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Sincronicidad - Sincronicidades

Apología y refutación

Lamberto García del Cid

Apología

En la explicación de las coincidencias hay mucho


de pereza e impotencia, y responde a un miedo instintivo
de que se ponga en peligro un dogma científico.
(Charles Fort)

Carl G. Jung y el premio Nobel de física Wolfgang Pauli colaboraron en el


desarrollo de una teoría de las coincidencias que bautizaron con el nombre de
"Sincronicidades". A Pauli le atraía el asunto porque él mismo se sentía
perseguido por singulares coincidencias, sucesos que sus colegas,
malignamente, denominaban "efecto Pauli". Pauli, físico más bien teórico que
experimental, pasaba poco tiempo en laboratorios, pero cuando lo hacía,
acontecían inexplicables roturas de aparatos o imprevistas averías de
instrumentos. Estos sucesos ocurrían con mayor frecuencia de lo que la mera
casualidad podía explicar. Ni siquiera tenía que suceder el incidente junto a
él, bastaba con que estuviera presente a diez o veinte metros. Jung y Pauli
concluyeron que existían dos clases de principios de conexión en la
naturaleza. El primero era la causalidad ordinaria, lo que la ciencia
normalmente estudia. Esta causalidad se estructura de forma lineal: si A
causa B, entonces para que se dé B, debe ocurrir primero A. El otro principio
de conexión era el acausal. Este principio fue denominado por Jung y Pauli
"sincronicidad" porque asumieron que, contrariamente al principio de
causalidad, los acontecimientos acausales se estructuraban en el espacio y no
necesitaban para relacionarse el concurso del tiempo. O lo que es lo mismo:

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la sincronicidad admite que dos hechos se relacionen simultáneamente. Su
lógica, si de lógica puede hablarse, es la lógica de la psique profunda, la
lógica que sólo se halla en los sueños y en los mitos.

Cierto día, en Zurich, analizando Jung con una paciente un sueño


de ésta última, y que se relacionaba con el regalo de un escarabajo
de oro, algo golpeó en la ventana de su gabinete. Jung fue a ver qué
era y al abrir la ventana penetró en el cuarto un escarabajo, un
scarabeide cetonia aurata, lo más próximo a un escarabajo de oro
que puede encontrarse en nuestras latitudes, especie emparentada
con el mítico escarabajo de oro egipcio motivo de los sueños de su
paciente y objeto de las actuales reflexiones del psicólogo.
En Enero 1996 el que esto escribe (o sea, yo) se hallaba en el
Barbican Center de Londres. Buscaba en una tienda de souvenirs un
regalo para una amiga. Tropecé con un calendario con soporte para
mesa que, sobre los días de cada mes, exhibía reproducciones de
obras del pintor austriaco Gustav Klimt. Me gustó. Miré algo más,
pero al final me decidí por el calendario. Con mi calendario de Klimt
en el bolsillo, y mi mujer y mi suegra a los flancos, me dirigí al centro
de la gran urbe. Cerca de los famosos almacenes Harrods buscamos
un sitio para comer y elegimos un restaurante pequeño a cuyo
comedor se accedía subiendo dos tramos de escaleras. El pequeño
refectorio en el que nos acomodaron tenía decoradas las paredes con
litografías de Gustav Klimt.
Cierta noche Jung soñó que la cama de su mujer era una fosa
profunda con muros tapiados. Era una tumba y recordaba algo
antiguo. Entonces oyó un hondo suspiro, como cuando alguien expira.
Una figura que se parecía a su mujer se incorporó de la tumba y
surcó los aires. Llevaba una túnica blanca en la que había bordados
extraños signos negros. Se despertó, despertó a su mujer y miró la
hora. Eran las tres de la madrugada. A las siete de la mañana les

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llegó la noticia de que una prima de su mujer había muerto a las tres
de la madrugada.
Cuando Norman Mailer comenzó su novela Barbary Shore no
había en ella ningún espía ruso. Al progresar la novela un espía ruso
aparece, desempeñando un papel secundario. A medida que
avanzaba la obra, el espía fue ganando cuerpo hasta convertirse en el
protagonista principal. Acabada la novela, el Servicio de Inmigración
de los EE.UU. arrestó a un hombre que vivía en el piso de abajo de
Norman Mailer. Se trataba del coronel Rudolf Abel, el espía ruso más
importante de aquel tiempo en Norteamérica.
Cuando el poeta Hart Crane residía en Brooklyn Heights, sintió
irresistibles deseos de escribir un poema sobre el puente de Brooklyn,
que podía ver desde su ventana. Es el poema por el que es recordado
principalmente. Sólo un año más tarde descubrió Crane que la
dirección donde residía al componerlo, fue donde vivió Washington
Roebling, ingeniero jefe en la construcción del puente.

¡Cuándo buscas sincronicidades, las sincronicidades te buscan!

En 1958, el novelista William Burroughs, que residía en Tánger,


mantuvo cierto día una conversación con un tal capitán Clark, quien
le mencionó que había estado navegando por el estrecho 23 años sin
ningún percance. Ese día el capitán Clark sufrió su primer accidente
grave. Esa misma tarde, mientras comentaba el suceso, Burroughs
escuchó un boletín de la radio donde se informaba de un accidente
aéreo ocurrido en Florida. El número de vuelo resultó ser el 23 y el
piloto un tal capitán Clark.
Después de que Arthur Koestler publicase sus Roots of
Coincidence, el profesor Hans Zeisel, de la Universidad de Chicago,
escribió a Koestler relatándole cómo le perseguía dondequiera que
fuese una cadena de números 23. En Viena, de donde era originario,
vivió en la calle Rossaurerlaend 23. Tuvo su bufete de abogados en la

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Gonzagagasse 23 y su madre vivía en la Alserstrasse 23. En cierta
ocasión la madre de Zeisel llevó a Montecarlo la novela titulada Die
Liebe der Jeanne Ney, en la que un personaje gana una fortuna
apostando en la ruleta al número 23. La madre de Zeisel decidió
repetir la suerte del personaje de la novela y en el casino apostó al
número 23. El número 23 salió al segundo intento.

Siempre constituye para mí nuevo motivo de asombro el que sean tantas las
personas que han tenido experiencias de ésta índole (sincronicidades) y del
cuidado con que se oculta cuanto hay en ellas de inexplicable. (C. G. Jung)

Carl G. Jung tuvo una vez un sueño sobre Liverpool, sueño al que
concedió tanta importancia que lo analizó profusamente. Una de las
conclusiones que sacó fue que Liverpool, a través de un juego de
palabras, representaba en su sueño un "pool of life", lo que vendría a
significar un renacimiento. Años más tarde, Peter O'Halligan, del
Centro Mundial de Coincidencias, en Berkeley, California, analizó el
sueño cuidadosamente y concluyó que todos los detalles indicaban
que el lugar que describe Jung no podía ser otro que una intersección
de ciertas calles de Liverpool. En ese lugar hubo un café donde los
Beatles actuaron por primera vez. En ese mismo punto, más tarde, se
ubicó el Teatro de la Ciencia Ficción, donde se representó
"Illuminatus", obra de Robert Anton Wilson en la que la acción
transcurría principalmente en un submarino amarillo, homenaje a los
Beatles. Carl G. Jung era un personaje de la obra. ¿Renacimiento?
Un tal M. Deschamps relata que, de niño en Orleans (Francia), un
huésped de la familia llamado M. de Fortgibu le ofreció un trozo de
pudding de ciruelas. Años más tarde, M. Deschamps ya mozo, pidió
pudding de ciruelas en un restaurante de París. El camarero le dijo
que la última ración acababa de servírsela a un señor, señor al que
señaló discretamente y que no era otro que M. de Fortgibu. Muchos
años después, en una cena donde a M. Deschamps se le ofreció
pudding de ciruelas, aprovechó éste la oportunidad para narrar sus

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experiencias con relación a dicho manjar y el Sr. de Fortgibu.
Acabado el relato, y mientras deglutía su pudding de ciruelas,
Deschamps manifestó que lo único que faltaba era la presencia del
señor de Fortgibu. En ese momento la puerta se abrió y apareció M.
de Fortgibu, ahora un anciano desorientado, quien se excusó
alegando que se había equivocado de puerta.
13.2.96. Hoy he leído en el libro The True Confessions of
Aleister Crowley una referencia a un tal "Mortadello" y me ha hecho
gracia, pues lo relacioné con el héroe de tebeo ideado por Ibáñez,
personaje favorito de mi hijo. Al poco rato, en la radio, oigo que se ha
detenido en Francia al etarra Mortadelo.
El ingeniero J.W. Dunne, en 1902, tuvo una pesadilla acerca de
una erupción volcánica. La pesadilla consistió en las habituales
situaciones de correr, apresurarse, perderse, etc., en su esfuerzo por
llegar a tiempo de avisar a la gente amenazada. En la lógica del
sueño el aciago suceso no había ocurrido, pero Dunne sabía sin lugar
a dudas que ocurriría. El lugar amenazado en su sueño era una isla
en la que se hablaba francés y Dunne sabía que morirían 4.000
personas. Dos días después de la pesadilla un volcán en la Martinica
francesa entró en erupción, una ciudad fue sepultada y 40.000
personas murieron.
En 1909, discutiendo sobre parapsicología, Freud y Jung perdieron
los estribos. Entonces oyeron el ruido de una explosión procedente de
la biblioteca de Freud. Ambos enmudecieron de sorpresa. Jung habló
primero:
- "Ahí lo tiene. Eso es un ejemplo de los llamados fenómenos
catalíticos".
- "¡Oh, vamos -exclamó Freud-, eso es caca de la vaca!"
- "No lo es -replicó Jung-. Se equivoca, Herr Profesor. ¡Y para
demostrar mi punto de vista, vaticino que en breve se producirá otra
detonación!"
Ambos psicoanalistas guardaron silencio y entonces se oyó una

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segunda explosión. Freud se quedó tan impresionado que no pudo
seguir argumentando.

Pero lo extraño de esta historia es que posee dos secuelas. En 1972,


el Dr. Robert Harvie, psicólogo de la Universidad de Londres, leía en
voz alta a un amigo el relato de este episodio cuando una lámpara de
la sala de Harvie cayó al suelo estrepitosamente. Y en 1973, una tal
Margaret Green informó que mientras leía el mismo pasaje acerca de
Jung y Freud en un tren, la ventana estalló repentinamente con un
estruendo semejante al de una bomba.

Noche del 17.04.97. Al acostarme, tomo uno de los varios libros


que descasan sobre la mesilla de noche. Se trata de El dardo en la
palabra, de Fernando Lázaro Carreter. Leo en la página 114 una
anécdota referida por Ortega y Gasset sobre Pío Baroja en la que el
novelista vasco manifestó que no hay peor cosa que ponerse a pensar
en cómo se deben decir las cosas, porque acababa uno de perder la
cabeza. Él había escrito: "Aviraneta bajó de zapatillas", pero al
preguntarse si estaba bien o mal dicho, ya no sabía si debía decirse
"Aviraneta bajó de zapatillas, bajó con zapatillas o bajó a zapatillas".
Leído el "dardo", dejé el libro de Lázaro Carreter y tomé otro, esta
vez Las máscaras del héroe, de Juan Manuel de Pradas y a los
pocos párrafos llego a este pasaje: "En esto estaba en los talleres Pío
Baroja, en alpargatas, de alpargatas, con alpargatas, muy
envuelto..." (los subrayados son míos, y sólo míos). ¿No resulta en
extremo curioso que lo que acababa de leer como anécdota en un
libro lo parodie a continuación otro libro dentro de su narración, libros
sólo unidos entre sí (imagino) por descansar en mi mesilla?

Cuanto más frecuentemente utilizamos la palabra "coincidencia" para


explicar acontecimientos extraños significa que no buscamos, sino
que evitamos encontrar la explicación real. (R.A. Wilson)

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Primero de abril de 1949. Jung llevaba unos días ocupado en una
investigación sobre el símbolo del pez en la historia. Por la mañana
había escrito: "Est homo totus medius piscis ab imo". Ese mismo día
en el almuerzo sirven pescado. Durante la comida alguien recuerda
accidentalmente la costumbre del "pez de abril". Por la tarde una
paciente a quien había tratado meses atrás, acudió a verlo para
mostrarle algunos cuadros de peces que había pintado durante ese
lapso. Por la noche se le mostró un bordado que representaba
monstruos marinos pisciformes. Al día siguiente, 2 de abril, a primera
hora de la mañana, otra ex paciente, a quien no había visto en
muchos años, acudió a Jung para relatarle un sueño en el cual,
estando a orillas de un lago, vio a un pez grande que se acercaba
nadando en su dirección para detenerse a sus pies. Jung afirma que
sólo una persona de las mencionadas sabía en lo que estaba
trabajando.

Schopenhauer denominó a la sincronicidad: "Conexión transversal


significativa".

En varios casos recopilados por el escritor Wilhelm von Scholz, se


cuenta que cierta vez una madre había fotografiado a su hijito de
cuatro años en la Selva negra. Mandó a revelar la película a
Estrasburgo. A causa del estallido de la guerra (1914) no pudo retirar
la película y la dio por perdida. En 1916 compró en Frankfurt otra
película con el fin de fotografiar a su hijita que entre tanto había
nacido. Al revelar la película se comprobó una doble exposición en la
misma. ¡La segunda fotografía era la que había hecho a su hijito en
1914! La vieja película, no revelada, se había mezclado de alguna
manera con material virgen, saliendo de esa manera nuevamente a la
venta.
Jung cuenta que tenía un paciente cincuentón, cuya mujer, en una
ocasión, le había relatado que a la muerte de su madre y de su
abuela habíanse reunido delante de las ventanas de la habitación

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donde reposaba el féretro gran número de pájaros. Ocurrió que el
paciente de Jung, marido de la mencionada señora, ya curado de su
neurosis, experimentó ciertos síntomas que Jung atribuyó a
afecciones cardíacas. El psicólogo lo remitió al especialista. La mujer,
luego de salir su marido hacia el médico, se angustió, pues una
bandada de pájaros había descendido sobre el tejado de la casa. Su
marido, cuando volvía del médico -que no pudo encontrar nada en
una primera auscultación- se desplomó repentinamente en la calle y
fue trasladado a su casa moribundo.
Cierta vez regresaba Jung a casa en tren desde la ciudad de
Bolingen. Llevaba un libro en las manos, pero no podía leer, porque
desde el momento que el tren se puso en marcha se le presentó la
imagen de una persona ahogándose. Era el recuerdo de una
desgracia ocurrida durante el servicio militar. En todo el viaje no pudo
liberarse de la imagen. Eso le inquietó y pensó si no habría sucedido
alguna desgracia. Arribado a la estación de destino, Jung se apeó y
se dirigió a casa, todavía preocupado por ese recuerdo. En el jardín
correteaban los hijos de su hermana, que entonces vivía con él. Jung
preguntó si había ocurrido algo y le dijeron que Adrian, el hijo menor
de su hermana se había caído al agua en el embarcadero y, como no
sabía nadar, por poco se ahoga. Le había salvado su hermano mayor.
Ese suceso tuvo lugar en el momento en que Jung fue invadido en el
tren por los recuerdos del ahogado.

¿Es casual que Rafael, el gran pintor de escenas sagradas, naciera un


6 de abril y muriera un 6 de abril y que en las dos ocasiones fuera
Viernes Santo?

Richard Horne, más conocido como Harry Horse, celebrado


bromista y plagiario, escribió una obra titulada Diario de un
plagiario (Diary of a Plagiarist). El libro, envejecido con técnicas
rigurosas, iba firmado por un tal Drahcir Enroh, que era su
verdadero nombre (Richard Horne) pero deletreado al revés. El libro,

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presuntamente escrito en 1846, sostenía que la Atlántida desapareció
bajo el diluvio, y trataba de informar sobre dónde había ido a parar
todo ese cúmulo de conocimientos que se perdió con el hundimiento
del misterioso continente. Harry Horse vendió el libro a un anticuario
de Edimburgo, quien lo llevó a Christie's, los conocidos subastadores,
para peritar. Christie's a su vez lo remitió a un experto, quien les dijo
que sí, que el libro era valioso porque estaba escrito por Richard
Horne. Habían desvelado fácilmente la distorsión del nombre, pero
para sorpresa de Harry Horse, resultó que en realidad existió un
Richard Horne nacido en el siglo XIX y que en el mismo año de 1846
escribió un libro titulado Orión, que "casualmente" trataba del
hundimiento de la Atlántida tras el diluvio universal, existencia de la
que Richard Horne, el plagiario e inventor de los diarios, no tenía la
menor idea. Harry Horse se interesó entonces por tan enigmático
personaje y descubrió que fue un poeta de poco éxito que escribió
unos 45 libros. Consiguió algunos y, en uno de ellos, encontró la
frase: "¿Qué seríamos, si nuestra alma hubiera vivido
anteriormente?". No sólo Richard Horne (Harry Horse) encontró a un
inesperado homónimo al tratar de colar un plagio, sino que aún se dio
otra "casualidad": Diario de un plagiario fue escrito en 1983. El
último libro que el primer Richard Horne escribió en vida, fue en
1883, por título: Sithron the Star-Stricken, y pretende ser un
manuscrito del siglo XII descubierto bajo las ruinas del templo de
Salomón. ¿Demasiadas "coincidencias"?
En los primeros días de Enero de 1978, Rudy Rucker llamó por
teléfono al famoso matemático Kurt Gödel porque deseaba visitarle
de nuevo. Gödel se excusó aduciendo que se encontraba muy
enfermo. A mediados del mismo mes, Rucker soñó una noche que se
encontraba junto a la cama de Gödel. Sobre la colcha, frente al
enfermo, se hallaba un tablero de ajedrez con las piezas en mitad de
una partida. En esto, Gödel sacó una mano y arrojó el tablero de la
cama. Las fichas se desparramaron por el suelo. El tablero comenzó a

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alargarse en un plano matemático de proporciones infinitas. Hubo un
breve juego de símbolos en el aire y luego... el vacío. Una luz blanca
sin matices lo inundó todo. Al día siguiente Rudy Rucker recibió la
noticia de que el famoso matemático había muerto.

En el salmo 46, la palabra 46 es "shake". La 46º palabra desde el


final del salmo contando hacia atrás es "Spear". En conjunto:
Shakespeare. Cuando esta versión de la Biblia conocida como la del
Rey Jacobo fue completada era el año 1610 (=35 x 46),
¡Shakespeare tenía 46 años!

Pocos meses antes del desembarco de Normandía (6 de junio de


1944) un profesor de física llamado Leonard Sidney Dawe, que
elaboraba el crucigrama del Daily Telegraph, despertó las sospechas
de Scotland Yard. El servicio de seguridad británico llegó a creer que
Dawe pasaba información a los alemanes en sus crucigramas. Aunque
finalmente el crucigramista logró probar su inocencia, las
innumerables coincidencias que fundamentaron la investigación
policial resultan realmente chocantes:

• El 2 de mayo su parrilla contenía la palabra "Utah", el nombre


en clave de una de las playas donde se efectuó el desembarco.
• El 22 de mayo aparecía "Omaha", nombre en cifra de otra de
las playas escogidas.
• El 30 de mayo la palabra que inquietó a los investigadores era
"Mulberry", denominación de dos puertos artificiales que debían
situarse cerca de las playas para cubrir el desembarco.
• El 1 de junio aparecía la palabra "Neptune", nombre en clave
del conjunto de las operaciones navales aliadas.
• Finalmente el 2 de junio, a sólo cuatro días del desembarco de
Normandía, el crucigrama del Daily Telegraph contenía la
palabra "overlord", precisamente el nombre en clave del plan
global de la invasión aliada.

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¿Sabían ustedes que 3 de los primeros cinco presidentes de los
EE.UU. murieron el mismo día del año? ¿Y que casualmente ese día
fue el 4 de Julio, el día más señalado en esa nación?

Cuenta Luis Buñuel en sus memorias que cierta vez, en Nueva


York, fue a la Biblioteca que se encuentra en la calle 42 porque quería
buscar un libro que hablaba de Simón el estilita, pues preparaba su
película "Simón del desierto". Entró en la biblioteca a las cinco de la
tarde. Quiso buscar la ficha del libro del padre Festugiéres, que le
habían dicho era el más completo sobre ese tema. La ficha no estaba
en los ficheros. Volvió la cabeza: un hombre se hallaba a su lado.
Tenía esa ficha en la mano.
Cierta vez dibujó Jung un mandala en cuyo centro había un
castillo dorado. Cuando estuvo terminado el dibujo se preguntó por
qué le había salido tan chinesco. A pesar de que fuera del mandala no
había nada chino, el castillo dorado del interior provocaba en él una
intensa sensación de ser chino y se preguntó de dónde provendría tal
impresión. Poco después recibió una carta de Richard Wilhelm. Le
enviaba el manuscrito de un tratado taoísta-alquímico chino titulado
El secreto de la flor de oro y le rogaba que lo comentara. Cuando
dibujó el mandala con su castillo en el interior la carta ya estaba en
camino.

Sincronicidad: Una relatividad del tiempo y del espacio psíquicamente


condicionada. (C. G. Jung)

Richard Dawkins, el prestigioso teórico de la evolución, cuenta en


su libro Unweaving the Rainbow una sincronicidad que le ocurrió a
su mujer cuando esperaba en la consulta del dentista. Digamos
primero que Dawkins no cree en las sincronicidades, pero yo tomo el
ejemplo porque me gusta. Pues bien, el 18 de septiembre de 1916,
estando la señora Dawkins en la consulta del doctor J. v. H., leía la
revista Die Kunst cuando le impresionaron las reproducciones de

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varios cuadros de un pintor llamado Schwalbach, y tomó nota mental
de acordarse del nombre porque deseaba ver los originales. En ese
momento se abrió la puerta de la sala de espera y la recepcionista
pregunto: "¿Está aquí la señora Schwalbach? La requieren al
teléfono". Schwalbach, digamos de paso, no es un apellido demasiado
corriente en Alemania.
En la novela de Vladimir Nabokov Laughter in the Dark, se
menciona una película en la que a la protagonista le dan un pequeño
papel. La primera actriz de la película en la novela de Nabokov se
llamaba Dorinna Karenina. Años más tarde, cuando se llevó al cine la
película basada en esta novela de Nabokov (dirigida por Tony
Richardson), resultó que la actriz que protagonizaba a Margot, la
protagonista, se llamó Anna Karina.

V. Nabokov: "Padezco de los desconcertantes escrúpulos de la superstición:


un número, un sueño, una coincidencia pueden afectarme obsesivamente".

En el libro Why do Buses Come in Threes, escrito por dos


matemáticos británicos, se recoge la siguiente anécdota de un
conocido de ambos. Esta persona fue cierta vez a visitar a unos
nuevos vecinos. La hija de estos, Sarah, estaba dibujando con
pinturillas. El visitante se puso a jugar con ella y le dibujó una luna y
para entretenerla le dijo que por la forma de la luna se podía decir de
qué fecha era. Para hacer la historia más plausible, miró el hombre su
dibujo y, tras pensar una fecha al azar, le dijo a la niña que esa luna
tenía fecha del 17 de agosto. La madre de la niña, que estaba
escuchando, emitió un sonido de sorpresa. "Sabía que iba usted a
decir esa fecha", manifestó sorprendida. El cumpleaños de Sarah es
el 17 de agosto, y también el mío, y el de mi marido".
Cierta vez tuvo Jung un paciente que contrajo matrimonio. La
carga de una esposa fue excesiva para él y un año después de la
boda cayó en una profunda depresión. Jung había convenido con él
que le llamase si ello sucedía. Pero en consideración a su mujer, el

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hombre se abstuvo de hacerlo. Por aquel tiempo Jung dio una
conferencia en la ciudad de B. Llegó al hotel hacia la medianoche y se
metió en la cama. Sin razón aparente, tardó en conciliar el sueño.
Hacia las dos de la madrugada, Jung se despertó con signos de
angustia y con el convencimiento de que había alguien en la
habitación. Encendió la luz, pero allí no había nadie. Se asomó al
pasillo por si alguien se hubiera equivocado de puerta, pero el pasillo
también se hallaba vacío y en él reinaba el silencio más absoluto.
Intentó Jung recordar lo ocurrido y fue entonces consciente de que se
había despertado por un dolor sordo, como si algo le hubiera dado
contra la frente y le hubiera golpeado la parte posterior del cráneo. Al
día siguiente recibió un telegrama en el que se le comunicaba que el
paciente arriba mencionado se había suicidado. Más tarde supo que
se había disparado un tiro y que la bala se introdujo en la parte
posterior del cráneo.
Según fuentes del Readers Digest, un hombre llamado George
D. Bryson se hospedó en un hotel en Louisville, Kentucky. El
empleado le asignó la habitación 307. Poco después de tomar
posesión de la habitación, el cliente recibió una carta dirigida al Sr.
George D. Bryson, de la habitación 307. Extrañado, pues no había
dicho a nadie que estaba en Louisville y menos dado su número de
habitación, que acababa de serle asignada, abrió el sobre. La carta no
era para él, era para una persona de Montreal que se llamaba igual
que él y que no hacía mucho se había hospedado en esa misma
habitación.
En 1930 un piloto tuerto llamado Hinchliffe intentó el primer vuelo
transatlántico de Este a Oeste. Esperaba volar solo, pero
inesperadamente a último momento su patrocinador insistió en que lo
acompañara una mujer como copiloto. A varios centenares de millas
de la ruta prevista del avión, navegaban en un buque dos viejos
amigos de Hinchliffe, el coronel de las Fuerzas Aéreas Henderson y el
jefe de escuadrilla Rivers Oldmeadow; ambos dormían. Ignoraban

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que Hinchliffe estuviera llevando a cabo aquel intento en ese
momento y menos que lo acompañara otra persona. En medio de la
noche, Henderson, en pijama, irrumpió en la cabina de Oldmeadow y
le dijo: "¡Dios mío, Rivers, acaba de ocurrir algo espantoso! Hinch
estuvo en mi cabina, con el parche en el ojo y todo, fue terrible, no
dejaba de repetir una y otra vez "Henry, ¿qué voy a hacer? ¿Qué voy
a hacer? He traído a la mujer conmigo y estoy perdido". Luego
desapareció de mi vista. Sencillamente desapareció". Esa noche el
avión de Hinchliffe cayó y él y la mujer que lo acompañaba murieron.
Concluyamos con una frase que podría definirlo todo: Demos tiempo a
lo posible, y ocurrirá. (Heródoto)

Refutación

La rareza, por sí misma, conlleva publicidad y eso


hace que los sucesos raros parezcan corrientes.
(J. A. Paulos)

Sirva las muestras anteriores como ejemplo de lo que Jung y Pauli


entendían por "sincronicidades". Y ahora viene la pregunta crucial:
¿tan extraordinarios son esos acontecimientos que su ocurrencia haya
obligado a lucubrar teorías situadas al borde de la ciencia? ¿Son esos
hechos, en realidad, tan extraordinarios? ¿Qué probabilidad existe de
que en nuestra vida cotidiana experimentemos una coincidencia
extraordinaria? Algunos matemáticos han creído interesante
investigar este punto. Veamos cómo han procedido.

Supongamos que un suceso memorable, una coincidencia de esas


que sólo ocurren una vez en la vida, la definimos como aquella cuya
probabilidad de que ocurriera hoy fuese una entre un millón, y que
durante el transcurso de un día existiesen unas 100 oportunidades de
que una de estas extremas coincidencias le ocurriera a usted

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(número, a todas luces, conservador). Dicho sencillamente: nos
referimos a la probabilidad de que a usted le toque el cupón de la
ONCE, o que conduciendo por una provincia extraña tenga un
pequeño accidente de coche y resulte que el ocupante del otro
vehículo sea un primo suyo al que no veía desde hace muchos años.
Para comenzar, y por mor de facilitar la comprensión, lo más práctico
es calcular la probabilidad de que tamaña coincidencia "no" ocurra.

¿Cuál es la probabilidad de que "ninguna" de estas fantásticas


coincidencias le ocurra a usted mañana? Para una probabilidad entre
un millón, esta equivale a 0,999999. Como hemos dicho que tenemos
100 ocasiones diarias de que semejante evento suceda, la
probabilidad de que dicho evento no se nos presente mañana, o un
día en concreto, es 0,999999 multiplicado por sí mismo 100 veces, lo
que viene a ser 0,9999 [ó 9.999 entre 10.000]. En otras palabras: la
probabilidad de que mañana le suceda una coincidencia
extraordinaria, es 1 entre 10.000. Poco probable. ¿Y qué decir de la
probabilidad de que el suceso memorable le ocurra durante la
semana siguiente? Calculamos como antes: 0,9999 x 0,9999 x
0,9999 ... siete veces. Obtenemos aproximadamente 0,9993. Esto
significa 9.993 entre 10.000 de tener una semana aburrida y 7 entre
10.000 de que nos ocurra una fantástica coincidencia.

Continuando en esta línea, la probabilidad de que cada semana del


próximo año sea aburrida es: 0,9993 x 0,9993 x 0,9993 ... 52 veces.
O sea, 0,964, que equivale al ratio 29/30. De repente esto comienza
a ponerse interesante.

Demos otro paso más. La probabilidad de que "no" le ocurra ninguna


coincidencia interesante en los próximos veinte años es: 0,964 x
0,964 x 0,964 ... veinte veces. Lo que nos da 0,48, ó un 48 % de
probabilidad.

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De acuerdo con este somero y aproximado cálculo, la probabilidad de
que en los próximos veinte años usted experimente una coincidencia
extraordinaria es del 52 %. Estos datos significan también que, de 20
personas que usted conozca, existe una probabilidad superior al 50 %
de que uno de ellos posea una historia fantástica que relatar durante
el transcurso de un año. Quizás la vida no sea tan aburrida a pesar
de todo.

Un objeto posible, aunque extremadamente improbable, debe realizarse en


cualquier evento del espacio tiempo. (Tulio Regge)

Autor: Lamberto García nació en Portugalete (Vizcaya) en 1951. Es licenciado en Ciencias


Económicas por la Universidad de Bilbao y ha escrito numerosos artículos relacionados con la
literatura y la divulgación científica. Tiene terminadas varias novelas, un libro de
matemáticas y multitud de ensayos pendientes de publicación.

Bibliografía sucinta

Bunch, Bryan, Mathematical Fallacies and Paradoxes, Dover Publications, New York 1997
Carse, James P., Finite and Infinite Games, Penguin, New York, 1987
Combs, Allan and Holland, Mark, Synchronicity, Paragon House, New York 1990
Dawkins, Richard, Unweaving the Rainbow, Penguin, London 1999
Dewdney, A. K., 200 % of Nothing. An Eye-Opening Tour through the Twist and Turns of
Math Abuse and Innumeracy, John Wileys and Sons, New York 1993
Eastaway, Rob and Wyndham, Jeremy, Why Do Buses Come in Threes, The Hidden
Mathematics of Everyday Life, John Wiley & Sons, London 1998
Gardner, Martin, Orden y sorpresa, Alianza editorial, Madrid, 1987
Jung, Carl G.: La interpretación de la naturaleza y la psique, Paidós, Barcelona 1994
Recuerdos, sueños, pensamientos, Seix Barral, Barcelona 1996
Keller, Werner, Ayer era milagro, Círculo de lectores, Barcelona 1975
Koestler, Arthur, The Roots of Coincidence, Picador, London 1974
Milton, Richard, Alternative Science, Park Street Press, Londres 1996
Paulos, John Allen: Pienso, luego río, Cátedra, Madrid 1994
El hombre anumérico, Tusquets, Barcelona, 1998
A Mathematician Reads the Newspaper, Doubleday, New York 1992
Wilson, Robert Anton:
Coincidance, New falcon Publications, 1994
Cosmic Trigger I,II,III, New Falcon Publications, 1993, 1995

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Otra mirada del fenómeno
***

Sincronicidad
“Sin salir por la puerta se puede conocer el mundo.
Sin mirar por la ventana se puede conocer el camino del cielo.
Cuanto más lejos se va, tanto menos se aprende.
Por eso el sabio sabe sin desplazarse.
Entiende sin ver. Realiza sin hacer.”
(Lao Tsé)

Sincronicidad es un término acuñado por el psiquiatra suizo C. G.


Jung, quien lo concibió para describir la singular ocurrencia de dos o
más acontecimientos de igual o similar significación, sin conexión
causal posible. Este principio incluye necesariamente a un sujeto que
perciba y experimente en forma consciente el significado común entre
un hecho del mundo interno y uno o más del mundo subjetivo. La
sincronicidad
se distingue así del mero sincronismo – ocurrencia simultánea de dos
sucesos cualesquiera - y se opone abiertamente al principio causal
predominante en la cultura occidental, dominada por el cientificismo:
la ley de causa y efecto, o de acción y reacción.

Un ejemplo simple de sincronicidad sería el recordar repentinamente


a un compañero de colegio del que no se ha sabido nada desde
entonces; encontrarlo casualmente en la calle a las pocas horas o
días, y simultáneamente leer en el diario una información referida a
la profesora que enseñaba en ese curso. Si la persona vive esos tres
eventos en compañía de un amigo, para éste la secuencia no
significará más que hechos aislados; pero para el protagonista, todos
ellos están eslabonados en relación a un tiempo específico de su
pasado. El puede ver la conexión existente y otorgarle un significado.

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Los componentes objetivos y el subjetivo no poseen una causa
común, no es posible deducir o demostrar científicamente qué genera
el fenómeno. Y es que la ciencia ha avanzado en mediciones cada vez
más minuciosas y microscópicas de la realidad, pero al llegar al
terreno de lo subjetivo se ha encontrado en la imposibilidad de medir,
reproducir, predecir o manipular las variables.

En la época en que Jung describió la sincronicidad, ésta aparecía


como antónimo de la causalidad imperante, lo que no significa que
esto haya sido siempre así. De hecho, en la antigüedad este término
no habría sido necesario, como no lo sería el de ecología en el
lenguaje de una tribu indígena del Mato Grosso. Cuando el
conocimiento no estaba dividido en ciencia y humanismo, cuando el
sabio se ocupaba tanto de lo terreno como de lo divino - lo primero
como expresión de lo segundo - nada podía ser considerado como
acausal. El estudio de la causa primera tenía el mismo sentido que el
de sus consecuencias en la materia y los seres vivos, ya fuera que a
aquella causa se la llamara Dios, Naturaleza o Sol. Y no nos referimos
aquí
a la actitud de ignorancia o inercia mental que adjudica a un ser
omnipotente todo aquello que no entiende, sino a la comprensión del
universo como un todo inseparable, como una gran armonía
interdependiente.
Así, la sabiduría antigua, especialmente oriental, se empeñaba en
comprender como afectaba el quiebre de una armonía particular a
otro sistema o al conjunto, por sobre la disección de problemas
aislados y su intento de resolución - in vitro – desconectados de sus
relaciones naturales.

Si el mundo surgía y era sostenido a partir de un Gran Aliento


fundamental, éste podría ser conocido y comprendido a través del
estudio del mundo, porque estaría tan presente en lo grande como en

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lo pequeño, tan reflejado en los astros como en las hormigas. Nada
quedaría fuera de lo que es, como nada podría estar fuera de la
eternidad. Esta cosmovisión estaba naturalmente impregnada de la
búsqueda trascendente de las grandes interrogantes inherentes al ser
humano. Estando en el mundo, parece razonable buscar la
trascendencia a través de él en un ascenso progresivamente
integrador que minimice los riesgos de producir místicos
desarraigados o científicos desalmados. En la antigüedad sólo
merecía ser llamado sabio aquel que había sabido recorrer ambos
caminos y al que, luego de una larga trayectoria en la que había
comprendido suficientemente al mundo, le era posible comenzar a
recibir algún conocimiento de Dios.

Aun en pueblos primitivos, en el sentido de escaso o nulo


conocimiento teórico o abstracto, las personas más respetadas o
veneradas de la comunidad las constituían, y constituyen, aquéllas
capaces de interpretar el todo por sobre los hechos particulares, y
con ello indicar las acciones necesarias para restituir la armonía
perdida en cada caso. El examen de la mayoría de los métodos
adivinatorios, o premonitorios, ya sea lectura de huesos calcinados o
conchas de tortuga, I Ching, Tarot, etc., revela un factor común:
todos ellos expresan un "momentum" global, por ello es factible de
ser «leído» o interpretado por alguien que percibe su significado.
Queremos decir: por alguien capaz de aprehender el Gran Aliento que
en ese instante impregna todas las cosas, incluidos los objetos
adivinatorios, condición "sine qua non" para que en éstos se
manifieste una realidad que los trasciende.

Todo acto adivinatorio es sincronístico, ya que no puede ser


demostrada una causa que condicione el acierto de la premonición.
La función primordial del oráculo es revelar la correspondencia entre
lo interno y lo externo de un momento dado, en un paralelismo

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acausal. Refiriéndose al I Ching, dice Jung: « ... quienquiera que lo
haya inventado, estaba convencido de que el hexagrama obtenido en
un momento determinado coincidía con éste en su índole cualitativa,
no menos que en la temporal. Para él, el hexagrama era el exponente
del momento en el que se lo extraía, por cuanto se entendía que el
hexagrama era un indicador de la situación esencial que prevalecía en
el momento en el que se originaba.»

Desgraciadamente, esta arcana concepción unificadora, sintético-


intuitiva, predominante en el Este, comenzó a escindirse, en forma
casi paralela al incremento de la civilización occidental. Recordemos
que China tenía ya milenios de cultura cuando Europa recién estaba
dejando la vida nómada. La principal causa de este cisma fueron las
características inherentes al hombre occidental: razonador,
inquisitivo, analítico, en suma, fragmentador del mundo. Para
conocer, él separa, divide, clasifica, versus el oriental, que integra,
sintetiza, recibe al mundo.

Estas peculiaridades fueron relegando cada área de conocimiento a


un compartimiento separado y cada vez más infranqueable: ciencias
naturales, teología, música, etc.. La fisura inicial se convirtió en
grieta, y ésta en caminos francamente irreconciliables, hasta casi
nuestros días: ciencia y religión; verdades que exigían ser
demostrables para existir "versus" verdades de las que sería
blasfemia pedir demostración, y que debían ser aceptadas mediante
un acto de fe. Si para los científicos todo tenía que tener una causa
conocida que produjera el efecto en estudio, Dios - o la causa primera
incognoscible - quedaba instantáneamente excluido. Para los
religiosos, en cambio, el testeo o manipulación de la obra de Dios era
aberrante, y sólo cabía admirarla.

En una época de apogeo científico y tecnológico, sin embargo, el Dr.

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Jung describió un orden acausal de acontecimientos, una categoría de
eventos sin conexión posible y sin predictibilidad alguna, debido a
que uno de sus componentes era subjetivo y la subjetividad no se
podía manipular certeramente. De la causalidad lineal, producida
necesariamente en una sucesión temporal, dio un salto conceptual a
la sincronicidad atemporal, en la que la conexión factual se produce
sólo en la consciencia del que lo vivencia, y no en el tiempo entre A y
B. La mirada causal es retro o prospectiva, tendiendo a fijar sus
elementos en el tiempo, mientras la sincronicidad sólo puede suceder
en el ahora transformándolo creativamente en una nueva
comprensión.

Para Jung, la conexión causa-efecto es sólo estadística y como tal,


relativa, y, sin embargo, ha sido el método empleado para
comprender y establecer sobre la base de leyes todo el
comportamiento físico, químico y biológico en la naturaleza. Este
sistema deja fuera de la norma a todo lo individual, lo excepcional, lo
único. Más aún - precisa Jung - el científico preformula preguntas a la
naturaleza a través
de experimentos prejuiciados, con lo que obtiene respuestas parciales
que luego son presentadas como generalizaciones. Reflexión
compartida por el científico contemporáneo , Dr. Humberto Maturana:
« ... las explicaciones científicas no contienen los rasgos del
fenómeno por explicar, sino que éstos resultan de los procesos que
ellos implican. Por esta razón, las explicaciones científicas son
proposiciones mecanicistas, y como tales, consisten en proposiciones
de sistemas determinados por su estructura.»

En esto radica la distorsión. La ciencia - como otras áreas del


conocimiento - en su empeño por conocer el mundo, ha elaborado
leyes, ha construido abstracciones cada vez más complejas sobre la
base de hipótesis, modelos y experimentaciones estadísticamente

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satisfactorias. 0, según Ken Wilber, ha realizado distinciones de
distinciones de distinciones. El problema surge cuando se da por
supuesto que esas meta- meta-demarcaciones son la realidad.

Por una parte, es falso el no considerar todos los casos


individualmente, y por otra parte produce un distanciamiento
enorme, con su consiguiente deformación, de la naturaleza misma de
las cosas, la que es no fragmentaria. Al decir de los neurolingüistas,
«el mapa no es el territorio».

La sincronicidad es por esencia incluyente, al no establecer


distinciones de tiempo, espacio, ni categorías, y no imponer
condiciones a su ocurrencia. Hipótesis nada descabellada si
consideramos a la sincronicidad como un puente tendido entre el
saber absoluto y la realidad externa, constituyendo un
acontecimiento esencialmente creativo.

Acumulados estadísticamente, la distribución de sucesos


sincronísticos se verifica en grupos aperiódicos, o de otro modo no
serían aleatorios. En todos los casos la causalidad no ha podido ser
encontrada o demostrada. Si pudiéramos conocer y establecer la
existencia de la causa primera, del Gran Aliento al que hacíamos
mención, desaparecería naturalmente la oposición entre causalidad y
acausalidad al comprobarse el orden superior al que todos los
fenómenos estarían subordinados. Así, el aparente antagonismo entre
la distribución seriada, lineal, de los acontecimientos causales, y la
distribución aperiódica y atemporal de las «conexiones transversales
significativas» - como llamaba también Jung a la sincronicidad -
quedaría abolida, siendo ambas expresiones diversas, parciales, y,
por lo tanto, complementarias del Todo.

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Pablo CáceresMás Información:
Jung, C. G.- Prólogo al I Ching.- Sudamericana
Jung, C. G.- La Interpretacion de la Naturaleza y de la Psique.-
Paidós
Jung, C. G.- Sincronicidad.- Sirio
Peat, F. David.- Sincronicidad.- Kairós
Wilber, Ken.- El Paradigma Holográfico.- Kairós

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