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La historia de esta leyenda, cuenta que en época de los Chibchas, durante

días y noches llovió tanto que se arruinaron los cultivos; las casas se
vinieron al suelo, y se mojaron tanto que lo mismo servía tener techo de
palma o no.
El Zipa, quien comandaba todo el imperio Chibcha, y los caciques, que eran como
los capitanes o gobernadores de los poblados de la sabana, se reunieron para
buscar una solución, pues no sabían qué hacer y el agua seguía cayendo del cielo
en torrentes. Se acordaron entonces de Bochica, un anciano que no era de su
tribu y quien había aparecido de repente en un cerro de la sabana.
Dicen que era alto y de piel colorada, con ojos claros, barba blanca y muy larga
que le llegaba hasta la cintura. Vestía una túnica también larga, sandalias, y usaba
un bastón para apoyarse. Él les había enseñado a sembrar y cultivar en las tierras
bajas que quedaban próximas a la sabana y a orar. Cuando se iniciaron las lluvias,
Bochica estaba visitando el poblado de Sugamuxi (hoy Sogamoso), en donde
había un templo dedicado al Sol.
Los chibchas decidieron llamarlo, porque pensaron que Bochica era un hombre
bueno que podría ayudarlos, o todo el imperio se acabaría a causa de la
gigantesca inundación. El anciano dialogó con dificultad con los caciques, pues no
dominaba su lengua, pero se hacía entender y le comprendían bastante. Se retiró
a un rincón del bohío que tenía por habitación, rezó a su dios, que decía era uno
solo. Luego salió y señaló hacia el suroccidente de la sabana.
Cuentan además, que cientos de indios organizaron una especie de peregrinación
con él. Se detuvieron después de varios días en el sitio exacto en donde la sabana
terminaba, pero las aguas se agolpaban furiosas ante un cerco de rocas. Los
árboles enormes y la vegetación selvática frenaban la furia del agua.
Bochica, con su bastón, miró al cielo y tocó con el palo las imponentes rocas. Ante
la sorpresa y admiración de unos y la incredulidad de todos, las rocas se abrieron
como si fueran de harina. El agua se volcó por las paredes, formando un hermoso
salto de abundante espuma, con rugidos bestiales y dando origen a una catarata
de más de 150 metros de altura. La sabana, poco a poco, volvió a su estado
normal. Y allí quedó el "Salto del Tequendama". Dicen que Bochica, tiempo
después, desapareció silenciosamente como había venido.

Como aprendimos, después de la décima plaga Faraón les dijo a los israelitas que
salieran de Egipto. Unos 600.000 hombres israelitas salieron, así como muchas
mujeres y niños. Además, mucha otra gente que había creído en Jehová salió con
los israelitas. Todos llevaron consigo sus ovejas y cabras y ganado al salir de
Egipto.
Antes de salir, los israelitas pidieron ropa y cosas hechas de oro y plata a los
egipcios. Los egipcios tenían mucho miedo, por la última plaga que les vino. Así
que les dieron a los israelitas todo lo que pidieron.

Unos días después los israelitas llegaron al mar Rojo. Allí descansaron. Mientras
tanto, Faraón y sus hombres empezaron a arrepentirse de haber dejado ir a los
israelitas. ‘¡Dejamos ir a nuestros esclavos!’ decían.

Así que Faraón cambió de opinión otra vez. Enseguida preparó su carro de guerra
y su ejército. Entonces empezó a ir tras de los israelitas con 600 carros
especiales, así como con todos los otros carros de Egipto.

Cuando los israelitas vieron venir a Faraón y su ejército, se asustaron muchísimo.


No tenían ninguna manera de huir. Tenían el mar Rojo a un lado, y los egipcios
venían de la otra dirección. Pero Jehová puso una nube entre su pueblo y los
egipcios. Por eso los egipcios no podían ver a los israelitas para atacarlos.

Jehová ahora le dijo a Moisés que extendiera su palo sobre el mar Rojo. Cuando
Moisés hizo esto, Jehová hizo que un viento fuerte del este soplara. Las aguas del
mar se dividieron, y se quedaron aguantadas en los dos lados.

Entonces los israelitas empezaron a marchar por en medio del mar sobre tierra
seca. Se necesitaron horas para que aquellos millones de personas con todos sus
animales pasaran al otro lado. Finalmente los egipcios pudieron verlos otra vez, y
se metieron en el mar tras ellos.

Cuando hicieron esto, Dios hizo que se les cayeran las ruedas de sus carros. Los
egipcios se asustaron mucho y empezaron a gritar: ‘Jehová pelea por los israelitas
contra nosotros. ¡Vámonos de aquí!’ Pero era muy tarde.

Entonces Jehová le dijo a Moisés que extendiera su palo sobre el mar Rojo, como
viste en el cuadro. Entonces las paredes de agua empezaron a volver y a cubrir a
los egipcios y sus carros. El ejército entero se había metido en el mar. ¡Y ni un
solo egipcio salió vivo!

¡Cuánto se alegró el pueblo de Dios por estar a salvo! Los hombres cantaron una
canción de gracias a Jehová, diciendo: ‘Jehová ha ganado una victoria gloriosa.
Ha echado a los caballos y sus jinetes en el mar.’ Míriam, la hermana de Moisés,
sacó su pandereta, y todas las mujeres la siguieron con las suyas. Y bailaron,
cantando también: ‘Jehová ha ganado una victoria gloriosa. Ha echado a los
caballos y sus jinetes en el mar.’

Éxodo, capítulos 12 a 15.


Primero estaba el mar.Todo estaba oscuro. No había sol, ni luna, ni gente, ni
animales, ni plantas.Sólo el mar estaba en todas partes. El mar era
la madre.Ella era agua y agua por todas partes y ella estaba en
todas partes.Así, primero sólo estaba la madre…

La madre no era gente ni nada, ni cosa alguna.Ella era Aluna.Ella era espíritu
de lo que iba a venir y era pensamiento y memoria.Así la madre existió sólo
en Aluna, en el mundo más abajo, en la última profundidad, sola.

Entonces cuando existió así la madre, se formaron arriba las tierras, los
mundos, hasta arriba donde está hoy nuestro mundo.Eran nueve mundos y
se formaron así: primero estaba la madre y el agua y la noche.No había
amanecido aún.La madre se llamaba entonces se-ne-nuláng. También existía
un padre que se llamaba katekéne-ne–nuláng.Ellos tenían un hijo que se
llamaba búnkua-sé.Pero ellos no eran gente, ni nada, ni
cosa alguna.Elloseran Aluna.Eran espíritu y pensamiento. Eso fue el primer
mundo, el primer puesto y el primer estante.

Cuando nacieron los primeros padres del mundo, ellos empezaron a secar la
tierra. Empujaron el mar más allá e hicieron zanjas para secar el piso y caños
para navegar por el agua.La madre bebió la mitad del mar.Montañas se
formaron de la tierra y el agua se retiró.

Cuando los padres del mundo hicieron la casa en el cielo, se reunieron y


bailaron y cantaron y decidieron hacer la tierra. Pero primero estaba el mar.Y
el mar era la madre.La madre era pensamiento.Y el pensamiento era Aluna.
Nacimiento del mundo Según La Mitología Kogui

Al principio, todo era agua y oscuridad. No había tierra, ni sol o luna, ni nada vivo.
El agua era la Mama Grande. Era la mente dentro de la naturaleza, la fuente de
todas las posibilidades. Era la vida naciendo, el vacío, el pensamiento puro. Tomó
muchas formas. Como virgen se sentó en una piedra negra en el fondo del mar.
Como serpiente rodeó a la tierra. Era la hija del Señor del Trueno, La Mujer Araña
cuya tela envolvió los cielos. Como Madre del Hielo moraba en una laguna negra
en las alturas de la Sierra; como Madre del Fuego habitaba en todo fogón.

En el principio, la Mama Grande comenzó a hilar sus pensamientos. En su forma


de serpiente colocó un huevo en el vació, y el huevo se convirtió en el universo. El
universo tenía nueve capas, cuatro del mundo inferior y cuatro del superior, con un
plano de contacto, el mundo central de los seres humanos, que era el quinto. Los
cuatro mundos inferiores fueron creados primero, luego los cuatro superiores,
cada uno resplandeciente con la luz de su propio sol. La quinta capa, el nivel que
une las mitades superior e inferior del universo, es el sol- tierra/noche-tierra, la
tierra de los seres humanos, la conexión entre los reinos cósmicos.

Cuando la Mama Grande concibió el universo de nueve capas, se fertilizó a sí


misma ungiendo uno de sus pelos púbicos con su sangre menstrual y luego se
fecundó a sí misma con un palito de poporo.

Parió a Sintana, un jaguar de cara negra, el prototipo del ser humano. Luego
Sintana colocó en uno de los pelos púbicos de su madre, un pequeño trozo de una
de sus uñas y un collar de piedras rojas en el ombligo de su madre. Con el palito
de poporo los hizo penetrar en su cuerpo, quedando así preñada con los Señores
del Universo, los cuatro puntos cardinales, el cenit, el nadir y el centro. El señor
del cenit es el sol. El señor del nadir es el sol negro, el hermano mayor de nuestro
sol. Tan pronto como el sol se pone en el horizonte, aparece este señor de la
oscuridad, un sol negro que se estremece como una luna oscura.

En el principio el universo todavía era blando. La Mama Grande lo estabilizó al


insertar su enorme huso en el centro, penetrando las nueve capas en el eje del
mundo. Los Señores del Universo, nacidos de la Mama Grande, hicieron replegar
el mar y levantaron la Sierra Nevada en torno al eje del mundo, enterrando sus
pelos púbicos en la tierra.

Luego la Mama Grande colocó tiestos en la superficie y de su uso desenrolló una


tira de hilo de algodón con la que trazó un círculo en torno a las montañas,
circunscribiendo así la Sierra Nevada, que declaró ser la tierra de sus hijos. De
esta manera el huso se convirtió en un modelo del cosmos. El disco es la tierra, la
voluta de hebra es el territorio de las gentes, las hebras individuales del algodón
hilado son los pensamientos del sol. El cono blanco de hilaza representa las
cuatro capas del mundo de arriba, pero debajo del disco el algodón es negro e
invisible. El sol, al moverse en torno a la Tierra, hila la hilaza de la vida y la recoge
en torno al eje del cosmos, las montañas de la Sierra Nevada, la tierra natal de la
Mama Grande.

Hace muchísimos años, en el inicio del pueblo Wayúu, un muchacho salió una vez
a cazar. Iba con su arco y flecha, cuando en el monte escuchó un ruido. El
muchacho pensó que eran espíritus, y se asustó. Volvió a escuchar, y oyó como
una cancioncita en medio del monte. Se asomó, y vio que era una niña muy fea.
Era ojona, barrigona, toda negrita, feíta.

El muchacho le preguntó que ella qué hacía ahí, y ella no le contestó. Ella jugaba
con las hormigas sin decir nada. Y de tanto insistirle qué hacía ella ahí, si venía de
algún lugar, si tenía papás, la niña finalmente le contestó. Le dijo que se había
perdido, que sus padres hacía mucho tiempo habían fallecido, y que se llamaba
Cocorona. Él se la llevó para su casa donde tenía dos hermanas. Cuando
llegaron, él presentó a la niña y le pidió a las hermanas que por favor la cuidaran y
se encargaran de ella. Él iba a cazar todas las noches, como es tradicional en las
rancherías y comunidades, sobre todo cuando es luna llena. Mientras él cazaba,
las hermanas, en vez de cuidar a la niña, lo que hacían era maltratarla debido a su
fealdad. El muchacho había dejado un chinchorro para Cocorona, pero las
hermanas se lo quitaron y la hicieron dormir en el suelo.

Cuando él llegaba en la mañana, la niña no le contaba nada, solamente lloraba,


lloraba y lo abrazaba. Él ya sentía como un cariño de padre hacia la niña, pero no
entendía por qué ella estaba llorando. Y las hermanas le decían cosas: mira que la
niña que trajiste no hace caso, nos trata mal…

Pasó un buen tiempo y una noche las hermanas obligaron a la niña a dormir fuera
de la casa; y la niña no sabía qué hacer y fue a dormir por allá en el monte. Esa
noche, la niña tuvo un sueño, como una revelación: ella se transformó en la noche,
de repente se convirtió en una hermosa muchacha Wayúu y de su boca salían
hilos, como las telarañas que hacían las arañas. De ahí viene la leyenda de
Wareke, que significa araña tejedora.

Con el hilo que salía de su boca hizo bastantes cosas. Los Wayúu hasta ese
momento no sabían hacer mochilas, chinchorros y todo lo que se hace con tejidos.
Entonces, al día siguiente, ella volvió a convertirse en una niña y las hermanas
vieron esos tejidos tan bonitos en el tronco del árbol donde la niña había
amanecido. Cuando el muchacho llegó, ellas le contaron que los tejidos los habían
hecho ellas. La niña fea no decía nada, porque sabía que no le iban a creer. La
misma transformación volvió a pasar en las noches siguientes.

Cada vez que la niña veía que el muchacho regresaba, ella lloraba con ganas de
contarle lo que sucedía, pero no le contaba nada. Él sospechaba que las
hermanas podían tratarla mal y pensó: voy a ver qué es lo que pasa, no creo que
mis hermanas, siendo tan flojas, hayan hecho estos tejidos. Entonces, esa noche,
él se quedó cerca de la casa y no salió a cazar. Así, se enteró de que las
hermanas sacaban a la niña a dormir fuera de la casa. Justo esa noche, la niña no
durmió junto al árbol, sino cerca a la cocina, y el muchacho vio una luz, y a la niña
que se transformaba en una hermosa mujer. Él estaba sorprendido por lo que
sucedía. En ese momento, las hermanas también salieron y vieron la
transformación. Cuando la hermosa muchacha las vio, ellas se convirtieron en
murciélagos.

La muchacha siguió tejiendo y sabía que el muchacho estaba cerca y que la


observaba. Así que le dijo: ¿qué haces escondido? ¿Por qué no te acercas? Él no
sabía qué decir, pues estaba mudo al ver la transformación de una niñita fea en
una muchacha bonita, y se enamoró de ella.

Ella le dijo que, en agradecimiento, se quedaría transformada como estaba, pero


con una condición: que no le dijera a nadie que ella hacía esos tejidos. Le contó
que su misión era enseñarle a los Wayúu a tejer, pero que no le dijera a ninguno.

Un día, llegaron unas personas invitándolo a él a un velorio, como es la tradición.


Pero en realidad, éstas no eran personas, sino espíritus que querían saber de
dónde venían esos tejidos. El muchacho llegó al velorio bien adornado, con varios
tejidos: el chinchorro, el cirrá o pajón, la wuaireña, la mochila, todo.

El velorio no era real, estaba planeado por los espíritus. Éstos comenzaron a
preguntarle al muchacho que de dónde había sacado esos tejidos. Él recordaba la
promesa que le había hecho a la muchacha y por ello no decía nada. Pero los
espíritus lo emborracharon, le dieron chirrinche hasta no más y le preguntaron
tanto hasta que él dijo la verdad. En ese momento los espíritus comenzaron a
reírse y se fueron a buscar a la muchacha. Ella ya no estaba en la casa.

Cuando el muchacho despertó, recordó que había incumplido la promesa y salió


corriendo a buscar a la muchacha. Y se lamentaba: cómo es posible que traicioné
lo prometido. La buscó y encontró en su lugar a una araña. Comenzó a perseguirla
y a perseguirla, pero ella se perdió en el monte: la muchacha se había convertido
en una araña, en una araña tejedora. Cuenta la leyenda, que fue Wareke, la araña
tejedora, quien enseñó a tejer a los Wuayúu.

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