Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
Ciclo 2018-2
Sesión 12
Texto 1
El supuesto básico de la democracia es la igualdad, la igualdad política. Las instituciones del régimen
democrático, sus normas, procedimientos y valores se organizan bajo un supuesto de igualdad entre
los ciudadanos. La pregunta que ha recorrido este balance es hasta qué punto las desigualdades que
se generan en las estructuras sociales, económicas o culturales afectan las condiciones de igualdad
política. La pregunta de si el funcionamiento del régimen democrático depende de la existencia de
profundas desigualdades socioeconómicas, culturales o étnicas (“brechas” se denominan en el
Informe de la CVR) nos llevó a revisar la bibliografía sobre dos situaciones extremas.
Por un lado, los poderes fácticos —particularmente sectores con alta concentración de recursos
económicos— influyen sobre decisiones públicas. Se trata de contextos en los cuales las decisiones
clave para la vida de amplios sectores sociales se toman por fuera de los marcos institucionalizados
y públicos de la deliberación nacional. Esta opacidad en la toma de decisiones, asociada a una alta
discrecionalidad de los órganos ejecutivos (contratos con cláusulas confidenciales, delegación de
facultades legislativas, reglamentos que recortan el alcance de las leyes, etcétera), no solo expresa
situaciones de una desigual repartición del poder político entre sectores con desiguales recursos
económicos, sino que colabora con la deslegitimación de la representación política, la pérdida de
peso (y hasta la banalización) del Parlamento y los partidos políticos, y la desafección de sectores
mayoritarios respecto de las instituciones de la democracia.
Por otro lado, se generan vínculos de clientelaje con sectores de alta precariedad en sus condiciones
de vida. Amplios sectores sociales de muy bajos ingresos, en situaciones de alta vulnerabilidad,
están dispuestos a conceder apoyo político como contraprestación por mínimos beneficios. Ello
2
Ambos casos, poderes fácticos y clientelas, remiten a sistemas de toma de decisiones públicas por
fuera de los sistemas institucionalizados del régimen democrático y suponen que este se “estrecha”,
es decir que permite amplios espacios no institucionalizados. Más bien, la otra pregunta que nos
planteamos en el inicio (si la reproducción de desigualdades o la generación de condiciones de
mayor igualdad dependen del funcionamiento de la democracia) nos llevó a buscar la bibliografía que
analiza el comportamiento del régimen democrático, es decir, la manera como se organiza el poder
en el marco de decisiones institucionalizadas. La hipótesis planteada al inicio —recogiendo a Huber,
Nielsen, Pribble y Stephens (2006)— supone que largos periodos de vigencia de un régimen
democrático terminan generando nuevas organizaciones políticas representativas de sectores de alta
exclusión de derechos económicos, los que influirían en la implementación de políticas redistributivas
(o incluso pactos redistributivos) que permitirían mejorar las condiciones de vida de las mayorías y
producir condiciones de inclusión y menor desigualdad.
Nuestro balance encuentra, pues, complejas relaciones mutuas entre democracia y desigualdad. Una
débil construcción de instituciones (Ejecutivo discrecional, Congreso débil, Poder Judicial poco
confiable) limitaría relaciones más fructíferas entre vigencia del régimen democrático y construcción
de una sociedad más igualitaria.
3
[Extraído y adaptado de REMY, María Isabel. Democracia y desigualdad: poderes fácticos, régimen político y ciudadanías
diferenciadas. En: Las desigualdades en el Perú: balances críticos. Disponible en
http://repositorio.iep.org.pe/bitstream/IEP/465/1/estudiossobredesigualdad2.pdf]
Texto 2
A lo largo de nuestras vidas, todos entramos en relaciones que suponen identificarse con otros: ser
con ellos, ser como ellos, ser ellos. Estas identificaciones dejan marcas que suponen compromisos:
lealtades con individuos y grupos con quienes hemos compartido situaciones definitivas en nuestra
historia personal. Para empezar, la familia: padres, hermanos y demás parientes; luego el barrio, el
colegio y los amigos. A continuación, las personas que no conocemos, pero que son como familia,
pues compartimos la misma nacionalidad, tradiciones similares y mucho de nuestro destino. Y,
finalmente, está la humanidad, todos embarcados en esta nave espacial que es la Tierra.
Cada tipo de vínculo y grupo tiene sus exigencias sobre las personas que lo forman. Entre una
madre/padre y un hijo/hija se espera la incondicionalidad. Una lealtad absoluta. Entre esposos, la
fidelidad; y entre hermanos, la solidaridad. Nadie espera que una madre incrimine a un hijo en un
crimen, de modo que no se le exige ser testigo. Es compresible que pese más el amor por el hijo que
el compromiso con la ley.
Surge así el problema que afecta a las instituciones. Cuando la gente pone por delante la amistad o
la expectativa de un beneficio, y deja de lado el cumplimiento de la ley, entonces la lógica mafiosa de
la complicidad desplaza a la conducta basada en los intereses generales encarnados en la ley.
Me contó mi padre que, a principios del siglo XX, en el auge de la República Aristocrática, un
presidente de la República reunió a sus parlamentarios para instruirlos en el voto a un primo suyo,
hombre conocidamente incapaz, que presentaba su candidatura a una vocalía de la Corte Suprema.
Cuando uno de los congresistas le refirió el escaso prestigio de su pariente, el mandatario respondió,
dando por zanjada la discusión: “Eso no importa, pues todo el mundo sabe que la caridad empieza
por casa”. Y, efectivamente, el primo fue elegido sin mayores resistencias.
La anécdota es reveladora, pues evidencia la supremacía del cariño sobre el mérito. Se prefiere al
pariente o amigo, porque se le quiere y, también, porque retornará el favor. La incondicionalidad y el
afecto se aprecian más que el mérito y la virtud. Y aunque ahora nadie repetiría en público la frase “la
caridad empieza por casa”, el sistema sigue siendo el mismo. Hecho que se deja ver en las
repartijas, cuando los puestos públicos van a los amigos de los partidos.
intereses del grupo. Y a la gente se le enseña que el camino más seguro para progresar es la
adulación al poderoso, el estar dispuesto a ser su cómplice, a infringir la ley apenas se requiera.
Esta lógica mafiosa impide la construcción de una institucionalidad ciudadana, y genera suspicacia y
resistencia hacia la autoridad y sus normas. Una sociedad es ciudadana si está compuesta de gente
que prefiere poner la ley por encima de sus conveniencias particulares. Lo contrario es una sociedad
de cómplices en la que (casi) todos están dispuestos a pactar en desmedro del interés común.