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23. LENGUAS VERNACULAS SOBREVIVIENTES

Comunidad Waunana, Río San Juan


Foto: Diego Arango

El Derecho a la lengua propia

"...que lengua ni que chorizos, esos son enredos que se inventan esos indios para que no les entendamos."

L as anteriores palabras fueron pronunciadas por un teniente de la policía de Andes, población cercana a
Cristianía, comunidad de emberas en el suroeste de Antioquia, cuando habiéndonos detenido e inquirido sobre
nuestra presencia en la comunidad, le respondimos que estábamos estudiando su lengua. Esta es una muestra
fehaciente de la mentalidad que pervive en nuestros días, acerca de las lenguas aborígenes, que con tesón y
astucia han sabido mantener sus hablantes, tantas veces tildados de “irracionales” por muchos colombianos.

Y no es para menos, las lenguas indígenas han sido un quebradero de cabeza para los invasores desde la
Conquista. Resulta ejemplar su existencia cuando han sido tantos los intentos por eliminarlas. Ya en 1787, con
una cédula real, Carlos III prohibía a los aborígenes su habla en el continente e imponía el español como único
idioma y, veinte años atrás, había expulsado a los jesuítas con todos sus estudios lingüísticos adelantados hasta
ese momento. Sabido es cómo estas lenguas fueron aprendidas y utilizadas en la Conquista, solamente para
dominar mejor a los indígenas. Y cómo, durante la Colonia, su interés se centraba exclusivamente en mantenerlas
para facilitar la absorción de sus hablantes a la “sociedad mayor”, pues se consideraban imperfectas y un lastre
para el desarrollo de la sociedad tricontinental naciente.

Por ello, cuatro siglos después, cuando se intenta la reconstrucción de la génesis de los pueblos a través de su
manifestación hablada, con los estudios comparativos de lenguas, los investigadores lingüistas encuentran su
material de estudio en las lenguas sobrevivientes de los pueblos que se aislaron o que tercamente ocultaron su
idioma nativo, transmitiéndolo de generación en generación al interior de sus regiones o aún de sus hogares. Un
tanto diferente es la situación hoy en día, cuando habiendo tenido que replantear su intolerancia por las minorías
étnicas y su afán por homogeneizar a la población, los gobiernos latinoamericanos se ven obligados a reconocer
su carácter pluricultural y plurilingüe, presionados ante todo por la resistencia de estas culturas.
En Colombia, con alrededor de setenta lenguas indígenas sobrevivientes, se encuentra un rico filón para tratar
de entender la sicología de estos pueblos que se niegan a perder su identidad y que erigen como uno de sus
baluartes más preciosos su idioma diferente. Poco a poco las sociedades aborígenes del país se han venido
sacudiendo el yugo de la Iglesia, del Estado y de organizaciones foráneas y, a la par con su lucha frontal por sus
territorios y el derecho a organizarse y gobernarse autónomamente, reclaman el derecho de transmitir su cultura
propia a las nuevas generaciones, a través de una educación planeada y ejecutada por ellas mismas. Y es aquí
donde la lengua cobra todo su valor; tal vez ninguna otra instancia mejor que ella, puede reflejar la esencia de
su cultura.

En los siguientes apartes veremos como de ser simples informantes de su lengua, para intereses doctrinarios o
simplemente académicos, de personas ajenas, bien o mal intencionadas, los indígenas del Pacífico colombiano,
comienzan a tomar las riendas del estudio de su lengua para la defensa de sus pueblos y el derecho a ser
diferentes, si así lo quieren.

Los aborigenes del actual Pacífico colombiano

Cuando uno desciende del avión en Quibdó, capital del departamento del Chocó, es sorprendente la diferencia
con otros lugares del país, no sólo por su clima ardiente y su exuberante vegetación, sino también por su mayoría
de población negra, cuya amplia sonrisa, marcada por sus blancos dientes y expresivos ojos, contrasta
notoriamente con el descuido en que, uno comienza a ver, tiene el Estado a este rico departamento, el más
explotado por los consorcios extranjeros con ayuda de los nacionales en busca de provecho propio, los mismos a
quienes se les ha confiado la misión de protegerlo.

Ya en la ciudad, caminando por sus calles, la mayoría sin pavimentar, se empieza a ver los indistintamente
llamados “cholos”, emberas y waunanas, venidos de la selva, transitoriamente para alguna transacción o con
miras a quedarse o seguir al interior del país, desenvolviéndose regularmente en oficios propios de los estratos
más bajos de la población colombiana, huyendo de algún conflicto en su región o tal vez, fascinados por las
maravillas de la “civilización”. Da grima ver la condición de estos descendientes de los otrora dueños de estas
tierras, los “Chocó”, aquellos por quienes se dio el nombre al departamento.

En la actualidad, sin embargo, también se pueden ver indígenas en mejores condiciones, participando en eventos
culturales con los negros, o interviniendo en reuniones organizadas por gentes de la región, empeñados en ser
los artífices de su propio futuro. Aquellos indígenas son los representantes de las dos más numerosas
comunidades nativas del departamento que se congregan en la Organización Regional Embera-Waunana
(OREWA), cuyo mayor objetivo es la sobrevivencia de su gente, luchando por su organización, territorio, cultura
y autonomía. Estos indígenas se muestran, por el contrario, orgullosos, altivos, sabedores como son, de que
constituyen el último bastión de los pueblos milenarios de esta región.

A la llegada de los europeos, idabáez, kunas, ingarás, birus, surrucos, poromeas, waunanas, katíos, emberas y
muchos más pueblos indígenas, se paseaban por el occidente del actual territorio colombiano. Sus conflictos
interétnicos, retiradas y avanzadas de unos grupos sobre otros en disputa de territorios, propios de la dinámica
natural de pueblos en una lucha de más o menos iguales condiciones, parecieron rencillas de niños cuando
arremetió la embestida brutal de los hombres de armadura, con sus arcabuces, caballos y penos. De esta desigual
confrontación, no quedan sino tres etnias, que con coraje resisten, después de cien lustros de continuo intento
de exterminio: los kuna, los embera y los waunana.

Los kuna, que denominan a su lengua “Tule”, se han desplazado hacia el norte, al litoral Atlántico. Fieles a sus
tradiciones, han logrado conservar con mucha autenticidad la mayoría de sus manifestaciones culturales, su
organización social yEn la lucha por su autonomía, han tomado en sus manos la educación, regentada en el país
hasta hace menos de cinco años por la Iglesia. Profesionales indígenas, en este momento, organizan y ejecutan
planes educativos, acordes con sus necesidades, como transmitir su cultura sin injerencias externas y preparar
a las nuevas generaciones en la adquisición de la cultura foránea que les rodea, tomando lo que a su juicio, les
es más favorable. Y nada mejor para poderlo lograr, que continuar desarrollando su propia lengua.

Los embera y los waunana conforman el denominado “Grupo Lingüístico Chocó”, cuya clasificación ha sido muy
controvertida hasta el presente. Se encuentran por todo el occidente colombiano, desde Panamá hasta Ecuador,
trascendiendo las fronteras. Son alrededor de unos 50.000 individuos (unos 8.000 en Panamá), quienes
conservan variantes de una lengua, tronco común, que podríamos llamar “Proto-Chocó”. El testimonio de estas
variantes, en plena vigencia en la mencionada región con contadas excepciones, nos deja ver el empecinado
carácter de los aborígenes Chocó por mantener la cultura de sus antepasados y es el motivo principal que nos
ocupa en este escrito.
Comunidad Embera, Río Capac
Foto: Diego Arango

El camino de los Chocó

El litoral del Pacífico con sus llanuras selváticas en las cabeceras de Suramérica, la provincia del Darién en
Panamá, las estribaciones de la cordillera Occidental y sus ramales terminales al oeste del río Cauca, son las
grandes variaciones del escenario natural que constituye el hábitat en que se desenvuelven los actuales grupos
Chocó. Este escenario es mucho mayor que el que ocupaban a la llegada de los españoles, no obstante, las áreas
habitadas por estos diferentes grupos, son mucho menores que entonces, producto de la atomización a que se
han visto avocados para su sobrevivencia.

¿De dónde vienen los Chocó? es todavía un conjunto de hipótesis. ¿De una oleada Karib, desde las selvas del
Brasil?, ¿de Mesoamérica? Se les encuentra semejanza con sociedades amazónicas y de la orinoquia. Existe
suficiente literatura sobre estos grupos indígenas, que va desde los cronistas, como Pedro Simón, Las Casas,
Robledo, Castellanos, Cieza de León hasta investigadores recientes, como Wassen, Romoli, Torres de Arauz,
Isacsson, Pardo, Vargas, entre otros, gracias a la cual se pueden establecer con confianza los desplazamientos
de estos grupos desde su ubicación a la llegada de los españoles, hasta su situación actual. En sus artículos,
“Bibliografía sobre indígenas Chocó” (1981), Pardo hace un excelente recuento de la literatura etnohistórica
disponible hasta el momento y en “Regionalización de indígenas Chocó” (1987), actualiza la discusión sobre el
panorama etnohistórico. Los estudios de este investigador, junto con los de Vargas (1984-90), se constituyen en
los más recientes análisis de fuentes históricas, en el país, que pueden dar luz sobre la trayectoria de los embera.

Siguiendo los estudios mencionados, se puede decir aquí someramente que los primeros indígenas denominados
Chocó por los españoles, fueron los embera del alto río San Juan, conocidos entonces, como Sima o Tatamá, pero
que hoy por hoy se autodenominan Chamí. Posteriormente dicha denominación se extendería para los indígenas
del alto río Atrato, en el Chocó, conocidos entonces, como Citará o Citarabirá, región que junto con la anterior
conformaban el llamado “Alto Chocó”, y para los indígenas del medio y bajo San Juan, llamados ya en el siglo
XVII, respectivamente, Poya y Noanamá. A partir de estos puntos, registrados en los papeles coloniales, y
cotejando los datos lingüísticos de los asentamientos actuales, se puede intentar reconstruir la dispersión de los
Chocó.

La mayoría de los Chamí, se encuentran aún en el alto San Juan, en los municipios de Mistrató y Pueblorico, en
Risaralda, en los límites con Chocó. Se han desplazado por la cordillera hacia el norte y el sur, a sitios como el
alto río Andágueda, en el suroriente del Chocó, al suroccidente de Antioquia, municipios de Jardín, Valparaiso y
Bolívar, al norte del Valle del Cauca, ríos Garrapatas y Sanguininí. Pequeños grupos se ubican también en otros
lugares de Antioquia y Valle y han descendido incluso hasta el Caquetá y Putumayo.

Los llamados en la Colonia Citará o Cirambirá, localizados entonces en el alto río Atrato, en el río Capá, en Lloró,
bajo río Andágueda, se han desplazado hacia el norte por el curso de este río, al alto río Baudó, a los afluentes
de la costa al norte de Cabo Corrientes y al Darién panameño. Estos indígenas ribereños son conocidos en el
litoral Pacífico como “cholos”.

Por conformar otra zona dialectal y por considerarse más bien indígenas de montaña, creen los últimos
investigadores nombrados, con base en los datos analizados y prospecciones en terreno, que los indígenas que
ocupan actualmente territorios en el noroccidente de Antioquia, en Dabeiba, Frontino, Ituango, Murrí, entre otros,
y en Córdoba, en el alto Sinú, río San Jorge, Rioverde, etc. serían provenientes de emberas asentados en los
afluentes orientales del curso medio del río Atrato, un grupo diferente del anterior, ya desde la Conquista. Estos
indígenas se conocen erróneamente como katíos, pero de acuerdo con los documentos coloniales, los verdaderos
katíos sucumbieron a finales del siglo XVII, después de librar una lucha tenaz contra los españoles. Vargas
postula, sobre documentos de archivo, que muchos katíos se unieron en alianza y guerra con los embera, (Vargas,
1990).
Los indígenas que se encontraban en el medio San Juan, llamados Poya por los españoles, cree Pardo, son los
ascendientes de los actuales habitantes del medio río Baudó, en los afluentes Catrú, Dubasa y aledaños, quienes
presentan una diferencia dialectal con los del alto Baudó. Comúnmente se autodenominan “emberas” para
diferenciarse de los de montaña que llaman “katíos”.

De los Poya descenderían, igualmente, los indígenas ubicados en la actualidad al sur de Buenaventura, cuyos
mayores asentamientos están en los ríos Saija (Cauca), Satinga y Saquianga (Nariño), (Pardo, 1987). Se
reconocen a sí mismos como “eperas” de acuerdo con la fonología de su dialecto.

En Caldas se hallan asentamientos de indígenas embera, conocidos por el resto de la población como memes”.
Se asientan en municipios, como Belalcázar, Vitervo y Riosucio, en lugares, como La Betulia, La Tesalia y los
resguardos de San Lorenzo y Nuestra Señora de la Montaña. Algunos son resguardos, con territorio de reserva,
otros parcialidades, como la de Cañamomo y Lomaprieta. Su reivindicación como etnia aparte, les ha presentado
mayores dificultades por haber perdido su idioma nativo, no obstante, en la actualidad, están empeñados en
programas de recuperación de su lengua, con la ayuda de hablantes de otras regiones.

Los indígenas asentados en el bajo río San Juan y sus afluentes, en los ríos Juradó, Jampavadó, Docampadó y
Siguirisúa al sur del Chocó, en el río San Juan de Micay en el Cauca, fueron llamados Nonamá o Noanamá desde
los tiempos de la invasión, pero se denominan a sí mismos Waunana o Waunán. Se han desplazado a la provincia
del Darién en Panamá, donde se encuentran unos dos mil indígenas, producto de una migración centenaria, y al
río Chintadó, en el bajo Atrato, donde hay unos centenares, emigrados hará unos veinte años. Los hablantes del
Waunana en Colombia se calculan en unos cuatro mil. Al igual que a los embera, se les conoce como “cholos”.
Los waunana y los embera, son las dos únicas etnias claramente atestiguadas que conforman actualmente la
Familia Chocó.

Comunidad Embera, Río Capac


Foto: Diego Arango

Los estudios sobre las lenguas Chocó

La inclusión dentro de una misma familia lingüística, del habla de los diferentes grupos Chocó que sobrevivieron
a la Colonia, es un hecho reciente. Su clasificación, dentro de la gran variedad de familias americanas, es todavía
motivo de discusión.

Los primeros intentos de clasificación en América, se dan en la segunda mitad del siglo XIX. A comienzos del siglo
XX, se habla de diecinueve familias independientes para el litoral Pacífico, entre las cuales se encontraba la familia
Chocó. Eran los tiempos de investigadores, como Brinton (1901) y Chamberlain (1907), tratando de despejar el
panorama de las lenguas amerindias. Posteriormente, investigadores, como Lehmann (1920) y Rivet (1944),
reducen este número y proponen la inclusión de la familia Chocó en otras macrofamilias, como la Chibcha o la
Karib respectivamente. En la actualidad, a la luz de prospecciones lingüísticas recientes, la tesis de la
independencia de esta familia se muestra como la más contundente, dándole razón a sus defensores, entre
quienes, además de Chamberlain, podemos nombrar a Nordenskiöld (1928), Loukotka (1968), Tovar-Larrucea
(1984) y Pardo-Aguirre (1988).

Las fuentes de los primeros análisis comparativos, como los de Bollaert (1860) y Adam (1888), eran en su
mayoría listas de palabras recogidas por misioneros o viajeros extranjeros, de paso por diferentes regiones de
los Chocó, a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX. Bajo los nombres de: andáguedas, baudós, chamís,
dabeibas, darienes, katíos, noanamás, saijas, entre otros, se empezó a dar perfil a esta familia lingüística.
Por supuesto, se asignaban nombres diferentes a hablas que pertenecían a un mismo dialecto, o se asociaban
nombres de lenguas como: quimbaya, arma, anserma, pozo, cuya filiación no quedó demostrada o representan
grupos Chocó extintos (Bastián, 1878; Jijón y Caamaño, 1938; Mason, 1950). La clasificación de Mason en 1950
(ampliada con la de Greenberg en 1956), por ejemplo, dividía el habla de los Chocó en: empera (con tres
variantes); catío (con catorce variantes); y noanamá (con una variante). Ya Loukotka, en 1942, hablaba de nueve
lenguas Chocó vigentes y cinco extintas y, luego en 1952, con Rivet, proponen diez variantes vigentes para el
grupo Chocó (que llaman división empera) y dos extintas. (Véase Ortiz, 1965, pp. 197-200). Todo esto contribuía
al clima de confusión que reinaba sobre la unidad cultural y el origen común de los Chocó.

Junto con el número cada vez más creciente de vocabularios, empezaban a aparecer escritos con anotaciones
gramaticales, de investigadores nacionales y extranjeros, dentro de los cuales se destaca el de José Vicente Uribe,
por ser de época tan temprana, como 1881. Igualmente pioneros fueron los misioneros: un material de 37 frases
y 106 morfemas, recogido por el padre Joseph Palacios de la Vega en 1787, se cita como el documento lingüístico
más antiguo; en 1918 aparece un catecismo Catío-Español para misioneras de Antioquia; de María Betania hay
una gramática Catía, sin fecha (citada por Pinto, 1974); en 1936, fray Pablo del Santísimo Sacramento, publica
un ensayo gramatical sobre el habla de los embera-catío de Urabá; el padre claretiano Constancio Pinto, publica
en 1950 un diccionario Catío-Español y en 1974 otro extenso diccionario con gramática.

Estos trabajos, como era de esperarse, no se ceñían a las pautas del análisis y las técnicas lingüísticas descriptivas
modernas. Se escribían con alfabetos particulares, presentaban transcripciones confusas que ocultaban
variaciones dialectales, agrupaban palabras de diferentes dialectos. No obstante, fueron dando la base para los
estudios posteriores.

Bajo una perspectiva propiamente lingüística, comienzan a aparecer estudios a partir de la segunda mitad del
siglo XX. Caudmont (1955) hace un análisis fonológico y gramatical sobre escritos chamí recogidos por Reichel-
Dolmatoff; Holmer (1963) estudia la gramática de los waunana; Horton (1964-76), trabaja en morfología de la
lengua para la elaboración de cartillas en el embera del Alto Sinú; Loboguerrero investiga la fonología chamí en
Risaralda (1976). En 1962 llega al país el Instituto Lingüístico de Verano (ILV). El gobierno le encomienda el
análisis científico y la comparación de las lenguas autóctonas colombianas, pero con el tiempo su radio de acción
trasciende las fronteras de los estudios lingüísticos. Se le conoce sobre lingüística embera: Schöttelndreyer y
Rex, una fonología del katío en el noroccidente de Antioquia (1973); Rex, una gramática catía (1975); Gralow,
una fonología del chamí (1976); Schöttelndreyer, elabora cartillas (1973 y 1977); Michael y Nellis, hacen cartillas
en chamí, para tos embera del Valle del Cauca (1984); Harms y Powel, trabajan el epera de Saija, fonología
(1984) y gramática (1987), también hacen cartillas (1981, 1982, 1985).

Pero sería el norteamericano Jacob Loewen, misionero menonita, quien a mediados del presente siglo, sentaría
las verdaderas bases para una caracterización de las lenguas chocó. Basado en la bibliografía lingüística existente
hasta la fecha, confrontándola con datos propios de terreno, realiza estudios, desde fonológicos hasta sintácticos,
en diferentes lugares de habla chocó, lo que le permite elaborar análisis comparativos, dialectológicos e incluso
semánticos, además de tratar problemas didácticos, de interferencia lingüística y elaborar cartillas. Una completa
relación de sus trabajos se puede ver en Pardo 1986.

Loewen constata la aseveración de Nordenskiöld, atestiguando lingüísticamente dentro de la Familia Chocó, sólo
dos lenguas, ininteligibles entre sí pero emparentadas: la Waunana y la Embera, y propone, bajo un criterio
fonológico, cuatro grandes áreas dialectales, una waunana y tres embera, con variaciones lexicales al interior de
las áreas embera (1960).

Mauricio Pardo, en su inquieto incursionar por la cultura de esta etnia, también se ocupa de su lengua. Con su
participación en talleres al lado de maestros del alto Baudó, a comienzos de los ochentas, y luego en el
noroccidente antioqueño, en 1983, inicia una era de investigaciones que comprometen tanto a indígenas como a
investigadores, en la aplicación de los estudios lingüísticos para dar soluciones a las mismas comunidades. Con
esta dirección, presenta una ponencia sobre etnolingüística en 1984, en cuya publicación (1986) da cuenta
además de lo existente en literatura lingüística Chocó hasta el momento. Con evidencia de primera mano,
recogida en diferentes localidades embera, propone una reclasificación de las áreas dialectales de Loewen en
dicha ocasión, investigación en la que luego me invita a participar. En 1988, presentamos la ponencia
“Dialectología Chocó” en un seminario sobre clasificación de las lenguas indígenas de Colombia. Pardo también
se ha ocupado de aspectos sociolingüísticos y en la elaboración de cartillas.

El decreto 1142 de 1978, del Ministerio de Educación Nacional, relativo a la educación indígena; la creación del
Comité Nacional de Lingüística Aborigen; la conformación de postgrados en lingüística indígena y, naturalmente,
el avance en las reivindicaciones de las comunidades nativas, particularmente en lo que respecta a su lengua y
su cultura, posibilitan una nueva etapa en el estudio, investigación y fomento de las lenguas aborigenes y criollas
del país. Esta etapa, caracterizada por el despertar de lo “étnico”, no queda reducida simplemente a una serie de
estudiosos o de intelectuales comprometidos o no con los intereses de los indígenas, sino que también son estos
últimos los que toman la iniciativa en sus demandas. La presencia de varios indígenas en dichos postgrados,
atestigua el compromiso de las comunidades por conocer, revitalizar y difundir sus propios conocimientos dentro
de su propia gente.

En 1982, Mercedes Prado presenta una tesis sobre el epera de Saija para la Universidad del Valle. Colabora con
materiales didácticos en 1985. Profundiza posteriormente en aspectos de la lengua, como la nasalidad (1991).
Actualmente trabaja en conflictos etnolingüísticos entre negros e indios (1992), dentro del más amplio proyecto
denominado: “Cada río tiene su decir”.

En 1984 comienza el Postgrado de Etnolingüística de la Universidad de los Andes, con el apoyo del Centre
Nationale de la Recherche Scientifique de Francia (CNRS). Allí se preparan investigadores nacionales e indígenas
para el estudio de las lenguas nativas con miras a su fortalecimiento. Sus egresados conforman el Centro
Colombiano de Estudios en Lenguas Aborígenes (CCELA), desde donde se continúan trabajos científicos, de
rescate y revitalización de estas lenguas.

Sobre el embera se han ocupado:

Mario Hoyos, quien trabaja desde 1984 en el río Napipí, Atrato medio y otros lugares. Su investigación cubre
desde diseño de materiales didácticos para maestros indígenas, con cobertura nacional (1991), hasta fonología
interdialectal. En 1987 presenta un informe sobre el embera para el Atlas Etnolingüístico de Colombia del Instituto
Caro y Cuervo. Rito Llerena, profesor de la Universidad de Antioquia, Departamento de Lingüística. Se ocupa en
fonología comparada de las lenguas amerindias de Antioquia (1989,1990, 1992b) donde incluye la lengua kuna,
cuyo estudio fue el motivo de su tesis (1987). Igualmente, ha trabajado en materiales didácticos para los
maestros del Alto Andágueda (1992a).

Daniel Aguirre. En 1985 comienza estudios fonológicos del chamí en el suroeste de Antioquia. Procede con
morfología (1987) y gramática (1990). En 1988, participa con Pardo en la investigación sobre dialectos chocó,
donde incluimos una crítica a la hipótesis de Rivet, sobre la ascendencia Karib de las lenguas Chocó. Actualmente,
continúa investigaciones sobre la morfofonología y gramática de la lengua (1991,1992) y trabaja con maestros
indígenas de Risaralda.

Sobre el habla de los embera del área de Panamá se conocen también, un estudio sobre fonología (1986) y uno
gramatical (1985) de Edel Rasmussen, quien trabaja con la Universidad Nacional de Panamá. Para el waunana,
además de los estudios de Holmer, se tiene un estudio fonológico y gramatical, elaborado por las misioneras del
Sagrado Corazón, Sánchez y Castro (1977), bajo la asesoría de Reinaldo Binder del ILV, una monografía de Lotero
(1972) y un trabajo gramatical de Mejía (1987), egresado también del postgrado de la Universidad de los Andes.

El justo valor de todos estos trabajos radica en su posibilidad de ser aplicados en materiales didácticos en lengua,
que fortalezcan el idioma nativo en las nuevas generaciones. Su viabilidad, sin embargo, está dada por la precisión
del análisis y la idoneidad de la trascripción para su uso, labor que está supeditada, además del conocimiento
lingüístico, al real conocimiento de la cultura. Es por ello que en esta labor, están llamados los indígenas a ser
los principales protagonistas y, como así lo han entendido, han comenzado a preparar lingüistas y a elaborar
cartillas en su lengua, maestros y alumnos solos o apoyados por colaboradores no indígenas, cuya posición es la
de aplicar su conocimiento en la defensa de estas amenazadas sociedades aborígenes.

No se cuenta en el momento con una relación exacta de todos estos materiales, que por lo demás ampliarían
considerablemente esta reseña, tampoco se consignan todas las cartillas de los autores mencionados. Se pueden
agregar, no obstante, entre otras, las cartillas de: Manzini, 1973; Guisao y Martínez, 1980; Correa, 1981, 1982;
Picón, 1985; OREWA, 1987; Ortega y Carmona, 1988. Con varias de ellas, trabajan actualmente algunas
comunidades, unas han tenido más aceptación, otras menos, de todas maneras han sido pioneras en este intento.

El futuro de estos estudios

/waunán/ y /ebéra/ quieren decir ‘persona indígena’ en sus respectivas lenguas; ¡do! significa ‘agua’ en waunana
y ‘río’ en embera; /usá/ es ‘perro’ en embera, en waunana es /saák/; /kiér/ y /kidá/ son palabras para ‘diente’
en waunana y embera respectivamente.

Estas semejanzas semánticas y morfológicas, contribuyen a determinar el parentesco entre dos lenguas. El hecho
de que compartan un orden sintáctico Sujeto-Objeto-Verbo, como en:
S O V
/saakuu beruúc* khaahím/ = el perro mordió al tatabro
saák-iu beruúc* kháa-him

//perro-erg tatabro morder-pas//

en waunana, y

S O V
/usápa et h err é peehí/ = el perro mató la gallina,
usá-pa etherré pée-hi
//perro-erg gallina matar-pas//

en embera, reafirma este parentesco, máxime cuando encontramos que las terminaciones /-iu/ y /-pa!de los
nombres ‘perro’, se comportan igual, marcando el actuante u objeto potente de una acción, es decir, actuando
como morfemas ergativos (del Griego ”érgon” = obra, que derivó en ‘enérgeia’ = fuerza en acción) y que los
sufijos /-him/ y /-hi/ de los verbos en pasado, implican un mismo orden de articulación velar y un modo de
articulación, que seguramente derivó una forma de la otra perdiendo nasalidad, o, que simplemente, son dos
manifestaciones diferentes de un mismo morfema de la protolengua.

Datos así, dan las pistas a los lingüistas para conformar una familia lingüística. Pero para llegar a esto, el
investigador ha debido incursionar en los diferentes niveles del estudio lingüístico, desde la fonética hasta la
semántica, haberlos aplicado en la lengua estudiada y haber empezado a describir los fenómenos encontrados.
Variación fonológica según léxico:

Sufijos de actancia y dependencia.


Orden básico en la oración (SOV)

(continuación capítulo lenguas vernaculas)

Esta descripción de los fenómenos, irá dando las características propias de la lengua. Se dirá entonces, como
para las lenguas chocó, que son: lenguas ergativas, con sufijo y acción predominante, con patrón
sintáctico SOV, mucha ayuda o mucho auxilio verbal, flexión sobre todo en el verbo, etc. Fonológicamente se
mostrará de manera global, una triple oposición de las consonantes oclusivas, en modo y punto de articulación
(punto: labial, alveolar, velar; modo: tres grados de tensión). Al presentar la fonología de cada dialecto, se
mostrarán sus características fonológicas particulares, por ejemplo, para el modo de articulación de las oclusivas:
aspirado, no aspirado, sonoro, para algunos; sordo, sonoro, inyectivo, para otros, etc., de acuerdo con el análisis
de cada lingüista.

Comunidad Waunana, Río Micay


Foto: Diego arango

Entre los embera, por ejemplo, se podrían mostrar los siguientes casos: la ‘m’ de la palabra chamí, transcrita en
español embera, no es en realidad una consonante plena en este idioma, como lo es en español la ‘m’ de
‘embeleso’, sino el resultado de la fuerte nasalidad de la vocal anterior encontrada con la oclusiva labial ‘b’.**
Esta ‘m’ es lo que se suele llamar en lingüística una consonante epen tética(del Griego ‘epi’ = sobre, ‘en’ =
en, ‘thesis’ = posición), que no necesita ser transcrita en fonología cuando se sabe la
regla: [émbéra] = [embéra] = ember a
se preguntan muchos si la palabra es ‘embera’ o ‘emberá’ con acento en la sílaba final. En chamí he encontrado
que la palabra pronunciada aisladamente es ‘embera’, pero en la cadena hablada desplaza su acento por factores
morfofonológicos y prosódicos, por ejemplo:
/muu* ébérá/ = yo (soy) embera
muu* ébéra-a
//yo embera-pr//

donde {-a} {=-pr} es un morfema de predicación que se fusiona con la ‘a’ final de ‘embera’, dando como
resultado una sílaba acentuada.

• en algunas regiones, como en Saíja, las consonantes sordas /pl, /t/, /k/ corresponden a las sonoras/b/, /d/,
/g/ de otros dialectos. Por esta razón la palabra ‘embera’ ha sido también transcrita: epera, epera, empera,
epena, etc.

• la nasalidad va desde muy marcada hasta moderada en los diferentes dialectos, por eso se ha transcrito desde
‘empena’ hasta’ epera’. Es posible que, por la influencia del español, la nasalidad esté en detrimento en algunas
regiones.

• en chamí, la oclusiva velar sonora /g/, sólo aparece en préstamos. Aún hay quienes pronuncian, por
ejemplo, /kabriél/ o /kayína/, por ‘Gabriel’ o ‘gallina’.

• la fricativa labiodental sorda /f/ del español, la realizan los embera fricativa labial sorda /ø/, por ejemplo: [ ø ó
s ø oro] = fósforo; [ø a ¡ ó r] = favor, razón por la cual muchas veces se les dificulta hacer la diferencia entre
palabras como: ‘favor’ y ‘pavor.

• en dialecto de Dabeiba: ‘hacha’ es /cágara/, en chamí es /cáara/; ‘hueso’ es /b uuvuuruu*/, en chamí es/b
uuuuruu*/; ‘gallina’ es /etherré/, en chamí es /étérr/; ‘sapo’ es /bokorró/, en chamí es /bokórr/ .

La dirección de los cambios de un dialecto a otro, (pérdida o adición de las consonantes intervocálicas, pérdida o
adición de las vocales finales), es parte de lo que busca el analista, en su pesquisa por la transformación de la
protolengua y los caminos trazados hasta su conformación actual en diferentes variantes. Tarea nada fácil que
muchas veces queda sin solución. En la actualidad, gracias a los logros de las disciplinas lingüísticas, los análisis
son cada vez más exhaustivos y permiten que las comparaciones se hagan sobre terrenos más confiables,
redundando en un mejor conocimiento tanto de las particularidades de cada dialecto o lengua estudiada, como
de su proximidad con los otros.

Datos como estos también analizaba Loewen, cuando propuso su “Dialectología de la Familia Lingüística Chocó”
en 1960, a partir de inventarios fonológicos, morfológicos y lexicales, estableciendo, en dicha ocasión, dos
grandes grupos de dialectos embera: Los que llama del norte = Sambú - Río Verde - San Jorge - Catío; y los que
llama del sur = Río Sucio-Baudó-Tadó - Chamí - Saija.

Su esquema fonológico, presenta un área waunana y tres grandes áreas embera, con subdivisiones lexicales
como sigue:
Waunana
Saija-Baudó
Río Sucio - Tadó - Chamí
Sambú - Río Verde - San Jorge - Catío.

Con los análisis de Pardo (1984 a 1987) y Aguirre (1986, 1987), y confrontando estudios de Mejía (1986), Prado
(1982), Harms (1984), Sánchez y Castro (1977) y Holmer (1963), se llega en la “Dialectología Chocó” (1988) a
una propuesta alterna de las áreas embera, de la siguiente manera:Costa Sur: Saija, Satinga, Saquianga, Naya,
Cajambre, sur de Buenaventura. Bajo Baudó: Catrú, Dubasa, ríos costeros, Purrícha, Pavasa. Alto San Juan:
Chamí, Tadó, Alto Andágueda, suroeste antioqueño, norte del Valle. Antíoquia/Córdoba: Dabeiba, Murrí, Río
Sucio, Altos Sinú y San Jorge.Atrato: Alto Atrato, Capá, Boj ayá, Alto Baudó, Panamá.

Los inventarios fonológicos muestran de manera global cuatro grandes áreas:


Waunana - Costa Sur
Bajo Baudó
Alto San Juan
Antioquia/Córdoba - Atrato

A manera de muestra, se presentan aquí algunos de los elementos comparados en dicha ocasión:
Los detalles fonológicos y gramaticales de esta nueva propuesta dialectológica, aparecen en las memorias del
Seminario Taller “Estado actual de la clasificación de las lenguas indígenas de Colombiá” organizado por el
Instituto Caro y Cuervo, en los días 10,11 y 12 de febrero de 1988, aún sin publicar.

Por supuesto, es esta una hipótesis en espera de ser confirmada o rechazada por nuevos estudios comparativos y,
sobre todo, idealmente, por los mismos indígenas. La escasez de datos para ciertas regiones y la falta de un
alfabeto unificado, obliga al carácter provisional de este tipo de investigaciones, máxime cuando una dialectología
final debe incluir, además, otros aspectos, como los sociolingüísticos.

Por fortuna, se están dando los pasos para ello, los trabajos reseñados de los investigadores contemporáneos,
que trabajan con las comunidades, así lo demuestran. Pero más aún, el hecho de que los indígenas, que hasta
hace poco tiempo observaban pasivamente a extraños escribir su lengua y luego reproducirla oralmente casi
perfecta, y hasta discutir su correcto uso, decidieran que ellos mismos podían hacer esta labor y comenzaran a
tomar medidas.

Cansados de las misiones primero, que les negaban su lengua y castigaban su religión, y luego de los maestros
oficiales, con su trasnochada educación impartida con desgano por un sueldo, empezaron a demandar del
gobierno su autogestión sin terceros. Sólo un maestro embera, con su presencia efectiva, puede enseñar a sus
alumnos cómo seguir siendo emberas. En algunos lugares, como Catrú, prescindieron de las misiones, en otros,
como Cristianía, asumieron el manejo de la escuela con director y maestros indígenas.

Muchos tropiezos han encontrado en su intento. Los mismos padres de familia rechazaban a los maestros
indígenas, empeñados en que sus hijos fueran preparados en español y en la cultura mayoritaria, pues creían
que era perder el tiempo transmitir una cultura agonizante. Grandes han sido los esfuerzos para cambiar esta
mentalidad suicida, producto de siglos de sometimiento, pero ha valido la pena. Algunos misioneros han cambiado
su actitud mesiánica y entendido el valor de estas culturas diferentes, respetándolas y trabajando a su lado por
una educación bilingüe y bicultural, al igual que funcionarios del gobierno que no creen tener la solución desde
su escritorio. Desgraciadamente son todavía contados los casos.

Más recientemente, las comunidades indígenas han tenido que enfrentar organizaciones extranjeras, que hacen
proselitismo religioso e inciden en el manejo de su tradicional modo de vida. Se ocupan en actividades
agropecuarias, de salud, industria, economía, etc., actividades que muchos indígenas no ven con buenos ojos por
tener, entre otros el sabor doctrinario endilgado a las misiones y la actitud paternalista del gobierno.

Las diferentes organizaciones nacionales, gubernamentales o no, con injerencia en educación indígena, han
intentado soluciones parciales, que desconciertan o en muchos casos enfrentan a los indígenas, por no medir el
alcance de sus propuestas. Muchos lingüistas han querido imponer sus resultados individuales, ignorando la
opinión de los indígenas. Con respecto a esto, decía Pardo en 1984 al proponer pautas para una caracterización
de los dialectos embera: “Además de los criterios fonológicos, gramaticales o lexicales que detecta el lingüista en
primera instancia, la opinión de los indígenas sobre diferenciaciones dialectales, incluye factores como la
entonación o acento y las expresiones locales tales como fórmulas de cortesía o modismos, o sea, elementos
etno y sociolingüísticos.” ... Quien piense que el criterio indígena puede ser interesante etnográficamente pero
de escasa credibilidad lingüística, ...no ha reparado en el celo que muestran los indígenas respecto a la probidad
para hablar el dialecto propio que es siempre considerado el más correcto, lo cual redunda en apreciaciones muy
estrictas sobre semejanzas y diferencias en el habla”. (Pardo, 1986, p. 101).

Ya esto es a lo que están llamados los futuros lingüistas embera, a precisar estas diferencias, para trazar el
horizonte de sus dialectos y elaborar un plan educativo favorables para cada uno. En la actualidad, dos maestros
chamí, de la comunidad de Cristianía, se preparan en -lingüística, con el sistema de universidad a distancia, un
embera de Catrú, estudia su lengua en la Universidad de Antioquia, se espera que al menos dos embera se
inscriban en la III promoción del postgrado de Etnolingüística de la Universidad de los Andes, a comenzar en
1993.

Ardua labor les queda a estos lingüistas nativos por delante. La disciplina lingüística requiere rigor y paciencia y
las comunidades quieren resultados inmediatos. Su preocupación es, cómo sin perder su identidad, pueden las
nuevas generaciones desenvolverse beneficiosamente en la cultura dominante. Por ello, han discutido los
beneficios de escribir su lengua, se han preguntado si no traerá consigo una élite de hablantes letrados dentro
de las comunidades, si coartará su imaginación y creatividad al congelar sus historias en el tiempo o, si por el
contrario, enorgullecerá a sus hablantes el ver que su idioma es una creación cultural tan compleja como la de
cualquier otra cultura. Estas y muchas más reflexiones, han hecho ancianos indígenas sobre su educación o,
como ellos llaman ‘transmisión de cultura’, tratando de capotear el vendaval de occidente que siempre amenaza
con arrasarlos, como nos lo han mostrado antropólogos y otros investigadores.
Con seguridad saldrán adelante en su intento de escribir y estudiar su lengua, como salieron adelante
sobreviviendo después de cinco siglos de adversidad, ya que parecen tener como fórmula de subsistencia, no
mirar sino el futuro, visión que tal vez se podría colegir también del análisis morfológico y semántico de una de
sus palabras: /nuéda/ = ‘ayer’, descompuesta en /nu/ = mañana, y /éda / = ‘adentro’, como diciendo “el mañana
entrado” o “el mañana que ya entró”, es decir, construyendo el pasado a partir del futuro.

Comunidad Embera
Foto: Diego Arango

En buena hora recibamos esta decisión de los indígenas chocó, de apropiarse del manejo de su lengua. Ojalá
sepan aprovechar lo poco que se ha avanzado sobre su conocimiento y lo que le puedan aportar los que se han
dedicado a su estudio, para hacerla instrumento de su salvaguardia y desarrollo en condiciones favorables. Ojalá
también sepamos escuchar lo que tengan a bien enseñarnos los chocó, que con seguridad es mucho, una vez
descifrados sus “enredos”. Para ello cuentan, estos estudiantes, con el apoyo de sus comunidades, los Cabildos,
las organizaciones regionales, como la ORE WA, la Organización Indígena de Antioquia (OIA), el Consejo Regional
Indígena de Risaralda (CRIDER), la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) y, además, de todos
aquellos que abogamos por el fin de una política etnocida.

Convenciones

[] = escritura fonética.
// = escritura fonológica.
{} = escritura morfemática.
// // =traducción yuxtalineal.
ø = morfema cero.
2 = glotalización.
˜ = nasalidad, sobre una vocal o consonante.
h = aspiración, después de una consonante.
m = prenasalizacion, antes de una consonante.
h = consonante oclusiva labial inyectiva.
d = consonante oclusiva alveolar inyectiva.
c = consonante africada alveopalatal sorda [t/], es español ‘ch’.
y = consonante africada alveopalatal sonora [d3].
h = consonante fricativa velar sorda, en español ‘J’.
uu = vocal alta posterior, labios retraídos. (w)

Los demás signos corresponden a los del Alfabeto Fonético Internacional.

BIBLIOGRAFÍA

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