Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
Querido Ricardo:
Son muchas las cosas que nos gustaría platicar contigo. Muchas gracias por
darnos esta oportunidad. Entre las cosas que nos gustaría platicar es sobre tu
formación: ¿Qué factores te motivaron a inclinarte por el estudio de la filosofía?
Tenemos entendido que estudiaste primero veterinaria, pero luego la
abandonaste por la filosofía a la que ya nunca más le soltaste la mano.
Uno de esos factores proviene precisamente de los estudios de Veterinaria. Mi
propósito universitario original era estudiar Bacteriología, una carrera de posgrado,
para la cual Veterinaria resultaba el camino más corto. Pero ya mientras cursaba en
Veterinaria la asignatura Fisiología, tuvimos un profesor, Guido Pacella, renombrado
investigador condiscípulo de Houssay y versado en muchos y diversos saberes, quien
en una de sus clases recomendó a todos los alumnos la lectura del Discurso del método,
de Descartes.
Ninguno de mis compañeros, que yo sepa, siguió aquel consejo. Pero yo, que
por entonces, y paralelamente a mis estudios, tenía ciertas pretensiones literarias,
hice aquella lectura, y me dejó deslumbrado. Vi abrirse ante mí un mundo que
desconocía y al que quedé “enganchado” para siempre. Comencé a leer detenidamente
traducciones de textos clásicos de filósofos como Kant, Sartre, Platón, Aristóteles, San
Agustín, o españoles como Unamuno…, sin orden ni orientación, pero cada vez con
mayor certeza de que me dedicaría a esa rama del saber. Perdí un año en el Servicio
Militar, y para compensarlo, al año siguiente me inscribí en la Facultad de
Humanidades de la Universidad de La Plata.
No abandoné Veterinaria, de modo que, durante dos años, estuve estudiando
paralelamente las dos carreras. Pude terminar ambas, pero el proyecto de
Bacteriología quedó abandonado.
106
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
107
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
Pero esta aventura no duró mucho. Los cambios políticos operados en 1955
representaron también cambios universitarios, y volvieron al país algunos filósofos
exiliados, como Risieri Frondizi, lo cual me instó a abandonar para siempre la
Veterinaria y dedicarme exclusivamente a la Filosofía. Justamente tenía que cursar
Ética, que estaba entonces a cargo de Frondizi. Esta circunstancia fue decisiva para mi
carrera, porque al mismo tiempo que él me deslumbró, yo le resulté un discípulo
interesante, y me hizo nombrar en el Departamento de Filosofía de Humanidades de
La Plata. En aquella época estaba Frondizi escribiendo su libro sobre los valores, y
éste era un tema que yo no había visto antes. No sólo significó mi entrada en las
teorías de Max Scheler y Nicolai Hartmann, sino también mi primer contacto con un
profesor que pensaba por cuenta propia y que nos obligaba a los alumnos a hacer lo
mismo.
108
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
durante muchos años. Cuando Risieri escribió su último libro (Introducción a los
problemas fundamentales del hombre, Méxixo. FCE, 1977), yo estaba estudiando en
Alemania, y allí recibía sus manuscritos (desde su segundo exilio) para que les hiciera
todas las observaciones críticas que se me ocurrieran. Faltaban aún más de diez años
para que aquel libro se publicara, pero su elaboración estaba siendo muy cuidadosa y
con extremado sentido crítico. Sin duda la influencia de Frondizi fue la mayor que
tuve, y por él me dediqué a la ética.
Risieri fue también el primero en introducir a los empiristas lógicos, y los
analíticos anglosajones que empezaban a hacerse conocer, en lo cual lo secundaron
pronto Rolando García y Gregorio Klimovsky, más afines a esa corriente.
Frondizi simpatizaba con los empiristas lógicos pero tenía a la vez abundantes
discrepancias con ellos. Era de todos modos un empirista integral, aunque eso no
logró infundírmelo. Kant, Scheler y Hartmann, a través de sus escritos, me habían
inoculado el apriorismo, es decir, la convicción de que incluso lo empírico no puede
entenderse sin presupuestos pre-empíricos (o al menos extra-empíricos). Creo, sin
embargo, que las muchas discusiones que tuve con Frondizi en torno de estas
diferencias fueron el factor determinante de mi pensamiento. Si tuviera que
mencionar otras influencias de filósofos argentinos nombraría en primer lugar a
Emilio Estiú, quien me introdujo en los pensadores alemanes y en la lengua alemana.
Emilio fue además un amigo entrañable, realmente querido y siempre
admirado. De estilo muy distinto al de Frondizi, pero con una capacidad expositiva
que convertía en claridad los pasajes más oscuros. Su peculiar personalidad atraía a
todos sus discípulos al margen de lo estrictamente filosófico, que quedaba relegado a
las aulas universitarias. Su carácter formador tenía que ver con eso: la verdadera
“seriedad de la vida” requiere un rechazo permanente de lo convencional y lo
solemne. No enseñaba doctrinas (aunque si había que aclarar alguna, nadie lo hacía
tan bien como él), sino actitudes vitales, solidaridad, sentido del humor, visión irónica
de lo real. Los juegos de cartas, tan despreciados por Schopenhauer, adquirían con
109
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
Emilio un peculiar sentido, casi esotérico, en el que sin embargo siempre era posible
inventar nuevas reglas. Es cierto que el intercambio de cartas se opone al de ideas,
pero jugar cartas con Emilio era un modo de adiestrar el propio pensamiento, una
verdadera experiencia insólita.
Otros maestros que, por diversos motivos y de diversos modos, ejercieron
influencia en mi manera de filosofar fueron, en la Argentina, Eugenio Pucciarelli, José
Luis Romero y Norberto Rodríguez Bustamante y, en Alemania, Fritz Joachim von
Rintelen y Gerhard Funke. Apel es un caso aparte, al que me referiré después.
110
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
111
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
Desde hace muchos años vienes trabajando en una propuesta propia de ética
filosófica llamada ética de la "convergencia". En parte tu propuesta combina
aportes de la ética material de los valores y de la ética del discurso en su versión
apeliana. ¿Te parece que todavía hay aspectos defendibles de la ética material de
los valores? Respecto de la ética del discurso ¿cuáles son sus ventajas sobre otros
aportes filosóficos?
Efectivamente, mi “ética convergente” es ante todo un intento de articular
aportes de esas dos importantes corrientes de la filosofía alemana. Desde los tiempos
en que preparaba mi tesis doctoral yo había venido trabajando especialmente con la
ética axiológica de Nicolai Hatmann. Había comprobado que y cómo Hartmann había
intuido claramente el fondo conflictivo de todos los fenómenos morales. Me
interesaba también su postura apriorística (que retomaba, a través de Scheler, lo que
me parecía el principal descubrimiento kantiano), pero me daba cuenta de que me
faltaban argumentos frente a las fuertes razones empiristas que conocía desde mis
juveniles discusiones con Risieri Frondizi, y tanto Scheler como Hartmann habían
quedado empantanados en el arbitrio intuicionista. No niego que quizá existan
auténticas intuiciones emocionales de valores, pero ellas no pueden ser esgrimidas
precisamente frente a cualquier discrepancia de intuiciones. Esto yo lo entendía bien,
pero era a la vez la fuente de mis frustraciones en la búsqueda de fundamentos a
priori ).
El ingreso, por así decir, de la mano de Apel, en el giro lingüístico y
particularmente en el “giro pragmático”, transformaba todo mi viejo panorama y me
abría un mundo nuevo, que en realidad tenía sus raíces en Kant y en la esencial
diferencia que éste había marcado, no sólo entre lo trascendental y lo empírico, sino
también, y acaso primordialmente, entre las inferencias deductivas y las reflexivas. Y
con una ventaja singular: esa diferencia resultaba mucho más nítida si se la reconocía
y adoptaba desde la perspectiva lingüística y pragmática. Apel, en cambio, aunque sin
112
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
duda veía la relación de lo ético con lo conflictivo, no había llegado en esta visión tan
lejos como Hartmann. La tarea que se me abría era patente: articular la propuesta
pragmático-trascendental de Apel con el reconocimiento drástico de las relaciones
conflictivas investigadas exhaustivamente por Hartmann en los valores. La clave era
entonces la búsqueda de una fundamentación apriorística que, no obstante,
reconociese la prelación de las estructuras conflictivas del ethos. Esto me sugirió el
concepto, a menudo discutido por quienes se ocupan de ética convergente, de un “a
priori de la conflictividad”.
Siempre nos ha parecido que la ética del discurso, no obstante sus contribuciones
genuinas a la ética, había dejado de lado problemas importantes. Por una parte el
tema de los valores y la búsqueda de la bondad moral, temas nodales para otras
corrientes filosóficas y que, pace la ética del discurso, siguen estando en el
candelero de la discusión. Otra limitación que apreciamos en la ética del discurso
es su escasa atención a los dilemas morales experimentados por agentes morales
individuales. Y, por último, una falta de atención al papel que las emociones
morales pueden jugar en el enfrentamiento de encrucijadas morales. ¿Tú
también ves estas limitaciones o te parece que la ética del discurso está
justificada en no atender a las mismas? Nos adelantamos a pensar que compartes
este diagnóstico por cuanto en tus tres libros sobre ética de la convergencia se
hacen patentes las preocupaciones por los dilemas y también por los conflictos
entre emociones o intrapáticos como los llamas tú.
Estoy de acuerdo en que la ética del discurso padece esas deficiencias. La
carencia de reflexión axiológica, por de pronto, no sólo la he advertido yo y la he
discutido con el propio Apel, sino también, por ejemplo, uno de sus más asiduos
discípulos y colaboradores, como Matthias Kettner, quien, poniéndose en esto de mi
parte, habló de “cascadas de razones” a favor de la necesidad de incluir en la ética del
discurso la tematización de los valores. Y algo semejante ocurre con cuestiones como
113
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
la bondad moral, los dilemas individuales o, por ejemplo, las virtudes “hacia uno
mismo”, como señalara a propósito José Luis López de Lizaga en la visita que hizo a la
Argentina en 2011.
Contra el monoprincipialismo de Apel he propuesto un total de cuatro
principios cardinales e incluso un quinto principio (o metaprincipio) de convergencia.
Y me he ocupado asimismo de los conflictos que tienen como protagonistas a los
sentimientos, es decir, al pathos (distinguiendo entre conflictos intralógicos,
intrapáticos y logopáticos), lo cual parece dejar indiferente a Apel. Pero hay al menos
tres aportes del pensamiento de Apel que me produjeron un impacto inolvidable y
determinaron definitivamente la propuesta ética que desde entonces (hace ya 32
años) vengo elaborando: 1) la comprensión de que el falibilismo, aunque
imprescindible en un pensamiento crítico, tiene también límites infranqueables (un
falibilismo irrestricto resulta autocontradictorio), 2) que hay criterios auténticos y
argumentos consistentes (al margen de si se está o no de acuerdo con la totalidad de
tales criterios y argumentos) para el desarrollo de una fundamentación apriorística
“fuerte” de la ética., y 3) que una fundamentación apriorística no sólo no implica
necesariamente rigorismo, sino que también puede ser la más adecuada perspectiva
para la refutación y superación de posturas rigoristas. Apel aborda esta superación
mediante el añadido de una “parte B” de la ética, consistente en una restricción
compensada de la aplicación del principio. La ética convergente considera que si el a
priori de la conflictividad es tenido en cuenta ya como factor de la fundamentación, la
mencionada parte B deviene superflua; pero reconoce en el planteamiento de Apel
una decisiva toma de conciencia de la compatibilidad entre apriorismo y negación de
rigorismo. Por otro lado, la ética convergente sugiere sin embargo la necesidad de
distinguir entre un rigorismo “extensional” y un rigorimo “comprehensional”, y
entiende que sólo este último necesita ser impugnado. Lo esencial en la ética
convergente es encontrar aplicaciones que no prescindan de ninguno de los
114
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
principios, y ello se logra mediante la “flexión ética” en los principios sincrónicos y los
axiomas deontoaxiológicos en los diacrónicos.
Creo que una de las tergiversaciones habituales, o al menos uno de los
malentendidos más gruesos de la propuesta ético-discursiva de Apel se comete
cuando se interpreta su provocativa expresión “fundamentación última”
(Letztbegründung) como una forma de dogmatismo. Precisamente nada puede haber
más antidogmático que recurrir a los “discursos prácticos” (es decir, al intercambio
puramente argumentativo en búsqueda de consenso) cuando se trata de resolver un
conflicto de intereses. Que un auténtico discurso práctico sea efectivamente muy
difícil de llevar a cabo, o que sea frecuente falsificarlo con actitudes “negociadoras” y
disimuladas formas de amenazas y violencia, no le sustrae su validez básica. La
argumentación es el recurso racional por excelencia.
115
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
116
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
117
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
¿Por qué te sigue pareciendo necesaria una aproximación "a priori" al dato del
conflicto? ¿No te parece que basta con una afirmación constatable
empíricamente?
Es que sigo siendo kantiano en la convicción de que las “condiciones de
posibilidad” de una experiencia tienen que preceder, si no cronológica, al menos
118
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
119
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
de cada principio es posible, pero, a la vez, incomposible con la de los otros, y más vale
la indemnidad de todos que la observancia plena de uno o dos de ellos).
120
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
Varias veces has escrito sobre el escepticismo moral. ¿Qué balance harías de los
trabajos de Shopenhauer, Nietzsche y Wittgenstein? ¿No te parece que su aporte
estriba, en parte, en que nos plantean desafíos que nos presionan a mejorar
nuestros instrumentos conceptuales en el campo de la ética filosófica?
Aunque tengo específicos desacuerdos con cada uno de ellos, los tres son
pensadores que admiro profundamente y que releo con mucho agrado. También es
cierto que muchas de sus aserciones operan como desafíos que obligan a buscar
argumentos, sobre todo a favor de la fundamentación ética que los tres, de distintos
modos, cuestionan. Pero también hay en esto importantes diferencias. Schopenhauer
es ante todo un metafísico anti-hegeliano, que se presenta a sí mismo como
irracionalista sólo para impugnar la sacralización de la Razón propuesta por Hegel,
pero que por otro lado se siente muy acorde con Kant, aunque le arroje también sus
dardos críticos. Aquello de que “predicar moral es fácil; fundamentarla es difícil” me
resulta totalmente aceptable. Y en general, todo el escepticismo moral pregonado por
Schopenhauer parece derrumbarse cuando él recomienda una “moral de la
compasión”. Nietzsche, por su parte, es un escéptico moral sui generis, porque expulsa
la tradición moral cristiana pero consagra la moral de la vida. Y con Wittgenstein me
ocurrió algo especial. En algunos escritos yo lo había considerado un escéptico moral,
pero luego de lecturas más detenidas tuve que reconocer que estuve equivocado, y
oportunamente expresé mi rectificación. Coincide con los escépticos morales en negar
la posibilidad de fundamentar las normas morales, pero, a diferencia de éstos, no
piensa esa negación como una forma de desprecio de la ética, sino, por el contrario,
121
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
122
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
mismo, cuando aludo a la distinción entre esos niveles, estoy haciendo meta-ética, y
no ética normativa. Cuando Kant expone su imperativo categórico como criterio para
la discriminación de actos morales, hace ética normativa; en cambio, cuando se
pregunta “cómo es posible” un principio práctico apodíctico, hace meta-ética, aunque
ese término aún no hubiese sido acuñado en su tiempo. Cuando formulo alguna crítica
teórica a determinada norma, hago ética normativa, pero cuando formulo una crítica a
una teoría ético-normativa, hago meta-ética. Lo metodológicamente importante es ser
consciente de en qué nivel se está hablando.
123
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
en juego otra cuestión: ¿en qué sentido se habla de “filosofía práctica”? ¿Se alude a la
teoría acerca de lo práctico, o a un tipo de pensamiento que de alguna manera irrumpe
o interviene en la praxis misma? Según Nicolai Hartmann, no se puede adjudicar a la
ética filosófica una normatividad directa (como estaría insinuada en el intelectualismo
ético socrático según el cual “sólo se puede hacer mal por ignorancia”), porque
entonces no se la distinguiría de la mera reflexión moral, pero tampoco puede
negársele toda normatividad (como pretende Schopenhauer), porque justamente la
ética opera como el puente entre el pensar y el obrar. Lo correcto sería reconocer una
“normatividad indirecta”, es decir, una función semejante a la mayéutica socrática,
una ayuda a concientizar un saber que tenemos pero que no sabemos que lo tenemos,
o bien –diríamos quizás hoy—un procedimiento reconstructivo, un tránsito de un
know how a un know that respecto de la razonabilidad de la propia acción.
124
Nuevas Fronteras de Filosofía Práctica
Número 1, Agosto de 2013, pp. 106-125
ISSN-2344-9381
ética es ciega, y sin duda arbitraria. Todavía es frecuente encontrar, por ejemplo,
grupos de médicos convencidos de que el puro saber hipocrático es suficiente para
entender y discurrir sobre bioética.
Todas las formas de “ética aplicada” (bioética, ética económica, ética del medio
ambiente, ética educacional, etc.) remiten necesariamente a ámbitos
interdisciplinarios. No ya sólo dentro de la filosofía, sino también en las relaciones de
la filosofía con las ciencias y con la cultura. En ética aplicada es tan erróneo y peligroso
el cientificismo como el filosoficismo. La ética filosófica es ahí necesaria, pero al mismo
tiempo insuficiente. Según el tipo de problema ético-aplicado que se pretenda resolver
entran seguramente en juego determinadas y diversas disciplinas, y por cierto
también obras literarias y artísticas. La conducta moral es muy compleja, y lo es sobre
todo debido a la estructura conflictiva del ethos. De modo semejante a lo que suele
hacerse con las ciencias, conviene distinguir con la mayor claridad posible entre la
ética pura y la ética aplicada, pero tomando conciencia de que ninguna de ellas puede
prescindir de la otra.
125