Vous êtes sur la page 1sur 48

El Deseo Con-Versión Histérica Javier

García

LA HISTERIA

“EL DESEO con-VERSIÓN HISTÉRICA”

I INTRODUCCIÓN

La histeria, como denominación, nos remite en español a algo femenino.


Pero sabemos, con certeza, que la histeria está tanto en la mujer como en
el hombre. No digo histeria femenina y masculina, intencionalmente. La
histeria es inherente a lo femenino, tanto en la mujer como en el hombre,
por lo que luego veremos caracteriza a la versión histérica del deseo, en
relación al falo y al “otro”. Se ha insistido suficientemente en el vínculo
entre histeria y femineidad, y en la pérdida de virilidad en el hombre
histérico. Pero debe quedar claro que esto no circunscribe ni privilegia a
la histeria en la mujer. La histeria en el hombre es un capítulo central de
la psicopatología psicoanalítica del
hombre. No obstante, históricamente, la
histeria queda ligada a la mujer.
La posesión demoníaca, la brujería, la
locura, la sexualidad descontrolada y
provocadora, la simulación y la mentira,
el cuerpo paralizado, anestesiado,
dolorido, etc., fueron algunas de las
grandes formas en que se describieron las manifestaciones histéricas,
siempre vinculadas a la mujer y, en especial, a su sexualidad. La
animalidad y lo endemoniado fueron dos rasgos fuertemente asignados
a esta sexualidad. Lo femenino valorado por la cultura empalidecía hasta
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

hacer desaparecer las manifestaciones de los deseos sexuales de la mujer.


Su irrupción era el escándalo provocado por la locura: irracionalidad y
posesión sexual de la mente y el cuerpo. “Locas” de la cabeza o de la
sexualidad. Esta posesión se pensaba como algo que la mujer sufría,
padecía, más allá de ella. Era poseída por un demonio, con lo que se
suponía una pasividad de la mujer en el acto de posesión. Finalmente
tranquiliza, especialmente al hombre: no es la sexualidad de la mujer
misma sino algo que la ha poseído. La sexualidad demoníaca invade,
seduce y habita a la mujer. Queda implícito que la mujer no es sujeto de
esta sexualidad, sino el demonio que tiene dentro. Un demonio es algo
masculino, o todo él representación de un genital masculino excitado.
Pero en relación a la histérica que lo padece, es “otro” que goza al
poseerla desde dentro de su propio cuerpo. Nos recuerda la idea
freudiana durante la teoría de la seducción traumática: la histérica sufrió
pasivamente y con displacer una acción sexual gozosa para el adulto
activo. Es “otro” el que gozó con su cuerpo. Y esto implicó un usufructo,
una posesión de su cuerpo por el “otro”. El concepto de “posesión”
queda vinculado al de “goce”. Quedará para más adelante pensar en el
goce propio.

Curiosamente o no, la otra gran neurosis, la neurosis obsesiva, comparte


la idea de posesión. Aquí se trata fundamentalmente del hombre,
endemoniado por sentimientos, deseos que lo hacen culpable, en juicio
librado en su propio interior. Solo que aquí el sujeto endemoniado es
situado en él mismo, como sujeto “demonio”, quien padece con culpa las
consecuencias del juicio sobre sus deseos. Un armado defensivo,
reactivo, de tipo religioso, caracteriza al yo. La escena en la neurosis
obsesiva se desarrolla interiormente y en un nivel muy cercano al propio
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

sujeto, privado (dormitorio, baño, cajones, placard, etc.). En cambio, la


histeria arma una escena familiar y social, introduce a los otros como
personajes de esa escena y los involucra emocionalmente. La histeria ha
provocado, en esos escenarios, que se la excomulgue, se la castigue, se la
queme en la hoguera, se la abofetee, se la intervenga quirúrgicamente
para sacarle algo o ponerle algo, o simplemente explorarla, se la viole,
etc. En todos estos actos referidos podemos observar que, en ese nivel, la
histeria queda ubicada en un lugar pasivo y que los temas referidos
quedan vinculados al cuerpo, la sexualidad y la agresividad, en
diferentes mezclas. Sus síntomas, exiliados de relatos reconocidos como
propios, se organizan como cristalizaciones metafóricas en el cuerpo,
que la defienden de ese goce, ubicado en el “otro” (asco, vómitos,
frigidez, impotencia funcional, etc.). Solo que, como veremos luego, el
goce asignado no es ajeno.
La histeria se hace hacer cosas y esas cosas son muchas veces claramente
sexuales, otras, de significación sexual para el sujeto (del inconsciente).
Si esta puesta en escena en la vida es efectiva es porque ella algo hace
para provocar esos actos de los otros. No me estoy refiriendo, claro está,
a un “hacer” consciente, ni mucho menos a una justificación de la “caza
de brujas” o de la censura y hostilidad defensiva hacia la sexualidad de
la mujer. Me refiero a nuestra actitud de investigación sobre el sujeto de
deseo, el síntoma y los objetos aquí en cuestión.

Una versión del deseo histérico es la conversión. Konversion: término


utilizado por primera vez por S. Freud en “Las neuropsicosis de
defensa” (1894). El cuerpo, o parte de él, se hace síntoma y el sujeto de
ese discurso corporal se eclipsa tras la indiferencia o asoma como
angustia. El escenario psíquico se traspone en escenario en el cuerpo. El
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

cuerpo del que allí se trata no es el de la anatomía y fisiología sino otro


igualmente efectivo en producciones: el cuerpo erógeno. En él se realiza
una puesta en escena siempre dirigida a otros. El discurso cristalizado y
cifrado en el síntoma corporal se hace enigma que nos interpela, como si
no partiera de nadie. Los interpelados parecen depender de su lugar más
que de personas específicas. En todo caso son personajes situados en un
lugar de autoridad. El jefe, el patrón, el profesor, el gobernante,
cualquier figura pública de representación e investidura, etc. Los
médicos sabemos la alta frecuencia en que quedamos interpelados y de
ello da cuenta la historia de la histeria en relación a la medicina.

No podemos entrarle al tema desde todos los lados a la vez. Solo intento
aquí bosquejar zonas, lugares, en relación al deseo, al síntoma y al otro, a
los efectos de ir sesgando una versión histérica del deseo.

II HISTERIA Y MEDICINA

El discurso o los discursos de la medicina sobre la histeria, han hablado


de los imaginarios culturales construidos en torno a la mujer y su
sexualidad. Cuanto menos organización científica tenían estos discursos,
más impregnados de estos imaginarios estuvieron. Lo cual no quiere
decir que en la actualidad no encontremos construcciones de este tipo.
Por el contrario, cada época se ha mostrado bastante ciega respecto a sus
propios imaginarios.

La herencia del pensamiento aristotélico que describía a la mujer como


un macho incompleto pareció además recibir fuerzas renovadoras en
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

cada época, funcionando como un obstáculo para nuevos conocimientos.


En el mismo sentido que los estudios observacionales sobre la mujer
siempre tenían como referencia comparativa al hombre. El útero no
podía ser visto como un órgano diferente y propio de la mujer. Ella debía
tener lo mismo que el hombre, aunque con variaciones de formas y
lugares. Ciertas analogías en la morfología descriptiva del útero y su
cuello lo asemejaban a los genitales masculinos. En algún lugar ella lo
debía tener. La diferencia de sexos, como diferencia, no como un varón
al que le faltaba algo o con los órganos invertidos, fue y sigue siendo
difícil de ser pensada. La mujer, surgiendo de una parte del hombre,
formándose como hombre inacabado, al tiempo que con inversión de sus
órganos genitales (a los efectos de completarlo), fue y es un imaginario
fuerte. No podría explicarse solamente por su antecedente histórico sino
por el refuerzo que recibe en cada época y en cada sujeto. Podemos ver
tras ello a la primera teoría sexual infantil descrita por Freud.

Se podría decir que un desplazamiento sustantivo de la perfección del


hombre a la perfección de la naturaleza, colocada posiblemente en el
lugar de dios, cuestionó que se considerara a la mujer como un ser
imperfecto. ¿Cómo algo perfecto podría generar algo imperfecto? Por lo
que el reconocimiento respecto a la mujer en algún lugar siguió
desmintiendo la castración. Podríamos encontrar, detrás de esta idea de
perfección una imagen también del hombre, como causa de la mujer.
En tanto sustentadas en fantasías, estas tendencias coexistieron. El útero
siguió ubicando a la mujer en un lugar inferior y peligroso, “fuente de
todas las enfermedades femeninas”*. “En realidad, durante muchos siglos –dice
Evelyne Berriot-, la terapia femenina se funda en una idea común a los

*
“El discurso de la medicina y la ciencia”; Evelyne Berriot – Salvadore. En: “Historia de las mujeres”, G.
Duby y M. Perrot; Editorial Taurus, Madrid, 1994, Tomo VI.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

médicos, a los moralistas y a los teólogos: la mujer está sometida a su sexo.


Desde este punto de vista resulta ejemplar el estudio de una enfermedad como la
histeria. En efecto, hasta finales del siglo XVII esta afección es exclusiva de la
patología femenina; más aún, en el discurso médico es el símbolo de la
femineidad. Por lo demás, al término erudito de “histeria”, pese a la tan
significativa etimología del mismo, se prefieren expresiones más evocadoras
como las de “sofocación de la matriz” o “furor uterino”. El primer síntoma que
permite al médico establecer su diagnóstico, consiste precisamente en esos
movimientos extraordinarios del útero, que como un animal, se agita de un lado
a otro, presa de violentas convulsiones”(Obra citada anteriormente). Se le
atribuyen “incluso sentimientos y comportamientos autónomos: se irrita por
cosas desagradables, se apacigua...”, etc. (Ibíd.). Galeno hablaba de la
histeria como una migración de los úteros descontentos por no ser
fecundados .
Esta animalidad autónoma adjudicada al útero no parece diferir
grandemente de la idea de la Edad Media sobre la posesión diabólica de
la mujer. La mujer sexual y seductora era la preferida por el demonio
para travestirse. La mujer como continente, ropa o máscara, habitada por
el diablo, con todas sus connotaciones de malignidad y sexualidad
desembozada. Allí, la función del
exorcista parece complementaria.
Especialista en seducciones, las
atrae a los efectos de extinguirlas.
La mujer diabólica temida, una vez
desposeída, adquiere una docilidad femenina socialmente aceptada.
En una descripción sobre el siglo pasado Yvonne Knibieheler * dice de la
histeria: “... esta patología descarga la perturbación sobre las familias, sobre la


L. Israel, “El goce de la histeria”.
*
“Cuerpos y corazones”. En: “Historia de las mujeres”. Ob. Cit. Tomo VIII.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

sociedad, sobre la ciencia médica misma: todo el mundo sufre y padece.


Temiendo la crisis, los más allegados complacen a la enferma, que obtiene
atenciones gratificantes, e incluso, a veces, un poder discrecional. El contagio
puede implicar impresionantes manifestaciones colectivas, tal como ocurrió en
Morzine entre 1857 y 1873. Niñas y mujeres aúllan, se retuercen, insultan y
golpean a sus padres y a sus maridos, beben alcohol, se niegan a trabajar. Los
poderes públicos, desconcertados, emprenden una verdadera cruzada para sacar
del aislamiento y de la miseria a toda una población rural: abren carreteras,
instalan una guarnición, organizan bailes...” (Ibíd., Pág. 26). Podemos ver en
este ejemplo la enormidad del montaje escénico, los actores sociales en
distintos papeles, el público afectado que sostiene la escena, etc. Pero la
autoría, lo que mueve esos discursos, se mantiene incógnita. La
sociología, la antropología, el psicoanálisis, tienen cada cual su parte en
la elaboración de teorías que cerquen aspectos de las fuerzas de esos
movimientos. Seguramente lo hacen desde dentro de esa escena, cosa
que no nos puede pasar desapercibida.

La neurología y psiquiatría del siglo XIX, con la impronta especial que le


dio Jean-Martin Charcot (1825 – 1893), es un ejemplo de participación en
el montaje histérico. Quizás habría que decir más: cómo la histeria
determina ese montaje que luego Charcot describe en minuciosa
semiología. Si observamos la conocida pintura de A. Brouillet sobre
“Una sesión clínica en la Salpêtrière” nos sugiere esa inclusión. J-M.
Charcot, como un director escénico, pero más aún, como un maestro-
brujo, un shamán, centra la pintura. En torno a él la histérica se arquea y
desploma sobre los asistentes que la esperan para sostenerla. Antes, un
brazo de Babinsky la detiene, mientras el público docto mira la escena.
En situación especular la imagen del fondo anticipa la forma que
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

adoptará el cuerpo de la histérica


en crisis de “Grande Hysterie”.
Es una oportunidad interesante
para pensar y discutir la noción
de “observación” y de “hecho
clínico”, que tanto se plantea hoy.
J-M. Charcot desarrollaba una
clínica descriptiva, observacional, centrada en la mirada. Jamás se
hubiera visto como shamán sino como un clínico médico que demuestra .
Quizás una de las causas del gran fracaso de Charcot con las histéricas.
Pero al mismo tiempo tuvo el enorme mérito de inaugurar un campo. Él
actuaba sobre el cuerpo de la histérica, la tocaba en sus puntos
histerógenos, para desencadenar la crisis, mientras las miradas del
público esperaban ver la escena prometida.
Freud respecto a Charcot dijo: “Como maestro, Charcot era realmente
fascinante: cada una de sus clases era una pequeña obra de arte por su plan y su
realización, perfecta por su estilo, y tan impresionante en su expresión, que sus
palabras seguían resonando y el tema tratado no se borraba de la vista y la
memoria por el resto del día”.
Charcot no inventa a la histérica, ciertamente, pero sí describe la escena
que él ayuda a montar. La estructura de esa demostración: ¿es la de los
ateneos clínicos de medicina? Solo su apariencia. El acto médico constata
lo que está allí en el cuerpo como objeto natural. El síntoma médico, a
diferencia del psicoanalítico, tiene las características de una señal
natural, en relación de continuidad con la causa orgánica que la provoca.
En cambio aquí no había una anatomía patológica específica de la
alteración corporal de la histeria.


S. Freud, O.C., T. 10, 200.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

La escena charcotiana produce una crisis histérica, con ciertas


características, en alguien que posee aptitudes para producirla. Pero
tampoco Charcot es el dueño de esa forma que adquiere la crisis, el autor
digamos, pues él es su público, su destinatario. También a él se dirige
esa acción en definitiva enigmática. La imagen del fondo plasma una
atribución más que un atributo, que atraviesa a todos los que integran
esa escena.

P-L. Assoun* dice: “... el propósito de la histeria pura es hacer del cuerpo
real – el que alberga el síntoma y al que manipula tal o cual otro (el
terapeuta... ¡o el seductor!) – el lugar físico de activación del síntoma.
Podemos afirmar que en el momento en que este se “incorpora” (...) eso
ya no pasa “en la cabeza””. En ese escenario corporal creado es donde se
arma la “otra escena” (las fantasías inconscientes que Freud describió
subyaciendo a los síntomas histéricos) se apela al otro, a su actividad de
goce (sádico) frente a lo enigmático. Y, en esa acción sobre el cuerpo real
convocada por el cuerpo imaginario, se produce el goce de la histeria.

Charcot reconoció a la histeria, le dio su lugar. Pero hizo algo más,


quizás sin saberlo totalmente. Abrió un espacio escénico para el
despliegue histérico. Solo que tanto él como sus asistentes quedaron
incluidos en la escena, como Liebault y Berheim, creyendo en el
supuesto poder eficaz de sus lugares. Serán precisas las insistencias de
Anna O., de Dora, Elisabeth von R, etc., y la escucha sensible y auto-
analítica de Freud para la conceptualización de la transferencia y su
eficacia como instrumento intra-escénico. Aun así, sigue vigente, en cada
época, desentrañar ese imaginario cultural fálico allí presente en la
pintura de Brouillet.
*
“Cuerpo y síntomas”. Editorial Nueva Visión.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

III EL GOCE

¿Por qué me refiero a “goce” y no a “placer”? Es cierto que la realización


imaginaria del deseo, a través del sueño, las fantasías y los síntomas es
generadora de placer. Hay allí sustentación metáforo-metonímica, redes
simbólicas dependientes del lenguaje y sus códigos, de símbolos donde
se arma un imaginario generador de placer, como la alucinación en la
“experiencia primaria de satisfacción”. Pero la consideración del otro,
tan importante en la histeria, otro que aparece como maestro, sabio, dios,
gran otro (Otro) completo, no castrado, también bajo la forma de maestro
sexual o violador, queda en posición de gozar (goce del gran Otro) con lo
que la histeria también goza. El acto de la violación o el golpe, la
intervención quirúrgica, el castigo, etc... son actos de goce. Pero ¿cómo
entender “goce”?

El concepto de “goce” introducido por Jacques Lacan tiene sus


complejidades y variaciones en la misma obra que lo jerarquiza, también
sus discusiones posteriores, por lo que diré los sentidos que aquí le
asigno. Uno de ellos es el de exceder el marco y el mecanismo del
principio de placer, buscando “la cosa” perdida y no objetos metafóricos.
Es también el abandono del deseo (sujeto de deseo) para someterse al
Otro y su deseo y, en ese escenario imaginario, completarlo, o al menos
hacerlo creer por un tiempo.
Este lugar del otro es el que Freud describió en su teoría de la seducción
traumática como el padre perverso. Posición, también, del padre en el
mito freudiano de la horda primitiva, poseedor de todas las mujeres. Es
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

decir, previo a la castración simbólica, a la instalación de la ley de


prohibición del incesto. Es en este sentido que hablo de un gran otro no
castrado.
Pensada como acontecimiento o como fantasía edípica, esta escena es
reprimida, respondiendo al principio de displacer – placer. ¿Por qué
entonces habría de reactualizarse en la elección de nuevos vínculos o en
sueños y transferencias? ¿Por qué la repetición en Emma?
En “Más allá del principio del placer” Freud se plantea el fracaso de este
principio y lo ejemplifica con la repetición y los sueños traumáticos
(entre otros ejemplos). Lo que aparece no es el placer y su regulación, lo
que ha provocado la represión. Lo que reaparece es esa excitación en
exceso, esa tensión no tramitable (“cuerpo extraño interno”), el cuerpo
en goce, en un lugar donde la estructura simbólica falla, se corre como
una media enganchada, para dar paso a “lo real” del cuerpo.
En la histeria, a diferencia de la neurosis obsesiva, este goce es supuesto
en el otro (padre perverso), mientras ella se defiende de ese goce del otro
a través del asco y síntomas conversivos.
En la neurosis obsesiva se encarna en el súper yo que goza y mandata el
goce.
Se establece así una diferencia radical con el perverso: la histérica por un
lado rechaza el goce que experimenta y produce; por otro, es censurada,
perseguida, condenada, castigada, etc., por ese goce supuesto en ella
(posesión demoníaca). Los mecanismos de defensa neuróticos separan,
distancian a los sujetos del inconsciente en cuestión, del goce,
colocándolo en los síntomas.
Ofrecerse como objeto que le falta al otro, para completarlo, para
encubrir imaginariamente la castración del otro (no para desmentirla
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

como en las perversiones) y la propia, y transformarse en apéndice


(objeto fálico) de su partenaire – maestro – amo – padre primordial.
No parecen existir casos donde esta complementariedad buscada no
desemboque en el desengaño. La histeria nos trae sus quejas, sus
síntomas, sus insaciables demandas, sus sufrimientos y siempre nos
coloca en un principio como omnisapientes, para luego intentar dejarnos
como Dora a Freud.
El engaño es pues un punto de partida. La “protón pseudos” (primera
mentira o premisa falsa que lleva a conclusiones erradas) descrita por
Freud en el “Proyecto de Psicología” es la evidencia de la versión
histérica del deseo. Porque esa función de armar en su partenaire o
médico, o analista, etc., un hombre completo, como ninguna otra mujer
(su madre) lo puede lograr, no cesa de caer en el desengaño que la
confirma cada vez en la insatisfacción de su deseo (deseo de deseo
insatisfecho).

IV LA HISTERIA Y EL OTRO

Freud trabajó un buen número de histerias, algunas de las cuales aparecen


en su obra: Elizabeth von R., Lucy, Cathalina, Emy, la “hermosa carnicera”,
Emma, Dora. Ana O. fue un fuerte antecedente, tratada por Josef Breuer,
con quien Freud compartió los primeros pasos de su teorización de la
histeria. Todas estas mujeres han aportado mucho al desarrollo del
psicoanálisis. .Ello no sucedió sin haber desplegado una escena donde el
propio lugar del psicoanalista se iba creando, como su nuevo Amo y
víctima. Recordemos que Breuer finalmente se espantó frente a la
sexualidad de Ana O., Dora deja a Freud, la “hermosa carnicera” quiere
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

refutarle la teoría del sueño como cumplimiento de deseo, Elizabeth von R.


le hace saber a Freud que no mejoró. Por eso dije antes que la colocación
que la histeria hace del analista en un lugar de maestro, brujo, dios, Amo,
etc., es transitoria.
Inevitablemente la historia termina haciendo sentir y sintiendo el gusto
amargo del fracaso. Intentará demostrarnos, como lo hace con los
médicos con los que consulta, que somos impotentes para curarla ,
generando “la rabia del impotente” (L. Israel, Ibíd.) que nosotros
teorizamos a veces como contratransferencia y que los médicos y los
partenaires ocasionales suelen actuar con violencia. Esto, por un lado,
nos conduce a la sexualidad y a la frecuente anécdota de un encuentro
sexual con una histeria. La seducción y la excitación generalmente en
exceso, mientras el placer genital queda total o parcialmente denegado.

Sobre estas cuestiones siempre hay muchas anécdotas. Recuerdo una que
contaba un viejo analista y maestro, de una paciente suya que había
seducido intensamente a un hombre y cuando finalmente había accedido
a hacer el amor, en el vértigo de las mismas, las interrumpe y pidiéndole
disculpas le dice a su partenaire que se acordó que no hizo una llamada
telefónica importante, que enseguida vuelve. Estas anécdotas son
caricaturas ejemplificadoras del recorrido del deseo histérico. Pero antes,
veamos allí dos grandes cosas, descritas por Freud: la represión de la
sexualidad genital y la castración (imaginaria) del hombre (en el caso de
la histeria femenina, como es el ejemplo). La erotización está aumentada
en todos los lugares y momentos, menos en los genitales y en la relación
sexual. En estos últimos aparece la inhibición y la represión. Frigidez en
la mujer e impotencia en el hombre, son los síntomas correspondientes.
La “bella indiferencia” se puede ver, en el ejemplo, en el momento en

L. Israel: “La histeria hoy como ayer”.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

que ella interrumpe la relación, como si nada pasara, pero también


podríamos ejemplificarla con el ejemplo de Dora cuando le comunica a
Freud que no vendrá más. En los lugares que define la organización
fálica, indudablemente Freud y el partenaire, quedan en posición
castrada. Pero la pregunta por la versión histérica del deseo sigue en pie.

Hay dos efectos – afectos que la histeria genera, como los ejemplos
citados, en el otro. La hostilidad vinculada a la frustración y el desafío al
acentuar lo enigmático de su sexualidad y promover el deseo del otro.
Podríamos entender dentro de esta afectación aquella frase de Freud de
1897: “Ya no creo más en mi neurótica”. Momento de decepción (del
éxito) a la vez que de desafío. Pensemos cuánto del origen del
psicoanálisis se jugó ahí y veremos la estrecha relación entre
psicoanálisis e histeria.

Pero hay otra ubicación posible del partenaire de la histeria o del


médico, si es ubicado en ese lugar. Recordemos las numerosas
situaciones donde la histérica es víctima de violencia o violación. Las
quejas corporales dirigidas al médico con harta frecuencia derivan en
exámenes invasores, cruentos, cuando no en exploraciones quirúrgicas y
en extirpaciones. De manera que el “partenaire” de la mujer histérica,
puede ser tanto un hombre que quede impotente como un hombre
violador. En esta contradicción de la función del otro ¿qué hay de común
allí en las características del deseo histérico? Es cierto, podríamos decir
que en todos los casos ella intenta dejarlo impotente y que este es un
juego que tiene sus riesgos pues incita a la violencia fálica – sádica del
hombre. Lo común es, en este sentido, que la histérica se dirige al otro
(médico – analista – amante) forzándolo a hacer algo que él no quiere
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

hacer. Lo común de ambas situaciones es también la ubicación fálica de


la histérica, falo sobre el que el otro dirige su violencia sádica.

V EL FALO

El falo no queda ubicado en el pene del hombre, que ella no tiene y desea
recibirlo (posición femenina del deseo). Frente a la fantasía de castración
(perdió imaginariamente lo que realmente nunca tuvo) la histérica cree
realmente ser el falo. La violación, la extirpación, son acciones
castrativas que confirman a la histérica como falo sobre el que se
suponen que actúan. Oscila así entre un lugar de brillo fálico y un
derrumbe fálico. Situación que comparte con la histeria masculina
porque hace a lo esencial de la estructura histérica. El derrumbe es de la
erección, eso que es el falo.

Si lo común en la histeria, tanto en el hombre como en la mujer, es esta


identificación imaginaria con el falo: “ser el falo”, el pivote sobre el que
se construye este movimiento es el “complejo de castración”. Su
expresión en la mujer, según Freud, es el llamado “penis-neid”: la
envidia del pene. Concepto tan discutido y realmente discutible, que
cuestiona al menos las ideologías del autor respecto a la diferencia de
sexos. Pero aquí de lo que verdaderamente se trata no es del pene como
órgano anatómico que se tiene o no, sino de la investidura fálica que él
recibe en la “Organización genital infantil”. No es el pene del hombre, de
la masculinidad que permite una potencia satisfactoria. Es un falo
imaginario de gran investidura de libido narcisista (narcisismo fálico).

L. Israel; “La histeria hoy como ayer”. En: “La histeria hoy”, Revista Imago Nº 4.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

Lo envidiado es el falo que se supone en el pene. Se podría decir,


curiosamente: el pene como fetiche del falo.
Distinguir entre el pene soporte real y el falo imaginario con su
investidura libidinal narcisista con el cual se construye un escenario
identificatorio, no es carente de consecuencias. Para sostener la
identificación fálica es preciso asignar al otro ese carácter, para verse en
su reflejo. La histeria, bajo el imperio de ese imaginario que se organiza
transitoriamente en las llamadas “identificaciones histéricas”, es un
mundo de brillos y reflejos. Un imaginario fálico. Y en este sentido, el
hombre histérico, presa de angustia de castración, necesita creer en un
pene – falo en la mujer.

VI IDENTIFICACIONES HISTÉRICAS

¿Con qué se identifica la histeria?

Recordemos la situación con la que Freud ejemplifica la identificación


histérica en “Psicología de las masas y análisis del yo” . Se trató allí de
una comunidad inconsciente de un grupo de chicas con otra que recibió
una carta de su amado que despertó sus celos y reaccionó con un ataque
histérico. Por “infección psíquica” dice Freud, algunas de sus amigas
entran en “ataque”. “Las otras querrían tener también una relación
secreta, y bajo el influjo del sentimiento de culpa aceptan también el
sufrimiento aparejado” (Ibíd., p. 101). El mecanismo de identificación en
el sufrimiento es similar al descrito para la tos de Dora (“Has querido ser
tu madre, ahora lo eres al menos en el sufrimiento”), con la diferencia


1921; Amorrortu Editores, Tomo XVIII, capítulo 7, pág. 99 y ss.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

que en el caso de las amigas “la identificación prescinde por completo de


la relación de objeto con la persona copiada” .
Son ejemplos de formación de síntoma histérico por identificación . La
ubicación escénica es en el drama edípico y el lugar deseado es el de la
mujer amada por su hombre, solo que (por culpa, dice Freud) se
identifica en su insatisfacción. Teniendo en cuenta su deseo, se ubica por
identificación en la insatisfacción; y esto no es menor.

Más adelante, en el mismo texto, Freud trata los conceptos de


identificación y enamoramiento . Respecto a éste último y a partir de la
consideración de una “sobreestimación sexual” del objeto se detendrá en
la idealización y sostiene que aquí “el objeto es tratado como el yo
propio, y por tanto en el enamoramiento afluye al objeto una medida
mayor de libido narcisista” (p. 106). Sigue diciendo: “el objeto sirve para
sustituir un ideal del yo propio” (Ibíd.). En el caso de la identificación en
principio parecería que el objeto se ha perdido (a diferencia del
enamoramiento) pero la alternativa es – dice Freud – que coexistan la
identificación y el objeto . Este parecería ser el caso de la histeria. Importa
aquí, como lo hace Freud seguidamente, ver en qué lugar queda ubicado
el objeto, si en lugar del yo o del ideal del yo. Como ejemplo de objeto
que se ubica en el lugar del ideal se refiere al hipnotizador. Sabemos de
las relaciones entre el lugar del hipnotizador y el del analista. Lugar de
sabiduría, omnipotencia, tal como lo supone el analizando. El lugar que
atribuye la histeria, como paradigma de la neurosis. El lugar que ocupó
ostentosamente J-M Charcot como maestro – hipnotizador. Es también el
lugar ocupado por Freud y que lo llevó primero al desengaño y luego a
la conceptualización de la transferencia como resistencia e instrumento a
la vez. Podemos designar esta situación una coincidencia de una

Ibid, p. 101.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

investidura y una identificación imaginaria fálico – narcisista. Esta


coincidencia le da características de brillos y reflejos.
La identificación es con un objeto a su vez creado. Solo que esta creación
no es independiente del objeto del mundo. Como la idealización, toma
aquellos objetos que más se adecuan a esta creación. Así, lo que ofrece en
cada época la cultura, en especial para este enganche fálico – narcisista,
es tomado para identificarse. Uno de los destinos de esas identificaciones
son los síntomas. Podemos ver una fuerte relación entre las
presentaciones histéricas y la cultura a través del tiempo.

VII DORA

Me detendré primero en el tema de la escucha del relato, tanto de la


paciente como de otras comunicaciones, en este caso la del padre de Dora
que es quien consulta a Freud y que en el historial Freud refiere de la
página 16 a 18.
En Pág. 16 Freud se refiere a la historia biográfica que dan otros sobre el
paciente (familiares, padre de Dora en este caso) y la historia biográfica
que da un paciente en las entrevistas. ...”ni siquiera me alcanza para
orientarme”. Los histéricos, dice, son incapaces de tener una historia sin
lagunas y enigmas. Los nexos históricos están desgarrados, la secuencia
temporal histórica es incierta. Se observa una insinceridad consciente
(timidez, vergüenza, discreción, etc.) y una insinceridad inconsciente,
aquello que no dice pero no por un ocultamiento voluntario. Freud luego
agrega las amnesias reales, lagunas pasadas y actuales de la memoria
por represión, diferenciándolas discutiblemente de la insinceridad ICC.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

A las lagunas se agrega un llenado de ellas por paramnesias (espejismos


del recuerdo, creaciones..) y una alteración de los nexos temporales de
los hechos, que es el efecto donde más actúa la represión. La “duda”
sobre los acontecimientos recordados es un primer momento o estadio
de la represión. Una “duda” histérica que Freud diferencia de la “duda
obsesiva” (nota al pie de Pág. 17).
Nuestra escucha, dice en página 18, abarca un horizonte amplio, que
incluye los relatos históricos lacunares y deformados ya referidos, las
condiciones humanas y sociales y las relaciones familiares, etc., y, como se
privilegia en este historial: los sueños, “uno de los rodeos por los que se
puede sortear la represión” (Pág. 15). El análisis no se centra en los
síntomas como en la época pre-analítica (Pág. 11), la escucha atiende a los
temas que el paciente relate y parte “de la superficie que el inconsciente
ofrece a su atención en cada caso (Pág. 11), superficie que contiene
fragmentariamente, “entramado en diversos contextos y distribuido en
épocas separadas lo que corresponde a la solución de un síntoma” (Pág.
11). Aquí Freud recurre a la metáfora del investigador arqueológico, capa
por capa, desde la superficie a la profundidad, pero luego, refiriéndose a la
interpretación de los sueños, habla de “traducir al lenguaje del sueño” (Pág.
15). La escucha implica una superficie pero de lenguaje a traducir.
El problema al que se refiere aquí Freud, al comienzo del historial de Dora,
no es para nada menor, ni para trabajar este historial ni para trabajar el
tema de la escucha en psicoanálisis. Me interesa resaltar los efectos del
inconsciente y la represión en la superficie del relato, en el discurso, y lo
que aparece allí como capas que se van descubriendo, abriendo desde esa
superficie, en mi opinión habla de los quiebres del discurso a partir de
momentos de emergencia del inconsciente. Metáforas que nos remiten no a
una cosa representada por ella, sino a otras metáforas de metáforas.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

Veremos luego la fuerza que tenía aun en Freud el hallazgo de un


acontecimiento traumático que explicara los síntomas, como el hallazgo de
algo “real” tras el síntoma, en la base de la metáfora.
Otro aspecto importante que destaca aquí Freud es la escucha de relatos
históricos, condiciones humanas y sociales, relaciones familiares, etc., lo
que es parte del discurso pero también del contexto donde se produce ese
discurso. Veremos la importancia de que las palabras se escuchen en el
contexto epocal donde se producen, tanto las del analizando como las del
analistas y sus teorías. Esto nos advierte como lectores 100 años después,
tanto del historial como de la teoría.

En la actualidad, culturalmente y en las diferentes presentaciones sociales,


incluso entre los analistas más que avisados por las trampas de los relatos,
no estamos tan lejos de los efectos sobrecogedores de las historias de
traumas sexuales, “abusos” ostensibles o disimulados de adultos con niños
y adolescentes, o con otros adultos también. Lo público de la infancia y
adolescencia como objetos sexuales, como escándalo, indignación y
persecución, pero también como negocio, forma de turismo, de cine, de
negocio en la red de redes. Un negocio que toma sexualidades humanas
que siempre han existido pero que adapta sus formas legales-ilegales de
producción de acuerdo a los recursos culturales y sociales de cada época, a
los intersticios de la ley en cada momento y a las transacciones entre lo
silenciosamente admitido y lo perseguido en cada momento histórico y en
cada ubicación sociocultural. Porque es tácito que un hospital público de
niños y adolescentes dispone de profesionales sociales para investigar y
actuar en relación con la justicia en situaciones de abuso, mientras los
sistemas de asistencia privados para clases medias y altas no. El relato de
Dora puede ubicarse en este último caso. Denuncia amortiguada por una
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

trama social y familiar que no es la que consulta en una asistencia pública.


Esta última más cercana a lo policial y judicial. “Procure usted ahora
ponerla en buen camino”, puede escucharse como una modalidad social de
transar entre Ley y Deseo armados en una trama que claramente excedía a
Dora. En esa trama-trampa se ubica la demanda de Philipp Bauer a Freud,
un nudo en el que tanto Dora como Freud están ubicados. Freud toma el
camino del investigador que trata de desamarrarse de prejuicios y de
mandamientos, más cercano a la sublimación, cuando escribe el historial
clínico tras la interrupción de Dora. Pero no parece haber sido así durante
el tratamiento. El cruce subjetivo entre los deseos y los mandamientos
siempre es conflictivo y singular, nunca es una opción pura. La necesidad
de Freud de escribir el historial tras la interrupción del tratamiento y de
centrarlo en dos sueños, parece hablar de ese núcleo conflictivo complejo,
no solo intrapsíquico en sus determinantes ni en su despliegue escénico,
pero sí así vivido. Me refiero a que Freud integraba una cultura muy hostil
con la mujer y con la histeria1. Se podría oscilar entre darle a esa demanda
inicial del padre un valor anecdótico o un valor decisivo en el tratamiento.
Pero aun en esa oscilación un analista requiere encontrar un punto o una
zona que considere la fuerza del pedido en sus complejas dimensiones, su
escenificación transferencial y las alternativas posibles de quiebres de ese
destino buscado o impuesto.
Re-construir una historia completa y verdadera, rectificar la falsa historia
relatada por la histérica, tiene un carácter de ilusión que Freud no tardará
de abandonar, al menos parcialmente. Ilusorio en cuanto a disponer del
conocimiento del deseo ICC. Pero, además, porque en la construcción de

1
Ver en “Actas d la Sociedad Psicoanalítica de Viena” (1906-1918) la discusión del trabajo de Fritz Wittels (mayo
de 1907) donde sostenía lo absurdo de que una mujer fuera médico y que el sostén de ese deseo era la histeria.
Esta tesis fue apoyada por Max Graf, el padre de “Juanito”. Lo mismo se discute en la reunión del 3 de mayo de
1907, 26 de febrero de 1913 y 11 de marzo de 1908. (Referencia tomada de........)
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

esa nueva historia participan fuerzas sociales (familiares, vinculares, etc.)


que implican a ambos actores del análisis.

Ida Bauer era una adolescente entrampada en una historia sexual infantil
actualizada en una trama social, familiar y edípica donde su padre Philipp
pivoteaba el armado de dos parejas, sostenidas por complicidades
múltiples, especialmente de su madre Katharina (Käthe) y de Hans
Zellenka o famosos Sr. “K”2. Este escenario de complicidades donde Freud
había quedado incluido por el pedido que Philipp Bauer le realizó respecto
a lo que esperaba del tratamiento de su hija Ida, no fue privilegiado en el
trabajo de análisis. La sexualidad infantil de Ida, sus vivencias actuales y su
historia, no parecieron poder abrirse al análisis más que muy parcialmente,
debido quizás al muy obstinado interés de Freud de aplicar sus ideas y
teorías, en Dora, en aplicaciones intempestivas de teoría en el análisis.
Inevitablemente, este afán, a la vez confirmatorio de sus conceptos y
pedagógico, ejerció un efecto aplastante sobre la subjetividad ya muy
amenazada de Ida. La trama de complicidades sexuales, si bien no entró
como trabajo de análisis en tanto
en él estuvo ausente justamente
la consideración de la
transferencia -en su doble
sentido- sí apareció en
actuaciones de Freud tomando
partido decidido por el amor de
Dora por el señor K, incluso
sugiriendo formas que harían
posible el desarrollo de este

2
En realidad la “K” estaba en Käthe y en la hija enferma del matrimonio “K”, cuidada por Ida, que se llamaba
Klara.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

amor. El Edipo positivo Freud lo consideró secundario (por regresión) al


amor por K, lo que resulta sorprendente.

Que Ida Bauer haya sido una adolescente y luego una adulta histérica, con
serios problemas de carácter que hacían que sus vínculos, tanto con
hombres como con mujeres, fueran muy difíciles, provocando rechazo,
parece confirmarse tanto por comentarios posteriores de alguien “aliado”
de Freud como fue Felix Deutsch, pero también por su amado hermano
Otto Bauer. Ida, sucumbió como mujer, no sólo a Freud que fue un eslabón
más, sino a todo un poder patriarcal en crisis, pero por eso mismo crispado,
a lo que se sumaba fuertemente la situación de los judíos en Viena que se
agravó progresivamente hasta el fin de la segunda guerra. Ninguna de
estas dos grandes fuerzas ideológicas que implicaban tanto a Freud como a
ida fueron trabajadas en el tratamiento. Freud, es cierto, no apoyó
directamente la versión de los hechos que tenía Philipp y Hans, por el
contrario aceptó, al menos en principio, la versión de Dora sobre las
intenciones sexuales que Hans tenía con ella. Pero Freud estaba aun muy
cerca de su “ya no creo más en mi neurótica”, y ese momento fue tan
importante para el desarrollo del psicoanálisis como una herida profunda a
sus ambiciones de éxito a corto plazo en el tratamiento de la histeria. No
solo no estaba dispuesto científicamente a creer ese relato sino además,
probablemente, tampoco lo estaba subjetivamente. Freud era un judío
vienés más o menos de la misma generación que Philipp y Hans, quizás tan
desencantado como ellos de su sexualidad marital, quizás también
entrampado en un escenario de dos mujeres: Kathe y Sra. K para Philipp,
Marta y Minna para Sigmund, aunque menos actuado. No menos
complicado en su relación con los hombres que Philipp con Hans.
Recordemos que una de las “Doras” significativas para Freud fue la hija
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

(Dora Breuer) que Breuer concibió con su mujer tras la transferencia erótica
(parto imaginario) de Anna O. Breuer huyó de Anna O., Freud quizás echó
a Dora como luego no estuvo dispuesto a retomarla en tratamiento. Sus
“interpretaciones” sobre el amor de Dora a K y sobre la masturbación
infantil, no podían sino ingresar agresivamente y generar culpa, además de
eludir un tema central en Dora: su búsqueda de la feminidad como
identificación y su deseo de mujer.
No podemos saber qué pasó exactamente allí entre Freud y Dora pero hay
elementos para suponer, quizás en ambos, la repetición de un efecto
traumático de la sexualidad que, hecha síntoma y acto, no tuvo quien la
escuchara en esos discursos. Freud parece haber podido escuchar muy
poco, haber estado herido, molesto y soberbio, en alianza con otros
hombres: Philipp, Hans y los médicos que lo precedieron. Aun así ese
tratamiento breve y con palabras, que no podríamos hoy llamar un
Psicoanálisis, parece haber sido más exitoso que los tratamientos eléctricos.
No por siempre, pero Dora mejoró su tos y afonía y, además, se casó, tuvo
un hijo y se dedicó a él como su madre no lo había hecho con ella y Otto.
No obstante, fue una mujer que no disfrutó, sufrió en su cuerpo y buscó la
limpieza como su madre. Una subjetividad de mujer aplastada, que apenas
pudo abrirse algunos caminos en la maternidad pero que, a grandes rasgos,
parece haber sucumbido en sus posibilidades de florecer. La maternidad
era lo socialmente más aceptado de la mujer y lo que había podido
desplegar con aceptación en su cuidado de los hijos de los K. Su marido fue
un hombre que no pudo tener éxito en su dedicación a la música pero que
sí pudo trasmitirle esa pasión a su hijo. Un hombre que regresó de la guerra
muy lesionado, crónicamente enfermo, necesitado de los cuidados de Ida.
Ida mantuvo un buen recuerdo de Freud y, especialmente, porque sabía
que su “caso” había sido importante y famoso en el desarrollo del
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

psicoanálisis. Esa importancia siempre fue necesaria para Ida, pero como
Ida, no como Dora. Siempre había sido puesta en otro lugar que la sorteaba
en sus raíces, lo que ella misma hizo luego con su origen judío, al que
renunció con la esperanza de ser aceptada junto a su hijo en la sociedad
vienesa fuertemente antisemita. También allí los otros le dijeron “No”. Los
Nazi, los que odiaban la diferencia, los que la seguían viendo judía pero
para denigrarla, quitarle sus valores y perseguirla. Ida había renunciado a
casi todo para ser aceptada y obtenía rechazo. Es el destino del drama
histérico, por cierto, un drama muy humano, femenino pero no exclusivo
de mujeres.

La histeria puede consultar por angustia, allí donde la indiferencia falla,


por depresión, por fracasos en sus relaciones amorosas, etc., pero, puede
también ser enviada por su marido (o por su mujer en la histeria masculina)
o pareja, o como en el caso de ida Bauer, traída por su padre. “Procure
usted ahora ponerla en buen camino” -no me cansaré de citarlo- puede ser
la demanda de cualquiera de estos personajes que la traiga a consultar.
Tanto para un médico como para un hombre la histérica muestra un cuerpo
que no es el que ellos esperar encontrar. Como dice Lucien Israel, una
histérica “implica que hay que hacerla curar, porque no se aviene al deseo
del hombre”3. El momento de la consulta no es cuando la histeria encarna,
desde un vacío de ser, el falo para el otro. Momento grandioso, de
seducción y fascinación. La consulta pedida es cuando esa imagen fracasa,
interpelando duramente al otro, castrándolo, desconcertándolo, etc. Y eso
parece suceder cuando la endeble estructura neurótica tripartita desfallece
en alguno de sus vértices. Cuando K se ausenta necesita sostenerla en sus
síntomas -tos, afonía- que ahí aparecen. Cuando K declara que su mujer no
es nada para él y ella cae, cae con ella todo el escenario en juego. Dora se
3
Lucien Israel, “En la escuela de Mina”, “La escucha, la histeria”, Pág. 294.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

identifica con la Sra. K, la necesita para sostener una identificación desde la


cual acceder a algo de lo que es el deseo de una mujer por un hombre, su
padre, cosa que no halló en su madre. Pero también cae cuando Freud
intenta convencerla de su amor por K y cómo se podrían rearmar las
parejas haciendo desarmar esos triángulos (Dora y K, su padre y la Sra. K).
Sostener ese escenario necesario para el equilibrio histérico, en
transferencia, es condición del análisis. Es a partir de él que pueden
procesarse transformaciones del circuito del deseo histérico. Que ella vea en
su analista un gran Otro perfecto, un maestro al que se entrega en amor
para ser amada, lo que consiste como fantasía de seducción, condición de
análisis, requiere que el analista se preste pero no lo crea. Cuando el otro
-analista, Sr. K, padre- hace suya esa creencia porque satisface aspectos
narcisistas omnipotentes que los muestran en sus fallas, en su impotencia,
es decir, cuando gozan en ese papel sorteando a Ida como sujeto de deseo,
se produce la decepción de Ida4. Esto hace al menos discutible o re-
interpretable la teoría del penis neid, esa reivindicación sexual supuesta en
la niña o en la mujer a partir de su sexualidad infantil. Deseo de tener un
pene como los hombres, fuerte envidia del pene, rivalidad fálica, deseos de
castración del hombre, etc. Podríamos coincidir en que la niña-mujer desea,
también, tener un pene, como deseo de completud. Pero lo que se
constituye fuertemente como desmentida y “spaltung” ocurre en el
hombre. Es el niño y el hombre el que desea ver en la mujer un pene. Que
esto sea defensivo frente a la angustia de castración no hace más que
situarlo en el miedo a la mujer (impotencia), en la imposibilidad de dar
simbólicamente. Cuando desde esta posición el Otro -padre, analista, etc.-
goza narcisísticamente, cede como garante de ley: diferencia de sexos, de
generaciones, prohibición edípica, etc. Y esto solo es posible si el otro no se
cree el lugar fálico donde es supuesto, si reconoce su no saber de la mujer y,
4
Habría que pensar si ese punto no se abre a la depresión en la histeria.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

desde allí, su deseo imposible, en stand by, suspendido de realización. Ni


Philipp ni Hans ni Freud cumplieron esta operación que reconociera y
dejara a Ida con sus deseos de mujer. Son justamente esos deseos los que
Ida no pudo desarrollar: lo enajenado. Los deseos de maternidad tuvieron,
en cambio, cierto lugar y desarrollo. Pero Ida buscó a la mujer más allá de
eso, la mujer que Philipp no vio en Käthe, la mujer que no aparecía en su
fascinación por la Madonna de Rafael.

Aunque es osado hablar de lo que fue el tratamiento de Dora a partir del


“Fragmento...”, el texto genera la impresión de un uso de Dora para aplicar,
comprobar y publicar la teoría de Freud de los sueños y su interpretación y
de la sexualidad infantil, aunque no exclusivamente. Discute fuertemente
con los futuros lectores de este texto, con el ambiente médico vienés,
prejuicioso y cínico respecto a temas sexuales, mostrándose intrépido y
verdadero, hablando claramente de lo que hay que hablar: las cosas por su
nombre. Parece tener ahí la ilusión de poder agarrar la sexualidad cuando
se la nombra. Pero la sexualidad en psicoanálisis no tiene esas
características que podrían corresponder a una ciencia positiva. En
Psicoanálisis ni dos más dos son cuatro, ni un gato es un gato, como él
mismo lo demuestra ejemplarmente en varios momentos del trabajo de
interpretación de los sueños. Estamos más cerca de Magritte: esto no es una
pipa. Freud parece trasmitirle a Dora una cercanía tan grande entre las
palabras y los hechos, incluso en sus interpretaciones respecto a la
masturbación real, que probablemente suscitaron mucha angustia de estar
tocando los deseos inconscientes. Tampoco parece cierto, salvo en la
intensidad del imaginario transferencial, que se necesiten romper huevos
para hacer una tortilla. ¿Qué le decía en esa frase Freud a Dora? Es cierto
que no se puede tener sexo por correspondencia, en un nivel muy concreto,
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

genital. Pero ¿no es contra ese nivel concreto genital, como objeto sexual,
que Dora se revelaba en síntomas y actos? ¿Es realmente la histeria una
excitación (“calentura”) no aceptada, no disfrutada y rechazada que tiene
que permitirse, o esto es ya una respuesta, quizás la única respuesta
posible para la histeria de ser reconocida en una sexualidad no sólo genital,
como objeto de satisfacción o goce del Otro?

La realidad en intensidad del deseo sexual y el amor de Dora por K fue tan
enfatizado por Freud que el deseo edípico y sus escenarios fueron
considerados un refugio fantasioso, represivo y defensivo frente a la fuerza
real de ese amor. Este trastrocamiento no podía sino hacer muy riesgosa la
relación de Dora con Freud, pero quizás más riesgoso aun el lugar donde
ella quedaba ubicada. El segundo sueño insistía en que la estación era un
lugar al que no se podía llegar, caminaba pero no avanzaba, siempre faltaba
algo, ... un lugar imposible. Este reconocimiento ella lo necesitaba de Freud:
hay lugares donde no se puede llegar. El padre estaba en cuestión; un
padre de alguna manera muerto, al que no llegaba. Freud ve impotencia,
que es la figurabilidad -imaginaria- donde correspondería reconocer
imposibilidad. Es decir, ser garante de ley.
El énfasis que Freud pone en la sexualidad infantil y las zonas erógenas, en
cómo las palabras, los significantes y los actos remiten a ellas, no debería
ubicarnos como un texto de anatomía remite en sus descripciones al cuerpo
anatómico. Freud está muy apegado aun a la referencia biológica y siempre
la siguió manteniendo. Pero la relación, en Psicoanálisis, entre palabras,
significantes, actos y zona erógena, no remite a un proceso o función
psicobiológica sino al engarce, a la fuerza que las palabras tienen en sus
anclajes corporales erógenos inconscientes. No son palabras que delatan
excitación corporal biológica, son palabras erógenas que nacen junto al
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

cuerpo erógeno o tienen en ese engarce su “eficacia simbólica”, su peso


específico de sexualidad humana. No son las pistas del investigador para
llegar a la verdad de la excitación o del acontecimiento, son pistas para
retomar el discurso erógeno de un cuerpo escrito erógenamente. Esta
diferencia, sobre la que habría que detenerse más, desarrollando la noción
de cuerpo erógeno escrito y de palabra y significantes encarnados -que he
desarrollado en otros textos- hace a un enfoque psicoanalítico
sustancialmente distinto. El juego con la carterita en sesión no delata
necesariamente la masturbación infantil, como Freud apunta, introduce en
sesión un discurso gestual que se insinúa, inconsciente, junto al relato,
esperando ser escuchado-leído como algo que está siendo dicho y pasando
ahí con su analista. Algo se está pudiendo abrir y meter lúdicamente, algo
que se abre y florece como posibilidad. La interpretación que remite a la
masturbación infantil, a Dora-varoncito, a una Dora con pene, desmiente
desde Freud lo que allí se abre en lenguaje gestual.
En ese punto podemos señalar la repetición de un acto (traumático) desde
el otro que ve en Dora -creación de Freud- más allá de Ida. Ve en Dora el
falo como tercer vértice que apacigua la angustia de castración. Tercer
lugar en que ella es sucesivamente colocada, por el padre, por la madre, por
la Sra. K y por K. La falta de afanisis (aphanisis) del deseo del Otro impide
la falta que habilitaría a Dora como sujeto de deseo (Tal como Lacan
entiende la afanisis bien diferente a E. Jones). Dora queda borrada e
imposibilitada como sujeto y esto se repite y se repetirá en su historia
futura (por ejemplo en su renuncia al judaísmo para ser aceptada por la
sociedad vienesa pro-nazi) y esto la induce a actuar y/o a hacer síntomas.

VIII LA HISTERIA EN EL HOMBRE


El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

Impotencia sexual de diferentes grados, eyaculación precoz y otros


trastornos genitales, siguen siendo grandes motivos de consulta de los
hombres, no solo con psicoanalistas. Psiquiatras, psicólogos, médicos
generales, urólogos, terapeutas “alternativos”, brujas, etc., son
demandados con frecuencia por hombres con estos síntomas sexuales, en
mayor o menor medida angustiados, pero siempre trastabillados.
La angustia puede ser muy intensa, hasta el dolor intolerable que
cuestiona la vida misma. La disfunción sexual en el hombre tiene un
efecto profundamente desmoralizador de todo proyecto vital y significa
un dolor de herida narcisista especialmente hondo. No menor es la
angustia, angustia de castración, que se expresa de muy diversas formas
pero con una gran predilección por el cuerpo y sus enfermedades y por
el miedo a la muerte. Allí los consultados son los médicos y en las
formas agudas especialmente las emergencias médicas. Pero también
aquí la “bella indiferencia” tiene su lugar y los síntomas pueden ser
relatados “minimalísticamente” o despoblados de importancia o como si
fueran una dificultad ajena.
Las dudas sobre la identidad sexual pueden constituirse en motivo de
preocupación y consulta, pero es más frecuente verlo aparecer como
clima de las fantasías que subyacen a la sintomatología.
La impotencia sexual otras veces aparece en funciones no originalmente
sexuales pero sexualizadas e introducidas así en el conflicto psíquico.
Consultas por imposibilidad de estudiar o trabajar o de rendir exámenes
o pruebas, etc., tienen su frecuencia en la práctica analítica.
La angustia, a veces ligada a mecanismos fóbicos, se constituye también
con frecuencia en motivo central de demanda.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

La depresión en sus diferentes formas y una heterogénea mezcla con


funcionamientos psíquicos característicos de la neurosis obsesiva, son
también comunes.
No vemos en la historia de la histeria en el hombre a la locura de la
cabeza o de la sexualidad, ni a la posesión demoníaca, ni al carácter de
“brujas-brujos”, con la frecuencia y fama que adquirió en la histeria de la
mujer. Pero no están excluidos de estas presentaciones: brujos, “pays do
terreiros” y fundamentalmente “donjuanes”.
Las crisis histéricas o de nervios, la emotividad exagerada y dramática
con los otros, la búsqueda de centrar las miradas y seducir con el cuerpo,
la vestimenta, la simpatía, el conocimiento y el afecto, arman
características por las que pocas veces consultan. Es más frecuente
escuchar demandas por las inhibiciones en relación a estas expresiones
de deseo.
Los sesgos descritos no van en el sentido de la virilidad y, en mayor o
menor medida, rasgos identificados como femeninos son inherentes a la
histeria en el hombre. A veces son motivo de la consulta. Otros arman un
personaje viril a imagen del hombre que la madre desea ver en ellos. En
estos casos esta imagen es sentida, al igual que la sexualidad masculina,
como una exigencia que sobre él ejerce toda mujer. No se trata allí de un
deseo y una posibilidad de placer masculinos, sino de una obligación a
sostener esa imagen y satisfacer la demanda que le hace la mujer. No se
trata de ser hombre sino de hacer de hombre, a veces en caricaturas de
masculinidad como los diferentes imaginarios del machismo.
La posición de angustia e impotencia fácilmente encuentra desenlaces
placenteros en fantasías sexuales intensas y floridas, acompañadas
muchas veces de una igualmente intensa práctica masturbatoria. En estas
fantasías el histérico puede ocupar el lugar de un personaje poderoso en
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

áreas directa o indirectamente vinculadas a la sexualidad en posición


fálica. Otras veces se ubica como “voyeur” de escenas sexuales, a veces
homosexuales de lesbianismo y, en todos los casos es frecuente observar
una oscilación identificatoria, referida a su identidad sexual. Esta
oscilación imaginaria fálico-castrado le da al hombre histérico una falta
de consistencia en distintas áreas de la vida. No por tratarse de un
imaginario que, finalmente, es quien consiste, sino por tratarse de una
posición castrada que es siempre lo opuesto a la erección: la flacidez
como inconsistencia.
La homosexualidad en la histeria en el hombre nunca está, a diferencia
de la perversión, libre de angustia y de dudas, y su escenario es
fundamentalmente la fantasía. No quiero decir que no pueda haber
conductas homosexuales, actos más o menos ocasionales e, incluso, no
podemos descartar a priori elecciones de objeto homosexual. Debemos
ser prudentes, extremadamente prudentes, en reconocer un límite
psicoanalítico en lo ideológico que este tema implica.
Desde un punto de vista freudiano es claro que el hombre histérico no
accede a la genitalidad adulta y se mueve en la organización fálica o
genital infantil. La genitalidad siempre se constituye como simulacro.
El hombre histérico, presa de amenaza de castración, de angustia y de
elaboración de formaciones defensivas secundarias que aminoren la
angustia y le permitan cierto placer, hace todo esto para sostener la
estructura edípica.
La posición castrada-femenina, si bien zafa de la castración como
amenaza, lo que no es poca cosa, implica una castración imaginaria
realizada que no permite evitar la angustia. Cualquiera de las dos
posiciones participan del deseo incestuoso edípico (positivo y negativo)
y es el riesgo de realización del deseo lo siniestro que acecha.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

Al tema de la investidura-elección de objeto (incestuoso) se le agrega el


de las identificaciones histéricas. La viril, como dije anteriormente,
responde a lo que el histérico siente como una exigencia de la madre y
de toda mujer. Pero la identificación con una imagen viril le juega su
“mala parada” respecto a la identificación sexual, porque esa investidura
narcisista lo hace detenerse en los atributos viriles de otros hombres,
especialmente las que inviste fálicamente, lo que acentúa sus dudas
respecto a su sexualidad.
El histérico confiesa a veces con angustia y vergüenza su interés por
mirar el cuerpo de otros hombres, a veces los “bultos”, y esto puede
llegar a armarse compulsivamente. La identificación femenina, al mismo
tiempo actuante, lo alivia de la amenaza y rivalidad con el padre,
colocándolo en posición de recibir el amor (pene) paterno. Este lugar
pasivo no hace sino acrecentar su agresividad fálico-sádica, la que, con
frecuencia, se despliega en fantasías diurnas y sueños que realizan
imaginariamente un exorbitante poder fálico-sádico.
Las relaciones sexuales, cuando ocurren, en el fondo no son sino entre
su cuerpo y su cuerpo y la seducción a la mujer la hace desde un lugar
femenino y fálico de reflejos.
Finalmente, en la relación se impone el síntoma que porta el deseo de
deseo insatisfecho.

IX FORMAS Y ESTRUCTURA HISTÉRICA

Hace ya más de 25 años, se reunía un grupo de destacados psicoanalistas


en torno a la cuestión de la actualidad de la histeria,  de cuya discusión
nos queda un informe realizado por Jean Laplanche. Ya ahí estaba

Int. J. Psycho. Anal., 1974, 55, 4.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

planteada la cuestión de que los pacientes que consultaban no se


correspondían con las descripciones clínicas sobre la histeria de Freud y
menos aún de Charcot. Los grandes ataques histéricos, “crisis pitiaticas”,
“grande hystérie”, han desaparecido de los consultorios y se reservan en
forma muy limitada a las emergencias médicas. La abundancia del
síndrome conversivo también parece haber desaparecido. Si esto puede
desarmar la estructura descriptiva construida por Charcot, no pasa lo
mismo con la teoría psicoanalítica freudiana que no obtiene su apoyo en
lo descriptivo del síntoma sino en su concepción de “conflicto psíquico ”,
represión y su fracaso respecto del deseo edípico incestuoso, represión
patógena de la sexualidad genital. De allí la relación estrecha establecida
por Freud entre histeria e imposibilidad de disfrutar de la vida sexual. El
apartamiento de la sexualidad genital a la vez que el mantenimiento de
fantasías sexuales infantiles, inconscientes pero productoras de un
florido imaginario ensoñador que abunda en la actividad mental de la
histeria, parecen constituirse en la consecuencia de rasgos estructurales
fundamentales. Todas las estrategias posibles a los efectos de evitar la
sexualidad genital satisfactoria y de repetir un escenario que arma la
fantasía de la seducción traumática. Volvemos a ver la evitación del
placer: el goce histérico.

En esa discusión pluriteórica de hace más de un cuarto de siglo, los


exponentes parecen haber coincidido en que la conversión no es
necesariamente una característica de la histeria. Jean Laplanche ofrece
objeciones a esta afirmación, sosteniendo que se escucha en forma
diferente lo que porta el cuerpo de la histeria. Pero no hubo acuerdo en
establecer esa característica común a la histeria. Quienes sostuvieron al
conflicto edípico como central, oscilaron en poner el acento sobre las
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

presentaciones menos sintomáticas y con más afectación del carácter, o


en las evitaciones de la genitalidad con mecanismos fóbicos que la
acercan más a la histeria de angustia. Quienes pusieron el acento en
núcleos más regresivos tras el conflicto neurótico estuvieron quienes
destacaban la importancia de la depresión subyacente y quienes
conciben a la histeria como un mecanismo defensivo contra la psicosis,
descubriendo un trasfondo de ansiedades tempranas. Con respecto a
esta última opción ya se señalaban los riesgos de desexualización de la
histeria, quizás un contagio en la teoría de lo que intenta la posición
histérica respecto a la sexualidad genital. No obstante, lo que se llamó
por algunos “lo arcaico” de la histeria, no fue desjerarquizado por otras
teorizaciones. Ello fue, ya en los casos que nos llegaron relatados por
Sigmund Freud como los que se presentan en la actualidad, resaltados y
conceptualizados de distintas maneras. Desde la edición en 1985 de la
“Sinopsis de las neurosis de transferencia” (S. Freud), borrador del
duodécimo trabajo metapsicológico de 1915, podemos leer: “En la histeria
de conversión se trata de una fuerte regresión del yo, de un retorno a la fase en
la que no hay división entre preconsciente e inconsciente, es decir, no hay
lenguaje ni censura”. Sin dudas Freud jerarquizaba también ese lado
profundamente regresivo, incluso para la formación del síntoma
conversivo, no solo para la alucinación histérica (pseudo alucinación).

Han pasado ya los años que restaban del 900 y podemos decir hoy que
estas preguntas siguen abiertas aunque con el agregado de nuevos
ingredientes. Las dudas diagnósticas y de comprensión psicopatológica
en ciertos cuadros clínicos siguen presentándose entre la histeria y la
psicosis. La importancia y profundidad de la depresión en la histeria se
anuda en oportunidades a lo que desde otras tiendas se conceptualiza
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

como depresiones crónicas, y con cuadros bipolares. Aquí, la


heterogeneidad del campo epistémico psicoanalítico con el de las
neurociencias, crea una zona de confrontación ínter teórica difícil, quizás
como el ejemplo que daba Freud del oso blanco y la ballena, que no
tienen posibilidad de encuentro. Junto con las depresiones los IAE
(intentos de autoeliminación) que en muchos lugares y franjas etarias
están en franco aumento, nos interpelan desde una de las pocas
emergencias tanto para el psiquiatra, el psicólogo y el psicoanalista.
También en zona de alarma interpelan la anorexia y las adicciones. Las
actuaciones y los trastornos identitarios caracterizados por
inconsistencia, vacío interior, etc., vienen a aumentar este listado
descriptivo de presentaciones clínicas de las diversas consultas. En
paralelo a ello constatamos que en los consultados, en sus intentos por
organizar las diferentes presentaciones, han recobrado fuerzas los
dispositivos observacionales, herencia de la medicina y de la clínica de J-
M Charcot, incluso dentro del psicoanálisis. Fuerza que se organizó en el
armado de necesarios recursos con fines estadísticos (DSM), pero que
parece querer encontrar en él un sostén de fundamento.
X IMAGINARIOS CULTURALES Y SÍNTOMAS HISTÉRICOS

El estudio de las formas que ha adquirido la histeria hoy pasa, en mi


opinión, por la investigación de los imaginarios actuales sobre la mujer y
su sexualidad, el hombre y las imágenes de lo viril, el o los cuerpos, la
diferencia de sexos y los íconos fálicos, que operan como atribución, del
mismo modo que lo vimos en el cuadro de Brouillet en la pared posterior
del salón de La Salpetrière. No es tarea solo, ni quizás
fundamentalmente, de psicoanalistas. Semiólogos de la cultura,
sociólogos, historiadores, escritores, etc., tienen su especial parte.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

Citaré un texto de François Perrier donde queda destacada la vinculación


entre e histeria y cultura, o las formas que adquiere la histeria en cada
época:
“Todos saben que la histeria evoluciona de acuerdo con su época. Esa
época es actualmente la de una cultura freudiana ampliada, incluso
diluida en las vulgarizaciones; también es sociológicamente la época del
derecho a la libertad sexual y al goce. Por consiguiente, no hay nada
asombroso en el hecho de que la sintomatología de las neurosis
histéricamente estructuradas adopte el estilo y los giros de la moda del
momento y no se disfrace con los vestidos de nuestras abuelas. (...) Una
familia rezagada aun en el anacronismo cultural de una aldea perdida
producirá todavía enfermos como los de Charcot y casos de conversión
para los museos de nosología; en cambio, las hijas de la intelligentzia
parisina demostrarán con brío los últimos progresos de la caracterología
histérica a través de las anécdotas libertarias de una hiperactividad
sexual” 
¿Quién sostiene en la actualidad ese lugar de Amo fálico, mostrador de un
gran poder que en su mostración delata su impotencia, eso que tan bien
percibe, seduce y desafía a la histeria? ¿Quién ocupa los lugares que
anteriormente tenían la iglesia, el gobernante, el médico, el juez? ¿Qué
imaginarios se ofrecen para la identificación y el desafío fálico? Es decir,
¿dónde se arma en nuestros días la escena de seducción cuando el erotismo
de la insinuación ha quedado tan sustituido por un erotismo directo del
cuerpo, tanto en las exhibiciones directas de la sexualidad (sexos explícito,
pornografía) como en las acciones directas sobre el cuerpo (cirugías
estéticas, tatuajes, dietas y gimnasias para cuerpos perfectos) y las
insinuaciones del placer tan sustituidas por el goce sexual directo: drogas,
etc.? ¿Cómo jerarquizar la insinuación de lo que se muestra sin mostrarse

“Estructura histérica y diálogo analítico” (pp. 159 y 162)
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

del todo en una época donde los medios muestran todo lo que se quiera ver
adelantando la imagen a la expectativa de las fantasías?
Todas estas preguntas abren a un campo de investigación que excede mis
posibilidades en este texto, como las del psicoanálisis o cualquier otra
disciplina del conocimiento aislada y, quizás, el momento histórico donde
se puedan trabajar mejor estos misterios, pues es con posterioridad que los
sesgos epocales permiten sus revelaciones.
No obstante podemos trazar un bosquejo de rasgos actuales a trabajar.
La tendencia a que la sexualidad humana sea tomada como un hecho de
cuerpo biológico, es decir, de una acción médica-cosmetológica sobre el
cuerpo real. Desde las formas que ha adquirido la enseñanza de la
sexualidad en los institutos formativos: “educación sexual”, o por los
medios de comunicación, en una reducción a la anatomía y funciones en
articulación con conductas y métodos. Conozca el hardware y sepa los
programas para operar, podría ser la dominante de este reduccionismo de
la sexualidad humana a la cosa animal. Los conflictos afectivos y la
consideración de la cultura no ocupan sino el lugar de obstáculos para el
desarrollo de un “sexo natural”. La naturalización de la sexualidad
humana, algo tan poco natural en tanto humana, parece constituirse en un
desvío resistente desde las vías del placer hacia la demanda de goce. El
cuerpo como si fuera posible sin mediaciones simbólicas no es cabalmente
un cuerpo “real”, siempre imposible humanamente, sino un cuerpo
despojado de riqueza simbólica, verdaderamente caquéctico, remodelado
en devastaciones plásticas y musculares. Cuerpos que se resisten al juego
siempre conflictivo entre Eros y Thanatos, al paso del tiempo
(envejecimiento y muerte) como el maquillaje del cadáver en la preparación
para el velatorio, es decir, sin el recurso al gesto. El gesto, en un sentido
amplio, son las escrituras vitales que arman el cuerpo o que hacen a los
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

cuerpos como escrituras simbólicas humanas. Las acciones sobre los


cuerpos tienden a la aplicación de un “printing” sobre la dificultad o
imposibilidad de armado o rechazo de un gesto. Digo “tienden” porque no
necesariamente es completamente así. Es posible concebirlas también como
recurso de la gestualidad creativa, pero la tendencia es a imponerse en su
lugar o en su contra. 5
La imagen es hoy más impuesta que buscada, es más vista que mirada y, en
esta reversión se produce un aplastamiento del deseo humano en sus
recorridos de búsqueda, a cambio de un goce de ver. La percepción de los
cuerpos no escapa a esta tendencia y la antes frecuente “con-versión”
(todavía existente aunque con otras formas prevalentes) que hacía hablar al
cuerpo desde los deseos inconscientes, tiende a sustituirse por una
aplicación, una “anti-versión” (podríamos decir: no “versa”, no “habla”). El
cuerpo arqueado, convulso, endemoniado, de la antigua versión histérica,
es hoy el cuerpo perfecto, detenido en el tiempo, borrado en sus gestos,
remodelado. El goce limitado al síntoma en la crisis “pitiática” hoy lo
vemos en una posesión, no por el deseo inconsciente o demonio, sino por la
embriaguez por drogas que implantan químicamente un estado de goce.
Las experiencias de “vacío” o “nada” interior que tan rápidamente suscitan
diagnósticos de trastornos narcisistas y estados fronterizos, podrían ser
secundarias a acciones sobre las pulsiones y conflictos, de identificaciones
que desde una desarticulación entre representación y pulsión junto a una
externalización de ambas, se experimentan en vacío e implante
identificatorio (personalidades “como sí”, H. Deutch, “falso self

5
Julio H. Moreno en “La Histeria hoy..” (Rev. Psicoanálisis, APdeBA, Vol. XVI, n 2, 1994, p.367) dice: “El hecho
de que el velo de la histeria se ha corrido hasta llegar a coincidir con el de la superficie cutánea y de las mucosas
se evidencia en una especie de culto por el cuerpo, un cuerpo que se mejora, se opera, se modela con cirugías y
dietas severísimas difíciles de diferenciar de las anorexias. Se emprenden intensos trabajos dedicados a que el
cuerpo se constituya en lo perfecto. Lo más perfectamente parecido a una imagen perfecta. Tanto, que por
momentos pretende fundir la diferencia masculino-femenino (diferencia en que otrora encontrábamos la causa
principal del pregón histérico) en una imagen “unisex”. Las diosas de la adeptas a ese culto no parecen tener
historia para imitar, ni padre enfermo al que cuidar, ni Dios o Rey a quien salvar, ni proclama que reivindicar.
Exhiben en cambio, con arrogancia felina, un cuerpo sin escritura que se ofrece a la inmediatez narcisística”.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

patológico”, D. Winnicott, etc.). El Amo de hoy parece ofrecer una


fenomenal potencia en relación al acceso al goce y a eludir la castración,
tanto en lo referente a la diferencia de sexos como a los límites de la vida.
Un Amo no encarnado en personajes únicos que lo representan sino más
bien colocado en un ideal común que tiene sus mercenarios, sus operadores
técnicos, en aspectos fragmentarios de un Dios en red. La histeria parece
mostrar tanto su identificación como su impotencia: la perfección, el goce y
la muerte. Pero ¿porqué llamarla Histeria; qué tiene de común con la
versión del deseo histérico que estamos acostumbrados a entender en
Psicoanálisis? ¿No se trata más bien de una aphanisis que de una represión y
conversión?

Si las crisis histéricas han disminuido notoriamente en su presentación, es


también cierto, como lo señaló F. Perrier (ya citado), que ellas todavía
tienen su presencia en poblaciones menos impregnadas por las tendencias
culturales actuales y que aparecen menos en los consultorios de los
psicoanalistas que en las emergencias médicas. Los síntomas conversivos
como las parálisis de miembros pueden no ser frecuentes, pero los síntomas
que se expresan en la función sexual (frigidez, impotencia, por ejemplo)
siguen siendo frecuentes aunque quizás no prevalentes como motivos
principales de consulta. La promiscuidad sexual femenina y el
Donjuanismo también tienen una alta presencia, pero, al igual que los
síntomas anteriores parecen más tolerados socialmente, en realizaciones
que los cambios actuales de las estructuras familiares hacen menos críticas
para la vida social. Esto es así en un importante sector del mundo
occidental judeo-cristiano para el cual el siglo XX ha significado un cambio
social en los lugares de la mujer y el hombre. ¿Cómo quedan en estas
nuevas ubicaciones la histeria y el Psicoanálisis? ¿Cambios en las
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

presentaciones sintomáticas de la histeria, cambios en la escucha y


conceptualización psicoanalíticas? ¿Cambios en los imaginarios
identificatorios, en los imaginarios producidos por la diferencia de sexos
por las distintas ubicaciones del falo? ¿O podemos concebir también
cambios en la estructura misma de la diferencia de sexos, de las relaciones
de parentesco y de la ley de prohibición del incesto? ¿Hasta dónde nos es
posible pensar con independencia mutua las variantes imaginarias y
simbólicas tanto en la cultura como en el psiquismo?
La posición citada de F. Perrier pone el énfasis en los cambios de los
imaginarios identificatorios. Quizás hasta aquí podamos hacer hoy
acuerdos, permaneciendo vigentes nuestras ideas sobre las características
del movimiento que realiza el deseo en la histeria. Pero no es menor que
estos circuitos o vías del deseo (descritos anteriormente) los hayamos
tenido que leer (entre leer) y despojar de una novela edípica puesta en
duda tanto a través del tiempo y las modalidades culturales como en la
singularidad de cada vida. Cuando la idea de estructura simbólica parecía
dejarnos tranquilos respecto a los diferentes armados posibles, ella misma
se ha inestabilizado, abierta a movimientos, cambios, quizás mutaciones.
En todo caso hoy ya no deberíamos tener dudas de que la estructura en la
que se construye el psiquismo es también la que nos permite su lectura. A
ello tampoco el origen del Psicoanálisis escapó, por lo que disponemos de
ideas fuertemente marcadas por las prevalencias relacionales e ideologías
de aquella época. Nada de esto les quita mérito, es justamente el contexto lo
que les permitió eficacia simbólica. Pero hoy es esa eficacia lo que nos
desafía en relación a las ideas, situación no muy diferente que la que Freud
tuvo, por ejemplo, con las ideas de Liebault, Berheim, Charcot y Breuer.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

¿Cuáles son hoy nuestros interlocutores y cómo quedamos ubicados en


relación al conocimiento y su objeto? Claramente no es la misma situación
que tuvo Freud.

XI FINALMENTE...

Designar el “deseo con-versión histérica” re-signa la conversión como eje


psicopatológico de la histeria, enfatizando a la histeria como una versión
singular del deseo y su organización. Sin lugar a dudas tiene que ver con
la estructura edípica, no para definir una patología neurótica, sino para
hablar de la estructura del deseo humano. Me refiero a que éste se dirige
siempre a otro, y que este “otro” reúne las características omnipotentes
del saber, el poder, referidos a la sexualidad, al conocimiento, etc. Se
constituye en lo que ha sido conceptualizado por Lacan como el gran
otro (Otro) no castrado simbólicamente, es decir, fálico. En relación con
ese Otro el deseo de la histeria hace un recorrido a los efectos de quedar
siempre en el lugar de la insatisfacción. Se arma siempre la situación
paradojal y engañosa que ha sido formulada por Lacan: “el deseo como
deseo insatisfecho”. Ese lugar de insatisfacción inevitablemente se
articula con el deseo del Otro. Al dejarlo también insatisfecho, pero
fundamentalmente en incapacidad de satisfacer, se erige como objeto
fálico del deseo del Otro. Es decir, el deseo como deseo de deseo. Se podría
decir que lo que desea es ser deseada, o deseado, pero esta formulación
puede dar la idea de un reflexivo entre deseos que no daría plena cuenta
del efecto producido, como tampoco de la imposibilidad de relación
directa entre sujetos del inconsciente. Que el deseo de la histeria sea
“deseo del Otro” enajena el deseo al tiempo que se identifica
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

imaginariamente con el falo (ser el falo) como objeto. El circuito del


enamoramiento de la histeria, adjudica al otro un ideal fálico-narcisista
con el que luego se identifica especularmente. Es en el reflexivo de la
imagen (no del deseo), en el reflejo, que se produce la castración del Otro
y con ella el deseo del Otro que la sostiene como objeto-fálico. La
insatisfacción deja en evidencia y promueve el deseo. La satisfacción
placentera parece hacer correr el riesgo de la desaparición de la
evidencia del deseo. La insatisfacción es tensión (acumulación de libido
psíquica pero también tensión corporal) y ella habla del goce del deseo
insatisfecho. Entrar en circuito del placer lleva a la pérdida de ese goce.
Por esta razón se puede entender, siguiendo a Lucien Isräel, a la frigidez
como consecuencia de una lucha activa contra el placer. “Ser el falo” es
la identificación imaginaria con la que la histeria elude la castración
simbólica, la diferencia de sexos y la identificación secundaria. Esta
identificación imaginaria con el falo tiene una doble procedencia. Por un
lado, como dije anteriormente, es el reflejo de la investidura fálico-
narcisista de ese hombre inalcanzable a quien dirige su amor. Por otro,
con la mujer en tanto objeto de deseo del hombre. Es la situación de Dora
con el señor y la señora K. Esta doble identificación habla de la
bisexualidad de la histeria. En última instancia la identificación con la
mujer como objeto, en la histeria femenina, responde a sus dudas
respecto al ser mujer. Lo mismo que la identificación fálica-imaginaria
del hombre, muchas veces con prototipos como el “don Juan” o
diferentes imaginarios relacionados al machismo, responde a sus dudas
respecto a la masculinidad.
La identificación edípica o secundaria, ese “plus” que se agrega a la
represión de los deseos incestuosos en el “sepultamiento del complejo de
Edipo”, es radicalmente diferente de una identificación histérica
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

imaginaria. En la identificación secundaria no hay coincidencia entre


investidura e identificación, sino por el contrario, un verdadero corte y
transformación. La identificación arma en otro lugar (ideal del yo) los
rasgos re-signados de los objetos edípicos sobre los que las investiduras
sexuales han levantado sus anclas.

Julio - Agosto de 1999


El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

BIBLIOGRAFÍA

ACTAS DE LA SOCIEDAD PSICOANALÍTICA DE VIENA (1906-1918):


reuniones del 3 de mayo de 1907, 11 de marzo de 1908 y 26 de
febrero de 1913. ED……….

ANZIEU, Didier; “El autoanálisis de S. Freud”. ……….

ASSOUN, Paul-Laurent; “El cuerpo del síntoma”. Rev. Zona Erógena, Nº


40.

BANDIN, Jorge; “Síntoma conversivo y solicitación somática”. Rev. Imago,


Nº 16, Buenos Aires, mayo de 1996.

BRAUNSTEIN, Néstor A.; “Goce”. ED. Siglo XXI, México, 1990.

BERRIOT-SALVADORE, Evelyne; “El discurso de la medicina y la ciencia”.


En: “Historia de las mujeres”, G. Duby y M. Perrot. ED. Taurus,
Madrid, 1994 (Tomo 6).

CASTELLANO-MAURY, Eloísa; “El caso Dora más allá del diván”. ED.
Biblioteca Nueva, Madrid, 2003.

CHARCOT, Jean-Marie; “Gran histeria e histero-epilepsia”. En: “Las histerias”


de Jorge Sauri (compilador). ED. Nueva Visión, Buenos Aires, 1979.
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

DECKER, Hannah S.; “Freud, Dora y la Viena de 1900”. ED Biblioteca


Nueva, Madrid, 1999.

DEUTSCH, Felix; “Una nota al pie de página al trabajo de Freud Análisis


fragmentario de una histeria. Rev. De Psicoanálisis (APA), T. 27, Nº
3, 1970, p. 595.

FREUD, Sigmund;

“La perturbación psicógena de la visión” (1910). Obras Completas.


Amorrortu Editores Tomo ….

“Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” (1920).


Obras Completas, Tomo XVIII, p. 137. Amorrortu Editores.

“Ensayo sobre la vida sexual y la etiología de las neurosis”.

“Fragmento del análisis de un caso de histeria”. Dora (1905 – [1901]).


Obras Completas, Tomo VII, p. 7. Amorrortu Editores.

“Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad” (1908). Obras


Completas, Tomo IX, p. 137. Amorrortu Editores.

GARBARINO, Héctor; “Los sueños de Dora desde la teoría kleiniana”.


Rev. Uruguaya de Psicoanálisis, Nº 62, p. 65.

GAY, Peter; “Freud: Una vida de nuestro tiempo” …………..


El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

GREEN, Andre; “Neurosis obsesiva e histeria. Sus relaciones en Freud y


desde entonces. Estudio clínico, crítico y estructural”. En: “Las histerias”
de Jorge Sauri (compilador). ED. Nueva Visión, Buenos Aires, 1979.

GRUNBERGER, Bela; “Conflict oral et hysterie”. Revue Fraçaise de


Psychoanalyse. 1953, Nº 3, T. XVII, p. 250.

ISRÄEL, Lucien; “La histeria, la sexualidad y la medicina”. ED. Toray


Masson, Barcelona, 1979.

ISRÄEL, Lucien; “La víctima de la histeria”. L’evolution psychiatrique,


vol. XXXII, 1967.

ISRÄEL, Lucien; “La histeria hoy como ayer”. Rev. Imago, Nº 4, julio de
1976.

ISRÄEL, Lucien; “El goce de la histeria”. Rev. Imago, Nº 4, julio de 1976.

JONES, Ernst; “Vida y obra de Sigmund Freud” ……………. (Tomo


1 pp. 373 y SIG., Tomo 2 pp. 273 y SIG.)

KHAN, M. Massud R.; “El rencor del histérico”, en: “Locura y soledad”.
ED. Lugar, BsAs, 1991.

KNIBIEHLER, Ivonne; “Cuerpos y corazones”. En: “Historia de las


mujeres”, G. Duby y M. Perrot. ED. Taurus, Madrid, 1994 (Tomo 8).
El Deseo Con-Versión Histérica Javier
García

LAPLANCHE, J.; LEBOVICIM S.; BERES, D.; NAMNUM, A.; BRENMAN,


E.; GREEN, A.; JOFFE, W.; ROSENFELD, H.; JAMES, M., SANDLER,
J.; SACHS, O.; de M’UZAN, M.; MORGENTHALER, F.;
CHASSEGUET-SMIRGEL, J.; PARAMELLE, M.; TERUEL, G.
“Panel sobre la histeria hoy”. Rev. Imago, Nº 4, julio de 1976.

MELMAN, Charles;“Nuevos estudios sobre la histeria”. ED. Nueva Visión,


Buenos Aires, 1988.

NASIO, Juan D.; “El dolor de la histeria”, ED. Paidós, BsAs, 1998.

PERRIER, François; “Estructura histérica y diálogo analítico”. En: “Acto


psicoanalítico”, J. D. Nasio. ED. Nueva Visión, Buenos Aires, 1975.

RACAMIER, P. C.; “Histeria y teatro”. En: “Las histerias” de Jorge Sauri


(compilador). ED. Nueva Visión, Buenos Aires, 1979.

ROSOLATO, Guy; “La histeria. Estructuras psicoanalíticas”. En: “Las histerias”


de Jorge Sauri (compilador). ED. Nueva Visión, Buenos Aires, 1979.

TORRES, Mónica; “La histeria”. En: “La escucha. La histeria”, Irene de Krell
(compiladora). Paidós, Buenos Aires, 1991.

VALAS, Patrick; “El concepto de síntoma, recorrido de la obra de Jacques


Lacan”. Rev. Imago, Nº 16, Buenos Aires, mayo de 1996.

Vous aimerez peut-être aussi