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LA HISTERIA
I INTRODUCCIÓN
No podemos entrarle al tema desde todos los lados a la vez. Solo intento
aquí bosquejar zonas, lugares, en relación al deseo, al síntoma y al otro, a
los efectos de ir sesgando una versión histérica del deseo.
II HISTERIA Y MEDICINA
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“El discurso de la medicina y la ciencia”; Evelyne Berriot – Salvadore. En: “Historia de las mujeres”, G.
Duby y M. Perrot; Editorial Taurus, Madrid, 1994, Tomo VI.
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L. Israel, “El goce de la histeria”.
*
“Cuerpos y corazones”. En: “Historia de las mujeres”. Ob. Cit. Tomo VIII.
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S. Freud, O.C., T. 10, 200.
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P-L. Assoun* dice: “... el propósito de la histeria pura es hacer del cuerpo
real – el que alberga el síntoma y al que manipula tal o cual otro (el
terapeuta... ¡o el seductor!) – el lugar físico de activación del síntoma.
Podemos afirmar que en el momento en que este se “incorpora” (...) eso
ya no pasa “en la cabeza””. En ese escenario corporal creado es donde se
arma la “otra escena” (las fantasías inconscientes que Freud describió
subyaciendo a los síntomas histéricos) se apela al otro, a su actividad de
goce (sádico) frente a lo enigmático. Y, en esa acción sobre el cuerpo real
convocada por el cuerpo imaginario, se produce el goce de la histeria.
III EL GOCE
IV LA HISTERIA Y EL OTRO
Sobre estas cuestiones siempre hay muchas anécdotas. Recuerdo una que
contaba un viejo analista y maestro, de una paciente suya que había
seducido intensamente a un hombre y cuando finalmente había accedido
a hacer el amor, en el vértigo de las mismas, las interrumpe y pidiéndole
disculpas le dice a su partenaire que se acordó que no hizo una llamada
telefónica importante, que enseguida vuelve. Estas anécdotas son
caricaturas ejemplificadoras del recorrido del deseo histérico. Pero antes,
veamos allí dos grandes cosas, descritas por Freud: la represión de la
sexualidad genital y la castración (imaginaria) del hombre (en el caso de
la histeria femenina, como es el ejemplo). La erotización está aumentada
en todos los lugares y momentos, menos en los genitales y en la relación
sexual. En estos últimos aparece la inhibición y la represión. Frigidez en
la mujer e impotencia en el hombre, son los síntomas correspondientes.
La “bella indiferencia” se puede ver, en el ejemplo, en el momento en
L. Israel: “La histeria hoy como ayer”.
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Hay dos efectos – afectos que la histeria genera, como los ejemplos
citados, en el otro. La hostilidad vinculada a la frustración y el desafío al
acentuar lo enigmático de su sexualidad y promover el deseo del otro.
Podríamos entender dentro de esta afectación aquella frase de Freud de
1897: “Ya no creo más en mi neurótica”. Momento de decepción (del
éxito) a la vez que de desafío. Pensemos cuánto del origen del
psicoanálisis se jugó ahí y veremos la estrecha relación entre
psicoanálisis e histeria.
V EL FALO
El falo no queda ubicado en el pene del hombre, que ella no tiene y desea
recibirlo (posición femenina del deseo). Frente a la fantasía de castración
(perdió imaginariamente lo que realmente nunca tuvo) la histérica cree
realmente ser el falo. La violación, la extirpación, son acciones
castrativas que confirman a la histérica como falo sobre el que se
suponen que actúan. Oscila así entre un lugar de brillo fálico y un
derrumbe fálico. Situación que comparte con la histeria masculina
porque hace a lo esencial de la estructura histérica. El derrumbe es de la
erección, eso que es el falo.
VI IDENTIFICACIONES HISTÉRICAS
1921; Amorrortu Editores, Tomo XVIII, capítulo 7, pág. 99 y ss.
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VII DORA
1
Ver en “Actas d la Sociedad Psicoanalítica de Viena” (1906-1918) la discusión del trabajo de Fritz Wittels (mayo
de 1907) donde sostenía lo absurdo de que una mujer fuera médico y que el sostén de ese deseo era la histeria.
Esta tesis fue apoyada por Max Graf, el padre de “Juanito”. Lo mismo se discute en la reunión del 3 de mayo de
1907, 26 de febrero de 1913 y 11 de marzo de 1908. (Referencia tomada de........)
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Ida Bauer era una adolescente entrampada en una historia sexual infantil
actualizada en una trama social, familiar y edípica donde su padre Philipp
pivoteaba el armado de dos parejas, sostenidas por complicidades
múltiples, especialmente de su madre Katharina (Käthe) y de Hans
Zellenka o famosos Sr. “K”2. Este escenario de complicidades donde Freud
había quedado incluido por el pedido que Philipp Bauer le realizó respecto
a lo que esperaba del tratamiento de su hija Ida, no fue privilegiado en el
trabajo de análisis. La sexualidad infantil de Ida, sus vivencias actuales y su
historia, no parecieron poder abrirse al análisis más que muy parcialmente,
debido quizás al muy obstinado interés de Freud de aplicar sus ideas y
teorías, en Dora, en aplicaciones intempestivas de teoría en el análisis.
Inevitablemente, este afán, a la vez confirmatorio de sus conceptos y
pedagógico, ejerció un efecto aplastante sobre la subjetividad ya muy
amenazada de Ida. La trama de complicidades sexuales, si bien no entró
como trabajo de análisis en tanto
en él estuvo ausente justamente
la consideración de la
transferencia -en su doble
sentido- sí apareció en
actuaciones de Freud tomando
partido decidido por el amor de
Dora por el señor K, incluso
sugiriendo formas que harían
posible el desarrollo de este
2
En realidad la “K” estaba en Käthe y en la hija enferma del matrimonio “K”, cuidada por Ida, que se llamaba
Klara.
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Que Ida Bauer haya sido una adolescente y luego una adulta histérica, con
serios problemas de carácter que hacían que sus vínculos, tanto con
hombres como con mujeres, fueran muy difíciles, provocando rechazo,
parece confirmarse tanto por comentarios posteriores de alguien “aliado”
de Freud como fue Felix Deutsch, pero también por su amado hermano
Otto Bauer. Ida, sucumbió como mujer, no sólo a Freud que fue un eslabón
más, sino a todo un poder patriarcal en crisis, pero por eso mismo crispado,
a lo que se sumaba fuertemente la situación de los judíos en Viena que se
agravó progresivamente hasta el fin de la segunda guerra. Ninguna de
estas dos grandes fuerzas ideológicas que implicaban tanto a Freud como a
ida fueron trabajadas en el tratamiento. Freud, es cierto, no apoyó
directamente la versión de los hechos que tenía Philipp y Hans, por el
contrario aceptó, al menos en principio, la versión de Dora sobre las
intenciones sexuales que Hans tenía con ella. Pero Freud estaba aun muy
cerca de su “ya no creo más en mi neurótica”, y ese momento fue tan
importante para el desarrollo del psicoanálisis como una herida profunda a
sus ambiciones de éxito a corto plazo en el tratamiento de la histeria. No
solo no estaba dispuesto científicamente a creer ese relato sino además,
probablemente, tampoco lo estaba subjetivamente. Freud era un judío
vienés más o menos de la misma generación que Philipp y Hans, quizás tan
desencantado como ellos de su sexualidad marital, quizás también
entrampado en un escenario de dos mujeres: Kathe y Sra. K para Philipp,
Marta y Minna para Sigmund, aunque menos actuado. No menos
complicado en su relación con los hombres que Philipp con Hans.
Recordemos que una de las “Doras” significativas para Freud fue la hija
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(Dora Breuer) que Breuer concibió con su mujer tras la transferencia erótica
(parto imaginario) de Anna O. Breuer huyó de Anna O., Freud quizás echó
a Dora como luego no estuvo dispuesto a retomarla en tratamiento. Sus
“interpretaciones” sobre el amor de Dora a K y sobre la masturbación
infantil, no podían sino ingresar agresivamente y generar culpa, además de
eludir un tema central en Dora: su búsqueda de la feminidad como
identificación y su deseo de mujer.
No podemos saber qué pasó exactamente allí entre Freud y Dora pero hay
elementos para suponer, quizás en ambos, la repetición de un efecto
traumático de la sexualidad que, hecha síntoma y acto, no tuvo quien la
escuchara en esos discursos. Freud parece haber podido escuchar muy
poco, haber estado herido, molesto y soberbio, en alianza con otros
hombres: Philipp, Hans y los médicos que lo precedieron. Aun así ese
tratamiento breve y con palabras, que no podríamos hoy llamar un
Psicoanálisis, parece haber sido más exitoso que los tratamientos eléctricos.
No por siempre, pero Dora mejoró su tos y afonía y, además, se casó, tuvo
un hijo y se dedicó a él como su madre no lo había hecho con ella y Otto.
No obstante, fue una mujer que no disfrutó, sufrió en su cuerpo y buscó la
limpieza como su madre. Una subjetividad de mujer aplastada, que apenas
pudo abrirse algunos caminos en la maternidad pero que, a grandes rasgos,
parece haber sucumbido en sus posibilidades de florecer. La maternidad
era lo socialmente más aceptado de la mujer y lo que había podido
desplegar con aceptación en su cuidado de los hijos de los K. Su marido fue
un hombre que no pudo tener éxito en su dedicación a la música pero que
sí pudo trasmitirle esa pasión a su hijo. Un hombre que regresó de la guerra
muy lesionado, crónicamente enfermo, necesitado de los cuidados de Ida.
Ida mantuvo un buen recuerdo de Freud y, especialmente, porque sabía
que su “caso” había sido importante y famoso en el desarrollo del
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psicoanálisis. Esa importancia siempre fue necesaria para Ida, pero como
Ida, no como Dora. Siempre había sido puesta en otro lugar que la sorteaba
en sus raíces, lo que ella misma hizo luego con su origen judío, al que
renunció con la esperanza de ser aceptada junto a su hijo en la sociedad
vienesa fuertemente antisemita. También allí los otros le dijeron “No”. Los
Nazi, los que odiaban la diferencia, los que la seguían viendo judía pero
para denigrarla, quitarle sus valores y perseguirla. Ida había renunciado a
casi todo para ser aceptada y obtenía rechazo. Es el destino del drama
histérico, por cierto, un drama muy humano, femenino pero no exclusivo
de mujeres.
genital. Pero ¿no es contra ese nivel concreto genital, como objeto sexual,
que Dora se revelaba en síntomas y actos? ¿Es realmente la histeria una
excitación (“calentura”) no aceptada, no disfrutada y rechazada que tiene
que permitirse, o esto es ya una respuesta, quizás la única respuesta
posible para la histeria de ser reconocida en una sexualidad no sólo genital,
como objeto de satisfacción o goce del Otro?
La realidad en intensidad del deseo sexual y el amor de Dora por K fue tan
enfatizado por Freud que el deseo edípico y sus escenarios fueron
considerados un refugio fantasioso, represivo y defensivo frente a la fuerza
real de ese amor. Este trastrocamiento no podía sino hacer muy riesgosa la
relación de Dora con Freud, pero quizás más riesgoso aun el lugar donde
ella quedaba ubicada. El segundo sueño insistía en que la estación era un
lugar al que no se podía llegar, caminaba pero no avanzaba, siempre faltaba
algo, ... un lugar imposible. Este reconocimiento ella lo necesitaba de Freud:
hay lugares donde no se puede llegar. El padre estaba en cuestión; un
padre de alguna manera muerto, al que no llegaba. Freud ve impotencia,
que es la figurabilidad -imaginaria- donde correspondería reconocer
imposibilidad. Es decir, ser garante de ley.
El énfasis que Freud pone en la sexualidad infantil y las zonas erógenas, en
cómo las palabras, los significantes y los actos remiten a ellas, no debería
ubicarnos como un texto de anatomía remite en sus descripciones al cuerpo
anatómico. Freud está muy apegado aun a la referencia biológica y siempre
la siguió manteniendo. Pero la relación, en Psicoanálisis, entre palabras,
significantes, actos y zona erógena, no remite a un proceso o función
psicobiológica sino al engarce, a la fuerza que las palabras tienen en sus
anclajes corporales erógenos inconscientes. No son palabras que delatan
excitación corporal biológica, son palabras erógenas que nacen junto al
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Han pasado ya los años que restaban del 900 y podemos decir hoy que
estas preguntas siguen abiertas aunque con el agregado de nuevos
ingredientes. Las dudas diagnósticas y de comprensión psicopatológica
en ciertos cuadros clínicos siguen presentándose entre la histeria y la
psicosis. La importancia y profundidad de la depresión en la histeria se
anuda en oportunidades a lo que desde otras tiendas se conceptualiza
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del todo en una época donde los medios muestran todo lo que se quiera ver
adelantando la imagen a la expectativa de las fantasías?
Todas estas preguntas abren a un campo de investigación que excede mis
posibilidades en este texto, como las del psicoanálisis o cualquier otra
disciplina del conocimiento aislada y, quizás, el momento histórico donde
se puedan trabajar mejor estos misterios, pues es con posterioridad que los
sesgos epocales permiten sus revelaciones.
No obstante podemos trazar un bosquejo de rasgos actuales a trabajar.
La tendencia a que la sexualidad humana sea tomada como un hecho de
cuerpo biológico, es decir, de una acción médica-cosmetológica sobre el
cuerpo real. Desde las formas que ha adquirido la enseñanza de la
sexualidad en los institutos formativos: “educación sexual”, o por los
medios de comunicación, en una reducción a la anatomía y funciones en
articulación con conductas y métodos. Conozca el hardware y sepa los
programas para operar, podría ser la dominante de este reduccionismo de
la sexualidad humana a la cosa animal. Los conflictos afectivos y la
consideración de la cultura no ocupan sino el lugar de obstáculos para el
desarrollo de un “sexo natural”. La naturalización de la sexualidad
humana, algo tan poco natural en tanto humana, parece constituirse en un
desvío resistente desde las vías del placer hacia la demanda de goce. El
cuerpo como si fuera posible sin mediaciones simbólicas no es cabalmente
un cuerpo “real”, siempre imposible humanamente, sino un cuerpo
despojado de riqueza simbólica, verdaderamente caquéctico, remodelado
en devastaciones plásticas y musculares. Cuerpos que se resisten al juego
siempre conflictivo entre Eros y Thanatos, al paso del tiempo
(envejecimiento y muerte) como el maquillaje del cadáver en la preparación
para el velatorio, es decir, sin el recurso al gesto. El gesto, en un sentido
amplio, son las escrituras vitales que arman el cuerpo o que hacen a los
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Julio H. Moreno en “La Histeria hoy..” (Rev. Psicoanálisis, APdeBA, Vol. XVI, n 2, 1994, p.367) dice: “El hecho
de que el velo de la histeria se ha corrido hasta llegar a coincidir con el de la superficie cutánea y de las mucosas
se evidencia en una especie de culto por el cuerpo, un cuerpo que se mejora, se opera, se modela con cirugías y
dietas severísimas difíciles de diferenciar de las anorexias. Se emprenden intensos trabajos dedicados a que el
cuerpo se constituya en lo perfecto. Lo más perfectamente parecido a una imagen perfecta. Tanto, que por
momentos pretende fundir la diferencia masculino-femenino (diferencia en que otrora encontrábamos la causa
principal del pregón histérico) en una imagen “unisex”. Las diosas de la adeptas a ese culto no parecen tener
historia para imitar, ni padre enfermo al que cuidar, ni Dios o Rey a quien salvar, ni proclama que reivindicar.
Exhiben en cambio, con arrogancia felina, un cuerpo sin escritura que se ofrece a la inmediatez narcisística”.
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XI FINALMENTE...
BIBLIOGRAFÍA
CASTELLANO-MAURY, Eloísa; “El caso Dora más allá del diván”. ED.
Biblioteca Nueva, Madrid, 2003.
FREUD, Sigmund;
ISRÄEL, Lucien; “La histeria hoy como ayer”. Rev. Imago, Nº 4, julio de
1976.
KHAN, M. Massud R.; “El rencor del histérico”, en: “Locura y soledad”.
ED. Lugar, BsAs, 1991.
NASIO, Juan D.; “El dolor de la histeria”, ED. Paidós, BsAs, 1998.
TORRES, Mónica; “La histeria”. En: “La escucha. La histeria”, Irene de Krell
(compiladora). Paidós, Buenos Aires, 1991.