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Puede que el funcionamiento del cerebro humano parezca caótico por su complejidad ,

pero lo cierto es que todo lo que ocurre en él obedece a una lógica: la necesidad
de supervivencia.
Por supuesto, un asunto tan importante no ha quedado desatendido por la
selección natural, y por eso nuestro sistema nervioso incluye muchos
mecanismos que nos permiten mantenernos con vida: la regulación de la
temperatura corporal, la integración de la información visual, el control de la
respiración, etc. Todos estos procesos son automáticos y no podemos intervenir
voluntariamente sobre ellos.
Pero... ¿qué pasa cuando aquello que nos acerca más o meno a la muerte tiene
que ver con acciones aprendidas a través de la experiencia? En esos casos, que no
están previstos por la evolución, actúa un elemento conocido como sistema de
recompensa del cerebro.

¿Qué es el sistema de recompensa?


El sistema de recompensa es un conjunto de mecanismos realizados por nuestro
encéfalo y que permite que asociemos ciertas situaciones a una sensación de
placer. De este modo, a partir de esos aprendizajes tenderemos a intentar que en el
futuro las situaciones que han generado esa experiencia vuelvan a producirse.
De algún modo, el sistema de recompensa es aquello que nos permite localizar
objetivos en un sentido muy primario. Como los seres humanos se exponen a una
gran variedad de situaciones para las cuales la evolución biológica no nos ha
preparado, estos mecanismos premian ciertas acciones por encima de otras,
haciendo que aprendamos sobre la marcha lo que es bueno para nosotros y lo que
no lo es.
Así pues, el sistema de recompensa está muy ligado a las necesidades básicas:
hará que nos sintamos muy recompensados al encontrar un lugar que contiene
agua cuando llevamos demasiado tiempo sin beber, y nos hará sentir bien cuando
estrechamos lazos con alguien amistoso.
Su función es conseguir que, hagamos lo que hagamos, y por muy variadas que
puedan ser nuestras acciones y opciones de comportamiento, siempre tengamos
como referencia una brújula que apunte de manera consistente hacia
ciertas fuentes de motivación, en vez de hacia cualquier lugar.

¿Por dónde pasa el circuito de recompensa?


Aunque todo lo que pasa en nuestro cerebro ocurre muy deprisa y recibe el
feedback de muchas otras regiones del sistema nervioso, para entender mejor
cómo funciona el sistema de recompensa a menudo se simplifica su
funcionamiento describiéndolo como un circuito con un principio y un final
claros: la vía mesolímbica, caracterizada entre otras cosas por la importancia que
tiene en ella un neurotransmisorllamado dopamina.
El principio de esta cadena de transmisión de información está situado en una
zona del tronco del encéfalo llamada área tegmental ventral. Esta región está
relacionada con los mecanismos básicos de supervivencia que son automatizados
con la parte más baja del encéfalo, y desde ahí suben al sistema límbico, un
conjunto de estructuras conocidas por ser las responsables de la generación de las
emociones. Concretamente, el núcleo accumbens, está asociado a la aparición de la
sensación del placer.
Esa mezcla de emociones agradables y de sensación de placer pasa al lóbulo
frontal, donde la información es integrada en forma de motivaciones más o
menos abstractas que llevan a planear secuencias de acciones voluntarias que
permiten acercarse al objetivo.
Así pues, el circuito de recompensa empieza en uno de los lugares más básicos y
automatizados del encéfalo y va subiendo hasta el lóbulo frontal, que es uno de
los lugares más relacionados con el aprendizaje, la conducta flexible y la toma
de decisiones.

El lado oscuro: las adicciones


El sistema de recompensa permite que podamos seguir estando conectados a un
sentido del pragmatismo que nos permite sobrevivir a la vez que podemos elegir
entre diversas opciones de acción y no tenemos que ceñirnos a conductas
automáticas y estereotipadas determinadas por nuestros genes (algo que ocurre,
por ejemplo, en las hormigas y en los insectos en general).
Sin embargo, esta posibilidad de dejarnos un margen de maniobra a la hora de poder
elegir lo que vamos a hacer también tiene un riesgo llamado adicción. Acciones que
en un principio son voluntarias y totalmente controladas, como la elección de
probar la heroína, pueden pasar la única opción que nos quede si nos volvemos
adictos.
En estos casos, nuestro sistema de recompensa solo se activará al consumir una
dosis, dejándonos totalmente incapaces de sentir satisfacción por otra cosa.
Por supuesto, hay muchos tipos de adicciones y la que depende del consumo de
heroína es una de las más extremas. Sin embargo, el mecanismo subyacente todas
ellas es fundamentalmente el mismo: el centro de recompensa queda "hackeado"
y pasa a ser una herramienta que nos orienta a un único objetivo, haciéndonos
perder el control sobre lo que hacemos.
En el caso del consumo de sustancias, ciertas moléculas pueden interferir
directamente obre el circuito de recompensas haciendo que sufra una
transformación en poco tiempo, pero las adicciones también pueden aparecer sin
uso de drogas, simplemente a partir de la repetición excesiva de ciertas conductas. En
estos casos, las sustancias que producen cambios en el sistema de recompensa
son los neurotransmisores y las hormonas que genera nuestro propio cuerpo.

Las ambigüedades de la adicción


El estudio del sistema de recompensas nos hace plantearnos dónde está el límite entre
la adicción y la conducta normal. A la práctica está claro que una persona que
vende todas sus pertenencias para vender droga tiene un problema, pero si
tenemos en cuenta que los comportamientos adictivos pueden aparecer sin tomar
nada y que se producen a partir del funcionamiento de un sistema cerebral que
opera en todas las personas constantemente, no es fácil establecer el umbral de la
adicción.
Esto ha llevado, por ejemplo, a hablar del amor como una especie de
adicción relativamente benigna: el sistema de recompensa se activa al
relacionarnos con ciertas personas y deja de responder tanto cuando esta ya no
está presente, al menos por un tiempo. Algo parecido ocurre con la adicción a los
teléfonos móviles y a Internet: quizás si no nos la tomamos muy en serio es
simplemente porque está socialmente aceptada.

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