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El conocimiento
Positivismo y deshumanización
El positivismo afirma que la acción práctica y su eficacia son lo único que importa;
juzga que el conocimiento sólo es valioso para algo distinto de conocer; en especial, para
producir artefactos útiles o potentes. ¿Es verdadera esta teoría?
Quien suponga que la utilidad es lo más alto, no podrá advertir qué es la ciencia
o la sabiduría; le parecerá que todo es cultura y, naturalmente, la cultura es relativa, pues
la esencia de la utilidad es hacer relación a otra cosa, para la que sirve. En resumen, si todo
fuese cultura, todo sería relativo (y cambiante); y sólo existiría un tipo de saber, la técnica,
o saber aplicado. Sería válido el ideal de Comte: "Saber es poder"; "saber para proveer".
Pero si este relativismo utilitarista fuera cierto, no tendría prioridad la teoría; más aún: no
conoceríamos la realidad. Pero conocemos la realidad y el pensamiento juzga de todo. Es
erróneo, y peligroso, reducir el saber entero a cultura, o a utilidad. El positivismo (y el
utilitarismo, el pragmatismo, etc.) es un error filosófico y una amenaza para la vida.
El primer párrafo de El Criterio –la obra más conocida de Balmes– es una fórmula
explícita de realismo filosófico. Observa que hay formas de pensar válidas, así como
también las hay no válidas. Si el pensamiento es valedero, es realista, atento a la verdad
que radica en las cosas, más que al hecho de discurrir; no consiste en invenciones ni
ficciones: la «verdad es lo que es», dice San Agustín. «Realismo» significa, pues, atención
y respeto a las cosas mismas (del lat. res, cosa).
Pero la verdad no es rígida: las hay de muchos tipos, ya que en las cosas hay
muchos aspectos.
Entender y discurrir
«Un pequeño error al principio, se vuelve grande al final» (parvus error in initio,
magnus est in fine), observó Tomás de Aquino. Imagínese que el capitán de una nave
comete un pequeño error al fijar el rumbo: cuanto más avanza, más se aparta de su
destino. Quien se equivoca en algo elemental, por mucho que razone, no llega a
conclusiones buenas, sino por casualidad. Esto pone en su lugar el papel del
razonamiento. Ha habido escritores, profesores, filósofos importantes, que razonaban
como escépticos o relativistas; ¿acaso no eran inteligentes, hábiles razonadores?
¡Naturalmente que sí! Eran grandes razonadores. No eran razonables. Ahora bien, el
razonamiento es una habilidad automatizable: las máquinas a las que confiamos
complicados procesos no se equivocan y son mas rápidas. No pueden equivocarse,
porque no les corresponde "entender", sino procesar datos. Las máquinas no caen en
errores, porque no piensan. Hay una parte de la Lógica –el arte de pensar bien– que es
puramente "operativa", plasmable en circuitos electrónicos. Es la Lógica formal, una
técnica del razonamiento exacta como la matemática. Pero la lógica no permite saber si
algo es verdad, sino si está bien deducido. Su asunto es la corrección del proceso, no la
verdad del juicio. La corrección es una faceta importante, pero subordinada a la
apreciación de la verdad. Advertir si algo es o no es; he ahí la percepción de la realidad,
el aspecto más humano del pensar. De nada serviría dialogar con el escéptico, si no
admite que hay seres reales y los conocemos; eso no es problema de argumentos, sino de
percepción. Cuando el escéptico lo niega, no le falla la razón discursiva, sino el sentido
común. Ese no es un problema de lógica, sino de realismo.
El pensar –dice Balmes– no tiene otra razón de ser que conocer la verdad, o
encaminarse a su descubrimiento. Hay dos aspectos en la verdad: el pensar y la cosa. El
pensar sin cosas, sería vacío; lo podríamos comparar con alguien que duerme y no ha
despertado nunca; el tal sería capaz de conocer pero, de hecho, no conocería. En cambio,
las cosas sin pensamiento (si eso existiera) serían reales, pero no verdaderas: no serían
conocidas. El conocimiento y la verdad van juntos. Cuando se produce la "adecuación"
de que habla Santo Tomás es como si el durmiente despertara y viera la realidad presente.
Cuando juzga uniendo en la mente lo que en la cosa está unido, o separando lo que en la
cosa está separado, el juicio es verdad.
Si la unión del sentido y el sensible fuera física, la presencia de los objetos ocuparía
lugar, o no podríamos conocer cualidades contrarias. Igual como un tejido no puede ser
negro y blanco a la vez, el ojo no podría ver diferentes colores. Además, si la piedra vista
entrara en el ojo, lo destruiría. Por lo tanto, la presencia de las cosas conocidas por los
sentidos y (a fortiori) por la inteligencia, no es física.
Aristóteles definió el conocimiento como posesión inmaterial del ser de una cosa.
Como lo poseído no es la cosa misma, sino una representación de ella, diremos que las
representaciones (o especies) son intencionales. Conocer es ser intencional, no ser físico.
El error
Lo más curioso del error es que, aun siendo el mal de la inteligencia, ésta se
adhiere a él. Esto nos hace pensar que el error no es absoluto: no existen errores puros, sin
algo de verdad. El error engaña porque tiene atractivo: es "verosímil" (similar a lo
verdadero). Todo error parece verdad, si no, no se explicaría el hecho de errar. En cuanto
similar a la verdad, es una verdad incompleta. Se suele decir que el error es «verdad a
medias». En otras palabras, los errores son verdades, pero "mutiladas" o incompletas.
Como verdades, tienen atractivo y seducen a la razón, ordenada por naturaleza al
conocimiento de la verdad. Pero en tanto que incompletas, frustran a la razón, porque la
verdad es una plenitud y una justeza: que el juicio de la mente y el ser de la cosa sean
adecuados.