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El replanteo

Patricia Aréchaga

Palabras preliminares
La invitación es a recorrer una de las técnicas que, a nuestro criterio,
otorga especificidad al rol de mediador. Es decir, responder a la pregunta de
qué intervención propia de su rol hace un mediador o, dicho de otro modo, qué
hace que su expertise difiera de la de otros profesionales u operadores de
conflicto. Entendemos que parte de esa respuesta es: recortar el conflicto
mediable, identificar el objeto mediable y, con ello, delimitar nuestro
campo de intervención.
La técnica al servicio de esta tarea es, según nuestra opinión, el
replanteo del conflicto en términos de intereses prioritarios de las partes. La
intervención se centra en producir el salto cualitativo desde la definición
posicional binaria del conflicto con el que las partes acuden al proceso de
mediación hacia a una definición que neutraliza o deflaciona la disputa. Ello se
daría al reconocerse las partes en una nueva definición del conflicto,
reformulada sobre la base de intereses diferentes y/o comunes. Este punto de
inflexión en el proceso cumple con dos objetivos básicos de la tarea del
mediador: a) devuelve el saber acerca de la solución a los protagonistas del
conflicto y b) abre el campo a la investigación de opciones de mutuo beneficio.
Para el desarrollo de esta técnica pueden utilizarse herramientas como:
la exploración preliminar, el motivo de consulta, la agenda provisoria, la
legitimación de acuerdos parciales y la agenda definitiva, que desarrollaremos
en este capítulo.

Delimitando el campo
Podríamos decir que la expertise del mediador radica en dos grandes
intervenciones: 1) evaluar la mediabilidad del caso y 2) determinar el recorte
del conflicto mediable (Aréchaga, Patricia, Brandoni, Florencia y Finkelstein,
Andrea, 2004 y Aréchaga, Especificidad del acto de mediar, 2005).

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En función de ello, el mediador analiza las condiciones subjetivas que
deben aportar los participantes a la mesa de negociación y, a la vez, evalúa las
que debe aportar para configurar su rol de operador de conflictos en un
contexto colaborativo.
La mediación requiere, entonces: primero, hacerme cargo de que tengo
un problema, de que contribuí a armarlo y, en consecuencia, pensar acciones
para resolverlo; segundo, tener capacidad para alojar la versión del otro y, con
ello, sus preocupaciones, y validarlas; tercero: plasticidad psíquica, es decir,
capacidad para albergar ambigüedades; y cuarto, capacidad volitiva. En tanto
estas condiciones estén presentes en ambos, habrá que buscar configurar un
espacio tercero que otorgue legalidad a la salida de enfrentamiento. Generar
una deflación de la disputa. Para ello deberá ofrecerse un abordaje que rompa
con la lógica binaria. Y esa es nuestra especificidad como mediadores
(Arechaga, 2017).
Sabemos que el dispositivo de mediación está atravesado por múltiples
interacciones que constituyen asimismo otros tantos procesos de negociación.
Es decir, está conformado por varios subsistemas: mediador con las partes,
con los abogados de las partes, las partes entre sí, los abogados entre sí,
etcétera.
Además, y en el particular caso de los programas de mediación
prejudicial1, la labor específica del mediador tiene mayor dificultad que en otros
ámbitos, atento que no sólo tiene múltiples interacciones negociales que saber
leer, sino que, a la vez, debe transformar un caso jurídico en un caso
mediable.
El abogado construye a partir de su bagaje teórico, consolidado por los
siglos de los siglos en la ciencia jurídica, un caso. Y este caso debe ser
transformado y adecuado a la propuesta de la mediación.2

1 En la República Argentina a nivel nacional y en algunas provincias, se ha implementado un


programa conectado y /o anexo al sistema judicial que impone acudir a una mediación antes de
iniciar una demanda judicial. Es decir, se instauró la mediación prejudicial obligatoria.
2La idea de pensar la transposición del caso jurídico al caso mediable fue acuñada en mi
instancia de supervisión con el Lic. José Luis González.

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Hay una tensión entre lo pretendido del sistema y lo que puede ofrecer
una negociación basada sobre intereses. Ello implica, algunas veces, un
obstáculo de la práctica de mediación que nos interpela.
La lógica jurídica es una lógica de confrontación, la lectura del conflicto
requiere de objetivizaciones y de clasificaciones en la normativa legal vigente;
en cambio, la lógica de la mediación requiere intentar y generar un ámbito de
colaboración y romper con aquella lógica binaria. A la vez partimos de la idea
del conflicto como construcción subjetiva, “algo” del mundo real ha sido
significado como conflicto para ese sujeto particular, y es esa significación la
que juega a la hora de solicitar algo determinado. Esa construcción también
tiene el efecto de posicionar al sujeto en un entramado y de ocupar allí un rol o
lugar. (Aréchaga, Pedir lo que no hay. El principio de la impotencia, 2011). En
cambio, la definición del conflicto jurídico se encuentra encorsetada en la
norma de clausura, es decir, entre conductas prohibidas y conductas
permitidas. (Entelman, 2002)
La especificidad de una negociación que utiliza como criterio
preponderante los intereses para focalizar la resolución de una disputa reside
en intentar detectar los intereses singulares de cada uno de los sujetos
implicados, intentando a partir de ello una nueva definición del problema.
El jurista y psicoanalista francés Pierre Legendre describía al Derecho
como Texto sin Sujeto (Cohen Imach, 2007). La mediación, en tanto, se dirige a
recuperar precisamente al Sujeto. Y, para esto, opera desde una lógica
diferente, donde es innecesario ficcionar al conflicto para subsumirlo en las
leyes (lo que corresponde o no desde la norma positiva). Por el contrario,
recoge, aloja, escucha, toma al conflicto no como el enfrentamiento de
realidades materiales o como problemas jurídicos, sino desde la perspectiva
del conflicto en tanto construcción subjetiva e intersubjetiva, porque una
situación es vivida como conflictiva si es significada como tal. O sea, son los
conflictos que se definen en el terreno de las atribuciones de significación
personales, vinculares e institucionales (Brandoni, 2005).
Retomando, podemos observar que cuando las partes en conflicto
acuden al dispositivo de mediación lo hacen con una definición del problema

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que responde a la lógica posicional. Una lógica binaria y excluyente. Cada uno
defiende su postura, su opción como única salida a la disputa, y argumenta a
favor de su legitimación. Por ello, es pertinente tener un análisis discursivo que
nos permita distinguir argumentos que refuerzan la posición asumida, la
posición como la única opción que he elegido para dar cobertura a mis
intereses y los intereses que efectivamente representan lo que cada parte
quiere proteger, satisfacer, dar cobertura.
Existe una confusión conceptual entre lo que representan la posición y
los intereses. La posición es una solución, una opción única y excluyente que
intenta proteger intereses. Es una pista del modo/ propuesta que las partes
han podido elaborar para satisfacer sus intereses. No es el interés. Podríamos
decir que el disfraz de los intereses, su máscara, se encuentra fuertemente
consolidada en la propuesta única que defiendo en una negociación.
Ello impide la reformulación o replanteo del problema en términos de
interés ya que la confrontación se anuda a otro nivel: el de las opciones únicas
y excluyentes (posiciones). Esto impide, obviamente, la búsqueda de
soluciones consensuadas.
En el imaginario social, la “diferencia” es asimilada a la “confrontación”,
ya que se juega en el campo de las soluciones/posiciones/propuestas, y no en
el campo de los intereses. Por lo tanto, el recorrido a invitar a los participantes
de la mediación es el que va desde "la ganancia del otro es mi pérdida" hacia
"una ganancia para mí no es necesariamente una pérdida para el otro". Es
decir, desde juegos de suma cero o puro conflicto a juegos de suma variable
donde hay relación de conflicto y, a la vez, de colaboración. (Entelman, 2002)
Nuestro trabajo, cuando hay condiciones de mediabilidad, es visibilizar
la interdependencia, deflacionar la disputa reformulando las diferencias,
desandar las incompatibilidades percibidas y acuñadas con la posición y
caminar hacia la creación de valor.
¿Cuáles son los obstáculos que operan para impedir el replanteo del
conflicto entre las partes? ¿Cuál es la demanda al operador/mediador?
Un escollo, un difícil muro que atravesar es una de las tensiones propias
de la interacción negocial: la tensión entre resultado y relación. Cuando no

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ha podido ser gestionada con eficacia, las partes acuden al proceso de
mediación a los fines de romper la dinámica congelada que resulta del
impasse.
Esta tensión es la que marca la interdependencia. Hay una diferencia
con alguien, a quien necesito para resolverla. Es decir, el escenario de la
negociación se plantea cuando no puedo o no quiero imponer una opción al
otro y lo necesito. Entonces, hay que saber gestionar la tensión entre resultado
y relación. Todos sabemos esto. Si uno se plantea una negociación, es siempre
dentro de una relación con otro donde se ha decidido que la acción conjunta es
mejor que la individual. Por lo tanto, el resultado de un negociador depende del
comportamiento del otro negociador. El principio de la interdependencia es
el que nos marca el campo de la negociación (Calvo Soler, Entre ángeles y
demonios anda el juego, 2004). Es uno de los elementos a evaluar a la hora
de analizar una negociación junto con la incompatibilidad de los objetivos
(Calvo Soler, Mapeo de conflictos, 2014).
En ocasiones los negociadores han intentado gestionar esta tensión y no
han podido, por lo que la eliminaron. En ese derrotero, los comportamientos
subóptimos desde la dinámica negocial son: abandonar, ceder o atacar. Y
cualquiera de estos comportamientos desenfoca a los disputantes de su meta u
objetivo dado que los lleva a conseguir menos de lo que necesitan o a dañar la
relación con el otro para futuras negociaciones.
¿Por qué tendemos a eliminar la tensión? El desafío para la tarea del
mediador es identificar los obstáculos que han impedido gestionar esa tensión.
Vamos a dividir el análisis de estas dos variables: resultado/relación.

Obstáculos para gestionar la tensión a nivel del resultado: la mentalidad


suma cero3
Es la percepción de los sujetos de que no hay posibilidad, en una
interacción dada, de que ambas partes ganen, puesto que inevitablemente lo
que uno se lleve se lo resta al otro (juegos de puro conflicto o de suma cero).

3 Entelman, 2002.

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En este punto, desafiar este supuesto es parte de nuestra labor como
mediadores, lograr en la mesa un recorrido desde 'la ganancia del otro es mi
pérdida" hacia "una ganancia para mí no es necesariamente una pérdida para
el otro", como ya anticipamos, creando o recreando las condiciones para
reformular la disputa congelada en términos de posiciones excluyentes hacia la
detección de intereses diferentes y/o comunes; extender o dividir el objeto de la
disputa, agregar temas o partes, etcétera (Aréchaga, ¿Qué necesito para
negociar de modo eficaz? La intervención de un tercero. El rol del mediador,
2017).

Obstáculos para gestionar la tensión a nivel del eje relación:


identificación del problema con la persona.
Este supuesto limitante proviene de definir el problema, cuestión, disputa
o conflicto con el sentido de que el problema y/o la culpa son del otro. La
causa del desacuerdo es el otro. La primera consecuencia de este modo de
entender la problemática es dejar apresado al otro en la categoría de enemigo
y no poder visualizarlo como un socio estratégico para conseguir la satisfacción
de mis necesidades y/o intereses y/o metas u objetivos. (Aréchaga, ¿Qué
necesito para negociar de modo eficaz? La intervención de un tercero. El rol del
mediador, 2017)
Desde pequeños incorporamos la noción de que “responsable” es igual a
“culpable”. Por lo que un modo de despegarse del problema es defender
nuestra inocencia.
Cuando se intenta resolver una disputa bajo la lógica de la negociación,
es necesario aceptar, como ya dijimos, aquello de que “si uno no es parte del
problema tampoco es parte de la solución”. Por lo tanto, es más útil pensar en
términos de que uno está dentro de un sistema conflictual que tiene un
resultado insatisfactorio. Es decir, uno “es” responsable frente al problema.

¿Cómo desarrollo esta técnica? ¿Qué herramientas utilizo?


La intervención del mediador/operador tercero estará centrada en
visibilizar la interdependencia, reformulando los intereses prioritarios de ambos

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en una nueva definición del problema que permita, tal vez, avanzar hacia un
resultado beneficioso. Es decir, que les permita pensar opciones de mutuo
beneficio.
En este punto radica la pertinencia del replanteo. Es la técnica que
intenta romper con los obstáculos que impidieron gestionar con eficacia la
tensión entre resultado y relación.
El replanteo como técnica es una actividad del mediador, es una
metaintervención, y por lo tanto actúa desde un nivel distinto al del conflicto; no
se encuentra en el desacuerdo entre las partes, sino que implica una
elaboración del mediador con relación a la disputa (Caram, María Elena,
Eilbaum, Diana y Risolía Matilde, 2013) que permite:
 Dejar atrás las posiciones. El intento es producir en las partes la
reformulación del conflicto binario/posicional.
 Explicitar los intereses. Es decir, que las partes puedan escuchar un
nuevo planteo que considera sus intereses primordiales.
 Reformular las diferencias de una forma positiva. Un mensaje de
lógica inclusiva: se consideran ambos intereses sin que la
satisfacción de uno sea a costa del otro.
 Constituir una síntesis de la expansión lograda en el proceso. Es un
resumen que permite mutualizar y circular los intereses prioritarios de
las partes que fueron desagregados a lo largo del proceso de
mediación.
 Colocar a las partes en un pie de igualdad, ya que otorga idéntico
valor a los intereses prioritarios de ambas. Ello implica un gran
desafío al mediador, ya que exige en su formulación haber primero
constituido su lugar de tercero.
 Involucrar a las partes que negocian en la búsqueda de opciones en
un pie de igualdad. El punto de inflexión del dispositivo se produce al
devolver a las partes su saber acerca de la solución. Diríamos que es
uno de los momentos donde cobra significación el protagonismo de
las partes.

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 Facilitar la aparición de opciones integrativas. Devolver el proceso a
las partes reubicando el saber en ellas (Aréchaga, Patricia, Brandoni,
Florencia y Finkelstein, Andrea, 2004).

Si entendemos por soluciones intentadas el planteo de posiciones


(únicas y excluyentes), podemos afirmar que la insatisfacción proviene de
éstas. Aquí cobra sentido la hipótesis de Watzlawick: “La solución intentada es
aquello que constituye el problema.” El remedio no sólo es peor que la
enfermedad, sino que él mismo es la enfermedad.
Nuestra tarea adquiere relevancia, ya que nuestras intervenciones
deben contribuir a definir el problema al margen de las soluciones intentadas.
O sea, si la posición no es más que la solución única que los sujetos han
elaborado para dar cobertura a sus intereses, y es por definición excluyente, la
solución intentada (posición) se ha convertido en el problema. Se trata
entonces de formular una nueva definición del problema.
Para ello, el mediador, tal como un cirujano, necesita crear el campo de
intervención. Resulta pertinente aclarar que ese campo de intervención no es la
definición del conflicto jurídico, aquel que se define entre las conductas
permitidas versus las prohibidas, área de intervención propia del operador
jurídico.
Pensar el conflicto como un sistema alimentado por el ataque-defensa
(Lanna, 2006) contribuye a comprender la importancia de nuestra tarea. El
mediador debe realizar intervenciones para perturbar y/o bloquear el suministro
de energía conflictual que proviene de la lógica binaria. Dentro de esas
operaciones, el replanteo se inscribe como meta-sistema, sustrayendo esa
energía. Lanna sostiene que lo que vuelve al conflicto inatacable es su absoluta
simplicidad, y afirma: "En nuestra hipótesis, por tanto, cuando el conflicto (a
través, evidentemente, de los conflictuantes) entra en contacto con el
mediador, padece una drástica reducción de energía y de una serie de
alteraciones ya sean estructurales y/o funcionales, que determinan su
progresiva atrofia” (Lanna, 2006).

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Existen varias herramientas que se van usando en el transcurso del
proceso con la meta de perturbar/bloquear el sistema conflictual anudado en
las posiciones.
Al principio, a través de una exploración preliminar (Aréchaga, Patricia
Valeria y Bulygin, Elvira, 1997), se podrán identificar algunas de las
expectativas de las partes, las motivaciones que las acercaron a la mesa, y
comenzará a vislumbrarse una pauta de la mediabilidad de la cuestión con
relación a la puesta subjetiva. Al interrogarlos acerca de las motivaciones por
las que asisten a la mediación, se pretende que comiencen a desplegar la
demanda, ese pedido de ayuda a un tercero, y a identificar las expectativas
personales. A modo de ejemplo, compartimos algunas respuestas que dan los
sujetos a esa pregunta: “Para poder hablar sobre temas que me preocupan”,
“nunca hubo conversación entre nosotros”, “quiero organizarme”, “para
clarificar ideas”, “quiero que él/ella me entienda”, “queremos hablar y no
podemos”, “quiero solucionar el tema”, ”quiero un diálogo”; “quiero llegar a un
acuerdo”, “quiero saber qué quiere la otra parte”, “vine recomendado por mi
abogado”, ”me gusta cumplir cuando me citan”, “vengo a pedir ayuda” .
De modo simultáneo, indagar acerca del motivo de consulta colabora
en esta oportunidad, dado que suele ser un indicador de intereses actuales
pertinentes para el desarrollo de esta primera investigación.
Una segunda oportunidad para ir delimitando el campo de lo mediable es
la confección de una primera agenda de trabajo o agenda provisoria. Más
que un organizador de temas o un temario, la confección de la agenda es un
momento propicio para plantear las cuestiones a debatir, reformuladas de tal
manera que sean “escuchables” por todos, es decir, que los incluya. Es un
primer intento de ir “separando”, “limpiando”, “visualizando” un campo de
trabajo distinto al descripto en las posiciones de cada uno de los participantes.
Es una traducción a lenguaje neutral e inclusivo del “problema” que traen para
negociar. Es una herramienta comunicacional que le permite al mediador
devolver a las partes una percepción neutral del conflicto, por el lenguaje y
forma equilibrados en los que lo presenta y su sentido alentador del proceso,

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porque implica una invitación a trabajar el “problema”. (Caram, María Elena,
Eilbaum, Diana y Risolía Matilde, 2013)
Otra intervención que contribuye a delimitar las cuestiones mediables es
alentar el tratamiento de algunos aspectos que pueden conversarse y dejar
para otro tipo de abordaje cuestiones que no revistan esta característica. Esto
supone desagregar el planteo (siempre que sea posible y no debilite a uno en
detrimento de otro) para luego legitimar acuerdos parciales. Así se evita que
aspectos no mediables del conflicto “colonicen” los aspectos mediables. El
mediador debe cuidar que las partes no intenten transitar de un campo a otro y
debe operar en un campo propicio, fértil, en donde podrá haber grados de
dificultad pero no de imposibilidad.
Es habitual advertir la tendencia de las partes a introducir temas que
obviamente no pueden ser objeto de un acuerdo en mediación, tal vez
motivadas por enojos, temores, inseguridades, etcétera, que ponen en riesgo la
continuidad del proceso. En tal sentido, el planteo de estos temas se pone al
servicio de la resistencia: la pelea como encubridora.
Hemos señalado, entonces, la importancia de identificar el motivo
desencadenante del pedido de mediación y tres herramientas fundamentales
para la ardua tarea de delimitar el conflicto a abordar en la mediación:
exploración preliminar, motivo de consulta, agenda provisoria y
legitimación de acuerdos parciales.

Moldeando el objeto de trabajo. Recorte del conflicto


Como ya dijimos, el mediador tiene la tarea de evaluar la mediabilidad
del caso y la disputa que trae, es decir, si hay aspectos mediables o no en la
situación planteada. Además, debe definir el conflicto con el que va operar el
caso concreto, lo cual supone responder la siguiente pregunta: ¿con qué
aspectos del conflicto opera el mediador? Encontrar la respuesta requiere
de algunas operaciones, sintetizadas en esta secuencia:
En primer lugar, recortar del planteo de las partes la significación que
cada una de ellas le ha dado al conflicto y los intereses que persiguen.

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Segundo, devolver a las partes su problema bajo una nueva formulación
que interrogue acerca de la posibilidad de salir del conflicto, contemplando no
ya las posiciones percibidas como antagónicas, sino los intereses primordiales
de cada una de ellas de manera inclusiva. S. Coleman desarrolla para ello una
herramienta: la “pregunta de replanteo”. Implica poner en palabras el
interrogante: ¿cómo hacemos para que la parte A satisfaga sus intereses
prioritarios y la parte B los suyos? El replanteo lleva implícita la tarea previa de
haber trabajado fuertemente los intereses de los sujetos e intenta reformular el
conflicto de manera que los participantes puedan pensar sus metas u objetivos,
hasta ahora percibidos como excluyentes, como un problema a resolver sin
necesidad de socavar la satisfacción del otro. Reformular el conflicto a través
de una pregunta o de sucesivas preguntas de replanteo es la forma más directa
de concretar el postulado de la autonomía de las partes y su apropiación del
conflicto. La pregunta, entonces, no es mera retórica, sino el disparador para
que las partes inicien su tarea de generar opciones para hallar soluciones al
conflicto.
Tercero, confirmar si las partes reconocen como propios y primordiales
esos intereses recogidos por el mediador y si pueden apropiarse de ese modo
inclusivo de la reformulación del conflicto (lógica del reconocimiento, de admitir
y negociar otros significados). Este último aspecto no siempre es posible, y
será un indicador primordial para que el mediador pueda reconocer si la
mediación tendrá asiento en una negociación de corte colaborativo o
competitivo, lo que sin duda ha de incidir en las estrategias procesales que se
adopten. (Aréchaga, Patricia, Brandoni, Florencia y Finkelstein, Andrea, 2004)
En la medida en que la preocupación y particular significación del
conflicto de cada uno se pueda subsumir en un nuevo planteo, se configura un
campo propicio para la negociación. Si ese planteo, además, puede ser visto
por los participantes como un problema común a resolver, en el que ambos
pueden satisfacer sus intereses, podremos hablar de mediación colaborativa.
Ahora bien, ¿por qué un tercero que traduzca esos discursos? Porque el
tercero aparece cuando es necesario abrir un sistema nuevo, un espacio de
conversación distinto al que se tenía. No es lo mismo padecer en un conflicto

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que poder ponerlo en palabras, definirlo, nombrarlo. Y contribuir a ello es uno
de los principales trabajos del mediador.
Este operador tiene entonces tres responsabilidades centrales: lograr
una definición del conflicto desde los intereses de cada uno de los
participantes, la que deberá ser cualitativamente diferente a la que aquellos
trajeron a la mesa en su relato posicional; recortar el universo de lo mediable
de forma subjetivamente aceptable para las partes; y replantear el conflicto,
reubicando el lugar del saber en las partes, o sea, devolviéndoles el
protagonismo del proceso y corriéndose del lugar del supuesto saber.
(Aréchaga, Patricia, Brandoni, Florencia y Finkelstein, Andrea, 2004)
En todos los casos, la tarea central del mediador habrá sido validar los
intereses de las partes y, a partir de ello, acceder a una nueva definición del
conflicto.
La pregunta de replanteo en su versión más pura implica una
formulación del mediador que intenta recoger los intereses de ambos
considerados por igual. Esto implicará en la dinámica del proceso la posibilidad
para las partes de generar sus propias opciones, recuperando su propio saber
acerca de la solución.

¿Cuáles suelen ser las dificultades para aplicar esta técnica?


El error más común en la aplicación de esta técnica consiste en priorizar
un interés sobre otro, es decir, no validar a ambas partes por igual. De ello se
infiere una implicación práctica de la neutralidad. Es decir que si no he podido
construir mi lugar de tercero es muy difícil que pueda formular una nueva
definición que albergue a ambos por igual.
Otro de los errores es construir el replanteo formulando opciones en vez
de recoger intereses.

¿Cuándo aplicaríamos la técnica?


Al recortar una técnica empleada en el dispositivo de la mediación, y a la
vez las herramientas que se usarán a su servicio, resulta pertinente contemplar
una serie de análisis que desarrolla Noble (Noble, 2016) acerca de la

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pertinencia de su utilización. Es decir, su selección estará interrogada por una
serie de preguntas -en qué momento, lugar y tipo de interacción entre las
partes-, o sea, el principio de la oportunidad.
Son varias las intervenciones con esta técnica para ir moldeando el
objeto de trabajo: cuando preguntamos o repreguntamos a las partes, porque
nuestra pregunta conlleva una determinada selección de contenido; cuando
parafraseamos a lo largo del proceso, porque elegimos alguna expresión o
enunciado en particular para subrayar o para eludir; cuando construimos con
las partes la agenda temática, porque consensuamos temas a trabajar; cuando
ponemos en palabras algún gesto o actitud elocuente para enfatizarlo; o
cuando, en distintos momentos, hacemos pequeñas reformulaciones o
preguntas de replanteo. También cuando intentamos una síntesis, cuando
retomamos un tema mencionado en audiencias pasadas, cuando ponemos en
palabras la emoción latente o hacemos que el sujeto contextualice el relato.
A la vez, todas estas intervenciones sirven para ir recortando,
moldeando el conflicto que abordaremos. En cada una de esas oportunidades
estamos intentando construir y confirmar hipótesis acerca del conflicto
relevante o significativo en esa disputa, y en cada una de ellas, también,
tenemos la posibilidad de evaluar la plasticidad psíquica de las partes con
relación al problema, es decir, si son capaces de tolerar, primero, y tomar,
después, una definición nueva del conflicto.
Sin embargo, el momento privilegiado de aplicación de la técnica en su
formulación más definitiva se da cuando logramos una definición del problema
en términos de intereses prioritarios, que les permite a los participantes abrir el
camino de búsqueda de opciones de beneficio mutuo, atento que pueden
visualizar que la solución para uno de ellos no es a costa del otro. O sea,
adueñarse del proceso de resolución en la versión más pura de lo
autocompositivo.
Es decir, el momento de abrir el campo a la creatividad necesaria para
encontrar vías de solución para ambos.
En suma: la importancia de la utilización de la técnica del replanteo, para
nosotros, es que se juega en la especificidad del acto de mediar.

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BIBLIOGRAFÍA
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