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Kawabata y Sartre: un breve análisis

sobre el dolor
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dolor/?fbclid=IwAR3AC-BnOhvtDoT94gEiDjKLe51T0HmP1V-u_8aFUJxS5FUW9uBy4iTuTnw

La historia de la literatura es demasiado extensa, tanto, que sólo unos pocos


especialistas podrán hablar con seguridad sobre su contenido y su extensión. La
literatura es una creación (por lo menos entendiéndola en el sentido de la
escritura) de diferentes culturas humanas. Por ello, su modo de producción, su
contenido y sentido es distinto. Además, no sólo hay diferentes producciones
literarias según sus culturas, sino también sus épocas: literatura precolombina,
barroca, renacentista, realista, etc; un largo canon que si bien aplica para unos
sectores del mundo y otros no, constituyen diferentes formas de expresión y
contenido: a la literatura griega le concierne los mitos y cultura de su época, por
ejemplo, y a la literatura modernista la visión del hombre como aquel dominador
de la naturaleza, que es la constitución, precisamente, de la modernidad. Es por
ello que hacer un compendio sobre las diferentes corrientes literarias y hasta sus
formas de creación es un trabajo tanto extenso y riguroso que un artículo por sí
mismo no puede comprender: es todo un vasto trabajo. Además, sería un
sinsentido hacerlo teniendo en cuenta precisamente la intención del texto:
apreciar una visión sobre el dolor. Es por ello la introducción: este artículo no
pretende hacer un análisis extenso sobre este concepto en la literatura, pues como
ya dije, es toda una estructura humana demasiado extensa como para pretender
hacerlo en un escrito como este. Pero hablar sobre este concepto en un contexto
limitado no es un trabajo desdeñable, pues de hecho, es un concepto que ha
involucrado a toda la humanidad, pues los hombres vivimos y por ende sentimos
dolor. Seria jocoso llegar a explicar que todos sentimos dolor (a no ser, claro
está, que algún individuo padezca de un trastorno que le impida experimentar
esta esfera existencial de la vida). El dolor es una experiencia vital, y todos lo
hemos acontecido, sea la forma en que se presente. Bárcena diferenciaba entre
tres formas de dolor: el físico, el mental y el existencial: alguna vez nos ha dolido
el cuerpo, otras veces hemos estado tristes, y para ello es necesario estar vivo,
existir. El dolor existencial no sólo recoge los anteriores dolores, sino que
permite acontecer una fusión de ellos, y la condición de los dos anteriores es
existir, por ello: vivir es doloroso. Ahora bien, no quiere decir esto una tesis
pesimista (es decir, justificar que el mundo es doloroso y sombrío porque existe
el dolor), pues no es la intención hacer una apología tanto a un pesimismo u un
optimismo vital, sino hablar precisamente de este concepto. Por ello, introduje al
lector en la extensión de la literatura, y por ello de sus sentidos: tal vez todos
sintamos dolor, pero la forma de expresarlo en cada época, como zona geográfica
(diferentes partes del mundo han tenido expresiones y nociones de vida plasmada
en su arte y literatura), es una experiencia existencial y de producción literal
totalmente distinta. Mi intención es hacer un diálogo, en este caso, entre dos
autores: Jean Paul Sartre, filósofo y literato francés, y Yasunari Kawabata,
literato japonés. Aspectos en común: son contemporáneos, ambos evidentemente
literatos de oficio. Y si se quiere un dato curioso(sin importancia alguna, claro
está) nacieron el mismo mes (Junio) y murieron el mismo mes (Abril, con un día
de diferencia), pero en diferentes años, evidentemente. Lo más importante y el
eje de este artículo, es que hablan sobre el dolor. Uno desde el conflicto de la
guerra, y el otro desde una historia de amor japonesa. La intención es exponer la
obra de ambos escritores y el enfoque que tiene el tema del dolor, para a su vez
plantear al lector mi hipótesis de lectura: el dolor como justificación de cierta
“filantropía”, como de un modo de “exaltación” (divinización, para que se
entienda) del individuo que lo padece. El diálogo será paralelo (como debería
ser), contrastando ambas obras.

Lo bello y lo triste es una novela japonesa escrita por el premio Nobel de


literatura del 68, Yasunari Kawabata. Esta es una historia de amor, por así
decirlo, que se sitúa en Kamakura y en Kioto. Al ser una historia de amor, es una
historia de conflicto. Para evitar narrar toda la obra (que por cierto, recomiendo
al lector) es preciso hacer hincapié en los personajes como en los hechos a
analizar. Oki Toshio era un novelista parcialmente exitoso que años atrás vivió
un romance con la pintora Ueno Otoko. Como es de preverse, su historia fue
conflictiva y dolorosa, dando por consecuencia que ambas personas tomaran
rumbos distintos. Otoko se fue a Kioto, mientras Oki se quedó en Kamakura. Sin
embargo, al trascurrir de los años, Oki busco a Ueno en Kioto para pasar las
festividades con ella y escuchar las campanas tradicionales. En este encuentro
incomodo, se nos revela un tercer personaje importante para la narrativa: Sakami
Keiko. Ella era la discípula en pintura de Otoko Ueno y al parecer, tenía una gran
devoción (y amor) por ella. Es por ello que después del encuentro entre Ueno y
Oki, ella juró vengarse del hombre por lo que en años pasados hizo a su maestra.
¿Qué ocurrió? Oki era un hombre mayor (aproximadamente de 30 años de edad)
mientras que Ueno era una jovencita de 15 años en el momento en que se
conocieron y ocurrió la terrible historia. En síntesis, el hombre (que era además
casado y con un hijo en camino) embarazó a la joven. En principio, el hombre
acompañó a la joven en su proceso de embarazo (influenciado también por los
reproches de la madre de Ueno). Tiempo después, cuando la joven parió a la
criatura (que era una niña) murió el infante en ese mismo proceso. Esto generó
un fuerte trauma y un acontecimiento doloroso, tanto para Otoko (más en ella)
como para Oki. Otoko influenciada por su madre, abandonó Kamakura y se
fueron a vivir a Kioto, dejando atrás a Oki y su historia de romance y dolor. Ueno
vivió dolor por la pérdida de su hija, tanto que, precisamente, pintaba a su hija
muerta como un bebe santo. También, y es otro aspecto para analizar en la obra:
Otoko, inconscientemente, pintaba a su madre para recordarla, pero al hacerlo, se
pintaba más a ella misma que a su madre. Y como se dijo anteriormente, también
pintaba a su hija muerta con forma de un bebe santo (al estilo de los cuadros
budistas). Kawabata pone en tela de juicio que, precisamente, Otoko se da cuenta
de que, gracias a su dolor, ella en cierta medida se exaltaba, pues pintaba a su
madre (después de muerta, hecho que también le produjo dolor) como si fuese
más bien ella misma, aun teniendo una foto de su madre para poder hacer un
retrato más exacto. Y retrataba a su bebé en forma de un niño santo: que es la
figura de que, cuando un infante sufre y muere, es bendito por su acontecimiento.
Sin embargo, lo más curioso es que no pinta a su bebé muerto en sí mismo (pues
como todo bebé, al nacer no es tan hermoso según lo retrataba), sino que retrata
uno físicamente similar a ella, hermoso y santo. Su dolor, era pues, una
exaltación con pretensión a lo divino. Respecto a su madre, se exaltaba más ella
en su retrato. Pienso que Kawabata no crea este aspecto en este personaje sobre
el dolor como síntoma de exaltación en vano o como una curiosidad del
personaje, pues precisamente es un constante recordatorio en su historia: Ueno
Otoko sufrió demasiado, y la cura y su alivio eran su exaltación: ella, por razón
de su sufrimiento, yuxtaponía su imagen sobre su madre en los retratos, y su
anhelo de su hija bendita y los constantes retratos sobre este personaje imaginario
eran una forma de darle sentido a ese sufrimiento. La exaltación, entonces, era el
sentido de lidiar con su dolor.
Yasunari Kawabata.
En Muertos sin sepultura, obra que también recomiendo, Jean-Paul Sartre crea
una obra de teatro ambientada en medio del conflicto de la segunda guerra
mundial. Se desarrolla desde el enfoque de la resistencia francesa en combate
contra militares del régimen nazi. En este caso, hay varios guerrilleros franceses
retenidos por militares alemanes. Son prisioneros de guerra. Y aunque hay
demasiados aspectos para analizar (como la crueldad, el aspecto psicológico de la
piedad y la culpa, la ética frente a la causa y otra frente a la muerte, etc.) me
centraré, como expuse, en el dolor. En este caso, los prisioneros de guerra sabían
que iban van a morir, pues los alemanes lo único que deseaban era extraerles
información valiosa sobre el paradero del líder y la resistencia, para después
despojarles sus vidas. Hay dos aspectos importantes: uno antes de la llegada de
Jean, el líder revolucionario, al lugar de confinamiento de sus camaradas, y otro
después de su escape del lugar. Al inicio, los prisioneros de guerra evidentemente
eran soldados que fallaron en su intento por tomarse un pueblo ocupado por los
alemanes. Una vez prisioneros, varios de ellos al saber que están esperando
lentamente su muerte anunciada, tienen varias reacciones frente a su inevitable
final. En su mayoría, personajes como: Canoris, Sorbier, Lucie y Henri, a pesar
de sus constantes divagaciones y reflexiones sobre su existencia como de su
sentido, concluían (de forma más segura unos que otros) que morirían sin decir
nada, pues la razón de su “causa” estaba más allá de sus vidas. A pesar de las
constantes torturas, como fracturas de brazos, violaciones y hasta la muerte de
varios de ellos (Sorbier y François) por orgullo o por su causa, se exaltaban por
su sufrimiento como un acto heroico, sin precedentes, que ayudaría a la causa y
daría sentido, al fin y al cabo, a su vida. Precisamente, François, el último
mencionado, es el menor del grupo y hermano de Lucie, además de ser muy
querido por el líder revolucionario, Jean. Antes de la llegada del líder
revolucionario a las celdas, el grupo se mantenía firme por él, pues su respeto y
estima estaban en lo más alto: en él y sus camaradas estaba la razón de su sufrir.
Serían héroes caídos. El menor del grupo, constantemente, era el único que temía
de una forma excesiva a la muerte, tanto, que le llevó a pensar en confesar todo a
sus enemigos para poder salvarse. Una vez llega Jean, el grupo tiene un cambio
drástico en su visión sobre su causa. El líder está temeroso y teme por su vida. El
valor en ellos se ha ido. Sin embargo, los alemanes no sabían que él era el líder,
pues pensaban que era un simple camarero. Sorbier muere en tortura (se suicida).
El grupo tenía miedo, pero aun así, mantenían el secreto de que el líder Jean
estaba entre ellos, además de la ubicación de sus camaradas: estaban, una vez
más, dispuestos a morir. Ellos se exaltaban a sí mismos por su sacrificio, a pesar
de su profundo dolor, tanto físico (por las torturas) tanto psicológico y
existencial: pues a pesar de estar angustiados en parte, porque sabían que
morirían, también sabían que su dolor era en pro de apoyar a la “causa” (pues han
también invertido su sentido de vida en esta lucha), y ser en esta medida mártires.
Pero François quería confesar, pues estaba temeroso y aún más, no podía
aguantar más sufrimiento y dolor: no creía que al ver a Jean, que resultaba igual
de temeroso, mereciera su sacrificio. Lucie, que era la amada de Jean como
hermana de François, estaba indispuesta. Por un lado, deseaba que su amado Jean
(una de sus razones para dar su vida por él y ser su heroína) viviera, pero por otro
lado, sabía que si François confesaba, asesinarían a su amado y camaradas, dando
contradicción a su causa. Era su amado Jean o su hermano François. Decide, con
un dolor profundo, permitir que Henri estrangule al joven hasta la muerte, para
así impedir su confesión. El líder revolucionario, en primera instancia, trató de
impedir este suceso, entre sollozos, para después permitir esta ejecución. Antes
de la llegada de Jean, Lucie y el grupo le veían como alguien valiente y una
persona por la cual dar su vida, después de su llegada, al revelarse su aspecto
“cobarde”, temeroso, su ánimo y razón se derrumban. Lucie no deseaba verlo,
después de que lo amara y soñara tanto con él, aunque, aun así, quería dar su vida
por la causa. En síntesis, antes y después de Jean, el dolor de todos tenía el
sentido de su exaltación como de su vida. Pareciera que Sartre quisiera exponer
que el hombre, en su dolor, le da un significado. Hasta Henri, el asesino de
François, al cometer tal acto sintió dolor y pena, pero su razón para tanto realizar
el asesinato, como soportar fracturas y constantes torturas, era el sentido de su
dolor: se exaltaba él por la “causa”.
Jean-Paul Sartre
Las comillas en filantropía (en la hipótesis de lectura) no son gratis. Y es que
precisamente los actos que cometieron por su dolor los personajes de ambas
obras no son buenos en sí mismos, sino que más bien son egoístas. Sin embargo,
en sus pensamientos tal acto era “filantrópico”, bueno, y hasta mártir. En muertos
sin sepultura, por ejemplo, a Lucie y el grupo de prisioneros les daban la
oportunidad de vivir y ser libres con la condición de entregar la ubicación de su
jefe y camaradas. Todos se negaron en principio, pero dado su encuentro con
Jean y la desromantización de su “causa”, empezaron a considerar la posibilidad.
Lucie, sin embargo, se negó en principio rotundamente a aceptar esta posibilidad.
La razón fue su dolor. Creía que sus trágicas dolencias, como dejar que mataran a
su hermano y aguantar, casi de forma estoica, las violaciones y torturas
cometidas por los alemanes, eran un sustento de significado que no podía
abandonar. Es decir, esto es una teleología del dolor: un “no sufrir en vano”.
Prefería la muerte, pues su dolor la exaltaba como una mártir y heroína, ya que lo
hacía por camaradas y su (hasta la desilusión) amado. Esos actos filantrópicos,
aguantar el dolor, y no delatar a sus compañeros constituían la justificación de
sus actos, aunque le generaran dolor.

Por último, el personaje de Lo bello y lo triste, Sakami Keiko demuestra otro


detalle de no sólo “filantropía” sino de exaltación en el dolor. Ella, como se
mencionó anteriormente, era discípula y amante de Otoko, por ello al enterarse
de su sufrimiento gracias a Oki, decidió emplear una venganza hacia él. Su dolor
de ver a su amada aun sufriendo por un amor remoto la llevó a tratar de enamorar
a Oki (sin éxito) para terminar enamorando a su hijo, Oki Taichiro. Keiko,
después de una narrativa que se teje alrededor de su trama con el hijo del ex
amante de su maestra, termina por asesinarlo. En primera instancia, Kawabata
nos deja entrever a lo largo del texto lo que ocurrirá (por ello, una vez más,
recomiendo leerlo) pero la ejecución es un síntoma de “filantropía” y “mártir”,
pues al asesinar al hijo de Oki Toshio, la intención era también suicidarse. Como
un kamizake, la justificación del asesinato de Taichiro era por la buena vida que
había vivido junto a su madre Fumiko (la esposa de Oki) y su padre, en contraste
con el dolor insoportable que había tenido que soportar Ueno Otoko en su vida de
exilio. Y esto sin importar su vida, pues cuando ocurrió lo que Kawabata llama
“un accidente” (habla en tercera persona, pues Keiko ya tenía la intención mucho
antes de asesinarlo) su consecuencia, virtualmente, era la muerte de ambos
personajes. El literato japonés, sin embargo, decidió salvar a Keiko para,
precisamente, una vez recuperada le dijera a su amante, Otoko, que todo esto lo
había hecho por ella. Tanto su dolor como el de ella habían sido justificados para
asesinar al joven universitario. Así como Lucie y Henri, de Muertos sin
sepultura, Keiko justificó sus actos (ambos tienen en común el asesinato) gracias
a su dolor y causa, que a la final es su sentido: sufrir por algo. También, pudimos
observar que Otoko así como Lucie (antes de Jean) se exaltaban por su
sufrimiento (aunque el personaje japonés lo tiene más marcado), pues tanto la
pintora, que hacia obras de sus seres queridos con el detalle de pintar su rostro en
lugar de ellos, además de adornarlos de “divinidad”, la guerrillera lo hacía por ser
la figura de mártir, heroína y amante ideal. Es en resumen la exaltación y
justificación del dolor como una teleología de sentido. Si al caso la pregunta:
¿Todas las personas tendremos, en potencia o acto, la misma forma psicológica y
existencial de afrontar, vivir y justificar el acontecimiento del dolor? La respuesta
escapa al artículo, sin embargo, la elaboración psicológica de ambos literatos a
sus personajes es una construcción que, real o idealmente, revela una posibilidad
de ser en el ser humano frente al dolor. Esta es una construcción paralela (Francia
y Japón, en este caso) de una visión del dolor que en apariencia tiene un
fundamento similar en estos dos autores, aunque ignoro si por influencias del
cristianismo (el dolor como redención) o por una influencia de la psicología
(como hacía Dostoievski sus obras). Por ello resulta interesante lograr contrastar
y equiparar esta visión en dos culturas que, a ciencia cierta, eran tan dispares en
esa época, aún después de la segunda guerra mundial, pero que tienen una
similitud de esta característica.
Bibliografía:

Kawabata, Y. (1965). Lo bello y lo triste. Emecé editores


Sartre, J. (1952). Muertos sin sepultura. Editorial: Losada

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