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Javier García1[1]
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Médico Psiquiatra, Psicoanalista, Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. E-mail:
gp@adinet.com.uy
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entonaciones y asociaciones de quien me habla se tejen con los sonidos de mi
historia. ¿Cómo es posible establecer allí la frontera entre yo y otro? ¿Cómo
establecer el límite entre el golpe o la caricia de las manos que tocan un tambor
y el sonido que se desprende de la lonja? Puede parecer fácil en frío y tomando
distancia, pero no lo es en el fragor de la comparsa, ni de la vida, ni de la
transferencia, aun con oficio. La subjetividad, como fenómeno yoico,
preconsciente o inconsciente descriptivo, tiene límites muy precarios con los
otros y sus rasgos, con quienes nos identificamos o nos vemos en ellos para
sentirnos, paradojalmente, en propiedad. Es lo que se ha descrito como
alienación del yo en el otro por su constitución especular. No corresponde sólo a
un momento evolutivo sino a una estructura de funcionamiento del yo siempre
posible.
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Me preguntaba una paciente: “¿Eso lo dije yo o lo dijiste vos?” Se
entiende que el analista sabe o puede saber quién lo dijo, pero esto no siempre
es totalmente así. Palabras o ideas están en la sesión, en imaginarios cuya
autoría no es claramente separable en la dupla, pues viene desde lugares de
enunciación de discursos que claramente nos exceden.
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En otra oportunidad y con una paciente luego de traer dudas que la
consumían, desorientada, tras una pausa dice: “...y ¿dónde está el piloto?..”
Humor desde la angustia que, refiriéndose a una comedia convocaba también a
tantas otras películas de suspenso y desesperación. El analista no tiene una
respuesta pronta, no dispone de un manual técnico al cual recurrir en cada caso
para intervenir. Pero algo sabemos con firmeza y es que el paciente no está solo
ni con alguien inocente respecto al análisis. Le hacemos saber de alguna forma
que su pregunta fue escuchada y que lo reconocemos en el núcleo de ella.
Quizás también, apuntemos a transformar esa desesperación en algo más
esperanzador, es decir, a tolerar la espera y su incertidumbre. Pero lo que no
hacemos es ocupar el lugar del “piloto” demandado. Esta posición es
especialmente importante en nuestros días porque son muy intensas las
demandas para que un técnico resuelva los problemas, eludiendo al sujeto en
juego. Situación que no implica sólo a los pacientes sino también a los analistas
cuando intervienen de manera muy cercana al consejo. Si bien esta actitud
depende del momento del análisis y especialmente de la estructura del
paciente, me estoy refiriendo a una meta del analista en su oficio: no
responder a demanda.
Luego de terminado el análisis con esta paciente que era artista plástica,
me encuentro con una obra de ella que consistía solo en un diván y cuyo título
era: “¿Dónde está el piloto?”. Me interesa señalar el cambio de posición
respecto a quién va dirigida la pregunta. En una mezcla de soledad, des-
habitación, terminación y horizonte de muerte, ¿quién de nosotros no se
reconoce ahí en el lugar de quien pregunta? Por cierto, un lugar difícil.
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Estoy hablando así de subjetivaciones y éstas tienen algo de apropiación a
través de la aventura analítica y de la vida, pero en un nivel donde lo propio es
re-signado, es decir, es signo y es signo entre signos 2[2], aun en el ardor del dolor
y de las pasiones amor-odio. La efectividad de las palabras, de los relatos, tiene
su razón de ser en las encarnaduras que nos hacen sentir propio lo que es signo y
por eso puede re-significarse en otras experiencias posibles. Es en ese lugar
donde vivimos aunque necesitemos de nuestra carne para que sea posible.
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Refiero a “signo” en un sentido general, pero teniendo en cuenta el aporte de Jacques Lacan sobre el
significante psicoanalítico.
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si no desaparecida. Sentía “Nada”. El desafío fue empezar a construirla, aun
contra las fuerzas que la habían desbastado y quizás, muy especialmente, desde
el transitivismo que me surgió al verlo así. Él no tenía una vivencia de
interioridad. La idea de construcción de una subjetividad, que no es sino a partir
del rescate de rasgos desaparecidos, apoyándonos en los fenómenos
especulares y en el transitivismo, era un punto de partida imprescindible y de
muy largo aliento.
Los pequeños gestos, “esas pequeñas cosas” nos rescatan, a veces, del
vértigo de imágenes e ideas que nos rodean y con el cual nos identificamos con
tanta facilidad. Nos identificamos no sólo a esas imágenes sino a cómo son
tratadas, a su velocidad, a cómo funcionan y cohabitan tantas veces sin
contactos. La diseminación y la aceleración son modos de nuestros tiempos y es
en esos modos que nuestras mentes habitan y funcionan. En el Psicoanálisis de
pronto los relatos se llenan de todas las imágenes, las que vienen del
Psicoanálisis, las de la sociología, la política, la historia, la literatura, las
neurociencias y uno podría también preguntarse: ¿dónde está el piloto? ¿Dónde
está el sujeto que habla desde algún lugar de amarre de la experiencia
psicoanalítica? La impregnación de esta subjetividad acelerada cuando
intentamos entenderla, funcionando en su misma diseminación, nos puede llevar
rápidamente a descartar aquellos amarres fuertes donde los discursos del
Psicoanálisis se armaron y, en consecuencia, a que junto con el agua de la
bañera también se tire al bebé o parte de él. O, por el contrario, a agarrarnos a
una estructura teórica desligada de su experiencia, sostenida en su propia
relación interna de ideas. Son riesgos actuales.
Por eso no nos es fácil trasmitir esta singularidad y pausa que se requiere
para la subjetivación cuando un efecto de significación al sujeto se produce. La
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tarea de conocer desde la experiencia humana, como lo es la sexualidad infantil
y el deseo en Psicoanálisis, es una tarea lenta, caprichosa, con sectores lineales
y otros de quiebres o mutaciones.