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(2007).

"Revista de Psicoanálisis, 50(7):105-131


TRABAJOS PRE-PUBLICADOS DEL 45 CONGRESO
INTERNACIONAL DE LA API: RECORDAR, REPETIR, ELABORAR
EN EL PSICOANÁLISIS Y EN LA CULTURA HOY
Recuerdo, trauma y memoria colectiva. La batalla por el
recuerdo en el psicoanálisis*
Werner Bohleber
1. Introducción
El psicoanálisis comenzó como teoría del trauma. Si los histéricos sufren
de reminiscencias (según el conocido dictum freudiano), es que entonces el
recuerdo posee una cualidad patógena. Tras abandonar Freud la búsqueda de
escenas sexuales infantiles traumatizantes y la teoría de la seducción, el
psicoanálisis se extendió a la exploración de la realidad** psíquica. Con el
concepto de transferencia Freud descubrió una nueva dimensión del recuerdo,
es decir, su repetición en actos. Si bien el objetivo del tratamiento fue
siempre para él hacer conscientes los recuerdos reprimidos, la teoría del
tratamiento analítico ha seguido en lo sucesivo un desarrollo divergente,
porque había una dinámica específica que era inherente al concepto de
transferencia. Progresivamente, la correspondiente relación terapéutica fue
desembocando en dicho concepto y, con el conocimiento de la
contratransferencia, dio de nuevo un giro específico, alejándose del pasado y
acercándose al «aquí y ahora» de la relación analítica. El recuerdo
biográfico individual perdió así su importancia terapéutica central.
Y con todo se dio un ámbito en el que aquel se mantuvo como un problema
ineludible que se debería resolver: el traumatismo del ser humano. De hecho,
Freud se ocupó repetidas veces del trauma, a lo que le incitaron en particular
la catástrofe de la primera guerra mundial y la emergente barbarie
—————————————
* Trabajo presentado en el 45 Congreso de la API en Berlín: «Recordar,
repetir, elaborar en el psicoanálisis y en la cultura hoy», 25-28 de julio de
2007. Información sobre la inscripción en ww.ipa.org.uk © IPA Trust Ltd.
Título original: «Erinnerung, Trauma und kollektives Gedächtnis - Der
Kampf um die Erinnerung in der Psychoanalyse». Traducción: Sabine
Roggenbuck y Ricardo Tapia.
** Realität siempre, salvo mención en contrario. Los términos elegidos en
castellano para los correspondientes en alemán reseñados se mantienen
invariables (N. de los T.).

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del nacionalsocialismo. Aunque nunca sistematizó su teoría del trauma.
También adscribió a un territorio obscuro determinadas cuestiones como el
sueño postraumático y la neurosis traumática, en las que no quiso indagar
más. De este modo, la teoría del trauma quedó durante mucho tiempo como
una aspiración de la investigación analítica, y el estudio de la violencia
política y social, así como el de sus consecuencias, no alcanzó en el
psicoanálisis el rango que propiamente se habría merecido. Uno de los
motivos esenciales de lo anterior era el primer plano al que había accedido
la realidad psíquica respecto a la realidad (Wirklichkeit, efectiva) externa.
La mayoría de los analistas centraban su interés más o menos exclusivamente
en el mundo interno y en la cuestión de qué influencia tenían las fantasías
inconscientes sobre la percepción y la constitución de las relaciones de
objeto internas.
Incluir la realidad (Wirklichkeit) exterior se habría entendido
reiteradamente como un ataque a la realidad psíquica y a la importancia del
inconsciente. Esta actitud se pone de manifiesto del modo más evidente en la
comprensión del abuso sexual (Simon, 1992; Bohleber, 2000).
Con las catástrofes y experiencias extremas que vivieron y sufrieron los
hombres en el siglo XX, el trauma se tornó en su seña de identidad. No sólo
el psicoanálisis, sino también otras ciencias humanas, requerían recuperar la
investigación y la comprensión de este tema. Las consecuencias psíquicas de
las dos guerras mundiales obligaron a la atención terapéutica y teórica de
estos traumatismos, pero en cada ocasión el interés se apagó poco después.
No fue sino después de la guerra de Vietnam, por ejemplo, que el diagnóstico
de trastorno de estrés postraumático se acabara incluyendo en la
nomenclatura psiquiátrica, lo que concentró en este síndrome una plétora de
investigaciones. Pero en el epicentro de esta marca del siglo XX se encuentra
el crimen nacionalsocialista contra la humanidad, el Holocausto. La
deportación a los campos de concentración y el asesinato de millones de
personas judías ocasionaron a las víctimas destrucción y sufrimiento
inconcebibles. La ayuda terapéutica a los supervivientes tuvo que hacer frente
a experiencias extremas y sus consecuencias, desconocidas hasta la fecha. El
trauma y el avasallamiento ocasionados por los recuerdos afectaron, tanto a
los mismos supervivientes, como también a sus hijos y a los hijos de sus
hijos. A la vez, encaró al pueblo autor con una historia criminal sin
precedentes, cuyas consecuencias son perceptibles hasta los hijos y los nietos
de la generación de autos. Los hechos, el defenderse de la culpa y de la
responsabilidad, así como la renegación y el olvido han marcado, no sólo la
memoria individual y familiar, sino también la memoria colectiva de la
sociedad de postguerra alemana. El recuerdo doloroso y vergonzante de la
historia criminal, que exigía grandes responsabilidades, fue desplegando en
la sociedad

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una dinámica especial durante décadas. El Holocausto ha hecho que recordar
sea un imperativo moral particular.
Con estas observaciones introductorias, quería trazar el marco de mi
subsecuente exposición, que trata del concepto de recuerdo, del recuerdo y la
reconstrucción en el psicoanálisis, y así mismo de su especial importancia en
los traumatismos y su tratamiento. La dinámica de trauma y recuerdo en la
memoria colectiva necesita discutirse de modo concluyente.
2. La teoría del recuerdo de Freud y la función terapéutica del
recuerdo
Para Freud, el objetivo de la cura analítica siempre fue hacer conscientes
los recuerdos reprimidos de épocas psíquicas tempranas. El motivo hay que
ir a buscarlo en su teoría del recuerdo. Siguiéndole, las percepciones
precipitan en la memoria como huellas mnémicas. Si bien son copias de las
impresiones originales, no se conservan como elementos aislados de una
ingenua teoría de engramas. Freud supone varios sistemas mnémicos
conectados uno tras otro, que ordenan según determinados principios la
misma huella mnémica repetidamente guardada en duplicados. El primer
sistema asocia los elementos por el principio de simultaneidad, y los
sistemas que le siguen los disponen según otros tipos de coincidencia, como
acaso la relación de semejanza (1900a, 532)* o de contigüidad (1899a, 301).
Los recuerdos de impresiones y vivencias pasadas se pueden evocar en
principio inmodificados. Pero por lo general no es así, debido a los deseos
inconscientes, que se unen con los elementos del recuerdo y dan lugar a su
desplazamiento y represión. La reaparición de los recuerdos se encuentra
entonces ligada al destino de los deseos pulsionales. La autenticidad de la
escena infantil y de su reconstrucción tienen importancia para Freud en la
medida en que sólo el análisis de los procesos de deformación de la misma
permite reconocer el deseo inconsciente.1 En «Recordar, repetir y
reelaborar» (1914g) designa como objetivo del tratamiento analítico «llenar
las lagunas del recuerdo» a través del vencimiento de las resistencias de
represión. El paciente tiene que volver a recordar determinadas vivencias y
las mociones afectivas evocadas por las mismas, ya que sólo por este medio
se convencerá de que la aparente realidad no es en verdad sino el «reflejo de
un pasado olvidado» (1920g, 19s.). Lo que se recuerda no son los
acontecimientos ni los hechos en sí, sino su reelaboración psíquica. Freud
habla, en general,
—————————————
* Los textos de Freud están tomados de la traducción de Echeverri y la
paginación corresponde a la edición de Amorrortu de O.C. (N. de los T.)
1 Freud ha descrito esto de modo paradigmático en «Sobre los recuerdos
encubridores» (1899a). Consultar al respecto Hock (2003).

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de «procesos psíquicos», como es el caso del desafío de un paciente de niño
a la autoridad de sus padres. Ahí justo se encuentra para él la verdad
histórica de los recuerdos, y no sólo en una reproducción fidedigna de hechos
objetivos. Freud «celebra como un triunfo de la cura, si consigue tramitar
mediante el trabajo del recuerdo algo que el paciente preferiría descargar por
medio de una acción» (1914g, 155). Ahora bien, esto no se consigue siempre,
porque a menudo lo olvidado y reprimido no se reproduce como recuerdo,
sino que se repite como acto. La compulsión a la repetición substituye al
impulso a recordar y la transferencia se vuelve el campo decisivo. Su
interpretación conduce «al despertar de los recuerdos, que, vencidas las
resistencias, sobrevienen con facilidad.» (156). Años después, como escribe
en «Construcciones en el análisis», se ha vuelto más reservado en lo que al
despertar de los recuerdos se refiere. Aunque «lo deseado es una imagen
confiable, e íntegra en todas sus piezas esenciales de los años olvidados […]
del paciente» (1937d, 260), en algunos casos tienen que permanecer como
construcciones. Estas producen un «empuje ascendente de lo reprimido»,*
«que quiere traer importantes huellas mnémicas a la consciencia»,* pero que
frecuentemente queda trabado. La toma de consciencia se abre paso entonces
hasta la «convicción cierta sobre la verdad de la construcción» (267). Como
muestra este recurso a la teoría del recuerdo de Freud, para él los recuerdos
son reinvestimientos de huellas mnémicas duraderas, que se deben entender
como retratos de los procesos psíquicos que una vez tuvieron lugar. Lo
pasado sólo se puede reproducir por levantamiento de la represión y
elaboración (Durcharbeiten) de los conflictos, pero no por experimentar una
reformulación debida a un reinvestimiento en la consciencia (1920g, 25;
1923b, 22s.).
Freud nunca uniformizó su teoría del recuerdo. Junto a esta concepción
predominante se encuentran otras representaciones (Vorstellung) y esquemas
alternativos, a los que más tarde se anudan ulteriores desarrollos.
1) Si se reproduce un recuerdo como acto por medio de la repetición,
se verá integrado en una concatenación de acciones actual y
coherente. El presente por tanto no sólo tiene la función de despertar
el recuerdo y con él el pasado olvidado, sino que fuerza al proceso
psíquico pasado a entrar en la estructura presente de
acontecimientos, lo forma, y transforma de esta suerte su
importancia. La experiencia pasada se encaja activamente en el
contexto de la experiencia vital del ahora. A causa de esto Freud
habla también en algunos pasajes de un proceso de recomposición
de los recuerdos. Así dice en sus cartas a Wilhelm Fliess que de
tiempo en tiempo las huellas mnémicas «experimentan
—————————————
* Traducción directa del alemán citado (corresponde a 1937d, 268).
(N. de los T.)

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un reordenamiento según nuevos nexos, una retranscripción»
(1950a, 274). La retranscripción es el resultado psíquico de
sucesivas épocas de la vida. Las fantasías sobre la infancia se
forman así en la pubertad, y de esta suerte las huellas mnémicas se
ven sometidas a un «complejo proceso de recomposición» (1909d,
162).2 En estas representaciones alternativas del recuerdo emerge
una moderna comprensión del mismo, como una construcción
determinada por el presente.
2) Este supuesto de una posterior recomposición de los recuerdos
remite al concepto freudiano de posterioridad (Nachträglichkeit). A
través de un acontecimiento que asusta o desorganizador, ocurrido
tras la maduración sexual, una escena infantil temprana de contenido
sexual, que inicialmente no podía ser incorporado en un entramado
significativo, adquiere a posteriori y retroactivamente una eficacia
traumática. Las impresiones de la etapa pre-sexual cobran entonces
«como recuerdos, una violencia traumática» (1895d, 149). Esta
concepción de la posterioridad se amplió fundamentalmente en el
psicoanálisis francés a una teoría propia del après-coup y a la
adscripción retroactiva de nuevo significado. Sin embargo el
concepto acabó muy desligado de su engarce causal con dos escenas
biográficas separadas en el tiempo y la secuencia temporal se
extendió a una «relación reticular» (Green, 2000).
3. La «colonización del pasado»3 por el presente en la teoría
clínica actual del psicoanálisis
En este apartado quiero remarcar el destino del recuerdo como factor
curativo en el desarrollo de la teoría clínica, pero me restringiré a posiciones
capitales del mainstream y no citaré derivaciones. En la Psicología del Yo el
grueso del trabajo analítico se fue desviando poco a poco desde los
acontecimientos biográficos, que se volvían a recordar, a la reconstrucción.
Un evento psíquico infantil importante forma, por medio de su acoplamiento
con una fantasía inconsciente, un patrón dinámico complejo, que, con el
correr del desarrollo posterior, se encaja psíquicamente de modo nuevo cada
vez, para lo cual se transforma. La reconstrucción intenta hacerse una idea,
partiendo del material de la sesión analítica, de este patrón y de las
elaboraciones que se le superponen, para poder perseguir el desarrollo hacia
atrás hasta el acontecimiento original y la fantasía inconsciente a él ligada. La
auténtica historia eficaz
—————————————
2 Quindeau (2004) defiende su concepción del recuerdo sobre estos
pasajes.
3 Esta expresión proviene de Friedrich Nietzsche. Agradezco la referencia
a un trabajo de Aleida Assmann.

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de este complejo dinámico se comprende como historia causal. El recuerdo y
la reconstrucción adquieren fuerza de convicción terapéutica, gracias a que
pueden ponerse en relación causal directa con los efectos psíquicos
duraderos de los acontecimientos (Kris, 1956; Arlow, 1991; Blum, 1994).
Esta concepción de la eficacia terapéutica del recuerdo y la
reconstrucción se tambalea entera con la aparición de las nuevas psicologías
de las relaciones objetales y del giro narrativo y constructivista. Según la
comprensión narratológica no entramos nunca en contacto con el recuerdo tal
cual, sino siempre tan sólo con la descripción que del mismo hace el
paciente. La verdad no es por tanto algo escondido que se ha de encontrar
inmediatamente, sino que se halla siempre trazada en una narración, que sólo
adquiere valor de verdad cuando accede a ser plausible para el paciente y los
fragmentos vitales narrativos que habían quedado deslavazados consiguen
por ende una significación coherente (Spence, 1982). Formas tempranas de
experiencia casi llegan a tomar cuerpo en un contexto narrativo dentro de la
relación transferencial. La aclaración histórica no puede tener lugar por el
descubrimiento de un pasado que valga tanto como una destrucción del
presente. Para Roy Schafer (1983), la transferencia no es ninguna máquina
del tiempo que nos reenvía al pasado (Freeman, 1984), sino el resultado de
un movimiento necesariamente circular. El presente y el pasado se construyen
mutuamente. El pasado lo vemos siempre, en el círculo hermenéutico, con una
comprensión previa actual, la que a su vez está marcada por el pasado. Con
esta concepción del recuerdo desaparece del campo de observación el
descubrir los acontecimientos reales. La verdad histórica se ve substituida
por la verdad narrativa. No podemos salirnos del marco de la realidad
narrativa y la correspondencia con el mundo de lo real no nos dice nada. El
problema fundamental de una conñcepción narratológica y constructivista tal
del psicoanálisis reside en el obscurccimiento o la exclusión del interés por
la realidad que subyace a la narración. La investigación del interjuego entre
transferencia y contratransferencia se ha ido definiendo progresivamente en el
desarrollo de la técnica analítica como el centro de gravedad terapéutico. La
cada vez más fina percepción y formulación de los microprocesos psíquicos,
tal y como se desenvuelven en la dinámica de la relación terapéutica,
incorporó también el material biográfico emergente. Ya se sabía desde hacía
tiempo que los recuerdos no se pueden comprender fuera del contexto en que
surgen. Pero ahora se nos muestra en qué gran medida la dinámica
inconsciente que se despliega en la transferencia y la contratransferencia
dirige le evocación de los recuerdos. Además, el análisis de trastornos
tempranos nos ha enseñado cuán deformado y distorsionado puede estar el
material autobiográfico por los procesos de escisión. También en las
triangulaciones anímicas deficientes es frecuente que falte un espacio

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psíquico, siendo sólo a partir de éste que se vuelve posible hablar con
propiedad de recuerdos. En el psicoanálisis británico, y sobre todo en la
escuela kleiniana, es donde la acción terapéutica se ha transformado
esencialmente en el análisis de las relaciones objetales internas dentro del
«aquí y ahora» de transferencia y contratransferencia. El paciente configura la
relación con el analista inconscientemente de tal modo, que se transfiere su
mundo interior como un todo del pasado al presente. Es cierto que se dice
explícitamente que el presente está en función del pasado, pero esto se
entiende como si el presente albergase más o menos completo al pasado y
éste llegara a desplegarse en el «aquí y ahora» de la relación analítica. El
pasado ha perdido desde el punto de vista de la técnica del tratamiento
cualquier sentido autónomo. Con la interpretación de la transferencian en el
«aquí y ahora» de la situación analítica se interpretan simultáneamente
pasado y presente. Ambos se abren más o menos el uno al otro. Recurrir a
una reconstrucción del pasado histórico cae bajo la sospecha de ser un
movimiento defensivo. Si acaso, una reconstrucción puede aún ser útil para
proporcionar al paciente un sentimiento de la propia continuidad e
individualidad (Joseph, 1985; Riesenberg Malcolm, 1988; Birksted-Breen,
2004).
Como conclusión final de este breve resumen, podemos dar por sentado
que el recuerdo biográfico y la reconstrucción de la historia del paciente se
han orillado, y se han dispuesto en un segundo rango en la mayoría de las
concepciones actuales del tratamiento. La más reciente investigación
cognitiva y neurocientífica de la memoria parece proporcionar por el
momento hipótesis y hallazgos a favor de este punto de vista, que se pueden
entender como confirmación venida del exterior. Modelos clínicos, que se
sustentan en esto, parten de que las relaciones de objeto tempranas reales se
expresan por medio de la memoria implícita no declarativa como recuerdos
«implícitos» o «procedimentales» (así incluso Sandler y Sandler, 1998) o
como «implicit memory objects» (Pugh, 2002). Influyen en la vida y el
comportamiento actuales, sin representar el pasado en recuerdos conscientes
accesibles. En la transferencia emergen de nuevo como esquemas de
relaciones actuadas implícitas (Stern y otros, 1998). En la memoria
declarativa, por el contrario, se almacenan los recuerdos autobiográficos y
episódicos. Si Freud partió aún de un sistema de memoria unitario, hoy en día
los patrones de relaciones objetales o «enactments» en la transferencia y los
recuerdos autobiográficos se localizan en dos tipos fundamentalmente
diferentes de proceso rememorativo. Parece desmontarse en gran medida la
conexión entre el recuerdo biográfico y la repetición actuada de los viejos
esquemas relacionales en el «aquí y ahora» (Fonagy, 1999, 2003; Gabbard y
Westen, 2003). Desde este punto de vista, la modificación anímica se
produce por la interpretación de los modelos mentales

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de relaciones objetales, y lo influencia sobre estos tal y como se encuentran
anclados en la memoria implícita. El recuerdo autobiográfico se vuelve un
puro epifenómeno. Uno se puede preguntar, ante estas nuevas concepciones,
si no tiran al niño con el agua, al declarar sin importancia terapéutica el
recuerdo biográfico y la posibilidad de reconstruir, si quiera
aproximadamente, la realidad histórica. El psicoanálisis, que apareció
inicialmente para descubrir los recuerdos infantiles reprimidos, corre el
peligro de volverse una técnica de tratamiento enajenada de su propia
historia.4
El «allí y entonces» no se nos abre ni en el «aquí y ahora» ni en la
transformación del recuerdo por la dinámica de la situación actual. A pesar
de cualquier mediación significativa del presente, el pasado contiene un valor
en sí mismo. Aunque la teoría freudiana de la huella mnémica esté hoy
anticuada, y la comparación metafórica del trabajo del analista con el del
arqueólogo se decline porque ya no se corresponden, no obstante hay algo
captado en la metáfora de la huella que está arraigado en el conocimiento
clínico. La «huella» le deja al pasado un momento de autonomía —algo que
no se retiene en las modernas teorías de la construcción y la descripción del
recuerdo. Por una parte son las promesas incumplidas de los proyectos
vitales naufragados o los mensajes enigmáticos del otro (Laplanche, 1992),
los que configuran el valor hermenéutico propio del pasado, por la otra, los
recuerdos traumáticos pueden desplegar una fuerza destructiva e irrumpir
intrusivamente en el contexto vital actual, sin intermediación con el mismo. El
trauma es un «factum brutum», que en el instante de ser vivido no puede
integrarse en un contexto significativo, porque destroza la textura anímica.
Esto les crea condiciones particulares a su recuerdo e integración a
posteriori en el vivir del presente. Quiero empezar con algunas anotaciones
sistemáticas sobre la moderna comprensión de los recuerdos.
4. Recuerdos entre pasado y presente. Resultados de
investigaciones de las ciencias cognitivas
Las ciencias cognitivas y neurociencias han hecho descubrimientos en las
últimas décadas que han abierto nuevas vías, han ampliado enormemente y
también han revolucionado lo que sabíamos del funcionamiento del cerebro.
Los modelos topológicos de almacenamiento se han sustituido por una
concepción más flexible y dinámica del recuerdo y la memoria. Hoy ya no
partimos del supuesto de que los recuerdos sean almacenados como huellas o
impresiones en
—————————————
4 Así también en Kennedy (2002).

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la memoria, para ser después despertados al llamarlos a la consciencia. En el
proceso rememorativo se trata de una interacción más compleja entre las
circunstancias vitales del presente, aquello que se espera recordar y lo que se
ha conservado del pasado. El investigador cognitivo David Schacter dice:
«Nuestro cerebro trabaja de otra forma. De entre nuestras vivencias
extraemos elementos clave y son sólo estos los que almacenamos. Entonces,
en lugar de recuperar simplemente copias, creamos de nuevo nuestras
vivencias o las reconstruimos. En este último proceso se cuelan a veces
sentimientos, convicciones o informaciones incluso, que hemos adquirido
después de la vivencia. En otras palabras, desfiguramos nuestros recuerdos
del pasado atribuyéndoles emociones o informaciones que sólo
posteriormente hemos hecho nuestras» (2001, 21).5 Algunos concluyen
entonces del hecho neurocientífico de la construcción de recuerdos, que la
cuestión acerca de la verdad referida a la correspondencia de los recuerdos
con acontecimientos pasados se habría quedado obsoleta. Los recuerdos se
entienden como construcciones narrativas, cuyas lagunas, resultado del
olvido, se llenan narrativamente y producen un sentido que corresponde a la
situación actual del Yo.6 En esta concepción también se ve amenazada la
distinción entre recuerdo e interpretación.
Pero un análisis más fino de las investigaciones empíricas sobre la
memoria autobiográfica apenas sostiene esta visión del problema.7 Además
se tiene la impresión de que no se distingue entre génesis y validez. Si bien el
cerebro construye recuerdos, hay que mantener no obstante el proceso de
formación independiente del resultado, de lo contrario se cae en una
conclusión errónea genética. En base a las investigaciones empíricas, no se
puede responder de forma unívoca a la cuestión de la exactitud y fiabilidad
de los recuerdos autobiográficos. El correspondiente debate se encendió a
tenor de las disputas científicas y sociales sobre el volver a recordar
experiencias de abuso sexual. Loftus (1994) ha demostrado en sus trabajos
que se puede influir a largo plazo en los recuerdos sugiriendo
desinformación. Otros estudios sobre sugestionabilidad han hecho firmes
contribuciones al diagnóstico diferencial entre recuerdos de acontecimientos
reales y sugeridos por el mayor detalle y diversidad de las imágenes
representativas de los primeros (Schacter 2001). Shevrin (2001) recalca que
la desinformación influye en el relato de los recuerdos, pero no modifica
necesariamente la huella mnémica misma.
—————————————
5 Para la teoría de la «embodied memory», los recuerdos son un proceso
constructivo y adaptativo, en el que todo el organismo interactúa con el
entorno, y conecta las experiencias del pasado por medio de una
coordinación senso-motriz con nuevas situaciones análogas en una constante
reconsideración de las categorías.
6 Así en Welzer (2002).
7 Compárese la exposición de Granzov (1994) y Schacter (1996).

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Porque algunos experimentos muestran que los recuerdos auténticos dejan una
«sensory signature», de la que carecen los que podríamos llamar falsos.8
Por último, son de especial interés para nuestro tema los estudios que
muestran que la fidelidad de un recuerdo se halla a menudo en relación
directa con la excitación emocional producida por un acontecimiento.
Determinantes decisivos de éste son la intensidad emocional y la importancia
personal, así como el contenido sorprendente y la gravedad de sus
consecuencias. Vivencias que se caractericen por lo anterior se pueden
recordar a lo largo de prolongados lapsos de tiempo con gran precisión y
detalladamente.9 En esto desempeña un papel central la representación visual
intensa. Estos factores influyen, ahora en mayor medida incluso, en el registro
de vivencias traumáticas. Aunque las relaciones entre acontecimiento y
recuerdo son todavía más complejas que en las vivencias emocionales de
calidad no traumática. Tampoco hay uniformidad de criterios sobre este
punto. Un grupo de argumentos dictamina que los recuerdos traumáticos por
lo general no se pueden recordar inicialmente de modo coherente. El
acontecimiento estaría representado en la memoria implícita, por lo que los
recuerdos explícitos faltaban durante un tiempo, como por ejemplo en una
amnesia psicógena. Se considera indicio de experiencias traumáticas la
presencia de amnesia. Los resultados de estudios experimentales10
generalmente no confirman estos argumentos. Más bien demuestran que los
recuerdos de acontecimientos traumáticos y extremadamente estresantes son
en su mayoría muy detallados, más bien constantes, y en tanto se puede
comprobar, también relativamente fiables. No obstante, en este caso como en
el de otros recuerdos, se puede dar en errores y con el tiempo en el olvido.
En eventos de gran intensidad afectiva se produce, desde el punto de vista
neurobiológico, una valoración emocional subcortical preatencional de los
estímulos. La activación de la amígdala mejora el rendimiento rememorativo.
El arousal intenso y fuerte aumenta el recuerdo de las características
—————————————
8 Al estudiar este debate y las exploraciones experimentales que del mismo
se deducen, se le impone al lector la impresión, repetitivamente, de que se
extraen conclusiones precipitadas en contra de la fiabilidad de la memoria.
Me adhiero a Shevrin, que hace constar: «necesitamos una teoría de la
memoria en la que los factores de motivación y cognitivos puedan ser
valorados de forma independiente, y sus interacciones puedan investigarse.
¿En qué medida las percepciones reales de los otros significativos se ven
distorsionadas por influencia de los deseos y aspiraciones a los que no se
puede dar expresión? Desde este punto de vista resulta estimulante tener
pruebas de que, a pesar de la sugestión y la desinformación, las
percepciones originales no tienen porqué borrarse; se pueden recuperar
cuando se han delimitado la desinformación, las distorsiones en general, por
ejemplo en la transferencia» (2001, 138).
9 Para esto son relevantes los estudios empíricos de las llamadas
«flashbulb memories», expuestos por Granzow (1994); Schacter (1996).
10 En lo que sigue me baso en Kihlstrom (2006), McNally (2003; 2005),
Schacter (1996, 2001) y sobre todo en Volbert (2004), cuyo resumen
refiero en extractos.

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11
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básicas («core features») del acontecimiento.11 Los aspectos fundamentales
del suceso y lo vivido se retienen mejor, los detalles, en cambio, que no estén
relacionados con el núcleo del mismo, peor. En esto el factor decisivo es el
Yo, que ha de poder mantener durante el acaecimiento traumático al menos su
función de observador. Laub y Auerhahn (1993) ordenan los recuerdos en
un continuo según se distancien psicológicamente del trauma. En casos de
traumatismos extremos puede derrumbarse también el Yo observador, de lo
que sólo resultan fragmentos de recuerdos ajenos al Yo. También pueden
presentarse amnesias psicógenas a consecuencia de acontecimientos
traumáticos. Pero se consideran más raras que en otros estudios. Igualmente
hay recuerdos reprimidos o disociados que pueden reaparecer y que se
verifican por confirmaciones externas. Sin embargo, también nos encontramos
con lo contrario, es decir, el resurgir de recuerdos que no se pueden
confirmar.12 Los niños a partir del tercer año de vida pueden acordarse bien
de acontecimientos traumáticos, y sus exposiciones son fiables en general en
cuanto a lo nuclear del suceso. No puedo discutir aquí la cuestión de si
tenemos que partir de niños en los que la presencia de amnesias después de
experiencias estresantes extremas sea más frecuente.13
Basándose en estos resultados de investigación se puede extraer la
siguiente conclusión: los recuerdos traumáticos son un grupo específico de
experiencias, que preferentemente se codifican y por regla general se
almacenan detalladamente con mayor precisión y durante un largo período.
Pero no se distinguen en el fondo de otros procesos rememorativos, más bien
deberíamos suponer que los mecanismos mnémicos forman un set de
procesos neurocognitivos, en el que el transcurrir de codificación,
consolidación y evocación se ensamblan de modo específico (Volbert 2004,
138). Esto significa que el depósito y la evocación de experiencias
traumáticas no se ven sometidos al proceso habitual de retranscripción y
transformación de recuerdos que lleva a cabo la respectiva situación actual.
El presente puede ejercer sólo de forma muy limitada su función de foco
hermenéutico bajo el que se percibe y estructura el pasado.
—————————————
11 La hipótesis contraria, es decir, que a causa del acontecimiento
traumático la secreción masiva de hormonas de estrés determinasen una
desactivación del hipocampo, y que por tanto los recuerdos traumáticos ni
siquiera se codificaran, sino que fueran almacenados sobre otros sistemas
de memoria emocional, no ha recibido hasta el momento ninguna
confirmación experimental.
12 No puedo aprobar la opinión de Brenneis (1996), que clasifica como
artefacto la reaparición de recuerdos traumáticos después de una
reconstrucción, cuando ésta procede de una dinámica terapéutica presente
emocionalmente cargada, pero que no ha sido interpretada como tal, sino
que se ha traspasado al pasado como reconstrucción inductora de
sugestiones. Es cierto que restringe el ámbito de aplicación de esta afilada
argumentación, pero en general estoy de acuerdo con la crítica de Kluft
(1999) a los argumentos de Brenneis.
13 Véase Gaensbauer (1995), acerca del reemplazo (Repräsentation)
interno de traumas en el período de desarrollo preverbal.

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5. Teorías psicoanalíticas del recuerdo traumático
Los resultados expuestos de investigaciones cognitivas y neurobiológicas
permiten suponer que en el caso de las experiencias traumáticas no se parte,
en principio, de una reelaboración de otro tipo diferente al de las no
traumáticas, aunque quepa esperar desviaciones en el registro o trabas en el
habitual trans-curso de los procesos anímicos. Cuando los acontecimientos
traumáticos se conservan constantes, con detalle y relativa precisión en la
memoria, se suele tratar sobre todo del recuerdo de hechos, pero no tanto de
la descripción de la realidad psíquica de la experiencia traumática. ¿Cómo
podemos describir psicoanalíticamente el núcleo interno de la vivencia de
esas experiencias de terror, dolor, pérdida y angustia de muerte que
desmoronan el armónico equilibrio anímico? ¿Qué papel desempeñan los
afectos, las operaciones defensivas y las fantasías inconscientes que entran en
juego? Antes de detenerme en esto, quiero presentar brevemente los dos
modelos principales del trauma con que nos encontramos en la teoría
psicoanalítica, que son la base de las siguientes exposiciones.
5.1 El modelo psicoeconómico del trauma de Sigmund Freud
Freud concibió en 1895 el recuerdo de un trauma como un cuerpo extraño
en la textura psíquica, que despliega ahí sus efectos, hasta que pierde su
estructura de cuerpo extraño por la abreacción del afecto encapsulado y un
recordar afectivo. Este modelo lo desarrolló posteriormente en Más allá del
principio del placer (1920g) desde puntos de vista psico-económicos.
Ahora, el concepto de cuerpo extraño se presenta como una cantidad de
excitación que desorganiza el Yo, no ligable psíquicamente, y que atraviesa
la barrera de estímulos. La potencia de empuje de las cantidades de
excitación es demasiado grande como para poderlas dominar y ligar
psíquicamente. El aparato psíquico, para conseguir no obstante la tarea de
ligazón psíquica, regresa a formas primitivas de reacción. Freud introduce el
concepto de compulsión de repetición, para describir la particularidad de
este vivenciar más allá de la dinámica del placer-displacer. La vivencia
traumática se actualiza por la compulsión de repetición, con la esperanza de
ligar de este modo psíquicamente la excitación, así como de volver de nuevo
vigente el principio del placer y las formas de reacción anímicas que le
corresponden. El trauma no sólo trastorna la economía libidinal, sino que
amenaza la integridad del sujeto de forma más radical (Laplanche y Pontalis,
1973). En «Inhibición, síntoma y angustia» (1926d) Freud retoma el concepto
de angustia automática, tal y como lo había desarrollado para las neurosis
actuales. En la situación traumática, la enorme cantidad de excitación
produce una angustia

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masiva. Ésta inunda al Yo, que se halla expuesto a la misma desprotegido, y
lo deja absolutamente desamparado. La angustia automática tiene un carácter
indefinido y carece de objeto. En un primer intento de hacerse con la
situación, el Yo trata de convertir la angustia automática en angustia señal, lo
que conlleva que el desamparo absoluto se pueda transformar en espera. La
actividad interna que así despliega el Yo, repite «una reproducción
morigerada de la situación traumática», «con la esperanza de poder guiar de
manera autónoma su decurso» (1926d, 156). De este modo la situación de
peligro externa se interioriza y alcanza significación para el Yo.14 La
angustia se simboliza y ya no queda indefinida y carente de objeto. Así
alcanza el trauma una estructura hermenéutica y se puede dominar. Con razón,
Baranger, Baranger y Mom (1988) han resaltado este aspecto económico de
la angustia automática como algo central de la experiencia traumática.
Denominan «trauma puro» a la situación de angustia con su indefinición
psíquica y ausencia de objeto. El traumatizado procura suavizar y domesticar
el trauma puro en la medida en que le pone un nombre y lo introduce en un
sistema de acción causal comprensible. Los autores hablan de una paradoja:
el trauma es originariamente intrusivo y ajeno, pero en tanto permanezca
ajeno, se vuelve a revivir e irrumpe en repeticiones, sin que pueda ser
entendido. Como el hombre no puede vivir en general sin explicaciones,
intenta dar al trauma un sentido individual e historiarlo. Estas historiaciones
a posteriori son en su mayoría recuerdos pantalla. La tarea del proceso
analítico consiste en reconocer estos recuerdos pantalla como tales y en
reconstruir la auténtica historia, por lo que la historiación queda abierta para
el futuro.
Freud ha descrito en varias ocasiones en «Inhibición, síntoma y angustia»
el desamparo vivido por el Yo como consecuencia de la pérdida de objeto.
Si se añora a la madre, el Yo infantil no está completamente desamparado,
sino que puede investir la imagen de la madre. En la situación traumática
original no hay ningún objeto disponible que se pueda echar en falta. La
angustia es la única reacción posible (1926d, 159). Este tipo de pérdida
completa de objetos internos protectores es central en el segundo modelo del
trauma.
5.2 El modelo del trauma de la teoría de las relaciones objetales
Con el desarrollo de las teorías de la relación de objeto, se rechazaron las
disquisiciones cuantitativas sobre la cantidad de excitación insoportable que
—————————————
14 «Y, por otra parte, también el peligro exterior (realista) tiene que haber
encontrado una interiorización si es que ha de volverse significativo para el
Yo; por fuerza es discernido en su vínculo con una situación vivenciada de
desvalimiento» (1926d, 157).

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inundaba al Yo. Una vivencia única de choque, como un accidente, dejó de
ser ya el paradigma del modelo, en favor de la relación objetal. Ferenczi
anticipó muchos descubrimientos posteriores de la investigación sobre el
trauma. Balint (1969) fue el primero que le siguió por ahí. Él destaca que la
cualidad traumatogénica de una situación depende de que entre el niño y el
objeto se haya dado una relación intensa. La relación objetal en sí misma
posee entonces un carácter traumático. Como han demostrado estudios
posteriores (Steele, 1994), las lesiones del niño por violencia corporal no
son ante todo las que provocan un trastorno traumático, sino que el elemento
más fuertemente patógeno es la sevicia o el abuso por parte de la persona que
en realidad se necesita para el cuidado y protección. Este modo de ver las
cosas amplía nuestra comprensión de la realidad psíquica en una situación
traumática. Cuanto más masivo sea el trauma, tanto más seriamente se
deteriora la relación de objeto interna, pero también se derrumba la
comunicación interior entre los representantes (Repräsentanz) del Sí mismo y
del objeto, que protege y proporciona seguridad. De esta suerte surgen islas
de experiencia traumática, encapsuladas y excluidas de la comunicación
interna. El anexo teórico de las relaciones objetales a la teoría del trauma
pudo seguir desarrollándose por medio de las investigaciones de
traumatismos extremos, como los que se padecieron en el Holocausto. Una
consecuencia psíquica fundamental de este tipo de experiencias es el
desmoronamiento del proceso empático. La díada comunicativa entre el Sí
mismo y su objeto bueno interno se rompe, lo que ocasiona una soledad
interior absoluta y un estado extremadamente inconsolable. El objeto bueno
interno enmudece como intermediario empático entre el Sí mismo y el
entorno, y se destruye la confianza en la presencia continuada de los objetos
buenos y en lo que cabe esperar de la empatía de los semejantes.15 Esta
concepción nos ayuda a captar mejor el núcleo de la experiencia en
traumatismos masivos. Está constituido por una zona de experiencia apenas
comunicable: una soledad catastrófica, un abandono y desistir interior, por
medio de lo cual el Sí mismo se ve no sólo paralizado en sus posibilidades
de acción, sino aniquilado, seguido de angustia de muerte, odio, vergüenza y
desesperación. O como lo expresa Sue Grand (2000): surge una zona muerta
cuasiautista de un no-Sí mismo sin la presencia de un otro capaz de
comprensión.
Las concepciones teóricas de las relaciones objetales representan un gran
avance en la comprensión del trauma. Sin embargo necesitamos ambos
modelos, tanto éste como el modelo psicoeconómico, para concebir la
experiencia traumática masiva que destroza las bases de lo que cabe esperar,
destruyendo la confianza en el mundo en común mediado por el símbolo, en
el que nos
—————————————
15 Véase al respecto Cohen (1985); Kirshner (1993); Laub y Podell
(1995).

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relacionamos preconscientemente. El trauma se nos presenta en este sentido
como el quid de todas las teorías hermenéutico-narrativas y constructivas.
Porque éstas ya no pueden conceptuar el derrumbamiento del proceso de
construcción mismo, con el que generamos las significaciones.16 El elemento
destructivo, la violencia inmediata traumatizante, permanece como un
«demasiado», un excedente masivo, que atraviesa la estructura psíquica y no
puede ser ligado por la significación.
6. Lo inabarcable de los recuerdos traumáticos: el problema de
la reconstrucción, la narración y la integración psíquica
He obtenido de las exploraciones psicológicas cognitivas la conclusión de
que lo traumático, en comparación al resto del material, sí se modifica, pero
no se codifica, ni se evoca de manera totalmente distinta. Antes de explorar
estas circunstancias psicoanalíticamente con mayor detenimiento, quiero
exponer una concepción del trauma que, debido al «demasiado» de una
excitación excesiva, admite una plasmación de otra índole de las
experiencias traumáticas. Van der Kolk y otros (1996) llegan a consecuencia
de sus estudios a la hipótesis de una memoria de trauma específica, en la que
los recuerdos traumáticos se almacenan de manera diferente que en la
memoria autobiográfica explícita. La excitación extrema escinde el recuerdo
en distintos elementos aislados somatosensoriales, en imágenes, estados
afectivos, sensaciones somáticas, así como en olores y ruidos. Van der Kolk
supone que estos recuerdos implícitos coinciden con la experiencia real, pero
que con este formato no pueden ser integrados de entrada en un recuerdo
narrativo. El resultado es un contenido no simbólico, inflexible e inalterable
de recuerdos traumáticos, porque el Sí mismo, como autor de la experiencia,
se encontraba desconectado en el momento del acontecimiento. Ahora, lo
esencial en esta concepción es que el trauma se graba en la memoria con una
exactitud prácticamente intemporal y al mismo tiempo literal. La inalterable
precisión del recuerdo parece probar la existencia de una verdad histórica
que no se modifica o se deforma por la importancia subjetiva, por los propios
esquemas cognitivos o por expectativas y fantasías inconscientes. Se elimina
el significado simbólico autobiográfico y en esto se revela, como confirma
Ruth Leys, una base mecánico-causal de muchas teorías actuales sobre el
trauma (2000, 7). Se puede argüir como crítica contra este modelo de
memoria de trauma, que los acontecimientos
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16 Una posibilidad interesante para resolver este problema dentro de las
teorías constructivistas la proporciona Moore (1999).

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muy estresantes y emocionalmente importantes, por lo general, se pueden
retener de modo persistente y recordar explícitamente, aunque no cabe
discutir que aparecen amnesias psicógenas.17 Aunque sin lugar a dudas
también los analistas han retomado la tesis de una específica memoria de
trauma,18 ésta nos lleva, no obstante, a una serie de suposiciones
psicoanalíticamente apenas sostenibles. Con todo, se puede partir de que la
excitación excesiva en la situación traumática desconecta las funciones
integradoras de la memoria y se produce un estado disociado del Sí mismo
con despersonalización y desrealización. A continuación también surgen con
frecuencia estados alterados de consciencia o irrumpen de pronto en la misma
recuerdos traumáticos, cuando se activa este estado encapsulado del Sí
mismo. Pero estas intrusiones ahora no son repeticiones puras, porque pueden
ser flashbacks colo-reados de influencias sociales externas. También Lansky
(1995) ha demostrado que las pesadillas postraumáticas crónicas no sólo
reproducen recuerdos cargados de afecto y son repeticiones visuales de
escenas traumáticas, sino que también están sometidas a un trabajo del sueño.
Estos hechos cimientan la tesis psicoanalíticamente fundamentada de que
las experiencias traumáticas y sus recuerdos, si bien están sometidos a
limitaciones y operaciones psicodinámicas específicas, no están totalmente
excluidos del flujo del resto de la dinámica psíquica y de la recomposición
por las fantasías conscientes e inconscientes.19 Como ha quedado expuesto,
Freud definió el trauma psíquico, no como un vivenciar diferente por medio
de pro-piedades comunes de lo psíquico, sino como una especie de «externo-
interno» que se ha formado al modo de una «espina en la carne» (Laplanche,
1970, 61). Freud calificó el material traumático de cuerpo extraño en el
tejido psíquico, pero aún delimita más la metáfora: «La organización
patógena no se comporta genuinamente como un cuerpo extraño, sino, mucho
más, como una infiltración… La terapia no consiste entonces en extirpar algo
—hoy la psicoterapia es incapaz de tal cosa—, sino en disolver la resistencia
y así facilitar a la circulación el camino por un ámbito antes bloqueado»
(1895d, 296).
Los recuerdos traumáticos despliegan una dinámica propia. Como
«interior» encapsulado están sustraídos a la adaptación mediante relaciones
asociativas que resulten de nuevas experiencias, o a la represión. Tales
transformaciones surten aquí sólo un efecto limitado, si acaso alguno, ya que
estos espacios encapsulados de tipo cuerpo extraño presentan algunas
características específicas. Quiero elegir tres de las mismas, pero recalcando
simultáneamente
—————————————
17 No puedo abordar aquí una crítica pormenorizada de este modelo de la
memoria del trauma. Remito a Leys (2000), McNally (2003) y Volbert
(2004).
18 Por ejemplo Person y Klar (1994).
19 Esto lo ha recalcado sobre todo Oliner (1996).

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que no puedo hacer aquí una descripción comprensiva de la fenomenología o
de la sintomatología de los estados traumáticos. En este momento únicamente
me interesan las operaciones psíquicas específicas.
A menudo encontramos una regresión al pensamiento omnipotente como
defensa ante el insoportable desvalimiento. Echándose la culpa el
traumatizado de lo ocurrido, el sentimiento de haber estado entregado
pasivamente se transforma en una actividad causal propia.20 También pueden
emerger en el momento del acontecimiento traumático una representación
angustiosa central, una convicción interior o una fantasía amenazante
reprimidas de larga data y soldarse con el material traumático irruptivo. De
aquí se originan convicciones escindidas o recuerdos encubridores.
La actividad anímica paralizada del Sí mismo traumatizado ocasiona la
congelación del sentido anímico del tiempo y produce un estado de
suspensión temporal interior. Esto se describe frecuentemente como la
sensación de que una parte del Sí mismo no fluye y permanece más o menos
igual, porque ya no está expuesta a la vida. También se hace referencia a ello
como un «estar apartado» o una «existencia en la sombra». Langer habla de
un estado de empecinamiento recluido en uno mismo, que no puede «fluir
fuera de la cámara hermética de (su) propio instante» (1995, 66s). Otros
dicen sencillamente que el reloj de su vida se paró en el momento del
traumatismo. En la situación traumática el afectado a menudo ya no puede
mantener los límites entre él y los otros. La excitación desbordante y la
angustia extrema hacen derrumbarse el sentimiento de uno mismo y producen
una «fusión-Sí mismo-objeto» como núcleo de la experiencia traumática, la
cual difícilmente se disuelve después y perjudica de forma duradera el
propio sentimiento de identidad.
No puedo continuar describiendo estas operaciones psíquicas en ámbitos
escindidos por inducción traumática. Me sirven para concretar a qué hace
referencia la recomposición anímica de recuerdos traumáticos. Ocupo así una
posición entre las concepciones polarizadas de investigadores
experimentales del trauma, que suponen en la memoria una réplica exacta del
suceso traumático, y aquellas otras que quieren entender el trauma sólo en el
marco del tipo de funcionamiento común de la realidad psíquica. Ninguna de
estas posiciones contrarias me parece sostenible en exclusiva. Si ahora
hemos de partir de una recomposición específica de los recuerdos
traumáticos, se nos impone la pregunta de si es posible y necesaria una
reconstrucción terapéutica de los acontecimientos traumáticos. Los recuerdos
traumáticos se activan en el tratamiento analítico a menudo por medio de
«enactments» en la relación transferencial. La revelación de la realidad del
trauma y de los afectos que le corresponden,
—————————————
20 Semejante en Oliner (1996).

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es decir su historiación, por muy fragmentaria o aproximada que pueda ser, es
condición previa para aclarar y hacer comprensible su elaboración
secundaria y deformación con fantasías inconscientes y significados, que
contienen sentimientos de culpa y tendencias al castigo. Con ello se deslindan
fantasía y realidad traumática, y el Yo adquiere un marco de comprensión
aligerado de culpa. Historiar significa también reconocer el hecho
traumático, comprender el modo de vivenciar individual y las resultantes
consecuencias a largo plazo. Si se consigue una tal interpretación
reconstructiva, se produce con frecuencia una mejoría sorprendente en el
bienestar de los pacientes, que hablan entonces de una sensación de
integración anímica, un indicio de que se está reestructurando la organización
del Sí mismo. Si se vuelve de nuevo permeable el encapsulamiento de una
parte del Sí mismo traumatizado, se puede entramar ésta mejor
asociativamente. Por contra, una reconstrucción inexacta resulta ineficaz,
aunque parezca plena de sentido. ¿Cómo se justifica esto? Una reconstrucción
tiene que coincidir con la realidad (Wirklichkeit) del trauma en el paciente y
tiene que captar la realidad que causó el traumatismo. Es necesario reconocer
el sufrimiento, verbalizar las convicciones escindidas y los recuerdos
encubridores, y comprenderlos e interpretarlos en el contexto del suceso
traumático. La interpretación tiene que comprender los elementos, que ya eran
inherentes o estaban en germen en la misma experiencia traumática, con su
formación significativa secundaria. Pero cuando en la terapia se analizan la
transferencia y la contratransferencia solamente en el «aquí y ahora» de la
situación analítica, y se montan de este modo narraciones significativas sin
una reconstrucción de la realidad traumática causante, tales narraciones
corren el peligro de no delimitar fantasía y realidad y, en el peor de los
casos, de traumatizar al paciente de nuevo.
7. Reemplazo de los recuerdos traumáticos: memoria
generacional y colectiva
Los llamados «man made disasters» como el Holocausto, la guerra, las
persecuciones políticas y étnicas apuntan con sus formas de deshumanización
y destrucción de la personalidad a la aniquilación de la existencia histórico-
social del hombre. Engarzar tales experiencias traumáticas en un contexto
narrativo no es algo que pueda conseguir el individuo particular en un acto
idiosincrásico, sino que precisa también de un debate social sobre la verdad
histórica del suceder traumático así como sobre su renegación y rechazo. La
aclaración científica, junto con un reconocimiento social de las causas y la
culpa, restituyen siempre el marco interhumano como primer paso, y con éste

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la posibilidad de traer sin censura a la experiencia lo que en aquel entonces
ocurrió en realidad. Sólo de este modo se pueden regenerar la conmocionada
comprensión del mundo y la del Sí mismo. En caso de que predominen las
tendencias sociales de rechazo o los pactos de silencio, los supervivientes
traumatizados se quedan solos con sus experiencias. En vez de encontrar
apoyo en la comprensión de los demás, es frecuente que sea la propia culpa
la que se erija entre ellos en principio explicativo. Un ejemplo actual se da
en la sociedad rusa y la falta de discusión pública sobre el terror estalinista
(Merridale, 2001; Solojed, 2006). Dado que faltan, tanto el marco colectivo
de un posible debate, como estructuras y puntos de referencia que puedan
conferir seguridad a la discusión, muchas víctimas creen todavía en su propia
culpa y no pueden entender qué significaba por ejemplo la política de
depuración. Los traumatizados no son sólo las víctimas de una realidad
política destructiva sino a la vez también sus testigos. Pero a menudo se ven
llevados a una situación en la que nadie quiere escuchar su testimonio,
porque los oyentes no quieren que se les sobrecargue con sentimientos de
miedo, dolor, rabia y vergüenza, o temen sentirse inculpados. El historiador
Friedhelm Boll (2003) ha mostrado, mediante entrevistas de testigos
contemporáneos de la época con supervivientes del Holocausto y con
víctimas del nacionalsocialismo y estalinismo, que, frente al traumatizado, se
recurre con demasiada rapidez en este campo a la cualidad de lo
incomunicable e intransmisible, lo cual no representa sino una justificación
racionalizada en que se sustenta el «no querer oír» del entorno por el «no
querer hablar» de los perseguidos. Por eso los límites de lo decible siempre
tienen que ver también con las restricciones, las reinterpretaciones y las
condenas sociales por asignación al tabú. Hay aspectos indecibles,
insoportables y un sufrimiento avasallador en su sinsentido, a cuya extrema
carga el traumatizado no quiere exponerse de nuevo contándolo. También
algo puede resultar indecible, porque lo experimentado y recordado
traumático no se debe forzar en una estructura de relato, que falsificaría el
núcleo y la verdad de la experiencia. Para concluir, quiero aclarar a
continuación, con el ejemplo del Holocausto y de la Segunda Guerra
Mundial, esta compleja composición de relaciones entre recuerdos
individuales y colectivos de los acontecimientos traumáticos.
El Holocausto se encuentra hasta hoy día en el centro de la cultura de la
memoria de muchas sociedades. Las dimensiones del genocidio de los judíos
han hecho estallar los modelos habituales de comprensión e interpretación de
los recuerdos, de las conmemoraciones y el reconocimiento histórico. Su
recuerdo, siempre de nuevo sobrecogedor por los crímenes monstruosos, el
sufrimiento inconmensurable, el horror sin nombre y la industrializada
maquinaria de extermino inmisericorde, siguen siendo hasta hoy mismo un
desafío

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para la cultura de la memoria. También estamos hasta el momento presente
empeñados en explicar el nacionalsocialismo con su destructividad radical, y
en concebir su núcleo criminal y las dimensiones del genocidio. Saul
Friedländer (1997) y otros han hecho hincapié en la paradójica circunstancia
de que en la actualidad sea más patente la posición central de Auschwitz en
la consciencia histórica de lo que fuera en décadas pasadas. El historiador
Nicolas Berg dice que el efecto procedente de la potente magnitud del suceso
real se convirtió a lo largo de décadas «en el verdadero maestro, que de
hecho fue aclarando lenta y retrospectivamente el acontecimiento mismo»
(2003, 10). Una perspectiva tal de la historia de las consecuencias está
emparentada con la comprensión psicoanalítica del trauma, sobre todo con el
encuentro de significación y la historiación a posteriori. Diferentes
historiadores se han pronunciado a favor de incluir el concepto de trauma en
la teoría de la historia. Sin embargo, se les plantea la cuestión de cómo se
puede describir convenientemente la auténtica experiencia colectiva, de
modo que el horror de la experiencia y el hecho sin sentido, brutal, chocante
del trauma no se vean sometidos a categorías históricas que generan
significaciones en las que desaparezca el carácter traumático del
acontecimiento. Así, dice Jörn Rüsen: el Holocausto «rompe los conceptos
de sentido que nos permiten interpretar, cuando se los refiere
existencialmente, a las capas profundas de la subjetividad humana en las que
arraiga la identidad… Esta perturbación no es fácil de tolerar. Y aún con
todo ha de ser parte de la cultura histórica, si se ha de evitar que ésta se
instale por debajo del umbral de experiencia que el Holocausto, en su
remisión mnémica a la experiencia del pasado…, preestablece
objetivamente» (2001, 214). Lo que Rüsen acentúa aquí es la necesidad de
remontarse a los recuerdos de los testigos, para no errar la cualidad
traumática y catastrófica de la experiencia en la descripción y clasificación
históricas. Tras la muerte de los testigos de la época, ocupa ese lugar una
toma de consciencia rememorativa de su historia de persecución y
sufrimiento, aunque la experiencia traumática primigenia de los
supervivientes con su carga insoportable no sea susceptible de transferirse al
recuerdo de los no afectados. En Alemania no pudimos limitarnos solamente
a mantener vivo el recuerdo de las víctimas y de los crímenes que
padecieron, sino que tuvimos que incluir también en el recuerdo los crímenes
cometidos, de los que había que responder, y a sus autores. Los historiadores
hablan al respecto de «recuerdo negativo» (Knigge y Frey, 2002). El
recuerdo y su rechazo, así como la cuestión de la culpa y responsabilidad y
su renegación, pusieron en marcha una dinámica transgeneracional específica
en la sociedad alemana que proporcionó a la noción de generación un
significado especial como categoría de la memoria (Jureit y Wildt, 2005).
De acuerdo con la estrategia rememorativa predominante de aquella
generación cuyos miembros

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estuvieron involucrados, como autores activos o simpatizantes fascinados,
con el nacionalsocialismo, se renegó ampliamente de la propia participación.
Se jugó el papel de víctima de Hitler y de un pequeño grupo de fanáticos
seguidores y ejecutores. Los sufrimientos de las verdaderas víctimas, si
acaso se tuvieron en cuenta, se contabilizaron junto a los de los propios
grupos de víctimas, los prisioneros y lisiados de guerra, los refugiados y
deportados. Alexander y Margarete Mitscherlich han descrito en 1967 las
patologías rememorativas en la sociedad de postguerra alemana en su famoso
estudio «La incapacidad de hacer el duelo». Ellos entienden que se rechazara
el recuerdo de lo horrendo y criminal sucedido como una autoprotección, que
sirvió para defenderse de la melancolía que se habría instalado
ineludiblemente, si los alemanes hubieran hecho frente a su vínculo con Hitler
y a su carga de culpa. A causa del comportamiento omnipotente del
narcisismo y los ideales del nacionalsocialismo, la solidaridad humana y la
empatía con las víctimas se vieron excluidas del Sí mismo y destruidas. El
tratamiento de esta patología consistía para ellos en un trabajo de duelo, que
entendían con Freud como un trabajo rememorativo que debería servir para la
reelaboración de la culpa. El punto esencial del análisis de los Mitscherlich
afectaba a la patología del Ideal del Yo y del Superyó. Pero ya en las viñetas
de casos expuestas se transluce un texto subyacente, que permite vislumbrar
aún otras condiciones de esta patología colectiva. Es así que podemos
descifrar hoy en día cierta sintomatología de los pacientes de los
Mitscherlich como un trastorno postraumático. La rápida y exitosa
reconstrucción de la sociedad alemana en los años cincuenta y sesenta se
basó no sólo en la culpa reprimida, sino también en una corriente de fondo,
formada por los pasados ejercicios de extrema violencia y su traumatizante
experiencia, por los bombardeos, la huida y las consecuencias de la guerra.
En este punto nos encontramos con un complejo entramado de crimen, guerra,
responsabilidades, trauma y recuerdo. Tal y como hoy sabemos, la rigidez
emocional, la desrealización del pasado y la represión (Verdrängung) de los
propios actos son consecuencias directas de traumatismos, lo cual limita la
capacidad de considerar reflexivamente el pasado. El problema moral del
rechazo de la culpa está aquí ligado a una patología rememorativa de origen
traumático. La justificativa consciencia de ser víctima que se han creado a
posteriori los miembros de la generación de los ejecutores, se alimentó de
ambas fuentes, del rechazo de la culpa y de las experiencias traumáticas.
La siguiente generación creció a la sombra de esta mentira de por vida, en
que sus padres se consideraban víctimas. El silencio acerca de la propia
participación y las lagunas en las biografías familiares habían generado en
los niños un sentido de realidad parcialmente distorsionado y nebuloso. El
que los padres se defendieran de reflexionar sobre ellos mismos, también
obstaculizó

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reiteradamente que se sometieran a discusión la escala de valores y los
ideales nacionalsocialistas, de los que habían sido partidarios. Muchos se
aseguraron de su validez a través de una instrumentación narcisista de sus
hijos, a los que se discutía agresivamente cualquier criterio diferente. La
confrontación de esta segunda generación con sus padres puso, por fin, de
manifiesto un patrón específico de «recuerdo escindido» (Domansky, 1993),
que es importante para la comprensión del desarrollo ulterior. A juicio de los
hijos, los padres se volvieron sospechosos, en general, de haber sido
cómplices. En oposición y contraidentificación, los hijos terminaron por
adherirse a las víctimas de esta generación de padres y autores. Muchos se
comprometieron con proyectos políticos y científicos que se encargarían de
investigar y reconstruir la historia y el papel de las víctimas. Pero con
frecuencia la discusión abierta con la generación de los padres no traspasaba
la puerta de la propia casa. Si bien la renegación y el silencio se habían roto
en el plano social general, continuaron a pesar de todo en un nivel individual.
El aventurarse en éste parecía demasiado doloroso y se relacionaba con
miedos catastróficos. Como mostraron los tratamientos psicoanalíticos de
miembros de esta generación, su ligazón emocional inconsciente con los
representantes de los padres de la temprana infancia había perdurado de
diversos modos sobre las consideraciones posteriores acerca de la
implicación de los padres con el nacionalsocialismo. Con frecuencia, el
representante estaba escindido en una imagen idealizada del padre de la
temprana infancia, y otra imagen del padre comprometido, que había
participado o estaba él mismo implicado en crímenes. A pesar de haberse
distanciado mucho del mundo de sus padres en sus identificaciones yoicas y
en su actitud consciente, no podían resolver la escisión de la imagen paterna.
El lazo positivo se quedó en el inconsciente, pero creó un conflicto de lealtad
que condujo no a cuestionar los tabúes de los padres, sino a respetarlos. Así
se mezclaban a menudo los empeños por descubrir la verdad y la historia
callada y renegada simultáneamente con procesos de rechazo. De esta forma
el Yo se veía expuesto una y otra vez al riesgo de hacerse cómplice
inconsciente de los padres y de sus opiniones.
Reconocer y elaborar esta constelación psíquica fue un proceso
agudamente doloroso para los miembros de esta generación, pero que en
muchos casos permitió que se abriera o resolviera el paréntesis emocional
con los propios padres, y se marcaran distancias gracias a una perspectiva
más independiente. La revelación y elaboración de los tabúes, mitos y
leyendas sobre los crímenes y los autores que tuvo lugar simultáneamente en
toda la sociedad posibilitaron y facilitaron este desprendimiento. Rechazo y
recuerdo se manifestaron siempre entreverados. En una espiral ascendente, se
tuvo que ayudar cada vez desde cero a la realidad, y a su toma de consciencia
rememorativa para que

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conquistase sus derechos. Las rígidas fronteras entre el recordar público y el
que se practicaba en familia se hicieron más permeables a lo largo de este
desarrollo. A partir de los años noventa, entrevistas con los miembros aún
vivos de la generación de los padres e indagaciones acerca de su implicación
culpable dieron a luz muchos documentos de la memoria, así como
reelaboraciones literarias de la historia familiar. Pero en muchos casos la
aclaración y la reconstrucción tan sólo fueron posibles de modo fragmentario,
ya que no cupo romper el silencio de los padres, o los hijos se embarcaron en
busca de aclaraciones demasiado tarde y los padres ya habían muerto.
Entonces, ya no se pudo airear los secretos de familia. Nicolas Abraham
(1978) habla de un fantasma que puede, por tanto, anidar en las lagunas del
recuerdo familiar y seguir surtiendo efecto inconscientemente. Si bien este
estado de cosas tiene menos consecuencias patológicas, muchos miembros de
la segunda generación tienen que vivir, no obstante, con una ambivalencia
irresoluble, sobre si los padres se vieron involucrados, y en qué medida, con
el nacionalsocialismo y sus crímenes. En la actualidad la tercera generación
se está definiendo en esta sucesión. Tiene una visión propia más
independiente de lo sucedido y de las implicaciones familiares. Sin embargo,
también volvemos a encontrar en ella los mismos conflictos de lealtad
familiar, bien que de forma atenuada.
RESUMEN
Recuerdo, trauma y memoria colectiva. La batalla por el recuerdo en el
psicoanálisis
Debido a la importancia creciente del análisis del «aquí y ahora» de la
relación terapéutica, el recuerdo y la reconstrucción del pasado han perdido
la relevancia central que tuvieron para Freud. Las experiencias y los
recuerdos traumáticos se resistieron a este desarrollo. Se muestran las
particularidades de su dinámica rememorativa y la importancia de la
reconstrucción, no sólo para el tratamiento analítico, sino también para la
memoria colectiva del Holocausto y sus consecuencias posteriores.
Summary
Recollection, trauma, and collective memory. The memory battle in
Psychoanalysis
Due to the increasing importance of the analysis of the «here and now» of
the therapeutic relationship, memory and the reconstruction of the past have
lost

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the central relevance they had for Freud. Traumatic experiences and
memories have resisted this development. The particulars of the dynamics of
memory and the importance of reconstruction, are shown, not only for analytic
treatment, but also for the collective memory of the Holocaust and its later
consequences.
RÉSUMÉ
Souvenir, trauma et mémoire collective. La bataille pour le souvenir
dans la psychanalyse
En raison de l'importance croissante de l'analyse du «hic et nunc» de la
relation thérapeutique, le souvenir et la reconstruction du passé ont perdu la
prédominance centrale qu'ils ont eue pour Freud. Les expériences et les
souvenirs traumatiques ont résisté à ce développement. L'auteur montre les
particularités de sa dynamique remémorative et l'importance de la
reconstruction, non seulement pour le traitement analytique, mais également
pour la mémoire collective de l'Holocauste et ses postérieures conséquences.
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Article Citation [Who Cited This?]
Bohleber, W. (2007). Recuerdo, trauma y memoria colectiva. La batalla por
el recuerdo en el psicoanálisis*. Rev. Psicoanál. Asoc. Psico. Madrid,
50(7):105-131

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