La historia de la literatura es demasiado extensa, tanto, que sólo unos pocos
especialistas podrán hablar con seguridad sobre su contenido y su extensión. La literatura es una creación (por lo menos entendiéndola en el sentido de la escritura) de diferentes culturas humanas. Por ello, su modo de producción, su contenido y sentido es distinto. Además, no sólo hay diferentes producciones literarias según sus culturas, sino también sus épocas: literatura precolombina, barroca, renacentista, realista, etc; un largo canon que si bien aplica para unos sectores del mundo y otros no, constituyen diferentes formas de expresión y contenido: a la literatura griega le concierne los mitos y cultura de su época, por ejemplo, y a la literatura modernista la visión del hombre como aquel dominador de la naturaleza, que es la constitución, precisamente, de la modernidad. Es por ello que hacer un compendio sobre las diferentes corrientes literarias y hasta sus formas de creación es un trabajo tanto extenso y riguroso que un artículo por sí mismo no puede comprender: es todo un vasto trabajo. Además, sería un sinsentido hacerlo teniendo en cuenta precisamente la intención del texto: apreciar una visión sobre el dolor. Es por ello la introducción: este artículo no pretende hacer un análisis extenso sobre este concepto en la literatura, pues como ya dije, es toda una estructura humana demasiado extensa como para pretender hacerlo en un escrito como este. Pero hablar sobre este concepto en un contexto limitado no es un trabajo desdeñable, pues de hecho, es un concepto que ha involucrado a toda la humanidad, pues los hombres vivimos y por ende sentimos dolor. Seria jocoso llegar a explicar que todos sentimos dolor (a no ser, claro está, que algún individuo padezca de un trastorno que le impida experimentar esta esfera existencial de la vida). El dolor es una experiencia vital, y todos lo hemos acontecido, sea la forma en que se presente. Bárcena diferenciaba entre tres formas de dolor: el físico, el mental y el existencial: alguna vez nos ha dolido el cuerpo, otras veces hemos estado tristes, y para ello es necesario estar vivo, existir. El dolor existencial no sólo recoge los anteriores dolores, sino que permite acontecer una fusión de ellos, y la condición de los dos anteriores es existir, por ello: vivir es doloroso. Ahora bien, no quiere decir esto una tesis pesimista (es decir, justificar que el mundo es doloroso y sombrío porque existe el dolor), pues no es la intención hacer una apología tanto a un pesimismo u un optimismo vital, sino hablar precisamente de este concepto. Por ello, introduje al lector en la extensión de la literatura, y por ello de sus sentidos: tal vez todos sintamos dolor, pero la forma de expresarlo en cada época, como zona geográfica (diferentes partes del mundo han tenido expresiones y nociones de vida plasmada en su arte y literatura), es una experiencia existencial y de producción literal totalmente distinta. Mi intención es hacer un diálogo, en este caso, entre dos autores: Jean Paul Sartre, filósofo y literato francés, y Yasunari Kawabata, literato japonés. Aspectos en común: son contemporáneos, ambos evidentemente literatos de oficio. Y si se quiere un dato curioso(sin importancia alguna, claro está) nacieron el mismo mes (Junio) y murieron el mismo mes (Abril, con un día de diferencia), pero en diferentes años, evidentemente. Lo más importante y el eje de este artículo, es que hablan sobre el dolor. Uno desde el conflicto de la guerra, y el otro desde una historia de amor japonesa. La intención es exponer la obra de ambos escritores y el enfoque que tiene el tema del dolor, para a su vez plantear al lector mi hipótesis de lectura: el dolor como justificación de cierta “filantropía”, como de un modo de “exaltación” (divinización, para que se entienda) del individuo que lo padece. El diálogo será paralelo (como debería ser), contrastando ambas obras.
Lo bello y lo triste es una novela japonesa escrita por el premio Nobel de
literatura del 68, Yasunari Kawabata. Esta es una historia de amor, por así decirlo, que se sitúa en Kamakura y en Kioto. Al ser una historia de amor, es una historia de conflicto. Para evitar narrar toda la obra (que por cierto, recomiendo al lector) es preciso hacer hincapié en los personajes como en los hechos a analizar. Oki Toshio era un novelista parcialmente exitoso que años atrás vivió un romance con la pintora Ueno Otoko. Como es de preverse, su historia fue conflictiva y dolorosa, dando por consecuencia que ambas personas tomaran rumbos distintos. Otoko se fue a Kioto, mientras Oki se quedó en Kamakura. Sin embargo, al trascurrir de los años, Oki busco a Ueno en Kioto para pasar las festividades con ella y escuchar las campanas tradicionales. En este encuentro incomodo, se nos revela un tercer personaje importante para la narrativa: Sakami Keiko. Ella era la discípula en pintura de Otoko Ueno y al parecer, tenía una gran devoción (y amor) por ella. Es por ello que después del encuentro entre Ueno y Oki, ella juró vengarse del hombre por lo que en años pasados hizo a su maestra. ¿Qué ocurrió? Oki era un hombre mayor (aproximadamente de 30 años de edad) mientras que Ueno era una jovencita de 15 años en el momento en que se conocieron y ocurrió la terrible historia. En síntesis, el hombre (que era además casado y con un hijo en camino) embarazó a la joven. En principio, el hombre acompañó a la joven en su proceso de embarazo (influenciado también por los reproches de la madre de Ueno). Tiempo después, cuando la joven parió a la criatura (que era una niña) murió el infante en ese mismo proceso. Esto generó un fuerte trauma y un acontecimiento doloroso, tanto para Otoko (más en ella) como para Oki. Otoko influenciada por su madre, abandonó Kamakura y se fueron a vivir a Kioto, dejando atrás a Oki y su historia de romance y dolor. Ueno vivió dolor por la pérdida de su hija, tanto que, precisamente, pintaba a su hija muerta como un bebe santo. También, y es otro aspecto para analizar en la obra: Otoko, inconscientemente, pintaba a su madre para recordarla, pero al hacerlo, se pintaba más a ella misma que a su madre. Y como se dijo anteriormente, también pintaba a su hija muerta con forma de un bebe santo (al estilo de los cuadros budistas). Kawabata pone en tela de juicio que, precisamente, Otoko se da cuenta de que, gracias a su dolor, ella en cierta medida se exaltaba, pues pintaba a su madre (después de muerta, hecho que también le produjo dolor) como si fuese más bien ella misma, aun teniendo una foto de su madre para poder hacer un retrato más exacto. Y retrataba a su bebé en forma de un niño santo: que es la figura de que, cuando un infante sufre y muere, es bendito por su acontecimiento. Sin embargo, lo más curioso es que no pinta a su bebé muerto en sí mismo (pues como todo bebé, al nacer no es tan hermoso según lo retrataba), sino que retrata uno físicamente similar a ella, hermoso y santo. Su dolor, era pues, una exaltación con pretensión a lo divino. Respecto a su madre, se exaltaba más ella en su retrato. Pienso que Kawabata no crea este aspecto en este personaje sobre el dolor como síntoma de exaltación en vano o como una curiosidad del personaje, pues precisamente es un constante recordatorio en su historia: Ueno Otoko sufrió demasiado, y la cura y su alivio eran su exaltación: ella, por razón de su sufrimiento, yuxtaponía su imagen sobre su madre en los retratos, y su anhelo de su hija bendita y los constantes retratos sobre este personaje imaginario eran una forma de darle sentido a ese sufrimiento. La exaltación, entonces, era el sentido de lidiar con su dolor. Yasunari Kawabata. En Muertos sin sepultura, obra que también recomiendo, Jean-Paul Sartre crea una obra de teatro ambientada en medio del conflicto de la segunda guerra mundial. Se desarrolla desde el enfoque de la resistencia francesa en combate contra militares del régimen nazi. En este caso, hay varios guerrilleros franceses retenidos por militares alemanes. Son prisioneros de guerra. Y aunque hay demasiados aspectos para analizar (como la crueldad, el aspecto psicológico de la piedad y la culpa, la ética frente a la causa y otra frente a la muerte, etc.) me centraré, como expuse, en el dolor. En este caso, los prisioneros de guerra sabían que iban van a morir, pues los alemanes lo único que deseaban era extraerles información valiosa sobre el paradero del líder y la resistencia, para después despojarles sus vidas. Hay dos aspectos importantes: uno antes de la llegada de Jean, el líder revolucionario, al lugar de confinamiento de sus camaradas, y otro después de su escape del lugar. Al inicio, los prisioneros de guerra evidentemente eran soldados que fallaron en su intento por tomarse un pueblo ocupado por los alemanes. Una vez prisioneros, varios de ellos al saber que están esperando lentamente su muerte anunciada, tienen varias reacciones frente a su inevitable final. En su mayoría, personajes como: Canoris, Sorbier, Lucie y Henri, a pesar de sus constantes divagaciones y reflexiones sobre su existencia como de su sentido, concluían (de forma más segura unos que otros) que morirían sin decir nada, pues la razón de su “causa” estaba más allá de sus vidas. A pesar de las constantes torturas, como fracturas de brazos, violaciones y hasta la muerte de varios de ellos (Sorbier y François) por orgullo o por su causa, se exaltaban por su sufrimiento como un acto heroico, sin precedentes, que ayudaría a la causa y daría sentido, al fin y al cabo, a su vida. Precisamente, François, el último mencionado, es el menor del grupo y hermano de Lucie, además de ser muy querido por el líder revolucionario, Jean. Antes de la llegada del líder revolucionario a las celdas, el grupo se mantenía firme por él, pues su respeto y estima estaban en lo más alto: en él y sus camaradas estaba la razón de su sufrir. Serían héroes caídos. El menor del grupo, constantemente, era el único que temía de una forma excesiva a la muerte, tanto, que le llevó a pensar en confesar todo a sus enemigos para poder salvarse. Una vez llega Jean, el grupo tiene un cambio drástico en su visión sobre su causa. El líder está temeroso y teme por su vida. El valor en ellos se ha ido. Sin embargo, los alemanes no sabían que él era el líder, pues pensaban que era un simple camarero. Sorbier muere en tortura (se suicida). El grupo tenía miedo, pero aun así, mantenían el secreto de que el líder Jean estaba entre ellos, además de la ubicación de sus camaradas: estaban, una vez más, dispuestos a morir. Ellos se exaltaban a sí mismos por su sacrificio, a pesar de su profundo dolor, tanto físico (por las torturas) tanto psicológico y existencial: pues a pesar de estar angustiados en parte, porque sabían que morirían, también sabían que su dolor era en pro de apoyar a la “causa” (pues han también invertido su sentido de vida en esta lucha), y ser en esta medida mártires. Pero François quería confesar, pues estaba temeroso y aún más, no podía aguantar más sufrimiento y dolor: no creía que al ver a Jean, que resultaba igual de temeroso, mereciera su sacrificio. Lucie, que era la amada de Jean como hermana de François, estaba indispuesta. Por un lado, deseaba que su amado Jean (una de sus razones para dar su vida por él y ser su heroína) viviera, pero por otro lado, sabía que si François confesaba, asesinarían a su amado y camaradas, dando contradicción a su causa. Era su amado Jean o su hermano François. Decide, con un dolor profundo, permitir que Henri estrangule al joven hasta la muerte, para así impedir su confesión. El líder revolucionario, en primera instancia, trató de impedir este suceso, entre sollozos, para después permitir esta ejecución. Antes de la llegada de Jean, Lucie y el grupo le veían como alguien valiente y una persona por la cual dar su vida, después de su llegada, al revelarse su aspecto “cobarde”, temeroso, su ánimo y razón se derrumban. Lucie no deseaba verlo, después de que lo amara y soñara tanto con él, aunque, aun así, quería dar su vida por la causa. En síntesis, antes y después de Jean, el dolor de todos tenía el sentido de su exaltación como de su vida. Pareciera que Sartre quisiera exponer que el hombre, en su dolor, le da un significado. Hasta Henri, el asesino de François, al cometer tal acto sintió dolor y pena, pero su razón para tanto realizar el asesinato, como soportar fracturas y constantes torturas, era el sentido de su dolor: se exaltaba él por la “causa”. Jean-Paul Sartre Las comillas en filantropía (en la hipótesis de lectura) no son gratis. Y es que precisamente los actos que cometieron por su dolor los personajes de ambas obras no son buenos en sí mismos, sino que más bien son egoístas. Sin embargo, en sus pensamientos tal acto era “filantrópico”, bueno, y hasta mártir. En muertos sin sepultura, por ejemplo, a Lucie y el grupo de prisioneros les daban la oportunidad de vivir y ser libres con la condición de entregar la ubicación de su jefe y camaradas. Todos se negaron en principio, pero dado su encuentro con Jean y la desromantización de su “causa”, empezaron a considerar la posibilidad. Lucie, sin embargo, se negó en principio rotundamente a aceptar esta posibilidad. La razón fue su dolor. Creía que sus trágicas dolencias, como dejar que mataran a su hermano y aguantar, casi de forma estoica, las violaciones y torturas cometidas por los alemanes, eran un sustento de significado que no podía abandonar. Es decir, esto es una teleología del dolor: un “no sufrir en vano”. Prefería la muerte, pues su dolor la exaltaba como una mártir y heroína, ya que lo hacía por camaradas y su (hasta la desilusión) amado. Esos actos filantrópicos, aguantar el dolor, y no delatar a sus compañeros constituían la justificación de sus actos, aunque le generaran dolor.
Por último, el personaje de Lo bello y lo triste, Sakami Keiko demuestra otro
detalle de no sólo “filantropía” sino de exaltación en el dolor. Ella, como se mencionó anteriormente, era discípula y amante de Otoko, por ello al enterarse de su sufrimiento gracias a Oki, decidió emplear una venganza hacia él. Su dolor de ver a su amada aun sufriendo por un amor remoto la llevó a tratar de enamorar a Oki (sin éxito) para terminar enamorando a su hijo, Oki Taichiro. Keiko, después de una narrativa que se teje alrededor de su trama con el hijo del ex amante de su maestra, termina por asesinarlo. En primera instancia, Kawabata nos deja entrever a lo largo del texto lo que ocurrirá (por ello, una vez más, recomiendo leerlo) pero la ejecución es un síntoma de “filantropía” y “mártir”, pues al asesinar al hijo de Oki Toshio, la intención era también suicidarse. Como un kamizake, la justificación del asesinato de Taichiro era por la buena vida que había vivido junto a su madre Fumiko (la esposa de Oki) y su padre, en contraste con el dolor insoportable que había tenido que soportar Ueno Otoko en su vida de exilio. Y esto sin importar su vida, pues cuando ocurrió lo que Kawabata llama “un accidente” (habla en tercera persona, pues Keiko ya tenía la intención mucho antes de asesinarlo) su consecuencia, virtualmente, era la muerte de ambos personajes. El literato japonés, sin embargo, decidió salvar a Keiko para, precisamente, una vez recuperada le dijera a su amante, Otoko, que todo esto lo había hecho por ella. Tanto su dolor como el de ella habían sido justificados para asesinar al joven universitario. Así como Lucie y Henri, de Muertos sin sepultura, Keiko justificó sus actos (ambos tienen en común el asesinato) gracias a su dolor y causa, que a la final es su sentido: sufrir por algo. También, pudimos observar que Otoko así como Lucie (antes de Jean) se exaltaban por su sufrimiento (aunque el personaje japonés lo tiene más marcado), pues tanto la pintora, que hacia obras de sus seres queridos con el detalle de pintar su rostro en lugar de ellos, además de adornarlos de “divinidad”, la guerrillera lo hacía por ser la figura de mártir, heroína y amante ideal. Es en resumen la exaltación y justificación del dolor como una teleología de sentido. Si al caso la pregunta: ¿Todas las personas tendremos, en potencia o acto, la misma forma psicológica y existencial de afrontar, vivir y justificar el acontecimiento del dolor? La respuesta escapa al artículo, sin embargo, la elaboración psicológica de ambos literatos a sus personajes es una construcción que, real o idealmente, revela una posibilidad de ser en el ser humano frente al dolor. Esta es una construcción paralela (Francia y Japón, en este caso) de una visión del dolor que en apariencia tiene un fundamento similar en estos dos autores, aunque ignoro si por influencias del cristianismo (el dolor como redención) o por una influencia de la psicología (como hacía Dostoievski sus obras). Por ello resulta interesante lograr contrastar y equiparar esta visión en dos culturas que, a ciencia cierta, eran tan dispares en esa época, aún después de la segunda guerra mundial, pero que tienen una similitud de esta característica. Bibliografía:
Kawabata, Y. (1965). Lo bello y lo triste. Emecé editores
Sartre, J. (1952). Muertos sin sepultura. Editorial: Losada