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Enfermos.

HOMILÍA
Durante la concelebración eucarística, memoria de
Nuestra Señora de Lourdes

El dolor iluminado por la fe


es fuente de esperanza y salvación

1. «Nos visitará el sol que nace de lo alto» (Lc 1, 78). Con estas palabras,
Zacarías anunciaba la ya próxima venida del Mesías al mundo.
En la página evangélica que acabamos de proclamar, hemos revivido el episodio
de la Visitación: la visitación de María a su prima Isabel, la visitación de Jesús a
Juan, la visitación de Dios al hombre.
Amadísimos hermanos y hermanas enfermos, que habéis venido hoy a esta plaza
para celebrar vuestro jubileo, también el acontecimiento que estamos viviendo
es expresión de una peculiar visitación de Dios. Con esta certeza, os acojo y os
saludo cordialmente. Estáis en el corazón del Sucesor de Pedro, que comparte
todas vuestras preocupaciones y angustias: ¡sed bienvenidos! Con íntima emoción
celebro hoy el gran jubileo del año 2000 junto con vosotros, y con los agentes
sanitarios, los familiares y los voluntarios que os acompañan con diligente
abnegación.
Saludo al arzobispo monseñor Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo
pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios, y a sus colaboradores, que se
han ocupado de la organización de este encuentro jubilar. Saludo a los señores
cardenales y obispos presentes, así como a los prelados y sacerdotes que han
acompañado a grupos de enfermos en esta celebración. Saludo a la ministra de
Salud pública del Gobierno italiano y a las demás autoridades que han participado.
Por último, saludo y doy las gracias a los numerosísimos profesionales y
voluntarios que han estado dispuestos a ponerse al servicio de los enfermos
durante estos días.
2. «Nos visitará el sol que nace de lo alto». ¡Sí, Dios nos ha visitado hoy! Él está
con nosotros en toda situación difícil. Pero el jubileo es experiencia de una
visitación suya muy singular. Al hacerse hombre, el Hijo de Dios ha venido a visitar
a cada una de las personas y se ha convertido para cada una de ellas en «la
Puerta»: Puerta de la vida, Puerta de la salvación. Si el hombre quiere encontrar la
salvación, debe entrar a través de esta Puerta. Cada uno está invitado a cruzar
este umbral.
Hoy estáis invitados a cruzarlo especialmente vosotros, queridos enfermos y
personas que sufrís, que habéis acudido a la plaza de San Pedro desde Roma,
desde Italia y desde el mundo entero. También estáis invitados vosotros que,
comunicados por un puente televisivo especial, os unís a nosotros en la oración
desde el santuario de Czestochowa (Polonia): os envío mi saludo cordial, que
extiendo de buen grado a cuantos, mediante la televisión y la radio, siguen nuestra
celebración en Italia y en el extranjero.
Amadísimos hermanos y hermanas, algunos de vosotros estáis inmovilizados
desde hace años en un lecho de dolor: pido a Dios que este encuentro constituya
para ellos un extraordinario alivio fisico y espiritual. Deseo que esta conmovedora
celebración ofrezca a todos, sanos y enfermos, la oportunidad de meditar en el
valor salvífico del sufrimiento.
3. El dolor y la enfermedad forman parte del misterio del hombre en la tierra.
Ciertamente, es justo luchar contra la enfermedad, porque la salud es un don de
Dios. Pero es importante también saber leer el designio de Dios cuando el
sufrimiento llama a nuestra puerta. La «clave» dc dicha lectura es la cruz de
Cristo. El Verbo encarnado acogió nuestra debilidad, asumiéndola sobre sí en el
misterio de la cruz. Desde entonces, el sufrimiento tiene una posibilidad de
sentido, que lo hace singularmente valioso. Desde hace dos mil años, desde el día
de la pasión, la cruz brilla como suprema manifestación del amor que Dios siente
por nosotros. Quien sabe acogerla en su vida, experimenta cómo el dolor,
iluminado por la fe, se transforma en fuente de esperanza y salvación.
Ojalá que Cristo sea la Puerta para vosotros, queridos enfermos llamados en este
momento a llevar una cruz más pesada. Que Cristo sea también la Puerta para
vosotros, queridos acompañantes, que los cuidáis. Como el buen samaritano, todo
creyente debe dar amor a quien sufre. No está permitido «pasar de largo» ante
quien está probado por la enfermedad. Por el contrario, hay que detenerse,
inclinarse sobre su enfermedad y compartirla generosamente, aliviando su peso y
sus dificultades.
4. Santiago escribe: «¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los
presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del
Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si
hubiera cometido pecados, le serán perdonados» (St 5, 14-15). Dentro de poco
reviviremos de modo singular esta exhortación del Apóstol, cuando algunos de
vosotros, queridos enfermos, recibáis el sacramento de la unción de los enfermos.
Él, devolviendo el vigor espiritual y físico, pone muy bien de relieve que Cristo es
para la persona que sufre la Puerta que conduce a la vida.
Queridos enfermos, éste es el momento culminante de vuestro jubileo. Al cruzar el
umbral de la Puerta santa, uníos a todos los que, en todas las partes del mundo,
ya la han cruzado, y a cuantos la cruzarán durante el Año jubilar. Ojalá que pasar
a través de la Puerta santa sea signo de vuestro ingreso espiritual en el misterio
de Cristo, el Redentor crucificado y resucitado, que por amor «llevó nuestras
dolencias y soportó nuestros dolores» (Is 53, 4).
5. La Iglesia entra en el nuevo milenio estrechando en su corazón el evangelio del
sufrimiento, que es anuncio de redención y salvación. Hermanos y hermanas
enfermos, sois testigos singulares de este Evangelio. El tercer milenio espera este
testimonio de los cristianos que sufren. Lo espera también de vosotros, agentes de
la pastoral sanitaria, que con funciones diferentes cumplís junto a los enfermos
una misión tan significativa y apreciada, apreciadísima.
Que se incline sobre cada uno de vosotros la Virgen Inmaculada, que nos visitó en
Lourdes, como hoy recordamos con alegría y gratitud. En la gruta de Massabielle
confió a santa Bernardita un mensaje que lleva al corazón del Evangelio: a la
conversión y a la penitencia, a la oración y al abandono confiado en las manos de
Dios.
Con María, la Virgen de la Visitación, elevamos también nosotros al Señor el
«Magníficat», que es el canto de la esperanza de todos los pobres, los enfermos y
los que sufren en el mundo, que exultan de alegría porque saben que Dios está
junto a ellos como Salvador.
Así pues, con la Virgen santísima queremos proclamar: «Proclama mi alma la
grandeza del Señor», y dirigir nuestros pasos hacia la verdadera Puerta jubilar:
Jesucristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre.
[Homilía] Jesús con los enfermos | Domingo 4 de febrero de 2018
3 febrero, 2018
Marcos 1, 29-39
El Señor siempre nos trae grandes enseñanzas. Yo quisiera preguntarte: ¿Alguna
vez has tenido en tu casa, en tu familia, a algún enfermo? ¿Alguna vez has estado
en el hospital cuidando a algún enfermo que está grave o que va a morir? ¿Qué
ha sentido el enfermo? ¿Qué has sentido tú?
En el evangelio de San Marcos de este 5º Domingo del tiempo Ordinario,
encontramos varios elementos en Jesús; uno: fue a la casa de Pedro a curar a su
suegra; dos: expulsaba demonios y curaba muchos enfermos; tres: se retiraba al
monte a orar; y cuatro: era un predicador itinerante, iba de pueblo en pueblo
predicando.
Primero, Jesús ha venido a liberarnos de todo sufrimiento, de todo dolor y aquí lo
encontramos con ese gesto: va a la casa de Simón Pedro y le avisan que su
suegra está enferma; Jesús se acerca la toma de la mano, la levanta y luego ella
se pone a servir.
Con esto Jesús nos está indicando que cuando haya un enfermo no hay que
abandonarlo, hay que acercarnos y hacer algo por él; también hay que tenderle la
mano para levantarlo, no es lo mismo tener piedad que tener misericordia. Piedad
es hacer algo por él; en cambio la misericordia –la compasión– es acercarnos al
enfermo, estar con él, escucharlo, animarlo. Pues bien, Jesús nos enseña cómo
hay que tratar a los enfermos.
Segundo, le llevaron a Jesús muchos enfermos y muchos poseídos por el espíritu
del mal, curó a los enfermos y expulsó los demonios. A eso ha venido Jesús, a
sanar. Al Señor no le gusta el dolor de sus hijos, por eso ha venido a anunciar la
salvación, la salud física y espiritual, por eso expulsa los espíritus del mal, pero
también sana los cuerpos.
Tercero, Jesús también nos enseña la importancia de hacer oración en nuestra
vida. Él se retira a los lugares solitarios, al monte, a orar, para entrar en comunión
con su Padre Dios, y esa comunión con su Padre le da toda la fuerza para seguir
predicando, para amar, para acercarse a los que sufren, ahí está nuestra fuerza,
en la comunión con Dios. Yo te invito a que en tu vida no falte; si tú estás en
comunión con Dios, en oración, ahí está toda la fuerza para hacer el bien.
Y finalmente, el cuarto elemento, Jesús recorre los poblados y va a anunciar la
buena noticia. Con esto ya nos está indicando qué importante es llevar la buena
nueva. ¿Te gustaría colaborar con Jesús en esa nueva noticia? Ojalá y le digas al
Señor: Jesús tú eres mi modelo y maestro de oración, concédeme la gracia de
preocuparme por mis hermanos que sufren, acercarme a ellos y animarlos como
tú los animabas.
La bendición de Dios Omnipotente: Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre
ustedes y permanezca para siempre. Amén.

HOMILÍA DE MONSEÑOR JAVIER LOZANO BARRAGÁN


ENVIADO ESPECIAL DEL PAPA

Santuario de Nuestra Señora de la salud en Vailankanny (India)


Lunes 11 de febrero de 2002
Celebramos el misterio eucarístico. Cristo que sufre está presente en el dolor de la
humanidad. No sólo siente compasión por la humanidad, sino que vence el
sufrimiento y la muerte con su resurrección. Hacemos lo que decimos. Esta es la
solución a la enfermedad, al dolor, al sufrimiento y a la muerte: Cristo, que es el
único que cura, el Médico divino.

En la profunda reflexión de algunas religiones asiáticas, la cuestión del origen del


sufrimiento hunde sus raíces en la cuestión misma de toda la existencia humana. Las
religiones dan diversas respuestas interesantes. Según algunas de ellas la causa del
sufrimiento reside en las acciones negativas del pasado y podemos ser liberados del
sufrimiento mediante el conocimiento de la verdad que deriva de la palabra de Dios.
Otra de estas religiones, con una visión más amplia, sostiene que la vida es siempre
sufrimiento y su causa es la pasión del egoísmo. Para liberarse de esta pasión es
necesario eliminar el egoísmo y todo tipo de deseos, siguiendo una visión, un
pensamiento, una palabra, una acción, una vida, un esfuerzo, una atención y una
meditación como deben ser. Otras afirman que el sufrimiento se debe simplemente a
la oposición a la palabra de Dios y que Dios mismo lo remediará. Para otras, el
origen del sufrimiento son las obras malas de los hombres contra su propia vida y
contra la de los demás: delitos morales como el robo, la esclavitud, etc., que alteran
los espíritus y deben ser aplacados con sacrificios.

El Santo Padre en su Mensaje con ocasión de la X Jornada mundial del enfermo


afirma: "Vailankanny no sólo atrae a peregrinos cristianos, sino también a muchos
seguidores de otras religiones, especialmente hindúes, que ven en la Virgen de la
salud a la Madre solícita y compasiva de la humanidad que sufre. En la India, tierra
de religiosidad tan profunda y antigua, ese santuario dedicado a la Madre de Dios es
realmente un punto de encuentro para miembros de diversas religiones y un ejemplo
excepcional de armonía y diálogo interreligioso" (n. 1: L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 17 de agosto de 2001, p. 3).

Encontramos este punto de encuentro exactamente en las anteriores


consideraciones sobre el sufrimiento. Según el Papa, "el sufrimiento sigue siendo un
hecho fundamental de la vida humana. En cierto sentido, es tan profundo como el
hombre mismo y afecta a su misma esencia" (cf. Salvifici doloris, 3, citado en el
número 2 del Mensaje). En efecto, todas las afirmaciones anteriores concuerdan en
un punto fundamental: el sufrimiento no es un mal en sí mismo, sino la consecuencia
del mal. No es una culpa, sino la consecuencia de la culpa. Aquí nos acercamos a la
concepción cristiana, que ve en el pecado original la fuente venenosa de todos los
sufrimientos.
Para nosotros, los cristianos, lo tremendo no es el hecho de que el sufrimiento sea
generalizado, sino la solidaridad en el mal. El sufrimiento deriva del mal y, encerrado
en sí mismo, resulta absurdo e inexplicable.

Algunas de las concepciones religiosas que mencionamos proponen como solución


la acción divina: la escucha de la palabra de Dios, Dios mismo viene a liberarnos del
sufrimiento, o el ofrecimiento de sacrificios. Está bien, pero podemos
preguntarnos: ¿cómo? Esas concepciones responden hablando del obrar moral
recto. Sin embargo, cuando el hombre afronta la muerte como culmen del
sufrimiento, ¿cómo se puede superar el dolor?

En su Mensaje, el Papa afirma: "Aunque la Iglesia considera que en las


interpretaciones no cristianas del sufrimiento se hallan muchos elementos válidos y
nobles, su comprensión de este gran misterio humano es única. Para descubrir el
sentido fundamental y definitivo del sufrimiento "tenemos que volver nuestra mirada a
la revelación del amor divino, fuente última del sentido de todo lo existente" (Salvifici
doloris, 13). La respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento "ha sido dada
por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo" (ib.). El sufrimiento, consecuencia del
pecado original, asume un nuevo sentido: se convierte en participación en la obra
salvífica de Jesucristo (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1521). Con su
sufrimiento en la cruz, Cristo venció el mal y nos permite vencerlo también a
nosotros. Nuestros sufrimientos cobran sentido y valor cuando están unidos al suyo.
Cristo, Dios y hombre, tomó sobre sí los sufrimientos de la humanidad, y en él el
mismo sufrimiento humano asume un sentido de redención. En esta unión entre lo
humano y lo divino, el sufrimiento produce el bien y vence el mal" (n. 2).

En el Nuevo Testamento, san Pablo hace una descripción detallada de este


misterio: "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y
completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo" (Col 1, 24). "Nos
consuela en toda tribulación nuestra, para poder nosotros consolar a los que están
en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por
Dios. Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente
abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para
consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo
vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también
nosotros soportamos. Es firme nuestra esperanza respecto de vosotros; pues
sabemos que, como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo seréis
también en la consolación" (2 Co 1, 4-7). "Os exhorto, pues, hermanos, por la
misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa,
agradable a Dios" (Rm 12, 1). "Estoy crucificado con Cristo, y no vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del
Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 19-20). "En cuanto
a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por
la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo" (Ga 6, 14).

Si es tremenda la solidaridad en el mal, es maravillosa la solidaridad en el bien. El


porqué de la solidaridad en el mal con Adán, el primer pecador, es imposible de
comprender en sí misma. Es preciso considerarla desde el punto de partida de la
historia: el decreto eterno de la Encarnación del Verbo. Se logra la solidaridad más
profunda por medio de la comunión con la gracia divina, a través de la participación
de su vida, por el Amor todopoderoso, el Espíritu Santo. Desde esta solidaridad
interior, Cristo asume en la cruz nuestros sufrimientos y nuestra muerte, y su muerte
se transforma en la única fuente de felicidad.

Con todo, como afirma el Papa en su Mensaje: "La respuesta cristiana al dolor y al
sufrimiento nunca se ha caracterizado por la pasividad. La Iglesia, urgida por la
caridad cristiana, que encuentra su expresión más alta en la vida y en las obras de
Jesús, el cual "pasó haciendo el bien" (Hch 10, 38), sale al encuentro de los
enfermos y los que sufren, dándoles consuelo y esperanza (...). El mandato del
Señor durante la última Cena: "Haced esto en memoria mía", además de referirse a
la fracción del pan, alude también al cuerpo entregado y a la sangre derramada por
Cristo por nosotros (cf. Lc 22, 19-20), es decir, el don de sí a los demás. Una
expresión particularmente significativa de este don de sí es el servicio a los enfermos
y a los que sufren" (nn. 2-3).

El Santo Padre Juan Pablo II nos exhorta a llevar a cabo una nueva evangelización
en este campo. Esta nueva evangelización -afirma- debe ser nueva en su ardor, en
su método y en su expresión. Debe ser una evangelización adecuada a las
condiciones actuales de la India y de toda Asia. Sabemos que en la India cerca de
cuatro millones de personas están infectadas por el sida; que el 70% de los leprosos
del mundo se hallan en la India; y que este país tiene el número más alto de
tuberculosos. Sin embargo, la respuesta de la Iglesia católica está ya actuándose. En
efecto, en la India existen 3.000 centros en los que la Iglesia cuida de los enfermos.
Tenemos alrededor de 700 hospitales, 462 centros de salud, 116 hospicios, 6
facultades de medicina, 7 centros de rehabilitación, 41 leproserías y cerca de 1.500
dispensarios. Un número realmente notable de religiosos y religiosas, pertenecientes
a 600 congregaciones diferentes, trabajan en el ámbito de la pastoral de la salud. Y
lo más importante es que la Iglesia en la India está seriamente comprometida en la
educación del pueblo mediante la pastoral de la salud. La Iglesia posee actualmente
11.500 escuelas de todos los grados, con cerca de dos millones de alumnos.

Deseo concluir dando las gracias a todas las personas comprometidas en la India y
en toda Asia en la atención sanitaria con las palabras del Santo Padre: "Pienso en
los innumerables hombres y mujeres que, en todo el mundo, trabajan en el campo de
la salud, como directores de centros sanitarios, capellanes, médicos, investigadores,
enfermeras, farmacéuticos, personal paramédico y voluntarios. (...) La Iglesia
expresa su gratitud y su aprecio por el servicio desinteresado de muchos sacerdotes,
religiosos y laicos comprometidos en el campo de la salud, que atienden
generosamente a los enfermos, a los que sufren y a los moribundos, sacando fuerza
e inspiración de la fe en el Señor Jesús y de la imagen evangélica del buen
samaritano" (n. 3).

Que Nuestra Señora de la salud nos conceda la luz, la armonía, la Palabra de Dios,
su Hijo Jesucristo, la única Víctima agradable, el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo, la Salud completa, el cual al final vencerá la muerte y todo dolor y
sufrimiento.
Jueves Santo: amor, eucaristía, sacerdocio
por Un alma para el mundo

05 abril 2012
TRÌDUO PASCUAL
Iniciamos hoy la celebración de los tres grandes días de la liturgia de la Iglesia.
Durante este Triduo Santo celebramos la muerte, la sepultura y resurrección del
Señor.
El Jueves Santo tiene como centro la Ultima Cena del Señor con sus Apóstoles,
en la que Jesucristo abre de par en par su alma para hablarles del mandamiento
nuevo, para expresarles el cariño que les tiene, para rezar por ellos al Padre y
darles las últimas recomendaciones. Y sobre todo para hacernos el maravilloso
regalo de la Eucaristía y del Sacerdocio. Es día de caridad, de agradecimiento, de
adoración y desagravio a la Eucaristía. Es noche de vela. Es noche de oración.
El Viernes Santo centra su liturgia en la celebración de la Pasión y Muerte del
Señor. Es día de austeridad. Seguimos tratando de cerca a la Eucaristía y nos
vamos centrando en la Cruz. Instrumento de suplicio en la Pasión de Cristo y por
ello símbolo del cristiano. Es día de seguir de cerca los pasos del Señor hacia el
Calvario con la cruz a cuestas. Es día de acompañarle en su soledad. Día de
enamorarnos aún más del sacrificio, de la mortificación, de nuestras pequeñas
cruces.
El Sábado Santo. Día silencioso y expectante. La liturgia, como las santas
mujeres, se limita a sentir ¡a ausencia y esperar el triunfo del Señor. Sigue en alto
la cruz. Podemos escuchar y meditar tranquilamente las últimas palabras del
Señor antes de morir, que han quedado como un eco en el ambiente. Y nos
disponemos con impaciencia a participar en la gran Vigilia Pascual, llena de luz,
de historia y de alegría. Es la noche del fuego, de la oración, del agua, del canto
glorioso, de la explosión alborozada ante la gran noticia de la Resurrección del
Señor. Es noche de felicitaciones.
Vamos a adentrarnos en el Triduo Pascual con la incontenible ilusión de dejarnos
inundar por la presencia de Dios que viene a salvarnos. Que te duela la Pasión,
que te emocione el gesto de Dios. «Dolor de Amor. —Porque El es bueno. —
Porque es tu Amigo, que dio por ti su Vida. —Porque todo lo bueno que tienes es
suyo. —Porque le has ofendido tanto... Porque te ha perdonado... ¡El!... ¡¡a ti!!
—Llora, hijo mío, de dolor de Amor» .
JUEVES SANTO
El mandamiento nuevo
El día de Jueves Santo es el día en el que el Señor, en la intensa intimidad del
Cenáculo, habla tranquilo y solemnemente del mandamiento nuevo del amor.
Comienza el Señor por lavarles los pies a sus discípulos. ¡Qué gran gesto de
cariño! El Señor los quiere limpios de alma para acercarse a la sagrada mesa y
acceder después al sacerdocio. Les quiere dar todo !o inimaginable. Es su
despedida y empieza a repartir la inestimable herencia. Se pone en acción el
formidable amor de Dios.
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de
pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo. El amor de Dios no se queda en buenos
deseos, ni en mezquindades. Dios ama hasta el extremo, hasta las últimas
consecuencias, hasta el detalle más nimio. ¿Cómo es tu amor?: de palabra, de
compromiso, de medianías, de buenos propósitos, sin consecuencias prácticas,
cansino, tibio, desnaturalizado, teórico, sin garra, envejecido, sin ilusión,
raquítico... Nos falta coraje para amar hasta el extremo. Nos falta audacia para
entregarnos sin cálculos egoístas.

El. Amor del Señor es un amor hasta el fin de su vida en la Cruz, y hasta el fin de
los tiempos en el Sagrario. Estos son nuestros poderes: el amor de un Dios
incansable, su cariño sin medida por los hombres. Esta es nuestra felicidad: saber
que tenemos a Dios a nuestro lado. Como el Padre me ha amado a mí, así os amo
yo a vosotros. ¿No es para deshacernos en acción de gracias?
Después que les lavó los pies y tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo:
¿comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ´el Maestro´ y
´el Señor´, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he
lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado
ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. Ya
sabemos cómo hay que amar: con obras: «Obras son amores», dice el refrán.
Y el Señor, en aquella conmovedora despedida íntima, no se cansa de repetirles
la necesidad del mutuo amor, que se ha de convertir en el distintivo del discípulo
de Cristo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que,
como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto
conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros.
La caridad mantiene viva la llama de la fe y la esperanza. El amor nos une a Dios
y estrecha nuestros lazos con los hermanos. Amor a Dios y amor a los hombres.
«De estos dos preceptos penden la ley y los Profetas: del amor a Dios y del
prójimo» .
El misterio de la Eucaristía
Jueves Santo es esencialmente el día de la Eucaristía. Es el Sacramento de la
grandeza de un Dios que hace por el hombre «locuras» para que podamos gozar
de su cariñosa presencia. La Eucaristía es el Sacramento de la humildad de Dios:
«Humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario... —Pero más
humillación y más anonadamiento en la Hostia Santísima: más que en el establo, y
que en Nazaret y que en la Cruz.
Por eso, ¡qué obligado estoy a amar la Misa! («Nuestra» Misa, Jesús...) .
La Eucaristía es el amor en su máxima expresión: la entrega incondicional, la
disposición permanente y absoluta. «Nos encontramos en la encrucijada de los
grandes caminos de los destinos históricos, proféticos y espirituales de la
humanidad: aquí se concluye el Antiguo Testamento; aquí se inaugura el Nuevo;
aquí el encuentro con Cristo, de evangélico y particular, se hace sacramental y
universalmente accesible; aquí la intención fundamental de su presencia en el
mundo, con la celebración de los dos misterios esenciales de su vida en el tiempo
y en la tierra, la Encarnación y la Redención, se manifiesta en gestos y palabras
inolvidables: «sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo
al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo» (lo 13,1), es decir, hasta el último límite, hasta el don supremo de sí.
«Este es el tema en el cual debemos fijar nuestra atención. No seremos
verdaderamente capaces de hacerlo, lo mismo que nuestros ojos humanos y
creyentes no deberán cansarse de contemplar lo que el misterioso fulgor de la
última Cena hace resplandecer ante nosotros: los gestos del amor que se ofrece y
que se da, los cuales asumen el aspecto y la dimensión de un amor absoluto,
divino: el amor que se expresa en el sacrificio» .
La Eucaristía exige de nosotros: agradecimiento, necesidad de recibirle, amor a la
Misa, respeto y reverencia. En definitiva, valorar lo que significa la presencia real
de Dios junto a nosotros.
El misterio del sacerdocio
Otro motivo importantísimo para dar gracias al Señor en este día grande es el
habernos dejado la maravilla del sacerdocio católico. El sacerdocio es algo que
todos debemos sentir como nuestro. Gracias al sacerdote Cristo sigue entre
nosotros bautizando, perdonando, dándose en comida, ofreciendo el sacrificio
eucarístico, santificando el matrimonio, confirmando nuestra fe, acompañando al
cristiano en el transcendental momento de pasar de esta vía a la Vida definitiva.
Hoy es día de agradecer el sacerdocio y pedir por los sacerdotes en una oración
intensa.
Un Jueves Santo, decía Pablo VI hablando de los sacerdotes: «El prodigio
continúa: ´Haced esto en conmemoración mía´; el sacerdocio católico nació de
este amor y para este amor; todo fiel cristiano estará así invitado a esta mesa
inefable, a esta incomparable comunión: ´nosotros, dirá el Apóstol, somos un solo
cuerpo, aun siendo muchos, porque todos participamos en un único pan´ (1 Cor
10,17).

Aquí el espíritu, concentrado en la contemplación del misterio eucarístico,


descubre el perfil del ´Cristo total´: Jesús, la cabeza, y sus miembros formando un
único Cuerpo místico, su Iglesia, que vive en El animada por el Espíritu Santo: Ahí
están los millares y millares de elegidos a la participación del sacerdocio de Cristo,
´raza que el Señor ha bendecido´, como hemos leído esta mañana en la Misa
Chrismali (Is 61,9); son nuestros hermanos, son nuestros colaboradores, a los
cuales ha sido confiado el sacerdocio ministerial, esta especie de potestad
prodigiosa que nos identifica, en ciertos aspectos, con el mismo Cristo, al
hacernos capaces de actualizar su presencia sacramental, y de resucitar las almas
muertas por el pecado en virtud de su eficaz misericordia. En este momento, el
saludo gozoso y emocionado de nuestra comunión en Cristo, único y Sumo
Sacerdote de la Nueva Alianza, sancionada por El en la Cena sacrificial y
memorial del Jueves Santo, se dirige a vosotros, sacerdotes aquí presentes, y a
todos y cada uno de los sacerdotes de la Santa Iglesia extendidos por toda la
tierra» .
El sacerdocio es esencial en nuestra Iglesia, por eso el enemigo lo primero que
intenta es corromper a estos hombres llamados por Dios para servir a los fieles. Y
por eso los fieles, como preocupación primordial en la vivencia de su fe, han de
cuidar con escrupulosidad de sus hermanos los sacerdotes. Este cuidado se ha de
traducir en una oración ferviente por su fidelidad y santidad; en un apoyo humano
para que se sienta animado en su difícil tarea; en una amistad familiar y
respetuosa para que no se encuentre solo; en un agradecimiento espiritual y
humano por su entrega a nuestro servicio; en secundar sus evangélicas
indicaciones para que no se desaliente ante la indiferencia. En definitiva, se trata
de dejarnos guiar por este instrumento maravilloso que es el sacerdote, para
alcanzar la santidad a la que hemos sido llamados.
¡Jamás debemos descuartizar al sacerdote con nuestra mordaz crítica! ¡No
podemos hundirlo con la calumnia! No tratemos de utilizarlos para nuestros fines
egoístas. No se les puede abandonar en su tarea como si la Iglesia fuese
solamente cosa de ellos. Tampoco debemos cometer la gran injusticia de no
atender sus necesidades materiales, cuando lo ha dejado todo por servirnos.
Es demasiado grande una vocación sacerdotal para que, seguramente sin mala
intención, la arrinconemos con la incomprensión, la indiferencia, el olvido, el
menosprecio...
¡Cuántas vidas sacerdotales se han perdido porque no hemos sabido cuidarlas!
Alguna vez nos pedirá cuentas Dios de los sacerdotes que puso a nuestra
disposición.
«El sacerdocio cristiano está, pues, íntimamente unido al misterio, a la vida, al
crecimiento y al destino de la Iglesia, Esposa virginal de Cristo. El sacerdote es el
padre, el hermano, el siervo universal; su persona y su vida toda pertenecen a los
demás, son posesión de la Iglesia, que lo ama con amor nupcial y tiene con él y
sobre él —que hace las veces de Cristo, su Esposo— relaciones y derechos de
los que ningún otro hombre puede ser destinatario.
...Elegido, consagrado y enviado para formar y alimentar a la Iglesia con la
Palabra y la gracia de Dios, el sacerdote comprende existencialmente, en su vida
pastoral, la grandeza a la vez divina y humana de su vocación, descubriendo la
necesidad que los demás hombres tienen de él. Siente que su corazón se dilata, y
que su afectividad y capacidad de amar se realizan plenamente en la tarea
pastoral y paterna de engendrar gozosamente al Pueblo de Dios en la fe, de
formarlo y llevarlo como virgen casta (Cfr. 2 Cor 11,2) a la plenitud de vida en
Cristo».
Esto es el sacerdote: un hombre de Dios, entregado a las cosas divinas, y
sirviendo incondicionalmente a sus hermanos. Si la Iglesia tiene planteado hoy un
tema primordial, es el de las vocaciones al sacerdocio, el de la fidelidad y santidad
de sus sacerdotes, el de la identificación del sacerdote con su específica e
irrenunciable misión sagrada.
Del sacerdote lo espera Dios y la Iglesia todo. A los pies de Cristo Eucaristía que
reposa vivo en el litúrgico monumento, vamos a pedir por todos los sacerdotes
para que el Señor les dé la fortaleza necesaria para seguir cumpliendo su tarea
con toda fidelidad.
Que el Señor nos dé un amor limpio al sacerdocio y sepamos respetar su dignidad
correspondiendo incondicionalmente a su total entrega.
Señor Jesús, presente en el Santísimo Sacramento,
que quisiste perpetuarte entre nosotros
por medio de tus Sacerdotes,
haz que sus palabras sean sólo las tuyas,
que sus gestos sean los tuyos,
que su vida sea fiel reflejo de la tuya.
Que ellos sean los hombres que hablen a Dios de los hombres
y hablen a los hombres de Dios.
Que no tengan miedo al servicio,
sirviendo a la Iglesia como Ella quiere ser servida.
Que sean hombres, testigos del eterno en nuestro tiempo,
caminando por las sendas de la historia con tu mismo paso
y haciendo el bien a todos.
Que sean fieles a sus compromisos,
celosos de su vocación y de su entrega,
claros espejos de la propia identidad
y que vivan con la alegría del don recibido.
Te lo pido por tu Madre Santa María:
Ella que estuvo presente en tu vida
estará siempre presente en la vida de tus sacerdotes. Amen
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No te pierdas este víseo:

ORACION POR LOS SACERDOTES

"Señor Jesús, Pastor Supremo del rebaño,


te rogamos que por el inmenso amor y misericordia
de Tu Sagrado Corazón,
atiendas todas las necesidades de tus sacerdotes.
Te pedimos que retomes en Tu Corazón
todos aquellos sacerdotes que se han alejado de tu
camino,
que enciendas de nuevo el deseo de santidad
en los corazones de aquellos sacerdotes
que han caído en la tibieza,
y que continúes otorgando a tus sacerdotes fervientes
el deseo de una mayor santidad.
Unidos a tu Corazón y el Corazón de María,
te pedimos que envíes esta petición a Tu Padre celestial
en la unidad del Espíritu Santo. Amén."

ORACION POR LA SANTIFICACIÓN DE LOS SACERDOTES


De Santa Teresita del Niño Jesús

OH Jesús que has instituido el sacerdocio para continuar en


la tierra
la obra divina de salvar a las almas
protege a tus sacerdotes (especialmente a: ..............)
en el refugio de tu SAGRADO CORAZÓN.
Guarda sin mancha sus MANOS CONSAGRADAS,
que a diario tocan tu SAGRADO CUERPO,
y conserva puros sus labios teñidos con tu PRECIOSA
SANGRE.
Haz que se preserven puros sus Corazones,
marcados con el sello sublime del SACERDOCIO,
y no permitas que el espíritu del mundo los contamine.
Aumenta el número de tus apóstoles,
y que tu Santo Amor los proteja de todo peligro.
Bendice Sus trabajos y fatigas,
y que como fruto de Su apostolado obtenga la salvación de
muchas almas
que sean su consuelo aquí en la tierra y su corona eterna en
el Cielo. Amén

Homilía de de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en la Misa de


la Cena del Señor (Iglesia catedral, 20 de marzo de 2008)

Según se explica en los libros litúrgicos, en esta Misa llamada de la Cena del
Señor se hace memoria de tres acontecimientos, de tres realidades centrales del
cristianismo: la institución de la Eucaristía, memorial de la Pascua de Jesús que
perpetúa bajo los signos sacramentales el sacrificio de la nueva alianza; la
institución del sacerdocio, que prolonga en el mundo la misión y la entrega de
Cristo; el amor, la caridad, con la que el Señor nos amó hasta la muerte. Este
tercer aspecto de la memoria recreada en la Misa de esta tarde de Jueves Santo
es, en realidad, el que funda y explica los otros dos: porque nos amó hasta el
extremo, el Señor Jesús quiso quedarse con nosotros en el sacramento de su
sacrificio y de su presencia, y para hacer posible este milagro incesante decidió
hacerse representar por sus ministros, los que haciendo sus veces y en su nombre
deben instruir, santificar y apacentar al pueblo de Dios. Además, el amor de Cristo
se expresa, como en un testamento, en el mandamiento nuevo que resume toda la
ley y que impone a los que son de Cristo amarse como él los amó. Como que se
trata de realidades esenciales, corresponde meditar sobre estos misterios para
penetrar más profundamente en ellos, en su contemplación y comprensión, y para
que ellos inspiren y den forma a nuesta vida.
Quienes estamos habituados a la práctica eucarística necesitamos cada tanto
dejarnos sacudir por un nuevo asombro y caer en la cuenta, nuevamente, de la
grandeza del don que recibimos: poder participar del sacrificio del Señor y hacerlo
en plenitud recibiéndolo a él en comunión, uniéndonos a él en la más estrecha
cercanía e intimidad. Quiero detenerme un momento en este punto particular.
Durante mucho tiempo se discutió en la Iglesia acerca de la frecuencia de la
comunión. No, por cierto, en los comienzos, ya que en el libro de los Hechos de
los Apóstoles se dice de la primera comunidad cristiana que todos se reunían
asiduamente para participar en la fracción del pan (cf. Hechos 2, 42). Además, la
tradición entendió que la súplica del padrenuestro danos hoy nuestro pan de cada
día se refiere no sólo, no tanto, al pan material sino también, o más bien, a la
recepción diaria del Pan eucarístico. La frecuencia de la comunión ha sido variable
a lo largo de los siglos. Pero en la edad moderna el rigorismo de los jansenistas
tuvo un influjo muy extendido que perduró más de doscientos años. El problema
estaba centrado en las disposiciones necesarias para la comunión frecuente y aun
diaria: se comenzó a exigir cada vez más requisitos y éstos cada vez más difíciles
de cumplir, de tal manera que pocos fieles se consideraban dignos de acercarse a
comulgar. El pretexto era la veneración y el honor debidos a la Eucaristía, pero allí
se filtraba el error: considerar al sacramento como un premio a la virtud y no, como
es en verdad, la medicina que necesita la fragilidad humana. El Papa San Pío X, a
comienzos del siglo pasado, corrigió esta tendencia perniciosa y exhortó a los
fieles a comulgar diariamente, con dos condiciones: estado de gracia y rectitud de
intención. Basta, pues, estar purificado de todo pecado mortal y no acercarse al
altar por rutina, vanidad u otro fin mundano, sino para unirse más al Señor por el
amor y recibir de él la fuerza necesaria para superar los defectos que obstruyen el
camino a la santidad. Esta nueva actitud, que produjo frutos estupendos en la
Iglesia, estableció la práctica que nosotros seguimos.
Sin embargo, en los últimos años han aparecido elementos discordantes,
ideas y conductas abusivas que alteran la práctica genuinamente católica y que
pueden hacer realidad aquel dicho: la corrupción de lo óptimo es lo pésimo. Me
refiero en primer lugar a algunos errores doctrinales sobre la verdad de la
Eucaristía, corregidos por el magisterio de la Iglesia pero que a veces llegan hasta
los fieles más sencillos, incluso a través de los medios masivos de comunicación.
Sumemos a estas cuestiones teológicas una pérdida simétrica del sentido del
pecado y del sentido de lo sagrado, arrasados por una especie de subjetivismo
religioso que inclina a buscar el bienestar espiritual a toda costa y entendido éste
caprichosamente según el propio gusto, no según la objetividad santísima del
misterio eucarístico. Se ha hecho notar recientemente que, mientras todo el
mundo comulga, son relativamente pocos los fieles que se confiesan, y algunos
sienten como una discriminación que la Iglesia señale ciertas situaciones de vida
como incompatibles con el acceso a la comunión sacramental.
Revisemos serenamente nuestra propia práctica eucarística para aspirar con
fervor a lo óptimo, es decir, a un encuentro cotidiano con el Señor, sostenido por
una fe viva en su presencia y en su amor; un encuentro en el cual el deseo de la
comunión vaya acompañado de profunda reverencia y espíritu de adoración.
Digamos también algo sobre el sacerdocio católico, cuya institución hoy
conmemoramos. Hoy, en efecto, porque la Iglesia reconoce que las palabras de
Jesús pronunciadas en la última cena al entregarse en el don eucarístico se
refieren al ministerio sacerdotal encomendado a los apóstoles: hagan esto en
memoria mía (Lc. 22, 19; 1 Cor. 11, 24). El sacerdocio de los apóstoles, de sus
sucesores los obispos y de los presbíteros que los obispos eligen y consagran
como colaboradores suyos, es una participación en la Iglesia del sacerdocio
mismo de Jesucristo. Dios ha querido salvarnos mediante la encarnación de su
Hijo, que aceptó la muerte, suerte común de todos los hombres, y al resucitar
introdujo la existencia humana en una nueva dimensión: la comunión de vida con
la Trinidad; quiso también, de acuerdo a la lógica de la encarnación y del misterio
pascual, que los bienes de la salvación se difundieran entre los hombres por la
mediación de otros hombres, hechos partícipes de la mediación sacerdotal de
Cristo.
El sacerdocio católico no es un mero oficio, una profesión más, sino que
asegura en el mundo y en la historia la presencia salvífica del sumo y eterno
sacerdote. Si bien han cambiado con el tiempo las circunstancias culturales,
sociales y eclesiales, hay una fisonomía esencial del sacerdote que no cambia:
siempre deberá asemejarse a Cristo, porque cuando vivía en la tierra, Jesús
reflejó en sí mismo el rostro definitivo del presbítero, realizando un sacerdocio
ministerial del cual los apóstoles fueron los primeros investidos y que está
destinado a durar, a continuarse incesantemente en todos los períodos de la
historia (cf. Juan Pablo II: Pastores dabo vobis, 5). Don y misterio, la vocación
sacerdotal no faltará nunca en la Iglesia; el ideal del seguimiento total de Jesús –
como lo siguieron los apóstoles– atraerá siempre a jóvenes fuertes y generosos
que abran su corazón a los toques de la gracia y se ofrezcan a cumplir esta misión
grandiosa, exigente y desconcertante para el mundo. Cada generación sacerdotal
avanza sobre la huella de los apóstoles, que dijeron a Jesús con la voz de
Pedro: nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido (Mt. 19, 27).
Causa conmoción y gozo contemplar cómo hoy el Señor sigue llamando y
cómo su llamado es acogido con docilidad y amor por muchos adolescentes y
jóvenes, a pesar de todas las dificultades que opone la contracultura vigente, de
las campañas de desprestigio contra la Iglesia y sus ministros, de la crisis de
identidad que afectó a la figura sacerdotal en las últimas décadas, y de los errores
teológicos sobre la naturaleza del ministerio; a pesar del insistente repudio del
celibato –vieja reivindicación de los enemigos de la Iglesia– y de los antivalores de
la inconstancia y la infidelidad en todos los órdenes, erigidos en virtudes o
proclamados como derechos. ¡Es admirable comprobar que Dios es más fuerte,
que Cristo vela por su Iglesia! Doy gracias al Señor por nuestros seminaristas,
esperanza del futuro presbiterio platense, y por los de las otras diócesis argentinas
que cultivan su vocación y se preparan al sacerdocio en nuestro Seminario Mayor
“San José”. A ellos, queridos hermanos y hermanas, y a los que deben seguirlos
porque el Señor quiera llamar, los encomiendo a la oración de ustedes en este día
eucarístico y sacerdotal: que sean muchos, valientes, santos.
Sobre una tercera realidad –decíamos– se ejerce hoy la memoria cristiana: el
mandamiento del amor fraterno. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los
unos a los otros; así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a
los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor
que se tengan los unos a los otros (Jn. 13, 34 s.). Esta fue la primera confidencia
que hizo Jesús a sus discípulos en la última cena, según lo narra el evangelio de
San Juan; al despedirse de ellos les transmite la ley que debe reinar en la futura
comunidad. No es un mandato más; es una regla de vida. Su novedad se funda en
la novedad que se revela en la vida y la muerte de Jesús y se concreta en el don
del Espíritu que brota del Resucitado. Lo nuevo del mandamiento del amor se
comprende por referencia a Jesús; la clave está en estas palabras suyas: como yo
los he amado. Y ¿cómo los ha amado, cómo nos ha amado? El mismo evangelista
lo señala, según hemos escuchado hace un momento: los amó hasta el fin (Jn. 13,
1). Nos amó hasta el fin. El como no expresa una simple comparación, sino que
manifiesta el fundamento, la fuente. El mandato está en continuidad con el don:
amar como Jesús nos amó equivale a dejarse arrebatar por su amor y participar
de los sentimientos de su corazón. Sobre todo, participar de su humildad, de su
paciencia, de su generosidad y nobleza, de su servicio, que lo llevó a dar la vida.
La recepción del don conferido a los discípulos impone una enorme exigencia, que
se torna carga suavísima por la presencia y la acción del Espíritu Santo.
Otro aspecto de la novedad del mandamiento es su carácter distintivo, su
propiedad de identificar a los discípulos. Todos los reconocerán… La fuerza del
mandamiento nuevo vivido por los cristianos se proyecta más allá de las fronteras
visibles de la Iglesia. Es una fuerza capaz de vencer toda hostilidad y de convertir
al enemigo en amigo; de suyo es capaz de transformar desde dentro una
sociedad, de crear una nueva cultura. Con mayor razón podemos pensar que esto
es posible en un pueblo formado mayoritariamente por hombres y mujeres
bautizados. El testimonio de los cristianos, en sus relaciones interpersonales y en
la vida de sus comunidades puede abrir camino, en la fracturada comunidad
argentina, hacia una auténtica amistad social que supere los resentimientos y la
obstinada negativa a perdonar. Hay problemas que no tienen solución política,
económica o jurídica si las posibles soluciones, de cualquier género, no van
acompañadas de la generosa disposición al perdón. Vale a propósito la palabra de
Jesús: el que no tenga pecado, que arroje la primera piedra (Jn. 8, 7).
Queridos hermanos y hermanas: en la conversación mantenida con los
discípulos en la última cena, Jesús ilustró su unión íntima con ellos, con nosotros,
mediante la imagen de la vid y los sarmientos. A nosotros van dirigidas asimismo
sus palabras: permanezcan en mí… permanezcan en mi amor (Jn. 15, 4.9).
También son para nosotros las promesas anejas a ese consejo, a esa orden: dar
mucho fruto y compartir perfectamente su gozo. Quiera Dios que podamos
alcanzar el cumplimiento de esas promesas como una gracia propia de esta
Pascua.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

es.gloria.tv/

Juan García Inza


juan.garciainza@gmail.com

Por: Pbro. Lic. Roberto Luján Uranga.


La Pascua judía era la gran fiesta del pueblo hebreo que conmemoraba su
liberación de Egipto. Todo judío recordaba que los egipcios los habían sometido a
dura esclavitud y cómo Dios los había librado con prodigios y mano fuerte. Comían
un cordero asado, una pasta roja hecha a base de granada y manzana que les
recordaba la arcilla de los ladrillos que habían construido y acompañaban la cena
con agua salada que recordaba sus lágrimas; además, hierbas amargas y panes
ázimos, o sin levadura, 4 copas de vino, cada una con un significado diferente.
Jesús se reúne el jueves con sus discípulos al comienzo de la fiesta de los Panes
ázimos y manda a dos de ellos, Pedro y Juan, según san Lucas, los cuales
disponen todo en un aposento alto de una casa.
Es el momento supremo de la entrega de Jesús. Él es consciente de ser el Hijo de
Dios, en quien el Padre ha puesto el mando de todas las cosas, y como
preparación a la Eucaristía, primero lava los pies a sus discípulos. Era un oficio de
sirvientes, o esclavos, y no era bien visto, por ejemplo, que un rabino pusiera a
sus discípulos a lavarle los pies, menos que un rabino les lavara los pies a sus
discípulos, y Jesús, queriendo dejar un signo claro del amor que por fuerza se
traduce en servicio, se pone a los pies de los apóstoles, incluyendo a Judas, el
traidor, queriendo testimoniar que el amor se muestra en el sacrificio de sí mismo,
hasta hacer por el otro las labores más humildes. Después, se pone a la mesa con
sus discípulos y es muy probable que antes de instituir la Eucaristía, revela a
Judas que ya sabe que lo va a traicionar, y Judas sale fuera del Cenáculo.
Habiendo terminado la cena del cordero pascual, Jesús toma el pan ázimo, el pan
sin levadura, lo toma, lo fracciona y lo pasa a todos sus discípulos y les dice
“Tomen, coman, esto es mi cuerpo”, luego toma la copa de vino de bendición,
probablemente la tercera de las cuatro copas que habían de beberse, y la pasa a
sus discípulos, diciendo, “Tomen, beban, este es el cáliz de mi sangre”, con cuyas
palabras instituye la Eucaristía como el verdadero sacrificio propiciatorio, el
sacrificio que realmente quita nuestras culpas, la sangre que verdaderamente nos
redime. Jesús se entrega en la cruz pero en la Última cena instituye el sacrificio
eucarístico para que se quede como memorial para siempre, pues también dice a
los discípulos: “Hagan esto en conmemoración mía”, con lo cual la Iglesia entiende
que no solo instituye la Eucaristía sino también los ministros encargados de
presidirla y celebrarla, pues sin ministros ordenados, la Eucaristía no sería posible,
pero podríamos decir que al revés tampoco, si Jesús instituyó a los ministros fue
en función de la Eucaristía, que es la fuente, y el origen de la razón de ser del
sacerdocio católico. Un misterio tan profundo como el de la Eucaristía donde el
pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y donde unos
hombres tomados de entre su pueblo son consagrados como ministros que hagan
presente a Cristo en sus sacramentos, es algo que entenderemos totalmente en el
cielo.
El sacerdote representa a Cristo, vive en función de la Eucaristía y del amor a los
hermanos, por eso el Papa Francisco con tanta insistencia recuerda a los
sacerdotes que hagan presente a Cristo en sus gestos, su vida, su conducta, su
persona, y que los privilegiados por Cristo fueron siempre los pobres, a quienes el
sacerdote debe atender y amar con especial predilección. Ningún sacerdote es
perfecto, pero llevamos este tesoro del sacerdocio en vasijas de barro, el barro de
nuestra humanidad, y ojalá y el pueblo cristiano orara siempre por los sacerdotes,
para que no den escándalo comportándose como contrarios a Cristo sino que en
todo tiempo y lugar esparzamos el buen olor de Cristo que nos ha sido
comunicado por la ordenación sagrada como un don misterioso y grande de Dios
a la humanidad.
Viernes Santo.
Adoración y exaltación dela Santa Cruz.
Introducción
Al comienzo del capítulo V de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del
Concilio Vaticano II, que trata del año litúrgico, se afirma: «La santa Madre Iglesia
considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo, en días determinados a
través del año, la obra salvífica de su divino Esposo... Conmemorando así los
misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos
de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo
tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la
gracia de la salvación» (SC 102).
En la cruz transfigurada por la resurrección se resume y concentra «la obra
salvífica» que Cristo realizó, en ella brillan con luz nueva dos misterios de la
redención», junto a ella los creyentes beben, como de fuente inagotable, «la gracia
de la salvación». Si la tiniebla resplandeciente envolvía la cruz del Viernes Santo
sumiéndonos en dolor inconsolable por la muerte del Señor, en la fiesta de la
Exaltación cantamos con alegría y sincero agradecimiento al madero de la cruz,
árbol de la vida, símbolo real de nuestra redención. Como reza la liturgia evocando
la profecía de Ezequiel', "en medio de la ciudad santa de Jerusalén está el árbol
de la vida, y las hojas del árbol sirven de medicina a las naciones» (ant. 2, 1
Vísp;). La celebración litúrgica de este día nos transporta al Calvario para
abrazarnos a la cruz, o mejor para dejarnos abrazar por ella, de modo que
imprirna su marca en nosotros, pues la cruz es el signo y la señal del cristiano. La
cruz nos identifica como discípulos del Crucificado, resucitado por el poder de
Dios. La Exaltación de la Santa Cruz, al ponernos en el centro de la memoria y de
la contemplación el significado redentor de este árbol de vida, nos invita a la
alabanza y a la adoración, los dos ejes de la liturgia de esta fiesta.
Conclusión
La Exaltación de la Santa Cruz nos invita a la acción de gracias y a la adoración:
por el madero de la Cruz nos vino la salvación; en ella ha muerto, por nosotros, el
Hijo de Dios, misterio de salvación que lo acogernos en la fe postrados en humilde
adoración. La cruz es el signo de la victoria del amor y de la gracia, porque en ella
Cristo derrotó a los poderes de este mundo, el pecado y la muerte. La cruz nos
identifica como cristianos, porque nos introduce en el destino sacrificial del
Maestro. Por la muerte de Cristo en ella, la cruz, de instrumento de tortura y
maldición, ha pasado a ser el símbolo de la redención. Ella nos abraza cuando nos
signamos a lo largo de la vida, desde el mismo umbral del bautismo hasta el
momento de cerrarnos los ojos al concluir nuestra peregrinación por este mundo.
La cruz corona nuestros montes como señal que invita a elevar más arriba la
mirada; está en los caminos a modo de brújula celeste que nos orienta en las
encrucijadas de la vida; preside nuestras iglesias como memoria perpetua de la
obra de la redención que en ellas conmemoramos. La cruz no es un amuleto o un
bello adorno para orejas, nariz o cuello; la cruz es el símbolo más serio, más
entrañable, más exigente y comprometedor, porque es el signo de la vida
alcanzada al precio de la muerte. A los cristianos nos corresponde mostrar en todo
tiempo y lugar la veneración y estima por este signo santo.
«Cuando hagas la señal de la Cruz, procura que esté bien hecha. No tan de prisa
y contraída, que nadie la sepa interpretar. Una verdadera cruz, pausada, amplia,
de la frente al pecho, del hombro izquierdo al derecho. ¿No sientes cómo te
abraza por entero? Haz por recogerte; concentra en ella tus pensamientos y tu
corazón, según la vas trazando de la frente al pecho y a los hombros, y verás que
te envuelve en cuerpo y alma, de ti se apodera, te consagra y santifica.
¿Y por qué? Pues porque es signo de totalidad y signo de redención. En la Cruz
nos redimió el Señora todos, y por la Cruz santifica hasta la última fibra del ser
humano. De ahí el hacerla al comenzar la oración, para que ordene y componga
nuestro interior, reduciendo a Dios pensamientos, afectos y deseos; y al
terminarla, para que en nosotros perdure el don recibido de Dios; y en las
tentaciones, para que él nos fortalezca; y en los peligros, para que él nos defienda;
y en la bendición, para que, penetrando la plenitud de la vida divina en nuestra
alma, fecunde cuanto hay en ella.
Considera estas cosas siempre que hicieres la señal de la Cruz. Signo más
sagrado que éste no lo hay. Hazlo bien, pausado, amplio, con esmero. Entonces
abrazará él plenamente tu ser, cuerpo y alma, pensamiento y voluntad, sentido y
sentimientos, actos y ocupaciones; y todo quedará en Él fortalecido, signado y
consagrado por virtud de Cristo y en nombre de Dios uno y trino».
La profecía del Isaías, en el cuarto cántico del Siervo del Señor, presenta el
rostro dolorido de Cristo, el Siervo, al tiempo que nos invita a mirar el triunfo
del amor, mirar al que es “el más bello de los hombres”, al que tendrá éxito,
el que fue rechazado, ante el que se espantaron “porque desfigurado no
parecía hombre, ni tenía aspecto humano”. Sí, el mundo lo entiende como un
fracaso, no puede aceptar esta victoria de Dios sobre el pecado, sobre el
mal. El Siervo es despreciado y desestimado, pero “Él soportó nuestros
sufrimientos y aguantó nuestros dolores”, “cargó con nuestros crímenes”.
“Sus heridas nos han curado”. Misterio de dolor, misterio de amor. A fuerza
de banalizar el amor hemos vaciado el amor. “Dos cosas hay que revelan al
verdadero amador y que lo hacen triunfar: la primera consiste en hacer el
bien al amado; la segunda, superior en gran medida a la primera, consiste
en sufrir por él” (R. Cantalamessa, La fuerza de la cruz, p. 28). El amor
verdadero lleva consigo el sufrimiento por aquel que se ama; porque me
ama, sufrió por mí. Dice San Pablo: “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).
El viernes santo es un buen momento para volver al verdadero amor, a
rechazar los sucedáneos del amor que no salvan. Cómo puede entender un
padre o una madre el corazón de Dios. ¿Puede quedar Dios, nuestro Padre,
impasible ante el pecado del hombre que lo ha destinado a la muerte? Dios
actúa por amor, y el Hijo que es Dios, se ofrece voluntariamente para salvar
a los hombres entregándose por ellos.
La cruz es una demostración de la fuerza de Dios en nuestra debilidad.
Como hemos escuchado en la carta a los Hebreos: “No tenemos un sumo
sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha
sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado”.
Sólo en nuestra debilidad, y desde ella, Jesús nos ha liberado del peso del
mal que nos aplastaba. La salvación es solidaridad de Dios con el hombre.
Dios nos salva desde nuestra propia humanidad.
La pasión y la cruz son también un camino y un ejemplo para todos nosotros.
Estamos llamados a seguir el camino del Señor teniendo sus mismos
sentimientos. Es frecuente que queremos rechazar la cruz, que la vivamos
como una necedad o una maldición. Ante la cruz solemos rebelarnos. De
hecho, una de las causas más importantes de la increencia del mundo
moderno es el escándalo ante el mal del mundo, concretamente, ante el
sufrimiento de los inocentes. El silencio de Dios en estas situaciones
cuestiona a muchos, y a otros los aparta de la fe en un Dios bueno. Sin
embargo, la cruz es la manifestación más clara de la postura de Dios ante el
sufrimiento de los hombres. La cruz mirada con fe es la respuesta al mal de
mundo y el horizonte de un futuro sin luto ni dolor. “No es la imposibilidad de
explicar el dolor lo que hace perder la fe, sino la pérdida de la fe lo que hace
inexplicable el dolor” (R. Cantalamessa, op. cit, p 66).
Los cristianos, siguiendo el ejemplo del Señor, hemos de bajar también
hasta el hermano necesitado. Son muchas la cruces que todavía hay
clavadas en la arena del mundo. Los migrantes, los sin techo, los
toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada
vez más solos y abandonados, los que son objeto de la trata de personas, la
mujeres y los niños por nacer; sin olvidar a los que no tiene trabajo, a los
que han sido descartados por el mercado son muchos de los rostros del
Crucificado hoy. La cercanía a la cruz se traduce en cercanía al hermano,
una cercanía real y efectiva, donde se pueda ofrecer la ternura del
encuentro, de la acogida, de la comprensión, de la aceptación del otro en su
dolor y en su soledad, incluso en el sin sentido. En este sentido nos dice el
Papa: “Porque, así como algunos quisieran un Cristo puramente espiritual,
sin carne y sin cruz, también se pretenden relaciones interpersonales sólo
mediadas por aparatos sofisticados, por pantallas y sistemas que se puedan
encender y apagar a voluntad. Mientras tanto, el Evangelio nos invita
siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su
presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría
que contagia en un constante cuerpo a cuerpo” (EG, 88).
Hoy, tenemos especialmente presentes a nuestros hermanos, los cristia nos
de Tierra Santa, que pasan por situaciones de necesidad, en un aislamiento
que los empobrece y les hace difícil confesar y vivir la fe. Los sentimos muy
cerca y pedimos al Señor por ellos.
La cruz, queridos hermanos es el signo que nos identifica y el arma para
nuestra defensa. En ella está nuestro futuro y nuestra esperanza; en ella nos
refugiamos contra el Malignos y nos agarramos en nuestra debilidad. La cruz
es el cayado con el Moisés venció al enemigo y sacó a Egipto de la
esclavitud para llevarlo a la tierra de la libertad. “La cruz eleva y empuja
hacia lo alto. Por esta razón, no es solamente símbolo, sino arma poderosa
de Cristo, el cayado del pastor con el que el divino David sale al combate
con el Goliat infernal, y con el cual llama con autoridad a la puerta del cielo y
la abre. Desde entonces fluyen torrentes de luz divina que envuelven a
cuantos siguen al Crucificado” (Edith Stein. Santa Teresa Benedicta de la
Cruz).
Terminemos con estas bellas palabras de un autor cristiano del siglo III,
Hipólito, que nos dispongan a adorar el árbol de la cruz donde estuvo
clavada la salvación del mundo, haciendo presente antes en nuestra plegaria
a toda la humanidad:
“Oh cruz gloriosa del Señor resucitado,
árbol de mi salvación,
de él me nutro, en él me deleito,
en sus raíces crezco, en sus ramas me extiendo.
Su rocío me alegra y su espíritu
como la caricia de una brisa me fecunda.
A su sombra he puesto mi tienda.
Florezco en sus flores, gusto sus frutos exquisitos,
los cojo a manos llenas, porque desde el principio estaban destinados a mí.
En el hambre es mi alimento; en la sed, es mi fuente,
en la desnudez, mi vestido;
¡sus hojas son espíritu de vida, y ya no hojas de higuera!
Augusto sendero, mi camino estrecho,
escala de Jacob, lecho de amor donde nos deposó el Señor.
Es mi defensa frente al temor, mi sostén en el tropiezo,
mi premio en la lucha, mi trofeo en la victoria.
Árbol de vida eterna, pilar del universo,
tu cima roza el cielo, y el amor de Dios
Brilla en tus brazos abiertos”.
Oración del santo sepulcro.
LA DEVOCIÓN DE LA ORACIÓN DEL SANTO SEPULCRO Y LA ESCRITURA
MÁGICA ARACELI CAMPOS MORENO (Universidad Nacional Autónoma de
México) L A Oración del Santo Sepulcro fue muy conocida en la Nueva España.
Debe su nombre a que, supuestamente, se encontró en la tumba de Jesús. Este
hecho, en sí mismo, nos ayuda a entender por qué tuvo tantos partidarios durante
los tres siglos que duró la Colonia novohispana, en cuyos archivos inquisitoriales
la oración aparece hasta el siglo XVIII. En la historia de la cristiandad existe una
larguísima tradición de los lugares considerados santos1. Jerusalén es el caso
más significativo; la ciudad sagrada guarda el Santo Sepulcro, que hoy, como
hace siglos, es visita obligada de los peregrinos. Los Evangelios dan las primeras
noticias de su existencia. San Lucas narra cómo José de Arimatea pidió el cuerpo
de Jesús y, envolviéndolo en una sábana, lo colocó «en un sepulcro abierto en
una peña, en el cual ninguno había sido puesto»2. Por su parte, san Marcos
señala que la entrada fue cubierta con una pesada piedra y que muy de mañana,
el Domingo de Pascua, tres mujeres se dirigieron a la tumba. Al llegar, la
encontraron 1. «Según el lenguaje cristiano, son los lugares en los cuales se
realizaron los misterios de la encarnación y de la redención». Tres se consideran
los más importantes: el Gólgota, con el sepulcro de Jesús; Belén, el lugar donde
nació Jesús, y Nazareth, donde sucedió la Anunciación. «En sentido más amplio
se designan también con este nombre aquellos lugares donde se realizaron los
hechos más importantes de la vida de María o de los apóstoles», Diccionario de la
Biblia, edición de Serafín de Ausejo, Barcelona: Herder, 1967. 2. Lc 23, 53. 289
abierta y dentro «un mancebo sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa
blanca», quien les anunció que Jesús había resucitado en aquel lugar3. El
Sepulcro adquirió la calidad de santo porque en él se manifestó el milagro de la
Resurrección. Su veneración se inició tempranamente, a principios del siglo IV,
motivada por Constantino4. El emperador mandó destruir las edificaciones
paganas levantadas por los romanos en Jerusalén, a fin de recuperar los santos
lugares de la vieja ciudad5. Con el nombre de Anástasis o Resurrección construyó
una cúpula asentada en 11 columnas, para albergar el Santo Sepulcro6. La
recuperación de la tumba también es registrada por la literatura. Al respecto,
Eusebio, obispo de Cesárea, relata en su libro Vida de Constantino, que el
piadoso emperador deseaba exponer a la vista y a la veneración de todos, el muy
santo lugar de la resurrección del Salvador, que se halla emplazado en Jerusalén
[…] toda la raza de diablos se habían ingeniado para sepultar en la oscuridad y en
el olvido este divino monumento de la inmortalidad […] trataron de esconder a la
vista de los hombres esta gruta de salvación […] Mediante mil maniobras trajeron
tierra de las afueras [de la ciudad] y con ella cubrieron todo el lugar. Una vez que
el terraplén estuvo a cierta altura, lo embaldosaron con losas, quedando así
escondida la divina gruta bajo un enorme montón de escombros […] A
continuación, dispusieron encima del piso una verdadera tumba de almas al
construir, para un demonio impuro, el refugio tenebroso de Afrodita7. 3. Mc 16, 5-
6. 4. Se sabe que entre los judíos contemporáneos de Cristo había crecido el
interés por las tumbas de los profetas y de los santos. «J. Jeremías ha dado una
lista impresionante de tumbas conocidas y veneradas en tiempos de Jesús. Este
culto a los muertos estaba fundado en la fe en la intersección de los santos»,
Supplément au Dictionnaire de La Bible, París: Letouzey et Ané, 1991, XI, s.v. 5.
El emperador Adriano mandó construir sobre Jerusalén una ciudad romana, la
Aelia Capitolia, para lo cual fueron destruidas las antiguas edificaciones judías. 6.
La Anástasis formaba parte de un conjunto de edificaciones: el Martirio, una basí-
lica de un solo ábside, junto a cuyo altar estaba la gruta donde fue hallada la cruz;
y el Atrio, un patio interior rodeado de galerías que recordaba el huerto de José de
Arimatea, en cuyo ángulo SE se había colocado una roca, que señalaba el lugar
de la Crucifixión. El conjunto había sido construido en donde santa Elena, madre
de Constantino, supuestamente había encontrado la cruz y los clavos de la
crucifixión. Véase Gonzalo Martínez Díez, La orden y los caballeros del Santo
Sepulcro en la corona de Castilla, Burgos: La Olmeda, 1994, pág. 14. 7. André
Parrot, El Gólgota y el Santo Sepulcro, traducción de Sebastián Bartina,
Barcelona: Ediciones Garriga, 1963, pág. 40. 290 ARACELI CAMPOS MORENO
El Sepulcro fue recuperado cerca de tres siglos después de la muerte de Jesús y
posteriormente sufrió varias y contundentes modificaciones8. Pese a ello, se
considera que se encuentra en la actual basílica que lleva su nombre. Lo dicen los
estudios arqueológicos, pero, sobre todo, las tradiciones y las creencias religiosas
que han alimentado por siglos las acciones y las fantasías de la cristiandad. En
torno a la sagrada tumba se han originado singulares empresas. Inspiró la
creación de la orden sepulcrista9, muy respetable y de las más antiguas10, que
simbólicamente aún se conserva en España11. Los peregrinos de noble linaje
eran armados caballeros en el Sepulcro y durante la Edad Media, papas,
emperadores y reyes concedieron a sus miembros notables privilegios. Por
ejemplo, tenían la facultad para legitimar bastardos, cambiar el nombre recibido en
el bautismo y otorgar blasones o escudos de armas; estaban exentos de pagar
impuestos; podían nombrar notarios y tenían el poder de ordenar la sepultura de
los ajusticiados que se encontrasen por los caminos12. Imán de muchas
devociones, se dice que, en tiempos de Constantino, en el Santo Sepulcro los
peregrinos podían admirar fantásticas reliquias: «ORACIÓN DEL SANTO
SEPULCRO» Y LA ESCRITURA MÁGICA 291 8. Las obras de Constantino
sufrieron tres modificaciones: en el siglo VI, realizadas por el patriarca Modesto;
en el año 614, efectuadas por Constantino Monómaco, y las renovaciones que de
1099 a 1149 hicieron los cruzados. 9. Las órdenes militares de caballería con
carácter religioso debían proteger a los peregrinos y cuidar de los enfermos.
Posteriormente, sus actividades se ampliaron. Defendían la fe, frente a
mahometanos y paganos, los Santos Lugares y los Estados cristianos. La del
Santo Sepulcro se constituyó después de la Primera Cruzada y sus integrantes
fueron llamados «le plus nobles des Chevaliers» (Enciclopedia de la Religión
Católica, Barcelona: Dalmau & Jover, 1953, V). Entre sus obligaciones estaban:
evitar las guerras injustas, los duelos y las ganancias sórdidas, ser ejemplo para la
comunidad y servir a Dios de todo corazón. Véase G. Martínez Díez, La orden y
los caballeros del Santo Sepulcro, pág. 82. 10. Según Martínez Díez, no hubo una
orden del Santo Sepulcro a la manera de la del Temple o del Hospital de San
Juan. Había un cabildo catedralicio y sus canónigos permanecieron dedicados a la
liturgia. Hasta mediados del siglo XIV, apareció una hermandad que agrupaba a
los caballeros sepulcristas. Véase G. Martínez Díez, La orden y los caballeros del
Santo Sepulcro, págs. 76-79. 11. En Aragón tuvo gran prestigio. En su testamento,
el rey aragonés Alfonso I el Batallador cedió su reino a las órdenes del Sepulcro,
el Temple y la Sanjuanista. Personajes ilustres pertenecieron a la orden, como el
conde de Barcelona Ramón Berenguer. Fernando el Católico la defendió del
papado, que pretendía hacerla desaparecer. Actualmente sus sedes son la
Colegiata del Santo Sepulcro de Calatayud y las Reales Comendadoras de
Zaragoza. 12. Los privilegios están en la certificación de 1553. Era otorgaba por el
Guardián franciscano de los Santos Lugares, el cual daba el título de caballero
sepulcrista. Véase G. Martínez Díez, La orden y los caballeros del Santo Sepulcro,
pág. 83. la sortija de Salomón, el cuerno de unción de David, la bandeja donde se
colocó la cabeza de San Juan Bautista, el cáliz de la última cena, la caña y la
esponja de la crucifixión, los clavos y fragmentos de la cruz, etc.13. En cuanto a la
oración novohispana, se sabe que tuvo muchos devotos en España, de donde
pasó a México. La versión española más antigua data de 1562, pero es probable
que existan otras anteriores a esta fecha. Los inquisidores españoles se la
recogieron a un muchacho que la vendía en las calles de Castilla14, pregonando
que se había encontrado en el Santo Sepulcro. Por su parte, los inquisidores
novohispanos recogieron muchas versiones, pero no dan informes sobre la
manera en que difundía la oración15. ¿Se vendería al igual que en tierras
castellanas? Creo que sí se comerciaba, en la clandestinidad o en la
semiclandestinidad. Esto lo deduzco porque en los archivos inquisitoriales todas
las versiones de la oración que hasta ahora he encontrado aparecen escritas en
papel –que entonces era costoso–, y algunas están escritas con la misma letra.
También cabe la posibilidad de que, personas preocupadas por extender la
devoción de la plegaria, la copiaran, difundiéndola en papeles que regalaban a
otras personas. Una de las versiones novohispanas más ilustrativa es del año
1619. Con buena caligrafía, aparece en dos hojas sueltas y al margen se nos
informa que un soldado de negros cimarrones la entregó a la Inquisición,
explicando que un desconocido, que tenía la oración original, se la había dado en
una iglesia de la ciudad de México16. Dice así: En catorçe de çetienbre de mill y
quince años y setenta y dos años, acaesió que un o[m]bre, saliendo de Barçelona
para nuestra señora de Monsarate, en el camino le salieron unos ladrones y le
cortaron la cabesa. Y apartada del cuerpo quatro pasos, pasó por allí un caballero
292 ARACELI CAMPOS MORENO 13. A. Parrot, El Gólgota y el Santo Sepulcro,
pág. 56. 14. El muchacho recibió la penitencia de oír misa en la iglesia de San
Clemente, en Cuenca, castigo bastante leve. La oración se puede consultar en el
libro de Juan Blázquez Miguel, Eros y Tanatos. Brujería, hechicería y superstición
en España, prólogo de Julio Caro Baroja, Toledo: Arcano, 1989, págs. 164 y 165.
15. Hay poca información sobre la oración. Todas las versiones aparecen en hojas
sueltas, a veces acompañando una carta de un comisario inquisitorial, sin
pertenencia a algún testimonio y menos aún de un proceso. Todo parece indicar
que la devoción de la oración no fue considerada una grave delito, razón por la
cual los inquisidores se limitaron a recogerla, sin entablar algún proceso contra las
personas que la rezaban. 16. El soldado bien sabía que no era una oración
canónica, autorizada por la Iglesia. Por eso, prefiere entregarla que verse
involucrado en una práctica censurada por la Inquisición. y le pidió le truxese un
confesor, çertificándole, no podía morir sin confeción. Fue este caballero a
Ba[r]selona y le truxo confeción, él y otra mucha gente, y acabada la cabesa de
confeçar dio el ánima a Dios. Y buscándole el cuerpo le gallaron la oraçión
sig[u]iente17: Jesús, gigo de Dios bibo, guárdame y sálbame, Çalbador del
mundo. Bendita y loada madre de Dios, ruega a tu benditísimo ygo, 5 precioso
Señor nuestro, por mí. Flor de los pat[r]iarcas, profetas del Sielo, tesoro de los
apóstoles, mártires18 y confesores, corona de la Birgen, 10 ayudá[d]me en la
posprimera19 de mi muerte; quando mi ánima salga d’este mi cuerpo sea para yr
a gosar de Gloria. Birgen çantísima, 15 fuente de birtudes del tenplo de Jesucristo
de la monarq[u]ía de Y[s]rrael, tenplo de conçolaçión de todo el mundo. Birgen y
madre de Dios, santísima María, escudo de la esperança de los cristianos,
pa[ra]íso de los trabaxadores, 20 consuelo temporal, tem por bien, santísima
María, mostrarme tu cara graciosa el día de mi muerte, por el misterio de su
santísima paçión de tu bendito yjo. Amén. Esta oración fue gallada sobre el Santo
Sepulc[r]o de Xerusalén. Y tiene tal birtu que q[u]alquiera perçona que la [tru]xere
concigo, no morirá en poder de la Gustiçia, ni será çentenciado a muerte y será
libre de sus enemigos, ni morirá muerte súpita ni en fuego ni en agua del mar. Y
aprobecha para mal de coraçón y gota coral20. Y puesta en el cuello «ORACIÓN
DEL SANTO SEPULCRO» Y LA ESCRITURA MÁGICA 293 17. La oración
aparece a renglón seguido. La parte central del texto la he acomodado en
«versos», tomando en cuenta que cada uno fuera una unidad semántica, o bien,
presentara un ritmo constante. 18. En el original: «martiles». 19. Postrimera hora.
20. Gota coral es la «enfermedad que consiste en una convulsión de todo el
cuerpo, y un recogimiento o atracción de los nervios, con lesión del entendimiento
y de los sentidos […] Llámase también Epilepsia», Diccionario de Autoridades,
edición facsímil, Madrid: Gredos, 1976, s.v. de qualquiera perçona o muger que
estubiere de parto, parirá luego21. En la casa do estubiere, no abrá cosa mala. Y
la perçona que la trugere berá a nuestra Señora quarenta días antes de su
muerte. Y[o], Alonço Rodríguez, notario de Córdoba, doi fe que la dicha oración
que yo traslado fue xallada en el Santo Sepulc[r]o de nuestro señor Jesucristo. Y
para esta aprobación, la amarraron al cuello de un perro y le dieron siete
estocadas, y no murió gasta que se la quitaron la oraçión, y acabada murió. Y a
una muger que estaba sentençiada a muerte, porque la tray´a se libró. Yten otra
birtu[d]: qu’entre marido y muger no puede aber discordia, sienpre abrá pas. Y es
buena para la peste. Y está aprobada por los señores y[n]quisidores de México
para aber de dar y resibir esta oración. El que la pidiere [h]a de desir: «Vuestra
merced se sirba de darme esta oración, en amor de nuestro Señor y nuestra
Señora de Monsarate». Y al que la diere [h]a de desir: «La resiba para que gaga
bien con ella. Amén». Laus deo. Bírgenes22. Es interesante observar la insistencia
en legalizar la oración. Para ello intervienen un supuesto notario, que da fe que la
plegaria proviene del Santo Sepulcro, y los inquisidores mexicanos, que autorizan
utilizarla, cuando, en realidad, censuraban este tipo de textos, calificándolos como
«supersticiones». Asimismo, con el propósito de avalar sus poderes
sobrenaturales, se señalan los numerosísimos milagros que la oración ha
producido. La fecha inicial, 14 de diciembre de 1572, cumple, además, la función
de precisar el momento en que un peregrino salva su alma por tener la oración.
Por si todo esto fuera poco, se asegura que se han hecho experimentos para
probar su eficacia. Un perro, al que se le hiere de gravedad, y una mujer, a punto
de morir ajusticiada, logran salvar sus vidas por llevar la oración. A lo largo de la
oración se insiste en traer la oración; ¿acaso no se rezaba? Cualquier plegaria
supone el acto de orar, ya en silencio ya en voz alta, es decir, parte de su esencia
la constituye la recitación. La Oración del Santo Sepulcro debió rezarse, pero,
como se deduce de su contenido, 294 ARACELI CAMPOS MORENO 21. En el
original: «parida». 22. Ciudad de México, 1619; AGN, Ramo Inquisición, vol. 322,
s/exp., fol. 390rv. Ésta y otras versiones de la oración aparecen en Araceli
Campos Moreno, Oraciones, ensalmos y conjuros del archivo inquisitorial de la
Nueva España, México: Colegio de México, 2001, págs. 54-62. se consideraba un
amuleto, un objeto mágico que, en sí mismo, manifiesta sus poderes protectores.
Esta es la razón por la que había que traerla consigo: entre las ropas, en las
bolsas u otros objetos personales, y lo cual explica por qué, cuando se le quita al
perro que la traía colgada al cuello, muere inmediatamente. También se la
consideraba una reliquia, pues se suponía que había estado en un lugar santo,
nada menos que en el sitio donde se registró el milagro de la Resurrección. Bajo la
lógica de que los poderes sobrenaturales de un objeto pueden transmitirse a otro
mediante el contacto, se creía que la plegaria se había contagiado de los influjos
que emana la tumba sagrada de Jesús. Por todo lo anterior no era necesario
rezarla, tampoco leerla; incluso una persona analfabeta bien podía ser devota de
la oración y estar poco o nada enterada de su contenido. Las creencias mágico-
religiosas que se tejían alrededor de la oración eran las que contaban, las que
daban sentido a la oración. Ahora debemos reflexionar por qué era necesario que
se difundiera en forma escrita si, como hemos dicho, no era necesario saber leer
para que se produjeran sus poderes sobrenaturales. Como todo amuleto, debía
ser un objeto material, algo que se podía tocar, llevar, aprehender. No se puede
concebir un amuleto sin estas características. Además, para el pensamiento
mágico, la escritura no es únicamente la palabra escrita como tal; se concibe
como un instrumento milagroso, una herramienta capaz de alterar el orden común
de las cosas. Otro aspecto que debemos considerar se inscribe en un fenómeno
cultural muy conocido: en el mundo occidental se ha preponderado más la palabra
escrita que la palabra oral. En este caso, es indudable que la escritura le daba
prestigio a la oración. Asimismo, mediante la escritura, se certifica y se constata,
con la intervención un supuesto notario, figura pública y legal, los milagros que ha
producido la plegaria. Finalmente, vale la pena recordar el papel determinante que
han tenido y tienen las personas en conservar sus creencias mágico-religiosas.
Sin ellas no es posible entender cómo, a lo largo de los siglos, se preservó la
Oración del Santo Sepulcro, pese a que no era una plegaria canónica y a que fue
censurada por el tribunal de la Inquisición. «ORACIÓN DEL SANTO SEPULCRO»
Y LA ESCRITURA MÁGICA 295 ÚLTIMOS COMENTARIOS A las puertas de una
iglesia en la ciudad de México, en 1997, compré la Verdadera copia de la relación
hallada en el Santo Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo. Mal impresa y en papel
de mala calidad, está doblada en cuatro partes, en un pequeño formato que la
hace práctica para traerla consigo. Pocos años después, la volví a encontrar. Esta
vez su presentación había cambiado: sus dimensiones se redujeron un poco más;
tanto el papel como la impresión habían mejorado; se presenta en forma de un
pequeño libro engrapado y cada hoja está revestida de una mica plástica que hace
más perdurable la plegaria. Estos visos de modernidad ayudan a que la oración se
conserve, se promueva. Comparándola con la versión novohispana, poco queda
de su contenido, salvo que fue encontrada en el Santo Sepulcro23. Igual que la
antigua plegaria, se reitera su legalidad, afirmando que un obispo de León mandó
escribirla y que cuenta con licencia eclesiástica. Como prueba de su autenticidad,
se informa que el mismo Papa la tiene en su oratorio y que el rey Felipe IV la
mandó grabar en una lámina de plata. Hacia el final se indica: «El que trajera esta
copia, pondrá su nombre y apellido, el día, mes y año». Nuevamente se nos revela
la importancia de la palabra escrita, que se incorpora, mediante el acto de escribir,
a una oración considerada sagrada y mágica. Sobre el poder de la oraciones, me
permito recordar una historia que le fue narrada a una alumna mía. La informante
es una indígena tzetal, que emigró muy niña a la ciudad de México. Su nombre es
María Girón Guzmán y nació en Tenejapa, en el estado de Chiapas. Cuenta que
su tío tuvo relaciones extramaritales, y, puesto que no quiso confesar su error, 296
ARACELI CAMPOS MORENO 23. A tono con la versión novohispana, se narra
una historia inusual: Jesucristo se les aparece a santa Brígida y santa Isabel, para
satisfacer sus deseos de saber los pormenores de su Pasión. Él les indica cuántos
golpes recibió, cuántas llagas y «agujeros mortales» quedaron en su cuerpo y
hasta contabiliza el número de gotas de sangre que derramó. Al igual que la
antigua plegaria, se ofrece una recompensa: «los que trajeren consigo esta copia,
serán libres del demonio y no morirán de muerte repentina y en cualquier casa que
la hubiere no habrá visiones diabólicas. La mujer que esta copia [lleve] estando de
parto, parirá sin peligro», Verdadera copia de la relación hallada en el Santo
Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo, Ciudad de México, recogida en 1997,
s/pág. «ORACIÓN DEL SANTO SEPULCRO» Y LA ESCRITURA MÁGICA 297
empezó a llover. Feo, así, empezó a llover, a llover, todos los días, todos los días
venía, venía, de agua. ¿Quién pecó?, ¿quen pecó?, por eso empezó a llover.
Nadie quería decir […] Entonces, ya se jueron la iglesia, todos, todo el grupo, a, a
rezar24. Al siguiente día, el tío de María amanecía muerto. La indígena explicó
que, cuando algún miembro de la iglesia no reconoce sus pecados, los demás
rezan, pues las oraciones son capaces de castigar al trasgresor. La idea de que
las oraciones, escritas o recitadas, puedan transformar al mundo es fascinante. Si
esto fuera posible, deberíamos conocer una oración que acabara con las terribles
enfermedades, las muertes injustas, el hambre, la pobreza y la violencia, males
que tanto nos aquejan y que están presentes, desafortunadamente, en los inicios
de un nuevo siglo. 24. «Muertes por oraciones», textos recopilados por Danira
López para el Seminario de Narrativa Oral Tradicional, del Posgrado de la
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

CURSILLO PREBAUTISMAL.

Elementos introductorios
¿Qué es un sacramento?
Son signos y medios con los que se expresa y fortalece la fe, se rinde culto a Dios
y se realiza la santificación de los hombres. Son signos sensibles generadores de
gracia invisible. Son canales por los que se derrama la gracia sacramental de Dios
a quienes abren su corazón para recibirlos.

¿Qué es un signo?
Es algo que hace recordar otra cosa y puede ayudar a definirlo, (ejemplo: el humo
es signo del fuego; la cruz es signo de la muerte de Cristo por nuestros pecados,
las nubes oscuras son signo de lluvia; las palabras o gestos son signos de los
pensamientos que tenemos y queremos expresar y comunicar a los demás). Así
como los signos que conoces, también los sacramentos son signos que recuerdan
el amor de Dios por la humanidad. En todos los sacramentos de la Iglesia
recibimos la gracia sacramental.

¿Qué es la gracia sacramental?


Es la gracia particular del Espíritu Santo que da en cada sacramento. Por medio
de cada sacramento, el Espíritu Santo nos transforma y nos une a Cristo. Jesús
siempre actúa en cada sacramento si lo recibimos con las debidas condiciones,
disposiciones o actitudes, (ejemplo: el grado de nuestra fe).

¿Cuantos y cuales son los sacramentos de la Iglesia?


Son siete sacramentos y la Iglesia los organiza de la siguiente manera:

a) SACRAMENTOS DE INICIACIÓN CRISTIANA: Son los tres primeros


sacramentos en los que la persona entra a formar parte de la Iglesia Católica. Por
medio de estos sacramentos el nuevo cristiano se introduce en el Misterio Pascual
de Cristo, es decir, en su Pasión, Muerte y Resurrección.
- BAUTISMO
- COMUNIÓN
- CONFIRMACIÓN

b) SACRAMENTOS DE CURACIÓN O SANACIÓN: Se trata de aquellos


sacramentos por los que se ofrece el alivio y la restauración de nuestras rupturas
con Dios y con los hermanos. Además, encontramos fortaleza y esperanza para
seguir confiando en el Señor.
- CONFESIÓN
- UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

c) SACRAMENTOS DE MISIÓN O SERVICIO A LA COMUNIDAD: Son aquellos


que están ordenados a la salvación de los demás. Contribuyen ciertamente a la
propia salvación, pero esto lo hacen mediante el servicio que prestan a los demás,
confieren una misión particular en la Iglesia y sirven a la edificación del Pueblo de
Dios.
- ORDEN SACERDOTAL
- MATRIMONIO

¿Qué es el sacramento del bautismo?


El bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, la puerta de los
sacramentos, cuya recepción de hecho o al menos de deseo es necesaria para la
salvación, por el cual los hombres son liberados de los pecados, regenerados
como hijos de Dios e incorporados a la Iglesia configurándose con Jesucristo.
Por medio del agua y de las Palabras que acompañan el rito, el creyente recibe la
vida de Cristo Resucitado, se hace hijo de Dios y hermano de Jesucristo.
Es un don de Dios, es un regalo que libremente concede al hombre y mujer
creyentes. Es el sacramento por el que se muere a lo viejo y se nace a lo nuevo.

¿CUÁL ES SU IMPORTANCIA?
Todos necesitamos de una familia para nacer; la familia es el primer grupo del cual
hacemos parte. Después del nacimiento de un niño, sus padres van al registro civil
para registrarlo y obtener un certificado de nacimiento: este documento atestigua
que el niño pertenece a aquella familia.
Todo cristiano, además de pertenecer a su familia terrena, por el Bautismo,
pertenece a la familia de Dios y con ella se identifica.
El Bautismo nos marca con un signo indeleble y definitivo, llamado carácter que
nos distingue como pertenecientes a Cristo.
-El que recibe el Bautismo queda marcado por una vocación, por una opción que
ha hecho por Dios.
-El bautismo hace del niño una nueva criatura.
-Nos hace miembros del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
-Se perdonan todos los pecados: Borra el pecado original: el alma de la criatura
queda totalmente limpia de todo pecado. Es uno de los significados del agua que
se derrama en su cabecita: lavar el alma de toda mancha, dejarla limpia y
resplandeciente por la fuerza de la Muerte y resurrección de Jesús.
-Le da el don del Espíritu Santo: el agua derramada en la cabeza del niño significa
también la nueva vida que le es regalada, por obra del Espíritu Santo. El niño
bautizado queda hecho: Hijo de Dios Padre, Hermano y miembro de Cristo: Y por
lo mismo hijo de María Santísima: Templo del Espíritu Santo.
-Comienzan a formar parte de la Iglesia, que es el Pueblo de Dios, del cual forman
parte todos los bautizados, las almas del Purgatorio y quienes están ya en el
Cielo. Esta Iglesia es dirigida en la tierra por el Papa y por los obispos, y se hace
concreta en las parroquias, en las cuales los sacerdotes son representantes de
Cristo Pastor.
-Quedan marcados con un sello espiritual imborrable: el Bautismo no se puede
repetir, porque marca a las personas en lo más profundo de su corazón. Ese
"sello" indica su pertenencia a Jesús hasta la muerte, y por toda la eternidad
-Comienzan a ser herederos del Cielo: los hijos heredan los bienes de sus padres.
La Vida nueva de Hijos de Dios que comienza en el Bautismo no termina nunca,
porque si somos buenos cristianos, tenemos la seguridad de que el Señor nos
dará el Cielo en herencia, porque los hijos heredan los bienes de sus padres.

EL BAUTISMO EN LA SAGRADA ESCRITURA


En el Antiguo Testamento

El agua a lo largo de las Sagradas Escrituras va perfilando el rito del Bautismo en


su sentido y significado:

SENTIDO DE CREACIÓN: (Gn 1, 2 "El Espíritu de Dios se movía sobre el agua ")
El agua está en el momento de la creación: con ella se inaugura un nuevo mundo.
En el agua se mueve el Espíritu, reflejando la acción del Espíritu de Dios en las
aguas bautismales.

DE PURIFICACIÓN: (Gn. 6,12 - 13 "Al ver Dios que había tanta maldad en
la tierra le dijo a Noé: he decidido terminar con toda la gente por su culpa hay
mucha violencia en la tierra, en el mundo, así que voy a destruirlos a ellos y al
mundo entero.") El diluvio de los cuarenta días y cuarenta noches tiene que ver
con la decisión de Dios de purificar a la humanidad. Este signo en el que se ve el
agua anticipa el carácter purificador de las aguas bautismales, en la que el
creyente queda limpio de todos sus pecados.

SENTIDO DE LIBERACIÓN: (Ex 14, 22 "Los Israelitas cruzaron el mar Rojo,


pasando entre dos murallas de agua) El agua que se abre de par en par y por la
que los israelitas se ven libres de sus enemigos, dice de la liberación de los
creyentes en el agua bautismal.

SENTIDO DE VIDA: (Nm 20, " El Señor dijo a Moisés: toma el bastón y con la
ayuda de tu hermano Aarón, reúne a la gente. Luego, delante de todos, ordénale a
la roca que les dé agua y verás que de la roca brotará agua para que beban ellos
y el ganado.") El agua en pleno desierto calma la sed de los israelitas y les
devuelve la vida. Así, las aguas del bautismo dan la vida a los creyentes.

En el Nuevo Testamento

BAUTISMO DE JESÚS: (Mc 1, 9 "Por aquellos días Jesús salió de Nazareth que
está en la región de Galilea y Juan lo bautizó en el Jordán.") El bautismo de Juan
exige la conversión de los pecados y es un signo de preparación para esperar al
Mesías. Jesús se hace bautizar por Juan no porque haya pecado, sino para
solidarizarse con el hermano que ha caído y restaurarlo en toda su dignidad. (Mc
10, "En el momento de salir del agua Jesús vio que el cielo se abría y que el
Espíritu bajaba sobre él como una paloma") En el bautismo recibimos el Espíritu
Santo y además somos revestidos de su fuerza y fortaleza para combatir el mal.
(Mc 1, 11 "Se oyó una voz del cielo que decía: Tú eres mi hijo amado a quien he
elegido") En el bautismo el creyente es reconocido por Dios como hijo suyo. Se
establece una estrecha relación entre el hombre y Dios; ahora es una relación
familiar de Padre e Hijo. En el bautismo Dios certifica su amor hacia nosotros y
nosotros, por nuestra parte, comprometemos nuestra vida con Dios.

EL BAUTISMO ES UNA EXIGENCIA: (Jn 3, 5... "Jesús le dijo: te aseguro que el


que no nace de agua y del espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios.") El
bautismo es una exigencia para acceder al Reino de Dios.

EL BAUTISMO ES UN MANDATO: (Mt 28,19 "Id y haced discípulos a todas las


generaciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu
Santo.") La Iglesia fiel al mandato del Señor bautiza a sus hijos haciéndolos
discípulos del Señor.

EL BAUTISMO NECESARIO PARA LA SALVACIÓN: (Mc 16,16 "El que crea y sea
bautizado obtendrá la salvación, pero el que no crea será condenado") La fe está
antes del sacramento. Se bautiza a quien tenga fe. En el caso del bautismo
de niñosse hace en la fe de sus padres y padrinos.

EL BAUTISMO EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

Desde el día de Pentecostés, la Iglesia ha celebrado y ha administrado el santo


bautismo. Los apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en
Jesús. Después de la predicación de los apóstoles son muchos los que se acercan
a pedir el bautismo.

En los tres primeros siglos, quien iba a recibir el bautismo tenía que hacer un
proceso de formación que duraba tres años: esta formación la daba quien iba a
ser su padrino y éste a su vez lo presentaba ante el obispo en la noche de la vigilia
pascual para que sea bautizado. El padrino daba testimonio que ya estaba
preparado y era apto para recibir el sacramento.
El bautismo de los niños es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está
atestiguada desde el siglo II. Sin embargo, es muy posible que desde el comienzo
de la predicación apostólica, cuando casas enteras recibieron el bautismo, se haya
bautizado también a los niños.

En los comienzos del siglo IV con la oficialización del cristianismo,


como religión del Imperio Romano, los bautismos se acrecientan y se comienza a
bautizar a los niños en grandes cantidades.

La Iglesia desde entonces, en la fe de los padres y padrinos abre sus puertas a


todos los niños para que reciban el santo sacramento del bautismo.

EL BAUTISMO EN EL DERECHO DE LA IGLESIA

Para que el Bautismo sea válido se debe hacer mediante la ablución con agua
verdadera y acompañada de la forma verbal:

"YO TE BAUTIZO EN EL NOMBRE DEL PADRE


Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO."

El Bautismo se ha de administrar por inmersión o por infusión.

Los padres, los padrinos y párroco no deben imponer un nombre ajeno al sentir
cristiano.

Si el niño se encuentra en peligro de muerte debe ser bautizado sin demora;


puede bautizar todo cristiano y con las debidas disposiciones e intensiones que la
misma Iglesia pide para que el Sacramento sea válido.

Para bautizar lícitamente a un niño se requiere:


1. Que los padres den su consentimiento o quien legítimamente hacen sus veces.
2. Que haya esperanza fundada de que el niño va a ser educado en la religión
católica; si esto falta no se debe administrar el sacramento.

Con respecto a los padrinos:


1. Deben presentar al niño que va a recibir el bautismo.
2. Deben procurar que después del Bautismo se lleve una vida cristiana
coherente.

Para que sea padrinos es necesario que:


1. Que sean elegidos por sus padres o quienes hacen sus veces.
2. Que tengan capacidad par esta misión e intención de desempeñarla.
3. Que hayan cumplido 16 años a no ser que el Obispo diga otra cosa o que por
justa causa, el párroco o el ministro considera admisible una excepción.
4. Que sea católico, esté confirmado, haya recibido ya el Santísimo Sacramento
de la Eucaristía y que de testimonio de lo que cree (que sea casado por la Iglesia
o solteros, que no esté en unión marital de hecho).
5. Que no sea el padre o la madre de quien se ha de bautizar.

EL BAUTISMO EN LA LITURGIA

LOS SIGNOS DEL BAUTISMO.


- Señal de la Cruz: Para los cristianos católicos la cruz es signo de salvación. Al
iniciar la celebración se realiza en señal de aceptación de la Iglesia
como comunidad viviente.

- El agua: significa vida y purificación, de hecho el Bautismo nos purifica de todo


pecado, al hacernos entrar en una nueva realidad y hacernos hijos de Dios.
Bautizar significa sumergir: el bautizado es inmerso, que simboliza la voluntad y
el deseo del cristiano de dar su vida como Cristo por los demás.

- El vestido blanco: simboliza la pureza y el comienzo de una nueva vida, limpia y


tranquila; además, la ropa blanca nos recuerda a Jesús lleno de gloria, en su
resurrección, (paso a la nueva vida).

- La vela encendida: por el Bautismo recibimos la luz de Cristo, que iluminará


nuestra vida. La vela encendida significa el triunfo de Cristo sobre las tinieblas del
pecado.

- La unción con el óleo: significa la fuerza que el Bautismo transmite a


la persona que recibe este sacramento.

- La unción con el santo crisma: El bautizado es consagrado como sacerdote,


profeta y rey para dar testimonio de Cristo Jesús, extender su misión e instaurar el
Reino de Dios.

- Renuncia y profesión de fe: Por la renuncia al mal muerte al pecado y por la


profesión de fe adhesión a Cristo. Aquí se evidencia la participación insustituible
del hombre en la renovación operada por el bautismo.

CELEBRACIÓN DEL BAUTISMO

La celebración consta de 4 partes:


1. Rito de acogida: (La comunidad acoge al bautizando).
2. Liturgia de la Palabra.
3. Liturgia del sacramento.
4. Rito de despedida.

1. Rito de acogida:
I.Pregunta:
¿QUÉ PEDÍS A LA IGLESIA DE DIOS PARA ESTE NIÑO?
Respuesta: El bautismo.

¿AL PEDIR EL BAUTISMO PARA ESTE NIÑO OS COMPROMETÉIS A SEGUIR


EDUCÁNDOLO EN LA FE...?
Respuesta: Sí, nos comprometemos.

¿VOSOTROS PADRINOS, ESTÁIS DISPUESTOS A AYUDAR A LOS PADRES


DE ESTE NIÑO EN ESTA EDUCACIÓN EN LA FE?
Respuesta: Sí, estamos dispuestos.
II. El nombre del niño
III. La señal de la cruz (Primero la hace el ministro, luego sus padres y padrinos.
Se hace en la frente del niño)

2. Liturgia de la Palabra:
I. Lecturas bíblicas
II. Homilía
III. Oración de los fieles
IV. Exorcismo
V. Unción con óleo de los catecúmenos (Se debe descubrir el pecho del niño,
para ser ungido.)

3. Liturgia del sacramento:


I. Bendición del agua
II. Renuncias y profesión de fe. (La respuesta se hace en singular, es decir : Sí
creo)
III. Rito del bautismo
IV. Unción con el santo crisma (Se unge al niño para que sea sacerdote, profeta y
rey)
V. Vestidura blanca
4. Rito de despedida:
I. Luz ( Los padrinos encienden el cirio del cirio pascual, que representa a Cristo
II. Resucitado)
III. Padre Nuestro
IV. Bendición
V. Despedida.

DESPUÉS DEL BAUTISMO

¿Cómo le ayudaremos a ser cristiano?

— La fe y la vida de los padres: Predicar con el propio ejemplo es la mejor manera


de ayudar al niño a ser cristiano. Es importante que vea a los padres rezar (antes
de las comidas, cuando ocurre algo bueno y también en los momentos difíciles...),
que participan los domingos en la misa...

— Enseñarle a rezar: Desde pequeño, el niño debe aprender a relacionarse con


Dios, a rezar. Por la mañana —cuando se levanta—, por la noche —al terminar el
día—, antes de comer...
— Enseñarle actitudes cristianas: Que las vea en los padres, pero ayudarle
también a vivirlas. Por ejemplo: a compartir sus juguetes, a visitar algún amigo o
familiar enfermo, a perdonar, a decir la verdad...

— Tener signos cristianos en casa: Cuando el niño empiece a abrir los ojos a la
vida, será importante que vea, como algo que forma parte de la casa, algún signo
cristiano: una cruz, una imagen de la Virgen, el belén por Navidades...

— Celebrar el aniversario del bautismo: Si celebramos el aniversario del


nacimiento —el cumpleaños— ¿por qué no celebrar también el aniversario del
bautismo para recordar la importancia de ser cristiano?

— Incorporado, en la medida que crezca, a la vida de la comunidad: El bautismo


es el inicio del camino cristiano. Para que el niño avance en este camino será
necesario llevarlo a la Iglesia para que reciba también los demás sacramentos
(eucaristía, penitencia, confirmación...).

Parroquia de San Nicolás el Real – C. Mayor 21 - 19001 - Guadalajara. tfno 949


211149

Vigilia pascual 2019.


Introducción

Las amigas de Jesús –María Magdalena, María la de Santiago y Salomé-


, muy temprano, al salir el sol, fueron al sepulcro con aromas para
embalsamar el cuerpo sin vida del Maestro. Al no encontrarlo, se
asustaron. Pero, un joven vestido de blanco, un ángel, las tranquilizó
diciéndoles “¡ha resucitado!, ¡no está aquí!”.

En la Vigilia pascual, los creyentes también buscamos a Jesús el


nazareno, el Resucitado. Pero, no le buscamos a solas como tantas
otras veces en la vida; esta vez, nuestra búsqueda es comunitaria,
eclesial, en familia, tomados de la mano unos con otros. El clima de la
celebración será estar despiertos, atentos, esperando la aparición del
Resucitado; mientras tanto, haremos memoria de la Palabra de
Dios, quien nos irá descubriendo las huellas de las pisadas del Señor
en nuestra historia de salvación, una historia tejida de rebeldías y
debilidades humanas, de cariños de Dios, y de muchos arrepentimientos
del ser humano, regresando a Dios.

A lo largo de la celebración, bendeciremos el fuego nuevo; de


él prenderemos el cirio pascual –la luz de Cristo- y nuestras candelas;
la luz vencerá a las tinieblas, presagio de que el Resucitado - luz del
mundo- someterá a la muerte. Después de escuchar el anuncio solemne
de la fiesta de Pascua, escucharemos a los profetas que anunciarán la
resurrección del Señor.

En esta serena vigilia, que evoca tantos recuerdos de gracia y de


compasión divinos, renovaremos nuestro bautismo, en el que morimos y
resucitamos con Cristo y celebraremos la Eucaristía. Y nos
reconoceremos unos a otros hombres y mujeres nuevos porque el
Espíritu que resucitó a Jesús también nos habrá resucitado a nosotros.

Si la piedra no hubiera sido movida, hubiera sido esta piedra lo que las estaría
separando de conocer la más grande noticia. Si la piedra no hubiera sido movida,
ellas no habrían visto al muchacho vestido de blanco. Si la piedra no hubiera sido
movida, ellas no habrían sido capaces de atestiguar que Jesús no estaba ahí. No
habrían podido escuchar las palabras: Jesús ha resucitado.
Alguien había movido la piedra para ellas.
María Magdalena, María la de Santiago y Salomé , muy temprano fueron al
sepulcro. El sepulcro es lugar que significa muerte. Esperaban encontrar un
cuerpo para ser embalsamado por ellas. Y no fue así. En ese lugar en el que iban
a encontrarse con la muerte se encontraron con la noticia más grande para
quienes han creído en Jesús. “Ha resucitado,” es decir, está vivo! Está vivo para
siempre y esto tiene implicaciones para quienes creemos.
La noticia, al estilo de Dios, viene con un mandato. Vayan a Galilea, vayan al lugar
en donde todo comenzó, vayan y busquen a la comunidad. Y así, en comunidad,
alégrense por que Jesús vive y los está esperando.
Es la Pascua, es la fiesta de la Vida! Por eso en esta noche llena de símbolos,
exclamamos aleluya, aleluya!, con profunda alegría y convicción.
Hemos terminado esta Semana Santa en la que hemos vivido de todo. Parece una
semana de contradicciones. Desde la alegría de Jesús al entrar a Jerusalén hasta
la angustia por el miedo. Hemos visto a Jesús lavando los pies a sus discípulos y
lo hemos visto morir en la cruz. Amor y odio, confianza y miedo, libertad y
opresión, exclamaciones de júbilo y exclamaciones de dolor. En esta noche en las
lecturas de la Vigilia Pascual hemos hecho un largo recorrido por la historia de la
salvación, igualmente llena de contradicciones y de humanidad.
Y es que así es nuestra vida, llena de contradicciones. La muerte y la vida están
siempre presentes. Sin embargo, al mirar a nuestro alrededor, parece que la
muerte y la desesperanza tiene mayor poder y mayor relevancia. Este es el reto,
hoy, para quienes hemos creído en Jesús. En Jesús que está vivo para siempre!
En Jesús que ha resucitado! ¿Cómo nos alegramos por esta vida? ¿Cómo
proclamamos que Jesús vive y comparte su vida con nosotros? Nos cuesta trabajo
porque hay muchas piedras que nos separan de la vida. Hay piedras que son muy
grandes, como la del sepulcro, y nos impiden ver del otro lado. Nos impiden palpar
la vida. La vida que es latente y se presenta a cada instante. No hay realidad, por
dolorosa que sea, que no pueda ser iluminada con la vida. Necesitamos remover
las piedras. A veces el dolor es tanto que no podemos hacerlo por nosotras
mismas, sino que requerimos la ayuda de alguien que remueva la piedra. En otras
ocasiones, nos toca a nosotros ser quienes debemos remover la piedra para
ayudar a que otros vean la vida. La vida está presente aún en donde menos se
puede apreciar. La vida vence a la muerte en Jesús. Toda la confianza que hemos
depositado en la cruz de Jesús, hoy debe ser depositada en la vida de Jesús.
Jesús, quien vive entre nosotros.
Jesús ya resucitó de una vez y para siempre, pero nos ha dejado la tarea. Hoy me
imagino que podemos interpretar esta tarea como la de remover las piedras que
nos impiden ver. Pero también remover las piedras que impiden que las
circunstancias sean favorables a la vida. Hay estructuras que son de muerte,
estructuras que atentan contra la vida.
La certeza de la resurrección de Jesús debe llevarnos a la acción hoy. Porque la
esperanza es para la vida futura, en donde viviremos eternamente. Pero la
esperanza es también para hoy, en donde vivimos y nos movemos. Aquí en donde
nos toca ser testigos de la vida. Esta semana hemos visto un magnífico ejemplo
de acción a favor de la vida. Tras el último tiroteo en una escuela en Estados
Unidos, los estudiantes se organizaron para manifestarse. Las y los jóvenes
actuaron para manifestarse y exigir un cambio en la política de control de armas.
No lo hicieron solos, llamaron a la comunidad. Y la comunidad estando también
cansada de esta situación, reconociendo que la vida debe triunfar sobre esta
estructura de muerte, los apoyó. Salió a la calle, a los medios, se movilizó. Y esto,
afirman ellas y ellos, a penas empieza. Empiezan a retirar las piedras que impiden
que la vida prevalezca.
Celebremos pues, a Cristo resucitado. celebremos que nos llama a percibir la vida
que está latente en todo momento. Celebremos la comunidad y celebremos en
comunidad.
Celebremos que la tumba está vacía. Celebremos que la piedra ha sido removida.

ANTONIO PARIENTE
el 30 marzo 2018, a las 00:00

MARCOS 16, 1-7. En aquel tiempo, En la madrugada del sábado, al


alborear el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la
otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la
tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose,
corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y
su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo
y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres. «Vosotras,
no temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí.
Ha resucitado, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e
id aprisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los
muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Mirad,
os lo he anunciado». Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro;
impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los
discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos». Ellas se acercaron, se postraron ante Él y le abrazaron
los pies. Jesús les dijo: «No tengáis miedo: id a comunicar a mis
hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

En una noche como esta, en la que los símbolos de la celebración


en la que estamos participando nos hablan de muchas paradojas
(oscuridad, luz; sequedad, agua; pecado, limpieza) el evangelio,
como conclusión de toda una historia de salvación que hemos
recordado lectura tras lectura, nos lanza en el mensaje del ángel
una simple frase que nos hace sentir la plena alegría de lo que hoy
vivimos: Jesús, el que ha muerto, ya no está aquí. ¡Ha resucitado!
Durante toda la Pascua que ahora inauguramos haremos multitud
de explicaciones de lo que esto significa para nosotros. Es más: las
haremos siempre, pues es nada menos que el centro de nuestra fe.
Pero en esta noche santa, dejemos que la frase del ángel resuene
en nosotros.

¿Buscáis a Jesús, el crucificado? Sí, le buscamos. Le buscamos en


cientos de ocasiones en nuestra vida en las que nos empeñamos en
descubrirle en tantos y tantos crucificados como vemos a nuestro
alrededor. Vemos su rostro sangrante en las magulladuras de
aquellos que por amor soportan los golpes de quien con ellos viven
sin mostrar un poco de humanidad. Vemos sus rostro hambriento
cada vez que ponemos la televisión y nos muestra realidades ante
las que nos sentimos desbordados. Lo vemos en los enfermos, en
los que sufren, en los que están solos. Lo vemos a diario. Buscamos
a Jesús, que sigue muriendo cada día aquí y ahora, a nuestro lado.
Por eso el anuncio del ángel, nos abre la puerta a la esperanza, su
grito: ¡ha resucitado! es una llamada a no quedarnos parados ante
la muerte, es una invitación a que podemos descubrir a ese Jesús
que vive y nos anima a mantenernos firmes; a darnos cuenta de que
nuestro esfuerzo llegará a dar fruto, y eso lo notamos cuando vemos
a gente que todavía es capaz de hacer cosas por los demás, gente
que es desprendida, que ayuda sin pedir nada a cambio, que da sin
esperar recibir, gente que valora a las personas por encima de las
cosas, que les importa más dar que tener y todo eso gracias a que
Él sigue con nosotros, nos alienta y nos anima. ¡No está aquí ha
resucitado! ¡Aleluya!

De poco serviría la gozosa contemplación de la resurrección de


Jesús, si nosotros, peregrinos aún en el tiempo, no renovásemos
nuestra existencia. Ahora conocemos el amor que Dios nos tiene;
sabemos ya para qué nos regaló la vida y cuál es nuestra misión en
el mundo. En esta noche santa renovemos con gozo nuestro
bautismo, que fue el momento inicial de nuestro ser cristiano, el
momento en el que entramos a formar parte de la Iglesia de Jesús.
Aquello que hicieron nuestros padres por nosotros, en esta noche
santa, queremos repetirlo nosotros profesando nuestra fe como
adultos, conscientes de nuestro compromiso cristiano y con ganas
de cumplirlo con la ayuda del Señor.
Esta noche, también es el momento de mirarnos a nosotros
mismos y ser capaces de ver por el suelo nuestras vendas y
nuestros sudarios; restos que indican lo que aún nos tenía atados a
la muerte: nuestros viejos hábitos, nuestras malas actitudes,
nuestros tremendos egoísmos e incredulidades… es el momento de
dejar atrás esas ataduras y de salir fuera de nuestro sepulcro y vivir
resucitados, hombres y mujeres nuevos, capaces de andar por la
vida de otra manera, cargados de fe, llenos de esperanza, libres de
pecado y nuevos cristos que vayamos anunciando a todos que Dios
nos ama e invitando a los demás a participar de esta resurrección.

Comenzamos la celebración con las luces apagadas, sin luz,


inmersos en la oscuridad, porque así nos encontrábamos ante la
ausencia de Jesús, pero en medio de esa noche si hizo la luz, se
hizo la luz con la buena noticia de la resurrección. Tenemos que saber
encontrarnos con ese Jesús vivo y resucitado, tenemos que saber descubrirlo,
tenemos que atrevernos a buscarlo donde realmente se encuentra, para aclarar
nuestras oscuridades y nuestras dudas, para hacernos unas personas nuevas.

La Resurrección nos da fuerzas para seguir pidiendo los unos por los otros, nos
acerca más los unos a los otros, derribando muros y fronteras que nos dividen y
que hacen que no seamos hermanos. Con la alegría de la resurrección por
bandera nos disponemos a cambiar aquello de nuestra vida que es necesario
cambiar. Se lo pedimos al Señor.

«En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron


María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro» (Mt 28,1). Podemos
imaginar esos pasos…, el típico paso de quien va al cementerio, paso cansado de
confusión, paso debilitado de quien no se convence de que todo haya terminado
de esa forma… Podemos imaginar sus rostros pálidos… bañados por las lágrimas
y la pregunta, ¿cómo puede ser que el Amor esté muerto?

A diferencia de los discípulos, ellas están ahí —como también acompañaron el


último respiro de su Maestro en la cruz y luego a José de Arimatea a darle
sepultura—; dos mujeres capaces de no evadirse, capaces de aguantar, de asumir
la vida como se presenta y de resistir el sabor amargo de las injusticias. Y allí
están, frente al sepulcro, entre el dolor y la incapacidad de resignarse, de aceptar
que todo siempre tenga que terminar igual.

Y si hacemos un esfuerzo con nuestra imaginación, en el rostro de estas mujeres


podemos encontrar los rostros de tantas madres y abuelas, el rostro de niños y
jóvenes que resisten el peso y el dolor de tanta injusticia inhumana. Vemos
reflejados en ellas el rostro de todos aquellos que caminando por la ciudad sienten
el dolor de la miseria, el dolor por la explotación y la trata. En ellas también vemos
el rostro de aquellos que sufren el desprecio por ser inmigrantes, huérfanos de
tierra, de casa, de familia; el rostro de aquellos que su mirada revela soledad y
abandono por tener las manos demasiado arrugadas. Ellas son el rostro de
mujeres, madres que lloran por ver cómo la vida de sus hijos queda sepultada bajo
el peso de la corrupción, que quita derechos y rompe tantos anhelos, bajo el
egoísmo cotidiano que crucifica y sepulta la esperanza de muchos, bajo la
burocracia paralizante y estéril que no permite que las cosas cambien. Ellas, en su
dolor, son el rostro de todos aquellos que, caminando por la ciudad, ven
crucificada la dignidad.

En el rostro de estas mujeres, están muchos rostros, quizás encontramos tu rostro


y el mío. Como ellas, podemos sentir el impulso a caminar, a no conformarnos con
que las cosas tengan que terminar así. Es verdad, llevamos dentro una promesa y
la certeza de la fidelidad de Dios. Pero también nuestros rostros hablan de
heridas, hablan de tantas infidelidades, personales y ajenas, hablan de nuestros
intentos y luchas fallidas. Nuestro corazón sabe que las cosas pueden ser
diferentes pero, casi sin darnos cuenta, podemos acostumbrarnos a convivir con el
sepulcro, a convivir con la frustración. Más aún, podemos llegar a convencernos
de que esa es la ley de la vida, anestesiándonos con desahogos que lo único que
logran es apagar la esperanza que Dios puso en nuestras manos. Así son, tantas
veces, nuestros pasos, así es nuestro andar, como el de estas mujeres, un andar
entre el anhelo de Dios y una triste resignación. No sólo muere el Maestro, con él
muere nuestra esperanza.

«De pronto tembló fuertemente la tierra» (Mt 28,2). De pronto, estas mujeres
recibieron una sacudida, algo y alguien les movió el suelo. Alguien, una vez más,
salió a su encuentro a decirles: «No teman», pero esta vez añadiendo: «Ha
resucitado como lo había dicho» (Mt 28,6). Y tal es el anuncio que generación tras
generación esta noche santa nos regala: No temamos hermanos, ha resucitado
como lo había dicho. «La vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha
despertado y vuelve a latir de nuevo» (cfr R. Guardini, El Señor). El latir del
Resucitado se nos ofrece como don, como regalo, como horizonte. El latir del
Resucitado es lo que se nos ha regalado, y se nos quiere seguir regalando como
fuerza transformadora, como fermento de nueva humanidad. Con la Resurrección,
Cristo no ha movido solamente la piedra del sepulcro, sino que quiere también
hacer saltar todas las barreras que nos encierran en nuestros estériles
pesimismos, en nuestros calculados mundos conceptuales que nos alejan de la
vida, en nuestras obsesionadas búsquedas de seguridad y en desmedidas
ambiciones capaces de jugar con la dignidad ajena.

Cuando el Sumo Sacerdote y los líderes religiosos en complicidad con los


romanos habían creído que podían calcularlo todo, cuando habían creído que la
última palabra estaba dicha y que les correspondía a ellos establecerla, Dios
irrumpe para trastocar todos los criterios y ofrecer así una nueva posibilidad. Dios,
una vez más, sale a nuestro encuentro para establecer y consolidar un nuevo
tiempo, el tiempo de la misericordia. Esta es la promesa reservada desde siempre,
esta es la sorpresa de Dios para su pueblo fiel: alégrate porque tu vida esconde un
germen de resurrección, una oferta de vida esperando despertar.

Y eso es lo que esta noche nos invita a anunciar: el latir del Resucitado, Cristo
Vive. Y eso cambió el paso de María Magdalena y la otra María, eso es lo que las
hace alejarse rápidamente y correr a dar la noticia (cf. Mt 28,8). Eso es lo que las
hace volver sobre sus pasos y sobre sus miradas. Vuelven a la ciudad a
encontrarse con los otros.

Así como ingresamos con ellas al sepulcro, los invito a que vayamos con ellas,
que volvamos a la ciudad, que volvamos sobre nuestros pasos, sobre nuestras
miradas. Vayamos con ellas a anunciar la noticia, vayamos… a todos esos lugares
donde parece que el sepulcro ha tenido la última palabra, y donde parece que la
muerte ha sido la única solución. Vayamos a anunciar, a compartir, a descubrir
que es cierto: el Señor está Vivo. Vivo y queriendo resucitar en tantos rostros que
han sepultado la esperanza, que han sepultado los sueños, que han sepultado la
dignidad. Y si no somos capaces de dejar que el Espíritu nos conduzca por este
camino, entonces no somos cristianos.

Vayamos y dejémonos sorprender por este amanecer diferente, dejémonos


sorprender por la novedad que sólo Cristo puede dar. Dejemos que su ternura y
amor nos muevan el suelo, dejemos que su latir transforme nuestro débil palpitar.

Preferencialmente esta la que sigue.


HOMILÍA VIGILIA PASCUAL.
Esta es una noche feliz. La Iglesia canta y alaba a Dios por la victoria de
Cristo.”Alégrese nuestra Madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante. Resuene
este templo con las aclamaciones del Pueblo”. “Este es el día en que actuó el
Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. “Dad gracias al Señor porque es
bueno, porque es terna su misericordia”. “Esta es la noche en que rotas las
cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”. Pero lo que celebra
hoy la Iglesia no es sólo la victoria de Cristo, su resurrección de entre los muertos.
Lo que hoy celebramos es también nuestra victoria. Y es bueno que situemos esta
solemne Celebración de la Pascua en nuestra vida ordinaria. Vivimos un clima
cultural muy individualista. Lo sabemos bien. A pesar de que las relaciones
sociales son múltiples y las posibilidades de comunicación crecen de forma
espectacular, el ser humano, en su intimidad mas profunda se siente sólo. Todo lo
que se refiere al ámbito más íntimo y más personal, ese ámbito de las
experiencias más hondas de la persona humana: su sentido de la vida, sus
convicciones y sus creencias, se ha convertido en algo muy individual y, a veces
hermético, donde ni siquiera entra la luz de la fe. Y puede ocurrir que la
celebración de esta noche, la celebración de la victoria de Cristo sobre la muerte,
la vivamos como algo exterior a nosotros. Como si este acontecimiento tuviera que
ver poco con mi vida, con mis preocupaciones cotidianas, con mis temores y mis
esperanzas. Parece como si fuera algo del pasado, ciertamente extraordinario; y
que la palabra y la predicación de Jesucristo sólo fuera como un exhortación y un
modo de comportarse, verdaderamente admirable, pero imposible de vivir y muy
lejos de nuestras tareas y relaciones diarias. Parece como si Jesús sólo fuera un
modelo extraordinario de vida, un “lider” moral, el más grande en la historia de la
humanidad y que su resurrección lo único que podría significar sería la
confirmación, por parte de Dios, de la grandeza moral de Jesucristo. Pero, la
resurrección del Señor es mucho más que eso. Si sólo fuese eso, todo seguiría
igual. Nada habría cambiado. La humanidad seguiría siendo esclava de su pecado
y viviría siempre asustada por el miedo a la muerte. Lo que hoy celebra la Iglesia
no es sólo la resurrección de Jesucristo, su victoria sobre la muerte. Lo que hoy
celebra la Iglesia es la resurrección de 1 Jesucristo y también la resurrección
nuestra. En Cristo, primogénito de entre los muertos, como le llama S. Pablo,
todos hemos resucitado. La victoria de Jesucristo sobre la muerte y sobre el
pecado es también nuestra victoria. “Hermanos, los que por el bautismo nos
incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos
sepultados con Él en la muerte, para que así como Cristo fue despertado de entre
los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida
nueva.
Porque si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, lo estará
también en una resurrección como la suya”. Esta es la gran verdad que hoy
celebramos: que si nuestra vida está unida a la de Cristo, estamos pasando ya de
la muerte a la vida, estamos entrando ya en una vida nueva que no conoce la
muerte. Lo que sucedió ya, sacramentalmente, en el bautismo - nuestra
incorporación a Cristo - tiene que irse realizando día a día, en la fe, en la
esperanza y en el amor, iluminando y transfigurando, con la fuerza del Espíritu,
nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones, en la vida diaria,
en todo lo que sentimos y hacemos, aun en las cosas mas pequeñas. Hoy
tenemos que vivir la inmensa alegría de experimentar en nuestro propio ser el
misterio de la muerte y resurrección de Cristo: la alegría de morir, con Cristo, a lo
viejo, lo caduco, lo que S. Pablo llama las “obras de la carne”: la envidia, la
soberbia, le pereza, la desilusión, la desesperanza. Hay que morir a todo eso. Hay
que sepultar todo eso. Para renacer con Cristo resucitado a la vida del Espíritu :
que es amor y es gozo y paz y benignidad y paciencia. Hermanos: la victoria de
Cristo es nuestra victoria. En Cristo estamos todos. Él es nuestra Cabeza y
nosotros somos su Cuerpo. Su sangre ha sido derramada por todos. Y la nueva
vida, que surge en la resurrección de Cristo alcanza a todos: también a todos
aquellos hombres de buena voluntad que, con sincero corazón buscan el bien y la
verdad y cuya fe sólo Dios conoce.
En Cristo resucitado todos empezamos a participar ya de la vida eterna. Lo que ha
sucedido en Cristo, sucederá también en todos que nos hemos incorporado a
Cristo. Jesús ha bajado al sepulcro, a la muerte, a las tinieblas, al reino del
silencio, a “los infiernos”, al lugar de los muertos, al lugar de los que esperan la
plena manifestación de los hijos de Dios. Jesús ha bajado al “abismo”, para 2
sacarnos del “abismo”. “Demos gracias a Dios Padre, que nos ha sacado del
dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido” Hoy,
unidos a toda la Iglesia, nos sentimos felices y cantamos himnos de alabanza
porque la muerte ha sido vencida, porque Jesucristo como Primogénito de una
nueva creación, como nuevo Adán, nos acompaña y nos sostiene y nos da su
Espíritu Santo para que formemos parte de la humanidad salvada y redimida. Hoy
celebramos la entrada en un tiempo nuevo, el tiempo de Dios. No es ese tiempo
que no lleva a ninguna parte, ese tiempo en el que todo se repite, en el que todo
da vueltas sobre sí mismo, ese tiempo, gris, oscuro, sin esperanza. No. Hoy
celebramos la entrada en el tiempo de Dios, el tiempo de “los cielos nuevos y la
tierra nueva”. Ese tiempo que es el de Cristo resucitado.
Jesucristo es Señor del tiempo y de la historia. Así lo hemos grabado en el cirio
pascual, símbolo de Cristo resucitado: “Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y
omega. A Él la gloria y el poder por los siglos” Reconocer a Cristo como Señor del
tiempo y de la historia significa reconocer que en Él todo tiene consistencia, todo
tiene fundamento, todo puede conducirnos, si se orienta según el Espíritu de
Cristo, hacia la plenitud. La vida no es una repetición de actos sin sentido, sino un
caminar con Cristo hacia la plenitud. Y este “caminar” con Cristo, este “salir de las
tinieblas” para entrar en la luz del Señor, en el “día del Señor”, en el “tiempo de la
misericordia”, hemos de proclamarlo en esta Noche Santa, renovando nuestra fe y
nuestros compromisos bautismales. Renovaremos nuestro bautismo, renunciando
al pecado y afianzando nuestro reconocimiento de Cristo como Señor. Seremos
rociados con agua bendita en memoria de nuestro bautismo. “Que esta agua nos
renueve interiormente, avive en nosotros el recuerdo de nuestro bautismo y nos
haga participar en el gozo de los hermanos que han sido bautizados en esta
Pascua” Por eso, cada uno de nosotros, según la llamada que ha recibido del
Señor, ha de renovar la respuesta generosa a su propia vocación: .
Los sacerdotes, hemos de renovar nuestro compromiso de servir con fidelidad al
Pueblo Santo de Dios, haciendo presente sacramentalmente a Jesucristo, Buen
Pastor, en la predicación de su Palabra, en la celebración de 3 los sacramentos y
en el servicio de la caridad, especialmente con los enfermos y los pobres. .
Los seminaristas, renovad, con gratitud y docilidad, la llamada que un día
sentisteis en el corazón de seguir al Señor en el ministerio sacerdotal. Y pedid a
Dios el don de la fidelidad y la gracia del discernimiento para conocer, bajo la guía
de vuestros formadores, el plan de Dios en vuestras vidas. .
Los matrimonios, renovad hoy también vuestro compromiso mutuo de amor y
fidelidad, siendo el uno para el otro, en la alianza matrimonial, signo del amor,
indisoluble y fiel de Cristo a su Iglesia, cuidando, con una responsabilidad
compartida, de la educación de los hijos enseñándoles a vivir el amor a Dios y el
amor al prójimo; y haciendo del hogar una verdadera Iglesia doméstica. .
Los jóvenes, poned hoy toda vuestra confianza en Jesucristo, que ha vencido a la
muerte. Jesucristo es un amigo que no engaña. Y, por eso, es un amigo exigente.
Él os propone el camino de las bienaventuranzas, que es el camino de la felicidad
más auténtica: el camino de la libertad, que es desprendimiento de lo superfluo, el
camino de la paz, siendo pacíficos en vuestro corazón y pacificadores en medio
del mundo, el camino de la misericordia, el camino de la pureza de corazón, el
camino del hambre y la sed de ideales grandes y de santidad. .
Los mayores, vivid esta Noche poniendo en Jesucristo, Señor de la Vida el fruto
de toda una vida de esfuerzo, sabiendo que para los que aman a Dios nada queda
en el olvido. Y poned también el deseo y el compromiso de seguir siendo, en
medio de los vuestros, en medio de vuestros hijos y nietos, testigos del amor y la
misericordia de Dios, siendo vínculo de unión entre todos y manifestando con
vuestra vida que sólo el amor y la fe llenan plenamente la vida.
Al final todo pasa y sólo queda el amor. Que esta Noche Santa sea para todos
Noche de luz, Noche de inmensa alegría, Noche de esperanza.
Hoy volvemos a escuchar la voz del ángel a las santas mujeres que acudían al
sepulcro vacío del Señor: “Por qué buscáis entre los muertos al que vive.
HA RESUCITADO”. Por qué seguir malgastando nuestras vidas y nuestro
esfuerzo en cosas efímeras. Por qué seguir empeñándonos en seguir 4 sendas
que no llevan a ninguna parte. Por qué pretender alcanzar la felicidad donde es
imposible encontrarla. “Porque buscáis entre los muertos al vive”. Que siempre
busquemos la vida en Cristo resucitado y Él será nuestra alegría, nuestro gozo y la
fuente eterna de nuestra felicidad y de nuestra esperanza. AMEN

HOMILÍA DE RESURRECCIÓN.
Queridos hermanos: en este Domingo radiante de Vida, la
Iglesia nos invita a participar del gozo de la Resurrección del
Señor. Se nos invita a participar (no a mirar desde fuera), a
hacer nuestra esta alegría, como cuando se toma parte en una
fiesta... Y esta es la fiesta más grande: es la Pascua: la del
Señor y la nuestra.

Pascua: paso de la muerte a la Vida, a la vida gloriosa de los


hijos de Dios, Vida que ya se nos da en Cristo Resucitado, al
que ahora celebramos.

Pascua: paso de la oscuridad a la Luz del Señor, del caos de


este mundo al orden de la Nueva Creación que Dios ya introdujo
en Jesucristo Resucitado.
Paso de la esclavitud a la libertad; del desierto a la posesión de
la Tierra prometida, al Reino de Dios; del pecado a la amistad
con Dios; del hombre viejo destinado a la muerte al hombre
nuevo, hecho para el Cielo. Paso de la incredulidad y la
desesperación, a la alegría serena y profunda de la Fe, la
Esperanza y el Amor.

No puede haber para el hombre alegría más profunda que la que


hoy se proclama: la alegría de la Salvación.

Hoy resuena, como el silbido de una luz vertiginosa, el eco, aún


vivo, del anuncio de la Resurrección del Señor. De boca en boca
corre este rumor, que se prueba eficazmente por el testimonio
del Espíritu en los corazones renovados. Cristo ha resucitado y
se ha aparecido. Es verdad. Nosotros somos testigos de ello.

Sin embargo, para entrar en esta Fiesta, la Fiesta Eterna de los


hijos de Dios, es necesario que nos vistamos con el traje de
fiesta adecuado. Y ese traje de fiesta es la FE. Y sin Fe, nos
quedamos fuera de esta fiesta.

De los hombres y mujeres que conocieron a Jesús, sólo los que


tuvieron fe en Él encontraron la alegría de la salvación. Para los
otros, las cosas no cambiaron. Del mismo modo ocurre hoy:
sólo por la fe, que recibimos en el Bautismo y compartimos en
cada Misa, encontramos la alegría de la salvación... para los
otros, este Domingo es igual a todos... puede que incluso sea
hasta un día triste, vacío, lleno de nostalgia y de un deseo
ahogado de encontrarse con Dios. La Pascua que celebramos
inaugura un tiempo de gozo. Jesucristo ha resucitado como el
Primero de muchos, para mostrarnos cual es la vida que nos
espera y se nos ofrece si damos el “paso” de la fe.

Tenemos así el futuro garantizado por Dios mismo, que ha


hecho con nosotros una Alianza Nueva y Eterna, sellada con la
Sangre de su Hijo.
Así por la fe celebramos a Jesucristo, el Hombre Nuevo que nos
renueva, a nosotros y a toda la Creación, inaugurando cielos
nuevos y tierra nueva; y Jesús, el Señor, es ya la Cabeza de
esta Nueva Creación.

Por eso anoche hemos bendecido el fuego, la luz, el agua, y


hemos renovado nuestras promesas bautismales: porque
celebramos la nueva Vida que nos trae el mismo Dios hecho
hombre. La Resurrección aniquila el poder de la muerte y la
transforma sólo en un paso - amargo pero no definitivo - : la
muerte se transforma en el último acto de amor y entrega del
hombre a su Señor.

Nosotros no hemos tenido oportunidad de ver a Jesús


Resucitado. Pero Él mismo nos dice que “son felices los que
creen sin ver”. Por eso el Señor no da, en primera instancia,
“pruebas” en sentido estricto de la Resurrección, sino sólo
signos: una tumba vacía, y ángeles que lo proclaman vivo...
Pero la Palabra de la Sagrada Escritura que nos anuncia que
Cristo murió y resucitó por nosotros y por nuestra salvación, y
la fe de la Iglesia, que parte de los mismos Apóstoles, que
vieron al Señor Resucitado, comieron y bebieron con Él, y
enviados por Él llegan hoy a nosotros en sus sucesores, los
Obispos y los Sacerdotes.

Por eso, nuestra única respuesta quiere ser la Fe... La fe del


discípulo amado, que no vio a Jesús (Evangelio de hoy); vio las
vendas caídas y el sepulcro vacío, y creyó en Jesús, al que más
tarde vería...

También hoy nosotros queremos contemplar con fe el


testimonio inalterado de la Iglesia, que desde la Ascensión del
Señor cree y celebra al Resucitado en cada Misa, hasta que Él
vuelva. El signo para nosotros (como para el discípulo amado),
es la misma Iglesia, que a pesar de su debilidad y los defectos
de sus miembros, permanece siempre estable a través de los
siglos, para dar testimonio de la Palabra del Señor y llevar a
todos los hombres la Buena Noticia de la Salvación. Este es el
gran signo de que Jesús está vivo, pues de lo contrario el
milagro viviente que es la misma Iglesia, no podría sostenerse.
Se confirma así la Palabra de la Escritura: Jesucristo ha
resucitado. Y si analizamos nuestra propia vida, encontraremos
también muchos “signos”, que nos ha dado el Espíritu Santo que
recibimos en el Bautismo y viendo todo esto, queremos creer
hoy aún más, crecer en la fe.

Así, al celebrar hoy llenos de alegría al Señor Resucitado,


avivemos nuestra fe, acrecentemos nuestra esperanza, y
dejemos que Cristo Resucitado renueve la fuerza de nuestro
Amor.

AMÉN!! ALELUYA!!!

Celebramos este domingo el “primer eco” del gozoso acontecimiento de la


resurrección de Cristo que solemnemente vivimos anoche en la Vigilia Pascual. Un
eco que vendremos repitiendo domingo a domingo y, de forma más intensa a lo
largo de la cincuentena pascual: la pascua florida.
¡Cristo ha resucitado! María Magdalena, hemos leído, fue la primera en llegar al
sepulcro. Lo hizo además en cuanto pudo, cuando comenzaban los albores del día
primero después del descanso sabático. Su amor por el Maestro podía más que
su necesidad de descanso y la impulsaba a estar muy cerca de Él, aunque ya
estuviese muerto. Con razón había dicho el Señor que amaba más aquel que
hubiera sido más perdonado. Ella no pudo olvidar nunca aquel perdón de
Jesucristo, a pesar de ser tan graves sus culpas, y cambió radicalmente de forma
de vivir... Pensemos cuánto y cuántas veces nos ha perdonado el Señor a cada
uno de nosotros, y tratemos de corresponder a tan grande amor como implica el
perdón de Dios.
Simón Pedro y Juan escuchan asombrados el relato de Magdalena que les
contaba persuasiva que el sepulcro está vacío. Aquello les resultaba inverosímil,
pero ante la insistencia de María corren hacia el huerto de José de Arimatea para
comprobar por sí mismos la veracidad del hecho. Juan, el más joven, llega antes
pero no se atreve a entrar hasta que llega Pedro. Este relato, como los demás que
narran las apariciones de Jesús resucitado, está cargado de detalles que avalan y
apoyan la realidad de lo ocurrido, en contra de cualquier hipótesis, más o menos
absurda, contra la posibilidad de la Resurrección.
Juan entra detrás de Pedro y observa con atención cuanto tenía ante sus ojos.
Enseguida comprendió que a Cristo no podrían encontrarle entre los muertos sino
entre los que viven. Recordaron las predicciones del Maestro y de las profecías
sobre su Resurrección, el suceso más crucial y comprometedor de toda la Historia.
Todo en esta mañana nos invita a estar felices, a estar contentos. porque cuando
todo parecía haber terminado, es entonces cuando todo empieza. Los apóstoles
pensaron que la cruz, la muerte vergonzosa en el madero, era el final. Les parecía
que el telón había caído de modo definitivo, borrando para siempre el nombre de
Jesús sobre la tierra. Pero no fue así, el telón se ha rasgado para no bajar ni subir
más. Y al descubierto ha dejado, envuelto en un halo de luz permanente, la figura
de Cristo resucitado, el vencedor de la invencible muerte, exaltado sobre toda la
creación, dueño y Señor del universo.
Este es el día en que ha actuado el Señor. Demos gracias al Señor porque es
bueno, porque es eterna su misericordia. Si damos las gracias por el más mínimo
detalle de deferencia hacia nosotros, cómo no hemos de dar las gracias a este
Dios y Señor nuestro que tantos beneficios nos otorga continuamente, a este
Padre bueno que tan a menudo perdona nuestras infidelidades, nuestras faltas y
pecados. Tanto hemos recibido, tanta comprensión y tanto cariño nos ha mostrado
que bien podemos afirmar sin la menor duda que es bueno, que eterna es su
misericordia hacia esta nuestra "eterna" debilidad y malicia.
"La diestra del Señor es poderosa -dice el salmo de hoy-, la diestra del Señor es
excelsa. No he de morir, viviré para cantar las hazañas del Señor... Esta
exclamación esperanzadora hemos de hacerla nuestra y afirmar gozosos que
también nosotros viviremos para proclamar el poder imponente del Altísimo, su
amor inefable. Y así, aunque el peso de nuestros pecados nos llene de pesar y de
temor, tengamos una gran fe en Jesús que ha triunfado, y nos hace triunfar a
nosotros, sobre la muerte y sobre el pecado.
Cristo ha resucitado. Y nosotros, los que creemos en Él y le amamos, también
hemos resucitado. Hemos despertado del sueño de la muerte que es la vida
humana, hemos comenzado, aunque parcialmente aún, ya pero todavía no, la
grandiosa aventura de vivir la vida misma de Dios, la vida que dura siempre. Y por
eso hemos de vivir proyectados hacia lo alto, pisando en la tierra, pero aspirando a
las cumbres del cielo.
Sí, es el momento de pisar la tierra para lanzarse al cielo. Esta tierra ha de ser
para nosotros como una pista de lanzamiento, el lugar donde tomamos velocidad
para despegar y elevarnos a las alturas inconmensurables de los cielos nuevos...
Parece una paradoja, una contradicción, un absurdo. San Pablo nos habla de
haber resucitado y a renglón seguido nos dice que hemos muerto. Y añade que
nuestra vida está en Cristo escondida en Dios. Y cuando aparezca Cristo, vida
nuestra, entonces también nosotros apareceremos, juntamente con Él, en la
gloria.
No hay paradoja, no hay contradicción ni absurdo. Porque se trata de morir a todo
lo que nos aleja del bien. Es como un cortar amarras, un levar anclas, un
prescindir de todo lo que supone una rémora, un peso que nos impide vivir la vida
nueva que Cristo nos da. Se trata de una tarea de toda la vida, porque durante
toda la vida habrá algo que nos tire hacia abajo, algo que sea un impedimento
para el alto vuelo a que estamos llamados.
La gran noticia de este día es que el Amor ha vencido y todos estamos llamados a
amar. Si nos amamos en eso conocerán que somos sus discípulos. Los amigos
del triunfador. Así pues, esa es la gran urgencia: amarnos, amarnos... amarnos
hasta desfallecer, hasta desgastar nuestra vida y, alcanzar con Cristo, el gran
premio de la vida en plenitud. Si morimos con Él, esto es, amando, viviremos con
Él.
Alegrémonos sinceramente y de corazón y salgamos a las calles a contagiar
nuestra alegría. Que todos viváis una feliz pascua. Que así sea.

________--
Por MONSEÑOR JOSÉ H. GOMEZ
Arzobispo de Los Ángeles

¡Felices Pascuas de Resurrección para todos!

Hemos vivido juntos una vez más los días de la Semana Santa que nos han
llevado a Jerusalén para la Última Cena, la Pasión y Muerte y hoy la Resurrección
gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo.

Hoy es un día de gran alegría para la Iglesia Universal. En todo el mundo se


celebra el día de la Pascua.

Un día en el que se nos descubre una vez más el plan de Dios para nuestras
vidas. Podemos decir que nuestra vida empieza de nuevo en la tumba de Jesús,
en el misterio que sus discípulos descubrieron en aquella primera Pascua.
Estoy seguro que notaron, escuchando el pasaje del Evangelio de hoy, que la
tumba de Jesús no estaba totalmente vacía. Es verdad, Jesús no está ahí, pero
había algo. El Evangelio nos dice:

“En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro.
Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la
cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio
aparte.

Los lienzos estaban ahí. Los lienzos que cubrieron el cuerpo y la cabeza de Jesús
crucificado. Pienso que esos lienzos nos recuerdan la humanidad de Jesús y la
misericordia de Dios.

Jesús vino al mundo para mostrarnos el rostro de Dios, para revelarnos su


misericordia y amor. Todo en la vida de Jesús -sus enseñanzas, sus milagros y
curaciones, todo su modo de vivir- todo nos revela la misericordia divina, cuanto
nos ama Dios

Este es el sentido de la Pascua. Y este año es una Pascua especial porque


estamos en el Año Santo, el Jubileo de la Misericordia de Dios que el Papa
Francisco ha proclamado.

Estos días he estado reflexionando como la Pascua nos confirma que la


misericordia de Dios es real y que su amor es verdadero.

En su misericordia, Dios nos da vida. En su misericordia, nos perdona nuestros


pecados y nos da vida. Su muerte y resurrección son la “comprobación” del amor
de Dios por cada uno de nosotros.

Con su sufrimiento y muerte en la Cruz, Jesús nos muestra lo mucho que Dios
quiere estar cerca de nosotros. Resucitando de entre los muertos, Jesús extiende
su mano hacia nosotros, para levantarnos, para darnos un abrazo, para llevarnos
y tenernos en su corazón.

Y su misericordia es liberación y salvación. Jesús rompe las cadenas del pecado y


nos libera del pasado. Ya no somos prisioneros de nuestro pasado porque hemos
sido resucitados de entre los muertos con Cristo, Señor Nuestro. ¡Hoy es un nuevo
comienzo!

Pidamos hoy la gracia de comenzar de nuevo. De comenzar a vivir de nuevo la


vida que Jesús nos ofrece con su Resurrección.
Como aquellas santas mujeres que descubrieron la tumba vacía, como los
primeros apóstoles, también nosotros somos llamados a ser testigos de la
resurrección. Testigos del poder de la misericordia de Dios en nuestras vidas.

La creación y la historia de la humanidad tiene sentido en la Misericordia de Dios.


Y Misericordia es la misión de la Iglesia.

Cada uno de nosotros estamos llamados a ser testigos de la misericordia de Dios.


Proclamando la misericordia de Dios con nuestras palabras y demostrándola con
nuestras acciones.

En este Domingo de Pascua, en este Jubileo de Misericordia, hagamos de nuevo


el propósito de ser el “pueblo de la misericordia”.

Tratemos de vivir, cada día, de modo que seamos una bendición para los demás.
En todo lo que hacemos tratemos de ser misericordiosos con los demás como
Dios es misericordioso con nosotros.

Pero hagámoslo de verdad y especialmente con quienes nos rodean. Que


sepamos perdonar y comprender las debilidades de los demás. Que tengamos
más paciencia con aquellos que no nos caen bien, o con quienes nos cuesta más.

La Pascua nos recuerda que caminamos en este mundo sabiendo que Dios vive.
¡Que Cristo ha resucitado! Que Jesús dio su vida por nosotros y que ahora está
con nosotros todo el tiempo acompañándonos con su presencia y amistad.

Pidámosle pues que nos dé la gracia y fortaleza de vivir como Él vivió. Que
podamos ver al mundo con los ojos con los cuales Él lo vio. Que aprendamos a
amar al mundo como Él lo amó y lo ama.

Nuestra Madre Santísima, María, nos ha dicho que la Misericordia de Dios está
presente de edad en edad, de generación en generación.

Le pedimos a Ella que interceda por nosotros para que sepamos amar como Dios
nos ama, que sintamos su compasión, su perdón y cercanía.

Pidámosle a María, Madre de Misericordia y Madre nuestra que nos ayude a ser
instrumentos de la Misericordia de nuestro Padre Dios en nuestro tiempo.

De nuevo, felices Pascuas de Resurrección para todos, y que el amor y la


misericordia de Dios estén siempre con ustedes y con sus familias! VN
JÓVENES.
Reflexión sobre Semana Santa

REFLEXIÓN SOBRE SEMANA SANTA

En la Semana Santa conmemoramos la


Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro
Señor Jesucristo. Para los cristianos, la
Semana Santa resume el misterio de la
redención divina del género humano.

La liturgia de la semana está enmarcada en


la conmemoración de tres eventos
principales: 1) la aclamación de Jesús a su
entrada en Jerusalén – que se celebra el
Domingo de Ramos-, 2) la Pasión y Muerte
de Jesús -que celebramos desde el jueves
en la noche, pero, sobre todo, el Viernes
Santo- y 3) la Resurrección, que
celebramos el Domingo de Pascua.

Esta conmemoración nos invita a todos -incluso a los no cristianos- a profundas reflexiones sobre el
sentido de nuestra vida y de cómo debemos vivirla. Y en esa reflexión, Jesús se presenta como el
ejemplo por excelencia.

Todos tenemos una misión en la vida. Como madre o padre, como hijo o hija, tía, abuelo, trabajador,
estudiante, profesional, ministro, líder comunitario, sacerdote, religioso… lo que sea. Cada uno puede
tener una misión distinta en la vida, pero el denominador común es que todos estamos llamados a
cumplirla haciendo el bien a los demás y respetando nuestros valores. Jesús llevó a cabo su misión y nos
invita a que nosotros hagamos lo mismo.

Tenemos que perseverar y llevar a cabo nuestra misión a pesar de las adversidades. A veces nos
cansamos, nos desanimamos, nos desilusionamos ante la crítica de los demás. Pero Jesús nos enseña
que tenemos que sobreponernos a las adversidades y seguir adelante. A veces aquellos a quienes más
amamos no entienden, nos hieren o nos traicionan. Eso le pasó a Jesús: el Domingo de Ramos lo
aclamaron y el Viernes Santo le crucificaron. Pero, ¿qué hizo Él? Perdonó a todos y siguió adelante con
su misión. Jesús nos invita a que nosotros hagamos lo mismo.

Finalmente, si cumplimos nuestra misión obtendremos nuestra recompensa. Jesús cumplió su misión y
con su Resurrección el Domingo de Pascua logró redimirnos a todos para la vida eterna.

El buen padre y la buena madre que cumplen su misión de educar bien a sus hijos reciben su
recompensa cuando ven a esos hijos e hijas convertirse en hombres y mujeres de bien.

El buen estudiante recibe su recompensa cuando sale bien en sus estudios y echa adelante.

El buen trabajador recibe su recompensa no solo con su jornal semanal sino con la contribución que hace
a diario hacia a sus compañeros y en su lugar de trabajo.

El ministro o el líder comunitario que cumplen su misión reciben su recompensa en la contribución que
hacen a que todos vivamos en una mejor sociedad.

Los religiosos en la vida consagrada, sacerdotes de comunidades y clero diocesano que cumplen su
misión de evangelizar ya sea en las mismas fronteras personales o yendo a las periferias reciben su
recompensa cuando esa llama llega a su corazón, se van transformando y se va extendiendo a más
personas.
Todos, cristianos y no cristianos, bien sea en el templo o compartiendo en familia, podemos y debemos
sacarle provecho a estas enseñanzas que hace dos mil años Jesús nos dejó de manera tan amorosa y
sacrificada aquella primera Semana Santa.

Por Carlos Alberto Romero S.J.

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“La Semana Santa tiene un gran sentido en mi vida, más que tradicional, es el valor
espiritual. Vivirla es poder sentir con Jesús cada uno de esos momentos de agonía en la
pasión, acompañarlo en ese camino de amor y sacrificio que realizó por la salvación de la
humanidad”.
De esta manera define Andrea Paola Navarro el significado que para ella tiene la
Semana Mayor. Ella tiene 23 años y recibió su formación a partir de la fe cristiana
católica que sus padres le enseñaron.

Navarro proviene del municipio de Ocaña, Norte de Santander, y vive en Medellín hace
seis años, donde estudia Ingeniería de Alimentos en la Universidad de Antioquia.

Para la nueva generación, las distintas maneras de concebir la Semana Santa tienen que ver
con que la fe de los jóvenes es cada vez más personal. Las prácticas que rigieron la
sociedad durante más de 15 siglos hoy han cambiado para dar paso a la expresión de
diversas creencias. Aunque el credo católico permanece en algunos jóvenes, otros
optan por hábitos diferentes.

Así lo explica el sociólogo e historiador Luis Julián Salas, para quien, si bien es cierto que
la Iglesia Católica ya no posee una influencia tan marcada en el comportamiento de los
jóvenes, también lo es el hecho de que estos aún expresan su espiritualidad, pero no de
manera uniforme como lo hacían en años anteriores.
“Hay valores distintos y nuevas costumbres en la sociedad actual. La relación que tienen las
personas con la iglesia en la actualidad es diferente. Muchos jóvenes ya no tienen esa
tradición de conmemorar la Semana Santa o una profesión de fe, y en esto influye que la
sociedad es más laica; por ende, la figura de la iglesia ya no es tan preponderante como lo
era antes”, aseveró el sociólogo y docente de la Universidad Eafit.

Dicho estilo de vida se refleja en Juan Diego Posada, un joven de 25 años oriundo de
Medellín que fue criado por sus padres en el catolicismo, aunque confiesa que no ejerce
ningún tipo de hábitos específicos en esta época religiosa.

Posada piensa que este tipo de prácticas, tales como la abstención de ciertos alimentos,
la reflexión y la oración, entre otras, se han vuelto aburridoras para muchos jóvenes,
precisamente por la forma en que se mueve el mundo. “Para el joven actual, es más
interesante poder explorar otros campos”, expresó Juan Diego.

Este giro tiene una explicación de carácter generacional. Según José Gregorio Henríquez,
antropólogo de la Universidad de Antioquia y experto en simbología religiosa, este
desinterés actual por la iglesia se debe a que no hubo una correcta transmisión de las
costumbres y hábitos por parte de la generación anterior, los padres de la juventud
contemporánea. Otro argumento que expone el investigador está en las dinámicas
productivas actuales.

“La población joven adulta en la actualidad espera este tipo de fechas para viajar y
descansar. Esto tiene que ver con los ritmos productivos y de trabajo que hoy existen. Hace
50 años esta era una semana en la que se detenían las actividades, pero para invitar al
recogimiento y encontrar en la familia el grupo propicio para compartir. La sociedad ha
entrado en unas dinámicas más mecánicas que de interiorización espiritual”, dijo
Henríquez.
Sin embargo, Luis Salas afirmó que también es posible hallar jóvenes que pertenecen
a asociaciones cristianas y expresan abiertamente su espiritualidad.

Tal es el caso de Dalia Rodríguez, que tiene 28 años y pertenece a la denominación


cristiana protestante.
“La Semana Santa no debe dejar de ser ese espacio en que se recuerda que alguien (Jesús)
nos dio libre acceso al cielo. Está la persona que piensa que es un tiempo de reflexión, hay
otro que cree que es de parranda, otro toma esta semana para cesar actividades, compartir
en familia, salir a pasear o a conocer. Con los años, el grado de importancia en el
significado real va disminuyendo”, opinó Rodríguez.

En las congregaciones protestantes, aunque se vive la semana santa en torno a la


figura de Jesús, no hay más rituales que los cultos realizados durante este tiempo. La
alimentación no cambia ni tampoco el ayuno o las procesiones se practican. Sin
embargo, dicha semana cobra un significado especial y se emplea, en muchos casos, en
jornadas de evangelización.

María Isabel Ortiz fue criada en una familia cristiana protestante de Medellín. Para ella, la
semana santa es un tiempo que dedica a compartir en familia y al completo descanso.
“Nuestra generación no practica estas tradiciones por convicción, sino por herencia. Por
esta razón no tenemos costumbres tan arraigadas”, dijo Ortiz.

Para Andrea Navarro, tradiciones como la del ayuno del viernes de cuaresma, el viacrucis
del viernes santo, las eucaristías de la última cena y la de resurrección cobran un
significado especial. “Es por ello que cada vez me preocupo por vivir mejor mi semana
santa, y darle así el sentido que Jesús le dio: un tiempo de redención”, concluyó la
joven.

Luis Carlos Padilla Berrío


Adultos.
En la Semana Santa conmemoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro
Señor Jesucristo. Para los cristianos, la Semana Santa resume el misterio de la
redención divina del género humano.

La liturgia de la semana está enmarcada en la conmemoración de tres eventos


principales: 1) la aclamación de Jesús a su entrada en Jerusalén – que se celebra
el Domingo de Ramos-, 2) la Pasión y Muerte de Jesús -que celebramos desde el
jueves en la noche, pero, sobre todo, el Viernes Santo- y 3) la Resurrección, que
celebramos el Domingo de Pascua.

Esta conmemoración nos invita a todos -incluso a los no cristianos- a profundas


reflexiones sobre el sentido de nuestra vida y de cómo debemos vivirla. Y en esa
reflexión, Jesús se presenta como el ejemplo por excelencia.

Todos tenemos una misión en la vida. Como madre o padre, como hijo o hija, tía,
abuelo, trabajador, estudiante, profesional, ministro, líder comunitario, sacerdote,
religioso… lo que sea. Cada uno puede tener una misión distinta en la vida,
pero el denominador común es que todos estamos llamados a cumplirla
haciendo el bien a los demás y respetando nuestros valores. Jesús llevó a
cabo su misión y nos invita a que nosotros hagamos lo mismo.

Tenemos que perseverar y llevar a cabo nuestra misión a pesar de las


adversidades. A veces nos cansamos, nos desanimamos, nos desilusionamos
ante la crítica de los demás. Pero Jesús nos enseña que tenemos que
sobreponernos a las adversidades y seguir adelante. A veces aquellos a quienes
más amamos no entienden, nos hieren o nos traicionan. Eso le pasó a Jesús: el
Domingo de Ramos lo aclamaron y el Viernes Santo le crucificaron. Pero, ¿qué
hizo Él? Perdonó a todos y siguió adelante con su misión. Jesús nos invita a que
nosotros hagamos lo mismo.

Finalmente, si cumplimos nuestra misión obtendremos nuestra recompensa. Jesús


cumplió su misión y con su Resurrección el Domingo de Pascua logró redimirnos a
todos para la vida eterna.

El buen padre y la buena madre que cumplen su misión de educar bien a sus hijos
reciben su recompensa cuando ven a esos hijos e hijas convertirse en hombres y
mujeres de bien.

El buen estudiante recibe su recompensa cuando sale bien en sus estudios y echa
adelante.

El buen trabajador recibe su recompensa no solo con su jornal semanal sino con
la contribución que hace a diario hacia a sus compañeros y en su lugar de trabajo.
El ministro o el líder comunitario que cumplen su misión reciben su recompensa en
la contribución que hacen a que todos vivamos en una mejor sociedad.

Los religiosos en la vida consagrada, sacerdotes de comunidades y clero


diocesano que cumplen su misión de evangelizar ya sea en las mismas fronteras
personales o yendo a las periferias reciben su recompensa cuando esa llama llega
a su corazón, se van transformando y se va extendiendo a más personas.

Todos, cristianos y no cristianos, bien sea en el templo o compartiendo en familia,


podemos y debemos sacarle provecho a estas enseñanzas que hace dos mil años
Jesús nos dejó de manera tan amorosa y sacrificada aquella primera Semana
Santa.

Otra.

Semana Santa: Nos amó hasta el fin


La Semana Santa es el centro del año litúrgico: revivimos en estos días los
momentos decisivos de nuestra redención. La Iglesia nos lleva de la mano,
con su sabiduría y su creatividad, del Domingo de Ramos a la Cruz y a la
Resurrección.
AÑO LITÚRGICO08/04/2019

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• Domingo de Ramos •Jueves Santo •Viernes Santo •Sábado santo y la Vigilia


pascual

En el corazón del año litúrgico late el Misterio pascual, el Triduo del Señor
crucificado, muerto y resucitado. Toda la historia de la salvación gira en torno a
estos días santos, que pasaron desapercibidos para la mayor parte de los hombres, y
que ahora la Iglesia celebra «desde donde sale el sol hasta el ocaso»[1]. Todo el año
litúrgico, compendio de la historia de Dios con los hombres, surge de
la memoria que la Iglesia conserva de la hora de Jesús: cuando, «habiendo amado a
los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin»[2].
MUCHOS DE LOS RITOS QUE VIVIMOS ESTOS DÍAS ECHAN SUS RAÍCES
EN MUY ANTIGUAS TRADICIONES; SU FUERZA ESTÁ AQUILATADA POR
LA PIEDAD DE LOS CRISTIANOS Y POR LA FE DE LOS SANTOS DE DOS
MILENIOS.

La Iglesia despliega en estos días su sabiduría maternal para meternos en los


momentos decisivos de nuestra redención: a poco que no ofrezcamos resistencia, nos
vemos arrastrados por el recogimiento con que la liturgia de la Semana Santa nos
introduce en la Pasión; la unción con la que nos mueve a velar junto al Señor; el
estallido de gozo que mana de la Vigilia de la Resurrección. Muchos de los ritos que
vivimos estos días echan sus raíces en muy antiguas tradiciones; su fuerza está
aquilatada por la piedad de los cristianos y por la fe de los santos de dos milenios.

El Domingo de Ramos
El Domingo de Ramos es como el pórtico que precede y dispone al Triduo
pascual:«este umbral de la Semana Santa, tan próximo ya el momento en el que se
consumó sobre el Calvario la Redención de la humanidad entera, me parece un
tiempo particularmente apropiado para que tú y yo consideremos por qué caminos
nos ha salvado Jesús Señor Nuestro; para que contemplemos ese amor suyo —
verdaderamente inefable— a unas pobres criaturas, formadas con barro de la
tierra»[3]
Cuando los primeros fieles escuchaban la proclamación litúrgica de los relatos
evangélicos de la Pasión y la homilía que pronunciaba el obispo, se sabían en una
situación bien distinta de la de quien asiste a una mera representación: «para sus
corazones piadosos, no había diferencia entre escuchar lo que se había proclamado y
ver lo que había sucedido»[4]. En los relatos de la Pasión, la entrada de Jesús en
Jerusalén es como la presentación oficial que el Señor hace de sí mismo como el
Mesías deseado y esperado, fuera del cual no hay salvación. Su gesto es el del Rey
salvador que viene a su casa. De entre los suyos, unos no lo recibieron, pero otros sí,
aclamándole como el Bendito que viene en nombre del Señor[5].
El Señor, siempre presente y operante en la Iglesia, actualiza en la liturgia, año tras
año, esta solemne entrada en el «Domingo de Ramos en la Pasión del Señor», como
lo llama el Misal. Su mismo nombre insinúa una duplicidad de elementos: triunfales
unos, dolorosos otros. «En este día —se lee en la rúbrica— la Iglesia recuerda la
entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su Misterio pascual»[6]. Su
llegada está rodeada de aclamaciones y vítores de júbilo, aunque las muchedumbres
no saben entonces hacia dónde se dirige realmente Jesús, y se toparán con el
escándalo de la Cruz. Nosotros, sin embargo, en el tiempo de la Iglesia, sí que
sabemos cuál es la dirección de los pasos del Señor: Él entra en Jerusalén «para
consumar su misterio pascual». Por eso, para el cristiano que aclama a Jesús como
Mesías en la procesión del domingo de Ramos, no es una sorpresa encontrarse, sin
solución de continuidad, con la vertiente dolorosa de los padecimientos del Señor.
Es ilustrativo el modo en que la liturgia nos traduce este juego de tinieblas y de luz
en el designio divino: el Domingo de Ramos no reúne dos celebraciones cerradas,
yuxtapuestas. El rito de entrada de la Misa no es otro que la procesión misma, y esta
desemboca directamente en la colecta de la Misa. «Dios todopoderoso y eterno, tú
quisiste —nos dirigimos al Padre— que nuestro Salvador se hiciese hombre y
muriese en la cruz»[7]: aquí todo habla ya de lo que va a suceder en los días
siguientes.
El Jueves Santo

El Triduo pascual comienza con la Misa vespertina de la Cena del Señor. El Jueves
Santo se encuentra entre la Cuaresma que termina y el Triduo que comienza. El hilo
conductor de toda la celebración de este día, la luz que lo envuelve todo, es el
Misterio pascual de Cristo, el corazón mismo del acontecimiento que se actualiza en
los signos sacramentales.

La acción sagrada se centra en aquella Cena en que Jesús, antes de entregarse a la


muerte, confió a la Iglesia el testamento de su amor, el Sacrificio de la Alianza
eterna[8].
UNA ANTIGUA TRADICIÓN RESERVA PARA EL VIERNES SANTO LA
PROCLAMACIÓN DE LA PASIÓN SEGÚN SAN JUAN, EN LA QUE SE ALZA
LA IMPRESIONANTE MAJESTAD DE CRISTO QUE «SE ENTREGA A LA
MUERTE CON LA PLENA LIBERTAD DEL AMOR» (SAN JOSEMARÍA).
«Mientras instituía la Eucaristía, como memorial perenne de Él y de su Pascua, puso
simbólicamente este acto supremo de la Revelación a la luz de la misericordia. En
este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión y muerte, consciente
del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz»[9]. La
liturgia nos introduce de un modo vivo y actual en ese misterio de la entrega de
Jesús por nuestra salvación. «Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para
tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente»[10]. El fiat del
Señor que da origen a nuestra salvación se hace presente en la celebración de la
Iglesia; por eso la Colecta no vacila en incluirnos, en presente, en la Última Cena:
«Sacratissimam, Deus, frequentantibus Cenam…», dice el latín, con su habitual
capacidad de síntesis; «nos has convocado hoy para celebrar aquella misma
memorable Cena»[11].
Este es «el día santo en que nuestro Señor Jesucristo fue entregado por
nosotros»[12]. Las palabras de Jesús, «me voy, y vuelvo a vosotros y os conviene
que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros»[13] nos
introducen en el misterioso vaivén entre ausencia y presencia del Señor que preside
todo el Triduo pascual y, desde él, toda la vida de la Iglesia. Por eso, ni el Jueves
Santo, ni los días que lo siguen, son sin más jornadas de tristeza o de luto: ver así el
Triduo sacro equivaldría a retroceder a la situación de los discípulos, anterior a la
Resurrección. «La alegría del Jueves Santo arranca de ahí: de comprender que el
Creador se ha desbordado en cariño por sus criaturas»[14]. Para perpetuar en el
mundo este cariño infinito que se concentra en su Pascua, en su tránsito de este
mundo al Padre, Jesús se nos entrega del todo, con su Cuerpo y su Sangre, en un
nuevo memorial: el pan y el vino, que se convierten en «pan de vida» y «bebida de
salvación»[15]. El Señor ordena que, en adelante, se haga lo mismo que acaba de
hacer, en conmemoración suya[16], y nace así la Pascua de la Iglesia, la Eucaristía.
Hay dos momentos de la celebración que resultan muy elocuentes, si los vemos en
su mutua relación: el lavatorio de los pies y la reserva del Santísimo Sacramento. El
lavatorio de los pies a los Doce anuncia, pocas horas antes de la crucifixión, el amor
más grande: «el de dar uno la vida por sus amigos»[17]. La liturgia revive este
gesto, que desarmó a los apóstoles, en la proclamación del Evangelio y en la
posibilidad de realizar la ablución de los pies de algunos fieles. Al concluir la Misa,
la procesión para la reserva del Santísimo Sacramento y la adoración de los fieles
revela la respuesta amorosa de la Iglesia a aquel inclinarse humilde del Señor sobre
los pies de los Apóstoles. Ese tiempo de oración silenciosa, que se adentra en la
noche, invita a rememorar la oración sacerdotal de Jesús en el Cenáculo[18]
El Viernes Santo
La liturgia del Viernes Santo comienza con la postración de los sacerdotes, en lugar
del acostumbrado beso inicial. Es un gesto de especial veneración al altar, que se
halla desnudo, exento de todo, evocando al Crucificado en la hora de la Pasión.
Rompe el silencio una tierna oración en que el celebrante apela a las misericordias
de Dios —«Reminiscere miserationum tuarum, Domine»— y pide al Padre la
protección eterna que el Hijo nos ha ganado con su sangre, es decir, dando su vida
por nosotros[19].
Una antigua tradición reserva para este día la proclamación de la Pasión según san
Juan como momento culminante de la liturgia de la Palabra. En este relato
evangélico se alza la impresionante majestad de Cristo que «se entrega a la muerte
con la plena libertad del Amor»[20]. El Señor responde con valentía a los que
vienen a prenderle: «cuando les dijo “Yo soy”, se echaron hacia atrás y cayeron en
tierra»[21]. Más adelante le oímos responder a Pilato: «mi reino no es de este
mundo»[22], y por eso su guardia no lucha para liberarle. «Consummatum est»[23]:
el Señor apura hasta el final la fidelidad a su Padre, y así vence al mundo[24].

Tras la proclamación de la Pasión y la oración universal, la liturgia dirige su


atención hacia el Lignum Crucis, el árbol de la Cruz: el glorioso instrumento de la
redención humana. La adoración de la santa Cruz es un gesto de fe y una
proclamación de la victoria de Jesús sobre el demonio, el pecado y la muerte. Con
Él, vencemos nosotros los cristianos, porque «esta es la victoria que ha vencido al
mundo: nuestra fe»[25].
La Iglesia envuelve a la Cruz de honor y reverencia: el obispo se acerca a besarla sin
casulla y sin anillo[26]; tras él, sigue la adoración de los fieles, mientras los cantos
celebran su carácter victorioso: «adoramos tu Cruz, Señor, y alabamos y
glorificamos tu santa Resurrección. Por el madero ha venido la alegría al
mundo»[27] Es una misteriosa conjunción de muerte y de vida en la que Dios quiere
que nos sumerjamos: «unas veces renovamos el gozoso impulso que llevó al Señor a
Jerusalén. Otras, el dolor de la agonía que concluyó en el Calvario... O la gloria de
su triunfo sobre la muerte y el pecado. Pero, ¡siempre!, el amor —gozoso, doloroso,
glorioso— del Corazón de Jesucristo»[28].
El Sábado santo y la Vigilia pascual
EL SÁBADO SANTO ES EL DÍA DE LA ESPERA DE LA RESURRECCIÓN,
INTENSAMENTE VIVIDA POR LA MADRE DE JESÚS, DE DONDE
PROVIENE LA DEVOCIÓN DE LA IGLESIA A SANTA MARÍA LOS
SÁBADOS.
Un texto anónimo de la antigüedad cristiana recoge, como condensado, el misterio
que la Iglesia conmemora el Sábado Santo: el descenso de Cristo a los infiernos.
«¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y
una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y
sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que
dormían desde antiguo»[29]. Como vemos descansar a Dios en el Génesis al final de
su obra creadora, el Señor descansa ahora de su fatiga redentora Y es que la Pascua,
que está por despuntar definitivamente en el mundo, es «la fiesta de la nueva
creación»[30]: al Señor le ha costado la vida devolvernos a la Vida.
LA VIGILIA PASCUAL EXPRESA DE MIL MODOS EL PASO DE LAS
TINIEBLAS A LA LUZ, DE LA MUERTE A LA VIDA NUEVA EN LA
RESURRECCIÓN DEL SEÑOR: EL FUEGO, EL CIRIO, EL AGUA, EL
INCIENSO, LA MÚSICA Y LAS CAMPANAS…
«Dentro de un poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver»[31]:
así decía el Señor a los Apóstoles en la víspera de su Pasión. Mientras esperamos su
regreso, meditamos en su descenso a las tinieblas de la muerte, en las que estaban
todavía sumergidos aquellos justos de la antigua Alianza Cristo, portando en su
mano el signo liberador de la Cruz, pone fin a su sueño y los introduce en la luz del
nuevo Reino: «Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas
cautivo en el abismo»[32]. Desde las abadías carolingias del siglo VIII, se propagará
por Europa la conmemoración de este gran Sábado: el día de la espera de la
Resurrección, intensamente vivida por la Madre de Jesús, de donde proviene la
devoción de la Iglesia a santa María los sábados; ahora, más que nunca, Ella es
la stella matutina[33], la estrella de la mañana que anuncia la llegada del Señor:
el Lucifer matutinus[34], el sol que viene de lo alto, oriens ex alto[35].

En la noche de este gran Sábado, la Iglesia se reúne en la más solemne de sus


vigilias para celebrar la Resurrección del Esposo, incluso hasta las primeras horas
del alba. Esta celebración es el núcleo fundamental de la liturgia cristiana a lo largo
de todo el año. Una gran variedad de elementos simbólicos expresan el paso de las
tinieblas a la luz, de la muerte a la vida nueva en la Resurrección del Señor: el
fuego, el cirio, el agua, el incienso, la música y las campanas…

La luz del cirio es signo de Cristo, luz del mundo, que irradia y lo inunda todo; el
fuego es el Espíritu Santo, encendido por Cristo en los corazones de los fieles; el
agua significa el paso hacia la vida nueva en Cristo, fuente de vida;
el alleluia pascual es el himno de los peregrinos en camino hacia la Jerusalén del
cielo; el pan y del vino de la Eucaristía son prenda del banquete escatológico con el
Resucitado. Mientras participamos en la Vigilia pascual, reconocemos con la mirada
de la fe que la asamblea santa es la comunidad del Resucitado; que el tiempo es un
tiempo nuevo, abierto al hoy definitivo de Cristo glorioso: «haec est dies, quam fecit
Dominus»[36], este es el día nuevo que ha inaugurado el Señor, el día «que no
conoce ocaso»[37].

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