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EN TORNO A LA CRUELDAD, EL SABOTAJE Y LA AUTO-DESTRUCTIVIDAD

HUMANA
Por. Adolfo Vásquez Rocca
1.- Kafka y Freud: El Proceso y la culpa
Ante la ley
«Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y
solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no
puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán
entrar.
—Tal vez —dice el centinela— pero no por ahora.
La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se
hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le
dice:
—Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición.
Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre
salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el
tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.
El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre
accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de
pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide
que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a
un costado de la puerta.
Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus
súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace
preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas
indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que
no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el
viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta
todo, en efecto, pero le dice:
—Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.
Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se
olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la
Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta;
más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y
como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer
hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y
convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente
hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad
distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le
queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos
años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha
formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la
muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse
mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha
aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.
—¿Qué quieres saber ahora? —pregunta el guardián—. Eres insaciable.
—Todos se esfuerzan por llegar a la Ley —dice el hombre—; ¿cómo es posible
entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?
El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus
desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz
atronadora:
—Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a
cerrarla».
Kakfa, La Condena
Toda la obra de Kakfa está atravesada por el tema del juicio, el proceso y la
condena; el universo kafkiano es el de las maquinarias burocráticas,
despersonalizadas e implacables; un mundo de delatores, víctimas y victimarios.
Burocracias; una pesadilla laberíntica donde se admite una culpa de contornos
difusos, que —precisamente— por ello reviste un carácter angustiante,
incoherente y absurdo. Es pues Kafka quien a la par que Freud, se referirá a los
criminales por sentimiento de culpabilidad, donde la culpa preexiste a la falta y en
cierta manera la genera.
«El tribunal no te acusa, no hace más que recibir la acusación que tú te haces a ti
mismo». (G. Agamben)
La obra de Franz Kafka, mundo de antihéroes, víctimas y victimarios, constituye la
mayor contribución artística y literaria a la conceptualización del complejo
mecanismo psicológico de la culpa. La obra de Kafka se alimenta de lecturas y
motivos freudianos: el miedo, el absurdo y la culpa. Así el protagonista de El
Proceso [1] o en El Castillo [2] siente constantemente una amenaza, un constante
acecho… Personajes anodinos, viscosos, funcionarios, cada uno enmarañado en
sus justificaciones y rutinas.
En la convivencia humana normal —no patológica— la autojustificación o la
autodefensa siguen a la acusación; en el universo literario kafkiano —en cambio—
la autojustificación precede a la acusación, cuya sustancia velada nunca se
precisa por parte de los captores, representantes de la Ley —la que aparece como
un Poder sin rostro, difuso y abstracto…, siempre dilatorio—, ante la cual alegatos
y parlamentos ante innumerables tribunales generan un engañoso sentimiento de
avanzar en la causa, pero de no salir jamás de su opresiva atmósfera. [3]
Adelantándose a los trabajos Michel Foucault tanto Freud como Kafka describen
un poder anónimo e impersonal: no se conocen nombre ni rostro.
Todo hace creer que el pecado de Joseph K. es otro. El suyo es la culpa sin
nombre y sin motivación, la culpa ineluctable, ni lejana ni cercana, que nadie ha
cometido ni en los albores de la tierra, y que puede pesar sobre muchos hombres,
como un ala de tiniebla, como una mancha de la cual nunca lograrán lavarse ni el
corazón ni las manos. Su pecado, en una palabra, es el atroz sentido de culpa que
durante toda su vida torturó a Franz Kafka. [4]
En el primer capítulo de El Proceso [5], cuando Joseph K. es acusado sin causa
alguna y formalizado detenido sin ser retenido en prisión, uno de los guardias le
dice algo siniestro y turbador: Nuestras autoridades… no buscan la culpa entre las
gentes sino que, es la culpa la que las atrae… Esta máxima es una perfecta
definición del sentimiento de culpa que en un momento dado Freud formula en los
siguientes términos: «[…] la conciencia de culpa preexiste a la falta; la culpa no
procede de la falta, sino a la inversa, la falta proviene de la conciencia de culpa. A
estas personas es lícito designarlas como ‘criminales’ por sentimiento de
culpabilidad». [6]
Un culpable… es reconocible en medio de una multitud, y esa culpa, como dice un
personaje de Kafka, «por sí sola atrae sobre ella la justicia». La culpa les hace
«bellos».
Los acusados son precisamente los más atractivos. No puede ser la culpa lo que
los hace atractivos, porque —así tengo que hablar al menos como abogado— no
todos son culpables; tampoco puede ser el castigo futuro el que los hace ya
atractivos, porque no todos son castigados; por consiguiente, solo puede ser el
proceso iniciado contra ellos lo que de algún modo trae eso consigo.

2.- Criminales por sentimiento de culpa o «Los que delinquen por conciencia de
culpa»
«[…] la conciencia de culpa preexiste a la falta; la culpa no procede de la falta,
sino a la inversa, la falta proviene de la conciencia de culpa. A estas personas es
lícito designarlas como ‘criminales’ por sentimiento de culpabilidad». [7] Freud, S.
El hombre es culpable; intencionalmente es un criminal, su crimen reside en la
fantasía y en los deseos culpables de la infancia, porque la pulsión de muerte
exigió y obtuvo, de una u otra manera, una satisfacción. Las satisfacciones
disfrazadas, secretas, latentes se manifiestan por síntomas: la culpabilidad es
asimilable a esos síntomas. La institución ya semi-neurótica de un acusador, de un
fiscal del otro, del superyó es el agente de la pulsión de muerte.
«Cuanto más inocentes somos, es decir, cuanto mejor nos apartamos de nuestras
pulsiones agresivas, más pasan éstas al servicio del superyó y mejor armado está
para torturarnos. Así los más ‘inocentes’ llevan la carga más pesada de
culpabilidad». [8]
Freud estaba persuadido de que era propio de la naturaleza misma de la doctrina
analítica, en lo que respecta —por ejemplo— a esta concepción de la culpa,
presentarse como chocante y subversiva. Mientras navegaba hacia los Estados
Unidos, no pensaba que llevaba a este país un nuevo bálsamo. Con su habitual
humor cáustico, decía a sus compañeros de viaje: «Les llevamos la peste».
Cuando Freud y Jung se dirigían a Estados Unidos para pronunciar unas
conferencias sobre Psicoanálisis, el primero dijo al segundo: «Les traemos la
peste». Efectivamente, el psicoanálisis es como un jarabe duro de tragar, no se
trata de un rechazo intelectual, sino afectivo porque atenta contra los orígenes
demasiado humanos de, por ejemplo, la religión; pero ante todo porque es la
expresión de la relatividad de los valores, el bien y el mal a menudo no son más
que construcciones culturales y sociales con lo que gran parte de lo mejor de
nosotros mismos es víctima de una represión, que llevamos a cabo sin caer en la
cuenta de que en ello somos unas víctimas de nuestra sociedad y nuestra cultura.

3.- El malestar en la cultura: Anatomía de la (auto) destructividad humana

En su obra, Más allá del principio del placer [9], Freud se pregunta si el impulso
hacia la muerte, autodestructivo, no es acaso el principio fundamental de todos los
demás impulsos y al tender todos hacia la muerte, uno puede formular la siguiente
paradoja: La vida sólo es una demora de la muerte. Según Freud, la dinámica de
la personalidad resulta del antagonismo entre el impulso hacia la vida y el impulso
hacia la muerte.

¿Qué representa para Freud la pulsión de la muerte?

Representa la tendencia irreductible de todo ser vivo a retornar al estado


inorgánico. Si admitimos que el ser vivo vino después del no vivo, y que surgió de
él la pulsión de muerte está perfectamente de acuerdo con la fórmula según la
cual una pulsión tiende al retorno a un estado anterior. Según esta perspectiva
«todo ser vivo muere necesariamente por causas internas». [10]
La pulsión de agresión
Los años de la guerra fueron relativamente improductivos y hubo que esperar
hasta 1919-1920 para la redacción de Más allá del principio del placer, en la cual y
por primera vez Freud arriesgó la hipótesis de una pulsión de muerte.
Más adelante la pulsión de muerte sería designada asimismo con el nombre de
Tánatos, en oposición al «divino Eros», que representaba a la pulsión de la vida.
Excepto en conversaciones privadas, Freud utilizaba indistintamente los términos
de pulsión de muerte o de pulsión de destrucción; pero en una discusión con
Einstein a propósito de la guerra, establecería una distinción entre ambos. La
pulsión de muerte estaría dirigida contra sí mismo [11], mientras que la segunda,
derivada de aquélla, estaría dirigida contra el mundo exterior. En 1909, Stekel
había ya utilizado el término de Tánatos para designar un anhelo de muerte, pero
le había de corresponder a Paul Federn la difusión del término en su acepción
presente.
Es interesante observar que Freud, aun cuando estaba bien impuesto ya desde el
comienzo sobre los aspectos salvajes de la naturaleza humana y sus impulsos
mortíferos, no hubiese reflexionado de cerca antes de 1915 sobre su aspecto
nosológico. Ciertas resistencias relacionadas con su ruptura con Adler debieron
precisamente desempeñar algún papel en eso. Es bien sabido que Adler
postulaba ya desde 1908 la existencia de una pulsión agresiva primaria. Y sin
embargo, según observa Ernest Jones, la concepción de Adler es más sociológica
que psicológica, pues la entendía como una lucha por el poder y con la intención
de garantizarle la superioridad. La concepción freudiana, en cambio, bordea tanto
la biología como la química o la física.
Y, por otra parte, el propio Freud reconocía sin problemas que desde siempre
había sentido personalmente una cierta repulsión a aceptar la idea de una pulsión
destructora independiente. En El malestar en la cultura [12] escribió: «No puedo
comprender cómo pudimos pasar de largo ante la universidad de la agresión no
erótica y la destrucción, y de qué modo pudimos omitir concederle la significación
a la que tiene pleno derecho en nuestra interpretación de la vida». Y añade:
«Recuerdo mi propia actitud defensiva, cuando la idea de una pulsión de
destrucción apareció por primera vez en la literatura psicoanalítica, y el tiempo que
me fue necesario para que esa idea se hiciese accesible para mí».
Durante el trabajo analítico no hay impresión más fuerte de las resistencias que la
de una fuerza que se defiende por todos los medios contra la curación y a toda
costa quiere aferrarse a la enfermedad y al padecimiento. A una parte de esa
fuerza Freud la individualiza, con acierto, como consciencia de culpa y necesidad
de castigo, y la localiza en la relación del yo con el superyó. «Se trata de
fenómenos propios del masoquismo inmanente de tantas personas, la reacción
terapéutica negativa y la conciencia de culpa de los neuróticos. Estos fenómenos
apuntan de manera inequívoca a la presencia en la vida anímica de un poder que,
por sus metas, llamamos pulsión de agresión o destrucción y derivamos de la
pulsión de muerte originaria, propia de la materia animada» [FREUD, Sigmund,
Análisis terminable e interminable (1937), en Obras completas, Volumen XXIII,
Buenos Aires, Amorrortu editores, p. 244].

4.- El concepto de culpa: La necesidad del castigo y la crueldad interiorizada

¿Qué es esa cosa oscura que llamamos culpa? ¿Cuál es su origen y su modo de
operar?
Tanto Freud como Nietzsche se han ocupado de la genealogía de este concepto
[13]; cada uno, desde ámbitos distintos, es verdad, pero señalando elementos que
en forma sorprendente confluyen.
Si para Nietzsche, el castigo es una pseudoforma de justicia que enmascara el
afán de dominio y resentida venganza hacia los culpables transgresores de las
normas morales, para Freud, el castigo será el procedimiento mediante el cual los
atenazados por el sentimiento de culpabilidad, mediante su ascética autoagresión,
buscan la catártica purificación de sus faltas y la amortiguación de sus tensiones,
generadas por las imposiciones y amenazas del super-ego: «La tensión creada
entre el severo “super-yo” y el “yo” subordinado al mismo, lo calificamos de
sentimiento de culpabilidad, que se manifiesta bajo la forma de necesidad de
castigo». [14]
El hombre tiene la necesidad de ser castigado; intencionalmente es un criminal, su
crimen reside en la fantasía y en los deseos culpables de la infancia, porque la
pulsión de muerte exigió y obtuvo, de una u otra manera, una satisfacción. Las
satisfacciones disfrazadas, secretas, latentes se manifiestan por síntomas: la
culpabilidad es asimilable a esos síntomas. La institución ya semi-neurótica de un
acusador, de un fiscal del otro, del superyó es el agente de la pulsión de muerte.
«Cuánto más inocentes somos, es decir, cuánto mejor nos apartamos de nuestras
pulsiones agresivas, más pasan éstas al servicio del superyó y mejor armado está
para torturarnos. Así los más ‘inocentes’ llevan la carga más pesada de
culpabilidad». [15]
La culpa, ese concepto que podemos situar tanto en los procesos de justicia entre
las comunidades como en el ámbito de lo psíquico, está en estrecha relación con
el concepto de deuda. Relación que supone un tercer elemento, el cual ha tratado
de ser expulsado del territorio de las leyes, éste es el de la crueldad.
El instinto de agresión, la hostilidad natural de uno contra todos y de todos contra
uno, se opone a los designios de la cultura. ¿A qué recursos apela la cultura —
entonces— para contener la agresividad constitutiva? Por una parte a la
introyección de esta agresividad: dirigiéndola contra el propio yo dando origen a
esa estructura de la personalidad que Freud denomina super-yo, que actúa como
conciencia (moral) generando aquella tensión que da origen a la «culpabilidad».
Así pues, la agresión es introyectada, internalizada, devuelta en realidad al lugar
de donde procede: es dirigida contra el propio yo desplegando frente a éste la
misma dura agresividad que el yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos
extraños. La tensión creada entre el super-yo y el yo subordinado al mismo la
calificamos de sentimiento de culpabilidad y se manifiesta bajo la forma de
necesidad de castigo. Por consiguiente, la cultura domina la peligrosa inclinación
agresiva del individuo debilitando a éste, desarmándolo y haciéndolo vigilar por
una instancia alojada en su interior, como una guarnición militar en la ciudad
conquistada.
De la concepción freudiana de la culpabilidad se puede decir, en una primera
aproximación, lo siguiente:
Conocemos dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la
autoridad; el segundo, más reciente, es el temor al super-yo [16]. El primero obliga
a renunciar a la satisfacción de los instintos; el segundo impulsa, además, al
castigo, dado que no es posible ocultar ante el super-yo la persistencia de los
deseos prohibidos. Por otra parte, ya sabemos cómo ha de comprenderse la
severidad del super-yo; es decir, el rigor de la conciencia moral. Esta continúa
simplemente la severidad de la autoridad exterior, revelándola y sustituyéndola en
parte. Advertimos ahora la relación que existe entre la renuncia a los instintos y el
sentimiento de culpabilidad. Originalmente, la renuncia instintual es una
consecuencia del temor a la autoridad exterior; se renuncia a satisfacciones para
no perder el amor de ésta. Una vez cumplida esa renuncia, se han saldado las
cuentas con dicha autoridad y ya no tendría que subsistir ningún sentimiento de
culpabilidad. Pero no sucede lo mismo con el miedo al super-yo. Aquí no basta la
renuncia a la satisfacción de los instintos, pues el deseo correspondiente persiste
y no puede ser ocultado ante el super-yo. En consecuencia, no dejará de surgir el
sentimiento de culpabilidad, pese a la renuncia cumplida, circunstancia ésta que
representa una gran desventaja económica de la instauración del super-yo o, en
otros términos, de la génesis de la conciencia moral. La renuncia instintual ya no
tiene pleno efecto absorbente; la virtuosa abstinencia ya no es recompensada con
la seguridad de conservar el amor, y el individuo ha trocado una catástrofe exterior
amenazante —pérdida de amor y castigo por la autoridad exterior— por una
desgracia interior permanente: la tensión del sentimiento de culpabilidad.
Estas interrelaciones son tan complejas y al mismo tiempo tan importantes que a
riesgo de incurrir en repeticiones aun quisiera abordarlas desde otro ángulo. La
secuencia cronológica sería, pues, la siguiente: ante todo se produce una renuncia
instintual por temor a la agresión de la autoridad exterior —pues a esto se reduce
el miedo a perder el amor, ya que el amor protege contra la agresión punitiva—;
luego se instaura la autoridad interior, con la consiguiente renuncia instintual por
miedo a ésta; es decir, por el miedo a la conciencia moral. En el segundo caso se
equipara la mala acción con la acción malévola, de modo que aparece el
sentimiento de culpabilidad y la necesidad de castigo. La agresión por la
conciencia moral perpetúa así la agresión por la autoridad. Hasta aquí todo es
muy claro; pero, ¿dónde ubicar en este esquema el reforzamiento de la conciencia
moral por influencia de adversidades exteriores —es decir, de las renuncias
impuestas desde fuera?; ¿cómo explicar la extraordinaria intensidad de la
conciencia en los seres mejores y más dóciles? Ya hemos explicado ambas
particularidades de la conciencia moral, pero quizá tengamos la impresión de que
estas explicaciones no llegan al fondo de la cuestión, sino que dejan un resto sin
explicar. He aquí llegado el momento de introducir una idea enteramente propia
del psicoanálisis y extraña al pensar común. El enunciado de esta idea nos
permitirá comprender al punto por qué el tema debía parecernos tan confuso e
impenetrable; en efecto, nos dice que si bien al principio la conciencia moral (más
exactamente: la angustia, convertida después en conciencia) es la causa de la
renuncia a los instintos, posteriormente, en cambio, esta situación se invierte: toda
renuncia instintual se convierte entonces en una fuente dinámica de la conciencia
moral; toda nueva renuncia a la satisfacción aumenta su severidad y su
intolerancia. Si lográsemos conciliar mejor ésta situación con la génesis de la
conciencia moral que ya conocemos, estaríamos tentados a sustentar la siguiente
tesis paradójica: la conciencia moral es la consecuencia de la renuncia instintual; o
bien: la renuncia instintual (que nos ha sido impuesta desde fuera) crea la
conciencia moral, que a su vez exige nuevas renuncias instintuales. [17]

«Una idea que es propia del psicoanálisis, es de que toda nueva renuncia
instintual a la satisfacción, aumenta su severidad y su intolerancia».
Es así que con la intolerancia consigo mismo, el giro del instinto de crueldad hacia
la propia interioridad, se procura amortiguar mediante complejas sublimaciones.
«Son los instintos agresivos insatisfechos los que hacen aumentar el sentimiento
de culpabilidad, pues al impedir la satisfacción erótica se desencadenaría cierta
agresividad contra el que impide esta satisfacción, y esta agresividad tendría que
ser, a su vez, contenida. Pero en tal caso sólo sería nuevamente la agresión la
que se transforma en sentimiento de culpabilidad, al ser coartada y derivada al
“super-yo”». [18]
En la década de los años veinte, sin sospechar aún el retorno a la barbarie que
constituyó el advenimiento del nazismo, Freud reflexiona acerca de la cultura y su
malestar.
En El problema económico del masoquismo (1924) Freud precisa que «la tarea de
la libido es volver inocua esta pulsión destructora». Lo conseguirá «dirigiéndola
hacia los objetos». Un «sector», «el masoquismo erógeno originario, permanece
en el interior» y otro, el sadismo, «vuelto hacia fuera» aunque «puede ser
introyectado de nuevo» («secundario»). «La necesidad de “castigo” se debería a
un “sentimiento inconsciente de culpa”».
En El malestar en la cultura (1930) la «inclinación agresiva» se considera una
«disposición pulsional, autónoma, originaria del ser humano». La «necesidad de
castigo» ya no se explica por culpa inconsciente sino por un yo «devenido
masoquista bajo influjo del superyó sádico», que «emplea un fragmento de la
pulsión de destrucción interior, preexistente en él, en una ligazón erótica».
Freud alude pues a una culpa como «inconsciente», «porción de agresión
interiorizada y asumida por el superyó». Éste, como función de la «conciencia
moral», «lleva a cabo» la represión, que el sujeto se auto-infringe —
comúnmente— con un rigor y severidad despiadada, vehemente. Se trata de la
«severidad» propia del superyó, y esto sin importar que la educación pudiera ser
indulgente.

5.- Los que fracasan al triunfar


Fassbinder alguna vez comentó que si —de niños— algunos artistas malditos
resuelven adoptar una conducta desagradable, seguramente es para defenderse
del peligro de ser rechazado sin razón aparente.
El mismo Freud señala el caso de ciertos niños «díscolos» que recién cuando son
castigados se quedan «calmos y satisfechos». [19] Se produce entonces un
circuito en el que cronológicamente se produce, primero, el mal comportamiento y
luego el castigo; mientras que, lógicamente, se produce primero la conciencia de
culpa (originada en el complejo de Edipo) luego la necesidad de castigo que
impulsa el comportamiento sedicioso y finalmente el castigo que remite a la
necesidad de castigo por el crimen originario de la muerte del padre.
Se supone que los niños que están destinados a ser «futuros saboteadores» de su
propio éxito, han sido niños con un gran talento natural. Estos dones facilitarían
sus potenciales logros. El primer éxito experimentado por estos niños es la
situación de haber logrado, muy tempranamente, ser los preferidos de su madre.
Las fantasías de exclusiva posesión de la madre se acompañaron de grandes
dificultades para separarse de ella. En el desarrollo normal, el niño puede
reconocer que él no satisface los deseos de su madre; que ella necesita de otro
adulto, el padre, y esto lo tienen claro aun en los casos de viudez o divorcio, dado
que siempre hay sustitutos paternos. «Los que fracasan al triunfar» perciben al
padre como muy agresivo e intensamente envidioso del vínculo madre-hijo,
mientras a la madre la sienten como intrusiva y demandante de atención y
gratificación. De allí que el joven hará desesperados esfuerzos para separarse —a
la brevedad— como un pseudoadulto en un intento de romper el lazo con la
madre. Al acceder al éxito, la excitación narcisística, la imagen de sí mismo como
un triunfador edípico y paralelamente la de ser como una parte valiosa del cuerpo
de la madre (falo) es excesivo para la barrera de la represión contra los deseos
incestuosos. Ser exitoso de una manera tan apasionante es demasiado
arriesgado. Cuando se sabotean, simbólicamente se castran a sí mismos, pero
mágicamente dejan de ser el codiciado falo de madre, sintiéndose por fin
autónomos. El éxito representaría seguir siendo una parte de la madre y el fracaso
es percibido como únicamente propio.
«Los que fracasan al triunfar» [20] son personas que una vez que han logrado un
éxito determinado (como por ejemplo una conquista amorosa largamente
esperada, o una promoción profesional de mayor responsabilidad, prestigio y
retribución económica) lejos de disfrutar del éxito, experimentan cierta sensación
de fracaso psicológico, profesional, emocional y aun personal. El profesor que al
conseguir la cátedra le entra depresión y tiene que darse de baja sin acceder a su
puesto. Y como ellos vivencian su fracaso pasivamente, sólo bajo análisis clínico
pueden ser capaces de reconocer su participación activa en ese proceso. Este
dramático rasgo de carácter (patológico), descrito por Freud en 1916, está basado
en una dinámica inconsciente vinculada con la tendencia a sabotearse. El síntoma
del «saboteador» es la que lleva al criminal a dejar —inconscientemente— una
pista, necesita ser descubierto, de esto —del auto-boicot— Hitchkcok ha hecho
una profesión de fe. [21]
Es el caso del criminal que aun cuando conscientemente trata de eludir las
consecuencias y penalidades de sus actos, en él operan fuerzas inconscientes
que le impulsan a buscar castigo. La puesta en juego de estas tendencias
autopunitivas explicaría esos casos en el que un delincuente es atrapado a causa
de que comete errores inexplicables. No se trata de simples descuidos, sino de
algo más absurdo que puede interpretarse como «una traición a sí mismo»; lo que
ha operado es el poderoso deseo de ser castigado.
Es parte de la naturaleza humana sentir culpa cuando se transgreden normas. La
carencia de esta capacidad de sentir culpa caracteriza a las personalidades
psicopáticas. El sentimiento de culpa explica porqué un «crimen perfecto» es en
todo caso infrecuente; la necesidad inconsciente de ser castigado puede ser una
fuerza propulsora más poderosa que el deseo consciente de evadir la ley, de ahí
que en los anales de la criminología se relatan numerosos casos de criminales
que planean sus casos minuciosamente y no obstante cometen errores y dejan
indicios que permiten a la policía aclarar los hechos y aprehender a sus autores.
Es —patológicamente— frecuente que ciertos criminales se expongan a ser
detenidos por visitar el escenario de su crimen. Esto puede relacionarse tanto con
la necesidad de ser castigado, como por la necesidad, también inconsciente, de
retar al destino y proclamando al mundo que se es poderoso, aun cuando la
tentación de ser reconocido puede llevarle a colaborar con la pesquisa.

6.- Neurosis y culpabilidad


El neurótico suele sentirse mucho más cómodo, e incluso perder ciertos síntomas,
al ocurrirle algún suceso adverso: reveses de fortuna o accidentes. La observación
de estas reacciones, así como la circunstancia de que el neurótico a veces parece
disponer o promover los desgraciados acontecimientos que le ocurren, aunque
solo sea inadvertidamente, nos induce a aceptar que el enfermo sufre tan
poderosos sentimientos de culpabilidad, que despiertan en él la urgencia de
castigo a fin de aliviarlos. [22]
Además, las autoacusaciones, que tan a menudo se interpretan como signos de
sentimientos inconscientes de culpabilidad en el neurótico, se caracterizan por
elementos a todas luces irracionales. El neurótico tiende a apelar a la más
extrema irracionalidad, desde las groseras exageraciones hasta la más flagrante
fantasía, no solo en sus autoacusaciones específicas, sino también en sus
sentimientos difusos de no ser acreedor a amabilidad, elogio o éxito algunos.
El temor desproporcionado a la reprobación es susceptible de extenderse
ciegamente a todos los seres humanos, o abarcar solo a los amigos, si bien de
ordinario el neurótico es incapaz de distinguir con claridad entre amigos y
enemigos. Al principio solo se refiere al mundo exterior, y en mayor o menor grado
siempre se vincula con la reprobación del prójimo, pero también puede llegar a
«internalizarse». Cuanto más suceda esto, tanto más se reducirá la importancia
que se otorga a la reprobación exterior, comparada con la que el sujeto se confiere
a sí mismo.
El temor a la reprobación puede manifestarse de diversas maneras. A veces se
traduce en constante aprensión de molestar a la gente; así, el neurótico suele
tener miedo de rehusar una invitación, de estar en desacuerdo con algún parecer,
de expresar cualquier deseo, de transgredir las normas establecidas o de llamar la
atención bajo cualquier forma. Puede manifestarse también como un persistente
temor de que la gente descubra algo acerca de él, y aun cuando se sienta querido,
tenderá a replegarse en sí mismo a fin de impedir la posibilidad de ser
desenmascarado y repudiado; igualmente es susceptible de traducirse en una
desmesurada reticencia a dar a conocer algo de su vida privada, o en una
desproporcionada ira frente a la más inocente pregunta que le ataña, pues siente
que con ella se intenta inmiscuirse en sus asuntos.
En cuanto al contenido peculiar de sus secretos, el neurótico trata de disfrazar,
antes que nada, la suma total de lo que suele abarcar el término «agresión» (el
cual no sólo incluye su hostilidad reactiva —rabia, deseos de venganza, envidia,
impulsos a humillar y otros análogos—, sino también todas sus secretas
exigencias dirigidas hacia los demás). En segundo lugar, desea mantener oculto
cuán débil, inseguro e indefenso se siente, cuán poco capaz es de afirmarse a sí
mismo, y cuánta es la angustia que sufre. Por tal razón erige una fachada de
aparente energía, pero cuanto más sus anhelos particulares de seguridad se
concentran en el dominio del prójimo, cuanto más se vincula su orgullo a la noción
de poderío y de fuerza, con tanta mayor profundidad se desprecia. No solo percibe
que la debilidad significa un riesgo, sino que también la juzga desdeñable, en sí
mismo como en el prójimo, y no vacila en considerar endeblez cualquier
insuficiencia, ya consista ésta en no ser el amo de su propia casa, en la
incapacidad de superar los obstáculos en su misma persona, en la precisión de
aceptar ayuda ajena, o incluso en el hecho de estar poseído por la angustia. Dado
que desprecia radicalmente toda «debilidad» en sí mismo, y como no puede dejar
de creer que los otros también lo detestarán si llegaran a descubrir su flaqueza,
realiza denodados esfuerzos para ocultarla, pero sigue subyugado por el
constante temor de que tarde o temprano se lo desenmascarará; de ahí su
permanente angustia.
Estos sentimientos de culpabilidad, con las autoacusaciones que los acompañan,
no solo son el resultado —y no la causa— del miedo a la reprobación;
representan, asimismo, una defensa contra éste. Cumplen para ello la doble
finalidad de inducir a los demás a reconfortar al sujeto y de trastocar el verdadero
estado de cosas; esto último lo consiguen distrayendo la atención de lo que es
preciso encubrir, o manifestándose en forma tan exagerada que dejan de parecer
sinceros.
Las autoacusaciones no solo protegen del miedo a la reprobación; también incitan
a reconfortar al sujeto, pues los demás se sienten obligados a disuadirlo de su
pretendida culpabilidad. Pero asimismo ofrecen cierto reconfortamiento, aunque
no intervenga otra persona, pues levantan el autoaprecio del neurótico al
demostrarle que posee un juicio moral tan agudo, que se incrimina a sí mismo de
faltas que otros pasan por alto, haciéndole sentirse de esta manera, en última
instancia, como una persona auténticamente admirable. También le brindan cierto
alivio, ya que por lo general no tocan el real motivo del descontento consigo
mismo, dejándole de esta suerte abierta una puerta secreta para la creencia de
que, después de todo, no es tan malvado como parece.

SIGMUND FREUD: “LOS QUE FRACASAN AL TRIUNFAR”


fassbinder alguna vez comentó que si —de niños— algunos artistas malditos
resuelven adoptar una conducta desagradable, seguramente es para defenderse
del peligro de ser rechazado sin razón aparente.
el mismo freud señala el caso de ciertos niños «díscolos» que recién cuando son
castigados se quedan «calmos y satisfechos». [19] se produce entonces un
circuito en el que cronológicamente se produce, primero, el mal comportamiento y
luego el castigo; mientras que, lógicamente, se produce primero la conciencia de
culpa (originada en el complejo de edipo) luego la necesidad de castigo que
impulsa el comportamiento sedicioso y finalmente el castigo que remite a la
necesidad de castigo por el crimen originario de la muerte del padre.
se supone que los niños que están destinados a ser «futuros saboteadores» de su
propio éxito, han sido niños con un gran talento natural. estos dones facilitarían
sus potenciales logros. el primer éxito experimentado por estos niños es la
situación de haber logrado, muy tempranamente, ser los preferidos de su madre.
las fantasías de exclusiva posesión de la madre se acompañaron de grandes
dificultades para separarse de ella. en el desarrollo normal, el niño puede
reconocer que él no satisface los deseos de su madre; que ella necesita de otro
adulto, el padre, y esto lo tienen claro aun en los casos de viudez o divorcio, dado
que siempre hay sustitutos paternos. «los que fracasan al triunfar» perciben al
padre como muy agresivo e intensamente envidioso del vínculo madre-hijo,
mientras a la madre la sienten como intrusiva y demandante de atención y
gratificación. de allí que el joven hará desesperados esfuerzos para separarse —a
la brevedad— como un pseudoadulto en un intento de romper el lazo con la
madre. al acceder al éxito, la excitación narcisística, la imagen de sí mismo como
un triunfador edípico y paralelamente la de ser como una parte valiosa del cuerpo
de la madre (falo) es excesivo para la barrera de la represión contra los deseos
incestuosos. ser exitoso de una manera tan apasionante es demasiado
arriesgado. cuando se sabotean, simbólicamente se castran a sí mismos, pero
mágicamente dejan de ser el codiciado falo de madre, sintiéndose por fin
autónomos. el éxito representaría seguir siendo una parte de la madre y el fracaso
es percibido como únicamente propio.
«los que fracasan al triunfar» [20] son personas que una vez que han logrado un
éxito determinado (como por ejemplo una conquista amorosa largamente
esperada, o una promoción profesional de mayor responsabilidad, prestigio y
retribución económica) lejos de disfrutar del éxito, experimentan cierta sensación
de fracaso psicológico, profesional, emocional y aun personal. el profesor que al
conseguir la cátedra le entra depresión y tiene que darse de baja sin acceder a su
puesto. y como ellos vivencian su fracaso pasivamente, sólo bajo análisis clínico
pueden ser capaces de reconocer su participación activa en ese proceso. este
dramático rasgo de carácter (patológico), descrito por freud en 1916, está basado
en una dinámica inconsciente vinculada con la tendencia a sabotearse. el síntoma
del «saboteador» es la que lleva al criminal a dejar —inconscientemente— una
pista, necesita ser descubierto, de esto —del auto-boicot— hitchkcok ha hecho
una profesión de fe. [21]
es el caso del criminal que aun cuando conscientemente trata de eludir las
consecuencias y penalidades de sus actos, en él operan fuerzas inconscientes
que le impulsan a buscar castigo. la puesta en juego de estas tendencias
autopunitivas explicaría esos casos en el que un delincuente es atrapado a causa
de que comete errores inexplicables. no se trata de simples descuidos, sino de
algo más absurdo que puede interpretarse como «una traición a sí mismo»; lo que
ha operado es el poderoso deseo de ser castigado.
es parte de la naturaleza humana sentir culpa cuando se transgreden normas. la
carencia de esta capacidad de sentir culpa caracteriza a las personalidades
psicopáticas. el sentimiento de culpa explica porqué un «crimen perfecto» es en
todo caso infrecuente; la necesidad inconsciente de ser castigado puede ser una
fuerza propulsora más poderosa que el deseo consciente de evadir la ley, de ahí
que en los anales de la criminología se relatan numerosos casos de criminales
que planean sus casos minuciosamente y no obstante cometen errores y dejan
indicios que permiten a la policía aclarar los hechos y aprehender a sus autores.
es —patológicamente— frecuente que ciertos criminales se expongan a ser
detenidos por visitar el escenario de su crimen. esto puede relacionarse tanto con
la necesidad de ser castigado, como por la necesidad, también inconsciente, de
retar al destino y proclamando al mundo que se es poderoso, aun cuando la
tentación de ser reconocido puede llevarle a colaborar con la pesquisa.

F. Kakfa, La Condena
Toda la obra de Kakfa está atravesada por el tema del juicio, el proceso y la
condena; el universo kafkiano es el de las maquinarias burocráticas,
despersonalizadas e implacables; un mundo de delatores, víctimas y victimarios.
Burocracias; una pesadilla laberíntica donde se admite una culpa de contornos
difusos, que —precisamente— por ello reviste un carácter angustiante,
incoherente y absurdo. Es pues Kafka quien a la par que Freud, se referirá a los
criminales por sentimiento de culpabilidad, donde la culpa preexiste a la falta y en
cierta manera la genera.
«El tribunal no te acusa, no hace más que recibir la acusación
que tú te haces a ti mismo». (G. Agamben)
La obra de Franz Kafka, mundo de antihéroes, víctimas y victimarios, constituye la
mayor contribución artística y literaria a la conceptualización del complejo
mecanismo psicológico de la culpa. La obra de Kafka se alimenta de lecturas y
motivos freudianos: el miedo, el absurdo y la culpa. Así el protagonista de El
Proceso [1] o en El Castillo [2] siente constantemente una amenaza, un constante
acecho… Personajes anodinos, viscosos, funcionarios, cada uno enmarañado en
sus justificaciones y rutinas.
En la convivencia humana normal —no patológica— la autojustificación o la
autodefensa siguen a la acusación; en el universo literario kafkiano —en cambio—
la autojustificación precede a la acusación, cuya sustancia velada nunca se
precisa por parte de los captores, representantes de la Ley —la que aparece como
un Poder sin rostro, difuso y abstracto…, siempre dilatorio—, ante la cual alegatos
y parlamentos ante innumerables tribunales generan un engañoso sentimiento de
avanzar en la causa, pero de no salir jamás de su opresiva atmósfera. [3]
Adelantándose a los trabajos Michel Foucault tanto Freud como Kafka describen
un poder anónimo e impersonal: no se conocen nombre ni rostro.
Todo hace creer que el pecado de Joseph K. es otro. El suyo es la culpa sin
nombre y sin motivación, la culpa ineluctable, ni lejana ni cercana, que nadie ha
cometido ni en los albores de la tierra, y que puede pesar sobre muchos hombres,
como un ala de tiniebla, como una mancha de la cual nunca lograrán lavarse ni el
corazón ni las manos. Su pecado, en una palabra, es el atroz sentido de culpa que
durante toda su vida torturó a Franz Kafka.[4]
En el primer capítulo de El Proceso [5], cuando Joseph K. es acusado sin causa
alguna y formalizado detenido sin ser retenido en prisión, uno de los guardias le
dice algo siniestro y turbador: Nuestras autoridades… no buscan la culpa entre las
gentes sino que, es la culpa la que las atrae… Esta máxima es una perfecta
definición del sentimiento de culpa que en un momento dado Freud formula en los
siguientes términos: «[...] la conciencia de culpa preexiste a la falta; la falta no
procede de ella sino que es a la inversa —la falta proviene de la conciencia de
culpa. A estas personas es lícito designarlas como 'criminales' por sentimiento de
culpabilidad». [6]
Un culpable… es reconocible en medio de una multitud, y esa culpa, como dice un
personaje de Kafka, «por sí sola atrae sobre ella la justicia». La culpa les hace
«bellos».
Los acusados son precisamente los más atractivos. No puede ser la culpa lo que
los hace atractivos, porque —así tengo que hablar al menos como abogado— no
todos son culpables; tampoco puede ser el castigo futuro el que los hace ya
atractivos, porque no todos son castigados; por consiguiente, solo puede ser el
proceso iniciado contra ellos lo que de algún modo trae eso consigo.

FRAGMENTO DEL ANÁLISIS SOBRE LAS IDEAS DE SIGMUND FREUD.


“Los que fracasan al triunfar” son personas que una vez que han logrado un éxito
determinado (como por ejemplo una conquista amorosa largamente esperada, o
una promoción profesional de mayor responsabilidad) lejos de disfrutar del éxito,
experimentan cierta sensación de fracaso psicológico, profesional, emocional y
aún personal. Este dramático rasgo de carácter (patológico) descrito por S. Freud
en 1916, está basado en una dinámica inconsciente que tiene que ver con la
posición de ese futuro “saboteador” en la situación edípica. Freud explica el
fenómeno, como la consecuencia de una equiparación inconsciente entre el éxito
en la adultez y una supuesta victoria sobre el progenitor del sexo opuesto, en la
niñez. El éxito real en la vida adulta, deberá ser luego sancionado como si se
tratara de un crimen edípico, con su consecuente sentimiento de culpa. Esto tiene
su fundamento en la sexualidad infantil y el Complejo de Edipo.
Este fenómeno tiene relación con el sentimiento de que “algo es demasiado bueno
para ser cierto”. La esencia del éxito consiste en “haber llegado” más lejos que el
propio padre, siendo esto algo prohibido. De allí el intenso sentimiento de culpa y
la necesidad de “pagar” por ello. Lo paradójico reside en que, mientras la gente
busca tener logros por sus consiguientes sentimientos de satisfacción y placer,
lejos de producir alegría, algunas personas, una vez obtenida la realización de sus
deseos, comienzan a sentir ansiedad, se desorganizan, se sienten invadidos y no
se tranquilizan hasta haber hecho añicos tales logros.

¿Qué temen?
Se supone que los niños que están destinados a ser “futuros saboteadores” de su
propio éxito, han sido niños con un gran talento natural. Estos dones facilitarían
sus potenciales logros. El primer éxito experimentado por el niño es la situación de
haber logrado muy tempranamente, ser los preferidos de su madre. Si la madre
los prefirió o no en realidad más que al padre, no se puede saber. Pero lo que está
claro es que el vínculo con la madre en la niñez y que aún perdura
inconscientemente es “intenso” y “exclusivo”. El vínculo (cuando adultos) es
experimentado como pegajoso, por lo que en la adolescencia el joven hará
desesperados esfuerzos para separarse como un pseudoadulto en un intento de
romper el lazo con la madre. Al acceder al éxito, la excitación narcisística, la
imagen de sí mismo como un triunfador edípico es excesivo para la barrera de la
represión contra los deseos incestuosos. Ser exitoso de una manera tan
apasionante es demasiado arriesgado. Cuando se sabotean, simbólicamente se
castran a sí mismos, sintiéndose por fin autónomos. El éxito en el amor, en la
profesión, etc. representaría seguir siendo una parte de la madre, y el fracaso es
percibido como únicamente propio.

Las señales del auto-boicot:


1. La ansiedad que acompaña al logro personal.
2. La consecuente desorganización.
3. La ausencia de la esperable alegría o placer ante el éxito.
4. El descontento consigo mismos a pesar del triunfo.
5. Ciertas ideas paranoides de sentirse invadido por los demás.
6. La depresión. Ataques de pánico.
7. Algunos síntomas somáticos.

Psicoanálisis

El Psicoanálisis y las nuevas formulaciones psicoanalíticas: la búsqueda de la


causa inconsciente de la conducta.
El psicoanálisis es una teoría desde la que se consideró que la historia del
individuo, sobre todo los primeros años, es esencial para comprender el
funcionamiento adulto. Para Freud, padre del psicoanálisis, los primeros conflictos
determinan en parte el funcionamiento adulto. El psicoanálisis supuso una ruptura
con la línea dominante, al considerar que para interpretar nuestros actos hay que
considerar un conjunto de mecanismos inconscientes.

freud.jpgPara Freud el psicoanálisis no constituye una búsqueda científica


imparcial, sino que es un acto terapéutico cuyo objetivo es modificar el
comportamiento. Posteriormente añadió que la elaboración y extensión de la
teoría hace que el psicoanálisis sea, además de una técnica terapéutica y de una
teoría auxiliar de la patología, una teoría del psiquismo humano. El carácter
general de la teoría lo reafirmó cuando insistió en la identidad de los contenidos
psíquicos de los individuos neuróticos y sanos: los primeros fracasan donde los
segundos consiguen resolver los conflictos.

Autores como Moscovici (1961) han señalado que visión del ser humano
propuesta por el psicoanálisis forma parte de las representaciones mentales de las
personas.

La teoría psicoanalítica basa su información en tres fuentes de información: la


observación directa, los recuerdos infantiles y las interpretaciones. Sin embargo, la
observación no era suficiente pues chocaba con la actitud que los adultos tenían
respecto a la sexualidad infantil, por esto Freud no comunicó jamás sus
observaciones sobre el comportamiento infantil, a excepción del juego de la
bobina de su nieto y de las observaciones procedentes del análisis del pequeño
Hans.
divan.jpg
El niño de la teoría psicoanalítica era una elaboración teórica basada en las
interpretaciones que hace el psicoanalista de los recuerdos infantiles; es
reconstrucción más que construcción, lo que plantea numerosos problemas de
validez. Esta situación cambió con los trabajos de autores como A. Freud,
Hartmann, Winnicott, Kris, Erikson, Spitz o Mahler que introdujeron la observación
directa como método para validar, corregir o completar las reconstrucciones de la
teoría psicoanalítica.

Al analizar la concepción del desarrollo de Freud hay autores, como Zukier (1985)
, que afirman que no hay un concepto del desarrollo en él salvo la compulsión a la
repetición; sin embargo, hay otros, como Morss (1996) que señalan que Freud
rompe con un desarrollismo uniforme. A pesar de planteamientos como los de
Zukier, podemos establecer algunas tendencias generales en la evolución del
individuo tal y como lo concibió Freud:

La sucesión de las fases del desarrollo de la sexualidad tiene una base biológica,
pero existen múltiples maneras de resolver los conflictos presentes, tanto las
pulsiones del Yo (autoconservación) como diferentes factores externos pueden
jugar un papel decisivo.
Estas fases son cualitativamente diferentes, es decir, no presentan semejanza
alguna.
La evolución normal puede dar lugar a desvíos, dominados por dos mecanismos
fundamentales, por un lado la fijación de la libido en fases u objetos anteriores en
el desarrollo, y por otro la regresión o tendencia a volver a las fases no superadas.
Los conflictos entre las pulsiones y el Yo constituyen un factor dinámico de gran
importancia tanto en el desarrollo normal como en las desviaciones patológicas; es
la manera de resolverlos lo que determina una u otra dirección.
El proceso de individuación es una larga evolución que va desde una
indiferenciación primitiva, en la que no hay represión diferenciada ni separación
entre acción y percepción (narcisismo primario), a un estado de diferenciación
progresiva (narcisismo secundario) que desemboca en la elección objetal.

Además, en la concepción del desarrollo de la teoría psicoanalítica hay dos


conceptos que juegan un papel central: la represión y el conflicto psíquico. La
represión es el proceso que tiene lugar cuando una pulsión (de naturaleza sexual
o agresiva) se enfrenta a resistencias del individuo que la privan de su satisfacción
por considerarla peligrosa. Esta pulsión, con sus aspectos emocionales,
perceptivos y representativos, permanece en el inconsciente y es olvidada. El
proceso de oposición entre pulsión y resistencias se traduce en un conflicto en el
que interviene la conciencia. En el caso normal se resuelve del conflicto cuando la
pulsión es apartada y su energía eliminada, pero en otros casos el Yo reprime el
conflicto impidiéndole su realización, la emoción reprimida que acompaña la
pulsión guarda su fuerza energética y el Yo tiene que luchar de manera
permanente contra ella; el elemento reprimido, que se ha vuelto inconsciente
puede buscar soluciones para su realización que darán lugar a los síntomas
neuróticos.

Por otro lado, con respecto al desarrollo sexual, Freud propuso que cualquier
individuo atraviesa una serie de fases en su desarrollo sexual, cada fase se
caracteriza por una zona erógena, zona del cuerpo que produce la satisfacción de
la libido) y el desplazamiento de estas zonas dominantes conlleva la sucesión de
una fase a otra. Cada fase se caracteriza por un tipo de relaciones objetales y de
mecanismos psíquicos que nos indican la evolución de la personalidad del
individuo y de su socialización progresiva. Estas fases reciben el nombre de oral,
anal, fálica, de latencia y genital.

Para entender el concepto de sexualidad de Freud hay que entender que él la


consideró en un sentido amplio, de manera que, como indicó en su libro Tres
ensayos sobre la teoría de la sexualidad, la sexualidad es una función corporal
que persigue la obtención de placer y que no se halla reducida a los órganos
genitales, por esto consideró que los bebés nacen con necesidades sexuales.
Esta idea de considerar la infancia como la sede de complejas pulsiones sexuales
chocó con la imagen de la imagen de la infancia considerada como un periodo de
inocencia y armonía (Martí, 1991) .

La teoría psicoanalítica ha sido enjuiciada resaltando los aspectos positivos y


negativos. Bradley (1992) señaló tres inconvenientes en la teoría de Freud:

Las dificultades admitidas por Freud para explicar los deseos y el desarrollo
mental de las mujeres (como confesó al final de su vida consideraba
particularmente difícil de entender el desarrollo psicológico de las niñas). El autor
relacionó de una manera arbitraria la masculinidad y la feminidad con la actividad
y la pasividad, además consideró que tanto varones como mujeres eran
bisexuales, sin embargo, la tendencia general en su pensamiento era considerar a
las mujeres como más pasivas y menos capaces que los hombres, tanto desde
una perspectiva intelectual como moral. Para Bradley, Freud describe la
sexualidad infantil basándose en el desarrollo del niño varón; el control paterno del
hijo se reafirma a partir de la comprensión del hijo de que el padre es capaz de
castrarlo y el niño cree que esto es posible porque como las niñas carecen de
pene ya han sido castradas; en esta descripción del género, la niña va a rivalizar
con el padre por la posesión sexual de la madre, pero las diferencias anatómicas
le obligan a darse cuenta que ya ha sido castrada, por lo que se enfrenta a la
madre por no haberle dado un pene y se vuelve hacia el padre para que le de uno.
La represión de la niña de su deseo de tener relaciones con su padre es menos
fuerte que en el niño ya que la niña no tiene nada que perder, al tener menos
incentivo para identificarse con el padre carece de un superyo fuerte y como
resultado tiene un menor sentido de la moralidad y la justicia y es menos capaz de
pensar objetivamente.
Los defectos en los datos de la observación y en el apoyo lógico a la teoría
freudiana de las pulsiones. Como señaló M. Klein (1928) el complejo de Edipo
tiene lugar mucho antes de lo que Freud había pensado, incluso durante el primer
o segundo año de vida.
Las dudas acerca de la relación causal entre los relatos de los pacientes sobre su
infancia y sus neurosis. Ya Freud en 1897 había sospechado que las
descripciones de los adultos de sus sentimientos infantiles podrían tener más que
ver con sus propios deseos y preocupaciones actuales que con lo que realmente
había sucedido en el pasado.
Además de estas críticas, también se le ha criticado al psicoanálisis la tendencia
hacia la normalización, es decir, la prescripción normativa de formas particulares
de relación o modelos de cambio. Por último, también se ha tildado de no ser
científica y no preocuparse por la verificación de hipótesis.

Como autores más significativos, además de S. Freud, dentro de esta teoría


destacamos: Lacan, Erikson, Klein, Mahler y Winnicott.

Lacan.jpgEn primer lugar, Lacan en el artículo titulado: el estadio del espejo como
formador de la función del yo, tal como se nos revela en la experiencia
psicoanalítica, nos explica como cambian y maduran los bebés, describiéndolos
como psíquicamente fragmentados. El recién nacido tiene un conocimiento
mínimo del yo, hay una falta clara de los límites entre su propio cuerpo y el mundo,
y este cuerpo es experimentado como fragmentado y anárquico. La etapa del
espejo aparece durante el primer año de vida, la experiencia del bebé de verse en
un espejo es un paso evolutivo crucial; el reflejarse es en algún sentido reconocido
como siendo el yo, pero también es reconocido como siendo otra cosa que el yo.
Además para este autor el lenguaje se conexiona con el género, la entrada en el
mundo del lenguaje (mundo simbólico) es también una entrada a un mundo
dividido en el género de los sujetos.

En segundo lugar, Erikson con su teoría epigenética estudió el papel de la realidad


social, centrándose en la relación del Yo con las exigencias sociales y culturales y
la evolución a lo largo de todo el ciclo vital (de la infancia a la senectud). El
desarrollo lo describió en una sucesión de ocho estadios cada uno caracterizado
por dos polos opuestos que muestran las nuevas capacidades y necesidades del
Yo en respuesta a ciertas demandas sociales. Los estadios se caracterizan por un
sentimiento de crisis que puede ser vivido como un conflicto entre tendencias
opuestas. Los estadios son los siguientes:

Confianza elemental vs. desconfianza.


Autonomía vs. vergüenza y duda.
Iniciativa vs. culpa.
Laboriosidad vs. inferioridad.
Identidad vs. confusión de identidad.
Intimidad vs. aislamiento.
Generatividad vs. estancamiento.
8. Integridad vs. desesperación.

Por último, indicó que cada sociedad satisface cada fase del desarrollo de sus
miembros por medio de instituciones específicas (cuidados parentales, escuela,
maestros, ocupaciones, etc.).

En tercer lugar, señaló que es necesario examinar el mundo interior del individuo a
través de los objetos interiores, fantasmas y mecanismos de defensa. Existen dos
posiciones que definen las relaciones de objeto, no son fases sino formas de
funcionamiento psíquico: la posición esquizoparanoide y la posición depresiva. En
la primera, que se corresponde con el primer trimestre de vida aunque puede
persistir o resurgir en otras fases de la vida, el individuo se relaciona con objetos
parciales, siendo el pecho materno el principal para el lactante. En la segunda, en
la que se toma conciencia del objeto total y único (la madre), se inicia en el
individuo el sentido de la realidad, la comunicación con los demás o la capacidad
para la identificación con el otro.

Por su parte, Mahler, cuyas ideas provienen de las observaciones directas de


niños y niñas normales y psicóticos (autistas), señaló que la evolución de la
relación objetal se lleva a cabo en tres fases. La primera fase es la denominada
autística, durante las dos primeras semanas de vida, y en ella no se hace
distinción entre uno y los demás. En el segundo mes comienza la fase simbiótica
en la que el bebé, confusamente, se hace consciente del hecho de que la
reducción de sus tensiones viene del exterior, en tanto que la tensión se origina
en él. La tercera etapa llamada reacercamiento, hasta el final del segundo año, se
caracteriza por un claro conflicto entre el movimiento que empuja al sujeto a la
exploración del mundo y la creciente atención que demanda a su madre.

Y por último, para Winnicott habría esencialmente dos estadios: el de la


dependencia absoluta, cuyo fin es que el proceso de desarrollo no sea turbado y el
de la dependencia relativa en el que el lactante comienza a ser consciente de su
dependencia. Además propuso el concepto de objeto transaccional.

LA PSICOLOGÍA INDIVIDUAL DE ALFRED ADLER

Alfred Adler (1870-1937) creó su propio sistema, conocido como Psicología


Individual. Con este título no se refiere a lo opuesto a colectivo o social, quiere
más bien señalar la preeminencia que tiene en su psicología la realidad única e
individual presente en cada persona. Algunas principales discrepancias entre
Freud y Adler:

Freud ofrece explicaciones causalistas, Adler prefiere un enfoque finalista o


teleológico (de "telos", en griego "fin"), pues subraya la importancia de las metas o
fines de las personas en su forma de organizar su presente.
Adler destaca la fuerza del yo individual; en Freud sin embargo, el yo es más frágil
por la presión del ello.
Conceptos principales de la Psicología Individual:
Carácter y estilo de vida. El carácter es el estilo de vida peculiar a cada individuo y
que, en esa medida, lo singulariza. Se forma en los primeros 4 o 5 años de vida
como consecuencia de las relaciones del niño con sus padres y hermanos. Los
patrones o estilos de comportamiento y pensamiento que entonces se forman se
trasladarán después con más o menos fidelidad a la vida adulta.
Plan de vida: es el objetivo de la vida de la persona, cuyas raíces se hunden en el
inconsciente. Unifica la experiencia del sujeto e influye decisivamente en el
carácter.
Aspectos básicos del entorno familiar que determinan la personalidad del
individuo:
La atmósfera familiar: en ella se desarrollará el sentido de la realidad del niño;
formada por las actitudes, relaciones y comportamientos que los padres tienen
entre sí.
Los valores familiares: forman parte de la atmósfera familiar y son aquellos hacia
los cuales los padres mantienen una creencia fuerte. El niño nunca será
indiferente hacia ellos.
La constelación familiar: relativa al orden de nacimiento del niño, la diferencia de
edad, el sexo, el tamaño de la familia,... Su posición en la constelación familiar
influirá en la concepción que el niño va a tener de las relaciones sociales y sobre
sus cualidades. Es necesario no caer en generalizaciones fáciles (sobre el hijo
único, el "segundón"...) pues cada caso es único y dependerá de la educación que
los padres impongan y de la interpretación que el niño haga de su posición.
Áreas básicas de la vida: la profesión, la amistad y la sexualidad o amor.
Problemas en estas áreas traen consigo trastornos neuróticos, por lo que la
satisfacción personal en estas importantes áreas de la vida son, según Adler, un
índice de salud mental.

Complejo de inferioridad: la conciencia de su inferioridad orgánica provoca un


peculiar conjunto de ideas y sensaciones. El complejo se convierte en un estímulo
que lleva a su compensación. El exceso en este afán de compensación trae
consigo el apetito de poder o afán de superioridad. En el caso de las mujeres y
para paliar la conciencia de su "inferioridad ligada a su sexo" (sic) puede dar lugar
a la conducta reactiva denominada "protesta viril".
El individuo neurótico busca la seguridad siguiendo unas líneas ficticias
directrices que le llevan a construir una existencia y un mundo falso pero como si
fuera verdadero. En este afán utiliza un arreglo, o distorsión de la realidad con la
que el sujeto cree que se realiza tal y como había soñado. Adler entiende la
neurosis como un intento de compensación de la sensación infantil de inferioridad.
Terapia:
El tratamiento adleriano se basa en la reeducabilidad para cambiar el estilo de
vida y desarrollar un sentimiento comunitario. "¿Qué haría usted si no tuviera esa
dificultad?" es lo que se ha llamado "la pregunta" en la terapia adleriana, y muestra
el enfoque teleológico o finalista de toda su psicología: la respuesta del paciente le
enseña al terapeuta el camino que debe seguir para comprender el estilo de vida
del paciente y apoyarle cuando sea necesario su cambio.

4. LA PSICOLOGÍA ANALÍTICA DE CARL JUNG

Carl Jung (1875-1961) mantuvo una intensa relación con Freud, pronto rota por
importantes discrepancias teóricas. Rechazó la psicología que buscaba una
fundamentación de sus explicaciones en el orden físico, enfoque que caracterizó
como "psicología sin alma".

Las diferencias respecto del pensamiento freudiano se centran principalmente


en los conceptos de libido y de inconsciente.
Libido: para Jung es la energía psíquica en general, en contraste con el
planteamiento freudiano que la identifica más con la energía sexual.
Inconsciente: también aquí Jung rechaza la primacía que Freud daba a los
elementos sexuales, Jung mantuvo que cuestiones religiosas, distintas formas de
ver el mundo, e incluso factores políticos y culturales pueden influir más que los
instintos sexuales en la vida inconsciente. Pero más importante es la diferencia en
este otro aspecto: como Freud, admite la existencia de un inconsciente personal,
fruto de los contenidos reprimidos de origen infantil, pero añade la existencia de un
inconsciente colectivo, más profundo que el anterior, de naturaleza universal, por
lo tanto con contenidos y modos de comportamiento que son los mismos en todos
los individuos. En el inconsciente colectivo destaca lo que Jung llamaba arquetipo:
imágenes primordiales relativas a constantes humanas.
Algunos importantes arquetipos:
La Sombra: representa la parte negativa del sujeto, el inconsciente reprimido.
El Anima y el Animus. Anima: representa la parte femenina presente en el hombre
y generalmente reprimida por él. Su inversa es el Animus o parte masculina
presente en las mujeres.
El Tesoro: representa la meta y la plenitud deseada por la persona.
El Mandala: representación de la armonía perfecta de los opuestos, su integración
total en el psiquismo.
En el inconsciente personal Jung encuentra como elementos destacados los
complejos afectivos: el complejo reúne imágenes y energías relativamente
independientes del resto del psiquismo; forma algo así como un psiquismo
independiente dentro del sujeto. Una persona con un complejo es una persona
escindida. Jung sitúa en los complejos el origen de toda perturbación mental; del
mismo modo que para Freud los sueños eran la "vía regia" de acceso al
inconsciente, así serán los complejos para Jung.

Terapia: una novedad de Jung fue el uso de test de asociaciones verbales: el


terapeuta le pide al paciente que responda con lo que primero acuda a su mente
ante una serie de palabras-estímulo. El psicoanalista mide con un cronómetro el
tiempo de reacción entre el estímulo (palabras como "agua", "círculo", "azul",
"cuchillo"...) y la respuesta. Si el sujeto tarda en responder a la palabra-estímulo
ello es señal de la existencia de un complejo en el que el analista debe investigar.
También fueron importantes sus aportaciones en el campo de la personalidad
(con sus clasificaciones de tipos psicológicos) y su consideración de que el
tratamiento terapéutico debe culminar en el proceso de individuación: desarrollo
de la individualidad del paciente, ampliación de su conciencia y autonomía
personal. Se cifra la salud en la autorregulación personal y en la armonía entre
contrarios. Para este fin el terapeuta busca la colaboración activa del paciente y
emplea también el análisis de los sueños y otras creaciones como dibujos o
escritos.

5. DESARROLLOS POSTERIORES Y VALORACIÓN

Principales diferencias de las nuevas escuelas psicoanalíticas respecto del


psicoanálisis ortodoxo:

Discrepancias respecto da la importancia e influencia de determinados elementos


de la teoría freudiana (p. ej., la teoría de la libido).
Introducción de elementos ignorados o subvalorados por Freud (el yo, p. ej.)
Cambios en la práctica terapéutica y ampliación de sus campos de aplicación
(psicoanálisis de familia, ...).
Algunos grupos nuevos:

Neofreudianos

Representantes: Karen Horney, Eric Fromm y Harry S. Sullivan.


Restan importancia a:

las experiencias infantiles y la sexualidad en la génesis de la neurosis;


el inconsciente.
Dan relevancia a:

los factores culturales y sociales en la aparición de trastornos psicológicos;


el área interpersonal;
las experiencias actuales y los procesos del yo.
Tradición analítica del yo y la teoría del objeto

Representantes: Melanie Klein, Donald Winnicott o John Bowlby.


Da importancia a
las funciones del yo y su capacidad para aprender y actuar;
las relaciones con el objeto.
Lo cual implica dar relevancia a las experiencias interpersonales y psicosociales.

Jaques Lacan
propugna un "retorno a Freud";
defiende la recuperación plena de la noción de inconsciente.
En la actualidad
Visión más interaccional del proceso analítico, reivindicando más la metáfora
del diálogo que la pasividad del terapeuta ("analista como espejo", metáfora que
expresa el modo ortodoxo de terapia en el psicoanálisis).

Valoración general

Fuerte impacto sobre el pensamiento actual.


Presencia en la psicoterapia actual (aunque más flexible y mezclada con otros
recursos terapéuticos que la propugnada por Freud).
Críticas
Del filósofo de la ciencia Popper: es imposible la falsación de los presupuestos
psicoanalíticos (las afirmaciones psicoanalistas no se pueden comprobar puesto
que:
si las previsiones que se obtienen de sus afirmaciones principales se cumplen, el
modelo será correcto;
y si hay hechos que parecen contradecirlas, el psicoanálisis queda también
inmune pues el psicoanalista ofrecerá explicaciones complementarias que
justifiquen la existencia de tales datos contrarios al modelo).
El psicoanálisis parece disponer de "mecanismos de defensa" que le permiten
sobrevivir a cualquier intento de verificación).
Falta de capacidad de predicción de la teoría.
Ofrece explicaciones ad hoc ("ad hoc", en sentido literal "para esto"; se dice de
aquellas hipótesis o explicaciones que se postulan para intentar defender la
verdad de una teoría aunque se encuentre un hecho que parezca contradecirla;
son como "parches teóricos" que intentan hacer comprensible un hecho contrario
a nuestras explicaciones teóricas principales).
Es difícil o imposible verificar sus conceptos teóricos fundamentales.
Algunos autores señalan que sus tratamientos son un fracaso.

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