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Breve semblanza del hogar

“Despreciable es el hogar sin fuego”


Orestíada

Una vez le pregunté a mi tía Rosario por qué seguía recibiendo en su casa a sus sobrinos, dos
mozalbetes iniciados desde muy temprano en las artes delictivas y en el uso de las drogas más baratas y
corrientes, y que no habían llevado al seno familiar más que disputas y desazones. Por lo mismo le
pregunté por qué, además de recibirlos, les ponía la mesa y les servía un plato de comida sin ningún
miramiento. Su respuesta no fue una intrincada apología del sentimiento de responsabilidad sanguínea;
ella sabía que recibirlos en su casa y servirles un plato de sopa como si nada, no era lo más ortodoxo.
Pero no así era más ortodoxo negarles la comida y cerrarles las puertas. Su respuesta a mi suspicacia
fueron estas edificantes palabras: “Un hogar siempre se debe mantener, pues cuando no hay hogar no
hay familia, y cuando no hay familia no existe nada que valga la pena. Un hogar que no sirve, por lo
menos, un plato de frijoles ni un vaso de agua a un familiar o a un extraño no es un hogar, sólo es una
casa, y en una casa vive cualquiera: los malvivientes y las bestias; en un hogar vivimos nosotros, los
que vivimos o queremos vivir bien.”. Fue así que en un esfuerzo por entender la sabiduría subrepticia
de sus palabras, surgió esta breve reflexión.

Una casa y un hogar son cosas distintas. En un sentido es sencillo distinguirlas, pero en otro no.
Vagamente, las palabras casa y hogar parecen corresponderse en mutua necesidad, en primer lugar
porque refieren a lo mismo, y en segundo porque no hay una sin la otra. Pero digo que “parecen”,
porque, al menos en nuestra manera de hablar, las usamos para referirnos a lo mismo. Decimos que una
casa y un hogar son el espacio para habitar. Por consiguiente viene a ser indiferente la manera en la que
se nombre a la estructura en la que habitamos, pues ambas suponen una estructura material en la que se
puede “tener” lo necesario para vivir.

Frecuentemente decimos que una persona afable, de buenos valores y de rectitud en el carácter viene de
un buen hogar, en suposición de que el buen hogar es causa de su bonhomía. Pero la noción de “buen
hogar” es pleonástica, tanto como la noción de “buena ortografía”. Ambas palabras (hogar y
ortografía), implican por sí mismas el sentido de lo bueno. Lo de la ortografía ya es sencillo atajarlo
dado el significado de la palabra misma. Sin embargo, en la palabra hogar no está clara dicha noción de
lo bueno. Me parece que esa es precisamente la razón por la que se usan indiscriminadamente las
palabras casa y hogar como sinónimas. Una estructura material no puede ser buena por sí misma; nos
fijamos en lo que acontece dentro de ella, y de acuerdo a ello decidimos si es buena o es mala. De ahí
que se diga que una persona proviene de un buen hogar. Pero, reitero, buen hogar es un pleonasmo.
Sólo hay hogar cuando una casa se rige en consonancia con lo que es bueno, si no, sólo es una casa, un
habitáculo, o mejor dicho una choza.

Una primera forma de empezar a elucidar la amplia diferencia entre una y otra es por medio de sus
etimologías. Casa, proviene del latín casa que, según San Isidoro, es una habitación hecha de ramas y
estacas en la que el hombre se resguarda del calor o del frío1. Casa viene siendo un habitáculo
rudimentario cuyo propósito es el de resguardar de las inclemencias climáticas al animal inerme. Así
que donde uno habita es donde se tiene lugar seguro. Esto se vuelve una suerte de sobrevivir, de
mantener la vida sin ningún otro tipo de finalidad. No obstante, el hogar sí muestra una finalidad que
no es la de sobrevivir a costa de las inclemencias naturales. El hogar es aquello que se construye para
vivir bien.

Hogar significa, literalmente, fuego. El focus latino dio al castellano la palabra fuego, y ésta la noción
de fogar, cuya evolución fonética devino en hogar. Por esta razón el hogar no es la estructura material
para habitar como comúnmente se piensa. Podría decirse que es la casa en la que hay fuego, o mejor
dicho el fuego que hay en una casa. Pero tampoco hay que tomarse a la ligera esta definición primaria.
Lo que sí parece cierto es que el fuego guarda el misterio del hogar, por todo lo que él mismo significa
y simboliza. Donde hay fuego hay calor, y la calidez es también signo de comodidad y de bienestar.

La visión prometéica del fuego involucra su servicio al hombre y el principio de la técnica. Pero aquí el
fuego no tiene una connotación positiva, ni es símbolo de progreso ni de evolucionismo, sino simple y
sencillamente de técnica para vivir bien, pues acaso sin técnica no existiría el buen comer, ni el bello
vestido, ni los juegos, ni el cuidado del cuerpo. Puede avistarse ya, por lo anterior, que el hogar es la
casa del alma, porque sólo en el hogar el alma del hombre se manifiesta como potencia de su
perfección; es fuente de lo bueno, de la sangre y del fuego; de la familia y del pensamiento.

Tampoco es de extrañar que la palabra hogar esté emparentada con la palabra hoguera, pues ambas son

1 San Isidoro, Etymologarium, libro II.


pilares del fuego que alumbra e ilumina. Con el fuego, los alimentos que, en un sentido primitivo sirven
para preservarnos vivos, se vuelven algo más que alimentos y pasan a ser comida.

El comer es, precisamente, otro de los fundamentos del hogar. En otro ensayo definía que comer
implica dos cosas: la técnica desarrollada con el uso del fuego y la compañía. Ambas cosas están
relacionadas entre sí de manera que la experiencia del comer es una de las experiencias que más
distinguen al zoon politikon. De este modo, la experiencia del comer es también una experiencia del
hogar. Y aún más, la exquisitez del comer son propiciadas en el seno de éste. Difícilmente alguien
negará que la comida se disfruta más si está bien cocinada y si se come acompañado. En otras palabras,
el comer es el pináculo del hogar, pues éste es el fuego y el sitio de la compañía.

También el hogar es fuente de reposo para el fluir de la contemplación. Mientras la casa sirve para
refugiarse de la lluvia, el hogar no es necesariamente el lugar para cuidarse de ella, también es donde se
le escucha. Tampoco es necesariamente la oposición del frío, también es la contemplación de su
aspereza. Y si bien es cierto que muchos filósofos y poetas han suscitado sus obras fuera de él, no es
menos cierto que, en la medida de lo posible, trataron de remediar la situación escribiendo en lo que
más se le parecía; basta, para ello, recordar que hasta Descartes escribió cerca de una estufa.

Con todo, el hogar es el alma de la familia, es su centro, su principio y su confín. Sin familia, el hogar
es simplemente una casa, una choza, una empalizada. La casa es para cualquiera, para la bestia y el
indigente, para el que sólo vive y ha de morir. El hogar, por el contrario, es para el que pretende vivir,
si es posible, eternamente, o si no, para el que quiere morir bien en la vejez, en su último descanso.

Si, después de todo, mis primos fueron malvivientes que sólo tuvieron una casa, de cualquier modo no
cabe duda de que el hogar de mi tía Rosario era sólido. En primera y última instancia, porque el hogar
no sólo guarece al hombre, sino que lo salva y lo cura del mal.

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