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Mientras que la búsqueda del lucro basado en innovaciones tecnológicas se mueve a gran
velocidad, la capacidad de la sociedad para comprender las implicaciones sociales y
económicas de las nuevas tecnologías, sus impactos al ambiente y a la salud, en la mayoría
de los casos llega mucho después que los productos de esas tecnologías ya están en el
mercado. Las formas en que las sociedades trataban de comprender y poner a prueba las
innovaciones, han sido rebasadas por el alud de tecnologías nanométricas, biológicas,
cibernéticas, robóticas y la convergencia de todas ellas.
Ante el evidente deterioro de todos los entornos, los mismos que controlan los desarrollos
tecnológicos proponen ponerle precio a lo que vuelven escaso, a cada brizna de yerba y a
cada paisaje, a cada gota de lluvia o bocanada de aire limpio, a cada uno de los ciclos
biogeoquímicos, como si volver negocio todos los ámbitos de la existencia garantizara “su
conservación”. Aumenta la especulación sobre cómo controlar la debacle ambiental y
climática y cada propuesta técnica se convierte, a su vez, en nueva fuente de lucro. Es la
llamada “economía verde”, con “tecnologías verdes” que conllevan nuevos impactos
sociales y ambientales negativos.
Un número cada vez menor de corporaciones trasnacionales controlan tanto las tecnologías
como los recursos y su poder aumenta con los regímenes de propiedad intelectual;
Cada vez más ámbitos del mundo natural se consideran nichos de mercado gracias a las
nuevas tecnologías, al tiempo que nuevos instrumentos especulativos financieros
promueven su privatización y acaparamiento.
Es cada vez más evidente la relación entre el desarrollo tecnológico encabezado por las
corporaciones y la producción de desempleo, miseria y crisis globales.
No solo el “sistema inmunológico del planeta” está sufriendo, también nuestra propia
persona, los cuerpos de nuestras niñas, niños y jóvenes, que están heredando la carga de
enfrentar la sinergia destructiva de las crisis del ambiente y la salud ocasionadas por el
desarrollo actual de la tecno-ciencia desarrollada para el lucro.
Al mismo tiempo, esas tecnologías amenazan y/o desplazan las alternativas tecnológicas
reales y positivas que existen desde las organizaciones, como por ejemplo, la agroecología
y otras.
Por ello, desde 2008 el Grupo ETC comenzó a discutir con otras organizaciones y redes de
la sociedad civil y movimientos sociales la necesidad de crear redes de evaluación social de
las tecnologías. Han habido una serie de talleres y seminarios de diferente formato y en
varios países a partir de un primer seminario latinoamericano que organizamos en 2008, en
la ciudad de México. Luego de este largo proceso, en 2016, en colaboración con REDES-
Amigos de la Tierra Uruguay, tenemos la posibilidad de avanzar concretamente
estableciendo una red para la evaluación social de tecnologías, integrando representantes de
movimientos, organizaciones y académicos críticos.
Algunas de las preguntas que nos planteamos son ¿cómo se vive en nuestra región la
innovación tecnológica? ¿de qué modo sufrimos los impactos específico-geográficos de las
innovaciones tecnológicas? ¿cuáles son las innovaciones estratégicas para la reproducción
del sistema? ¿cuáles son las perspectivas propias con las que podemos desafiar a las
imposiciones tecnológicas?
Para una evaluación social de las tecnologías necesitamos también pensar el problema con
una perspectiva histórica. Enfocarlo no solo desde un ángulo inmediato y urgente, sino
preguntarnos también de donde viene, cuánto tiempo ha estado ocurriendo, que caminos ha
estado siguiendo, en qué momento se encuentra y hasta donde va a llegar, para saber con
conciencia histórica, a qué nos estamos enfrentando.
Crear capacidad común de ver el horizonte tecnológico, prever los nuevos desarrollos
tecnológicos y sus impactos, tomando en cuenta el contexto social y la perspectiva histórica
de donde surgen.
Plantearse como un fuerte interlocutor social ante los nuevos mecanismos de Naciones
Unidas sobre tecnología y ante las políticas gubernamentales nacionales y regionales al
respecto.
Plantear y rescatar también las opciones tecnológicas y las alternativas desde las
organizaciones y movimientos sociales
Cerca de una cuarta parte de los jóvenes afirma que en algún momento ha hecho un mal uso
de las TIC cuando las ha usado para molestar a compañeros de clase o se ha apropiado de
información personal. Uno de cada 10 ha suplantado la identidad de terceros o ha ofendido
a otros con comentarios y/o imágenes.
Aunque no se observa un mal uso o abuso generalizado de las TIC, los adolescentes
constituyen un grupo de población en el que su uso extensivo tiene un elevado riesgo de
desencadenar usos problemáticos. Padres, educadores y otros agentes educativos se tienen
que corresponsabilizar de la tarea de informar, formar y entrenar a los jóvenes en la
autorregulación del uso de las TIC.