ingenuo»: bastaría con señalar las consecuencias beneficiosas
para que la explicación fuese aceptada; por ejemplo la prohibición del cerdo en
la religión judía debido a la escasez del mismo.
2. «Funcionalismo por “selección natural”»: este tipo de explicación sería una
especie de analogía con la selección natural, y vendría a decir que podemos
conocer el mecanismo general por el que se desarrolla una determinada función
en un sistema, aún cuando no conozcamos los detalles.
3. «Funcionalismo teleológico/causal»: según este modelo, sería necesario conocer
todos los detalles para considerar la explicación como adecuada. Se puede
entender de hecho como una explicación causal, en la que debemos conocer
todas las causas que han dado lugar al fenómeno que se estudia.
4. «Funcionalismo consecuencialista»: este es fundamentalmente el que toma la ley
de consecuencia de Cohen que hemos comentado antes.

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Por último, comentaremos el caso especial de la explicación funcional en la
teoría darwinista, ya que se pretende en ocasiones trasladar esta a las ciencias sociales
sin apenas modificación, lo cuál resulta muy problemático.
Por un lado, la teoría darwinista depende de la selección natural. Esta explicaría
el mecanismo por el que las distintas especies van modificando sus características, e
incluso convirtiéndose en especies diferentes. El neodarwinismo es la teoría
actualmente más aceptada respecto de la teoría de la evolución, y consiste
fundamentalmente en la adición de la genética a la teoría de la evolución darwinista.
El nombre de selección natural, que es el mecanismo fundamental en el
darwinismo, puede llevar a error, ya que seleccionar es una acción propia de agentes,
pero en el caso de la evolución no hay ningún agente involucrado. Por esto es
importante tener en cuenta cómo funciona dicho mecanismo.
Hemos visto que una crítica a las explicaciones funcionales es que cometen la
falacia de afirmación del consecuente. A pesar de esto, se siguen empleando en las
CCSS y en la biología. En este último caso, la explicación funcional es imprescindible, y
la justificación más importante es precisamente la selección natural, que no estaría
explicando el presente, o el pasado, en términos del futuro, sino del propio presente.
Según la teoría darwinista, un individuo de una especie tiene más posibilidades
de reproducirse si está mejor adaptado a su medio actual, de tal modo que las
características que presenta en el momento actual son las que van a tener más peso en
la evolución de la especie, porque son las que se van a transmitir de manera
mayoritaria. Por otro lado, tenemos que en caso de que las condiciones ambientales
cambien, sucedería lo mismo: aquellos individuos cuyas características sean favorables
a la supervivencia en las nuevas condiciones tendrán más posibilidades para la
reproducción, de tal modo que la especie evolucionará para adquirir esas
características, pero por la propagación a través de la reproducción (cada vez habrá
más individuos con las características adecuadas, pero debido a que sus progenitores
las tenían, mientras que otros individuos no; o sea, no aparecen por generación
espontánea).
Este proceso no parece tener una contrapartida en las sociedades humanas. Para
empezar, las decisiones de los individuos juegan un papel fundamental en el desarrollo
de los procesos sociales. Por lo tanto, encontrar un «mecanismo» subyacente a dichos
procesos parece una tarea estéril. Sí que se puede obtener leyes de «tendencia»: dadas

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unas ciertas disposiciones de conducta en los individuos componentes, los
movimientos sociales tendrán unas características u otras. Por esto es que la
explicación funcional tiene cabida dentro de la biología, pero en las ciencias sociales
tiende a convertirse en explicación teleológica o finalista: las cosas suceden porque los
agentes tienen unos objetivos u otros.

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