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LA INVENCIÓN DE RELATOS MÁS EFICACES

Y EL OFICIO DE CULTIVAR LA EXPERIENCIA INCONSCIENTE

Javier García1

Sostener la función analítica, nuestro oficio, es un trabajo con los analizantes y


en la cultura, o en y entre las culturas y sus movimientos transversales y
epocales.
Situar los cambios socioculturales actuales tiene complejidades difíciles de
salvar, especialmente porque pensamos desde esos mismos atrapamientos
ideológicos que pretendemos pensar. Son nuestros límites.

La aceleración de los funcionamientos, la fugacidad de los contactos, los


cambios en la consistencia de los objetos y el ensombrecimiento y/o
transparencia de los sujetos, han sido algunos de los cambios descritos en
nuestro tiempo. Estos tipos de funcionamientos han influido en que los discursos
culturales prevalentes tiendan a sortear al sujeto de la enunciación. Los efectos
que estos funcionamientos pueden tener sobre el psiquismo son múltiples y
poderosos. Los analistas, claro está, no solamente los observamos en los
analizandos, estamos también incluidos en estos efectos.

En la experiencia analítica los analistas estamos presentes en cada sesión con lo


que se ha llamado “vida interior”, lo que incluye pensamientos, fantasías,
afectos y la interiorización de teorías, todo lo cual habita la caja de resonancia
de lo que escuchamos de nuestros analizandos y de lo que decimos, es decir, un
tamiz inexorable en el que las entonaciones y asociaciones de quien nos habla se
tejen con los sonidos con que se han escrito nuestras historias en el ritmo del
tiempo. ¿Cómo es posible establecer allí la frontera entre yo y otro? ¿Cómo
establecer el límite entre el golpe o la caricia de las manos que tocan un tambor
y el sonido que se desprende de la lonja? Puede parecer fácil en frío y tomando
distancia, pero no lo es en el fragor de la comparsa, ni de la vida, ni de la
transferencia, aun con oficio. La subjetividad, como fenómeno yoico,

1
Médico Psiquiatra, Psicoanalista, Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay –APU-. Br.
J.G. Artigas 2654, 1600 Montevideo, Uruguay. E-Mail: gp@adinet.com.uy

1
preconsciente o inconsciente descriptivo, tiene límites muy precarios con los
otros y sus rasgos, con quienes nos identificamos o nos vemos en ellos para
sentirnos, paradojalmente, en propiedad. Es lo que se ha descrito como
alienación del yo en el otro por la constitución especular del yo (moi, en este
caso). No corresponde sólo a un momento evolutivo sino a una estructura de
funcionamiento del yo siempre posible, con el otro, los otros, un colectivo y sus
imaginarios, pero también un funcionamiento, ritmos y tiempos de un estilo de
vida en un lugar, un grupo y una época.

Las referencias analíticas a momentos especulares pueden ser muchas y estar en


pequeños detalles. Me preguntaba una paciente: “¿Eso lo dije yo o lo dijiste
vos?” Se entiende que el analista sabe o puede saber quién lo dijo (quizás lo
tenga escrito en su cuaderno de notas al que no solo recurrimos por un tema de
memoria) pero esto no siempre es totalmente así. Palabras o ideas están en la
sesión, en imaginarios cuya autoría no es claramente separable en la dupla, pues
viene desde lugares de enunciación de discursos que claramente nos exceden. A
eso podemos llamar sujeto del inconsciente, al que enuncia desde un lugar
desconocido con palabras que irrumpen en lapsus o asociaciones que parecen
incrustar otros relatos.

Es habitual que un analizando descubra algo que ya le habíamos dicho. “Me


estoy dando cuenta –dice un paciente joven- nunca lo había sentido así, pero mi
vacío debe tener algo que ver con esta necesidad de decir todo todo y no
quedarme con nada y con esta velocidad con la que tengo que hablar todo.
Después termino vacío y siento que lo que dije no es algo mío ni verdadero”.
Esto podemos escucharlo como la descripción de un vaciamiento de contenidos
internos, una incontinencia respecto a sentimientos e ideas pero, también como
un reconocimiento de un discurso sin sujeto. El sujeto queda desaparecido en
este “decir todo” con palabras desamarradas de sus representaciones
inconscientes, en una especie de parloteo. “Tomar la palabra”, en su verdadero
sentido que implica ser tomado por palabras que tienen su anclaje en huellas
inconscientes, por alguna razón importante en mi paciente no estaba pudiendo
darse. Sin embargo, había escuchado lo que le había dicho con otras palabras y
ahora eso aparecía desde él, como un discurso propio. Tras la identificación
especular, aparece este pequeño movimiento de interiorización y apropiación,

2
secundario a la aparición de un tercer lugar de referencia, mirada, que deja
hablar sin perderse en el otro. La idea de “interiorización” se corresponde con
una vivencia subjetiva pero nos habla de que algo que antes aparecía como
identificación en el otro se ha constituido como experiencia –icc- . Que yo
desaparezca como autor de las palabras que ahora son de él nos evoca el
transitivismo pero, no en una situación de confusión imaginaria, sino como lo
describen Bergés y Balbo2, un transitivismo simbólico que resulta auspicioso para
la constitución del sujeto. De otro modo podríamos decir que no se trata de una
confusión sino de una interiorización –introyección-.

A los encierros de subjetividades resonantes, el análisis ofrece un quiebre. Desde


el lugar del analista, poblado de imágenes por el analizando y por sus propias
vivencias, se pone en entredicho con su oficio esa certeza de propiedad o esa
confusión de sujetos, para que algo trastabille, permitiendo un interrogante y la
chance de asumirlo como propio.

Ejemplos de quiebres de este tipo hay muchos y difíciles de trasmitir des-


contextuados. Traeré uno que recuerdo por haber sido en los inicios de un
análisis y por la sorpresa que nos causó a ambos. El paciente que esperaba un
comentario mío, hace un silencio. Sabemos que al comienzo de un tratamiento
tanto el recostarse en un diván y no ver al analista, como que éste no responda a
preguntas es una experiencia fuerte, un quiebre respecto a lo que habitualmente
ocurre en relaciones sociales y familiares. Al rato, lo escucho decir:
“Holáaa…holá….holá..holáaa..” Se ríe, yo también pero en reserva, quizás por
estar en los comienzos del análisis o por seguir desaparecido de su “sí mismo” y
su seducción. Pero en algún lugar de ambos hubo una comunión de
subjetividades enfrentadas al enigma de saber quién diablos estaba del otro lado
del auricular, si es que realmente había alguien y la comunicación estaba
abierta, si había a quién dirigir el discurso. La ocurrencia y la risa mostraban que
sí había un gran Otro que sostenía el efecto-eficacia de chiste. Quiero decir que
no es un artificio, un truco del analista, sino algo donde el analista también cae,
en sorpresas o en ocurrencias que quiebran la línea del pensamiento y el clima
emotivo. Lo que ocurre es justamente algo no previsto, no programado. Lo que

2
Jean Bergès, Gabriel Balbo – “Sobre el transitivismo”. Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1999.

3
se esperaba no se presenta y en su lugar aparece lo inesperado. A través de
esos puntos de falla se abren otros relatos.

Durante mucho tiempo se ha puesto el acento en una función hermenéutica que


centra su tarea en buscar sentidos respecto al relato del paciente 3. En cierta
medida esto está presente en todo análisis cuando trabajamos los distintos
sectores del yo del paciente. Pero aun así pienso que corresponde tener en
nuestro horizonte la atención respecto a lo inesperado y la posibilidad de un
identificación especial con el analizando cuando quedan ambos enfrentados a lo
desconocido. No se trata de que uno pueda provocar o fabricar lo inesperado,
todo lo contrario. Pero sí se trata de estar advertidos de ello (“ello”) para que
cuando ocurra lo dejemos producir.

En otra oportunidad y con una paciente luego de traer dudas que la consumían,
desorientada y esperando consejos míos, tras una pausa dice: “...y ¿dónde está
el piloto?..” Humor desde la angustia que, refiriéndose a una comedia
convocaba también a tantas otras películas de suspenso y desesperación. El
analista no tiene una respuesta pronta, no dispone de un manual técnico al cual
recurrir en cada caso para intervenir. Pero algo sabemos con firmeza y es que el
paciente no está solo ni con alguien inocente respecto al análisis; está con
alguien que, como dice Lacan, está advertido de lo inconsciente. Le hacemos
saber de alguna forma que su pregunta fue escuchada y que lo reconocemos en
el núcleo de ella. Quizás también, apuntemos a transformar esa desesperación
en algo más esperanzador, es decir, a tolerar la espera y su incertidumbre. Pero
lo que no hacemos es ocupar el lugar del “piloto” demandado. Esta posición es
especialmente importante en nuestros días porque son muy intensas las
demandas para que un técnico resuelva los problemas, eludiendo al sujeto en
juego. Situación que no implica sólo a los pacientes sino también a los analistas
cuando intervienen de manera muy cercana al consejo. Si bien esta actitud
depende del momento del análisis y especialmente de la estructura del
paciente, me estoy refiriendo a una meta del analista en su oficio: no responder
a demanda. Si dar respuesta, a veces a través de interpretaciones, puede
satisfacer la pulsión en juego en el analizando, en el analista opera de

3
Mucho más que de referencias teóricas se trata del inevitable funcionamiento del yo del analista como
fábrica de sentidos resistenciales.

4
resistencia frente a sostener la tensión, el suspenso, que habilita a lo
inconsciente. Llena una pausa, un suspenso. El oficio del analista implica estar
dispuestos, en la medida de lo humanamente posible, a vivir con los analizandos
experiencias libidinales inconscientes. Y, a partir de esas experiencias, habilitar
y ayudar a crear nuevos relatos más eficaces desde el punto de vista simbólico.
Es decir, el lugar que los humanos habitamos.

Luego de terminado el análisis con esta paciente que era artista plástica, me
encuentro con una obra de ella que consistía solo en un diván y cuyo título era:
“¿Dónde está el piloto?”. Me interesa señalar el cambio de posición respecto a
quién enuncia y a quién va dirigida la pregunta. En una mezcla de soledad, des-
habitación, terminación y horizonte de muerte, ¿quién de nosotros no se
reconoce ahí en el lugar de quien pregunta? Por cierto, un lugar difícil.

Pensar la sesión (en el consultorio) como metáfora de la mente del paciente,


tiene sus insuficiencias, pero nos evoca bien una “habitación”, en el sentido de
que algo empieza a habitar en ese espacio, donde quedamos incluidos de
múltiples formas no frecuentemente previsibles. El analista está adentro de ese
clima de subjetividad naciente y al mismo tiempo mantiene algo fuera como
referente. Este referente simbólico, o lugar excéntrico, necesita de todos los
recursos múltiples con los que uno se ha transformado en analista: el análisis y lo
que él nos permitió avistar más allá de nuestros atrapamientos subjetivos, las
teorías pero como instrumentos desagregadores de la impregnación de los
relatos, el dispositivo analítico que nos quita del campo visual especialmente
pregnante en los fenómenos subjetivos, que nos limita a abstenernos de la
inmediatez subjetiva pero que al mismo tiempo nos permite hablar casi desde
dentro mismo de la subjetividad que habitamos. A veces hablar para ayudar a
construirla hospitalariamente, a veces para reconocerla en su legitimidad
aunque sea difícil, otras veces para airear el encierro o para rescatar un indicio
que pasó desapercibido o un posible nexo. Durante el análisis la subjetividad se
enriquece y cambia. Se produce también, aunque lleve más tiempo, un
acotamiento subjetivo. Porque toda peripecia analítica encuentra los pretiles
del yo, las sepulturas o re-signaciones que sustentan los ideales y los enigmas del
deseo en las miradas de los otros.

5
Estoy hablando así de subjetivaciones y éstas tienen algo de apropiación a través
de la aventura analítica y de la vida, pero en un nivel donde lo propio es re-
signado, es decir, es signo y es signo entre signos4, aun en el ardor del dolor y de
las pasiones amor-odio. La efectividad de las palabras, de los relatos, tiene su
razón de ser en las encarnaduras que nos hacen sentir propio lo que es signo y
por eso puede re-significarse en otras experiencias posibles. Es en ese lugar
donde vivimos aunque necesitemos de nuestra carne para que sea posible.
Vivimos en un mundo de signos y como signos.

Sostener este lugar de trabajo, de oficio entre la demanda inmediata por


ejemplo de las acciones biomédicas sobre los cuerpos, por un lado y los signos,
por otro, nos exige sostener una tensión, un malestar, para que sea posible
producir desde allí nuevos relatos. Quedamos a contrapelo de tendencias
culturales prevalentes.

El saber del analista es un saber sobre la precariedad del saber –no un culto a la
ignorancia-, contrastado con la convicción del síntoma o la fantasía que
expresan la subjetividad del analizando. Pero también contrastado con lo que
socialmente se nos pide. Es un saber de oficio vivido como paciente y como
analista, de que sólo las “pequeñas muertes” (“petit mort”), la angustia y sus
desfallecimientos, nos dejan acceder a los placeres de la vida. Cuando esto no
es posible es la gran muerte la que aparece en los diferentes goces, desde los
limitados al síntoma hasta los que de diferentes formas embriagan al yo.

Quiero decir y enfatizar que el decir del analista, las intervenciones y, antes
aun, sus ideas y relatos en la sesión, requieren nacer de experiencias in situ, en
transferencia, de castración simbólica en el analista.

Las experiencias subjetivas marcadas por la inefabilidad de su registro


inconsciente, como las refiere Agamben5 en “Infancia e historia”, están
amenazadas si no avasalladas -junto con la historización- por la aceleración,
diseminación y bombardeo informativo desligado que vivimos en nuestra época.

4
Refiero a “signo” en un sentido general, pero teniendo en cuenta el aporte de Jacques Lacan sobre el
significante psicoanalítico.
5
Agamben, Giorgio; “Infancia e historia. Destrucción de la experiencia y origen de la historia”, Adriana Hidalgo
editora, BsAs, 2001, pág. 66.

6
Este clima habita igualmente al Psicoanálisis e involucra inevitablemente a los
pensamientos de los analistas. La práctica psicoanalítica, por el contrario,
requiere ubicarse a “contrapelo” de estas tendencias, sosteniendo una tensión
simbólica, un malestar, que permitan producir cambios efectivos.

Las ocurrencias en un análisis, se den en el analista o en el analizando, “esas


pequeñas cosas” que ocurren, nos rescatan a veces, del vértigo de imágenes e
ideas que nos rodean y con el cual nos identificamos con tanta facilidad. Nos
identificamos no sólo a esas imágenes sino a cómo son tratadas, a su velocidad,
a cómo funcionan y cohabitan tantas veces sin entrar en contacto.

La diseminación y la aceleración son modos de nuestros tiempos y es en esos


modos que nuestras mentes habitan y funcionan. En el Psicoanálisis de pronto los
relatos se llenan de todas las imágenes, las que vienen del Psicoanálisis, las de la
sociología, la política, la historia, la literatura, las neurociencias y uno podría
también preguntarse, en Psicoanálisis: ¿dónde está el piloto? ¿Dónde está el
sujeto que habla desde algún lugar de amarre de la experiencia humana y
psicoanalítica? La impregnación de esta subjetividad acelerada, cuando
intentamos entenderla funcionando en su misma diseminación, nos puede llevar
rápidamente a descartar aquellos amarres fuertes donde los discursos del
Psicoanálisis se armaron y, en cada caso, donde las historias subjetivas se
amarran en huellas encarnadas, es decir, carne hecha cuerpo erógeno
inconsciente (cuerpo escrito). Son riesgos actuales.

Los discursos prevalentes tienden a excluir al sujeto de la enunciación. En el


caso de algunas ciencias y de la tecnología es una exclusión necesaria para ese
tipo de conocimiento. Pero tal tendencia fue invadiendo todas las formas de
conocimiento y de información. Los sujetos se transforman en usuarios que
operan con manuales técnicos y, los consultados, nosotros, en servicios técnicos
a los que se demandan soluciones que también sorteen al sujeto en cuestión.
Nuestra “artesanía”, como tan bien la nombró Willy Baranger6, está amenazada
por el aplastamiento de las subjetividades y el desarraigo de los discursos
respecto a la experiencia humana. El análisis requiere de la pausa, la tolerancia
a la incertidumbre interrogativa, lo que implica espera y abre a la esperanza. La

6
Baranger, Willy; “La situación analítica como producto artesanal”, en: “Artesanías psicoanalíticas” Ed. Kargieman,
BsAs, 1994, pp.445-462.

7
ausencia de espera, la desesperación frente a la espera, aplasta los relatos y
estimula los cursos gozosos de pasaje al acto.

Todo discurso, en cualquier época y cultura, requiere en algún lugar su amarre.


En Psicoanálisis este enganche está en las huellas inconscientes que quedaron de
experiencias sexuales infantiles con los otros significativos. No son más que
pequeños rasgos dentro de las producciones humanas, pero concentran todo su
peso específico. Nuestra atención a ellos constituye una meta en el horizonte de
la escucha analítica en cualquier época y esto es parte de nuestra posición ética,
es decir, en relación al inconsciente. Escuchar las ocurrencias habilita la
invención de relatos desde huellas existentes que no tenían como decirse, lo
cual abre la esperanza de un sujeto en búsqueda.

Para que lo anterior sea posible la posición y función del analista así como la
concepción de la transferencia parecen ser importantes. Un aporte sustancial
para la comprensión de la experiencia analítica en el sentido que expuse es
cuando Jacques Lacan enfatiza la importancia de la presencia del analista y de
la regla fundamental7 como causa de la transferencia. La presencia del analista
como causa del amor. Pone mucho énfasis en el analista en una época donde los
conceptos de contratransferencia que enaltecían la actividad fantasmática del
analista se multiplicaban pero, en su caso, colocándolo como causa del discurso
del paciente y de su amor. Por esta vía seremos conducidos a abordar la
transferencia en su dimensión irreductible de existencia real, y no de ilusoria
presencia del pasado en el presente. Es decir: no solo repetición. La no
coincidencia o no dilución del “fenómeno de la transferencia en la posibilidad
general de repetición”8 abre sí con mayor fuerza la idea de novedad. Se re-crea
en acto, se podría decir: se “crea”. Esto sería así si la creación no fuera un acto
que no tiene pre-existencia, creación ex-nihilo, desde la nada. Entonces, quizás,
como se trata de algo nuevo que se hace con materiales preexistentes, desde
alguna marca inconsciente que ha hecho de la carne una escritura erógena,
donde se junta la pulsión y el signo (“representante representativo” de Freud),

7
J. Lacan; El Seminario 8, La transferencia. BsAs, Ed. Paidos,
8
J. Lacan;Ibid, p. 204

8
podríamos decir que se inventa algo allí en transferencia, apareciendo una
dimensión a la vez de ficción y de invención.

La presencia del analista desencadena, llama a esta ficción y habilita la


invención. Su lugar y su oficio soportan todo lo que al paciente le falta, como
objeto de deseo y como sujeto supuesto sabedor de lo que el paciente busca. En
este momento hay dos sujetos pero en clara disparidad, porque el analista está
implicado pero advertido de sus deseos por su propio análisis, acepta el lugar
otorgado, lo sostiene pero a condición de no responder a esos pedidos. En este
punto se opone a las permanentes interpretaciones de sentido de la
transferencia y la contratransferencia pues tras ellas el analista podría estar
confirmando que realmente lo sabe todo respondiendo de distintas maneras en
cada caso a demandas del paciente.

Esta forma de comprender el análisis parece muy respetuosa de las ideas


freudianas sobre el origen del deseo, en relación a la experiencia primaria de
satisfacción. En el análisis se reinstala la falta de respuesta del objeto al que se
dirige la pulsión en busca de satisfacción y esto lleva al circuito del deseo. Es
decir: la pulsión insatisfecha, que no pudo hacerse goce, se dirige a una huella
sustitutiva, huella de la experiencia primaria de satisfacción en un movimiento
que Freud define como “moción de deseo”. Deja al analizando en posición de
sujeto deseante, lo que mueve a la creación de fantasías, pensamientos y nuevos
relatos.

La estructura analítica y el oficio del analista fuerzan para que se sitúe en ese
lugar y se produzca este movimiento en el analizante. No es un fenómeno
espontáneo. Se podría decir que el psicoanálisis, el psicoanalista cultiva el deseo
inconsciente o el inconsciente en lugares o momentos donde esa estructura no es
productiva por alguna razón. Cultiva el inconsciente como se cultivan las
especies en extinción9, en contra de una cierta naturalidad o de una
espontaneidad o en contra de fuerzas ideológicas que se oponen a que eso
florezca. Esto apunta tanto a circunstancias de la vida como a circunstancias de
la cultura y de las épocas. Hoy podemos estar viviendo formas culturales,
económicas y políticas que favorecen el gozar y disminuyen el espesor simbólico

9
Ejemplo de Colette Soler en “La repetición de la experiencia analítica”, BsAs, ed. Manantial, 1ª ed. 2004.

9
de interpretantes, tendiendo a eclipsar al sujeto –sujeto de deseo-, lo cual
puede hacer más necesario el trabajo –oficio- por mantener esas zonas de
cultivo. Parece haber una tendencia –tendenciosa- de sustituir las metáforas por
signos naturales, sustituir la escucha analítica por manuales de usuarios, todo lo
cual no queda puertas afuera de nuestras instituciones y nuestros consultorios.

A veces en el Psicoanálisis predomina que el analista arme un relato a partir de


interpretaciones de sentido sobre lo que el paciente habla y éstas, aun
realizadas bajo la forma de interpretaciones, constituyen eslabones de un relato
construido por el analista sobre lo que piensa que es bueno para el analizante.
En estos casos el lugar de sujeto deseante para el analizando queda obturado,
sustituido por los relatos del analista. Se puede pensar que esta modalidad fue
facilitada en otras épocas donde las “Escuelas” y sus teorías únicas
predominaban y se producían aplicaciones de teoría. Sin embargo hoy podemos
ver el mismo riesgo aunque el relato introducido sea menos homogéneo y
cerrado. Es el yo narrador e historiador del analista el que habita la sesión
impidiendo la experiencia10.

Otras veces lo que predomina es una escucha psicopatológica que intenta definir
en el paciente una estructura de funcionamiento mental anormal que explique lo
que le ocurre a los efectos de recurrir a la aplicación de técnicas adecuadas a
esa estructura que desarmen los síntomas y restablezcan funcionamientos
mentales normales. Podría ser considerado una variante especial de lo anterior.
El sujeto de deseo queda soslayado, como sucede en otras técnicas de la
asistencia en salud.

Estos predominios mencionados, como muchos otros, no es habitual que los


reconozcamos como nuestras formas de trabajar en Psicoanálisis pero son las
distintas formas en que se pueden expresar nuestras resistencias a la falta, a lo
inesperado del inconsciente y al desear. Es desde la posición de desear que
pueden surgir nuevas palabras o balbuceos eficaces. La eficacia radica en que
nazcan desde las experiencias inconscientes que han dejado sus huellas, eso que
Freud designó Representación-Cosa y al trabajo que la liga a las palabras:
perlaboración. La eficacia de esos relatos nuevos, inventados en análisis, radica

Concepto de “Violencia secundaria” de Piera Aulagnier (“La violencia de la interpretación”. Editorial


10

Amorrortu, BsAs).

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en sus encarnaduras erógenas inconscientes. Dicen la experiencia y, al relatarla,
arman, inventan, re-significan experiencia y relatos. Es la forma eficaz que los
humanos tenemos de habitar nuestro mundo, un mundo tan encarnado como
simbólico.

Montevideo, Julio de 2011

RESUMEN

Sostener la función analítica es un trabajo en el analista, con el analizante y en la cultura. Los


cambios socioculturales actuales tienden a sortear el sujeto de la enunciación, a aplastar o eludir
la experiencia humana y su producción de subjetividad y relatos.

Es un desafío del analista defender su oficio, quizás un oficio con tendencia a la extinción en su
esencia. Sostener el malestar de no responder a demandas inmediatas para habilitar un lugar de
sujeto del inconsciente capaz de producir nuevos y más eficaces relatos.

Siguiendo un ejemplo de Colette soler se sostiene que es necesario cultivar el inconsciente como
se cultivan las especies en extinción, en contra de una supuesta naturalidad o de fuerzas
ideológicas que se oponen a que eso florezca.

Se traen algunos ejemplos del cultivo de la subjetividad en análisis y de cómo de allí se pasa a la la
invención de relatos.

Cultivar la experiencia humana inconsciente y los relatos que de allí surgen es un desafío actual.

PALABRAS CLAVE

Sujeto del inconsciente, Subjetividad, Experiencia inconsciente, Relato

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