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Alex Nichols Alzate Giraldo.

Entre el peso de la tradición y la levedad de lo efímero. La filosofía y la teoría literaria

Germán Garrido Miñambres en su artículo Las relaciones entre la filosofía y la teoría

literaria propone un análisis del potencial que posee la filosofía para una renovación de los

presupuestos críticos manejados por la teoría literaria en la actualidad. La filosofía es vista

entonces como una fuente inagotable de experiencias intelectivas, un centro potencialmente

productivo para la teoría en tanto supone un cuestionamiento y exploración de los contextos

originales de donde le pensamiento brota y donde finalmente encalla.

La contradicción entre el peso y la levedad es la más misteriosa y equívoca de todas

las contradicciones. Reside en la esencia misma de la metáfora Nietzcheana del eterno

retorno, el recuerdo fatídico del hígado de Prometeo que se pierde y regenera hasta el final

de los tiempos. La relación entre la filosofía y la teoría y crítica literaria aparece presa

también de esta dicotomía, la libertad de la disciplina teórica de la literatura como

representación de la levedad y las ataduras epistemológicas del corpus filosófico como un

vuelco hacia el peso de las deudas y las tradiciones.

Partiendo de la metáfora Nietzcheana, la filosofía y la teoría literaria se miran cara y

cara y se encuentran desfiguradas. Desde sus propias disciplinas se han arrancado partes la

una a la otra, tornándose una y otra en una red de vínculos secretos, ecos, afinidades y

correspondencias con un alcance que va más allá de lo que contempla uno y otro discurso,

visto ello desde una perspectiva más purista. Muy a pesar de todo filosofía y teoría literaria

operan bajo la lógica de los amantes, aquello que es negado por el dolor y todo aquello que

se recuerda y reconoce con el cariño de la memoria.


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El reconocimiento opera también como uno de los principios esenciales para

concebir esta relación incestuosa entre dos hermanas que han crecido juntas para ser

separadas cruelmente. Si se aborda la literatura desde un escenario más amplio es

directamente notable la posibilidad que ésta posee para relacionarse con la disciplina

filosófica, presas de algunas discordancias terminan por construir una red de adeudamientos

en una y otra vía. Estas deudas son saldadas cuando se les permite estar juntas, en la

creación de un proceso intermedio que toma partido de ambos nudos procedimentales para

crear una aproximación crítica fértil como un proceso de análisis con un alcance

interpretativo.

Así bien, el trabajo del crítico y teórico de la literatura va a verse siempre mediado

por un objeto de estudio que se le escapa de las manos y que constantemente increpa al

mundo, desestabilizando sus presupuestos y derribando todos los estándares. Es ésta su

particularidad, su desastrosa decadencia, pero también su fecunda tierra de sembrado. El

hecho literario adeuda al mundo su existencia, hace parte de él, lo contempla desnudo para

luego despedazarlo con zarpazos.

La materia prima de la que parte el teórico se le muestra fragmentaria. Es este su

estado de naturaleza. ¿Qué hacer entonces? La respuesta a ello sería el recurrir al peso. La

disciplina filosófica podría aportar fértilmente a la consolidación de un peso metodológico

para los estudios críticos de la literatura que de vez en cuanto también logre dárselas de

leve, deambulando de este modo entre las contradicciones del juicio académico, aquel que,

aunque sea categórico debe tornarse sin medida al ensimismamiento poético.

Son muchas las deudas que posee la literatura con la filosofía, operadas también en

el sentido contrario. El trabajo de conciliación parte como ya se dijo anteriormente de la


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noción de reconocimiento como un proceso de restitución de las implicaciones en el campo

significativo que alberga a ambas disciplinas. Si se parte de la lógica de la deconstrucción,

en donde el signo es comprendido como parte de una red subterránea de relaciones y

contradicciones, la teoría literaria tiene allí un lugar donde puede intentar afincarse, en la

comprensión de sí misma como un corpus multiforme con deudas soterradas con una

multiplicidad de disciplinas.

Lo anterior no es sin embargo un motivo de tristezas, sino un cúmulo de

complejidades. Que la teoría literaria tenga adeudamientos con el mundo, las disciplinas y

la existencia la vuelve no menos que un receptáculo de la universalidad. La teoría literaria

encuentra su centro allí donde el conocimiento se recarga desde sus múltiples posibilidades,

haciéndose parte de un mundo embellecido que se reconoce por medio de la literatura como

habitación poética de la interioridad humana.

El dueto filosofía-teoría literaria también conlleva una búsqueda de los nudos

textuales de procedencia que permitan obtener nuevas implicaciones de las formulaciones

teóricas. El problema de la renovación sienta aquí sus bases en el cuestionamiento de la

restitución del lugar que le ha sido negado a la filosofía con respecto a la teoría de la

literatura, conllevando de manera soterrada una pregunta por los presupuestos operados por

la poética, una reformulación de sus premisas y una nueva forma de comprender el mundo

bajo la lógica de la hermandad universalista de las disciplinas, no del encasillamiento de los

objetos de estudio.

Vuelve de nuevo la metáfora del peso y su contracara suntuosa, la levedad. La teoría

siempre habrá de regresar a sus vestigios, a la manera de Prometeo encarna el eterno

retorno a un peso que a veces la deja gravitar en un más allá de las disciplinas, lugar de su
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sustrato, pero también cuna de sus lamentos. La metáfora del peso y la levedad sitúa la

teoría literaria en la lógica del vaivén, el sistema de la contradicción y el reconocimiento de

la tradición.

La metáfora que guía esta disertación también deja ver claramente que los

adeudamientos irreconocibles crean figuras fragmentarias, difíciles de comprender. El peso

y la levedad son ambas expresiones contrarias de un centro estable que se devana los sesos

entre lo vaporoso de las alturas y lo insoportable de las profundidades. El pensamiento y la

existencia funcionan pues, bajo esta dicotomía irresoluble, el intento por el encuentro de lo

propio, pero también el vuelo de las diversidades, insospechado territorio de la peligrosa

universalidad que encanta al estudioso por ser como la Hidra de Lerna, la red de

posibilidades que pueden engullir despiadadas al avezado y valiente literato.

El aparataje conceptual de la filosofía también permite a la teoría literaria

establecerse bajo la lógica del diálogo, la exploración de la diversidad en la visión de la

vastedad de aristas que recorren todo el espectro de la literatura, visto ahora como un

cúmulo de relaciones, un territorio fecundo donde la disciplina teórica florece a la manera

de las orquídeas cultivadas, con el agua y el abono correcto, parte de sol, parte de agua,

parte de tierra, parte de exploración y esperanza en el futuro, canto del jardinero, riego de

los exploradores.

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