nunca en beneficio suyo lo que hicieron por ellos los ven ..
cedores. Con la caída del imperio romano desaparecieron las obras públicas, la civilización, el arte y la industria. Quedaron deshechos los grandes caminos de las Galias, excepto algu- na calzada que la desgraciada reina Bruneqllilda reparó, cuya reparación duró poco tiempo. Apenas se podía pasar a caballo por las antiguas vías, que no eran ya más que abismos llenos de cieno y de piedras. Había que pasar por los campos labrados, y los carros apenas podían hacer en un mes el camino que hacen hoy en una semana. El co- mercio se puede decir que no existía. Por poco que se via- jase en las estaciones crudas, largas y fastidiosas en los climas septentrionales, era preciso hundirse en el fango o trepar por las rocas. Eso es lo que sucedía en Alemania y en Francia hasta la mitad del siglo XVII. Hasta la época da Luis XIV no empezaron a construirse los grandes cami- nos, que las demás naciones imitaron. Las vías militares romanas sólo tenían dieciséis pies de anchura, pero eran infinitamente más sólidas, y no necesitaban reparadas todos los años como nosotros. Las embellecían infinidad de mo- numentos, columnas miliarias y hermosos sepulcros, por- que ni en Grecia ni en Roma se permitía que las ciudades sirvieran de sepultura, y mucho menos los templos, lo que les hubiera parecido un sacrilegio. No sucedía allí lo que sucedió en nuestras iglesias, en las cuales una vanidad de bárbaros indujo a enterrar a precio de oro a los habitantes ricos, que infectaban el sitio donde los fieles van a adorar a Dios, y en el que parecía que sólo quemaban incienso para no oler el hedor de los cadáveres, mientras que los pobres se pudrían en el cementerio contiguo, y unos y otros esparcían enfermedades contagiosas que atacaban a los vivos. Únicamente los emperadores romanos reposaban al morir en los monumentos que Roma les erigía.
CANTO, MÚSICA, MELOPEA
Un turco no podría concebir que tengamos una clase
de canto para el primero de nuestros misterios cuando lo representamos con música; otra clase que llamamos motetes y cantamos en el mismo templo; una tercera clase de canto CANTO, MÚSICA, MELOPEA 435
para el teatro de la ópera cómica. De ese mismo modo,
pues, no podemos comprender cómo los antiguos tocaban las flautas y se presentaban en sus teatros con la cabeza tapada con una enorme máscara, ni cómo su declamación estaba puesta en mÚsica. Se promulgaban las leyes en Ate- nas casi casi como se canta en París una canción en el Puente Nuevo. El pregonero público cantaba un edicto con el acompañamiento de una lira. Después de la victoria de Queronea, Filipo, padre de Alejandro, se puso a cantar e! decreto que le había escrito Demóstenes para declarar la guerra. Es verosímil que la meloj¡ea, que Aristóteles considera en su Poética como parte esencial de la tragedia, fuera un canto sencillo y llano, como e! que se llama de prefacio en la misa, o sea e! canto gregoriano, que es una verda- dera melopea. Cuando los italianos hicieron revivir la tragedia en el siglo XVI, el recitado era una melopea, y como no se podía poner en nota, lo aprendían de memoria. Esa costumbre fué admitida en Francia cuando los franceses empezaron a formar su teatro, un siglo después que los italianos. La Sofonisba, de Mairet, se cantaba como la de Trissin, pero más groseramente, porque entonces era bastante ruda la garganta de París, lo mismo que el talento. Los papeles de los actores, y sobre todo los de las actrices, se cantaban de memoria. Mlle. Beauval, actriz de la época de Corneille, Racine y Moliére, me recitó, hace ya más de sesenta años, el principio de! papel de Emilia en la tragedia Cinna, como lo declamó la Baupré en las primeras representaciones. La tal melopea se parecía a la declamación actual mucho me- nos que el modo de recitar moderno se parece al modo de leer la Gaceta. Sólo puedo comparar esa especie de canto llamado melopea a los admirables recitados de Lulli, tan criticados por los adoradores de las semicorcheas, que desco- nocen completamente e! genio de nuestra lengua y desean ignorar los recursos que proporciona esa melodía a un actor ingenioso y sensible. La melopea teatral murió con la co- medianta Dunclós, que no teniendo otro mérito que poseer una hermosa voz, carecía de coraZón y de talento, y puso en ridículo lo que había excitado la admiración del pú- blico en las actrices CEillets y Champmmalé. Actualmente se representa la tragedia con sequedad, y si 436 DICCIONARIO FILOSÓFICO
no la recalentase lo patético del espectáculo y de la acción,
seria muy insípida. El siglo XVIII,· muy recomendable por otros conceptos, es el siglo de la sequedad. ¿Es verdad que en la época de los romanos recitaba un actor mientras desempeñaba otro la parte mímica? No fué por burlarse por lo que el abad Dubos ideó este singular modo de decla- mar. Tito Livio, que no descuidó nunca el instruimos en los usos y costumbres de los romanos, y que en esto es más útil que el ingenioso Tácito, nos refiere que Auctrónico, habiendo quedado ronco al cantar en los intermedios, con- siguió que otro cantase por él, mientras él ejecutaba la danza, y que de aquí provino la costumbre de dividir los intermedios entre los bailarines y los cantores. Pero no se repartían el recitado de la pieza entre un actor que hiciera gestos y otro que declamara, porque esto hubiera sido tan rid ículo como impracticable. Las pantominas que se representaban sin hablar, perte- necen a un arte muy diferente. Pero este arte sólo puede gustar cuando representa un hecho marcado, un aconteci- miento teatral, que se dibuja fácilmente en la imaginación del espectador. Puede representarse a Orosmán mÚando a Zaira y matándose a sí mismo, a Semíramis herida, arras- trándose por las gradas que conducen al sepulcro de Nino y tendiendo los brazos a su hijo. No se necesitan versos para expresar esas situaciones por medía de la mímica y el compás de una sinfonía lúgubre y terrible. ¿Pero como podrá expresar la pantomina la disertación de Máximo y de Cinna sobre los gobiernos monárquicos y populares?
CARÁCTER
Su etimología viene de la palabra griega impresión, y sig-
nifica lo que la Naturaleza ha grabado en nosotros. ¿Pue- de cambiarse de carácter? Sí, cuando se cambie de cuerpo. Sucede que el hombre que nació pendenciero, inflexible y violento, al llegar a la vejez es víctima de la apoplejía, y llega a convertirse en un niño tímido, llorón y mieda,o, y entonces puede decirse que cambia de cuerpo. Pero mien- tras sus nervios y su sangre permanezcan en estado natu- ral, no cambiará de carácter, como no cambian de instinto los lobos ni las focas.
Las mujeres y la ópera: Un maravilloso viaje por la historia de la ópera que, a través de personajes como Carmen, Elektra o Aída, nos descubre el papel de la mujer en el ámbito de la ópera y su evolución a lo largo de los años.