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Introducción a “El ente y la esencia”

INTRODUCCIÓN
El breve tratado sobre El ser y la esencia es una de las obras de Santo Tomás más
conocidas y estudiadas. Tomás lo había escrito para iniciar en filosofía a los estudiantes
y profesores de teología, convencido de que no hay teología sin filosofía adecuada.
Pero en su tiempo la filosofía era cosa de gentiles, cuyos libros estaba prohibido leer a
los cristianos. Los dominicos se interrogaban si era lícito y provechoso estudiar filosofía.
Alberto y Tomás pensaron que no sólo era posible sino necesario, porque la fe requiere
el servicio de la razón. Alberto ha tratado de hacer a Aristóteles inteligible a los latinos
y Tomás ha creído que llega el momento de imitar a Jesucristo en Caná de Galilea, que
convierte el agua en vino y así hace posible la fiesta. El ha encontrado el núcleo de la
filosofía requerida para la teología y lo propone en este opúsculo, que dedica a sus
hermanos y colegas en París. Lo breve, si es bueno, lo es doblemente. Por ello tuvo
gran acogida desde su difusión en copias. «El tratado De ente et essentia –escribe el
dominico Chenu– es el más famoso de los opúsculos y sin duda el único que ha sido
estudiado a fondo. En verdad puede decirse que es como un breviario de la metafísica
del ser»[1].
El opúsculo ha servido de puerta de ingreso al castillo tomista. El lector se siente atraído
por la brevedad, el investigador aprecia la síntesis acerca de la doctrina del ser, y el
filósofo se siente motivado a penetrar más a fondo en el tema, que ya Aristóteles
describía como «el más antiguo, el más actual, el más difícil y el más buscado por
todos»[2]. Al cabo de más de siete siglos el opúsculo conserva su fuerza y su valor de
iniciación a la filosofía del ser. Ciertamente no es la síntesis completa de la filosofía de
Tomás de Aquino, por ser una obra juvenil y de iniciación, pero sí es el primer paso,
firme y seguro, del largo itinerario tomista que tiene su punto de partida en el ente.
Tres cosas pueden servir al lector actual para la comprensión del texto de Tomás, el
contexto histórico en el cual se forja, el núcleo doctrinal que desarrolla con estilo
sapiencial, y la fortuna literaria a lo largo de los siete siglos. A esos tres puntos se ciñe
esta introducción.
1. El contexto histórico
Hoy se da por cierto que Tomás ha escrito este opúsculo en el primer período de su
incorporación a la Facultad de Teología de París, como bachiller sentenciario del
maestro dominicano Elías Brunet de Bergerac. El testimonio más explícito es el de su
discípulo Tolomeo de Lucca, el cual afirma que Tomás ha escrito el tratado para ayuda
de los hermanos dominicos, estudiantes y profesores, antes de haber obtenido su
magisterio: ad fratres et socios nondum existens magister[3]. Por su parte Bernardo Gui
coloca el opúsculo entre los escritos que Tomás nos ha dejado como respuestas a las
peticiones que le llegaban de personas diversas[4]. Se puede decir que el opúsculo, si
bien tiene sus raíces en la actividad del profesor, no ha sido escrito para ser expuesto
en el aula a los alumnos, ni como lección universitaria, sino como una ayuda y
orientación sobre un tema nuevo e importante en la cultura del tiempo.
La finalidad más inmediata en este servicio cultural era la de presentar una síntesis
sobre los conceptos fundamentales de la vida de la inteligencia, sobre el ser y la
esencia, que son como los pilares del pensamiento humano, sobre los cuales se apoyan
todos los demás. Se trata de un itinerario intelectual hacia los principios y fundamentos,
algo que era ya la pasión de los pensadores griegos. Sólo desde una cierta arqueología,
o búsqueda de los principios, es posible tener una visión de la totalidad. Este ejercicio
prepara el camino a la teología y dispone para la inteligencia de la fe. Ambas
presuponen la capacidad de la inteligencia humana para el acceso a la verdad. La
inteligencia humana se mueve en el horizonte del ser y sólo le son accesibles de modo
inmediato las esencias de las realidades sensibles. A partir de ellas se puede ampliar
el horizonte y lograr una cierta inteligencia del misterio revelado y construir un saber
sapiencial muy singular acerca de Dios. Al mismo tiempo, el tratado responde a una
situación cultural bien concreta. En la Facultad de Artes de París está haciendo
irrupción la filosofía y es preciso tomar posición en este campo. El teólogo necesita una
filosofía compatible con la teología y la revelación. Tomás de Aquino ha hecho su opción
por un tipo de filosofía, por la que pone como principio la verdad, el ser y la esencia. El
teólogo tiene que hablar de Dios, y por ello tiene que hablar también del ser y de la
esencia. El pensador cristiano, en vez de dejar a un lado la filosofía de los gentiles,
tiene que ser capaz de conocerla y de apropiarse de cuantas verdades contiene. Por
influjo de los grandes maestros, como Alberto y Tomás, en poco tiempo los centros de
estudio de los dominicos pasaron de la prohibición al estudio y luego a la obligación de
conocer la filosofía y los libros de los gentiles[5].
El tratado es toda una novedad. No sólo es uno de los primeros escritos que revelan el
genio sintético de Tomás de Aquino, sino que es una de las primeras síntesis de la
filosofía cristiana.
La fecha de composición la podemos fijar sólo de modo aproximativo.. Es anterior a la
incorporación de Tomás al magisterio en la Facultad de Teología, que tuvo lugar en
medio de gran oposición y gracias a la autoridad del papa Alejandro IV, en 1256, si bien
no fue reconocido por el claustro de profesores hasta el verano de 1257. Es posterior a
la actividad docente en calidad de bachiller sentenciario, que comienza con el curso de
1252 en el mes de septiembre. Roland Gosselin estima que la fecha más probable es
la de 1253, por el tiempo en que Tomás escribe su comentario a la distinción XXV del
primer libro de las Sentencias de Pedro Lombardo[6]. En este opúsculo Tomás habla de
modo nuevo en torno al principio de individuación por la materia. Este mismo
vocabulario lo mantiene en otro opúsculo escrito por estas kalendas, De principiis
naturae, y responde a idénticos objetivos y motivaciones.
El tratado nos ayuda a una aproximación al autor, a Tomás de Aquino, un genio
singular. Quizá no existe otro que haya logrado con tanta perfección objetivarse en sus
obras. El autor se oculta para que resplandezca sólo la verdad. El hombre ha nacido
para la verdad y se deja llevar por su esplendor. Desde el momento en que llega a París
para enseñar, con sus veintisiete años, la cátedra de Tomás brilla con fulgor especial.
Su magisterio es original, creativo, sólido. Guillermo de Tocco recoge muy bien la
admiración que suscita el joven bachiller con sus lecciones en un célebre párrafo, que
es un canto a la novedad: «Fray Tomás presentaba en su curso nuevos problemas,
utilizaba nuevos métodos, ofrecía nuevas demostraciones para sus tesis; quienes lo
escuchaban enseñar nuevas doctrinas, con argumentos nuevos, no podían tener la
menor duda que el mismo Dios, por la irradiación de una nueva luz, y por la novedad de
estas inspiraciones, le hubiera otorgado desde el principio, con abundancia de
sabiduría, el don de enseñar, de palabra y por escrito, nuevas verdades»[7].
Estos éxitos escolares no sólo suscitan la admiración de los discípulos, sino la
curiosidad y emulación de los hermanos de la comunidad de Santiago de París. Alguno
de éstos le ha pedido compartir las abundantes migajas que caen de su mesa
profesoral. Tomás acepta de buen grado esta petición, se concentra y escribe, con su
grafía rápida, ilegible para la mayoría, de trazos muy significativos, el «breviario de la
filosofía».
La situación histórica y el contexto cultural en que nace el opúsculo exigen tener en
cuenta tres factores: la entrada de Aristóteles en Occidente y la consiguiente opción
aristotélica de Tomás, la tensión entre filosofía y cristianismo que da origen al
nacimiento de la filosofía cristiana, y finalmente la dura oposición al magisterio de los
mendicantes en la Universidad de París. En los tres conflictos Tomás logra una posición
capaz de unificar los contrarios con admirable equilibrio. Acoge a Aristóteles y capta su
profunda intención con el fín de superar sus límites paganos. No degrada el vino de la
teología con el agua de la filosofía, sino que convierte el agua en vino, al poner la razón
al servicio de la fe. Los mendicantes en las cátedras son el signo de los tiempos nuevos,
cuando el trabajo intelectual se desvela como auténtico trabajo humano y más
importante que el manual. La atmósfera que se respira en estos tres campos es
confusa, pero es preciso aproximarse a ella en una cierta visión panorámica. No hay
espacio en esta introducción para el problema antimendicante.
a) La filosofía en occidente
Es un hecho cultural decisivo la irrupción de la filosofía en occidente y el creciente influjo
de los filósofos griegos y árabes en la cristiandad. Se trata de un fenómeno muy amplio
que afecta a todo el occidente latino, descrito como la entrada de Aristóteles en las
escuelas cristianas. Cuando Tomás sube a la cátedra, este fenómeno tiene ya relieve
porque esa entradase ha verificado lentamente a través de una ósmosis continua
realizada en los lugares donde conviven las tres culturas medievales, la judía, la
musulmana y la cristiana. Toledo y Palermo se han convertido en centros de encuentro
y asimilación. La filosofía en occidente era muy inferior a la que llegaba del oriente con
toda la riqueza del mundo griego y las aportaciones de los árabes. En la Universidad
de París estaban en vigor los decretos que prohibían la filosofía de Aristóteles. Había
tomado posición Inocencio III y había seguido su ejemplo Gregorio IX, quien proponía
una comisión para corregir los errores[8]. Para la mentalidad cristiana de occidente la
filosofía era exclusiva de los gentiles. De Aristóteles se conocían las obras de lógica
traducidas por Boecio. La irrupción de la cultura musulmana demostraba la superioridad
al conocer la física, la ética y la metafísica, con todo el cortejo de comentarios y
comentadores, Avicena y Averroes entre los árabes, y Avicebrón y Maimónides entre
los judíos. Los primeros que han conocido esta vasta literatura, que llega en oleadas
incesantes, han sido los teólogos de París. Pero donde tiene acogida más fervorosa es
en la Facultad de Artes. Fue decisiva la toma de posición de Alberto Magno, quien
escribe que él se ha propuesto dar a conocer al Filósofo: facere Aristotelem
intelligibilem latinis[9]. Tomás de Aquino en sus Comentarios a las Sentencias recurre a
las obras del Filósofo de modo constante. Ha tenido la fortuna de iniciarse en Aristóteles
en los años de su juventud, cuando expulsado de Montecassino por Federico II, entraba
en el Studium de Nápoles erigido desde 1224 por el mismo Emperador como la primera
universidad laica, abierta a todas las culturas. Los maestros Martín y Pedro de Irlanda
le ayudaron en el estudio directo del Filósofo[10]. El opúsculo De ente et essentia es un
testigo excepcional de cómo leía Tomás al Filósofo y tenía conocimiento de sus
comentadores árabes. Avicena y Averroes son, a los ojos del joven Tomás,
los filósofos, cuya autoridad doctrinal es aceptada. Entre los dos hay una cierta
preferencia por Avicena, si bien Averroes es el Comentador por antonomasia, del cual
ya en este primer ensayo Tomás denuncia su error acerca del entendimiento, indicando
cómo ha confundido la singularidad de la potencia con su apertura en la universalidad
de las ideas o especies[11]. El tratado De ente et essentia es la mejor prueba de la
penetración de la filosofía de Aristóteles en París, en especial su concepción metafísica
del ser. La «lectura» de Tomás es una piedra miliaria en la vía ascendente del
aristotelismo occidental.
b) La filosofía cristiana
La entrada de la filosofía griega y árabe en la cristiandad es un factor positivo para el
desarrollo del pensamiento cristiano. En el siglo XIII la naciente universidad tiene su
centro en la facultad de teología y son los teólogos los centinelas de la cultura, los
primeros que advierten la necesidad de asimilar el saber que llega del oriente para
ponerlo al servicio de la teología. Una cuestión disputada es la de las relaciones entre
la fe y la razón. El encuentro de ambas se produce en la conquista de la verdad. La
verdad de la fe no puede estar en contradicción con la verdad que es connatural a la
razón, puesto que el hombre es un ser cultural, nacido para la verdad, pero es de orden
distinto. )Cómo comportarse frente a las conquistas de la razón hechas por los
pensadores no cristianos? La tradición de occidente tenía ya en su haber la experiencia
fructuosa del diálogo con la paideia griega. San Agustín había dejado la norma bien
precisa de imitar la ley de la encarnación asumiendo de la cultura heredada todo lo que
no fuera contra la fe. Los dominicos de París, con Alberto Magno a la cabeza, no sin
vencer una fuerte oposición, deciden proseguir ese mismo camino de asimilación de la
verdad porque venga de donde viniere, procede siempre del Espíritu Santo. Tomás vive
con pasión esta aventura cultural de la conquista de la verdad. En el principio de su
ambiciosa obra de juventud, una de las más densas que se ha escrito en todos los
tiempos, la llamada Summa contra Gentiles, declara que se propone llevar a cabo este
proyecto de integración del saber tanto de la razón cuanto de la fe en la teología [12].
Esta tarea de incorporar la sabiduría humana a la teología está a la base del opúsculo.
Tomás intenta prestar un servicio a la teología, con la asimilación del núcleo de la
filosofía. El tratado De ente et essentia puede decirse una prolongación de
la Metafísica de Aristóteles, especialmente de los libros V y VII, en los cuales se
analizan los diversos significados del ente. Los filósofos árabes le han precedido en
esta tarea, y por ello recurre a los dos más conocidos y de mayor peso, Avicena y
Averroes. Su penetración en el concepto de ser y de sus grados le lleva a enfrentarse
desde este primer escrito con el filósofo judío Avicebrón, partidario del hilemorfismo
universal. Para Tomás es de capital importancia desvelar en la escala de los entes un
horizonte de seres puramente espirituales, sin materia, en una cierta analogía con el
alma humana.
Desde estos presupuestos, el opúsculo tiene su razón de ser bien fundada y responde
a una exigencia de la misma teología. Tomás ha mantenido la distinción entre los dos
saberes, el de la filosofía y el de la teología, y ha indicado el punto de encuentro. La
noción de ente es la clave para una filosofía que busca la verdad de las cosas. Las
fórmulas son todavía fluctuantes, pero la intuición tomista capta el núcleo. Del ente y la
esencia hay un itinerario ascendente hacia el ser, que encuentra en Dios su plenitud,
como ipsum esse subsistens. Toca al filósofo recorrer el sendero, tanto hacia arriba,
por la vía de la resolutio en el acto, de los entes al ser, como hacia abajo, por la vía de
la participación, del ser absoluto a los modos del ser conforme a la potencia en la que
se recibe.
Con Tomás de Aquino, dirá Van Steenberghen, se da un salto en filosofía. Se supera
el estadio de una filosofía en total independencia de la revelación, y comienza la primera
filosofía de occidente, que puede ser llamada filosofía tomista, o como dice la «Fides et
ratio», «filosofía cristiana»[13]. La teología tiene necesidad de esta «sabiduría humana»,
pero a su vez, desde la teología, la filosofía no sólo extiende su horizonte a nuevas
verdades, sino que penetra mucho más en el ente que es su propio objeto.
Tomás ha logrado en esta síntesis el núcleo de lo que podría ser una Summa
philosophiae. Hay en su obra todo un desarrollo ulterior de los conceptos del opúsculo,
pero puede decirse que las grandes intuiciones tomistas del ser como acto, de la
participación y de la analogía, del sano equilibrio entre ser y esencia, de elementos
aristotélicos y neoplatónicos, de tradición y novedad genial tomista, ya están presentes.
2. El tema: el ser y la esencia
El título más conocido de este tratado, De ente et essentia, revela bien el objeto de que
trata. Tomás lo califica de «discurso» –sermo dice en la conclusión– de reflexión
filosófica sobre un tema decisivo en filosofía. En los procesos circulares, que son los de
la naturaleza y los de la razón, todo parte de un principio y todo retorna a él. El ente es
principio y fundamento de la actividad de la inteligencia. Todo el saber se concentra en
el ente, en su verdad, en sus propiedades. La nota distintiva del hombre es su
inteligencia, y el ente es el objeto que llena su horizonte. El ente es el punto de partida
de todo conocimiento intelectual. Conocemos la esencia y ese conocer lo significamos
en el lenguaje. En el proceso del conocer humano del ente hay implicadas tres fases,
la significativa del lenguaje acerca del ente, la conceptual que capta la esencia del ente,
y la peculiaridad del conocer por medio de universales las cosas singulares.
El opúsculo comienza indagando el significado de los nombres que significan el ente,
pasa luego a la búsqueda de la esencia de los diversos entes, y completa el estudio
con el análisis de los conceptos del ente con las llamadas intenciones lógicas.
La parte más amplia del tratado es la que se ocupa de las esencias de los entes. La
esencia se realiza en modos diversos. En el ente finito tiene dos modos: la sustancia y
los accidentes. Lo que tiene importancia para el filósofo son las sustancias. Entre éstas
hay algunas compuestas de materia y forma, que son las más apropiadas al
conocimiento humano y entre ellas se cuenta el hombre mismo, y hay otras simples en
su esencia, como es el alma humana y las sustancias espirituales. Todas estas
esencias, compuestas y simples, dicen orden al ser, que es acto, y por ello tienen otra
composición más profunda. Sólo Dios es simple en absoluto. El tratado recorre el
itinerario ascendente hasta el ser absoluto que es Dios, y desde ese vértice, vuelve en
sentido inverso y desciende por la escala de los entes hasta la materia prima, fundando
la multiplicidad en el seno de la unidad. Los conceptos centrales son los de acto y
potencia que dan razón de los entes finitos. Sólo Dios es acto puro. El hombre se
encuentra en la mitad de la escala de los seres, como horizonte y confín del espíritu y
de la materia. El tratado se cierra con el análisis de los accidentes que siguen a la
sustancia.
En los tres aspectos del análisis del ente y la esencia, lingüístico, óntico y lógico, Tomás
tiene en cuenta las posiciones de la filosofía aristotélica, de los filósofos árabes y judíos,
del Liber de causis, y propone las propias intuiciones que unifican y van más allá de las
fuentes.
Tomás no se contenta con ser mero expositor de una tradición. Revela su genio
filosófico y toma posición en puntos centrales de la filosofía. Sostiene la composición
hilemórfica del ente cósmico, incluido el hombre;la unicidad de la forma sustancial en
el compuesto, el principio de individuación por la materia, la simplicidad de las
sustancias separadas, la composición de acto y potencia de ser en toda creatura, la
simplicidad absoluta de Dios como acto puro, ipsum esse subsistens, la participación
gradual y descendente de esa plenitud de ser, la analogía del ente, la capacidad del
lenguaje humano para expresar la realidad en la medida en que la conoce. Al mismo
tiempo, denuncia los errores de algunos filósofos y los desvíos de algunas filosofías,
como el hilemorfismo universal presentado por Avicebrón, o la concepción de Averroes
acerca del entendimiento único y separado para toda la especie.
El tratado responde a lo que se ha propuesto: una respuesta breve pero suficiente
acerca del ser y de la esencia en toda su amplitud y su profundidad.
3. Fortuna del tratado
La buena fortuna que Tomás había tenido en vida, la tiene también el opúsculo. Hoy
nos parece una fortuna excesiva. Porque la brevedad y la claridad han seducido a los
lectores, que han dado por definitivas estas breves respuestas de Tomás, desarrolladas
luego mucho más ampliamente en sus grandes tratados.
No hay dudas sobre la paternidad tomista del tratado, que ya se difunde en el siglo XIII.
Los editores de la Leonina han encontrado unos 30 mss. del siglo XIII. A poco de nacer
la imprenta, el opúsculo tiene su Editio princeps en Padua en 1475 por obra de Thomas
Penkhet[14]. En 1485 se hacen dos ediciones en Colonia. A partir de los incunables
crece en el siglo xvi el ritmo de las ediciones y de los comentarios. El primero es el de
Armando de Bellovisu, de 1319, impreso en Padua en 1482. Gennadio Scholarios lo
traduce al griego y lo publica con un comentario en 1468. El más famoso de los
comentarios es el de Tomás de Vio Cayetano, de 1493, quien se excusaba por escribirlo
cuando era aún un joven de veintitrés años. El filósofo español Juan D. García Bacca
lo ha traducido en lenguaje castizo y elegante al español[15]. Varios especialistas, entre
ellos Martín Grabmann, han descrito la historia de los comentarios al opúsculo[16]. Las
traducciones a las diversas lenguas y los oportunos comentarios se han sucedido sin
interrupción hasta nuestros días. El filósofo E. Forment ha publicado en 1988 uno de
los últimos en español, bien enmarcado en la historia y en la filosofía de Santo
Tomás[17].
Todo lo apuntado en esta introducción deja en claro que hoy estamos preparados para
hacer una «lectura» del tratado, situarlo en su marco histórico, conocer sus límites y
apreciar su valor perenne y por ello su actualidad.
La presente edición ofrece, frente al texto latino, tomado de la edición crítica Leonina,
la versión española. El traductor ha tratado de ser fiel al texto de Tomás, denso,
escolástico, que cuida la claridad más que la elegancia, y de ponerse al alcance del
lector hispano de cultura medía de nuestro tiempo. Ante todo la fidelidad a la doctrina y
con ella la iniciación en un lenguaje típico de la cultura medieval. Erasmo decía que el
lenguaje de Tomás era como oro de buena ley por su transparencia y precisión. En
atención a esta iniciación del lector se añaden algunas notas para facilitar la
comprensión de términos, de conceptos o de fuentes que usa Tomás. Lo importante es
que todo lo añadido sirva al lector para penetrar por sí mismo el texto y el pensamiento
tomasiano.
BIBLIOGRAFÍA
Edición crítica
SANCTI THOMAE DE AQUINO, Opera Omnia, 43. Ad Sanctae Sabinae (Roma 1976)
367-381.
Traducciones al español
FORMENT, E., Filosofía del ser. Introducción, comentario, texto y traducción del «De
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GARCÍA BACCA, J. D., Del ente y la esencia. Comentarios por Fr. Tomás de Vio
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GONZALES, C. I., Opúsculo sobre el ser y la esencia (Ed. Tradición, México 1974).
PLANELLA GUILLE, J., Del ente y la esencia. Traducción del latín (Ed. Atlántida,
Barcelona 1948).
THOMAS Y BALLUS, A., Opúsculos filosóficos genuinos. Introducción, notas
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Comentarios selectos
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Essentia (París, 1510).
DE RIPA, R., Commentaria et quaestiones ad Sti. Thomae Aquinatis De ente et
essentia (Roma 1598).
DE VIO (CAIETANO), T., In De ente et essentia Divi Thomae Aquinatis
Commentaria (Papie 1496; ed. crítica de H. Laurent, Turín 1934).
FECKES, K., «Das opusculum des hl. Thomas von Aquin De ente et essentia im Lichte
seiner Kommentare, Beitráge»: ZGPMA (1935) 667-681.
GRABMANN, M., «De Commentariis in opusculum S. Thomae Aquinatis De ente et
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LOBATO, A., Commentarium in De ente et essentia Sti. Thomae Aquinatis (PUST,
Roma 1968).
PECCI, J. CARD., Parafrasi e Dichiarazione dell’Opuscolo di S. Tommaso De ente et
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SENKO, WL., «Les Commentaires anonymes du XV s. sur le De ente et
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STROIK, A., Ein anonymer Kommentar zum Opusculum De ente et essentia des
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N.F. 65.
TRADUCCIÓN, INTRODUCCIÓN Y NOTAS DE ABELARDO LOBATO, O.P.
____________________
M.-D. Chenu, Introduction l’étude de saint Thomas d’Aquin (Montreal-París 1984)
[1]

280.
[2] Aristóteles. Metaph. VII 1 (1028b2).
[3]
Tolomeo de Lucca, «Historia ecclesiastica nova», hb.23 c.12, ed. Dondaine,
1961: Archivar/2 FF. Praed. 31 (1961) 152.
[4]
B. Güido, «Legenda Sancti Thomae»: Fontes vitae Sancti Thomae Aquinatis, c.11,
p.170.
[5]
Cf. A. Lobato, «Filosofía y sacra doctrina en la escuela dominicana del siglo
XIII»: Angelicum 71 (1994) 3-42.
[6] M.-D. Roland Gossslin, Le ««De ente et essentia»(París 1948) XXVI-XXVIII.
[7] Tocco, Hystoria beati Thomae, n.15 p.216.
[8]
Cf. M. Grabmann, l divieti ecclesiastici di Aristotele sotto Innocenzo III e Gregorio
IX (Roma 1941).
[9] San Alberto Magno, In Physicam Aristotelis I, 1.
[10]
Cf. M. B. Crowe, «Peter of Ireland, Teacher of saint Thomas
Aquinas»: Studies (1956) 443-456.
[11] Cf. A. Lobato, Avicena y Santo Tomás (Granada 1956).
[12] Santo Tomás, Summa contra Gentes I, 2.
[13]Cf. F. Van Steenberghen, La philosophie au XIIIe siécle (Lovaina 1965). Enc. Fides
et ratio, 76.
[14]
Cf. Sancti Thomae de Aquino, Opera, iussu Leonis XIII P.M. edita, tomus 43: De
ente et essentia, Preface, p.319-353.
[15]
Tomas de Aquino, Del ente y de la esencia. Comentarios por Fr. Tomás Cayetano.
Traducción del latín por Jalan David García Bacca (Univ. Central de Venezuela,
Ediciones de la Biblioteca, Caracas 1974).
[16]Cf. M. Grabmann, «De Commentariis in opusculum Sti. Thomae Aquinatis “De ente
et essentia”»: Acta Pont. Acad. Romanae (1938) 7-20.
[17] E. Forment, Filosofía del ser (PPU, Barcelona 1988).

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